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¡Disfruta tu lectura!
Para Maximilien. Amor. Coraje. Alegría.
Ella busca respuestas a su pasado. Ellos la persiguen para salvar su futuro.

La Tercera Guerra Mundial ha dejado el mundo asolado por la radiación


nuclear. Unos pocos escaparon a la naturaleza salvaje de Alaska. Han
Sobrevivido durante los últimos treinta años viviendo de la tierra, siendo uno
con la naturaleza, y escondiéndose de otros que pudieran estar ahí afuera.

Al menos es lo que le han contado a Juneau durante toda su vida.

Cuando Juneau regresa de un viaje de caza, descubre que todos los


miembros de su clan han desaparecido y se pone en marcha para buscarlos.
Deja los límites de su tierra por primera vez y se da cuenta de algo horrible:
Nunca hubo guerra. Las ciudades nunca fueron destruidas. El mundo está
intacto. Todo era una mentira.

Ahora Juneau va a la deriva por un mundo moderno que nunca supo que
existía. Pero mientras ella busca una manera de rescatar a sus amigos y
familiares, alguien la busca a ella.

Alguien que conoce la extraordinaria verdad sobre los secretos de su


pasado...
Portada
Staff de Traducción
Dedicatoria del autor
Sinopsis
Capítulos:
-Del 1 al 61
Nosotros
ME AGACHO CERCA DEL SUELO, PRESIONANDO LA espalda contra el viejo
abeto, y levanto la ballesta con una mano. Manteniendo un ojo en el pedazo
de espejo incrustado en mí arma. La asomo unos centímetros por el árbol. En
el reflejo visualizo algo moviéndose detrás de un cedro, a través del claro
cubierto de nieve.
El quebrar de ramas a mí derecha me dice que otro amigo está cerca. No
puedo ver las inevitables cicatrices y marcas del polvo radioactivo, el daño de
la radiación. Pero está allí, voy a tener que correr el riesgo. Tienes que ser
ruda para sobrevivir al apocalipsis.
Salto por detrás del árbol y agacho la cabeza mientras veo un misil venir a
toda velocidad hacia mí desde unos arbustos, y simultáneamente disparo
frente a mí. Golpeo el suelo y ruedo, volviendo a saltar sobre los pies.
—¡Te di! —grita una voz desde los arbustos. Escucho el crujir de las hojas y
luego veo aparecer a mi amiga Nome, con el cabello brillando como oro
pulido sobre el acebo rojo y verde.
—¡No lo hiciste! —grito, pero luego miro hacia abajo hacia donde está
apuntando.
La pulpa de grosella gotea fuera de la manga de mi parka.
—Es sólo mi brazo. No hubiera sido letal —digo, sacudiendo los trozos de
fruta. Pero sé que aunque no hubiera muerto en el acto, habría salido herida.
Y cualquier lesión me retrasaría. La grosella de Nome hubiese significado mi
muerte final en el caso de un verdadero ataque contra nuestro pueblo.
Kenai pasó por detrás del cedro con un cuerno de alce en la mano. Ha
pintado una cara malvada en la parte ancha del cuerno, y mi flecha sobresale
de su frente.
—En el centro —dice y comienza a hacer sonidos de gorgoteo, improvisando
como un bandido sufriendo una muerte dolorosa y prolongada. Confío en
Kenai para aliviar un momento molesto.
La agonía es interrumpida por Nikiski, que corre con las manos en el aire.
—Alto el fuego —grita y luego sonríe ampliamente para mostrar los dos
dientes delanteros que le faltan.
—Juneau, Whit quiere que vengas a verle en la escuela. Algo sobre la caza.
Algo sobre la carne. Y Dennis quiere que ustedes dos —Nikiski hizo gestos a
Kenai y Nome— pasen por la biblioteca para algo de un proyecto que quiere
que hagan.
—Gracias por ese mensaje preciso e informativo —dice Kenai, alborotando el
pelo de Nikiski con la mano, mientras camina al lado del chico hacia la aldea.
—La batalla ha terminado oficialmente —dice detrás de él—. Bandido
muerto, pero escarabajo June herida. Diez puntos para Nome.
Nome deja escapar un grito y después, metiendo la honda dentro del parka,
trota hacia mí. Cuando ella ve mi expresión, su estado de ánimo juguetón se
desinfla.
—Está bien, Juneau. Como has dicho, no habría sido letal.
Estoy callada. Ella suspira profundamente mientras empezamos a caminar
hacia la aldea.
—Juneau, no puedes ser perfecta. Vas a ser del clan Sage, no nuestra única
protectora.
—Preferiría estar preparada para hacer las dos cosas —respondo.
—Tienes diecisiete, Juneau. Y ya estás cargando con el peso del clan sobre los
hombros.
No respondo. Pero por dentro, lo reconozco: ahora sólo soy una adolescente,
pero un día, el bienestar de unas pocas docenas de personas estará en mis
manos. Es una pesada carga, una que sé que debo cumplir. ¿Por qué si no me
habría sido dado mi regalo?
En la cima de la colina. Ante nosotros se agazapa el Gran Oso de Hielo: El
Monte Denali, raspando su piel blanca contra el cielo. Entre sus montes y el
bosque se ubicaban veinte yurtas1. Las pieles de color claro se extendían a
través de los techos y los lados de los yurtas haciéndolas casi invisibles contra
la nieve —un camuflaje necesario.
Ya han pasado treinta años desde la guerra. Mis padres y otros quince
escaparon en las últimas horas, tras la primera tormenta de fuego de las
explosiones nucleares que desencadenó secuelas... la muerte progresiva por
la radiación, la hambruna y el genocidio. Vinieron aquí, al territorio virgen de
Alaska, lejos de cualquier ciudad que hubiera sido destinada a la destrucción.
Aunque quedaban pocos tras la Guerra Final, sería una tontería pensar que
éramos los únicos sobrevivientes. Durante décadas, en los escasos viajes de
exploración, los ancianos han encontrado evidencias. Coches abandonados
que funcionaban con las escasas gotas de combustible que quedaron
después de que los yacimientos de petróleo se quemaran. Senderos
humanos, que dejaron sólo un poco más allá de los límites de nuestro
territorio. Sonidos desde el aire de una máquina voladora renegada solitaria.
Pero no ha habido nuevos signos encontrados durante mucho tiempo. Sólo
un puñado de sustos desde que nací, hace 17 años. Las únicas muertes han
ocurrido por accidentes: una por ataque de oso y luego la muerte de mi
madre cuando su trineo se rompió en el lago congelado.
Esos son los cuentos con moraleja que nos traían a su llegada. En lugar del
hombre del saco (que aterrorizaba a mi madre cuando era niña), nuestras
pesadillas se poblaban con bandidos armados vagando por la tierra para
saquear lo que quedaba. Despiadados supervivientes del Apocalipsis, con
inclinación a tomar lo que nuestro clan ha trabajado tan duro por preservar:
alimentos y agua potable e inmunidad frente a la radiación, y de la
enfermedad que al final, acabará con el mundo exterior.

1
Tienda de campaña circular con techo en forma de cúpula.
Un renacimiento. Eso es lo que espera el clan. Lo que nos enseña Whit que
sucederá. Pero, podría tardar siglos. Milenios. Nuestro objetivo es sobrevivir.
—Hasta luego —le digo a Nome cuando llegamos y corro delante de ella
hacia la yurta de la escuela. Una vez pasada la cortina de la puerta, les toma a
mis ojos un minuto ajustarse del reflejo del sol sobre la nieve cegadora a la
suave luz que se filtra a través de la corona abierta de la yurta y el resplandor
del fuego del salón de clase.
Sacudo los mocasines y los dejo con mi ballesta junto a la puerta. Si Whit les
está enseñando a los niños más jóvenes, significa que está explicando el Yara.
Que en poco tiempo será mi trabajo. Cuando tenía cuatro años —justo
después de la muerte de mi madre— Whit me hizo la prueba y descubrió que
era capaz de Conjurar. Además de él y mi madre, soy la única capaz de mi
tribu.
En tres años haré el Rito y tomaré su lugar en el clan Sage, ya que mi madre
tendría que hacerlo si estuviera viva. Así que, últimamente Whit me deja
hacer cada vez más las Lecturas del clan y ha comenzado a enseñarme cómo
Conjura, teniendo cuidado de lo que me enseña, desde entonces puedo
duplicar sus resultados con facilidad.
—¿Por qué no nos acompañas, Juneau? —pide Whit. Los niños están
sentados en un semicírculo alrededor de él. Nikiski está allí, —él debe haber
corrido de regreso— y junto a él están Tanaina, Wasilla y Healy, listos para
escuchar la lección de Whit, una que repite para todos los grupos varias
veces al año. La he oído muchas veces, que podría recitarla de memoria.
Me siento junto a Whit mientras vierte una capa de mica en el suelo. La luz
del fuego se refleja en él, por lo que destella. Los niños pequeños lo
observan, atrapando su atención y sostenido el polvo brillante.
Whit graba un gran círculo con el dedo.
—Esta es la tierra. Todo en ella es una parte del mismo organismo: tú, yo, los
perros, el suelo, el aire. —Toma la mano de Healy y sopla una ráfaga de aire,
demostrando el viento, causando que el pequeño de cuatro años se ría de
alegría—. Vivimos dentro de un super organismo, y todo dentro de él está
conectado por una fuerza poderosa.
—El Yara —gritan los niños al unísono.
Whit hace una expresión de fingida sorpresa y pregunta —¿Ya han oído esta
historia antes?
—¡Sí! —gritan los niños, riendo alegremente. Whit sonríe y alisa
inconscientemente el solitario mechón de pelo gris de su melena negra. Es la
única señal de envejecimiento antes de que encontrara el Yara. La prueba de
que es el más antiguo del clan.
—Tienen razón —reconoce—. El Yara es la corriente que se mueve a través
de todas las cosas. Es lo que nos permite leer. —Dentro del círculo que
representa la tierra, Whit dibuja círculos más pequeños—. ¿Podrían
indicarme en qué tipo de cosas fluye el Yara? —señala el círculo exterior.
Tanaina levanta su mano y exclama —Gente.
Whit asiente con la cabeza y señala el siguiente círculo.
—Animales —dice Wasilla, y luego agrega—, las plantas. —Mientras Whit se
mueve al próximo círculo.
Coloca el dedo sobre el círculo interior, y dice —Incluso los elementos: fuego,
agua, aire, tierra, todos tienen el Yara corriendo a través de ellos.
—Puesto que están cerca del Yara, lo pueden utilizar para conectarse con
todos los demás miembros del súper organismo de la tierra.
Whit dibuja líneas desde círculo exterior hacia el de los "humanos" que está
dentro.
—Incluso las rocas tienen una memoria de lo ocurrido a su alrededor. ¡Si
alguna vez pueden hacerlas hablar!
Los niños se ríen de nuevo, sabiendo que las rocas que hablan son uno de los
chistes Whit, aunque es una medida de la verdad detrás de él.
—Bueno. La lección de hoy ha terminado —dice Whit.
Los niños nos dejan solos, tocando con los dedos en el polvo de mica y
frotándoselo en las caras como pintura de guerra. Todos se amontonan fuera
y Whit y yo nos dirigimos hacia su yurta.
—¿Nikiski te dio mi mensaje? —preguntó.
—A su manera —le dije, sonriendo—. ¿Algo sobre la carne?
—Sí. Nos estamos quedando sin carne —dice.
—Pensé que podrías encargarte de ellos, ya que el resto de los cazadores son
necesarios para la limpieza de nuestro campamento de verano. —La boca de
Whit se curva en una sonrisa—. No creo que te importe ir por tu cuenta.
Mi mentor me conoce tan bien como mi padre. Aparte de Ketchikan y
Cordova, soy la mejor cazadora del clan. Y disfruto el tiempo que paso por mi
cuenta.
Llegamos a la yurta de Whit. Al lado de la puerta se encuentra un trineo
ligero, con una montaña de suministros atados a él y a un par de raquetas de
nieve cubiertas en la parte superior.
—Leí el cráneo para ti —dice—. Encontrarás un caribú en el campo del sur
mañana por la mañana. Conseguirás una buena noche de sueño y puedes
estar allí a primera hora de la mañana.
Asiento con la cabeza.
—Voy a empezar al amanecer.
—Y debes tener cuidado de no…
—…cruzar la frontera. Lo sé, Whit. Tendré cuidado, te lo prometo.
—Muy bien entonces. Me voy —dice y recoge su mochila de lo alto del
trineo.
Mi padre aparece por detrás de la yurta vecina.
—Whit, ¿escabulléndote otra vez? —se burla.
—Odio las despedidas largas —responde Whit con una sonrisa—. Y sólo me
iré dos semanas. —Se vuelve y tira de la cuerda del trineo hacia su pecho, y
desaparece por un sendero en el bosque.
—Todavía no entiendo por qué Whit no se lleva perros a sus retiros —digo.
Mi padre pone una mano sobre mi hombro y camina conmigo hacia nuestro
hogar.
—Tiene su propia manera de hacer las cosas —responde.
Llegamos al campamento principal. El olor de las cenas cocinándose y las
bocanadas de humo saliendo de las coronas de las yurtas, hacen que me
suene el estómago.
Papá y yo entramos a través de la puerta móvil para ver a Beckett y Neruda
tumbados perezosamente junto al fuego, vigilando la olla humeante de
estofado.
—Entonces ¿cómo está mi princesa guerrera? —pregunta, mientras cuelgo la
ballesta de una viga lateral y empiezo a quitarme los mocasines y el parka—.
¿Dijo Whit que te iba a enviar a cazar? —me pregunta.
—Me voy mañana por la mañana —respondo, mientras comienza a servir
estofado de alce en los tazones. Me entrega un tazón y una cuchara, y lo
acompaño frente al fuego. Soplo la cucharada humeante de carne y tomo un
bocado. Situados en el calor y la seguridad de nuestra yurta, creo por
milésima vez lo afortunados que somos. Papá y yo nos tenemos el uno al
otro. Tenemos una buena vida, mientras que el mundo fuera de nuestras
fronteras no es nada más que residuos radiactivos, bandas de bandidos
merodeadores, y para cualquier otra persona que podría haber sobrevivido a
la tercera guerra mundial, una existencia llena de miseria y desesperación.
—COMO LE HE EXPLICADO, ATRAPÉ A SU HIJO haciendo trampa en el
examen final.
Ms. Cochran, mi profesora de inglés, hace una mueca como si oliera algo
podrido mientras sostiene mi minúscula hoja enrollada. Me obligo a
mantener una expresión neutra frente a mi papá y el director, pero me
encojo en la silla.
—¿Desde cuándo hacer trampa en una examen es motivo de expulsión? —
exclama mi padre.
El Sr. Riggs, el director, echa un vistazo al archivo abierto en la mesa frente a
él y dirige el dedo hacia abajo en la página.
—Cuando un estudiante ha tenido dos suspensiones anteriores por introducir
alcohol y drogas en la escuela.
Mi papá se aclara la garganta.
—Bueno, tal vez podemos hablar más profundamente de ello, como hicimos
en esas ocasiones —dice, mirando Ms. Cochran. Si ella no estuviera aquí, la
conversación ya se habría convertido en donaciones que la compañía de mi
padre podría dar a la escuela, pero a juzgar por la cara oscura del Sr. Riggs,
dudo que eso funcionara esta vez.
—Sí, bueno, sé que en su caso ha habido circunstancias atenuantes, pero no
podemos seguir haciendo excepciones en las reglas con su hijo. La Academia
Billingston tiene una regla estricta de tres suspensiones y estás fuera, y me
temo que voy a tener que cumplirla en el caso de su hijo.
Unos días más tarde papá recibe una llamada de la oficina admisiones de Yale
diciendo que mi inscripción está en espera hasta que reciban alguna prueba
de que estoy "recibiendo ayuda para mis problemas de comportamiento." Y
es entonces cuando papá viene con su plan de la sala de correos.
MI FLECHA VUELA CERTERA Y EL GRAN CARIBÚ se desploma en el suelo. Me
cuelgo la ballesta en el hombro, y la nieve virgen cruje bajo los mocasines
cuando voy corriendo a través del campo para arrodillarme al lado de la
bestia jadeante.
—Gracias —digo, mientras saco el cuchillo del cinturón. Le acaricio el pelo
erizado del hocico y le miro directamente al gran ojo vidrioso. Y después le
corto la garganta.
Algunos de nuestros cazadores le dedican una larga oración completa al
espíritu del animal cuando matan. Pero Whit me dijo una vez que el
tratamiento respetuoso y un agradecimiento equivalían a todas las palabras
nobles del mundo. Tengo que decir que estoy de acuerdo.
Cuando limpio el cuchillo en la nieve, silbo a Becket y a Neruda para que
traigan el trineo. Pero ya están en camino, con los cuerpos agitados
rebosantes de emoción, según van dando brincos a través de los montones
de nieve. Lanzo las correas de cuero por la parte superior de la bestia y
empujo los pasadores de hierro bajo su cuerpo para tirar de las correas.
Este animal debe de pesar 90 kilos, el doble de mi peso, pero con la ayuda del
tirador, los perros y yo, me las arreglo para arrastrarlo hasta el trineo y
subirle en pocos minutos, la línea ondulada carmesí que deja en la nieve es
tan brillante como un lazo en un ramo de lirios blancos.
Estoy asegurando el caribú con cuerdas de cáñamo cuando oigo algo extraño:
un sonido fuerte de aleteo, como el batir de alas de mil águilas sincronizadas
en múltiples pulsos constantes.
He escuchado este sonido antes, pero sólo desde la seguridad de un refugio
de emergencia.
Es una máquina voladora. Lo que sólo significa una cosa: bandidos. El corazón
me da un vuelco y me congelo, escudriñando el cielo.
¿Por qué Whit no previó esto y lo ocultó al clan? No deben de estar
acercándose lo suficiente para suponer algún peligro. Pero en mi mente, lo
suficientemente cerca para oírles es lo suficientemente cerca para ocultarse.
Se me retuerce el estómago cuando pienso en qué haría si fuese El Sabio.
La carga de ser la sucesora de Whit ya está empezando a pesar sobre mí.
Al igual que él, protegeré el clan. Predeciré las tormentas y las catástrofes
naturales. Conjuraré cultivos sanos y Leeré donde se puede encontrar comida
en años de escasez. Leeré cuando los depredadores o incluso los bandidos
estén cerca y Conjuraré un camuflaje para ocultar el pueblo.
No puedo ver de dónde viene el sonido. Ante mí se cierne el Monte Denali. El
sonido de la máquina voladora hace eco en sus laderas y es absorbido
rápidamente por el valle cubierto de nieve a sus pies. Espero que no esté
detrás de la montaña, donde está mi pueblo. Seguramente no. Whit lo habría
Leído.
Una garra de preocupación me araña el vientre. Me apresuro a separar los
huskies2 del tirador y a engancharlos de nuevo al trineo.
—¡En marcha! —grito, y comenzamos a correr hacia Denali, hacia el hogar. El
ruido se ha detenido. La máquina ha debido de irse. Probablemente estaba a
mucha distancia, y los ecos del valle hicieron que sonara cerca, me digo a mí
misma, pero no corto el ritmo de los huskies.
Pasan diez minutos y todo lo que puedo oír es el silbido de las cuchillas del
trineo a través de la nieve, mientras volamos sobre el campo abierto hacia el
sendero que hay alrededor de la base de la montaña. El viento frío me quema
las mejillas, y aprieto las cuerdas de la capucha de mi abrigo de pieles
alrededor de la cara.
Aún faltan veinte minutos para que lleguemos a las laderas. Estaba casi en los
límites cuando encontré el Caribú que había Leído en mi visión. Es bueno que
2
Perros esquimales.
el animal se parase cuando lo hizo, porque nunca me aventuraría al exterior.
Incluso una muerte de este tamaño no hubiera merecido la pena el riesgo.
De repente, del silencio surge el ruido de aleteos de nuevo, más cerca y más
alto que antes, confirmando que voy en la dirección correcta. Pero la fuente
del sonido todavía no es visible. El ritmo mecánico de las alas de águila
parece flotar y a continuación se vuelve más distante. Tiene que estar detrás
de la montaña, creo, y mi preocupación se convierte en pánico.
Tiro con fuerza de las riendas de los perros y ellos se paran bruscamente.
Saltando fuera del trineo, uso la mano enguantada para despejar la nieve,
apartándola hasta que consigo que aparezca un parche de tierra húmeda.
Dando un tirón de la correa de cuero de mi colgante lo saco por la cabeza,
me quito la manopla con los dientes y presiono mi ópalo de fuego, aún
caliente por el contacto con mi piel, entre la palma de la mano y la hierba
mojada. Cierro los ojos e imagino a mi padre en mi mente, y la tierra me
habla.
Mi mente se congela por el pánico helado de mi padre. Petrificada por su
miedo. Según siento sus emociones, la bilis se eleva hasta el esófago y me
quema la garganta. Salto hacia arriba, escupiendo y limpiándome la mano en
el parka.
Tenemos que ir más rápido creo. Saco el cuchillo del cinturón y corto las
cuerdas para dejar libre al Caribú.
¡En marchar! —grito.
Los perros oyen el miedo de mi voz y corren como nunca lo han hecho antes.
El ciervo se desplaza y se desliza fuera de la parte de atrás del trineo hasta el
suelo, y liberados de su peso, salimos disparados como una flecha a través de
la nieve.
Casi una hora después finalmente estamos sobre la colina del valle de mi
pueblo. Tengo la garganta apretada con tanta fuerza que ha sido difícil
respirar, pero al ver las yurtas sanas y salvas, saliendo humo por los agujeros
de las chimeneas, suelto todo el aire. Me siento mareada cuando el oxígeno
me inunda el cerebro.
Pero a medida que contemplo la escena con más cuidado, veo que no hay
ningún movimiento en el campamento. Me llevo los dedos a los labios y silbo
la nota que todo el mundo sabe que es mía. La que siempre consigue los
gritos de “¡Es Juneau! ¡Ya está de vuelta!” de los niños que corren para ver
que he traído de la cacería. Pero esta vez me da la bienvenida el silencio.
Entonces noto el desorden del campamento.
Las armas y herramientas se encuentran diseminadas por el suelo. La ropa
que estaba tendida para secarse, ha volado hacia el bosque y está colgando
de los árboles, aleteando como banderas. Las cestas están volcadas, los
cereales y los granos derramados en el suelo duro. Los lados de las yurtas
más cercanas han sido arrancados de sus postes, y las telas se levantan por la
brisa. Parece como si hubiera pasado un gran vendaval.
Beckett y Neruda comienzan a gruñir, con el pelo de la espalda erizado. Los
suelto y corren hacia nuestra yurta. Desaparecen entre las telas y están de
vuelta unos segundos después, resoplando y ladrando frenéticamente. A
medida que comienzan a husmear el campamento vacío, me sumerjo por
nuestra entrada para ver el escritorio de mi padre del revés y los libros y
papeles esparcidos por el suelo.
Se ha ido. Mi corazón se detiene, y luego cuando miro hacia el suelo me
golpea fuerte en las costillas, forzando un grito en mi garganta. En el suelo de
tierra blanda, con la cuidada letra de mi padre, está escrito: JUNEAU,
¡CORRE!.
BIENVENIDO A LA SEGUNDA SEMANA DE MI PROPIO infierno.
Cuando empujo el carrito del correo a través de las puertas dobles batientes,
me muevo desde un aire perfumado y música ambiental hacia el combo del
hedor de sudor/pegamento y rock malos pelos de los ochenta de la sala de
correos.
—Eh, Junior —dice Steve, un agotado cuarentón con cola de caballo–. ¿Qué
pasa con el uniforme?
Miro hacia la camiseta de manga corta amarilla de la compañía de regulación
que llevo puesta sobre unos jeans y encojo los hombros.
—Te di pantalones azules —dice—. Se supone que debes usarlos.
—Sí, pero ya ves, Steve, hay una cosa llamada lavadora. Y se supone que
algunas veces debes de poner la ropa ahí para que no huela mal. Ya que sólo
me diste un par de “pantalones” —no puedo siquiera decir esa palabra sin
encogerme—, no tengo de repuesto.
—Amigo, para eso son los fines de semana. Me pongo el uniforme durante la
semana y luego lo lavo el fin de semana.
Por las marcas de sudor permanentes bajo sus brazos, tengo mis dudas de la
frecuencia de sus hábitos de lavandería. Pero estoy allí de pie y le miro
fijamente, sin parpadear, hasta que mira hacia otro lado y comienza a
juguetear con el dial de la radio.
—Tu padre dijo que se supone que debo tratarte como a los demás —dice sin
mirarme—, y eso significa que tienes que llevar el uniforme.
—Sí, señor —digo, evitando el sarcasmo en el tono, pero sintiéndolo con
todo mi corazón.
Debería estar en la escuela preparándome para la graduación. Sacando mi
culo de fiesta como el resto de mis compañeros de clase. Si no fuera por la
señora Cochran, estaría haciendo el vago las últimas seis semanas de escuela
secundaria y cómodamente a mi lugar en Yale.
Y si no fuera por papá, estaría viendo en casa Comedy Central.
“Trabajando en la sala de correo, estarás aprendiendo el negocio desde la
base —dijo él—. Demuestra que eres responsable y me aseguraré de que te
permitan entrar en Yale en el segundo trimestre. Pero hasta entonces, trabaja
cuarenta horas a la semana, salario mínimo, sin fastidiarlo.”
Su motivación es tan transparente como el cristal. Quiere que vea como es la
vida y si no me “preparo”. Eso, a menos que cambie, estoy condenado a
convertirme en Steve, pasando los días clasificando sobres y revolcándose en
la propia importancia de dar órdenes a todo el personal de la sala de correos.
Tiene que haber otra manera de demostrar mi valía a papá en lugar de estar
atrapado aquí durante los próximos nueve meses. Incluso unas pocas
semanas más en este agujero infernal y me explotará el cerebro. O mataré a
Steve. Me imagino rodeándole el cuello con su propio pelo y tirando fuerte.
Muerte por coleta. Podría suceder.
LOS PERROS ESTÁN AULLANDO. Tropiezo al salir de nuestra yurta y voy hacia
ese sonido. Están en la yurta de Nome, encima de una masa de piel y sangre.
Sus huskies. Han sido fusilados. Me ahogo conteniendo las lágrimas: Yo
conocía a esos perros, tan bien como me conozco a mi misma.

Tenemos un rifle en el clan y sólo se utiliza en la muy rara ocasión del ataque
de un oso. Nuestras pocas balas se utilizan con moderación. Pero las tripas
esparcidas por el suelo a mi alrededor no son de nuestra arma. ¿Máquinas
voladoras? ¿Pistolas? Esos bandidos están terroríficamente bien equipados.

Salgo corriendo de la yurta de Nome y entro en la de Kenai. Vacío. Hay otro


montón de piel sangrienta detrás de esa yurta, y en la desembocadura del
bosque veo más perros esquimales muertos.
Pero no hay gente. Reviso las veinte yurtas, dejando la de Whit para el final.

Nuestro fuego del Sabio está fuera, su llama apagada. Me quedo ahí,
confundida, hasta que recuerdo que salió ayer para su retiro. En la cueva en
el lado oculto de Denali donde va un par de veces al año para "refrescar su
cerebro", como él lo llama. Nunca me ha llevado, pero sé dónde está. Con
toda la exploración que Nome, Kenai, y yo hemos hecho, no hay una pulgada
de nuestro territorio que no haya visto.

Mi corazón se encoge cuando pienso en mis mejores amigos y dónde podrían


estar ahora mismo. ¿A qué peligro desconocido está expuesto mi padre y el
resto mi clan? Si aún siguen con vida. Muevo la cabeza y me niego a permitir
que ese pensamiento se quede en mi mente.

Tengo que llegar hasta Whit. A pesar de que no había previsto este ataque,
tal vez sepa lo que pasó. Tomo mi gran paquete del estante en la parte
posterior de la yurta de Whit. El que uso en nuestras lecciones diarias cuando
viajamos al bosque a buscar las plantas y los minerales utilizados para el Rito.

¡Juneau, corre!

Las palabras de mi padre me agitan para que vuelva a la acción. Tomo bolsas
de hierbas secas, frascos de extractos vegetales, polvos y piedras preciosas
de las estanterías de Whit y las guardo en la mochila. No sé lo que va a
necesitar, así que tomo un poco de todo. Agarro una pila de sus libros más
preciados del escritorio y los guardo con el resto.

Silbo y los perros vienen corriendo.


—Buenos muchachos —les digo mientras se sientan en frente del trineo
esperándome para azotarlos. Aseguro el paquete al trineo y luego mirando
hacia atrás, a mi hogar, les digo a los perros que esperen y me abro camino a
través de las solapas.

Veo el fuego y estoy tentada de Leerlo. Pero no puedo ignorar las palabras en
el suelo y optar por esperar hasta que llegue con Whit. Y aunque sé que el
fuego se apagará por sí solo, tomo el balde de agua de nieve derretida y la
tiro sobre las brasas.

Recojo la fotografía enmarcada de mis padres que está en mi mesa de noche.


Fue tomada un mes antes de la emigración de nuestro clan. Un mes antes de
la guerra. Mi madre y mi padre de pie, en frente de su casa en Seattle. La
cabeza de mi madre descansa en el hombro de mi padre, y él tiene ambos
brazos alrededor de ella.

En la fotografía ella es como yo. Cabello negro, largo y lacio cortesía de su


madre china, ojos separados y los pronunciados pómulos de su padre
americano. Papá dijo que si no se hubiera ahogado cuando yo era todavía
una niña pequeña, ahora pareceríamos gemelas.
En esta vieja foto, mi padre está exactamente igual que hoy, a excepción de
una diferencia: Es más feliz. Más despreocupado. "La calma antes de la
tormenta," como dice él cuando se refiere a esos días.

Deslizo la fotografía fuera el marco y cuidadosamente la introduzco en el


bolsillo de mi abrigo. Antes de salir de la yurta, me agacho y toco el mensaje
de mi padre, borrando todo excepto la letra "J". Si regresa, él sabrá que lo he
visto.

Dirijo a los perros hacia el bosque. En el momento en que llegamos a los


árboles, escucho la máquina voladora de nuevo. El ruido cortante de alas
viene desde muy lejos, apenas audible pero cada vez más fuerte cada
segundo. Me doy cuenta aterrorizada de que los bandidos están regresando.

Se necesita un gran esfuerzo para apartar el miedo a un lado. Mantén la


calma, pienso y le hago a los huskies parar. Echo un vistazo atrás, a nuestro
campamento y dudo un segundo antes de saltar del trineo y correr hacia el
claro. Rompiendo una rama baja de un árbol, la uso como una escoba para
barrer las pistas del trineo, siguiendo mis propios pasos estoy de nuevo en los
árboles. Miro hacia atrás mi obra, nadie podría ver que habíamos estado allí
o cómo nos habíamos ido.

—¡En marcha! —grito, y estamos más allá cruzando el camino boscoso tan
rápido como un halcón cazando. Justo a tiempo. El ruido está casi encima de
nosotros. Aunque estoy agradecida por la cobertura espesa de los árboles,
me impide ver lo que está volando por encima. Todo lo que consigo
vislumbrar es metal brillante a través de las ramas.

Abarcamos una distancia que debería haber llevado una hora en casi la mitad
del tiempo. Ni siquiera tengo que decir a los perros a qué velocidad deben ir.
Ellos sienten mi miedo y vuelan.

La cueva de Whit está vacía cuando llegamos. No sólo está vacía, pero por las
telarañas y el olor a húmedo, está claro que no ha habido fuego aquí durante
meses. Trato de ignorar el agudo aguijón de la decepción, el nudo en la
garganta. Tiro del trineo a la entrada de la cueva para ocultarlo de la vista.
Estoy temblando mientras los huskies se limpian y corretean alrededor.

Recuerdo el chop chop chop de la máquina voladora, y se dispara un


recuerdo de la lectura de un artículo en nuestra enciclopedia de la escuela:
“Enciclopedia Británica”, 15a edición, impresa en 1983, el año antes de la
Tercera Guerra Mundial. La llamamos "La EB", mientras citamos docenas de
veces al día. Al igual que todos los niños del clan, tengo tanta curiosidad
salvaje por el mundo exterior, un mundo ahora extinto, que prácticamente
he memorizado toda la serie de treinta volúmenes.

Pero el recuerdo específico acerca las máquinas voladoras se queda fuera de


alcance. Recojo un montón de leña de la pila de Whit y la acumulo en medio
del suelo de la cueva, en un lugar ya negro de tantas antiguas fogatas. Pongo
sólo dos troncos. No me voy a quedar aquí el tiempo suficiente como para
necesitar un fuego más grande en busca de calor.

Una vez que las llamas se encienden y los perros se cubren a sí mismos cerca
del fuego, vacío mi paquete. Coloco los libros a un lado, busco en las bolsas,
las rocas y el bulto de hojas hasta que encuentro lo que estoy buscando, el
polvo de fuego de Whit y vierto un poco en mi mano.

Una de las primeras cosas que me enseñó Whit era cómo conectarse al Yara.
Con el fin de Leer —para hacer la voluntad conocida por el Yara y recibir una
respuesta, si el Yara decide concederte una —debes ir a través de la
naturaleza. Utilizamos huesos de animales para localizar a las presas. El polvo
de fuego ayuda a proporcionar una buena conexión visual con el fuego,
puesto que en realidad no puedes tocarlo. Pero yo uso mi ópalo para la
mayoría de otras cosas. Whit dice que estos objetos son conductos, lo que
ayuda a que la información se mueva hacia atrás y hacia adelante.

Me instalo en el suelo, delante de las llamas. Inclinando la cabeza, exhalo y


trato de relajarme. Para dejar que el pánico y el terror del día se alejen de mí.
Abro los ojos y miro las llamas, siento que los latidos de mi corazón se calman
y la respiración se vuelve superficial. Lanzo el polvo sobre el fuego.

—Padre. —Mis labios se mueven. La palabra sale. Pero yo sé que no es el


sonido lo que importa. Se centra en quién es el que dirige los elementos. Lo
que comunica el Yara es lo que deseo ver.

Mientras las imágenes de mi padre aparecen en mi mente, hago lo que Whit


me ha enseñado buscando justo encima y hacia la derecha de las llamas. Veo
algo formándose en el aura resplandeciente del fuego. Estoy dentro de una
máquina voladora, los miembros de mi clan sentados alrededor con sus
manos unidas a la espalda. Mi corazón se tambalea cuando veo a Nome
sentada al lado de su madre, sollozando, pero incapaz de limpiarse las
lágrimas. La vista debe ser a través de los ojos de mi padre. Fuera de las
ventanas hay otras cuatro máquinas voladoras: dos delante y una a cada
lado.

A medida que los estudio, viene de nuevo a mí: "helicópteros" era la palabra
coloquial que aparece en la EB; el sonido cortante viene de sus cuchillas
giratorias que atraviesan el aire. Helicópteros, recuerdo. Pero las máquinas
en el fuego son mucho más grandes que los de la imagen que recuerdo de la
EB. Y a partir del tamaño de los vehículos en las llamas, no habría suficiente
espacio para todo el clan a bordo. La imagen está ahí, delante de mí, pero mi
cerebro no puede aceptar lo que dice: que hay una tropa de bandidos lo
suficientemente grande y organizada, con vehículos de trabajo y
combustible, para arrasar y tomar mi clan.

Me gustaría que el Yara me mostrara más. Que me diera una idea de hacia
dónde se dirige mi padre o al menos me mostrara su rostro. Pero como Whit
a menudo me recuerda, el Yara no siempre te da lo que quieres. Se toma lo
que te ofrece.

Trato de pensar en lo que los bandidos podrían hacer después. No tiene


sentido. Se llevaron a mi gente, no nuestros recursos. Además de la masacre
de nuestros perros, que probablemente estaban defendiendo a sus amos, el
campamento fue dejado intacto. Lo que querían, parecía como si no lo
hubieran conseguido. Porque volvían. Y si todo lo que querían era a mi clan,
entonces la única razón por la que regresarían sería encontrar a sus
miembros desaparecidos: Whit y yo.

Cierro los ojos y cambio mi enfoque a Whit. Digo su nombre y lo imagino en


mi mente. Su rostro juvenil con los pómulos altos y sus ojos mirando al vacío,
como si viera todo un mundo que otros no pueden.

Y en las llamas veo lo que ve. Presionado contra ambos lados de él se


destacan dos hombres enormes vestidos de camuflaje, que lo sujetan por los
brazos. Ellos deben estar en la organización de los bandidos que secuestraron
a mi clan, creo, entonces me concentro más. Whit está siendo llevado a algún
lugar por los hombres y hay agua al lado de ellos. ¿Un lago? No. Mi corazón
se acelera. El océano. Lejos de nuestro territorio. Tres días de viaje en trineo
de perros ha dicho mi padre. Tres días lejos de todo lo que he conocido. Pero
allí es donde voy. ¿Qué otra opción tengo?
—¿QUÉ QUIERES DECIR CONQUE ÉL HA DESAPARECIDO? —ruge mi padre en
el teléfono.

Estoy frente a la televisión comiendo un plato enorme de lasaña casera que


la señora Kirby dejó en el horno. Me recuesto en la silla y miro a través de la
puerta abierta a la oficina de papá. Como de costumbre, está comiendo la
cena en el escritorio delante del ordenador portátil, con ambos teléfonos, fijo
y celular, a su alcance.

—¡Pensé que teníamos un trato! —Mi papá se está poniendo morado. Lo que
es extraño en él, igual que los gritos. Generalmente es uno de esos tipos con
cara de piedra que asusta de muerte a todo el mundo actuando tan
tranquilo. Agarro el control remoto y desactivo el sonido para poder escuchar
su descontrol.

—No te he enviado todo el camino desde Los Ángeles a Anchorage sólo para
que se me escape este acuerdo entre los dedos. Sabía que tenía que haber
ido yo mismo. —Papá se pasa la mano por el cabello y se levanta a caminar
por la habitación. Echando un vistazo hacia donde estoy, me ve
observándole. Va pisando fuerte hacia la puerta y la cierra de un golpe.

Siento que me arde la cara y levanto el control remoto para subir el sonido,
bloqueando los gritos de mi papá. No sé por qué dejé que me afectara, ya
debería estar acostumbrado a sentirme excluido.
CORREMOS A TRAVÉS DE LA TUNDRA CONGELADA, persiguiendo a los
fantasmas en el fuego y escuchando el peligro del cielo. Ahora que hemos
dejado el bosque, no hay cobertura. Estamos a mediados de abril, en apenas
un mes la nieve se habrá ido y el paisaje se transformará durante la noche
desde el blanco de la tundra a marrón, la nieve a verde, y los pastos gruesos
en púrpura con las flores silvestres. Pero por ahora, somos un blanco en
movimiento en contra de los campos cristalinos con vetas y arroyos
congelados.

Todavía no sé qué camino vamos a tomar para ir hacia el mar, pero eso no
importa. Tengo que hacer una parada antes de salir del territorio del clan.

Beckett y Neruda reducen la velocidad a medida que estamos cerca del


refugio de emergencia. Han estado aquí antes y sienten hacia dónde vamos.
Se detienen en la roca que marca el borde de la frontera de nuestro clan y
salto del trineo para despejar la nieve de una muesca en la base de la roca.
Metiendo los guantes en los bolsillos. Uso los dedos para desenterrar el
borde del césped suelto. Siento la lona y sujetándola con ambas manos, tiro
de ella hacia atrás para exponer la trampilla.

Whit hizo el resorte de la puerta por lo que incluso el más pequeño de los
niños podría acceder al albergue si fuera necesario. Todo lo que requiere es
un ligero tirón en el anillo y los pesados tablones se abren hacia arriba,
revelando una escalera de madera que desciende hacia la oscuridad. Camino
unos pasos y luego tomo la linterna de un gancho en el techo de la cueva.
Usando mi pedernal, enciendo la mecha aunque realmente no necesito su luz
porque conozco este lugar de memoria. Nome, Kenai, y yo los revisamos una
vez al mes, durante todo el año, para asegurarnos que los autoñeros no han
descubierto nuestros víveres. Nosotros ordenamos las carnes secas y nos
aseguramos de que los gusanos no se hayan quedado el resto.
Nos enseñan este refugio tan pronto como podemos conducir un trineo
tirado por perros. "Por si acaso" nos dicen nuestros padres. Todos sabemos
lo que el "caso" significa. Ataque por bandoleros. Ser descubiertos por los
supervivientes de la guerra. El refugio nos ha ocultado el puñado de veces
que Whit ha Leído a los bandoleros cerca. Ha sido una parte integral de
nuestra seguridad desde el principio.

Lo que nunca habíamos planeado era un secuestro de todo el clan. Así que
no hay nadie aquí a mi encuentro. No hay nadie que espere. Solamente los
suministros para recoger antes de huir. Tomo una de las bolsas vacías y la
lleno con suficientes provisiones para los perros y para mí. Tres. . . no, cuatro
días de comida. Desengancho la carne seca y el pescado de donde cuelgan en
el techo, fuera del alcance de los roedores; frijoles secos que pueden ser
hidratados en la nieve derretida, una olla y mi trineo ya tiene lo básico de
supervivencia en caso de quedar atrapados durante la caza; pieles y una
pequeña tienda de piel de caribú. Pero por los tres días en el aire libre, tomo
una de las tiendas de campaña de invierno, de cuero curado blanco, que será
invisible en la nieve.

Y por último, en caso de que sea capturada, traigo un seguro. Algo valioso
que puedo usar para negociar con los bandidos.
Hago tres viajes entre el refugio y el trineo antes de estar lista.
¿Lista para qué? Pienso, dándome cuenta que no tengo ni idea a dónde voy.

Hasta que no tenga una señal de donde está capturado mi clan, lo mejor que
puedo hacer es intentar encontrar a Whit. Sus secuestradores deben ser
parte del mismo grupo de bandidos. Miro hacia el sol, ya muy al oeste y
luego a la sombra de la roca proyectada en la nieve. Tengo por lo menos tres
horas hasta la puesta de sol. En pleno verano tenemos veinte horas de luz
funcional, en comparación con los días cortos de cinco horas en invierno.
Conozco el calendario de la tierra como conozco mi propio cuerpo. Hoy tengo
tiempo para viajar una buena distancia antes de la puesta de sol
No hay tiempo que perder. La temperatura bajará con la puesta del sol, y
aunque tengo mi arsenal contra el frío, necesitaré todas las ventajas que
pueda conseguir en este nuevo terreno.
—¡En Marcha! —le grito a los perros innecesariamente. Ellos ya están en
marcha y estamos una vez más cruzando la extensión blanca hacia el sur. Al
otro lado de la frontera, fuera de la protección de mi clan y hacia a la vida
salvaje.
***
Corremos durante una hora antes de intentar Leer.
Serenidad. Tu conexión con la tierra. Un espíritu tranquilo es esencial. Oigo las
palabras de Whit en mi mente, con su tono práctico. Serenidad. No es mi
estado de ánimo en este momento. El pánico, tal vez. Inseguridad. . . miedo,
sin duda. Va a costarme bastante llegar a la serenidad en poco tiempo.

No tengo otra opción. La única cosa que me dirige es mi conocimiento


general que el océano se encuentra al sur. Voy a necesitar más que eso o
podría perder horas valiosas. Whit ya estaba en el océano cuando lo vi en
tiempo presente. Y mi clan fue tomado por aire. Me estoy moviendo a un
ritmo muy lento en comparación con ellos. Incluso pueden no estar en Alaska
más. Incluso pueden no estar vivos. La realidad me golpea como una piqueta.

¡Detente! me reprendo yo misma, apretando los puños contra el riel del


trineo. A lo lejos, veo a una bandada de gansos canadienses volando hacia
nosotros en una perfecta V. Están volando hacia el norte, de regreso a Alaska
en su migración de primavera. Ajusto nuestra trayectoria ligeramente para
alinearnos con su vuelo de manera que apuntamos hacia el sur, y luego grito,
—¡Con calma!

Los perros van más lento, y en —¡Detenerse! —se detienen. Salgo del trineo
y me inclino hacia abajo para limpiar la nieve del suelo. Sacándome el ópalo
por la cabeza presiono la tierra. Pienso en mi padre y no sale nada en
respuesta.
El miedo me atraviesa. Esto nunca ha sucedido. ¿Quiere decir que está
muerto?, o ¿simplemente demasiado lejos?

Cambio la imagen en mi mente a la Whit y siento una oleada repentina de


ansiedad. El hecho de que Whit está terriblemente preocupado no debería
ser sorprendente, pero respondo con mi propio miedo. Salto de nuevo en el
trineo y grito —¡En marcha! —Estamos fuera, corriendo hacia el sur hasta el
mar.

Hay quince horas de luz natural y eso es el tiempo que corremos cada día,
descansando lo suficiente para comer cuatro comidas y parando en el
crepúsculo para acampar. Las primeras dos noches me siento fuera en la
oscuridad, mirando las estrellas. En la tercera, soy recompensada con la
aurora boreal. Sus luces de colores brillan como estandartes de seda.

He sentido la tierra una docena de veces al día y no puedo conectar con mi


padre. No hay emociones resonando a través de mis dedos mientras pulso la
tierra mojada con el ópalo. Pero ahora me encuentro bajo la aurora
completamente inmóvil, con los brazos levantados y el ópalo apretado en
una mano y Leo el viento. Me pregunto si mi padre todavía está vivo, y de
pronto, en medio de la tundra árida, el olor de una fogata llega a la nariz,
junto con el olor de la cocción de carne. Y sé que, donde quiera que esté, mi
padre está vivo y se alimenta. Doblo los brazos sobre el pecho, abrazándome
a mí misma, estoy mareada de alivio. Sonrío cuando veo los colores por
encima de mí explotando en pulsos de azul y verde. Vuelvo a la carpa
sintiéndome consolada. Por primera vez desde que salí de nuestro territorio,
enterrada profundamente bajo las pieles en mi tienda de campaña, entre dos
huskies, duermo bien. Duermo profundamente.
DEJO FUERA ALGUNAS CARTAS CON LA SECRETARIA DE PAPÁ cuando le
escucho gritar otra vez.
—¡No sé por qué ella es tan importante, pero lo es! Aparentemente todo el
trato depende de ella…. ¡No me importa qué le digas a tus hombres! Di que
es una espía industrial con información de la droga que quiero. Eso es
cercano a la verdad. ¡Sólo consigue tanta gente en la calle como puedas!
La secretaria de papá me mira y rueda los ojos.
—¿Qué sucede? —Le pregunto.
—Ha estado agitado los últimos días. Supongo que se está desmoronando
algún trato que realmente quiere.
Toma su taza de café y la lleva a la sala de descanso.
Papá ha bajado la voz, así que me acerco a la puerta.
—Mi informante dice que probablemente esté viniendo de Alaska en barco
—dice él—. Estaría desembarcando en cualquier lugar de la costa oeste. Todo
el mundo estará detrás de ésta chica. Tenemos que llegar a ella antes que
nuestros competidores lo hagan. Diablos, registraría las calles por mí cuenta,
pero tú eres el experto en seguridad, así que estoy confiando en ti para que
la encuentres.
Una cacería, pienso. Esto suena interesante.
EL TERCER DÍA EMPIEZO A NOTAR LA EVIDENCIA de bandidos. Hasta ahora,
los huskies y yo hemos logrado eludir cualquier señal de vida. Ayer llegamos
con la vista de un camino pavimentado. Lo evité, dirigiendo a los perros lejos
y poniendo una montaña para bloquear la visión entre nosotros y la reliquia
de una civilización muerta.
Pero hoy, mientras nos acercamos a la costa, nos vemos forzados a cruzar un
camino, y luego otro. Al no ver rastro de humanidad, renuncio a continuar
siguiéndolo a la distancia. Después de un tiempo una pequeña estructura
salta a la vista. Un tipo de complejo construido en vidrio y madera con dos
especies de máquinas sobre una base frente a él. Inmediatamente reconozco
lo que es a partir de las fotos de nuestros libros: Una estación de gasolina.
Obviamente una abandonada. La reserva de combustible debió haber estado
ubicada entre las bombas y era usada para llenar los autos con gasolina.
Aunque la vista me llena de una especie de horror emocionante, no puedo
evitar sonreír. Es mi primer destello real del mundo exterior, en el que he
pasado mi vida entera.
Los laterales del edificio están cubiertos con ilustraciones desgastadas.
Anuncios, me recuerdo a mí misma, saboreando la palabra por la boca como
dulces de miel, que se están medio cayendo y oxidados.
Los perros no prestan atención al lugar mientras aceleran, y una vez que ha
desaparecido de mi visión, respiro con alivio. He visto el mundo exterior y no
ha pasado nada malo.
Al pasar por un par de edificios abandonados, uno con un auto quemado y
sin llantas estacionado eternamente afuera, crece mi confianza. Los bandidos
no se esconden en cada esquina, como siempre imaginé. Tal vez quienes
secuestraron a mi clan son los únicos supervivientes. Tal vez seré capaz de no
sólo encontrar a mi clan, sino de alguna manera liberarlos.
Cuando éste destello de esperanza atraviesa como un rayo de sol a través de
las nubes oscuras de mi mente, veo algo más en el horizonte. Algo
moviéndose. Viniendo por el camino hacia nosotros, solo un punto en la
distancia, pero haciéndose grande al pasar los segundos.
—¡Detenerse! —Grito y dirijo a los perros fuera del camino detrás de un área
de de abetos que han empezado a puntuar regularmente la extensión sin
árboles de la tundra.
Los perros descansan en el suelo plano, jadeando, y extiendo la tienda de
blanca de piel sobre el trineo haciéndonos invisibles contra la nieve. Me
acurruco detrás y veo como el coche se hace grande por momentos. Se
parece a uno de los vehículos del ejército de la EB, como un jeep, pero el
doble de grande, y rojo brillante como un campo de amapolas.
El corazón me da un vuelco. El auto es nuevo. No de treinta años de
antigüedad. No está oxidado o improvisado a partir de piezas de repuesto
como los autos de bandidos que Kenai dibujaba para ilustrar las historias
salvajes de Nome.
Éste auto parece que fue construido recientemente. Pero sé que eso es
imposible. ¿Cómo puede existir una fábrica de coches en un mundo que se
muere? A menos que los bandidos se hayan organizado entre ellos, pero aun
así…
El auto sube la velocidad pasando nuestro escondite y obtengo una visión de
sus pasajeros: un hombre conduce, una mujer a su lado. Se están riendo. Y en
el asiento trasero hay un niño.
No parecen desesperados supervivientes de un apocalipsis; parecen una
familia feliz.
Me agacho, sorprendida, mientras el auto desaparece en la distancia.
Después de un minuto, me sacudo la confusión de encima y me fuerzo a
moverme, empujando la tienda fuera del trineo, guardándolo, y dirigiendo a
los huskies para correr. No tengo tiempo que perder.
Mientras el trineo se sacude hacia delante, automáticamente alcanzo el
ópalo de fuego. Me siento perdida, pero mi amuleto me recuerda que no
importa lo raras que sean las cosas que encuentre en este nuevo mundo, el
Yara me guiará. Y una pizca de consuelo se asienta en mi corazón.
Estamos casi en la costa. Puedo sentir el cambio de aire y el olor salado en las
salvajes ráfagas de viento. El ritmo de los perros se acelera mientras se
apresuran a éste factor desconocido. Nunca habían estado fuera de nuestro
territorio tampoco, siendo la tercera generación de perros criados en nuestro
clan. Pero por el meneo alegre de sus pasos, sospecho que el conocimiento
del mar está incrustado profundamente dentro de su psique.
Alcanzamos lo alto de la montaña y salto del trineo para ver la magnífica vista
que se extiende ante nosotros. El océano en toda su amplia y salvaje
grandiosidad. Las historias que escuché y las fotos que estudié no le hacen
justicia. Sus olas movidas por el viento se extienden por todo el horizonte,
moviéndose siempre, mientras pájaros blancos chillan zambulléndose y
hundiéndose debajo de la superficie. Las lágrimas me brotan en los ojos, y
siento la emoción del curso del descubrimiento a través de las venas.
Luego mi mirada desciende y el mundo se detiene de golpe. Me las arreglo
para mantener las rodillas bloqueadas por un momento pero luego se
desploman al suelo. No puedo respirar. No puedo pensar. No puedo hacer
otra cosa más que arrodillarme en la nieve y mirar a lo imposible.
Debajo de mi hay una ciudad. No está en ruinas. No está diezmada por la
guerra y envenenada por la radiación. Es una ciudad próspera, con grandes
edificios de cristal que brillan en el sol de la tarde. Gente, no bandidos, gente
normal, caminando por las calles. Autos que se ven nuevos, más redondos
que los de la EB, están circulando por las calles y estacionados unos al lado de
los otros. Esto no es un páramo post-apocalíptico. ¿Dónde estoy? ¿Qué está
pasando?
Mi garganta se estrecha con tanta fuerza que toso y luego jadeo en el aire
frío. Mi cuerpo está adormecido por la conmoción y mi mente es un revoltijo
de pensamientos, tropiezan, y tropiezan y entonces todo cesa. Me siento. Y
veo. Tratando de entender.
SALTO HACIA ATRÁS LEJOS DE LA PUERTA SEGÚN VIENE PAPÁ pisando fuerte
de su oficina.
—Hijo ¿esperabas para verme? —pregunta distraído.
—No, sólo estoy dejando el correo. —Le digo, mientras sostengo un par de
sobres como prueba.
—Me iré en unas horas para la conferencia de fin de semana en Denver de la
que no me pude salir —dice, ya alejándose—. Y después de eso, hay unos
negocios en otro lugar de los que debo encargarme, así que no estoy seguro
de cuando estaré de vuelta. Pero estaré comprobando lo que haces, y le diré
a la señora Kirby que se quede en casa.
—¡Pero papá! —protesto—. Tengo dieciocho malditos años. No necesito una
niñera. —Tan pronto como las palabras salen de mi boca, me siento como de
ocho.
Papá se da la vuelta y me lanza una mirada.
—Es precisamente porque tienes dieciocho años que necesitas un supervisor.
Tengo muchas cosas de las que ocuparme en este momento. No necesito que
te metas en más problemas.
—Gracias por el voto de confianza —le digo, pero ya se había ido.
PASAMOS LA NOCHE EN LO ALTO DE LA MONTAÑA, observando, esperando.
Quiero entender esta ciudad antes de poner un pie en ella. Los perros
durmiendo calientan la tienda con su cálida respiración, y estoy mitad
dentro, mitad fuera, con los faldones de la tienda alrededor mío para
mantenerme cálida. No estoy fría. Hay una llama ardiendo dentro de mí
desde que mi clan desapareció, y este nuevo misterio ha hecho que arda más
intensamente.
Mastico un pedazo de carne seca de venado mientras miro la ciudad. Cerca
de la línea de la costa, un bosque de edificios altos se amontonan,
haciéndose más escasos y cortos a medida que se extienden hacia fuera del
centro de la ciudad. En los bordes de la ciudad hay grupos de casas salpicadas
de pequeños parques y centros de abastecimiento. Trato de recordar cómo
se llaman…. Tiendas.
Durante las pocas horas antes del atardecer, un número de coches salen de
la ciudad, dirigiéndose hacia las afueras. Veo que algunos conducen
directamente a sus casas y otros se detienen antes en las tiendas. Las
personas, diminutas como hormigas desde mi punto de vista, emergen con
carritos de metal rodantes llenos de suministros, los apilan en el coche y una
vez en casa, los transfieren a la casa.
Mi mente lucha con lo que mis ojos están viendo. Gente, gente regular, van a
trabajar y luego regresan a casa con sus familias. Niños juegan felices frente a
sus casas, arropados en sus trajes para nieve de colores brillantes. Parecen
estar completos de combustible (Conté al menos diez estaciones de
gasolina), y los suministros parecen ser abundantes.
Trato de dejar mis sentimientos de lado, confusión, shock, miedo, y usar cada
gramo de racionalidad que poseo. No puedo dejarme entrar en pánico. Si no
puedo mantener la mente fría, no seré capaz de encontrar a mi gente. Y la
idea de estar sola en este mundo es una de las que he tenido que descartar
repetidamente. La idea es muy aterradora para considerarla. Tengo que
permanecer enfocada en mi meta: encontrar a Whit. Luego, juntos,
encontrar a nuestro clan.
Muchas preguntas son lanzadas en mi cabeza. ¿Cómo puede esta ciudad
haber escapado de la catástrofe nuclear de la Tercera Guerra Mundial?
¿Pudo haber sido reconstruida en tres cortas décadas? Y si ésta ciudad
sobrevivió, ¿hubo otras también? Veo barcos entrar y dejar el puerto. Deben
de ir a algún lugar.
Lo que estoy viendo es una imposibilidad: Una civilización metropolitana
próspera a tan solo tres días de nuestra aldea. Saco mi ópalo de fuego del
cuello y lo sostengo en la palma contra el suelo. Aun no hay conexión con mi
padre. Y el viento no me da nada.
Alejo de mí el creciente sentimiento de alarma. Nunca había estado lejos de
mi padre, de mi clan, durante más de un día o dos en los extraños viajes de
campamento con mis amigos. Y en ese tiempo, disfrutaba de la soledad, a
sabiendas que todos estaban sanos y salvos en sus yurtas. A diferencia de
ahora. Suspiro profundamente y trato de espantar los alarmantes
pensamientos amontonándose dentro de mí.
Cambio mi enfoque a Whit. Imagino esa cara que conozco tan bien como la
de mi padre, y el Yara me muestra sus emociones. Miedo. Confusión. Si no
puedo sentir a mi padre y puedo sentir a Whit, tal vez eso signifique que él
sigue cerca.
Aunque las pequeñas personas de abajo no parecen amenazantes, no quiero
llamar la atención. Prefiero verlos como lo hago con mi presa mientras cazo.
Observo sus patrones. Los entiendo antes de hacer un movimiento. No me
atrevo a encender un fuego aquí en la montaña, pero si lo hiciera, usaría el
polvo de fuego para preguntarle al Yara dónde está Whit. Debo esperar hasta
mañana para usarlo de una manera menos visible para leer su ubicación.
Me muevo dentro de la tienda, asegurando los faldones fuertemente detrás
de mí, y se asentándolas entre mis capas de pieles, escuchando el sonido de
las respiraciones de los huskies durmiendo y el sonido alienígena de una
civilización en la distancia.
El sol acaba de salir. La ciudad duerme. He escondido el trineo y los
suministros más voluminosos en las afueras de la ciudad, tomando
solamente la gran mochila que llevo atada en la espalda. Beckett y Neruda
caminan protectoramente uno a cada lado mío mientras cruzamos las zonas
de viviendas periféricas.
A medida que nos acercamos al centro de la ciudad, más y más tiendas
aparecen hasta que estamos caminando por un camino ancho bordeado de
negocios en ambos lados. Escucho un ruido y me congelo mientras un coche
se aproxima a nosotros por detrás. El pelaje de los perros se eriza y se ponen
más cerca de mi cuando un hombre sale del coche y se acerca a una de las
puertas de las tiendas. Saca algo del bolsillo y empieza a moverlo en la manija
de la puerta.
Abriendo la puerta, se sacude la nieve de las botas, mirando brevemente
hacia arriba y abajo de la calle antes de entrar en el interior de la tienda. Al
verme, sonríe cortésmente, asiente con la cabeza y dice —¡Buenos días! —Y
desaparece dentro de la tienda. Permanezco congelada otros diez segundos,
y cuando no vuelve con una pistola cargada u otra arma mortífera, respiro de
alivio en una nube de aire tibio.
En mis diecisiete años he conocido sólo a cuarenta y seis personas. Las
mismas personas cada día, de las cuales conozco todo de cada uno. Y acabo
de ver a un hombre con el que nunca voy a hablar y nunca conoceré. Camino
pasando por la tienda y lo veo dentro caminando de aquí para allá
animadamente y puf, sigo caminando, no existe más para mí. Puedo oír a
Dennis en broma reprendiéndome en la escuela. “Juneau, danos un descanso
y guarda el existencialismo para nuestro grupo de discusión de filosofía.”
Unos minutos después, una mujer con cabello blanco da unos pasos fuera de
la puerta y una vez más, estoy petrificada con alarma. Su rostro está
arrugado, y aunque he visto fotos de gente vieja antes, esta la primera vez
que soy testigo de una con mis propios ojos. Me siento como si estuviera
viendo a un alienígena, alguien de un mundo lejano. Mi espina hormiguea
con la novedad de la experiencia.
Ella se da la vuelta y capta mi mirada pero, después de echar una mirada de
curiosidad a los perros y a mí, nos ignora y se va de largo por su camino. Veo
un área cercada de césped y árboles, voy en línea recta hacia ella y me
refugio en un banco. Me siento ahí con los perros mientras la ciudad vuelve a
la vida. Hasta que puedo ver gente ir y venir sin que mi corazón se acelere.
Un hombre se sienta en un banco frente a mí, coloca una humeante taza
blanca al lado de él, y saca un periódico. Le digo a los perros que se queden
quietos y camino hacia él. Me mira, y sus cejas se arquean por la sorpresa.
Puedo decir que me veo extraña para él. Nunca había visto a alguien vestido
en pelajes y pieles.
—¿Puedo ayudarte? —pregunta.
—¿Dónde estamos?
Mira alrededor y vuelve a mirarme a mí.
—En un parque —dice él, encogiéndose de hombros.
—Sé que estamos en un parque —respondo—. ¿Pero qué ciudad es ésta?
—Anchorage—responde. Entorna los ojos como si pensara que es una
pregunta trampa, y su expresión cambia a preocupante—. ¿Estás perdida? —
pregunta.
—No —le digo, y silbo a los perros, que me flaquean en segundo plano.
Empezamos a dejar el parque, pero dudo. Cuando me doy la vuelta, el
hombre sigue mirándome, y tengo que preguntar.
—Dime, ¿cómo escapó esta ciudad de la guerra?
—¿Qué guerra? —pregunta, intrigado.
—La Tercera Guerra Mundial. La última guerra. La guerra de 1984. —
respondo, identificándola en cada manera que sé.
Abre la boca y escupe las palabras que, desde la noche anterior, sospecho
que son ciertas.
—No ha habido una Tercera Guerra Mundial —dice—. Toco madera. —Y da
unos golpecitos con sus nudillos contra el banco del parque.
Siento una oleada de náusea dentro de mí. Me tengo que sentar. Mi cara y
mis palmas se humedecen, y creo que voy a vomitar. Regreso al banco en el
parque y pongo la cabeza entre las rodillas hasta que la náusea pasa. Veo que
el hombre se va, lanzándome una mirada preocupada antes de empujar la
puerta de metal y desaparecer. Trato de razonar lo que me dijo.
No hubo guerra. Sigo sin poder creer que hemos estado tan cerca de esta
ciudad, sin saber nada. ¿Cómo mi padre y los otros mayores pudieron haber
estado tan equivocados?
Me doy cuenta de que no hay manera de que pudieran saber qué pasó. Se
han aislado en sí mismos durante treinta años.
Aparto esos pensamientos a un lado. Tengo que encontrar a mi clan. Aun si
sus secuestradores no son bandidos, tomaron a mi gente y mataron a
nuestros animales. Y sigo sin encontrar a Whit. Necesito tener una señal clara
de qué hacer.
Y de repente viene la persona correcta. Alguien cuyos pensamientos son
libres de las restricciones de realidad. Cuya mente es lo suficientemente
abierta para acceder al inconsciente colectivo compartido con todos los
humanos del pasado, presente y futuro.
Es una mujer anciana vestida con un abrigo de harapos. Empuja la puerta de
metal, arrastrando tras ella un auto de metal con extrañas cosas apiladas:
zapatos viejos, pilas de papel, latas de aluminio atadas con una cuerda que
hacen ruido cuando se arrastran detrás de ella.
Atraviesa el parque y viéndome, se aproxima. Beckett y Neruda se pegan a sí
mismos a cada pierna mía pero no gruñen. Se detiene en el otro extremo de
mi banco y lentamente baja hasta sentarse. Guardando su auto al lado de
ella, lo acaricia con cariño, como si se tratara de un bebé en un auto en lugar
de una montaña de basura. Luego se da la vuelta y mira vagamente hacia mí.
Su expresión es vidriosa, opaca.
—Los hombres, ellos pusieron una cámara dentro de mi televisión y vieron
todo lo que hice —dice con naturalidad—. Incluso llegaron a poner una
cámara en mi ducha.
Ignoro su despeinada apariencia y paranoico discurso y la veo por como es.
Un regalo del Yara.
—¿Puedo sostener su mano? —le pregunto. Ella duda y la sospecha cruza por
su rostro. Inclinándose hacia adelante, sostiene mi mirada en la suya. Luego,
encontrando lo que buscaba, da un asentimiento satisfecho y saca su guante
derecho. Quitándome las manoplas, tomo su mano nudosa y agrietada en la
mía y sostengo el ópalo en la otra.
—Gracias —le digo—, por ser mi conexión con el Yara. Necesito preguntarle
algunas cosas. Preguntas muy importantes. ¿Está usted dispuesta a
responderme?
—Por supuesto, cariño. —Los ojos de la mujer empiezan a verse más
enfocados y una expresión serena se instala en su rostro.
—Estoy buscando a un amigo. Su nombre es Whittier Graves. Le estoy
imaginando en mi mente ahora mismo. ¿Puede verlo?
La anciana cierra los ojos abruptamente y luego, los abre lentamente,
centrándose en un lugar en el aire a la izquierda de mi cabeza.
—Veo a tu amigo —responde.
—¿Dónde está?
—Está en un barco. Abandonando nuestro puerto. —Levanta la mano libre y
le da un saludo distraído al barco invisible que flota por encima de mi
hombro.
—¡¿Qué?! —exclamo, y luego rápidamente controlo mis emociones antes de
que pase el shock a mi oráculo—. ¿Cuándo subió al barco? —le pregunto, mi
corazón latiendo dolorosamente, pero mi voz es tan calmada como puedo.
—Hace unos momentos.
—¿Estaba solo? —pregunto, mi ya fría cara entumecida de miedo.
—No, estaba con un grupo de hombres grandes. Hombres malos. Dos
estaban con él y los otros se quedaron.
Lucho para mantener la calma.
—¿Sabe a donde está yendo el barco ahora mismo? —pregunto. Esto es
pedirle mucho a la mujer. Usarla para ver el pasado y el presente reciente
está bien dentro de los límites de las expectativas realistas. Pero a partir de
los ejercicios de lectura de oráculo que Whit solía practicar conmigo, sé que
esta cuestión raya en la adivinación. La mujer tiene que ver el futuro o
incluso aprovechar el subconsciente de Whit para darme una respuesta. La
respuesta que tenga será criptica en el mejor de los casos. Me concentro en
ella, lista para captar cada palabra vital. La cara de la mujer se arruga en
concentración.
—Dilo de otra manera —responde ella después de unos segundos.
Lo considero y finalmente pregunto.
—¿A dónde debo de ir para encontrar a Whit y a mi clan?
—Debes ir a tu origen —responde inmediatamente.
—¿Mi origen? —pregunto confusa—. ¿Denali?
—No. —Sacude la cabeza, frustrada por mi incomprensión—. No, antes de
eso.
—Pero nací en Denali —respondo.
Su ceño se profundiza.
—¿No estás escuchando? Tienes que tomar el barco.
Se está enojando, y sé que su vínculo con el Yara está desapareciendo, si no
lo hizo ya. Tengo tantas preguntas que todavía quiero hacer. Me inclino por
la más importante.
—¿Puede ver a mi padre? ¿Sabe si está bien?
—No tengo idea de qué estás hablando —responde obstinadamente, y tira
hacia atrás la mano que estoy sosteniendo.
Decepcionada, tomo su guante y lo encajo con cuidado en sus dedos. Ha
regresado al loco mundo de su mente. Pestañea, como sorprendida, y
estrecho su mano hasta que se orienta.
—Gracias por su ayuda. —digo, levantándome. Los perros están a mi lado en
un flashazo.
—Están observándome. Saben todo lo que estoy pensando —dice la mujer.
—Dígales que se alejen, y tal vez la dejen en paz —respondo.
—Esa es una idea —dice ella, con los labios formando una sonrisa
sorprendida. Su sonrisa se ensancha mientras su mente se aleja en algún
recuerdo agradable, de modo que cuando los perros y yo la dejamos, parece
casi feliz.
ESTÁ AHÍ EN EL ESCRITORIO COMO UNA INVITACIÓN: El cuaderno de notas
con la letra de papá.
La chica es la llave. No hay droga sin ella. Posiblemente siga en
Alaska, pero viene en barco al continente. Cerca de diecisiete. Bajita:
1.65m. Cabello largo negro. Dos huskies. Destello dorado en un ojo.
¿Qué es un destello dorado? Me pregunto.
Devuelvo el cuaderno a donde lo encontré. Y después me largo de ahí antes
de que papá regrese.
Si tengo que tomar un bote, necesitaré dinero. Moneda. “La raíz de toda la
maldad” lo había llamado así Dennis en nuestra clase de Historia. Había
dicho que esa era la causa de la Tercera Guerra Mundial. Que el
capitalismo y la codicia empezaron todo el asunto, comenzando con una
guerra por el petróleo y terminando con la destrucción del medio
ambiente. Aunque él estaba equivocado en lo de la guerra, todo lo que leí
y escuché acerca del mundo confirma que el dinero siempre ha causado
corrupción. Ahora debo de conseguir algo de dinero por mi cuenta. El sólo
pensar en eso me hace sentir comprometida.
Considero ir de polizón en un barco durante un segundo, como un
personaje de uno de nuestros viejos libros. Luego me doy cuenta de que
eso es demasiado del siglo XVIII. ¿Qué voy a hacer? ¿Esconderme en un
barril de cerveza vacío? No, no hay manera de hacerlo. Voy a tener que
comprar un billete. Vi algo en el camino a la ciudad que puede ser de
utilidad: Un cartel en un escaparate.
Tengo que girar hacia el puerto para recordar a qué dirección ir. Los
edificios me confunden. Si estuviera en la mitad de un campo de montaña,
encontraría el camino. Pero con edificios de cristal reflejándose uno en el
otro en cada camino que voy, tengo que concentrarme. Miro el sol y luego
el agua, voy al noroeste.
En diez minutos llegamos. Dinero por oro, se lee en el cartel. La ventana
muestra un tesoro de anillos y collares de aspecto frágil. Me trago el
miedo y me quedo mirando la puerta un momento.

No hay manilla. Pero hay un pequeño cartel que se lee empuje. Empujo y
con un silbido de aire caliente, los perros y yo estamos en el interior del
edificio y parpadeo bajo la luz artificial.
—¿Cómo puedes ayudarme? —Viene una voz del lado lejano de la
habitación. Parpadeo de nuevo y me enfoco en el pequeño hombre de pie
detrás de un armario de cristal. Sus cejas son grises, pero su cabello es negro
azabache y se ve extrañamente torcido. Me doy cuenta de que lleva una piel
en la cabeza y trato de no mirar. Se frota las manos y empasta una gran
sonrisa. Camino hacia adelante y me obligo a hablar con aquel desconocido.
—Vi el cartel. Dinero por oro.
—Así es, jovencita —dice, mirándome de arriba abajo.
Mis pantalones de piel de venado y el abrigo de esquimal forrado de piel son
muy diferentes a su ropa, que está hecha de un material tejido brillante.
Empujo la capucha hacia atrás y me peino el cabello largo de la parte
posterior de mi abrigo para que me caiga alrededor de la cara, usándolo
como una cortina entre nosotros.
Me mira raramente a los ojos y se aclara la garganta.
—¿Qué puedo hacer por ti? —pregunta, con una sonrisa bromista.
Me está resultando difícil entenderle, por su extraña expresión y el hecho de
que habla por la nariz, en vez de hablar, dejo mi mochila en el suelo y me
agacho para mirar dentro. Mis dedos encuentran la bolsa sosteniendo mi
seguro de bandidos. Los objetos que me dijeron para que usara si necesitaba
negociar con ellos.
Tiro de ella hacia fuera, y después de abrir los cordones, elijo
cuidadosamente y pongo una piedra en el cristal frente al hombre. Veo su
rostro con atención mientras se estremece por la sorpresa y luego dibuja una
expresión blanca en su rostro. Un término que mi padre usaba cuando
jugábamos cartas salta en mi mente: Está usando su “cara de póker”.
—Bueno ahora ¿qué tenemos aquí? —pregunta el hombre. Levanta la piedra
y se ajusta un tipo anteojo negro a un ojo—. Una pepita de oro. —Saca una
vara de medir de debajo del mostrador—. Midiendo casi dos pulgadas. —Lo
pesa en su mano y luego lo coloca en un artefacto de metal, entrecerrando
los ojos al leer los números de una pequeña pantalla—. Pesa ciento
veinticinco gramos. —Se asoma en él otra vez a través de la lente. —Menor a
calidad media, diría yo. Pequeña señorita, hoy es tu día de suerte, porque
tengo el comprador de éste tipo de pepita, y te puedo ofrecer el precio de
cinco mil dólares de primera categoría.
Hay algo malo con su rostro. Dejo mi mano sobre la cabeza de Neruda,
presionando mi pulgar en una de sus sienes y mi dedo medio en la otra.
Agarro mi ópalo mientras me agacho para susurrarle al oído: —¿Cómo te
sientes sobre éste hombre?
El hombre se ríe nerviosamente.
—¿Siempre consultas con el perro las decisiones de negocios? —Se burla, y
un cordón de sudor se forma en su frente, justo por debajo de la piel negra
sobre su cabeza.
Le miro y siento el cosquilleo mientras me conecto con los pensamientos de
Neruda. Los animales no piensan con palabras. Son los instintos primarios de
mi perro los que leo, y el instinto de Neruda me dice que no se puede confiar
en el hombre. Mi perro le ve como un miembro inferior de la manada que
debe ser expulsado para garantizar la seguridad de los demás.
Me levanto y abro la palma.
—Mi pepita —insisto y espero.
La mano del hombre tiembla ligeramente.
—No hay que apresurarnos, niñita. Voy a ver mis gráficos a ver si puedo
hacer algo mejor en esa oferta.
Arranco mi pepita de sus dedos antes de que tenga oportunidad de tirar de
su brazo, y la balanza se gira quedando frente a mí. Colocando el oro en la
cima de las escalas como le vi hacerlo, leo en voz alta una tira brillante cerca
de la base.
—Doscientos gramos, no ciento veinticinco.
Asiento hacia el cartel que vi cuando entré a la tienda.
—Eso dice que pagas cuarenta dólares por gramo de oro. De acuerdo a tu
tabla, deberías ofrecerme ocho mil dólares por esa pepita. —Deslizo la piedra
dentro de la bolsa.
—Espera un segundo aquí, señorita. No tienes idea de en qué se basa las
normas de fijación de precios. Una pepita de oro no es tan valiosa como el
oro en polvo, que es lo que se fundió para hacer esta joyería de alta calidad.
—Agita la mano para mostrar las feas joyas dentro de la caja.
Sus ojos me dicen que está mintiendo. Que mi pepita es rara, y que la quiere
desesperadamente. Pienso en la satisfacción de Whit cada vez que uno de
nosotros encuentra una pepita en los lechos de los ríos de Denali.
“Tal vez nos sirva bien algún día”, nos dice ordenando llevarlos al refugio y
esconderlos con el resto. A diferencia de los ópalos abundantes y las piedras
semipreciosas, las pepitas de oro son difíciles de conseguir, y la emoción de
éste hombre confirma su valor.
—Vi otro cartel de “Dinero por oro” en la línea de la costa —digo, anidando la
bolsa en mi mochila.
—¡Alto! —grita. El sudor baja por los lados de su cara—. Está bien, te voy a
dar siete mil —dice, el dolor es audible en su voz—. Así como alguna
información valiosa.
Dudo.
—¿Qué tipo de información?
—Alguien está buscándote. —Responde.
Nos miramos el uno al otro en silencio durante un minuto antes de que
pesque la bolsa de atrás de mi mochila. Se la come con los ojos y se lame los
labios.
—Hable —le digo.
Regresa a donde un aparato de plástico rojo se une a una pared. Teléfono,
pienso, si mal no recuerdo la imagen de uno similar en la EB.
El hombre saca una tarjeta del tablero atascado lleno de trozos de papel y lo
golpea en la mesa delante de mí. En ella se imprime un número de diez
dígitos, y garabateado en una esquina dice “Chica c/Estrella”.
—Eran hombres grandes. Vestidos de camuflaje —dice el hombre—. Vinieron
aquí ayer diciendo que pagarían mucho dinero por información sobre tu
paradero.
Se me encoge el pecho dolorosamente. La descripción del hombre suena a
los captores de Whit, los hombres grandes que he visto en el fuego
sosteniendo sus brazos.
—¿Por qué me están buscando? ¿Qué significa esto? —pregunto, apuntando
a las palabras escritas.
—Te describieron como una adolescente, largo cabello negro,
probablemente acompañada de dos huskies. —Duda y estudia mi rostro
suspicazmente—. Y por lo que parece un destello dorado en un ojo.
Mi destello. El mismo que el resto de los chicos del clan. La señal de que
tenemos unión cercana con la naturaleza. Lectores del Yara. Nuestros padres
nos dicen que es algo de lo que estar orgullosos, una herencia de la tierra.
Pero ahora me marca como alguien a quien perseguir.
¿Y cómo es que estos hombres saben mi aspecto? Podría preguntar lo mismo
de cómo encontraron a mi clan. O cómo sabían que no estaba con el resto
del grupo. Pero saber que ellos pueden reconocerme hace que me den
escalofríos hasta los huesos.
Deslizo la tarjeta en la mochila y saco la pepita de nuevo fuera de la bolsa y la
pongo en el mostrador. El hombre hace ademán en agarrarla, pero mantengo
mi mano en ella.
—Cuenta el dinero para mí en primer lugar —le ordeno. Y corre como un
rayo a la parte trasera de la habitación, desapareciendo por una puerta,
luego emergiendo con un puñado de billetes.
Empieza a contarlo, y veo los números en cada billete mientras él lo hace,
totalizándolo en mi mente hasta que alcanza los siete mil. Empuja la pila a
través del mostrador hacia mí, sin siquiera mirarme a la cara. Sus ojos sólo
son para la pepita.
Retiro la mano y el arranca el oro y lo guarda bajo el mostrador. No tengo
ninguna duda de que el valor de mi pieza es mucho mayor de lo que él me ha
dado. Sólo espero que sea suficiente para obtener un billete de barco a
donde sea que deba ir.
Me giro para irme, y los perros saltan a mis pies, corriendo delante de mí
hacia la puerta. Están tan incómodos como yo en este espacio artificial con
este hombre artificial.
—Una advertencia, jovencita —dice el hombre mientras abro la puerta y
trago en el frío aire de fuera. Le miro y su rostro cambia. Ha obtenido lo que
quería y su codicia ha sido satisfecha, así que está feliz.
—Quítate esas raras lentes de contacto, córtate el cabello y pierde a esos
perros.
Asiento con la cabeza y dejo que Beckett y Neruda corran fuera.
—Y si fuera tú —me grita, mientras cierro la puerta tras de mí—. Me iría tan
lejos como pudiera, tan lejos como pudiera fuera de la ciudad.
Decido tomar su consejo. Al menos lo que entendí de él. Los captores de
Whit están seguramente observando en la costa, así que esa será mi última
parada. Antes de eso, tengo mucho que hacer.
La mujer en el Emporio del Cabello de Beulah lanza una mirada a los huskies
y dice. —Hace frío fuera, así que los perros pueden entrar, pero tienen que
quedarse en la puerta. Tenemos regulaciones de salud, ya sabes.
Chasqueo los dedos y ellos, inmediatamente, se caen uno al lado del otro
debajo del árbol en la maceta.
—Vaya, tienes unos perros muy obedientes —dice Beulah (Supongo), y me
insta a que cuelgue mi abrigo en el perchero, me guía a una silla.
—¿Qué es lo que te gustaría, cariño?
Apunto a una de las fotos gigantes de un estilo de cabello en la pared.
Beulah me mira boquiabierta.
—Oh, cariño, no puedes hablar enserio. Tienes un hermoso largo cabello. —
La miro, determinada.
Media hora después los perros y yo nos vamos. Mi cabello se parece al del
chico de la foto.
En la misma calle que el Emporio del cabello de Beulah hay una tienda de
ropa grande y llamativa llamada Gap. Dejo a los perros en la puerta y sigo los
carteles de Departamento de caballeros. La luz artificial y los espejos me
hacen sentir mareada, pero respiro profundamente y bajo las escaleras al
piso de abajo. El aire estancado lo hace sentir como una tumba iluminada.
Me voy veinte minutos después llevando ropa nueva, una gorra de beisbol, y
un abrigo de esquimal negro. Mi nueva mochila sintética sobresale con cinco
nuevas playeras, una “sudadera con capucha” roja, tres suéteres y tres pares
de pantalones. Después de comprar algunas botas de senderismo en la
tienda de al lado, cubro mi abrigo de esquimal de piel abultada y mi mochila
cosida a mano sobre la basura afuera y espero que alguien como la anciana
del parque lo encuentre.
Los perros y yo iremos a nuestro destino final juntos.
—Esos son unos huskies hermosos. No puedo decir que haya visto sus marcas
en ninguna parte de los circuitos de trineos. ¿Dónde los compraste?
La mujer riza el pelaje de Beckett con los dedos y mira hacia arriba desde
donde se ha agachado delante de él.
—Mi familia los ha criado durante algunas generaciones.
—¿Cuál es el nombre de tu familia?
—¿Cuidaría de los perros por mí? —cruzo los brazos en el pecho. Me duele
tanto el corazón que siento como si mi cerebro sangrara.
Se levanta.
—Los gastos de alojamiento son quinientos dólares por mes por un perro.
Por ser dos serian novecientos. Cuidaré de estos perros como si fueran mis
propios hijos.
—Es lo que la mujer en Beulah dijo. —Mi voz se quiebra. Puedo decir que a
Beckett y Neruda les gusta la mujer, y sólo por eso, sé que se puede confiar
en ella.
—¿Cuánto planeas dejarlos? —pregunta, su tono se suaviza al ver mi
emoción.
Me aclaro la garganta. No lloraré enfrente de ésta extraña.
—No lo sé. Pero regresaré a por ellos. —Hurgo en la mochila, cuento el
dinero rápidamente y lo pongo en su mano—. Aquí hay tres mil dólares.
—Es mucho dinero para llevarlo encima… —empieza a decir la mujer, y jadea
cuando ve lo que pongo en su mano, encima del dinero.
—Es un seguro —continúo—. En caso de que no regrese en tres meses.
Quiero saber que estos perros estarán bien cuidados y se quedarán con usted
por el resto de sus vidas.
—¡No puedo tomar eso! —El rostro de la mujer está blanco por el shock.
—Cámbielo por efectivo si el dinero se acaba. De otra manera, puede
devolvérmelo cuando regrese por los perros.
Pongo las rodillas entre Beckett y Neruda y tomo sus cabezas peludas hacia
mí. No puedo contener las lágrimas ahora; se están derramando por mi cara.
—Adiós, amigos —susurro.
Me levanto y me giro para caminar fuera de la perrera dejando a su atónita
directora sosteniendo una pepita de oro, más del doble del tamaño de la que
le vendí al distribuidor de oro.
***
La oficina de billetes del puerto es un edificio pequeño como una caja con
ventanas que parecen espejos desde fuera, pero se ve a través de ellos desde
dentro. Sobre el mostrador cuelga una lista que muestra los destinos, fechas
y horas. Durante las últimas horas he apartado de mi mente todos los
pensamientos que no faciliten mi partida. Pero ahora, viendo tres docenas de
ciudades enlistadas en las salidas a bordo, mi shock regresa con fuerza
completa. Todas esas ciudades que creímos fueron destruidas en la guerra
aún existen.
Me imagino lo atónito que debió de haber estado mi padre, hace unos días,
cuando descubrió que la guerra nunca ocurrió. Que las medidas protectoras
que tomamos para evadir a los bandidos fueron en vano. Nuestra mentalidad
aislacionista nos tuvo alejados de descubrir que un mundo exterior todavía
existía.
La llama de mi pecho arde más brillante. Una vez que me reúna con mi clan,
descubriremos juntos qué pasó realmente con el mundo durante las últimas
tres décadas. Pero ahora mismo, tengo que encontrarlos.
Escaneo los nombres de las ciudades que considero que pudieran ser una
posible respuesta a la pista críptica de mi oráculo, “Debes ir a tu origen”. Y
luego lo veo. Seattle. De ahí es de donde vinieron mis padres. Donde
vivieron antes de que naciera. Es mi origen, en una manera de hablar. Y hay
un barco que zarpa hoy a la ciudad.
—¿Cuánto cuesta el billete a Seattle? —le pregunto al chico adolescente
detrás del mostrador. Mantengo los ojos bajos. Las reacciones sobresaltadas
de los vendedores y la mujer en la perrera cuando me vieron de cerca, me
confirmaron que mi destello no es algo común en el mundo exterior. Nadie
con quien me haya cruzado tiene los ojos como los míos, y los captores de
Whit hasta lo usaron para describirme.
—Ida y vuelta serían mil noventa y cuatro dólares —dice el chico. —Dos mil si
quieres una cabina privada.
—Sólo necesito el de ida —le digo, buscando en mi mochila el dinero—.
¿Cuánto tarda en llegar?
—Cuatro días, ocho horas —responde—. ¿Cuándo quieres irte?
—Hoy.
—Estás de suerte. Tenemos un barco embarcando en media hora —dice,
apuntando a un brillante barco azul y blanco en la parte lejana del puerto. Un
escalofrío me recorre mientras me doy cuenta de que realmente me subiré a
un barco. Hace unos días, no habría tenido ni la esperanza de ver uno. Me
siento como en un sueño, como si de repente estuviera dentro de un extraño
nuevo mundo.
Una larga fila de personas llevando sus maletas de ruedas hacia la escalerilla
del barco. Levanto la mochila a la espalda y meto el billete que el chico me
dio en el bolsillo del abrigo.
—Ten un buen viaje —dice con una voz que indica que no podría importarle
menos si mi viaje es bueno o no.
Estoy a tres pasos de la oficina de billetes cuando veo a los hombres. Están
vestidos igual a como los que atraparon a Whit en mi visión de fuego. Y están
sentados a unos metros de distancia del barco en carga.
Lentamente, voy detrás del borde de la oficina de billetes, cuidando de no
llamar su atención. Una vez que estoy lejos de su vista, asomo la cabeza fuera
para verlos y me paralizo por el miedo. Están mirando a cada pasajero que
sube al barco. Cuidadosamente.
Automáticamente busco a mis perros. Me toma un segundo recordar que ya
no tengo la protección de Beckett y Neruda, y ese pensamiento me deja sin
aliento por el dolor. No podrían ayudarme contra esos hombres, de todas
formas, me digo a mi misma, recordando las sangrientas masas de piel a lo
largo de nuestra aldea. Inhalo el aire frío en mis pulmones y acepto el hecho
de que a partir de ahora, estoy verdaderamente por mi cuenta.
Me asomo a la ventana de espejo a mi lado. Me veo como un chico
adolescente. Es sólo cuando hablo que me delato. Aun así, me pregunto
cuanto les tomará a estos hombres darse cuenta de que, el muchacho
adolescente embarcando en el barco por sí mismo, es en realidad la chica
que están buscando. No mucho, creo.
Me quito la gorra de béisbol y corro los dedos por mi pelo de punta. Es corto,
muy corto, pero sigue siendo negro. Y no es como si fuera capaz de cambiar
mi altura, sigo midiendo 1.65 y de huesos finos. Desde donde están sentados,
van a estar demasiado lejos como para notar mis ojos. Pero si llegan a unos
pocos metros de mí seguro que verán el destello.
Los músculos se tensan en mi cuello mientras el miedo es reemplazado por
ira. Hacia mí. Por ser tan ingenua como para creer que podía engañar a mis
perseguidores con estos intentos tan débiles de transformación.
Transformación. La palabra planta una semilla de inspiración en mi mente,
que nace en una idea completamente formada. Sumerjo la mano en la
mochila y rebusco hasta que mis dedos tocan un bulto suave de piel. La saco
de mi mochila y veo el amuleto de pies de conejo: un pie blanco y el otro
café, unidos por un delgado cable de cobre. La liebre en sus encarnaciones de
invierno y verano. Vuelvo a pensar en el día en que me enseñó acerca de la
transformación.
“Un animal que cambia de color según la estación. Metamorfosis de la
naturaleza. ¿Puedes conseguir algo más mágico que eso?” Dijo Whit mientras
me daba instrucciones para enlazar los pies juntos. “El camuflaje es una de
las defensas más astutas de la naturaleza. Una forma temporal de la
metamorfosis. Observa lo que el Yara permite, Juneau.” Y tomando los pies
de conejo entre sus dedos, de repente y sorprendentemente, cambió de
color. Su piel se tornó de color de tierra oscura como la yurta en torno a él, y
su cabello pasó de ser negro a castaño oscuro. Incluso sus ojos color avellana
se transformaron en un profundo color chocolate. Luego, dejó el amuleto
peludo sobre la mesa, instantáneamente cambió de nuevo.
“Este es el amuleto que uso cuando me camuflo de los bandidos. Necesitas
saber cómo usarlo. Inténtalo.” Dijo, y me entregó el amuleto y me enseñó
cómo usarlo, visualizando la transformación de temporada del conejo.
Ese es el único Conjuro que he hecho por mí misma. Whit me demostró
algunas cosas, pero estaba esperando que cumpliera los veinte para
someterme al Rito antes de dejarme Conjurar por mi cuenta.
Whit me explicó eso porque Conjurar, en realidad tiene un efecto en la
naturaleza, a diferencia de Leer, no debería ser usado a la ligera.
Pero ahora no tengo opción. Tengo que intentarlo. Sostengo el peludo
amuleto entre mis dedos y me abro a mí misma al Yara. Como siempre,
siento el hormigueo en el segundo en que golpea mi mente la corriente de la
conciencia de la naturaleza, y empiezo imaginando una liebre en verano, con
los ojos marrones y pelaje caoba oxidado.
Acelero el tiempo, parpadeando a través de unos pocos meses, y veo el
forraje animal en los pastos de la tundra de suaves capullos dorados de
flores. Miro su piel y comienza la transformación justo antes de la primera
nevada del invierno, y pronto su piel es de color blanco puro, a excepción de
los mechones negros colgando de sus orejas.
Cambio el enfoque a mi imagen en el espejo de cristal y veo, asombrada,
como mi cuerpo comienza a tomar los colores del puerto cubierto de nieve a
mi alrededor. Mi piel bronceada se desvanece a blanco lechoso. Mi cabello
negro se transforma en un rubio blanco-perla. Y mientras me inclino hacia el
espejo, veo que mis ojos coinciden con los del conejo cuyos pies sostengo:
Marrón oscuro, casi negro. Sin destello a la vista.
Tamaño, pienso. Hazme más grande. Alta. Pero mi forma en el reflejo se
mantiene igual. Este es el alcance de conjurar. Ahora tengo que hacer que
dure lo suficiente como para sacarme de forma segura lejos de los hombres,
en el barco.
Balanceo la mochila a mi espalda y camino con paso decidido hacia el barco,
añadiendo lo que imagino que es una marcha juvenil a mis pasos. Mi
estómago se retuerce en sí en nudos mientras me acerco a los hombres, pero
sigo con mi mirada firme en el barco y trato de ignorarlos.
Estoy cerca de la base de la escalerilla. Mi palma ha revestido los pies de los
conejos en sudor, y el corazón me martillea dolorosamente en el pecho.
Siento los ojos de los hombres en mí, estudiando mi cara mientras espero mi
turno detrás de una pareja de ancianos que llevan sombreros de vaquero
forrados de piel. Mi garganta se aprieta cuando veo a uno de los hombres
levantarse y caminar hacia mí, hasta que está sólo a un par de metros de
distancia.
No puedo evitarlo: Miro hacia él. Tan pronto como sus ojos se encuentran
con los míos, el presentimiento agresivo de sus hombros se relaja. Cruza los
brazos y asiente con la cabeza hacia mí, luego vuelve a ir de nuevo con su
compañero. Estoy tan entumecida por el miedo que apenas puedo seguir
adelante cuando la pareja delante de mí sube al barco. Pero me las arreglo
para entregar mi billete a la mujer en la puerta y subir a la habitación
iluminada artificialmente, más allá. Me desplomo en el primer banco que
veo. Dejo caer el amuleto, siento mi disfraz invocado de conejo desaparecer y
me convierto en mi misma otra vez.

LLEGO A CASA Y LA ENCUENTRO VACIA. Hay una nota en la barra de la


cocina.

Miles, tuve una emergencia familiar. Te dejé un guiso para esta noche y
pasaré mañana temprano para ver cómo estás. Llámame si necesitas algo.

Sra. Kirby

Finalmente tengo un fin de semana para mí solo… no, en realidad es un fin de


semana largo, la oficina está cerrada desde el lunes por un feriado. Tres días
para mí. Lleno el plato con pollo del guiso y me siento frente a la televisión.
Me doy cuenta de que hay una luz encendida en la habitación de mi padre y
voy a apagarla, me encuentro con que es el brillo de la pantalla de su
ordenador. Cuando toco el mouse, el protector de pantalla desaparece para
mostrar su correo electrónico abierto. Hay varios mensajes no leídos en su
bandeja de entrada, y el asunto del último mensaje es un mensaje en
respuesta con el asunto: la chica.
Hago clic en él y leo el mensaje de dos oraciones que contiene. Nuestra
fuente dice que ha tomado un barco de Anchorage a Seattle. Enviando
hombres para allá.

Lo marco como no-leído para que Papá no se dé cuenta de que lo leí. Llegará
a su celular de todas maneras.

Apago la pantalla y regreso al sofá. Me quedo sin moverme unos cinco


minutos. Porque la idea que se está formando en mi cabeza es muy loca
como para contemplarla. Pero tal vez papá no se dé cuenta. Si sigo estando
en contacto con la Sra. Kirby por teléfono, podría irme todo el fin de semana,
y regresar al trabajo el martes sin que nadie lo supiera.

Esto podría funcionar. Digo, están buscando a una chica adolescente. ¿Quién
mejor para encontrarla que otro adolescente?

Y luego mi mente racional entra en juego. Verifico la distancia en mi IPhone


—está a diecinueve horas de viaje desde LA. Y Seattle es una gran ciudad. Y
no solo estoy castigado, estoy encerrado— sólo puedo salir de la casa para ir
al trabajo y de regreso.

Pero si puedo sacar esto adelante, papá estará tan impresionado que pueda
perdonarme del esquema de tortura por lo de la sala de correos. Puede que
incluso mueva algunas piezas para hacer que entre en Yale en el otoño. Y con
ese pensamiento, estoy decidido.

Devoro el guiso y lanzo algo de ropa en una maleta. No necesito demasiado.


Solo estaré fuera tres días.
Me he estado escondiendo en mi habitación —Mi “CABAÑA”— desde que
embarcamos hace dos días. Tan pronto como salimos, encontré el área de
auto-servicio de comida del barco, abasteciéndome con suficiente pan, fruta
y sándwiches envueltos en plástico para un par de días. No me he aventurado
a salir desde entonces.

Nunca antes había sentido la soledad. Incluso la vez que quedé atrapada en
una ventisca en un viaje de caza, sabía que mi padre y el clan estaban
esperándome, y de hecho disfrutaba el tiempo sola. Ahora no. Quiero estar
en casa, en mi yurta con mi padre y mis perros, sabiendo que las familias de
Kenai y de Nome están a la distancia de un grito. Odio este cuarto donde
todo está hecho de plástico, en un bote en medio de un océano interminable,
entre completos extraños.

Le echo un vistazo a la foto de mis padres, que esta cuidadosamente


colocada sobre una pequeña mesa. Está rodeada por los suministros que
quedaron del refugio de emergencia y el montón cosas que traje de la yurta
de Whit: plumas, pieles, piedras, pólvora, plantas secas y libros. Los objetos
son familiares. Relajantes.

Regreso al libro que estoy leyendo. Estoy leyendo la historia del movimiento
de Gaia de 1960. Es acerca de cómo la tierra es un súper organismo, que sé
era una de las teorías que llevó a Whit al descubrimiento del Yara y al
aprovechamiento de sus facultades. Normalmente no tengo permitido
navegar libremente por sus libros—me tiene en una agenda de aprendizaje y
es muy estricto en revelar cosas “en el orden correcto.” Así que este libro es
nuevo para mí, y estoy engullendo vorazmente cada atisbo de nueva
información.

Pongo el libro sobre mi litera para conseguir una botella de agua, y cuando
regreso, las páginas se han volteado hacia el frente. Empiezo a regresar a mi
asiento, pero veo algo que me hace titubear. Regreso a la página del
copyright*.

El libro fue publicado en 2002

Me quedo mirando fijamente al número, luego suelto el libro, retrocediendo


como si se hubiese trasformado en una víbora cascabel. Me tropiezo con mis
propios pies y retrocedo lo más que puedo, quedándome en la esquina de la
habitación.

Mi cabeza da vueltas y siento que me voy a desplomar. Impensables ideas


siguen alborotándose en mi mente. Los ancianos dijeron que habían
escapado justo antes de que la guerra estallara en la primavera de 1984. Aun
así Whit tenía un libro publicado en el 2002.

De pronto, recuerdo la expresión en el rostro de mi padre cuando le


preguntaba acerca de la guerra. De cómo él y mi madre se trasladaron
buscando refugio. Nunca me miró a los ojos cuando me contaba esa historia.
Siempre pensé que era porque los recuerdos lo perturbaban. Pero no era por
eso.

Era porque no había guerra.


Él lo sabía. Todos lo sabían, y alguien, probablemente Whit incluso había
salido del territorio para conseguir este libro. Los ancianos nos mintieron.
Whit nos mintió. Mi padre… me mintió.

En las últimas veinticuatro horas, mi corazón ha sabido lo que mi mente no


podía aceptar. Ellos lo sabían.

Desciendo al suelo. Poniendo la cabeza entre las rodillas, envuelvo mis


piernas dobladas con mis brazos y me mezo hacia adelante y hacia atrás.
Tengo la boca seca y con un sabor metálico.

Si los elementos fundamentales en mi vida; quién soy, la razón por la cual los
del clan vivimos como y donde vivimos… todas son mentiras, entonces ¿Qué
puedo creer? No tengo idea de qué es verdad y qué es ficción. Me han lavado
el cerebro toda mi niñez.

Soy todo lo que tengo ahora. No puedo confiar en nadie.

¿Cómo buscas a alguien que nunca has visto en un ciudad entera? Tratas de
entrar en su cabeza y pensar a dónde podría haber ido. Es una adolescente
de la que estoy hablando, así que mi primer pensamiento es que está de
compras. Pero cuando llego a Seattle el sábado por la noche, las tiendas ya
están cerrando.

Mi segundo pensamiento es revisar los puntos de reunión populares de la


ciudad. Mi búsqueda en internet de Seattle me dijo que fuera al Capitol Hill,
Belltown, y aquí, Pioneer Square, donde estoy sentado en las escaleras
comiéndome un sándwich. Durante una hora, observo a la gente ir y venir, y
no veo a nadie que encaje con la descripción en la libreta de Papá.

Conduzco hacia el norte, a Capitol Hill y comienzo a revisar las calles,


buscando a una chica con dos perros esquimales. ¿Cómo de difícil puede ser
eso? Creo. Pero mientras camino comienzo a tener una idea del tamaño de la
ciudad y me doy cuenta de lo estúpido que es mi plan. Sería como intentar
divisar a un amigo en El Súper Tazón sin tener idea de donde está su asiento.
¿Cómo voy a encontrar a una chica en el medio de una enorme ciudad? Estoy
realmente jodido.
El día que llego a Seattle, vago durante horas observando la ciudad, tratando
de entender cómo funciona: los autos y las luces de diferentes colores que
les muestran cuando parar y cuando avanzar, la gente vestida de los mismos
colores oscuros, caminando rápidamente y pareciendo preocupados, como si
todos estuviesen a punto de perderse algo importante. Sigo de largo,
pasando desapercibida con mi ropa de hombre. La gorra baja, sobre los ojos
para que la gente no se les quede mirando.

Acecho la ciudad como un animal, hasta que entiendo su ritmo y puedo


caminar por sus calles siendo tan invisible como puedo serlo cuando cazo a
mi presa. Una vez que puedo navegar con confianza, decido intentar
reproducir mi Lectura de mayor éxito hasta el momento, y me dispongo a
encontrar otro oráculo.

—Mira, es el loco Frankie. —Oigo decir a un niño a su madre. Ella le hace


callar y se aleja rápidamente. Veo donde el niño señaló y le veo sentado
contra la pared de un edificio en la esquina de la calle: Un hombre roto, piel
arrugada como el cuero de un alce dejado bajo el sol durante varios meses.
Un sombrero se encuentra frente a él con algunas monedas dentro, y latas
vacías con la palabra CERVEZA están alrededor de él.

Me acerco. Su olor es repugnante. Rancio.


—¿Puedo sentarme con usted? —pregunto, y me mira con ojos rojos,
lacrimosos.

—Seguro —dice, y retira algunas de las latas. Ignoro las miradas de los
peatones que nos miran raro.

—¿Puedo hacerle algunas preguntas? —pregunto


—Bueno, ¿Por qué no? ¡Dispara! —dice, y tomo sus mano. Sus dedos están
cubiertos de suciedad; sus uñas llenas de tierra. Tomo mi ópalo con la mano
que tengo libre y lo mire directo a los ojos.

—¿Le importaría ser mi oráculo? —pregunto—. Hay cierta información que


necesito saber.

—Bueno, seguro que puedo intentarlo —dice, con una voz como cristales
rotos. Y mientras el hormigueo de la conexión del Yara se mueve a través de
él, su respiración se tranquiliza y sus ojos se limpian.

—Estoy imaginándome a mi padre en mi mente. ¿Puedes decirme cómo


encontrarlo?

El hombre se siente en silencio por un momento, mirando al espacio sobre


mi cabeza.

—No puedes hacerlo sola —dice finalmente—. Debes encontrar a alguien


que te lleve en tu viaje.

—¿A quién? —pregunto—. ¿Cómo lo encontraré?

Frankie inclina la cabeza a un lado como si estuviese pensando, y luego dice,


—Tú sabrás quien es él porque su nombre te llevara lejos.

Mi corazón se cae. Es un acertijo. No sé porque estoy tan decepcionada. No


puedo esperar una respuesta clara de una adivinación.

—¿Puedes decirme algo más acerca de esta persona?

—Si —responde Frankie—. Debes ser completamente honesta con él. Dile
todo lo que quiera saber. Pero no importa lo que hagas, no confíes en él. Te
necesita tanto como tú a él.

Hago un poco más de presión.


—Una vez encuentre a la persona de la que estás hablando, a donde voy para
encontrar a mi padre?

—Sur... Sureste. En un lugar que está exactamente opuesto a este —dice


Frankie, y una imagen se forma en mi mente de un paisaje estéril con cactus
y extrañas formaciones rocosas.

Me ha dado más de lo que esperaba.


—Gracias —le digo.

—Una cosa más —dice el hombre, y puedo sentir nuestra conexión


debilitándose y veo la bruma acuosa empezando a retornar a sus ojos—.
Cuando encuentres a la persona que te acompañará, no le dejes usar su
celular.

—¿Qué es un celular? —pregunto, liberando su mano y dejando que nuestra


conexión se rompa. Él inclina su cabeza hacia atrás y la recuesta en la pared y
comienza a reírse.

—Gracias por ayudarme —digo, busco en mi bolsa , saco unos cuantos


billetes y los coloco cuidadosamente en su sombrero.

Él recoge el dinero y levanta la vista hacia mí, sorprendido.

—Oiga señorita, esto es demasiado dinero —dice mientras me retiro.

—No lo es, créame —digo, comienzo a buscar un lugar para pasar la noche.
He estado vagando durante horas sin suerte, sintiéndome como el tonto más
grande de la tierra. Quiero rendirme, pero recuerdo la mirada en el rostro de
mi padre cuando me dijo que necesitaba probarme a mí mismo con él. Eso
nunca sucederá en la sala de correos. Tengo que encontrar a esta chica.

Trato de pensar como lo haría un detective. Si eres nuevo en la ciudad, es


más probable que vayas a áreas turísticas. Camino por una calle con
bastantes restaurantes al aire libre y me siento en un banco para ver a la
gente pasar.

Por lo menos salí de casa el fin de semana. Cuando le dije al Sra. Kirby que
estaría bien por mi propia cuenta, incluso sonó aliviada. Y respondí el
mensaje de papá ¿Va todo bien? De esta mañana con: Sólo viendo televisión
en mi celda. No te preocupes, estoy bien.

Finalmente me levanto y empiezo a buscar el Pike Place Market, el único


lugar de Seattle del cual he oído hablar. Al otro lado de la calle, una multitud
alborotada está sentada en las mesas frente a un bar de deportes. Dudo que
la chica esté en ese grupo. Suspiro. Esto es peor que buscar un aguja en un
pajar.

—¡Hey, Ojos estrellados, nena! Regresa, ¡Solo bromeaba! —grita alguien.


Me pongo en alerta instantáneamente, con los ojos buscando entre la
multitud, al otro lado de la calle. Veo a un grupo de chicos de edad
universitaria llevando camisas con letras griegas y bebiendo cerveza. Era uno
de ellos quien había gritado “ojos estrellados”. Pero caminando para alejarse
de ellos, está lo que parece un chico de complexión pequeña con corte de
pelo rizado.

Espera, no. Es una chica.


Corro a través de la calle hacia el grupo de chicos universitarios, viendo a la
chica mientras se detiene en otra mesa, se inclina, y habla con ellos.

—Hey, ¿Qué les preguntó esa chica? —pregunto en la primera mesa.

Uno de los chicos me mira de arriba abajo y luego, satisfecho con que mi
camisa abierta y mis jeans concuerden con su código de vestimenta o algo,
dice.

—No la quieres, hermano. Está loca.

—En eso tienes razón —responde el chico a su lado, riendo. Levantan sus
jarras para hacerlas chocar en acuerdo.

—¿A qué te refieres con “loca”? —pregunto.

—Esa chica ha estado viniendo todas las noches, caminando por los
alrededores, preguntándoles a todos su nombre —dice otro chico. Sacude la
cabeza y se limpia la espuma de la boca con la parte posterior de la mano.

—¿Qué hay con esas raras lentes de contacto en forma de estrella? —dice el
primer chico—. Extraño ¿No?
¿Lentes de contacto en forma de estrella? La emoción corre por mi pecho.
Me alejo de su mesa.

—¡De nada! —me grita uno de los universitarios, y sus amigos se ríen.

La chica observa algo al otro lado de la calle, y me doy la vuelta para ver qué
es lo que está mirando. El corazón se me detiene en el pecho. Son dos de los
guardias de seguridad de Papá, y están mirando directo hacia ella.

Un automóvil pasa por la calle, forzándolos a esperar antes de pasar al otro


lado. Me giro a ver a la chica, pero ya no está y los guardias de Papá están
buscándola, su expresión es algo como ¿A dónde se fue?
Giro rápidamente a la derecha a la calle siguiente, y entonces veo a la chica
lanzarse a un callejón una calle más adelante. Se mueve tan suave y
rápidamente que parece como si estuviese planeando.

Paso la siguiente hora buscándola por la ciudad mientras tengo la descripción


de Papá en mi mente: ojos estelares, pelo largo negro, probablemente
viajando con dos perros esquimales. Parece que ha perdido a los perros y el
peinado en algún momento de la semana pasada, pero de acuerdo con los
universitarios, aún tenía las lentes de contacto raras. No parece una “espía
industrial” a quien todos se mueren por atrapar. Parece más un niño
pequeño perdido.

Mientras la observo, me doy cuenta de que algo no está bien en ella. Se


asusta con la provocación más pequeña. Un barrendero pasa a su lado y ella
parece lista a escalar el árbol más cercano para esconderse. Esta parada
frente a una tienda de Apple y se queda mirando a la ventana durante tanto
tiempo que parece como si estuviera planeando un importante atraco a la
tienda de electrónica. Pensarías que está observando todo por primera vez.
Como si fuera Tarzán o algo —criada por lobos en el más oscuro y profundo
bosque. Y luego está el hecho de que sigue parando a la gente para
preguntarles su nombre.

La sigo mientras navega entre las calles hasta que ha anochecido, y veo como
finalmente entra a una casa de huéspedes con un letrero que dice CASA DE
HUESPEDES CATCHING DEW: NO HAY VACANTES. Regreso a donde estacioné
el auto, esperando que no se vaya mientras lo muevo. Una vez estacionado
frente a la casa de huéspedes, me instalo y mantengo un ojo en la puerta
principal. Ahí es donde mi teléfono suena. Papá está gritando antes de que
yo pueda hablar.

—…llamé a casa y no contestaste, me comunique con la Sra. Kirby. Fue


directo a la casa y luego me llamó para decirme que no estabas allí. Mejor
que tengas una buena razón para…

—La encontré —digo, interrumpiéndolo.


—¿La encontraste? ¿Qué rayos se supone que eso significa? —pregunta mi
papá, confundido.

—Estoy en Seattle, y creo que encontré a la chica a la que buscas.


Papá está en silencio unos treinta segundos, y espero oír si va a empezar a
gritar o si me tomará en serio.

—¿Dónde estás? —pregunta, su tono no muestra nada, ilegible.


—Estoy estacionado frente a una casa de huéspedes donde la vi entrar —
digo.

—¿Dónde? Dame la dirección.

En unos minutos uno de los Saabs de la compañía de papá viene por la


carretera y se estaciona unos espacios adelante. Me quedo en mi auto y veo
como uno de los hombres que vi antes camina hacia mi auto y golpea la
ventana.

Bajo la ventana y le miro fijamente.

—Tu padre dice que te hospedes en un hotel y que luego conduzcas directo a
Los Ángeles por la mañana —dice.

—Entendido —digo, y subo la ventana en su cara. No hago ningún


movimiento, mueve la cabeza y regresa a su auto.

Los guardias y yo pasamos la noche dentro de nuestros autos, finalmente,


cerca de las 10:00 a.m., uno de ellos entra en la casa de huéspedes y regresa
trotando.

—Se ha ido —le dice a su compañero, y frunce el ceño hacia mi mientras se


van.

Papá llama cinco minutos después y me dice que regrese a casa. Estoy
aprisionado; si voy a casa sin la chica, papá definitivamente va a matarme.
Tengo que encontrarla antes de que su equipo de seguridad lo haga y de
alguna manera convencerla de regresar a Los Ángeles conmigo. Recuesto la
cabeza en el volante y experimento un momento de pánico puro. ¿En qué me
he metido?

Respiro profundamente y razono conmigo mismo. ¿Hay algo peor que pueda
suceder? Ya estoy castigado. Voy a estar fuera de Yale hasta que papa haga
algunos movimientos. No puedo pensar en un destino peor que la sala de
correos, aunque estoy seguro que papá podría. Tengo que hacer esto, pienso
y enciendo el auto.

Tres horas después finalmente la encuentro, agachada frente a un edificio de


cristal ultramoderno, hablando con una persona de la calle. Justo entonces
comienza a llover. La chica se para, se pone la capucha y corre hacia el
edificio.

Le doy la vuelta al auto, estacionando en el estacionamiento del edificio, y


corro hacia la puerta a través de la cual desapareció. Espero que aún siga allí.
Si no lo está, voy a considerar seriamente admitir el fracaso y regresar a casa.
He buscado en las calles de Seattle durante varios días, en busca de la
persona de la que me habló mi oráculo, sin la menor idea de qué aspecto
tiene. Ayer sentí que estaba cerca, pero tuve que escapar de mis
perseguidores antes de que pudiera localizarlo.

Acostumbrada a ser la cazadora, ahora la cazada soy yo. Los hombres me


están persiguiendo —no están vestidos como los secuestradores de Whit, así
que no tengo idea de quienes son. Sólo sé que tengo que seguir buscando a
la persona que se supone que debo conocer, manteniendo a los hombres al
margen. Ayudaría saber cómo es, en vez de sólo confiar en mi instinto de
cazadora de que él me ésta siguiendo.

Pero en el segundo en que entra a la biblioteca, sé que es él.

Estoy sentada en la mesa habitual: la que uso cuando la lluvia me ahuyenta


de las calles, mientras leo revistas y periódicos para familiarizarme con los
eventos sucedidos en los últimos treinta años.

Mantengo la cabeza hacia abajo, mirando las páginas de una revista Time
mientras le veo mirar en mi dirección y tomar asiento al final de mi mesa.
Sólo cuando finge estar leyendo un libro, me permito echar un vistazo.

Observo sus rasgos cuidadosamente. Su pelo castaño claro es del color de la


miel de adelfilla, teniendo aspecto de un revuelo de rizos sueltos. Tiene una
nariz larga y recta, y labios que parecen como si estuvieran ocultando una
broma. O un secreto.

Se da la vuelta en mi dirección y me encuentra observándolo. No puedo


distinguir si sus ojos son azules o grises. Me levanto, camino hacia su extremo
de la mesa, y me siento directamente frente a él. Me mira, su cara enrojece
con sorpresa.
—¿Cuál es tu nombre? —susurro. El sonido amortiguado se traga mi voz,
pero él me escucha.

Vacila, parece inseguro, y luego se centra en mi ojo izquierdo. Aclarándose


garganta, susurra:

—Miles.

Es la respuesta que había estado esperando. Asiento, y le observo otros


pocos segundos. Y luego, me pongo de pie.

—Vamos —digo. Me pongo la mochila sobre el hombro y me paro junto a él,


esperándole.

Él está sentado ahí, estupefacto.

—¿Qué? ¿A dónde?

Extiendo la mano. La observa con cautela —como si fuera un objeto


inanimado. Como si fuera una de esas cajas misteriosas que a Kenai le
encanta hacer: nunca sabes si contiene un trozo de pastel de arándanos o un
resorte que te dará una bofetada en la cara.

El chico no toma mi mano. En cambio me sigue fuera de la biblioteca hacia el


estacionamiento. Sigue lloviendo. Me pongo la capucha y dejo que llovizne
sobre mi chaqueta, mientras Miles se esconde bajo la saliente del edificio.

—¿Cuál es el tuyo? —pregunto.

—El Beamer. —Miles señala un coche azul-plata que parece nuevo, y luego
envuelve sus brazos alrededor de sí mismo. No hace mucho frío, pero su
camiseta es muy liviana para el clima. No viene preparado, pienso,
continuando la evaluación mental que había comenzado en el momento en
que le vi.

Camino hacia su auto y me paro junto al lado del pasajero.

—¿Qué haces? —dice Miles.


—Esperándote —respondo—. Y mojándome.

Me da una mirada incrédula Cuando ve que no me muevo, abandona su sitio


seco y corre hacia mí a través de la lluvia, presionando algo en sus llaves
mientras corre. Escucho el click de las cerraduras y abro la puerta, entro, y
pongo mi mochila en el asiento trasero.

Miles entra en el auto y me mira boquiabierto.

—¿Qué estás haciendo? —repite.

—Podría preguntarte lo mismo —respondo—. Me estabas buscando. Y ahora


me has encontrado. Te diré lo que estoy haciendo si me dices lo que ya sabes
de mí.

Su mandíbula se cierra de golpe y sus ojos se ensanchan. Ojos verdes. Puedo


distinguirlo ahora. Son del color azul-verde-negro del lago Denali al
atardecer. Lo que pasa con el agua del lago es que es opaca. Nunca sabes lo
que está escondido debajo.

—¿Qué sé de ti? ¡Nada! —dice.

Me quedo en silencio, cruzando los brazos mientras espero. Él se da cuenta


de que no hablaré hasta que él lo haga.

—En serio —dice—. Todo lo que sé es que algunas personas te están


buscando. Y los lugareños piensan que estás loca porque vas por ahí
preguntando los nombres de las personas. —Hace una pausa, lamentando
haber dicho la última parte. Es entendible. No es el tipo de cosa que quieres
mencionar cuando estás sentado en un lugar cerrado con una supuesta loca.

Sin tacto, agrego a mi lista, y pregunto —: ¿Y tú?

—¿Yo qué? —pregunta, pareciendo acorralado.

—¿Piensas que estoy loca?

—Um, tendría que decir que… en este momento…sí —admite.


Me muerdo el labio y miro por la ventana al estacionamiento. No hay duda
sobre ello —estoy segura de que Miles es el que Frankie previó.

Le miro otra vez y levanto las cejas impacientemente.

—¿Qué? —pregunta a la defensiva.

—Vamos —digo.

—¿Ir adónde?

—A encontrar a mi clan.

Sus rasgos pasaron por una serie de expresiones cómicas: incomprensión,


duda, sorpresa, y finalmente, exasperación.

—¿Dónde…dónde tenemos que ir para encontrar a tu…clan?

Me inclino hacia adelante para ver el punto donde el sol se esconde bajo las
nubes de lluvia, para orientarme.

—Se veía un poco desértico. Como el Lejano Oeste. Es en esa dirección —


digo, señalando hacia el sureste.

—Wow —dice, levantando las manos en gesto defensivo—. Escucha. No


tengo ni idea de lo que estás hablando. Y no he dicho que te iba a llevar. Y
mucho menos al Lejano Oeste.

—Entonces dime por qué me estabas siguiendo. —Le miro.

Me mira fijamente tanto como puede antes de apartar la mirada. Yo sólo me


siento y le miro, esperando que se deje convencer. Finalmente suspira y
dice:

—De acuerdo, te llevaré. Pero, en realidad, me dirigía hacia el sur. A


California. Tenemos mucho Lejano Oeste allí. Podrías ir allí conmigo y luego ir
a buscar a tu clan. Pero primero tendré que hacer una parada y recoger
algunas… cosas. Ropa. Ya sabes.
—¿Qué hay en la maleta detrás del asiento? —pregunto.

—Um…ropa —dice Miles, inquieto—. Sí, me olvidé de eso. Pero podría


llevarte a tu hotel si necesitas…suministros. —Reacomoda su rostro en una
sonrisa y levanta las cejas de una manera que creo que tiene la intención de
ser encantador conmigo.

Nome se estaría tragando esto, creo. Había ido a la Enciclopedia Británica y


habría clasificado las fotos de cada científico, político —cualquier hombre—
del uno al diez, basándose en el “carisma”, como ella lo llamaba. Nunca
puedo pensar en John F. Kennedy sin que el número 7.5 de vueltas en mi
cabeza.

Pero sólo siento diversión al observar a Miles. Tengo una meta, y él es quien
que me va a ayudar a conseguirla. Mi interés termina ahí.

—No necesito volver a la casa de huéspedes —digo—. He estado aquí siete


días y pagué la semana por adelantado. Además, tengo todo lo que necesito
en mi mochila. Vamos.

—¿Entonces tienes dinero?

—Algo.

—Bueno, entonces, ¿por qué no rentaste un auto y fuiste por ti misma? —


pregunta curiosamente.

—No sé conducir.

Levanta la ceja escépticamente.

—Podrías tomar un autobús.

—Se supone que debes llevarme. Y California está al sur. Voy al sureste.

Miles aprieta la mandíbula con frustración. Clava sus dedos en las sienes y
aprieta los ojos. No le gusta acatar órdenes, creo, señalo ese dato en mi lista
y lo agrego, está acostumbrado a conseguir lo que quiere.
—¿Por qué confiarías en mí para llevarte a algún lado? —pregunta—. Podría
ser peligroso. Podría ser un psicópata. No me conoces para nada.

Me giro hacia él.

—En realidad, no confío en ti. Frankie me dijo que no lo hiciera, pero también
me dijo que tenía que ser honesta contigo.

—¿Quién demonios es Frankie? —Una nota de histeria se apodera de la voz


de Miles.

—Frankie es el tipo que se sienta y bebe cerveza en la esquina de Pike and


Pine. La gente lo llama Loco Frankie.

—¿Tomas el consejo de un alcohólico demente? —El rostro de Miles es serio


ahora.

Se completamente honesta, escuché la voz en mi cabeza. Exhalo y me


preparo.

—Él era mi oráculo —respondo—. Y me dijo que fuera contigo. Por lo tanto,
seas o no peligroso o un psicópata, lo cual no creo que seas…

—Gracias —interviene Miles secamente.

—…. me llevarás.

—¿Cómo es que ese Loco Frankie sabe quién soy?

—No lo sabe —respondo—. Me dijo que fuera con la persona cuyo nombre
me lleve lejos.

Miles me mira, toda apariencia de serenidad se ha ido. Parece asustado.

—Eres una psicótica —dice Miles, con los ojos muy abiertos. Alejando su
mirada de la mía, se sienta un minuto entero mirando fijamente hacia el
estacionamiento. Él te necesita tanto como tú lo necesitas a él, había dicho
Frankie. Espero.
Finalmente, sacudiendo la cabeza con desesperación, Miles gira la llave en el
encendido.

—De acuerdo. Te llevaré al menos una parte del camino de tu loco viaje. —
Alcanza algo en el tablero— Pero primero tengo que hacer una llamada.

Llego primero al artefacto.

—¿Es éste tu celular? —pregunto.

—Sí —dice.

Apretándolo en mi mano, cierro los ojos y contacto el Yara. He estado una


semana esperando a que esto pasara. Estoy lista. Una chispita sale del celular
y la pantalla muere.

—¿Pero qué…? —grita Miles.

—Frankie también me dijo que no te dejara usar el teléfono —contesto—.


Ahora vamos.
ME DUELE EL CEREBRO. ESTOY TAN LEJOS DE MI ZONA DE CONFORT que
podría estar en el Amazonas, nadando con pirañas. Esta chica, de alguna
manera, me rompió el teléfono y ahora me está diciendo que la lleve al
Monte Rainier. Estoy discutiendo con ella por sus indicaciones, como si
fuéramos una pareja casada geriátrica.

—Señalaste al sur hace un minuto. La montaña es al este —digo, deteniendo


el auto en el borde del estacionamiento—. No tienes idea de a dónde vas,
¿no?

Envuelve los brazos alrededor de su pecho y desafiantemente dice—: En


realidad, señalé al sureste. Nuestro destino está en esa dirección.

—Y sabes eso porque Frankie te lo dijo —declaro con incredulidad.

—En verdad no creo que esté loco —dice.

Oh por Dios, estoy llevando a una psicópata.

—Así que si el borracho te dijo que fueras el sureste, ¿por qué estamos
yendo hacia el este?

—Porque, como ya dije, tenemos que ir a la montaña antes —insiste,


asintiendo en dirección al Monte Rainier.

Sólo me siento y la miro durante un minuto hasta que recuerdo lo valiosa que
es esta chica para Papá, y el hecho de que mi nombre, en este momento,
está escrito en sus libros malos en negrita y mayúscula. Lo último que quiero
es que se baje de mi auto y encuentre a otra persona llamada Taxi o Autobús
Greyhound y se deshaga de mí.
—Me llevarás —dice, como si no tuviera otra opción. Caramba, me tiene
clavado: La necesito tanto como ella me necesita a mí.

—Cinturón de seguridad —digo. Parece confundida—. Si te llevo, tienes que


usar el cinturón de seguridad. —Todavía no reacciona. Tiro del mío,
demostrando lo que es un cinturón de seguridad, y ella juega con el suyo
hasta que finalmente lo ata.

Pongo el pie en el acelerador y avanzo. Conducimos en silencio unos minutos,


lo cual es bueno, porque tengo que orientarme. Busco las señales de la
carretera y finalmente veo una de PARQUE NACIONAL MONTE RAINIER, y la
sigo hacia el este de la ciudad.

Conducimos por largos puentes sobre grandes masas de agua, y pasamos la


fea extensión urbana hasta que las montañas aparecen en la distancia, una
de ellas cubierta con nieve. Hemos estado en la carretera unos buenos veinte
minutos antes de darme cuenta de que la chica se está aferrando al tablero
con ambas manos.

—¿Qué? —pregunto.

—¿Qué de qué? —responde.

—¿Qué haces? ¿Por qué empujas el tablero de esa manera?

—Estas yendo un poco rápido —dice, con voz acusatoria.

—¿Rápido? Voy a ochenta. ¡Eso ni siquiera está en el límite de velocidad!

—Es rápido para mí —murmura.

—Escucha, si vas a criticar mi forma de conducir —empiezo, y luego


recuerdo… estoy discutiendo con una persona loca—. Sólo deja de hacer eso
—digo, mirando su apretón mortal a la guantera. —Me está poniendo
nervioso.
Frunce el ceño y lo suelta, pero mueve las manos a los bordes del asiento a
ambos lados de sus piernas, y lo agarra fuerte. Decido ignorarla
completamente hasta que estoy en la carretera saliendo de la ciudad, en ese
momento acelero a 95 y me relajo. Pasamos una señal que dice 89
KILÓMETROS PARA MONTE RAINIER, y veo los ojos de la chica moviéndose de
la señal al velocímetro y de nuevo a la señal, mientras calcula cuánto nos
tomará llegar allí. Mira hacia el sol, o al menos donde la débil forma del sol
brilla debajo de las nubes de lluvia, luego mira el reloj del tablero, y
finalmente recuesta la cabeza en el reposacabezas y se relaja. Y cuando digo
que se relaja, sólo me refiero a que no parece como si fuera a explotar o
espontáneamente saltar del auto que va a toda velocidad.

Ojalá se hubiera quitado las lentes de contacto. Me asusta. Una de las chicas
góticas de la escuela tiene lentes de ojo amarillo de gato que dan miedo.
Definitivamente no es lo mío —las personas que fingen ser góticas artísticas.
Y pensar en la escuela me recuerda que, aunque sea rara, la chica ojos de
gato irá a la graduación el mes que viene, y yo no. Piso el acelerador, y el
motor ruge al llevar al auto a ciento cuarenta y cuatro kilómetros por hora. Y
cuando veo que los dedos de la chica se agarran firmemente al borde del
asiento, sonrío.

Conducimos la siguiente hora sin hablar. Mientras nos aproximamos a las


montañas, hay sedanes apropiados para la ciudad que gradualmente
reemplazan a los camiones y camionetas enormes que cargan leños. Casas
idénticas de un piso hechos de madera se alinean lado a lado como una
versión rural de Monopoly.

Después de un rato, enciendo la radio, mi música está en mi teléfono


muerto, y lo único que puedo encontrar es country. La mantengo encendida,
es mejor que sentarse en silencio con la chico-chica rara.

No puedo evitar mirarla de vez en cuando; podría ser parte asiática, con
pómulos altos y espeso cabello negro. Su ropa parece sacada directamente
de la sección para hombres de Old Navy. Su peinado es realmente feo:
parece como si tuviera un mal corte de pelo estilo militar, que ahora que está
creciendo, se lo peina en pico para parecer más alta. O más feroz.

Es pequeña. Diría que un metro sesenta y cinco sería una estimación


bastante cercana. Cuando está quieta, parece de su tamaño. Pero cuando
habla, de alguna manera gana algunos centímetros…se vuelve más grande.
Cuando se metió en el auto, pensé Si está demente y enloquece en mi auto,
puedo soportarla, pero ahora no estoy tan seguro. Hay una energía…e
ira…llenando cada centímetro de ella.

Papá dijo que llamarla una espía industrial era “muy cercano a la verdad.”
Cuando la vi por primera vez, no la pude imaginar estando involucrada con
algo relacionado al espionaje. Pero ahora que está sentada a centímetros de
mí, puedo imaginarla o totalmente. Parece peligrosa.

Como si estuviera leyendo mis pensamientos, me mira, y cuando nuestros


ojos se encuentran me fulmina con la mirada.

—¿De dónde eres? —pregunta.

Dudo, y luego decido que no decirle dónde vivo no le hará daño.

—L.A. —digo.

Ella sólo me mira.

—¿Dónde queda Ellay3? —pregunta finalmente.

—Los Ángeles. Es en… —digo

—Oh, sí, California —interrumpe, y luego murmura para sí misma —: Ciudad


más poblada de los Estados Unidos después de Nueva York; sin embargo, no
es la capital de California, la cual es… —hace una pausa y piensa por un
segundo—. Sacramento. O al menos lo era en 1983.

Bicho raro.
3
Juego de palabras dado que la pronunciación en ingles de L.A es ellay.
Doblo en una carretera de dos carriles, y pasamos un grupo de cazadores
vestidos con camuflaje marrón, cargando armas. Odio las armas. Papá trató
de llevarme a cazar una vez. Pasé todo ese tiempo en la casa de campo
jugando videojuegos, negándome a salir y cazar y avergonzarlo por completo
delante de sus amigos.

—¿Cuál es tu nombre completo? —pregunta, continuando con el


interrogatorio.

Oh-oh. Ahora estamos en territorio peligroso. Todos han oído de Farmacia


Blackwell. Mi apellido es, generalmente, un símbolo de estatus, pero ahora
mismo es mejor no ostentarla.

—¿Por qué te diría mi apellido cuando ni siquiera me has dicho tu nombre?


—contesto.

—Mi nombre es Juneau —dice.

—Como la diosa… ¿reina del Olimpo? —pregunto

—No, como la Capital de Alaska —responde.

¡Bingo!, pienso, recordando que papá había mencionado que la chica iba a
venir en barco desde Anchorage.

Juneau señala un mapa de ruta del Bosque Nacional que está al lado de la
carretera.

—Para aquí —dice, y desabrochándose el cinturón, sale del auto antes de


que yo detenga el auto por completo. Tropieza un poco mientras piso el
freno, y luego, recuperando el equilibrio, camina hacia la señal tan normal
como si saliera de autos en movimiento todo el tiempo.

La chica toma drogas. Eso tiene que ser. Cualquier tipo de droga que Papá
esté intentando conseguir, probablemente ella ya la está tomando en
grandes dosis. A menos que sea una pastilla anti psicópata, en cuyo caso ella
podría tomar algunas.
Estudia el mapa unos minutos, y camina de vuelta hacia el auto, se sube y
dice —: Bien. Conduce —como si yo fuera su chofer o algo.

—¿Te importaría decirme a dónde vamos? —pregunto, escondiendo mi


sarcasmo para evitar otra mueca desagradable.

La chica, Juneau, me aterra, y no vale la pena sacarla de quicio.

—Allí arriba —dice, señalando la mitad de la ladera de la montaña. No puedo


evitarlo. Comienzo a hablarle como si fuera una niña pequeña. O
desquiciada, lo cual es—. Como puedes ver son las siete p.m. —digo,
señalando el reloj del tablero como si fuera un presentador de televisión y
esto fuera un auto nuevo—. No hay restaurantes cerca de aquí. Y el cartel de
“alojamiento” estaba atrás, señalando en otra dirección. Así que si queremos,
digamos, comer, o dormir en algún sitio que no sea este auto, tendremos que
regresar e ir a otro lado.

—Hacia allá. —Señala a la montaña.

Aprieto las manos. Pero pienso en la mirada de Papá si la llevo a L.A., y le


pregunto con los dientes apretados:

—¿Te importaría cerrar la puerta entonces para poder conducir?

—Oh, sí —dice, como si no se le hubiera pasado por la cabeza. Se inclina y


cierra la puerta, y nos vamos.

Estoy aquí, en una tienda de campaña, fingiendo estar dormido pero en


realidad temiendo por mi vida mientras veo a un conejito asesinado teniendo
una conversación con nuestra fogata.

Así es como sucedió. A mitad de camino hacia el Monte Rainier, Juneau me


ordenó salir de la carretera hacia este camino de tierra. Una vez que
estuvimos más allá de donde cualquiera; digamos, rescatistas, pueda
encontrarnos, me pide que pare. Se está haciendo oscuro, y es como si
estuviéramos en una escena de esos documentales donde inconscientes
mochileros establecen un campamento cerca de la cueva de un oso o la
guarida de un lobo o encima del nido de un escorpión asesino y se les enseña
una lección por invadir desconsideradamente la naturaleza. Y justo cuando
pienso en esto, Juneau saca su mochila del asiento trasero, saca una bolsa de
nylon y empieza a montar una maldita tienda.

—¿Qué haces? —Mi voz se dispara una octava, como si hubiera aspirado
helio.

Me mira y simplemente dice:

—¿Qué parece que hago?

—¡No dormiremos aquí esta noche! ¡Ni siquiera es un sitio legal para
acampar! —chillo.

—Tenemos que hacerlo. No era capaz de Leer la naturaleza en Seattle. La


ciudad me hizo muy ansiosa. Vi una postal de esta montaña y supe que sería
el lugar perfecto para Leer. Parece un poco como casa —responde. Y así
como así, vuelve a desenvolver la tienda de nylon y a poner postes de metal
plegables. Yo estoy parado como un idiota mientras ella saca ramitas y rocas
del suelo y luego pone la tienda y comienza a clavar pasadores en la tierra
para anclarla.

Se gira hacia mí.

—Si quieres ayudar, puedes encender una fogata antes de que sea muy
oscuro para ver.

—¿Una fogata? Estoy seguro de que eso es ilegal en medio de un parque


nacional. ¿Y por qué necesitamos una fogata? —pregunto—. Ni siquiera hace
frío.

—Para la cena —dice, y saca de su mochila dos cosas en forma de clavijas,


talladas y pintadas, los encaja en las ranuras para ponerlos juntos, y agarra
un paquete de palitos puntiagudos, estaré jodido si no entra al bosque con
una mini-ballesta.

Ni siquiera intento hacer la fogata. Vuelvo al auto y durante media hora


jugueteo con mi iPhone, tratando de encenderlo, pero está completamente
arruinado. Me pregunto que pudo haber hecho para romperlo, cuando busco
y veo a Juneau dando zancadas hacia el claro, sosteniendo un conejo muerto
por las patas traseras.

Ni siquiera mira en mi dirección, se sienta y toma un enorme cuchillo de su


mochila y empieza a quitarle la piel. No puedo mirar. Me siento enfermo.

Para cuando me doy la vuelta otra vez, ha hecho una fogata y ha hecho una
especie de asador improvisado poniendo dos ramas en el piso a cada lado de
las llamas. Luego, tan a la ligera, como si se estuviera atando los zapatos o
algo, mete una tercera varilla por la boca del conejo crudo y la saca por el
otro extremo, y tengo la necesidad de caminar hacia el bosque porque siento
que voy a vomitar.

Cuando regreso, la cosa en el asador parece realmente carne y huele lo


suficientemente apetecible como para hacerme agua la boca. Me paro ahí y
miro mientras ella asa algunos hongos y los deja en una pequeña olla sobre
las llamas, utilizando el jugo que gotea de la carne para cocinarlos.

—Entiendo que la búsqueda de alimento es la nueva moda para ti del tipo


“regreso a la naturaleza”, ¿pero te das cuenta de que hay un McDonald’s a
media hora por la carretera?

Por un momento, parece como si no me reconociera. Luego,


despreocupadamente, corta un trozo de pata cocida de algo que era lindo y
esponjoso y saltaba por ahí hace aproximadamente una hora. Lo sostiene
sombríamente en el extremo del cuchillo, como una amenaza. Me
estremezco, pero agarro la carne de la punta del cuchillo y me la llevo a la
boca. Oh por Dios, sabe muy bien.
Ve mi expresión y sonríe.

—Vi el cartel de McDonald’s en el camino. Pero lo probé en Seattle, y


francamente, es algo repugnante.
Es, probablemente, el chico más estúpido que he visto nunca.
No, olvida eso. Estúpido no. Parece lo suficientemente inteligente. Tiene un
buen vocabulario cuando se esfuerza en usarlo. Y está claro que escucha cada
palabra que sale de mi boca y las almacena para pensarlo después. ¿Por qué?
Como dijo Frankie, tiene un motivo detrás. Miles me necesita tanto como yo
le necesito. Tiene secretos. Pero yo también. Aunque mi oráculo me dijo que
fuera sincera con él, no significa que tenga que contarle toda la historia de mi
vida… a menos que pregunte. Así que tampoco esperaré que él me cuente
nada.
Cambio mi adjetivo de estúpido a inocente. Está claro que ha vivido una vida
protegida. Y no sólo por el hecho de que no se ha criado en la naturaleza
como yo: ha vivido lo que Dennis llamaría una “vida afortunada,
desafortunadamente para el resto del mundo”. El engendro felizmente
ignorante de los ricos.
Después de vagar por las calles de Seattle durante una semana, la diferencia
entre ricos y pobres es obvia para mí. Comparado con aquellos que he
conocido y que viven duramente, la ropa casual que Miles usa, su forma
educada de hablar y su confianza apuntan a que no ha tenido que ganar
dinero él mismo.
Miro de nuevo a las llamas y me pregunto si no sabía cómo hacer un fuego o
si ha sido demasiado vago como para molestarse. No entiendo por qué
Frankie dijo que lo necesitaba. Ahora mismo parece ser la última persona en
el mundo que necesitaría. Si Miles no supiera conducir sería un completo
lastre.
Insistió en dormir en el coche hasta que le informé que el olor de la calavera
y los huesos colgando del retrovisor y las bolsas de patatas y galletas ocultas
en el asiento de atrás tendían a atraer osos, y que un oso podía fácilmente
abrir la puerta de un coche con las garras.
Es la primera vez que le he visto moverse rápidamente. Arrancó la olorosa
calavera de donde colgaba, sacó las bolsas de debajo del asiento y se perdió
dentro del bosque con ellos, volviendo diez minutos más tarde sin nada. Y
aunque dejó las ventanas del coche abiertas para ventilarlo, no dudó en
pasar la noche en la tienda cuando le dije que era más seguro.
Estoy impaciente porque se duerma. Finalmente, cuando veo que no se
mueve durante un rato, saco la bolsa de Polvo de Fuego de la mochila.
Midiendo cuidadosamente un puñado plateado, lo tiro en las llamas.
—Papá —digo, y visualizando la cara de mi padre me quedo mirando hacia
las llamas.
No sucede nada, y mi corazón se encoge con preocupación. Como le dije a
Miles, aparte de Leer mi oráculo, no pude Leer nada en Seattle. Y no sé si
tuvo algo que ver con estar en una ciudad. Afortunadamente, fui capaz de
crear ese Conjuro menor y hacer arder su teléfono. Pero parece como si algo
estuviera cambiando, en mí o en mi conexión con el Yara.
En realidad, comencé a sentir el cambio durante los cinco tortuosos días en el
barco hacia Seattle. Una neblina oscura de duda cubriendo todo lo que sé. Si
los mayores mintieron acerca de la guerra, ¿habrían mentido también acerca
del Yara? Pero algo más profundo en mí me asegura que el Yara existe. Es
sólo que mi conexión con él parece estar desapareciendo.
Hago desaparecer esos pensamientos y me concentro en el fuego. Toma un
tiempo, pero finalmente la imagen aparece. Es exactamente como lo vi en la
anterior visión: un paisaje árido con cactus en primer plano y formaciones
rocosas en el fondo. Aunque es de noche, la luna brilla iluminando la escena.
Veo un grupo de pequeños edificios hechos de barro. Recuerdo haber visto
algo similar en la EB, en el artículo de Nativos Americanos, e intento recordar
en qué parte de América están. Los pequeños edificios están rodeados por
una valla coronada de alambre con espinas. Se extiende en la distancia antes
de formar un ángulo y continuar alejándose en la otra dirección. Un cercado
que marca el perímetro. Tienen a mi gente prisionera.

Mientras observo, mi padre emerge de una de las cabañas, sus brazos


alrededor de él. Camina un poco, se detiene y mira la luna. Su expresión es
anhelante. Preocupada. Sé que piensa en mí. Me pregunto si la razón por la
que ha salido es que, de alguna manera, me sintió Leyéndole.
He estado pensando tanto en mi padre y el clan las últimas semanas que,
ahora que le veo, soy bombardeada por un cúmulo de sentimientos
contradictorios. Por una parte, quiero lanzarme hacia él y abrazarle tan
fuerte que nunca más pueda irse.
Por la otra, quiero gritar. Zarandearle. Preguntarle por qué me mintió. Por
qué, desde que Whit empezó a entrenarme cuando tenía cinco años, el Sabio
del clan continuó sus mentiras. Por qué los adultos confundieron a los niños.
Por qué nos lavaron el cerebro para pensar que un mundo exterior no existía,
para escondernos como conejos arrinconados de un peligro que nunca
estuvo ahí. Toda mi vida ha sido una farsa por esta conspiración de mentiras
mantenidas por los adultos, la familia, en quienes siempre confié.
Me pican los ojos y me enjuago una lágrima de rabia. Busco en la mochila a
tientas hasta que encuentro mi ópalo de fuego. Tomándolo, lo sostengo en la
palma de la mano y lo pongo contra el suelo.
—Papá —digo.
Nada. Está demasiado lejos para poder Leer sus emociones. O quizá estoy
demasiado furiosa como para conectarme al Yara.
Me pregunto por centésima vez cuánto de lo que aprendí era parte de la red
de mentiras en que mi padre y los demás nos envolvieron, y cuánto era
cierto. Su traición aún duele tanto que está formando un cráter ardiente en
mi pecho; pero al menos sé que aún tengo al Yara. A parte de eso, ya no
estoy segura de en qué creo. Me siento a la deriva. A la deriva en este nuevo
mundo.
Vuelvo la atención a mi padre, cuya figura permanece inmóvil en el paisaje
del desierto.
—Estoy bien, papá —digo, aunque sé que no puede oírme. Trago el nudo en
mi garganta—. Y voy a rescatarte.

Ella habla en sueños. Menciona un par de escritores, Beckett y Neruda, y


algunos otros nombres que no reconozco, sólo el tipo de balbuceo que la
gente hace cuando duerme. Habla sobre “bandidos” como si les tuviera
miedo. Entonces dice algo sobre su padre y, en una voz torturada, gime “¿Por
qué?”.
Y, por un segundo, parece tan vulnerable, tan normal a pesar de su peinado
desastroso, que incluso tengo ganas de abrazarla. Decirle que todo irá bien
incluso, aunque no sé exactamente qué es lo que pasa.
Y entonces recuerdo que ella no es sólo la prioridad en la búsqueda de mi
padre, sino que además es peligrosa y, muy probablemente, mentalmente
inestable. Me quedo en mi lado de la tienda.
Mis sueños están plagados de pesadillas. Cada noche me aparece la misma
imagen: bandidos atacando el campamento de mi clan. Vestidos con cuero
rasgado y pieles apelmazadas por la sangre, los ojos brillando verde con
radiación. Llevando un equipo de armas hechas a mano y armas de fuego de
alta tecnología, toman mi aldea matando primero a los perros, que salen
corriendo para protegernos, y después a mi clan. Me quedo en medio de la
matanza, paralizada. Incapaz de reaccionar. Y entonces oigo la voz de mi
padre llamándome:
—Usa el Yara, Juneau. Usa tus dones.
Me despierto al amanecer, el hedor de la madera ardiente aún hiriendo mi
olfato hasta que me siento y respiro el aire puro de la montaña. A través de
la red contra mosquitos veo el mundo bañado en rocío a nuestro alrededor
volviéndose rosado por el brillo del amanecer. No hubo guerra. No hay
atacantes. Me recuerdo a mí misma que la guerra mundial apocalíptica nunca
pasó. Pero la imagen es tan parte de mí que este nuevo mundo parece una
mentira, un mundo de cuento de hadas, envuelto en algodones de colores
brillantes, como papel colorido alrededor de la cáscara consumida de un
planeta de postguerra.
Echo una mirada a Miles. Tiene los labios ligeramente separados y la
respiración lenta. Fuerzo las terroríficas imágenes a salir de mi mente y me
recuerdo que éste es mi mundo ahora. Sólo yo y este chico, a quien
aparentemente necesito para completar mi misión. Una vez más, me
pregunto por qué me pidió Frankie que lo encontrara. ¿No estaría mejor
sola?
Sus rizos caen sobre su frente y tiene la barbilla ligeramente elevada. Me
pregunto cuántos años tiene. Probablemente la misma edad que yo,
supongo. Diecisiete. Quizá dieciocho. Me permito mirarle un momento como
lo haría Nome: definitivamente le daría un 10 en su libro, considerando que
John F. Kennedy es un 7.5. Oh, Nome, pienso. Joder, espero que estés bien…
Mis pensamientos vuelven de mi mejor amiga al chico durmiendo a mi lado.
¿Por qué me estaba siguiendo? ¿Qué necesita de mí? Cuando le pregunté no
respondió. La otra única opción es Leerle y nunca he Leído a alguien en
contra de su voluntad. Evito ese pensamiento y me preparo. Hay algunas
cosas que debo hacer antes de irnos. Me deslizo cuidadosamente fuera de la
tienda intentando no despertarle.
La noche anterior, antes de Leer el fuego, consulté el viento. Soplaba una
brisa fresca. Levanté los brazos y agarré el ópalo en una mano. Tardé mucho
en sentir mi conexión con el Yara y cuando visualicé a mi clan, no recibí
respuesta.
Mi frustración cortaba el aire. ¿Qué me pasa? ¿Estoy perdiendo la conexión?
Cambié mi petición y susurré “Whit”. Y, tras un momento, el humo de una
hoguera lejana me cosquilleó en la nariz. Gire en círculos intentando
encontrar la dirección de donde venía pero no percibí nada más. Whit debía
estar en el exterior también. Quizá está cerca. A lo mejor sus captores lo
están transportando hacia donde mantienen cautivos al clan. O quizá escapó
y me está buscando. Debería poder encontrarme Leyéndome. De hecho, si ha
podido hacerlo, podría probablemente haberme encontrado en las calles de
Seattle.
Mientras pienso en él, un sentimiento de incertidumbre, desconfianza, se
cuela en mi mente pero hago mi mayor esfuerzo por ignorarlo. Sí, Whit fue
probablemente la persona que salió al mundo hace unos pocos años, cuando
compró el libro. Pero todos los otros ancianos del clan tuvieron su parte en el
engaño. No es más culpable que el resto de ellos. Todos nos mintieron, no
sólo él.
Pero él era el que se suponía que tenía que decirte la verdad a ti, gime algo
dentro de mí. Decirte la verdad y, simultáneamente, alimentar mentiras. La
punzada ardiente de la traición vuelve y la alejo a un rincón de mi mente para
lidiar con ella más tarde.
El peso de la responsabilidad que solía sentir cuando Whit me hablaba sobre
ser su sucesora pesa sobre mi alma ahora. No puedo desviarme del camino
por emociones infantiles. Soy responsable de mi clan. Además de Whit, soy la
única persona que no está encarcelada. Debo pensar en él como en mi aliado
y no dejar a mis insignificantes sentimientos meterse en el camino. Seré
fuerte.
¿Pero cómo contactar a Whit? Debe de estar a las afueras de una ciudad si
está cerca de una hoguera. Si sólo pudiera hacerle llegar un mensaje… Ojalá
me hubiera enseñado más de Conjurar. Las cosas simples que me enseñó no
me van a ayudar ahora: camuflaje a través de la metamorfosis, evitar que el
hielo se deshaga para que la carne no se pudra, crear calor intenso para
licuar un sólido, como solíamos hacer para reparar las guías y ruedas de
metal que teníamos en nuestros trineos… O para freír un teléfono móvil,
pienso, y sonrío.
Sé que soy mejor que Whit en Leer. Incluso él admitió que “el estudiante
había superado al maestro”, y lo atribuyó a ser criada tan cerca del Yara toda
la vida. Pero en Conjurar… ni siquiera sé aún cuánto es posible.
Mientras reflexiono sobre mis opciones, un cuervo del tamaño de un gato
grande se posa en el suelo frente a mí. Inclina la cabeza hacia un lado
mirándome sospechosamente, camina hacia mí y grazna ruidosamente,
erizando las plumas. Algo está atado a una de sus patas. Un mensaje de Whit.
—Gracias —digo, y desato el pedazo de papel de la garra del cuervo.
Desplegándolo, veo la escritura larguirucha de Whit.

Juneau, puedo Leer que estás cerca y que estás bien. El tiempo
es esencial, ayúdame a encontrarte. Escríbeme un mensaje
diciéndome dónde estás y el cuervo me lo traerá. Después de
eso, NO TE MUEVAS, iré a buscarte. Mi lectura del fuego me
mostró que estás acampando en el bosque con un chico. Hagas
lo que hagas, no confíes en él. Tu amigo, Whit.
¿“Tu amigo”? Esas dos palabras me alarmaron. Whit nunca antes se había
referido a sí mismo así. Mi mentor, sí. Sabio del clan, quizá. O sospecha que
dudo de él y quiere recordarme que puedo confiar en él o fue forzado a
escribir la nota y usó esas palabras para alertarme.

Chasqueo la lengua en el idioma universal humano-animal para decir “ven


aquí” y el cuervo se acerca. Me relajo, tranquilizo mi respiración, y me acerco
para tocarlo compartiendo mi calma con él. Me permite que lo levante
recogiendo sus alas al acercarlo a mi pecho para tocar el ópalo. Cierro los
ojos.
—Enséñame lo que viste —susurro.
Como la noche anterior, tengo que esperar un rato antes de que la conexión
llegue. Pero después de un momento siento el hormigueo de la conexión con
el Yara y el cuervo se queda muy quieto permitiéndome filtrar sus recuerdos.
Veo a Whit. Está con los dos hombres que parecen los soldados que vi con él
cuando Leí el fuego en la cueva. Se ciernen sobre él con toda su corpulencia,
mirándole escribir la nota. Le están haciendo buscarme, pienso. Mis
sospechas confirmadas. Whit está siendo obligado a actuar como su peón.
Le veo dudar y palmear el bolsillo de su chaqueta. Saca un teléfono. Los dos
hombres se alejan dejándole solo para hablar por teléfono. Después de un
momento, se pone los dedos en los labios y hace el fuerte silbido que le he
visto hacer un millón de veces. Y entonces, atando la nota a la pierna del
cuervo, lo libera y él alza el vuelo.
Mi visión se vuelve aérea. El pájaro mira hacia abajo mientras se aleja y veo a
Whit subirse al asiento del conductor de un vehículo militar verde (la palabra
Jeep está escriba con grandes letras en la parte de atrás del coche) mientras
los dos hombres suben a los asientos del copiloto y al de atrás. Whit espera
hasta que cierran las puertas y entonces comienza a conducir.
Aturdida, dejo ir al pájaro y la conexión se pierde. La sangre se convierte en
hielo en mis venas. Whit no es un prisionero. ¿Trabaja con los hombres que
tomaron mi clan? O… ¿podrían ellos estar trabajando para él? Estoy tan en
shock que no sé qué pensar. Nada cuadra. El dolor de la traición vuelve y no
hay nada que pueda hacer para atenuarlo.
A través de la puerta abierta de la tienda, veo a Miles sentándose. Se
restriega el cabello de atrás hacia delante causando que el pelo se dispare en
todas direcciones. Whit dice que no puedo confiar en él. No es una novedad,
en realidad: Frankie ya me había advertido que no era una persona de fiar.
Pero está claro que Miles no es la única persona de quien tengo que tener
cuidado. Mi padre me decepcionó. Mi mentor está buscándome. Yo soy la
única persona en quien puedo confiar. Nunca me había sentido tan sola.
Cuando me despierto, ella está hablando con un pájaro.
Eso no debería desconcertarme pero no estoy lo suficientemente despierto y
una oleada de alarmas me sobreviene antes de recordar que si estoy con una
loca es por algo. La finalidad es ver esa expresión en la cara de mi padre
cuando finalmente haga algo bien.
Me tomo mi tiempo para salir de la tienda, esperando que el hada de la
realidad agite su varita y que las cosas vuelvan, repentinamente, a ser
normales. Pero no. Cuando me levanto, Juneau me está mirando, esperando,
como si estuviera esperando que dijera algo increíble.
—¿Qué? —pregunto.
—Tenemos que irnos —dice Juneau—. Ahora.
—¿Nada de animales atropellados a la brasa para desayunar? —bromeo.
Actúa como si no me escuchara y comienza a recoger los utensilios de cocina.
—Alguien viene tras nosotros. Comeremos en la carretera —dice como si
mandara sobre mí, de esa forma que comienza a molestarme.
—Ah —respondo alzando una ceja para mí mismo, ya que ella no me está
mirando—. ¿Son agentes del gobierno? ¿O alienígenas? No, espera.
Guardabosques furiosos que vigilan la población de conejitos del parque.
—Puedes desmontar la tienda, si quieres ser de ayuda —comenta con
sencillez. Y aunque realmente no iba a molestarme en formar parte
voluntaria de su paranoia, la forma en que lo dice, como si fuera un reto que
no cree que pueda lograr, me hace darme la vuelta y comenzar a tirar de las
estacas que sostienen la tienda.
—Quizá quieras sacar la ropa de cama antes —me dice.
—Sí. Es lo que estaba a punto de hacer —musito, y tiro de las almohadas y de
las mantas térmicas. Para cuando he descubierto cómo desmontar las varillas
plegables, ella ha guardado todo en el coche y viene a ayudarme.
—¿Alguna vez has acampado? —me pregunta, pero no de la mala forma que
esperaba.
—No —admito mientras empujo la última varilla en la bolsa—. ¿Se nota?
Ella levanta la mirada y me dirige esa extravagante y pequeña sonrisa donde
sólo junta los labios, y no puedo evitar sonreírle de vuelta, lo que la hace reír
con la boca cerrada.
Y por un segundo, realmente me estoy divirtiendo. Aunque tengo la espalda
paralizada de dormir en el suelo y estoy parado en medio de una acampada
ilegal, sonriendo a una esquizofrénica paranoide. Ella parece medio normal.
Agradable, incluso. Pensamientos cruzan por mi mente y rebotan una o dos
veces antes de que pueda captarlos en su totalidad para romper la situación.
Esta chica es una herramienta, me digo a mí mismo. Todo lo que debería
importarte es llevarla a California. Y forzándome a dejar de sonreír, arranco
el coche.
Juneau tira la mochila de la tienda en la parte trasera y se sienta a mi lado.
Con un graznido, el pájaro entra con nosotros y se posa en el asiento de atrás
mientras me observa, retándome a reaccionar.
—¿Qué es eso? —pregunto haciendo gestos hacia el pájaro mientras Juneau
cierra su puerta.
—El cuervo viene con nosotros —responde. Abro los ojos sin podérmelo
creer e intento controlar mi voz, recordándome que ella es la loca, no yo.
—¿Y por qué, permíteme preguntarte, viene el cuervo con nosotros?
—Porque si el hombre que lo envió a espiarnos lo llama, no será difícil para
ellos encontrarnos.
Vuelve a dolerme la cabeza. Me quedo mirando al pájaro con incredulidad.
Sólo me mira un segundo y después, casualmente, comienza a picar algo en
su ala. Vuelvo la mirada a Juneau y el lente de contacto con forma de estrella
me hace estremecer por su rareza. Creo que ni se lo quitó anoche.
No puedo creer que pensara que era normal durante un segundo… Debo
tener síndrome de Estocolmo o algo. Pongo el coche en marcha, le doy media
vuelta y me dirijo a la sucia carretera por la que condujimos.
—¿Hacia dónde? —pregunto con lo que espero que sea un tono calmado
mientras frenamos en la carretera pavimentada. Me tiene entrenado. La veo
asegurarse de la posición del sol y mirar hacia los dos lados de la carretera.
—Esta carretera va de norte a sur —comenta—. ¿Crees que podemos
encontrar algo que se dirija al sureste?
—Bueno, si pudieras cargar mi iPhone podría usar el GPS para encontrar un
camino —respondo. Se me queda mirando como si hablara en chino.
Recuerdo la confusión en Los Angeles y le pregunto:—¿Qué parte de lo que
he dicho no has entendido?
—Cargar. iPhone. GPS —responde, así que escojo una.
—Sistema de Posición Global —le explico. Ella niega con la cabeza. Puedo
adivinar por el pequeño músculo que mantiene su mandíbula cerrada que le
cuesta admitir cuando no sabe algo—. ¿De dónde eres, que no tienen GPS?
—pregunto, esperando que diga algo sobre Alaska o más sobre quién es.
—No hay tiempo para hablar —me reprende—. Toma la carretera, te lo
explicaré por el camino.
Alegría. Muevo el coche a la carretera y nos movemos hacia el sur.
—Supongo que eso significa que no puedes cargar mi iPhone —insisto tras
unos minutos.
No me mira pero se queda mirando por la ventana y después hacia al
indicador de velocidad. Parece ansiosa. Acelero y se relaja un poco.
—Alaska —responde. Tardo un momento en darme cuenta de que vuelve
una conversación atrás pero lo pillo y le digo—: Tienen que tener GPS en
Alaska. Con toda esa naturaleza salvaje y… la tundra, o lo que sea que tengan
allí.

Considera eso durante un segundo.


—He estado viviendo en una pequeña comunidad a las afueras de las
grandes ciudades. Cuando me describiste antes como “venida de la
naturaleza”, tenías bastante razón. Éramos sólo la naturaleza y nosotros.
—Pero seguro que han visto en la televisión… —comienzo a decir.
—No teníamos televisión —me corta—. Ni electricidad, para el caso.
—Y has vivido allí durante…
—Toda mi vida —contesta.
Mientras trato de entenderlo todo, se me ocurre que, a esta nueva luz, ella
no parece tan loca. Si fue criada en alguna clase de comunidad hippie en
medio de la nada no me extraña que se volviera loca en Seattle. La veo
jugueteando con la ventana, intentando meter los dedos sobre el borde del
cristal como si pensara que puede bajarlo por la fuerza.
—Es el botón al lado del tirador de la puerta —le digo, y ella intenta mover el
control arriba y abajo durante un momento hasta que la ventana baja y ella
inclina la cabeza a un lado para que el frio aire de la mañana le choque en la
cara.
—¿Qué? ¿Tampoco tienen coches? —pregunto, recordando la forma en que
ayer había salido del coche mientras estaba aún en movimiento y cómo no
había recordado cerrar la puerta después de entrar.
Niega con la cabeza.
La miro con incredulidad.
—¿Cómo se movilizaban?
—Trineos tirados por perros —me dice con naturalidad—. Nuestros trineos
estaban dotados de ruedas cuando no había nieve, claro.
—Claro —le respondo con una ceja alzada. Ella me mira para ver si me estoy
riendo de ella pero sonrío con bondad y ella forma su sonrisa de labios-
juntos.
La verdad es que no parece ni la mitad de mala cuando no frunce el ceño.
Quiero decir, ese peinado todavía la hace parecer un elfo desquiciado. Pero
es definitivamente una mejora de la chica-elfo malvada que introduce palos
de brocheta en cavidades de animales muertos.
—Bueno, y ¿por qué te fuiste? —pregunto tentativamente—. Quiero decir,
ahora que hemos aclarado que no fue por un ansia de Big Mac —añado para
aligerar el ánimo.
Juneau inclina la cabeza hacia atrás contra el reposacabezas como si hablar
más de unas pocas palabras fuera agotador. Habla menos que cualquier chica
que haya conocido. Los silencios incómodos no la incomodan. De hecho, no
estoy siquiera seguro de que sepa lo que es la incomodidad. Es como un
robot. O una persona mayor.
Suspira profundamente.
—Cuando te dije que estaba buscando a mi padre es porque desapareció. En
realidad, no sólo él si no que parece que todo mi clan ha desaparecido.
—¿Qué? ¿Por qué? —pregunto, aunque mientras lo digo pienso: Espera un
momento, Miles. Es sólo paranoia hablando. Pero parece tan sincera que
decido tragarme mis dudas unos pocos minutos. Aunque si está soltando un
montón de tonterías, es obvio que ella se cree lo que está diciendo.
—Sinceramente, no tengo ni idea —responde—. Si yo no hubiera estado
fuera cazando, también me hubieran cogido a mí. —Sus ojos vuelan al
asiento de atrás y veo que ha colocado la ballesta cargada al alcance de su
mano. Decido ignorar el hecho de que estoy conduciendo con un cuervo
enorme y una peligrosa arma tras de mí y aprovechar que Juneau está
hablando sobre sí misma para presionarla un poco más.
—Entonces, ¿piensas que los hombres que cogieron a tu padre son los
mismos que te están siguiendo? ¿Y que ellos —no puedo creer que vaya a
decir esto—, enviaron al pájaro a espiarte? —Curioseo en el retrovisor y veo
que el pájaro está usando mi camiseta de ayer a modo de nido.
—Ellos… y mi viejo mentor —dice casi en un susurro.
—¿Tu mentor? —exclamo realmente sorprendido porque no tengo ni idea de
a quién se refiere.
Su cara se frunce como si quisiera, en caso de ser el tipo de chica que llora,
ponerse a llorar a lágrima viva. Pero no es del tipo de chica que llora, gracias
a Dios, así que aprieta los dientes y mira por la ventana centrándose en una
pequeña choza con una enorme bandera americana en el jardín, ondeando y
chasqueando por el viento. Las vacas yacen sobre el pasto profundamente
dormidas, como si hubieran estado gritando toda la noche en alguna
increíble fiesta bovina del cuatro de julio.
Los ojos de Juneau se mantienen en el paisaje. Su mente está en algún otro
lugar. Y, de repente, me ilumino… Puede que realmente haya gente tras ella.
Diablos, yo estaba tras ella. Y los matones de papá, antes de que ella los
despistara. Si mi padre estaba intentando rastrearla tan urgentemente es
que sus competidores también debían ir tras ella.
Darme cuenta de eso me agita. Quiero decir, no es como si estuviéramos en
una película de Hollywood donde la gente hace cualquier cosa por conseguir
una nueva droga. No estamos hablando de espionaje internacional.
¿O sí? Papá dijo que llamarla espía industrial se acercaba bastante a la
realidad. Obviamente tiene información muy valiosa.
Esto se está volviendo complicado. Cuando pensé que estaba totalmente loca
era fácil: no creía una sola palabra que saliera de su boca. Pero ahora que lo
que dice está cobrando sentido, no sé qué creer.
Conducimos durante más de una hora por carreteras de montaña sinuosas y
pasamos por extensos graneros con tanto musgo en el tejado que apenas
podías descubrir el color original. Las montañas se elevan en la distancia
como montículos de masa hinchándose en el horno. Pasamos buses
corroídos y caravanas agrupadas para toda la eternidad–o hasta que a
alguien le importen lo suficiente como para remolcarlas–alrededor de una
hoguera extinguida.
El paisaje es mágico y amenazante. Por cada tienda de comestibles
abandonada anunciando cerveza y vino, equipos de pesca y “permisos de
árboles de Navidad”, pasamos un lago cristalino que parece que no ha sido
tocado nunca por la mano del hombre. Mientras conducimos recorriendo
ríos bordeados de blanco, los camiones de una explotación forestal rugen a
nuestro lado, llenos de enormes troncos apilados.
Me recuerda a Denali, y me duele el corazón por lo que una vez fue. Por mi
vida envuelta en cuentos. ¿Por qué me siento más segura en un mundo post-
apocalíptico que en éste, funcional y civilizado?
Porque sabía lo que esperar, me respondo. No conozco este lugar donde los
amigos son los malos e incluso el chico sentado a mi lado no es de confianza.
Las reglas son distintas. He enfrentado osos, lobos, serpientes y tormentas de
hielo. Y por primera vez en mi vida, estoy realmente asustada, admito.
Supervivencia. Eso es todo lo que importa. Mi propia supervivencia, y la de
mi padre y mi clan. Haré cualquier cosa para garantizarla. Y usaré a quien
necesite para conseguirlo, pienso mirando a Miles, que está concentrado en
las cerradas curvas. Formulo planes en mi mente pero la mayoría caen por
una razón u otra en la categoría de “no permitidas por Whit”. Me acuerdo de
él conduciendo con aquellos hombres que parecían militares y siento que el
corazón se me convierte en piedra. A la mierda sus reglas. Haré mis propias
reglas a partir de ahora.
Miles disminuye la velocidad cuando nos acercamos a un viejo y maltrecho
edificio con un símbolo de Coca Cola colgando del frente. COMIDA DE MAMÁ
Y COMESTIBLES está estarcido en letras negras en el espacio entre las
espirales rojas. A parte de alguna estación de guardabosques vacía, éste es el
primer sitio que ha tenido las luces encendidas desde que bajamos del
campamento de anoche.
—¿Crees que está abierto? —pregunto.
—Hay un camión aparcado en la parte de atrás —dice Miles, señalando a una
oxidada camioneta con una pintura que coincide con el decrépito estado de
la tienda. Salimos del coche. Miles duda antes de cerrar la puerta—. ¿El
pájaro se queda en el coche? —pregunta. Me inclino para cuchichear por la
ventana. El cuervo parece lo bastante contento con la pila de ropa sucia
donde está acurrucado.
—Debería quedarse con nosotros hasta que estemos más lejos —le
respondo. Miles cierra la puerta suavemente como si el cuervo fuera un bebé
que intentara no despertar. Se aclara la garganta y parece incómodo.
—¿Él te dijo eso?
Dejo de caminar y me quedo mirándolo.
—¿Que si el pájaro… me dijo… que quería quedarse con nosotros? —aclaro,
mirándolo cuidadosamente. Él asiente avergonzado.
—Es que te vi hablándole esta mañana y… —su voz se desvanece
lentamente.
—No sé cómo son las cosas en Los Angeles —digo lentamente—, pero de
donde yo soy, los pájaros no hablan. —Camino alejándome de él, negando
con la cabeza. No puedo entender a este chico.
Los tablones desiguales crujen cuando piso el porche. Abro una sucia
mosquitera con un largo corte en la red y empujo la puerta de madera hacia
dentro. Se abre haciendo sonar una campana que cuelga de un gancho sobre
el dintel.
El iluminado espacio está impecablemente limpio, con comestibles apilados
en estanterías contra la pared y una única mesa con cuatro sillas en el medio
de la habitación. Una mujer llevando un delantal a cuadros rojos, haciendo
juego con el mantel y las servilletas, entra rápidamente por una puerta de la
parte de atrás.
—Soy Mamá —anuncia, limpiándose las manos en un trapo que dobla
cuidadosamente y coloca en el mármol, al lado de una antigua caja
registradora. Junto a la caja, hay un letrero escrito a mano: NADA DE FIAR SIN
ANTES PAGAR TU CUENTA.
Colocando un puño sobre la cadera, la mujer inclina la cabeza a un costado y
se me queda mirando curiosamente a los ojos. Miles pasa por la puerta tras
de mí. Ella se vuelve a él.
—Se han levantado muy temprano esta mañana, chicos.
Mamá tiene el mismo aspecto que la señora Santa en uno de nuestros libros
de la biblioteca: cuerpo regordete, mejillas sonrosadas y cabello canoso
recogido en un moño sobre su cabeza. A juzgar por el aspecto de la tienda y
la camioneta, esperaba que el propietario fuera un hombre de montaña sin
dientes, pero viendo a Mamá, el acogedor interior concuerda.
—Mi madre siempre me decía que es el interior lo que cuenta. Además, si
arreglamos el exterior de la tienda, atraeremos a más indeseables —trina
como si leyera mi mente.
La cuestiono con la mirada, levantando una ceja de su lugar.
—Turistas, quiero decir —dice riendo—. Bueno, ¿qué puedo hacer por
ustedes?
—Desayuno para llevar. Y un mapa —respondo.
—¿Están seguros que no quieren quedarse a desayunar aquí? —pregunta
señalando la mesa con la cabeza.
—Tenemos prisa —le explico.
—Tengo panecillos de arándanos frescos. Recogí los arándanos yo misma en
la parte de atrás —comenta orgullosamente.
—Suena maravilloso —interrumpe Miles—. ¿Y café?
Mientras la mujer junta nuestro desayuno, levanto un mapa de Estados
Unidos del estante de las revistas y voy a la página que muestra el noroeste
pacífico. Estudiándolo, encuentro una carretera principal que va hacia el
sureste, hasta Utah, y llamo a Miles.
—Deberíamos tomar esa —digo, recorriendo la línea roja con el dedo.
—O podríamos ir justo al sur —dice, dibujando una línea por bajo la costa de
California—, y después dirigirnos al oeste para conectar con la Ruta 66.
—No quiero ir a California —digo, echándole una mirada que espero que lo
calle—. California no es el sureste, y nosotros vamos al sureste. —Miles alza
las manos como diciendo “me rindo”.
—Vale —dice. Se inclina para ver mejor—. Autopista 82 —dice—, tenemos
que ir por una ciudad llamada Yakima.
—Están a media hora de Yakima —nos dice la mujer, emergiendo de la
habitación de atrás con dos bolsas de papel. Colocándolas en el mostrador,
dice—: ¿se llevan también el atlas? —Asiento. Presiona un par de botones de
la caja registradora y se abre con un cha-ching—. Serán dieciocho con
noventa y cinco.
Miles se me queda mirándome y me pregunto por qué y entonces me
sobresalto cuando salgo de este lapso amnésico y recuerdo que ya no estoy
viviendo en una gran familia que lo comparte todo sino en una sociedad
basada en el dinero donde tenemos que pagar por todo lo que nos llevemos.
Antes de poder hacer nada, Miles agita la cabeza y, hurgando en su bolsillo,
saca un montón de billetes y, rebuscando en ellos, le da algunos a la mujer y
mete el resto en los pantalones murmurando algo sobre que no sólo tiene
que conducir por todo el estado si no también pagar las cuentas.
Agradeciéndole a Mamá, nos dirigimos al exterior.
—¿Sabes? Tus amigos estaban yendo en dirección contraria —dice la mujer
con una mirada traviesa. Me congelo a medio camino.
—¿Qué amigos? —le pregunto. Mis palabras salen roncas, siento como si
alguien me ha cogido por la garganta y me está apretando fuerte.
—Los hombres que pararon aquí hace como media hora. Dos en uniforme
militar. El tercero con el pelo oscuro levantado hacia todos lados. El último
me pidió que le llamara si su amiga con el lente de contacto en forma de
estrella se pasaba por aquí. Dijo que no conseguían encontrarse. —Nos
enseñó un pedazo de papel con un número de teléfono.
—Por favor, no le llame —jadeo. Ella sonríe, arrugando el papel y arrojándolo
a la basura de mimbre blanco con un lazo rojo en el frente.
—No parecían muy amigables, para serte sincera —dice, cruzándose de
brazos—. Y, además, ¿quién soy yo para ponerme en medio de un amor
joven? —dicho eso, coge un trapo y comienza a limpiar el ya impecable
mostrador.
En un segundo estamos de vuelta en el coche, azotando las puertas tras
nosotros y poniéndonos los cinturones de seguridad. Al poner Miles la llave
en el contacto, me mira con la expresión más extraña que le he visto en la
cara.
—¿Qué? —le digo.
—Realmente hay gente buscándote —responde. Entorno los ojos.
—¿Pensaste que me lo estaba inventando? —De repente parece a la
defensiva. Hay un destello extraño en sus ojos. Un destello asustado—. Crees
que estoy loca —continúo, incapaz de evitar una sonrisa. Miles mira hacia
otro lado—. ¡Ha! —Me río y meneo la cabeza asombrada. Dile a la gente la
verdad y creerán que estás loca. Quizá, con mi historia, es mejor que crea que
lo estoy, pienso.
Miles cree que me estoy riendo de él y en seguida deja de estar asustado
para estar molesto. Con la cara roja, pisa el acelerador y sale de la carretera.
Casi me sostengo del salpicadero pero sé que se reirá de mí si lo hago así que
abrazo mis piernas y me concentro en evitar que los cafés se caigan.
Nos dirigimos a toda velocidad hacia Yakima y estoy alimentando al pájaro
con las migas del panecillo de arándanos. Miles no ha tocado su comida a
pesar de haberse acabado el café en dos tragos. Yo le doy unos cuantos al
mío y después, haciendo muecas, lo guardo bajo el asiento. Estoy
acostumbrada a la achicoria… esta bebida no sabe a nada.
—Los tipos que te siguen… ¿son peligrosos? —me pregunta Miles finalmente.
—Bueno, normalmente diría que Whit no mataría una mosca… pero por lo
que Poe me ha dicho…
—¿Poe? —me interrumpe Miles.
—El cuervo —le explico.
—¿Le has puesto nombre al pájaro? —me interroga con la voz teñida de
histeria.
Otra razón para que piense que estoy loca, pienso, y me pregunto de nuevo si
en realidad no será bueno que lo piense.
—En Alaska, llamamos a nuestros animales como personajes famosos de la
literatura, algo que nuestro profesor Dennis empezó, así que estaba
pensando que con el poema de Edgar Allan Poe sobre el cuervo…
—Sí, gracias… ¡Sé a cuál te refieres! —me suelta. Tiene la cara roja pero hace
eso de respirar hondo y se calma un poco—. Vale, primero que todo: no
vamos a quedarnos el pájaro. Así que no lo llames de ninguna manera. No
voy a llevarte a donde sea que vayamos con un animal salvaje en el asiento
de atrás.
—No es salvaje —protesto.
—¿Ha cagado ya en mi camiseta? —me pregunta, arrugando la nariz como si
realmente no quisiera saber la respuesta.
—Los pájaros no se cagan mientras están sentados. Estarían sentados en su
excremento y, por si no lo has notado, lo cual por supuesto no has hecho,
tú… —no puedo pensar un buen insulto relacionado—, chico de ciudad, los
pájaros son limpios. —No sé por qué me estoy poniendo a la defensiva sobre
Poe pero no puedo evitar corregir el fragrante error de Miles.
—Segundo —continúa Miles ignorando mi argumento—, hace sólo un rato
me confirmaste mi establecida creencia de que los pájaros no hablan. Y aun
así me acabas de decir que Poe… —hace una pausa— No puedo creer cómo
lo acabo de llamar… Que el pájaro te dijo algo.
—No debería haber dicho “dicho”, debí decir “mostrado”.
—¿Porque eso hace una alguna diferencia? —Permanezco sentada, viendo el
sarcasmo de Miles destilando por sus poros y me arrepiento de haber
seguido el consejo de Frankie de decirle la verdad a Miles. Pero el momento
pasa y dice—: Y tercero, ¿quién es Whit?
Tengo que decírselo. Los Oráculos nunca se equivocan… “sólo nuestras
interpretaciones de las profecías”, recuerdo a Whit decir.
—Whittier Graves es mi mentor. Y sé que está tras de mí con esos matones, o
lo que sean, porque Whit me envió una nota atada a la pata de Poe y… —
¿Cómo explicarlo? —, me metí en la memoria de Poe para ver lo que vio.
Pero esto no es Narnia. Nada de animales parlantes. Poe no está ahí atrás
escuchando todo lo que decimos y pensando en ello con su pequeño cerebro.
De todas formas, si vuela de vuelta con Whit, lo cual hará si le llama, él usará
la misma técnica que yo usé para ver dónde estamos.
Miles se queda callado durante tres minutos enteros, apretando los labios
fuertemente y golpeando con los dedos nerviosamente el volante.
—Vale, entiendo algunas cosas de lo que dices —dice finalmente—. Lo
menos preocupante de ello es que el pájaro se quede con nosotros.
—Sólo hasta que estemos más lejos de Whit —le reafirmo.
—No es que no me preocupe —se corrige—, es que es lo último que me
preocupa. Porque lo siguiente en mi lista de preocupaciones es que dices que
el tal Whit, que fue tu mentor pero ahora está tras de ti, puede controlar
dónde va el pájaro.
—Sí. —Asiento.
—Vale —dice Miles—. ¿Así que el cuervo es como una de esas palomas
mensajeras? Supongo que Whit lo entrenó como mensajero y que no cazó a
un pájaro salvaje del bosque.
—En realidad Whit…
Miles levanta la mano para hacerme parar.
—Pero lo que más me preocupa es lo que dijiste acerca de que entraste en la
memoria del pájaro para ver algo. Yo no fui criado en una comunidad hippie
en la selva virgen de Alaska. Pero a la mayoría de gente que conozco le
resultaría muy difícil pensar que no estás… no sé… loca. —Aprieta su índice
en su sien y abre mucho los ojos. Ahora sí que sí, pienso. Está asustado—. O
metida en drogas —sigue—. Espera, no… Tengo otra teoría. Te lavaron el
cerebro en tu comunidad hippie para pensar que tienes poderes mágicos. En
tu mente crees que eres una mezcla de… no sé… una Chica Superpoderosa de
las Flores y Harry Potter. —Ya está. No estoy segura de lo que está hablando
pero está claro que ha entrado a toda velocidad en el sarcasmo de nuevo.
No dejaré que este chico me afecte. ¿Por qué me importa lo que piense?
—¿Así que estoy loca, soy una drogadicta o miembro de un culto? —
pregunto mientras subimos la cima de una colina y vemos una ciudad llena
de luces que se expande bajo nosotros como una sábana estrellada en el
amplio valle—. Bueno, eres libre de dejarme tirada aquí, en Yakima.
Esto hace que Miles deje su diatriba. Se queda en silencio y seguimos
conduciendo hacia el centro de la ciudad. Obviamente me he hecho
entender. Le he recordado que me necesita tanto como yo a él, como dijo el
loco de Frankie. Pero aún no tengo ni idea de por qué.
Tengo que conseguir un teléfono para llamar a mi padre. Que me la quite de
las manos. No podré soportar esto mucho más. Estoy a punto de volverme
loco. Me sobrepasa en mucho. Una cosa es jugar al taxista de una
adolescente psicótica que piensa que la están siguiendo. Algo totalmente
distinto es que realmente la estén buscando y, por extensión, a mí.
Pero no puedo apartarme de ella. Me hizo frenar ante una mujer empujando
un carrito para preguntarle dónde había un supermercado (lo llamó “tienda
de comida”, pero bueno). Y una vez en el supermercado Walmart, insistió en
que la acompañara a cada paso mientras escogía una pila de comida: guiso
enlatado, guisantes y vegetales, litros de agua, un saco de patatas, un saco de
manzanas y, sí, un pequeño paquete de alpiste.
Fue a continuación a la sección de linternas, comprando tres jumbo junto a
un montón de pilas.
—Vi pilas en Seattle —me susurró como si fueran un secreto de estado. Me
pregunto qué hubieran pensado de su paquete de pilas Duracell tamaño D en
el campamento hippie.
A juzgar por todos los víveres de primera necesidad de los que se estaba
abasteciendo, parecía que se estuviera preparando para meses de
supervivencia en la naturaleza. Pero eso sólo fue el principio. Después
pasamos por el pasillo de comida chatarra.
Se transformó de una mamá-naturaleza de mediana edad a una niña de ocho
años con un serio déficit de azúcar en el segundo que tardó en llenar el resto
del carrito con Pop-Tarts, Cap’n Crunch y bolitas de queso. Esto fue seguido
de un ataque a la zona de chocolate. Obviamente los hippies no plantaban su
propia planta de cacao en Alaska, porque nunca había visto a nadie cargar
tantas barras de caramelo en mi vida.
En la caja, Juneau rebusca en su mochila y saca una bolsa de cuero con
dinero. En serio… una bolsa de cuero atada con una cuerda. Como Grizzly
Adams, pero con más dinero. Hablo de un grueso fajo de billetes. Lo saca y
comienza a contar muy despacio frente a la chica de la caja, dando vueltas a
cada billete un par de veces y mirándolos fijamente como si fueran yenes
japoneses.
La empleada mira al dinero con algo de miedo, como si temiera que Juneau
estuviera metida en una operación fingiendo ser una adolescente. Y
entonces mira la cara de Juneau y ve el extraño lente de contacto y abre los
ojos sorprendida. Al final, cojo el dinero y golpeo la mesa con la cantidad
suficiente, meto el resto en la bolsa y arrastro a Juneau fuera de la tienda por
delante de mí.
—¿Qué pasa contigo? —siseo cuando salimos—. ¡Has alterado tanto a esa
mujer que tal vez llame al encargado!
—¿De qué hablas? —pregunta ella, tan inocente como un párvulo.
—De sacar todo ese dinero. ¿De todos modos, de dónde lo has conseguido?
—Eso no es de tu incumbencia —dice con el ceño fruncido.
—¿No puedes intentar actuar de forma más normal? —le pregunto.
—¿Cuál es tu definición de normal? —me responde cautelosamente.
Estoy a punto de decir: Bueno, no lo sería sacar un gran fajo de billetes de
una bolsa de cuero en un Walmart y después quedarte mirándolos con tus
raros lentes de contacto como si esperaras que el verde no se borrara de
repente, pero opto por un:
—Nada. —Y me dirijo al coche.
Apilo las bolsas en el maletero y devuelvo el auto a la fila. Cuando vuelvo,
Juneau está alimentando al cuervo con alpiste, el cual se lo come de su mano
como si hubieran sido los mejores amigos toda su vida.
Me preparo para arrancar el coche pero paro.
—Tienes que quitarte esas lentillas extrañas. No sólo han flipado a la chica de
la caja, también la mujer del lugar donde desayunamos dijo que tu mentor y
sus matones lo están usando para encontrarte.
Ella sigue sentada mirándome como si no supiera de qué hablo. Entonces,
poniendo un dedo bajo su ojo derecho, dice:
—¿Te refieres a mi destello?
—Si así le llamas, sí.
—No puedo quitármelo —dice con simpleza.
—¿Qué quieres decir? —Pone la mirada en blanco—. ¿No me estarás
diciendo que tienes un iris dorado en forma de estrella… de forma natural?
—No me molesto en ocultar el sarcasmo.
—En realidad sí —responde—. Todos los niños de mi pueblo lo tienen. Viene
dado por ser tan cercanos al Yara. —Asiento, reticente a picar si me está
tentando a preguntarle de qué demonios está hablando.
—¿Entonces no puedes quitártelo?
Ella niega y el sol hace destellar los bordes dorados de su ojo mutante y, por
un segundo, pienso que no son tan raros una vez te acostumbras, quizá
porque el otro ojo es de un miel suave y no contrasta demasiado.
—¿Puedes guiñar con ese ojo? —le pregunto. Me guiña el ojo—. ¿Puedes
mantenerlo cerrado cuando estemos en público? —La pincho, ella me mira
de forma extraña, sus ojos se estrechan y baja el rostro como cuando está
enfadada conmigo, lo cual parece estar pasando cada vez más seguido desde
que encontró al cuervo y se dio cuenta de que su mentor estaba jugando
para el Lado Oscuro de la Fuerza. Como si fuera mi culpa que confiara en él.
—¿Es esencial que perdamos tiempo hablando de mi ojo o podemos irnos?
—me pregunta con rigidez.
Intento hablar como ella.
—Considerando el hecho de que estamos siendo perseguidos por un
peligroso hippie hipnotizador de pájaros y dos gánsteres, no me importa
continuar la conversación sobre tu ojo más tarde. —Pongo la llave en el
contacto, me dirijo a la salida del aparcamiento y hacia la señal que indica
Autopista 47.
Mientras salimos de la ciudad, tengo una idea y me paro frente a una
farmacia.
—Espera aquí —le ordeno y me escabullo fuera tan rápido que no le da
tiempo a pararme. Dos minutos más tarde estoy de vuelta. Juneau me está
mirando de forma interrogante mientras subo al coche y comienzo a
conducir hacia las afueras. La dejo mirarme y nos quedamos en silencio hasta
que estamos fuera de la población, conduciendo al lado de flores amarillas
contra un horizonte de bajas montañas púrpuras.
Juneau está muy inquieta y cuanto más intenta luchar contra la urgencia de
preguntarme lo que compré, más feliz me siento. Ha estado alterándome
tanto las últimas dieciocho horas que es agradable finalmente molestarla.
Miro el reloj. Ha pasado casi una hora en completo silencio. Me reprendo por
no haber pensado en usar el teléfono en la farmacia. Pero el hecho de que
gente nos persiga acapara casi todos mis pensamientos, incluida la razón por
la que conduzco para ella. Además, es mucho más divertido ver a Juneau
resistiéndose, no me importa no tener contacto con mi padre un poco más.
Finalmente voy a encender la radio y antes de que pueda tocar el botón,
Juneau suelta:
—¿Qué has cogido?
—Bueno, Juneau, me alegro de que me lo preguntes —digo en mi voz de
padre. Le alcanzo la pequeña bolsa de plástico del suelo de mi asiento. La
abre y saca un par de gafas de sol. Se las queda mirando, confusa por un
momento. Y después una sonrisa amplia cruza su cara.
—Es para ayudarte a parecer una persona normal —digo.
—Muchas gracias —responde, y una sonrisa complacida se cuela en su boca.
—De nada. —Sonrío—. Tienes que quitar la etiqueta antes de ponértelas —le
digo, y alcanzo las gafas. Mi mano roza la suya y algo eléctrico pasa entre
nosotros. Juneau me mira, sorprendida. Devuelvo mi mano al volante y me
concentro en la carretera y en intentar ignorar el hormigueo en los dedos.

Estamos pasando de Washington a Oregon cuando Poe comienza a moverse


de un lado para otro. Aletea un par de veces las alas y después entra en
pánico, golpeando la ventana, haciendo volar plumas y graznando como si
alguien lo estuviera ahogando.
Miles levanta el brazo para protegerse la cara y el coche comienza a dar
tumbos sin control. Una gigantesca rueda del camión que estábamos
pasando pasa a pulgadas de mi ventana y grito:
—¡Miles! ¡Camión!
Maldiciendo, gira las ruedas bruscamente y nos alejamos del camión justo
cuando da un bocinazo.
—¿Hay alguien tras nosotros? —me grita.
—No —le respondo gritando, entonces se agacha saliendo del alcance de las
alas del cuervo y nos deja a un lado de la carretera. Gateo hasta el asiento de
atrás con Poe y forcejeo con él hasta que consigo cogerlo, recogiendo sus
alas y poniéndolo firmemente contra mi pecho. Noto su pulso salvaje en mis
dedos. Intento calmarle cerrando los ojos y ralentizando mi propio latido
pero no funciona. Sin ser capaz de luchar contra mí, los ojos de Poe acaban
poniéndose en blanco por el pánico.
Algo intenta sacarlo del coche. Me concentro e intento acercarme al Yara
pero no siento nada. Por favor, pienso. Tomo el ópalo de debajo de la
camiseta y lo presiono suavemente contra el pájaro. Nada. Pasado un
minuto, Poe comienza de nuevo a luchar y… finalmente lo noto, mis labios y
dedos hormigueando por la conexión.
—Gracias… —susurro justo cuando mi mente empieza a llenarse de las
emociones de Poe. Miedo. Posesión. Después de un segundo, reconozco lo
que está sintiendo de algo que estudiamos en la asignatura de fauna con el
padre de Kenai. Los cuervos tienen la capacidad de recordar donde han
escondido comida. Y Poe tiene el aplastante sentimiento de que otro pájaro
ha encontrado su escondite. Intenta desesperadamente volar hacia allí y
proteger su comida.
Sólo puedo imaginar quién está jugando con su pequeña mente e intentar
averiguar a dónde quiere ir Poe. Veo el mismo claro que vi antes… el sitio
donde Whit dejó ir a Poe con la nota. Debe haber perdido mi rastro y haber
vuelto donde empezó a esperar al pájaro y saber dónde estoy. La rabia
inflama mi pecho.
Aún no entiendo qué está haciendo Whit pero soy la última de mi clan en
libertad y él quiere ayudar a los malos a capturarme. Por encima de mi
cadáver, pienso, y me pregunto si realmente acabaré muerta si sigo
resistiéndome. No pienso dejar que me encuentre para averiguarlo.
Poe siente mi rabia y eso rompe nuestra frágil conexión. Aletea para liberarse
de mi agarre así que cojo la camiseta donde estaba sentado y lo rodeo con
ella como he visto a las madres de mi clan hacer con sus bebés cuando están
agitados. Una vez envuelto y sin poder moverse, deja de intentarlo. Tiembla
un poco y después cierra los ojos y parece que duerme. Le coloco en el suelo,
poniendo otras prendas sucias de Miles a su alrededor a modo de nido.
El coche se ha detenido y Miles me está mirando con los ojos muy abiertos y
los labios apretados. Salgo de la parte de atrás y me pongo en el asiento del
copiloto.
—Está bien —le digo pero en vez de arrancar el coche, Miles lo apaga.
—¿Por qué ha tenido un ataque de pánico? —pregunta con un tono más alto
que su voz normal.
—Whit estaba intentando que volviera para decirle dónde estamos —le
respondo, y después, viendo el tic en la ceja derecha de Miles, me corrijo—:
Quiero decir, Whit iba a leer su memoria para ver a dónde hemos ido.
Miles asiente con el tic aún presente.
—Así que has usado mi camiseta como camisa de fuerza.
—Se llama envolver —digo—. Es para calmarlo.
—Porque eso es lo que hacen cuando están “cerca del Yara” —responde
Miles, acabando con una voz espeluznante; sus labios forman esa sonrisa
sarcástica que me hace querer pegarle un puñetazo.
—No, eso es lo que se hace cuando un bebé está histérico. Poe es un
cuervo… extrapolé las especies. Y funcionó. ¿Qué habrías hecho tú?
—Bajar la ventanilla —responde Miles—. Dejar que el pájaro se fuera antes
de que se cagara por toda la parte de atrás. —Hace gestos hacia la tapicería y
parece alterado.
Pongo los ojos en blanco y saco el mapa.
—Tenemos que salir de la carretera principal. Cuando Whit se dé cuenta de
que Poe no vuelve, vendrá por nosotros. Y si nos estamos dirigiendo hacia la
dirección correcta, hacia mi clan, sabrá que esta ruta será una de las obvias a
tomar. —Sigo con el dedo nuestro camino en el mapa y encuentro una
intersección de dos pequeñas carreteras que se alejan de la autopista, una
serpenteando y pasando un lago antes de unirse a una larga carretera cerca
de Idaho.
Hay una señal de tráfico a la vista y la comparo con el mapa para calcular la
distancia hasta la desviación.
—Seguiremos conduciendo otras dieciséis millas y después saldremos de la
carretera —digo. Después espero.
Miles suspira y arranca el coche. Voy a tener que decirle más. Necesito que
entienda lo que está pasando o… ¿O qué?, me dice una voz en la cabeza. O
podría dejarme. Y todavía lo necesito, pienso, maldiciendo por el hecho de
que, por alguna razón, necesito a este chico para rescatar a mi clan.
—¡Devuélveme mi reloj, maldito pulgoso roedor alado! —Estoy cazando a un
cuervo en un claro del bosque en medio de la nada en Oregón mientras una
adolescente a la que le han lavado el cerebro y que es ex-miembro de un
culto medita junto a la hoguera. Parece que la locura se contagia porque
finalmente se me ha ido la cabeza. Estoy hasta el tope.
—Brilla —me dice Juneau, saliendo del trance—. Los cuervos adoran las
cosas brillantes.
—¿Por qué siquiera lo dejaste salir del coche con la posibilidad que hay de
que se vaya volando con Whit?
—Ya no actúa como un paranoico. Whit ya no intenta que vaya con él así que
está bien que salga.
Dejo de seguir al pájaro y camino hasta estar frente a Juneau.
—A. Dónde. Estamos. Yendo. —digo con los dientes tan apretados que
muerdo las palabras antes de sacarlas.
—Cómo te dije, intento averiguarlo —responde calmadamente.
Me le quedo mirando con los ojos muy abiertos.
—Tres días, Juneau. Es el tercer día de esta locura de viaje. Si no me dices
ahora mismo dónde estamos yendo me voy. Me voy. Los dejaré a ti y a este
pájaro aquí y volveré a California y tú tendrás que encontrar a alguien más
que conduzca para ti. Alguien a quien no le importe dormir en el suelo y ser
forzado a comer animalillos inocentes por una hippie loca.
—¿Animalillos inocentes? —me pregunta Juneau confusa.
—El lagarto a la brasa que cenamos anoche. Que, junto al conejo que
comimos en la montaña, suman dos inocentes animalillos que he consumido
en veinticuatro horas. ¿Qué es lo siguiente? ¿Bambi? ¿Por qué no nos
comemos algo menos inocente y molesto? En cuyo caso, voto por el pájaro.
—Si no quieres que Poe coja tus cosas, no deberías dejarlas por ahí tiradas —
me rebate.
—¡No lo hice! ¡Estaba en mi mochila! —aúllo y giro para ver mi mochila al
lado de la tienda con todo su contenido esparcido por el suelo—. ¡Voy a
matarte! —grito, y arremeto contra el pájaro, el cual alza el vuelo y se para
en una rama demasiado alta para que yo pueda llegar.
—Venga. Déjanos, entonces —me dice Juneau. Se vuelve y camina
alejándose de la hoguera, fuera del claro y hacia la playa de gravilla que
rodea el lago. Sentándose en una roca plana, levanta las rodillas contra su
pecho y se queda mirando al horizonte por encima del lago. Suspiro. Y mi
enfado se desinfla cuando recuerdo el aspecto que tenía la noche anterior en
la tienda.
Parecía de su edad… algo raro. Parecía indefensa, incluso su mano se quedó
toda la noche a varios pulgares de la ballesta. Parecía triste.
Habló en sueños otra vez pero por primera vez creo que hablaba de mí. “Lo
sé. No puedo confiar en él”, dijo un par de veces. Y después susurró, “¿A
quién más tengo?”.
En ese momento, por primera vez, me sentí mal por lo que estaba haciendo.
Quiero decir, ahora que está claro que no puedo llevármela a California, lo
que intento es quedarme con ella hasta que pueda hablar con mi padre. De
ninguna manera la ayudaré en su loca misión. He decidido que tan pronto
como llegue a una ciudad, llamaré.
Pero ella cree que voy a ayudarla. Cree que su familia ha sido raptada y que
estamos yendo a salvarlos. Cree que tiene algún tipo de súper poder.
Vale, está un poco ida, pero eso no significa que tenga derecho a mentirle y a
fingir que soy su amigo cuando solamente se la voy a ofrecer a mi padre en
bandeja. No es que nunca haya fingido ser su amigo, pienso. Para seguir fiel a
la alta moral en esta situación, sólo tengo que tener cuidado de no volverme
su amigo. Sabe que la estoy ayudando por algo, lo dijo ella misma. Así que no
hay nada malo en lo que hago a menos que mienta. O que la engañe de
alguna manera. Hasta ese momento, estará bien.
Respecto al tema de los súper poderes imaginarios: todo el día ha sido así, ha
intentado hacer cosas. Hablar con el pájaro. Apretar su collar contra el suelo
y hablar con ello. Tirar piedras y ver los círculos en la superficie del agua
mientras mueve los labios. Cada experimento termina con ella sintiéndose
frustrada, apretando los dientes mientras gruñe y después yendo a intentar
algo más.
Ni siquiera se ofreció a hacer de comer así que calenté algo de cerdo y
guisantes, lo cual no estuvo tan malo como pensé. Le dejé un plato a ella
pero se lo dio al pájaro. Y ahora es casi de noche y no parece que vaya a
hacer la cena a menos que yo haga algo.
Dudo por un momento, esperando que espontáneamente recuerde que es la
hora de la cena y que nos prepare algo con las cosas que compró. Me
concentro mucho. La cena, Juneau. Recuerda la cena. Mierda, si puede leer la
mente del cuervo, podría leer la mía.
Por supuesto, no funciona. Opto por el enfrentamiento directo y camino
hacia el agua para sentarme junto a ella en la roca. Ella no se mueve, se
queda quieta con la cabeza en las rodillas mirando el agua.
—¿Estás bien? —pregunto después de un minuto.
—No —responde.
—¿Es porque te llamé loca?
Pone la barbilla en las rodillas y la apoya para girarla y decir que no.
—Eso no es nada nuevo. Ya hemos acordado que crees que no estoy bien de
la cabeza. Lo que, viniendo de ti, considero un halago. —Sonríe suavemente
con una de las comisuras.
Algo en su expresión hace que mi corazón sienta un poquito de felicidad.
¿Qué me pasa? Definitivamente me está pegando su locura.
Ella suspira y pone su expresión seria de nuevo.
—Me quedaré aquí hasta que me llegue una señal de hacia dónde ir ahora.
Pero no te obligo a quedarte conmigo, ya sabes. Puedes irte cuando quieras.
—A pesar de mis amenazas, no te dejaría sola en medio del bosque —
protesto.
—Porque no sería capaz de sobrevivir sin tus avanzadas habilidades de
supervivencia —me responde intentando no reírse—. Vale. Gracias por
decirme que no me dejarás tirada. Pero podrías dejarme en la próxima
ciudad —continúa.
No digo nada.
—Frankie tenía razón. Me necesitas, ¿no? —me pregunta. Me siento
acorralado y me encojo de hombros. Ella no me presiona y vuelve a mirar el
agua—. Si no te gustan los lagartos, ¿por qué te comiste tres? —murmura, y
no puedo evitar reír. Esto me consigue una sonrisa y se mece hacia delante y
hacia atrás durante un segundo antes de suspirar y parecer cansada.
—No has comido —digo—. Y aunque no me has dicho una palabra en todo el
día, no puedo evitar notar que has mantenido conversaciones enteras con
todo tipo de objetos inanimados. Y cuando no te respondían, parecía que
querías patearlos hasta la muerte.
—Suena a locura, ¿verdad? —me pregunta. Asiento—. Suena a locura…
parece una locura. ¿Por qué no te conformas con tu diagnóstico de locura y
me dejas en paz?
—Porque parece que estás teniendo una crisis. Y los amigos no dejan que los
amigos tengan crisis —digo incluso sabiendo que no sabrá a qué me refiero.
Nunca pilla estas cosas.
—Así que, ¿eres mi amigo? —me pregunta escépticamente.
Mierda. ¿Qué he hecho? Me encojo de hombros y miro al agua.
—Bueno, no diría que somos los mejores amigos pero no te odio. Al menos
no en este preciso momento.
Casi sonríe y siento mi corazón otra vez agitándose. No, Miles. No vayas por
ahí, me urjo.
Ella está hablando.
—Dime algo de ti. No tiene que ser importante.
Me inclino hacia delante y recojo una piedra del suelo al lado de la roca
donde estamos sentados. La hago girar en mi mano, sintiendo su suavidad,
viendo los colores cambiar en el interior, parecido al cuarzo, al inclinarla
hacia delante y atrás en el aire azul del anochecer. Y entonces la tiro tan lejos
como puedo en el agua y espero al plop antes de girarme hacia ella y decir:
—Fui expulsado del instituto un par de meses antes de la graduación.
—¿Por qué? —me pregunta.
—Por copiar en un examen —respondo—, entre otras cosas.
—¿Qué otras cosas?
—Llevar alcohol y hierba.
—¿Hierba?
—Drogas.
—Ah. —Duda y entonces pregunta—: ¿Y por qué copiaste? ¿No habías
estudiado?
—Esa es la cuestión. No necesitaba copiar. Había estudiado, sabía todas las
respuestas. No sé por qué lo hice. —Intento recordarlo y no puedo. No era
importante. Era trivial. Lo había hecho un millón de veces—. Probablemente
para ver si podía salirme con la mía. Por la emoción.
—¿Y crees que yo soy rara? —dice. Me encojo de hombros y cojo otra piedra.
Juneau se pasa la mano por el pelo revuelto otra vez. Exhala profundamente
y parece que su cuerpo se desinfla como un globo.
—Supongo que no importa lo que diga porque no vas a creerme. —Se mueve
para quedar frente a mí—. En 1984, al inicio de la Tercera Guerra Mundial,
mis padres y algunos amigos escaparon de América para instalarse en la
Alaska salvaje.
—No hubo Tercera Guerra Mundial —interrumpo. Me mira con frustración.
—¿Vas a escucharme o qué?
Me echo hacia atrás apoyándome en los codos y escucho.

Cuando acabo, Miles sigue sentado ahí, estupefacto. Tiene la boca medio
abierta y las cejas congeladas en la posición más alta que se puede conseguir
con ellas. Al final, recuerda cómo hablar y me dice:
—¿Y ahora? —me pregunta.
—Y ahora algo le ha pasado a mis habilidades. Desde ayer, casi no puedo
Leer. Definitivamente no puedo Conjurar. Ni siquiera puedo leer nada en Poe
y ya hemos tenido una conexión.
—¿Puedo ver algunas de las cosas que usas? —me pregunta y me sorprende
darme cuenta de que mientras hablaba ha desaparecido su máscara de
sarcasmo e incredulidad y que ahora mismo está siendo sincero. Puede no
creer lo que le digo pero cree que le estoy diciendo lo que creo que es
verdad. No tengo que Leerle para saber eso.
Whit me enseñó a leer el lenguaje corporal, a ser perceptiva con la forma en
que las personas dejan ver sus sentimientos y pensamientos de forma
inconsciente en sus gestos y expresiones faciales. Por primera vez, Miles ha
bajado la guardia. Ha dado el primer paso para confiar en mí.
Así que le respondo con reciprocidad. Le enseño mi mochila. Me observa
sacar el polvo de Fuego, las piedras, las hierbas y las calaveras y huesos de
animales y me pregunta para qué sirve cada uno. Es raro… tengo la sensación
de que enseñándole estas cosas estoy traicionando a mi gente… sacando sus
secretos a la luz. Por si acaso, dejo que mis explicaciones sean
intencionalmente vagas.
Y no saco las piedras preciosas ni las pepitas de oro. Whit especificó que esas
siempre tenían que permanecer escondidas de los extranjeros. Aunque Whit
es un traidor, su consejo sigue siendo útil. Frankie me advirtió que no
confiara en Miles. Lo último que necesito de este chico de ciudad es que se
vaya en el coche con mi dinero y mi oro, quedando completamente varada.
Le observo mientras inspecciona la bolsa de raíz de espino molida, oliéndolo
y arrugando la nariz con desagrado.
—Llevas contigo un montón de… cosas —dice finalmente.
—Lo sé —respondo—. Whit tiene distintos usos para todo esto. Yo no
necesito la mayoría de ellos. Uso mi ópalo para casi todo excepto para Leer el
Fuego. Pero cuando Whit está conmigo, los uso para hacerle feliz.
—¿Por qué eso le haría feliz? —pregunta Miles.
Me revuelvo inquieta, no muy cómoda con lo que voy a decir.
—Leo mejor que él. Ya me ha enseñado todo lo que puede de Leer y estoy
aprendiendo a Conjurar de forma autodidacta. Él es quien descubrió la
conexión humana con el Yara y ha trabajado muy duro para encontrar las
distintas formas de conectar. He comenzado a sentir que quizá se equivoca y
que todos estos tótems sólo complican las cosas, pero nunca sería capaz de
decírselo —cojo la pata de conejo y me acaricio con su suavidad la mejilla.
—¿Whit es quien empezó con todo esto?—me pregunta.
—Sí, aunque un montón de lo que dice está sacado de tradiciones de todo el
mundo, especialmente del este, como el budismo y el hinduismo. Al parecer
era la moda en la América de los sesenta. Leí sobre los rosarios o iconos de
los católicos para concentrarse, y de los budistas usando las cuentas
oracionales o mándalas o velas. Creo que estos objetos —señalo al montón
de cosas— sirven para el mismo propósito para Whit. Pero he empezado a
sospechar que los objetos por sí mismos no son importantes. Parece que es
más importante la intención tras su uso, la voluntad del que los usa, eso es lo
que hace la diferencia.
—Entonces, ¿por qué sigues usando el polvo para Leer el Fuego y tu ópalo?
—pregunta Miles.
—Sólo porque tenga mi teoría no significa que piense que funciona —
respondo—. Estas son cosas en las que he estado pensando. Pero mi
conexión con el Yara parece estar volviéndose más y más débil. No me
sentiría capaz de intentar cambiar las reglas ahora. —Me doy cuenta de que
he estado acariciando mi ópalo mientras hablaba y lo presiono contra mi
pecho para asegurarme a mí misma que sigue ahí, mi conexión con la
inconciencia del súper organismo colectivo. El Yara.
Siento la necesidad de cambiar de tema y, metiendo la mano en la mochila,
saco el libro del Movimiento Gaia. Girándolo, saco la foto que he llevado
conmigo desde Denali.
—Estos son mis padres —digo, enseñándosela.
—¿Una foto vieja? —me pregunta, mirándola con atención.
—De antes de que naciera —le confirmo.
Mientras la estudia me doy cuenta de algo distinto en él. Hay una suavidad
que no había visto antes. Y me doy cuenta de que es porque ha bajado la
guardia. Ahora parece agradable.
Una vez más, le veo a través de los ojos de Nome. “Echándole un vistazo”,
diría ella. Es guapo en una refinada y consentida forma, no robusto como
Kenai. Las líneas de su cara… sus pómulos, su barbilla, su nariz aguileña… son
tan fuertes y definidas como si estuvieran esculpidos en arcilla.
Él mira a la foto y a mí alternativamente, comparando mi cara con la de mis
padres. Y mientras sus ojos verdes resiguen mis rasgos, algo me agita. Parece
el escalofrío que sentía en el corazón cada vez que salía de mi yurta por la
mañana y veía la belleza del Monte Denali cubriendo nuestro pueblo. Aunque
había crecido ahí y había visto la misma visión cada día, siempre me sentí
sobrepasada por su esplendor.
Eso es, pienso. Ese es el familiar escalofrío dentro de mí. Miles es hermoso.
Sin pensar, levanto la mano hacia el pecho y aprieto con palma de mi mano
como hacía cada mañana, empujando las emociones hacia adentro para que
no se desbordaran.
Un líder debe ser fuerte. No debo dejar que las emociones afecten a las
acciones, me recuerdo. Estaba a punto de convertirme en la Sabia del clan.
Tenía responsabilidades.
Tengo responsabilidades. Recordarlo me despierta de mi ensueño. Mi meta
es encontrar y salvar a mi gente. Me levanto. No puedo permitirme ser
apartada de lo más importante en mi vida.
La seguridad de mi clan depende de que haga todo lo que pueda para
encontrarlos. Sin perder el tiempo hablando con un adolescente que fue
expulsado del instituto por algo que incluso él admite que fue idiota.
Miles toma el que me haya levantado como un signo de que nuestro
momento de intimidad se ha acabado y se levanta también. Me devuelve la
foto.
—Eres igual que tu madre —me dice.
—Gracias. Todos dicen que habríamos parecido gemelas… si no hubiera
muerto cuando tenía cinco años —respondo sin emoción, metiendo la foto
en el libro de nuevo. Miles duda y después me habla.
—Lo siento.
—Fue hace mucho. Ni siquiera la recuerdo bien. Mi padre me crió con la
ayuda del clan y Whit ha sido mi mentor desde que mi madre murió.
—Así que tu padre debe estar en sus cincuentas ¿no? Parece bastante joven
aquí. —Señala la foto. Yo me río.
—Tiene cincuenta y ocho. Y tiene un aspecto exactamente igual que en la
imagen.
—Excepto porque probablemente tiene el pelo canoso y arrugas —dice
Miles.
—No. Mi padre es uno con el Yara. No ha envejecido ni un solo día desde que
la foto fue tomada —insisto. Miles entorna los ojos.
—Sí, claro —dice él con la boca torcida. Y, así, su muro vuelve a su lugar y me
doy cuenta de que no ha creído ni una palabra de lo que he dicho. Estoy
increíblemente agradecida de haber parado antes de dar más detalles sobre
el Yara. Antes de confiarle mis creencias—. ¿Vamos a cenar esta noche? —
me pregunta, cuando está claro que su pregunta real es “¿Cuándo vas a
cocinar para mí?”.
—No tengo hambre —digo, y después me doy cuenta de que estoy
famélica—. Si quieres cena, cocina. Al menos eso te garantizará que no te
obligaré a que comas lagarto esta noche. —No puedo evitar el tono helado
en mi voz.
Él agita la cabeza con un gesto amargo como si se arrepintiera de haberme
estado escuchando la última media hora. Malhumorado, se dirige al coche
para hurgar entre las cosas del maletero.
No importa si piensa que miento. Sé que es cierto. Caminar por Seattle,
viendo a personas mayores y enfermos, me hizo pensar que había estado
viviendo en una utopía en Alaska. Después de que el Rito completa nuestra
unión con el Yara, nadie vuelve a envejecer. Nadie muere a no ser que sea en
un accidente como el de mi madre o como el anciano que fue matado por un
oso. Aquí, en el mundo exterior, todo el mundo está desconectado del Yara.
Pueden envejecer, enfermar y morir.
Me pregunto si nuestra especial relación con el Yara tiene algo que ver con la
desaparición de mi clan. Si alguien quiere lo que tenemos. Pero, ¿cómo
podrían siquiera haber sabido de nosotros? Hemos estado escondiéndonos
durante décadas.
Whit, pienso. Todo vuelve a él. Todavía es demasiado duro de imaginar que
él haya sido el cabecilla tras la captura de mi clan. Pero quizá habló sobre
nosotros cuando estuvo fuera, en el mundo. Quizá sin querer nos traicionó.
—Así que dime, ¿cuál fue la última lectura o conjuro o lo que sea que hiciste
exitosamente? —doy una mordida de la papa crujiente que yo, sí yo, Miles
Blackwell, cociné envuelta en papel aluminio en la fogata. De hecho, cociné la
comida completa de esta noche.
Está bien, así que la primera lata de estofado de res explotó. ¿Cómo se
suponía que iba a saber que no puedes cocinar comida en una lata?
Afortunadamente, teníamos algunos respaldos, así que los abrí y los calenté
en una sartén.
—¿Por qué importa? —pregunta Juneau, soplando en el trozo de res
humeante arponeado con su tenedor—. No creerás una palabra de cualquier
forma.
—Cierto —respondo, sosteniendo mi cuchara arriba para hacer énfasis—. Sin
embargo, en el equipo de debate, a menudo fui usado para hacer de
abogado del diablo. Así que no me importa suspender la incredulidad si va a,
uno, sacarte de tu humor letal y, dos, nos deja irnos de esta costa
espeluznante. Está comenzando a recordarme al lago infestado de Jason en
Viernes 13 —Miro sobre el fuego para ver la expresión familiar de Juneau de
incomprensión, y mi corazón cae—. ¿Por qué siquiera trato con las
referencias culturales? —gimo.
—No lo sé, ¿por qué lo haces? —dice bruscamente. Y después dice— Leer las
emociones de Poe ayer en el auto.
—¿Esa fue la última vez que sentiste como que leíste? —clarifico, haciendo
un esfuerzo por seguir el ritmo de sus saltos de conversación.
—Sí, aunque me tomó un largo tiempo conectarme —manifiesta—. Estoy
acostumbrada a que sea inmediato.
—¿Entonces cuándo fue la última vez que fue inmediato? —pregunto.
—Cuando Leí el fuego en el Monte Rainier.
—Está bien —digo—. ¿Entonces qué ha pasado entre entonces y ahora?
Me mira fijamente con los ojos perdidos y menea la cabeza.
Pienso.
—¿Qué hay de Whit? —pregunto—. Cuando el pájaro no volvió con él, ¿crees
que pudo haberte bloqueado para conectarte al Yara? —doy lo mejor de mí
para no dejar que una inflexión sarcástica entre sigilosamente en mis
palabras. Si piensa que me estoy burlando de ella, va a callarse de inmediato
y esta conversación terminará. Junto con mi esfuerzo por ablandarla para
que podamos irnos.
Deja su tazón en el suelo y sacude la cabeza pensativamente.
—Eso sería como bloquearme de respirar el aire alrededor mío. ‘Nada puede
interponerse entre los seres humanos y la Yara excepto la incredulidad de los
propios humanos.’ Esa es una cita del mismo Whit —digo.
Me estoy sintiendo mal por ella de nuevo. Realmente cree estas estupideces.
Tengo un ansia abrumadora de tomar su mano y decirle que está bien. Que
ha sido lavada del cerebro, y que mientras más pase lejos del culto hippie
más normal se volverá.
—Bueno entonces, tal vez estás bloqueando tu propia conexión con el Yara
—ofrezco, sintiéndome levemente orgulloso de mí mismo por hallarle
sentido a su basura de culto—. Tal vez ahora que estás lejos de la influencia
de Whit y tu papá, estás comenzando a dudar las cosas que te enseñaron. Lo
cual haría sentido totalmente, viendo que mintieron acerca de la Tercera
Guerra Mundial y todo —solo estoy intentando llegar a conclusiones lógicas
de sus creencias completamente ilógicas, pero se ve como si la acabase de
abofetear.
—O tal vez no es eso en absoluto —ofrezco débilmente—. Tal vez mientras
más lejos estés de tu tierra, ¿menos conexión tienes con el Yara?
Cierra los ojos y sacude la cabeza en un gesto de cómo-podrías-saber-algo-al-
respecto.
—El Yara no está solo en Alaska. Está en todos lados.
Se pone de pie y, envolviendo sus brazos alrededor de su cintura, camina
lentamente de atrás para adelante junto al fuego
—Lo que dijiste sobre dudar —dice finalmente—. Eso sí tiene sentido. Fue
después de que me enteré que Whit estaba trabajando con la gente que
secuestró a mi clan que mi Lectura se vio afectada. El que me haya espiado
tan descaradamente confirmó mis sospechas de él… si necesitaba mayor
confirmación —frota sus dedos distraídamente sobre su frente—. Supongo
que puedo determinar que en ese instante definitivamente perdí toda mi
confianza en él. Y sí, supongo que estoy cuestionando todo lo que me enseñó
también.
—¿Tenían libros para niños en tu comuna? —pregunto. Juneau me mira
como si me hubiera crecido otra cabeza—. Juro que esto es relevante —
prometo.
—Sí, teníamos una pequeña colección de libros para niños.
—¿Tenían Peter Pan? —pregunto.
Asiente y frunce el ceño, intentando adivinar a qué voy.
—Lo que estás diciendo es como Wendy y sus hermanos volando con polvo
de hadas. Tenían que creerlo o no podían volar.
Asiente pensativamente pero todavía tiene esa mirada lastimada en su cara.
—Podrías estar en lo correcto —admite. Suspira fuertemente y se vuelve
para dirigirse hacia el bosque. Mirándome de vuelta, dice—. Gracias por la
cena. Voy a ir por un paseo y pensar en cosas —el pájaro la observa irse y
aletea para aterrizar en su hombro como un mono raro entrenado.
En cuanto a mí, me siento observando el fuego y pienso sobre cómo parece
una persona realmente agradable. Cómo en verdad está comenzando a
agradarme. ¿Por qué otra cosa habría pospuesto hablarle a Papá cuando
quiera que tuviera acceso a un teléfono? Porque, por una vez, siento que lo
estoy pasando bien. Me estoy divirtiendo.
Es triste lo estropeada que fue criada Juneau. Como un miembro de un culto.
Totalmente lavada de cerebro. Totalmente delirante. Casi me hace querer
ayudarla. Si salvar mi propia piel no fuese de máxima importancia, estaría
tentado a intentarlo.
Camino en el bosque sosteniendo a Poe en mi brazo, sintiéndome tan
desorientada como si hubiese atravesado una puerta a un universo alterno.
Por segunda vez en un mes. Estoy perdiendo mi fe, así que estoy perdiendo
mis habilidades —esa debe ser la respuesta. Y si eso sucede, no hay forma de
que pueda ser capaz de salvar a mi clan, mucho menos encontrarlos. Pero
con todas las mentiras que me han dicho, ¿cómo puedo creer cualquier cosa
que me han enseñado? ¿Cómo separo la verdad de la ficción?
Poe vuela y se posa arriba en un árbol mientras me dirijo directamente a un
grupo de arbustos de acebo gigantes, dejándolos rasguñar mis brazos
mientras paso. Los pinchazos de sus espinas me aseguran que no estoy
caminando dormida.
Llego a la orilla del agua y comienzo a rodear el lago.
Necesito resolver qué, si acaso, me queda. Saco mi ópalo de debajo de mi
camisa, le doy la vuelta sobre mi cabeza, y lo presiono contra el suelo.
—Papá —digo, y me concentro en Leer sus emociones. Un coro de grillos se
lanza en su canción nocturna del otro lado del lago, y una densa niebla levita
a pulgadas sobre la superficie del agua. Espero. En algún lugar en el lago, un
pez salta, salpicando al romper la superficie del agua. Espero. No pasa nada.
Doy la vuelta al cordón de vuelta sobre mi cabeza y meto el ópalo debajo de
mi camisa. Entonces, agachándome, pongo mi mano desnuda contra la tierra
húmeda y fría, e intento de nuevo. No obtengo nada. Ni siquiera el menor
hormigueo de conexión.
El cielo es negro como boca de lobo y la temperatura ha bajado. Continúo mi
caminata alrededor del lago, frotando mis manos arriba y debajo de mis
brazos para calentarme, pero decido no regresar al campamento hasta
resolver esto.
Repasé mi repertorio completo de habilidades de Lectura el día de hoy, y
nada funcionó excepto las Lecturas más simples de lanzar-piedras. En las
cuales confirmé cosas que ya sabía: como que mis padres aún estaban muy
lejos y Whit aún intentaba alcanzarme.
Si la teoría improvisada de Miles tiene un poco de verdad en ella, entonces es
un círculo vicioso —mientras más desconfianza tenga en la Yara, menos
funcionará. No puedo simplemente escoger y elegir qué creer.
Sí, ¡sí puedes! Me aseguro. Seguramente no todo lo que me dijo mi clan eran
mentiras. He visto funcionar al Yara. Lo he manipulado yo misma.
Pero también sé que mucho de lo que me fue enseñado eran mentiras.
Siento mi creencia titilar como una flama en el viento. Sé que el Yara existe,
insisto, y me imagino ahuecando mis manos alrededor de la flama para
protegerla.
Silbo hacia el bosque y chasqueo mi lengua, y Poe vuela de un árbol cercano
para pararse junto a mí en la playa de guijarros. Agachándome, peino mis
dedos sobre sus plumas de ébano, formulo lo que voy a hacer en mi mente,
toco mi ópalo, e intento conectarme al Yara.
Creo, pienso, y doy lo mejor de mí de mandar todas las dudas, todos los
sentimientos de traición, tan lejos de mí como se pueda. Nada sucede. Ni
siquiera un hormigueo.
Exhalo profundamente e imagino mi flama diminuta de fe expandiéndose al
tamaño de un incendio forestal, y después de un segundo siento el menor de
los zumbidos en las puntas de mis dedos. ¡Sí! Pienso con entusiasmo, y trato
de centrarme.
Miro a Poe y después imagino a mi padre en mi mente. Poe, ¿puedes
encontrar a mi padre por mí? Pienso. Imagino el escenario del desierto e
intento pasar la imagen a Poe.
Poe me mira fijamente y después se mueve y comienza a picar unas piedritas
como diciendo que no le podría importar menos. Está bien, intentaré algo
más fácil entonces. Sujeto mi ópalo y pongo mi mano en Poe una vez más,
esta vez imaginando a Miles en mi mente. ¿Dónde está? Pienso. Llévame a
Miles.
Poe inclina la cabeza hacia un lado, como diciendo, Tú sabes tan bien como
yo dónde está Miles. Pero abre sus alas y despega, dirigiéndose al
campamento. Adrenalina se filtra por mis venas, y salgo corriendo, siguiendo
a Poe a través del bosque. Cuando llegamos al claro, Poe circula el auto una
vez y aterriza en el techo. Grazna y, con su trabajo completo, comienza a
coger algo de su ala con su pico.
Jadeando, me agacho y, mirando por la ventana del auto, veo que Miles se ha
quedado dormido en el asiento del copiloto con un libro en su pecho y la luz
de encima prendida. Ignoro el revoloteo en mi pecho al mirarlo de cerca: sus
labios están ligeramente abiertos y su pecho sube y baja con sus respiros
superficiales.
Necesito concentrarme. Mi Conjuro funcionó. Mis poderes están ligados a mi
fe —eso está claro. Y estoy perdiendo mi fe progresivamente, no en el Yara,
pero en Whit y lo que me enseñó. Necesito comenzar desde el principio y
probar lo que creo que es verdad. Y hasta que pueda resolver por mí misma
lo que realmente creo, necesitaré reunir cada último hilo de fe que aún tengo
para poder continuar usando mi don.
¿Pero qué si mi problema es mucho peor? ¿Qué si mi duda cae de golpe
como barras de hierro y me bloquea el acceso a mis poderes de una vez por
todas? Si hay siquiera la menos posibilidad de que eso suceda, tengo mucho
que hacer antes de que lo haga.
DESPIERTO CUANDO EL VIENTO FRÍO DE LA TARDE me golpea en el rostro.
Juneau me ofrece su brazo.
—Si duermes así te dará tortícolis y no podrás conducir —dice. Me empuja
fuera del auto y me lleva a la tienda de campaña, donde me recuesto
atontadamente.
Juneau se va y regresa con una taza de líquido hirviendo.
—Hice un poco de té, te ayudara a dormir mejor —sabe a regaliz y a
malvaviscos; me lo trago todo antes de acostarme.
—Siento si pareció que no te había creído —digo adormilado—. Es sólo que
es demasiado para digerir de una vez. Pero, en serio, no me estaba riendo de
ti. Sólo intento ayudar.
Sus labios hacen un esbozo de sonrisa y parece casi avergonzada.
—Lo sé —dice, y toma mi mano.
El contacto de nuestra piel produce una reacción en mí. Inmediatamente
estoy despierto… cien por cien presente. Parece como si un torbellino de
espinas me apretara el pecho, hiriéndome desde el interior. Diciendo eso
parecería doloroso… No lo es. Es la clase de sensación… como una picazón
que te hace hacer cosas locas. Que te impulsa a actuar de una forma que no
se te había pasado por la cabeza.
O tal vez sí lo había hecho; pero lo he ignorado porque Juneau era el
pasaporte hacia mi padre y no quería arruinarlo. Ahora que ella me ha
contado su historia estoy seguro de que ha habido un mal entendido. Sin
importar lo que papá diga, ella no es una espía. De acuerdo, ha sido criada
para creer en algunas cosas extrañas, pero eso no es culpa suya. Y, por haber
pasado por lo que le tocó vivir, Juneau debe ser increíblemente fuerte. Y
valiente.
Me doy cuenta de todo esto cuando noto que, por una vez, ha dejado caer su
barrera defensiva. Sus ojos color miel recorren mi cara con compasión y
tengo una urgencia exagerada de tirar de ella hacia mí, abrazarla y besarla.
NO DEBÍ HABER TOMADO SU MANO. Le hizo algo a él. Causó algo en los dos.
Envió una tormenta de relámpagos a todo mi cuerpo. La electricidad que
sentí cuando nuestra piel hizo contacto era como el hormigueo que siento
cuando me conecto con el Yara. Multiplicado por mil.
Sólo intentaba tranquilizarlo. Hacer que confiara en mí. Decir que lo podría
haber exagerado sería un eufemismo. Porque un segundo sostenía su mano,
mirándole una vez más como Nome lo haría, no podía evitarlo. Parecía tan
inofensivo y dormido… y absolutamente maravilloso.
Y al segundo siguiente su mano está detrás de mi cabeza y me ha tirado
sobre él y nos estamos besando… besándonos como locos. Mi cuerpo entero
vibra. Y todo lo que quiero hacer es seguir presionando mi pecho contra el
suyo y enredar las piernas con las de él y extender los dedos por su hermoso
y rizado cabello y sentir sus labios recorriéndome el resto de la noche. Pero
no puedo. No puedo hacerlo. Debo…
—Detente —digo, y me impulso hacia arriba con las manos y rodillas,
colocándome por encima de él. Miles extiende su brazo hacia mí con anhelo
escrito por toda su cara, pero niego con la cabeza.
—No —digo, me muevo hacia un lado para quedar sentada dentro de la
tienda, justo como él.
Su expresión es una mezcla de arrepentimiento, confusión y decepción.
—Lo siento, no puedo —digo.
—No, está bien —dice, levantando la mano hacia el frente y cerrando
fuertemente los ojos. Los dos estamos respirando fuerte y mi corazón está
latiendo a mil por hora. Me muevo hacia la entrada de la tienda, paso por las
puertas de lona y, una vez que estoy afuera segura, me giro a mirarle.
—¿Estás bien? —pregunta.
Asiento con la cabeza y cierro la cremallera encerrándolo.
Camino hacia el fuego y descanso frente a él. Esto es demasiado. Demasiado
al mismo tiempo. Me lamo los labios y pienso en la boca de Miles sobre la
mía y mi cuerpo se incendia.
Miles no es mi primer beso. Pero besar a Kenai fue diferente. Él era un amigo
y un potencial besador de nuestro clan. Además, Kenai era el único chico al
que podía besar sin que significara algo. Fue agradable, de una forma
amistosa, como un abrazo. Pero nada como el ardor del beso de Miles.
Deja de pensar en eso, me insisto. Tengo que controlarme. Miles no es nada
para mí más que su utilidad. No puedo sentir nada por él. Me preparo para lo
que estoy a punto de hacer.
Sofoco todos los pensamientos de Miles, de sus labios suaves y sus brazos
fuertes. No voy a poder calmar a mi corazón si sigo recordando el beso.
Pienso en lo que necesito preguntar. Ésta puede que sea mi última
oportunidad.
Si nos están siguiendo, cada segundo cuenta. Necesito mejores instrucciones
para encontrar a mi clan. Y necesito, no sólo saber cómo eludir a Whit, si no
también cómo puedo pelear contra él si me atrapa. Y cómo ganar.
Abro la cremallera de la tienda para encontrar la forma inmóvil de Miles. El té
especial que le he dado ha hecho su trabajo. Está profundamente dormido y
no despertará. Dudo. Esto está estrictamente prohibido: nadie consideraría
Leer a ningún otro ser humano sin su aprobación. Me recuerdo a mí misma
que estoy haciendo todo esto por el bien de mi clan. Por la protección de mi
gente.
Entro a la tienda y me siento con las piernas cruzadas cerca de Miles,
tomando su mano mientras con la otra sostengo mi ópalo. No se mueve y
sigue respirando profundamente. Mis latidos se calman para acoplarse con
los suyos. Aún sigo creyendo que el Yara existe, pienso, convocando todos
mis pensamientos positivos y canalizándolos hacia nuestras manos unidas.
Me sacudo mientras nos conectamos al Yara. Los parpados de Miles se abren
repentinamente. No miran nada: mira al techo de la tienda de una forma
ausente.
—Miles —digo—, eres mi oráculo.
Su cabeza se mueve sigilosamente mientras asiente.
—Sí, Juneau. Soy tu oráculo.
—DEMONIOS, SIENTO COMO SI HUBIERA DORMIDO sobre una pila de rocas
—digo gateando fuera de la tienda de campaña y presionándome los
pulgares fuertemente contra las sienes mientras la luz del sol me quema las
retinas.
—Desayuno —dice Juneau, y sacude una caja de Cap’n Crunch4 hacia mí
desde donde está sentada, junto al impecable hoyo de la fogata. Miro a mi
alrededor. Todo ha sido empacado. Y el baúl del auto está abierto con
nuestros suministros guardados con esmero.
—¿Esto significa que nos vamos?
—Sí —me confirma, y alimenta con la mano llena de cereal al pájaro, que se
mantiene obedientemente a su lado como el saco de pulgas oportunista que
es.
Me siento a unos pocos metros de distancia, me sirvo una taza de jugo de
naranja y doy un trago. Miro hacia Juneau, desvía la mirada. Hay un estorbo
en el campamento y se llama último beso. Pero si Juneau no dice nada al
respecto, no seré yo quien lo haga. No puedo evitar mirar sus labios rojo
cereza aunque no use maquillaje y siento un hambre que no tiene nada que
ver con mi estómago vacío.
—No más dormir en el suelo —me quejo bajando la taza y frotándome la
frente—. No me importa si sigues insistiendo en quedarte en el bosque, nos
quedaremos en un hotel esta noche.
Juneau mira hacía mí con diversión y alcanza una bolsa pequeña de fuera de
su equipaje. Pone un par de píldoras en su mano y me pasa una.

4
Línea de productos de cereal y avena para el desayuno. Fabricado e introducido en 1963
por Quaker Oaks Company.
—¿Qué son? ¿Píldoras que envían a la luna de los hippies? —pregunto sin
pensar, y luego me paralizo—. Lo siento. Mala costumbre. —Estoy
determinado a no hostigarla hoy.
—Son unas milagrosas píldoras que me enseñó el dueño de la casa de
huéspedes en Seattle donde me quedaba —me dice, con una sonrisa
irónica—. Las llamó… Advil.
Río y luego me las llevo a la boca, tragándolas con un poco de jugo.
Juneau me llena un tazón de cereal, pone una cuchara dentro y lo empuja
hacia mí.
—Guau, ¿qué hice para merecer tal servicio? —pregunto.
Una extraña expresión se enmarca en su rostro ¿Es culpa?, pero rápidamente
pone una sonrisa en sus labios. Algunas veces parece ser tan fuerte. ¿Pero
verdad que se ha sentido mal durante los últimos cuatro días? Me recuerdo.
Levanta la caja de cereal y señala al personaje con bigote de sombrero azul.
—Esto está realmente bueno, pero esto —señala a la caja de tamaño familiar
de Por-Tarts5 congelados de fresas—, es lo mejor que he probado.
Río.
—¿Es esta tú comida de isla desierta?
—¿A qué te refieres? —pregunta.
—Es un juego. Si estuvieras atrapada en una isla desierta y sólo pudieras
tener una buena comida, ¿cuál sería?
Ni siquiera lo duda.
—Podría comer Pop-Tarts de desayuno, almuerzo y cena durante el resto de
mi vida. Sin problema —dice. Una pequeña sonrisa se refleja en su habitual
rostro severo. Y ahí está de nuevo. La adolescente normal a la que besé la
noche anterior. A quien realmente quiero besar de nuevo. Quien desearía
5
Pop-tarts es el nombre con que se le conoce a unas tartas planas, rectangulares y pre
horneadas hechas por la compañía Kellogg's.
que no se escondiera tras esa madurez y responsabilidad. Hablando de
dobles personalidades… Juneau podría ser la protagonista de una película de
súper héroes.
Tomo mi tazón e inspecciono el contenido detenidamente. No creo haber
comido Cap’n Cruch antes. Mi madre me crió con una dieta basada en grano
espolvoreada con asqueroso germen de trigo sin azúcar. Pensar en ello hace
que se me revuelva el estómago, así que lo saco de mi cabeza.
Cereal azucarado, pienso, regresando a mis pensamientos de aquí y ahora.
Mastico tentativamente los cuadros de azúcar cien por cien artificiales. Y mi
paladar se derrite con éxtasis. Juneau tiene razón: es muy bueno.
—Delicioso —digo con la boca llena, y me dirige una mirada satisfecha.
Juneau feliz. Tan rara como un arcoíris triple.
Se levanta.
—Tú termina de desayunar, yo desmontaré la tienda.
Para cuando estoy lavando mis platos en el lago, Juneau y el pájaro están
sentados dentro del auto, esperándome.
—¿Tienes prisa? —pregunto mientras me siento al volante.
—Siempre tengo prisa: hasta que encuentre a mi clan —dice. Llegamos a la
carretera principal, giro el volante en dirección a la autopista. Juneau está
revisando el mapa—. No vayas a la autopista, quédate en esta carretera —
dice después de haber conducido unos minutos—. No queremos meternos
en la autopista 84.
—¿No? —pregunto—. ¿Por qué?
—Confía en mí —dice. Conducimos en silencio durante quince minutos. El
pájaro está en el asiento trasero, mirando por la ventana, disfrutando del
paisaje como si fuera un perro—. ¡Allí! —exclama Juneau señalando a la
señal que dice SPRAY.
—¿Ése es el nombre de un pueblo? —pregunto crédulamente.
Se encoge de hombros.
—Ahí es dónde vamos.
—Estamos a ciento veintidós millas de distancia —digo—.Tardaremos un par
de horas.
Asiente como esperaba que hiciera.
—¿Puedo decir que Spray está a nuestro suroeste, no sureste? —pregunto.
—Lo sé —responde—. Tengo el mapa.
—¿Puedo también decir que estamos en el cuarto día de viaje y aún
seguimos bastante lejos del viejo oeste?
—Sólo sigue conduciendo, tenemos nueva ruta.
—¿Ahora seguimos una ruta cuando nos hemos pasado todo un día sentados
sin destino?
—No estábamos sentados sin destino —me responde a la defensiva—.
Estaba esperando una señal. Una confirmación de qué hacer.
—¿Y obtuviste tu señal?
—Sí, obtuve unas cuantas.
—Bueno, me alegro por ti —digo y en realidad me alegro por ella. Parece que
mi entusiasta conversación funcionó y ha vuelto con su fabulosa mágica
manera de ser. Siento una ligera punzada de culpa por persuadirla de hacer
esto, pero la hace feliz y no tendré que dormir una noche más en el suelo:
puedo sobrellevarlo.
—Sí, pero quién sabe si esas serán las últimas señales que reciba en toda mi
vida —dice, mirando hacia fuera con la cabeza apoyada en el respaldo.
—¿Puedo preguntar cuáles fueron?
—Una es que Whit sigue buscándome y no está muy lejos de nosotros. Él
sabe dónde está mi clan, y si tú y yo vamos por el camino correcto, tenemos
que tener cuidado de no cruzarnos con ellos. Estarán bastante cerca.
—El traidor de las medicinas y sus secuaces se están acercando. ¡Qué bien!
—digo mientras llegamos a la desviación hacia Spray. La tomo y nos dirigimos
al suroeste. Directo a California. Directo a casa. Tengo que llamar a papá.
Como si Juneau hubiera leído mi mente, pregunta:
—¿Tus padres no van a estar preocupados?
Es la primera vez que pregunta algo de mí, aparte de cosas vagas.
—Cuéntame de ti. —Es la primera vez que se interesa en mí. Así que, ¿por
qué hay una pequeña chispa de esperanza dentro de mí? Tal vez porque todo
sobre lo que he sido capaz de pensar esta mañana han sido sus ojos dorados
como la miel, las pulgadas que los separaban de ser míos, y esos labios
ardientes y suaves.
—Mi madre nos dejó a papá y a mí el año pasado, así que ella no se está
preocupando —me encuentro revelándole.
—Miles, siento mucho escuchar eso —dice, y coloca su mano sobre la mía. El
calor se extiende desde donde sus dedos tocan mi piel. Intento ignorar la
reacción de mi cuerpo hacia esta chica pero se está haciendo
extremadamente difícil.
Juneau me mira inquisitivamente como si se pregunta si voy a llorar pero
esos ríos hace tiempo que se han secado. Y en mi corazón sólo quedan los
surcos marcados.
—¿Qué pasó? —pregunta cuando ve que no me voy a derrumbar.
—Está enferma. Depresión severa. Trató de suicidarse el año pasado y,
cuando no tuvo éxito, dijo que estaríamos mejor sin ella. Luego se marchó.
Juneau se queda mirándome con aspecto horrorizado y me agarra más fuerte
la mano.
—¿Sabes dónde está?
—Sí. Papá la rastreó. Está viviendo con su tía en las afueras de Nueva York.
—Ay, Miles… Ni siquiera sé qué decir —tiene aspecto desconcertado.
Bastante inquieta.
—Está bien —digo, sintiendo como si tuviera que reconfortándola en vez de
ser al revés—. Quiero decir… la extraño, pero después de un tiempo te
acostumbras a que se haya ido. —Soy un gran mentiroso. Pero no parece que
Juneau se lo crea.
—Ni siquiera me lo puedo imaginar —dice—, nunca he llegado a conocer a
alguien que enferme de ese modo.
—Sí, bueno, las enfermedades mentales son lo mismo que cualquier otra
enfermedad. Al menos eso es lo que la gente sigue diciéndome. Pasa todo el
tiempo.
Juneau me mira como si sintiera lástima. Yo miro sus labios. Mi corazón se
acelera y rápidamente me concentro en el camino.
—¿Y tu padre? —pregunta.
—¿Qué pasa con él? —pregunto, y me doy cuenta de que eso ha sonado a la
defensiva.
—¿No estará preocupado?
—Bueno, él sabía que estaba en Seattle —digo cuidadosamente—. Debería
comunicarme con él para que no se preocupe.
Juneau se muerde el labio.
—¿Qué? —pregunto.
—Frankie fue bastante claro al decirme que no te dejara usar el teléfono
mientras estuviera contigo —dice.
Frankie sabía la verdad, pienso, y me pregunto qué le voy a decir a papá
cuando le llame. No puedo simplemente llevarle a Juneau. No ahora que
estoy seguro que ella no es el tipo de persona que piensa que es.
—¿Te puedo preguntar algo? —digo, apartando la mano lejos de la de ella
mientras tomo unas curvas peligrosas. Un águila planea cerca de nosotros
con su desafortunada presa, que parece un ratón, en las garras.
—Claro —dice.
—Todo ese dinero que mostraste en Walmart… ¿De dónde lo sacaste?
La sospecha se asoma en su rostro, pero luego se encoge de hombros como
si no importara que me lo dijera.
—Lo intercambié por una pepita de oro.
—Así que… no estás trabajando para nadie —comento. Y suena fatal. Pero
parece que no lo ha notado y niega con la cabeza.
—El único trabajo que he tenido ha sido cazar. Soy una de las mejores
cazadoras del clan. Ah, y aprendiz de sabio del Clan, por supuesto. Lo cual
creo que se ha acabado ahora que Whit está cazándome a mí.
Intenta sonar poco seria pero, a pesar de esa sonrisa que me dirigió en el
desayuno y después de haber hablado de mi madre, ha sido bastante fría
conmigo. Quizás sea por el beso pero tengo el presentimiento de que es por
algo más. Parece distante. Algo ha cambiado en ella.
Recoge un viejo y destrozado cuaderno y una pluma que guardo en la puerta
del copiloto.
—¿Puedo usarla? —pregunta, y empieza a escribir.
—¿Qué estás escribiendo? —pregunto.
—Una nota —responde.
Agradezco a mis estrellas de la suerte por millonésima vez que no sea una
chica habladora como la mayoría de las que conocí en Los Ángeles y enciendo
la radio. Conducimos sin hablar las siguientes dos horas: el pájaro tomando
una siesta en el asiento trasero y Juneau mirando por la ventana, mirándome
ocasionalmente para ver cuánto hemos avanzado.
Cuando estamos a una milla de nuestro destino, se sienta para poner
atención hasta que llegamos a los límites del pueblo.
—Para allí —dice Juneau señalando el letrero y leyendo ENTRADA A SPRAY,
POBLACIÓN: 160. Arranca la hoja del cuaderno, la dobla, abre un agujero en
una de las esquinas y amarra una cinta por el agujero—. Bueno, Poe. Este es
el final para ti —comenta bajándose del auto y sacando al pájaro del asiento
trasero. Éste grazna beligerantemente, como si entendiera lo que está
haciendo y prefiriera quedarse calentito en el auto y ser conducido por el
Noroeste Pacifico. Lo sostiene contra ella mientras amarra la nota en su
pata—. Miles, ¿puedes arrancar dos hojas en blanco del cuaderno y
colocarlas en la matricula delantera y trasera? —Ni siquiera me molesto en
preguntar por qué y hago lo que dice, esperando que a ninguno de los 160
pobladores se le ocurra salir mientras hago algo que parece cuestionable, si
no es que directamente ilegal.
Juneau espera hasta que termino y lleva al pájaro directo al letrero. Se
asegura de que lo mire directamente y finalmente inclina la cabeza y le
susurra algo.
Deteniéndose un momento con los ojos cerrados y el cuervo apretujado
contra su pecho, lo lanza al aire. Aletea por un segundo y luego vuela hacia
arriba, circulando sobre nuestras cabezas.
—Regresa al auto —me dice Juneau—. Y empieza a adentrarte en el pueblo
con el coche lentamente.
—¿Puedo quitar las hojas de papel? —empiezo a decir pero ella me
interrumpe.
—Sólo conduce, Miles.
—Tus palabras son órdenes para mí, oh, oscura ama estranguladora de
pájaros —balbuceo y aprieto el acelerador entrando al pueblo lo más
despacio posible. En el espejo retrovisor veo al pájaro terminando de dar
vueltas e ir volando hacia dónde hemos venido.
—Detente —ordena Juneau antes de que alcancemos el primer edificio. Salta
fuera, toma el papel de las matriculas, y salta dentro. Toma el atlas sobre su
regazo y lo traza con el dedo—. Vamos a conducir hacia el sur, hacia fuera del
pueblo, y luego a tomar la 26 este hasta que lleguemos a la carretera
principal en la que estábamos.
Dirijo la mirada a donde está señalando.
—¿Vamos a ir a Idaho? Eso significa que estamos retrocediendo —comento.
—No realmente, estaremos a media hora de donde acampamos —dice, y
levanta la barbilla como si creyera que voy a contradecirla. En cambio, me
encojo de hombros y conduzco por el pequeño pueblo, parando en una
gasolinera al final de la calle principal antes de continuar por el camino
elegido por Juneau.
No necesito preguntar. Vi su nota. Y eso lo explicaba todo.

¿Así que quieres jugar, traidor? El juego ha comenzado.

DOS HORAS AL SUROESTE. Ahora dos horas al sureste. Una gran desviación
para apartar a Whit de nuestro camino. Pero necesito que piense que no lo
entendí. Que no sé dónde está mi clan. Aunque, claro, existe la posibilidad de
que sepa exactamente lo que estoy haciendo.
Dudé antes de enviar la nota con Poe. Pero incluso sin ella, Whit me vería
liberando a Poe en su memoria. Nos vería a mí y a Miles regresando al coche.
Sabría que había liberado a Poe a propósito: ya estaría sospechando. Así que
la nota sólo ha servido para hacerme sentir bien. No puedo evitar una sonrisa
de satisfacción. Los sentimientos de rabia y engaño siguen a punto de
ebullición pero el miedo se ha evaporado ya. Soy yo contra Whit, y estoy lista
para pelear.
Me giro a mirar a Miles y, a pesar de que sé que es una locura, siento la
exagerada tentación de alcanzar su mano y ponerla bajo la mía. No algo
romántico, me digo, sólo para darme seguridad. Después de lo que pasó
anoche no quiero darle ninguna idea. No puedo acercarme. No voy a
distraerme de mi deber. Sólo es alguien que está aquí para ayudarme a
alcanzar mi objetivo, me insisto, pero mi mirada sigue en su mano.
Mi cara se enciende mientras recuerdo nuestro acercamiento en la tienda de
campaña y de repente me doy cuenta que el chico que me besó está sentado
a unos pocos centímetros de mí mirándome y… esperando una respuesta.
—Perdona, ¿qué? —balbuceo.
—¿La siguiente parada es Idaho? —pregunta.
—Eso creo —digo.
Miles se queda callado un momento y luego dice cuidadosamente:
—Me estás pidiendo que conduzca más de doscientas millas al este, ¿y no
estás segura? —evita mirarme. Mira fijamente al camino.
—Sí.
—Está bien —dice lentamente—. ¿Fue fuego esta vez?
—¿Fuego? —pregunto confundida.
—¿Leíste la hoguera o fue el cuervo? ¿O qué fue?
Le miro para ver si está siendo sarcástico. No lo está siendo. Sólo quiere
hacerme hablar.
—Prefiero no discutirlo —respondo finalmente.
—Juneau, me lo puedes decir. No me voy a reír de ti —dice.
Frankie me dijo que debo decirle la verdad. Pero, en este caso, simplemente
no puedo.
—De todas formas, no lo entenderías —respondo esperando que esa
respuesta le calle.
Lo calla. Se muerde el labio y estira la mano para encender la radio. Bien. La
conversación ha terminado.
Vuelvo a pensar en las tres profecías que recibí anoche. La de Whit fue
bastante clara. Pero lo siguiente que se me reveló… debió ser en otro idioma:
no entendí ni una palabra.
Las profecías normalmente tienen doble sentido pero ni siquiera sé cómo
empezar a descifrar ésta. Recojo el cuaderno, saco las palabras de mi
memoria, y las estudio una por una.
Finalmente, Miles apaga la radio y pregunta:
—¿Tenemos tiempo para detenernos a comer? —su voz suena normal. Bien.
Cierro el cuaderno y lo escondo bajo mi asiento. Me duele la cabeza de tanto
pensar en rompecabezas sin resolver.
—Sólo hagamos sándwiches —sugiero.
Entramos en un pequeño pueblo llamado Unity y sacamos Coca-Colas,
frituras y cosas para los sándwiches.
—Podemos comer dentro del auto —digo, pero Miles frunce el ceño y hace
gestos hacia una solitaria banca de picnic justo bajo un árbol.
—¿Podemos comer fuera del auto? Ya me estoy hartando de él.
Mi instinto dice que debemos seguir. Pero Miles parece cansado, sin ánimo.
—Espero que hayan caído en nuestra trampa en Spray y se estén dirigiendo
al Océano Pacífico —concedo—, así que no veo por qué no podemos parar
quince minutos a comer.
El alivio se refleja en su cara. Ponemos toda la comida en la mesa y
empezamos a comer de pie.
—Cuando pasamos cerca de Canyon City, pensé que se me había dormido el
culo —explica limpiándose unas migas de la boca y balanceándose sobre los
pies.
—¿Cuánto falta para llegar a la carretera principal? —pregunto.
Miles se dirige al auto y regresa con el atlas y un lápiz en su mano.
—Otra hora y media y llegamos a la 84 en la frontera a Idaho —dice,
haciendo un punto desde donde estamos y trazando una línea fina hasta
Oregón.
No estamos volviendo a la carretera en la que empezamos, pero las
instrucciones de Frankie fueron muy vagas “ve al sureste” y no tengo ni idea
de qué sigue después... Malditas profecías crípticas, pienso.
Y luego me viene una idea. Toco el brazo de Miles.
—¿Intentarías algo conmigo? Voy a decir una frase y me dices lo primero que
se te venga a la cabeza.
Miles frunce el ceño.
—Está bien —dice con duda.
Pronuncio las palabras de la profecía lentamente:
—Sigue a la serpiente hacia la ciudad cerca del agua que no puede ser
bebida.
Miles parece confundido
—No significa nada para mí —dice—. ¿Qué es?
—Son nuestras instrucciones —admito.
—¿Es una de las señales que tuviste anoche?
—Sí —digo incómodamente. No le digas más, pienso. Doy un trago de
cerveza de raíz y dejo que las burbujas me hagan cosquillas en la lengua
antes de tragar.
—¿Escuchaste exactamente esas palabras? —pregunta sonando incrédulo.
Asiento. NO SE LO DIGAS, grita mi voz interna. Tengo que decírselo. Pienso. Si
no voy a seguir las reglas de la profecía, más vale que me rinda ya.
Se rasca la cabeza y me mira con sospecha.
—¿Cómo las conseguiste?
—Usé un oráculo —digo.
Jadea en asombro.
—¿Convenciste a Poe de que hablara?
Tomo otro trago de cerveza de raíz y sacudo la cabeza. Siento la culpa
golpeándome en oleadas y me sorprende que Miles no lo perciba. Miro a lo
lejos y, para cuando me giro hacia él, una nube oscura se ha cernido sobre su
rostro.
—No lo hiciste —me reta. Asiento dócilmente, pero recordándome a mí
misma que no hay reglas en la guerra, levanto la barbilla y lo miro mientras
reúne los recuerdos de anoche hasta que llega a la respuesta—. ¿Qué fue ese
té que me diste en la tienda de campaña? —su voz es llana. Muerta.
—Algo que se siembra en Alaska y que es un poco parecido a brugmansia.
—¿Qué demonios es brugmansia? —dice, y su cara es de color carmesí. Sus
ojos oscuros.
—Trompetas de Ángel —respondo, sabiendo que sigue sin tener la mínima
idea de a qué me refiero.
—¿QUÉ ES LO QUE HACE? —las palabras de Miles son como pequeñas dagas
apuñalándome. Levanto las manos a la frente. No pienses en él como en un
chico. Él es tu chofer. Tu oráculo. Eso es todo. Llevo las manos a los lados y
levanto la barbilla. Tenía que usarlo, no tenía otra opción.
—Es un narcótico, pero suficientemente diluido, como anoche, puede servir
de sedante —digo.
—Me drogaste —Miles está sin aliento. Como si alguien le hubiera pegado en
el estómago. El dolor se le refleja en la cara.
Me endurezco. Hice lo correcto.
—Hice lo que tenía que hacer.
—¿No podrías haberme preguntado antes? —dice Miles. Parece como si
siguiera intentando encontrar el sentido a lo que le he dicho. Como si no lo
creyera. Como si le estuviera gastando una broma.
—No habrías dicho que sí —respondo, cruzándome de brazos. Y modulando
la voz para sonar tan despreocupada como puedo, digo—: ¿Por qué lo
habrías hecho, si no has creído ni una palabra de lo que te he dicho hasta
ahora?
Miles se queda parado mirándome con incredulidad; sus manos tiemblan.
—Porque ¡DELIRAS! —grita—. No estoy diciendo que sea tu culpa: te han
lavado el cerebro. Pero Juneau, por el amor de Dios, no hay ningún Yara. No
tienes poderes mágicos. —Su cara es una tormenta eléctrica—. Pero lo que sí
es tu culpa es que anoche me dieras algún tipo de droga casera sin mi
consentimiento. Todo por tu loca fantasía. ¿Hubo un afrodisiaco también?
Porque hubiera preferido besar a ese cuervo lleno de pulgas que a una loca
como tú. No puedo seguir con esto. ¡Se acabó! —dice, y con un movimiento
sigiloso, ensarta el lápiz en el atlas tan fuertemente que se rompe por la
mitad. Luego, dándose la vuelta, se dirige al auto.
Sus palabras me hieren mientras Miles sigue su camino y desaparece. Pero
no importa porque estoy viendo en el mapa la violenta raya de grafito que
marca donde el río Snake se intersecta con Idaho: directamente al norte de
Great Salt Lake.
Tomo el atlas y corro hacia el auto.

ESTOY EN PILOTO AUTOMÁTICO. Parado frente a ella mientras me dice cómo


me drogó y me usó como su muñeco vudú, sentí como si me hubieran
apuñalado. Pero sólo me hace falta echar un vistazo a su expresión de
autosuficiencia para comenzar a cauterizar mi herida con un soplete. Hasta
ahora, tengo un plan medio horneado para convencer a Juneau de ir a
California conmigo. Un plan que me había planteado a mí mismo. ¿Qué haría
papá con esta loca?
Pero ahora mi mente ha recapacitado. No me importa para qué la quiera. La
voy a llevar.
Dejo que nos conduzca por todo el camino cruzando Idaho para evitar la
carretera sobre el Río Snake. Grita instrucciones sobre el ruido de la radio, la
cual mantengo encendida para que su voz se vea ahogada por otros sonidos.
Conducimos durante siete horas, hasta que el reflejo azul del atardecer se
aposenta alrededor de nosotros y los arboles parecen siluetas negras
cortadas en papel. Apago la radio.
—Nos vamos a quedar aquí—digo y Juneau no dice nada.
Entro a un estacionamiento vacío a excepción de dos camioncitos y un pickup
y tomo el espacio enfrente de la oficina. Un hombre delgado con el cabello
cepillado y color mostaza toma mi tarjeta de crédito y me da las llaves para el
cuarto 3 y 5. No voy a dormir en el mismo cuarto que ella.
Voy a la parte trasera del auto, dónde Juneau saca sus cosas del baúl y mira a
dos camioneros a través del cristal de un bar en un edificio adyacente.
—Tu cuarto —digo, y le doy las llaves sin mirar a su cara.
Saco mi propia maleta y cierro el baúl, ignoro a Juneau, que sigue parada allí
junto al auto como si no supiera cómo encontrar el cuarto con el gigante “3”
en la puerta. No estoy dispuesto a ofrecerle mis servicios. Yendo por mi
cuenta al cuarto 5, tiro la maleta sobre el cubrecama de flores y tomo el
teléfono, tratando de ignorar el fuerte olor a vainilla ambiental. Sin tono de
llamada. Por supuesto.
Salgo cerrando la puerta tras de mí y me dirijo a la oficina, donde el señor de
pelo mostaza está viendo un rodeo en una vieja televisión en blanco y negro.
—El teléfono de mi cuarto no funciona.
—Teléfono público detrás del bar —dice, girando la cabeza a una lejana
esquina del aparcamiento.
Encuentro el teléfono y me quedo mirándolo unos segundos, inseguro de qué
hacer. Ni siquiera sé cuánto cuesta la llamada. Recuerdo algo que vi en un
programa de televisión viejo: cojo el teléfono y aprieto el 0.
—Llamar a Murray Blackwell —digo y le doy el número del papá a la
operadora.
—Blackwell —se escucha la voz de mi padre, y la operadora le dice que estoy
en la línea. Papá actúa civilizadamente hasta que la operadora cuelga y luego
viene la explosión—. ¿Dónde demonios estás, Miles? Te dije que vinieras
directo a casa. Eso fue hace cuatro días. Si no estuviera preocupado de
meterte en peores problemas de los que ya tienes, habría llamado a los
policías estatales. ¿Qué estabas haciendo? ¿Saliendo de fiesta en Seattle?
—Estoy en Idaho. Y la tengo, papá —miro por la ventana del bar hacia los
camioneros sentados frente al contador. Los dos me están mirando, como si
fuera más entretenido que los videos musicales que hay en la televisión. Y
me muevo un poco para conseguir privacidad.
—¿A quién tienes, Miles? —pregunta mi papá, examinando.
—Tengo a la chica. La de Alaska. Me rompió el teléfono. Por eso no he
podido llamar. —Hay silencio al otro lado de la línea, lo cual es bastante
extraño viniendo de mi padre. Normalmente está alterado y actúa
inmediatamente, así que esto me apaga—. Sé que es ella papá. Tiene la cosa
de la estrella en el ojo. Cabello oscuro, aunque ahora es corto. Mide
alrededor de 1.60 metros y dice que su nombre es Juneau. Vivió en un culto
hippie post apocalíptico en la salvaje Alaska.
Papá se aclara la garganta.
—¿Ha mencionado el Amrit?
—¿Qué es el Amrit?
—Amrit es la droga que estoy intentado adquirir —dice impacientemente.
—No. Mira, esta es la cosa. Sé que ella es la que me describiste, pero no
puede ser a quien tú quieres. Si estas en busca de un espía industrial,
definitivamente no es ella.
—¿Qué te hace pensar eso? —pregunta papá, pero hay algo en su voz. Es el
tono de voz que usa cuando me está enseñando una lección. Su voz pícara
me ayuda a darme cuenta del problema por mí mismo... Por supuesto, ella no
trabaja para una droguería pero dime por qué. Mi papá está esperando una
respuesta. Quiero decirle que no es una espía porque es una miembro de un
culto que le ha hecho un lavado de cerebro pero no voy desviarme con las
mierdas del Yara. Sólo lo provocaría. Suspiro—. No trabaja con una compañía
farmacéutica, papá. Ni está involucrada en espionaje. Es una chica que ha
sobrevivido a una vida en la Alaska salvaje y que intenta encontrar a su
padre. Si quieres a alguien que mate y cocine un conejo para ti o que te diga
qué hora es al ver el sol, ella es tu chica, sin duda.
—Miles dime exactamente dónde estás —mi padre pone voz de negocios. Al
grano. Sin pelear.
—En El Motel Dorado, en algún lugar del sur de Idaho, no muy lejos de Utah.
—Bien, quédate dónde estás. Mis hombres siguen en Seattle pero pueden
estar ahí antes del amanecer. Mantenla allí. NO dejes que se vaya.
—Adelante, envía a tus esbirros, papá. Pero ella no ira a ningún lado. No es
que la esté agarrando del cuello, precisamente... ni siquiera sabe conducir. Te
juro que estará aquí por la mañana.
—Está bien, sólo espera, Miles. Voy a poner a mis hombres en la otra línea.
No cuelgues.
Comenzó a hacer frío y desearía tener puesta mi chaqueta, miro la luna que
empieza a salir justo por encima de un árbol. Juneau podría verla y no sólo
decirme qué hora es si no también como será el clima mañana. Las cosas
mágicas están llenas de mierda pero es cierto que podría sobrevivir
dependiendo sólo de la luna. Es valiente, determinada y… feroz. Daría lo que
fuera por tener aunque sea la mitad de su conocimiento. ¿Por qué tenía que
echarlo todo a perder con la historia del Yara? Siento un pinchazo de culpa
pero me recuerdo que anoche no sólo me dio algún tipo de droga sino que
encima me distrajo de mi objetivo, y dejo los sentimientos a un lado.
Escucho golpes contra un cristal y me doy la vuelta para encontrarme con
uno de los camioneros, a unas pocas pulgadas de distancia del otro lado del
cristal haciendo mímicas y haciendo como si estuviera conduciendo con un
volante invisible.
Me encojo de hombros y pienso, Estúpido idiota borracho. Me doy cuenta de
que está señalando al aparcamiento; su amigo detrás de él está señalando al
mismo lugar.
Miro hacia donde señalan y veo mi auto retrocediendo lentamente, el freno
siendo presionado y liberado. Las luces siguen encendidas así que veo la cara
de Juneau mientras pone la palanca de cambios en primera. Por unos
segundos nuestros ojos se encuentran y su dura expresión me dice que debió
haber escuchado la mayor parte de mi conversación. Presenció mi traición.
Con el motor acelerando y los neumáticos girando haciendo que la gravilla
salga disparada, sale salvajemente del aparcamiento hacia la carretera
haciendo chirridos y dejando una nube de furia tras ella.
ESTOY ESTUPEFACTA. MILES ME TRAICIONÓ. No debería estar sorprendida:
Frankie me dijo que él me necesitaba. Pero nunca me imaginé que fuera para
llevarme con su padre, quien está, por alguna razón, buscándome. ¿Qué
significa eso de “trabajar para una compañía farmacéutica”? Por eso Miles
debió preguntarme si trabajaba para alguien…
Quiero recordar cada conversación que tuvimos. Y a la vez sacarlas de mi
cabeza. Pero necesito concentrarme en conducir. He visto cómo Miles
maneja el auto durante los últimos cuatro días y, aunque al retroceder fui
algo patosa, voy acelerando bastante bien. Examino el volante para ver
cuánto movimiento necesita para girar y presiono el pedal derecho hasta el
fondo. Tengo que alejarme tan rápido como pueda porque ahora no estoy
huyendo sólo de un perseguidor sino de dos. Los tipos del papá de Miles
aparentemente están en camino y Whit sigue allá afuera. Y si Miles llama a la
policía a reportar el auto robado tendré más gente detrás de mí.
Por un breve momento, considero detenerme y esconderme en un lugar
cerca del motel. Sería como cazar: cuanto menos te muevas y si el viento está
a tu favor, no te verán incluso aunque estés parado frente a ellos. Eso podría
funcionar con los tipos del papá de Miles pero, si me quedo, Whit me
encontrara fácilmente. Miles sabe que íbamos a Salt Lake City, sabe que
seguiré la profecía, así que sólo necesito llegar antes que él.
Estoy hambrienta y cansada y furiosa, pero me impresiono al ver que estoy
tras el volante de un coche, yendo más rápido de lo que he ido nunca en
trineo. Imagino todos los autos alrededor de mí desapareciendo, sentada en
el aire acelerando -reviso el velocímetro- a ciento veintiocho kilómetros por
hora.
Suelto una mano del volante y la llevo a la puerta. Toco el control de la
ventana e inmediatamente siento el viento agitando mi cabello. Frío viento,
puro, de montaña… apartando la sensación de traición que sentí cuando le
escuché hablar por teléfono.
Lo cual debió haberse parecido a cuando descubrió que lo usaste. Viene el
pensamiento sin bienvenida pero lo ignoro. Lo dejo irse con el viento. Ya no
sé en qué creer. Qué está bien y qué mal. Para mí ya no hay reglas. Haré lo
que deba hacer para rescatar a mi clan, sin importar quién salga herido.
Voy conduciendo por la carretera de dos carriles en la frontera entre Idaho y
Utah. Aunque me siento tentada a cada señal de cruce hacia la autopista,
estoy decidida a ir por carreteras secundarias. Miles, como oráculo, me dijo
que Whit sabía dónde estaba el campamento de mi clan. Y que me estaba
pisando los talones. Y que nuestros caminos se toparían de nuevo. Quiero
estar muy cerca del clan antes de que eso pase.
Sigo los rayos amarillos que forman mis luces en la carretera y que se refleja
de tanto en tanto en ojos de animales. Mis pensamientos regresan a Miles y
siento un agudo pinchazo de arrepentimiento recordándome su cara cuando
vio lo que había hecho. Dejo de pensar en eso, pero otro pensamiento toma
su lugar. El aspecto vacío que tenía cuando me contó la enfermedad mental
de su madre y cuando le abandonó.
No entiendo cómo un ser humano puede ver a sus seres queridos enfermar
cuando seguir a Yara asegura salud y larga vida. Recuerdo preguntar a mi
padre cómo el hombre podía destruir la tierra por completo y destruirse a sí
mismo también. Cómo algo tan preciado como la vida podía ser tratado con
tanto desprecio y odio. “La respuesta estaba justo enfrente de ellos”, dijo mi
padre “pero decidieron estar ciegos. Decidieron temporalmente acabar con
la estabilidad”. Y ahora que estoy fuera, en el mundo del que me hablaba,
viendo los efectos de no ser alguien rodeado de naturaleza, entiendo lo que
quería decir.
Usé el tiempo libre en Seattle leyendo historia de la actualidad, enterándome
de lo que pasó en el mundo desde que el Enciclopedia Británica salió. El
mundo es tal y como mis padres me lo describieron, con sus condiciones
llevando a la guerra. Esa parte fue cierta. Especies enteras extinguiéndose.
Desastres naturales volviéndose comunes. Enfermedades graves
imparables… enfermedades que podrían ser evitadas en un ambiente seguro,
siguiendo al Yara, tratando a la naturaleza como debe ser y siendo
correspondidos. ¿Por qué, cuando prácticamente se tiene la inmortalidad en
bandeja, un hombre le daría la espalda?
Entonces me doy cuenta. Miles actuó bastante extraño cuando le dije que mi
padre no había envejecido y que yo no había llegado a ese punto. Él trataba
la enfermedad de su madre como algo normal. El piensa en las enfermedades
y la muerte como algo inevitable. Leer y conjurar parecen trucos para él. Ellos
no saben nada…
Por la manera en que mis padres y Whit describían el mundo, sonaba como si
la humanidad hubiera tomado una decisión, como si hubiera sido una
opción… cuando les presentaron al Yara, lo rechazaron. Pero, ¿qué pasa si
nunca han sabido nada del Yara?
En ese caso, nuestro “escape” de la Tercera Guerra Mundial no existente fue
como abandonar el barco cuando las cosas estaban en su peor momento.
¿Pero por qué harían eso? ¿Por qué no podían vivir entre los “No creyentes”
y tratar de hacer las cosas mejor con su conocimiento?
¿Por qué no trabajar desde el interior de la máquina para cambiarla en vez
de correr y esperar a que llegue el final a destruirla para que la construyan de
nuevo pura y nueva? No tiene sentido. Sé en el fondo que mis padres y los
ancianos son buenas personas, incluso si nos mintieron. Así que, ¿por qué se
sentaron a un lado para ver cómo se destruye la tierra? Casi parece como si
escondieran un secreto y no quisieran que nadie lo descubriera.
Una luz se enciende en el salpicadero marcando la G. G de gasolina, recuerdo
a Miles decir mientras paraba a por gasolina. Me pregunto lo lejos que puedo
llegar antes de que se detenga el auto.
Veo otra señal hacia la autopista y esta vez la sigo. Tengo el corazón en la
garganta mientras giro hacia la rampa de entrada. He estado tan preocupada
de cruzarme con Whit que, al no ver el gran vehículo verde, siento como
surge la calma. Y me siento aún mejor cuando veo un anuncio indicando una
gasolinera cerca.
En cinco minutos ya estoy entrando en una estación Shell y la única persona
que hay allí es la chica de la caja registradora. He visto a Miles las suficientes
veces llenar el tanque para hacerlo por mí misma: en un instante me
encuentro delante de la caja y entregando un billete de cien dólares. Dejé los
lentes oscuros de Miles dentro del auto así que agacho la cara para esconder
mis ojos pero la chica ni siquiera me mira.
Estoy tan nerviosa que cuando veo entrar un auto a la estación me preparo
para correr al baño. Pero cuando veo que es un auto pequeño y rojo y una
mujer con un sombrero vaquero sale de él, ralentizo la respiración y me dirijo
al auto de Miles.
No quiero quedarme aquí, expuesta, no más de lo necesario: he estado
conduciendo durante dos horas y ya estaba hambrienta cuando Miles y yo
llegamos al motel. En un minuto registro el baúl y saco dos manzanas, una
bolsa de nueces y una botella de agua. Las lanzo al asiento del copiloto y
regreso a cerrar el baúl justo cuando escucho un chillido familiar. Miro hacia
arriba para encontrarme con una silueta conocida cerca de las luces
fluorescentes dirigiéndose hacia mí.
Poe se posa en el suelo y sacude las plumas chillando de nuevo. Sólo hay una
razón por la cual Poe me buscaría otra vez y es que Whit lo enviara. Entrando
en pánico. Recojo el pájaro y cierro los ojos. No siento nada. No hay
conexión.
Es en ese momento cuando veo una pequeña luz viniendo de Poe. Lo levanto
para tener una mejor vista y veo un anillo metálico alrededor de su pata.
Debe ser un dispositivo de rastreo para localizar al pájaro. Whit mandó a Poe
a buscarme utilizando el dispositivo para encontrarme.
Intento quebrar el metal entre los dedos. No sirve de nada. Recuerdo la
manera en que quebré el teléfono de Miles, el fuego que conjuré lo deshizo
desde el interior, e intento repetirlo. Sin éxito. La desesperación se apodera
de mí. Ya no estoy conectada con el Yara. Me siento desnuda. Sin poder.
El sonido de llantas chirriantes se acerca desde la autopista. Me giro para ver
un Jeep verde militar con tres pasajeros, desviándose al cruzar el carril
izquierdo para tomar la salida de la estación.
Me tomo un segundo para valorar mi fuerza contra la de ellos: estoy segura
de que los compañeros de Whit están armados, son tres contra uno y sólo
tengo una ballesta y un cuchillo. La suerte está en mi contra.
Dejo caer a Poe, recojo la mochila de donde la había dejado, justo al lado de
auto, y salto la barrera de cemento de la gasolinera para correr a toda
velocidad hacia la oscuridad de la noche.
EL GRUPO DE SEGURIDAD DE PAPÁ TOMA UN JET hacia Twin Falls y llega al
hotel en menos de dos horas. Se presentan como Redding y Portman pero no
necesitan decir nada más: los veo cada vez que visito a papá en la oficina
montando guardia.
—¿Tienes alguna idea de hacia dónde podría haberse ido? —me pregunta
Portman inclinándose en el asiento mientras salimos a toda velocidad de El
Dorado.
Me tomo un segundo antes de responder.
—Se dirigía a Salt Lake City —admito, sintiendo un golpe de culpa al recordar
la cara de Juneau al retrocedía el auto. ¿Es esta otra traición? No, decido. La
voy a ayudar. Una vez hable con papá, estos caza-hombres se calmarán y mi
padre los enviará a buscar a las personas que realmente tienen la
información que necesita.
Mientras Redding conduce, Portman cambia el canal de la radio de la
estación de camioneros al canal de la policía. Llevamos menos de quince
minutos en la carretera cuando se anuncia un BMW azul olvidado en una
gasolinera en la autopista interestatal, a una hora del Salt Lake City. Los
números de la matricula encajan con la mía.
MIS OJOS NO SE HAN ADAPTADO A LA OSCURIDAD. Estoy corriendo a ciegas
a través de los matorrales, con la mochila sobre el hombro y las manos
extendidas hacia adelante en caso de chocar contra algo. Pero no hay nada
con qué chocar, solo pasto a la altura de mis rodillas emitiendo sonidos
siseantes al rozar contra mis jeans, y varios arbustos crujiendo bajo mis
zapatos.
No me atrevo a mirar atrás. Estoy segura que me vieron bajo las luces de la
gasolinera Shell, y en este pastizal no hay donde esconderse. Veo un muro
oscuro ascender lentamente a mi encuentro, y luego de unos minutos me
doy cuenta que me dirijo hacia una hilera de árboles.
Escucho gritos detrás de mí y estoy agradecida por la barrera que rodea el
estacionamiento de la gasolinera. Si no fuera por ella, Whit y sus hombres
podrían haber conducido de la carretera hacia mí. Pero por lo que escucho,
decidieron seguir a pie. Los árboles están más cerca y mi visión es más clara
ahora que el resplandor fluorescente desapareció.
Mientras llego a los primeros árboles, me permito girarme por una fracción
de segundo y veo dos formas abultadas moviéndose con pesadez a través del
pastizal, vagamente hacia mí, y luces de linternas moviéndose de arriba a
abajo mientras corren. No me han visto, sino estarían dirigiéndose
directamente hacia mí. Empiezo a moverme a través de los árboles, saltando
sobre ramas y arbustos, yendo a ninguna dirección en particular excepto lo
más lejos de ellos.
Los árboles resultan no ser de madera, sino matas de hojas perennes
separadas por tramos de pastizales áridos. No hay donde esconderse—estoy
expuesta.
Y luego pasa: Me paro en algún tipo de hoyo, y mi pie, atrapado, queda
inmóvil mientras el resto de mí sigue moviéndose. Soy cegada por un
resplandor cegador de dolor.
Acuclillándome, uso un dedo para quitar la tierra alrededor de mi pie hasta
liberarlo. Aunque a duras penas puedo ver, puedo sentir que el hoyo es
grande. La guarida de algún zorro o un tejón, pienso. Tomando la decisión en
una fracción de segundo, busco a tientas hasta que mis dedos tocan una
rama caída y la uso para excavar el túnel. Impulsada por el miedo, dejo al
descubierto la guarida vacía del animal en menos de un minuto y,
arrastrando mi pie lesionado detrás de mí, junto las ramas y palitos más
cercanos.
Lanzo mi mochila en el hoyo de un metro de largo y luego entro en él,
acostándome de lado con la mochila en mi estómago, encogiéndome en
posición fetal alrededor de ella. Alcanzando la pila de hojas perennes, la
extiendo sobre mí y alrededor mío, hasta que el hoyo y yo estamos
completamente cubiertos. Y luego espero.
Ahora que estoy inmóvil, mi tobillo palpita de dolor. Quiero tocarlo, sentir si
está quebrado, pero tengo miedo de que con cualquier movimiento que haga
mueva también las hojas, revelando mi escondite. Me muerdo el labio hasta
saborear la sangre. Cada crujido de las hojas y ramas es amplificado en mis
oídos mientras trato de escuchar a mis perseguidores. Y luego cuando siento
que hace solo un momento me estaba escondiendo, ellos llegan. Uno está
cerca—oigo los pasos pesados de unas botas. Desde lejos escucho al otro
gritar.
—No hay nadie aquí. Como te dije, se fue para el otro lado.
Los pasos más cercanos se detiene, luego se arrastran mientras el hombre
recorre el área con su linterna. Un rayo de luz se abre paso a través de las
hojas de pino hasta mi guarida. Pero estoy tan bien escondida que no ve
nada, porque sus pasos se hacen más débiles mientras se aleja.
Me pregunto dónde está Whit. Probablemente de vuelta en el auto, dejando
que sus secuaces hagan su trabajo sucio. ¿Dónde conoció a estas personas?
¿Qué pasó con el hombre pacífico y confiable que he conocido toda mi vida?
¿Por qué posible razón habrá secuestrado y aprisionado a mi clan entero? Y,
¿Por qué no puede dejarlo ahí? ¿Por qué me necesita?
Una furia ácida me quema dentro del pecho. Quiero gritar pero en vez de eso
aprieto los puños, tan fuerte que las uñas se entierran dolorosamente en mis
palmas.
Me quedo en el hoyo tanto tiempo como puedo. Finalmente, cuando llego al
punto de estar tan helada y dolorida, que prefiero ser capturada a estar otro
minuto en el suelo, levanto la mano y me descubro.
Me siento. Miro alrededor. No hay nadie aquí excepto una ardilla algo
sorprendida, que empieza a chillar a lo loco mientras me levanto—
regañándome por asustarla. Me sacudo la tierra y las hojas y examino mi pie.
Es doloroso, pero puedo poner un poco de presión sobre él. Presiono
cautelosamente alrededor del tobillo. Está hinchado, pero no tanto como el
de Nome cuando se le quedó prensado en la puerta del refugio de
emergencia.
—Un ligero esguince —había dicho Esther, nuestra doctora del clan. Pero
Nome no podía caminar con él, y yo al menos puedo andar cojeando a través
del pastizal.
Mis ojos se han ajustado tan bien a la oscuridad que localizo fácilmente una
rama larga en el suelo y le quito las ramas pequeñas que salen de ella,
recortándola a la altura de mi axila con un cuchillo de la mochila, corto el
extremo superior, redondeándolo para que no me moleste. Pruebo la muleta
y resulta que puedo poner el peso suficiente en la rama para caminar a un
ritmo razonable.
Miro hacia adelante y veo una cadena de montañas que emerge
abruptamente detrás del pastizal, no muy lejos, a solo unos pocos kilómetros
de aquí. Puedo esconderme ahí hasta que esté segura que han terminado de
buscarme, pienso, y me muevo en dirección de los picos elevados.
PARECE QUE JUNEAU ESTABA LO SUFICIENTEMENTE DESESPERADA por
gasolina para aventurarse fuera de las pequeñas calles laterales hacia la
interestatal. Pero, ¿Por qué abandonaría mi auto? La única explicación que se
me ocurre es que Whit la alcanzó mientras ella echaba gasolina. O él la
atrapó, o ella se fue a pie para escapar de él.
Un pensamiento persistente desgarra mi corazón. Todos los que ella conoce
la han traicionado. Su mentor, sus padres, y ahora yo. No puedo imaginarme
cómo sería sentirse completamente solo, sin nadie en quien confiar. Ella se
abrió a mí. Me contó todo acerca de su extraño pasado. Y, ¿Qué hice?
Entregarla a mi padre.
Pero… (1) no es como si él fuera a hacerle algo malo. Es un empresario no un
matón.
Y (2) ella me usó extrañamente anoche. Me engañó para besarla y me drogó.
Todo por sus trucos de magia Yara. Me pregunto qué le habré dicho mientras
estaba “bajo la influencia”. Algo sobre Whit siguiéndola y atrapándola. Y otro
chisme acerca de serpientes y la ciudad cerca de agua no potable. Lo cual ella
hábilmente interpretó como Snake River6 y Salt Lake City7.
Eso fue algo astuto, en realidad, pienso. Es una chica inteligente.
Simplemente tiene su loco mundo alterno mezclado con la realidad, lo cual
es un poco triste.
¿Qué pasa conmigo? Me echaron de la escuela justo antes de la graduación,
arruiné mi única oportunidad de ganar algo de respeto de mi padre, y estoy
enamorándome de una lunática. Desearía simplemente poder hacer borrón y
cuenta nueva, volver a empezar desde cero. Si no hubiera hecho trampa en el
examen, estaría graduándome y alistándome para mi primer año en Yale.

6
Snake River: Río Serpiente.
7
Salt Lake City: Ciudad Lago Salado
Tengo que ponerme a prueba. Sé cómo piensa Juneau mejor que estos
subordinados matones de papá. Tan pronto como escape de ellos, continuaré
su búsqueda por mi cuenta.
Estoy en silencio el resto del camino, tratando de no pensar en sus ojos color
miel.
He establecido mi ritmo a un rápido renqueo a través del pastizal y me quedo
tan cerca cómo puedo de la mata de los árboles para no ser una figura
solitaria, vadeando a través de los mares de hierba alta, fácil de ver. Miro
hacia el frente y noto que en la base de la montaña hay una cortina de
árboles. Esconderme ahí será más fácil en cuanto esté entre ellos.
Alzo la vista, veo la posición de la luna y las constelaciones. Es cerca de
medianoche.
Fijando la vista en un pequeño arroyo que fluye hacia afuera del lado boscoso
de la montaña, doy pequeños saltos y cojeo hacia el agua. Cuando llego, lo
sigo hasta pasar la fila de árboles, y, una vez escondida entre las hojas
perennes, caigo al suelo y me llevo grandes cantidades de agua a los labios
con las manos. Está congelada y deliciosa. Llenando la cantimplora, me
permito unos minutos para recuperar las fuerzas pero sé que no puedo
quedarme aquí por mucho tiempo.
Me recuesto, posicionando la cabeza en una almohada de hojas, y cierro los
ojos. Estoy respirando profundamente, tratando de restaurarme lo suficiente
para poder seguir con mí ardua caminata unas pocas horas, cuando escucho
el crujir de unas botas sobre las ramas. Me siento rápidamente, tomo mi
bolsa, busco en ella, y en tres segundos estoy sobre una rodilla, apuntando
mí ballesta en dirección a la luz que se mueve hacia mí a través del bosque.
¿Cómo pudieron los hombres de Whit llegar tan lejos frente a mí? No vi a
nadie más en el pastizal que lleva a la montaña. Me arrodillo ahí, un ojo
cerrado, el otro mirando con atención a través de la mira de metal de mi
ballesta, cuando escucho la voz de una mujer.
—No dispares. Soy totalmente inofensiva.
Mantengo el dedo en el gatillo, lista para disparar, y observo la luz de la
linterna acercarse hasta que la persona está parada a metro y medio. La luz
me enfoca directamente a los ojos.
—Sí, eres tú —dice, y luego apunta la luz hacia su rostro—. ¿Ves? —dice—.
Soy solo una mujer. No una asesina en serie.
Tomo la muleta improvisada y la uso para levantarme y ponerme de pie
mientras la extraña se acerca, pero mantengo la ballesta apuntado en su
dirección.
—Parece que te has lastimado el pie —dice, mirando la muleta—. Bueno,
mejor si te llevamos a mi casa. ¿Sería más fácil si pones el brazo alrededor de
mi hombro?
— ¿Quién… quién eres tú? —tartamudeo.
—Mi mamá me puso Tallulah Mae, pero tú puedes llamarme Tallie.
La observo. ¿Quién es esta mujer que acaba de aparecer de la nada? No creo
que esté con Whit—nunca vi ninguna mujer con él en las Lecturas. Y por la
forma en que espera a que diga algo, con los brazos cruzados, puedo decir
que su actitud es más impaciente que amenazadora. Se quita la capucha y
cae una cascada de cabello rojizo y rizado a la altura de sus codos.
—¿Ves? Una mujer normal, no amenazadora, en sus treintas. Ni un hueso de
asesina en serie en mi cuerpo, lo juro. —Y luego me da esa sonrisa que
elimina cualquier duda restante en mi mente.
—Hay unos hombres detrás de mí —digo, casi susurrando, y lanzo una
mirada ansiosa sobre mi hombro hacia el pastizal.
—Sí, lo sospechaba —dice—. Está bien. Estoy noventa y nueve por ciento
segura que no nos seguirán, y mi casa esta solamente a cinco minutos hacia
arriba. Ahora ven, te llevaré adentro. —Luego toma mi brazo y rodea con él
sus hombros, avanzamos mucho más rápido de lo que lo hacía yo sola.
Al seguir el arroyo cuesta arriba, no veo nada parecido a una casa ni ninguna
señal de civilización. Y luego, de repente estamos llegando a una cabaña de
troncos.
— ¡Wow, eso no lo vi venir! —Exclamo.
—Camuflaje —dice orgullosamente—. He plantado árboles alrededor en
lugares estratégicos para que incluso si las luces están encendidas, no puedas
verlas desde la base de la montaña.
Rodeamos un grupo de arbustos y tengo la vista completa del lugar. Hace
que me detenga.
—¿Tu casa está construida sobre un arroyo? —jadeo.
La sección principal de la cabaña de troncos es de dos pisos, pero hay una
habitación con ventanales—con un balcón cerrado tan amplio como la casa—
que se extiende sobre la corriente y es sostenida por columnas de madera,
tipo pilares, en la otra orilla.
—Sí. Pensarías que fue solo por capricho pero en realidad es terriblemente
práctico tener corrientes de agua tan cerca. —Sonriendo, abre la puerta y me
ayuda a entrar. Sus ojos color verde jade brillan, y la sonrisa en sus labios
arqueados es genuina y amable.
—Veamos tu pie ahora. Seré muy cuidadosa —dice y me quita el tenis del pie
lastimado. Me estremezco al sentir el dolor atravesarme el tobillo, pero ya no
tengo el zapato puesto y ahora Tallie está quitándome el calcetín—. Bueno.
Parece que tienes un esguince —dice, tocando delicadamente la piel
hinchada—. Pero si pudiste poner un poco de peso en él, lo cual hiciste,
entonces no debería estar tan mal. Te llevaré al sillón y le pondré hielo a tu
tobillo.
Me guía por todo el lugar, el cual veo que es una habitación escasamente
amueblada, muy iluminada por media docena de lámparas de aceite.
Me mira alegremente.
—Normalmente no me gusta tener huéspedes. Pero tú eres una excepción
especial.
—¿Por qué? —pregunto. Renqueo a través de la habitación y me siento en el
sillón, acomodándome para poner mi pie herido sobre los cojines.
—Porque te estaba esperando —dice, con toda normalidad, mirándome
directamente al ojo derecho.
—Pero, ¿por qué? —pregunto—. Y, ¿cómo sabías donde encontrarme?
—¿Tenemos que contar nuestros secretos de inmediato? —pregunta, y
agarra una caja de metal del gabinete de la esquina. Empieza a buscar en él—
. Veamos. Una venda podría sernos útil. La piel no está resquebrajada así que
no necesitamos desinfectante. Ah, esto —dice, y saca una bolsa plástica del
tamaño de un libro de bolsillo, y empieza a apretarla con sus manos. La
presiona contra mi tobillo y jadeo de la sorpresa.
—¡Está congelada! —digo, y pongo la mano en la caja de primeros auxilios
para ver si no es algún tipo de refrigerador. Pero no—el metal está a
temperatura ambiente.
—¿Nunca has visto una bolsa de hielo? —dice Tallie, una sonrisa
estrechándose en sus labios.
Niego con la cabeza.
—Muy bien —dice lentamente—. Pensé que se suponía que eras del futuro.
—¿Qué? —pregunto, desconcertada.
—Oh, nada —dice—. Por cierto, te dije mi nombre. Todavía no sé el tuyo.
Permanezco sentada mirándola. ¿Qué está pasando? ¿Quién es esta extraña
que dice que me ha estado esperando? Si no está con Whit, ¿cómo sabía que
iba a venir? Su lenguaje corporal muestra que es amigable, no peligrosa. Pero
aún tengo mis dudas.
—No tienes que decirme. Simplemente elegiré un nombre. Mmm… —inclina
su cabeza hacia un lado, considerando—. ¿Qué hay de Federica? ¿Fred para
que sea más corto?
No puedo evitarlo. Me río.
—Soy Juneau —admito.
Tallie asiente con aprobación.
—Te queda mejor que Fred. ¿La diosa o la ciudad en Alaska?
—Alaska, —digo, preguntándome cuantas veces tendré que aclarar eso.
En mi clan nadie cuestionaba nuestros nombres. Todos los niños fueron
nombrados con nombres de pueblos de Alaska
—Ustedes son las pequeñas ciudades de la Tierra Prometida,—mi papá solía
decir—. La esperanza para el futuro de la tierra. —Mi pecho se contrae al
recordar esto—solo un ladrillo más en la pared de mentiras que construyeron
para evitar que descubriéramos el mundo real. Todavía no lo entiendo,
pienso, y exhalo profundo antes de notar que Tallie está observándome con
un gesto de preocupación en su rostro.
—¿Estás cansada? ¿Hambrienta?
—Ambas—respondí.
—Déjame ver que consigo —dice y se dirige hacia la puerta del lado del río.
Al abrirla, oigo el agua fluir. Volteo y me inclino sobre el sofá para ver que la
habitación sobre el río es la cocina, con un fregadero y mostradores, alacenas
y una pared llena de cuchillos y utensilios. Tallie abre el escotillón en el suelo
y gira una manija al lado de esta, sacando una canasta de metal llena de
comida.
Gira la cabeza hacia mí y con una sonrisa peculiar dice:
—El mejor refrigerador que una chica podría pedir.
Mi boca se abre.
—¡Eso es ingenioso! —digo.
—Muchas gracias —dice, echándose el cabello para atrás sobre un hombro
mientras se inclina para sacar varias cosas de la canasta—. No eres
vegetariana, ¿Verdad? —dice.
—No —grito. ¿Vegetariana? Pienso, sonriéndome a mí misma. Si tan solo
pudiera verme despellejando y destripando un caribú.
Después de unos minutos Tallie regresa con una bandeja.
—¿Qué hay de un par de quesos, pan hecho en casa y jamón serrano? —
pregunta.
Se me hace agua la boca, pero solo miro la comida y veo su rostro una vez
más.
Ella baja la bandeja con una expresión divertida en su rostro y come un
pedazo de queso.
—¿Ves? No está envenenado. Ni siquiera echado a perder.
Me relajo.
—Perdón. No me ha sido fácil confiar últimamente. Honestamente, parece la
mejor comida del mundo. —Unto algo de mantequilla en el pan, le agrego
una pieza de jamón y lo llevo a mi boca, pero luego me paralizo al escuchar el
sonido de un golpe en la ventana del frente.
—¡Oh, no! —susurro, dejando caer mi comida en pánico. Pero Tallie está de
pie en un segundo y caminando hacia el sonido.
—No te preocupes, Juneau. Es solo un cuervo. Probablemente esté
hambriento.
—¡No lo dejes entrar! —grito y me levanto antes de volver a caer en el sofá,
jadeando con dolor, sosteniendo mi tobillo. Pero es demasiado tarde. Ella
abre la ventana para colocar un pedazo de pan en el alféizar, y él pasa al lado
de ella, entrando a la casa.
—Bueno, ¿no eres un poco insolente? —dice, poniéndose las manos en las
caderas.
—Tallie, tienes que sacarlo de aquí —le digo, urgida—. Tiene un tipo de
dispositivo de localización enganchado a su pata.
—¿De qué rayos estás hablando? —dice, extendiendo ambas manos, atrapa
a Poe en el suelo y le da la vuelta—. No hay nada en sus patas.
La luz roja parpadeante se apagó. Respiro con alivio, pero mi estómago
todavía se revuelve de ansiedad.
—Ven aquí, Poe —digo. Tallie lo suelta y él salta hacia mí.
—¿Así que conoces a esta ave, personalmente? —pregunta con una ceja
levantada.
Levanto a Poe y lo examino a través de las plumas pero no hay nada adjunto
a él: ninguna nota, ninguna máquina pequeña. Alguien debió haberle quitado
el brazalete. Pero, ¿por qué?
—Tendrá que quedarse aquí. No podemos dejarlo ir ahora que ha estado en
donde estamos —digo, acercándolo a mi estómago. Lo acaricio como a un
gato y él recuesta su cabeza contra mi brazo.
Tallie me observa con el ceño fruncido y un dedo posicionado
pensativamente sobre sus labios.
—La gente me llama extraña a veces. Pero tu problema paranoico con las
aves —señala a Poe con la barbilla—, se lleva el premio.
—No es… —empiezo.
—Shh —me urge, negando con la cabeza. Cierra la ventana, cierra con llave y
reduce la mecha de las lámparas de aceite, reduciendo la intensidad de la luz
de la habitación a un parpadeante resplandor que me recuerda de las noches
en mi yurta—. Tú come. Aunque a estas horas ya estoy en la cama, pero
esperaré a que acabes. —Camina hasta la esquina de la habitación y saca
ropa de una gaveta—. Nunca he tenido huéspedes así que de nada me sirve
tener paredes. Lo que significa que, si eres extremadamente modesta,
querrás darte la vuelta porque estoy a punto de desnudarme.
Me concentro en comer, dándole privacidad, y en unos minutos ella regresa
llevando un pijama de franela. Ella me ve sonriendo y dice:
—Como dije, nunca tengo invitados. Uso lo que me plazca.
Trago el pan y asiento hacia el rifle situado en el estante cerca de la puerta.
—¿Es para cazar?
Ella niega con la cabeza.
—Soy muy delicada para matar algo a menos que ese algo vaya a matarme.
Es más por protección.
—¿De qué? —pregunto.
—Oh, tu sabes. Lo normal —sonríe—. Cono te has dado cuenta, no cuento
con los servicios básicos —explica—. Nadie sabe que estoy aquí.
—¿Por qué? —pregunto—. ¿Estás huyendo de la ley o algo?
Niega con la cabeza.
—Tú eres el huésped, así que yo bombardeo con preguntas primero. Pero no
haré eso hasta mañana en la mañana. ¿Terminaste de usar la bandeja?
—Sí, gracias —digo mientras ella se la lleva. Luego toma del sofá una manta
de lana y me cubre con ella.
—Duerme ahora. La puerta y la ventana están cerradas con llave, aunque
presiento que si las personas que están detrás de ti se dirigieran hacia aquí,
ya las habríamos escuchado. Pero, por cualquier cosa, me llevaré esto
conmigo a la cama. —Toma el rifle de la pared y lo deja en el suelo a su lado.
Tomo mi ballesta de donde está apoyada en la mochila y la coloco al lado del
sofá. No es de mucho consuelo, y menos poderosa que el arma de Tallie,
pero me siento más segura sabiendo que está a mi lado.
SE NECESITA UN POCO DE CONVERSACIÓN para convencer a la policía estatal
de que me dejen llevarme mi auto “robado” sin presentar cargos o llenar un
reporte de desaparición. Portman, quien resulta estar en la misma asociación
de veteranos de guerra que uno de los patrulleros, finalmente los persuade
diciéndoles que todo fue simplemente una disputa entre adolescentes
enamorados, en donde mi novia se fue con mi auto y luego unos amigos la
recogieron. La cajera de la gasolinera dijo que había tenido sus audífonos
puestos y no había notado nada.
—Mejor si regresas a casa con tu padre —me dice Redding mientras se van.
Parece resignado, como si supiera que no voy a obedecerle. Y tiene razón. Ir
a casa con mi padre es lo último que haría, a menos que lo haga acompañado
de Juneau.
Giro las llaves en el arranque y veo que el medidor de gasolina sale disparado
hacia arriba indicando que el tanque está lleno. Así que Juneau debió haber
llenado el tanque antes de huir. Camino hacia la estación y golpeo en el
cristal a prueba de balas. La chica detrás de la ventana me ignora, así que
golpeo otra vez. Ella alza la vista. Le muestro mi sonrisa más encantadora. Se
quita los audífonos y estalla el chicle.
—Perdón —dice—, pensé que eras uno de esos policías de nuevo.
—Sí, el auto en realidad es mío. Mi novia huyó con él mientras teníamos una
discusión. —Decido seguir con la historia de Portman. Funcionó con los
policías—. Sé que le dijiste a la policía que no viste nada, pero ¿hay algo que
recuerdes que podría ayudarme? Es tarde, estoy preocupado por ella.
La chica sonríe abiertamente y dice: —La verdad, dije eso porque no quería
hacer una declaración oficial. —Entonces me dice que vio todo, incluyendo a
los dos hombres regresando media hora después sin la chica, gritándose el
uno al otro durante un rato antes de irse.
—¿En qué dirección fueron? —pregunto.
—Al sur, hacia Salt Lake City —responde.
—Muchas gracias —digo. Ella se encoje de hombros y se pone los audífonos
de nuevo.
Así que pasó tal y como esperaba. Los hombres de Whit no tuvieron éxito en
encontrar a Juneau, aun así no ha regresado a por el auto. Eso significa que
está todavía ahí afuera, en algún lugar. Me paro en un muro de concreto a la
altura de las rodillas y veo hacia el pastizal. Árboles en la distancia, con
montañas más atrás de estos. Podría estar en cualquier lado. Y el punto ya ha
sido establecido, mis habilidades de supervivencia en la naturaleza son
extremadamente ridículas comparadas con las de ella.
A menos que quiera que la encuentre, como en Seattle, no tengo esperanza.
Y después de que escuchara mi conversación con papá, eso no pasará. Me
rozo la cara con la palma de la mano, algo somnoliento. Sé que se dirige a
Salt Lake City, pero a menos que haga un autostop, no hay manera de que
llegue esta noche. Simplemente tendré que esperar que esté muy asustada
para viajar con extraños, pienso, y luego me doy cuenta de la ironía en ese
pensamiento.
Me subo al auto y empiezo a conducir hacia el sur, listo para parar en el
primer hotel que vea.
DESPIERTO CON EL OLOR A TOCINO y con el sonido de los huevos
chisporroteando en la estufa. Y aunque estoy completamente desorientada,
no puedo detener la sonrisa que está por florecer en mis labios. Me siento y
mi mirada se centra en el pico de Poe. Lanza un graznido y bate las alas.
—No se ha movido en toda la noche, cuidándote como tu propio
guardaespaldas aviario —dice una voz al otro lado de la habitación. Y —
¡Bam! —recuerdo donde estoy.
—Buenos días, Tallie —digo.
Toma un leño de una pila de leña y lo agrega al fogón.
—¿Desayuno? —pregunta.
—Sí, por favor —respondo, y coloca una bandeja en la pequeña mesa frente
al sofá: huevos, tocino, tostadas y jugo de naranja.
—¿Prefieres el café o el té? —pregunta. Su pijama ha desaparecido, está
llevando unos jeans y una camisa de leñador, con el cabello salvaje domado y
atado detrás de la cabeza.
—Escarola, en realidad —respondo.
Hace una mueca como si hubiera mordido una baya ácida.
—Ugh. Asqueroso. Mi ex madrastra solía beber escarola. Es té, entonces. —Y
está de regreso en un minuto.
Acerca el sillón a la mesa y sirve dos tazas de té.
Trago un mordisco de tostada y pregunto: —No tienes animales, ¿verdad?
—No me gustan las mascotas —dice, mirando a Poe—. Tengo suficiente
trabajo aquí sin tener que preocuparme por cosas peludas codependientes.
—No, me refiero ¿de dónde consigues el tocino y los huevos?
—Oh. Hay una tienda grande a quince kilómetros. Voy dos veces por semana
y hago varios trabajos para ellos a cambio de suministros que no puedo
obtener sola. Soy independiente, auto sostenida, y no pago impuestos que
van para personas buenas que terminan muriendo en guerras sin sentido.
—Ahora entiendo por qué quieres pasar desapercibida —digo.
—Sí, soy una objetora de todo con conciencia —dice con una sonrisa—. Sin
electricidad, ni teléfono o internet, sin auto. Y, al contrario de lo que eres
testigo en este momento, normalmente soy muy antisocial.
Me ayudo a tragar un pedazo de tostada untada de miel con un trago de té
fuerte.
—¿Cómo me encontraste? —pregunto—. Dijiste que estabas esperándome.
—Ah, eso —dice y levanta sus cejas misteriosamente—. Lancé los huesos.
Me detengo, el tenedor con huevos levantado a la mitad del camino hacia mi
boca.
—¿Lanzaste los huesos?
Abre una gaveta en la mesa entre nosotras y saca un bolso de cuero rojo y
algo corroído, luego, aflojando los cordones, vierte sobre la mesa un puñado
de huesos de animales secos y blanqueados.
—Huesos de la zarigüeya de mi tatarabuela Lula-Mae, pasados a su hija,
quién se los pasó a mi mamá, quién me los pasó a mí. Junto con los
cromosomas doble X, todas las mujeres en mi familia poseen la Visión. Esas
son ellas —dice, asintiendo hacia una mesa en la esquina que sostiene
fotografías enmarcadas—. Las llamo mis diosas.
Empieza a organizar los huesos en un patrón circular.
—Lanzo los huesos de Lula-Mae cada mañana, para mantener la práctica.
Afuera sobre el suelo, claro. No aquí en la mesa. Tienen que tocar la tierra.
Ayer lucían algo así. —Algunos huesos se topan entre ellos en vario lugares,
otros son paralelos—. No te contaré todos los detalles aburridos, pero me
dijo que un visitante vendría a media noche, y que este no era un cazador,
como siempre, sino alguien siendo cazado.
Señala a las dos manos esqueléticas, que están situadas una al lado de la
otra, los huesos de los pulgares tocándose
—Esto me dijo que mi visitante sería como yo. “Tocado” como mis mujeres.
¿Eres psíquica? ¿Adivina?
—Algo —admito.
Me observa cuidadosamente, como si los huesos de mi rostro fueran tan
legibles como los de la zarigüeya frente a nosotras, muerta desde hace
tiempo. Por lo visto, satisfecha, ve de nuevo hacia abajo y continúa con su
explicación.
—También me dijo que ambas tenemos algo que enseñarnos la una a la otra.
—levanta su taza y me observa sobre el borde de la taza mientras bebe un
trago. No sé qué decir, así que me mantengo callada.
—Pero la manera en que los huesos de la cola cayeron —apunta hacia unos
pocos huesos dislocados—, insinúa que tienes una misión importante. Que la
vida de las personas o sus destinos posiblemente caigan en tus manos. —Su
rostro es serio ahora, y espera mi respuesta.
Trago fuerte y la miro a los ojos.
—Mi padre y mi clan han sido secuestrados y están siendo prisioneros en
contra de su voluntad en algún lado. Estoy tratando de encontrarlos. De
salvarlos. —Mantiene mi mirada hasta que se recuesta hacia atrás, mirando
un punto en la pared detrás de mí y sobándose la barbilla pensativamente.
Algo se me ocurre.
—¿Por qué me preguntaste si era del futuro?
Entonces regresa a la realidad.
—¿Mmm? Ah. La punta de la cola saliéndose del círculo. Está saliéndose del
tiempo o del mundo. Así que pensé que estaría buscando o un OVNI
aterrizando en mi patio, o algún tipo de máquina del tiempo trayéndote aquí
desde el futuro. —Ríe.
—Bueno, definitivamente podrías decir que soy de otro mundo —reconozco.
—Sí, supe que eras tú cuando te vi a través mi telescopio. —Asiente hacia un
modelo, algo caro al parecer, parado al lado de la ventana, apuntando
montaña abajo—. Y luego lo confirmé cuando te apunte a los ojos con la luz y
vi ese iris dorado parecido al sol. Me pareció algo alienígena. ¿Qué es? ¿Una
mutación genética?
Mi boca se abrió.
—Eres la primera persona que no piensa que es un lente de contacto.
—Bueno, no te lo quitaste anoche. Y no combina mucho con la apariencia
poco femenina que adoptas.
—Estaba tratando de parecer un chico para evitar a mis perseguidores —
admito.
—Parece que no funcionó muy bien para ti —dice, divertida—. Por cierto,
necesitas perder ese estilo de chico si quieres mantener el disfraz. Te hace
lucir tosca, no como un chico. En fin, esa es mi historia. Quiero escuchar la
tuya, pero veamos cómo está tu tobillo primero.
Quito la manta de mi regazo dejo caer mi pie descalzo al lado de la mesa.
Tallie silba.
—No está tan mal como estaba anoche. Un poco más de reposo y deberías
estar bien en un día o así.
—¿No podríamos solo vendarlo bien? En serio, necesito irme. Como dije,
estoy en busca de mi clan, y aunque pienso que están a salvo por el
momento, ¿quién sabe qué puede pasar? —Mi voz se hace más fuerte
mientras explico, y de repente, estoy luchando contra las lágrimas. Levanto
mi taza y bebo un gran trago de té, trago, exhalo, y me siento mejor.
—¿Sabes dónde están? —pregunta Tallie.
—Sé qué aspecto tiene el lugar. Y sé que está al sur de aquí. Y aún muy lejos.
Tallie asiente y piensa en lo que dije.
—Bueno, no serás de mucho uso para nadie si sigues cojeando por todos
lados con solo un pie. Y quien sea que te persigue probablemente estará
merodeando en el área por un tiempo antes de rendirse, así que es mejor
que te quedes escondida por el día.
Empieza a recoger los huesos de la zarigüeya y a colocarlos cuidadosamente
en la bolsa.
—Y, bueno, aquí está Beauregard, quien dice que tenemos algo que
enseñarnos la una a la otra.
—¿Beauregard? —pregunto, incrédula.
—Lula-Mae nombró a la zarigüeya con el nombre de su primer esposo. Ni
siquiera preguntes.
Oculto una risa mientras Tallie continúa.
—¿Has aprendido algo de mí que te pueda ayudar a salvar a tu clan?
Niego con la cabeza.
—Bueno, es tu turno. Cuenta todo. O al menos todo lo que quieras contarme.
Dudo, no porque no confíe en ella, sino porque no sé dónde empezar. Mi
historia todavía se siente muy fresca y dolorosa después de contársela a
Miles—después de verle restarle importancia y pensar que todo era una
fantasía. Mi estómago se retuerce cuando pienso en él. No es como si alguna
vez confiara realmente en él. Pero sí le confié mi historia. Y me traicionó.
También le traicionaste, me recuerdo.
Tallie ve mi indecisión y se inclina a tocarme la mano.
—¿Sabes qué? Pienso que tarde en la mañana es el tiempo perfecto para
pescar. Voy a ir a atrapar nuestro almuerzo, y así puedes tener algo de
tiempo para ti.
Y cuando regresa, unas horas después con una red llena de truchas del río,
estoy lista para hablar.
—Así que ahora ya no tienes poder —concluye Tallie cuando termino.
Acabamos de almorzar, y nuestros labios están manchados por las moras.
Saca la última cucharada de crema púrpura del tazón y la mete a su boca.
Asiento.
—Intenté la Lectura más básica anoche y no funcionó.
Coloca el tazón vacío de nuevo en la mesa.
—Intenta algo ahora. Inténtalo con tu polvo de fuego. ¿Funciona con una
candela?
Niego con la cabeza.
—No, necesita ser una llamarada substancial al aire libre.
—No está lo suficientemente frío para una hoguera, pero construiré una de
todas formas. —Y empieza a trabajar, apilando leña y troncos, y pronto una
buena hoguera está crepitando en la chimenea. Mientras trabaja, saco todo
de mi mochila. Ha pasado tanto tiempo desde que miro todo organizado
fuera de mi mochila que descubro unas cosas que había olvidado que
estaban ahí.
—Dime para qué son todas esas cosas —dice Tallie, colocando su mano sobre
mí brazo. Siento un hormigueo en mi piel. Un pequeño aumento de calidez.
De parentesco. Como sentía con Nome y Kenai. Y si ese sentimiento es o no
del Yara, no importa, confío en ese sentimiento.
—Decirte para qué sirve cada cosa es como decirte que la albahaca puede ser
usada solamente con salsa de tomate. Todas estas cosas pueden ser
mezcladas para facilitar diferentes Lecturas, y varios Conjuros.
Siento como si estuviera de vuelta con Whit, enseñando a los niños del clan
lo básico de las Lecturas del Yara mientras él hace sugerencias o añade algo.
Tallie me observa, así que empiezo.
—El concepto detrás de las Lecturas es que todo en la naturaleza está vivo en
cierta manera. Así que todo tiene su propia versión de lo que ve o
experimenta: recuerdos del pasado, lo que está pasando en el presente, o, ya
que creemos que el tiempo es flexible, un “recuerdo” que habrá pasado en el
futuro. Toda cosa viviente está conectada a través de un Yara. Así que hacer
una Lectura es solamente buscar el elemento correcto en la naturaleza que
te pueda proveer lo que quieres saber. Whit ha establecido que algunas
cosas son constantemente de confianza en transmitir su conocimiento, y esas
cosas pueden ser accesibles usando cierto objeto con el que esté
emparejado.
—En cierta forma es como Beauregard. Él es mi herramienta para leer el
futuro —dice Tallie.
—Presiento que todo podría ser parte de la misma cosa —confieso—. Usas
los huesos para conectarte con el Yara, o como sea que tus mujeres lo hayan
llamado, justo como yo puedo usar el cráneo de un animal para Leer donde
cazar nuestra próxima presa.
Tallie sonríe y me da un codazo.
—Hermanas en leer señales. Sabía que serías especial. Me callaré ahora. Tú
sigue. —Corre su dedo sobre una amatista sin cortar.
—Las piedras preciosas actúan como conducto para casi todo —explico. Saco
mi ópalo por debajo de mi camiseta—. La mayoría de las personas de nuestro
clan usan uno todo el tiempo para facilitar las Lecturas, aunque los adultos
usualmente les dejan las Lecturas a los niños. Somos mejores en eso que
ellos.
—Y, ¿eres la más talentosa de todos? —pregunta Tallie con una ceja
levantada.
—Em, en realidad, sí —digo, sintiéndome algo avergonzada—. Mi padre dice
que mi mamá y yo fuimos prodigios, como cualquier prodigio en matemática
o música, pero nuestro don era en usar el Yara. Mi mamá habría sido la
siguiente Sabia del clan si no hubiera muerto.
—Lo lamento —dice Tallie, suavemente.
Asiento.
—Ha pasado ya mucho tiempo. Como sea, gracias a mi “talento”, fui elegida
para ser la siguiente Sabia del clan.
—Lo sospechaba —dice con una sonrisa cautelosa.
—¿Por qué?
—Porque mis diosas no traerían a cualquiera para enseñarme acerca del
Yara. Solo me traerían lo mejor.
Me río, y continúo hablándole de piedras, hierbas, minerales base, y huesos,
piel, pelajes, incluyendo pies de conejo, y explicando sus diferentes
propósitos.
—¿Y Whit es a quien se le ocurrió todo esto? —pregunta cuando termino.
—Él dice que “seleccionó la sabiduría del mundo” para eso. Esto es el polvo
de Whit —digo, apuntando al suministro que disminuye rápidamente en mi
mochila—. Es una mezcla de mica del suelo, yeso y un par de otros minerales
de la región de Alaska. Además de rocas, el fuego es de las cosas que los
niños leen primero porque es de lo más fácil.
Entrego la bolsa a Tallie y me arrastro al lado de donde ella se dejó caer
frente al fuego, teniendo cuidado de no flexionar mi tobillo.
—Hazlo tú primero —dice Tallie, viéndose tan emocionada como un niño en
un show de magia.
—Como dije, nada está funcionándome ahora mismo. Pero así es como lo
haría —tomo una pizca y lo lanzo a las llamas, donde estalla y brilla plateado
por un segundo—. Tienes que estar muy relajada. Disminuye tus latidos.
Disminuye tu respiración. Y luego enfócate en la persona que quieres ver.
Incluso puedes decir su nombre si eso ayuda, luego ábrete la puerta y deja
que el Yara haga esa conexión por ti.
—¿Qué se supone que debo ver? —pregunta Tallie. Está en una posición de
loto y ha descansado sus muñecas en las rodillas, con las palmas hacia arriba
como lo hace Whit cuando dirige a los ancianos en sus sesiones de yoga
diaria. Eso me hace sonreír.
—Mira justo encima del fuego y un poco hacia un lado. Luego trata de ver
patrones en lo alto de las llamas y el calor impecable por encima de ellos.
—¿La persona tiene que estar viva? —me pregunta, sin atreverse a alejar sus
ojos del fuego.
—Sí, se usa la lectura de fuego para ver cosas en el presente.
—¿Quién lo dice? —pregunta petulante.
—Whit —respondo.
Hace una pausa.
—Bueno. Yara muéstrame al mentiroso engañoso de Nick Chowder, que su
polla se encoja al tamaño de un hojaldre de queso y se pudra en el infierno.
—Mira intensamente al fuego como si se hubiera atrevido a cumplir. No
puedo dejar de reír, pero trato de ocultarlo para no distraerla.
—¿Qué? —me dice, finalmente se gira del fuego con una expresión irritada—
. ¿Por qué estás riéndote de mí?
—No intentaría empezar con alguien cuyas agallas odias —le digo—. Tus
emociones se supone que deben estar tranquilas, como la meditación.
—Entonces hazlo —me desafía.
—Te lo dije, yo no…
—No, sólo finge que lo haces así puedo copiarte.
Enderezo la espalda y exhalo profundamente, perdiendo mis ojos.
—Papá —susurro y luego dejo que mis párpados se abran lentamente
mientras miro por encima del fuego. Observo que las llamas lamen el aire.
Miro el espacio negativo sobre ellos, apuntando hacia abajo en un parpadeo
en forma de V’s y espero sin esperanza, por el cosquilleo de la conexión del
Yara. Después de un rato, rompo mi mirada y la miro.
—¿Funcionó? —me pregunta. Niega con la cabeza.
Suspira, luego se levanta y agarra una almohada de sofá para ponerla debajo
de mi pie. Busca en un armario y saca algo de una caja forrada de plástico y
cucharas.
—El barro del lecho del río —dice y vuelve a mi lado, tumbándose frente al
fuego—. Pienso mejor cuando mis manos están trabajando —dice, y empieza
a enrollarlo entre sus palmas.
—Así que cuando me estabas contando tu historia, terminaste con tu teoría
de que perdiste tus poderes porque perdiste la fe en el Yara. Pero desde que
me has estado explicando cómo funciona todo, me he dado cuenta de lo
mucho que pareces creer en ella. Tu cara se ilumina cuando hablas de eso.
Sin embargo, con toda esa basura post-apocalíptica que tus ancianos han
estado alimentándolos, no te culpo por dudar de todo lo que has aprendido,
pero no se puede tirar al bebé con el agua del baño, como se suele decir. Este
es un momento importante para ti, Juneau. Tienes otras personas en las que
pensar. Tienes todo un clan que depende de ti. Así que debes pensar un poco
más intensamente sobre esto.
El barro está aplastado en forma oblonga y sus pulgares están amasándolo
como si estuviera dándole un masaje.
—Lo que acabo de escuchar es que este hombre se acercó con toda la idea
del Yara…
—Whit se basa en toda la filosofía de Gaia —interrumpo.
—Sí, sí, lo que sea —dice y acaricia la parte superior del barro con la bola de
su mano con pequeños ruidos de bofetadas hasta que está plano—. Reunió la
información. Le dio sentido fuera de él. Extrae otros sistemas de creencias de
lo que sería ir con ello y suena como que hizo un buen trabajo sintetizando
todo para hacer algo que es una herramienta potente para ti y tu gente, pero
eso no quiere decir que lo sabe todo.
Considero lo que ha dicho.
—¿Sabes lo que he estado pensando, Tallie? Como todos los tótems que
Whit utiliza para la lectura y la conjuración, a pesar de que afirma que todos
son necesarios, parecen disminuir la conexión pura entre el Yara y yo. ¿Por
qué tengo que pasar por algo, ya sea una piedra o las patas de conejos?
Debería ser capaz de ir directamente al Yara para pedir lo que quiero. Todas
las campañas y silbatos no son pertinentes.
—Duda de todo, Juneau. Duda de todo al menos una vez. Lo que decidas
mantener, podrás tener confianza en ello. Y lo que decidas abandonar, lo
reemplazarás con lo que tu instinto te diga que es verdad. Has estado
viviendo en una torre de cristal, que sus cimientos han sido eliminados de
debajo de ella. Lo cual apesta. Pero ahora está en ti decidir si vas a revolcarte
alrededor de los restos del avión o reconstruir algo más resistente. Nada
mejor que hacer algo con tus propias manos —dice, señalando en torno a la
casa que construyó—. O, en tu caso, con tu propia mente.
Me sonríe.
—Ahora que he terminado con mi conferencia, aquí está tu recompensa por
escuchar. —Me entrega la bola de barro y de repente estoy viendo una
versión miniatura de mi misma. Pómulos altos, ojos de luna llena, y el pelo de
punta hecha pellizcando el barro decenas de veces. Incluso hizo el destello en
mi ojo derecho.
—Oye, eres muy buena —le digo. Se encoje de hombros pero se ve contenta.
—Cuando no estoy construyendo cabañas de madera, soy una escultora
aficionada.
—Gracias —le digo.
—No, gracias a ti —responde—. Creo que ahora cumplimos la profecía de
Beauregard. Me enseñaste algo, o intentaste… Voy a seguir trabajando en la
lectura de fuego hasta que lo haga funcionar. Y a cambio, te di algo sobre
qué reflexionar, elaborado a partir de mi propia experiencia ganada de vida.
Yo diría que estamos bastante parejas.
ME DESPIERTO CON EL RUIDO QUE HACE LA CAMARERA DE PISO al abrir la
puerta.
—Su hora de salida fue hace media hora —dice, y se queda parada con el
puño en la cadera como si me estuviera echando a patadas.
—Uh, ¿me podría dar 5 minutos para levantarme y vestirme? —pregunto.
Hace un sonido de desdén y se va, aunque deja la puerta entreabierta. Doy
un vistazo a los brillantes números rojos del reloj que está en la mesita al
lado de la cama. Las once en punto. Mi primera noche en una cama de
verdad en lugar del suelo, en lo que pareciera una eternidad, y quiero dormir
todo el día.
Pero entonces recuerdo porqué estoy aquí y salto fuera de la cama,
poniéndome la misma camisa y los mismos pantalones de ayer y corro hacia
el auto. Estaba tan cansado anoche que ni siquiera me molesté en traer mi
maleta conmigo.
Muy bien, Miles, piensa. Redding y Portman ya estarán en Salt Lake para
ahora. Whit y sus hombres... ¿Quién sabe dónde estarán? ¿Y Juneau? Ella
podría estar en cualquier parte entre esa Estación de Servicios y Salt Lake. No
tiene caso buscarla en esos dos lugares, cuando sé que ella iba a la ciudad. Se
dirigirá hacia ahí tarde o temprano.
Abro la bolsa y saco cereal y una caja de jugo. Juneau nunca los había visto
antes así que se compró todo un six-pack, y recuerdo su emoción con una
sonrisa. Las 3 horas siguientes comí Cap'n Crunch de la caja y le di unos
tragos al Ocean Spray (los cuales no son buenos cuando los mezclas)
mientras manejaba hacia Salt Lake.
Pero cuando estoy en la ciudad, no tengo ni idea de por dónde empezar a
buscarla. Trato de pensar como ella. Había hablado acerca de la profecía de
la serpiente y la ciudad que estaba cerca del agua que no se podía beber, y
parecía pensar que encontraría la pieza faltante del rompecabezas una vez
que llegara. ¿Pero que buscaría? ¿A dónde iría a buscar una pista?
Conduje por el pueblo buscando cualquier cosa que llamara mi atención.
Temple Square. Capital Hill. El distrito donde se hacen las compras.
Lo único que sé es que a ella la asusta la modernidad, así que probablemente
irá a un parque o lago. Mi estómago está gruñendo así que estaciono el
coche y voy a una tienda de emparedados y compro algo de comida. La
comeré junto al lago. Cuando le doy la tarjeta al cajero la máquina la rechaza.
—Pruebe de nuevo —digo, y termino pagando en efectivo. Me quedan 20
billetes así que voy a un cajero automático. Se queda con mi tarjeta. Cuando
voy al banco me dicen que ha sido reportada como robada. Y entonces me
doy cuenta.
—¡Qué mierda papá! —le grito al teléfono de monedas.
—Cuida tu lenguaje jovencito —gruñe—. Te dije que vinieras directo a casa.
¿Qué haces en Salt Lake?
—¿Y cómo sabes dónde estoy? —grito.
—Sam, mi asistente, está rastreando tu tarjeta.
—¡La reportó como robada!
—Haré que arregle eso en cuanto me digas que vienes a Los Ángeles y que te
veré mañana.
—No voy a casa. Me quedo aquí hasta que encuentre a la chica.
—Si lo haces, Miles Blackwell, puedes irte olvidando de Yale. Mis hombres se
están ocupando de esto, y no quiero que lo arruines.
—Pero papá... —ccomienzo. La línea telefónica suena al tiempo que papá
cuelga.
Regreso al auto, hojeando mi cartera mientras camino. Veinte billetes a mi
nombre y la tarjeta vacía de papá, que sólo puede comprarme gasolina. No
me iré. No iré a casa, pero ¿dónde me quedaré? No soy Juneau. No puedo
sobrevivir fuera de la ciudad. ¿Qué haré hasta que la encuentre? ¿Matar
palomas con el cargador de mi celular y cocinarlas en una fogata en el
parque?
Aprieto el botón para quitarle el seguro al auto y accidentalmente abro la
cajuela. Doy la vuelta para cerrarla, y veo algo que había olvidado por
completo que estaba ahí: la tienda y las cosas para acampar.
Doy un vistazo hacia el asombroso escenario de montañas que rodean la
ciudad y sonrío.
No puedo pagar un hotel, pero claro que puedo acampar.
POR LA NOCHE ESTOY DESESPERADA POR IRME. Ser alejada de cualquier tipo
de comunicación con mi clan, me hace sentir tan fuera de control que apenas
puedo quedarme quieta.
Tallie me ayuda a salir, dibuja un círculo en el suelo con un palito, y me dice
que arroje los huesos de Beauregard dentro de él, mientras pienso en mi
padre. Esto me recuerda tanto a como se contacta con el Yara, que me hace
preguntarme, una vez más, si hay más de una manera (la de Whit), de "Leer"
o "Conjurar". Y que Tallie sólo este usando un vocabulario y un método
diferente para obtener los mismos resultados de la misma fuente.
Aunque ese pensamiento me inquieta, también me atrae. Tomo los viejos y
secos huesos en ambas manos y los arrojo dentro del círculo.
Tallie se pone en cuclillas y empieza a estudiarlos. Pasa su dedo por una serie
de pequeños huesos perpendiculares unos a otros.
—No sé porqué Juneau, pero parece que tu misión termina aquí, justo ahora,
en mi casa.
—¿Qué? —pregunto pasmada.
—Te has desviado del camino que debías tomar, aquí. —Señala un hueso—.
Este está desbalanceado, y si no lo pones derecho, no irás más lejos.
Me mira.
—Si tuvieras que dividir tu viaje en pasos más grandes, tal vez en "Lecturas"
importantes, ¿cómo sería?
—Bueno, primero leí el fuego y vi a Whit cerca del mar. Después, cuando
estuve en Anchorage, mi oráculo me dirigió a Seattle. Donde un viejito me
dijo como encontrar a Miles, y dijo que tenía que ser honesta con él, pero no
confiar en él. Y... Oh.
—¿Qué? —pregunta Tallie, con la mano en la cintura.
—Él dijo que Miles era el que tenía que llevarme lejos —digo en voz baja.
—Parece que no te ha llevado lo suficientemente lejos —dice—. Vas a tener
que ir con la cola entre las patas a buscarlo. Convéncelo de que vaya contigo.
—Pero su papá quiere encontrarme, por alguna extraña razón. —Me doy
cuenta de algo por primera vez—. ¿Y si el papá de Miles está de parte de
Whit y sus hombres? ¿Y si el papá de Miles fue el que secuestró a mi clan?
Tallie se encoge de hombros.
—Como sea, parece que lo tienes todo claro. Tienes que, uno, encontrar al
chico; dos, convencerlo de que te perdone por drogarlo y robar su auto; y
tres, persuadirlo de que no te entregue a su padre.
La miro boquiabierta.
—Pero sin mi habilidad para "leer", ¿cómo se supone que lo encuentre?
—Bueno, eso es un buen incentivo para que recuperes tus habilidades. Si
Whit mandó a ese pájaro para que te encontrara, ¿crees que tú podrías
mandarlo a buscar a Miles?
Asiento.
—He intentado eso antes, en una distancia mucho más corta, y funcionó.
—Bueno, ese es tu próximo paso. Tan pronto estés lista, dímelo. Puedo
caminar hasta la tienda. Mikey me prestará su Pickup, y puedo ir hasta un
kilómetro lejos de aquí si tomo la carretera. Entonces te llevaré a donde te
diga el pájaro. ¿Qué te parece?
—Lo haré lo mejor que pueda —es todo lo que digo. Aunque estas últimas 24
horas con Tallie me han levantado el espíritu. Sigo sumergida en un océano
de dudas. Lo que hablamos esta tarde fue como una llamada de atención. Yo
sé que hay verdad en lo que me han enseñado. Pero va a tomar tiempo para
que examine cuidadosamente todo esto y decida en lo que de verdad creo.
Lo que tiene sentido. Y no tengo tiempo que perder.
Como si leyera mi mente, Tallie dice:
—Si te pareces en algo a mí, te va a llevar años ordenar todo en tu cabeza. —
Pone su brazo sobre mis hombros—. Pero una cosa a la vez. Sólo enfócate en
lo que necesitas. Trataremos de encontrar a Miles mañana.
Tallie junta los huesos y los coloca cuidadosamente en la bolsa. Y luego, me
deja afuera con Poe y su correa. A través de una ventana, la veo sentarse en
una silla con un libro.
Ella tiene sus creencias y ha construido su vida a base de ellas. Estoy celosa
de la simplicidad del camino que ha escogido y, por un segundo, deseo estar
en mi pueblo en Alaska, donde la única meta era sobrevivir, y yo estaba
segura de lo que creía. Casi no me importaría que me hubieran mentido... Si
no hubiera descubierto la mentira en primer lugar.
Vivir inconsciente de la decepción.
La vida es más fácil en blanco y negro. Es la ambigüedad de un mundo
definido en grises, que me ha quitado la confianza y me ha dejado sin nada.
Paso el resto de ese día y el siguiente paseando por Salt Lake.
Cuando no estoy buscando los puntos más importantes de la ciudad, estoy en
la biblioteca usando las computadoras para buscar las historias que ella me
contó.
Resulta que Whittier Graves apareció en todos los periódicos de los 70’s. Él
era parte de un grupo de científicos que estaban muy involucrados en el
“Movimiento Gaia”.
Ellos hablaban de proteger al planeta: preservando a las especies en peligro,
frenando el cambio climático, desarmando armas nucleares y cosas así.
Varios artículos mencionan el hecho de que Whit y algunos de sus colegas
desaparecieron durante un viaje realizado en América del Sur. Y eso es todo.
Después de 1984 no se mencionada nada más de él.
Apuesto a que él comenzó ese rumor de la desaparición antes de irse a
Alaska para quitarse a todos de encima.
Un montón de Hippies adora árboles desapareciendo de la sociedad no
parece muy improbable. Pero todo ese asunto de la Tercera Guerra Mundial
suena más como a uno de esos cultos que van de un país a otro y toman
Kool-Aid envenenado. Y sólo controlan las mentes de las personas. La historia
de Juneau tiene cada vez más sentido para mí.
PASÉ ESA NOCHE DESCANSANDO EL TOBILLO Y pensando. Haberle mostrado
a Tallie todos los amuletos y los Totems que usamos para la “Lectura” y la
“Conjuración” me ha dejado dudas en la mente. Así como el consejo de Tallie
de dudar sobre todo y pensar por mí misma.
Creo que Whit estaba equivocado. No necesito de un amuleto para “Leer” o
“Conjurar”. No necesito algo material para contactar con el Yara. Soy un ser
vivo que está conectado con el Yara. Debería poder contactarme con él
directamente. Yo sola. Y por primera vez me quito mi collar de ópalos cuando
me duermo.
Bueno, estaba en el suelo, al alcance de mí, pero sentí que al menos era algo.
Iba a ser más fuerte, y esa fuerza vendría de mí.
La mañana siguiente cuando me despierto, Tallie se ha ido. El desayuno está
puesto en la mesa, con una nota que dice: “Fui a comprar llantas”.
Como, me visto y espero fuera con Poe hasta que en la distancia vemos una
camioneta estacionarse al final de la montaña.
Salgo a gatas por la puerta, y aunque estoy tratando de ser cuidadosa con el
tobillo, prácticamente corro por un lado de la montaña. Tallie me encuentra
a medio camino. Mira hacia mi equipaje, que ha sido empacado desde
anoche y luego a mi cara, roja por el esfuerzo y ahogada con impaciencia por
empezar.
Pone sus puños en las caderas.
—¿Estás segura que no quieres quedarte un par de días más?
—Um, yo, uh…—Empiezo a decir antes de darme cuenta de que está
bromeando conmigo—. Estoy cien por cien segura, aunque has sido la mejor
anfitriona.
—Entonces vámonos —dice Tallie, quitándome la maleta y lanzándola a la
caja de la camioneta—. Vamos a llevarte de vuelta a tu camino.

LA PRIMERA NOCHE ME LLEVÓ UN RATO PONER LA TIENDA. Después de


hacer ese esfuerzo, y por lo exhausto que estaba de haber caminado todo el
día ni siquiera me importó dormir en el suelo.
Ya estaba dormido cuando puse la cabeza en la almohada.
Pero hoy tendí la tienda casi tan rápido como lo hacía Juneau. Después de
tan remarcable éxito, decido forzar un poco mi suerte tratando de prender
una fogata por primera vez. Pero no porque haga frío, hace un poco de frío
pero no como para hacer una fogata, sólo quiero ver si puedo hacerlo.
A decir verdad, Juneau me hacía sentir como un inepto sobre cosas de
acampar. Pero en L.A ¿por qué iba a necesitar hacer una fogata? Apuesto a
que hay un millón de cosas que yo sé hacer y ella no. Me refiero a que, ella
nunca había manejado un auto. Antes de que robara el mío, claro.
Apuesto a que nunca ha usado una computadora. Aunque algo me dice que
también le agarraría el truco muy rápido.
Obviamente es inteligente. Me pregunto cuanto tiempo le llevará
acostumbrarse a vivir en el mundo real. Y me pregunto dónde están su padre
y su clan. Aunque el resto de su historia tiene sentido, secuestrar toda una
comunidad parece un poco extremo.
Pero aun así sería muy loco que ellos se hayan ido sin ella.
Construyo un pequeño fuerte con ramitas y luego agrego algunas piezas más
grandes de madera que he recolectado, como vi que hacía Juneau.
Y estando a punto de aligerar un poco la pila de madera, escucho un auto
bajando por la carretera de tierra. Me quedo helado. Nadie ha venido cerca
de mi campamento, hasta donde yo sé, y tengo miedo de que algunos
guardabosques o policías vengan a arrestarme por quedarme aquí ya que no
se pueda acampar en este lugar. (He visto señales de lugares para acampar,
pero todos cuestan dinero, y estoy viendo cuanto puedo hacer que me duren
los últimos cinco dólares)
Mi primer reflejo es esconderme, pero si son policías puede que busquen las
placas de mi auto e incluso llamen a papá ya que el coche está a su nombre.
Antes de que pueda ver el auto, una figura negra vuela directo a mí, y me
agacho cuando pasa a centímetros de mi cabeza.
Me doy la vuelta para ver al pájaro bien, a Poe, parado en una rama con la
cabeza girada a un lado, como si mi expresión sobresaltada le hiciera mucha
gracia.
Y es cuando una camioneta roja se estaciona al lado de mi auto. No sé quién
está dentro hasta que se apagan las luces, y veo salir a Juneau del lado del
pasajero y camina despacio hacia mí. Cojea un poco, y la expresión seria de
su rostro y el hecho de que el conductor no se baje de la camioneta me hace
ver que Juneau quiere hablar a solas conmigo.
—Bienvenida a mi campamento —digo, haciendo gestos engreídos y
mostrándole la tienda y la fogata. Juneau ni siquiera lo ve. Me está mirando
directamente a los ojos mientras camina hacia mí, y por un momento tengo
miedo de que vaya a golpearme.
Pero se para a dos pasos de mí, con las manos a un lado y la barbilla
levantada, de esa manera engreída que pone justo antes de decir algo feo.
—No estoy aquí porque quiera—me dice—. Estoy aquí porque tengo que
hacerlo. Necesito que sigas viajando conmigo.
—Pensé que quizás habías venido a disculparte.
—¿Por qué lo haría? —pregunta, poniendo las manos en las caderas
indignándose.
—Por drogarme y luego obligarme a caminar cuando estaba drogado…
—¿Y qué hay del hecho de que ibas a entregarme a tu padre? —pregunta, y
su voz está teñida de enojo.
—Me gustaría explicarte eso —le digo, y tomo su mano para acercarla a mí.
Su piel es suave, y mi mirada baja hacia sus labios antes de mirarla a los ojos.
Me humedezco los labios e intento concentrarme.
—Juneau… La razón por la que sigo aquí y no en L.A es porque quiero llevarte
con mi padre para que vea que tú no eres la persona que él está buscando.
—No iré a ninguna parte que me impida buscar a mi familia —dice, y suelta
su mano de la mía. Pero se da cuenta de que de verdad quiero explicarle, y
me deja—. Bien, explícate.
—Mi papa es dueño de una compañía farmacéutica. Hay una droga nueva
que quiere conseguir. Me refiero a que la quiere comprar. Pero el tipo con el
que estaba haciendo negocios desapareció. Él piensa que, por alguna razón,
tú eres la clave para encontrar la fórmula .
—¿Yo? —pregunta atónita.
—La descripción que di fue la de una chica de 17 años de Alaska, como de
1.65 de estatura, con pelo largo negro y con un diseño en el ojo en forma de
estrella.
—Eso suena como a mí —admite—, pero no sé nada de ninguna droga. Mi
gente ni siquiera usa medicinas. Lo único que teníamos era un kit de
primeros auxilios para cortes y huesos rotos.
Sé que dice la verdad. Su reacción confusa no es fingida.
—Le dije que había cometido un error, pero no me creyó. Mandó hombres a
buscarte, los tipos que te siguieron en Seattle. Los vi conduciendo ayer. Están
en Salt Lake buscándote.
—Pero, si tú sabes que yo no soy quién busca, ¿por qué te importa tanto
probárselo a tu papá?
—He estado mal con él desde que me echaron de la escuela. Creo que el
hecho de haber viajado tanto para encontrarte, y probarle que sus fuentes de
información estaban equivocadas acerca de ti, me redimiría. Pero no te voy a
obligar a ir conmigo si no quieres. Y tampoco te voy a entregar a sus
hombres.
Espera, pensando antes de contestar.
—Miles, iré contigo a ver a tu padre si tú vas primero conmigo a buscar a los
míos. No puedo encontrarlos sin ti.
—¿Por qué? ¿Yo qué tengo que ver con eso? ¿Dije eso cuando estaba
“prediciendo el futuro”? —No puedo evitar sonar un poco enojado.
—No —dice, y en su boca aparece una sonrisa—. ¿Qué me dirías si, te dijera
que esa información me fue revelada por unos huesos de 100 años de
antigüedad?
—Diría que es muy propio de ti. Y está bien. Estoy listo para aceptar
cualquier cosa que me digas, sólo si no haces nada sin mi consentimiento. Y si
no robas mi auto.
Su sonrisa es enorme hasta que se controla, y opta por una sonrisa más
pequeña. Estira su mano.
—Eso es lo que necesitaba escuchar —dice una voz desde la camioneta. Una
mujer con cabello rojo y rizado sale de la cabina y camina hacia mí—. Soy
Tallie —me dice.
—Miles —respondo y ella toma la mano que Juneau acaba de soltar y la
aprieta fuertemente.
—Encantada —dice y se gira hacia Juneau—. ¿Entonces estás bien? —
pregunta, y algo pasa entre ellas que me hace darme cuenta de que han
hablado mucho sobre cosas importantes. Juneau asiente.
—Gracias, por todo —dice.
Tallie le entrega las maletas a Juneau.
—Si alguna vez me necesitas, sabes dónde encontrarme.
—Sólo asegúrate de mantenerlo en secreto.
Juneau sonríe
—Claro que sí.
Se abrazan brevemente, y Tallie se dirige hacia su camioneta y se aleja
conduciendo. Juneau y yo nos quedamos, sin saber que decir.
—Estás… diferente —digo.
Mira hacia abajo.
—Es la ropa de Tallie. Ella me obligó a ponérmela.
—¿Te obligó?
—Escondió mi ropa de hombre y dijo que podía usar su ropa o andar
desnuda —dice Juneau, sonrojándose.
Ni siquiera lleva un vestido. Sólo tiene un par de pantalones negros y una
camisa roja con cuello en V. Su ropa es de su talla por primera vez. Juneau no
es delgada, pero no es exactamente musculosa. Algo entre esas dos cosas.
Ella es mucho más baja que yo y podría levantarla fácilmente. Me abstengo
ya que no me gusta que me golpeen.
—Te ves bien —digo.
—Tú no te ves mal tampoco —dice, y sus ojos se fijan en la fogata que estaba
haciendo—. Pero esa es la peor fogata que haya visto.
Me río y se rompe la tensión. Juneau empieza a hacer arreglos mientras el
pájaro vuela hasta la tienda y se acomoda como si fuera su casa.
Algo en mi inconsciencia me está molestando. Pero no sé bien que es. Hasta
que me doy cuenta. Es un sentimiento de sentirme exactamente donde debo
estar. Un sentimiento de que debo de estar cuando debo estar. Con la
persona que debo de estar.
Veo a Juneau encender el fuego, y las flamas brillan en su cabello. Luce tan
suave que quiero ir y tocarlo. Pasar los dedos por las ondas de su pelo, que
por una vez parece que han sido arregladas en lugar de sólo ponerse una
toalla en la cabeza.
Tallie debió haber insistido en peinarla también.
—¿No quieres algo de cenar? —pregunto.
—No, Tallie y yo comimos en la camioneta.—responde.
—¿Así que cómo me encontraste? ¿Con el pájaro de los mensajes?
Aunque estoy bromeando no me había dado cuenta de que esta chica me
encontró en el medio de la nada. Probablemente porque ella dio por sentado
que uno, estaba en Salt Lake esperándola; y dos, podía encontrar a un chico
sólo en las montañas.
—Vamos a tener que hablar de esto Miles —dice, sentándose al lado del
fuego y buscando entre sus cosas—. Sé que no crees nada de lo que diga
sobre el Yara, Leer o Conjurar, y todo eso, pero…
Alzo las manos.
—Escucha, creo que es mejor que evitemos ese tema.
No me mira. Solo pone la cabeza entre las manos y se aprieta las sienes.
—Muy bien —dice finalmente—. ¿De qué quieres hablar?
—Estabas cojeando. ¿Te lastimaste?
Asiente.
—Whit y sus hombres me encontraron en una gasolinera, donde dejé tu
auto, el que estoy contenta de ver que recuperaste.
Asiento. Ni siquiera estoy listo para hablar de su gran aventura en coche.
—Tuve que huir. Pise un agujero en el suelo y me lastimé el tobillo.
—¿Y cómo encontraste a… ¿Cuál es su nombre? ¿Tallie?
Juneau asiente.
—De hecho, Tallie me encontró a mí. Tiene una casa en las montañas, y me
quedé con ella estos días.
—¿Y la búsqueda de tus padres? ¿Sabes qué quieres hacer ahora?
—Bueno, tengo una pista. Algo que me dijiste cuando te Leí… digo cuando
fuiste mi Oráculo.
Suspiro y me siento cansado.
—¿Qué? —Juneau insiste, y hay desafío en sus ojos.
—Tal vez sería mejor que hiciéramos un plan. Aparte de las Lecturas que
haces, ¿Tienes alguna pista sólida de dónde podrían estar? Digo, por ejemplo,
¿Hay algún lugar al que hubieran podido ir si hubieran tenido que dejar el
pueblo urgentemente? No es que esté diciendo que ellos te dejaran a
propósito, o algo así.
Pero ve en mis ojos que eso es a lo que me refiero, y su cara se pone roja.
—Como te dije, fueron secuestrados por hombres en helicópteros —dice con
voz baja.
—Pero Juneau, escuchaste un helicóptero y tu clan desapareció. Creo que
deberías abrir tu mente a las posibilidades.
Se para, y puedo ver a la luz del fuego que está temblando.
—Miles, no vamos a poder hacer esto si tú no me crees.
Me quedo sentado.
—Juneau no puedo creer en ti. Lo siento, pero hablas de magia. Y la magia no
es real. Y no hay manera de que me convenzas, sólo si me muestras algo que
pueda ver con mis propios ojos.
Su cara está roja, sus manos apretadas en puños.
—Rompí tu teléfono, sabes —dice, y su mirada es amenazante—. Tú me viste
hacerlo.
—Los iPhone’s se rompen todo el tiempo. Así que eso tiene una explicación
racional.
—¿Y qué hay de Poe? —pregunta.
—¿Qué pasa con él? Probablemente haya sido alimentado por humanos y es
tan flojo que prefiere seguirte a todas partes, así no tiene que conseguir
comida él mismo.
—Eso no tiene sentido. Lo acabo de utilizar para encontrarte. Le mostré una
imagen tuya en mi mente y le pedí al Yara que le ayudara a encontrarte.
—Bien, eso es raro, pero estoy seguro de que puede explicarse. —Sentí un
poco de culpa por presionarla hasta este punto. Pero tiene que ser así. Tiene
que aceptar la verdad.
—No me pidas que te muestre cosas ahora. Acabo de empezar a descifrar
esas cosas en mi mente.
Parece como si le costara cada gramo de su orgullo admitir eso.
—Tú dices que pudiste mandar a Poe a encontrarme —digo.
—Fue difícil. Me llevó toda la tarde.
Me encojo de hombros, como para decir ¿ves a lo que me refiero?
—Bueno, adelante. Haz algo. —Me siento mal por insistir de esta manera,
pero me mantengo.
Tiene los ojos abiertos por la consternación, me mira como si lo único que
quisiera fuera golpearme y quitarme la sonrisa tonta de mi cara. Se da la
vuelta, cojea hasta su bolsa y busca algo, saca unas patas de conejo, las
sostiene en sus manos y cierra los ojos. Está tan concentrada que pareciera
que va a explotar.
Espero.
—¿Se supone que debería estar pasando algo? —pregunto después de un
rato.
Sus ojos se abren, y yo sé que si pudiera disparar rayos láser con sus
brillantes ojos, lo haría.
—Probablemente se deba a las patas de conejo. —Me oigo decir, aunque sé
que debería mantener la boca cerrada—. Tal vez la magia no viaje bien en
ellas.
Ella me mira, un odio puro inalterado flameando en sus ojos, y entonces
coloca las patas de conejo con fuerza en el fuego y ellas se prenden en flamas
azules.
—¡Santo dios! —digo mientras ella avanza hacia mí, con los brazos cruzados
en el pecho—. No me refería a que te pusieras a incendiar cosas y destruir tu
encanto. Sólo decía...
Mi voz se pierde mientras empiezo a tambalearme hacia atrás. Olvido a la
amigable Juneau de hace 10 minutos, lista para hacer un trato conmigo para
que siguiera viajando con ella. Esta chica es una diosa enojada. Una furia.
1.65 de altura y me va a arrancar la cabeza.
—¡Lo siento! —digo atropelladamente, porque de verdad lo siento por
muchas razones. Siento haber intentado impresionar a papá al intentar
encontrarla. Siento haberme burlado de una chica a la que le lavaron el
cerebro y ella no puede evitarlo. Siento haberla incitado sólo para probar que
yo tenía razón—. De verdad, Juneau, lo sien... —empiezo a decir
nuevamente, pero las palabras se congelan en mis labios.
Porque Juneau ha ido a parar a un metro de distancia de mí. Me mira, con los
brazos sueltos, las puntas de los dedos rozándole las caderas. Y desaparece.
Me lleva como tres segundos reunir todas mis cosas, arrojarlas en el auto, y
saltar detrás del volante. Enciendo el auto, meto marcha atrás, y entonces...
El auto se para con un sonido silbante en el motor. Juneau aparece,
iluminada por los faros como una asesina en serie de películas. Con un dedo
sobre la capota del auto y otro en la cadera, mientras me dedica una mirada
gélida.
Trato de arrancar el auto nuevamente. Nada. Juneau camina hacia el asiento
del pasajero, abre la puerta, entra, y cierra de un portazo.
—¿Me crees ahora? —dice.
Mira al pájaro, que aletea ansiosamente alrededor como si tuviera miedo de
que lo fuéramos a dejar.
—Has dejado frito mi coche. —Es todo lo que puedo decir. Estoy en shock. La
manija de la puerta me está picando la espalda, y me doy cuenta de que me
he alejado de ella lo más que puedo.
—Me ibas a dejar —replica, mirándome a los ojos. Se ve enojada. Dolida.
Pero tiene algo que no tenía antes. Algo duro y frío que hace que sienta un
miedo en el pecho.
Rompo el contacto visual, respiro profundamente y digo:
—Tú desapareciste, maldita sea.
—¿Te asusté? —pregunta con un tono de curiosidad en la voz.
—Sí, me asusté —admito—. Pudiste habérmelo advertido.
—Te he estado diciendo la verdad todo este tiempo —contesta
amargamente.
—Sí, bueno ¿Me creerías si te dijera que puedo volar? O, no lo sé... ¿Que
cambio a color azul cuando como moras? —El miedo ha elevado mi voz una
octava y puedo sentir que estoy sudando.
Juneau me mira de manera extraña por un momento y luego estalla en risas.
El destello maligno en sus ojos se ha ido, y estoy tan aliviado que pongo la
cabeza sobre el volante y trato de calmar el ritmo de mi corazón.
Finalmente me giro a verla y está sentada con la cabeza apoyada en el
respaldo del asiento con los ojos cerrados.
—Lo hiciste —digo impresionado—. Hhiciste magia.
—Conjuré —me corrige.
—Lo que sea.
ME SIENTO DELANTE DE LA FOGATA, repentinamente cansada. Apenas
puedo creerlo. Conjuré y lo hice sin un amuleto. Y no fue nada parecido a las
Conjuraciones y Lecturas que había hecho antes.
Siempre experimenté una sensación de hormigueo cuando me conectaba con
el Yara. Los adultos que habían vivido en el mundo de la electricidad antes de
la guerra, describían la sensación como un pequeño choque eléctrico.
Pero cuando conjuré la metamorfosis física sin la pata de conejo, no sólo me
estaba conectando con el Yara. No sólo me estaba conectando con la
longitud de onda de todas las cosas vivas. Me conecté directamente. Me
fundí con ello. Sentí cada molécula de mi ser sumergida con la energía del
universo. Esto no fue cosa de un pequeño choque. Fue como un rayo.
Sé que al fin he hecho algo bien. Algo verdadero. Y aunque sólo he hecho una
Conjuración sin ningún amuleto estoy segura de que mi teoría es correcta:
Todas las piedras, polvos, y hierbas que Whit me enseñó a usar son
solamente accesorios. Amuletos. Como una escalera que se usa para subir a
una altura. Una altura a la que yo acabo de saltar sin escalera.
Escucho la puerta del auto cerrarse y pasos caminando hacia mí. Miles se
acerca, pero no mucho, y se sienta mirando hacia el fuego.
—No sé qué decir —murmura.
—No tienes que decir nada. Sólo necesitaba que me creyeras.
Asiente y se abraza así mismo. Después de un momento dice:
—Así que todas esas cosas que me dijiste...
—Todo lo que te he dicho es verdad —digo—. Cuando Frankie me dijo que
tenía que ser honesta contigo, me lo tomé muy enserio. Es por eso que estoy
aquí. Tú eres el único que tiene que llevarme.
Miles asiente otra vez y observa el fuego.
—¿Qué pasaría si lo haces tú sola?—pregunta, sin mirarme.
—Probablemente no conseguiría la señal que necesito —digo—. O cometería
un error grave.
Él agacha la cabeza y me mira por el rabillo de los ojos. Hay algo en su
expresión que me molesta. Se ve... no con miedo sino vulnerable. Me doy
cuenta que prefiere tener el control de la situación, y ahora lo he puesto en
una posición donde no tiene el control, para nada. Y no sabe qué esperar.
—Miles, no es como si tuviera poderes mágicos o algo así. Sólo tengo más
habilidad que el resto de mi clan.
Asiente pensativo.
—Bien, tema nuevo: ¿Cómo vamos a ir a alguna parte si el auto no funciona?
—Creo poder arreglarlo por la mañana.
Se da la vuelta para mirar el fuego. Esta conversación es difícil para él. Me
doy cuenta. Cierra los ojos, respira profundamente y gira a mirarme.
—¿Entonces cuál es el siguiente paso?
—Es otra profecía que me diste. No lo he descifrado todavía.
Me acerco para tocar su mano pero se aleja.
—Lo siento. Estoy demasiado asustado.
—¿Entonces era mejor cuando pensabas que estaba loca?
—Casi. Porque al menos hay una explicación para eso. Pensé que estabas
loca cuando me dijiste que me habías usado como oráculo. ¿De verdad te
dije cosas que resultaron ser ciertas?
Asiento.
—Al menos eso creo —digo—. De no ser así estaríamos en el lugar
equivocado para descifrar la profecía. Y no fuiste tú exactamente quién me lo
dijo. Sólo fuiste mi canal de contacto con la conciencia colectiva de la
naturaleza.
—Por favor no digas eso otra vez. —Sus cejas están fruncidas con
preocupación—. Me vuelve loco pensar en mí mismo como un canal hacia
cualquier cosa.
Evito el intentar tocarlo otra vez. Quiero hacerle sentir mejor. Decirle que no
es para tanto. Pero eso estaría mal. Es mucho para él. Y necesito darle tiempo
para que lo procese. Darle espacio.
—Me voy a la cama —digo, él me mira, y yo leo su mirada como si estuviera
en letras grandes de neón—. No te preocupes. No voy a tocarte —digo—.
Nunca te haré nada más...sin tu consentimiento.
Asiente y vuelve a mirar el fuego.
Me alejo de él, exhalo, y camino hacia la tienda. Espero no tener que hacerlo.
ME ARRASTRO HASTA MI ESQUINA DE LA TIENDA, aunque estoy seguro que
no dormiré esta noche. Me recuesto sobre un lado y miro a Juneau. Tiene la
ballesta al alcance de las manos y duerme de lado, acurrucada hacia ella.
Parece una chica totalmente normal, pero ella es todo menos normal.

Ella dice que no es magia. Claro, pienso, mi pecho contrayéndose de terror al


recordar qué aspecto tenía su rostro el segundo que desapareció. ¿No es
magia? Tonterías.

De pronto, y al azar, tengo esta escena en retrospectiva en mente, de cuando


en clase de historia aprendimos acerca del miedo que tenían los Nativos
Americanos cuando vieron los rifles de los exploradores Europeos por
primera vez, llamándolos “palos de fuego” mágicos. En este momento me
siento como ellos: solo porque no entienda el Yara no significa que no pueda
tener una explicación lógica. Si alguna vez entiendo la mecánica de lo que
está haciendo, quizás sea capaz de aceptarlo como meramente una
herramienta, de la forma en que ella lo ve.

Es mientras reflexiono en estas cosas que el sueño me da un tirón como una


corriente y me lleva consigo.

Me despierto en una tienda vacía. Empujando la solapa hacia afuera, veo a


Juneau sentada con su espalda hacia mí. En la mano que tiene levantada
sostiene una piedra pequeña. Y justo debajo está una piedra del tamaño de
un huevo, la cual está flotando en medio del aire aproximadamente a un pie
del suelo. Aunque siento que debo retroceder —cerrando la solapa y
escondiéndome en la tienda— me abro paso y me levanto.

Al escucharme, Juneau se da la vuelta.


—Buenos días —dice, y devuelve la mirada a su roca flotante como si no
fuera nada extraordinario. Lentamente baja hasta estar a una pulgada del
suelo, y entonces cae el resto de la distancia con un golpe sordo y suave.

Miro alrededor del campamento. Hay algo que falta, y por un momento no sé
lo que es.

—El pájaro —digo finalmente—. ¿Dónde está Poe?

—Se ha ido —dice—. Se había ido cuando desperté al amanecer y no ha


regresado.

—¿Crees que fue con Whit? —pregunto.

—Ya sea eso o se aburrió de pasar el tiempo con nosotros —responde, pero
la manera en que presiona sus labios muestra que no cree que se fuera
voluntariamente.

Me siento en el suelo en cerca de ella, próximo a la fogata que se está


apagando.

—Así que, ¿de qué se trata esto de las piedras levitando?

—Práctica —dice ella.

—¿Por qué? Parece que después del acto de desaparición de anoche, está
claro que definitivamente tiene de nuevo sus poderes.

—No son poderes —insiste Juneau—. Leer está haciendo que mi voluntad
sea conocida para el Yara con el fin de obtener una respuesta. Conjurar está
en realidad afectando la naturaleza de algo: haciendo que Poe quisiera
encontrarte, camuflándome, destruyendo tu teléfono. Pero antes de irme de
Alaska, apenas hice unos cuantos conjuros. Así que estoy experimentando.

—Lo que tú digas —respondo—. Pero déjame preguntarte… ¿Por qué no me


mostraste nada antes, cuando viste que no te creía?
—Porque no se debe jugar con el Yara. Solo se usa como una herramienta.
Con un propósito. Al menos, eso es lo que me enseñó Whit. Él hubiera
pensado que es ser frívolo el usarlo solo para demostrar lo que hago.

—¿Y tu propósito en levitar esa piedra? —pregunto escépticamente.

—Tal vez ya no me importa lo que piensa Whit —dice, y hay una mirada fría
en sus ojos de nuevo.

—¿Estás siendo rebelde? —pregunto, retándola para provocarle una


pequeña sonrisa.

Juneau se ríe.

—Sí, así es. Eso es exactamente lo que estoy haciendo. Tallie y yo hablamos
acerca de esto, acerca de encontrar la verdad tomando solamente lo que
crees de tu crianza, dejando atrás lo que no funciona para ti. Así que eso es lo
que estoy haciendo con el Yara. Anoche me percaté de que no necesito
apoyarme en un amuleto. Que mi vínculo con el Yara es más fuerte sin
ningún objeto interviniendo con mi conexión. Ahora solo debo descubrir lo
que en realidad puedo hacer con la conexión que tengo.

—¿Puedo probar? —pregunto. Me entrega la piedra y yo la sostengo sobre la


piedra suave—. ¿Qué es lo que se supone que debo hacer?

—Estaba conjurando los elementos de las piedras para que se volvieran


magnéticas.

Le devuelvo las piedras sin siquiera intentarlo.

—Está bien. Soy oficialmente “no-mágico”.

—Como dije, es una forma completamente diferente de vivir, de pensar.


Estoy segura que puedes hacer esto. Solo que podría llevar un tiempo.
—Y comer Pop-Tarts como desayuno te ayuda a ser uno con la naturaleza —
digo, asintiendo hacia los empaques de aluminio vacíos que están cerca de
sus pies.

—Como tú dijiste —ríe—. Estoy siendo rebelde.

—No tengo nada en contra de tu plan nutricional, pero ¿crees que podemos
ir a la ciudad para conseguir un desayuno auténtico?

Juneau se levanta.

—Tallie y yo pasamos un lugar en nuestro camino hacia aquí anoche.

—Ehm… creo que estamos olvidando algo importante —digo poniéndome de


pie y retirando hojas de la parte trasera de mis pantalones—. El auto. Está
frito por la Chica Invisible.

—Lo arreglé —dice—. Al menos creo que lo hice. Puede ser que debas
probarlo.

—¿Qué fue lo que hiciste? —pregunto, imaginándola usando las manos como
cables de arranque o realizando algún tipo de ritual de curación automotriz.

—Ésa es una buena pregunta. No entiendo la mecánica de los autos. La


conexión a través del Yara es una conexión al inconsciente colectivo de la
naturaleza. Consideré qué fuerza de la naturaleza puede afectar el motor del
auto, pero no descomponerlo de manera permanente, y decidí que
intentarlo con la humedad. Pensé “Moja algo importante,” y la imagen que
vino a mente fueron estos pequeños cilindros mitad blancos, mitad
plateados. Podía ver que electricidad o chispas salían de un extremo de uno
de ellos y hacía que el auto anduviera. Así que anoche le pedí al Yara que
extrajera toda el agua en el aire que los rodeaba en su superficie y dejaron de
funcionar.

—Esos pequeños cilindros se llaman bujías —le digo.


—Está bien —dice, mentalmente archivando el término—. Esta mañana los
imaginé secándose. Así que debería funcionar.

Sacudo la cabeza con asombro.

—¿Debería empacar la tienda o la dejo? —pregunto.

—Espero que descifremos tu última profecía el día de hoy —dice,


esparciendo las cenizas del fuego hacia afuera con su tenis—. Y si lo
logramos, necesitamos estar listos para seguirla de inmediato.

Comienzo a sacar los postes y a doblarlos. No puedo evitar sonreírme a mí


mismo mientras lo hago. Esto del campamento es definitivamente más
divertido con Juneau cerca.

Diez minutos más tarde, estamos en el auto. Giro la llave en el interruptor de


encendido y el motor se enciende enseguida. Le echo un vistazo a Juneau y
levanto una ceja, impresionado.

—Bujías secas —dice Juneau, luciendo orgullosa de sí misma.

Le doy vuelta al auto y empiezo a manejar por el camino de tierra hacia la


calle principal.

—Así que si usaste agua en las bujías, ¿qué usaste para freír mi teléfono? —
pregunto.

—Fuego —responde—. Es gracioso que uses la palabra “freír”, porque eso es


exactamente lo que imaginé. Derretí algo dentro.

—Supongo que no puedes revertir eso —asintiendo hacia mi iPhone debajo


del tablero.

—Nop —confirma, dándole un golpecito con su uña—. Por más que sea
entretenido verte jugar con él, sería mejor que lo tiraras a la basura.
Media hora después nos sentamos en un banco en la Cafetería Ruth’s,
comiendo pilas de panqueques de suero de leche cubiertos de fresas. Juneau
está en realidad tomando café, aunque lo ha transformado en un lodo
bronceado añadiendo casi una caja completa de crema de leche. Hace
muecas mientras bebe un trago.

—No tienes que tomar café —digo—. Algunas personas toman té para
desayunar. Quiero decir, nadie que yo conozca, pero…

—Estoy tratando de integrarme —dice, mientras un ojo se le cierra y su nariz


se arruga demostrando su disgusto. Pero puedo ver que su mente no está en
nuestras bebidas del desayuno. Sus pensamientos están a kilómetros de
distancia. Se sienta ahí, soñando despierta por un momento, y después
sacude la cabeza.

—Es sólo que no puedo dejar de pensar acerca de cómo los mayores
pudieron mentir a sus hijos durante todos esos años.

—En lugar de pensar cómo, deberías preguntarte por qué —digo—. Me


imagino que los mayores eran personas buenas, y si te mintieron, debe haber
una razón.

—He pensado ya en tantos escenarios en mi mente —admite—. Su


convicción acerca del daño que la humanidad está haciendo a la tierra tiene
sentido. Quiero decir, está bien fundamentada. Pero, ¿por qué no llevarnos
afuera, a la mitad de la nada y decirnos que ésa es la razón? ¿Por qué crear
una mentira tan elaborada?

—No querían que te fueras —sugiero—. Si te mantenían en esa pequeña


área del país, debieron tener un motivo del porqué no querían que
mantuvieras contacto con el resto de la sociedad. Como temor a la
persecución. O un secreto que ellos sentían que debían ocultar. Y ambas
pueden ser razones para ser secuestrados. Aunque secuestrar docenas de
personas es algo extremo.
—Las mentiras que dijeron fueron bastante extremas también.

—Cierto.

Ambos quedamos en silencio pero algo me deja intranquilo en lo profundo


de mi mente.

—Está bien —digo finalmente—. ¿Por qué no empezamos con algo obvio?
Como tu “destello”, como tú lo llamas. Cuéntame más sobre eso.

—Todos los niños de nuestro clan lo tienen. Muestran nuestra cercanía con el
Yara.

—Pero se supone que los ancianos también están cerca del Yara y no lo
tienen, ¿o sí?

—No —responde—. Su explicación era que nosotros fuimos la primera


generación de niños que nacieron con completa inmersión en el Yara. Hijos
de Gaia, de la tierra. Estaban practicando eso cuando llegaron a Alaska. Y
nosotros fuimos criados sin saber nada diferente a eso.

—¿En realidad eso tiene sentido para ti? —digo de la manera más delicada
posible. Porque suena como un montón de mierda para mí.

—Ahora que te lo estoy explicando y sabiendo que los ancianos nos


mintieron acerca de otras cosas, no. No tiene sentido. Sólo confiábamos en la
explicación porque… ¿por qué cuestionaríamos algo que ellos nos dijeran?

—Si cada uno de los niños nacidos en el clan tiene el resplandor en el ojo, tal
vez tus padres y sus amigos estuvieron expuestos a algo en Alaska. Como
radiación, o algo en el agua. Pero eso sigue sonando extraño, porque ¿por
qué les mentirían sobre eso? Yo pensaría que habían intentado descubrir lo
que sucedió y llamarlo como lo que es: una mutación genética —escucho las
palabras saliendo de mi boca y entonces dejo caer el tenedor y me acerco a
tomarle la mano—. Quiero decir una mutación genética agradable, claro, no
quiero decir que seas un fenómeno ni nada.

Ella sonríe con poco entusiasmo y pone su otra mano sobre la mía para
demostrarme que no está molesta, antes de retirar las manos y ponerlas en
su regazo.

—¿Hay algo más que sea diferente en ti? —pregunto, mientras tomo una
pieza de tocino crujiente y muerdo un pedazo grasiento grande.

—Te lo dije antes, pero no me creíste.

—Bueno, dímelo de nuevo. Antes, estaba siendo un idiota. Ahora… bueno,


sigo siendo un idiota pero uno que está dispuesto a aprender.

—Miles, no nos enfermamos. Y no envejecemos.

Comienzo a respirar fuertemente, aspirando un pedazo de tocino por mi


tráquea y me toma unos minutos y un vaso de agua para toserlo de vuelta y
empezar a respirar normalmente de nuevo.

—Recuerdo que dijiste eso antes —digo por fin—. Pero hasta ese punto creí
que eras esquizofrénica. ¿Podrías repetirme eso?

—No enfermamos. Y no envejecemos.

—¿A qué te refieres con que no envejecen?

—Crecemos hasta la edad adulta y entonces no envejecemos más.

—Y ¿ninguna enfermedad? —pregunto.

—No. Quiero decir, la gente se rompe huesos y ese tipo de cosas. No es como
que seamos sobrenaturales. Pero no enfermamos.

Tengo dudas, y Juneau puede verlo en mis ojos.


—Mi madre murió cuando su trineo atravesó un lago congelado —dijo y miró
hacia la mesa.

Asiento y deseo estar sentado junto a ella para poder abrazarla. Por su
semblante solitario creo que me lo permitiría.

—Así que supongo que los ancianos explicaron esta inmunidad a la


enfermedad y muerte diciéndote que es por estar cerca del Yara —digo.

Ella no responde.

Y de repente todo tiene sentido en mi mente. El darme cuenta de lo que es


me golpea como un choque en la cabeza.

—Juneau —digo y la urgencia en mi voz hace que se gire a mirarme—. Creo


que estamos llegando a algo sobre la pregunta de “¿Por qué fueron
secuestrados?”. ¿No enfermar y no envejecer? ¿Quién no querría algo de
eso? Mi papá sería uno de ellos, obviamente.

—Pero no es un medicamento, como tú dijiste que buscaba. Es una forma


completa de ser. De vivir —Juneau parece molesta. Como si la realidad
estuviera aclarándose también para ella.

—Vivir en la naturaleza no tiene nada que ver con ser sano y el


envejecimiento —indico.

—¿No? ¿Comer bien no te hace vivir más? ¿El aire y agua limpios y cosechar
y cazar tu propia comida no logra que tengas mejor salud? —su voz está a la
defensiva, pero su expresión es suplicante. Aún se aferra a la “verdad” que le
enseñaron.

—Claro que sí —admito—. Pero Juneau, una generación de vivir


saludablemente no elimina la enfermedad y definitivamente no te hace
inmortal. Ahí es donde tu pensamiento lógico se detiene y entra el lavado de
cerebro.
Sus ojos están brillantes y parece que está a punto de llorar. Cierra los ojos y
aprieta la barbilla.

—No me siento con ganas de hablar más de eso.

—Está bien. Eso está muy bien —digo e intentando cambiar el tema, digo—,
oye, ¿qué hay del acertijo que no has descifrado? ¿Cómo era de cualquier
manera?

Juneau respira profundamente y parece agradecida por el cambio de tema.

—Tus palabras exactas fueron “Irás al lugar que siempre soñaste cuando eras
niña.”

—¿Y?

Ella sacude la cabeza y comienza a jugar con su servilleta, doblándola una y


otra vez en cuadros cada vez más pequeños.

—Es imposible de descifrar. Soñé con ir a prácticamente todas partes cuando


era niña. Excepto a Salt Lake City.

—Bueno, si yo bajo-la-influencia tuve la profecía de la serpiente y el lago,


debe de haber un lugar específico aquí en Salt Lake City. ¿Por qué no
conducimos alrededor y vemos si algo regresa a tu memoria?

—Buena idea —dice Juneau y deja caer la servilleta de origami en medio del
lago de sirope de arce en su plato antes de levantarse para partir.

Cuando llegamos al auto, se vuelve hacia mí y en su manera solemne de


persona mayor me dice— Oye, ¿Miles?

—Sí, ¿Juneau? —respondo.

—Gracias. Por creerme. Por querer ayudar —sus labios forman una curva
haciendo una sonrisa y sus ojos se arrugan, y tengo tantas ganas de abrazarla
que me duelen los brazos. Pero se da la vuelta y abre la puerta. Mientras se
introduce al auto se gira a mirarme y me dice— Sólo… gracias.
HEMOS ESTADO DANDO VUELTAS EN EL AUTO alrededor de la ciudad
durante la última hora. Miles mantiene una mirada aguda por si el equipo de
seguridad de su padre aparece, mientras yo busco un lugar con el que haya
podido soñar ir cuando era niña. Nada viene a mi mente. Finalmente, Miles
sugiere que salgamos del auto y caminemos.

—Podemos estacionarnos cerca de la biblioteca a la que fui ayer —dice.

Y me hace clic.

—¡La biblioteca! —digo—. La biblioteca es el lugar que siempre soñé cuando


era niña.

—Una biblioteca —él parece asombrado—. De todos los lugares en el mundo


que pudiste elegir cuando eras niña, querías ir a una biblioteca.

—¿A dónde hubieras elegido ir tú? —digo a la defensiva.

—Disneylandia —admite.

Me río.

—Miles, en mi niñez Disneylandia no era una opción. Teníamos ciento treinta


libros en nuestro clan. Lo sé, porque he leído cada uno de ellos por lo menos
cinco veces. Prácticamente sé de memoria Moby-Dick. Leer era la única
manera permitida de escapar. Y quería más. En la EB, quiero decir, en nuestra
enciclopedia, había una ilustración del cuarto de lectura abovedado de la
biblioteca Británica, con libros cubriendo las paredes tan altas que tenían
escaleras para alcanzarlos. Ése es el lugar al que soñé ir.

—¿Iremos a la Biblioteca Británica? —Miles luce preocupado.


—No. El Tú-Oráculo nos trajo a Salt Lake City, no a Londres —le recuerdo—.
Cualquier señal que estemos buscando o Lectura que debo hacer, debe estar
en la biblioteca de Salt Lake City.

—No has visto la biblioteca pública —Miles refunfuña—. Es enorme.


Podríamos pasar semanas buscando en todos los libros sin encontrar nada.

Nos detenemos en un edificio de cristaleras enorme en el centro de la


ciudad.

—Mira —dice Miles—. ¿Cómo encontraremos algo en ese… monumento si ni


siquiera sabemos lo que buscamos?

—Bueno, con suerte tendremos un empujón del Yara —respondo—. De otra


manera, podríamos estar buscando durante un tiempo bastante largo.

Entramos a un atrio enorme forrado con tiendas y árboles coronado con


vidrio varios pisos de alto. La luz solar entra, iluminando el interior del
edificio en su totalidad. Miles y yo nos detenemos ahí boquiabiertos ante el
enorme, vestíbulo brillantemente iluminado.

—Sentémonos —sugiero.

—Um, está bien —dice, pareciendo abrumado.

Caminamos hacia una mesa bajo un árbol en maceta, y el calor de la luz del
sol filtrado por el vidrio me tuesta la espalda mientras admiro el diseño del
edificio. Hay cinco pisos y parece que los tres de en medio tienen la mayoría
de los libros. Escaleras de caracol llevan a la gente de un piso al siguiente.
Observo a través de las paredes transparentes del piso de abajo hacia afuera
y veo dos cuencas de agua grandes en forma de lago abrazando la acera del
edificio.
—Ahí es donde debemos empezar —digo, apuntando hacia el agua.
Levantándome, llevo a Miles a través de otra puerta y hacia el patio del
edificio.

El agua tiene ondas verdes, reflejando el cristal y concreto del edificio.

—¿Qué es lo que harás? —pregunta Miles con una pizca de molestia.

—Voy a Leer el agua —respondo—. Es similar a cuando Leo el fuego, puedo


obtener imágenes de ella, y es bueno para encontrar cosas escondidas.

Miles asiente.

—Voy a tomar tu palabra como buena.

Automáticamente tomo mi ópalo y después recuerdo que no lo necesito. Me


quito el collar por la cabeza y se lo doy a Miles.

—¿Puedes sujetarme esto? —pregunto.

—Cualquier cosa para sentirme útil —dice y se lo mete en el bolsillo trasero.

El simple hecho de separarme del ópalo me hace sentir fuerte. Ha encendido


una llama de confianza en mí y sé sin ninguna duda que seré capaz de hacer
esto. Recurro al Yara, y mi mente se conecta con él casi de inmediato,
asombrándome con su fuerza.

Exhalo y me enfoco en la superficie del agua… en el reflejo de los pisos y


pisos de libros y mi atención es captada por un destello naranja. Me quedo
mirando directamente a él y mientras lo hago es como si una lupa estuviera
sobre el agua y el color naranja crece y se convierte en un libro en un librero,
tiene un lomo grueso brillando como un faro en el agua reluciente.

Sin alejar la mirada, me inclino y siento alrededor de los pies hasta que
agarro una pequeña, piedra plana. Girando levemente hacia un lado, giro
rápidamente la muñeca y hago la piedra saltar a través de la superficie del
agua.

—Uno, dos —cuento, y la piedra se desvía hacia la izquierda antes de


hundirse en la profundidad de la cuenca.

Me giro hacia Miles, que me está observando expectativamente.

—Tres saltos —digo—. Está en el tercer piso, del lado izquierdo. Un gran libro
con el lomo anaranjado. ¡Vamos!

Miles parece perplejo pero dice— ¡Tú mandas!

Tomando su mano, me apresuro hacia la entrada de la biblioteca. Corremos


hacia arriba dos tramos de escaleras y nos dirigimos por el corredor hacia los
estantes en la izquierda.

—No corran —un hombre anciano nos reprende mientras corro y bajo la
velocidad a una caminata.

—Probablemente está cerca de la ventana —digo, guiándolo hacia la pared


de vidrio. Comenzamos a subir y bajar los pasillos y de repente ahí está, cerca
de la ventana reflejado en el agua tres pisos abajo.

—Aquí, Miles —digo, pero él ya ha llegado y está pasando el dedo sobre una
columna de libros.

—Está bien —digo, y leo la etiqueta en el estante—. “Geografía y Viajes,


Norte América, Suroeste.”

—No es posible —dice Miles y se da la vuelta para mirarme con una enorme
sonrisa en el rostro—. El agua nos guió hacia tu Oeste Salvaje.

Deslizo el libro naranja de su sitio.

—“Paisajes Escénicos de Nuevo México” —leo.


Miles recorre los dedos a través de los otros lomos.

—Todo el estante es sobre Nuevo México —se da la vuelta para mirarme,


incrédulo—. Al sureste de Seattle. ¡Estabas en lo correcto!

Sonrío de vuelta.

—¡Parece que ahora ya sabemos hacia dónde nos dirigimos!


MILES Y YO NOS ACURRUCAMOS SOBRE UN MAPA de carreteras que estaba
en un estante vecino, y estudiamos las carreteras entre Salt Lake City y
Nuevo México.

—Algunas de estas carreteras más pequeñas nos pueden llevar a la frontera


entre el estado de Utah y Nuevo México, así que sería mejor que empecemos
a ir en esa dirección y puedo intentar Leer de nuevo una vez allá —digo.
Observo la escala en el mapa y calculo—. Son aproximadamente mil
trescientos kilómetros a la parte más lejana del estado.

—Son cerca de trece horas sin parar —dice Miles.

—Estamos a trece horas de distancia de mi padre —digo, sin aliento por la


emoción—. A trece horas de mi clan —y tan pronto como apareció, la
emoción desaparece, dejando una sensación de desesperación. Nos han
engañado, recuerdo por milésima vez. No importa ahora, me recuerdo a mí
misma. Mi meta es encontrarlos y liberarlos. Nos preocuparemos por las
explicaciones una vez que todos estén a salvo.

¿A dónde iría mi clan si puedo liberarlos? Tomo la caja en mi mente


etiquetada “Abrir después” y entierro todos esos pensamientos dentro. Un
paso a la vez. Y el siguiente paso es salir de Salt Lake City y tan lejos como sea
posible de nuestros perseguidores.

Compramos sándwiches en una tienda de la planta baja y los llevamos al auto


con nosotros para comer mientras conducimos. No puedo esperar un minuto
más para comenzar. Acabo de tirar mi mochila al asiento trasero del auto y
de colocar nuestra comida en el tablero, cuando una mano me agarra el
brazo. Subo la mirada hacia la cara de alguien, dos veces mi tamaño, uno de
los guardias de Whit se eleva sobre mí.

—Ustedes vienen con nosotros —dice y me saca bruscamente del auto.

Mi cerebro entra en conmoción, pero mi cuerpo toma el control y todas las


horas que pasé practicando ataques de forajidos me invaden. En un latido del
corazón, he librado mi brazo de su agarre. Como es alto, apunto alto y lo
pateo entre las piernas. Él se dobla y camina hacia atrás unos cuantos pasos,
dándome el tiempo necesario para tomar mi ballesta del piso del auto.

Cargo una flecha y la disparo, golpeándolo en el hombro. Volteo a ver el Jeep


que está estacionado al otro lado de la esquina. Whit está al volante, pero el
segundo guardia está viniendo hacia mí. Le disparo, la flecha aterrizando en
la parte de arriba de su brazo, grita de dolor y se tropieza de vuelta hacia el
auto. Arranca la flecha con una mano y toma algo del asiento trasero para
detener el sangrado.

Y entonces veo suceder lo imposible. El primer guardia se saca la flecha del


hombro, la observa curiosamente y la lanza hacia el césped. No hay sangre
saliendo debajo del agujero de la camisa. Ni siquiera está herido, y le disparé
desde apenas unos pies de distancia.

Toma mi brazo y arroja mi ballesta estruendosamente hacia el suelo.


Forcejeo y doy patadas, pero él es mucho más fuerte que yo y me fuerza
hacia el Jeep.

Veo a Miles parado junto a su auto, pálido del susto. Todo ha sucedido en
cuestión de segundos y no sabe qué hacer ahora que el guardia me tiene
agarrada.

—Ustedes dos vendrán conmigo —dice el guardia lo suficientemente fuerte


para que Miles lo escuche—. Y no más escenas. Solo cierren la puerta y
síganme a mi auto.
—¿Qué te hace pensar que no comenzaré a gritar desesperadamente? —
pregunto. Observo alrededor, pero no hay nadie cerca—. Cualquiera que
salga de la biblioteca te verá arrastrándome y vendrá a ayudar.

—Bueno el hecho de que sabemos dónde está cautiva tu gente debería


cambiar tu opinión sobre llamar la atención —gruñe.

Mis ojos se expanden. Así que Whit sabe dónde están. Algo profundo dentro
de mí se negaba a creerlo hasta ahora. Me doy vuelta y lo veo ahí, sentado al
volante del Jeep, con su melena de cabello negro suelto y la luz del sol detrás
de él, ocultando sus facciones. Una oleada cegadora de odio me invade y sé
que si en este momento, tuviera la oportunidad de herirlo, o incluso matarlo,
lo haría.

—Si voy con ustedes, ¿le dejarán irse a él? —pregunto, señalando a Miles con
la cabeza, ya que mi brazo está aún agarrado por el tipo.

—Iré a donde sea que Juneau… —Miles comienza a decir, pero el guardia lo
interrumpe.

—Ambos subirán en mi auto. Ahora.

Nos dirigimos hacia el Jeep. El otro guardia está sentado en el asiento


trasero, amarrando un torniquete alrededor del brazo y gruñendo con los
dientes apretados. Desde detrás del volante Whit está diciendo,

—Te dije que no la enfrentaras —se inclina para abrir la puerta del pasajero
desde adentro e indica que se supone que debo entrar—. Juneau. Por fin —
dice.

—No quieres que me siente junto a ti —me las arreglo para decir. Tengo que
forzarme para decir las palabras, porque Whit está ahí sentado con el
aspecto de siempre . El mismo hombre que fue mi mentor durante más de
una década.
—¿Por qué no? —pregunta, con una sonrisa falsa en los labios.

—Porque dudo seriamente que me pueda contener de arrancarte los ojos —


digo sin problemas.

Whit pone una expresión de falsa sorpresa.

—No son necesarias las teatralidades —dice. Y entonces bajando la voz


indica—, súbete al Jeep —echa una mirada a una pieza de papel doblada
colocada en el medio del asiento del pasajero y levanta una ceja girándose
para mirarme—. ¡Súbete al auto! ¡Ahora! —grita.

De repente, el sonido nauseabundo de metal crujiendo se escucha viniendo


de la parte trasera del Jeep y el vehículo se tambalea hacia enfrente,
mientras su puerta rebota alejándose de mí. Mientras todos se mueven
alrededor para ver que ha sucedido yo recojo el papel del asiento y lo meto a
mi bolsillo.

—Lo siento por eso —se escucha la voz de un hombre desde el auto negro
grande que golpeo por detrás al Jeep—. Permítanme sacar mis papeles del
seguro.

El guardia me suelta y se aproxima al conductor imprudente. Mientras me


doy la vuelta para ver quién golpeó el Jeep, otro hombre salta del auto negro
y se dirige directo hacia mí. Lo reconozco. Es uno de los tipos que me
perseguía en Seattle, debe trabajar para el padre de Miles. Antes de poder
correr me ha tomado por el pecho y gruñe.

—Tengo un arma.

Me giro frenéticamente para buscar a Miles, pero ha sido apartado por el


guardia de Whit.

—¡Miles! —grito. Pero mi nuevo captor me ha metido al auto negro, el


conductor salta de nuevo tras el volante y comenzamos a alejarnos mientras
Miles se da cuenta de lo sucedido. Lejos de Whit y sus hombres. Lejos de
Miles, a quien veo corriendo tras de nosotros hasta que está claro que nunca
podrá alcanzarnos.

El guardia de Whit está justo detrás de él y tomándolo por el brazo de nuevo,


lo lleva de vuelta al Jeep. Damos vuelta en una esquina, y se han ido.
EL TIPO QUE ME TIENE AGARRADO TIENE UNOS BRAZOS con el diámetro de
un poste telefónico. Así que, ¿adivina qué? Ni siquiera forcejeo. Le permito
tomarme por el hombro hacia el Jeep y soltarme en el asiento del pasajero.
Trepa en la parte trasera y arrancamos.

Hay un tipo joven conduciendo. Su cabello es como el de Albert Einstein, si


Albert lo hubiera teñido con pintura para zapatos color negro. Parece un
poco loco, pero de buena manera. Como tu maestro favorito de ciencias en la
escuela, brillante pero un poco inclinado a estar en otra dimensión. Ha
intercambiado algunas palabras con Juneau, pero no pude escuchar lo que
decían.

Los dos tipos en la parte trasera parecen cortados con la misma tijera. Rocas
musculosas llenas de esteroides sin cuello. Ambos vestidos de color caqui,
verde y camuflaje como si pensaran estar en medio de una zona de guerra.
Pero uno está inyectándose el brazo y vendando la herida que Juneau le
provocó y el otro está desabotonándose la camisa para inspeccionar la
abolladura que Juneau dejó en su chaleco de Kevlar.

Tengo sabor a cobre en la boca y me doy cuenta que estoy asustado.


Entonces me doy cuenta que no tengo miedo de ellos. Estoy asustado por
Juneau. No creo que Portman y Redding la hieran, pero estos tipos se ven
rudos. No me sorprendería que tuvieran armas amarradas bajo sus chalecos
antibalas.

Nos detenemos en una división del camino y el conductor observa ambos


caminos. No hay señal de Juneau y sus captores. Tuvieron mucha ventaja: los
hemos perdido. Se detiene hacia la acera cerca de un Dairy Queen y
estaciona el Wrangler.
—¿A dónde la llevarían? —pregunta, dándose la vuelta para mirarme.

Hay algo raro en sus ojos. Como si una de sus pupilas estuviera mirando
ligeramente hacia el lado equivocado. Me flipa porque no sé cuál ojo mirar.

—Ni idea —respondo, y recibo una bofetada en un lado de la cabeza por


parte de uno de los GI Joes detrás de mí.

—¡Ouch! —grito, y me giro para mirarlo fijamente.

—Responde las preguntas del hombre —dice en una voz gruesa, como si su
lengua también tomara esteroides.

—Estoy siendo honesto. No tengo idea de quiénes eran esos tipos o a dónde
podrían estar llevando a Juneau —miento, mirando el ojo derecho de
Einstein.

—Tú eres a quien vi acampando con ella —dice.

¿Qué? No vi a nadie más cuando estábamos acampando, pienso, y de


repente llega a mí. Usó al pájaro para vernos. Éste debe ser Whit.

¿Pero cómo podría ser posible? Este tipo está en sus veintitantos. Treinta,
máximo.

Como si estuviera leyendo mi mente, dice —Soy Whittier Graves. He


conocido a Juneau desde que era un bebé. Y necesito tu ayuda para
encontrarla. Podría estar en grave peligro.

Los hombres en la parte trasera se ríen entre dientes como si Whit hubiera
dicho un muy buen chiste, y él se gira a mirarlos, exasperado.

—No puedes ser Whit. Juneau me habló de él y él es un hombre mayor.

—Buena estimación. Cincuenta y tres. Así que supongo que Juneau no te ha


contado todos nuestros secretos.
Y entonces entiendo. La cosa de no envejecer. Le creí tanto como pude
cuando me lo dijo esta esta mañana. Pero aquí está la prueba, sentado justo
frente a mí. No tengo duda ahora de que lo que este tipo tiene es lo que mi
padre persigue: lo que sea que lo mantiene joven.

No es de extrañar que persiga a Juneau. Y no es de extrañar que alguien


invadiera su aldea. Una droga anti-envejecimiento podría hacer que su dueño
ganara una fortuna.

Me pregunto a mí mismo qué es lo que mi padre haría para tener sus manos
sobre ella. ¿Qué lejos llegaría si pudiera ser el hombre más rico sobre la
tierra? De pronto no confío en Redding y Portman con la seguridad de
Juneau.
CUANDO FINALMENTE NOS VEMOS FORZADOS A DETENERNOS por el tráfico,
intento levantar la cerradura de la puerta, pero está congelada en su lugar.

—Seguros contra niños —dice el conductor, quien es calvo y lleva puestas


unas gafas de sol.

—¿Quiénes son? —pregunto, sabiendo exactamente quienes son pero


preguntándome qué más puedo averiguar.

—Somos tu escolta a Blackwell Pharmaceutical. El Sr. Blackwell tiene algo de


lo que charlar contigo.

—Así que, ¿simplemente me secuestrarán y me llevarán conduciendo hasta


L.A.? —pregunto desafiante.

—No —dice el hombre del asiento trasero. Me doy la vuelta para ver a mi
otro captor. Tiene un corte militar en el cabello color café y el cuello grueso,
y su ropa parece demasiado pequeña. Me ve observándole y se coloca dos
dedos dentro del cuello para aflojarse la corbata—. No vamos a llevarte
conduciendo a L.A. Tú obtienes el tratamiento especial de princesa —me
mira ferozmente mientras el Calvito se orilla hacia el aeropuerto de Salt Lake
City—. Hemos estado buscándote durante días —dice, como si hubiera
estado ocultándome específicamente para hacerles enojar.

—Ésa no es mi culpa —digo.

—Bueno, no hace que me gustes más —dice.

Paramos en una sección aislada del aeropuerto con letreros que dicen
PRIVADO: AEROPLANOS DE ALQUILER, y conducimos directamente a un avión
pequeño con la frase BLACKWELL PHARMACEUTICAL en un costado. Mi
estómago se cae, siento que toda la sangre ha me ha abandonado la cabeza.
Subiré al aire. En un avión. Oh dioses.

Calvito presiona el botón de abrir y todos salimos del auto.

—No te preocupes por correr —dice, abriendo su chaleco para mostrar un


arma enfundada en su pecho. Me necesitan. No van a disparar, pienso, y
comienzo a correr a través del pavimento. Inmediatamente soy abordada por
detrás.

Calvito me coloca unas esposas en las muñecas y me tira retorciéndome los


pies. Las palmas de mis manos están deshechas, mis codos y rodillas punzan
por la colisión con el concreto.

—Capturé una viva —le dice riendo a Corbatitas, pero él está rojo y jadeando
por el esfuerzo.

Tomo una respiración profunda e intento parecer calmada.

—Se van a sentir bastante estúpidos cuando me lleven con el Sr. Blackwell y
le diga que no sé nada acerca de la fórmula para la droga.

—No es nuestro problema —dice Calvito y pone una mano en mi espalda,


guiándome hacia el avión. No hay nada que pueda hacer más que ir con ellos.
Considero la metamorfosis, pero eso dura solamente unos pocos minutos y
no hay dónde esconderme una vez que vuelva a ser visible.

Busco cualquier esperanza… podría intentar llamar cualquier animal que esté
alrededor. Hecho un vistazo al paisaje desolado. Nada con qué trabajar.
Podría intentar Conjurar un fuerte viento, pienso, pero antes de poder formar
un plan, estoy caminando escaleras arriba hacia un hombre en uniforme de
piloto que se hace a un lado y nos permite abordar.

—¿Recibiste mi mensaje? —le pregunta Calvito.


—Sí. Listos para partir —confirma el piloto. Estoy tratando de controlar mi
temblor, pero mis intestinos se retuercen y siento que voy a enfermar. Y ni
siquiera hemos despegado.

Los aviones fueron una de las maldades de la sociedad de las que Dennis nos
enseñó. Contaminan el aire y se tragan combustibles fósiles. En los periódicos
de Seattle, vi el término “huella de carbono.” Si Dennis hubiera conocido ese
término, lo hubiera usado.

Vi imágenes de aviones en la Enciclopedia Británica. Sé que el piloto se sienta


en la cabina, en el frente del avión. Que los pasajeros se sientan en líneas
detrás. Pero éste avión solo tiene seis asientos y parecen más sillones
mullidos, todos agrupados alrededor de mesas. Me quedo ahí, sin saber qué
hacer y Corbatitas apunta a una de las sillas.

—Tú te sientas ahí —dice, y me empuja hacia un asiento color crema que
huele como piel nueva. En cuanto el piloto cierra y asegura la puerta,
Corbatitas saca la llave de mis esposas—. No puedes ir a ningún lado ahora,
pero podrías ser una molestia. Dime que no lo serás y te quito las esposas.

—No lo seré —digo, pero solo porque aún no he pensado en un plan.

No estoy segura que haré una vez que me quita las esposas, pero observo a
Corbatitas sacar un cinturón de seguridad de los lados de su silla y unir
ambos lados así que comienzo a hacer lo mismo. Entonces recuerdo algo y
desabrocho el cinturón.

—Necesito ir al baño —digo.

—Necesita ir al baño —le grita a Calvito, que tiene la cabeza metida en la


cabina y está hablando con el piloto. El sonido del motor del avión y las
hélices giratorias es ensordecedor.

—Bueno, entonces déjala ir al baño —grita Calvito, dándole una mirada de


“¿Qué eres, estúpido?”
—Está allá atrás —dice Corbatitas, y levantándose de nuevo me guía a la
puerta en la parte trasera, estacionándose justo al lado de ella, con los
pulgares en las presillas del pantalón mientras espera.

—¿Vas a quedarte ahí parado en la puerta mientras hago pipí? —pregunto,


levantando el mentón. Retándolo.

Parece ofendido.

—¡No! —y se vuelve a sentar.

Me introduzco en el inodoro, encuentro el cerrojo y cierro la puerta, y


entonces busco en mi bolsillo el papel que Whit me dejó. Es una página de un
mapa. Impreso en la parte de abajo dice: “… o México.” Aproximadamente
una pulgada arriba de Roswell, en medio de la nada hay un círculo dibujado
con tinta color azul. Y en la parte de abajo de la página en letra a mano que
conozco mejor que la mía, Whit ha escrito, “Las cosas no son lo que
parecen.”
—¿JUNEAU ESTÁ EN PELIGRO CON ESOS HOMBRES? —pregunta Whit.

Cruzo los brazos a la defensiva y me le quedo mirando.

—¿Tú y los hombres que se la llevaron trabajan para Blackwell


Pharmaceutical? —pregunta, y algo en mi mirada debe confirmarlo porque
asiente como pensando, ¡Lo sabía! Uno de los guardias en el asiento trasero
arrastra los pies incómodamente.

—¿Desde cuándo Murray Blackwell contrata adolescentes para hacer su


trabajo sucio? —indica.

No digo ni una palabra. Solamente le doy mi mirada de come mi mierda y


muere. Pero parece no funcionar en él porque solo me da su mirada de
asombro, como si leyera mi mente y supiera exactamente quién soy. Y
entonces me doy cuenta que su mano está posicionada sobre la palanca de
cambios y sus dedos tocan ligeramente mi chamarra.

—¡Me estuviste Leyendo! —digo.

—¿De qué hablas? —protesta Whit, pero algo en sus ojos me dice que es
exactamente eso lo que estuvo haciendo.

—Anda, pongamos este espectáculo en camino —le urge el tipo de lengua


gruesa detrás de mí.

Whit pone el Jeep en marcha, y me revuelvo para abrir el seguro de la puerta


mientras tiro de la manija. ¡Está abierto! me las arreglo para pensar antes de
caer fuera de la puerta, aterrizando duro en la acera y enviando una ola de
dolor por mi hombro derecho. Rodando con las manos y rodillas, salto hacia
enfrente y corro hacia el Dairy Queen.
Escucho groserías detrás de mí, pero no me atrevo a mirar mientras corro a
través del estacionamiento y atravieso la puerta de cristal. La empujo para
cerrarla tras de mí y veo al tipo de la lengua gruesa detenerse a medio correr
mientras Whit le grita algo. El fornido guardia gira la cabeza y me da una
mirada mordaz, apuntando el pulgar y dedo índice hacia mí como una pistola.
Dispara. Y entonces da la vuelta y corre de vuelta al Jeep. Conducen haciendo
un chillido de caucho, dejando marcas en la acera.

—¿Puedo ayudarte? —me giro y veo una chica adolescente detrás de una
caja registradora. Meto la mano en el bolsillo y saco mi dinero. Juneau pagó
por nuestro almuerzo sin comer, así que aún tengo algo de cambio—. ¿Qué
puedo comprar con un dólar con veintinueve? —pregunto.

—Agua —dice de manera ruda.

Miro hacia atrás en la calle. Definitivamente se han ido, aunque quién sabe si
solo han ido a dar la vuelta y regresarán a por mí. Tengo dos opciones: pasar
el rato bebiendo agua en Dairy Queen en caso de que regresen, o
arriesgarme y hacer la caminata larga hasta mi auto.

—Está bien —digo—. No tengo sed.

Pone los ojos en blanco y salgo por la puerta.

Una caminata de veinte minutos después y estoy sorprendido de ver que mis
llaves siguen tiradas en el suelo donde las tiré cuando Portman y Redding se
estrellaron contra el Jeep. Nuestra comida sigue en la bolsa en el tablero
justo donde Juneau la dejó. Y la mochila de Juneau aún está en el asiento
trasero.

Tengo esta ansiedad que quema el pecho como la salsa Tabasco, pero de
inmediato se convierte en enojo mientras pienso en los hombres de Papá
arrebatando a Juneau. Espero que no pongan un dedo sobre ella. Me
tranquilizo con el conocimiento de que Papá la tratará bien mientras piense
que puede ayudarle. Pero conociéndola, no será de mucha ayuda. Incluso si
sabe la fórmula o técnica o lo que sea que usen para mantenerse jóvenes no
hay forma alguna en que ella se lo diga.

Pienso en su cara cuando está enojada y no puedo evitar sonreír. No me


gustaría ser mi papá ante una Juneau iracunda. Si Portman y Redding la están
llevando a L.A. como imagino que lo están haciendo, estará más enojada. Su
meta ahora es Nuevo México, y cuanto más tiempo la mantenga alejada Papá
de su meta, más enojada se pondrá.

Pero mi ceño fruncido regresa cuando pienso en mi padre y lo despiadado


que es cuando quiere algo que no puede tener. Tiene una corporación
entera, dinero y mano de obra a su favor. ¿Y qué tiene ella? Su magia de
tierra. Arranco el auto y me coloco el cinturón de seguridad. Habrá un gran
encaramiento en L.A. y necesito estar ahí para detenerlo.

Mientras salgo del lugar donde estoy estacionado, algo negro aterriza en mi
auto y bloquea mi vista a través del parabrisas. Piso los frenos y veo que es
Poe, con las alas extendidas mientras intenta obtener mi atención. Me quito
el cinturón de seguridad y brinco fuera del auto.

—¿Qué demonios estás haciendo aquí? —digo, y me doy cuenta—. ¿Tú


trajiste a Whit aquí verdad? Tú… ¡traidor! —el pájaro da graznidos y se
pavonea en mi capó para mirarme a los ojos.

Sé que Poe fue una herramienta involuntaria, pero aun así quiero estrangular
su pequeño cuello emplumado.

—¿Por qué no eres útil y vas y buscas a Juneau? —digo. Inclina su cabeza
hacia un lado como si considerara mi pregunta. Entonces da un graznido
fuerte y vuela hacia el norte, la dirección contraria a la que Juneau está
siendo llevada. Obviamente no estoy “suficientemente cerca del Yara” para
usarlo como cuervo mensajero.
Trepo de nuevo al auto. ¿Cómo me involucré en este desastre? Oh, sí. Papá.
La codicia de Papá. Y una chica que puede o no puede tener un secreto de la
droga para la inmortalidad.

Sacudo la cabeza e intento encontrar una emisora en la radio. Country y


Oldies es lo único que sintoniza. Será un viaje largo hasta L.A.
BAJO LA PALANCA DEL BAÑO TIRANDO DENTRO EL MAPA, después de
memorizar exactamente dónde está dibujado el círculo. Me lavo la arena de
las manos llenas de rasguños y doy una palmadita con una toalla de papel
humedecida en las rodillas sangradas. Entonces regreso al asiento y me
vuelvo a atar el cinturón. Corbatitas está observando cada uno de mis
movimientos. Intercambio un ceño fruncido por su mirada lasciva, toma una
revista para no tener que verme.

Y comenzamos a movernos. Calvito regresa y toma el asiento frente a mí,


atándose el cinturón mientras rodamos por la pista. Quiero vomitar. Nunca
he dejado tierra firme. Sé fuerte, medito para mí misma. No muestres
ninguna debilidad. Cruzo los brazos sobre el pecho y cierro los ojos, como si
me estuviera preparando para tomar una siesta. Entrecerrando un ojo, veo
que ambos hombres están absortos en revistas de deportes y no me
observan más.

He estado pensando en lo que podría hacer para detener el avión. ¿Un avión
tiene bujías? pienso. Pero el temor de que haré algo que nos pueda matar a
todos me detiene de intentar hacer un Conjuro al motor.

Me vuelvo para ver por la ventana mientras despegamos del suelo en una
suave inclinación. Partiendo de la tierra. Uniéndonos al cielo. Cuando pienso
en aviones pienso en bombas que son lanzadas desde ellos. Los misiles viajan
por aire. Las armas nucleares son entregadas por aire. Las nubes en forma de
hongo y la bruma verde de radiación que han poblado mis pesadillas desde
que era una niña explotan en mi cabeza como un cuatro de julio apocalíptico
frente a mis ojos, no puedo evitar estremecerme.

Entierro las uñas en mis palmas y trato de calmarme. De repente estamos en


medio de las nubes, viajando a través de niebla. No hay visibilidad. Justo
cuando pienso que veo algo parpadeante junto a nosotros me comienzo a
preguntar si un avión del ejército pudo haber sido secuestrado por
bandoleros, irrumpimos a través de una nube y estamos flotando sobre un
mar de suave algodón. Recuerdo que no hay tercera guerra mundial. Que
este avión en el que me encuentro en este momento, que el destino al que
me aproximo a toda velocidad, son parte de un mundo moderno funcional.
Es un viaje largo de seis horas de Salt Lake City a Las Vegas. Me he dado por
vencido en cuanto a la radio y he cantado todas las canciones que conozco
con la ventana abierta. (De algún modo mi voz no suena tan mal haciéndolo
así… No es que me atreva a cantar una sola nota si alguien estuviera
escuchando de cerca) Así que lo único que me queda por hacer, después de
terminar mi tercera interpretación de “Sweet Home Alabama” (Incluyendo
sonidos instrumentales de guitarra), es pensar.

Y vaya, mi cerebro está acelerándose, intentando entender lo que me ha


sucedido en la última semana. Intento recordar todo lo que Juneau me dijo
acerca de su pasado, acerca del Yara y acerca de su “magia de la tierra”,
como he llegado a pensar de ella. Pero es difícil recordar la mayoría de ello,
principalmente porque estaba tan seguro que solamente declamaba mierda
que estaba oyendo a medias.

No envejecen. No enferman. Todos los niños tienen esas cosas de estrella en


los ojos. Se separaron del resto del mundo hace tres décadas. Creen en esta
cosa llamada el Yara, que les permite transferir conocimiento entre cualquier
cosa de la naturaleza. Y lo cual también permite a la naturaleza ser
manipulada.

Y…. hay algo que el clan posee que hace que personas poderosas lo quieran
hasta el grado de secuestrarlos y perseguir a Juneau.

Todo cobra sentido ahora. El mal humor de Juneau, su autoprotección, su


reacción ante todo lo moderno… todo lo creado en los últimos treinta años.
Debe de ser difícil para ella, saber que las personas que siempre respetó le
han mentido durante toda su vida. Y ahora está arriesgando su propia
seguridad para encontrarlos.

Pienso en lo que yo haría si mi padre estuviera en peligro: lo lejos llegaría


para rescatarlo. No puedo imaginarlo en realidad. Pero con un
remordimiento del tamaño de Texas, no dudo ni un instante que si me lo
permitiera, haría lo que fuera para salvar a mamá. Es esa certeza la que me
ayuda a entender la fiereza del deseo de Juneau de alcanzar su meta. Ella es
fuerte. Determinada. Pero es solamente una chica contra por lo menos dos
bandos, incluyendo a mi padre y su corporación multimillonaria.

Aunque intente detenerlo, mi mente insiste en deambular por la noche en


que la besé en la tienda. Siento mi pulso aumentar mientras recuerdo la
suavidad de su boca, la sorpresa y el reconocimiento en sus ojos, el peso de
su cuerpo sobre el mío. He besado probablemente a una docena de chicas.
Pero ninguno fue como ese beso.

Juneau es diferente. Hace que quiera ser una mejor persona. Mi corazón se
detiene cuando pienso en la mirada en su rostro cuando le dije las razones
por la que fui expulsado de la escuela. Quiero ser alguien a quien ella
respete. A quien admire. Pero para que eso suceda, debo cambiar. Volverme
alguien más fuerte. Tan fuerte como ella.

Son las 9:00 p.m. cuando llego al letrero de “Bienvenido a Las Vegas”. La
única parada que hice fue para cargar gasolina y comprar suministros. Usé la
tarjeta de Shell de Papá para abastecerme de una comida decente
consistente en Coca-Colas, Rolos, pretzels y patatas fritas, lo cual era lo único
que había en la estación de servicio. Después intente llamar por cobrar a
Papá, no contestó el teléfono. Hago a un lado la sensación de pesadez en mis
tripas. No hay nada que pueda hacer desde esta lejanía de noche.

Conduzco a un lado de las tiendas de Miracle Mile pasando las luces


parpadeantes y continúo hasta que salgo de la ciudad. Los ojos se me cierran
por si solos y decido que no puedo ir más lejos. Estaciono el auto al lado del
camino y estoy tan exhausto que sólo me recuesto en el asiento de delante,
cubriéndome con el abrigo y en cuestión de segundos estoy soñando.

Juneau camina hacia mí en un paisaje de invierno nevado, con una montaña


cubierta de hielo detrás de ella. Viste pieles y su gruesa cabellera negra le
cuelga hasta la mitad de la espalda. Tiene una pequeña caja en las palmas de
las manos, de la parte superior descubierta se derrama luz. Luz dorada, como
si el día se transformara en líquido. Se derrama formando piscinas a sus pies
mientras camina, pero no la toca. Mi corazón salta alrededor de mi pecho
como un grillo enloquecido. Juneau ya no está enojada, a la defensiva,
amargada. Está hermosa y serena. Sonríe mientras se me acerca y extiende
sus manos hacia enfrente como si me ofreciera la caja.

La luz solar líquida me cae en los pies y me quema mientras se mueve hacia
arriba, por mis piernas y sube lentamente hacia mi torso. El ardor se hace
severo y y comienzo a quejarme, pero estoy paralizado y no puedo moverme.
Ahora el dorado se expande hacia mi pecho y se apodera de mi cuello.
Balbuceo, pero no puedo respirar: me está estrangulando.

La expresión de Juneau ha cambiado de serenidad a compasión. —Miles —


dice, aunque sus labios no se mueven—. Eres uno con el Yara.

Estoy que ardo. Una estatua dorada encendida, llamas alrededor de mí,
derritiendo la nieve en charcos a mis pies, calentando la cara de Juneau y
enrojeciendo su nariz y mejillas. Se inclina para acercarse hasta que sus labios
tocan los míos. Y mientras me besa me disperso en millones de flamas
pequeñitas, enviando chispas a volar hacia el aire frío de invierno y
difundiéndose una vez que llegan al cielo estrellado.

Abro los ojos y echo un vistazo al reloj del tablero. Tres de la mañana.
Permanezco recostado ahí asombrado con la resaca del sueño y fatiga hasta
que finalmente me siento y me abrocho el cinturón de seguridad. Enciendo el
auto y continúo hacia Los Angeles, pasando el resto de las cuatro horas
pensando en Juneau.
ATERRIZAR ES DIEZ VECES MÁS ATERRADOR QUE DESPEGAR. El suelo se
acerca cada vez más, y por lo que veo, estoy segura de que el impacto
destruirá la cola del avión. En lugar a eso, con una ligera tensión, aterrizamos
suavemente. Finalmente, nos detenemos cerca de un auto largo negro en el
que, aparentemente, caben veinte personas.
Calvito me coloca las esposas por la espalda y paso del aire reciclado del
avión, al impacto caluroso del corredor y regreso al aire acondicionado con
olor a pino del auto. A pesar de que pasé gran parte del vuelo tratando de
idear un plan de escape, mi curiosidad sacó lo mejor de mí. De alguna forma,
el padre de Miles sabe algo acerca de mi clan que yo no. O al menos, él cree
que lo sabe y estoy determinada a descubrirlo, por lo que no causo
problemas y me subo al auto.
Pasamos la mayor parte de la siguiente hora atracados en el camino,
rodeados por cientos de autos, moviéndonos sólo centímetros cada cierto
tiempo. Una vez más, pienso en Dennis y en sus conversaciones acerca de la
contaminación.
Finalmente, llegamos al centro, el que lucía como un bosque de edificios con
ventanas, igual que las otras ciudades, y con vista al mar. El auto se detiene
frente al edificio más alto. Calvito actúa como si me estuviera ayudando a
salir del auto, pero, en realidad, me coge firmemente y me dirige hacia la
puerta principal.
He visto rascacielos desde fuera alguna vez, pero, salvo por Salt Lake City
Library, el que es pequeño en comparación a este, nunca he estado dentro
de uno. Ni siquiera estuve tentada en Seattle. Los cristales gigantes parecen
lápidas en vez de lugares en donde la gente vive y trabaja.
Cruzamos una inmensa caverna en la entrada con un pequeño espejo dentro
del elevador. Sentí el estómago caer a mis pies conforme llegábamos al piso
más alto del edificio, llevándonos a una velocidad como si estuviéramos
cayendo.
Las luces indican que estamos camino al piso número 73. Una campana
suena y se abren las puertas. Mi cabeza está nadando, y, a pesar que el
hombre está parado frente a mí, esperando con las manos en su espalda, lo
único que puedo mirar es la ventana que se encuentra detrás de él. Estamos
a tal altura en la que el mundo parece una sala de juegos en miniatura, que ni
el ojo humano puede descifrar. Mis piernas se niegan a mantenerme en pie.
Mis manos siguen esposadas en la espalda y uso las pocas fuerzas que me
quedan para evitar vomitar.
—¿Qué fue lo que le hicieron? —dice el hombre y unos brazos fuertes me
levantan de la puerta a la oficina—. Ella intentó escapar —dice Calvito,
depositándome en un sillón de cuero blanco y soltando las esposas.
Corbatitas se apresura hacia un estante alineado de botellas y sirve una en un
vaso. Lo llevo a mi boca. Agua. Simplemente agua. Pero sabe tan bien y
parece ser la única cosa natural, además de una planta que crece cerca de la
ventana. Pienso y siento mi estómago sonar.
—Déjennos —dice el hombre. Corbatitas y Clavito dejan la habitación,
cerrando la puerta suavemente. El hombre toma una silla y la coloca cerca
del sofá, de modo que nuestros ojos se encuentran. Puedo ver a Miles de
aquí a treinta años: Delgado, algo de pelo gris bien recortado y peinado, una
nariz aguileña y profundos ojos verde oscuro.
—¿Estás bien? —pregunta.
—¿Por qué me trajo aquí? —Mi garganta está cerrada, las palabras salen con
un ligero fastidio.
—Te traje aquí porque tienes una valiosa información que necesito —dijo
simplemente. Su expresión es sospechosa. No es como me lo imaginaba.
Pensé encontrarme a un hombre dispuesto a emplear la tortura para obtener
lo que quiere. Este, es un hombre de mediana edad en traje de trabajo.
Observo alrededor de la habitación y veo, con horror, que no hay paredes:
estamos rodeados de ventanas. El piso de granito está decorado con
alfombras auténticas, asemejándolo a un espacio en donde vive alguien a
diferencia de un lugar en el que se hacen negocios.
—Yo no… no puedo estar tan alto —digo, tocándome el estómago.
—Permíteme cerrar las ventanas —responde, caminando hacia su escritorio y
tomando una pequeña caja negra, en la que presiona unos cuantos botones.
Las ventanas empiezan a oscurecerse automáticamente y las luces de la
habitación iluminan aún más, de modo que estamos en una en la que no hay
más vistas aterradoras.
Cierro los ojos y trato de respirar despacio. Después de un momento, los
vuelvo a abrir y él está sentado en la silla que se encuentra frente a mí. —Mi
nombre es Murray Blackwell —dice, acercándose con las manos juntas.
Observa mi destello detenidamente. Un músculo dentro de sus ojos se
mueve y hace un gesto con la barbilla.
—¿Y tu nombre es…? —dice.
—Yo soy Juneau —digo tomando un sorbo de agua. Debo de decidir cuánto
voy a revelar. Sus movimientos son delicados, pero conforme más lo observo,
noto algo en sus ojos, algo de frialdad, que no coincide con el resto de sus
movimientos. Es una serpiente, suave pero venenosa. Me parece peligroso y
sé que no puedo confiar en él. Le diré lo que sea necesario para averiguar
qué es lo que está buscando.
—Juneau… —dice como preguntando y luego espera.
—¿Si? —pregunto, con mirada de confusión. No reconozco el lenguaje
corporal. Podría estar hablando en Swahili por lo poco que entiendo.
—¿Juneau qué? —pregunta.
Me quedo mirándolo.
—Tu apellido —dice finalmente.
Exhalo.
—Ahh! Newhaven —respondo. Todos en el clan conocemos los apellidos de
los demás, pero no los usamos salvo en ceremonias. Nunca nadie me había
preguntado por el mío.
—Juneau Newhaven, tú eres de… —pregunta, y en esta ocasión, respondo
automáticamente.
—Denali, Alaska.
Asiente, sabiendo que le estoy siguiendo el juego de preguntas y respuestas.
—Bien, bien —dice. Se acerca un poco más y pregunta suavemente—. Eso
significa, me imagino, que conoces a un hombre llamado Whittier Graves.
Jadeo, sin esconder mi sorpresa.
—Pues sí, veo que lo conoces —dice con una flamante sonrisa, como si
compartiéramos una broma privada—. Me alegra escucharlo. He querido
comunicarme con él hace unas semanas y parece que ha desaparecido. Así
como con el resto de tu — ¿cómo lo llama él? — tu clan.
Los hechos empiezan a dar vueltas en mi cabeza. Este hombre conoce a Whit.
Sabe acerca de nuestro clan y donde vivimos. Sabe lo suficiente como para
mantenerme en la mira. En lugar de apresurarme con mis preguntas, espero
paciente a escuchar los detalles que este hombre me revelará.
—El Sr. Graves se acercó a mí y me comentó que unos colegas habían
desarrollado, hace algunos años, una droga. La llamaban Amrit. ¿Suena eso
familiar para ti?
Niego con la cabeza.
—Yo expresé mi interés en adquirir la fórmula de Amrit. Incluso, me ofrecí a
visitarlos y ver cómo había sido aplicado el estudio. El Sr. Graves se negó,
asegurando que, personalmente, me entregaría los datos. Pactamos una cita.
Nos encontraríamos aquí hace un mes. El Sr. Graves no se presentó. Como te
puedes imaginar, eso me tiene preocupado.
El Sr. Blackwell se recuesta en la silla y cruza los brazos frente a su pecho, con
expresión de dificultad. Pero, desde mi estudio de las expresiones faciales,
veo rabia detrás de sus cuidadosas palabras.
Y me mira con el cuidado con el que yo lo hago: estudia mi rostro por
cambios en las expresiones faciales. Tomando todas las claves que puede de
mis reacciones. Relajo los músculos de mi expresión facial y me recuesto en
el sofá. Ya logró descubrir que sí conozco a Witt, no deseo que,
accidentalmente, obtenga algo más.
—Envié un grupo de hombres a buscarlo. Tenía una pista de donde estaba.
Rastreé las llamadas que hacía con un GPS hasta una cueva, cerca de Denali,
pero lo único que encontramos fueron los restos de un incendio.
No puedo evitarlo, mis ojos se escandalizan y contengo la respiración. Este
hombre nos ha seguido hasta nuestro territorio. Sabía dónde vivíamos.
El Sr. Blackwell levanta una ceja, está curioso por mi sorpresa al escuchar
como describe la cueva de Whit. Las comisuras de sus labios se levantan
ligeramente, pero regresa a la cara de póker y continúa.
—La persona que contraté para que los rastreara los siguió hasta un camino
que conducía a una villa abandonada. 20 tiendas, más o menos. Muchos
perros asesinados a balazos. Algunos animales de granja: pollos, cabras y
cerdos; corriendo por el campamento y el bosque aledaño en libertad.
Se acerca y espera una respuesta. Formulo la pregunta con mucho cuidado.
—¿Por qué está detrás de mí —uno de los niños del clan— si es Whit… el Sr.
Graves quien tiene la información que necesita?
—Una fuente confiable me reveló que tú eres parte del estudio del Sr. Grave
y que él les tu mentor. Me dijeron también que si no lo encontraba, eras tú la
persona indicada que podría darme información. Yo no sé si el Sr. Graves ha
ido directamente a mi competencia, pero te aseguro que no perderé frente a
ninguna otra farmacéutica.
—¿Cómo sabía que yo no estaba con el resto de mi clan?
—Un dato de la misma fuente confiable —dice y el silencio llega una vez más.
—Exactamente, ¿qué información es la que intenta obtener? —pregunté.
—Como mencioné antes, la composición química de Amrit —dice—. La
fórmula de la droga.
—Verá, eso es lo que me confunde—no lo entiendo desde que escuché que
Miles habló con usted. Mi clan no hace drogas. Nosotros no usamos ningún
tipo de medicina, además de la de primeros auxilios —digo, tratando de
disimular la rabia en mi voz—. No tengo idea de a lo que se refiere.
—Oh, pero yo creo que si lo haces —lanza el Sr. Blackwell—. Dime algo, ¿Hay
otras personas en tu clan con el mismo tipo de deformación en el iris como la
que tú tienes?
A pesar de la rabia y la frustración, estoy empezando a experimentar un
sentimiento nuevo. Un genuino interés por saber qué rayos está sucediendo.
—Todos los niños tienen el destello —respondo, levantando la barbilla para
demostrarle que no hay nada que me pueda decir para atemorizarme.
Asiente, teniendo en cuenta lo que le acabo de decir.
—Una droga como Amrit es capaz de producir severas alteraciones
genéticas… tal vez “mutación” es una forma más adecuada de llamarlo; en la
prole de quienes la tomaron. El Sr. Graves fue poco claro con los detalles,
pero lo que sí mencionó fue que era necesario seguir desarrollando la droga
para lograr evitar ciertos efectos colaterales. Ahora veo a lo que se refería.
—Nuestro destello es ocasionado por la cercanía a —y me detuve antes de
contarle algo referido a Yara.
—¿A la cercanía de qué? —pronuncia—. ¿Un espacio nuclear? ¿Agua
contaminada con riesgo biológico? Hay otras cosas capaces de producir una
alteración genética como la tuya, pero no me lo trago ni por un segundo. Yo
creo que tus padres, y sus amigos, tomaron Amrit como parte de una prueba,
y ahora sus hijos llevan esa marca.
Conforme lo escucho, siento tirones dentro de mí. De pronto, pienso en Tallie
y en la forma en la que le urgía que creyese en lo que aprendí de mi pasado y
el peso de ello frente a lo que yo sentía que era verdad. Y, a pesar de que no
quiero creer nada de lo que este hombre dice, suena como si su teoría fuera
cierta.
Y de repente, el mundo se me viene encima. No puedo pensar, no puedo
hablar, no me puedo mover, no puedo respirar. Todas las piezas de mi
pasado empiezan a pasar delante de mis ojos y a convertirse en hechos.
Un fuerte zumbido en mis oídos y la vista que empieza a desvanecerse hasta
dejarme en la oscuridad de una cueva. No me puedo mover. Ya no estoy
aquí.
Escucho la voz del Sr. Blackwell a lo lejos.
—¿Señorita Newhaven? ¿Está bien? ¿Señorita Newhaven? —alguien empieza
a tocarme la cara, dando suaves palmadas. Escucho una voz—. Rápido.
Envíen un doctor a mi suite. Tengo una visita que está teniendo una especie
de ataque. Una muchacha adolescente. Hágalo rápido.
ESTACIONO EN EL GARAGE A LAS 7:00 AM. EL AUTO DE PAPÁ estaba ahí,
junto a otro que no podía reconocer. Dejo todas mis cosas en el auto y llego a
la puerta de enfrente gritando.
—Estoy en casa. ¿Dónde está ella?
Me rendí intentando llamar después de las Vegas, y sabía que papá no
contestaría el teléfono en mitad de la noche. Juzgando por su auto afuera,
está en casa y si no está despierto, estoy preparado para hacer los honores.
No hay nadie sentado en la sala, así que abro las puertas dobles de la cocina.
Una pared de ventanas permite observar la gran vista de Holmby Hills. Papá
está sentado en una silla, tomando un sorbo de café. Eso, de por sí, debe ser
una advertencia de que algo no va bien. Papá nunca se relaja. Nunca observa
la hermosa vista.
Normalmente, a esta hora, estaría tomando su café en dirección a la puerta,
a mitad de camino a su oficina.
—Papá —digo. Y él se vuelve y me mira, realmente sorprendido.
—Miles, has venido a casa —se levanta y camina hacia mí.
—Después de que tus compinches capturaran a Juneau, me imaginé que lo
mejor sería regresar —doy otro paso acercándome a él, mirándole a los ojos
ya que somos prácticamente del mismo tamaño—. ¿Qué. Fue. Lo. Que. Le.
Hiciste? —pregunto, cada palabra como un desafío.
—¿Y a ti, qué te importa? —Papá baja la taza y se mete las manos dentro de
sus bolsillos.
—Me preocupo por ella —respondo. A la mierda con las explicaciones. A la
mierda la expresión de papá de gato que se comió un canario. Ya me cansé
de andar de puntillas para buscar su aprobación. Esperando que actúe como
un padre en vez de un Gerente General con el adolescente que vive bajo su
techo. Esperando que algún día hable de… mamá. Es como si ella nunca
hubiera existido. Pero todo eso está en el pasado porque había alguien más
por quien me tenía que preocupar y, en este momento, lo único que necesito
es que me diga dónde está.
—Juneau está en una de las habitaciones para los huéspedes —dice—. Está
siendo atendida por una asistente médica —cruza los brazos como si
estuviera retándome.
—¿Qué sucedió? —grito, acercándome un paso más a él—. ¿Qué fue lo que
le hiciste?
Él retrocede y me pone la mano en el hombro para que deje de espantarlo.
—Lo único que hice fue conversar un poco con ella. Desafortunadamente,
parece que traje a colación un tema que la estresa. Gratamente, ha venido
recibiendo sedantes durante toda la noche y una enfermera ha permanecido
con ella, en caso de que decida atentar en contra de su vida.
—Juneau nunca intentaría hacerse daño a ella misma. Lo único que quiere es
salvar a su familia.
—Así que después de pasar unos días con ella, ¿crees que la conoces? —
responde rápidamente.
—Mejor de lo que tú la conoces, obviamente —le digo—. Cuando yo hablo
con ella no le da ningún ataque.
—Algunas veces, enfrentando los hechos directamente es la mejor manera
de que alguien responda —dice—, para aflojar sus respuestas.
—Parece que te funcionó bastante bien —digo, juntando las cejas—. Papá
cambia la expresión por una de enojo y exhala profundamente, haciendo
sombra en los ojos con la palma de la mano. —¿Por qué no vas y hablas con
ella, Miles? Ella no me dirá nada más, ni siquiera me mirará. Estoy seguro de
que esa muchacha tiene la fórmula de Amrit en algún lugar de su cabeza.
Necesitamos que se sienta cómoda aquí, para que hable con nosotros.
Odio a mi padre en este instante. Esta es su cara de negocios, tratando de
obtener lo que quiere. Su lado humano se apaga en el momento en el que
huele un poco de éxito, y ahí está, actuando como un hombre real y
caritativo. Bueno, ¿sabes algo? Yo puedo seguirle el juego.
—¿Qué le darás si habla? ¿Pondrías todos tus recursos para ayudarla a
encontrar a su familia? —pregunto.
—Todos los que tengo —promete y parece tan sincero que tengo que
observarle intensamente para identificar esa curva en el extremo de su ojo
que indica que está mintiendo.
Me detengo un segundo para pensar en lo que hacer. Tengo que hacerle
creer que le creo.
—Gracias. Eso es lo único que ella quiere. Veré si ella puede compartir algo
de información, papá. Estoy seguro de que ella me lo dirá.
—Buen chico —dice Papá, palmeándome el hombro—. Cualquier detalle.
Cualquier cosa puede ser valiosa, aunque para ella sea insignificante. Solo…
ten cuidado. No te imaginas lo que ella significa para nosotros.
Rollos de repugnancia salen de mí en oleadas negras, pero papá conserva la
mirada positiva hasta que dejó la habitación. Hay tantas cosas que me
gustaría decirle. Para herirle. Pero me muerdo la lengua y camino directo a la
“habitación de huéspedes” para ver si hay algo que pueda hacer.
Nada ha cambiado en la habitación de mi madre desde que se fue. Ella y
papá compartieron la alcoba hasta que fue hospitalizada por primera vez. Él
se mudó y luego, ella se fue. Tengo el corazón en la garganta. He evitado
venir aquí los últimos años.
Y ahí, recostada entre las colchas, con un mechón de pelo negro sobre su
pálido rostro, está Juneau. La enfermera está en una silla leyendo un librito
pero se levanta cuando me ve.
—Mi padre quiere que hable con ella —le susurro. Asiente y deja la
habitación, dejando la puerta abierta. La cierro, con mucho cuidado, y tomo
asiento al lado de Juneau en la cama. Tengo muchas ganas de tocarla, pero
no sé cuál será su reacción—. Juneau —digo y ella empieza a abrir los ojos—,
soy yo, Miles. ¿Estás bien?
Se muerde el labio y niega con la cabeza.
—¿Qué pasó? —pregunto—. ¿Qué fue lo que dijo papá para molestarte?
Cierra los ojos y deja salir un suspiro de agotamiento.
—Tu padre, básicamente, sugirió que mi destello y el de todos los niños de
mi clan, es una anomalía genética. Una mutación causada porque nuestros
padres tomaron un tipo de droga. El mismo tipo de droga que tu padre está
buscando. La llama “Amrit”.
—¿Y tú que piensas respecto a eso? —pregunto cuidadosamente. Sus ojos
derraman lágrimas. Se las seca con los nudillos de los dedos y suspira de
nuevo.
—Que eso tiene mucho sentido —dice finalmente—. Eso corrobora la
telaraña de mentiras en la que hemos vivido desde que nacimos. Soy
producto de un engaño. Toda mi vida ha sido cuidadosamente formulada y
mantenida con una sarta de mentiras. Tu padre dedujo que yo, y el resto de
mi clan, somos parte de un “estudio” que Whit estaba haciendo con esa
droga.
No sé qué decir, por lo que tomo su mano. Está fría y la acaricio entre mis
palmas mientras que ella continúa.
—Había empezado a descubrir la verdad de mi pasado —dice Juneau—, pero
después de lo que dijo tu padre ayer, ya no sé qué pensar. He regresado a
base uno. Estoy totalmente perdida. Peor que nunca.
Ella cierra los ojos.
—¿Cómo te sientes, físicamente? ¿Crees que tienes las fuerzas suficientes
para caminar?
Juneau abre los ojos.
—¿Por qué?
—Porque tengo una promesa que cumplir —le digo—. Algo relacionado con
llevarte a Viejo Oeste para que puedas encontrar a tu familia, si mal no lo
recuerdo. Incluso si tu padre te mintió, siguen siendo tu familia. Siguen
necesitando a alguien que los encuentre.
Una luz se ilumina en los ojos vacíos de Juneau y una sonrisa emerge de sus
labios. Se acerca a mí y la tomo en mis brazos para abrazarla contra mi cuello.
Después de un momento, ella se aleja para observar mi rostro y traza, con las
yemas de sus dedos, mis ojos, mi nariz y mis labios.
Estamos tan cerca que puedo sentir su respiración en mi rostro. Luego,
levanta la cabeza tan suavemente que nuestros labios se encuentran y ella
me besa. Su piel es tan suave, y sus labios se sienten como pétalos de flores.
Sabe al limón que la enfermera ha dejado en un recipiente al lado de la cama.
Este beso no es urgente o necesitado como el anterior. Es un beso lento que
promete muchos más, que es exactamente lo que quiero: más de Juneau.
Más tiempo.
—Necesitamos sacarte de aquí —digo finalmente, forzándome a salir de su
abrazo.
—Esperaba que dijeras eso —agrega.
—Le diré a mi padre que estabas muy cansada para hablar —digo—. Que lo
volveré a intentar en algunas horas.
Empiezo a levantarme cuando ella toma mi mano.
—¿Miles?
Levanto una ceja, esperando. Con cara de seriedad, añade —Aunque en un
haces unos fuegos terribles y no sobrevivirías en la naturaleza salvaje más de
diez minutos, no hay nadie más con quién me gustaría estar en este
momento. Eres mi amigo en una isla desierta —y sonríe.
Me río.
—Aunque probablemente puedas matarme de quince maneras diferentes
con un tenedor y aunque hagas barbacoas de pequeños conejos, también me
gustas Juneau. Así que salgamos de aquí y llevemos nuestros traseros a
Nuevo México.
—Un plan muy bueno —dice. Me pongo de pie y me inclino sobre la cama
para besarle la frente.
Me dio una pequeña sonrisa y una ráfaga de alivio llegó a mi cuerpo. Ella se
va a poner bien.
Mi padre está esperando en su guarida, con la expresión de un “padre
preocupado”.
—¿Te dijo algo? —pregunta expectante.
Probablemente piensa que no puedo ver a través de sus intenciones. Pues,
bien, aprendí mis habilidades para la mentira del mejor. Transformo la cara,
para mostrar preocupación y decepción. —Estaba muy cansada para hablar
—digo y cae su expresión—, pero mencionó algo que tu dijiste acerca de que
sus ojos sean una mutación? —papá asiente y dirigiéndome a la cocina, tomó
una botella de jugo de manzana del refrigerador. Sirvió dos vasos y continuó.
—El ojo de la muchacha es una mutación. Si todos los niños de su clan lo
tienen, como dice ella, significa que sus padres hicieron algo que alteró
genéticamente su prole.
—¿Y crees que eso tiene que ver con una droga?
—Lo que me dijeron, Miles, es que un grupo de científicos ecologistas estaba
trabajando en una droga que resolvería el problema de los animales en
extinción, así lograrían que las especies resistieran a enfermedades y evitaran
la misma extinción. Ellos probaron la droga en sus propios cuerpos y
comprobaron que eran inmunes a todas las enfermedades a las que fueron
expuestos. No pasó un año para que se dieran cuenta que tenía un efecto
colateral en los fetos. Y cuando supieron lo que tenían, huyeron de América a
algún lugar donde pudieran vivir sin ser detectados, recluidos.
—¿Sólo para esconder los ojos de sus hijos? —pregunté con duda.
Papá baja el vaso y me mira intensamente.
—Me imagino que, en un inicio, no sabían lo que tenían entre manos, pero
decidieron quedarse cuando descubrieron que habían dejado de envejecer.
—Así que eso es lo que es el Amrit —dije, confirmando mi teoría—, es una
droga que detiene el envejecimiento.
—Técnicamente, Amrit no detiene completamente el envejecimiento. Lo
desacelera a un grado casi imperceptible, o al menos eso fue lo que el Dr.
Graves dijo. Es el santo grial, Miles. La fuente de la juventud. Ellos han
descubierto como engañar a la muerte.
Me quedo observando a papá, la codicia de su cara, me hace sentir enfermo.
—No sólo creo que estés loco —digo—, sino que también has sido engañado.
Papá sostiene un dedo en alto, como si fuera a regañarme.
—Lo creas o no, he visto los resultados. He visto al mismo Sr. Graves. Sé de lo
que esta droga es posible, Miles. Y Blackwell Pharmaceutical tendrá la
patente —se da la vuelta y deja la habitación.
No voy a permitir que eso suceda. Cuando oigo cerrarse la puerta de su
oficina, me escabullo al garaje y comienzo a limpiar mi auto, dejando todos
los utensilios de acampada en la parte de atrás. Vamos a necesitarlos. Espero
que pronto.
EL ZUMBIDO EN MIS OÍDOS FINALMENTE SE HA DETENIDO. Mi visión es
normal, pero me siento débil.
La última vez que fui al baño, la enfermera tuvo que venir y ayudarme a
caminar. Siento las piernas como bandas de goma.

Nadie sabe lo que me pasó. El paramédico dijo que podría haber sido
simplemente un desmayo o un ataque de pánico. Podría haber sido el estrés
de los últimos días. Todo lo que sé es que cuando el Sr. Blackwell dijo lo que
dijo sobre los ancianos tomando un medicamento y teniendo bebés
mutantes, algo se rompió en mí. Tal vez porque tenía sentido.

Tal vez porque yo no quería que fuera verdad. Las mentiras de mi clan son
interminables. Los niños somos los experimentos. Todo el pensamiento de
ello me hizo sentir mal.

Me he quedado con mis pensamientos y por una vez no quiero estar sola.
Sólo yo y la constatación de que lo que el Sr. Blackwell dijo sobre un
medicamento es cierto. Yo no hice la conexión antes, no me di cuenta de que
lo que yo pensaba que era una ceremonia complicada para unir a una
persona al Yara en realidad podría ser desglosado a un componente esencial.
Que el canto, el baile y la disposición del cuerpo era sólo una farsa. Que la
vinculación de elementos a las manos y los pies, los nueve sorbos de agua
pura, las pieles, las plumas, las velas y cristales eran todos símbolos. Al igual
que los tótems de Whit. Todos eran una farsa.

Sólo un segundo de la ceremonia de ocho horas contaba para algo, y es


cuando el brebaje de plantas y minerales se vierte en la garganta del iniciado.
Era un fármaco. Y tenía un nombre: Amrit.
No creo que pueda sentirme peor, pero esto me ha hecho insensible a los
golpes. ¿Unidos con la Yara? ¡Qué broma! Tengo un sabor amargo en la boca,
y si no estuviera sentada en una bonita habitación de alguien, escupiría.

Escucho el sonido de un portazo y un minuto más tarde, el rugido de un


motor de coche puesto en marcha. Miles irrumpe en la habitación. —Papá
acaba de ser llamado de la oficina para algo urgente. Tenemos que sacarte de
aquí antes que él vuelva. Piensa que está cerca de llegar a la verdad,
entonces va a poner más presión en ti. Nunca vas a ser capaz de salir hasta
que él obtenga lo que quiere, y tal vez ni siquiera después de eso.

Miles agarra mis zapatos del lado de la puerta y me los entrega. —La
enfermera está viendo la televisión. Si nos vamos por la parte trasera ella no
va a vernos salir de casa, pero ella puede ver mi coche por la ventana. Y si te
ve fuera, ella definitivamente va a llamar a mi papá para hacerle saber.
¿Crees que podrías hacer tu acto de desaparición en la cantidad de tiempo
que te lleva caminar desde el lado de la casa hasta que te metes en el coche?

Asiento con la cabeza, aunque no estoy muy segura. Ato mi segundo zapato y
me pongo de pie tambaleándome. Miles pone un brazo a mí alrededor y
vamos de puntillas afuera de la habitación y por un pasillo hasta una puerta
de vidrio que da a un patio de losas. Miles gira la llave en la cerradura y abre
la puerta, cuidando de no hacer ruido.

Nos deslizamos hacia el patio, y sigo a Miles por el lado de la casa. Él mira el
coche y luego apunta a la ventana delantera. La enfermera está sentada
frente a la ventana, mirando a un televisor de pantalla plana enorme que
está a un lado de la misma, pero con una visión clara del camino.

—Voy a caminar primero, abrir la puerta del coche, y me quedaré un


segundo ahí antes de entrar. Si puedes ir más allá a través de la puerta del
lado del conductor y permanecer invisible hasta que conduzcamos fuera, la
enfermera va a pensar que sólo fui yo quien se fue.
—Está bien, sólo dame un segundo —le digo. Cierro los ojos y tomo una
respiración profunda. De repente pierdo el equilibrio, me tropiezo y Miles
llega a agarrar mi hombro.

—¿Estás bien? —pregunta con el ceño fruncido por la preocupación.


Asiento con la cabeza.
—Cerrar los ojos no es una buena idea —le digo—. No sé si voy a ser capaz
de conectarme al Yara de pie. Aún estoy muy mareada.
—¿Qué tal si te aferras a mí mientras caminas? ¿Funcionaría eso? —
pregunta.

—Vamos a intentarlo —le digo, y enredo mi brazo en el suyo, poniendo un


poco de mi peso sobre él—. Pon tu brazo hacia abajo un poco, se ve como
que estás sosteniendo a alguien. —Miles ubica ambas manos en los bolsillos
delanteros, y me da un buen alcance de su brazo—. Eso es perfecto —le
digo—. Ahora quédate quieto.

Estoy de pie, sosteniendo el brazo derecho de Miles con las dos manos y los
ojos abiertos esta vez.
Pienso en Metamorfosis y observo los colores que me rodean. Verde por
todas partes.

Los pastos, arbustos y árboles hacen un telón de fondo verde casi sólido y me
imagino a un camaleón en mi mente, la piel cambia para fusionarse con su
entorno. Siento el Yara destellando a través de mi cuerpo como un rayo
mientras me transformo para asemejarme al entorno.

—¡Estás verde! —dice Miles junto a mí—. No sólo es verde, es un tipo de


verdoso marrón, como camuflaje.
—¡Vamos! —Insisto, y partimos hacia el coche. Miles abre la puerta del lado
del conductor y luego deja caer las llaves al piso. Mientras se inclina
lentamente a recogerlos, me deslizo junto a él hacia el asiento del pasajero,
empujándome lo más bajo del tablero como sea posible, en caso de que mi
camuflaje desaparezca.
Miles se mete en el coche, cierra la puerta y comienza el encendido. Lo veo
sonreír y decir adiós a la enfermera antes de poner el coche en marcha y
girando alrededor de su camino de entrada y volver por el camino.

—¿Estaba mirando? —pregunto, sin atreverme a moverme hasta que


estemos bien lejos. Tiramos a la carretera principal, y Miles pisa el pedal del
gas.

—Ella me saludó —dice—, y en cuanto le devolví el saludo, se dio la vuelta y


caminó en la dirección a tu dormitorio. Va a averiguar ahora que te has ido. Y
la llamada irá directamente a papá.

Me levanto del piso para sentarme en el asiento del pasajero y paso el


cinturón de seguridad a través de mí. Miles me mira y sonríe con una amplia
sonrisa.
—¡Lo hicimos! —grita.
Apoyo la cabeza contra el reposacabezas y exhalo un profundo suspiro de
alivio. Siento el Conjuro dejándome y miro hacia abajo para ver mi piel
bronceada, pantalones vaqueros y zapatillas.

—Bien. Papá va a tener a alguien que nos siga, tan pronto como se entere
que te has ido. No voy a ser capaz de utilizar cualquiera de mis tarjetas de
crédito, así que espero que tengas dinero.

—Perdí mi bolso en la pelea de regreso en Salt Lake City —digo con tristeza—
. No, no lo hiciste —dice—. Está de vuelta.

Me inclino sobre el asiento, veo mi bolso en el suelo y casi me desmayo de


alivio.
—Miles, gracias. Toda mi vida está en ese bolso. —Lo dejo encima del asiento
empiezo a hurgar en él. Todo sigue allí a excepción de mi ballesta, por
supuesto porque se me cayó cuando fui capturada a fuera el auto de Whit.
Aunque me siento indefensa sin ella, todavía tengo mi navaja.
—¡Próxima parada Nuevo México! —dice Miles.

—¡Woo-hoo! —grité.

Pero nuestro entusiasmo desaparece segundos después, cuando Miles mira


en el espejo retrovisor y maldice. Me vuelvo para ver lo que está mirando. A
una manzana de distancia, está viniendo a por nosotros a una velocidad
aterradora un Jeep-verde militar.
MILES PISA A FONDO EL ACELERADOR. ESTE ES SU BARRIO, y él logra
mantenerse por delante del Jeep. Luego toma la pista derecha, y de pronto
estamos dejando el barrio con dirección a un paisaje desolado de árboles
dispersos y comunes.

— ¿A dónde vamos? —pregunto.

—Al desierto. Creo que podemos perderlos mejor que aquí. Sé de un lugar en
el que nos podríamos ocultar. Un lugar que mis amigos y yo solíamos ir a
pasar el rato cuando no queríamos que nuestros padres nos encontraran. Es
una vieja choza.

—Pero Miles, aquí somos presa fácil. No hay nada en donde esconderse. Es
sólo una cuestión de quién es más rápido.

—Es el único plan que tengo —dice con una mueca de preocupación.

Jeep gana un poco con cada kilómetro. Finalmente, cuando está sólo unos
pocos metros detrás de nosotros, el Jeep se desvía hacia el carril izquierdo y
acelera hasta que estamos casi al lado del otro. Whit está en el asiento del
pasajero con su ventana abajo, hace señas para que nos detengamos.

—¡Alto! —puedo verlo gritar, pero el rugido de los motores ahoga su voz.
Y entonces todo sucede a la vez: el guardia en el asiento trasero levanta una
pistola y aprieta el gatillo antes de que tenga tiempo de reaccionar. —¡No! —
grito, cuando hay un fuerte sonido de disparos. Whit se da vuelta y lucha con
el guardia. El arma se dispara de nuevo.

Miles gruñe y nuestro coche se desvía peligrosamente hacia la derecha.


Tomo el volante y nos enderezo mientas Miles se desploma en la ventana.
—¡Miles! —grito—. ¿Estás bien?

—Creo que me dispararon —dice—. Toma el volante.

Desabrocho nuestros cinturones de seguridad, agarro el volante y me deslizo


hasta golpear el pie de Miles en los pedales. Él se desliza hacia abajo para
inclinarse hacia atrás en el asiento, tirando de sus piernas hacia él para hacer
espacio para mí. Estoy entumecida. Mi cuerpo se ha hecho cargo, ya que mi
mente no puede hacer frente a lo que acaba de suceder.

Miro fijamente al Jeep y veo el rostro blanco de Whit en la ventana abierta. Él


se ve horrorizado. No había esperado que su chico disparara, eso está claro.
Siento una oleada de náuseas que me golpea y tengo que concentrarme para
no temblar. Es mi segunda vez tras el volante y voy por una carretera del
desierto a toda velocidad. Sólo quédate en el camino y mantén el pedal hacia
abajo, me digo.

Yo sé que no puedo perder de vista a los hombres de Whit pero tengo que
hacer algo. Llegar al Yara, aunque nunca seré capaz de calmarme lo suficiente
para conectarme. Sin embargo esas eran las reglas de Whit, me recuerdo a
mí misma. A pesar de mi corazón latiendo como un tambor contra mis
costillas y mi respiración irregular, limpio todo de mi mente y me concentro
en la fuerza que corre a través de todo: yo, Miles, el coche, la carretera, y el
aire que nos rodea. Esta fuerza es mía para usar y a cambio, soy su
herramienta. Siento el rayo de conexión y de pronto estoy clara. Enfocada.

Ambos coches han desacelerado. Parece que Whit le está gritando al hombre
en el asiento trasero y no está completamente centrado en la carretera. Echo
un vistazo al Jeep e imagino el interior de su motor. Imagino la plateada y
blanca bujía de la que he leído antes y pienso en agua, concentrándome en
tomar cualquier humedad en este paisaje seco y reúno todo allí mismo, justo
entre la conexión de los conectores y el motor. Y de repente, el Jeep derrapa
hacia fuera.
Lo veo en el espejo retrovisor girando en círculos sobre la carretera detrás de
nosotros antes de volar fuera de la carretera y aterrizar de costado. Eso es
todo lo que tengo para ver antes de pasar sobre una cresta y perderlos de
vista.

Miles se queja a mi lado. —¡Miles! —grito—. ¿Cómo estás de herido?

—Estoy vivo —dice—, pero creo que él me dio en el pecho.

—Miles, no podemos volver a la ciudad si eso significa que tenemos que


pasar por el Jeep. Si aún están vivos, podrían tratar de matarnos de nuevo. —
Desacelero el coche lo suficiente como para poder pensar. Ahora que la
fuerza del Yara me ha dejado, me siento entumecida por el shock. — ¿Dónde
está este lugar en dónde querías ocultarte?

—Es sólo esta vieja choza. Gira a la derecha pasado el signo Exxon, escondido
detrás de una roca —dice jadeando con fuerza. Veo un cartel de Exxon en la
distancia y me dirijo directamente a él, a continuación, tomo el camino de
tierra detrás de él tan rápido que la parte trasera del coche derrapó. Mi
corazón salta de mi garganta, pero me las arreglo para enderezarlo y
mantenerme en el camino.
Estamos llegando a una enorme roca. Un camino casi invisible serpentea
detrás de ella y allí mismo, en medio de la nada, pero invisible desde la
carretera principal, se encuentra una choza.

Chirrío hasta parar entre la cabaña y la roca, ocultando el coche de


cualquiera que pudiera conducir por ahí. Saltando fuera del auto, corro hacia
el lado del pasajero y abro la puerta.

Miles está acostado boca arriba con las piernas dobladas. Hay sangre por
todo el lugar, ni siquiera puedo ver de dónde viene.

—Oh, Miles —le susurro. Aunque estoy acostumbrada a cazar, ver sangre y
vísceras, me siento impotente.
—¿Crees que puedes caminar? —pregunto.

—Lo intentaré —dice. Su voz es débil. Eso me asusta más que toda la sangre.
Mantén la calma, pienso. Tienes que ser fuerte. Ahora no es el momento para
las emociones.

—Vamos a llevarte dentro de la cabina —le digo—. El Jeep volcó de lado,


pero podría ser capaz de volver de nuevo al camino.

—Cuando descubra que te has ido, papá estará detrás de nosotros también
—dice Miles.

—No te preocupes por eso —le digo, y le ayudo a estar en una posición
sentada, tirando de sus piernas para girar alrededor y sacarlo del coche.
Ubico su brazo por encima de mi hombro y lo levanto. Nos tropezamos a la
mitad del camino de grava hacia la casa destartalada, Miles gimiendo y
apretando su mano al costado. Lo dejo en el porche y al ver que la puerta
está entreabierta, la abro de una patada. Echo un vistazo alrededor. No hay
nada dentro. No hay fregadero, ni muebles. No hay electricidad. Sólo una
pequeña habitación con botellas de cerveza y paquetes de cigarrillos
desparramados.

Ayudo a Miles a bajar al suelo, luego me arranco la chaqueta, la doblo un par


de veces y la coloco debajo de su cabeza. Corro de vuelta al coche y me
acerco al tronco para arrastrar mi bolsa y el equipo de camping por si hay
algo allí que sea de utilidad.

Está oscuro dentro de la habitación, así que enciendo algunas de las velas
para acampar y las pongo alrededor del cuerpo de Miles. No me tomo el
tiempo para desabrochar su camisa de algodón, sólo rasgo y dejo volar los
botones. La camiseta debajo está tan completamente empapada en sangre
que no tengo ni idea de qué color era originalmente. Tomo unas tijeras de mi
mochila y corto recto por el centro de la camiseta a través de la línea del
cuello, y luego hacia abajo a través de las mangas, por lo que él está acostado
con el torso desnudo y la bala en el costado, entre dos costillas, está
expuesta.

Miles deja escapar otro gemido y, envolviendo sus brazos alrededor de su


pecho, se retuerce de dolor.

—Shh, Miles. Intenta permanecer quieto —digo, y acerco una vela para
poder ver la herida. Es un agujero redondo del tamaño de mi yema del dedo,
con supuración de sangre en ella. La toco, tirando de la carne lo suficiente
para ver que la bala se incrusta un par de pulgadas. No sé qué hacer. Echo un
vistazo alrededor de la habitación, una vez más, evaluando lo que tengo a mi
disposición.

Debería llamar a alguien para que venga a ayudar, pero no hay teléfono en
esta choza.

—Miles, no conseguiste un teléfono nuevo, ¿verdad? —pregunto. Niega con


la cabeza. Me pregunto cómo estará de cerca el hospital. Dudo que incluso
fuera capaz de encontrarlo a tiempo. Podría intentar hacer señas a alguien en
el camino, pero no tengo ni idea si Whit y sus hombres tienen el Jeep
funcionando.

Esto depende de mí, me doy cuenta. La vida de Miles está en mis manos.
Inspecciono el agujero que ha hecho la bala otra vez, y luego, cavando en mi
bolso, saco mi cuchillo de caza. Yo he sacado miles de flechas de ballesta de
presas muertas, pero nunca una bala.

Miles empieza a balbucear algo sobre un sueño, y puedo decir que no falta
mucho tiempo antes de que se desmaye. Lo que probablemente sería algo
bueno, porque esto va a doler. Podría sedarlo con algunos brugmansia8 pero
no tengo el tiempo que se necesitaría para hacer efecto. Tengo que hacer
8
Brugmansia es una especie botánica de planta medicinal del género Brugmansia de
la familia de las Solanaceas
.
esto ahora. Doy vuelta la hoja del cuchillo dentro de la llama de la vela e
invoco todo mi valor.

Sosteniendo la herida de Miles abierta con la mano izquierda, inserto la


punta de la cuchilla en el agujero al lado de la bala y sigo hacia abajo. Miles
deja escapar un grito atormentado, convulsiona, y luego cae inconsciente. Su
movimiento ha hecho que el cuchillo resbalara ligeramente hacia un lado. Me
enderezo y entonces hurgo rápidamente, acuñando la punta de la cuchilla en
la bala, y tiro hacia arriba. Una vez que está parcialmente a través de la piel,
la saco el resto del camino con los dedos. La sangre comienza a brotar fuera
del agujero.

Me quito la camisa de manga larga, dejándome sólo la camiseta, la enrollo


hasta presionar contra la herida, y darle la vuelta ida y vuelta para pasar una
manga de la camisa debajo de su torso. Ato por fuera y me siento para
inspeccionar mi trabajo.

La bala está fuera, pero ha perdido mucha sangre. Y aunque mi cuchillo


estaba limpio, sé que podría contraer una infección, a diferencia de mí y de
mi clan, que nos curamos rápidamente y limpiamente de un accidente
ocasional. Su piel se ha puesto pálida, y si no estuviera respirando, pensaría
que ya estaba muerto.

Mi corazón late tan fuerte que lo siento latiendo en la garganta. ¿Qué más
puedo hacer? Y entonces se me ocurre. Hay algo que yo puedo hacer.
Aunque nunca he actuado sola, sé que soy capaz. Tengo un momento de
duda: ¿va a funcionar incluso en alguien que no ha crecido con la Yara?
Entonces recuerdo que madre y padre no crecieron con la Yara, y funcionó
para ellos. Whit iba a venderlo al mundo exterior, por lo que al menos debió
pensar que funcionaría en cualquier persona. Además, no tengo más remedio
que sentarme y dejar que Miles muera. Una mirada a su estado sangriento y
mi decisión se toma.
Vacío cuidadosamente la mochila hasta que todo su contenido está repartido
por el suelo, asegurándome de que tengo todo lo que necesito. Empiezo
recogiendo piedras y ramos de hierbas y las dejo en líneas. Tomo un paquete
de plantas y minerales mixtos y lo pongo junto a la cabeza de Miles, con la
copa de ágata y la hoja ceremonial.

Pongo una gran piedra de luna en cada una de las manos de Miles. Organizo
las velas en un halo alrededor de su cabeza. Y empiezo el Rito.

Pienso en lo que estoy haciendo y me pregunto cuánto de ello es necesario y


cuánto sólo para mostrar. Hasta que el padre de Miles comenzó hablar sobre
la ingesta de la medicina antes de que detuviéramos el envejecimiento, no
me había cuestionado el Rito. Nadie cuestionó el Rito. Sólo Whit y yo
sabíamos cómo hacerlo, después de haber tomado el lugar de mi madre. Me
dijo que tenía que ser realizado por una mujer, que él estaba allí para
mostrarlo, pero me pregunto ahora por qué él no fue capaz de hacerlo por sí
mismo.

Y aunque ahora sé que la mayoría de lo que me han enseñado es, en efecto,


una cortina de humo para el medicamento, me hace sentir mejor realizar los
preparativos para el Rito como siempre he hecho. Por desgracia, en el caso
de Miles, no tengo todo el tiempo del mundo, como lo hago siempre.

Trabajando rápidamente, le quito el resto de la ropa a Miles, y luego,


tomando dos pepitas de oro, los uno a la parte inferior de cada pie con tiras
de tela de algodón. Canto mientras trabajo, la canción que los niños cantan
fuera de la yurta de Whit, en el que el cuerpo estará durante el sueño de la
muerte. Canto sobre la muerte y el renacimiento. Canto de dormir y
despertar; la hibernación de los animales y la renovación de la vida en la
primavera.
No es el canto, es la droga, me recuerdo a mí misma, pero Miles se merece
este tratamiento. Aunque sea un ritual innecesario, que está destinado a
vincular simbólicamente el espíritu de la persona a la Yara. Para unir su vida a
la naturaleza. Para darle más significado que sólo vivir para sí mismos.
Después del rito, están tan entrelazados de manera integral con la naturaleza
que viven por todo y todos en el planeta. Yo quiero eso para Miles. Creo que
él hubiera querido lo mismo, si entendiera. Incluso si todo es una farsa,
significa algo para mí.

Me siento descendiendo en el estado de trance en el que caigo a la hora de


realizar el rito. Mi cuerpo ya no importa. Me muevo fuera él, viéndome a mí
misma marcando con un círculo a Miles tres veces, arrojando hierbas secas
por encima de su cuerpo y dejando caer como polvo en su piel. Me arrimo de
nuevo para recoger la taza y vaciar el paquete de hierbas y minerales en ella.

—Miles —digo, y lo agito suavemente—. Miles, ¿todavía estás aquí conmigo?

Toma una respiración poco profunda y dice: —Creo que sí.


Trata de abrir los ojos, parpadea unas cuantas veces, y luego se detiene en el
intento. Por lo menos es consciente de nuevo. Tengo que trabajar rápido.

Tomando el cuchillo ceremonial pequeño curvado, corto la palma de mi


mano y dejo que mi sangre gotee sobre el polvo verdoso, y luego revuelvo
con la empuñadura con forma de cuchara del cuchillo.

—Tienes que tragar esto —le digo, y le doy una cucharada con mezcla de la
sangre en su boca. Recojo la cantimplora de agua y la vierto en su garganta,
llevando la mezcla hacia abajo con ella. Él farfulla y tose, pero mantiene el
polvo y líquido bajando.

—Miles Blackwell, ¿me oyes? —le digo.

—Sí —responde Miles.


—¿Estás de acuerdo en convertirte en uno con la Yara? ¿Para dedicar tu vida
a la tierra y a la fuerza que une a todos los seres vivos entre sí?

—Juneau —respira Miles. — ¿De qué demonios estás hablando?


—Miles, ¿aceptas intercambiar tu vida de ochenta años por una de muchos
centenares?

Miles fisgonea con un ojo abierto y deja descansar su mirada sobre mí. Él
habla, pero su voz no tiene fuerza y tengo que inclinarme para oírlo.

—Si no lo hago, ¿me muero? —Respira.

Me llevo la mano al pecho, y aunque mi cuerpo está entumecido y mi espíritu


en calma desde el trance, siento mis ojos nublarse de lágrimas.

—Es posible morir de todos modos. Pero este es mi mejor intento —le
confieso.

—Entonces lo hago, Juneau —dice, y su voz es un susurro.

Me sitúo cerca de su cabeza. Con mi otra mano empiezo peinarle el pelo


ondulado con los dedos mientras espero a que la mezcla entre en vigor para
que el sueño de la muerte llegue. Las respiraciones de Miles se vuelven cada
vez menos profundas, hasta que exhala su último suspiro. Las lágrimas me
inundan los ojos mientras me inclino y beso sus labios aún calientes. Luego
voy a sentarme en la puerta abierta de la cabaña.

Cierro los ojos mientras mi espíritu se desconecta del Yara. Me siento


emerger de la bruma de otro mundo de mi trance. El peso de la decisión que
acabo de hacer hace presión sobre mí, me paralizo por el miedo. ¿Qué he
hecho?

La única cosa que podías hacer, me digo. Abro los ojos y miro el paisaje ante
mí, la tierra estéril plana con colinas rojas en la lejanía.

Además de los animales del desierto, soy el único ser vivo que respira en
kilómetros a la redonda. Me siento en la puerta y espero.

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