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SUBLIMANDO MI IMPULSO AUTODESTRUCTIVO.

Una vez más la desesperación se apodera de mi ser. Puedo sentir en cada célula de mi cuerpo el
temor y no me gusta la sensación. El cuerpo se paraliza, dejo de respirar, me tenso y me preparo
para resistir. Resistir qué? Mis miedos ni siquiera son reales. Es como si mi pantalla mental
estuviera programada para repetir una y otra vez una especie de tráiler con escenas futuras
trágicas de mi vida. En una me veo con cáncer. En otra con VIH. En otra veo como sufro un
accidente. En otra yo provoco un accidente que le quita la vida a alguien. En otra el edificio se
desarma y me cae el techo encima. En otra la muerte de mi abuela. En varias escenas muchas
muertes. Y la escena más temida: mi propia muerte. Vivir con el miedo constante a que la muerte
puedo aparecer a la vuelta de la esquina y con la incertidumbre de no saber cuándo ocurrirá me
desespera. Decido no darle ventaja a la maldita muerte. Ella no decidirá por mí. Seré yo. En un
intento por alejar de mí estos pensamientos me meto bajo la ducha. Siento como el agua caliente
cae sobre mi cabeza y luego fluye acariciando el resto de mi cuerpo. Hay una tijera en la tina. La
tomo, la acerco a mi vientre, respiro profundo, aguanto la respiración y con todas mis fuerzas la
entierro en mi vientre. Siendo el ardor de la herida. Comienzo a sentir como la sangre corre por mi
cuerpo, mezclándose con el agua de la ducha. El dolor me alivia. El dolor calma el sufrimiento. EL
dolor calma el miedo. Sentir es lo que me genera placer. Incluso si sentir conlleva ese dolor.
Decido disfrutar el momento y despedirme con la sensación de haber controlado

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