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Por lo tanto, el fenómeno del sentido ético da lugar al hecho moral.

La moralidad
forma parte del entramado de la vida humana, constituyendo así uno de los datos
de la existencia del ser humano. Toda reflexión ética se apoya necesariamente
sobre los datos del hecho moral. En este sentido, sobre el desarrollo del sentido
moral en el contexto de formación sacerdotal, se deberá prestar especial atención
al proceso de formación humana hacia la madurez, de tal manera que la vocación
al sacerdocio ministerial de los candidatos llegue a ser en cada uno un proyecto
de vida esencial y significativo, en medio de una cultura actual que exalta lo
desechable y lo provisorio.

Teniendo en cuenta el sentido moral como uno de los fundamentos de la


formación sacerdotal, Prada (2007) define que:
“La formación de la conciencia es el camino real de cualquier método pedagógico,
religioso o moral que pretenda ayudar al ser humano y no cabe duda de que el ser
humano es capaz de escuchar la voz de la verdad en la propia conciencia”. p. 8

Para lo cual, se entiende por dimensión moral, aquella condición de la realidad


humana por la que ésta se construye libre y coherentemente. La historia humana
no se rige únicamente por leyes autónomas ni se constituye según modelos
previamente incorporados a un devenir ciego e irreversible. Por el contrario, la
historia humana depende, en gran medida, de las libres y responsables decisiones
de los seres humanos que, en cuanto tales, están orientadas por modelos que
transcienden normativamente (sentido, fines, ideales) la realidad fáctica. Esta
peculiar manera de ser de la historia humana es traducida a través del sentido
moral, el cual significa a su vez la configuración “humanizadora” o
“deshumanizadora” de la realidad.
Definida así la dimensión moral es al mismo tiempo subjetiva y objetiva. Mirada
desde la polaridad objetiva, indica la construcción (o destrucción) normativa de la
realidad humana; mirada desde la polaridad subjetiva, expresa el grado de
coherencia (o incoherencia) de la persona. La síntesis dialéctica de las dos
polaridades constituye la totalidad de la dimensión moral.
De acuerdo con esas polaridades, la dimensión moral se concreta en el significado
de estas dos preguntas:
1. Polaridad objetiva: ¿Qué es lo bueno?
2. Polaridad subjetiva: ¿Qué debo hacer?

Integrando las polaridades objetiva y subjetiva, la dimensión moral cuestiona la


construcción normativa de la realidad humana para que de ese modo, los sujetos
humanos sean coherentes con ellos mismos. Coherencia subjetiva e ideal objetivo
son las dos vertientes del sentido moral. Son muchas las funciones que se le
asignan a la dimensión moral. De entre ellas se destacan dos como prevalentes: la
función crítica y la función constructivista. A través de la primera función la ética
detecta, desenmascara y pondera las realizaciones no auténticas de la historia
humana. Mediante la segunda función, proyecta y configura el ideal normativo de
la realización humana.
De esta forma, el sentido moral viene a ser la expresión de la dimensión ética de
la persona. En efecto, conciencia, discernimiento y estimativa constituyen la triple
vertiente de la subjetivación moral. La conciencia moral es la puesta en escena de
la dimensión moral de la persona; el discernimiento moral constituye su cauce
funcional; una y otro alcanzan su plenitud en la estimativa o interpretación moral.
Lo moral no existe independientemente, sino en vinculación indisoluble con la
condición de lo humano.
No se puede hablar de conciencia moral si no se dilucida previamente la
estructura antropológica de la conciencia. En este sentido, la conciencia moral es
la misma persona en cuanto que ésta se clarifica a sí misma (aspecto de
autoconocimiento), en referencia a los demás (aspecto de reciprocidad) y en
relación con el universo de la realidad (aspecto valorativo), lo que conlleva a
constituir a la conciencia moral como la estructura subjetivizadora de la moralidad
y su cauce funcional es la reflexión desde la dimensión espiritual y el
discernimiento ético.
Relación con lo Espiritual
En el desarrollo integral de la personalidad, la educación en Occidente ha
privilegiado la dimensión cognitiva, el desarrollo del intelecto, la inteligencia, la
memoria, el procesamiento de la información, procesos de análisis, síntesis, etc.,
en la llamada “era del conocimiento”; en la que el conocimiento representa poder
en todos los sentidos, político, económico, social, cultural e incluso personal;
relegando u olvidando casi por completo la dimensión espiritual, que a pocos
interesa por parecer insignificante, algo abstracto, que no se entiende para que
sirve, o por otros preconceptos erróneos culturales al confundirla con religión.
Es por eso, que se hace necesario empezar por aclarar que espiritualidad no es
igual a religión. De acuerdo al maestro espiritual Eckart Tollé (2010), autor del
best-seller: El poder del Ahora, la religión se refiere a tener un credo, una
ideología, unas creencias consideradas como la verdad absoluta, que no hace
necesariamente a las personas espirituales.
Mientras que la vida espiritual según el Diccionario de la Real Academia Española
(2006), “es un modo de vivir arreglado a los ejercicios de perfección y
aprovechamiento en el espíritu” p. 2297. La espiritualidad no es religión, es la
dimensión de la conciencia humana que se encuentra oculta tras las sombras del
ego. Según Tollé (2010) “el grado de espiritualidad de la persona no tiene nada
que ver con sus creencias sino todo que ver con su estado de conciencia. Esto
determina a su vez la forma cómo actúan en el mundo y se relacionan con los
demás” p.16
Así, la espiritualidad es la manifestación de la conciencia, y en tanto, es conducta.
Pero la conciencia no es aquella que te señala, te juzga y te acusa: ¿Por qué
hiciste esto o aquello?, no debiste hacerlo, y te hace sentir culpable. Esos son los
juicios de la mente, así es que mente y conciencia no son los mismo.
La mente se ubica en una dimensión superficial, mientras que la conciencia en la
dimensión profunda. Subraya Tollé (2010): “Cuando estamos en contacto con esa
dimensión interior todos nuestros actos y relaciones reflejan la unicidad con toda la
vida que intuimos en el fondo de nuestro Ser. Ese es el amor”. y agrega que “…
esa conciencia es lo que somos más allá del ego, es el Yo profundo” y expone que
esa dimensión “..es infinitamente más vasta que el pensamiento…no somos esa
voz que llevamos en la cabeza” y pregunta : “ ¿Quién soy entonces ? Aquel que
observa esa realidad. La conciencia que precede al pensamiento, el espacio en el
cual sucede el pensamiento, o la emoción, o la percepción”.
La dimensión espiritual es parte de la integralidad, de la unidad de la persona y
engloba su totalidad. El médico psiquiatra Viktor Frankl (2004), en su obra: “El
hombre en busca de sentido” al referirse a las dimensiones de la persona, se
expresó de la siguiente forma:
La persona es un individuo: la persona es algo que no admite partición, no se
puede subdividir, escindir, porque es una unidad…La persona no es sólo un in-
dividuum, sino también insummabile: quiero decir que no solamente no se puede
partir sino tampoco se puede agregar, y esto porque no es sólo unidad sino que es
también una totalidad… La persona no es sólo unidad y totalidad en sí misma,
sino que la persona brinda unidad y totalidad: ella presenta la unidad físico-
psíquico-espiritual y la totalidad representada por la criatura” p. 106 y 112
En esa dimensión espiritual que apunta a la perfección, como ya se mencionó,
Frankl (1998) sostiene: “Ser hombre significa trascenderse a sí mismo. La esencia
de la existencia humana yace en su autotrascendencia. Y agrega: “La
autotrascendencia de la existencia humana se realiza en el servicio a una causa o
en el amor a una persona, o sea, al logos en sí y como tal a un logos encarnado”.
Buscar la perfección, no es otra cosa que cumplir el telos, el fin o propósito de
la existencia humana, la evolución de la conciencia. Desde la psicología
humanista, expresa Lahey: “ Los humanistas coinciden en afirmar que todo ser
humano posee una fuerza interna, una dirección interna, que le empuja a crecer,
mejorar y a convertirse en el mejor individuo que puede ser. Las personas tienen
libertad para elegir y, por lo general, saben escoger con inteligencia las opciones
que permiten su crecimiento personal. Esta dirección interna es la fuerza principal
para el desarrollo de la personalidad” p.523. Esa perspectiva humanista, se
enmarca en la teleología humana, la palabra teleo, viene del griego telos, que
significa fin. “Una de las características de los seres vivos es la tendencia a crecer
y desarrollarse hasta alcanzar su telos, que significa al mismo tiempo fin y
perfección…”
Según Maslow (2006) expresa que “una persona es simultáneamente actualidad y
potencialidad” p.34. Es decir, la persona es lo que es y lo que puede llegar a ser,
lo que aún no ha manifestado pero pervive en su interior. Afirma: “La naturaleza
interior de cada persona posee ciertas características que los otros yo también
poseen (específicas) y otras únicas de la persona (idiosincráticas). La necesidad
de amor caracteriza a la persona desde el momento de su nacimiento…” 237 y
subraya: “La persona en la medida que es una persona, es el principal
determinante de sí misma. Cada persona es, en parte, su propio proyecto y se
hace así misma” p. 239
En este marco de comprensión del sentido moral, en donde la constitución del
sujeto y su relación con el mundo es el tópico generativo para garantizar una
educación de calidad, desde una formación integral; pues es la persona misma
que al reflexionar y tomar conciencia de su realidad individual aportará de manera
significativa a la transformación del contexto.
De esta premisa y reconociendo los factores que conllevan a una educación de
calidad según Braslavsky (2006) y tomando el escenario de la formación
sacerdotal como espacio educativo ideal para el cumplimiento en la práctica
pedagógica de una educación de calidad se plantea el argumento que para llegar
a este objetivo no solo basta responder a los factores internos y externos del
fenómeno educativo sino formar esencial y constantemente en el sentido moral
asumiéndolo como eje central y dinamizador que permita alcanzar una verdadera
y real educación de calidad en los diferentes contextos de la práctica pedagógica.

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