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Me remuevo inquieta en la cama, tratando de dormir.

Bien, me rindo. Abro los ojos y miro el techo sintiéndome irritada y molesta. ¿Hace cuánto de mi
último sueño reparador, de esos como Dios manda? izquierda, a Christian, que ladeado hacia
mí y con su mano descansando bajo mi barriga de embarazada dormita tranquilamente
completamente ajen problemas nocturnos. Cómo le envidio. Miro la hora en el reloj de la mesita
de noche: las dos cincuenta de la mañana.

Maldita sea.

Es increíble que ni todo el esfuerzo físico que supone jugar, correr y mantenerle el ritmo a
Teddy pueda agotarme lo suficiente como para permitirme reparadora noche de sueño. Y
Christian, que siempre ha sido una fuente inagotable de energía, es el primero en quedarse
dormido… luego de hacer claro.

Sonrío tontamente al recordar todo lo que hicimos en el nuevo cuarto de juegos cuando
finalmente Teddy se durmió. Es increíble lo mucho que me gu estamos ahí incluso cuando mi
enorme barriga no me permite moverme mucho. Pongo los ojos en blanco cuando recuerdo lo
que Christian me respo dije que a su hija quizá ya le gustaba el sexo: No habrá nada de eso
hasta que cumplas treinta, señorita. Será hipócrita.

Me entran ganas de ir al baño. Ya estoy a poco de dar a luz, y Christian está hecho un mar de
ansiedades. Sonrío. Me sacudo su mano de encima y él murmura, pero no despierta. Bajo de la
cama y me encamino al baño del pasillo para no molestarlo con la luz.

Escucho un ruido de pasos y me paro en seco.

¿Será Taylor? No, eso es ridículo. ¿Qué haría él dentro de la casa a estas horas? Y Gail debe
estar con él, así que tampoco. Frunzo el ceño. Doy media presintiendo algo. Oh, Dios, por favor,
que sólo sea mi imaginación, sólo eso, repito mientras corro lo más rápido que puedo hacia la
habitación de Te

Santa mierda, la puerta está entreabierta, y cuando Christian y yo lo dejamos juraría que quedó
cerrada. Paso del nudo en mi garganta y de mi senti preservación gritando ¡Lárgate de allí,
tonta! Y entro. Siento que las fuerzas me fallan cuando veo una figura encapuchada inclinada
sobre la cuna, co Teddy dulcemente dormido.

Joder, ¿qué hago? ¿Llamo a Taylor, a Christian? ¿Golpeo al intruso? Sí, eso parece lo mejor por
lo pronto, pero ¿con qué? No creo que los peluches de realmente puedan hacer más que
enfurecer al intruso. ¿Y si está armado?

¡Joder, Ana, haz algo ya!, me chilla mi subconsciente. Mi Diosa interior está metida bajo su chaise
longue temblando y llamando a su mama. Pero ella

Miro por los alrededores y encuentro una lámpara de pie cerca de la puerta, la cojo y con todas
mis fuerzas de mamá enojada la aviento en un golpe cara. Teddy cae sobre la cama,
despertándose con un grito y llanto, y el intruso se desploma con un ruido sordo al piso. Yo,
parada en medio de ello, no fuera parte de la escena.
¡Llama a Christian!

–¡Christian! –Chillo mientras cojo a Teddy en mis brazos y me precipito a la puerta.

–¡Papi! –Grita mi bebé cubierto de lágrimas y temblando, con su preciosa carita lívida. No
alcanzo a dar un paso con él cuando tropiezo y me caigo.

No, no me caigo, el encapuchado me ha cogido por el tobillo. Afortunadamente no quedo ni


sobre Tedd ni sobre mi barriga, pero el dolor pulsa a trav cuerpo en oleadas tan nítidas que sé
con seguridad que tuve que haberme roto el tobillo. Siento una poderosa bofetada en la cara
que me deja con la vueltas, confusa; mis oídos zumban y realmente me cuesta concentrarme.

¿Dónde está Tedd? ¿Dónde está Christian?

Recupero la consciencia a tiempo de ser parte de una escena y de contemplar otra.

Christian llega corriendo a mi lado vistiendo sólo sus pantalones de pijama, el cabello revuelto y
la alarma inundando su precioso rostro. Se agacha a intentando levantarme, pidiéndome que lo
mire para asegurarse que estoy bien, pero mis ojos están firmemente clavados en el
encapuchado descen ventana con mi hijo en brazos.

Boqueo y me retuerzo. A él le toma sólo una fracción de segundo contemplar el caos reinante y
entender lo que pasa. Se lanza a la ventana, pero ya

–Ana… –Jadea, sin saber exactamente qué hacer.

–¡Ve por Theodore! –Le grito cuando finalmente encuentro mi voz.

Él asiente, pálido, y sale disparado escaleras abajo, llamando a Taylor por el móvil mientras lo
hace.

–Bloquea las puertas, intercéptalo. No, no lo sé –

percibo su exasperación–. Tiene a Tedd… Y luego

ya no escucho más de él.

El pánico, la adrenalina y un montón de cosas más fluyen a través de mi torrente sanguíneo


mientras el dolor de cabeza por el golpe recibido, el del t alma por mi pequeño siendo
secuestrado hacen aparecer puntitos ante mis ojos. Siento que quiero vomitar, pero me da miedo
no poder levantarme y ahogándome con mi propio vómito. Al final sólo sé que comienzo a perder
la consciencia y lentamente me hundo en el terrible, vasto y profundo negr sólo una cosa.

Por favor, Christian. Recupera a nuestro bebé


Parpadeo suavemente para acostumbrarme a la iluminación reinante. Estoy en una especie de
gran habitación
blanca, fría, en una cama dura y algo me está pinchando el brazo.

Oh no. De nuevo un hospital no.

Me remuevo un poco tratando de acomodar la postura mientras mi entumecida mente intenta


recordar cómo diablos fue que llegué aquí. Estaba Chri luego el pasillo de nuestra casa, un
sonido, un encapuchado, un lacerante dolor en la cabeza y en el tobillo, Christian corriendo por
las escaleras…

Gimo. Teddy. ¿Dónde está Teddy?

–Shh, Ana, tranquila. No te muevas, estás bien, estás en el hospital.

Parpadeo un poco más y lentamente giro la cabeza a la derecha. Gail, con su cabello rubio
recogido en un sobrio moño y su mirada compasiva, acerca coge la mía suavemente. El que ella
esté aquí y no Christian me pone nerviosa.

–¿Dónde está Christian? –Pregunto, mi voz pastosa.

–Hablando por teléfono en el pasillo. Está un poco… hum, alterado.

¿Alterado? Santo joder.

–¿Y Teddy? ¿Está con él?

Sus dulces ojos se agrandan y sus perfectas cejas se fruncen con… ¿qué?, ¿tristeza,
compasión, lástima? No son buenos sentimientos para mostrar.

–Gail –le suplico, la voz comenzando a cortárseme y las lágrimas picando por salir–, ¿dónde
está mi hijo?

Ella abre la boca, pero alguien entra por la puerta antes de que pueda responder y eso me
distrae lo suficiente como para evitar el llanto. Christian es con la expresión más descompuesta
que le he visto jamás. Tiene el móvil en una mano y los nudillos de la otra vendados.

Al ver que estoy despierta le lanza una mirada a Gail y ella sale rápida y silenciosamente de la
habitación, cerrando la puerta tras de sí y dejándonos s marido está imponente, como siempre.
Jeans oscuros, camiseta gris claro y zapatos negros; lleva el cabello revuelto como si hubiera
participado en e pelea callejera de gallos, vestigio de la cantidad de veces que ha debido
pasarse las manos por allí.

Por un instante nos miramos sin mediar palabra, él asegurándose que estoy bien y yo
negándome a aceptar lo que veo en sus ojos. Tras lo que parec eternidad, toma el puesto de
Gail, a mi lado.

–¿Cómo te sientes? –Su voz está tan ronca como si se hubiera pasado los últimos diez años
fumando… o gritando.

–Estoy bien.
–¿Segura? ¿No quieres que llame a una enfermera

para que te pongan un calmante o algo? Niego con la

cabeza y le suelto lo que quiero saber.

–¿Dónde está nuestro hijo?

Su cara decae pero sólo un momento. En cuestión de nada tengo al frío y distante Gerente
General que conocí al inicio de todo.

–¿Tienes hambre? Llevas un buen tiempo inconsciente y no has comido.

Se pone en pie y acerca la mesa con ruedas adaptada a la cama con un termo, un cuenco,
cubiertos y algo de fruta fresca encima. Comienza a sacar todo mientras una arruga se le forma
en la comisura de la boca.

–Christian, no quiero comer ahora –replico. ¿De veras vamos a comenzar con esto justo ahora?
Mi subconsciente niega lentamente con la cabeza, inc Respóndeme.

–Tienes que comer, Ana –me reprende–. Recuerda que ya no sólo ves por ti, llevas a mi hija
dentro.

–Ella está lo bastante grande como para prescindir de una comida. ¿Dónde

está mi hijo? ¿Está bien? ¿Lo pudieron recuperar? No se mueve, no me mira,

y luego de un latido se aleja de la cama diciendo:


–Voy a buscar a una enfermera.

–¡CHRISTIAN GREY, DIME DE UNA MALDITA VEZ DÓNDE ESTÁ TEDDY!

–Exploto con todo el esplendor de mis nervios quebrándose.

Christian se para en seco con la mano extendida para coger el pomo. Tiene los hombros
rígidos, y estoy más que segura que no es por mi reciente ar la vuelta con los ojos brillantes,
húmedos, y el dolor haciendo surcos y arrugas en su martirizado pero bello rostro. Luce veinte
años más viejo.
Entonces mi mente racional acaba de aceptarlo, pero yo no sé qué hacer ni con las noticias ni
con Christian ni conmigo. Mi Teddy ha sido secuestrado, puta se lo llevó quién sabe adónde y
para qué. Un mar de cabezas sin rostro se pasea por mi mente mientras intento entender quién
puede ser tan r para secuestrar a un niño pequeño de esa forma.

Secuestrar a un niño. Punto. La forma realmente no importa.

Me llevo una mano a la garganta y siento cómo se cierran mis vías respiratorias. Los dedos se
me enfrían y soy vagamente consciente de Christian lla desesperadamente por mi nombre y
sacudiéndome al no obtener respuesta. ¿Cuál es su problema? ¿Por qué está aquí
mangoneándome en lugar de nuestro hijo? Luego se aleja de mí y lo veo hacer ridículos gestos
y movimientos para llamar la atención de alguien fuera de la sala. Mi visión se vuelve lo que no
sé quién entra cuando él regresa y toma mi mano.

No comprendo qué pasa, cuál es el alboroto. Quien está en problemas no soy precisamente yo,
yo puedo esperar. Te estás asfixiando, Ana, me murm tristemente mi subconsciente; ella está
tan abatida como yo. Y el hecho de que su mordaz ingenio haya quedado apagado por todo lo
que está ocurri entender lo profundamente malo que es esto.

Estoy sentada en la parte trasera del Audi SUV con Chrsitian. Taylo y Gail ocupan los puestos
delanteros y Sawyer nos sigue de cerca desde otro Audi Distraídamente me pregunto qué
tiene Christian con los Audi mientras recuerdo el sexy R8 que ambos tenemos, el Especial
Sumisa y las SUV. Cosas supongo.

Suspiro suavemente, viendo sin ver los paisajes vagamente familiares que pasan a moderada
velocidad por la ventanilla del coche. Siento cuando Ch mano y planta un suave beso, pero no
registro nada más. Es como si toda yo estuviera en estado de "embotamiento para
autopreservación", lo que s que vivo lo hago a medias, estando presente físicamente pero
desconectada de todo lo emocional. Y esto es porque recuerdo la advertencia que le hiz
Christian antes de que nos fuéramos, cuando creían que yo no escuchaba.

–Me preocupa su esposa, Sr. Grey, pero también la niña –dijo la doctora con un brillo sincero
en los ojos. Era rubia, como casi toda empleada que Ch pero ella por algún motivo me infundió
más temor que otra cosa.

–¿Qué le pasa a mi hija? –le preguntó él con alarma en su tono.

–El estrés hace graves daños en el cuerpo humano, señor Grey, y si tomamos en cuenta que la
bebé necesita del cuerpo de su esposa para vivir, la co peor. Yo le sugiero que mantenga a la
señora Grey tan relajada y lejos de situaciones estresantes como sea posible, no sólo por la
salud de la bebé, si propia.

–¿Qué es lo peor que podría pasar? –La voz le tembló como si muy en el fondo realmente no
deseara saberlo.

–Que una de las dos o ambas sufran un colapso y acaben… por morir. –Christian inhaló con
fuerza antes esas últimas palabras. Yo la verdad sólo recu estremecido, nada más–. El riesgo
de una muerte doble se divide si tenemos que hacer una cesárea de emergencia, pero su
esposa…

–No siga –le rogó–. Lo entiendo.


Ella también me prescribió unos calmantes, anti psicóticos y otros medicamentos para tratar de
mantenerme tan "estable" como fuera posible. Ahora creo que sea necesario, mi propia mente
se adormece para hacerle barrera al dolor.

El Audi se detiene ante un imponente edificio que me resulta familiar, demasiado familiar. Me
vuelvo a Christian, pero él ya se ha bajado del coche. Lo vuelta, hablar brevemente con Sawyer
y luego venir a abrir mi puerta. Cuando nuestros ojos se encuentran es como si hubiéramos
pasado días sin v

–¿Qué hacemos en Escala? –Le pregunto mientras tomo su mano y bajo.

Christian me conduce de la mano hacia los ascensores dentro del edificio. Marca y
esperamos.

–El equipo de investigación y la policía tienen que hacer un barrido de toda la casa, y la

idea es alterar lo menos posible la escena del crimen. Doy un respingo cuando pronuncia

las últimas dos palabras.

–Perdona, nena. No

fue eso lo que quise

decir. Asiento, porque

no quiero que me lo

aclare. Ya lo sé.

Entramos en el ascensor y él marca el código de su piso. Las puertas se cierran y Christian


me abraza.

–Además –agrega al cabo, acariciándome la cabeza y besándome la frente–, no quiero que te


desquicies, Ana, porque tienes una buena habilidad pa a encontrar a nuestro hijo y vamos a
hacer pagar al maldito que hizo esto, a ser posible yo con una pistola –murmura oscuramente.
Santa mierda, C armas y ¿estaría dispuesto a empuñar y disparar una?– Por ahora sólo… sólo
no hay que entrar en pánico.

No entrar en pánico, ¿eh? Ya veremos cómo sale eso.

Las puertas se abren y salimos al recibidor con las pinturas de la Virgen María en las paredes.
Christian me hace entrar y siento que soy vaciada desd cuando la familiar visión de su
apartamento inunda mis ojos. Sus obras de arte, el piano, los muebles, todo sigue como lo
recuerdo, y eso es lo que p

Este era nuestro hogar antes de Teddy, ¿el que estemos regresando significa algo?

No pienses en eso, Ana. Christian tiene razón, no te desquicies. Mi subconsciente pone los ojos en
blanco y me entran ganas de golpearla, pero los án fallan.

–¿Quieres algo de comer, Ana? ¿O prefieres una ducha o una siesta? Dime, ¿qué necesitas? –
Sus intensos ojos grises me suplican que lo haga sentir algo qué hacer para no caer en la
locura; esto ya hasta me parece una cruel parodia de lo que ocurrió cuando Ray tuvo su
accidente al volver de pesc

Alzo la mano y acaricio su rostro, su mejilla, sus labios entreabiertos. Paso mis dedos por su
ceño fruncido tratando de hacerlo desaparecer, de hacer Christian mandón que siempre tiene
todo bajo control y que en cierta forma me otorga una sensación de alivio, de protección. Pero
él pareciera no es Recuerdo cómo eran las cosas apenas unas noches atrás, cómo
planeábamos, nos reíamos, nos mirábamos, nos tocábamos…

Y ahí está. Esa corriente pulsando entre nosotros, acercándonos, haciendo que mi sangre
cante en mis venas. Ésa es la reacción que Christian Grey s provocado en mí y que antes me
atemorizaba. Ahora no lo hace, y estoy tan desesperada por un poco de normalidad que me
rindo a ella. Christian ta notado el cambio, sus ojos lo muestran claramente, pero la
preocupación en su rostro me dice que no dará el primer paso. Habrá de ser cosa mía.
Nos miramos fijamente sin decir nada y sin movernos apenas, manteniendo aún una distancia de
al menos treinta centímetros, valorándonos mutuam quisiéramos hacernos el amor con los ojos
antes de proceder con el cuerpo. Es increíble lo que me hace este sexy, caliente hombre tan sólo
con sus o presencia y esa postura predadora. ¡Por todos los cielos, que no me ha tocado y ya mi
respiración es errática! Un dulce cambio de ritmo. Un panoram completamente nuevo muy
bienvenido.

–Te amo tanto, Christian –murmuro salvando la distancia que nos separa, deslizando mis
manos por su cuello y afianzando el agarre en su pelo suave como tocar plumas. Riego su bello
rostro con besos y ligeros mordiscos, pasando la lengua por la barba de un día que pica bajo
mis labios y hace que como el infierno. Mis manos bajan por su pecho ancho y fuerte, el
abdomen definido, hasta llegar a la cintura de sus jean azules para soltar el botón q sonido
inofensivo pero tan cargado de sensuales promesas…

Christian agarra mi barbilla para que deje de morderme el labio inferior y luego se inclina para
besarme. Duro. Necesitado. Es evidente que esta situa me ha afectado profundamente a mí,
Christian también está desesperado, aunque no lo demuestre tan abiertamente. Sus manos se
mueven casi con cabello para sostenerme mientras su boca allana la mía, su lengua clama y
exige, da y pide con un fervor que no hace más que tenerme lista antes d siquiera empezado a
tocarnos. Toda yo vibro como el motor de un auto viejo mientras Christian Grey, mi caliente
marido, hace su magia usual pero o maravillosa.

–Te amo, Anastasia. –Él comienza una lenta tortura de regar besos y chupetones por mi cuello
no lo suficientemente fuertes como para dejarme de n horribles marcas. Se posiciona detrás
de mí, toma mi cabello y comienza a trenzarlo con facilidad antes de darme un tirón que me
obliga a dar un pa él–. Eres tan hermosa.

Toma mis pechos hinchados en sus manos fuertes, habilidosas, apretándolos y masajeándolos
mientras sus dedos comienzan a torturar, halar y pelliz pezones. Enseguida el cable que
conecta con mi ingle se tensa enviando por todo mi cuerpo deliciosas descargas de placer,
haciéndome abrir la boca fuerza. ¡Demonios, Christian! Él coge el bajo de mi vestido, lo alza
lenta y tan tortuosa pero-oh-provocativamente antes de tirarlo a su espalda en el s diosa interior
no estalla en combustión espontánea por pura suerte. Estoy en bragas y sujetador con un
corazón cada vez más acelerado, viendo cóm deshace de sus pantalones, zapatos, calcetines
y calzoncillos. Glorioso, desnudo, apetitoso dios griego todo para mí. Deslizo mis manos por mi
espald deshago del sujetador, luego hago lo mismo con las bragas. Ahora estamos desnudos,
jadeantes, y calientes como el infierno.

Acerco mi nariz a su torso e inhalo con fuerza esa deliciosa fragancia a gel caro, semental y
Christian, el más afrodisíaco de los aromas, antes de pase por su parche de vellos camino del
cuello y luego de regreso y hacia abajo por el abdomen. Me dejo caer en la cama permitiendo
que Christian separe con sus manos, todos los músculos al sur de mi cintura se tensan cuando
su fabulosa boca se pasea sin prisas, casi con una burlona lentitud delibera cuerpo, mis muslos,
mis caderas, mi abdomen, entre los pechos, que lame, muerde y chupa antes de proseguir su
camino hacia arriba hasta encontr Siento su erección contra mi cadera y sus manos en mi
pecho.

–Christian… –Suplico y me retuerzo.

–Eres preciosa, Anastasia.


Su boca baja de regreso por mi cuerpo y se asienta en la zona interior de mis muslos, sus
manos siendo parte del sensual asalto. Mi espalda se arque cuando su boca húmeda y su
respiración caliente se hallan ya a unos casi inexistente centímetros de mi sexo.

–Por favor…

–Shh.

–¡Christian! Ah.

Y cae. Su lengua comienza a hacer estragos en mí, masajeando mi punto externo más sensible,
enviando impulsos eléctricos por todo mi cuerpo que más mi espalda. Siento cómo se me
tensan las piernas instantes antes del inminente, liberador y poderoso orgasmo que barre mi
sistema de cabeza fuertes sacudidas y réplicas. Apenas logro acompasar mi respiración lo
suficiente como para ser consciente de Christian cogiendo mis piernas y amarr alrededor de la
cintura.

–De vuelta a casa –murmura, posicionando su erección a la entrada de mi cuerpo como si se


tratara de un torpedo en su compartimento de disparo. lenta y maravillosamente, se introduce en
mí, expandiéndome y enviando más oleadas de calor y temblores por todo mi cuerpo.

–Oh, Ana.

Se mece suavemente adelante y atrás, con lentitud, burlándose de mí como acabó de hacer con
su boca. Me aferro fuertemente a las sábanas y cierr absorbiendo la sensación.

–Christian… más rápido.

–Todavía no. Siéntelo. –Se inclina y me besa. El vaivén de sus caderas va a volverme loca, va a
matarme. Toda la tensión muscular, toda la tensión em tiene en sus manos la llave para
liberarnos a ambos aunque sea por unos mágicos instantes, pero en lugar de eso sólo se mofa
de mí recordándome q le pertenece por completo, así como a mí el suyo–. Abre los ojos. Quiero
verte. Necesito verte, Anastasia.

Lo hago y lo miro. Me resulta increíblemente cautivador cómo su rostro puede ser sensual a
pesar de la tensión que irradia. ¿Tensión por el sexo, por queda claro. Pero entonces
comprenderlo del todo siempre ha supuesto un desafío para mí, por lo que quizá no debería
sorprenderme
Christian empuja fuerte una vez dentro de mí haciéndome gritar más por la sorpresa que por
otra cosa; aún con sus ojos firmemente clavados en los inalmente a moverse. A moverse
realmente. Siento que cada vez veo la cima más cerca y casi puedo saborear la inminente caída
mientras mi cuerpo construye a su alrededor. Sus acometidas se intensifican, aumenta la
velocidad de sus embistes y toda yo me siento desvanecer en un mar de sensac manos en mis
pechos, su miembro dentro de mí, su boca cuando desciende para besarme y esos ojos fijos que
nunca dejan mi rostro… Intento mant abiertos como me ha pedido, pero es demasiado el
esfuerzo.

–Vamos, Ana. Dámelo. –Acelera. Escucho cómo aprieta los dientes mientras se resiste a su
liberación hasta que yo no alcance la mía. Coloca su mano pecho, justo a nivel del corazón, y
se me hace tan notorio el golpeteo de su pulso en la palma de la mano que eso es todo lo que
se necesita para hac el vacío y arrastrarlo a él conmigo.

–¡Christian! –Grito con fuerza, aferrándome a sus brazos en tanto mi cuerpo se sacude con
las réplicas y luego cae laxo y relajado.

Abro los ojos, conocimiento recuperado tras ese orgasmo tan demoledor. Miro a la derecha y
Christian está ahí, yaciendo a mi lado, acariciándome la mientras nuestras respiraciones se
tranquilizan. Arrastra el cobertor sobre nosotros y me envuelve en un cálido y confortable
abrazo en el que, sin da me quedo dormida.

Me despierto en medio de una nebulosa pos orgásmica sintiéndome confusa y curiosamente


fría, pero es porque el lado de la cama de Christian está f desperezo lentamente aprovechando
para analizar cómo me siento tras todo lo que ha pasado, incluyendo este último episodio. Aún
me preocupa Ted podría?, mas ahora siento la cabeza más despejada y libre de lo que la tenía
en el hospital.

Decido levantarme y me dirijo al baño. Allí, delante del espejo, puedo apreciar el horrible
moretón en mi mandíbula cuando el encapuchado me atacó llevarse a mi hijo por la ventana.
¡Jesús! El corazón se me comprime cuando pienso en mi pequeño, asustado, solo, quién sabe
dónde, e instantánea viene a la cabeza mi imagen mental de Christian con cuatro años: sucio,
hambriento y desgraciado.

¡No, mi hijo no!

Las lágrimas me resbalan por las mejillas mientras pienso en mi pequeño hombrecito y en mi
hombre de pequeño. ¿Está destinada a repetirse la hist en circunstancias algo diferentes? No,
no quiero pensar eso. Hay que ser positivos, Teddy estará bien y pronto volverá con nosotros.
Sí, con Christian

Abro el grifo y me lavo suavemente la cara. Mi Blackberry suena cuando me estoy secando, y no
puedo evitar fruncir el entrecejo mientras regreso al buscarlo. ¿Quién puede ser? ¿Del trabajo?
Saben que estás de maternidad, Ana, replica mi subconsciente. ¿Los Grey, entonces? Puede
ser. Abro la a mensajes y leo.

UN PEQUEÑO GOLPE BIEN ASESTADO PUEDE CAUSAR MÁS DAÑO QUE EL ATAQUE DE UN
EJÉRCITO ENTERO. BUEN DÍA, SRA. GREY.

El color abandona mi cara mientras leo una segunda y hasta tercera vez el mensaje. Reviso
rápidamente el número, pero está como privado. Sé que equipo de acosadores podrían
averiguar la localización de este número enseguida, y quizá eso nos lleve a Teddy.

Salgo precipitadamente del cuarto y me encamino a su estudio. Toco tímidamente y entro, él


está con Taylor, Sawyer y un agente de policía que no ha antes. Los cuatro se giran hacia mí tan
velozmente que me hacen sentir diminuta y entrometida, así que respiro hondo antes de
caminar hacia mi ma parece perplejo y algo irritado por mi presencia.

–¿Qué pasa, Anastasia? –Rodea su escritorio y viene a mí enseguida.

–He recibido un mensaje de texto –le informo.

Sus cejas se disparan y por el rabillo del ojo veo que también Taylor está sorprendido. Seguro
ya piensan que la locura me está ganando. Le paso mi para que lea el texto y soy testigo de
cómo su semblante va cambiando de "blanco preocupación" a "lívido de enfado" en un abrir y
cerrar de ojos. Lu Taylor una larga mirada por encima de mi cabeza antes de volverse a mí.

–¿Cuándo llegó?

Hara poco

menos de

un minuto

Entonces

se vuelve

al oficial

de policía.
–Agente Rancoff, ésta es mi esposa, Anastasia Grey.

El agente Rancoff me saluda con un asentimiento y yo hago lo propio antes de fijar mi


atención en Christian.

–¿Crees que Barney pueda localizar el número?

–Hay que ver. Aunque lo encuentro difícil, porque si este texto es del secuestrador no lo habrá
mandado desde un número que podamos rastrear con vuelve tras su escritorio, levanta el
teléfono fijo y hace una llamada–. Barney. Grey. Te necesito en Escala lo más rápido posible, es
un asunto muy ur

Luego cuelga.

–Pero igual tener esto puede ayudar, ¿cierto? Quiero decir que antes no teníamos por dónde
iniciar, y ahora sabemos… algo –digo encogiéndome de h buscando desesperadamente en los
presentes algún indicio de que esto pueda acercarnos a Teddy más de lo que estamos ahora.
Christian regresa fr da un suave beso en la frente.

–Sí, amor. Esto es mejor que nada –intercambia otra mirada silenciosa con Taylor–. ¿Por qué
no vas a darte un largo y relajante baño mientras yo me esto?
¿Mientras tú qué? Ni de chiste.

–No. Es mi hijo y tengo derecho a saber todo lo que está pasando, incluyendo lo que hablas
con la policía –espeto.

–Anastasia…

–Y un cuerno, Christian. Sé que lo haces para evitar que me estrese y resulte un estorbo más
que otra cosa, pero me voy a estresar realmente si ten días y días sin noticias de ningún tipo
sólo porque tú eres un controlador obsesivo –mi voz ha ido in crescendo mientras todo el estrés
en mi cuerpo c pero sin alcanzar algún punto de liberación. Es evidente que la dicha poscoital
me duró realmente poco.
Christian me mira por un momento en el que veo la lucha que se lleva a cabo en su interior a
través de esos ojos grises.

–Yo no te considero un estorbo –dice con cautela.

–¿Entonces?

Joder, ¿necesito acaso su permiso para tener noticias de mi hijo?

Cierra los ojos con fuerza mientras pasa sus manos, ambas, por su cabello cobrizo. Puedo
sentirlo en lo más profundo de mis huesos: una poderosa p avecina y yo sólo puedo intentar
hacer reaccionar a mi diosa interior –que aún delira por el orgasmo de hace rato– para que
junto con mi subconscien hacer frente al huracán Christian.

–De acuerdo –suspira, y yo no me lo puedo creer. ¿Eso fue todo, tan fácil? Mi subconsciente
ya hasta se había puesto el uniforme de samurái.

Lo miro mientras rodeo su escritorio para sentarme en su trono de amo y señor del universo. Él
echa un vistazo a mí y por cómo brillan sus ojos pued enojado, muy enojado, pero con eso ya
lidiaré después. Christian suspira y asiente al agente Rancoff, quien le devuelve el gesto.

–Bien, señor Grey, procedamos con la recopilación de hechos de la noche en cuestión –dice
con un marcado acento ruso o quizá húngaro, no lo pued bien.
Casi había olvidado cómo era despertar en Escala a las seis treinta de la mañana y contemplar la
maravillosa vista que se tiene desde la puerta de cris de la habitación principal, especialmente a
quién sabe cuántos metros por encima del suelo, en una fortaleza de marfil y obras de arte de
incalculable embargo, nada tiene que hacer el idílico paisaje y la calma que transmite junto al
espectáculo que ofrece mi Gerente General favorito moviéndose de por la habitación mientras
acaba de vestirse y arreglarse. He estado contemplándolo desde que me rendí al insomnio y acabé
por levantarme tempra Grey es un verdadero espectáculo a cualquier hora del día, haga lo que
sea que haga.

–¿Disfrutando el espectáculo, Sra. Grey? –Su boca se tuerce con humor mientras me lanza una
mirada de reojo y acaba de ponerse el reloj Omega e

–Siempre, Sr. Grey –murmuro tratando de aligerar un poco mi tono y mi ánimo tenuemente
ensombrecido por la falta de ese brillo característico en s sea de ira, la que generalmente tiene
que ver conmigo aunque no la provoque yo, de deseo, que sí provoco yo aunque no me dé
cuenta, o de humor de mí o conmigo, sus ojos están encendidos con una chispa que desde ayer
por la mañana ya no está. Y eso naturalmente me deprime.

Pero hoy parece que lo está intentando, sacudirse el pesimismo de encima para hacer algo útil,
de modo que yo tengo que hacer lo mismo. Por Teddy porque si por mí fuera estaría justo ahora
en posición fetal llorando silenciosamente. Sí, así vas a ser más que útil, me espeta mi
subconsciente mient ojos en blanco y le echa una mirada a mi diosa interior, que sinceramente
parece desconcertada. Las ignoro a ambas y vuelvo mi atención a Christian puesto el saco y
está guardándose su basura habitual en los bolsillos.

–¿Qué pasa, Christian? –pregunto. Está actuando más raro de lo normal, y eso ya es decir. Es
evidente que algo lo tiene inquieto. Mira hacia mí con c

–¿Por qué lo dices?

–Porque te conozco. –O al menos hasta cierto punto.

Él suspira y esboza una pequeña sonrisa, su preciosa-derrite-corazones sonrisa tímida y se


viene a sentar a mi lado cogiéndome las manos.

–Mis padres quieren venir a media tarde para… brindarnos su apoyo –aprieta los labios como si
no lo considerara necesario. Se inclina y deposita un s mis labios–. Prometo volver a las cuatro
para ayudarte.

–Christian, puedo encargarme de tus padres hasta que regreses –pongo los ojos en blanco,
pero la verdad es que no quisiera verme en la incómoda ser el único blanco de la tristeza y
compasión de Grace y Carrick.

–No, quiero estar aquí. Además, mi padre puede ponerse algo pesado cuando algo le preocupa
y no quiero que te acribille a preguntas –rebate besá más antes de ponerse en pie y salir
definitivamente del cuarto. Así que Carrick se pone pesado, ¿eh? Pues entonces creo que ya
sé de dónde lo apren o igual y ya estaba predestinado a ser así. ¿Habrá influido su niñez en su
actual carácter?

Me levanto y lo sigo.

–No tengo nada para ponerme, toda mi ropa sigue en la casa –le digo, viéndolo con el entrecejo
fruncido caminar hasta la puerta principal listo para i a desayunar?

–No, nena, tengo una reunión muy temprano –se detiene y me mira, otra vez nervioso y
cauteloso. ¿Qué le pasa ahora?– Llama a Caroline Acton par compre algo y Taylor lo traerá
luego.

–¿Por qué no puedo sencillamente ir a buscar mi ropa?

–Anastasia, ya te lo dije, la policía tiene la casa cercada y no podemos acceder –se pasa una
mano por el cabello y sé que no me está diciendo todo, c extraña. ¿A quién quiere engañar? En
los programas de detectives que solía ver, las familias permanecían en sus casas aun si uno de
los miembros er así que no sé en primer lugar por qué vinimos a Escala y en segundo lugar por
qué no podemos ir a la casa. ¿Qué me está ocultando?

–Christian… –comienzo, pero no sé cómo continuar. Es decir, ya se le nota bastante estresado y


contrariado, además que hemos pasado al menos doc pelear y realmente me gustaría mantener
la racha por un poco más. Quizá debería morderme la lengua y dejarlo ser… al menos por ahora.

–¿Qué, Ana? –Su voz suena exasperada y su mirada se desvía por momentos hacia la puerta
como si estuviera ansioso por marcharse.

Meneo la cabeza, quizá yo también necesito distraerme con algo para no desesperarme, y
puesto que no soy ama y señora de ningún mundo sólo se cosa, aunque al Señor
Enfado-atómico no le va a gustar.

–Nada –me acerco y le estampo un beso en los labios. Al separarme atisbo un fugaz brillo de "sé
que planeas algo que probablemente no me haga gr ojos; demonios, ¿tan evidente soy? Como si
llevaras un rótulo brillante en la frente, se mofa mi subconsciente. Le pongo mentalmente los ojos
en bla no estoy de humor para su mordacidad y justo ahora no quiero una batalla de voluntades
con ella, ni con Cincuenta–. Ten un buen día.

Él asiente, suspicaz, antes de darme un beso en la frente e irse definitivamente.

Entonces me quedo sola en el amplio, silencioso y sumamente familiar salón principal junto al
piano. Paseo la vista entre los muebles, las pinturas, po el techo absorbiendo los colores, la luz,
recordando todo lo que viví en este enorme hasta lo ridículo departamento, todas las
sensaciones y todos los todas las peleas con Christian y nuestras reconciliaciones. Cierro los
ojos, haciendo un repaso mental de nuestra historia, y cuando me da la impresió Christian ya
está lo suficientemente lejos de Escala pero no tan cerca de su oficina como para que Taylor
esté de regreso, me encamino a la habitación BlackBerry.
–¡Ana! –Chilla la excitada voz de Kate al otro lado de la línea.

–Hola, Kate –sonrío. Su efusividad es bienvenida.

–¡Oh, Ana! ¿Cómo va la búsqueda, tienen algo?

Mi corazón se arruga y un poderoso dolor de garganta me hace creer que de nuevo voy a
asfixiarme. Kate fue una de las primeras llamadas que recib familia se enteró de lo de Teddy, y
luego fue la de mamá; al parecer Christian le dijo a mis espaldas, y fue una verdadera tortura
escuchar el tono last quebradizo de mi madre al teléfono. Sí, definitivamente no quisiera
repetirlo.

–No, nada nuevo, al menos que yo sepa –¿cuándo eres la primera en enterarte de las cosas, si a
eso vamos?, espeta mi subconsciente y aunque dese de una vez, tiene razón. Pero no es
momento de recordar cómo Christian siempre me ha mantenido al margen de las cosas. Tengo
que aprovechar q comprar víveres para preparar yo no sé qué exquisitez extranjera y no está
para avisar a Cincuenta–. Quiero salir un rato, y me preguntaba si te gus acompañarme.

–Me parece una excelente idea, Ana. Tienes que distraerte un rato, todos sabemos cómo te
pones cuando los nervios te dominan. –Pongo los ojos en me dicen lo mismo–. ¿Adónde
vamos?

Kate y yo nos encontramos a la entrada de la pequeña pero preciosa boutique donde Caroline
Acton ha estado comprando mi ropa de embarazada, y por supuesto guapísima. Ha recuperado
su figura de modelo, tiene el cabello unos centímetros más largo y cortado en capas que resaltan
su rostro y ojos, iluminados con el brillo de una indiscutible felicidad pese a que la pena por lo de
Teddy mantiene sus cejas fruncidas. Lo primero que hace al ver envolverme en un gigantesco
abrazo de oso que me veo en la obligación de acabar pronto, sino las lágrimas se me van a salir
en plena calle.

–¿Cómo estás? –Me susurra mientras envolvemos nuestros brazos juntos y nos adentramos
en la tienda.

La boutique es pequeña sólo porque por capricho decidí aplicarle el adjetivo, y es que después
de haber acompañado a Caroline en una de sus compr Marcus no es de extrañar que ya casi
nada me parezca lo suficientemente grande. Aunque este lugar está bien y es muy confortable
en sus colores b púrpura con diseños geométricos sencillos en blanco y negro. Muy moderno.
Antes de salir de Escala, o escabullirme de Escala como no se cansó de r subconsciente, llamé
a Caroline para que me consiguiera algunas prendas de ropa en vista de que no puedo volver a
casa y buscar las que ya tenía, s que ella no sabe es que nos vamos a encontrar.

–Podría estar mejor –contesto hacia Kate sintiendo cómo se me forma un nudo en la
garganta.

–Lo sé, Ana. Pero no te preocupes, con la jugosa recompensa que está ofreciendo

Christian estoy segura que Teddy volverá pronto sano y salvo. Me detengo en seco,

arrastrándola a ella y haciéndole voltearse en mi dirección, alarmada.


–¿Recompensa? –jadeo. Kate me mira con curiosidad.
–Sí, ¿no lo sabías? Christian la hizo circular por prensa y televisión.

¿Televisión?

–No, no lo sabía –Maldición, Christian, esto sí es para pelear–. ¿De cuánto es la recompensa?

Kate aprieta los labios y frunce las cejas, quizá considerando no prudente contármelo. Por favor, le
ruego silenciosamente.

–Diez millones.

¡Mierd

a!

¡Diez

millon

es de

dólare

s!

Jadeo.
–Creí que lo sabías –repite ella más bajo. Niego con la cabeza, mis ojos abiertos de par en
par. ¡No lo puedo creer!

–¿A ti quién te lo dijo?

–Elliot –se encoge de hombros–. Venga, Ana. Quizá Christian pensaba contártelo más
adelante, cuando te…

–¿Tranquilizara? –siseo– ¿Crees que alguna vez me voy a calmar o "tranquilizar" sabiendo que
algún maldito enfermo tiene a mi hijo? ¿Qué sentirías t sucediera algo remotamente similar a
Ava? ¿Cómo lo manejarías?

La expresión de Kate se trastorna ante mis ojos en cuestión de segundos, pasando de pena y
preocupación a El grito de Edvard Munch.

–Perdona, Ana.

Oh no. Tiene los ojos húmedos y el labio inferior le tiembla de esa forma que hace que se me
derrumbe el mundo encima; la tenaz y fuerte Katherine punto de llorar ante mis ojos. ¿Qué
mierda me pasa?

–No, Kate, perdóname a mí. Estoy sensible y hormonal y tonta y… –su rápido y apretado
abrazo corta mi discurso, dándome a entender que estamos echa un vistazo cuando nos
separamos, me da un beso en la mejilla y sonríe– Somos unas idiotas, eso no hace falta que
nadie nos lo diga –dice, haci suavemente–. Eso está mejor. Vamos a comprar.

Cogidas del brazo, nos pasamos los siguientes cuarenta y ocho minutos caminando por la
boutique, viendo prendas y hablando. Kate me cuenta sobr de los planes que tiene para el
verano próximo, del ascenso que posiblemente le den en el Seattle Times, de lo mucho que se
le hincha el corazón cua el idiota con Ava… Al percibir mi desazón cambia gentilmente de tema
con la facilidad que sólo grandes oradores, o manipuladores en masa, como ell pueden
conseguir sin hacerlo algo brusco o chocante. Mirando ociosamente entre las personas una
cabellera rubia llama mi atención, y enseguida rec suave vocecilla de Caroline Acton hablando
por teléfono… puedo imaginarme con quién.

–Sí, Sr. Grey. Le avisaré cuando termine las compras. –Luego cuelga.

Caroline es, cómo no, rubia, pero no del estilo de Andrea, la AP de Christian, ni de ninguna de
las otras empleadas que tiene. Ella es más bien menud de facciones y gestos, como si
estuviera hecha de cristal, sus cabellos son amarillos como el oro y sus ojos son marrones, un
rasgo que me impresion conocí porque jamás he visto una rubia con los ojos así de marrones.
Pese a que en su exterior pueda parecer frágil y remilgada, Caroline tiene un ca
en ocasiones audaz, pero es muy eficiente y supongo que tendría que serlo para

contar con la confianza de un obseso como mi marido. Tomo a Kate de la mano y la

conduzco entre los percheros con ropa hacia Caroline.

–Sra. Grey –murmura al verme, sorprendida. Tiene en las manos un precioso vestido violeta
con tiras cruzadas en la espalda, algo que sin duda usar las fiestas de beneficencia a las que
Christian siempre me arrastra.

–Buenos días, Caroline. Te presento a mi mejor amiga, Kate Kavanagh. Kate, ya te he hablado
de Caroline y su maravilloso trabajo. –Mi amiga asient estrechan las manos con formalidad.

–No me dijo que usted vendría. Ni el señor Grey –comenta Caroline con cierto recelo.

–Bueno –me encojo de hombros, jugueteando con un hijo invisible del cuello de mi camisa–,
él está muy ocupado.

–¿Él sabe que usted está aquí? –Me dedica una mueca reprochadora y sé que Christian, si se
entera, que lo hará, no sólo me descargará la tormenta sino también a ella y probablemente a
Kate. Tuerzo los ojos. Me gustaría decir que me siento culpable, pero… bueno, sí me siento un
poco culpable. Q pensarlo mejor.

–Ahora que lo mencionas, la verdad es que no recuerdo haberle comentado…

–¿No le dijiste a Christian? –Esta vez es Kate quien parece horrorizada y reprobadora. ¿Desde
cuándo la población en pleno le teme a la reacción de E Grey?

Estoy por responder con una de las mías cuando mi BlackBerry comienza a sonar en mi bolso
con la melodía "Your Love is King" y toda la valentía se cuerpo en conjunto con la sangre. Esto
no va a terminar bien. Cojo el móvil y atiendo.

–¿DÓNDE MIERDA ESTÁS? –Tengo que alejar el teléfono velozmente de mi oreja para evitar
quedarme sorda. Phoebe se mueve en mi vientre y creo lo ha escuchado.

–Christian…

–¡Y UN CUERNO, ANASTASIA! ¿DÓNDE COÑO ESTÁS Y POR QUÉ SALISTE?

Joder, él está realmente, realmente enfadado.

–Me dijiste que fuera de compras –musito muy bajito.

–¡Te dije que hablaras con Caroline, no que fueras a buscarla! ¡Demonios, Anastasia, ¿sabes
el susto de muerte que me he llevado cuando Gail llamó podía encontrarte?!

Oh no, Gail.

–Si no fuera porque he rastreado tu móvil… –se queda callado, y sé que está intentando
controlar su genio– Te quiero en el apartamento en veinte m más, Anastasia.

–Creí que estabas en una reunión –replico. ¡No me puedo creer que el Señor
exagero-todo-más-allá-de-lo-racional hubiera dejado a sus socios colga porque fui a comprar
un rato! Sé que quizá debí avisarle, aunque con eso sólo habría provocado que llamara al
Ejército para que me impidieran la sal que si no le conté es por su culpa.

–Sí, lo estaba. Apenas acabó salí disparado de la oficina porque mi descarriada esposa
decidió, una vez más, desafiarme y salir sin molestarse en env mensaje. Ahora deja de
cambiarme el tema y apresúrate si no quieres que me apersone en la tienda y te traiga yo
personalmente.

–¿No te parece que quizá… no sé, exageras un poco?

Escucho cómo coge aire bruscamente. Jesús, he accionado la bomba.

–No, realmente no me lo parece. ¡MUÉVETE, ANASTASIA! ¡TE DOY LOS EXACTOS VEINTE
MINUTOS QUE HAY ENTRE ESCALA Y LA TIENDA PARA VE
TARDES MÁS…! –Otra vez sostengo el teléfono lejos de mi cara sintiendo que la tienda en
pleno puede escuchar la explosiva y radiactiva ira Grey– ¿H
–Me pregunto si una terapia de manejo de ira podría contra él, aunque lo dudo seriamente–
¡¿Te pregunté si quedó claro?!

Caray, cálmate, Grey.

Y en uno de mis ataques de estupidez se me ocurre desafiarle.

–Quiero seguir comprando.

–No lo harás –gruñe.

–¿Por qué no? No estoy sola, hay un montón de gente aquí y ya no hay peligro para mí.
Realmente…

–Eso es lo que tú crees –me interrumpe en un susurro, me parece que habla más consigo
mismo que conmigo, pero no puedo evitar que las palabra lentamente por mi cerebro hasta
calar profundo en mi central de mando. ¿Persiguiéndome?, ¿alguien está persiguiéndome?
¿Otra vez tras de mí? ¿Tr
¿Tiene que ver con Teddy? ¿Acaso nosotros somos la razón de que se lo llevaran?–
Regresarás enseguida –asegura, y sé que no hay discusión. Es me presionarlo.

–¿Quién nos persigue, Christian, y cómo lo sabes? –Me llevo la uña del pulgar a la boca y
muerdo. Joder, esto es malo.

–Anastasia…

Venga, Ana, harás que haga implosión, y no será algo bonito para ver, mi subconsciente está
preocupada y mi diosa interior, escondida bajo su chais temblando. No hago caso.

–Respóndeme, Christian. ¿Es por eso que…? –las preguntas se disparan una tras otra en mi
mente hasta que una frase me golpea la cabeza tan fuert todas y cada una de mis ideas.

Es por Christian.
–No voy a discutir esto contigo por teléfono –espeta.

Pero tampoco en persona –rebato, sin embargo bastante distraída con mis pensamientos.

Si sigues así, por supuesto que no. ¡MUEVE TU TRASERO DE REGRESO O YO LO IRÉ A
BUSCAR! ¿FUI CLARO?

Sí, Christian. Entendí. Bien apresurate ¡ cuelga!

Me quedo momentáneamente suspendida en una nebulosa de miedo, desconcierto y duda.


"¿Quién, cómo, por qué?" son básicamente las interrogan apremiantes y cuyas respuestas voy
a tener que luchar por conseguir, eso lo sé. Christian, en su fantasiosa idea de protegerme, va
a mantener cada información tan lejos de mis oídos como se pueda, y si está en su mano
también querrá encerrarme en su torre de marfil para impedirme averiguar n Maldición, es tan
frustrante. Ya estoy agotada y eso que aún no me le enfrento.

Miro mi reloj y luego a Kate y a Caroline; no me cabe la menor duda de que mi furioso marido
cumplirá su amenaza de venirme a buscar si no regres Escala, y realmente no tengo ganas de
ser parte de un espectáculo justo ahora. Me despido de ambas sabiendo que no necesitan
explicación ya que escuchar lo más esencial de la conversación: el tono de Christian. Me
despido de mi amiga con un fuerte abrazo prometiéndonos visitarnos pronto, le Caroline y
emprendo el camino de regreso a la entrada de la tienda.

No puedo creer que Christian sea tan… maniático. Me pregunto hace cuánto que sabe que van
tras él, o nosotros, y por qué está tan seguro. Quizá h tiene, puede que en nuestra casa haya
pasado algo malo, realmente malo y por eso no quiere que vaya. Entonces resuelvo ir un día a
pesar de la terr que pueda ser víctima luego, y quizá hasta me lleve a la tenaz señorita
Kavanagh conmigo.

Entro en mi Saab y suspiro al poner la llave en el contacto. Diablos, realmente me gustaría ir a


cualquier otro sitio en lugar de Escala; Christian va a e basilisco combinado con un ogro y un
horrible dementor, de Harry Potter. No es como que quiera enfrentarme a eso, aunque sé que si
no aparezco a ser mil veces peor. Cincuenta, Cincuenta, Cincuenta, ¿qué rayos voy a hacer
contigo?
5

Las puertas del ascensor se abren dejándome en el recibidor del piso de Christian. Taylor está
en la puerta como siempre, y por la expresión que carg capaz de predecir hasta cierto punto qué
tan mal irá la cosa con mi sulfurado marido.

–Hola, Taylor –le sonrío al pasar.

–Sra. Grey –él asiente con educación, nervioso.

–¿Es muy grave? –Pregunto tentativamente, mirando de reojo el ascensor y siendo cada vez
más seducida por la idea de dar media vuelta y lidiar con tarde.

–La infracción no –repone. Eso es todo lo que necesito saber.

Asiento, me giro y entro en el departamento. Todo está silencioso, no hay rastros de vida por los
alrededores, pero sé que Christian anda por ahí esp oportunidad para hacer su entrada triunfal.
Desabrocho el abrigo y lo cuelgo mientras intento ordenar mis pensamientos, mis dudas e
inquietudes pa efectiva en la discusión como lo será el señor Gerente General. Estoy enfadada
con él por no haberme dicho lo de la recompensa –Jesús, soy la madre derecho a saber–, por
haberme gritado por teléfono sólo porque quise ir a comprar ropa –es su culpa por no haber ido a
buscar la mía a casa–, por h como una niña desobediente otra vez –¿en cuántos niveles está
mal eso?– y por no haberme hablado de su sospecha o lo que sea de que van tras no quién?,
¿por qué? A veces es tan frustrante lidiar con él…

Lo siento antes de verlo. Es algo tan fuerte, tan visceral, que me da la impresión de que Phoebe
sabrá instintivamente quién es su padre sin la necesi

Respiro hondo, llamo a mi subconsciente y encadeno a mi diosa interior, así impido que
intervenga donde no le corresponde meterse. Me vuelvo lenta Christian con mi mejor expresión
neutral. Él, como siempre, luce delicioso con su traje de amo y señor del mundo sin el saco, la
corbata abierta y uno la camisa sueltos. Joder, él sabe jugar. El cabello cobrizo ahora un poco
largo le cae desordenado sobre la frente, de modo que sé que se ha estado p manos por ahí. De
pronto a mí me entran ganas de hacer lo mismo.

Él no me habla, sólo me mira con su mirada analizadora y crítica. Bueno, señor Grey, yo
tampoco voy a pronunciar palabra, así que si quiere pelear, q va a tener que iniciar él.

–¿Por qué saliste? –es lo primero que dice, su pronunciación lenta, aparentemente

calmada, deliberada. Es ese tono que hiela los huesos. Me encojo de hombros para

infundirme valor. Tú puedes, Ana, me anima mi subconsciente.


–Para tomar aire, estirar las piernas, comprar algo, ver personas… Escoge la que prefieras.

–¿No podías hacer eso desde aquí?

–Christian, de veras pienso que estás siendo irracional –le digo, mi tono perdiendo ya la
paciencia.

–¿Lo crees?
–Por supuesto. Rastreas mi móvil, rara vez salgo si no es contigo, me tienes más que vigilada en
el trabajo y no descarto la posibilidad de que hayas influencias para crear un nuevo
departamento dentro de la CIA; no sé, algo como: Escuadrón para vigilar a Ana cuando el señor
Grey no puede. Y es

–¿Lo es? –Una media sonrisa coquetea con sus labios, en sus ojos brilla el humor.

Pero no, no le voy a permitir distraerme porque todos –él, mi subconsciente, mi diosa interior y
yo– sabemos dónde va a acabar la discusión si lo dejo y todavía no estoy lista. Cruzo los brazos
bajo mis pechos y aprieto los labios.

–Lo es.

Me repasa con una mirada fría, insondable, examinando mi estado de ánimo o buscando signos de
daño, a saber. Exagerado Grey… Le queda.

–No te di permiso para salir –dice al cabo con voz neutral.

–¿Lo necesito?

Me frunce el ceño.

–Sí, Anastasia, lo necesitas. Sabes lo mal que me pongo cuando haces cosas sin
consultarme.

–Tú lo haces todo el tiempo, y no ves que salga a recibirte con una sartén en la mano –Tengo que
resistirme al brillo socarrón que le ilumina los ojos y casi de su edad por un momento.

–Me preocupo por ti, Ana.

Oh, el Christian sincero. Eso no es justo, sacó su mejor arma contra mí.
–Lo sé, Christian, pero a veces te excedes. –Él hace su camino hasta mí con su expresión de
"no sé hacerlo de otra forma" y yo siento que mi corazón al deshielo. Se detiene casi rozando
mi barriga con su abdomen. Siento una sacudida de la columna y electricidad corriendo por mis
venas, cada folíc cuerpo se levanta, la respiración se me corta, mientras Christian me reclama
con todo el poder de su sensualidad. No debo ceder, hay mucho que dis Christian descansa
suavemente la palma de su mano en mi mejilla y con el pulgar hala de mi barbilla para que deje
de morderme el labio; su otra ma cadera hasta mi pecho tomándose la libertad de moldearlo,
jugar con el pezón hasta que siento cómo se yergue con el contacto experto… Mi diosa int
contra las cadenas que la someten y yo estoy tentada de soltarla…

¡No!

Me aparto rápidamente, colocándome a su espalda a una buena distancia. Demonios, eso no


es jugar limpio. Christian se vuelve lentamente, expresi pero ojos de fuego.

–Hay otra cosa que quiero discutir contigo –digo. Si vamos a pelear

por esto que sea antes del sexo, no después. Su mirada se vuelve

cautelosa, creo que incluso sospecha de qué va mi siguiente

estocada.
–¿Por qué no me dijiste lo de la recompensa?

–¿Recompensa? –Intenta hacerse el inocente… y falla espectacularmente.

–Por favor, Christian. No estoy de humor para jugar a esto. Hablo de la recompensa de diez
millones de dólares que ofreciste como rescate por Teddy

–¿Quién te lo dijo? –Avanza un paso en mi dirección entrecerrando los ojos. Mierda. Si le digo
que fue Kate no sólo va a limitar la poca cantidad de ve vemos, o las va a controlar, sino que
además va a montarle numerito a Elliot para que mantenga a mi amiga y su tenaz boca de
reportera lejos de mis ahora ella es la única fuente de información con la que cuento, ya que él
no se muestra muy comunicativo, así que no puedo perderla.

Decido utilizar ese antiguo pero eficaz método de "salirse por la tangente".

–Lo pasaron por las noticias y sale en la prensa, todo el mundo está hablando de ello –vuelvo a
cruzar los brazos para dar énfasis a mis palabras. Sí, no es que desde que me casé contigo yo
sea tan invisible como solía, así que tarde o temprano me iba a enterar.

No responde, pero no me muevo. Pasa sus manos, ambas, por su cabello mientras sus ojos se
cierran con fuerza, supongo que le estará pidiendo pac ente superior.

–Anastasia…

–Creí que ya habíamos pasado esa etapa en la que tú me escondes cosas y no me dices todo
para, según tu peculiar idea de seguridad, sacarme de p

–Anastasia, cuando me casé contigo prometí hacer todo lo que estuviera en mi mano para
mantenerte a salvo, y si a mi juicio eso implica mantenerte oscuridad, lo haré.
Vaya, así que estamos sacando la artillería pesada.

–Christian –¡Señor, dame paciencia!–, esto no se trata de otro maldito con un arma
buscándome para vengarse, se trata de Teddy.

–¿Y cómo lo sabes? –Ruge, lo que me deja brevemente descolocada. ¿Cómo sé qué?–
¿Cómo sabes que no es otro loco buscándote para lo que sea? – esa habilidad que tiene para
responder a mis preguntas no formuladas.

Su pregunta final me impacta, pero no tanto como la angustia en su contorsionado rostro que
resulta tan clara como las aguas de un riachuelo de mo actitud, su lenguaje corporal, la súplica
en sus intensos ojos grises lo confirma: él sabe sin lugar a dudas que el blanco nuevamente soy
yo. Pero quié cuál es el motivo… Mi cuerpo percibe a Christian cuando se acerca nuevamente,
pero estoy tan sumida en mis pensamientos que no hago movimiento reconocimiento. ¿Leila?
¿Elena? ¿Algún secuaz de Jack? ¿Linc?

–Anastasia, no lo pienses. Sólo no lo hagas –me coge de la barbilla y me suelto el labio. Sus
ojos queman en preocupación, miedo, angustia, dolor. C un hombre al menos diez años mayor
con el miedo de un niño solo… un niño abusado, asustado y solo que tuvo un inicio de mierda
en esta vida y se haber sido capaz de proteger a la puta adicta al crack que tuvo por madre, y
yo no estoy haciendo nada por hacerlo sentir mejor. Ahora lo veo. Tiene Teddy, por mí, por
Phoebe… en fin, por su familia, y es hasta ahora que me doy cuenta. Él quiere probar que esta
vez sí es capaz de proteger lo que Cincuenta.

Envuelvo mis brazos alrededor de su cuello y lo abrazo con toda la fuerza de mi propio
sufrimiento por él, por nosotros, por mi hijo. Christian esconde cabello y aspira el aroma con
fuerza.

–No soportaría perderte, Ana, ya lo sabes. Lo experimenté una vez y creí que tendría que
hacerlo dos veces más cuando el desaseado… –traga con fu favor, no me desafíes. Sé que
tienes derecho a saber lo que haga o no respecto a Theodore, pero no quiero decirte algo que
te impulse a actuar preci estúpido como tienes por costumbre –aprieta sus dientes. No puedo
creer que siga reprochándome lo de Mia. ¡La iban a violar y matar, por todos los prioridad ahora
es recuperar a nuestro hijo sano y salvo, pero eso no significa que esté dispuesto a sacrificarte
por él, ni a dejarlo a él por ti. No es un mí, Ana. Son los dos o… o yo…

–Shh. Basta, no digas más. Lo entiendo. Gracias.

Lágrimas calientes, abrasadoras, corren por mis mejillas como si nunca antes hubiera llorado.
Mi Christian, mi chico perdido. ¿Cómo he podido ser ta con él?

Nos quedamos así un rato, sosteniéndonos mutuamente, siendo uno pilar de apoyo para el
otro, hasta que Christian se separa para estudiarme atent sus brillantes, doloridos y
vulnerables ojos. Es un gris de tormenta eléctrica, de monzón. Para él la historia se repite en lo
más esencial.

–Lo siento –murmuro. Él pestañea hacia mí y yo intento medir su reacción mientras me seca
gentilmente las lágrimas con los dedos. Tomo sus manos un suave y húmedo beso en cada
palma, y luego me acerco para besarle la comisura de su bella y contrita boca esculpida a
mano por el mismísimo D sus manos desaparecen en mi cabello, aferrándome la cabeza con
firmeza, y su boca está sobre la mía, dura, exigente, tomando todo lo que necesita respiración
agitada mezclándose con la mía sorprendida y su contacto desintegrando las cadenas que
sujetan a mi diosa interior y llamando a gritos a muy obedientemente se pone en primera línea
de batalla. Rayos, esto realmente lo tiene mal. Se separa y me mira unos breves segundos
antes de c mano y llevarme sin miramientos pero sin que yo oponga la menor resistencia, a
nuestra habitación.
Una vez allí cierra la puerta, se desviste rápidamente, me lanza una mirada gris de tormenta con
rayos y bolas de fuego cayendo a tierra y arrasando desviste de la misma eficiente y veloz forma.
Cuando estamos completamente desnudos, uno frente al otro, extiende una mano hacia mí; hoy
no está prisioneros ni tampoco preguntándome qué quiero. Está claro: él pone sus cartas sobre la
mesa y de mí dependen cogerlas o irme. Yo las tomo.

–Christian, ¿por qué no me muestras… las fotos?

La suave voz de Carrick me saca de mi ensoñación. Christian, a mi lado y con su lado


rodeándome la cintura, me besa suavemente la mejilla antes de pie y guiar a su padre a su
despacho, me atrevo a suponer. En el silencio de la habitación Grace y yo, sentadas una en
diagonal a la otra en la enorme escuchamos el sonido que hace la puerta al cerrarse
suavemente. Nuestros maridos nos han dejado. Me atrevo a echarle una miradita antes de
clava copa con agua gasificada deseando estar bebiendo algo más fuerte. Grace, con su
vestido color crudo y su cabello rubio recogido en un moño desenfa elegantemente impecable,
coloca una de sus manos sobre la mía para captar mi atención; está sonriéndome de esa
compasiva forma suya.

–¿En qué piensas, querida?

En que de nuevo hay un loco psicópata tras mis pasos y esta vez no tengo ni la más remota idea
de qué motivo puede tener en mi contra.

–En nada en particular –miento, y terriblemente, pero Grace no insiste.

–Estuve pensando que quizá sea bueno para nosotras salir un día a… no sé, quizá de
compras. Pero no podemos llevar a Mia –me da una amplia sonr y yo se la devuelvo
mecánicamente. A Christian no le haría ninguna gracia, supongo que luego deberé discutirlo
con él si me animo–. Sobre todo aho destrozaron toda tu ropa supongo que te gustaría –
continúa ella ahora sí captando toda mi atención. ¡Santa mierda, ¿guardarropa destrozado?!
¿Cuá podemos reemplazar los perfumes que rompieron.

Ahogo un jadeo. ¿Qué?

Christian y Carrick regresan, al parecer dando por terminada una conversación que debió
haberse quedado en el despacho. Christian mira hacia mí y entrecejo.

–¿Estás bien? –Me pregunta, y yo sinceramente no sé cómo responderle.

Toda mi ropa hecha pedazos. Y mis perfumes y presumo que también otros objetos
evidentemente míos, rotos. Ahora me cuestiono mi acusación con de ser un exagerado cuando
decidió traernos de vuelta a escala. Quizá para entonces él ya lo sabía… ¡Es decir que el
secuestrador volvió a la casa lue Teddy! ¿Para buscarme? ¿Para matarme? ¿Para
secuestrarme? Santa jodida mierda. Y es evidente ahora que Christian lo supo todo el tiempo;
quizá s minutos después de que el desgraciado abandonara la escena. Ahora parece una
cuestión apremiante el descubrir quién coño es y qué motivo tiene, uno y no es sencillamente
un desequilibrado que dio por casualidad con nosotros.

No, ni yo soy tan ingenua como para creer eso.


Miro hacia Christian, que parece preocupado, y luego a Carrick y Grace, que me observan
con tristeza. Lentamente vuelvo la mirada a mi marido.

–Hago lo que puedo –murmuro. Su expresión decae más y sé sin lugar a dudas que he cagado
la ya de por sí deprimente atmósfera sobre nosotros.
señora Grey.

–Quizá deberías descansar –dice sentándose a mi lado, envolviéndome en un cálido abrazo


de "te amo como no te lo imaginas".

–Ambos deberían hacerlo. –Carrick le lanza una significativa mirada a Christian.

Grace y su marido se ponen de acuerdo y deciden que ya nos han entretenido suficiente. Nos
dedicamos los abrazos, las palabras y los gestos de des ejecutados mecánicamente, y en poco
Christian y yo estamos solos de nuevo.

–¿Quieres ir a dormir? –Me pregunta con los labios tensos.

–Quiero comer –murmuro, y veo cómo se le ilumina el semblante. Vaya que es voluble.

De vuelta al baño. Otra noche sin poder dormir. Miro en el espejo sobre el lavabo esa criatura
deprimida, ojerosa, demasiado mayor para la edad que devolviéndome la mirada con unos ojos
azules brillantes con una miríada de emociones contradictorias constantemente colisionando las
unas con las o haciendo de mi cabeza un caos y un verdadero infierno.

Pienso en mi marido, profundamente dormido en su lado de la cama, recordando la promesa


que me hice de no angustiarlo más si está en mis manos entiendo su actitud, su paranoia y su
manía por controlarme especialmente ahora, necesito información. Yo siento como él: para mí
mi familia es lo m más importante que yo, sobre todo si de Christian o mis hijos se trata. Sé que
no puedo hacer mucho, que lo mejor sería por una vez obedecerle y pe tranquila, o quieta al
menos, pero no puedo, no está en mi naturaleza y sencillamente me parece completamente
irracional. Esto está probando ser d mí.

Abro el grifo y me lavo la cara con agua bien fría para despejarme un poco la cabeza y la
sensación de abstracción que comienza a embargarme. Me s lavabo diciéndome que es el
estrés y la falta de sueño, quizá con unas pastillas pueda volver a dormir al menos un par de
horas. Cojo una toalla… y al desliza entre y por las piernas. Levanto la bata, un líquido
transparente me corre abundantemente por las piernas, y yo sé lo que es. ¡Oh, Dios, ¿aho

Me acerco a la puerta del baño procurando no resbalar.

–¡Christian! –Llamo tratando de mantener la calma– ¡Christian!

Escucho el movimiento de la cama y los pasos apresurados por el cuarto antes de ver su
rostro completamente despierto y alarmado.

–¿Qué pasa? –Me recorre enteramente con la vista antes de entender cuál es el problema. Sus
ojos se abren tanto que me hace sonreír, luce caricatu

–Rompí fuente –le digo ahora con mi sonrisa boba.

–¿De qué te ríes? –Frunce el ceño y se acerca a ti


–¿Te parezco gracioso? ¿Justo ahora? –me lanza esa mirada de "se volvió loca" que solía
dedicarme Kate cuando me veía riendo o peleando con los pe mis libros.

–Sí.

Sacude la cabeza, incrédulo y divertido. Me coge por los codos para darme soporte y mientras
intento limpiarme las piernas con la toalla que aún sost del baño y me pide que aguarde
mientras va sale a toda prisa. Cuando vuelve, Gail viene con él.

–¿Preparada, señora Grey? –Ella me sonríe fugazmente antes de internarse en las


profundidades del armario y salir con un bolso preparado. Me la qu sorprendida, ella sólo se
encoge de hombros y amplía la sonrisa– Yo sí lo estaba –dice simplemente.

Unos increíbles diez minutos más tarde Taylor maneja a una velocidad ligeramente superior al
del límite con Ryan y Sawyer siguiéndonos en la otra S está a mi lado pálido, nervioso y
ansioso, con una mano sobre mi abultado vientre y la otra alrededor de mi espalda.

–¿Cómo vas? –Me pregunta como por centésima vez.

–Bien, cariño, tranquilo. Las contracciones son la peor parte, y no vienen con tanta frecuencia
–intento calmarlo, pero sé que nada que diga va a serv Él es Christian-sobre-reacción Grey.

–Se suponía que nacería en dos días más –le escucho murmurar quedamente.

–¿Quieres que le diga que espere? –me burlo suavemente. Él me mira y sus ojos brillan con
humor y amor. Mi Christian.

–Quizá salga a ti, por lo que no hará lo que se le dice –me da su sonrisa de medio lado de mil
voltios. Qué alivio, está de humor. Me echo a reír antes dientes y su mano ante la acometida de
una intensa contracción. Maldición, eso es lo peor.
6

Ella es perfecta.

Es pequeña, adorable y justo ahora mira con unos grandes y perplejos ojos azules a su
encantado papá, que la sostiene como si jamás en su vida hub nada más valioso entre los
brazos. Christian le sonríe y se seca rápidamente una lágrima para que no le caiga a nuestra
hija en la carita sonrosada, le mirada y la clava en mi dolorido y dividido rostro por una de mis
radiantes sonrisas estúpidas.

–Gracias, Ana. –Se levanta, se inclina cuidadosamente sobre mí y me besa.

Soy feliz por él, porque justo ahora es feliz. Simple y llanamente. Su rostro parece el de un
ángel recién bajado del cielo, brillante y repleto de amor. creí mientras me practicaban la
cesárea, quizá Dios, en su infinita sabiduría, nos envió a Phoebe antes por una razón, y viendo
a mi hermoso marido pongo en duda.

La puerta de la habitación del hospital donde esperamos a la doctora Greene para que me dé de
alta se abre y por ella entra una radiante Mia, seguid conmovida Grace y un más que feliz
Carrick.

–¡Oh, santo cielo, es preciosa! –Mia se agacha junto a Christian con los ojos abiertos tanto o más
que Phoebe. Grace toma posición ante mi marido y limita a mirar por encima del hombro de su
mujer.

–¿Cómo te sientes, Ana? –Me pregunta con una cálida sonrisa.

–Estoy bien –le sonrío de vuelta. Carrick asiente, volviéndose para mirar más de cerca a
Phoebe ahora que Grace le ha cedido algo de espacio.

Mi corazón se hincha de gozo al verlos todos juntos y congregados en torno a mi pequeña


princesa de ojos azules, como la llamó Christian cuando la vez. Siento el amor brotando en
oleadas de cada uno de nosotros en un breve espacio separado de la realidad y del tiempo que
les permite ser, al me instante, completa y absolutamente felices. Menos a mí. No puedo dejar
de pensar en Teddy y en lo mucho que soñé durante los últimos nueve mese su padre,
sintiendo la misma fascinación por su hermanita que la que ella muestra ahora por los
presentes. Ella es una cosita adorable y tiene un her lo sabe. Frunzo el ceño, pero rápidamente
acomodo el semblante cuando percibo la mirada de Christian sobre mí, no quiero desmoronarle
la fiesta. M sonrío justo cuando la puerta vuelve a abrirse y entra una enfermera.

–Señora Grey, la doctora Greene estará aquí en cinco minutos –dice mientras rellena mi vaso de
agua y me lo pasa. Bebo agradecida, del agua y de q variar, ella no sea rubia. Apila envases
vacíos y se vuelve a mí–. Felicidades por su bebé.

–Gracias –le sonrío.

–Dejaron esto en recepción para usted. Si me disculpa… –Me entrega un sobre manila amarillo
sellado y se retira. Curiosa, sintiendo un cosquilleo ex punta de los dedos mientras rompo el sello
y extraigo la nota mecanografiada, leo.

UN RETOÑO NUEVO. UN NUEVO AMOR. UNA ALEGRÍA MÁS QUE AÑADIR A SU VIDA. UNA
SONRISITA NUEVA... Y UN BLANCO NUEVO. FELICIDADE

–¿Qué es eso, Ana? –Christian me llama con ansiedad en la voz, pero no soy capaz de
responder. Ni siquiera estoy segura de haberlo escuchado real haber sido mi imaginación
pasándose de lista. De hecho, ¿quién asegura que no me tomé las pastillas para dormir al salir
del baño y esto es sólo un s secundario?

Carrick viene rápidamente hasta mí y coge la nota que, recién me doy cuenta, se me ha caído de
la mano. La lee rápidamente y su semblante palidec supongo está el mío. Ahora todos los Grey
están alerta, y Christian parece el más afectado; nuevamente envejeció veinte años en menos
de un minut

Christian está hablando con el supervisor del hospital, con Taylor y el agente Rancoff
acompañándolo, mientras tratan de averiguar quién dejó el sobr Grace está sentada con Mia,
ambas con las manos entrelazadas y la mirada fija en mí, lo sé, y Carrick pasea de un lado al otro
de la habitación como enjaulado. Me gustaría que dejara de hacer eso.

Miro abajo a mis brazos al bultito envuelto en rosa pálido que dormita tranquilamente con la
carita recostada en mi pecho, ajena a todo lo que está pa alrededor. Me gustaría poder
introducirme en su tranquilo mundo de sueños o nebulosa post nacimiento, no lo sé, cualquier
cosa para no pensar, par testigo de las amenazas que nos acechan, para no dejarme envolver
en la desesperación de saber que quieren arrebatarme a mi hija recién nacida só
¿venganza? No alcanzo a entenderlo.

Grace me dice algo, o se lo dice a Mia… Lo único que sé es que de pronto estoy inmersa en el
gris más desolador, peligroso y doloroso que he alcanza contemplar jamás en los ojos de mi
esposo. Christian me palmea suavemente la mejilla para que salga de mi estupor y le escuche; a
regañadientes s superficie, y entonces el ruido explota a mi alrededor, aturdiéndome. Gritos por
teléfono, discusiones, máquinas haciendo extraños sonidos de hospit sollozando, muchas
respiraciones, pasos… Lentamente caigo en la cuenta que soy yo la que llora cuando Christian
limpia gentilmente las lágrimas de para que otras se apresuren a ocupar su lugar. Él luce
devastado, cansado, molido, pero asombrosamente firme. No es inquebrantable, pero sí es fue
Cincuenta.

–Mi amor, papá y Sawyer van a llevarte de regreso a Escala con Phoebe. Por favor, no te pongas
en contacto con nadie hasta que yo llegue –musita su pausadamente, como si hablara con un
niño desequilibrado emocionalmente.
Sí, Christian, es todo lo que tengo noción de haberle respondido, o quizá eso imagino que dije.
Cuando vuelvo a emerger de mi letargo lo suficiente c plenamente consciente de algo, Carrick
va a mi lado en la SUV que Sawyer conduce, Phoebe está dulcemente dormitando en su silla
de bebé y a mí m gruesa manta por debajo del cinturón de seguridad. Cómo llegué y qué pasó
antes de eso son detalles que realmente no me interesan. Lo único que es que me habría
gustado pedirle a Christian que viniera conmigo, que no nos dejara solas, aunque Carrick no
tenga intención de hacer lo último.

Pero no me importa, quiero a mi marido sano y salvo conmigo, así se esté desquiciando.

Phoebe continúa pacíficamente dormida cuando ingresamos en el departamento. Gail,


ataviada con un lindo y cómodo vestido turquesa, sale ensegui con el cabello rubio cayéndole
suelto sobre los hombros y una mirada preocupada ensombreciéndole el semblante. Se
acerca suavemente a nosotros Carrick.

–Bienvenida, señora Grey –deposita los ojos en Phoebe, la expresión dulcificándosele–.


Felicidades por su hija.

–Gracias –murmuro con la voz tan ronca como si llevara semanas sin utilizarla.

–¿Quiere un té?

–Por favor.

Ella asiente y se retira.

Carrick me rodea los hombros con uno de sus brazos y nos conduce al amplio sofá, dejándome
tomar asiento junto a uno de los reposabrazos mientra mi lado. Desde que salimos del Audi ya
en Escala no ha pronunciado palabra, y no sé con exactitud si eso me deprime más o si se lo
agradezco.

–¿No quieres ir a descansar, Ana? Has de estar agotada… por todo. Yo puedo hacerme
cargo de Phoebe.

Miro hacia él, ese rostro comúnmente tranquilo ahora luce tan demacrado y pesimista como
quien ha sido testigo de un terrible accidente de tren. Qu hacer algo para intentar animarlo y
alejar las preocupaciones de su mente, pero ¿cómo podría ser capaz de eso si yo misma no
estoy completamente aún de que esto es real? Porque no puede serlo –porque no quiero que
lo sea

El móvil de Carrick suena haciéndome dar un respingo, él mira la pantalla antes de antender.

–Hijo.

Me estremezco. ¿Será Christian?

–Dile a Kate que no se preocupe, Ana y la bebé están en Escala conmigo. Christian pidió que
la trajera. –El corazón se me desinfla. No es Christian–. Sí, la recibió Ana directamente –
Carrick me echa un nervioso vistazo antes de apretarme el hombro tranquilizadoramente y
dirigirse a la pared de cri proseguir su conversación. No entiendo qué tiene de malo que
escuche, todo lo que hay que saber sobre esto ya lo sé.
¿Estás segura de eso?, mi subconsciente me mira por encima de las gafas de media luna con
una ceja alzada y la boca torcida en una mueca. No, por no lo estoy. Y ahora, para empeorar, no
puedes tener sexo en cuarenta días, mi diosa interior hace un puchero de niña escarmentada y se
cruza de b Suspiro quedamente. Ésa es otra, Christian va a estar como un ogro, no es bueno
manejando el estrés sin su actividad de desahogue favorita.

–Aquí tiene, señora Grey. –Gail deja la taza con su respectivo platillo sobre la mesa de café
ante el sofá y luego se sienta a mi lado–. Es una niña prec suavemente.

–Gracias. Lo mismo pensé yo cuando la vi –por por un momento en que me permití ser
absolutamente feliz a pesar de todo.

–¿Puedo, si me permite, preguntarle dónde va a dormir la pequeña, en vista de que va a


quedarse aquí un tiempo?

La miro, sorprendida y sintiéndome extremadamente idiota. ¡Es cierto, ¿dónde va a dormir?! Ni


Christian ni yo previmos nada con respecto a su llega porque pensamos que para entonces ya
habríamos vuelto a nuestra enorme casa, o sencillamente se nos olvidó. Nadie podría
culparnos de ser lo últi pero…

Niego suavemente con la cabeza, diciéndole que no tengo ni idea. Supongo que con
Christian-todo-lo-arregla-el-dinero Grey será cuestión de hacer u llamadas telefónicas para que
nos traigan un cuarto personalizado en un maletín. Y conociéndolo como lo hago seguro será
todo extremadamente cos

–Bueno, yo… –llama mi atención de nuevo a tiempo de atisbar un rubor trepándole por las
mejillas. ¡Gail sonrojada! Esto sí que es un cambio de roles trascendencia histórica, siempre
soy yo la que se sonroja ante ella pese a que ya llevamos unos años conviviendo, mientras que
ella es la siempre efic sonrisa-serena ama de casa-esposa-de-Taylor. Se remueve un poco– me
tomé la libertad de preparar algo temporal para la niña pensando que quizá Grey estuviesen
algo distraídos con la situación actual como para preverlo.

Ladeo la cabeza como suele hacer Christian. Oh, mi Cincuenta. Te quiero aquí, ya. De verdad
asiente
Miro a Phoebe sintiéndome repentinamente avergonzada. ¿Qué clase de padres olvidan preparar
una habitación para su hija? Vuelvo la vista a Gail y l

–Gracias.

Ella me devuelve el gesto.

–¿Le gustaría verla?

–Sí, me encantaría.

Nos ponemos de pie justo cuando Carrick regresa.


–Kate, Ava y Elliot vienen en camino –anuncia suavemente.

¡Kate! Oh, Kate. La tenaz señorita Kavanagh… mmm, Grey. Ella de seguro va a querer saber
absolutamente todo lo que ha pasado con pelos y señale tipo de papel de la nota hasta cómo
me sentí cuando Gail trajo el té, que, desde la mesa, parece reprocharme el abandono dejando
de humear. Pued sepa lo que ha pasado gracias a su pericia y odiosa insistencia de reportera,
pero eso no necesariamente me salva del interrogatorio, porque con ella nunca se siente como
un cuestionario.

–De acuerdo –musito.

–Iré a avisar a Sawyer para que no se altere cuando los vea –me dedica una media sonrisa y
se retira con un paso ligeramente robótico.

Miro a Gail preguntándome si esconderme en la habitación del pánico hasta que Kate se vaya
sería de muy mala educación. Quizá cualquiera que se l enfrentado me diría que no, que más
bien sería mi movimiento más inteligente, pero al final es mi amiga y está preocupada por mí.
Recuerdo que sie estado cuando la he necesitado, estuviera o no consciente de que lo hacía,
aunque en ocasiones no acierte con la manera.

Sigo a Gail por las escaleras al segundo rellano del departamento. Entramos en la primera
puerta, pero no llego a dar un paso más allá del umbral. E impactada. Las paredes de la
habitación son de un suave y relajante color crema con flores blancas repartidas en las
esquinas, la unión entre techo y cubierta por unas suaves molduras blancas que se
interrumpen sólo al llegar a la inmensa ventana que da paso a la luz solar; deben ser cerca de
och mañana. Unas finas cortinas etéreas y semitransparentes ocultan la imponente vista de
Seattle. Hay una cuna blanca, un cambiador violeta suave, un de mimbre, unos pufs en el
suelo, una cómoda, un armario y un equipo de sonido con algunos estuches de CDs encima.

Entro lentamente, sintiendo que a cada paso una aletargada calma me embarga mientras mis
ojos consumen todos los colores y mi nariz absorbe y r delicado olor a vainilla que flota en la
habitación. ¡Vainilla! No estoy muy segura de querer ese olor y lo que para mí significa
relacionado con mi peque pequeña recién nacida a la que después de unas horas en este mundo
amenazan con secuestrar también. ¡No!Me acerco a la cuna para alejar esos p de mi cabeza y
distraerme con algo más. Conozco a Christian y lo maniático que puede ser respecto a mi
seguridad, y si esto realmente fuera tan gra canso de imaginar, estoy segura que ya estaríamos bien
instalados en Australia, a saber.

–¿Qué le parece? –la voz de Gail llega desde un costado del cuarto. La miro y le sonrío con
todas mis ganas, realmente esto es una agradable sorpres todo lo que ha pasado.

–Me gusta mucho. Es precioso, Gail, gracias.

Ella asiente luciendo complacida. Bueno, yo también lo estoy.

Me acerco al estéreo y estudio los CDs. Mozart, Beethoven, Tallis… Oh, otra cosa que no
quiero aprender a relacionar con Phoebe. De pronto me invad sentimiento de gratitud que pudo
haber sido provocado por los acontecimientos de los últimos días. ¿Cómo puede pasar tanto en
tan poco tiempo? La inundan el rostro y debo sentarme en la mecedora cuando siento que las
fuerzas me fallan.

–¿Está bien, sra. Grey? ¿Tiene algo de malo el cuarto? Si es así podemos cambiarlo, haremos
lo que usted quiera… –es evidente que ella no sabe qué reacción.
–No, es perfecto. Te lo agradezco mucho. Desde que Teddy… –me ahogo y soy incapaz de
continuar. Abrazo a Phoebe más fuerte contra mi pecho.

–Entiendo –murmura, dándome

una triste sonrisa–. Iré a buscar su

té. Y como no me opongo, se va.

Ahora estoy sola con mi bebé, pero como ella está dormida es como hallarme a solas con mis
pensamientos. Mis turbulentos pensamientos. ¿Por qué vuelto? ¿Por qué no me ha llamado?
¿Qué ha estado haciendo todo este tiempo? Realmente dudo que continúe descargando su
atronadora ira silencio personal del hospital; me atrevería incluso a pensar que está reunido
con Barney o con Welch discutiendo algo que ciertamente me incumbe pero de ser informada
para evitar que la presión me "desquicie". ¿Cuándo me he desquiciado, para comenzar? Quizá
en mi mente estoy harta de hacerlo, per exteriorizo. Aunque no es que Christian necesite
motivos para no decirme las cosas, ha sido así prácticamente desde que nos conocimos. Le
gusta es por algún motivo eso incluye tener el manejo de la información. Es él quien me empuja
a arriesgarme desafiándolo para después hacerme sentir mal peor de todo es que sé que
preguntarle es inútil, sólo voy a conseguir enojarme, enojarlo, pelearnos, quizá atraer sus
pesadillas de vueltas y justo ah calmarlo como a él le gusta.

La cantidad de preguntas sin respuestas, de sucesos sin explicación, de acciones sin motivo
genera tantísimas ideas en mi cabeza que de una u otra f que conseguir aplacar antes de
desquiciarme de veras. ¿Quién está detrás de esto? ¿Por qué nos persiguen? ¿Es a nosotros,
sólo a mí, más a mí, por secuaces? ¿Es un hombre o una mujer? ¿Qué están haciendo con
Teddy? ¿Por qué me envían mensajes? ¿Han pedido ya un rescate? Me digo que ten
preguntárselo a Christian cuando lo vea.

Tantos rostros, tantos nombres que desconozco, tantas posibilidades… Ése es uno de los más
grandes problemas de estar casada con Christian Grey: sumisas, es tan jodidamente poderoso
y déspota que prácticamente cualquier ciudadano de los Estados Unidos y vayamos a ver si no
de algún lugar puede ser un potencial sospechoso. Ahora, ¿existen las pistas suficientes para ir
descartando? ¿Qué hace Christian para asegurarse que ningún empl compañera sexual está
involucrada? ¿Cómo puedo saberlo yo?

Unos leves golpes en la puerta me obligan a volver al ahora.

–¿Ana?

Kate se asoma cautelosamente por la puerta antes de abrirla del todo y dar algunos pasos
dentro. Lleva unos vaqueros negros ajustados, una camise una chaqueta de cuero y mi taza de
té en las manos. Elliot, rubio y con una bella niña en brazos, está detrás de ella. Ambos me
estudian detenidame cabeza antes de concentrarse en recorrer todo mi rostro, y me ruborizo
pensando que quizá debí haberme cambiado al llegar a casa para deshacerm vestido blanco
que ahora me va demasiado grande.

–Hola, Kate y Elliot –sonrío con la esperanza de que dejen de tratarme como una fiera
dolorida.

Entran definitivamente, Kate deja la taza sobre la cómoda y Sawyer les trae un par de sillas
antes de asentir en mi dirección y retirarse cerrando la pu
Me fijo en Ava, despierta aunque somnolienta sentada en el regazo de su papá. Ella es
preciosa, un angelito rubio de ojos verdes muy parecida a Ellio pero escalofriantemente
idéntica a su madre cuando frunce el ceño, aunque gracias a Dios ella no tiene la misma pinta
de preguntona. Kate toma su junto a la mecedora, a mi lado, para mirar a Phoebe más de
cerca; mi bebé ahora tiene sus grandes ojos azules abiertos y fijos con desconcierto en s

–Oh, Dios, Ana, es lindísima. Tiene tus ojos, pero creo que se parece más a Christian –
sonríe y le acaricia una mejilla–. Felicidades.
–Felicidades, cuñadita –canturrea Elliot guiñándome un ojo.
Gracias me ruborizo

También felicidades a

ambos.Me miran

desconcertados.
–¿Por qué? –pregunta Kate.

–Por ser tíos, de nuevo. Nos sonreimos entre los tres.Mi amiga me mira

–¿Cómo estás?

Me encojo de hombros.

–La verdad no lo tengo muy claro. Supongo que por ahora es un estado… de embotamiento,
quizá porque aún no se me ha pasado el efecto de la ane
–intento bromear, pero la expresión me traiciona–. Lo que más quisiera justo ahora es tener
aquí a Christian, siento que… que lo necesito para mante
–la voz se me rompe–. ¿Es muy melodramático eso?

–Para nada, nena –Kate me aprieta cariñosamente la rodilla–. Más bien pensamos… –
intercambia una mirada nerviosa con Elliot como si no supiera si no– que eres muy fuerte.
Cualquiera se habría desmoronado ante esto, pero tú sigues en pie luchando por Teddy, por
Christian, y ahora por Phoebe.

¿Desmoronarme? Eso sólo ocurriría en caso de…

–Quizá es que aún no he entendido bien lo que está pasando –repongo con cierta amargura.

–No –Kate niega–. Tú siempre has sido así.

Permanecemos en silencio por un rato hasta que le pregunto a Elliot por la remodelación que
está haciendo en la casa de algún millonario del que nun antes. Su voz tiene un curioso efecto
sedante que me relaja mientras le escucho relatar los detalles con creciente excitación; él es
como Christian, ap que hace. Luego le toca a Kate, y su voz hace lo contrario a la de Elliot, pero
aún así me alegra poder escuchar que alguien se la está pasando bien pa un escape
bienvenido a mi pesadilla personal. Al parecer ella está acosando a alguien para conseguir
información sobre unas joyas misteriosamente d de una pequeña tienda de la zona. Me
sorprende saberlo ya que yo no había escuchado nada, y entonces me doy cuenta que tengo
que comenzar a l periódico.

Cuando Kate se lanza en un apasionado relato sobre la discusión que mantuvo con un
empleado de una estación de servicio, Elliot se levanta y se disc buscar a Carrick con Ava en
brazos, seguro para conseguir algo de información con respecto a lo que sucedió en el hospital.
Lo veo salir con paso firm poder convertirme en mosca y seguirlo, quizá así consiga enterarme
de algo más de lo que sé, que en realidad es nada.

–¿Ana, me estás escuchando?

Mierda. Kate. La miro, ella parece más preocupada que enojada.


–Lo lamento.

–No te preocupes, sé que debes tener la cabeza en un montón de cosas a la vez.

Ni te lo imaginas, pienso en respuesta.

–¿No han sabido nada

más del delincuente?

–pregunta. Niego con

la cabeza.

–Nada aparte de la nota que recibí hoy –digo, como quien no quiere la cosa, evaluando
cuidadosamente su reacción. Kate no se inmuta, sólo frunce li cejo.

Claro, ella ya lo sabe. ¿Qué más sabe?

–Es escurridizo –comenta.

–¿Sabes si es hombre o mujer? ¿O si hay una lista de sospechosos?

–En cuanto a lo primero, no. Se supone que Christian llevó un equipo de criminólogos,
investigadores y forenses para barrer la casa por completo en alguna huella, cabello o pista,
pero hasta ahora no hay nada. Y en cuanto a lo otro… –le echa un vistazo a la puerta y luego a
mí, indecisa. ¡Oh no, Gr no vas a callarte ahora que has destapado el pastel!– Elliot me dijo que
Christian ha hecho interrogar a Jack Hyde unas cuantas veces, pero el maldito nada. También
ha ido a ver a un tal Linc, que según me enteré tiene motivos de sobra para querer verlo
destruido, pero sé poco más que eso.

Jadeo. Joder, esto es malo. Ha hecho que interrogaran a Jack y a Linc y no ha tenido la
consideración de decirme nada. Tengo la tentación de pregunt Elena, pero si ella no sabe
quién es puedo encontrarme en la comprometida situación de tener que contarle esa parte del
pasado de Christian que he procurando mantener en la oscuridad y el olvido. Además,
despertar el interés de Kate es tan peligroso como caminar sobre la cuerda floja con los oj un
montón de espadas con el filo hacia arriba actuando de red de seguridad.

–Y lo más extraño –prosigue sin ser consciente de mis

cavilaciones– es que nadie se ha puesto en contacto. Me mira

con el entrecejo fruncido como si realmente no lo entendiera.


–¿En contacto?

–Sí, ya sabes, para pedir un rescate. Saben que tienen al hijo de uno de los empresarios más
ricos de todo Estados Unidos y no han lanzado una cifra una fecha para dar a conocer sus
demandas…
Se calla al captar mi mirada de ojos abiertos como platos, pero ya es demasiado tarde. Kate, una
vez más, ha dado con el quid de mi problema de fal información y probablemente con el motivo de
que Christian esté especialmente hermético con este tema.
Si el secuestrador no ha exigido nada es porque no tiene intenciones de devolver a Teddy.

¿Quieres dejar de sacar conclusiones apresuradas? Han pasado tan sólo un par de días, puede que el
secuestrador sólo espere a que Christian esté lo suficientemente desesperado como para acceder a lo
que sea por recuperar a su hijo, espeta mi subconsciente y sé que tiene razón. Es un razonamie pero
justo ahora yo no tengo intenciones de ser lógica. Y lo que necesito ahora casi tanto como ver a
Christian es moverme.

–¿Ana? –Kate se inclina sobre mí, sus ojos

verdes brillantes y preocupados. La miro,

determinación tomando el control de mi

cabeza.

–Necesito volver a la casa. Quiero que tú vengas conmigo.

Sorpresa e indecisión se aferran por turnos a su rostro hasta que la tenaz ex señorita Kavanagh
hace su entrada.

–¿Ahora?

Asiento. Sé que estoy recién operada, pero la anestesia aún no pierde efecto. Además ya no
puedo seguir esperando sentada a que mi marido se ocu Aunque no lo quiera, le tengo que ayudar.
7

Salimos al pasillo cuidando nuestros pasos para que no se nos escuche. Los hombres están
reunidos en la oficina de Taylor con la puerta entreabierta puedo decir sin miedo a equivocarme
que probablemente estarán lo suficientemente entretenidos hablando como para concedernos a
Kate y a mí uno minutos antes de que alguno salga a asegurarse cómo estamos. Llegamos a la
cocina, Gail está preparando unos bocadillos.

–Señoras Grey –sonríe–. ¿Puedo servirlas en algo?

–De hecho, quiero pedirte un favor –le digo, acercándome lo suficiente como para sólo ella me
oiga. Kate está haciendo de vigía.

–Lo que requiera, señora –repone parpadeando con recelo.

–Necesito que cuides a Phoebe hasta que regrese.

Le tiendo a mi pequeña hija antes de que tenga oportunidad de retroceder y evadirme. Gail
suelta la cuchara que lleva en las manos para coger con c firmeza a la niña. Su expresión es de
desconcierto y alarma.

–¿Hasta que regrese de dónde? –llama.

–Si te lo digo, Christian lo sabrá. –Hago mi camino alrededor de la enorme isla hacia Kate–.
Lo siento. Y gracias.

Antes de que una de las tantas cosas que pueden salir mal, salga mal, Kate y yo nos
apresuramos a bajar en el ascensor y entrar a su coche sabiend de llegada del elevador tuvo
que haber alertado a Sawyer, de modo que no tenemos tiempo qué perder. Cierro mis ojos por
un momento y respiro; m sienten extrañamente vacíos sin Phoebe.

–Ana, ¿estás bien?

Miro a Kate desde el lugar del acompañante de su Mercedes CLK mientras se pone el cinturón.
Tiene las cejas fruncidas con preocupación. Sé que no buena idea que salga de casa después
de habérseme practicado una cesárea, y en otras circunstancias yo estaría de acuerdo con ella,
pero ahora eso importante. Al menos no lo más importante.

–Sí, no te preocupes. No vamos a estar demasiado, sólo quiero echar un vistazo. –Y con algo de
suerte quizá volvamos antes de que Christian enloqu enterarse de que me fui.

Kate coge mi mano y le da un suave apretón. Pone el coche en marcha y pronto dejamos atrás
Escala, a Carrick, Elliot, Ava, Sawyer, Gail y mi pequeñ Mentalmente me digo que ella está mejor
allí que con nosotras.

El suave sol de la mañana ilumina los caminos de Seattle y los altos edificios de acero de porte
imponente. Por las ventanas puede verse un suave vie las copas de los árboles con una
gentileza casi maternal. Las grandes casas con sus extensos jardines parecen todavía
sumergidas en la bruma de un noche de sueño, todas ellas ajenas a la pequeña nube negra que
parece seguirme constantemente sin parar de granizar y lanzar rayos sobre mi cabe

Kate frena suavemente ante el enorme portón que guarda mi casa; le doy la clave, que ella
ingresa en el teclado numerado, y nuevamente vamos an fuera mi hermosa casa parece tan
majestuosa y tranquila como siempre. Recuerdo el día que Christian me trajo para admirar las
vistas y contarme s comprarla para nosotros, si accedía a casarme con él. Casi no puedo creer
que pasen más de dos años de eso.

Kate y yo nos reunimos ante la puerta principal. Meto la llave en la cerradura y entramos. Un
estremecimiento me recorre la espalda cuando tengo un vista de todo; las cosas parecen
normales, todo está en su sitio y extrañamente más limpio de lo que esperaba pese a que una
película de polvo cubr los muebles de madera y los adornos. El silencio me abruma, se siente
como si estuviera invadiendo propiedad ajena, como si no debiera estar aquí. que así sea.
Deambulo lentamente por entre las habitaciones, los sofás…, reviviendo cada recuerdo y
preguntándome qué exactamente esperé encon venir aquí.

Entonces lo recuerdo.

–Subamos –le digo suavemente a Kate iniciando el ascenso por las magníficas escaleras
sosteniéndome firmemente del barandal.

En el rellano superior ya la cosa es distinta. La atmósfera pesa sobre mí como si estuviésemos a


tres mil metros sobre el nivel del mar. Me paro en el p dos puertas mientras las observo
alternativamente; una da a mi habitación y la otra a la de Teddy, y sólo ahora me percato de la
gran distancia que h Decido internarme primero en mi recámara, guiada por la curiosidad de
saber si mis objetos destrozados siguen allí, aunque con Christian involucrad seriamente.

No hay nada. El cuarto parece impoluto. Paseo la mirada por todas partes, desde la cama hasta
el armario y la cómoda, a medida que una surrealista desligue me aborda; algunos objetos
personales de Christian siguen en su sitio, incluidos ropa, zapatos y pocos implementos de
tocador. Quien vinier el estado de la habitación podría pensar que pertenece a un hombre que
no ha acabado de mudarse, un hombre soltero. Es extraño, como si todo ra presencia en la
habitación hubiera desaparecido, hubiera sido borrado, y es como… ya no pertenecer más a la
vida de Christian, o como si nunca hub por ella.

Los ojos se me humedecen.

No pienses así, Ana, me repito con firmeza. Esto no significa nada, Christian está contigo.
Salgo y me encamino a la habitación de Teddy. Allí el nudo que tengo en la garganta no hace
más que apretarse. Dios, recuerdo esa maldita noche, y hasta puedo en cierta medida entender
cómo se debió sentir mi Cincuenta al no poder proteger a la puta adicta al Crack, porque yo me
siento de la m Entro suavemente, repasando todo el mobiliario con las manos mientras tengo la
cabeza en otro sitio, aunque no sé cuál exactamente. Llego ante la c lágrima se me escapa.
¡Jesús!

–¿Ana?

Me vuelvo y veo a Kate parada en la entrada, dudosa. Asiento levemente para que sepa que
puede entrar. Ella hace lo mismo que yo: se da un breve la habitación antes de detenerse ante
la ventana y comprobar que la cerradura no hubiese sido forzada, aunque Christian ya lo
investigó y todos sabe fue: la violentaron.

Miro abajo al interior de la cuna donde yace la manta favorita de mi hijo. Me agacho haciendo
una mueca de dolor y la cojo para llevármela a la cara. huele a mi bebé, y está tan suave como
a él le gusta. Mi hombrecito voluble, como su padre…

–¿Qué fue eso? –Kate se voltea y me mira.

Yo también lo escuché, un tintineo metálico. Reviso el suelo a mis pies, y un poco más allá en
dirección a la puerta ambas descubrimos un pedazo de Kate se acerca y lo coge, yo me acerco
a ella para inspeccionarlo. Es un pendiente de plata o platino retorcido como un rizo, con una
esmeralda en for incrustada en un colgante.

Kate y yo intercambiamos una mirada que viene a significar lo mismo.

–Eso no es mío –murmuro.

–¿Crees que sea de la secuestradora? –pregunta con los ojos muy abiertos. Yo debo verme
igual.

Una secuestradora. Santa mierda. Es decir que quien tiene a mi niño es una mujer. Recuerdo
que golpeé al intruso en un costado del rostro, por lo q debió habérsele caído y acabar debajo
de la manta de Teddy que Christian y sus investigadores seguro no consideraron importante
por algún motivo.
¿a quién se le ocurre entrar en una casa a secuestrar un niño con joyas encima? Alguien
bastante pretencioso, en todo caso.

Pero entonces… ¿qué mujer se llevó a Teddy? Sé que no debería sacar conclusiones
apresuradas, pero no puedo evitar pensar en todas las ex de Chri debe estar lo
suficientemente loca o trastornada como para querer castigarme por casarme con él. O quizá
son varias. Recuerdo lo que dijo la amiga ex de Christian, sobre un club sub o algo así, una
especie de hermandad de ex sumisas de mi marido… ¿Y si ellas la crearon para sacarme del
camino nueva oportunidad con él?

Santa jodida mierda.

Deberías ser escritora de ficción, se te da muy bien inventar teorías conspiratorias, me espeta mi
subconsciente poniendo los ojos en blanco y pasand de su libro: El psicoanalista. ¿Qué hace ella
leyendo a John Katzenbach? Quizá es por su culpa que ando tan imaginativa.
Pero si no se trata de lo que pienso, ¿qué es entonces?

–¿Acaso crees…? –Kate me mira con los labios fruncidos y sé que ella

y yo vamos por la misma línea de pensamiento. Su móvil suena.


–Hola, nene.

Es Elliot, sin duda.

Le quito el pendiente y lo examino más de cerca. Yo no soy ninguna experta en joyería ni


mucho menos, pero me parece que no hace falta serlo para delicadeza del detalle de las
bandas que sostienen la esmeralda, lo perfecto del corte en forma de lágrima, lo sencillo y
elegante del platino y la curva tiene que pertenecer a alguien con dinero, pero entonces, si es
una ex, pudo ser un regalo de Christian; aún recuerdo lo que me decía cuando me qu sumisa,
eso de que tenía mucho dinero y quería gastarlo en mí, le complacía gastarlo en mí. Por
consiguiente, ¿por qué no haberlo hecho con las otra

¡Oh, por favor, NO! El pensamiento me pone enferma.

–¿Qué tan enfadado?

La voz de Kate llama mi atención. Si de enfado habla debe referirse a Christian.

–Bueno, dile que se tranquilice –replica–. Voy a llevar a Ana de

vuelta… ¿Cómo que ya viene en camino? Escuchamos unos

neumáticos detenerse ante la casa. ¡Demonios, ya está aquí! Le lanzo

una aturdida mirada a Kate. Joder, esto va a ser malo, y lo peor es que

no hay dónde esconderse.

–Ya está aquí –dice ella a Elliot–. Sí, hablamos después –y cuelga.

Ella me mira intensamente unos segundos mientras escuchamos sus pasos en el piso de
abajo; finalmente se coloca ligeramente por delante de mí co protegerme de la primera oleada
de ira Grey. ¡Protegerme! No creo que eso sea posible.

–¿Le mostrarás el zarcillo? –me pregunta en voz baja.

Miro mi mano cerrada en torno a la mayor pieza de evidencia que podríamos tener del caso, y
decido que si se la doy a Christian es lo último que sabr la guardo en un bolsillo de la chaqueta.
No murmuro ella asiente

Christian Grey, Gerente General de Grey Enterprises Holdings, Inc., también conocido como mi
caliente, controlador, sobreprotector y justo ahora enf infierno marido, cubre con su fuerte y firme
constitución el hueco de la puerta. Tiene las piernas separadas, los brazos cruzados y una
ardiente mirad que pasa calmadamente de Kate a mí y de nuevo a Kate. Sus ojos despiden un
brillo asesino cuando se posan en mi amiga.
Nos contemplamos en silencio, cuatro ojos contra dos que poseen más fuerza que la de un
ejército entero. La acostumbrada energía magnética que p cuando Christian y yo nos hallamos
en la misma habitación me llama, me insta a salir de detrás de Kate y plantarme frente a él,
aunque esté jodidam enojado. En su precioso rostro pareciera haber una máscara de hierro, y
eso hace que me estremezca.

–¿Tienes miedo de que te pegue, Anastasia? –pregunta con calma, su voz tan medida y fría
que Kate y yo nos sobresaltamos.

¿Qué?

–¿Piensas que te voy a golpear? –insiste, respondiendo a mi desconcierto.

Me humedezco los labios pasando la lengua por encima. Mierda. Esto es malo.

–Nunca –niego con la cabeza como para reforzar mi respuesta.

–Entonces creo que no hay razón para que tu amiga tenga que actuar de barrera entre
nosotros –ladea la cabeza y levanta una ceja hacia Kate. Oh, poco.

–Elliot me dijo que estabas molesto –se defiende ella con la voz ligeramente empequeñecida.
Hasta la tenaz señora Grey sabe cuándo es mejor ir de

–¿Y creíste que descargaría mi ira sobre mi esposa? –su tono es suave como un guante de
seda.

Kate se muerde el labio y no responde. ¡Kate, eso es lo peor que pudiste haber hecho! Seguro
está pensando en Christian el dominante y su peculiar gusto por infligir dolor. ¡Kate, él jamás lo
haría sin mi consentimiento!

Él da un paso e instintivamente yo retrocedo hasta dar de espaldas contra la cuna.

–Jamás, y escúchame bien, Katherine Grey, jamás me atrevería a dañar a Ana


intencionalmente –sus ojos grises queman tanto que siento que voy a combustión espontánea.
Ojalá Kate cerrara la boca, pero ahora que ha empezado no terminará tan pronto.

–Pero es lo que estás haciendo al no contarle las cosas que haces y averiguas respecto a
Teddy. Tenerla como la tienes, trastornada y en la ignorancia que puede quedarse tranquila
mientras su hijo está quién sabe dónde demonios, no hace más que lastimarla –le increpa con
renovado ímpetu.

¡Maldición, Kate, cállate!

Miro a Christian, que tiene la mandíbula apretada y las manos convertidas en puños
temblorosos a cada lado del cuerpo.

–Lo que haga o no con el caso de mi hijo no es asunto tuyo –espeta.

–¡Claro que lo es! Theodore es mi sobrino.

–Y yo soy su padre, y como tal decido lo que es mejor para mi familia, incluyendo a mi
esposa. –Se pasa ambas manos por el pelo, frustrado. Decido intervenir.

–Christian, no te enfades con Kate. Le pedí que me trajera porque necesitaba… –la voz me
falla, ¿qué le puedo decir? ¿"Necesitaba apersonarme en n porque tú no quieres contarme
nada y no puedo respirar en paz sabiendo que me mantienes en la oscuridad"? Miro la manta
entre mis manos, consc también la observa.

Escucho su suspiro y me obligo a mirarle de nuevo. Su mirada aún quema en rabia, pero la
expresión se le ha ablandado.

–Anastasia, ¿por qué tienes un instinto de preservación tan… débil? Estás recién operada,
maldición, tienes que estar de reposo –frunce el entrecejo– debería haber sabido lo peligroso
que esto es para tu salud; ¿qué es lo que quieres, que te interne de emergencia en un hospital
mientras intento res problema con nuestro hijo? Se supone que tienes que tratar de ayudarme,
¡pero no lo haces!

–¡¿Cómo te voy a ayudar si no me dices nada?! –exclamo, también sucumbiendo a mi


carácter.

–¡Quedándote donde sé que estás a salvo podría ser una buena forma! –replica.

Suspiro. Hay tantas cosas que me gustaría reclamarle y gritarle, tantas cosas que me gustaría
decirle… pero no aquí ni delante de Kate.

Mantengo su mirada de ojos grises y tormentosos hasta que mi cansancio mental y físico
sucumbe al poder de su YO dominante y mandón. Él se da c una mano en mi dirección.

–Vamos. De regreso a Escala –ordena.

Sé que no tengo más remedio y por ahora ya vi todo lo que quería ver, además de descubrir
algo que no estaba en mis planes. Salgo de detrás de Ka mano en la suya antes de seguirlo por
el pasillo, las escaleras y el piso inferior hasta el R8 aparcado detrás del Mercedes. Christian
abre mi puerta y e rodear el coche por delante, pero antes de meterse se vuelve a Kate, de pie
en la entrada con cara de pocos amigos, y le dice:

–Puedes volver directo a tu casa. Elliot y Ava están ahí.

Se mete, enciende el coche y nos saca de la casa un poco más rápido de lo necesario.

Un silencio terriblemente tenso y estático se posa sobre nosotros; incluso me parece percibir
que mi pequeña nube de tormenta particular se está car comenzar a lanzar sus rayos. Lo miro
de reojo. Christian tiene la vista fija en la carretera y el semblante tan neutro que cualquiera
podría creer que s sumergido en sus pensamientos, pero la fuerza con la que sus manos se
aferran al volante lo traiciona. En cierta forma me alegra que el encuentro in sido con Kate
presente, pero eso no asegura que no estallemos en una cataclísmica discusión luego.

Me muerdo el labio. ¿Debería? Ana, cállate, me advierte mi subconsciente. Respiro hondo.


–No tenías que culpar a Kate de

nada de esto, fue idea mía –

murmuro. Christian me echa un

vistazo.

–Sí, Anastasia, sí tenía. Tú tienes parte de la culpa, pero Katherine también. Ambas están lo
suficientemente grandes como para saber lo peligroso q por la ciudad en tu condición, y si fuera
una buena amiga lo habría considerado.
Eso fue como una patada al estómago. ¡Kate es buena amiga!

–Ella sabe lo mal que la paso por no saber

nada. Necesitaba moverme, Christian.

Aprieta el agarre sobre el volante.

–No me interesa, Anastasia, se trata de tu salud. Y para ya con este tema, te juro que mi humor
no es el más adecuado y no quiero que tengamos un me espeta entre dientes.

¡Dios, pero que mandón insufrible!

Me enfurruño y miro por la ventana a las personas que pasean tranquilamente por la calle
despreocupadas, o contrariadas debido a insignificantes pr no incluyen un hijo secuestrado,
una posible ex sumisa implicada y un marido controlador y desquiciante.

–¿Cómo supiste dónde estábamos? –pregunto de pronto. Dejé mi teléfono en nuestra

recámara precisamente para impedir que lo rastreara, entonce Asiente.

¡Por todos los cielos, Christian necesita un perro! No, mejor no. La pobre criatura viviría sin
poder respirar en paz al cuidado del obseso del control. P en blanco. Esto es ridículo.

–¿Acaba de ponerme los ojos en blanco, sra. Grey?

Su voz suave llama algo en lo más profundo de mi vientre, algo oscuro que hace bailar samba
a mi diosa interior. Sin embargo, sé que Christian no m que haya sanado "satisfactoriamente",
así que algo se trae entre manos. Me giro y lo miro.

–Pues sí, señor Grey. ¿Piensa castigarme?

–Oh, no necesito que me pongas los ojos en blanco para castigarte, Anastasia. Hoy no –aprieta
los labios. ¿A qué se refiere?–. Pusiste tu vida deliber peligro sin tener en cuenta que Phoebe,
Tedd y yo te necesitamos, y con eso es suficiente.

–¿Qué planeas hacer? –me vuelvo completamente a él. ¿Estamos jugando? ¿Habla en serio?
¿A qué castigo se refiere?

–Para asegurarme que no vuelves a escapártele a seguridad ni a mí, voy a encadenarte un


tobillo a la cama, de modo que sólo vas a poder moverte p de la habitación y el baño.

Lo miro boquiabierta. ¡Tiene que ser una broma! ¿Se volvió loco? ¿De veras cree dentro de esa
perturbada cabeza suya que voy a dejar que me enca parece que esta vez no va a pedir tu
permiso, señala mi subconsciente lanzándole una mirada a mi diosa interior que, a unos metros
de ella, se muer acongojada. Él no sería capaz, ¿o sí?
8

Pues sí, sí lo fue.

Christian no me dirigió la palabra al llegar a Escala. Ni siquiera me dirigió esa mirada oscura y
preadadora de la que siempre me hacía blanco en el as sentir en todo momento la silenciosa ira
barriendo por todo su sistema hasta casi intoxicar el aire a nuestro alrededor. Tampoco me tocó
cuando entra penthouse y me siguió en silencio hasta el piso de arriba, a la nueva alcoba de
Phoebe.

Gail había alimentado a mi hija y la había acostado. Mi princesa de ojos azules dormitaba
tranquilamente en su cuna, y resultó ser una visión tan her ojos se me inundaron en lágrimas.
Christian quizá se conmovió observándonos, pero no reaccionó, ni siquiera cuando le dije que
a partir de mañana en la misma habitación que Phoebe. Se limitó a asentir observándome con
sus profundos ojos grises.

La cena transcurrió en silencio también. Toda esta actitud suya estaba comenzando a fastidiarme
ya, pero consideré prudente no molestarlo porque, punto, él tenía la razón…

¿La razón? ¡Y un cuerno!

Cuando me desperté a la mañana siguiente y me levanté para ir al baño, algo pesado cayó,
haciendo un ruido sordo que me hizo fruncir el entrecejo suelo. Bueno, mi sorpresa fue de
película cómica cuando descubrí que era una especie de cuerda gruesa hecha de tiras de
cuero entrelazadas, una d amarrada con firmeza a la pata de la cama y la otra a un grillete de
cuero alrededor de mi tobillo.

¡Un grillete!

¡Christian me puso un grillete! ¡Cumplió su amenaza de encadenarme! ¡Lo hizo mientras dormía,
eso es seguro! ¡Maldito él y sus jodidos juguetes!

Atónita, enojada como el diablo, probé el amarre de la cuerda tanto a la cama como a mí, y en
ambos era firme y fuerte. Él era bueno haciendo nudo brazos la longitud de la cuerda, aunque no
me costó suponer que tenía el largo exacto para permitirme deambular por el cuarto y el baño
pero no má

¡No lo podía creer!

–Buenos días –resonó su voz suave y cautelosa.

Le lancé una mirada fulminante. Él acabó de sentarse con el cabello revuelto y sólo los bóxers
puestos.

–De buenos nada, Christian. ¡Desátame inmediatamente! –exigí cruzándome de brazos y


siguiéndolo con la vista.

Se puso en pie con calma, se peinó el cabello con las manos y me miró. Demonios, él estaba tan
caliente así, semidesnudo, y el condenado lo sabía… que verlo así tenía en mí. Pero esta vez no.

Se me quedó mirando un rato, y la paciencia se me iba agotando.


–¿No me escuchaste? ¡Este no es un juego! ¡Desátame!

Esbozó una lenta, oscura, sensual y maliciosa sonrisa de venganza. ¡Claro, todo era por la
venganza! ¿Venganza a que, exactamente?

–Lo sé, sra. Grey. No estamos jugando, y precisamente por eso no necesito tu consentimiento.

–Christian, estás pasándote del límite. Basta.

–¿Yo me estoy pasando del límite? ¿Me dices basta a mí? Yo no soy el que anda por ahí recién
operado y haciendo el idiota buscando sólo que me pase siseó.

Ah, conque era eso.

–Eso no lo sé –atajé–. Como no me dices

nada no sé si corres o no peligro. Entrecerró

los ojos.

–No vas a volver a salir sin mi permiso –declaró triunfante.

–Estás siendo infantil.

–¿Querer cuidar a la mujer que amo es ser infantil?

Vaya, touché. Descrucé los brazos, permitiéndome tranquilizar un poco. Pero sólo un poco.

–De este modo, sí.

–Tú no me has dejado más opción –vino hasta mí, me cogió la cara y me besó con ganas
antes de apartarse–. Cuando todo se resuelva te soltaré.

–No, me soltarás ahora si sabes lo que te conviene. No puedes sólo mantenerme encerrada
contra mi voluntad porque, aunque sea tu esposa, eso se secuestro.
–¿Me denunciarás con la policía? –esbozó una media sonrisa. ¡Esto no es un juego!

–Si tengo, lo haré.

Ladeó la cabeza y me observó con ese aire implícitamente burlón que por lo general intentaba
contener cuando sabía que yo estaba enojada.

–Dejaré el teléfono fuera de tu alcance –declaró al final.

–¡Christian!

¡Suéltame o

se lo diré a

Grace! Su

sonrisa

desapareció.
–¿No te parece que estamos un poco grandes para que tengas que acusarme con mi madre?

–No si te comportas como un jodido crío malcriado –gruñí. En ese momento comencé a
comprender qué se sentía que se te calentara de furor la palm y si Christian no tenía
cuidado…– Con esto jamás vas a lograr que me someta a ti.

–Igual no creo que lo consiga nunca –repuso encogiéndose de hombros–, por lo que tenerte o
no encadenada dudo que suponga mayor diferencia. Y salud de mis nervios, me gustas más
con tu tobillo unido a mi cama.

Explota, Ana. Detona. Es momento de que estalles con la nuclear ira Grey, ahora que eres una, mi
subconsciente se sentó y cerró su libro dejándolo s regazo; los ojos por detrás de los cristales de
las gafas de media luna relucían con un brillo enojado y vengativamente emocionado.

Quizá ella tuviera razón.

–¡NO SOY TU SUMISA! –escupí con todo el esplendor del creciente borboteo de mi sangre
hirviendo a tan sólo un grado por debajo de la temperatura Él se quedó pasmado, las cejas se
le dispararon con sorpresa y en sus ojos grises vi tanto la ira como el dolor reflejados.

–No, Anastasia. No lo eres –su voz fue un murmullo que me costó escuchar–. Y ya no
pretendo que lo seas.

Me rodeó, se metió en el baño y entonces cerró la puerta, dejándome aturdida, enfadada y


frustrada. ¡Jodido Cincuenta!

Me senté en la cama con el pulso palpitándome furiosamente en las sienes y el estómago


revuelto. Creo que me pasé. Christian ha sido un esposo ma controlador, pero… En mi
defensa, estaba enojada, terriblemente, me molesto cada vez que Christian quiere recluir mi
libertad y se muestra demasia como para entenderlo.

Jesús, yo y mi bocota.
Cuando salió, se metió en el vestidor sin dirigirme siquiera una palabra. Decidí darle su
espacio. Al poco regresó ya vestido con un impecable traje gri caliente y temible Gerente
General.

–Lamento hacerte sentir como una sumisa, Anastasia. Pero para mí tú no eres eso –dijo a
media voz, mirándome intensamente con sus atribulados o notaba en la mueca de su boca y la
tensión en la mandíbula que mis palabras realmente hicieron mella en él. Quizá incluso pude
haber despertado ci suya a creer que me iré…

¡Oh, Dios, Christian!

–No, yo lo siento –murmuré tímidamente mientras me retorcía las manos–. No me siento como
una sumisa, ya no. Es sólo que no me gusta que ejerz tanto control como para incluso
impedirme deambular por la casa si no te apetece. Está mal, Christian, ¿no lo puedes
entender?

Guardó silencio, pensando.

–Sí, Anastasia, lo entiendo –suspiró, pasándose una mano por el cabello–. La que no parece
entender que "salud y seguridad" es igual a "prioridad n eres tú.

–E "información" es "prioridad número dos" –salté con obstinación.

Permanecimos unos minutos frunciéndonos el entrecejo mutuamente hasta que él miró su


reloj.

–Tengo que irme.

–Tienes que soltarme.

–Ana… –volvió a pasar sus manos, ambas esta vez, por su cabello. Creí que esta discusión
seguiría un poco más, pero luego me di cuenta de que en muy bastardo estaba intentando
contener una sonrisa. ¿De qué se estaba riendo?–, voy a volver más tarde hoy, debo
quedarme trabajando en unos las siete más o menos y realmente me gustaría… tener la
tranquilidad de saber que estás segura y sin posibilidad de escabullirte.

–¿Es decir que voy a ser una prisionera en el que según tú también es mi departamento? –lo
fulminé con mi mirada Grey-Steele recién adquirida.

–Es tuyo –declaró con firmeza–, y sólo será por hoy. Además, aunque te dejara suelta deberías
mantenerte en cama y reposar, desde ayer, de hecho con acusación–. Así que como de todas
formas no piensas moverte, no veo problemas con dejarte el grillete. Creo que te luce.

Esbozó una media sonrisa que ni le llegó a los ojos ni a mí me ablandó.

–Debo verme preciosa como una prisionera –siseé.

–Ten cuidado –advirtió entrecerrando los párpados.

–Ya no me intimidas, Christian.


Me crucé de brazos. Él suspiró, se revolvió el cabello un poco más, se volvió hacia la puerta y
dijo: nos vem,os en la noche luego salimos

Al menos tuvo la gentileza de bajar la cuna de Phoebe y meterla en el cuarto antes de irse.
También me dejó mi laptop, que justo ahora descansa sob almohada en mi vientre mientras mi
hija duerme plácidamente en su cunita. Tenerla cerca es como un bálsamo, un calmante, pero
la indignación por tratada como una res o un perro problemático me tiene aún bien cabreada.
Recuerdo la fría despedida de Christian esta mañana y decido enviarle un sepa que también
estoy molesta.

De: Anastasia Grey

Fecha:

30demayo20

14. 13:45 pm

Para:

Christian

Grey

s
u

Anastasia Grey, coordinadora editorial y Presidenta de Grey Publishing.

De: Christian Grey

Fecha: 30

de mayo,

2014. 13:45

pm Para:

Anastasia

Grey

Asunto: quizá…

Pero me preocupo por mi mujer.

Christian Grey, Presidente e idiota de Grey Enterprises Holdings, Inc.

Ruedo los ojos.

De: Anastasia Grey

Fecha: 30

de mayo,

2014. 13:46

pm Para:

Christian
Grey
Asunto: Déjame ser

Los niños se hacen rasguños todo el tiempo, y como usted me

considera una creo que no hay problema. Anastasia Grey,

coordinadora editorial y Presidenta de Grey Publishing.

De: Christian Grey

Fecha: 30

de mayo,

2014. 13:46

pm Para:

Anastasia

Grey
Asunto: ¿Rasguño?

Normalmente estaría de acuerdo con usted, señora Grey, pero en este caso hay dos
problemas con su afirmación.

Primero, así se comporte como una niña desobediente, que lo hace, jamás consentiría
rasguños ni marcas de otro tipo en su cuerpo, a no ser que fue dejados por este humilde
servidor. ;)

Segundo, su "rasguño" va de cadera a cadera,

así que no intente jugar conmigo. Recuerde que

la amo y la quiero sana.


Christian Grey, Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

De: Anastasia Grey

Fecha: 30

de mayo,

2014. 13:48

pm Para:

Christian

Grey

Asunto: Sus puntos


Me temo que hay varias observaciones que tengo que hacer referente a su correo anterior,
señor.

Primero, ni se le ocurra volver a dejarme chupones porque en tal caso me va a conocer con la
ira de medusa y sus poderes incluidos, y lo primero qu usted convertido en estatua sería
castrarlo. No me provoque.

Segundo, ¿ha considerado cambiarse el nombre a "Christian Exagerado Grey Trevelyan"?


Porque le aseguro que le quedaría a las mil maravillas.
Tercero, sé que me ama, pero me entristece cuando se comporta conmigo tan distante como
esta mañana al despedirse. Recuerde lo que pasó la últi nos fuimos al trabajo sin hablarnos.

Yo también lo amo, y por eso no

soportaría que algo le pasara.

Anastasia Grey, coordinadora

editorial y Presidenta de Grey

Publishing.

Pulso la tecla enviar y me arrepiento enseguida. Maldición, no quiero recordarle a Christian


aquella vez con Jack, Mia y Elizabeth; ya bastante me cost de que no fue su culpa.

De: Christian Grey

Fecha: 30

de mayo,

2014.

13:52 pm

Para:

Anastasia

Grey

Asun

to:

Elocu

ente

como

siem

pre

Queri

da

señor

Grey:
Aún recuerdo el poderoso brazo que tiene y lo bien que puede lanzar con él, no se me ocurriría
volver a dejarle chupones. Además, le aseguro que m lo que tengo entre las piernas que ni
hecho de inanimada piedra quisiera perderlo.

Más allá de eso, no. Es una lata burocrática cambiarse los nombres, y el mío ya tiene cierta
resonancia como está, así que me lo quedo. Aunque graci sugerencia.

Lamento ser el causante de su tristeza (de nuevo). Leer sus palabras me ha hecho sentir ruin y
un esposo maltratador. Acepte mis más sinceras y se disculpas y la promesa que le hago de
tratar de ser un poco más comprensivo con usted; le pido me tenga la misma consideración,
además de un po paciencia.

La amo muchísimo. Es la mujer más fascinante, hermosa y maravillosa del mundo entero,

incluso cuando hace que casi me den ataques al corazón. Christian Grey, locamente

enamorado de su esposa Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.


PD: Quítate la Mac de la herida, Anastasia.

mi corazón se derrite al leer sus sinceras palabras. Oh, Christian.

De: Anastasia Grey

Fecha: 30

de mayo,

2014.

14:00 pm

Para:

Christian

Grey

Asunto:

Yo jamás

podría

decir eso

Queridísi

mo

esposo

mío:

No pienses ni por un segundo que eres ruin o maltratador, porque no es verdad. Eres obsesivo,
controlador y mandón, pero sabes que así es como te te cambiaría. Tienes un carácter algo
explosivo, pero es evidente que yo no ayudo con eso, y es porque me siento inútil, innecesaria,
dejando que tú mientras yo atiendo a nuestra hija como si nada estuviera ocurriendo.
Entiéndeme, por favor, no puedo.

Te amo, y eso es independientemente de lo que hagas.

Anastasia Grey, coordinadora

editorial y Presidenta de Grey

Publishing. PD: ya me la quité de

encima, no te sulfures.

De: Christian Grey

Fecha: 30

de mayo,

2014.

14:03 pm

Para:

Anastasia

Grey
Asunto: Lo sé

Sé cómo te sientes y que quisieras estar más involucrada, pero mi instinto protector y el amor
que te profeso, amada esposa, me impiden entromete porque jamás haces caso y nunca
haces lo que yo espero. Tu comportamiento es la máxima expresión de descontrol a la que
puedo enfrentarme, y e atemoriza, no te lo voy a negar. Sin embargo, prometo intentar ser más
comunicativo contigo, sólo ten piedad de mí cuando decidas atacarme con tu

X Christian.

Christian Grey, Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

¡Sí, más información!


De: Anastasia Grey

Fecha: 30

de mayo,

2014.

14:04 pm

Para:

Christian

Grey

Asunto: Gracias

Sólo eso quería, saber un poco. Te lo agradezco. Quiero ser tu compañera, no tu esposa trofeo
(sé que no es el caso, sólo me expreso). Yo también m por ti, por mis hijos, por mi familia, por
Gail, Taylor y todos los demás.

Por mi parte prometo tratar de ser

más dócil y… comprensiva

contigo. xx Ana.
Anastasia Grey, coordinadora editorial y Presidenta de Grey Publishing.

De: Christian Grey

Fecha: 30

de mayo,

2014.

14:04 pm

Para:

Anastasia

Grey
Asunto: Creo que eso ya lo escuché antes

La última vez que me prometiste eso acabaste con una fractura de cráneo, unas costillas
magulladas, el cuerpo lleno de moratones y casi un día incon hospital.

Entenderás que tu promesa

no me tranquilice mucho.
Christian Grey, Presidente

de Grey Enterprises

Holdings, Inc.

PD: el día que te sientas como una esposa trofeo, daremos un vuelco de 180°. No quiero que
pienses que lo eres, porque no es así. Jamás lo permitir

Por Dios, ¡él jamás lo va a olvidar! Quizá omite deliberadamente el detalle de

que salvé a Mia, pero cómo acabé después no. Meneo la cabeza, exasperada.

Cincuenta, Cincuenta, Cincuenta, ¿qué demonios voy a hacer contigo?

De: Anastasia Grey

Fecha: 30

de mayo,

2014.

14:06 pm

Para:

Christian

Grey

Asunto: Lo entiendo

¿JAMÁS LO OLVIDARÁS?

Anastasia Grey, coordinadora editorial y Presidenta de Grey Publishing.

De: Christian Grey

Fecha: 30

de mayo,

2014.

14:06 pm

Para:

Anastasia

Grey

Asunt

o:
Mayús

culas

CHILL

ONAS

Por

supue

sto

que

no,

Anasta

sia.
Christian Grey, Presidente cabezota de Grey Enterprises Holdings, Inc.

Aprieto los labios, frustrada. Miro a Phoebe a través de la malla que actúa de cerca en su cuna
y me decido. Nada tengo que perder, y él estará allí pa un ataque al corazón.

De: Anastasia Grey

Fecha: 30

de mayo,

2014.

14:08 pm

Para:

Christian

Grey
Asunto: Te diré algo

Estuve pensando un poco esta mañana en mi lujosa cárcel con baño.


Anastasia Grey, coordinadora editorial y Presidenta de Grey Publishing.

De: Christian Grey

Fecha: 30

de mayo,

2014.

14:08 pm

Para:

Anastasia

Grey
Asunto: Esto NO puede ser bueno

¿En qué estuviste pensando?

Christian Grey, ciudadano francamente aterrorizado y Presidente de Grey Enterprises


Holdings, Inc.

Su respuesta me hace sonreír y poner los ojos en blanco a la vez.

De: Anastasia Grey

Fecha: 30

de mayo,

2014.

14:09 pm

Para:

Christian

Grey
Asunto: Selección

Quisiera que me llevaras a una joyería para escoger un par de zarcillos para Ava. Sí recuerdas
que el domingo nos vamos a reunir todos en Escala, ¿v quisiera regalarle algo. Sé que estás
enfadado con Kate, pero la niña es tu sobrina. ¿Qué dices? Además… también quisiera elegir
los primeros de Pho aún sea muy pronto.

Tu Ana.

Anastasia Grey, coordinadora editorial y Presidenta de Grey Publishing.

PD: nota, por favor, que TE PIDO A TI que me lleves, lo que significa que vendrás conmigo.
De: Christian Grey

Fecha: 30

de mayo,

2014.

14:10 pm

Para:

Anastasia

Grey
Asunto: Por Ava/ ¿Qué tramas?

Me parece una buena idea. ¿Qué día quieres ir?

Christian Grey, Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

Aprieto los labios. El domingo la casa Grey va a convertirse en un campo de guerra silencioso.
¿Y cómo sabe que me traigo algo entre manos? ¿Acaso correo le resulto tan evidente?

De: Anastasia Grey

Fecha: 30

de mayo,

2014.

14:10 pm

Para:

Christian

Grey

:
¿

b
a

.
Anastasia Grey, coordinadora editorial y Presidenta de Grey Publishing.

De: Christian Grey

Fecha: 30

de mayo,

2014.

14:11 pm

Para:

Anastasia

Grey

a
m

.
Christian Grey, perspicaz Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Me quedo mirando la pantalla sin verla realmente. Bueno, la primera y quizá más difícil fase del
plan está lista. Ahora sólo falta trazar y arreglar el res detalles. Quizá, con un poco de suerte,
Christian no se dé cuenta de lo que intento.

Un nuevo correo entra en mi bandeja.

De: Christian Grey

Fecha: 30

de mayo,

2014. 14:16

pm Para:

Anastasia

Grey
Asunto: Una cosa más…

¿Estoy perdonado por la falta de afecto de esta mañana?

Christian Grey, arrepentido Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

Oh, el Christian humilde que siempre me derrite el corazón. ¿Cómo puedo resistirme a él?

De: Anastasia Grey

Fecha: 30

de mayo,

2014. 14:16

pm Para:

Christian

Grey

Asunto: Me lo pensaré

Ya lo hice. Por supuesto :)

Pero sólo si esta noche me lo compensas ;)

Anastasia Grey, coordinadora editorial y Presidenta de Grey Publishing.

De: Christian Grey

Fecha: 30
de mayo,

2014. 14:16

pm Para:

Anastasia

Grey
Asunto: La respuesta es no

Ni hablar. No llevas ni dos días operada y ya te esforzaste más de lo que deberías.

Si me quieres encima de ti, recupérate antes. Christian Grey, Presidente de Grey

Enterprises Holdings, Inc.

Hago un puchero. No es justo.

De: Anastasia Grey

Fecha: 30

de mayo,

2014. 14:17

pm Para:

Christian

Grey

Asunto: Injusto

Bueno, quizá cuando me recupere

tampoco te deje que me toques.

Anastasia Grey, coordinadora

editorial y Presidenta de Grey

Publishing.

De: Christian Grey

Fecha: 30

de mayo,

2014. 14:17

pm Para:
Anastasia

Grey
Asunto: ¿es psicología inversa?

No se trata de ti, nena. Cuando estás conmigo tu cuerpo toma el control, y él no se me resiste
así como yo tampoco me resisto. Es cosa sencilla. Ade me encantan los retos cuando tú me los
planteas.

Estás jugando contra un maestro.

Christian Grey, experto en las artes de la seducción y el sexo, Presidente de Grey Enterprises
Holdings, Inc.
Oh, sí, eso lo sé bien. Un maestro que no duda en utilizar sus habilidades de dios del sexo
como arma contra mí cada vez que puede, y cada una de e sucumbo como una tonta. Me
quedo mirando la pantalla con el entrecejo fruncido. Arrogante hombre difícil, algún día me le
resistiré, y ya verá con q
¡JA! Mi diosa interior y mi subconsciente sueltan una estridente carcajada a la vez. Las fulmino
con la mirada. Par de perras. ¿Por qué no se van a mo cabeza de vez en cuando y me dejan en
paz?

ooo
Christian me da un suave apretón en los dedos antes de apearse del R8, rodearlo, abrir mi
puerta y ayudarme a bajar. Phoebe lo mira con una curios sorprendida, seguro tampoco acaba
de creer que semejante Adonis sea su papá. Taylor y Sawyer nos siguen cuando nos dirigimos
a la entrada de la lujosísima joyería que Christian escogió para comprar el regalo de Ava. La
tienda por dentro es ostentosa, sobria y con un aire algo pretencioso que s me hubiese atraído
de haber estado por mi cuenta.

Christian abre la puerta con el sonido de una suave campanada para avisar a los dueños que
tienen nuevos clientes, e intercambia unas palabras con de seguirme al interior, donde hay
extensas vitrinas exhibiendo todo tipo de brillantes joyas, abultadas butacas doradas y un
hombre bajo, regordete calvo que nos observa con una enorme sonrisa de avariciosos dientes
blancos. Está que se babea cuando ve a Christian.

–Buenas tardes, señor y señora Grey. Qué placer tan inesperado es tenerlos en mi humilde
tienda –sale de detrás del mostrador y nos tiende la man que estrechamos casi a
regañadientes–. Mi nombre es Robert Caviallari, y estoy para servirles. ¿Díganme, en qué les
puedo ayudar? ¿Una joya para l

Por algún motivo sus sonrisas me desagradan y su insistencia me hace irritar; puede que tenga
algo que ver con el estrés, el dolor de la herida que m aguantando con mi mejor cara y la falta
de sexo de los últimos días, pero no estoy segura.

Miro a Christian, enfundado en su cara de póquer fría y distante, mientras escucha a Robert
cacarear sobre joyas y oro y plata y un montón de cosas está tan fastidiado como yo, pero él lo
disimula diez veces mejor. Miro afuera a Taylor y Sawyer, uno junto a la puerta del local y el otro
parado al lado si la vigilancia especialmente seria tiene motivos de ser, pero realmente no
quiero pensar en eso. Si estoy aquí es porque tengo algo que hacer.

Me sitúo junto a Christian y éste me rodea la cintura con uno de sus brazos. Le sonrío
suavemente a Robert para que sepa que ya ha hablado suficien

–¡Válgame!, ¿acaso no es ésta la niña más bella del mundo? –mira a Phoebe y luego a mí, su
sonrisa es enorme– Tiene sus ojos, señora.

–Gracias.

Christian se aclara la garganta.

–Señor Caviallari, hemos venido a comprar un par de zarcillos para mi sobrina. Ella tiene cinco
meses, así que tiene que ser un material lo más puro el oro.

¿Oro?
–No me parece lo más seguro que una niña de cinco meses ande con zarcillos de oro,
Christian –murmuro–. Yo había pensado tal vez en platino.

¿Pl

ati

no

? –

rep

ite

mi

ma

rid

o.

Me

en

coj

de

ho

mb

ros

–O plata, algo no tal llamativo.

Me mira en silencio, quizá sopesando mi sugerencia, hasta que una lenta sonrisa se desliza en
sus esculpidos labios y soy premiada con un beso en la

–Eres tú la que odia las cosas llamativas –me dice con humor.

–No las odio. Me casé con el hombre más llamativo de todos –le sonrío de vuelta.

–Un punto bien hecho, sra. Grey.

–Como siempre, sr. Grey.


Él asiente en acuerdo y volvemos nuestra atención a Robert.

–Algo pequeño, delicado, que no se enganche fácilmente y que no sea muy llamativo –ordena
con su tono de suficiencia, echándome una miradita de puedo decir que sonríe.

Robert asiente, feliz de complacer a el Christian Grey. Se desplaza por la tienda sacado
estuches de las vitrinas y colocándolos delante de nosotros mi Christian, concentrado en su
tarea de evaluar la calidad de cada pieza como si realmente supiera algo de joyería, que no me
sorprendería en absoluto competente que es para todo, estudia minuciosamente y casi ajeno a
lo demás cada par de zarcillos que nos entregan.

Luego de una media hora debatiendo, nos hemos ¡finalmente! decidido por unos pequeños
remolinos de plata que se le verán preciosos a Ava, y una Phoebe. Christian saca la tarjeta y se
la entrega a Robert; también pesca su BlackBerry, frunciendo el entrecejo cuando mira la
pantalla.

–Espérame un momento –dice antes de dar media vuelta para salir de la tienda. Antes de
consiga salir del rango de alcance de mis oídos, le escucho que me hiela la sangre. ¿Será
sobre Tedd?

Robert regresa con dos cajitas de terciopelo crema y rosa en una mano y la tarjeta de
Christian en la otra.

–Vaya, ¿el señor se ha ido? –Pregunta devolviéndomelo todo.

–Sólo ha salido un momento a responder su teléfono.

–Ah, ya veo. –Asiente, y entonces nos quedamos en silencio.

Miro discretamente sobre el hombro, Taylor, Christian y Sawyer están demasiado ocupados en
lo suyo como para fijarse en lo que hago, y decido que nunca. Me vuelvo a Robert y
suavemente, tratando de disimular mi nerviosismo, le entrego el pequeño sobre que traigo en el
bolso.

–Quisiera pedirle, si puedo, un favor –murmuro tendiéndole el sobre–. Y preferiría que esto
quedara entre usted y yo.
–Por supuesto, señora –me mira desconcertado–. ¿Qué puedo hacer por usted?

–Encontré esto en… uhm, la casa de mi madre y no le pertenece a ella. Quisiera saber si usted
podría decirme todo lo que pueda averiguar sobre est incluyendo quién lo compró y cuándo.

Robert abre el sobre y lo vuelca para hacer caer el pendiente de esmeralda. Lo sostiene entre
sus dedos, le da vueltas, lo examina, en tanto la frente por la concentración.

–Es una pieza de alta calidad. Aunque no sé si pueda averiguar lo que me pide de ella, señora.
Verá, aunque ésta sea una tienda pequeña, los pedido hacen nos toman bastante tiempo de
elaboración y…

Puras tonterías, eso es lo que dice. Huelo a un interesado cuando lo veo, creo que eso es algo
que he aprendido de Christian, de modo que sé cómo e sus contratiempos.

–Le daré veinte mil dólares si puede hacerlo para el lunes a más tardar –lo corto, nada

dispuesta a escuchar sus excusas tontas. Interrumpe sus incoherentes balbuceos, los

ojos abiertos de par en par. Vuelve a echarle un vistazo al pendiente antes de decir:

–Bueno, creo que podría delegar a alguien los pedidos de esta semana para encargarme de su
encargo especial, sra. Grey –me dedica una amplia so

Sí, por supuesto que lo harás.

–Se lo agradezco. Al interior del sobre hay una dirección de correo electrónico a la que
puede enviarme lo que averigüe.

–De acuerdo.

Guarda el pendiente en el sobre y éste, a su

vez, al interior de su chaqueta. Christian

regresa.
–¿Listo, Ana?

Se guarda la tarjeta en la billetera, coge las dos cajas y me mira.

–Sí –asiento. No puedo evitar querer sacar a Christian de aquí lo más pronto posible. Robert y
yo intercambiamos una mirada cómplice y sé que no d

–¿No quieres algo para ti? –me pregunta acariciando mi mejilla con sus nudillos de una forma
tan suave y delicada que, por alguna razón, enseguida guardia a mi diosa interior.

Niego con la cabeza.

–Estoy bien, sólo quiero ir a casa –respondo mordiéndome el labio inferior.

Sus ojos se oscurecen enseguida de esa ardiente manera que me hace sucumbir a mi libido. ¡A
casa!,chilla como una niña pequeña mi diosa interior, del minúsculo pero molesto detalle de que
para Christian justo ahora estoy hecha de cristal.

–De acuerdo –murmura con su voz deliciosamente ronca.

Nos despedimos de Robert, nos tomamos de la mano y replegamos nuestras tropas de


inteligencia, las visibles y las que no lo son, al interior de cada Christian enfila el camino de
regreso a Escala, curiosamente, de muy buen humor. ¿Por qué será? Quizá, pienso, tiene algo
interesante para hacer en
9

A las doce y media del día ya estamos todos los Grey reunidos, y con todo, el salón del
departamento sigue siendo imponente y enorme; somos diez la impresión de que para que
este lugar se vea lleno habría que traer unas ochenta o así. Grace y Mia se van a la cocina con
Gail a preparar algunos t pequeños bocadillos. Elliot, Kate y Carrick están sentados en el gran
sillón cerca de mí inmersos en una conversación sobre la empresa de Elliot y lo s volviéndose
no sólo en suelo estadounidense, sino a nivel mundial. Christian permanece junto a la puerta
principal intercambiando palabras con Taylo vagamente pienso que sólo por esta vez no me
urge saber de qué tanto hablan, sólo por esta vez quiero sencillamente dejar de pensar.

Al acceder a casarme con Christian y ser una Grey, supe que de ese momento en adelante
pasaría a formar parte de una gran familia en crecimiento, numerosa especialmente en las
reuniones. Ahora, viéndolos a todos en el salón de mi primer hogar con mi marido, no puedo
evitar sentirme feliz. An eran mamá con sus cambiantes esposos y Ray cada vez más lejos, y
yo era feliz con eso, no me podía quejar y nunca lo hice, pero siempre quise… no esto. Me
sonrío interiormente al pensar en nosotros como una jauría de lobos, cada miembro velando por
los otros y asegurándose que todos puedan de lo que hacen.

Sí, definitivamente me gusta ser una Grey, aunque sigue gustándome ser una Steele.

Por un momento me permito distraerme con el recuerdo del día anterior, de mi "misión secreta" y
los veinte mil dólares que habré de pagarle a ese ca "favor" que me va a hacer.

Mientras subíamos en el ascensor ya de regreso al penthouse, la tensión sexual entre Christian


y yo era tan poderosa que un minuto más sin tocarno nuestro destino y el elevador habría
explotado. Todos los músculos de mi cuerpo estaban en guardia mientras atravesaba el
departamento y deposita en su cuna, dentro de nuestra habitación. Me la quedé mirando, con
los ojos azules abiertos, explorando, y torcí la boca. Christian llegó enseguida, m detrás
envolviendo sus brazos a mi alrededor antes de apoyar la barbilla en mi hombro.

–Es preciosa nuestra princesa –murmuró cerca de mi oreja, sus dedos trazando suaves
dibujos en mis costillas.

Me estremecí suavemente al sentir su aliento en mi cuello, sus dedos enviando olas de calor por
mi torrente sanguíneo, haciendo que la sangre aceler sensibilizara.

–¿Tienes frío? –preguntó, girándome para tenerme frente a él.

–No exactamente –musité con suavidad. Me mordí el labio inferior mientras contemplaba sus
oscurecidos ojos grises.

¡Dios, cómo le deseaba!

Ladeó la cabeza como si no acabara de entender qué quería decirle, a qué venía mi tono
ronco… Sí, como si Christian Grey no oliera a kilómetros la ex recorriendo mis venas. Fue
paradójica su reacción. Tensó la mandíbula y sus dedos se aferraron con más fuerza a mis
brazos, pero retrocedió un pas negaba con la cabeza suavemente. Mi ceño fruncido se disparó.
–No me mires así, sabes que aún no estás bien –una media sonrisa pugnaba por escapársele
mientras intentaba mantener el semblante serio.

–Por favor –rogué–. Ni siquiera haré esfuerzo alguno. Sencillamente voy a permanecer tendida
en la cama mientras tú haces todo el trabajo como tan le sonreí brillantemente.

Torció la boca y sus ojos brillaron con humor, pero no respondió. Leí la vacilación en su mirada
tan claramente como si llevara un rótulo brillante en la sentido mi marido no era un hombre
demasiado complicado, y además tenía de mi parte su más grande debilidad: no tocarme.

–Unas palabras muy convincentes, sra. Grey –se burló–. Puede incluso que me plantee su
petición…

–Lo único que debe plantearse, señor Grey, es si quiere o no poner algo de música; dejo el
tema a su elección.

Me acerqué a él hasta que nuestros pechos casi se tocaron. Deslizando las manos por su nuca
y sus mejillas, enredé los dedos en su cabello y atraje s mía. Nos fundimos en un beso suave
que lentamente se volvió cada vez más hambriento, más voraz. La sangre cantaba en mis
venas el nombre de C lo haría un coro eclesiástico, alto, claro y fuerte. Nuestras lenguas se
enredaban juntas e involuntariamente me encontré repitiendo los movimientos c sus sedosos
mechones de cabello cobrizo me acariciaban la piel de forma tal que el botón constrictor de
músculos ventrales se activó. Las manos de C recorrían suave y sensualmente mi cuerpo,
apretando, tocando, pellizcando, hasta que rozaron los bordes de mi herida y no pude evitar
evocar un g en su boca. Al separarse reparé en que los ojos le brillaban, pero ya no de
excitación sino de furia.

–¿Ves?, de esto hablaba. ¡Caray, ¿por qué sencillamente no puedes estarte tranquila por un
rato?! Te lo repito, Ana, no estás lista –me dijo con la clar que se le habla a un niño.

–Sí lo estoy –protesté haciendo un puchero–. Por favor, Christian.

–No, Anastasia –sus labios eran una fina línea prieta mientras contemplaba el anhelo en

mi rostro y se pasaba ambas manos por el cabello. Miró a nuestro alrededor hasta que

encontró el argumento que necesitaba para disuadirme del todo.


–¿Por qué insistes en que Phoebe duerma con nosotros? –preguntó, haciéndome recelar. ¿A
qué venía semejante cambio de tema?
–Porque esta vez quiero… llegar… a tiempo –dije, cuidando de darle

oportunidad de anticiparse a cada una de mis palabras. Sus ojos atenuaron

el poco brillo que el nacimiento de Phoebe consiguió devolverles, fue el único

cambio en su expresión.

–¿Y te parece correcto que hagamos el amor delante de nuestra hija?

Me quedé de piedra al escucharlo, el cuerpo repentinamente se me convirtió en un cubito de


hielo. ¡Santo cielo!, ¿qué clase de madre era? Debería d vergüenza, me acusó mi
subconsciente moviendo la cabeza de lado a lado. De hecho, sí me daba.

Estudié los ojos de Christian, todo su rostro, en realidad. Amargo, pero el triunfo poblaba
cada centímetro de tan bella cara.

En aquel momento dejé que me disuadiera esa idea, pero ahora, meditando un poco, me doy
cuenta que él, de yo haber estado sana, no se habría o sólo porque nuestra hija de pocos días
estuviese presente. Seguro me hubiese salido con "es demasiado pequeña para entender lo
que pasa y para r renuente hubiera sido yo.

Suspiro hondamente meneando la cabeza. En ocasiones ese hombre es demasiado listo


para mi gusto.

Taylor asiente antes de retirarse. Christian se vuelve en mi dirección arrugando suavemente el


entrecejo pero tan pronto me ve relaja la expresión y sonrisa se le dibuja. A mí se me dispara el
pulso, aunque eso lo hago casi por deporte. Al poco lo tengo sentado junto a mí.

–¿Cómo te sientes? –pregunta deslizando

su dedo por mi mejilla y mi garganta. Me

sonrojo.

–Estoy bien. ¿Todo bien con Taylor? –murmuro tentativamente. Mi diosa interior y mi

subconsciente aguardan tan expectantes como yo. ¿Hablará? Suspira y me besa levemente.

–Te lo

contaré

cuando

todos se

vayan.

Abro los

ojos de

par en
par.
–¿De verdad? –no puedo disimular el asombro en mi voz. ¡Cierra la boca, Ana! ¡Te vas a tragar
una mosca!

Lo hago.

Christian esboza una media sonrisa mientras desliza su brazo sobre mis hombros y nos
atrae a Phoebe y a mí a su cuerpo.

–¿Sorprendida, sra. Grey? –baja la cadencia de su voz a un nivel que pone en peligro la
velocidad actual de la circulación de mi sangre.

–¿Debería? Tomando en cuenta que usted me tiene por diario, señor Grey… –repongo
suavemente.

–¿Acaso se burla de mí, sra. Grey?

–¿Yo? Jamás me atrevería, especialmente porque ahora sé que tu afición a atarme ha


encontrado nuevos métodos.

Tuerzo los labios con reproche. Él me devuelve una sonrisa tan franca y deslumbrante,
relajada, que no puedo hacer nada por impedir devolvérsela.

–Y eso que aún no has visto todo mi repertorio, nena.

Acaricia mi oreja con su nariz mientras la mano que reposa sobe mi hombro delinea
suavemente el contorno de mis clavículas con dedos lentos, tenta

–No inicie, señor Grey, lo que no está dispuesto a terminar –refunfuño sacudiéndome su
brazo de encima.

Christian aprieta los labios y sé que sólo es para no reírse. Haciendo gala de su inteligencia
a veces obtusa, opta por cambiar de táctica.

–¿Cómo está mi princesa de ojos azules?

Phoebe parece reconocer el apodo que Christian le puso tan pronto verla, en el hospital,
porque mueve sus ojos hacia el rostro de su papá y casi me sonrisita por ahí. Christian alarga
una mano para coger la de ella; me dirige una sorprendida mirada de ojos vidriosos con sonrisa
tímida incluida cua nena cierra su manito en torno a su dedo índice. Ese momento –él inclinado
sobre ella, observándola con adorada fascinación, con su mano en mi pie rebosantes de
lágrimas de felicidad– para mí es sencillamente perfecto.

Él se retira suavemente sin deshacer su unión con Phoebe y sin dejar de sonreír como si
tuviese los músculos trabados. Me da un suave y agradecido parece durar por siempre;
nuevamente nos internamos en nuestra burbuja privada y por un instante siento que el mundo
podría irse a la mierda sin importase demasiado.

Aunque, eventualmente, el aplastante silencio en la

habitación nos alerta. ¿Ahora qué? Miramos


alrededor tratando de entender a qué se debe el

repentino silencio.

–¿Qué? –pregunta él tan confundido como yo.

–Es que… se veían preciosos. Sólo… –a Grace se le corta la voz y una lágrima se le escapa,
aunque consigue detenerla con el pañuelo que le cede Car momento regresó de la cocina?

Christian y yo nos miramos, perplejos. Pienso que quizá no sólo los paparazzi están pendientes
de cada uno de nuestros movimientos, y eso me desc me recuerda el día que Grace escuchó
cantar a Christian por primera vez, mientras tocaba el piano en su casa… De veras no me parece
que seamos u tan fascinante como para enmudecer una sala. Quizá no es tanto lo fascinante
como raro, allí, la desgraciada de mi subconsciente sale con daga en m clavármela en pleno
estómago.

Como no sé qué más hacer, me sonrojo furiosamente. A mi lado, Christian se ríe.

–No importa cuántos años tenga, voy a seguir siendo el niño sorprendente de mi madre –
masculla intentado sonar levemente exasperado, pero la so escucha en la voz.
–Siempre, cariño –dice Grace dedicándole una cálida sonrisa.

–No sé qué te sorprende. Tú y Elliot siempre fueron los raros de la familia, uno no puede evitar
observarlos de reojo para ver qué nuevo truco harán

Una carcajada colectiva rompe el francamente perturbador silencio y la gracia se la debemos a


Mia. Christian le lanza una media sonrisa y ella le saca vuelta. Creo que jamás dejaré de
decirlo, Mia Grey es un encanto.

Las conversaciones se reanudan con desenfadada naturalidad. Kate, con Ava sobre las
piernas, se nos acerca.

–Dime, Ana, ¿cuándo regresas a trabajar? –pregunta con una inocencia digna de una actriz tan
soberbia como lo es ella. A mi lado siento cómo Chris presumiblemente fastidiado.

¿Qué intenta hacer Kate? ¿Meterme en problemas? ¿Hacerme pelear con Christian cuando
más unidos necesitamos estar? Joder, ¿por qué es tan met peor es que ella sabe que en
definitiva esto va a desembocar en un enfrentamiento, ella lo está provocando. ¿Acaso busca
confrontarlo utilizándome c principal?

¡Demonios, Kate!

–Aún tengo reposo por maternidad, Kate –contesto secamente, fulminándola con la mirada.
Ella me ignora–. Además, trabajo desde aquí.

–Sí, pero eres la jefa de tu compañía y no puedes pasarte la vida encerrada en casa trabajando
desde la Mac. –Dirige sus envenenados ojos verdes h por tan sólo una fracción de segundo.

Santo cielo, ¿de veras quieres jugar con Cincuenta? Yo no te lo recomendaría.

–No es la vida, sólo hasta que… las cosas se resuelvan.

¡Rayos! Otra vez las lágrimas no. ¡Y con todo lo que me costó conseguir retenerlas!

¡Teddy!

–No, Ana… No llores, lo lamento. Soy una idiota insensible, perdona –posa su mano sobre mi
rodilla y le da un suave apretón, los vivaces ojos verdes destilando culpa. ¡Pues sí debería
sentirla!

–Lo eres –murmura Christian tan bajo que tengo que girarme para descartar el habérmelo
imaginado. Por la expresión atónita y molesta de Kate, es ella sí lo escuchó.

Mi marido luce su más peligrosa, brillante y fija mirada gris hierro o gris tormenta el día de una
ejecución pública. Kate se ha pasado con sus comenta cuál es nuestra situación, pero eso no
impide que tema la confrontación entre el titán y la guerrera.

–¿Qué has dicho? –exige ella

perdiendo color pero ganando

actitud. Mierda.
–Lo que escuchaste –sisea Christian en aparente calma–. Aunque no seas capaz de ponerte
en su lugar, sabes que Ana está en una situación donde r derrumba mientras la angustia, el
miedo y múltiples factores hacen mella en ambos. Hacemos cuanto podemos, adaptamos
nuestras decisiones y nu movimientos a la situación, y tú no tienes derecho alguno a blandir tu
viperina lengua en nuestra dirección sólo porque mi hermanito no tiene los hue para enfrentarte
cuando te pones insoportable, que a mi parecer sucede con bastante frecuencia. Mientras tú
me atacas indirectamente por restringi hay una amenaza sobre nuestras cabezas, no te das
cuenta de lo mucho que la hieres con tu maldita actitud. Si fueras una buena amiga te importarí
el maldito trabajo o si la se la requiere en la oficina, porque ahora quienes nos necesitan más
son Tedd y Phoebe. Por consiguiente, Katherine Grey Ka tu boca o me vas a conocer.

Dicho lo cual, dejándonos heladas a ambas, toma a Phoebe de mis brazos y se retira a la
cocina con paso fuerte.

Me muerdo el labio inferior. Demonios, eso fue incómodo e intimidante, aunque pudo haber salido
peor. Arriesgo una mirada al frente; Grace está mir cara de no entender. Le sonrío tímidamente, o
eso pienso yo que hace mi cara, antes de volverme a Kate. Mi amiga luce trastornada, abatida y
por lo cansada de lo que estaba hace un momento. Se lo tiene merecido. Ya era hora que alguien
le dijera que se callara, espeta mi subconsciente sin darle importancia; quizá debería estar de
acuerdo con ella, pero Kate es, al final, mi mejor amiga, mi cuñada y la madre de mi sobrina.

Kate no es mala amiga.

–Oye… –me muerdo el labio, no sé cómo continuar.

–Estoy bien, Ana. No te preocupes. Tu flamante marido no puede hacerme daño.

Se ríe suavemente para quitarle hierro al asunto. Oh, Kate. Su cuerpo la traiciona. Las manos
le tiemblan, los ojos se le enrojecen y el labio inferior…

–Discúlpame un momento –dice levantándose, dejando a Ava junto a mí y casi corriendo hacia
el baño. La sigo con la mirada, preocupada, preguntán debería ir tras ella. No obstante, me
parece que si lo hago entonces la atención va a recaer sobre nuestro pequeño altercado y
realmente no quisiera.

Miro a Ava, tan desconcertada como yo pero mucho más inocente y tranquila. Luce
sencillamente angelical con su vestido rosa chicle y ese simpático aferrado a sus rizos rubios.
Así como con Christian, Dios se esforzó especialmente cuando la creó. Si Teddy estuviera
sentada a su lado, serían la pare más hermosa sobre la faz del planeta.

Hago una mueca y suspiro. Esto sí que es sencillamente perfecto; mi marido enojado en
alguna parte de la casa y mi mejor amiga llorando por otra. de los presentes ya se habrá dado
cuenta de las dos ausencias, pero es seguro que no quiero verme asediada por las preguntas.

Así pues tomo a Ava en brazos y hago mi camino lenta y despreocupadamente a la cocina;
casi puedo sentir los ojos de Grace siguiéndome hasta per vista. Me sorprendo cuando al
entrar en la enorme cocina de acero inoxidable descubro que Christian y Phoebe no están ahí.
No me parece probable en el Cincuenta enojado que tan bien conozco, que hubiera podido ir a
buscar a Kate para disculparse, especialmente porque cuando Christian tiene l sabe no hay
modo de que dé su brazo a torcer. Debe entonces estar en su estudio.

¡Bingo! Él y Phoebe están ahí. Espío por la puerta entreabierta a dos de los amores de mi vida.
La luz de media tarde entra a raudales por el inmenso Christian tiene a su espalda como si de
una poderosa cascada de oro se tratase. Sus cabello cobrizos brillan como una piedra
preciosa haciendo, sorprendentemente, que dé la impresión de tener un halo rodeando su
cabeza.
Me quedo boquiabierta. ¡Cincuenta sombras de mierda con un halo! Jesús, ¿quién lo hubiera
creído? Y Christian que insiste que no es digno de bendi Dios no parece estar de acuerdo!
Ojalá tuviera la cámara a mano. Sonrío, ¡qué vista!

–¿No es bonito? –me llega el suave murmullo que es su voz cuando le habla a Phoebe. Alza
algo como para enseñárselo, y descubro asombrada que s planeador que le traje del viaje a
casa de mi madre. Ambas lo miramos con curiosidad– Me lo regaló tu mami cuando… fui lo
suficientemente estúpido saber valorarla lo suficiente –baja la mirada. Parece triste, contrito–.
Ella es una persona increíble, me dio millones de oportunidades después de eso, tuvieron nada
que ver con el dinero. De hecho, le molesta que gaste una suma "alta" en ella, ¿te lo puedes
creer? –frunce el ceño como si él mismo n hacerlo–. Como si eso fuera a dejar de pasar. No
entiendo qué tanto le cuesta entender que si me pidiera el mundo, yo se lo compraría así eso
me dej bancarrota y con importantes deudas… Ana es lo principal para mí. Están tú y tu
hermano, además de mi familia y mi empresa, pero ella… es mi dios azules. No hay quien se le
pueda comparar.

–Si sigue así voy a acabar hecha una magdalena, señor Grey.

Paso y cierro suavemente la puerta. Sus ojos se sorprenden cuando me ven pero enseguida se
suavizan antes de volverse cautelosos y acerados. Seg que vengo a reñirlo, y aunque eso es lo
que debería hacer por la forma en que trató a Kate, no puedo. No después de haberle
escuchado cómo le hab hija de mí, aunque ella no lo recordará en un futuro.

–Las únicas lágrimas que quiero provocar en usted son las de alegría, señora Grey. ¿Sería
ese el caso? –pregunta suavemente.

–Lo sería –confirmo.

Siento a Ava sobre su escritorio vacío. Los ojos se le iluminan al ver a su tío casi tanto como
cuando se abraza a su papá. Christian también la adora, cierto sentido le recuerda a Mia de
pequeña.

–¿Vienes a pelear conmigo? –Inquiere con fingida indiferencia.

–Venía.

–¿Ya no?

–No, señor Grey.

–¿A qué se debe el cambio de parecer en una mujer tan obstinada como usted, sra. Grey? –
ahora los ojos le brillan con humor. ¡Pero qué voluble este

–A que sin pretenderlo me hiciste sentir amada y especial –me inclino sobre el escritorio y le
beso los labios–. Gracias.

–Nos proponemos complacer.

Le sonrío tímidamente, y él a mí. Sé que parecemos un par de idiotas, y probablemente Ava


esté agradeciendo que su padre y su tío no sean herman consanguíneos por si la rareza es
hereditaria. Pero no puedo evitarlo, especialmente porque me sorprende la capacidad de
Christian para hacerme ol sólo amarlo como si mi vida dependiera de ello.
En cuanto a la reprimenda, quizá durante la cena.

El tintineo de los cubiertos al rozarse entre sí es el único sonido que acompaña nuestras suaves
respiraciones mientras comemos la ensalada que Chri refrigerador. Si por él hubiera sido,
ahora estaría llenándome el estómago con cualquier cantidad de carbohidratos, proteínas,
grasas… De nuevo dice adelgazando demasiado. Fastidioso Cincuenta.

Tomo mi copa de Reisling y le doy un sorbo mientras intento decidirme de una buena vez. Es
dulce y delicioso. ¿Lo abordo? ¿Me quedo callada? ¿Espe Joder, se trata de mi irritable
marido, no de la ira de Dios.

Claro que lo diré.

–Kate se echó a llorar cuando te fuiste con Phoebe –comento levemente.

Christian suspende el tenedor a centímetros de su boca por un segundo, luego decide seguir
comiendo como si no le afectara lo que acabo de decirle. lentitud, da un trago a su copa, se
limpia la boca con la servilleta y me mira.

–¿Lo hizo? –su tono y su semblante son dos perfectas máscaras, no puedo siquiera adivinar
qué está pensando.

–Sí. Creo que tu acusación de ser una mala amiga realmente la afectó.

–A mí me afecta que siempre abra la boca cuando menos lo necesitamos –replica.

–Lo sé. Ella es sólo un poco… –hago un gesto vago con la mano mientras busco la palabra
adecuada.

–¿Irritante? ¿Entrometida? ¿Insensible?

Da otro trago al Reisling. Ahora sí está enfadado.

–Sólo dime, Ana, si alguna de las cosas que le dije fue mentira y te prometo que me iré ahora
mismo a pedirle disculpas en persona –me fulmina con acerados en tanto su tono filoso y
susurrante me hace estremecer. Se levanta, recoge nuestros platos y los lleva al fregadero,
tomándose un moment calmarse.

Aprovecho la oportunidad para hacerle un examen visual rápido. Los hombros están rígidos,
parece que por la columna le atraviesa una vara de meta a dudas que si justo ahora le sigo
presionando, va a explotar. No voy a darme por vencida con esto, pero por esta noche quizá es
suficiente.

Me remuevo un poco en la banqueta. Bueno, pasemos al segundo tema de la agenda.

–¿Qué era lo que discutías hoy con Taylor?

Los músculos de la espalda se le contraen, pero no responde.

–¿Christian?
No se mueve.

Venga, atácalo con la artillería pesada, pica mi subconsciente.

–Dijiste que me lo contarías –le reprocho.

Suspira pesadamente y se da la vuelta. Se acerca a la isla, manteniéndose frente a mí pero del


otro lado. Vagamente me pregunto si la tensión en su preocuparme o parecerme natural en él.

–¿Recuerdas aquel texto que recibiste?

Parpadeo un par de veces sin comprender. ¿Qué texto? ¿Suyo? ¡No, idiota! ¡El de la amenaza!,
mi subconsciente pone los ojos en blanco tan exagerad deseo que se le queden atorados así
para que aprenda a no fastidiarme. Vuelvo mi atención a Christian ahora frunciendo el entrecejo.

–Sí.

¿Por qué siento que mi estómago se está preparado para recibir un golpe?

–Bueno, hice que lo rastrearan con la esperanza de que el autor del mensaje fuese lo
suficientemente estúpido como para no activar una protección a

–¿Eso existe? –salto, interrumpiéndolo. Jesús, creo que investigaré un poco más acerca de
eso.

Christian me lanza una mirada de censura que ya sé lo que viene a decir: "ni creas que tú vas a
poder escapárteme entre los dedos con semejante tr los labios y asiento para que continúe.

–Sí, existe –entrecierra los párpados–. En fin. Barney y Welch se pusieron a investigar y ayer
por la tarde el dispositivo finalmente apareció en el rada enseguida disparó las sospechas de mi
equipo; ¿por qué se dejaba detectar justo ahora? ¿Sería descuido del dueño o algo
planificado? Como sea, les dieran su ubicación exacta y… resultó ser que estaba a la entrada
del Grey House.

Mis ojos se abren tanto que si no estuviera tan impactada, podría temer que se me cayeran
del rostro. Santa mierda, en el edificio de Christian.

–¿Quién lo tenía? –pregunto apenas con un hilillo de

voz. ¿Estoy preparada para su respuesta? Pero él

niega suavemente con la cabeza.

–Tan pronto saber eso, los tres bajamos con dos de los guardas de seguridad. Barney traía la
Mac desde donde estaba rastreando la señal. Caminam través de la entrada y tras una de las
columnas lo encontramos. Era un Samsung Galaxy S6, ni siquiera han salido al mercado
todavía… –sacude la ca incredulidad–. Los tres nos pusimos guantes quirúrgicos para poder
manipularlo sin arriesgarnos a dejar nuestras huellas impresas; aquélla era una importante en
la investigación del caso y tarde o temprano tendríamos que remitírsela al agente Rancoff y sus
hombres. Welch lo tomó y comenzó a i de él, de su sistema, sus aplicaciones y demás
buscando cualquier cosa que pudiera llevarnos a cualquier lugar que no fuera el pozo donde
estamos a tomó unos minutos antes de que la pantalla se oscureciera como si la pila hubiese
muerto, luego apareció un mensaje en letras blancas. Decía… –nieg con la cabeza y prosigue–
Los tres nos quedamos perplejos, como es un tipo de tecnología que ni siquiera ha salido a la
venta y que no hemos podido fondo, realmente no sabíamos qué hacer. Pero claro, ninguno de
nosotros esperó jamás que aquél cacharro tan delgado contuviese un pequeño explo activación
por calor, muy sensible. Y claro, mientras Welch lo revisaba se activó el mecanismo.

Me tapo la boca con ambas manos. ¡Una bomba! ¡Quién joder coloca una bomba dentro de un
teléfono! ¿En Grey House? ¡Santa jodida, muy jodida m estirar la mano para coger la suya pero
estamos algo lejos y los músculos no me responden. Sólo puedo contemplarlo como una
quedada.

–Uno de los guardas de seguridad se dio cuenta a tiempo de lo que era cuando escuchamos el
suave "click" dentro del teléfono. Se lo arrebató de la m lo tiró a mitad de la calle y nos empujó
detrás de una de las columnas. No te voy a negar que me sorprendió el alcance destructivo de
un explosivo qu no debió ser demasiado grande; quizá su función primaria era causar más
alboroto que daños –medita para sí. Sacude la cabeza para eliminar sus er pensamientos y me
mira–. Tuvimos que llamar a la policía, al cuerpo de bomberos y desalojar todo el edificio para
que se hiciera una inspección minu completa con el fin de asegurarnos que no había otra de
esas malditas cosas oculta por ahí –se pasa una mano por el cabello, lo dientes rechinándole
segunda vez que se meten con mi edificio, aunque, por suerte, la estructura no sufrió daños
importantes.

Me estremezco.

Dios, él tiene razón, ya es la segunda vez. La cosa es que en la primera el ataque le fue dirigido
con la única intención de dañarlo, pero ahora… ahora

–¿Qué decía el mensaje?

–¿Qué? –frunce el ceño. Es evidente que está distraído.

–El mensaje en el móvil antes de explotar, el que apareció en la pantalla. ¿Qué decía?

El cambio es instantáneo. Sus labios se presionan juntos en una fina línea prieta, tensa la
mandíbula y al fondo de sus ojos se cierran pesadas compu evidente que voy a tener que
insistir para sacarle algo.

–Cuéntame, Christian. Ya bastante agradecido deberías estar de que estoy demasiado


preocupada por lo que me cuentas como para prestar mayor a detalle de que ha pasado un día
desde el incidente y yo, tu esposa, vengo a enterarme ahora. Si no me lo dices puedes estar
seguro que me voy a en infierno –me cruzo de brazos y alzo una ceja. Bueno, Grey, decide.

Leo la batalla que se desata al interior de su cabeza entre la necesidad de mantenerme a


salvo y las ganas de cumplir su promesa de contarme más. vulnerable y confundido que el
corazón se me derrite y todo lo que quiero es correr a acunarlo entre mis brazos asegurándole
que todo está bien, qu necesario que siga. Pero sí lo es, no voy a ceder.

Al final, la contienda de voluntades la gano yo.

–Era una amenaza, Anastasia. Iba dirigida a nosotros –suspira. Apoya los antebrazos en la
superficie de la isla, se coge las manos y baja la cabeza, a
Me estiro para tomar un mano en la mía y darle un suave apretón. Por favor, Christian, dime, le
ruego silenciosamente cuando el gris tormenta se pos azul. Él me devuelve el apretón, sólo que a
diferencia mía no afloja.

–Decía: "En un juego de ajedrez, el rey se hace objetivo cuando la reina queda fuera de
combate. Cuide a su dama, sr. Grey".
Sorbo por la nariz y me limpio el rostro con el dorso de la mano de la forma menos femenina
posible. Con Phoebe junto a mí en el sofá y mi llorosa ma lado de la línea telefónica, realmente no
me interesa mantener ningún tipo de recato. Además, no hay nadie aquí que pueda verme.

–¡Oh, Ana! No me digas que estás llorando –escucho su voz bajita, un truco que suele adoptar
para mantener los temblores bajo control. Aunque no haga falta verla para saber que tiene el
rostro casi tan empapado en lágrimas como yo.

–No mamá, no te preocupes. Seguro es algo que viene tan codificado

en mi ADN como el color de ojos –le susurro. Ella se ríe. Corto y torpe,

pero es algo.

–Sí, supongo que tienes razón. Y puedo asegurarte que no lo sacaste de tu padre –la voz se le
quiebra. ¡No, de nuevo no! ¿Acaso jamás será capaz d sin acabar hecha una magdalena?

–Y por más que se esforzó, ni las enseñanzas de Ray pueden contra los genes –me apresuro a
añadir. Con un tema doloroso tenemos para rato sin qu mi padre en esto.

Ambas nos reímos pero es un sonido forzado, desagradable. Sigue un silencio que ninguna
sabe cómo llenar, y a estas alturas prefiero dejar de inten las ganas necesarias.

–Me gustaría poder verte,

hija –dice en un momento

dado. El corazón se me

comprime.
–Está bien, mamá. Christian y yo… bueno, vivimos al día.

–Pobre muchacho –se lamenta–. Debe estar sencillamente destrozado, aunque puedo apostar
a que no lo demuestra. Es muy fuerte.

–Sí, lo es –esbozo una suave sonrisa que hace que Phoebe me clave sus inmensos ojos azules
con curiosidad. Alargo una mano para acariciarle la nar

–Tú también –asegura, casi la puedo ver sonreír.

Yo soy fuerte porque tengo a Christian. Si hubiera estado sola, si a Teddy lo hubiesen raptado
siendo yo madre soltera con el hijo de otro, la situación conmigo. Sé que Christian tiene
constantes pensamientos que no hacen más que atormentarlo, sé que la atención que le exige
su empresa justo aho quisiera mandarlo todo a la mierda, sé que se siente quizá más impotente
que yo y el hecho de que lo maneje tan bien… Él es mi ancla. Sin él, estoy hundiría quién sabe
hasta dónde.

Supongo que al final, su experiencia en la vida le ha servido para algo.

–¿Sabes qué? –Su voz me saca abruptamente de mis pensamientos– Voy a arreglar mi agenda
para hacer un hueco y los visitaré. Quizá pueda ayud Phoebe, y conocerla finalmente.
¿Y eso sería buena idea? Es decir, quiero mucho a mi mamá y por supuesto quiero verla y que
conozca a su nueva nieta, pero… Van a terminar amba en el dolor y lamiéndose las heridas con
autocompasión. Nadie necesita ver eso. Mi subconsciente me rueda los ojos y menea la cabeza.
Tiene razón. arpía sarcástica y venenosa, pero tiene un punto.

Me muerdo el labio. No quiero parecer insensible ni mandar a mamá a paseo. Decido que mi
mejor táctica es la distracción.

–¿Agenda? ¿Acaso cambiaste de pasatiempo?

La última vez que la visité me dijo que dejó su afición de hacer velas, o lo que sea, para
dedicarse al origami. Supe que no duraría mucho cuando me trozo de papel arrugado que se
hacía pasar por grulla, y pienso que quizá Bob ya se cansó de intentar retener sus locuras.

–Pues, ahora que lo dices… Me inscribí en un curso de alfarería cerca del trabajo de Bob. Es
alucinante, sucio, pero realmente divertido y guardo la es poderlo arrastrar conmigo a una de las
clases, al menos.

Pongo los ojos en blanco y sonrío. Todos sus cursos son alucinantes los primeros… ¿qué,
nueve días?

–¿Qué pasó con el origami? –me arrellano un poco más en el sofá. Mi madre es exasperante
en ocasiones pero imposible de no querer.

–No era lo mío.

¡No me digas! Salta mi subconsciente. No le hago caso.

La siguiente hora y media mamá se lanza a un monólogo sobre la historia, principios, técnicas y
usos hoy en día de la alfarería como se hacía en sus c armo de paciencia y la escucho
emitiendo algún "ajá" o "¿de verdad?" ocasional. Realmente lo que me mantiene atenta es su
confortable y familiar vo sorprende un poco lo mucho que la extraño y cuánto desearía que
estuviésemos juntas, pero mi consciencia está en lo cierto; por ahora es mejor ma una en su
lugar.
A eso de las dos de la tarde, después de haber comido un poco de ternera, puré de patatas y
salsa por súplicas de Gail, suena el timbre de correo ele entrante en la Mac. Minimizo el
manuscrito de una prometedora autora latina que estaba revisando y abro el programa de
correo. Por un momento pi Christian y al darme cuenta que no, es inevitable el pinchazo de
decepción.

De: Robert Caviallari

Fecha:1

de junio,

2014.

14:03 pm

Para:

Anastasia

Grey
Asunto: CONFIDENCIAL

Buenas tardes, mi estimada señora Grey.

Atendiendo a su interesante petición del sábado cuando vino a mi humilde tienda con su
preciosa hija y su maravilloso marido. Le tengo la informació del pendiente del que me hizo
entrega.

El zarcillo es un Cartier original de oro blanco con una esmeralda colgante en forma de lágrima.
El par del que la pieza forma parte fue un pedido esp por el señor Grey en persona hace cinco
años, el 17 de noviembre del 2009 para ser exactos. Según pude averiguar, son únicos en su
clase, no hay o El precio, en aquél entonces, rozaba los siete mil quinientos dólares, por lo que
son valiosos. Recientemente han sido asegurados pero lamentableme conseguido la cantidad.

Si en algo más puedo

servirle, no dude en

pedírmelo. Tenga

usted un buen día,

señora.
Robert Caviallari, gerente de Éblouissant joyería. Seattle.

Me quedo sin aire. ¡El encargo! ¡Casi lo había olvidado!

Lo leo un par de veces más prestando atención a cada línea. Mis ojos se traban varias veces en
las palabras "encargo especial" y "Christian Grey" com acabara de encajar. Resulta obvio, aún
así, que mis primeros pensamientos estuvieron bien encaminados. Ese pendiente fue un
regalo de Christian, presumiblemente a alguna otra sumisa ahora desquiciada que, llegando
más lejos que Leila, quiere sacarme del camino.

¿Y para qué? ¿Para que Christian vuelva a estar soltero? ¿Él se casaría con una de sus ex
sumisas si a mí llegara a ocurrirme algo?

Sacudo la cabeza, realmente no quiero ir allí ahora pero no puedo evitarlo. El corazón me cae
pesado al estómago y la bilis me sube a la garganta, am hacerme levantar e ir a inclinarme
sobre el váter. ¿Acaso la mierda de Christian nos va a perseguir hasta la muerte? ¿O será ella
quien nos lleve a la t clase de mecanismo explosivo accioné al casarme con él? Lo peor de todo
resulta pensar que por cosas que nada tienen que ver con ellos, nuestros hi perjudicados.

Rápidamente tecleo una respuesta vaga y breve para Robert, agradeciéndole su diligencia y
prometiéndole pagarle el miércoles en la mañana, lo que poco de tiempo para pensar en qué
otras cosas podría encargarle averiguar. Dudo que nada más de lo que quiero saber sea algo a
lo que él pueda te acceso, pero dejo de igual modo esa ventana abierta por si la necesito.

Él responde a mi correo con otro donde pone un número de cuenta corriente y el nombre del
banco donde le debo depositar. Qué amable, pienso irón mí. Cierro la Mac y la dejo a un lado
de la cama.

A ver, es evidente que se trata de una ex sumisa de Christian, pero realmente me gustaría estar
segura antes de decirle nada. Hacerle preguntas ace etapa de su vida después de tanto tiempo
va a levantar sus sospechas y entonces… actuará como Cincuenta controlador y mandón y
Dios salve si no pulsera radar. Sin embargo, para poder demostrarle que mis sospechas nos
son infundadas –y de paso recordarle que puedo ser útil cuando no me d de las cosas– debería
comenzar con averiguar quiénes fueron sus sumisas, ¿no? Eso sería lo más lógico.

Tamborileo con los dedos sobre mis rodillas, pensando. Quizá debí invertir algunas horas en
leer a John Katzenbach o Agatha Christie y menos a mis románticas que, justo ahora, para
nada me sirven. Fantaseo imaginándome decidida y temeraria como Kate; ella sí que no se
andaría con bobadas e justo al grano.

Joder, yo también puedo.

Tomo una resolución. Voy a enfundarme hasta lo más profundo el apellido Grey. Me levanto y
voy tan sigilosamente como puedo al despacho de Chris cierra la puerta con llave, sabe que yo
no tengo interés alguno en fisgar sus cosas… hasta ahora. Cierro la puerta suavemente antes
de repasar todo mirada. Él es sumamente ordenado y hasta un poco obsesivo, aunque eso ya
lo sé. Los papeles, las carpetas, los archivos, están guardados en un gr cerradura a la derecha
de su imponente escritorio, sobre el que aún reposa el aeroplano a escala.

Sonrío recordando sus palabras de ayer cuando hablaba con Phoebe, el tono de su voz, sus
ojos… Concéntrate, Grey. No vienes aquí a fantasear.

Sacudo la cabeza suavemente. Mejor darme prisa.

Como voy descalza no se escuchan mis pasos cuando me dirijo al armario. Halo de las puertas
pero éstas no ceden. Demonios. Dirijo mi mirada al esc calibrando qué tan probable es que la
llave esté metida en alguno de los cajones; realmente no estoy dispuesta a irme sin intentarlo
todo. La silla de del universo de Christian es tan cómoda que pienso que no me molestaría
tener una así en mi oficina de Grey Publishing; quizá incluso me compre un primero deberé
preguntarle dónde las venden.
A medida que revuelvo el contenido de cada gaveta mi irritación va en aumento. ¡Cuánta
basura guarda este hombre! Papeles, recibos, más papeles, a mano, bolígrafos. ¡Joder,
Christian, ¿te hiciste tan poderoso teniendo porquerías a la mano?! Ahogo un grito frustrado y
lo convierto en suspiro. Así lograr nada.

Tal vez es que estoy pensando como Ana Grey, en lugar de hacerlo como lo haría él. Me hundo en
la silla y mi pie choca con algo bajo el escritorio. Al para ver encuentro un maletín negro de esos
que suelen llevar los profesores de secundaria en las películas. Este, por supuesto, se ve nuevo
y parec Curiosa, lo levanto y lo coloco sobre mi regazo para revisar el contenido.
Es la Mac de Christian, cosa que me sorprende. Él siempre la deja bien guardada y protegida;
sólo Dios sabrá qué clase de documentos multimillonar ahí… y entonces se me ocurre una
idea.

Vagamente puedo recordar que Christian me dijo antes de casarnos que destruiría todas las
carpetas con información personal de sus ex para demos único que quería era una vida
conmigo, nada más. Si realmente lo hizo, que no lo dudo, existe sólo una cosa que puedo
hacer pero no sé si seré capa

¿Podré?

¡Hazlo de una vez! Mi subconsciente lanza los brazos al aire. Ése es todo el incentivo que
necesito.

Dejo la Mac sobre el escritorio, la enciendo y, sintiéndome terriblemente culpable y sabiendo


que si Christian descubre esto antes de lo que necesito v más que una pelea de magnitud
apocalíptica, entro en el sistema de correo que, para mi sorpresa, está configurado para abrir
tan pronto enciende la

Me repaso los labios con la lengua en busca de algo de valor. Dios, él va a matarme cuando se
entere. Seguro que ahora sí me gano ese grillete de cu respectiva cuerda.

De: Christian Grey

Fecha:1

de junio,

2014.

15:22 pm

Para:

Welch
Asunto: Datos

Necesito que me envíes nuevamente

la información del perfil de Susannah.

Lo más pronto posible.


Christian Grey, Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

Satisfecha con lo escueto y mandón del mensaje, algo muy Cincuenta que espero no levante
sospechas, lo envío. Con este delito menor de usurpació además de todo lo demás, sé que
estoy haciendo algo más estúpido y peligroso que jugar con fuego. Sólo espero que Welch
realmente crea que soy me delate queriendo confirmarlo.

La respuesta llega enseguida.


De: Welch

Fecha:1

de junio,

2014.

15:25 pm

Para:

Christian

Grey
Asunto: Datos

Aquí tiene, señor. Son una copia fiel del documento original.

Welch, jefe del departamento de investigación e información de Grey Enterprises Holdings,


Inc.

El corazón me palpita en el pecho con fuerza, casi temo que Taylor o Sawyer puedan
escucharlo delatándome. No puedo evitar quedarme mirando la una boba, esperando que
ocurra aún no estoy segura qué.

Estoy pasando un límite, eso lo tengo claro. Estoy invadiendo la privacidad de Christian,
abusando de la confianza de sus empleados, de la que él tien pensar en las repercusiones que
esto tendrá. Estoy siendo una terrible esposa… pero es necesario, y espero que él lo entienda
en algún momento.

Reenvío el correo con su archivo adjunto a mi propia dirección antes de eliminar la evidencia
de mi intrusión. Luego me envío otro mail simulando ser a mí. Apago la Mac y la dejo donde la
encontré: dentro del maletín bajo el escritorio. Me levanto, me aseguro que no haya moros en
la costa y salgo.

No puedo evitar sentir el corazón pesado. Quizá ésta sea la gota que colme el vaso y su
paciencia, quizá…

No vayas ahí, Ana. Cierro los ojos con fuerza y suspiro.

Hago mi camino de vuelta a la habitación donde compruebo que el correo hubiera llegado tanto
a mi Mac como al Blackberry. Le echo un vistazo a Ph despierta y extrañamente tranquila, y
luego al reloj. Son las cuatro menos cuarto, Christian no regresará antes de las seis. Tengo
tiempo.

Con mi pequeña en brazos salgo en busca de Gail que, para mi fortuna, está justo con mi
segundo objetivo: Sawyer. Me dirijo a ella.

–Hola –intento una sonrisa para parecer menos culpable. Sé que Sawyer me estudia y eso
me pone nerviosa.
–Sra. Grey. ¿Puedo hacer algo por usted? ¿Quiere algo de comer? –el semblante se le
ilumina por un momento.

–No, estoy bien, gracias. De hecho, quiero salir a visitar… a alguien –desvío la mirada a
Sawyer, que se limita a enarcar una ceja inquisitiva y acusado atención a Gail–, y quería
preguntarte si puedes cuidar de Phoebe mientras regreso.

Ella intercambia una mirada asombrada con el nada asombrado hombre a su lado. Él ya sabe
que algo tramo, y mientras no ponga objeciones a lo qu realmente no me importa que
sospeche.

–Pues… claro. Por supuesto –se levanta y coge a Phoebe. Por un momento me parece que mi
bebé me mira con acusación; otra vez la dejo al cuidado dentro me encojo.
–Gracias. Por favor, no la dejes sola. Prometo que seré rápida –porque

cuando Christian se entere, se teletransportará… Gail asiente.

–¿Puedes llevarme? –le pregunto a Sawyer.

–¿El señor Grey lo sabe? –replica.

Tengo que hacer un gran esfuerzo por ocultar mi sonrisa de suficiencia. Puede que Christian no
lo vea, pero alguien debería premiarme por ser tan in

–Lo sabe.

Le paso mi Blackberry para que vea el correo que "Christian" me envió con su pleno
consentimiento. Sawyer lo examina con suspicacia y mientras lo culpable; después de hoy
tendrá suerte si Christian no lo despacha de una patada, y me retractaría de todo esto si no
fuera tan necesario.

Él me devuelve mi móvil, coge su chaqueta, el arma en la funda sobaquera y me indica que ande
primero. No puedo evitar la horrible sensación de s recelosa taladrándome la nuca. Perdóname
por esto, Sawyer. Si tuviéramos de otra, juro que no pondría tu cuello así en peligro.

Mientras bajamos en el ascensor reina el silencio, y cuando me acomodo en la parte trasera del
Audi sólo puedo elevar una plegaria. Por favor, que ell que esté ahí y que me reciba.
–¿Podría indicarme la dirección, sra. Grey? –Sawyer me habla desde el asiento delantero,
lanzándome una mirada a través del espejo retrovisor. Abro en mi Blackberry el archivo adjunto
del mail que Welch envió. Me sorprenden la cantidad de datos y su naturaleza. ¡Venga,
Christian, por Dios!
Me desplazo hacia abajo hasta dar con la dirección de Susannah, que le repito a Sawyer con
toda la tranquilidad que mis alterados nervios permiten.

Camisa de fuerza, mordaza, grilletes, venda. Eso hará Christian cuando se entere y te ponga las
manos encima. Mi subconsciente parece sádicament con ese posible escenario; mi pobre diosa
interior, al menos, está tan nerviosa como yo, aunque ella lo magnifica tanto que hasta mi libido
decidió tom tiempo lejos de ella.

Paso de ambas. Aprieto los labios y me concentro en el camino, alternando la vista del paisaje a
través de la ventanilla con la de las manecillas de mi r
11

Sawyer aparca en la acera frente a un pequeño edificio de ladrillo color crema. Baja y abre mi
puerta. Rodeo el coche con un nudo en el estómago qu liberar mientras me encamino al aparato
intercomunicador. Marco el del piso tres, apartamento B, y aguardo.

–¿Sí?

La voz de Susannah me sobresalta. Demonios, no estaba preparada para volver a escucharla.


Ya el recordar nuestro primer encuentro me incomoda, venido aquí para hablar con ella de
Christian y sus ex. Joder.

–Ho-hola –tartamudeo–.

Quisiera hablar contigo un

momento. Miro a Sawyer de

reojo. Está frunciendo el

entrecejo.

–¿Quién es?

–Anastasia Grey. Fuiste a visitarme una vez al trabajo, ¿recuerdas?

Hay un momento de silencio. Por un instante siento pánico al pensar que ella puede negarse a
verme, y no se me escapa la ironía del asunto. La espo audiencia con la ex… Una de ellas, al
menos.

–Sra. Grey. Qué… sorpresa –dice, insegura– Yo, pues… Claro, suba.

El portón del edificio emite un chillido al abrirse. Sawyer y yo intercambiamos una mirada en la
que es evidente que ambos preferiríamos estar en otr haciendo cualquier otra cosa. Me
sorprende un poco cuando miro alrededor mientras nos encaminamos al ascensor; el lugar está
limpio y luce acoged realmente más humilde de lo que hubiera esperado cuando resolví venir.

Subimos al piso tres en el elevador, y al salir nos encontramos de frente con Susannah. Ella lleva
unos pantalones de algodón púrpura y una camiseta descalza, lo que me permite ver su
pedicura francesa.

Nos miramos fijamente en silencio por lo que son largos minutos. La verdad ya no me consta qué
tan cuerda estoy, y ella pareciera estar pensando lo

–¿Gusta pasar? –señala por detrás de sí la puerta

entreabierta con una gran B de cobre en lo alto. Asiento

suavemente porque no confío en mi voz.


Susannah encabeza la marcha, Sawyer y yo la seguimos de cerca. Pienso que me gustaría
poder decirle que me espere fuera… Un momento, sí que p
–Sawyer, serán sólo unos minutos, no es necesario que me acompañes –le digo con mi voz
de señora Grey, subrayando el "Grey".

Él aprieta los labios pero se limita a asentir. Por lo menos. Sigo a Susannah al interior del
departamento ensamblando mentalmente el discurso que pi Su casa es pequeña, más que
ninguna de las que compartí con Kate, pero está bien arreglada y limpia, y hasta en cierto
sentido me parece acogedor ociosa curiosidad que le gusta mucho el verde lima.

–¿Puedo, ejem, ofrecerle algo de beber, sra. Grey? –Inquiere, evidentemente tan incómoda
como yo.

Logro retener a tiempo ese impulso mío de pedirles a todos que me llamen Ana; con esta mujer
no quiero ningún tipo de familiaridad, y si estoy aquí desesperación.

–No, gracias. Realmente no tengo mucho tiempo –miro mi reloj. Santo Dios, ¿adónde se
fueron los minutos?

–Entonces… ¿gusta sentarse?

Bueno, vale, hay que acabar con la cortesía de una vez para pasar a lo importante. Acepto su
invitación sólo para ir al grano. En poco la tengo sentad

–¿Christian sabe que está aquí? –es su

primera y muy inteligente pregunta. Me

muerdo el labio.
–Pues… no.

Susannah no parece en extremo sorprendida, y eso me molesta.

–Supongo entonces que lo que tenga que decirme es confidencial –infiere.

–Exacto. Quisiera que no se lo contaras a nadie.

–No se preocupe, puede confiar en mí –asegura con una sonrisa. Mentalmente tuerzo la boca,
preferiría no tener que hacerlo.

–Bien, el asunto es éste… –una respiración profunda– Mi hijo fue secuestrado y tengo fuertes
sospechas de que ha sido una de las sumisas de Christi psicológicamente inestable como Leila
pero más peligrosa.
Desembucho todo de golpe y sin pausas, comas ni puntos hasta acabar. Susannah abre los
ojos de par en par como si no acabara de creerlo.

–Vaya, sra. Grey. Yo… no sé qué decirle –se remete el cabello tras la oreja, sus ojos yacen fijos
en sus piernas como si en realidad no las estuviera vie posa en mí–. Eso es algo que quizá
debería hablar con Christian, ¿no le parece? ¿Por qué ha venido a mí?

¡Ja! Esto sí que está de película, ¿no? Recibiendo consejos maritales de la ex de tu esposo, espeta
mi subconsciente al relamerse los dientes con saña aferrando el gastado volumen de Jane Eyre.
¡Dios! Juro que algún día la estrangularé, y ya verá dónde se mete su viperina lengua.

Vuelvo mi atención a Susannah. Ya he llegado hasta aquí, ¿no?

–Sí, lo haré, pero… Recuerdo lo que dijo Leila acerca de un club sub o algo por el estilo, por lo
que se me ocurrió que todas ustedes quizá se conocían esto es tan difícil– Lo que quería
preguntarte es si no sabes de alguna que por algún motivo pudiera tener algo contra Christian
o contra mí. No sé, s quiero recuperar a mi hijo, Susannah, y si tú sabes algo te lo agradecería
muchísimo.

Un par de lágrimas corren fuera de mi control por mi rostro. Me las enjuago tan rápidamente
como puedo pero sé que ella las ha visto.

Odio esto, no quiero verme débil ni quebradiza ante ella, pero realmente me parece que
Susannah es una persona de confianza, por más que yo me reconocerlo a causa de unos celos
estúpidos y sin fundamento que todavía sobreviven por ahí dentro de mi pecho.

Me dirige una mirada compasiva y me parece que se refrena ante un impulso de tomarme la
mano a modo de consuelo.

–La verdad es que no…

–Por favor, debe haber algo. Una chica arrogante, o despechada, o

molesta, lo que sea –insisto. ¡Dame algo, joder! Se lo piensa por un

instante.

–No estoy acusando a nadie, señora, me limito a darle algo de información –advierte. Asiento
con impaciencia–. Hay una llamada Karie que al princip todas nos enteramos de su boda con el
señor Grey, se la pasaba diciendo que ella también habría podido acabar siendo su esposa si él
no fuera tan ir

–¿Irracional? –repito. Pues sí, él a veces es irracional.

–Indagando por ahí me enteré que el señor Grey terminó el contrato con ella luego de sólo tres
semanas, el período más corto que había tenido con c las anteriores.

Me sorprende saberlo. ¿Sólo tres semanas? A mí hasta un año de prueba me propuso.

–¿Qué sucedió?

–Al parecer Karie era sencillamente intragable, como quien dice. Lo celaba todo el tiempo, le
pedía explicaciones a cada momento, lo llamaba al meno día y se enojaba cuando él no le
contestaba. Siempre lo acusaba de estar con otra a sus espaldas y, bueno, quizá ella
contribuyó a que él fuera aún m las que vinimos después.

"Las que vinimos después". Ninguna mujer debería escuchar eso acerca de su esposo, sobre
todo porque yo fui una de ellas.

–¿Dónde está Karie ahora?

–Cuando supo del nacimiento del primer hijo de Christian, desapareció. Antes vivía cerca de
Escala, pero ahora creo que se fue con su hermano a Ma

Un escalofrío me recorre la columna. Ella vivió cerca de Escala, ¿para espiar a Christian?
¿También me habrá visto a mí de cerca? La idea me eriza los nuca. Así que no sólo Cincuenta es
el acosador.

–¿Puedes estar segura de eso? –confirmar jamás está de más.

Niega con la cabeza lentamente, convirtiendo mi estómago en piedra y lanzándolo al suelo


con tan simple gesto.

Suspiro y me masajeo las sienes con las manos. Cálmate, Ana, no pierdas los nervios. Me lo
repito como un mantra una y otra vez hasta que siento c lentamente va surtiendo efecto.

–Vale, lo entiendo. ¿No existe ninguna otra con… algún antecedente fuera de lo común?

–No que yo sepa. De todas las cosas que he escuchado, la suya fue la que más captó mi
atención –dice.

–¿Y de las demás? –insisto.

–No de la naturaleza que usted busca, señora Grey. Honestamente las demás me parece que
lo han superado sin problemas. Quizá Leila y Karie fuer afectadas pero, si debo serle honesta,
no me parece que ninguna fuera capaz de nada tan horrible como secuestrar a un niño. –ladea
la cabeza como agregar algo pero no se atreviera–. ¿Qué edad tiene?

–Dos años –respondo con un hilillo de voz. Quizá estoy equivocada y la que tiene a mi hijo no
es una ex… o quizá Susannah no tiene una mente tan m para notar algo sospechoso.

–Lo siento mucho –se lamenta–. Espero que puedan hallarlo pronto, sano y salvo.

–Yo también –me pongo en pie y ella hace igual–. Debería volver ya. Gracias por tu tiempo y
por recibirme tan inesperadamente.

–Por nada. Siento no poder ser de más ayuda –y realmente parece que lo siente.

En este momento, mirándonos la una a la otra en silencio, ya no me parece estar ante un ex de


mi marido, sino ante un ser humano que se compade Esto sí se lo agraezco.

La despedida es breve, al igual que me lo parece el descenso en ascensor. Para cuando


emerjo de mi letargo ya estamos de regreso a Escala, Sawyer miradas por el retrovisor y
descubro que a mi Blackberry ha entrado un mensaje.
¡Santa mierda, es de Christian!

*SI NECESITAS HABLAR, HAZLO CONMIGO. PARA ESO SOY TU ESPOSO. TE ESPERO EN
CASA*
La última frase me lo dice, él está terriblemente enfadado. O quizá decepcionado. No, lo
prefiero enfadado como el infierno.

Me vuelco totalmente a mi interior mientras las palabras de Susannah me dan vueltas por la
cabeza. ¿Esa Karie será peligrosa? ¿Qué tan lejos llega su Christian? ¿La superó ya? ¿Sigue
en Manhattan? ¿Qué tan probable es que ella sea la secuestradora? ¿Cómo indago? También
me doy cuenta que es hablar con Christian de mis sospechas, no es bueno esto de
mantenernos mutuamente en la ignoracia. Quizá si yo hablo él lo haga también.

Dejo mi bolso sobre el sofá de la sala. Sawyer acaba de cerrar la puerta justo cuando Taylor se
encamina hacia nosotros con su expresión más seria.

–Sra. Grey –asiente en mi dirección.

–Hola, Taylor. ¿Dónde está Christian?

–En su estudio, señora.

Asiento y no digo más nada, pero tampoco me muevo. Taylor le hace una seña a Sawyer para
que lo siga, entonces ambos se pierden por el pasillo.

Inhalo profundamente un par de veces intentando descifrar por el mensaje de texto cómo
estará su humor. ¿Será explosivo como la vez que le dije q embarazada o irá de bajo perfil
como cuando me confesó por qué todas sus sumisas eran morenas? ¿Será frío y distante?
¿Hablaré con mi marido o c general?

Demonios, es como lidiar con diez hombre distintos.

Bueno allá voy. Camino resueltamente hasta la puerta de su despacho. Me detengo dudosa,
¿toco o paso? Maldición, no soy una chiquilla ni él el direc paso!

Mis ojos se clavan directamente en él cuando cierro la puerta a mi espalda. Es evidente que ha
llegado hace poco, pero mi escapada a casa de Susan hace bastante. Tiene el cabello tan
revuelto que parecen los rayos de un sol cobrizo. La corbata floja de mala gana y los gemelos
tirados de cualquier el escritorio completan la curiosa escena.

Sus ojos vuelan a mi rostro tan pronto percibirme. Hace un reconocimiento de mi cuerpo como
comprobando que no haya marcas o heridas, y tengo fuerza de voluntad de hasta el plasma de
mi sangre para no ponerle los ojos en blanco.

El silencio cae pesado entre nosotros, sólo nos observamos.

–Di algo –murmuro al cabo, retorciéndome los dedos.

–¿Qué se supone que debería decir cuando mi esposa se mete en mi correo para solicitarle a
mi chico de información unos documentos sobre una de luego irla a visitar? –pregunta
lacónicamente.

Me repaso los labios con la lengua.

–Yo…
–¿Era esto un desafío para hacerme entender que no puedo impedirte ir a donde quieras?

Exacto, qué

bien que lo

hayas captado.

Cállate, le

espeto a mi

maldita

subconsciente.

–No, Christian.

–Entonces ayúdame a entenderlo, la curiosidad está matándome –espeta con ironía al


recostarse del respaldar de su silla y cruzar los brazos ante el p

–Mira –comienzo con algo de nerviosismo–, la cuestión es que tenía algunas dudas, algunas
sospechas acerca de todo lo que está pasando…

–Y preferiste buscarte a una ex antes que a tu marido –me interrumpe de mala gana. Hasta
acá percibo el veneno en su voz.

–Te lo iba a decir –me defiendo–. Lo único que quería con ella era atar algunos cabos y
asegurar las cosas, así para cuando te lo contara mis sospecha fundamento.

–¿Esto se trata de las sumisas, Anastasia?

–Sí.

–¿Y no consideraste algo… no sé, ¡más inteligente el hablarlo conmigo, que fui quien después
de todo las trató!? –casi grita, fulminándome con su mir acero.

Me estremezco por dentro pero no pienso amilanarme ante él.

–No me grites –me cruzo de brazos, firme.

Sus cejas se alzan con sorpresa por unos segundos, pero enseguida se repone.

–¡¿Que no te grite?! –se levanta de un brinco apoyando las manos en la mesa. Parece incluso
como si me acechara.

–¡SÍ, ESO TE DIJE! ¡NO ME GRITES! –chillo. Aguardo unos instantes por su respuesta, pero
como no se da continúo–. ¡Es imposible tratar contigo cu hermético! ¡Nunca quieres contarme
una mierda de lo que pasa, y cuando lo haces resulta que es un mísero pedazo de información
convenientement ti! ¡Me parece de hipócritas que tú puedas hacer cosas a mis espaldas pero
yo no pueda hacerlas a las tuyas! Sé que te preocupas por mí, y sólo para
¡yo también me preocupo por ti, cabeza de chorlito! ¿Será que alguna vez acabarás de
entenderlo? Si tiene que ver contigo quiero saberlo, esto corre direcciones, Grey. Si no te
gusta, pues tenemos un problema aquí.
–¿Si no me gusta? –repite como probando las palabras.

–Exacto –declaro alzando el mentón. Ana Grey también puede explotar.


–Así que ahora la gata saca las garras, ¿no? –

entrecierra los ojos con evidente enfado. A mí,

por otro lado, me ha pillado con la guardia

baja.

–¿Gata? ¿Me has llamado gata? –no puedo salir de mi asombro. ¡Cómo se atreve!

–Sí, eso dije. Una ponzoñosa gata con garras de acero que gusta afilar en mí de cuándo en
cuándo –dice lentamente, midiendo mi reacción. Casi recr ella.

¿Quién es este monstruo y qué ha hecho con Cincuenta?

–¿Ahora te dedicas a insultarme y atacarme para liberar tensión? ¿Cómo no puedes follarme
prefieres herirme? –me limpio la tercera lágrima que se escapado desde que llegué a casa de
Susannah– ¿Qué está pasándote, Christian? No me casé con un maltratador.

Mis palabras hacen mella en él. La expresión pétrea lentamente se desmorona ante mis ojos
hasta dejar al Christian vulnerable, el adolescente impot correr a abrazarlo, a consolarlo; sé
que toda esta situación saca lo peor de él, pero me mantengo firme en mi posición. Es hora de
que entienda que e le duele esto no es él.

–Perdóname, Ana. Tienes razón, soy un gamberro –sus ojos se abren con temor y dolor, pero
los tiene fijos en algo por encima de mi cabeza–. Yo… n La mayor parte del día la paso
distraído pensando en ti, en Phoebe, en… Tedd. Me siento un inútil, siento que no merezco
nada de lo que me has dad soy un padre de mierda.

El corazón se me detiene a mitad de latido. ¡No!

Christian apoya la cabeza entre ambas manos mientras la desesperación lo consume ante mis
ojos. No sé si acercarme y tocarlo o permanecer donde qué hacer.

–Yo lo sabía, está en mis genes –gime, absorto en sus pensamientos, olvidándose de mí de pie
frente a él–. Tenía miedo porque sabía que sería una m padre, quizá no tanto como la perra
adicta al crack pero… –alza la cabeza y me mira, el dolor en su rostro me hace dar un
respingo– Esto es tu culpa. haberme hecho caso. Debiste haberte largado con Tedd cuando te
grité por estar embarazada. Nos habrías hecho un favor a todos.

Lágrimas silenciosas corren por su atribulado rostro. Mi chico perdido está de regreso después
de casi tres años de ausencia. Me atemoriza lo fuerte q volverse esa idea en la cabeza de
Christian, no sé si esta vez tendré las fuerzas para enfrentarme a esta sombra. Una que, ahora
entiendo, está profu arraigada en él por lo que vivió con su madre biológica.

Él piensa que al final fracasará como hizo ella, cree que está predestinado a ello y encuentro un
poco irónico que un hombre que no cree en el misticis menos pueda pensar en el destino como
una fuerza definitoria. Ridículo, y sorprendente. En realidad, desconcertante.

–¿Así que para ti el único final feliz posible con Teddy era vivir separados? ¿Yo como madre
soltera, nuestro hijo sin padre y tú como… el millonario má todos Estados Unidos? ¿Estos años
con nuestro hijo han sido tan terribles como para…?
–No, Ana –me interrumpe entrecortadamente. Yo también estoy al borde de las lágrimas, pero
intento ser fuerte por los dos–. Yo lo amo, y ése es el Duele. Finalmente siento que puedo ser
completamente feliz con una bella esposa y unos hijos increíbles y… pasa esto. Ambos
sabemos que si yo no f jamás habría ocurrido esto.

En eso tiene razón. Pero no puedo perderlo, me niego a permitir que la última sombra que logré
erradicar de su alma se lo lleve de nuevo a la oscurid está conmigo en la luz.

–¿Entonces te darás por vencido? ¿Qué quieres hacer? ¿Te divorciarás de

mí con la esperanza de que nos devuelvan a Teddy? Da un respingo al

escucharme, cosa que logra que el corazón se me quiebre un poco más.

Luce tan indefenso, tan perdido.


–No. Te amo demasiado, te necesito demasiado. No puedo vivir sin ti, Ana, y ahora tampoco
sin Phoebe.

Hago mi camino hasta él, rodeo el escritorio y me siento en su regazo. Rodeo su cuello con mis
brazos, lo abrazo con fuerza, quiero que sienta el latir que, en un primer momento, fue por él.

–No voy a abandonarte, Christian. Jamás haría una cosa así sólo porque la situación sea difícil.
Ya nos hemos enfrentado a cosas difíciles en el pasado superado, ¿no es así? ¿Por qué ésta
habría de ser diferente?

–Por que en las ocasiones anteriores te tenía a mi lado, sabía dónde estabas y podía hacer
todo lo que estuviera a mi alcance para mantenerte a salvo diferente. No sé dónde está Tedd,
no sé quién se lo ha llevado. –Me mira, sus manos aprietan el agarre alrededor de mi cintura–
Temo que alguien… lo mismo que me hicieron a mí, Ana.

Jadeo. ¡Santo joder, no! ¡No pueden hacerle eso a mi hijo! ¡Mi niño tiene sólo dos años, por
amor de Dios! ¡NO!

La perspectiva se me hace demasiado horrible para pensarla siquiera. Sin darse cuenta,
Christian ha logrado contagiarme algo de su pánico, y eso qu intentando ser fuerte.

Como un niño que busca el consuelo de su madre, Christian entierra la cabeza en mi hombro y
permite que unos suaves sollozos se le escapen. Verlo me rompe el corazón.

–No sé qué hacer, Ana, y eso es lo que más me asusta –restriega la nariz en mi cuello
repetidas veces–. Sé que te pone de mal humor que no hable c también sé lo temeraria que
llegas a actuar; no quiero que lo que siento ahora se multiplique por la preocupación por ti, Ana.
Esto del dolor definitiva mío.

–Cuando se está vivo el dolor no se puede eludir, Christian.

–Lo sé. Sólo no quiero perderte también.

–Por favor, no vamos a volver con eso de nuevo. Ya una vez te dije que me aburre estarte
repitiendo todo el maldito tiempo que no vas a perderme, C quiero empezar otra vez –me alejo
para tener su rostro en mi campo de visión. El pobre luce como un niño escarmentado–.
Créeme que sé cómo te s piensas en una vida sin mi pero eso no puede ser motivo para que
me encierres, me bloquees y me apartes. Un matrimonio es de dos, se supone qu equipo y si tú
no quieres trabajar en equipo conmigo me temo que no estoy interesada.
Sus ojos se abren de par en par.

–¿Serías capaz de dejarme?

–No si me tratas como tu esposa en lugar de cómo a una


problemática. Eso me hiere, Christian. Es suficiente.

–Tienes razón. Lo lamento.

–Sé que lo lamentas ahora. Quiero que me prometas que dejarás de

hacerlo. Promete que me contarás todo. Presiona los labios juntos en

una línea tensa.

–¿Christian?

–Ana, dame un tiempo para pensármelo –dice en voz baja.

Lo miro sorprendida. ¿Un tiempo? ¿Un tiempo para qué carajo?

Otra vez él. Otra vez Cincuenta estúpido e irracional, controlador y molesto. ¿Por qué diablos no
se limita a decirme que lo hará y ya? No es tan difícil. él si eso contribuye a su tranquilidad, y de
hecho tengo pensado hacerlo… o tenía.

–¿Qué era lo que hablabas con Susannah? –

pregunta cuando de mi boca no sale replique. Me

levanto rápidamente de su regazo y hago mi camino

hacia la puerta.

–Eres un sinvergüenza –le siseo por encima del hombro ya con el


pomo en la mano.

–¿Qué?

–No te diré nada hasta que prometas que me lo

contarás todo el mismo día que ocurra. Abro la

puerta.
–Anastasia –salta de su silla en un ademán de seguirme pero alzo la
mano para detenerlo.

–No quiero que me sigas. Si en un par de horas dejas

de ser un bruto irrazonable, hablamos. Sin decir más,

salgo.

Es increíble lo descarado que puede ser. ¡Se niega a hablar conmigo pero espera que yo le
proporcione un informe detallado acerca de todo lo que hic Susannah! Pues que se meta sus
exigencias por donde mejor le quepa y se vaya olvidando de que le voy a decir una mierda.
¡Joder, ése tiene que se el hombre más frustrante y exasperante del planeta!

Me voy pisando fuerte hacia nuestra habitación esperando encontrar un poco de paz en ella.
Siento a Christian tras de mí antes de verlo, y no por el s pasos, sino por una reacción casi
visceral de mi cuerpo que lo reconoce.

–Te dije que no quería que me siguieras –le reclamo sin volverme–.
No quiero hablar contigo, Christian.

–¿Quién dijo que vamos a hablar?

¿Cómo?

Sus dedos alcanzan mi muñeca y se cierran en torno a ella haciéndome detener. Me giro, irritada,
cargando mi lengua con todas las cosas que ahora sin importar quién diablos pueda
escucharnos, pero él las fulmina con uno de sus más ardientes y profundos besos. Su lengua se
entromete ávida en juguetea con la mía buscando reanimarla, hacerla participar. Estoy tan en
shock que no puedo pensar, mucho menos reaccionar. Sus manos grandes inmiscuyen en mi
cabello, lo aprietan, lo halan, lo acarician. En cuestión de nada su poco sutil asalto tiene mi
cuerpo vibrando como el motor de un co todas mis hormonas corren alborotadas y la temperatura
de mi cuerpo se dispara.

Sin despegar su boca de la mía me coge en volandas y nos lleva a

la habitación principal ya sé yo para qué.


Dejarse llevar es una cuestión casi obligatoria cuando Christian ataca sin tomar prisioneros.
Pero que no crea que porque accedo a esto –algo por lo q estado rogando desde el día siguiente
a mi cesárea– va a salirse con la suya como suele hacer. Esta vez no.

Él posee mi boca como si llevara semanas sin probarla aún cuando me pone sobre mis pies. En
un primer momento intento resistirme para hacerle en estoy de humor, pero qué va, todo intento
de evadirlo es inútil tanto por él como por mí misma. Llevo días queriendo, ansiando su contacto,
su boca s sus manos recorriendo mi cuerpo, y ahora que finalmente mi sangre corre de nuevo a
mil por hora en mis venas, lista para estrellarse contra el altísi impacto que es mi marido, bueno,
yo no lo pienso detener.

Sus manos provocadoras me tocan por todas partes, alcanzan mis hombros y se deslizan arriba y
abajo por mis brazos mientras sus labios riegan en besos por mi cuello y bajando. Es alucinante
sentirlo nuevamente dedicado a su menester favorito, ¡conmigo! Jesús, sí que extrañaba esto.
Captura m ligeramente erguidos entre sus dedos y presiona y hala de esa deliciosa manera que
me vuelve loca. Él sabe cómo sacarme de mí misma dentro y fue de una forma y de otra, me digo
cuando enredo mis dedos entre sus mechones de pelo cobrizo y halo.

Siento su sonrisa contra la piel de mi cuello. Cabrón arrogante.

–No te enfades conmigo –murmura ya lamiendo mis clavículas, sus manos yacen
peligrosamente bajo sobre mis caderas.

–Entonces deja de actuar como un idiota –jadeo como puedo. Y es todo

un milagro que hubiera conseguido hablar. Atrapa mi trasero, lo masajea,

lo aprieta, antes de darle un suave pero firme azote que me hace dar un

respingo.
–¿Soy un idiota? –Su lengua juguetea con el lóbulo de mi oreja con una cruel sensualidad que
está acabando con mi poco autocontrol. ¡Joder, Christi
erección apretando contra mi

cadera, cosa que me hace volver a

jadear. Lo necesito dentro de mí,

ahora.
–Sí, lo eres. Un idiota irrazonable.

Cojo su rostro entre mis manos para atraer su boca de vuelta a la mía. Le beso con ansias, con
toda mi irritación, con toda la necesidad que tengo de comienza a darme vueltas ante la falta de
aire en los pulmones, pero no detengo mi asalto a su boca y Christian tampoco.

–Puede que lo sea, pero soy un idiota con suerte, sra. Grey –murmura contra mis

labios, dándonos un respiro para no desfallecer. Joder, sí que lo es. Un maldito idiota

con muchísima suerte que no debería tentar constantemente.

Entre sus caricias ardientes y sus besos desenfrenados, Christian logra llevarnos a uno de los
muros de la habitación, donde me apoya y me inmoviliz cuerpo al mío. Sus manos curiosean por
debajo de mi vestido antes de deslizar dos dedos dentro de mi ropa interior.

–Estás muy mojada –jadea contra mi oreja, haciéndome estremecer–. Y muy enfadada. Creo
que me gusta.

Mordisquea mi labio inferior con sus dientes y hala. Gimo. Se echa para atrás, me mira con esa
conocida sonrisa maliciosa curvándole levemente los l corazón me palpita con fuerza en el
pecho cuando Christian se agacha ante mí, desliza mis bragas hacia abajo por mis piernas y
esconde la cabeza ba

Joder, esto es tan erótico… y al mismo tiempo es el epítome de su obsesión por el control. Sabré
que está ahí, bajo mi falda y que será Christian quien proporcione placer, pero no podré verlo,
como si fuera omnipresente o algo así. Y si no fuera porque sus manos en mi trasero
masajeando y pellizcan tan bien, pondría los ojos en blanco.

Mientras toca y aprieta mi culo desnudo, me va besando desde el vientre hasta la cara interna de
los muslos cuidando de saltarse la herida. Suelto un una de sus manos aferrada a mi cintura y la
otra separando mis temblorosos muslos a ambos lados. Me tiemblan las rodillas, su cálida
respiración hu golpea en el interior de mis piernas. Pienso que no verlo resulta aún más
emocionante e incitante porque de este modo no puedo estudiar sus movim predecir qué
exactamente pretende Christian hacer conmigo.

Ahogo un grito cuando el calor de su boca y la pericia de su codiciosa lengua llegan a mí con
rapidez.

—¡Christian! ¡Dios mío!

Tiro mi cabeza hacia atrás en tanto cierro los ojos, disfrutando la sensación, aferrándome como
puedo a la mesa que tengo al lado. Las fuertes manos me agarran las nalgas y atraen hacia sí
mis caderas, mientras su lengua empieza a atormentarme, dibujando círculos hábilmente,
explorando, penetr sensación me deja sin aliento y, por un momento, lucho para mantener el
control y evitar que las piernas me flaqueen. Entonces, para mi perdición, l Christian se acercan
a mi clítoris y lo succionan.

–¡Christian!

Jadeo desenfrenadamente con la respiración entrecortada. Aprieto tanto mis dedos en torno al
borde de la mesa que sé que los nudillos se me ponen realmente no los veo y no me importan.
Sigo con mis caderas el sensual asalto de su hábil boca, mi cuerpo va tensándose como la
cuerda de un arco. espalda se lanza hacia adelante con fuerza, un gemido escapa de mis
labios. Lo siento, estoy a punto de caer por el precipicio, mi diosa interior ya tie saltadora y todo.
–¡Oh santo cielo! –lloriqueo justo cuando Christian me clava a la pared con las manos para
impedirme caer.

Un orgasmo fluye a través de mí como una corriente de agua, un torrente brutal de éxtasis
desenfrenado, arrancando de mi garganta un grito desme arrojándome, sin que pueda o quiera
remediarlo, al borde del abismo y dejándome flotando, sin aliento, en un mar cálido y
transparente.

Emerjo de mi nebulosa post orgásmica sintiéndome algo confusa. ¿Cuándo se supone que me
moví para apoyarme sobre la mesa y adónde fue a para Mis pechos descansan en la superficie
de madera pulida, el abdomen y la herida están seguros en contacto sólo con el aire. Detrás de
mí, escucho el de una bragueta bajándose y luego… Christian reclamándome.

–¡Ah! –grito, más por la sorpresa que por otra cosa.

Él no se mueve, se limita a inclinarse sobre mi espalda y a regarla de suaves y afectuosos


besos que hacen que mi corazón palpite desbocado y que m contraiga alrededor de su
miembro, ansioso. Estira las manos y coge mis pechos, aprieta y hala de mis pezones con sus
dedos a un ritmo lento y tort a poco, comienza a imitar con las cadersa.

Entra y sale, entra y sale con una lentitud exasperante. Eso es lo que él quiere, exasperarme,
sacarme de mis casillas, obligarme a gritarle por un po rudeza.

–Te amo, Anastasia –ladea la cabeza y me muerde el hombro con suavidad. Ahogo un gemido,
pero al final él lo escucha–. Incluso cuando te enojas y idiota, me gritas, me lanzas cosas… De
cualquier manera te amo muy intensamente.

Comienza a acelerar las embestidas, las vuelve más fuertes. Me agarro con firmeza al borde de
la mesa para resistir los deliciosos embates. Escucho c Christian aprieta los dientes.

–Y precisamente por eso, me molesta que te ensucies con la mierda de mi pasado. No quiero
que te relaciones con mis ex, no quiero que pienses en que me hagas pensar de ninguna
forma en ellas –se levanta de mi espalda, me coge con fuerza de las caderas y acelera aún
más– ¿Por qué no lo enti sólo existes tú, ahora sólo te quiero a ti. Apareciste en mi mundo y
eclipsaste todo lo demás. ¿No lo entiendes?

–Sí, lo hago, Christian.

A este ritmo voy a perder la sensibilidad en los dedos de las manos, o voy a arrancar un trozo
de madera. Esto se está volviendo frenético. Aún no m tan salvajemente como en otras
ocasiones, pero es realmente cuestión de un poco más. Esto no es hacer el amor, esto es follar
como Christian Grey s Debo apretar la mandíbula y cerrar los ojos con fuerza para resistir tanto
su rudeza como el placer que me recorre de punta a punta, dividiéndome.

–¿Entonces por qué? ¿Por qué fuiste con ella?

–Porque tú no habrías hablado conmigo.

Está cerca. El demoledor orgasmo está condenadamente cerca, casi puedo tocarlo con la
punta de los dedos agarrotados.

–¿Entonces es mi culpa?
Se mueve más rápido, cada vez más. Su cadera impacta contra mis nalgas en una deliciosa
cadencia que me está volviendo loca. No ha vuelto a acele embistes, son lo suficientemente
fuertes así como para permitirme disfrutar sin resultar doloroso por la gran herida en mi vientre.

Christian se inclina sobre mí de nuevo y me clava los dientes en el omóplato como si él también
buscase de dónde aferrarse. Los músculos de mi sexo de las piernas también. Será fuerte.

–¡Respóndeme! –masculla con los dientes apretados, moviendo en el momento exacto las
caderas para que el saco de sus testículos me dé en el clíto directo a la liberación.

Grito, jadeo con fuerza, mientras siento como si el cuerpo se me quebrara en miles de pedazos
irreparables. Tan sólo unas tres embestidas después C acompaña en la liberación, dejando
caer su pesado cuerpo sobre el mío, abrazándose a mí como si fuera una tabla de salvación.

–Sí –musito entre mi respiración agitada.

Mantengo los ojos cerrados en tanto la respiración se me tranquiliza y mi corazón vuelve a


recuperar un ritmo normal. Los dedos de mi mano izquierd rítmicamente el suave cabello de
Christian, y con la otra mano trazo ociosos dibujos en la piel del brazo que tiene descansando
sobre mi cintura, arrib

Él permanece con la cabeza recostada de mi pecho y de cuándo

en cuándo la gira para acariciarme con la nariz. Suelto un suspiro.

Ha sido un sexo fantástico, muy diferente al primero, mucho más dulce y pausado, pero sin
duda no me quejo. Mi diosa interior también está más qu los dos rounds y mi subconsciente ni
siquiera quiere darse por enterada; creo que ha decidido aplicarme la ley del hielo. A ver
cuánto le dura.

Aunque más calmada ya de mi acceso de rabia y exasperación, sigo firme en la posición que
he resuelto adoptar. Esto de tratarnos como niños se aca para variar, será el señor Grey quien
comience. Así tenga que presionarlo hasta que su ira arrase con Estados Unidos como la
bomba atómica con Hir Nagasaki, me va a incluir en lo que hace.

–Aún no me has dicho para qué fuiste a visitar a Susannah –murmura alzando la cabeza. Abro
los ojos y lo miro. Sus pupilas brillan con una extraña de desafío y rebeldía, justo como si
hubiese escuchado mis pensamientos y se dispusiera a probarme.

Mala idea.

–Aún no me has prometido que me contarás las cosas –replico de vuelta, sosteniéndole la
mirada acusadora.

–Anastasia… –comienza, pasándose una mano por el cabello. La tranquilidad post sexo
parece haberlo abandonado.

–Así me llamo y justo ahora lo menos que necesito es escuchar mi nombre, Christian.

Vuelvo a cerrar los ojos. Sé que eso va a volverlo loco, va a lograr que se sienta fuera de control
y acabe por ceder o se levante y no me dirija la palab de la noche… Realmente espero que sea
lo primero.
–Bien, tú ganas –gime entre dientes, derrotado. Disparo mis ojos hacia su rostro aún sin poder
creerme del todo mi pequeña pero trascendental vict

–Dilo –presiono en un susurro.

Tuerce los labios y me mira con fastidio.

–Prometo contarte las cosas –cede, reticente.

–El mismo día que pasen –le recuerdo.

La mandíbula se le tensa pero no replica, sólo asiente.

Se me relaja todo el cuerpo. ¿Lo ves, Cincuenta? No era tan difícil. La honestidad libera. Tengo
que morderme los labios para contener la sonrisa triun por escapárseme y levantarme las
comisuras de la boca.

–Listo, yo ya hice mi parte –dice serio.

–Por ahora –murmuro.

–Ahora contéstame –exige sin siquiera inmutarse por mi interrupción.

Suspiro. Bien, ahora es cuando esto se pone interesante. ¿Qué se supone voy a decirle? ¿Por
dónde comienzo? ¿Le cuento todo o sólo por lo que me h

–Para que puedas entenderme necesito ir desde atrás, pero sólo si prometes no interrumpirme
–le advierto. Su mirada quema sobre la mía con acus suspicacia, creo que hasta puedo intuir
los actos suicidas que imagina he estado llevando a cabo a sus espaldas. Ruedo los ojos–. ¿Y
bien?

–Vale.

Respiro hondo y me lanzo al relato.

–El día que Kate y yo fuimos a la casa encontré un pendiente entre las mantas de Teddy que,
supusimos, pertenecía a la secuestradora. –Hago una p tratar de medir su reacción que, por el
momento, no va más allá del asombro–. Sintiendo una corazonada, lo llevé a una joyería…
Vale, se la di a Cavi me dijera todo lo que supiera sobre él, todo lo que pudiera averiguar. Me
dijo que fue un encargo especial tuyo hecho hace cinco años, pero poco más Sabes cómo soy,
me gusta darle vuelta a las cosas, y la sospecha que llevaba días pululando por mi cabeza se
hizo tan persistente en el instante que que me fue imposible dejarla estar. Sí, me hice pasar por
ti para conseguir información y poder visitar a Susannah, y… –trago saliva, esto lo va a enfa me
envié un correo a mí misma simulando ser tú dándome permiso para ir, de modo que Sawyer
no pusiera peros, así que te pido que no lo despidas lo haces.

–¿Te enojarás? –inquiere con un tono tan neutro que un leve temblor me sacude la columna.
Una estatua de piedra sería más expresiva que él.

–Sí, lo haré. –Respiro hondo un par de veces, me humedezco los labios y sigo–. Me
preguntaste por qué preferí ir con Susannah para hablar de tus e hacerlo contigo, y yo te
respondo que ella… me confesó la única vez que nos vimos que todas son partes de un club
sub, ¿sabes? Una especie de frate lo que tienen en común es… a ti –esta revelación parece
hacerlo perder su férrea máscara de indiferencia aunque sea por sólo un segundo, porque en
de nuevo la representación en piedra de mi dios griego–. Gracias a ello intuí que todavía
guardaba algún contacto con algunas, si no todas, así que q preguntarle si no sabía de otra ex
desequilibrada que estuviera lo suficientemente obsesionada contigo como para querer
sacarme del medio, y hacer fuera necesario para conseguirlo.

Decido guardar silencio un momento para permitirle asimilar toda esta información nueva.

Ahora sí es evidente que la sorpresa, la perplejidad, pueden con él más que su


determinación de no mostrar emoción alguna.

Se me queda mirando con incredulidad por unos cuantos segundos antes de ponerse en pie
fuera de la cama y fulminarme con la mirada. Se recorre ambas manos y las deja allí,
enredadas entre los mechones. ¿Será este nuevo gesto la representación de algún nivel por
encima de "una mano a trav y "dos manos a través del cabello"? Porque si es así quisiera estar
preparada para la avalancha.

No me muevo mientras espero su reacción.

–¿Cómo es posible que nunca me dijeras nada de esto? –sigue tan impresionado que es
incapaz de mostrarse completamente enfadado. Resulta hast divertido verlo.

Intento contener una sonrisa.

–Ya te lo dije. Quería que mis sospechas fuesen un poco más sólidas antes de hablar contigo,
Christian. Quería que me prestaras toda tu atención cua dijera.

–¡Siempre te presto toda mi atención! –espeta, la sorpresa

cediéndole paso al enfado. Ahora sí comenzó esto. Enarco una ceja

con ironía. ¿De veras? No puedes estar hablando en serio sin

sentirte un mentiroso.
Resopla. Gira la cabeza a los costados como si no supiera adónde mirar. Casi parece que
busca a quien pueda confirmarle que lo que está pasando no
una mera broma. Yo, por otro lado, tengo que concentrarme en su idílico rostro para no perder
mi precaria concentración. A pesar de estar discutien importante, este hombre sigue siendo
muy sexy, sigue teniendo poder sobre mi cuerpo y… sigue estando desnudo.

–Y el pendiente. ¿Cómo rayos fuiste capaz de ocultármelo? ¡Debiste decírmelo para que se lo
enviáramos a la policía a ver si podían encontrar ADN o exclama con fuerza alzando las manos
al aire.

Me quedo como el mármol: fría y blanca. ¡ADN! ¡¿Cómo rayos no se me ocurrió eso?!

Eres una idiota, me riñe mi subconsciente tan molesta como Christian, ¡Tú y tus malditas ganas de
inflarte el ego! ¿Querías demostrarle a Christian q útil? Pues aquí lo tienes, sí que valorará tu
inteligencia ahora.

Maldición, es cierto.
Miro a mi marido sin saber muy bien qué hacer.
–Podríamos tener a la maldita tras las rejas y a nuestro hijo de vuelta –continúa riñéndome–.
¡Joder, Ana! ¡Esto es lo que pasa cuando no me dices la el idiota de Caviallari ensució la
evidencia con sus mugrosas huellas, estoy seguro, y ya de nada nos sirve! ¡¿Pero cómo fuiste
tan…?!

Prefiere no continuar esa pregunta, y francamente yo también se lo agradezco pese a que ello
no evita que me encoja por dentro.

Me he ganado el Idiota de Oro, lo sé. Lo comprendo. Christian tiene todo el derecho a gritarme,
a desahogarse todo lo que quiera, a repetirme una y he sido una estúpida, porque con esto
verdaderamente lo he demostrado… Pero para mi sorpresa, no lo hace. Se limita a pasearse
por la habitación h dominar su temperamento y, aún desnudo ante nuestra cama, se vuelve y
pregunta:

–¿Qué fue lo que te dijo Susannah? –su tono es contenido.

–Me habló de una Karie y de que le llamó la atención al conocerse por lo obsesionada que
parecía estar contigo. Me dijo que ella siempre aseguraba q hubieses dado una oportunidad,
ella habría acabado siendo la señora Grey y no yo.

Christian bufa. Mueve la cabeza de lado a lado, negando, en tanto la irritación nuevamente le
trepa al semblante.

–Ésa siempre fue una mujer intragable –masculla sin quitarme la vista de encima.

–Eso me dijo Susannah. Me contó que nuestra boda y el nacimiento de Theodore la afectaron
tan profundamente que decidió irse con su hermano a También me reveló que ella vivía cerca
de Escala, lo que me hace sospechar que quizá… nos observó más de lo que podríamos llegar
a saber.

Imágenes de mi primer encuentro de frente con Leila se disparan en mi cerebro en el silencio


sepulcral que nos envuelve. Pienso que quizá Karie tam estarme acechando desde las
sombras, observándome, estudiándome, quizá incluso aprendiéndose mis hábitos y rutas más
comunes…, y eso, natur que se me ponga la piel de gallina. No puedo decir que Christian no
sea un premio que verdaderamente vale la pena pero, ¿de veras hay alguien cap secuestrar a
un pequeño de dos años y perseguirme con fines violentos sólo por recapturar su atención? No
estoy segura que yo hubiese llegado jam

Intento asignarle un rostro a Karie. Me devano los sesos tratando de recordar a todas las
morenas que hubiese visto en más de una ocasión cerca del Escala, pero debo ser sincera: no
es que yo fuera por allí buscando posibles sumisas para Christian, ni de Christian. Con tenerlo
cerca de mí y lejos d Robinson me bastaba.

Levanto la mirada hacia él. Luce abstraído, con el entrecejo ligeramente fruncido y la boca
torcida en una mueca que no logro descifrar. Me gustaría s pensando.

–¿No recuerdas haberle regalado un par de pendientes alguna vez? ¿Las fechas del encargo y

del tiempo que estuviste con ella siquiera concuerdan? Él me mira con fastidio.

–Sí, Anastasia, coinciden. Y no, ni queriendo podría acordarme de todos los regalos que les
hice a mis sumisas; como te dije, me complacía gastar di algunas no escatimaban en cantidad
–con los puños cerrados se restriega los ojos como si estuviese siendo víctima de un cansancio
terrible. De hech marido sí parece exhausto con todo esto–. Además, no tengo ni una idea de
cómo es el zarcillo, así que no podría decirte.

–Es de oro blanco en forma de rizo –me apresuro a decirle, esperanzada ante la posibilidad de
que esa competente memoria suya de controlador obs recuperar algo, lo que sea– y tiene un
colgante con una esmeralda en forma de lágrima incrustada.

Lo medita por un rato, uno que se me hace demasiado largo. Contengo los dolorosos latidos de
mi ansioso corazón mientras su rostro me muestra có los engranajes van poniéndose en
movimiento en su cabeza.

¡Vamos, Christian! ¡Recuérdalo!

–Creo que…

–¿Sí? –le insto.

–Creo que recuerdo un par de zarcillos similares a los que describes aunque… –¡No, un
"aunque" no!– no estoy muy seguro si eran para ella. ¿Fue un especial, dices?

Asiento.

–Nunca hice encargos especiales para mis sumisas, me limitaba a buscar entre lo que ya
había –frunce el entrecejo, inseguro–. Es cierto que a Karie gustó el color verde…

Me tenso al escucharlo y me muerdo el labio. ¡Es decir que sí es posible que ella esté tras todo
esto! El corazón se me detiene por unos agónicos segu reinicia la marcha pero a velocidad
colibrí.

Mis ojos y los de Christian se encuentran por lo que parece una eternidad. El gris acero quema
sobre el azul, es entonces que sé que estamos pensan mismo.

Tomándome por sorpresa, viene a sentarse a mi lado en la cama, coge una de mis manos y se
la lleva a la cara para acariciarse la mejilla con mi palm lo tonta que he sido por guardarme el
pendiente y de lo furioso que él estaba, me encanta verlo reaccionar así.

–Sé lo que estás pensando, pero yo mismo hice que investigaran a cada una de mis ex y
conocidos para descartar la posibilidad de que estuviesen in antes de que me lo preguntes, sí,
Karie también fue investigada. Ninguna resultó estar en nada sospechoso.

Con sus largos dedos recorre mi barbilla. De hecho, la coge y hala para hacer que me suelte el
labio, que ni siquiera me percaté de estar mordiendo. desnudo tan cerca de mí emite un calor
que traspasa mi piel para invadir cada recoveco de mi sistema. Sé lo que intenta, quiere que
deje de especul pensar tanto sobre esto y darle el sinnúmero de vueltas que aún ni he iniciado.
Quiere distraerme, pero no es tan sencillo.

El hecho de que hubiese investigado a sus ex –cosa que tampoco me contó– no asegura que
alguna no esté involucrada en esto. Tal vez Karie no sea la operación, puede que no pase de
ser un simple peón, pero si tiene algo que ver podría conducirnos al culpable… Quizá incluso
al escondite de la ra mi bebé. Sin embargo, me parece más lógico que fuera ella la cabeza de
todo esto por su obsesión con Christian y para eliminar el obstáculo que clar le represento.
–Creo que deberían revisarla de nuevo. Sólo para

estar seguros –murmuro tentativamente. Sus ojos

me estudian un momento.
–Quizá tengas razón –dice.

–Pero no quiero que seas tú… No quiero que hables con ella.

Christian esboza una suave sonrisa de medio lado, se lleva mi mano a la boca y la besa.

–Anastasia, apenas pude soportar a esa mujer por tres semanas. Al día de hoy todavía no me
explico cómo pude aguantar tanto, así que no tienes de preocuparte. No quiero volver a verla o
hablarle en mi vida. A ninguna. Te tengo a ti ahora, no las necesito, no las quiero –acerca su
rostro al mío len tú.

Frunzo el entrecejo. Sé lo que está pensando Christian.

¡No estoy celosa! ¿O lo estoy? Creí que esa parte de mí había quedado atrás, realmente no
me parece que lo que sienta ahora sean celos.

No. En realidad lo que me preocupa de que él pueda ir a entrevistar a Karie en persona es que,
en caso de ser ella la secuestradora, atente también c seguridad de Christian, contra su vida, y
entonces dependa de mí rescatarlo. Y vamos, si no he podido hacer nada útil por el caso de mi
hijo, ¿por qu ser diferente si le agregamos a mi esposo?

–Quiero ir con Caviallari a recuperar el pendiente –dice de pronto, arrancándome de mis


pensamientos.

–De acuerdo –asiento suavemente. Christian apoya el rostro en mi mano cuando acuno y
acaricio su mejilla–. Lo siento.

–¿Por qué? –replica confundido.

–Por haber sido tan estúpida como para dejar que mi orgullo me llevara a tirar a la basura
una pieza importante de la investigación.

–Ana, no eres estúpida. En ese momento no estabas pensando como cualquier persona que
encontrase una evidencia de crimen lo haría, pensabas c madre desesperada por su hijo. Lo
entiendo, jamás te reprocharía por eso. –Me atrae a su pecho hasta que me siento en su regazo
y le dejo acunarm con fuerza, él besa mi cabello mientras sus dedos acarician mi espalda con
movimientos rítmicos y constantes, distraídos–. Vamos a encontrar a Tedd vuelta sano y salvo y
a enjaular al responsable. Voy a hacer lo necesario para cuidar de mi familia, Anastasia, te lo
prometo.

Su tono es filoso, sus ojos son de fuego y sus brazos de hierro. Atrapada en la prisión que justo
ahora me representa su cuerpo, me siento más tranq me he permitido estar en los últimos días.
Sé que Christian cumplirá su palabra y esta vez yo le ayudaré. Estamos nuevamente en la
misma página.
13

Los tacones de Gail resuenan por el suelo en dirección a la puerta, que abre.

–¿Quiere que le traiga algo de la tienda de víveres, sra. Grey? –pregunta con un tono tan
esperanzado que no puedo hacer poco menos que sonreír.

–No, gracias.

Me vuelvo y la miro. Otra vez frunce ligeramente el entrecejo; en ocasiones pienso que algún día
se hartará de mi "pésima alimentación" y comenzará órdenes como Cincuenta.

–De acuerdo –dice, no muy contenta, y se va.

Concentro entonces mi atención en Phoebe y su pequeño biberón. Sus increíblemente grandes


ojos azules están tan fijos en mí que casi me parece e pensar "ella debe ser mi mamá". Sonrío.

–Sí, nena, soy tu mamá –murmuro con mis labios sobre su cabecita–. Tu papá está en su
trabajo siendo un déspota con alguien y…

–Sra. Grey –Taylor me interrumpe justo a tiempo de evitar que las lágrimas se me salgan.

–¿Sí?

–Tiene una visita, señora. ¿Quiere que la haga pasar?

Me quedo sorprendida. ¿Una visita? ¿Quién puede ser un martes a las nueve de la mañana? Le
lanzo a Taylor una mirada inquisitiva, pero él se limita de hombros.

–Vale.

Asiente y se precipita con su rápido paso firme a la puerta principal. Sale y cierra, dejándome
sola mientras las preguntas me dan vueltas en la cabez pienso que si fuera un desconocido o si
formara parte de la lista de personas que no deben tener contacto conmigo –pongo los ojos en
blanco. ¡Christ por asomo le permitiría subir. Puede llegar a ser tan maniático como su jefe.

Resuena la campanilla del ascensor al llegar. La puerta se abre y me quedo boquiabierta al ver a
mi sonriente madre parada junto a una maleta a uno entrada. Miro a Taylor con incredulidad, él
se limita a sonreír, asentir y retirarse a su oficina.

Mi madre y yo nos dedicamos una larga mirada antes de que me ponga en pie con Phoebe en
brazos y salga disparada hacia ella y su reconfortante a

–¿Pero…? ¿Tú cuándo…? ¿Me dijiste…? ¡Oh, mamá!

Se me hace un nudo en la garganta, las lágrimas fluyen por mi rostro sin control, pero para
variar éstas me gustan.

–¡Mi pequeña Ana! ¡Te extrañé un montón hija! –Se aleja un poco y fija

la vista en Phoebe, perpleja– ¿Ella es…? Asiento entusiasmada.


–Es tu nueva nieta. –La dejo en sus brazos y veo, completamente feliz, cómo mi madre y mi hija

hacen conexión visual ambas igual de sorprendidas. Un par de lágrimas corren por el rostro de

mi progenitora, haciendo que a mi vez yo derrame unas cuantas.


–Es preciosa, Ana –murmura.

Nos dirigimos al sofá en forma de L y tomamos asiento. Mamá aún no sale del hechizo en el
que mi hija parece haberla sumido. Sonrío.

í,

rl

a
m

ir

–Pues vine a visitarte y a conocerla –me dedica una sonrisa.

–¿Cuándo llegaste? Es temprano.

–Tu marido me trajo en ese impresionante jet que tiene a su disposición –responde con
indiferencia–. Llegué ayer por la noche y me quedé a dormir Gran hotel, tengo que admitir.

¿Christian? ¿Lo hizo él? ¿Una sorpresa para mí?

–¿Tú le pediste que te trajera? –indago, aprovechando que mi madre está demasiado ocupada
con Phoebe como para prestarme completamente su a

–De hecho, cielo, fue él quien llamó para preguntarme si querríamos venir. Bob no pudo a
causa del trabajo, pero yo no me lo iba a perder por nada ojos se fijan en mí ahora con el brillo
de la preocupación maternal en ellos–. Te dije que haría un hueco en mi agenda para venir a
ver cómo estabas, brindarte mi apoyo.
Coge mi mano y la aprieta. ¡Dios, otra vez las lágrimas no! Parece inevitable que mi madre y yo
no acabemos siempre como un par de magdalenas cu reunimos. Trago saliva para aliviar el
nudo en la garganta. Admito que la extrañé mucho, sus mimos, sus palabras, incluso sus
fastidiosos consejos so Extrañaba a mi madre.

–A ti y a Christian, en realidad –ladea la cabeza y esboza una sonrisa–. Por cierto,

¿cómo está? ¿Aún es un hombre temperamental? Doy un respingo. ¿Todavía se

acuerda de eso? Se lo dije semanas después de conocerlo, por todos los cielos,

¡hace años!
Parecerá atolondrada, pero mi madre es sumamente observadora.

–Pues… tiene sus momentos, la verdad. Es como vivir con diez hombres completamente
distintos, si tengo que serte honesta. A veces es un poco abr suelto.

–Pero se llevan bien, ¿no? –la preocupación en su voz es evidente. Quizá me he pasado al
soltarle todo tan de golpe.

–Sí, mamá. A pesar de todo sigue pareciéndome el hombre perfecto para mí y cada día que
pasa lo amo aún más. Amo estar con él, hablarle y, buen también discutir. Un poco.

Mamá se ríe echando la cabeza hacia atrás. Luce encantada y sumamente relajada. Poco a
poco también yo me relajo y hasta una sonrisa tímida esbo hacía falta un tiempo con mi madre.

–Eso está bien, cielo, con tal de que no te

acostumbres ni te hagas adicta a las peleas.

Ahora me toca reír a mí. ¡Adicta! Sí, claro.

–No, mamá, eso no pasará –le sonrío de vuelta–. ¿Me puedes disculpar un segundo? Necesito
llamar a mi marido para reprocharle el no haberme con sorpresa.

Levantándome con cuidado, doy media vuelta y hago mi camino hacia la habitación para coger
mi Blackberry. Cuando apenas he pasado la puerta, es llamarme:

–No seas muy dura con ese

pobre hombre, Ana. Te quiere

mucho. El corazón se me

derrite. Sí, y yo también lo

quiero a él.

De: Anastasia Grey

Fecha: 3
de Junio,

2014. 9:07

am Para:

Christian

Grey
Asunto: Estás en problemas

Espera a ver cómo te hago pagar esta noche en nuestra habitación tu silencio. La

sorpresa de traer a mi madre ha sido preciosa, gracias. Te amo, y no te imaginas

cuánto.
Ana xx

Anastasia Grey, coordinadora editorial y Presidenta de Grey Publishing.

De: Christian Grey

Fecha: 3

de Junio,

2014. 9:08

am Para:

Anastasia

Grey

Asunto: Me declaro culpable

Me muero por saber qué tienes en mente (que imagino se refiere a técnicas orales, tomando en
cuenta que anoche no debiste permitirme ponerte las encima a causa de tu salud, muchacha
problemática). Ahora el día se me va a hacer demasiado largo y me temo que por las ansias no
seré el anfitrió madre se merece.

Me alegra saber que te ha gustado. Lo

mejor para mi bellísima y amada esposa.

Yo también te amo, y creo que eres tú la

que no puede imaginar hasta qué punto.


C. xx

Christian Grey, Presidente ansioso de Grey Enterprises Holdings, Inc.


De: Anastasia Grey

Fecha: 3

de Junio,

2014. 9:08

am Para:

Christian

Grey
Asunto: La emoción de tener una nueva nieta

No le permitirá a mi madre notar tus atenciones deficientes, querido. Por eso no tienes que
preocuparte.
Referente a esta noche, yo también tengo mis sorpresas escondidas bajo la manga, sr. Grey, y
puedo asegurarle que son para dejar sin aliento. Más a bien pensadas para tu tranquilidad
referente a mi sentido de preservación.

Tu Ana.

Anastasia Grey, coordinadora editorial y Presidenta de Grey Publishing.

De: Christian Grey

Fecha: 3

de Junio,

2014.

9:09 am

Para:

Anastasia

Grey

Asunto: No me diga

Siendo ése el caso, sra. Grey, creo que entonces dejaré a su buena madre en hechizo de
nuestra bella hija mientras yo me encargo de desnudarla pa sus mangas y las sorpresas.

¿Qué puede mostrarme que no haya visto ya?

C. xox

Christian Grey, intrigado Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

De: Anastasia Grey

Fecha: 3

de Junio,

2014.

9:09 am

Para:

Christian

Grey
Asunto: Si supieras

Si te lo cuento deja de ser sorpresa, listillo. Vas a tener que conformarte con ajustarte bien los
pantalones por el resto del día y luego tener paciencia averiguarlo.

Mi madre está en la sala y se supone que yo debería estar

atendiéndola. Deja de enviarme correos. Anastasia Grey,

coordinadora editorial y Presidenta de Grey Publishing.

De: Christian Grey

Fecha: 3

de Junio,

2014.

9:10 am

Para:

Anastasia

Grey
Asunto: ¿Paciencia, yo?

Sra. Grey, por favor ilústreme, si tiene la amabilidad. ¿Cuándo he demostrado ser

paciente con respecto a usted y su delicioso cuerpo? Christian Grey, Presidente de Grey

Enterprises Holdings, Inc.

De: Anastasia Grey

Fecha: 3

de Junio,

2014.

9:10 am

Para:

Christian

Grey
Asunto: Sentimientos encontrados

Cierto. Nunca me has tenido paciencia ni en la cama ni fuera de ella, y como también follamos
en ascensores, vestíbulos y coches, la verdad es que n reprochártelo o incitarte a más.

¡Déjame ir con mi madre!

Anastasia Grey, coordinadora editorial y Presidenta de Grey Publishing.


De: Christian Grey

Fecha: 3

de Junio,

2014.

9:11 am

Para:

Anastasia

Grey
Asunto: Mala influencia

Eso eres para mí, una mala influencia.


Vengo a trabajar temprano como un buen ciudadano para asegurarme de que a mi mujer y a
mis hijos no les falte nada, y ¿qué haces tú? Me distraes correos, usas la palabra con "f" (que
me ha dejado terriblemente escandalizado), me incitas a dejar la oficina para buscarte y tienes
la osadía de hace autos, barcos, ascensores y demás…

No me provoque, sra. Grey, porque si no me va a tener en su

puerta más rápido de lo que se imagina. ;) Christian Grey,

Presidente sencillamente incrédulo de Grey Enterprises Holdings,

Inc.

Sonrío. ¡Es tan adictivo mandarme correos con él! Si no fuera porque mi madre está en la sala
de estar, me quedaría aquí hasta que Christian regres

De: Anastasia Grey

Fecha: 3

de Junio,

2014.

9:12 am

Para:

Christian

Grey

Asunto: Tuve un buen maestro

No nací conociendo, sr. Grey. De hecho, cuando lo conocí a usted no sabía de sexo ni la
décima parte de lo que sé hoy, así que en todo caso la mala in usted.

Por otro lado, ¡déjame ir con mi madre! Si vas a ser un mal anfitrión por estar distraído con
ciertas ideas que espero haber inculcado correctamente e menos permite que yo compense un
poco las cosas.

Ya quiero que estés de vuelta y cara a cara

con mi madre y su curiosidad. Anastasia

Grey, coordinadora editorial y Presidenta

de Grey Publishing.

De: Christian Grey

Fecha: 3

de Junio,
2014.

9:12 am

Para:

Anastasia

Grey
Asunto: Estás más gruñona esta mañana

Créeme, Ana, cuando te aseguro que has implantado esas ideas en mi cabeza de la forma más
adecuada. Y conociéndome como lo haces, espero que preparada para ponerlas en práctica
esta noche.

Tienes razón, por el simple hecho de haber traído al mundo a la mujer más maravillosa con la
que me pude haber tropezado, Carla no merece poco m trono. Mientras me encargo con mi
equipo de escoger los materiales y el estilo, entretenla y disfruta con ella, cielo.

Te amo. Nos vemos en la noche.

Christian Grey, Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

Sus palabras me enternecen a tal punto que una sonrisa boba se desliza furtivamente por mis
labios. "Por el simple hecho de haber traído al mundo a maravillosa con la que me pude haber
tropezado"… ¿Cómo se las arregla para ser tan romántico y maravilloso?

Ésa es una de las razones por las que lo amo a más no poder.

Me guardo la Blackberry en el bolsillo del vestido verde de lana que llevo y regreso con mi
madre.

Ella le está haciendo caras extrañas a Phoebe mientras curiosos susurros salen de sus labios.
Me hace feliz verla así. Contenta, encantada con su nue cuando posa los ojos en mi rostro una
vez que me he sentado a su lado, es evidente que aquello no alivia el dolor de haber perdido a
su otro nieto… t

Se acomoda un poco para quedar algo más de frente a mí.

–¿Cómo te sientes? –pregunta con suavidad, no perdiéndose detalle de cada una de mis
expresiones. Pese a que siempre intento contenerme para n o desazonar de más a los que
están a mi alrededor y se preocupan por mí, jamás se me ha dado nada bien eso la "cara de
póquer", contrario al caso

Suelto un suspiro hondo y ladeo la cabeza.

–¿Honestamente? Derrotada. Destruida. Rota. Intento no demostrarlo todo el tiempo para no


desanimar a Christian; sé que ya lo pasa suficientemen yo lo empeore con mi estado de ánimo.
Además pienso… que si me mantengo en alto, si logro sacar fuerza, lo lograremos los dos. Los
cuatro.

Carla alarga un brazo para cogerme la mano y darme un suave apretón. Me muerdo el labio
con fuerza, casi hasta sacarme sangre, pero eso no impid los ojos inundados en lágrimas y la
nariz enrojecida.

–Por supuesto, hija. La lucha se pierde si ustedes se dejan deprimir. Pero tampoco es sano
que te guardes tus sentimientos y finjas que todo va bien el estado de ánimo de tu marido. Es
noble, pero la idea es apoyarse mutuamente.

–Y lo hacemos –

repongo

enseguida,

convencida.

Guarda silencio

un momento.

–Me parece que Christian es de esos hombres capaces de llegar al fin del mundo remando y
más allá por sus seres queridos. Estoy segura que él est todo lo humanamente posible por
Theodore y al mismo tiempo por ti y Phoebe, Ana. Sólo tengan fe, paciencia y fuerza. Todo se
resolverá.
Como siempre, las palabras de mi madre me reconfortan y me quiebran a partes iguales. Sé
que tiene la razón completamente, aunque, por supuest más fácil hablar de sentimientos y
situaciones cuando sólo se dispone de la imaginación para ponerse en los zapatos de los
demás. No resulta tan sen cosas te pasan a ti, y curiosamente presiento que mi madre lo sabe,
lo que hace que su consejo tenga aún más valor para mí.

–Eso espero realmente –murmuro ya con la voz rota. Las lágrimas me corren raudas por el
rostro. El dolor que por momentos se vuelve sordo y cons incrementa el umbral de su alcance
hasta que incluso siento cómo él estómago me da un vuelco.

–Así será, Ana.

Acercándose aún con mi hija en sus brazos, rodea mis hombros y me atrae a ella. Escondo el
rostro en el hueco de su cuello, aferrándome a ella com solía hacer, como hice la última vez que
necesité de su orientación.

He intentado distraerme del pensamiento de mi hijo secuestrado para impedirme quebrar... He


tratado por todos los medios de aletargar mi dolorido suficiente como para convertir el punzante
y agónico ardor por la ausencia en algo un poco más tolerable… He luchado por bloquear los
pensamientos desesperación que constantemente me asaltan sin previo aviso, me quitan el
sueño por las noches y me hacen sentir absolutamente desesperada… Y eso se ha ido a la
basura. Sólo con ver a mi madre.

Teniéndola aquí me doy cuenta de una cosa: el que no vea a los demás Grey tan a menudo no
implica que ellos no estén sufriendo con esto también.

Pienso en la pobre Grace, tan sensible y amable. En Carrick, siempre correcto y sereno. No
imagino lo duro que debe ser esto para ellos porque, ade principal de la cuestión, deben pasar
por la agonía de ver a su amado hijo adoptado, mi niño perdido, sufrir un nuevo y poderoso
golpe de la vida, co llevara suficientes cicatrices encima.

Eso es lo segundo peor para mí. Eso es lo que me impulsa a tratar de distraernos cuando estoy
con Christian. No quiero que su oscuridad, que su autoaborrecimiento, se lo lleven otra vez.
Especialmente porque ahora hay un ser que nos necesita, a los dos.

–Christian cree que es un padre de mierda –suelto sin ser medio consciente de que mi

madre sigue ahí. Sólo sé lo que pasa por mi cabeza. Ella chasquea la lengua, se aparta

para mirarme mejor.

–Eso no es cierto. Lo he visto con Tedd, él lo quiere mucho. Realmente no creo que haya algo
que Christian no haría por su familia –mamá frunce el e preocupada–. ¿De dónde ha sacado
semejante idea?

Me ruborizo. ¿Debería contarle esto a mi madre? Se supone que todo el mundo sabe que
Christian fue adoptado por Grace y Carrick cuando tenía cua dudo seriamente que todos
sepan que su madre biológica fue una puta adicta al crack incapaz de defenderlo del maltrato
de un hombre ajeno a mi Ci

–Él… no tuvo la infancia más feliz del mundo antes de conocer a Grace y a Carrick –le digo de
forma vaga–. Carga con el trauma de que su madre bio él no pudo hacer nada para cuidarla,
para salvarla.

–Y se siente impotente al pensar que pueda pasar lo mismo con Theodore, ¿no?

–Básicamente –me encojo de hombros.

Mi marido es un hombre complicado, pero lo difícil es sacarle una idea cuando ésta se aferra
con fuerza a su atribulada mente.

–¿Sus padres lo saben, cómo se siente? –indaga, más sutilmente a como Kate lo hubiese
hecho.

Oh, Kate. Quiero llamarla para saber cómo está después de su encontronazo con Christian en
la reunión pasada. Sin importar lo que él diga, ella es m y tengo que ocuparme de bienestar.

–Creo que sólo yo lo sé –y con esto espero que entienda que debe guardar el secreto.

Creo que Carla me ha leído el pensamiento, porque asiente lentamente con los labios
fruncidos.

La puerta de entrada vuelve a abrirse, ambas vemos a Gail entrar con unas bolsas llenas de
sus compras. Se queda quieta por un momento al ver a embargo luego sonríe y saluda.

–Bienvenida, señora Adams. Espero que

el viaje hubiera resultado placentero. Mi

madre le sonríe con amabilidad.

–Sí, muchas gracias, señora Taylor. Me alegra muchísimo estar otra vez con Ana. –Y
señalando las bolsas que Gail carga con un gesto de la cabeza, a ayudarla en algo?

Gail ahoga una sonrisa.

–Oh, no, señora Adams. Disfrute el tiempo con la señora Grey y no se

preocupe por nada más. Yo me encargo de todo. Y diciendo esto, se

pierde por la puerta de la cocina ahora sí esbozando libremente una

sonrisa divertida.

No puedo evitar sonreír a mi vez. ¡Gail divertida con algo!, eso jamás lo había visto. Miro a mi
madre, que, por el contrario, parece pensativa.

–¿Sabes? Es extraño esto de tener servicio. No creo que yo pudiera acostumbrarme jamás a
algo así.

Como lo dice me hace reír. Me recuerda a mí misma cuando Christian declaró que quería que
viviera con él. Al principio me pareció que tendría algun con eso de sentarme y literalmente no
hacer nada mientras la entonces señora Jones atendía cada uno de mi caprichos, pero ahora,
casi la considero mobiliario y se me haría extraño estar sin ella pululando por ahí.
–Yo sentía lo mismo, pero una acaba acostumbrándose. Hay días en que sencillamente no
puedo más, y entonces Gail es sencillamente una santa de casta –le sonrío.

–Su eficiencia me perturba –confiesa en susurros, acercando su rostro al mío como si me


estuviese contando el último cotilleo.

Me echo a reír con ganas. De hecho, me sale tan natural que no puedo evitar sorprenderme, por
lo que el ataque me dura poco. Sin embargo, todaví

–Sí, ella es muy eficiente. Si no lo fuera, ten por seguro que Christian no la habría contratado.
ooo

Mamá es un encanto. Imposible no dejarse arrastrar por su personalidad extrovertida y


animada. Ella, Phoebe, Gail y yo permanecemos en la cocina sórdidos cuentos de las
travesuras que hacía cuando era joven. Pero lo que realmente me tiene fascinada es que Gail
también participa haciendo apor historias y haciendo bromas… De hecho, si no fuera porque
sigue moviéndose de allá para acá cocinando y preparando los diferentes ingredientes pa
creería que tengo dos visitantes en lugar de una.

Yo no hablo, me limito a mirarlas completamente embobada, igual que Phoebe.

De pronto, mi Blackberry vibra. Es un mensaje. El corazón me salta a la garganta y procuro


mantener control sobre mis reacciones para no alarmar n Gail.

Leo:

*ME HE DADO UNA VUELTA HOY POR SU TRABAJO Y LE HE DEJADO UN RECUERDO DE SU


HIJO, POR SI NECESITA TENERLO MÁS PRESENTE. QUE L SRA. GREY*

Palidezco. ¡Santa jodida mierda!

¡La secuestradora!

¿Qué hago? ¿Aviso a Christian? ¿A Taylor? ¿Me acerco a ver qué es ese paquete? ¿Alerto
a la policía para que me acompañen? ¡Santo Dios!

En mi interior se desata una poderosa batalla entre el miedo, la curiosidad y la necesidad de


apoyarme en mi marido como le aseguré a mi madre que peor de todo es que la que va
ganando no es, ni de cerca, la mejor de las tres.

–¿Me disculpan un momento? –interrumpo brevemente mientras me pongo en pie y salgo de la


cocina cuidando de no tambalearme. Sé que mamá y observa, la segunda quizá dándole
vueltas a sus ideas, pero ninguna hace nada por detenerme.

Ya ante el enorme ventanal de suelo a techo de una de las paredes,

busco el numero de Christian y pulso "llamar". Al segundo repique,

contesta.

–Ana, ¿qué

pasa? ¿Estás

bien? ¿Ocurrió

algo? Su

ansiedad aviva

la mía.

–No… Eh, estamos bien –intento controlar mi voz para que no delate lo asustada que estoy–.
Sólo que me han mandado un mensaje del trabajo dicie dejaron un paquete, lo tiene Claire. Te
llamaba para decirte que… que iré con Taylor a buscarlo. ¿Está bien?

Me muerdo el labio y aguardo. Su respuesta se tarda más de lo que espero en llegar, cosa
que no me hace intuir nada bueno.

–Llévate también a Ryan. Que uno se quede con el auto en marcha y el otro entre contigo.

Normalmente le pondría los ojos en blanco por, seguramente, imaginarse una trampa estilo
James Bond preparada para mi llegada, pero dado que la delicada, me contengo.

–De acuerdo –murmuro tragando saliva.

–Hablaré a Taylor para instruirlo. –Hace una pausa– Por favor, Anastasia. No seas imprudente
y haz todo lo que ellos te digan, ¿quieres? Están entren y no quisiera que alguno saliera herido
o peor por intentar salvarte de alguna de tus tonterías de mujer testaruda. ¿De acuerdo?

Ahora sí pongo los ojos en blanco.

–¿Con que chantaje emocional? Es un golpe bajo tratándose de usted, señor Grey –lo
acuso.

–No me vengas ahora con tu boca rápida ni tus conocimientos sobre psicología, ¿quieres?
Limítate a hacer lo que se te dice. Phoebe, Tedd, tu madre necesitamos de vuelta en una pieza.

¡Por Dios, Christian, que no me voy a Afganistán con las tropas! ¡¿Cómo es que siempre puede
sacar el peor y más fantasioso escenario posible para situación?! A veces pienso que entre la
mente de Tim Burton cuando idea sus películas y la de Christian cuando está nervioso por mi
seguridad, no ha diferencia.

–Bien. Volveré con cada parte de mi cuerpo donde se supone debe estar –intento que mi
tono no revele la ironía, pero creo que no me resulta.

–A veces me gustaría poder intimidarte como antes, de ese modo no me desafiarías todo el
rato. –Suspira hondamente, probablemente para manten sobre su carácter y no acabar
gritándome– Ve con cuidad, Anastasia. Te amo.

–Yo también te amo. Adiós.

–Adiós, nena.

Cuelgo. ¡Jesús! Sin duda lo más mentalmente agotador de todo esto es tener que lidiar con
Christian y su paranoia.

Leo el mensaje de la secuestradora una vez más antes de componerme y regresar a la cocina.
Ambas mujeres me miran cuando entro, lo que provoc convicción ceda.

–Voy un momento al trabajo a buscar algo que me han dejado. Volveré enseguida –digo en
dirección a las dos.

–¿A esta hora? –se sorprende mi madre. Gail, por otro lado, me lanza una mueca con los
labios que viene a traer a colación los recuerdos de las vece escapado para "poner mi vida en
riesgo".

–Taylor y Ryan vendrán, Christian debe estar hablando con ellos por teléfono justo ahora –digo

en dirección a la señora Taylor para tranquilizarla. Parece que tiene el efecto correcto. Gail se

relaja visiblemente pero mi madre, por el contrario, se pone en pie con una sonrisa.
–Oh, Ana, me encantaría visitar tu lugar de trabajo y conocer a tus compañeros. No todos
tienen por hija a una exitosa mujer de negocios dueña de s próspera editorial –dice, excitada–.
Prometo no avergonzarte.

Bueno, eso logra sacarme una sonrisa, y con lo nerviosa que estoy ya es todo un logro. No
puedo evitar recordar lo que me ha dicho Christian sobre s órdenes de Taylor y Ryan si algo
sale mal; quizá logró infundirme su temor más de lo que yo misma creo, pero me lo sacudo. Él
es Christian Exagerad creo que vaya mal si mamá viene.

–De acuerdo –asiento.

–Y por supuesto, hay que llevar a la pequeña monada ésta –añade acariciándole la

mejilla a Phoebe con su nariz–. Todos se van a morir. Gail y yo intercambiamos

enseguida una mirada preocupada. Vale, ¿eso es buena idea?


Se escuchan pasos por el corredor hasta que Taylor y Ryan llegan con nosotras.

–Sra. Grey –comienza Taylor–, el señor Grey dice que irá un momento a Grey Publishing.

–Pues, sí, eso quiero. Será rápido.

Todos intercambian miradas preocupadas e inseguras entre todos. Quizá Christian tiene razón
y esto no es buena idea, pero la curiosidad me puede. qué cosa de mi hijo me ha dejado la
secuestradora. Además, quizá, si fue lo suficientemente tonta como para entregarlo en
persona, Claire me la pue

He tomado una postura.

Asiento a Taylor, que a su vez me devuelve el gesto y le indica a Ryan que vaya adelante y
encianda la SUV. Miro a mi madre, con mi hija en brazos, y ante nosotros. Taylor y yo las
seguimos de cerca.

Una vez en la SUV ya dispuesta para arrancar, aseguramos a Phoebe en su silla de bebé,
subimos al coche y salimos del aparcamiento subterráneo d dirección a mi trabajo y, quizá, a
una pista sustancial acerca de la secuestradora.
14

Los metros avanzan, los minutos también. Cada vez me voy sintiendo un poco más ansiosa.
Desvío miradas furtivas a mamá y a Phoebe convenciénd más de que no debí dejarlas venir.
¿Qué pasa si Christian tiene razón y me estoy arriesgando demasiado con esto? Tengo que
admitir que, justo ahor algo de cariño a mi instinto de preservación, y quisiera hacerle caso.

Sin embargo, ya es tarde.

Taylor aparca el coche en mi plaza, frente al pequeño edificio de Grey Publishing. Recuerdos de
cuando comencé a trabajar aquí como becaria con el i Hyde me atormentan al vislumbrar la
fachada. Esencialmente el edificio ha cambiado, y yo también.

–Mamá, creo que tú y Phoebe deberían esperar aquí con Taylor. Es hora de almorzar, seguro no
habrá casi nadie –me cojo las manos con fuerza para nerviosismo me delate–. Iré con Ryan a
buscar lo que sea que tengan para mí, saldré rápido y si quieres podemos ir a pasear luego del
almuerzo.

Ella entrecierra los ojos perspicazmente. Hay algo en mi comportamiento que la ha alertado.

–¿Estás segura? –indaga suavemente.

–Sí. No vale la pena que te presente a unos y a otros no. Quizá mañana

podamos venir más temprano… ¿Qué dices? Mentalmente cruzo los dedos. Por

favor, quédate. Por favor di que te quedas en el coche.


–Vale –acepta al final nada convencida.

Suelto un suave pero largo suspiro. Gracias, mamá.

Asiento a Ryan, que se apea del vehículo, lo rodea, abre mi puerta y luego se encamina a la
editorial casi pisándome los talones. Creo que si tengo qu alguien vigilándome la nuca, prefiero
que sea Taylor.

Tal y como le dije a mamá, el lugar está casi vacío. Sólo Claire y Hannah, mi AP, permanecen en
el área de recepción con unos sándwiches vegetarian mano y un café en la otra. Ambas abren
los ojos de par en par cuando me ven.

Tres… Dos… Uno…

–¡Ana!

Las dos pegan sendos brincos en la silla y se acercan a abrazarme tan fuerte que hago una
mueca de dolor, pero ninguna la ve. Están demasiado exc

–¡Oh, Ana, creímos que pasarían semanas antes de volverte a ver! ¿Qué estás haciendo aquí? –
Claire me toma de la mano y me hace sentar en uno d

–Pues… sí, debería –le lanzo una mirada nerviosa a Ryan que parece una veleta girando la
cabeza en todas direcciones, registrándolo todo. Quizá incl posibles salidas en caso de
emergencia. Lo ignoro y vuelvo mi atención a Hannah y Claire–. De hecho, le he dicho a Roach
que quizá me tome una se lo que tenía previsto.

–Eso está bien –dice Claire como quien no quiere la cosa. Luego intercambia una mirada
insegura con Hannah, que asiente para darle ánimos. Ya sé l Oye, en cuanto a Tedd… ¿Nada?

Niego con la cabeza, furiosa. ¿Acaso todo ser humano con quien cruce más de tres palabras me
va a preguntar eso? ¿Es que nadie se da cuenta que remotamente, el mejor momento para
preguntarme por Tedd? ¿No ven que si supiéramos algo ya tendría a mi hijo de vuelta?

Cuento mentalmente hasta veinte para no acabar descargando mi frustración con ellas. Decido
que tomar lo que me dejaron, hacer las preguntas qu e irme de aquí lo más rápido posible, es lo
mejor.

–Nada, aún no –me remuevo en el asiento–. Alguien me dijo que me

dejaron un paquete aquí, Claire. ¿Sabes algo? Ella se levanta de un

brinco y camina a su escritorio. La sigo.

–¡Lo había olvidado! –revuelve entre sus cosas hasta dar con una cajita cuadrada tan delgada
que podrían ser varios papeles apilados y recortados ju pasa– Llegó un chico a entregármela.
Dijo que era importante que la recibieras, pero...

–¿Te dijo expresamente que era para mí? –la interrumpo, ansiosa.

Sí.

An

ast

asi

Gre

y –

asi

ent

e.

Co

nte

ngo
un

jad

eo.

Examino el objeto entre mis manos. Tiene las dimensiones de un estuche de CD corriente, cosa
que hace que mi recelo aumente y me haga pregunta veras quiero conocer el contenido. El
texto decía que era un recuerdo de Tedd, pero hay que ver qué clase de cosas interpreta la
secuestradora como si es una sádica?

Sacudo la cabeza. Realmente no quiero ir allí y menos ante Hannah y Claire, que no me quitan
ojo curioso de encima.
De pronto, se me ocurre algo.

–¿Cómo era el muchacho que dices te entregó esto? –le pregunto.

–Pues… Era alto, con la piel tostada ligeramente, el cabello rubio oscuro y los ojos verdes.
Tenía una extraña cicatriz en forma de media luna en el car que quedaba casi completamente
oculta por el pelo. En general lo encontré agradable y guapo, pero sólo eso.

–¿Llevaba algún uniforme o símbolo representativo de alguna empresa?

–No que yo recuerde. Iba con vaqueros, una camiseta

púrpura y una cazadora gris. ¿Por qué? Me muerdo el

labio. Porque podría ser la clave para hallar a mi hijo y

su maldita secuestradora.

–Curiosidad solamente –intento esbozar una sonrisa pero al final no sé cómo me sale. Todo
esto me tiene sumamente pensativa y lo único que quiero atrincherarme a solas para descubrir
lo que contiene el paquete. ¿Debería esperar a que Christian llegue para verlo juntos?

–¿Sabes?, en la última reunión general le presenté a Roach las notas de los manuscritos que
defiendes y se quedó francamente sorprendido. El viejo ocultar su fascinación. Es evidente
que ya no piensa en ti sólo como la esposa de el Christian Grey –Hannah suelta una risita boba
y le sonríe a Claire– incluso pronto comiencen a llamarte la Anastasia Grey.

Ambas se echan a reír con gracia, y yo me limito a sonreírles. Realmente no estoy de humor.
Me guardo la cajita en el bolso mientras pienso tan apris una excusa para irme pronto sin que
parezca que las dejo colgadas.

–¿Qué es ese olor? –dice Hannah de pronto.

Frunzo el ceño y alzo la cabeza. Sí, a mí también me huele.

–Hannah, mira. –Claire señala el techo, por donde una suave cortina de humo gris negruzco
comienza a deslizarse.

Nos miramos entre las tres como en estado de shock sin saber qué pensar. ¿Será una de las
fotocopiadoras? ¿Un cigarro furtivo olvidado por ahí?

Y para cuando me quiero dar cuenta, mis propias manos, alzadas ante mi rostro, son poco
menos que borrones difusos, y el aire me cae pesado y ard pulmones. No puedo respirar.

–¡Sra. Grey! –escucho la voz de Ryan llamándome a gritos sorprendentemente contenidos.

Mantén la calma y no entres en crisis, dice mi subconsciente, manteniéndose con el vientre


contra el suelo y una bufanda alrededor de la nariz. Sigue estúpidas gafas de media luna.

¡Hay fuego! Le chillo de regreso. Vaya que eres observadora, replica con sarcasmo.

Grito con fuerza cuando una mano me coge del brazo con fuerza. No debí hacerlo, ahora me
duele más la garganta.
–Tranquila, señora. Soy yo.

El corazón me palpita desbocado y los ojos, abiertos de par en par a causa del miedo, me lloran
y me arden. ¡Joder, joder, joder! Dejo que Ryan desli mis hombros y me encamine a la salida.
Mientras vamos dando tumbos hasta la puerta, pienso que es un alivio que el lugar esté casi
vacío.

Ya en el aparcamiento, siento que de un momento a otro me voy a desplomar. Los pulmones


me gritan con cada inhalación y exhalación. Toso con fue que nada mejora.

Ryan me lleva a la SUV con el motor aún en marcha y me insta a subir.

–Por favor, sra. Grey, hay que llevarla a un hospital –insiste cuando pongo una mano en la
puerta y me niego.

Dios, es horrible. Las entrañas me queman, la nariz se me está descamando por dentro en
ardorosos trozos aún encendidos. Por momentos me pare la lucidez y la visión aún me es
borrosa.

–Claire y Hannah… –logro articular.

Preciosa voz de fumadora compulsiva, ironiza mi subconsciente.

–¡No puedo dejarlas! –Lucho tan vivamente como puedo contra el agarre de Ryan mientras él
me arrastra hacia la puerta abierta de la SUV, intentad entrar.

–¡Señora, por favor! –me insta con los dientes apretados, forcejeando.

No, no puedo. Ellas son mis amigas. Ellas trabajan para mí. Ellas son tan importantes como
yo. ¿Cómo rayos se lo hago entender?

–¡Señora, escúcheme! –me sacude ligeramente por los hombros para que le preste atención–

Súbase al coche y espere allí; yo volveré a buscarlas. Parpadeo lentamente. Ryan me lanza

una mirada desconfiada y tentativamente se aparta de mí, todavía sin soltarme los hombros.
–Por favor, entre. Si lo hace, más pronto podré regresar por ellas.

Los oídos me zumban. Por encima de su hombro veo que los poco que quedaban dentro del
edificio a la hora del almuerzo ya se van reuniendo por lo cada uno en un estado distinto de
contrariedad, cada uno más sucio por el humo y el hollín que el anterior.

Claire y Hannah, sólo puedo pensar en ellas.

Asiento a Ryan y me meto en el coche. Soy vagamente consciente de que mi madre y Taylor
me hacen preguntas desesperadas en un intento de med he sufrido, pero sus voces para mí
son poco menos que un murmullo.

Con la nariz casi pegada al vidrio, observo cómo Ryan se interna en el edificio. La humareda se
ha intensificado al punto que todos han tenido que ret diez metros para no seguir inhalando
humo. Incluso, algunas lenguas de fuego danzando sobre el edificio se dejan ver de vez en
cuando. Es horrible.
Tras lo que me parece una eternidad, Ryan, Claire y Hannah salen. Suspiro el aire que no sabía
estaba conteniendo. Parecen agotados, están llenos d negras y mis amigas lucen
aterrorizadas.

Intercambio una mirada con Taylor por el espejo retrovisor antes de escuchar los seguros
automáticos.

–Taylor…

–Rotundamente no, señora. De aquí vamos directo al hospital –y lo dice en ese tono
Cincuenta que no deja cabida a réplicas.

Pasamos algunos minutos observando cómo Ryan trata de calmar a ambas mujeres e instruye,
con voz segura y autoritaria, a todos para que se aleje más que puedan, a ser posible a la otra
calle. Me parece que también dice que los bomberos y las ambulancias están en camino, pero
eso no lo tengo

Un poderoso resplandor llama mi atención hasta hacerme indiferente a todo lo demás. De


pronto el edificio completo es tragado por una bola de hum gigantesca que, como un globo al
que se le revienta como una aguja y deja salir el agua en su interior, explota con una onda
expansiva tan poderosa la SUV se tambalee violentamente. Mamá grita, Phoebe grita, hasta
creo que yo grito. Escombros y enormes trozos de piedra, pared, escritorios, etcé volando en
todas direcciones, cayendo sobre autos cercanos e incluso sobre el parabrisas protegido de la
SUV, haciéndolo añicos y obligándonos a pro cara con las manos. Por instinto me cierno sobre
el cuerpo de mi pequeña hija antes de lograr razonar nada de lo que ha pasado.

Curiosamente no estoy asustada, sólo sorprendida, y en lo que a mi cuerpo se refiere nada más
soy consciente de que siento la mano izquierda calien

Taylor maldice, baja y acaba de romper el parabrisas. Ryan se sube y luego todos salimos
disparados de allí. Antes de poder dejar de ver el desastre columna de humo que se eleva
desde los restos del Grey Publishing, se dejan sonar las sirenas del camión de bomberos y de
alguna ambulancia.

Que todos estén bien, por favor. Deja que todos estén bien. Ruego silenciosamente.

–¡Ana, tu mano…! –exclama mi madre con voz ahogada.

Aprieto los labios, pero no desvío la vista. Ahora sí me duele terriblemente, sé que
probablemente me la he quemado con la onda expansiva al tratar Phoebe, así que no quiero
verla. Me convenzo de que el dolor será menos fuerte si no veo el estado de mi piel.

–Una explosión en Grey Publishing –escucho que dice Taylor en un momento dado. Primero
creo que habla para sí mismo, pero luego escucho un sise saliendo de su oreja–. No señor, la
señora Grey está… bien. La llevamos al hospital justo ahora para que la revisen… No… Sí,
señor… Por supuesto, en

De nuevo silencio.

Contengo un gemido al pensar en la reacción de Christian, y pienso que el universo realmente


no quiere ponerse de mi lado.
–Bueno, sra. Grey, con eso debería ser suficiente. Aquí le dejo unas pastillas para controlar el
dolor y la receta médica para la pomada, además de las para emplearlas. ¿Cómo se siente?

–Un poco mejor, gracias –murmuro.

–¿Es soportable?

–Por ahora.

El doctor Tabolt asiente y me da una leve sonrisa de ánimo que, sorpresivamente, consigo
devolverle. Christian, sentado a mi lado con mi mano buen suyas, no se mueve.

–Disculpe un momento –da media vuelta y sale.

Miro mi mano vendada y hago una mueca. Resulta que me quemé la piel del dorso cuando sin
querer toqué una de las hebillas de metal de los cintur seguridad en mi desespero de cubrir a
Phoebe con mi cuerpo. El doctor dice que no es nada grave, que he tenido suerte, pero
realmente, viendo la e Christian, pienso que la suerte no es precisamente lo que suele
seguirme todo el rato.

–¿Cómo estás? –me vuelvo a Christian, dándole un suave apretón en los dedos. Me mira.

–Creo que soy yo quien debería preguntártelo –repone con su expresión indescifrable.

–Ya lo harás… hasta

agotarme la paciencia –

intento bromear. Aprieta los

labios, sin responder.


Suspiro.

–Estoy bien, Christian. Lo estamos. Mamá, Phoebe, Ryan, Taylor y yo. –Desliza su mano por mi
mejilla lentamente, apretando la mandíbula– Estoy un preocupada por los que se quedaron allí.
Si aún estando bastante lejos sufrí esto –alzo la mano vendada–, ¿qué pudo haber ocurrido
con los que esta cerca? Y Claire y Hannah…

Su resoplido me toma por sorpresa.

–Por ahora sólo me interesan mi hija y tú, Ana. También Carla. Nadie más –se lleva las manos
al cabello una, dos, tres veces con desesperación, inhal exhalando para no perder la
compostura. Pobre Cincuenta–. Esto es culpa mía.

–¿Tuya? –me sorprendo.

–Debí haber ido contigo, o haber ido yo, o haber mandado a alguien… Joder, cualquier cosa
pero no dejarte ir.

–Hemos tenido discusiones por eso, Christian, y no sabías que esto iba a pasar. Quizá
desmedido en este caso, pero son los riesgos que se toman cua
–¿Debes trabajar? ¿Ser independiente? –completa mi frase, furioso–. Pues entonces creo que
prefiero mantenerte encerrada en mi torre de marfil co y al menos así sé que cuando vuelva,
estarás a salvo.

–Sería infeliz –replico.


–Pero estarías viva –rebate y se le quiebra la voz.

Mi corazón se contrae al ver las arrugas angustiosas que tiene alrededor de los ojos. Mi joven
marido parece un viejo, un viejo guapísimo, pero cansa Estaba preparada para pelear con él
una vez más, pero verlo así me puede.

Bajo de la cama, me encaramo en su regazo y le envuelvo cuidadosamente el cuello con mis


brazos, atrayendo su rostro a mi pecho.

–Estoy viva ahora.

–Por poco –abraza mi cintura, estrechándome fuerte contra su pecho–. Un maldito ha intentado
matarte de nuevo, y yo no creo tener los nervios par reaccionar, Ana. No me lo pidas.

Doy un respingo. ¿Matarme de nuevo?

–¿Qué quieres decir? –le pregunto.

–¿A qué te refieres? –alza la cabeza y me mira, confuso.

–¿Esa explosión… fue provocada? –abro los ojos de par en par– ¿Alguien colocó una bomba
en Grey Publishing? ¿Por qué?

–Porque seguramente sabían que irías a recoger lo que fuera que te dejaran –contesta
Christian apretando los dientes. Yo aún no salgo de mi asombr matarme con una bomba! ¡Yo
tendría que haber volado con el edificio! Mierda–. ¿Sabes quién te dejó el paquete?

Niego con la cabeza.

–¿Al menos conoces el número desde el que te avisaron?

Me muerdo el labio inferior, agradeciendo estar en un hospital para variar.

–¿Anastasia? –su voz suena engañosamente baja y calma. Está terriblemente enfadado.
Seguro ya sospecha que le oculté información.

–Yo… –callo, insegura de cómo terminar la frase.

Aunque claro, el modo en cómo Christian coge aire de golpe me dice que no es necesario
que siga, él ya lo ha entendido.

–Maldita sea contigo, Anastasia. Maldita la suerte que tienes de que no pueda gritarte como te
mereces porque estamos en este jodido hospital. Mald que tienes de que tu madre vaya a
quedarse con nosotros un tiempo y no pueda montarte un numerito. –Me estremezco al
escucharlo. Él aprieta su torno a mí y hunde la cara en mi hombro–. Este va a ser el
encontronazo de nuestras vidas, ¿lo sabes?

–Lo sé –murmuro bajito. Joder.

Acompaño a mi madre a una de las habitaciones de invitados mientras Christian acuesta a


Phoebe en su cuna, en nuestra habitación.
–Te ves cansada, Ana –

comenta mi madre al sentarse

en la cama. Me muerdo el labio

y la observo desde la puerta.

–No ha sido fácil –y lo más duro aún está abajo esperándome.

–Lo sé. Aún no puedo creerme lo que ha pasado. Todo es como una pesadilla. –Mira mi
mano–. ¿Estás bien?

–Lo estoy –y me sorprende lo segura que suena mi voz.

Intercambiamos unas cuantas frases más antes de retirarme del cuarto para dejarla
descansar. Me reúno con Christian en su estudio, él ya tiene en l que contenía el paquete que
me dio Claire. Con un gesto de la cabeza me indica que tome asiento en su silla súper
cómoda, y lo hago enseguida tras puerta.

No puedo ocultar mi ansiedad, mi nerviosismo, ante la perspectiva de escuchar lo que sea que
contiene ese CD. Mientras Christian lo introduce en el mi mente se pone frenética imaginando
un escenario detrás del otro, cada uno peor y más angustiante que el anterior. Christian viene a
colocarse a m una de sus manos sobre mi hombro, y en la otra el control del reproductor.

Lo acciona y aguardamos.

Los primeros segundos son de silencio, pero no ese silencio absoluto en el que no sabes si
algo va a pasar, sino ese silencio sordo, como de vacío, en no sabes es qué tan desagradable
será lo que vas a escuchar… Y entonces, suena.

Es

agud

o. In

Cresc

endo.

Estall

a. Un

grito

de

niño.

–¡Mami! ¡Papi! –la voz de Teddy suena afectada por el miedo, su llanto es entrecortado, casi
estrangulado, y estridente– ¡Tengo miedo, mami! ¡Ella m
¡No quiero estar aquí! ¡Seré bueno! ¡Voy a comer vetales…! ¡Papiiiiiiiiiiiii! –Una extraña
campanada resuena tímidamente como ruido de fondo justo an grabación pare por completo.

Christian le asesta un puñetazo tan contundente al reproductor de CD que lo hace pedazos y


doy un respingo. No sé cuándo se ha movido de mi lado que está más allá de sí mismo. El
silencio nos envuelve de nuevo, más pesado, más tortuoso, sólo roto por un desgarrador llanto,
un gimoteo que se oídos como dos picahielos.

Por supuesto, soy yo.

¡Theodore! ¡Qué hija de puta lo tiene! ¡¿Dónde está mi hijo?! ¡¿Qué le están haciendo?! ¡¿Por
qué nadie llama para pedir algo a cambio de él, que quie

Lo imagino con su carita roja como un tomate a causa del llano incontrolado, con la naricita
llena de mocos y las mejillas brillantes por las lágrimas. C llevarse los puñitos a los ojos y
restregárselos con saña como hace su papá cuando está desesperado. El corazón se me
encoge al pensar en él, sucio, arrinconado en una habitación oscura, con frío, clamando por
sus padres sin obtener respuesta y sin entender por qué.
Lloro desconsoladamente, dando rienda suelta a todo el dolor que sienten mis cuerdas vocales,
expresándolo a todo pulmón hasta que la cabeza me
¡Una jodida sádica tiene a mi hijo! ¿Cómo puede haber en el mundo quien disfruta haciéndole
eso a un niño de dos años y luego mandándoles una gr padres? Las súplicas aterrorizadas de
Tedd resuenan en mis oídos con fuerza mientras mi corazón se retuerce una y otra vez.

Christian se arrodilla ante mí y me abraza con fuerza, la espalda se le sacude con violencia por
los sollozos silenciosos. Los suyos, igual que los míos, frustración, de impotencia, pero,
además, él debe sentirse como cuando tenía cuatro años y todo estaba más allá de sus
capacidades. El poderoso Ch inútil ante esta situación, y justo ahora soy yo quien más lo
lamenta.

Nos aferramos fuertemente el uno al otro mientras el mundo deja de girar. Pareciera que
alguien apretó el botón "silencio" de un mando a distancia y se escuchara fueran mis potentes y
lastimeros gritos de dolor, provocados por el eco de la vocecita espantada de mi hijo.

Ojalá pudiera devolverle un mensaje a la secuestradora, le diría que haré lo que ella quiera, que
iré adónde ella quiera, sólo si a cambio nos devuelve ningún daño en su cuerpecito.

Lo que sea.

Las lágrimas ruedan sin control por mis mejillas y luego caen sobre la pulimentada superficie de
madera del escritorio de Christian. El silencio aprision mientras entierro el rostro en mis manos.
La garganta me arde terriblemente, y aun así siento que no grité todo lo que quería.

Escucho la puerta abrirse y cerrarse suavemente, luego unos pasos amortiguados que se
detienen al otro lado del escritorio.

–Toma.

Alzo la cabeza. Christian me ofrece un vaso de agua y dos pastillas. Lo miro sin comprender.

–Son los antipsicóticos que te recetaron la otra vez. Creo que deberías tomártelos.

Miro las pastillas. No quiero hacerlo, no quiero sentirme anestesiada, pero menos que nada
quiero discutir con él. Me tomo las dos pastillas de un tra poco de agua antes de dejar el vaso a
un lado.

Christian toma asiento en la silla que tiene al lado. Yo entierro el rostro en las manos una vez
más, permitiendo que las lágrimas continúen su recorrid creo que esto no se detendrá hasta
que me quede completamente seca por dentro, aunque la verdad es que me importa una
mierda.

En el despacho sólo se escuchan nuestras suaves respiraciones. A pesar de mi aflicción y mi


dolor casi físico, mi cuerpo es completamente consciente Christian, de su cercanía. Mi mente
vaga como un vagabundo sin rumbo por los recuerdos del día de hoy: la sorpresa de recibir a
mi madre, el mens paquete, la explosión, el hospital, el CD… Me estremezco al recordarlo.

–¿Tienes frío? –

suena la voz
ronca de

Christian. Niego

con la cabeza.
–Era rubio y tenía una cicatriz en forma de media luna en el mentón –murmuro tan bajo que
incluso a mí me cuesta escucharme.

–¿Qué?

Me descubro el rostro y lo miro.

–El que entregó el CD a Claire. Ella dijo que era alto, rubio y tenía una cicatriz en forma de
media luna en el carrillo. No llevaba uniforme ni nada que

–¿Un cicatriz dices?

Asiento, pero él no me ve. Tiene el entrecejo fruncido y los ojos fijos en la mesa, sé que está
pensando pero estoy demasiado agotada emocional, físic mentalmente como para tratar de
sacarle algo. Así que lo dejo pasar.

–Quizá debería llamar a Claire para saber cómo está –musito para mí mirando el teléfono fijo de
reojo–. Ella ha sido otra víctima. ¿Cuántas más habrá

Gimo y las lágrimas reaparecen con más fuerza. Sé que es una tontería, pero no puedo evitar
pensar que yo soy la responsable de todo esto. A un ni de mis capacidades de razonamiento, lo
sé.

Christian suspira.

–Creo que deberías

tumbarte en la cama y tratar

de dormir. Mis ojos se

disparan a su rostro,

incrédulos.

–¿Cómo se te ocurre que voy a poder hacer algo más que no sea llorar y retorcerme de dolor,
Christian? No quiero hacer esas cosas que sólo sirven p que somos fuertes, que estamos bien.
Yo no lo estoy, no quiero estarlo hasta tener a mi hijo de vuelta. Por favor, no me pidas que lo
haga.

Su expresión decae más pero no recula.

–Ana, tienes que dormir y comer, vas a sufrir un colapso si no lo haces –me ruega.

–No me importa.

–A mí sí, y estoy seguro que a Carla, a mis padres…, incluso a Kate y Elliot también. ¿Acaso te
estás dando por vencida? ¿Ya no crees que podamos tr Theodore de vuelta?
Doy un salto. ¿Cómo se atreve?

–Claro que no me doy por vencida –espeto de mala gana–. Sólo no me importa…, sólo...

Las lágrimas y el llanto asaltan. Mi garganta se resiente, pero no le presto atención. Christian se
levanta, rodea el escritorio y me abraza como si inte fundirnos, como si quisiera superar la
barrera de la piel para que fuésemos un solo ser.

Y lo más deprimente de todo es que así lo siento: nuestro dolor nos hace ser uno. Qué
desastre.
¡Bum! ¡Bum! ¡Bum!

El pecho le duele con cada golpeteo de su acelerado corazón.

¡Tap! ¡Tap! ¡Tap!

Los pasos suenan cada vez más cerca, pausados, firmes. Ella está ahí, quizá al otro lado de la
puerta. Él contiene la respiración y aguarda. Nada pasa.
Ella debe estar de pie sin hacer nada, pensando, tal vez enloqueciendo… Ella es una loca. Está muy
loca. Ella le da miedo cada vez que entra con su c enmarañado, sus largas uñas al final de unos dedos
huesudos y curvos como horribles ramas de árboles, y esos ojos carentes de brillo.

Ella parece un monstruo aún más aterrador cuando se interna en el cuarto oscuro donde está él. Ese
cuarto es pequeño, silencioso; no tiene muebles aplastado colchón y una manta a un lado para que él
duerma, como si fuera un perro. Allí en ocasiones hace frío, y la manta no es suficiente para cub
dientes suelen castañear incontroladamente, haciendo que luego le duela la mandíbula.

También le duele el estómago. Ella le pasa comida, pero casi siempre está fría y sabe horrible. Ella
suele sentarse a ver mientras él come, cuando ya tanta que el miedo dimite al menos lo suficiente como
para permitirle alimentarse. Mientras él se lleva bocado tras bocado a la boca y mastica con las
rodándole por las mejillas, encogido en un rinconcito con las rodillas ante el pecho, ella le susurra cosas
feas. Cosas que lo hieren.
-¿Tienes miedo, Theodore? ¿La comida no está bien? –su voz, engañosamente suave, hace que él
tiemble de miedo y se haga aún más pequeño.

Él se niega a responderle, el miedo le atenaza la garganta. Ya aprendió que llorar a todo pulmón no es
la solución; ella siempre lo deja encerrado sin horas, o a saber días, cuando él lo hace. También
aprendió a dejar de golpear y patear la puerta y las paredes, porque después le duelen las manitos
entonces es más difícil dormir.

–¿No te gusta estar aquí conmigo, Theodore? ¿No te gusto yo? –prosigue ella sin hacer caso del
temblor que le recorre la espalda al infante– Si me di quieres quedarte conmigo para siempre, yo
podría tratarte como el príncipe que eres, pero para eso debes olvidarte de tu mamá.

Él llora. Aprieta los puños con fuerza y entierra la cara en las rodillas para no chillar. Ella siempre le
dice eso, le dice que quiere quedarse con él, pero a su mami y a su papi. No quiere a la bruja mala.

–Anastasia –bisbisea la mala–, ¿recuerdas ese nombre? ¿Así se llama tu mami? Ella es la culpable de
todo esto, Tedd, ella porque se metió con quien consintió una estupidez. No me odies a mí, que te
tengo aquí, ódiala a ella que me obligó a esto.

¿Su mami obligó a la bruja a encerrarlo? ¿Por qué? ¿Él era malo? ¿Era porque no se comía sus
vegetales? Él había chillado muchas veces que se porta su mami no aparecía. Es como si sus padres
ya no lo quisieran y se lo hubiesen dejado a la loca porque era malo. Tedd no quiere ser malo, él
quiere s que su mami y su papi lo saquen de allí y lo lleven a casa.

Él extraña la voz dulce de su mami y los mimos que le dedica. Extraña los juegos con su papi y los
cuentos que le lee por las noches. Quiere volver a brazos de su madre, recibiendo besos y atenciones
y caricias…

Va a portarse mejor, si le dan otra oportunidad será un buen niño.

Gime y se limpia la carita con el bajo de la camiseta sucia que tiene puesta. También extraña la ropa
limpia y suavecita que su mami le ponía luego de besos y cosquillas.

–¿Theodore? –llama la vocecilla de la mala. Él se tensa al oírla, ya con el plato vacío a sus pies– Si
puedes elegirme, seré mejor que tu mamá. Te ense mejor en todo, a ser muy feliz sin estar atado a
nada, como el tonto de tu padre. Serás mejor que él…

Tedd no quiere ser mejor que su papá. Nadie es mejor que su papi ni lo será nunca. Además, si se deja
vencer por la loca, su padre estará muy triste no quiere eso.
–¿Cariño?

La loca se acerca más de lo que lo había hecho antes. Él se asusta, se desespera, desea con toda la
fuerza de su pequeño ser que sus padres entren lo rescaten, que le impidan a ella tocarlo.
¿Por qué no vienen? ¿Acaso de veras ya no lo quieren?

Un agudo chillido escapa de su joven garganta, haciendo a la mala dar un brinco y alejarse de él
enseguida. Coge el plato y desaparece de la habitaci nuevamente solo, a oscuras, con frío y cada vez
más desesperado.

"Seré bueno, mami, me portaré bien", repite en su cabeza con ansiedad, una y otra vez, cogiendo la
manta ya sucia por sus lágrimas y sus mocos y ella en busca de un poco de consuelo, encogido en un
rincón de aquél minúsculo cuarto a oscuras.
Me he dejado el bolso sobre la mesa, en la carpa que han montado en el jardín trasero de la casa de
Grace. Vuelvo para cogerlo antes de dirigirme al Dentro, la iluminación permanece pero no así las
personas, a excepción de una solitaria pareja en un rincón que, a mi parecer, debería buscarse un c
Me acerco y recojo mi bolso.

Una voz suave me sobresalta al llamarme por mi nombre. Me doy la vuelta y veo a una mujer con un
vestido de terciopelo negro, largo y ceñido, pero llamativo de su indumentaria es la máscara que le
cubre el rostro. Todos llevamos máscaras, es un baile de máscaras, pero la de esta mujer es impre
cubre la nariz, pero también el cabello, y está hecha de elaboradas filigranas de oro.
Es soberbia.

Por otro lado, esa mujer, su presencia, su porte, su mirada, me hacen sentir incómoda y un tanto
ansiosa. Trago saliva nerviosamente para infundirm interior algo se desencaja y vuelve a su lugar,
dándome una pista de su identidad, aunque no logro entenderlo bien.

Siento que la odio. Siento que no soporto tenerla cerca, y mucho menos escucharla pronunciar mi
nombre. Siento que tuve y tendré motivos más qu para querer verla destruida, pero no lo entiendo…
¿Quién es ella? ¿Acaso…?

Me despierto con un sobresalto, poniendo en alerta a Christian, acostado a mi lado.

Escucho mi trabajosa respiración, mis agitados resoplidos, en tanto el corazón me va a mil por
hora.

¡Santo cielo! Esa voz, esos ojos… Por un momento creí que podría descubrir quién era ella, la
mujer de mis sueños. Y aún ahora, despierta al menos h punto, no puedo evitar la sensación de
que incluso liberada de la pesadilla, la odio, me causa malestar pensar en ella.

¿Con quién me ha pasado algo así antes?

–Ana, ¿estás bien?

Pego otro brinco cuando Christian me toca la cara. Sus ojos brillan a la tenue luz artificial que
entra por el ventanal de la habitación. Aún es de noche.

–Sólo fue una pesadilla –musito suavemente.

–¿Quieres otra pastilla?

Pongo los ojos en blanco, algo que, sin duda, me sorprende poder hacer incluso con los
órganos aplastados por el susto que me he llevado.

–No, Christian, no quiero otra. Si no me mata la desesperación, lo hará una sobredosis. –Tuerce
la boca, evidentemente no le hizo gracia mi comenta tampoco era la intención. Sólo quiero que
me deje estar–. Duérmete, no pasa nada.

Me acomodo de costado dándole la espalda. Sé que no voy a poder dormir, tampoco es que
quiera intentarlo, pero quizá así él sí consiga descansar al poco.
Pasados unos minutos, le escucho murmurar:

Convertir

é Grey

House en

una base.

Me giro y

lo miro.

–¿Una base? –repito

frunciendo el entrecejo. ¿A

qué se refiere? Él asiente.

–Pondré a todo el personal a mi disposición a rastrear el paradero de Theodore, y no se hará


nada más hasta que lo tengamos sano y salvo con nosot tecnologías que desarrollamos y las
que estamos investigando, tenemos equipo más eficiente y capaz del que dispone la policía.
Además, Taylor conta agentes de inteligencia para ayudarnos –me envuelve en sus brazos–.
Estoy haciendo todo lo que se me ocurre y puedo, Ana.

–Lo sé –musito. Sé que lo hace, sé que se esfuerza, pero algo me dice que no será suficiente.

Tardo un aproximado de 9 segundos en entender qué rayos es lo que estoy viendo. Frunzo el
entrecejo, ¿el arma de Ryan siempre fue tan… grande? cuándo la carga tan a la vista?

Es una advertencia, me digo a mí misma, una advertencia para quien tenga cualquier intención de
dar un paso en falso.
Me estremezco al imaginarme a Ryan descargando el cartucho de balas sobre cualquier
persona. Sólo espero que si se da el momento, que ojalá no ll sea un culpable el que caiga, y no
un inocente. Ya están pagando demasiados inocentes por esto.

Taylor aparca la SUV, curiosamente, en el mismo espacio que ocupamos la primera vez que
vinimos. Y como aquella vez, los tres hombres se bajan co rígida y los hombros tensos; la
diferencia radica en que ahora yo también ando como camaleón, mirando a todas partes a la
vez.

Christian se reúne conmigo junto a mi puerta, me toma de la mano y no para de mirar alrededor
en tanto nos encaminamos a la entrada del Éblouiss seguidos por nuestro equipo de
seguridad.

Robert Caviallari está, cómo no, fascinado de volvernos a ver. Quizá se piensa que hará una
nueva y jugosa venta a manos de nada más y nada meno Christian Grey. Algo en este hombre
realmente me irrita, quizá es cómo nos mira con codiciosa arrogancia o su torrente de halagos
empalagosos, per realmente le debo gratitud y dinero por el "favor" que me hizo, intento poner
mi mejor cara y abstenerme de rodar los ojos. En realidad, hasta cierta hace, es como volver
con el Christian dominante y aterrador al que debía evitar ponerle los ojos en blanco.

No me molesto en prestar demasiada atención mientras mi marido lo pone al tanto de la


situación: es decir, que ya sabe de qué iba nuestro acuerdo s noto cuando Caviallari se afloja el
nudo de la corbata en un gesto nervioso al verse víctima del famoso seño fruncido Grey.

–Hemos venido por el pendiente –le dice Christian sin más.

–¿Cómo? ¡Ah, claro, el pendiente! –se escabulle tras el mostrador y comienza a rebuscar tras
unos estantes– Por aquí lo debo tener. Me aseguré de g bien para impedir que se confundiera
con alguna de las otras joyas. Mi equipo, por supuesto, es altamente eficiente y jamás
permitirían que ocurriera es mejor estar seguros.

Y así sigue, cotorreando todo el tiempo que le toma hallar el zarcillo, o retrasando su
búsqueda para continuar su cacareo, a saber.

No puedo evitar torcer la boca con ironía cuando habla de su excepcional equipo, puesto que
de la última vez y de ahora, aquí no he visto a nadie má mismo.

Tal vez habla de sus amigos imaginarios, pica mi subconsciente. Sonrío.

–¿Qué te parece tan gracioso? –murmura Christian en mi oído.

Alzo la mirada y lo contemplo. Es interesante, pero esa pequeña burla de mi odiosa


subconsciente ha sido suficiente para aligerarme un poco el humo cabeza, diciéndole "no lo
quieres saber", y le beso la mejilla. Implacable, él se limita a alzar una ceja a modo de "ya me
enteraré".

Me encantaría ver la reacción de Christian si llegara a contarle de mi subconsciente y mi


diosa interior. Sin dudas, sería de foto.

–¡Ajá, aquí está!

Nos acercamos al mostrador. Robert me tiende una cajita de terciopelo color champagne que al
abrir revela el pendiente de la secuestradora –ahora probablemente conocida como Karie–, y
Christian, a mi lado, aspira profundamente cuando lo ve.

Lo miro.

–¿Te resulta familiar? –inquiero tentativamente, cruzando los dedos en secreto.

–Por supuesto. Los mandé hacer, fueron un regalo… de cumpleaños, creo. –¡Sí, continúa!–
Pero… –¡Jesús, no!

–¿Pero qué? –le insto, ahora exasperada.

Coge el zarcillo entre sus dedos, le da vueltas, lo palpa, lo detalla. Se lo pone tan cerca de la
cara que las pestañas casi rozan el rizo de oro blanco rel lo guarda en la cajita nuevamente, y
ésta, a su vez, en el bolsillo interno de su americana.

–No recuerdo para quién era –declara, serio.

¡Tras!

Ahí va, mi cerebro haciendo implosión.

No puedo creerlo, juro que no puedo creer esto. ¿Cómo joder es posible que tenga tan mala
suerte? ¿Cómo demonios Christian es capaz de recordar preferida de mi madre, de la que
hablamos sólo una vez en toda nuestra relación, pero no así a quién le regaló un par de
pendientes como éste?

Estoy atónita, simple y llanamente. Es probable que la impresión se me note con claridad en la
cara porque mi incomprensible marido nos saca de la joyería, con un "hoy mismo tendrá el
dinero depositado en su cuenta" como despedida a Caviallari.

Taylor y Ryan no cruzan palabras con ninguno de nosotros cuando nos montamos en el Audi
y Taylor pone el motor en marcha.

–¿A Escala, señor? –pregunta Taylor.

–Quiero ir a visitar a Claire –le lanzo una mirada a Christian con la que intento hacerle entender
que es importante para mí. Él se limita a fruncirme el Más temprano hablé con Hannah y le dije
que me pasaría por allá.

En el coche se hace el silencio mientras cierto obseso exagerado del control lo medita.

–Ella trabaja para mí. ¿No debería demostrarle que me preocupo? –pruebo, y acierto. Ése es el
idioma que él conoce y habla mejor, además del sexo:

Noto cómo se relaja un poco. Me coge la mano y se la lleva a los labios sin quitarme los
intensos ojos grises de encima; inclusive me parece percibir q oscurecen un tanto.

–Un punto bien hecho, sra. Grey –murmura contra mi piel.

–Creí que eso era siempre, sr. Grey.


–Casi siempre –sonríe, me besa de nuevo y habla a Taylor–. Sigue la dirección que te
indique la señora Grey.

–Por supuesto. ¿Señora?


Le doy las indicaciones a Taylor y me permito un poco de relax el resto del camino.

Christian está distraído, y eso lo sé porque los movimientos de sus dedos en mi nuca son casi
mecánicos. Me pregunto en qué estará pensando, me c curiosidad saber si es en Karie, en el
pendiente, en la secuestradora… Lo que sí puedo tener por seguro es que él no va a descasar
hasta haber recor quién fueron los zarcillos, y si hay algo que cualquiera puede decir sobre mi
marido, es que es un obstinado.

–¿Qué harás con el

pendiente? –le pregunto

con suavidad. Él me mira.

–Quiero llevarlo a un laboratorio para que le hagan pruebas.

–¿Pruebas de qué?

–De ADN, huellas dactilares y otras cosas más –mueve la mano con apatía en un gesto que
da a entender la cantidad de opciones que hay.

La mención del ADN me hace cuestionar si aun después de mi metedura de pata es posible
conseguirlo e identificar a la dueña. Otra vez pienso en Ka puede lucir, en cuánto tiempo tuvo
para verme y en cuántas veces, sin yo saberlo, me crucé con ella. Demonios, incluso pudimos
haber mantenido un conversación.

Me estremezco.

–Segura que aún quieres ir –me llama la suave voz de Christian desde mi cabello.

–Por supuesto, ella lo haría por mí.

No responde, aunque no es como si lo necesitara para entenderlo.

Permanecemos en silencio y en relativa calma hasta llegar al hospital. Cuando finalmente


llegamos, me despido de Christian con un beso y una sonris su evidente malestar por tener
que dejarme sola luego de lo de la explosión. Intento asegurarle que todo irá bien, que no
pasará nada, pero es sólo c ser escoltada hasta la habitación de Claire por Ryan que al final se
queda tranquilo.

Claire parece estar en mejores condiciones de lo que había imaginado. Sí, tiene una venda en
la cabeza y unas cuantas más en la mano derecha y un pero ella no parece estar sufriendo
realmente.

De hecho, cuando me ve, una enorme sonrisa le ilumina la cara.

–¡Ana!

Despido a Ryan que, reticente, se retira cerrando la puerta tras de sí.

–Hola, Claire. ¿Cómo te sientes? –me acerco a la silla que reposa junto a su cama y tomo
asiento. Una enfermera regordeta, de piel oscura y una mir está acomodando las almohadas y
una de esas mesitas móviles de hospital para que mi amiga pueda comer.

La sonrisa de Claire se desvanece completamente cuando ve lo que tiene delante…, y la


verdad es que sí se ve poco apetitoso.

–No te atrevas a hacer otro berrinche –le advierte con una voz

sorprendentemente poderosa la enfermera. Claire se encoge

de hombros restándole importancia, pero noto que ambas

esbozan una pequeña sonrisa.


–Llama si necesitas algo –dice, y sale cerrando la puerta.

La habitación es como todas los demás cuartos del hospital. Aséptico, blanco y con ese curioso
olor a… hospital tan inconfundible. Las sábanas de la c suave color crema, y aparte de algunas
flores muy vistosas que decoran algunos muebles, no hay rastro de color por el lugar.

Claire está conectada a una máquina que monitorea su pulso con un bip regular y cerca hay un
tanque de oxígeno con su respectiva mascarilla. No h suero a la vista ni agujas atravesándole
la piel de los brazos. Es evidente para mí que ella está mejor que yo cuando acabo en una sala
de hospital.

–Esto es terrible –se queja llevándose una cucharada de sopa a la boca y poniendo una mueca
tan exagerada que me hace sonreír–. Si tan sólo una d esta bandeja supiera bien, no me
escucharías quejarme.

–Sí, pero es probable que entonces no te comieras lo demás –le refuto. Ella me pone mala
cara.

–¿Ahora eres parte del Sindicato de Defensa de los Hospitales que Sirven Comida Horrible?

–No creo que algo así exista –y tomando en cuenta que últimamente me la paso demasiado en

un hospital, no pertenecería al dichoso sindicato jamás Nos sonreímos como bobas y Claire

vuelve a la carga, aunque sin mucho entusiasmo.


–¿Cómo la pasas? –intento de nuevo.

–Es aburrido la mayor parte del día –se encoge de hombros, sorbiendo un poco de lo que sea
que contiene el vaso que le trajeron–; Hannah se fue h horas.

–¿Estuvo aquí? –me sorprendo.

–Se la pasa aquí –rueda los ojos fingiéndose la exasperada, pero en el fondo ambas sabemos
que si no fuera por Hannah estaría halándose los pelos aburrimiento.

–¿Cómo están los demás? –Me muerdo el labio. Ésta es la cuestión difícil– ¿Alguno…?

–Creo que el que peor parado salió sólo recibió una quemadura de segundo grado pequeña,
nada grave. Roach le ha dado permiso para ausentarse h recupere por completo. Todos
estaban preocupados por ti después de que Hannah les dijera que habías ido, pero Roach
llamó a tu marido y nos confi estaba bien.

¿Roach llamó a Christian?


No hagas un problema de esto, Ana, tienes

mejores cosas en qué pensar. Suspiro. Al

menos los demás están bien, nadie sufrió

nada grave. En cuanto al edificio…

–¿Sabes?, cuando tocaste la puerta me asusté por un momento –continúa ella, interrumpiendo
mis pensamientos. Coge un panecillo y bebe un poco bebida.

Frunzo el entrecejo.

–¿Por qué?

–Por un segundo creí que sería él de nuevo.

¿Él?

–¿De quién hablas?

–Del hombre que ayer fue a dejarme el

paquete que te entregué, ¿recuerdas?

Abro los ojos, horrorizada.


–¿Estuvo aquí?

Claire asiente mientras se traga la mitad del panecillo de un mordisco.

–Sí. Estaba angustiado. Preguntó por ti, por si habías salido herida en la explosión.
Naturalmente no le dije nada, ni que fuera descerebrada, y enton a ponerse violento.

¡Santa mierda! ¿Y eso qué implica exactamente?

–¿Qué quieres decir con "violento"?

–Bueno, que se puso a caminar como fiera enjaulada por la habitación, gritaba y murmuraba
cosas sin cesar y ninguna se las entendí, pero por el ton que estaba gravemente angustiado.
Dijo algo sobre que no creyó que fuera tan grave, que pensaba que era uno más de sus juegos.

–¿Juegos de quién?

–Ni idea. Sólo repetía eso sin cesar, mirando en todas direcciones. Luego se me acercó y me
cogió las manos y ahí perdí los nervios. Comencé a gritar llegaron unas enfermeras, y ellas
llamaron a los guardias de seguridad para que se lo llevaran. Lo sacaron a rastras, y por todo el
pasillo se escuchab pidiendo perdón con vehemencia, casi como si la vida se le fuera en ello.

Oh, por Dios.

–Ah, y creo que dijo que se llamaba Isaac, o algo con un tal Isaac. Quería hablar contigo,
eso fue lo último que le escuché.
Isaac. ¿Acaso es normal que ese nombre me suene? Me parece haberlo escuchado alguna
vez, y no puedo evitar removerme incómoda en el asiento. siendo absurda con estos miedos
irracionales que me atacan a diestra y siniestra. Es decir, me parece que si alguna vez conocí a
algún Isaac fue el de catequesis. Nada más.

Me sacudo la sensación y el nombre de encima. Mira quién es ahora Exagerada Grey.

–¿Y a ti? ¿Qué te pasó?

Ella se termina los panecillos –que parecen ser lo único de la bandeja que pasa al menos con
nota media sus altos estándares de calidad–, la bebida y ensalada de frutas y la sopa casi
intactas. Se limpia la boca con una servilleta, se recuesta de las almohadas y me mira; podrá
decir lo que quiera sob pero luce satisfecha y con ganas de echar una cabezadita.

–Bueno, se supone que me quemé un poco aquí y allí, raspones, humo en los pulmones y otra
cosa de la que no me acuerdo. Lo más grave fue un go cabeza proporcionado por uno de los
escombros que salieron despedidos en la explosión. Eso me dejó fuera de combate por
algunas horas, pero el d no parece haber conmociones cerebrales ni nada de lo que
preocuparse.

–¿Entonces por qué sigues aquí?

–Quieren observarme por un rato –mira a la puerta como para asegurarse que nadie espía y
luego susurra en plan cotilla–: Y para serte sincera yo ta que ese precioso doctor me observe.

No puedo evitar reírme con ganas. Claire y su capacidad de quitarle importancia a las cosas
serias con tanta clase sencillamente pueden más que mi pregunto por el nombre del doctor, y
cuando me lo dice no puedo evitar sorprenderme.

–¿El doctor Tabolt? –me quedo boquiabierta.

–Pues sí –me lanza una mirada suspicaz–. ¿Por qué, lo conoces? No me sorprendería,
tomando en cuenta a los amigos que suelen ir a visitarte a Grey Bueno, lo que era Grey
Publishing.

Hago una mueca. No puedo evitar que me duela la destrucción del edificio porque, al fin y al
cabo, era el lugar donde llevaba a cabo el empleo de mis

–Lo conozco pero no por lo que tú crees, sino porque fue el médico que me atendió cuando
me trajeron luego de la explosión –aclaro.

–¿Es decir que sí te pasó algo? –pregunta alarmada.

–Sólo una quemadura de cocinera principiante –intento calmarla. Levanto la mano, le


muestro el vendaje para que vea que no es nada grave.

–Incluso

ésas

duelen un
montón –

ataja.

Cierto.
Ahora veo al doctor Tabolt a través de los ojos de mi amiga. Es alto, guapo, de cabello marrón
ondulado y firmes ojos castaños que otorgan una sensa protección a quien los mira. Puedo
entender por qué le ha gustado, sin duda.

Él llega a la hora y media de haber iniciado mi visita con un aire profesionalmente distante pero
apacible. Lleva en las manos una carpeta y un bolígra a realizarle a Claire unos sencillos
exámenes: pedirle que siga con la vista un bolígrafo que él mueve de un lado a otro ante su
rostro, iluminar los ojo pequeña linterna plateada, ejercicios de coordinación de manos…

–Creo que estás bien. Realmente no veo motivos para que te quedes más tiempo, aunque
preferiría mantenerte en observación al menos hasta la tar pasa desapercibida la desilusión de
Claire, e intento no sonreír. Parece una adolescente.

Entonces es cuando el buen doctor se vuelve a mí y con una amabilidad sorprendente me dice
que lo mejor es no agotar demasiado a Claire impidién descanso.

Sí, lo pillo, me está echando, aunque tengo que admitir que lo hace de un modo tan cortés que
hasta podría resultar agradable. Me levanto y me des amiga asegurándole que la visitaré cuando
pueda y que la llamaré esa misma noche. Al salir de la habitación me hago una nota en el móvil
para no ol

Le envío un texto a Taylor pidiéndole que me venga a recoger; realmente es de las cosas más
difíciles y… extrañas que he hecho. Es decir, si ya me cu con él por un minuto entero, qué en
esta tierra podría decirle por mensaje sin parecerme a su escueto jefe. Al final me quedé con
un sencillo enuncia a mi personalidad.

Tomo asiento en la sala de espera junto a las puertas del hospital, donde mi mente no se hace
del rogar para iniciar la tortuosa lluvia de ideas. Esta v obstante, el pensamiento que más
fuerza toma en mi cabeza es el de Christian y las señales confusas que me envía. Primero dice
que investigó a Kari andaba en nada extraño. Luego me sale con que a ella le gustaba el color
verde como el de la esmeralda del pendiente. Recuerda haber encargado lo pero no recuerda
para quién… Es tan frustrante. Él asegura que para sus sumisas sólo rebuscaba entre lo que
ya había –tengo que esforzarme much preguntarme si los pendientes de segunda oportunidad
que me obsequió siguieron el mismo patrón–, y si eso es cierto, entonces la mujer a la que p
regalarle las esmeraldas tenía que ser alguien especial. Muy especial.

¿Qué mujeres antes de mí eran realmente especiales para Christian?

Grace debe ser la primera, y luego Mia. Quizá su abuela, aunque no me pareció que la señora
Trevelyan fuera una mujer con un gusto por joyería de luego está… eh… la señora Robinson.

¡Arg, es que me enfurezco sólo de recordarla! La sangre me hierve y siento que quiero gritar y
ahorcarla con mis propias manos. No le perdono lo qu Christian y no le perdono todas esas
cosas terribles que me dijo cuando anunciamos nuestro compromiso. No es más que una
pobre necia resentida merece ni uno solo de mis pensamientos, aunque, pensándolo como lo
tendría que pensar, ella fue importante para Christian, eran muy amigos, part grupo…, tuvo que
haberle regalado cosas caras y excepcionales.

Suspiro. Esto va mal.

Pienso en Andrea, su AP, pero es poco probable. También está Ross, su mano derecha, esa
pelirroja despampanante que conocí en su fiesta de cump no. De eso estoy segura.

Pues entonces me quedé sin opciones. Christian no es famoso por la cantidad de amigos del
alma que tiene o tuvo, y en cuanto a mujeres de veras es él… aún menos. Al final, no sé qué he
resuelto: si descartar a Karie como sospechosa o preguntarme por qué estaba tan segura de
que sería la señor haber venido yo. ¿Qué ocurrió para que Christian la dejara? ¿Cuál fue la
gota que colmó el vaso?

Una vez más me encuentro allí, ante el lienzo en blanco que es el rostro de esta ex sumisa.
¿De qué color eran sus ojos? ¿Tenía alguna marca en la pi hacerla resaltar entre las demás
morenas de Seattle? Recuerdo el sueño que me despertó en la madrugada; la mujer con el
vestido de terciopelo y la impresionante… ¿Dónde vi algo así? Todo me pareció confusamente
real. Los colores, los sonidos, hasta los olores y las sensaciones. Era como sentir l telas entre
mis dedos, como si realmente las estuviera tocando. Había música, y personas con máscaras
de todos los colores, un maestro de ceremon arlequín…

¡La fiesta de Grace! ¡La de beneficencia! No fue un sueño, ¡estaba recordando! Era la fiesta a la
que Christian me llevó cuando regresamos, la misma obsequió los zarcillos Cartier de segunda
oportunidad, la noche de las bolas de plata.

Repentinamente tengo la espalda rígida, los hombros tensos y los ojos abiertos de par en par.
Recuerdo algunos detalles con bastante nitidez, pero o haberse desdibujado. ¿Era la mujer de
la máscara como casco morena? ¿El rechazo que sentí hacia ella en mi sueño lo sentí también
en su presencia? da vueltas en la cabeza, enunciada por una voz sibilante y baja como el
bisbiseo de una serpiente.

"Si vuelves a hacerle daño, iré a por ti, señorita, y eso no te gustará nada"

Oh, joder. Ya sé quién es.

Recibo un mensaje de texto que lo confirma todo. No hay vuelta atrás.

–¿Sra. Grey?

Miro parsimoniosamente a la derecha, justo por donde Taylor acaba de entrar y por donde se
acerca a mí con la preocupación grabada en las faccione vuelto casi tan bueno como Christian
al momento de detectar la intensidad de las ideas que me pasan por la cabeza, y en ocasiones
también su natur

–¿Está bien? –llega a mi lado, y no sabe si cogerme un codo o esperar una reacción.

Mi cerebro ha dejado de procesar ideas, situaciones, cualquier cosa. Justo ahora sólo tengo
una misión en la mira, y sé que Taylor va a intentar imped

–Necesito el coche –murmuro.

–¿Disculpe?

–Dame las llaves, hay algo importante que debo hacer –me adelanto con la intención de
cogérselas por sorpresa, pero Taylor no es la mano derecha d sólo porque salga bonito en las
fotos. Reacciona rápido, se aparta y me coge las manos.
–Señora, ¿qué ocurre? ¿Para qué las quiere? –por como lo dice, creo que imagina que otra
vez me voy a meter en problemas.

–Sólo las necesito –murmuro–. Sé quién tiene a mi hijo. Necesito ir con él –las lágrimas
corren por mi rostro, de nuevo–. Por favor, Taylor.
–Señora… me temo que no puedo permitírselo. Si lo sabe, es mejor hablar con el señor Grey y
con la policía. Deje que los profesionales se hagan car suplica, nos hemos llegado a estimar
tanto el uno al otro que es evidente que le altera verme desmoronar.

Pero no, justo ahora eso es lo último en mi lista de quehaceres.

–No lo entiendes, no hay tiempo. Ella sabe que yo lo sé, si no voy enseguida… –la voz me
falla. Me aferro a sus mangas en una súplica silenciosa.

Taylor me mira. Sus ojos firmes aunque amables permanecen soldados a los míos, lentamente
veo que absorben mi dolor y cala dentro de él la deses la esposa de su jefe, sino de una madre
que quiere recuperar a su hijo. Taylor es padre, él debe saber cómo se sienten estas cosas.

–¡Por favor! –le suplico de nuevo.

–Señora, yo…

–¿Qué harías si se tratara de tu hija? ¿No cruzarías montañas, desiertos, campos minados y
hasta la mismísima Tercera Guerra Mundial sólo para salv creyeras que tienes una mínima
oportunidad? Si la secuestraran y lograras averiguar el paradero, ¿esperarías ayuda o tratarías
de ayudar?

Mi voz se quiebra una y otra vez como los platos de una vajilla en una fiesta griega. Siento las
mejillas ardiendo, las debo tener enrojecidas por el llan pasión que hay tras mi desesperación y
cada una de mis palabras.

Por otro lado, Taylor luce tan desencajado y atormentado que por un momento creo que al
haber dicho todo lo que dije, arruiné mis posibilidades de c ayuda, si es que alguna vez las
tuve. Me estoy preparando mentalmente para una pelea con gritos y chillidos incluidos cuando
él habla y me deja des

–No la dejaré ir sola, y no hay discusión. Yo la acompañaré. –Pesca las llaves del bolsillo de
su pantalón, me coge del brazo y nos saca del hospital.

Aún no acabo de creer el giro que ha tomado esto cuando me coloco el cinturón de seguridad y
Taylor arranca el coche a toda velocidad; pienso que q desacelerar para no llamar la atención,
pero justo ahora eso no es importante.

–¿Por dónde? –inquiere al meterse en la I-5.

Saco mi Blackberry y leo la dirección que pone el mensaje procurando no pensar en el inicio
del mismo:

ES MOMENTO DE QUE PASADO Y PRESENTE COLISIONEN, SÓLO UNA PUEDE SER PARTE
DEL FUTURO. LA ESPERO, SRA. GREY.

Los kilómetros se me hacen interminables, a cada minuto que pasa siento que estoy más cerca
de implosionar. Justo cuando voy a perder los nervios decididamente loca, una loca agresiva de
las que lanzan patadas y mordiscos y gritan cual si las estuvieran torturando, Taylor desvía la
SUV de la ruta conduce por unas calles descuidadas y muy angostas. No sé cuánto hemos
recorrido ni si seguimos o no en Seattle, sin embargo, eso no me pone má
Nos apeamos del coche. Taylor saca su arma, listo para disparar. No puedo evitar fruncir la
boca en una mueca, toda arma es de doble filo y no me ha gracia que ésta en particular sea de
fuego también. Lo sigo muy de cerca mientras nos internamos en lo que parecen los terrenos
de una casa señori Bueno, quizá no abandonada, pero sí muy descuidada. Puede que en otro
tiempo haya sido hermosa, pero ahora está mugrienta, deslucida y casi cay pedazos.

Llegamos a la puerta principal y entramos. Tengo esa sensación de temeraria estupidez que
caracteriza a los protagonistas de las películas de terror. detiene en el recibidor, a unos metros
de una impresionante escalera de madera con tallados en los pasamanos, se saca el móvil y
teclea algunas cosa apagarlo y guardárselo nuevamente. No tengo la voz para preguntarle qué
hizo, así que lo dejo pasar y continuamos.

Por dentro, la casa está tan o puede que más deteriorada que fuera. Muebles viejos roídos,
algunos cubiertos por mantas gruesas; cuadros amarillen en las paredes donde el papel tapiz
se está cayendo. Sospechosamente, a pesar de la decadencia, el lugar está tan limpio como
una tacita de plata, c hace más que inquietarme el doble.

Una puerta rechina a nuestras espaldas. Ya estando en la amplia sala de estar, Taylor se gira
velozmente con el arma en alto, protegiéndome con su e Yo tiemblo toda, aunque trato de
controlar los latidos de mi corazón en un intento de escuchar algo.

Pasos, o eso me parece. Son como los de un ratón, primero se escuchan acá, y luego al otro
lado de la estancia para de nuevo acercarse con una rapi sorprendente. Un grito de niño
desgarra la falsa calma en que estamos envueltos, un grito que me hace querer desplomar.

–¡Teddy! –grito con todas mis fuerzas.

–¡Quédese quieta! –ordena Taylor. Consigue cogerme cuando me lanzo en dirección al grito y
no me deja ir. Por momentos tengo la fuerza necesaria contra él y su agarre, y por momentos
no. Los músculos quieren fallarme del todo pero me niego a rendirme estando tan cerca.

En un momento dado me veo libre de los musculosos brazos que me aprisionaban. Giro y me
encuentro con el pesado cuerpo de Taylor desplomado e inconsciente. Una mano delicada,
huesuda y enfermizamente traslúcida se acerca para cogerle el arma. Un escalofrío me recorre
la columna cuando s pegado a la mano, llego al cuerpo y subo hasta el rostro.

Santo cielo.

Desnutrida, envejecida casi cien años, huesuda pero arrogante como siempre. Si no supiera
que es real, creería sin temor a equivocarme que estoy a fantasma más aterrador de todos. Y
su voz… es como uñas en la pizarra.

–Pues bien, Anastasia, otra vez cara a cara. Esta vez, sin embargo, le tengo a Christian una
propuesta mejor. Sólo hace falta que venga.

Estoy paralizada por la impresión y el miedo. Quiero gritarle que deje a mi hijo, que no se meta
con mi marido. Estoy tentada a golpearla con lo que s más cerca y luego buscar a Teddy.
Deseo que Christian consiga recordar a quién le obsequió los pendientes, porque yo ya lo sé.

Y lo último que sé antes de ser consumida por la negrura de la inconsciencia es que ella me ha
golpeado con una inusitada cantidad de fuerza en la ca me da vueltas. Es un alivio que no vaya
a estar consciente para sentir dolor.


.
CHRISTIAN

Maldigo entre dientes antes de contestar el teléfono. Tengo la tentación de desconectarlo y


trancar la puerta para ver si así me dejan en paz de una v

–Andrea –pronuncio con voz glacial. Ella se lanza al motivo de su llamada sin caer en disculpas,
tartamudeos ni ninguno de esos comportamientos de incompetentes que tan poco tolero. Intento
no perder la paciencia mientras la escucho–. No, ya te lo dije. No quiero que me pases llamadas
a no ser que tú ya sabes, y eso lo abarca todo. Me importa una mierda si es el presidente, no me
lo pases.

–Sí, señor –es su suave respuesta.

Cuelgo con un golpe. Sé que he sido brusco con ella, más de lo que yo mismo considero
aceptable; si me cogía más enfadado es probable que las cos llegado, quizá, incluso al acoso
verbal. No es que lo haga a propósito, no suelo ser así con mis empleados por más que me
exasperen, pero justo ahor cabeza para pensar en mi hijo y para pasarme los dedos a través del
cabello. Nada más.

Consulto mi Blackberry esperando ver un e-mail de Ana. No hay nada. He estado haciendo esto
por las últimas dos horas, prácticamente desde que l el hospital, y no puedo evitar sentirme
frustrado. ¿Qué le cuesta enviarme un sencillo mensaje para hacerme saber que todo está
bien? Me repito una no debo perder los nervios, aunque no resulta ni remotamente tan fácil
como ella siempre lo pinta.

Comienzo a creer que de verdad moriré a los cuarenta años, pero sólo por culpa de mi poco
considerada esposa.

El móvil timbra. Se está quedando sin baterías. Salgo y lo dejo cargando con Andrea para luego
volver a mi oficina, sentarme en mi silla de respaldo sintiéndome impotente e inútil.

Si tan sólo mi Ana estuviera aquí…

El teléfono vuelve a sonar, esta vez no ahogo la maldición.

–Dime, Andrea –contesto con un suspiro.

–Hay alguien en la línea que desea hablar con usted, señor. Dice que su nombre es Isaac y que
puede tener información sobre su hijo y su posible pa no quiere hablar de ello por teléfono.

Mi ceño fruncido se profundiza mientras Andrea habla. Cuando termina, tengo una sensación
de opresión en el pecho tan aguda que no puedo sencill pasarla por alto como suelo hacer. Si
de algo me he enorgullecido siempre es del agudo instinto que tengo para detectar problemas y
contratiempos, la alarma me suena por toda la cabeza.

Le dijo que lo deje subir y lo pase directo a mi oficina tan pronto llegue a la planta. Luego cuelgo.
Algo no anda bien. Si es quien yo creo…, si esto de tiene que ver con… No, es ridículo además
de imposible. Ella no haría una cosa así, no puede estar tan trastornada como para llegar a
semejante nive sobre todo teniendo tanto para arriesgar.

Me reclino en la silla y contemplo Seattle a mis pies, apacible, sospechosamente silenciosa y


tranquila. Algo me dice que hoy no va a ser ni de cerca u temo descubrir por qué.

El timbre del ascensor al llegar resuena tímidamente incluso al interior de mi oficina. Dos pares
de pasos resuenan casi estruendosamente en la calm mi edificio, se dirigen a mí. Segundo y
medio después Andrea abre la puerta y me anuncia que Isaac está aquí, le hago una seña para
que lo deje pa algo de él y quizá tuve ocasión de verlo un par de veces, pero tenerlo frente a mí,
consciente de quién soy y de lo que alguna vez pudimos tener en c vuelve todo
inusitadamente… incómodo.

Mi primer instinto al verlo casi intimidado ante la puerta es ordenarle que escupa de una vez para
qué rayos vino a verme, sin embargo, años y años educación ganan.

Por ahora.

–Siéntate. –No le quito ojo de encima mientras él hace su camino en dirección al mismo sofá
donde Ana se sentó para la entrevista que nos cruzó. ¿P he sabido nada de ella?– ¿Puedo
ofrecerte algo?

Acobardado, niega con la cabeza.

–Estoy bien.

Asiento, recorriéndome el labio inferior con el índice en tanto lo estudio con más atención.

Está nervioso, es evidente por cómo se retuerce las manos y se acomoda continuamente en el
asiento. También encuentra incómoda la situación y mu lugar. Bueno, al menos en eso
coincidimos. No me mira a la cara, no me fío de las personas que no me miran a la cara.

Los minutos pasan, el silencio se condensa a nuestro alrededor. Joder, no tengo paciencia para
esto. Si sólo vino a admirar la decoración de mi oficina acabar con esta tontería justo ahora.

–Me temo…
–Señor Grey…

Nos interrumpimos mutuamente. Callo y aguardo a que él inicie de nuevo…, cosa que no
parece estar dispuesto a hacer.

–Andrea me dijo que tienes información del paradero de mi hijo –voy al grano sin apartar mi
acerada mirada gris de la suya. Más le vale que sepa qu idea intentar jugar conmigo justo
ahora.

–Pues… eso creo –masculla.

Alzo una ceja. ¿Lo cree o está seguro?

–Yo… –se lleva una mano a la nuca y respira hondo– creo que usted sabe quién soy, ¿no?

–A no ser que las cosas hayan cambiado en los últimos dos años, sí –confieso.

–Vale. Lo que yo quiero decirle..., lo que vengo… –gime. Está asustado, y entonces sale con
algo que logra dispararme las cejas con auténtica sorpre quiero que me prometa inmunidad y
que todo lo que yo le diga será absolutamente confidencial. No… no puede darle mi nombre a
la policía ni…

Esconde el rostro tras las manos y se inclina sobre sus rodillas hasta que éstas le tocan los
nudillos. No sé si me habré vuelto loco o el golpeteo pesad desacompasado de mi corazón me
está haciendo oír cosas, pero casi podría decir que lo oigo sollozar.

Ahora sí estoy comenzando a molestarme. ¿Qué rayos hizo este idiota?

–Estás demasiado alterado para ser un simple informante o testigo. ¿Por qué

me pedirías inmunidad si no fueras un cómplice? Isaac alza la cabeza,

sorprendido y muy, muy nervioso.


¡Maldición!

–Señor…

Salto de mi asiento y me pongo en pie. Tengo los puños tan apretados que casi no siento los
dedos, mi mandíbula está tan tensa que seguro se me d

–Si no quieres que te muela a golpes, habla. Si tuviste que ver con el secuestro de mi hijo pero
me dices todo lo que sabes, prometo darte una venta segundos antes de perseguirte con un
arma en mano. ¡Habla! –ladro con fuerza, haciéndole dar un respingo.

Aún así, pasan varios segundos antes de que su voz disminuida se haga oír en la sala.

–Unas semanas después de que se anunciara públicamente su compromiso con la señora


Grey, ella cayó en una depresión como no había visto nunca sesiones terminaban en llanto,
gritos y maldiciones, además de verse seriamente reducidas a un par de días a la semana.
Luego fueron un par de ve cuando me llamaba era sólo para que la consolara. No sé si me
entiende, ¿fuera de lo físico? –Asiento para que continúe–. Entonces un día, hace una
semanas, me llamó y dijo que tenía un nuevo juego en mente. Se oía recuperada e incluso me
invitó un par de veces a su casa para que lo comproba
¡y vaya si no lo estaba! –su boca se tuerce en una mueca desconcertada– Le dije que aceptaba
con mucho gusto, siempre y cuando fuera dentro de n límites. Ella aceptó, dijo que no haríamos
nada que no estuviera consensuado y entonces… inició. Todo se volvió muy raro. Realmente no
hablé con ell unos días, y si nos vimos fue para lo de siempre. Debo admitir que cuando la vi por
última vez me sorprendí muchísimo…, estaba muy cambiada.

–¿A qué te refieres con eso?

–Parecía desnutrida, loca. Se notaba que llevaba días sin ver una ducha, mucho menos usarla.
El cabello se le disparaba enredado en todas direccion huesuda que nunca y en sus ojos había
cierto brillo maníaco. Entonces, esa vez…

Calla y nuevamente recurre a la estupidez de enterrar la cara entre las manos.

–¡¿Esa vez qué?! ¡Habla, maldita sea, o me encargaré que te encierren en el calabozo más

asqueroso de Estados Unidos sólo por hacerme perder el j Mi amenaza le hace estremecer.

–Yo instalé la bomba que hizo explotar Grey Publishing –continúa con voz

amortiguada por los dedos que aún le cubren el rostro. Me quedo de piedra.

No me muevo, creo que dejo de respirar, la sangre me abandona la cara de golpe. Mi cerebro
no es capaz de procesar lo que acabo de oír. La bomba a mi esposa, la bomba que la hirió…

Lo cojo con ambas manos de las solapas de la chaqueta y con toda mi ira lo estrello de
espaldas contra una pared. Nuestros rostros están tan juntos verle bien la cara, pero me vale
mierda; sólo necesito que sepa que lo mataré por esto, me diga lo que falta o no.

–¡Eres un hijo de puta! –le siseo– ¿No sabes que estuviste por matar a mi esposa, a mi suegra
y a mi hija? ¿Ella te mandó a hacer eso? ¿Qué quería? vez antes de volver a pegarlo al muro–
Dime algo, lo que sea, para no matarte a golpes aquí mismo.

–¡Sí, ella me mandó! ¡Dijo que la bomba era inofensiva, que sólo quería darle un susto a la
señora Grey! Se suponía que era una máquina de humo s

–¡¿HUMO?! ¡DE ALLÍ SALIÓ MÁS QUE HUMO!

–¡Lo sé! ¡Lo supe después, cuando sentí la onda expansiva! ¡Le juro que no lo sabía antes! No
soy un psicópata ni un asesino a sueldo. De haberlo sa

Su voz se desvanece entre los jadeos desesperados que salen de su garganta obstruida por
mis manos cada vez más cerradas alrededor de su cuello y otra vez que debo tranquilizarme,
no debo perder el control, pero me resulta casi imposible pensando que mi Ana pudo haber
muerto por culpa de miserable, de él y de…

Entonces la veo, la cicatriz en forma de media luna en el carrillo. Recuerdo a Ana hablándome
vagamente de lo que le contó su recepcionista de la ap chico que había dejado ese maldito CD
en Grey Publishing. Es decir que Isaac no sólo instaló la bomba que acabó con el edificio
donde trabaja mi esp además fue él quien le dejó la carnada, y Ana, estúpida y necia como
sólo a ella he conocido, decidió picar.
¡Decidió picar! ¡Ella sabía que la secuestradora la estaba atrayendo a una trampa, y aún así
fue! Maldita sea.
–¿Hace cuánto lo sabías? –lo zarandeo tan fuerte como me dan los músculos– ¡¿Dónde está
mi hijo?!

–¡Lo supe el día de la explosión! Hasta entonces no me había pedido hacer nada especial,
aunque sí sospeché que estaba en algo extraño. Lleva sema en casa, siempre me recibe ahí, y
últimamente también lo ha hecho, pero por el polvo y el olor es evidente que no pasa mucho
tiempo allí.

Se me ocurre una idea.

–¿Cómo sé que tu presencia aquí no es parte de sus planes?

La expresión de su rostro cambia tan radicalmente que por un momento hasta considero
creerme su historia ridícula hasta el último punto.

–Yo no maltrato ni trafico ni secuestro niños, señor Grey, y tampoco me relaciono con personas
que lo hagan. Independientemente de que vaya preso confesar, no podría vivir mis días
sabiendo que permití que abusaran de un pequeño de dos años. Nunca.

Sus ojos son fríos, su voz es baja. Ya no tiembla, aunque yo todavía dudo.

–¿Ella es peligrosa?

–Es inestable –se encoge de hombros–. Al menos ésa es la impresión que me dio. Yo creo...,

creo que la bomba era más para usted que para su espo Frunzo el entrecejo.
–¿Por qué sería para mí?

–Me parece que intenta captar su atención. Se la ha pasado últimamente murmurando su


nombre cuando creía que yo no la escuchaba. Solía decir " tener que ver la luz o yo le haré
verla, como la última vez". No sé a qué se refiere, pero eso es lo que me hace pensar.

Bueno, Grey, es lo mejor que tienes. De hecho, es lo único que tienes. O confías en lo que te dice o
sigues halándote los cabellos y dándote golpes co
Me digo mientras medito qué hacer. ¿Acaso no estás harto de ver la cara de desolación de Ana
cuando llegas a casa?

Oh, Ana. Mi Ana. No quiero seguir sintiendo que le fallo. Cada día que regreso a casa sin
noticias, avances o nuestro hijo es como si estuviera confirm soy incapaz de cuidar de mi
familia. No quiero eso. Quiero que ella me vea como un pilar, no como el sismo que hace que
todo se desmorone. Quiero pero no para ahogarla en mi mierda, justo como está sucediendo.

Siento la urgente necesidad de ir con ella y no precisamente porque la extrañe, que sí

lo hago, sino porque presiento que algo va mal. Todo se ha puesto de cabeza.

–Digamos que decido creerte una última cosa –pronuncio lenta y claramente hacia Isaac–, y
como tú sabes exactamente lo que te conviene me vas a mismo dónde piensas que puede
estar mi hijo. Si resulta ser cierto, quizá considere pedir para ti cadena perpetua en lugar de
pena de muerte.

Salgo de mi oficina como un bólido. Voy al escritorio de Andrea para recuperar mi Blackberry
y decirle:

–Llama a la policía y diles que vengan enseguida. Isaac está en mi oficina, no lo dejen salir –
luego corro treinta pisos hacia abajo por las escaleras. El resulta catártico, casi liberador y muy
confortable justo ahora; ayuda a controlar los espasmos musculares que abren y cierran mis
puños, ojalá tamb para desaparecer la angustia. Mi mente va a mil por hora intentando
comprender lo que está pasando y por qué. No ha razón. ¿Qué le pasa? Siento q perdiendo de
algo importante y no acabo de descubrir lo que es.

¿Qué mierda está pasando?

Cuando subo al coche, Ryan arranca casi enseguida a una velocidad que, sin duda, va por
encima del límite. A la mierda. Enciendo la Blackberry, otra mensajes nuevos. ¿Por qué no hay
mensajes nuevos? ¿Qué rayos pasa con Ana?

La llamo, nadie atiende. Le dejo un mensaje de voz con la esperanza de que mi desesperación
la haga sentir tan mal que más nunca olvide mandarm mensaje si sabe cómo me pongo
cuando no sé de ella. A veces me pregunto qué tiene esa mujer en la cabeza, o si lo hace
adrede. Después se queja tengo vigilada, ¡ella se lo busca!

Suspiro hondamente. Cálmate, Grey, cálmate. Esto ha pasado antes, quizá se quedó sin batería o
dejó el móvil olvidado en algún lugar de la casa. Ta dormida o hablando con su madre… Bueno,
pero podría haberme avisado.

Los minutos que tardamos en llegar a Escala se me hacen tan interminables que, cuando
finalmente diviso la entrada del edificio a unos metros por d espero a que Ryan acabe de
detenerse cuando ya he saltado del vehículo, entrado en el edificio al trote y marco con
desesperación el botón del maldit

El viaje de subida acaba siendo el instante más insoportable de mi vida, no paro de dar vueltas
por la cabina, maldecir y pegar uno que otro puñetazo Definitivamente, si Ana está en casa,
tendré que tener un intensivo con Flynn.

Las puertas se abren, salgo disparado del ascensor y entro en casa. Lo primero que veo al
internarme en el salón es a Carla dándole biberón a Phoeb grandes ojos azules se disparan a
mi rostro tan pronto apersonarme.

Ver a mi hija alimentándose sin su madre aumenta mi angustia.

–Hola, Christian –Carla mira su reloj–. Creí que volverías más tarde.

–Hubo un… cambio inesperado que me hizo volver. ¿Dónde está Ana?

Ella me observa con curiosidad, mi corazón palpita con demasiada fuerza entre las costillas
mientras espero su respuesta.

–Aún no ha

vuelto –

dice

tranquilam
ente. El

alma me

cae de

rodillas.

–¿Has

hablado

con

ella? –

murmur

o. Niega

con la

cabeza.
–¿Pasa algo? –pregunta ahora más atenta.

–Espero que no. ¿Y Gail?

–En la cocina. ¿Qué ocurre, Christian? ¿Es sobre Theodore?

Escuchar ese nombre me pone peor. Mis nervios están por colapsar, y si lo hacen no me hago
responsable de mi lengua.

Voy a pasos agigantados a la cocina. Veo a Gail justo cuando ella se gira para mirarme. La
sonrisa se le evapora del rostro tan pronto capta mi expres

–¿Taylor volvió?

–No, señor. Fue a buscar a la sra. Grey al hospital hace… –

mira su reloj– harán unas tres horas y media. Joder, joder,

joder. ¡Por qué coño me pasan estas cosas!


–¿Hay algún problema?

Me niego a contestarle. Me niego a hablar con absolutamente nadie en estos momentos,


necesito estar a solas para organizarme y pensar. Gail, y ésa cosas que me encantan de ella, lo
capta enseguida y se lleva a Carla para dejarme el terreno libre. Tomo asiento en una de las
banquetas, apoyo los c superficie de la isla y la cabeza en las manos.

Isaac no me dio una dirección específica, sólo me habló de una construcción antigua, como una
casona de época o algo similar. ¿Dónde demonios voy lugar así y saber que se trata de la
casa? ¿Cómo pudo ella ser capaz de esto? ¿Por qué lo hace? Ana tuvo razón cuando me dijo
hasta el cansancio que más que una abusadora, una pederasta, y yo me vengo a dar cuenta
tarde.

No, aún no es tarde. ¿O sí?

Recuerdo el día que escuchamos el CD. Recuerdo su llanto, sus lamentos, la vocecita de mi
hijo, tan familiar a la mía cuando gritaba por mi mamá… M es lo peor de todo, pensar que a él
puede ocurrirle lo mismo que a mí si no lo encuentro pronto. Lo poco que recuerdo de mis
primeros años de vida Aún hoy, cuando las pesadillas invaden, es como volver a ser débil y
estar indefenso, con hambre, con frío…, solo.

Y ahora esto: mi esposa tampoco aparece. No sé por qué creo que si doy con Tedd voy a
hallarla, pero admito que no me alienta de ninguna formar t
¿Cuándo aprenderá Ana a decirme las cosas?

Nunca, eso lo sé sin que me lo digan, especialmente si ella cree que es lo que debe hacer
para mantenerme a salvo.

–¡Niña estúpida!

No es como que pueda vivir sin ella, ya no. Si ella faltara yo tendría que hacerme cargo de
nuestros hijos, ellos sufrirían conmigo, todos sufriríamos si
¿Acaso no se da cuenta? Faltando ella la oscuridad volvería a consumirme. Su presencia, su
voz, todo es como una campanilla que al sonar hace retro sombras, al miedo.

Una campana.

Una campanilla… Campanilla.

¡Ya sé dónde tienen a Tedd!

Brinco del taburete con renovada energía. Recorro la distancia que me separa del recibidor en
prácticamente unos pocos segundos. Tomo la llave de vuelvo a las dos mujeres que me
observan con cara de preocupación.

–Ninguna se mueva de este

departamento sin Sawyer y

Ryan. Salgo.

¡Cómo no reconocí las campanadas al escucharlas! Tanto tiempo sometido a ellas, tanto tiempo
considerándolas parte de mi día a día y no las identifiq estar ahora todos reunidos, juntos,
sanos y salvos. Sabría dónde está Anastasia y… ella estaría justo ahora pudriéndose en
prisión. Después de lo que última vez que nos vimos estuve dispuesto a dejarla marchar y ya,
pero ahora quiero venganza, justicia, o como mierda quieran llamarla.

Aunque... ¿de verdad es culpable? ¿Qué tal si fuera víctima de las circunstancias? Sí, lo
admito, lo que me contó Isaac es incriminatorio aquí y en Pek está tan mal como él dice, quizá
no sea del todo culpable.

Joder, estoy confundido. No sé qué pensar. No puedo sencillamente olvidar años y años de
larga amistad por el testimonio de un hombre que, a fin de había tratado jamás y del que no sé
mucho. ¿Qué pasa si él le guarda resentimientos por algo y quiere utilizarme para vengarse?
Realmente no quier ella es el cerebro y la mano ejecutora de la operación. Quizá podamos
llegar a algún tipo de acuerdo, cualquier cosa.

Pongo el R8 en marcha. Mientras me abrocho el cinturón escucho la entrada de un mensaje.


Doy un respingo pensando que puede ser Anastasia, per Taylor.

LA SRA. GERY HA RECIBIDO UN MENSAJE. ESTAMOS EN UNA ANTIGUA CASA AL FINAL DE


UN CALLEJÓN, CERCA DE LA I-5. ESTO NO ME GUSTA.

Pone una dirección y me apresuro a coger el camino. Mentalmente me hago una nota para
recordar subirle el suelo a Taylor, sin él es muy improbable hallar la casa yo solo, ya que
cuando iba era un adolescente problemático y demasiado estúpido como para prestar atención
a "nimiedades" como el c calles que pasábamos. No obstante, también pienso con mucha
menos esperanza que de no estar en problemas Taylor me habría llamado para avisar hizo, y si
él está en problemas entonces Ana…

Piso el acelerador casi hasta el fondo, el R8 se convierte prácticamente en una bala. Sigo las
indicaciones con cuidado, y antes de poder maldecir una encuentro ante la casa. No está ni de
lejos como la recordaba, ahora parece a un soplo de viento de derrumbarse. Luce
abandonada, la madera podri salubre.
Pienso un poco y no puedo evitar preguntarme qué papel juega ellaen esto. ¿Conoce a la
secuestradora? ¿Fue quien la contactó? ¿Cuántos más hay a
¿Tendrán motivos personales o sólo quieres chuparle la inmensa fortuna?

Respiro hondo, quizá mi última bocanada de aire más o menos puro, y entro. Dentro es peor
que fuera. Polvo, cosas rotas, sábanas raídas por doquie Decididamente no se parece a la
mansión maravillosa que solía visitar años atrás.
Al final del pasillo hay una puerta entreabierta y se escuchan sonidos de pasos y murmullos
apresurados. Recuerdo que ahí estaba su sala de juegos. arrodillé muchas veces, allí me
sacaron la mierda muchas más. Avanzo lentamente como hipnotizado, de veras me gustaría dar
media vuelta y largar dedos en la vieja puerta de madera y la empujo, las bisagras protestan
pero casi no soy consciente de eso.

No soy consciente de nada, más que de la vista de la habitación.

Las paredes son marrones, los instrumentos siguen en su lugar. En el techo, colgando cerca de
una de las esquinas, yace quieta una campanilla que más inofensivo de toda la habitación.
Grilletes, varas, látigos, fustas, una gran cruz de madera oscura, muebles de cuero negro e
infinidad de cosas m también tengo algunos objetos como éstos, sé que yo también juego con
ellos, pero cuando mis ojos reparan en Ana me parece estar en una película Unas cuerdas
mantienen unidas sus muñecas y tobillos, le rodean la cintura y la mantienen suspendida de una
rejilla en el techo. Una mordaza de bo mantiene la boca abierta y bien cubierta. Va desnuda, a
excepción de la ropa interior de encaje rosa, los tacones que traía puestos hoy y… ¡un collar d

¡Mierda! Soy incapaz de apartar la mirada. Es la imagen más espeluznante y grotesca que he
visto jamás. ¡¿Cómo se atreven a hacer eso a mi esposa completamente indefensa, dolorida, casi
exhausta; no recuerda para nada a la chica decidida e ingeniosa con la que he estado viviendo. Es
como un atrapado en la redes de un cazador.

Me acerco con vacilación, siento que ya no estoy en mi cuerpo, que todo esto lo veo a través de
los ojos de alguien más. Todo lo que de plano Ana rec sumisa –la mordaza, la suspensión, el
collar– lo está experimentando ahora, sólo que la diferencia está en que yo lo habría hecho para
nuestro placer pensado para lastimarla, dejarle marcas en el cuerpo y ser tan doloroso como
resulte posible; incluso el tipo de cuerda es el más tosco que hay para a nadie.

La posición de su cuerpo me parece antinatural, como si hubiesen intentado hacer un círculo con
ella. Veo cómo el pecho le sube y baja, poco, pero r intenta desesperadamente respirar. El cabello
también ha sido atado con la soga, y es precisamente el motivo por el que ella no puede bajar la
cabeza mejillas resplandece a la débil luz de ambiente el rastro dejado por las lágrimas.

–Ana… –mi voz es prácticamente inaudible. No me puedo creer esto.

Doy un paso en su dirección cuando una voz me detiene y su frialdad cala hasta mis huesos.

–Hola, Christian.

Me vuelvo despacio, enojado, asustado, sorprendido. Isaac tenía razón, parece un esqueleto, y
eso es ser generoso. Nos miramos a los ojos en silenci intentando medir hasta qué punto perdió
la rosca y qué tan peligrosa puede llegar a ser sin su monito faldero principal respaldándola. Me
pregunto q estúpido fui al haber venido solo y desarmado, por más que me desagraden las
pistolas, pero toda duda se evapora con una sencilla palabra.

–¡Papi!

¡Tas! Un derechazo directo al estómago. Ella se aparta para permitirme ver a mi hijo atado a una
silla con la misma cuerda que restringe el cuerpo de Tiene la carita surcada en lágrimas, las
mejillas pálidas y hundidas. Es evidente que está mucho más delgado, pero está vivo.
¡Tedd está vivo!

Oh, ¡gracias!

Doy un paso al frente, me yergo cuan alto soy, reúno mi rabia, aprieto los puños. Justo ahora no
me importa quién demonios la esté obligando a esto significó para mí. Se metió con mi familia y
eso no lo voy a consentir.

Ella, inteligente como siempre, saca un arma y apunta a la cabeza de Tedd haciéndome
retroceder al instante.

–¡Maldita loca trastornada! Te exijo que los dejes –ladro, rabioso.

–Me parece que no estás en posición de exigir nada, querido. Aunque puedes tener por seguro
que te tengo una oferta que no vas a poder rechazar hasta hacía poco muertos, resplandecen con
un brillo que me hace apretar los dientes.

–¿Qué te hace pensar eso?

–Oh, sólo es una corazonada –mira el arma en la mano casi con cariño y luego

a mi esposa con algo completamente opuesto. La adrenalina y el pánico se

disparan en mi torrente sanguíneo.

Ella tiene razón. Ella tiene a Ana, ella

tiene a Tedd, así que me tiene a mí.

Alzo las manos para apaciguarla.


–De acuerdo, ¿qué quieres, Elena?
ANASTASIA

¡Está aquí! ¡Christian está aquí, lo recordó! ¡Sabe que fue Elena, siempre ha sido esa maldita
demente enferma, su querida señora Robinson! Espero todas las veces que demostré mi
aversión hacia ella y tenga la gracia de darme la razón esta vez.

–¿Y bien? ¿Qué diablos es lo que quieres? –insiste él de mala gana.

Casi puedo ver a esa horrible víbora lamiéndose los labios con presteza. ¿Qué demonios
estará tramando?

–¿Yo? Sólo quiero recordarte que pese a ser un hombre poderoso, la vida siempre va a poder
más que tú, Christian.

–¿Qué quieres decir con eso?

–No puede tenerse todo lo que uno desea sin importar lo mucho que se luche. Esa lección la
aprendí demasiado tarde lamentablemente, y me salió m Con esto quiero brindarte la
oportunidad de aprender de mis errores, cosa que sólo lograré poniéndome en el papel y
dándote una sencilla elección p corazón retumba en mis oídos, no puedo escuchar bien–. Te
dejaré marchar de aquí pero sólo una persona puede acompañarte; debes escoger entre
esposa –casi escupe, desprecio supurando cada palabra– y tu hijo. Sólo uno.

Me quedo de piedra al racionalizar lo que ha dicho. No, algo tan irracional no se puede
racionalizar. ¡Es imposible que esté tan trastornada!

–Tiene que ser una broma –escucho que musita Christian.

–Nunca había hablado tan en serio en toda mi vida –es su cínica respuesta.

Siento la creciente ira de Christian en cada una de mis fibras musculares, abriéndose camino y
llegando a ocupar todo el espacio libre de la habitación armada apuntando a mi hijo y mi marido
por perder los nervios, temo incluso por Taylor encerrado quién sabe en qué parte de esta
mansión del terro que esté vivo y bien.

–Elena, lo digo en serio. ¡Bájala en este instante!

–¿Por qué? Ella luce bastante cómoda. –¡Y una mierda!– Yo no la escucho quejarse, ¿tú sí? –
se ríe de su propio chiste perverso con resuellos asfixiado de los dientes de Christian se une al
perturbador sonido–. Además, el control de la situación, por si no lo has notado, lo tengo yo. Sé
que ceder el ma gusta, querido, pero esta vez tendrás que hacer una concesión y amoldarte a
mis órdenes.

–¿Por qué haces esto? ¿Cuál es tu jodido problema?

Y ahí está, el necio de mi marido negándose una vez más a creer que su señora Robinson es
incapaz de algo semejante a esto. ¡Abre los ojos por el a Christian!

–Creí haberlo dicho ya.


–Y un cuerno, Elena. Dime la verdadera razón. No secuestraste a mi hijo, intentaste matar a mi
esposa y haces esto ahora por tu estúpida ideología d jodida forma de proceder.

¿Qué más da? ¿Acaso piensa razonar con ella? ¿De veras es tan crédulo? ¡Vaya, hasta que mi
subconsciente decidió aparecer! ¿Dónde demonios anda cuando más la necesité?

–En eso tienes razón. Esta mocosa idiota llega con su ignorancia y su carita de mosca muerta y
tú caes rendido a sus pies en cuestión de semanas. Te te atreviste a comprometerte y casarte
con una mujer poco menos que adecuada para ti. Pero a mí, ¡a mí que te ayudé a ser todo lo
que eres hoy!, s

–¿Perdiste la tuerca porque la elegí a ella y no a ti? –pregunta, atónito, pero yo más bien me

siento asqueada. ¡Además de abusadora sigue siendo un Ella no contesta, lo que acaba siendo

una confirmación más que clara.


Christian bufa.

–Por favor, aunque no hubiera sido Ana jamás me habría casado contigo. Sencillamente nunca
te tuve ese tipo de sentimientos ni te percibí como una pareja romántica, lo sabes. Ese era
nuestro modo de operar y ambos lo sabíamos. Tuvimos una aventura sexual que acabó hace
años, ni más ni men

Vaya, su tono hiela-huesos. Va mejorando.

–Las cosas cambiaron –le replica ella.

–No para mí –ataja Christian con sequedad–. Nunca, y menos después de encontrar a Ana.

Para ser tan listo Christian a veces no piensa lo suficiente. ¿No se da cuenta que mientras
más me mencione más la hará enfadar?

–De acuerdo. Realmente ahora eso ya no es importante. Lo que interesa es el presente y tú


tienes una decisión que tomar antes de que me arrepient piénsalo bien.
Silencio. No hay más que respiraciones trabajosas y pesadas que fácilmente pueden tratarse
de mis propios intentos por resistir tanto la posición com Entonces, tras lo que parece una
angustiosa eternidad, Christian habla, y yo me siento morir.

–Te propongo una tercera opción –suelta casi en un jadeo lastimero–. Deja ir a Ana y a
Theodore, yo me quedaré.

¡No, Christian!

Me retuerzo, debato, lucho contra las cuerdas que aprisionan dolorosamente mis muñecas y
tobillos sin importarme que me puedan cortar la piel. ¡C va a quedar con esta loca peligrosa
bajo ningún precepto! ¿Cómo se le ocurre que yo podría sencillamente coger a mi hijo, dar
media vuelta y dejarlo

Claro. Él no quiere decidir entre salvarme a mí o a nuestro hijo. No quiere ser un mal padre pero
tampoco está dispuesto a abandonarme. Sabe que s en su lugar primero pondría a salvo a
Tedd antes de intentar nada más.

Tiene miedo de acabar siendo como su madre biológica. Eso es, más que cualquier otra cosa
que pudiera imaginarme, lo que me ayuda a entender q opción. No puede sólo intercambiar
papeles conmigo, tiene que escoger. Elena lo sabe y lo está utilizando en su contra para
causarle el mayor daño p

Sigo sin poder ver qué está pasando pero escucho el suelo de madera podrida crujir bajo el
peso de alguien.

–Tentador. Muy tentador –canturrea su suave voz rasposa, casi inaudible–. Sin embargo creo
que las normas de este juego las impongo yo, y ya te di

–¡Esto no es un maldito juego! ¡Estás atentando contra la seguridad de mi familia! –grita


Christian a todo pulmón. Pudo haberme provocado un respi por lo bien amarrada que estoy.
Casi puedo imaginármelo pasándose las manos por el cabello sin saber qué hacer.

–Sí, querido, lo es. Desde que me

llevé a tu querubín inició la partida.

Otro silencio.

–¿Fuiste tú la que entró en mi casa y se llevó a mi hijo? –suena más que sorprendido,
completamente atónito y descolocado. ¡Venga, la tiene ante sus show montado y yo como
atracción principal, ¿y aún tiene el cráneo tan grueso como para que la idea de que Elena es la
mala no se lo atraviese?!– N cerebro, también la secuestradora.

Como si se tratase de un sonido real, físico, escucho el clic que hace algún engranaje en su
cabeza al encajar con otro.

–El pendiente era tuyo. Yo te los regalé en tu cumpleaños –casi no se lo puede creer. De hecho
comienzo a albergar el temor de que sufra una apople

–Eran mis favoritos –confirma Elena–, y la zorra de tu mujer me arrebató uno cuando me golpeó
el rostro con esa maldita lámpara. ¿Sabes que estuv con un terrible dolor de cabeza por eso?
¡Mujer del demonio! ¿A nosotros qué mierda nos importa? Ojalá hubiese hecho más con la
lámpara que sólo provocarle migraña.

Esto está alargándose demasiado. Por como habla y luce, es evidente que Elena está aún
peor de la cabeza que antes, y no sé si eso la lleve a decidir ya no le parece "divertido", por lo
que ninguno de nosotros saldrá… con vida, al menos. Christian debería dejar de perder el
tiempo con ella, coger a lo más rápido posible. No sé qué diablos es lo que espera.

–Me parece que tu mujercita quiere decirte algo –canturrea. Se acerca cada vez más, su
atención, sin duda, atraída por mis contoneos desesperados inútiles de lucha.

La mordaza finalmente me libera la boca, necesito de unos segundos para acostumbrarme a


la extraña sensación de libertad.

–Llévatelo, Christian –uff, mi voz suena espantosa. Pastosa y desagradable, como la de un


enfermo terminal.

El jadeo de mi marido me llega a los oídos. El suelo cruje cuando da un paso en mi dirección
pero el brazo de Elena apuntando nuevamente a mi hijo detener en seco; Tedd ha estado
sollozando en silencio todo el rato, sólo se escucha cuando se sorbe tímidamente la nariz.

–Ana…, no puedo dejarte. No me lo pidas –es su torturada súplica.

–Tienes que hacerlo. Nuestro hijo está primero. Piensa en tu madre, en cómo de distintas
habrían podido ser las cosas si hubieras sido lo principal pa dejes que Theodore acabe igual.
Llévatelo.

–¿Qué hay de ti? ¿Y si no puedo volver? –la voz se le rompe; con ella lo hace mi corazón. Justo
ahora agradezco no poder girar la cabeza para contem

–Por supuesto que no volverás –interviene la perra. Ambos la ignoramos.

Cierro los ojos con fuerza, arropando nuevamente esa dulce ilusión de que si yo no lo veo a él,
entonces él tampoco me ve a mí. Sólo quiero que se va

–No importa.

–Ana, por favor. Te necesito.

–¡Y yo lo único que necesito de ti es que actúes como un padre de verdad y hagas lo que
tienes que hacer! –le chillo.

Cuando callo no es sólo silencio, es la despedida y el dolor que la acompaña lo que pesa;
entonces me permito sentir aliviada así sea por un efímero in Christian se lo va a llevar.

–De acuerdo –masculla con los dientes sumamente

apretados–. Suelta al niño, nos iremos. Elena

esboza una lenta sonrisa viperina.

–Buena decisión.
Sale de mi campo de visión, sus tacones resuenan por el antiguo suelo con un desagradable
toc toc. Un cuchillo rasga fibra, una cuerda cae al suelo y torturador del mundo se alza in
crescendo:

–Dile que suelte a mami, papi. Ella sigue cogando de techo.

Mis órganos se encogen con fuerza. Creo que voy a vomitar. Sé que Christian está tan a punto
de derrumbarse como yo, aunque a diferencia suya yo por mi destino como porque no acabe
de sacar a Tedd de esta ratonera.
–¡Papi! –insiste mi bebé.

et

e,

hri

sti

an

le

or

de

no

ha

ov

im

ie

nt

o.
–¡LÁRGATE O JAMÁS TE LO VOY A PERDONAR!

–Volveré por ti –susurra, una promesa fantástica que queda colgando entre los dos,
temblorosa, inconsistente.
Las pisadas van en la dirección correcta: hacia la puerta. Me alivia percibir decisión en cada
paso; sé que justo ahora no va a cambiar de parecer y es que necesito para afrontar con algo
más de tranquilidad todo lo que me espera.

La puerta se abre y se cierra suavemente. Aun desde fuera me llegan los gritos frenéticos de
mi hijo arrancándonos el alma a los dos.

–¡Papi, mami no viene! ¡Ella la tiene, no la dejes! ¡Ella mala, ella

lastimará mami! ¡Quiero a mami! ¡MAMIIIIIII! Luego… nada.

Se fueron.

–Bueno, parece que al final Christian no te amaba tanto como creía.

Cálmate, Ana. No reacciones. Me muerdo la lengua con fuerza.

–Ahora estás oficialmente a mi merced. Eres mía y por consiguiente haré todo lo que me venga
en gana contigo, ¿te suena familiar? –regresa conmig ocasión mirándome de frente y hasta
mesando suavemente mi cabello–. Quizá Christian no lo admite pero en lo más profundo de su
ser aún te ve co sumisa, y al dejarte aquí bajo la custodia de otro amo es como si te hubiera
prestado. La verdad es que no sé cuánto aguantarás antes de que los pu en el abdomen se te
suelten y una infección te mate, de modo que mejor nos ponemos manos a la obra, ¿no crees?
–coge mi barbilla, me obliga a mi verdadera pena. Estaba dispuesta a convertirte en la mejor
sumisa que Christian haya tenido jamás, pero parece que ése no es tu destino. En fin.

¡Otro amo! ¡Entrenarme! No contenta con alejarme de mi familia y esperar a que muera lenta y
tortuosamente, ¡pretende ocupar el tiempo azotándo encadenándome! ¡Está más que loca! Y
lo peor de todo esto es que me parece que con ella las palabras de seguridad no me van a
funcionar.

Elena me mira. Sus muertos ojos azul hielo parecen irradiar veneno.

–Quiero que sepas, Anastasia, que esto lo hago para mi placer. Pero no es un placer sexual ni
mucho menos. Es el placer que se obtiene con la venga quitaste a Christian, ahora yo voy a
despojarte incluso de las ganas de vivir –gira y camina hasta quedar junto a mis piernas; no
puedo verla, pero si arañándome la piel de los muslos–. Me parece que voy a iniciar
sonrojándote el culo y las piernas, ¿qué dices?

Aprieto los dientes, los párpados y los puños haciendo que las uñas se me claven más
profundamente en la carne. La mandíbula me duele, los brazos abdomen me duele, los
muslos… esos hacen mucho más que doler.

–Falta poco, sólo 25 más. Llevamos 22 así que estamos cerca de la mitad. Me sorprende lo
resistente que es tu piel, si tengo que ser honesta –contin como ha hecho por la última… ¿qué?
¿Eternidad? Es admirable cómo ignora tan olímpicamente mis chillidos amortiguados por la
mordaza y mis debat liberarme–. A estas alturas creí que ya estaría sangrando. Pero no. Sólo
está roja.

Me tenso nuevamente al sentir la corriente de aire que delata el movimiento de su brazo


echando hacia atrás, preparado para el siguiente azote. Com que lo peor de esto no son los
golpes en sí sino la expectativa psicológica que viene con cada uno; mientras más se alarguen
unos con respecto a otro cuando llega.

Las divagaciones me han supuesto pequeños pero placenteros escapes al dolor de mi cuerpo,
un dolor que me acribilla por todas partes. En ello me h de que mis dientes deben, con
diferencia, ser la parte más resistente de mi anatomía; llevo quizá horas mordiendo la bola de la
mordaza cada vez co no siento que se aflojen ni un poco. Por supuesto, intuyo que los planes
de Elena los pondrán a prueba.

La variedad de "curiosidades" que tiene este demonio con cuerpo de mujer en su cuarto de
juegos es superior a la de Christian. De hecho, este lugar impresión de ser una habitación para
interrogatorio de la Inquisición más que una estancia dedicada a cualquier tipo de placer. Sin ir
más lejos sólo h el pedestal al que me encuentro atada. Luce como un potro para gimnasia, por
uno de sus laterales salen dos barras de acero con grilletes al final a lo evidentemente, están
ancladas mis muñecas. De los extremos surgen unas cuerdas de cuero que sirven para
inmovilizar mi cuerpo sobre el potro, y para los pies se aseguran de mantener mis piernas lo
más separadas posible. Una cuerda un poco más fina hala de la parte posterior del collar para p
Elena me puso alrededor del cuello, y no es que diga que los collares para sumisos sean de
perros, es que ella me aclaró que el que yo tengo sí lo es.

Sólo debo que aguantar, repito una y otra vez como un mantra. Sostener la respiración, contar
hasta mil y luego aflojar. Podré con esto, sé que sí. El Christian y Tedd se hayan ido no supone que
me rinda. Christian encontrará la manera de sacarme, eso no lo pongo en duda, y mientras sólo
debo re

No es tan fácil.

–Bien, es suficiente –dice de pronto. Me soba suavemente el trasero escocido provocándome


nuevas muecas de dolor–. Aún faltan tres azotes pero n piel lo resista sin desgarrarse, y no
quiero que tu sangre ensucie mis cosas.

Da un rodeo a mi alrededor soltando las distintas cuerdas que me sujetan al potro, menos la
que aún hala del collar. Odio este maldito collar. Luego v plantarse ante mí.

–No te preocupes por la deuda, encontraré el modo de pasarla a algo más. No creas que

esto es lo único que tengo pensado para nosotras. Como si creyera que podría tener tanta

suerte.

Agotada, dolorida y débil, dejo que Elena me ate las muñecas al cabello por detrás de la nuca y
éste a la cuerda del collar. Así sólo puedo mover los pi temblores que sacuden mis piernas mi
equilibrio es precario.

Ella coge una vara de bambú, quizá lo de aspecto más inofensivo de toda la habitación, y me
azota las piernas. Sólo una vez. Es el golpe más doloros pone mi sangre en movimiento junto
con mis reservas de adrenalina. Es el único modo en que consigo ponerme en pie y andar
hasta lo que parece u que cuelga una cadena con otro par de grilletes en el extremo. Con las
manos estiradas sobre la cabeza, piernas abiertas y tobillos amarrados, mi po
viera en un espejo me recordaría a la Torre Eiffel.

–Hablemos un poco –se aleja para arrastrar una silla desde una de las esquinas de la
habitación hasta colocarla ante mí, a unos tres metros de distan asiento con una postura
remilgada, debe creerse una gran dama en su esplendoroso palacio. ¡Vieja bruja!– Para
comenzar, ¿hay algo que te apetezca preguntarme?

La fulmino

con la

mirada. No

me

muevo.

Ella sonríe.

–Perfecto, entonces fingiré que tú me haces preguntas y las responderé. Veamos qué tan
capaz soy de leer esa mente tan simple que tienes –se burl frialdad–. Veamos. Por qué rapté a
Theodore ya lo sabes: quería atraerte aquí para vengarme de Christian y de ti, sin embargo me
parece que no fui suficientemente clara al explicarle por qué quiero vengarme, o tal vez lo evité.
Más allá de alejarlo de mí, me molesta que aniquilaras lo único que me forma en que no lo hacía
con nadie más. Lo engañaste y confundiste para hacerle creer que el amor es suficiente para
llenarlo, que ya no necesita el que yo le enseñé y que tan feliz lo hizo por tantos años, y eso,
señorita, es una transgresión bastante grave.

¿Qué yo lo confundí? ¿Y en qué mundo vive la señora pederasta Robinson? Quizá por esto
Linc la tenía sólo de esposa trofeo, porque en el fondo siem loca descorazonada.

–Ésa es la principal razón. Luego están los móviles menores que, podríamos decir, sólo
echaban leña al fuego. El que tú, una mocosa simplona y aniñ de mí al punto de hacerlo dudar
de nuestra amistad, que te atrevieras a hacerlo necesitarte más que al control que yo le enseñé
a poseer, y lo peor d consentir casarte con él. El amor no es más que basura, yo lo comprobé
en mi propia carne, siempre quise salvarlo de eso. Míralo de este modo: si él casado contigo y
no hubieran tenido hijos, no tendría que haberse visto en una situación como esta –se encoge
de hombros mientras se deshace de u invisible de su arrugada falda tubo negra–. Lo admito,
pudo haberse enamorado de cualquier otra, pero por alguna razón que haya sido contigo me f

Y a mí me fastidia que se relacionara con una perra como ella, pero claro, yo no puedo
decirlo.

–Tarde o temprano Christian tendrá que admitir que fui una de las mejores cosas que le pasó
en la vida, y para eso tú me vas a ayudar.

¿Ayudarla? Ni muerta.

No tientes a la suerte, Ana, me advierte mi subconsciente.

Elena se remete el pelo por detrás de la oreja. Ladea la cabeza y casi parece una pequeña niña
traviesa con esa sonrisa de medio lado y el aspecto de
–A ver, ¿qué otra cosa me podrías preguntar? –delinea su labio superior con un dedo de uña
quebrada y picos irregulares– ¿Qué hice con Theodore m aquí? Me parece una buena
pregunta. Sinceramente sólo tenía intención de mantenerlo encerrado mientras aparecías, pero
cuando lo vi y noté lo par Christian…, bueno, se me ocurrió tener mi propio proyecto mascota.

–Ya sabes que antes de que lo jodieras todo yo era la mejor amiga de Grace y ella me lo
contaba todo. Vi a Christian cuando llegó a su casa, era un pe encantador pero silencioso y
desconfiado. No hablaba, aunque eso supongo que ya lo sabes. En fin, supe lo de su pasado,
las condiciones en las que donde lo hallaron; se me ocurrió que podría condicionar a Theodore
para convertirlo en un Christian de pequeño, así podría instruirlo, criarlo y adiest forma que me
pareciera correcta y más adecuada.

Adiestrarlo, condicionarlo, instruirlo… Cualquiera que la escuche pensará que habla de un perro y
no de mi hijo. Mi pequeño, solo, indefenso, a su me

–Quería un… Christian 2.0, pongámoslo así. Uno que de grande me apreciara lo suficiente
como para entender que no necesita ninguna esposa estúp asqueroso amor, sólo el control y el
placer que yo puedo enseñarle. Uno que no me abandone jamás bajo una idea absurda –me
dedica una sonrisa lá dientes aprietan de nuevo en torno a la bola y mis manos se cierran en
puños. Estoy tan malditamente enojada que ya ni me importa estar desnuda a la piel escocida–
. Así que me permití recrear algunas de las vivencias más traumáticas de Christian que me
contó Grace.

¡Oh Dios, mátame, mátame ahora o dame la fuerza para soltarme y asesinarla con mis manos! Más
que loca…, más que enferma…, esta mujer tiene q mentora de Satán. ¿Qué mierda fue lo que le
hizo a mi pequeño?

–Como sabes, no soy proxeneta ni tampoco me gustan, así que los golpes, las quemaduras
con cigarros y los gritos tuve que cambiarlos por algo un efectivo, en mi opinión. El silencio.
Encerré a Theodore en un cuarto completamente vacío a excepción de una pequeña colcha y
una manta para que de comer, no te preocupes, pero no fue tan frecuente como supongo
estaba acostumbrado en su casa, ni tampoco… tan bueno –me dedica una sonris que,
imagino, intenta suavizar el golpe que me suponen sus palabras, aunque realmente está
logrando el efecto contrario–. Lamentablemente contin proyecto mascota significaba renunciar
a tenerte aquí ahora, Anastasia, así que tuve que tomar una decisión cuyos resultados ya
conoces. De modo q estar tranquila, nada grave le ocurrió.

Levanta un brazo a la altura de su pecho, retira la manga del suéter crema que lleva puesto y
mira la hora en su costoso reloj de oro blanco y, a saber Sus labios se tuercen antes de que sus
ojos vuelvan a mí. Luce algo contrariada.

–Parece que nos quedan unos minutos antes de pasar a la siguiente actividad. Te permito
una pregunta más, pero hazla ahora.

¿Qué forma de morir te parece más dolorosa y despiadada? Porque es justo la que pretendo
utilizar contigo cuando esté libre.

-¿Quisieras saber por qué destrocé tu ropa, mandé a poner una bomba en tu trabajo y le envié
un mensaje a Christian diciéndole que cuidara a "su d claves, pistas si lo prefieres. Intentaba
implantar en la mente de Christian la idea no tan descabellada de que algún día no estarías
más, no formarías vida nuevamente y él volvería a enfrentarse al mundo solo, pero esta vez sin
el escape a su necesidad primaria de control. Quiero que entienda que t débil. Cuando faltes él
se derrumbará y ahí admitirá lo mucho que hice al introducirlo en nuestro estilo de vida.

¡Es TU estilo de vida, no el suyo! ¡Christian no se derrumbará, ahora es un hombre nuevo y más
fuerte!

La rabia me hierve por dentro. Quiero gritarle, abofetearla, hacerle tanto daño con mis manos
como ella le hizo a mi marido por años, a mi bebé por mí. Quiero obligarla a tragarse su veneno
mientras la estrangulo y saco yo el mío.

–Estás enojada, puedo verlo. Lástima que las miradas matadoras de nada sirven. Por ahora –
se levanta, se acerca al potro y se agacha para recoger de cuerda mucho más grueso y tosco
que los que me atan– es momento de salir de aquí. Pienso cumplir mi promesa de que
Christian no te rescatará mal de la cabeza como me veo.
Me mira, sus ojos relampaguean. Coge la vara, se aproxima a mí y ya casi puedo sentir el dolor
del golpe antes de que el bambú y mi carne entren en sé qué duele más: saber que mi hijo fue
tratado como un vulgar proyecto de ciencias o los golpes que aguardan por mí; sea como sea,
realmente qui que averiguarlo.

La vara y el sonido del azote llegan milésimas de segundo antes que el dolor. Esta vez son dos,
uno por encima de las rodillas y otro en el abdomen, a de la herida. El aire se escapa de golpe de
mis pulmones. Joder, esto duele más de lo que recuerdo.

–¿Doloroso, Anastasia? Tranquila, te acostumbrarás o morirás –sonríe–.

En cualquier caso ya no será tan terrible, ¿no? No alcanzo siquiera a

ponerle mala cara cuando la puerta se abre con un poderoso golpe,

haciéndonos brincar a las dos.

–¡Aléjese de la señora Grey o le vuelo la cabeza de un balazo!

¡Es Taylor! ¡Está vivo! Magullado, pálido, pero vivo. También empuña un arma y está
apuntando a Elena con ella. ¿Será la misma con que la perra am hijo? ¡Bendito karma!
19

El corazón me da un vuelco y llega a la base de la garganta. ¡Taylor ha venido en mi auxilio! Lo


último que recuerdo es que nos golpearon a los dos y estaba atada, amordazada y él ya no
aparecía por ningún lado.

De pronto ya no lo veo como el hombre de seguridad de Christian o el marido de Gail. Es un ángel.


Un guardián. El ángel Taylor… ¿Quién lo hubiera im

–Aléjese de la señora en este preciso instante. Suelte la vara y ponga las manos sobre la cabeza
donde pueda verlas. –Nunca creí que sus órdenes de sonarían a mis oídos más
esperanzadoras que cualquier pasaje de la Biblia. En definitiva Christian tiene que subirle el
sueldo.

–Vaya, Taylor, así que realmente sí haces más que ser el chofer de Christian, ¿eh? –la voz de
Elena sale llena de desprecio.

–Mucho más –responde él–. Suelte la vara y agáchese. No lo voy a repetir.

Ella se lleva la punta de la vara a los labios y se da repetidos golpecitos, pensativa.

–¿Y si me niego?

–Abro fuego.

–¿Estás dispuesto a dispararle a una mujer que podría ser declarada legalmente loca? Eso te
puede traer problemas.

–¿Loca? Quizá, pero en su locura está más cuerda que todos los presentes en esta habitación
juntos –Taylor le hace una seña con el arma antes de el más, apuntándole al corazón–. Es su
última oportunidad.

Silencio. Por unos instantes nadie se mueve ni nadie habla. Creo que la que hace más ruido soy
yo con mi respiración agitada. Cada uno de los múscu cuerpo aguarda el siguiente paso.

Tras largos segundos de contemplarse mutuamente, Elena suspira.

–Está bien. Tú ganas. No hay necesidad de derramar sangre –alza ambas manos, una aún
sosteniendo la vara, para aplacar a Taylor.

Pero Taylor no se mueve ni un ápice. Sigue apuntándole el pecho con el cañón y una fea y
vengativa parte de mí desea que hale del gatillo de una vez por supuesto, a no ser que la
situación lo amerite, pero igual quisiera que sucediera.

–Bien. Deje la vara –le repite.

No puedo ver el rostro de Elena ni la expresión que tiene. Puedo apreciar la rigidez en su
espalda, pero igual y se debe a lo flacucha que está. ¿Cómo semejante estado?

Da un paso, pequeño, y Taylor se tensa. Ella sonríe, o eso creo. Se agacha lentamente, él no le
quita ojo de encima. Está a poco de dejar la vara sobr cuando el sonido de la puerta de un
coche cerrándose distrae brevemente a Taylor, aunque lo suficiente como para que ella vuelva
a empuñar la caña largue una bofetada en la mejilla con ella. Taylor retrocede aturdido, con su
desconcierto mis esperanzas de salir de aquí se desvanecen.

Elena se endereza un poco con una velocidad que me sorprende no la haga perder el equilibrio.
Se prepara, y adivino lo que tiene en mente un segu que lo haga.

¡Cuidado, Taylor!, quiero gritarle, pero ya es tarde.

Ella le salta encima y ambos se precipitan al suelo. Allí comienza el forcejeo, todo una maraña de
miembros móviles y casi convulsos peleándose entre ataduras con toda la fuerza que logro
reunir, entonces la cabeza comienza a darme vueltas y paro. Sólo puedo escuchar los gruñidos,
las maldiciones rogando que Taylor gane.

Cierro los ojos, en parte como escudo en parte por cobardía. Si algo le pasara a Taylor por mi
culpa…, no podría vivir con mi consciencia. De mi cuerp toda esperanza de volver a ver a
Christian; sé que si Elena se hace con el arma, primero matará a Taylor y luego, sin dudas, a
mí. Sólo espero que cu nuestros hijos y sea con ellos tan bueno como hasta ahora lo ha sido.
También quisiera, si cabe, que no se olvide de mí, aunque volviera a casarse… B
decididamente esa idea no me gusta, pero tarde o temprano habrá de pasar.

Suspiro con desgana, siento que me voy con ese aliento. Una única lágrima fluye con todas las

emociones que tengo por dentro, dejándome sólo el m Oigo un disparo. Me congelo. ¡Santa

mierda! ¿Quién ha sido?


Por favor, que no sea Taylor. No dejes que sea él.

Abro los ojos de golpe, registro toda la escena intentando entender qué ocurre, cómo acabó el
encuentro. Hay sangre en el piso. Taylor está jadeando labio roto, pero parece no sufrir ningún
otro tipo de daño. Gracias. Sigo el rastro con la mirada hasta toparme con el cuerpo
repulsivamente pálido de sangrando profusamente por una herida en la pierna.

Por un momento dejo de percibir el mundo sensorial mientras la miro. La sangre fluye de la
herida como un río o un arroyo, es tan roja en contraste c pareciera estar llevándose todo el
color de su cuerpo. Me recuerda un poco a esos donuts de azúcar glaseado y relleno de
mermelada que quedan flá arrugados, casi monótonos, cuando se la extraes toda.
Eso es lo que parece ella, pero yo no me la comería ni por toda la salud del mundo. Una cosa
tan perversa como ella no puede traer algo tan bueno co eso lo sé.

Vuelvo mi atención a Taylor, que se ha puesto en pie, ahora siendo capaz de evaluar mejor los
daños. Una enorme, amoratada y casi palpitante línea el rostro desde la frente hasta la mejilla
derecha, y el labio partido ahora le sangra más. Por lo demás, tiene unos pocos golpes,
algunas marcas de la zorra en los brazos y el cuello, la ropa desgarrada aquí y allá pero… está
bien. Eso me alivia.

Se acerca a mí sin apartar la mirada de mis ojos. Inesperadamente me encojo al tenerlo


cerca, lo que le hace retroceder un poco.

–Tranquila, señora. Está bien, voy a soltarla –su voz es suave, muy cálida, casi no puedo
creer que haya salido de él.

Asiento para que entienda que estoy bien. Él repite mi ademán. Lentamente rodea mi cabeza
con sus brazos y suelta la mordaza. ¡Dios, se siente tan relajar la mandíbula! Lágrimas de dolor
y agradecimiento a partes iguales se me escapan.

Taylor no comenta nada, sólo se aleja un poco para estudiar mejor las amarras que me unen a
la horca. Se saca una navaja de bolsillo del ejército sui pantalones, busca la herramienta de
cuchillo y me la muestra para que la vea bien. Realmente, más que asustarme la navaja tan
cerca de mis muñec curiosidad saber dónde la encontró.

–¿Es tuya? –¡cómo de rara se me hace mi voz, especialmente poder mover la boca para
utilizarla!

Taylor me mira y me sorprende ver un brillo burlón en sus ojos. ¡Taylor burlón! Vaya día de
excentricidades.

–Un buen boy scout siempre tiene una navaja multiusos a la mano –es su respuesta.

–¿Fuiste boy scout?

–Algo parecido.

No puedo evitarlo, sonrío. Es tan extrañamente inusual compartir pequeñas bromas con
Taylor, sobre todo en situaciones como ésta.

Trabaja rápido y limpiamente en las cuerdas. Mientras pasa de una mano a la otra y luego a mis
pies pienso que no hay riesgo de que me perfore una accidente; después de un varazo en la
cara y forcejeo a mano armada con una loca, esto debe ser para él un simple ejercicio del
campamento de boy

Cuando las cuerdas finalmente abandonan mi piel, casi las extraño. Se me ven unos terribles
verdugones a un roce de sangrar, me duelen horrores y moverme. Taylor me ayuda a sostener
hasta que puedo sola, y cuando se separa, aún sin soltarme del todo, parece más que
avergonzado.

¿Avergonzado?

–Yo, creo que… podemos conseguirle unas sábanas en la sala principal –murmura sin
mirarme.

Frunzo el ceño. ¿Ahora de qué está hablando? ¿Para qué queremos sábanas? A ver, Ana,
hagamos un poco de memoria. ¿Con qué vas vestida? Mi su intenta no perder su casi inexistente
paciencia mientras lo medito. ¿Con qué voy vestida?

¡Con nada!

Joder, esto es tan embarazoso. Yo también me coloro hasta la raíz del pelo. Es decir, le tengo
confianza a Taylor pero esto es sin duda pasarse del límit secuestraron por mi culpa y lo
hirieron, ¡también tiene que cargar conmigo desnuda!

Puede parecer una tontería pero ahora sí me urge ir por esa sábana.

Doy un paso y casi caigo. El dolor en los tobillos por las cuerdas es tan fuerte que incluso estar
de pie me hace jadear y apretar la cara. Me aferro con cuello de Taylor y él, cogiéndome por
sorpresa, me alza en brazos listo para salir de esa habitación horrible.

–No… No volverás.

Otro disparo. Grito. Taylor se echa al piso conmigo aún en sus brazos, me cae encima y usa su
cuerpo para protegerme. Mi cabeza está entre sus bra resguardada. Intento ver qué rayos ha
hecho Elena ahora, se suponía que estaba agonizando por la herida. ¿Acaso esa maldita mujer
no da tregua?

Pero… sí, la da. Creo que…

–Taylor –jadeo sin apartar mis ojos de ella. Él mira por encima de su hombro con los músculos
preparados para entrar en acción. No nos movemos, a respiramos con la intención de captar
cualquier sonido pero no hay nada.

Nada de nada. Elena está muerta.

Sus ojos azules, helados, vacíos, miran un punto por encima de nosotros con fijeza. Por dentro
me siento más pesada pero no es ni remotamente tris lástima humana por una mujer que quiso
matarme, hacer de mi hijo un bizarro proyecto mascota y de mi esposo un hombre infeliz, pero
sé que no la haya ido.

Pienso en Christian y en cómo puede afectarle la noticia. No quiero pensar en nada de lo que
tuvo con Elena aún después de finalizada su relación sex de "amistad", porque eso me haría
enfurecer. Ella fue una perra, una pederasta, una manipuladora, una asesina y obtuvo lo que se
buscó. Fin de la h

–Maldición.

Taylor recaptura mi atención. Está mirando algo por encima de nosotros, cerca del techo. Es el
boquete que dejó la última bala que disparó Elena. Por me siento confundida, ¿por qué gastó la
última bala que podría disparar apuntándole a las molduras del techo? ¿Realmente les apuntó
o el pulso le te que falló?

Me parece que incluso esa sencilla acción estaba bien premeditada, y eso me preocupa.
–¿Qué ocurre?

Alza la mano y señala el boquete.

–Hay un botón –murmura.


–¿Qué?

Alzo la cabeza. Si entrecierro los ojos y sé qué estoy buscando… sí, ahí está. Un botón.
¡Santo joder, ¿y ése qué hace?!

–Será mejor que nos larguemos.

Taylor se arrodilla, vuelve a pasar los brazos bajo mis rodillas y por detrás de mi espalda y justo
cuando está por ponerse en pie, el suelo tiembla con acompañado por el rugir de un trueno.

Pero no es un trueno. ¡Es otra bomba!

Los estallidos se suceden uno detrás del otro con intervalos de tiempo de unos dos segundos.
Cada vez suenan más cerca y mientras más explotan m casa se derrumban. Sobre nosotros, el
techo se resquebraja y algo de polvo nos cae encima. El olor del humo consumiendo la madera
también llega

Taylor y yo nos miramos, ambos sabemos que para vivir hay que largarnos lo más pronto
posible. Él me instruye que lo mejor es andar a gatas; la po una agonía tanto para mis muñecas
como para la herida de mi vientre, pero no protesto. Salimos del cuarto de juegos tenebroso –
ahora me parece e haber llamado al cuarto de juegos de Christian "habitación roja del dolor"–
adentrándonos en el pasillo que conduce a la salita previa a la salida.

Aquí se nos hace más difícil avanzar. Hay trozos de techo caídos, muebles volcados, pequeños
incendios y parte de la madera del suelo se ha quebrad astillas que apuntan hacia arriba como
estacas. Taylor me tiene una paciencia increíble mientras me ayuda a cruzar el mar de trampas
mortales. No h detenernos para coger algo con lo que cubrirme. Las explosiones se nos
acercan cada vez más. Si escucho con atención me parece que puedo adivin izquierda a
derecha por cada piso y luego hacia abajo. Nosotros estamos hacia el este, en una de las
esquinas de la planta inferior, así que debemos t calculo yo, diez segundos más antes de…

–¡Por aquí, Ana!

Taylor toma mi mano y prácticamente me arrastra por el suelo. La puerta de entrada está casi al
alcance, me parece que si estiro la mano podré coge saldremos… Santo Dios, ¡seremos libres!
¡Vivos! Para, no es momento de llorar ahora, me regaño mentalmente.

Unos pocos metros más, sólo unos más… Y llega la última explosión, se desprende una viga del
techo que cae ante la puerta, cerrándola para nosotro

No puede ser.

–¡No! ¡Esto no!

Me levanto y voy tambaleándome hacia la viga. La empujo, la halo, no se mueve. Comienzo a


frustrarme, voy a entrar en pánico y las piezas se me va Elena. Pobre Taylor, tener que lidiar con
otra loca…

–Por la ventana, señora –me toca el hombro, volteo y veo la ventana que señala. Es algo alta
pero lo bastante grande como para poder escapar por a dejo que me guíe–. Hágase para atrás.

Obedezco. Me aferro a uno de los sillones polvorientos y mohosos mientras veo a Taylor coger
una mesilla para café y aventarla contra el vidrio, que s permite que una ráfaga de aire del
exterior se cuele. Luego se vuelve a mí con los ojos fijos en los míos, se quita la camisa y me la
pasa.

–Tenemos que salir –es su explicación.

No digo nada mientras me la pongo. Me queda enorme, lo que es bueno, me cubre hasta medio
muslo y tenerla sobre mi piel me hace sentir un poco

Vuelvo a mirar la abertura del cristal. No es lo suficientemente grande para nosotros, está
rodeada por cristales puntiagudos y cortantes. Salir por ah pasar por un rayador de queso.

–¿Cómo saldremos? –me supone un tremendo esfuerzo preguntárselo. El humo comienza ya a


invadir la salita y ese hueco en la ventana no creo que para tragarse todo el humo gris oscuro.

–Hay que ensanchar la abertura –responde.

–¿Cómo?

Lo veo mirar alrededor. Una estatua de piedra de unos treinta centímetros de alto llama su
atención, la coge y con ella se deshace del resto del vidrio ventana. Ahora es lo suficientemente
seguro como para salir, aunque eso no implica que no acabemos con cortes importantes en la
piel.

Primero va él. Se desliza con facilidad por la ventana y cae al otro lado, entonces me indica que
apoye los pies en el alféizar, me incline hacia adelante la mente tan nublada por el humo, el
dolor y el miedo que no dudo un instante en hacer como me dice. Christian estaría orgulloso.
Taylor me coge al cargarme en brazos y se aleja a toda prisa de la casa.

Justo cuando estamos ya a unos seis metros de la propiedad escucho las distintas sirenas
acercándose a nosotros. Gimo. Y también escucho la última avasalladora de las explosiones,
la que acaba con la casa y nos lanza por los aires. Aterrizo golpeándome la cabeza contra el
suelo.

Ya no hay sirenas.

y
e

.
Ya no hay mundo.
20

–Su esposa se encuentra en un estado de coma, señor Grey. Monitoreamos constantemente


sus signos vitales, pero por ahora no hay nada qué hace curar las heridas de su cuerpo y
esperar.

Hay un sollozo, luego una voz que me

resulta dolorosamente familiar suplica.

"Su esposa se encuentra en un estado

de coma, señor Grey"

"Est

ado

de

com

a,

señ

or

Gre

y"

Señ

or

Gre

y…
Christian.

–Nunca creí que ella fuera capaz de nada de esto, Christian. Quisiera decir que lamento su
muerte, pero tomando en cuenta todo lo que hizo y lo que dispuesta a hacer, creo que es lo
mejor. Ana es una chica fuerte, ella estará bien. Sabe que la necesitas.

"Sabe que la necesitas"

¿Quién me necesita? ¿Yo necesito a alguien?

¿Quién murió? Elena murió.


¿Y yo? ¿Morí? ¿Por eso puedo escucharlos? ¿Están con mi cuerpo? ¿Pero por qué no puedo
verlos? ¿Morir significa quedarse ciego? No siento mi cuerp no tuviera. Quizá sí estoy muerta.

–Yo no lo lamento, quisiera haberla matado con mis propias manos.

–No digas eso. Nadie quiere verte

manchado con sangre semejante.

Es Grace. Creo que esa voz dulce

es la suya.

–Es mi culpa –alguien se sorbe la nariz–. Siempre ha sido mía. Todo cuanto le ha ocurrido a Ana
ha sido por mi culpa. No he sabido hacer más que po peligro, yo soy un peligro para ella. Soy un
jodido egoísta por querer mantenerla conmigo, eso lo sé, pero es que la amo tanto, mamá… No
puedo im vida sin ella, ya no.

–Lo sé. Creo que ella tampoco podría imaginársela sin ti.

–No estoy seguro.

Pu

es

yo

sí.

Co

mpl

eta

me

nte.

Sile

nci

o.

–¿Crees que despertará pronto?

¿Despertar? ¿Estoy dormida?

–No lo sé, cariño. Yo espero que sí. ¿Recuerdas a Ray? Cuando entró en coma Ana le hablaba
todo el tiempo, y eso quizá fue lo que hizo que volviera. regresar.
–No sé cómo. ¿Qué podría decirle?

¡Quiero despertar! ¿Cómo lo hago? ¡No me puedo mover, no sé dónde ha quedado mi cuerpo!

–Hoy encontré a Tedd acostado junto a Phoebe –¿Quién habla? ¿Christian? ¿Con quién está?–.
No en la cuna sino en el suelo. Me dolió y gustó verlo a complicado. Yo solía hacer lo mismo
cuando Mia llegó a casa, me colaba en su habitación y me acostaba en el suelo junto a su cama.
Grace se enojaba que no la dejaba dormir, pero igualmente lo seguí haciendo. Yo era un chico
traumatizado, solo, una especie de fenómeno… o al menos así me sentía, única que no me
juzgaba ni esperaba nada especial de mí más que cariño. Ése es el motivo de que me disgustara
hallar a Theodore junto a Phoebe, t sienta como yo me sentía en aquél entonces.

¡Oh Dios! Christian. Mi pequeño chico perdido, solo. Nuestro hijo no llegará a eso jamás.

–Él me vio observándolo y se asustó, supongo que creyó que lo regañaría. No sé si actué bien,
le propuse leer un cuento juntos como solíamos; fue e favorito. Creo que me sonrió, no estoy
seguro, pero se quedó dormido en mi regazo. Creo que confía en mí.

Claro que lo hace, él te ama.


–Antes de venir preguntó por ti. Sabe que estás en el hospital y cree que estás durmiendo
porque te sientes cansada… Yo también espero que te des como si sólo hubieras estado
durmiendo –se aclara la garganta–. Hizo un dibujo para ti, son unas flores. Dijo que como era
muy pequeño y no tenía d flores de verdad, quería regalarte un dibujo que pudiera durarte
mucho tiempo. Te confieso que escucharlo… Bueno… Ana, por favor, regresa. Todos vuelvas.

¡Yo también quiero volver, pero no sé cómo! Quizá si dejaran de aplicarme calmantes o lo que
sea… ¡Quiero ver esas flores! Quiero ver a Christian, a juntos, a mamá, a Kate, a Gail, a
Taylor…

Oh, Taylor…

–Adiós, mami.

Siento una caricia en la mejilla. ¿De quién es esa vocesita?

¡Una caricia! ¡He sentido algo! ¡Estoy de nuevo en mi cuerpo!

Esperen, ¿ése fue Tedd? ¡Tedd está aquí! ¿Y se va? ¡No, aún no! No lo he visto, no he hablado
con él, no le he dicho que volveré pronto a casa, que vo estar juntos. ¡Tengo que decirle!

Siento cómo unas cuerdas invisibles atan mi mente, mis manos, mi lengua. No me dejan mover.
Lucho contra ellas, una a una van cediendo hasta qu todas y puedo… puedo volver a ser
enteramente yo.

–¡No te vayas! –¿ese murmullo casi inaudible ha sido mío? Debe ser, de pronto se ha hecho un
silencio sepulcral en la habitación. No escucho ni respi habrán dejado sola?

–¿Ana?

¡Christian!

–¿Puedes oírme? –una mano se desliza entre mis dedos, una mano cálida, conocida y fuerte
que me envía una descarga eléctrica tan pronto se cierra dedos– Hazme saber que me oyes,
por favor.

Sí, lo haré. Ahora puedo.

Le aprieto suavemente los dedos de la mano y recibo un apretón de vuelta. Hay otra descarga
de energía, ésta me ayuda a abrir los párpados. Al pri ciega; demasiados colores, demasiadas
formas, demasiado por absorber. Me duele la cabeza, casi prefiero la oscuridad.

–Oh, Ana –Christian se deja caer en una silla junto a mi cama; con mi mano aún entre las suyas
besa uno por uno mis nudillos repetidas veces en tan lágrimas mojan mi piel.

Yo también lloro en silencio. Recuerdo vagamente todas las veces que atrapada pensé que no
volvería a verlo, a tocarlo, a escucharlo. Estar con él ah lo que imaginaba.

Hago vagar mis ojos por la habitación en lugar de cerrarlos porque temo no volver a despertar.
Sé lo que estoy buscando, sé a quién quiero ver y me encontrarlo en brazos de su abuelo
paterno, abrazado con fuerza a su cuello, observándome perplejo.
–Teddy –mi voz se rompe. Intento incorporarme pero Christian me detiene.

–No, Ana. Tienes que quedarte tranquila y descansar.

Lo miro. Quiero a mi hijo, necesito tocarlo, acariciarle el cabello, envolverme con su olor a
bebé.

–Por

favor

–le

ruego

en

voz

baja.

Él

asien

te.
–Sólo permanece recostada –me dice. Le pide a Carrik que traiga a Tedd y se lo sienta en el
regazo.

Mi bebé. Mi pequeño hombrecito temperamental. Se ve mucho mejor que cuando lo encontré


en esa horrible casa pero sigue sin aproximarse a ese p saludable y feliz que era hacía apenas
poco más de una semana.

¡Una semana! ¿Cuántas cosas pueden ocurrir en tan poco tiempo?

–Mami –me tiende una mano y se la aprieto.

–Hola, cielo. ¿Estás bien? –tomo su manito y lo miro. No puedo contener las lágrimas de
felicidad al verlo, especialmente teniendo sus deditos fuertem aferrados a los míos.

Teddy asiente, se sale del agarre de Christian y se acurruca a mi lado. Me rodea el cuello
con las manos, siento su respiración en mi garganta.

–Te queo, mami.

Lo estrecho con más fuerza contra mi cuerpo.

–Yo también te quiero muchísimo, cariño. –Permanecemos fuertemente aferrados el uno al otro
por una eternidad demasiado corta para mi gusto. Él regazo de su papi y yo intento aligerar un
poco las emociones–. ¿Te gusta tu nueva hermanita?

Él sonríe y asiente entusiasmado.


–¡Ibii! –exclama dando palmadas. Todos sonreímos. Christian le pasa su Blackberry y Teddy
me la da a mí para que vea la foto. Es de Phoebe y Tedd directo a la cámara, mi pequeño tiene a
su hermana en el regazo y la abraza como si temiera que pudiese resbalársele.

Las lágrimas comienzan a inundarme los ojos pero me las trago y en cambio digo:

–Salen muy bien. Eres muy guapo –alargo una mano y le revuelvo el cabello. Teddy se ríe.
Sólo me dejan estar con Tedd unos veinte minutos. Es tarde y él tiene que comer y dormir.
Ahora que lo he visto y he hablado con él me siento un po tranquila. Mi hijo me enseñó las
flores que dibujó para mí; hay que tener mucha imaginación para decir que son flores, pero de
todas las que he recib más especiales. Carrik y Mia se fueron hace poco también y prometieron
volver mañana con Grace. Honestamente no sé cómo voy a enfrentarme a to las preguntas
que, tarde o temprano, van a comenzar a hacer. Es algo que debería hablar con Christian para
asegurarme de hacer bien las cosas.

A eso de las siete treinta llega Ryan con una bolsa de comida muy similar a la que me trajo
Taylor la última vez que necesité pasar más de un día en u Hablando de Taylor, me pregunto
cómo estará y dónde.

De pronto, me siento mal por Gail y por Sophie, su pequeña hija.

–Gracias, Ryan –le digo cuando le entrega la comida a Christian y está por retirarse. Se vuelve,
asiente brevemente con la cabeza y creo que hasta m

ñ
o

Me quedo prendada. ¿Ryan me ha sonreído? No, seguro lo imaginé. Deben ser tantos
medicamentos mezclados y ahora la comida que Christian va a cansancio que me coma. Quizá
pueda complacerlo un poco, pero no prometo nada.

–Le pedí que te trajera algo suave –dice mientras atrae hacia mi cama la mesa móvil y
comienza a desplegar los componentes de la bolsa. Hay un poc bollo de pan, frutas, una
bebida, cubiertos y servilleta. Sé que huele de maravilla, pero ahora sólo consigo que se me
revuelva el estómago.

–Christian…

–Ana, no comiences. Hablé con la doctora, puedo darte de comer, y así sean sólo unos
bocados te juro que comerás. –Es su tono autoritario, no hay d posible.

Está bien, de todos modos no tengo ánimos ni fuerzas para discutir. Con él tengo que recurrir al
apoyo de mi diosa interior y mi subconsciente, pero j siquiera sé si yo misma estoy entera.

Tomo la cuchara y voy dando sorbitos a la sopa poco a poco. Al principio no me caen bien pero
luego se me va asentando el estómago y puedo comer ánimo. ¡Rayos, estaba hambrienta!
Christian no hace comentarios mientras como, se limita a mirarme atentamente; se fija en cada
uno de mis gesto pequeña mueca o expresión.


Trago el último bocado y aparto el plato. No está vacío sino enteramente lejos de eso, pero
Christian no protesta y es un alivio.

Me cojo las manos, me armo de valor y lo miro de frente. Lo que viene ahora no es fácil pero sí
es necesario, quiero algunas respuestas porque hay c acabo de entender. Sé que a él no van a
gustarle algunas de las preguntas que tengo en mente, y eso me pone algo ansiosa.

Decido iniciar con una afirmación.

–Elena murió.

Lo miro con atención para no perderme detalle de su reacción. Él sólo me observa sin mostrar
nada y eso hace que me resulte más que evidente que tiempo de racionalizarlo. Me pregunto
cómo se lo tomó al principio.

–Sí, la bala desgarró la arteria femoral y se desangró.

–Activó una secuencia de bombas antes de morir. Juró que yo no saldría con vida de allí –me
defiendo. Siento que como si me estuviera reprochando gusta para nada que su actitud se
deba a la muerte de esa mujer, como si hubiese sido mi culpa.

–Lo sé.

¡Vamos, suéltalo ya!

–¿Qué es lo que te molesta tanto? ¿Que no pudiéramos salvar la vida de tu señora


Robinson? –musito con rencor.

¡Cómo de enfadada me pone esto! ¿Cuál es su problema? ¿Aun después de ver con sus propios
ojos lo que nos hizo esa loca a su hijo y a mí está disp perdonarla y hasta defenderla? Que ni lo
intente.

Christian respira hondo unas tres veces y se pasa las manos por el cabello otras dos antes de
responderme.

–Basta, Anastasia, es suficiente. Esa jodida zorra no es ni fue nunca mi señora Robinson. Si
hay algo de su muerte que lamento es no haberla provoc Tienes que cortarla ya con esa maldita
estupidez tuya, no estás siendo justa conmigo –espeta, contenido.

Vaya, está muy, muy enfadado. Quizá nunca lo vi tan enojado en mi vida, y aunque me esté

regañando sé que su molestia no es conmigo. Interiormente me siento culpable por atacarlo.


–Lo siento.

–Deberías –responde de mala gana–. Tan pronto me llevé a Theodore y lo dejé en la seguridad
de Escala, convoqué a toda la fuerza policial que pude salí lo más rápido que fui capaz a
rescatarte. Con cada kilómetro que pasaba sentía que una parte de mí moría. Debía mantener
la mente despejada, pero… yo sólo… Si tú hubiese muerto yo no…

–Shh, para. Tranquilo, está bien –le tomó la mano y la aprieto


con fuerza–. Lo lamento. Lo siento mucho. Él se lleva mi

mano a los labios.


–Yo también –murmura con la voz ronca.

Oh, Christian. La he cagado bien, es evidente. Lo mejor es cambiar de tema por ahora.
–¿Cómo nos encontraste?

Ladea la cabeza, me estudia con atención y es casi como si prefiriera no responder.

–Por el CD que grabaron con Tedd pidiendo ayuda. –Me pongo blanca pero no lo interrumpo,
aunque hubiese preferido que no me recordara ese día. aprieta mi mano para darme apoyo–.
Al fondo escuché una campanilla y luego recordé que era la misma que ella hacía sonar en
algunas de nuestras indicarme que estaba lista para iniciar. Era como un silbato para perros.
Esa campana sólo la tenía en su mansión de ocio, como solía llamarla, así que casona
enseguida. También sirvió el mensaje que recibí de Taylor.

–¿Te trae

buenos

recuerdos?

¿La

campanilla?

Niega con la

cabeza.
–En lo absoluto, y menos ahora. Odiaba esa maldita campana y lo utilizable que me hacía
sentir.

Trago saliva mientras absorbo esta información nueva. Christian se sentía utilizable, jamás lo
hubiese imaginado sólo con verlo. Me sorprende.

–¿Ella tenía cómplices? –continúo.

–Sí –su mirada se ensombrece–. Su sumiso, pero al parecer él desistió al entender hasta
dónde llegaba su perversidad.

–¿Su sumiso?

–Isaac –responde.

Ese nombre me suena. ¿No hablaron de él ella y Christian una vez, antes de que me casara?

–Él puso la bomba en Grey Publishing. Asegura que nada más pero lo están

interrogando para saber qué tan cierto es eso. Tomo un trozo de pan y me lo

llevo a la boca, pensativa.


Una loca enemiga muerta, un cómplice sumiso en custodia policial, mi hijo en casa, yo en un
hospital de nuevo, Christian con los nervios a flor de piel

–¿Cuánto tiempo estuve inconsciente? –inquiero de pronto.

–Entraste en coma. Fueron cuatro días.


¡Vaya! Eso es bastante.

–¿No te has movido de aquí en cuatro días? –mi pregunta sale más como una acusación. De
hecho, quizá lo sea.

–No. Mis padres, Elliot y Kate se turnaban con tu madre para cuidar a los niños, yo preferí
permanecer contigo hasta que despertaras –confiesa suav

Oh, Christian, ¿por qué? Nuestros hijos lo necesitaban más que yo. Infinitamente.

–No podía serles útil, Ana –murmura, respondiéndome con su sorprendente habilidad de
leerme la mente–. Se supone que la misión de un padre es bienestar de sus hijos, ¿no? –
Asiento– Pues sólo hubiese logrado deprimirlos si todos los días llegaba a casa
desmoronándome sobre mí mismo, ¿no c

Bueno, tiene un punto a su favor.

–Carla ha sido muy paciente, conmigo y con

ellos. Ha venido a verte algunos días. Me

sorprendo. ¿Mamá estuvo aquí?

–¿Cómo está?

–Es fuerte –dice con una sonrisa, los ojos le brillan–. Es muy fuerte. Cada vez que la veo me
recuerda a ti. Ella me ha dado esperanzas de recuperart días.

–¿Has visto a Flynn? –suelto sin pararme a pensar

y me arrepiento. ¿Habré ido muy lejos? Por un

momento parece que sí pero luego su mirada se

vuelve burlona.

–Ha venido a verte también, pero no. No hemos tenido una

sesión oficial, si es a eso a lo que te refieres. Otra sorpresa.

Flynn vino a verme.


–¿Qué pasó con la casa?

La diversión se desvanece de su rostro.

–Ya no existe.

–¿Había alguien más dentro?

–No. ¿Por qué no comes un poco más? Realmente no has tocado tu comida, Anastasia.

Vaya, soy Anastasia de nuevo. Y no me pasó del todo por alto su no tan sutil forma de decirme que
me calle ya.
Tomo otro pedazo de pan sólo por darle un gusto momentáneo. Creo que piensa que he
terminado con mi ronda de preguntas porque se relaja visibl sí debería acabar por hoy.

–¿Te quedarás esta noche? –indago suavemente.

–Sí.
–Christian, deberías ir a descansar un poco. Ya te lo vengo diciendo, vas a morirte joven de un
ataque cardíaco. No es necesario que te quedes pegad rato, aquí voy a estar bien –tomo su
mano–. Ahora voy a estar bien.

Bufa y se suelta mi mano.

–Fantástico, justo lo que me hacía falta: ¡otra madre! Entiéndelo, Anastasia, hasta que no me
sienta completamente seguro no voy a dejarte sola. ¿Va comprendiéndolo?

Ese tonillo suyo condescendiente me enfada. ¿Qué rayos le pasa?, no tengo cuatro años ni él
es mi padre para hablarme de esa forma. Joder, ni Ray esa forma.

–No, no lo hacemos –le

espeto–. Y no me llames

"Anastasia". Se queda

perplejo. Ja, ¿ahora quién

va comprendiéndolo?
–Ése es tu nombre, ¿o es que estoy equivocado? –su ceja se alza con sorna.

–Sí, es mi nombre, pero sólo lo utilizas cuando me estás reprochando algo o cuando estás
enojado, y no tienes ningún derecho a enojarte conmigo cu que pretendo es cuidar de ti para
que dures un poco, ¿sabes?

Su expresión se torna enojada en un abrir y cerrar de ojos. Esto va a estar de ring de boxeo.
Bien, que empiece el primer round.

–Tendré esperanzas de durar un poco cuando mi incomprensible esposa entienda que mis
nervios van atados a ella, y cada vez que pone su vida en p alguna estúpida forma me acorta
años de vida –replica.

–Tu incomprensible esposa lo entiende. Es mi irrazonable marido el que no parece entender


que hay situaciones que requieren decisiones tomadas co esos momentos no hay oportunidad
para pasar un reporte de la situación por la CNN –atajo.

–No es necesaria la CNN –masculla. Rayos, esto se está poniendo tenso–. ¡Con un mensaje
de texto es más que jodidamente suficiente!

–¡Claro, porque me entero de dónde tienen a mi hijo y de que tengo una oportunidad de
encontrarlo y lo primero que se me viene a la mente es: ma mensaje de texto!

¿A alguien le parece lógico esto?

–¡Cualquier persona cuerda lo haría! –exclama con furia.

–¡Una madre que sabe que su hijo está en problemas y la necesita no piensa como una
persona cuerda! –exploto. ¡Demonios, Christian, ¿qué rayos t cabeza?! Fuiste tú el que me
encadenó a la pata de la cama para mantenerme controlada, ¡la loca no soy yo!
Nos miramos mutuamente con el entrecejo tan fruncido que temo sufrir una parálisis muscular.
No puedo creer que me esté echando en cara mi preo él cuando él lo hace conmigo ¡todo el
tiempo! No entiendo qué parte de "yo también me preocupo por ti" es la que no entiende.
¿Tendré que hacerle Además, ahora estoy fuera de peligro, y conociéndolo como lo hago estoy
segura que ya contrató a por lo menos doce ex agentes de la CIA y el ejérci para vigilarme y
seguirme a todas partes.

¡Arg, a veces es tan…!

–No me voy a ir hasta que te

den de alta –murmura,

terco. Lanzo los brazos al

cielo con exasperación.

–¡Bien, haz lo que quieras! Total, siempre te sales con la tuya.

Fijo mi mirada al frente y me niego a prestar atención a nada más.

Una enfermera entra con una sonrisa amable, comprueba mis signos vitales, los vendajes de
las muñecas y los tobillos, la bolsa de suero y luego se v volver en unas horas. El silencio se
mantiene rato después de su partida; para variar, no seré yo quien lo rompa.

–Eso no es verdad –escucho que dice Christian en voz muy baja. Lo miro, pero no hablo–.
Quería proteger a mi familia, quería que todos estuvieran bien. Y como ves… fallé, de nuevo.

Mis defensas caen y el corazón se me resquebraja.

–¿Por

qué dices

que no

somos

felices?

Me mira

con

ironía.

–Que pasen este tipo de cosas no puede hacerte feliz.

Lo medito. No, por supuesto que no me hacen feliz, pero no es su culpa. Todo el mundo debe
enfrentarse a cosas que no lo hacen feliz, pero sé que C porque Elena vino con él como parte
de su pasado y su antiguo presente. Siente que es su culpa.

–No, no lo hacen, pero


no me arrepiento de

nada. Esboza una

sonrisa triste que me

hace estremecer.

–Quería ser yo quien te rescatara. Por un momento albergué la absurda idea de aparecer en la
casa como tu caballero de brillante armadura, dispues enfrentarse a lo que sea para salvarte.

–Taylor me salvó –pienso en voz alta.

–Sí… Tengo que subirle el suelo.

Sonreímos a la vez, pero lo de él es una mueca nada más.

–Supongo que me estuve engañando, jamás dejaré de ser el caballero oscuro.


Alargo mi brazo y acuno su mejilla, quiero que me mire a los ojos y entienda de una vez por
todas que él es un premio de la lotería y yo me lo gané si jugando. Tiene que entender que
para mí es muy importante, que lo amo hasta más no poder.

–Eres mi caballero de brillante armadura y te voy a decir por qué. Un hombre de corazón
oscuro no puede alejarse de su propia oscuridad, mucho m contra ella, y tú lo hiciste por mí,
por nosotros. Gracias. Un hombre oscuro no es capaz de amar tanto a sus hijos como para
estar dispuesto a parar s multimillonaria para poner a todo su personal a buscar a uno de ellos.
Gracias de nuevo. Un hombre oscuro se habría rendido al control antes que al tiempo que me
habrías dejado si fueras un hombre oscuro.

–Jamás te dejaría –me interrumpe con un sobresalto. Tiene los ojos muy abiertos, parece un
pequeño cachorrito mojado y vulnerable. Mi Christian.

–Lo sé –susurro con voz dulce–. Ni a mí ni a nuestros hijos. Eso lo haría un caballero oscuro,
no uno de brillante armadura –me acerco un poco más a hasta que nuestras narices se tocan–.
¿Ves? No me equivoqué cuando pensé en ti como un caballero brillante.

–Un punto bien hecho, señora Grey –murmura al cabo de un rato de silencio meditando mis
palabras.

–Como siempre, señor Grey –respondo y le doy un beso.

Por fin me dejan salir de la habitación. Creí que iba a tener una crisis de nervios por el
aburrimiento de no poder ver nada aparte de lo que hay en mi Finalmente he convencido a
Christian de que vaya a casa al menos para ver a los niños un rato y pienso aprovechar el
momento para escabullirme en de Taylor.

Según lo que he podido averiguar preguntándoles a las enfermeras, Taylor recibió mucho más
daño cuando la gran explosión nos arrojó lejos de la ca sirvió de colchón para el aterrizaje sino
que además hizo de escudo con su cuerpo y varios trazos de escombros le cayeron encima
rompiéndole hueso desgarrándole y quemándole la piel. Christian no me dejó salir ni una vez y
las pocas veces que me puse en pie fue cogida de su brazo; ¡si ni al baño Pero ahora que no
está espero tener un momento para hablar con Taylor y agradecerle todo lo que hizo por mí.

Deambulo por los pasillos buscando la puerta 216. Los tobillos ya no me duelen tanto como
antes, sobre todo gracias a la medicación, pero aún me re incómodo moverme muy rápido así
que la velocidad no es parte crucial de mi expedición.

Veo la puerta. Toco tímidamente y entro cuando escucho que me dan permiso. Una enfermera
está retirándole los envases vacíos de comida a Tylor m permanece semi recostado de la cama.
Su expresión se endurece cuando me ve y me siento casi una intrusa. La enfermera me sonríe.

–Veo que se siente mejor, señora

Grey –comenta con tranquilidad.

Asiento.
–Supongo que tres días de cuidados constantes igual sí hacen algo –nos sonreímos.
–Bien. Les dejaré a solas pero debe volver pronto a su habitación, señora –dice la enfermera
antes de irse. Me quedo viendo la puerta, ahora cerrada que ella ciertamente no lo dice por
Taylor ni por mí, sino por el ataque masivo que le dará a Christian si llega y ve que no estoy en
la cama. Pongo los blanco; Exagerado Grey.

Me vuelvo a Taylor. No parece cómodo con mi presencia y para ser sincera esto tampoco es
natural para mí. No tengo mucha experiencia tratándolo f profesional, y eso no es exactamente
mi culpa.

–¿Puedo sentarme? –señalo la silla junto a su

cama a la par que mis mejillas se sonrojan. Él

asiente.
Me acomodo junto a su cama lo mejor que puedo.

–Quería ver cómo estabas, y agradecerte por todo… Bueno quizá más bien debería
disculparme por lo que te hice pasar, pero te agradezco que no m me rasco la nuca, nerviosa.

–Usted no me hizo pasar nada, yo decidí acompañarla –repone con tranquilidad.

–Sí, bueno, creo que no te dejé opción, ¿cierto?

–Se equivoca, señora. No sé si lo ha notado, pero soy un poco más grande que usted –me
dedica una breve sonrisa– y pude haberla cargado al hom Escala sin mayores inconvenientes.

–Entonces… –estoy sorprendida. ¿De verdad habría recurrido a cargarme y llevarme al


hombro a Escala si lo hubiese querido?

–Soy padre, señora Grey. La configuración mental humana cambia por completo cuando se
tienen hijos, al menos en la mayoría de los casos –se enco hombros–. Si a Sophia le pasara
algo yo querría sentir que tengo apoyo, no que intentan frustrarme todo esfuerzo por
encontrarla.

Se me hace un nudo en la garganta. Es lo más conciliador que este hombre me ha dicho


nunca.

–Gracias –le sonrío–. ¿Y cómo estás?

–Me pondré bien. Lo realmente frustrante es estar en una cama todo el día sin poder
moverme. Si algo me volviera loco, sería eso.

–Somos dos –confieso.

Sigue un silencio cómodo. Con Taylor es realmente fácil tenerlos, cómodos y apacibles. Pienso
en Sophia, su pequeño ángel rubio, y se me retuerce e pensar que algo similar a lo que Tedd
vivió pudiera ocurrirle. Esa niña es casi como una sobrina para mí, me dolería mucho que algo
le pasara.

–¿Cómo está Gail? He hablado con ella, pero sólo brevemente.

–Dice que hice lo correcto –su tono de orgullo es genuino–. De hecho, creo que gracias a
usted me quiere un poco más.

Me río con ganas. ¡Dios, ¿cómo puede ser posible que esté teniendo una conversación tan…
mundana con Taylor?! No puedo dejar de estar asombrad agradablemente.
–Realmente lo dudo. Tú para ella eres como Christian para mí –esta vez me sonrojo, pero es
la verdad.

–Gracias –dice educadamente, creo que realmente me lo agradece, pero otra vez adopta su
tono profesional y distante y sé que hasta aquí llegó mi e visita. Ha sido agradable, a pesar de
todo, y me alegra saber que está bien aunque algo aburrido.

Me levanto, me despido y me voy. Camino de vuelta a mi habitación por el largo pasillo. Paso
junto a un gran ventanal que me llama la atención con la impresionante vista que ofrece. Es el
crepúsculo, los colores borgoña, ciruela y rosa se entremezclan como para dar una solemne
despedida al sol ant por la mañana del día siguiente. Pareciera que el cielo sangra antes de
que su estrella más brillante "muera", pero renacerá por la mañana, eso lo sab Quizá sea ése
el motivo de que el color borgoña parezca majestuoso en el cielo pero no en la sangre que sale
de un cuerpo humano a borbotones, dej sin vida.

A las ocho treinta vuelve Christian. A esa hora se supone que ya no se aceptan visitas, pero
lidiar con él es tan terriblemente agobiante que le dejan e sus anchas siempre que no moleste a
nadie. Y realmente no lo hace.

En la habitación se sienta junto a mi cama y me cuenta todo lo que hizo en el día con Tedd; se
disculpa por no haber llegado antes pero yo le ruedo lo descarto. Cuentos, televisión, pintura,
dibujos, sesión de fotos con Phoebe. Parece que se la han pasado bien, me alegra saber que
Christian vuelve a cariñoso y confiado de antes.

Bueno, confiado en cierto sentido.

–¿Y tú? –me pregunta al acabar su relato, sus ojos aún brillan con diversión infantil– ¿Qué
hiciste hoy?

–¿Y qué más voy a hacer? Me aburrí como una ostra. Dormí y luego volví a aburrirme.

–¿Sin comer? –me reprende.

–Las otras se alimentan por filtración –bromeo con él.

–Anastasia… –su tono es de advertencia.

¡Aflójate el cinturón y relájate un poco!

Suspiro. Amo a Christian.


–Sí, comí. Todo lo que la enfermera me puso en la bandeja y le puedes preguntar si no me
crees –le reto.

–Me diría que comiste aunque no fuera así –se queja.

–¿Por qué lo dices?

–Haces que todo el mundo caiga rendido a tus pies tan pronto conocerte. Eso hiciste conmigo
y mírame ahora, casi no puedo respirar sin ti.

–Vaya, lo siento por eso –hago pucheros. Él sonríe, se acerca y me besa. Al alejarse deja su
mano sobre mi mejilla, trazando dulces dibujos con sus d
–Yo no.
EPÍLOGO

–Bueno, Christian. ¿Cómo van las

cosas? ¿Sigues peleando con

Ana? Reprimo una sonrisa y me


encojo de hombros.

–Mientras ella siga siendo ingeniosa y teniendo esa lengua

viperina que tanto me encanta, eso es seguro. Flynn también me

sonríe.
–Entiendo. ¿Qué tal los niños?

–Están bien. Theodore es un niño sumamente inteligente y talentoso con el piano, incluso mucho
más que yo cuando tenía cuatro años. Aprende muy bastante protector con Ana y Phoebe; en
ocasiones me preocupa que lo que… vivió lo marque de modo negativo o desarrolle
comportamientos autod como los míos por las pesadillas…, incluso he estado pendiente de eso,
si se agita en sueños, pero parece estar bien.

–Es común que la memoria suprima los eventos traumáticos una vez reestablecido el orden, así
se evitan daños mayores y el desajuste completo del mental. Además, Tedd es bastante
pequeño, así que no creo que tenga problemas con eso. De todos modos te aconsejo que lo
vigilen bien y no lo tra como lo hacían antes.

Asiento. Por supuesto que mantengo mis ojos sobre él, eso no me lo tiene que decir nadie.

–¿Qué hay de Phoebe? –prosigue Flynn.

–Cada día más hermosa. Es como Ana, tímida, ingeniosa y muy encantadora.

–Y es una chica.

–Eres un genio, John –repongo con sorna.

–Por favor, Christian, no te hagas el listillo conmigo. Eso te habría servido la primera semana de
conocernos –me dedica una sonrisa petulante–. Por l contabas, cualquiera podría decir que
eras muy sobreprotector con Anastasia sobre todo cuando de hombres a su alrededor se
trataba; ¿ahora intent que no te vuelves un maníaco controlador con tu hija? Dime, ¿se supone
que deba creérmelo o es sólo una broma?

Me remuevo en el asiento. En ocasiones es una lata que este charlatán sea tan bueno en lo
que hace.

–Ja, ja, muy gracioso.

–Es el encanto inglés –se encoge de hombros.

Ruedo los ojos. Si Ana estuviese aquí estaría encantada y con una enorme sonrisa.

–¿Qué han hablado Anastasia y tú respecto a Phoebe y su vida de adulta?

Mascullo algo entre dientes que hace que Flynn alce las cejas. Venga, ¿es realmente necesario?
Ana lo tomó como una broma, ¿no puedo considerar e dejarlo estar?

Miro a John. Es evidente que no.


–¿Qué has dicho?

–Que Phoebe no tendrá citas hasta los veintiséis ni sexo hasta los treinta como muy pronto.

Nos miramos en silencio. No sé cómo se ha tomado mi comentario pero hablo en serio. Con
Anastasia en la ecuación es seguro que voy a terminar lle sorpresas y aflojando en muchas
cosas más de las que me gustaría, pero retrasaré el momento tanto como pueda. Ningún vago
le va a poner las ma mi princesa de ojos azules.

–Muy diplomático –John

asiente–. ¿Qué ha dicho

Ana? Bufo.
–Seguro que lo mismo que estás pensando tú: soy un hipócrita.

Ya está. John se ríe a carcajadas mientras yo me irrito cada vez más. ¿Acaso soy un chiste
andante? Quizá para mi amada esposa y el charlatán caro

–Me encanta tu esposa, creo que ya te lo había dicho. No pudiste haber hallado mejor mujer
para ti, Christian. Te lo aseguro.

–Lo sé –cada vez que la veo, cada vez que la oigo, toco o pienso en ella, lo sé.
Flynn asiente sin quitarme sus ojos entrometidos de encima.

–¿Cómo está ella?

–Está bien. Ya sabes, las pesadillas son mucho menos frecuentes ahora, ya no se queda
mirando a la nada con esa expresión de terror soporífero en ríe más, habla más. Las heridas
físicas también sanan poco a poco, va cada vez mejor. Creo que vuelve a ser mi Ana.

–Nunca volverá a ser tu Ana, Christian. Las heridas sanan pero nunca desaparecen, sólo se
aprende a vivir con ellas y luego se las ignora. Quizá es u fuerte, más sabia, más cariñosa o
desconfiada, pero no es la misma. Y tú tampoco.

Asiento sin decir nada. En eso estamos de acuerdo. Ninguno de nosotros es el mismo. Cuando
regresamos a la casa grande Ana sufría de pesadillas q despertaban entre forcejeos y gritos,
muy parecido a lo que me ocurría a mí. Yo en ocasiones tengo ataques de pánico cuando paso
horas sin saber d Tedd; necesito verlos o escucharlos constantemente para estar tranquilo, y
eso me lleva a trasladar mi trabajo de un lugar a otro en la medida que ell Hemos hecho terapia
de familia, de pareja, individual, y las cosas han ido mejorando bastante. Tanto que casi puedo
considerar como única preocupa vida amorosa y sexual de mi hijita de seis meses.

Casi.

–¿Qué has pensado respecto a lo de tus padres, Christian?

Miro a John sintiendo un nudo en el pecho. Éste es el verdadero asunto.

–He pensado lo que ya te conté. Paso casi todas mis horas despierto meditándolo. No sé si
sea buena idea o si tenga el coraje para hacerlo.

–¿Qué ha dicho Ana?

–Ella me apoya. Dice que está conmigo siempre y sin importar lo que decida. Yo sé que ella se
pondrá de mi lado ante mis padres y eso es parte de lo asusta; no quiero que la vean como un
monstruo trastornado también. No es justo.

–¿Piensas que así los verían a ambos?

–Sí. Creo que decepcionaría mucho a mi madre y asquearía a mi padre. Ellos son muy
importantes para mí y no quiero problemas de ese estilo. ¿Y si quitarnos a Tedd y a Phoebe por
considerarnos incapaces mentalmente?

–Me parece que tus miedos son un poco desmedidos. Tu madre y tu padre se enteraron de que
tuviste relaciones sexuales con la amiga de tu madre decepcionaron, claro, pero ¿te dieron la
espalda? ¿Te juzgaron? ¿Te consideraron un demente?

–No.

–¿Por qué piensas que lo harían ahora?

–Porque es diferente. Se trata de una parte muy importante de

mi pasado y no es para todo el mundo. Flynn se lo piensa.


–En eso tienes razón, no es para todo el mundo. Sin embargo, hay un ejemplo que suelo
ponerle a las personas con miedos similares a los tuyos, Chr así: si conocieras a un hombre
que te ha demostrado que se merece el título de "mejor persona del universo", ¿cambiarías tu
forma de pensar al desc ejemplo, es gay? Sé que tú no lo eres –esboza una media sonrisa–, lo
sé muy bien, pero creo que el ejercicio es el mismo. Lo que hagas a puertas ce asunto tuyo
siempre y cuando no dañe a nadie, no vaya contra la ley y sea consensuado. Todas tus
relaciones lo fueron, así que, ¿cuál es el problema

Me paso las manos por el cabello. Sí, sí, todo eso suena muy bonito, muy lógico y diplomático,
pero el mundo no es así. El mundo es un auténtico cao abrir la caja de Pandora con esto. Quizá
mis padres no tienen hígado para una noticia así y es mejor quedarme callado. De todos
modos, ¿qué es lo q revelándoles que fui sumiso y tuve sumisas, y todo lo que implica eso? Tal
vez sentir que no les oculto más de la mitad de mi vida y demostrarles que confianza, ¿pero y
si se voltea el tablero y se vienen contra mí?

Y contra Anastasia.

Ella hizo mucho por mí al decirles a todos los que preguntaron que Elena la ató al techo y le
atinó algunos golpes sin entrar en muchos detalles; estoy como lo estuve mientras la
escuchaba que su resistencia a decir la verdad se debió a que no quiso destapar el pastel y
hacerme parecer un bárbaro p relacionado con una mujer así. No obstante, si yo lo digo ahora,
¿cómo la verán a ella?

–¿Qué podrían pensar ahora de ella si supieran que la quise de sumisa? Creo que se alarmaría
y comenzarían con que nuestros votos matrimoniales f especie de blasfemia y que somos unos
herejes sin moral ni vergüenza. No quiero que le pase eso.

–Christian, a ver. No estamos en la época de la Inquisición, tienes que dejar de leer tanto. En
cuanto a Anastasia, ¿no dijiste que se ganó a tus padre conocieron? No creo que vayan a
ponerse en su contra ni señalarla con el dedo acusador. Y si nos ponemos técnicos, ella nunca
fue tu sumisa porque contrato.

–Pero aceptó hacerlo, e hicimos varias de las cosas que hacía con mis sumisas –respondo
torturado.

John suspira, creo que a veces logro exasperarlo. Anota algunas cosas en su iPad y luego
cambia de posición en su sofá antes de mirarme.

–Mira, es evidente que justo ahora no vamos a llegar a nada respecto a este tema, y
sinceramente me encantaría trabajar contigo esas interesantes i tienes respecto a la libertad
de tu hija, tenga la edad que tenga. Vuelve el jueves y lo hablamos. Por lo pronto, limítate a
disfrutar el ahora, de tu bell hijos. No pienses las cosas más de la cuenta y no apartes otras
que requieren tu atención. De todos modos, sabes dónde encontrarme.

Nos ponemos de pie y nos estrechamos las manos.

–Gracias, John.

Salgo de la consulta con las manos en los bolsillos y la mente hecha un desastre. Subo al R8 y
conduzco de vuelta a casa. En el camino múltiples idea pero ninguna relacionada con lo que
discutimos en la consulta; esta vez pienso que me gustaría sorprender a Ana y a nuestros hijos
con algún regalo flores para ella, o un volumen primera edición de esos libros que tanto le
gustan. Y para los niños… ya veré qué me gusta.
Flynn tiene razón. Tengo una esposa preciosa que me saca de quicio y me encanta y a la que
amo hasta ser doloroso, tengo dos hijos increíbles que p razón también me aman
incondicionalmente… Debo dejar de amargarme solo y disfrutarlos todo el tiempo que sea
posible.

Aparco en el estacionamiento de un centro comercial pero permanezco un rato más en el auto,


sonriendo como un auténtico idiota. Saco la Blackberr y decido enviar un correo.

De: Christian Grey

Fecha: 5 de

diciembre,

2014. 19:47

pm. Para:

Anastasia

Grey
Asunto: Un favor.

¿Podría pedirle un favor, señora Grey? Dé a cada uno de nuestros hijos un gran beso y un
abrazo de oso en mi nombre, y dígales que los amo. Voy a l tarde, pero feliz de volver con mi
familia.

Christian Grey, Presidente irremediablemente enamorado de su familia y

consagrado a ella de Grey Enterprises Holdings, Inc. PD: su beso y su abrazo

se los doy al llegar a casa… y quizá algo más ;) Espéreme despierta.

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