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El concepto de odio

Juan David Nasio

Recuperado en:
http://www.con-versiones.com/nota0155.htm

Esta mañana vamos a trabajar un sentimiento que de manera general preferimos


ignorar: el odio. Como si el hecho de hablar del odio, despertara en nosotros un
malestar, un malestar hasta físico de reconocer que ese afecto pueda existir en
nosotros. La literatura psicoanalítica tampoco es muy abundante con relación al
odio, y esto a pesar de su importancia decisiva tanto en la experiencia de la cura
como en la teoría y en la clínica. Después de haber situado brevemente su función
en cada uno de estas campos vamos a examinar el concepto de odio desde dos
perspectivas diferentes: el odio como pulsión y el odio como reacción de
defensa del yo contra el dolor.

En una cura de análisis, el peso del odio es tal que Freud la aisla como el criterio
más claro para distinguir la técnica psicoanalítica del conjunto de los otras métodos
terapéuticos. Contrariamente a las diversas terapias alternativas, en las cuales se
desarrollan espontáneamente transferencias afectuosas y amistosas con relación al
terapeuta, en el tratamiento analítico, y en un momento preciso de la cura, las
tendencias al odio deben ser despertadas, traídas a la conciencia y, de esta
manera, favorecer la disolución de -son las palabras de Freud- las transferencias
amistosas.

Para Freud, uno de los rasgos especificos del psicoanálisis, consiste en estimular
con mucha tacto, el surgimiento del odio o por lo menos no frenar, la hostilidad
inconsciente contra el terapeuta, en la actualidad de la transferencia.

Pero la importancia del odio surge también en la teoría como el aguijón que ha
permitido a Freud inventar el complejo de Edipo. En efecto, no fue la
constatación del amor del niño por la madre lo que le permitió descubrir el Edipo,
sino la observación de la rabia y el odio del hijo hacia su padre r¡val. Recordemos
que el concepto de complejo de Edipo aparece por primera vez a la largo de un
capitulo de "La interpretación de los sueños" consagrado a los sueños de muerte de
personas queridas, capítulo en el que Freud revela la moción inconsciente de odio
hacia el difunto, en el corazón mismo de la persona en duelo.

Si pensamos ahora en el caso del Edipo femenino recordamos el papel jugado por
el odio en lo que se llama la prehistoria del Edipo . Mientras el niño se separa de la
madre por, miedo, la niña se separa por odio y rencor. El vínculo de la niña con su
madre, se rompe una primera vez a causa del odio, un odio muy particular. Es una
rabia dificil de justificar. Es una hipótesis de Freud muy discutida, sobre todo por
las mujeres. Se trata de un odio por, decepción , de un reclamo irritado. Una parte
de ese odio termina por disiparse con el tiempo. En cambio, la otra parte es tenaz y
está destinada a permanecer inconsciente, y a durar a lo largo de la vida de la
mujer. Ocurre que esta parte, que ha quedado inconsciente, puede más tarde
desencadenar una reacción de ternura exagerada o de culpabilidad penosa hacia la
madre o hacia cualquier otro sustituto materno.

Quisiera señalar aquí uno de los destinos posibles de ese odio antiguo e
inconsciente de la niña hacia su madre: creemos, a menudo, y con toda razón, que
cuando una mujer elige a un hombre, esta elección está sobredeterminada por la
antigua relación con su padre. Pero hay que tener en cuenta también la
eventualidad siguientez cuando el lazo con el hombre elegido queda establecido de
manera durable, y que esta pareja se convierte, por ejemplo, en marido y padre de
sus hijos, ocurre que la mujer no redescubre en él a su padre sino a su madre. La
mujer adopta entonces con relación a su marido las mismas actitudes que tomaba
con respecto a su madre.

Cuando una mujer odia a su marido, podemos suponer que esta actitud está
dirigida no contra el padre sino contra la madre. La antigua hostilidad ya olvidada e
inconsciente contra la madre, reaparece y se encarna en el odio contra el
compañero.

Vayamos a la presencia del odio en la clínica de la neurosis y la psicosis.

En este ámbito como en los precedentes, el odio interviene siempre íntimamente


ligado al amor, su asociado inseparable, cualquiera sea el registro en el que actúa.
Aquí, en el campo de la clínica, la interacción entre ambos justifica la causa de cada
neurosis y de cada psicosis.

Me explicaré describiendo en pocas palabras el juego complejo de la relación del


amor y del odio en cada una de las configuraciones clínicas.

En el caso de una neurosis obsesiva, Freud habla de una coexistencia crónica y


apasionada del amor y del odio con relación a una misma persona. Pero lo que
resulta llamativo en este funcionamiento psíquico, es el hecho de ver que el amor
consciente puede más que el odio y reprime el odio; el amor reprime el odio y lo
hace retroceder hasta el inconsciente. Pero este odio reprimido no se apaga; por el
contrario, se mantiene muy activo y se desarrolla hasta el punto de provocar un
incremento excesivo del amor consciente, una sobrecompensación amorosa.

Es decir que el amor consciente aumenta de forma reactiva para mantener la


presión de la censura sobre el odio reprimido. Aquí se esclarece un rasgo típico
del obsesivo: su amor exagera, insoportable, a menudo posesivo e, incluso,
sádico. Algunas veces este amor hipertrofiado se agota y se transforma en su
contrario: un amor inhibido. Se instala entonces, una alternancia de amor excesivo
y de amor ahogado. A esta fluctuación obsesiva del amor, Freud le da el nombre de
"duda del amor". La que sorprende es el hecho de constatar que las indecisiones
para cumplir tal o cual acto, así como las dudas del pensamiento, tan
características del obsesivo, no son sino variantes de la "duda del amor".

Siempre pensé que el obsesivo sufría en el pensamiento, - como el histérico sufre


en el cuerpo - o el fóbico sufre en el espacio. Ahora me digo que el sufrimiento
obsesivo del pensar es la expresión de un "sufrimiento obsesivo del amar".

Si ahora nos fijamos en el caso de la neurosis fóbica, vemos que aquí también el
odio es reprimido y desplazado, pero, a diferencia de la neurosis obsesiva, este odio
se encuentra proyectado hacia afuera sobre un objeto exterior que se convierte
para la conciencia del fóbico, en un objeto angustiante y hostil. Ahora bien, ocurre
un fenómeno curioso, privilegio exclusivo del amor del fóbico: para protegerse de la
angustia, el sujeto fóbico se apega y aferra tan sólidamente a su pareja amada,
verdadera armadura contra el miedo, que el amor consciente, el vínculo amoroso
deja de ser un sentimiento para convertirse en necesidad, necesidad física de
protección.

En el caso de la histeria, no es el odio lo que se reprime sino el amor, el amor por


el Otro femenino - la mujer mayúscula - la mujer ideal. Amor que es preferible
hacer aflorar a la superficie del análisis, cada vez que surjan en el paciente hay
esos odios tenaces y rencorosos tan propios al histérico.
Consideremos finalmente, la paranoia y reconozcamos la presencia no sólo de un
odio consciente, sino más aún, de un odio delirante en un grado tal que podríamos
calificar la paranoia como un "delirio de odio". Ustedes conocen el mecanismo de
proyección que explica el funcionamiento psíquico de esta enfermedad. El amor,
acerca del cual el paranoico no sabe nada, ni quiere tampoco saber nada , es
proyectado en el mundo exterior y depositado sobre una persona ya admirada por
él. El amor así proyectado se transforma en odio , del Otro. El Otro del paranoico se
convierte en un enemigo al que se trata con la misma virulencia rabiosa. El delirio
de odio de la paranoia funciona en doble sentido: del otro contra sí, y de sí contra
el otro.

Vayamos ahora más directamente al concepto de odio. Lo enfocaré sucesivamente


desde dos puntos de vista complementarios: el odio como pulsión de conservación
del yo, y el odio considerado como reacción defensiva del yo para evitar el dolor de
la pérdida de un objeto particular, en circunstancias precisas.

El odio pulsión: el odio y el amor en la génesis del yo

Comencemos por el odio-pulsión, que yo llamo odio primordial, y que quisiera


presentarles juntamente con su doble, el amor primordial.

El odio primordial y el amor primordial designan los dos grandes movimientos que
participan del nacimiento del yo psíquico. El odio y el amor primordiales, no son
otra cosa que las fuerzas maestras desplegadas por el yo en su lucha con el mundo
exterior, a fin de afirmarse, conservarse y sobrevivir. Desde ya debo precisarles
que el nacimiento del yo, tal como voy a describirlo, es hablando con precisión, un
mito, un montaje imaginario destinado a hacer, comprender que odio y amor no
sólo son sentimientos sino también son pulsiones.

Para el psicoanálisis, odio y amor, constituyen fuerzas generadoras y protectoras


del yo desde el comienzo de su existencia, hasta el momento actual de su
desarrollo, cualquiera sea ese momento. Voy a presentarles un mito. Un mito que
dibuja la formas más primitivas del amor y del odio. Esas formas primeras no
corresponden a los sentimientos pero les pido, sin embargo, que piensen a medida
que hablo en los afectos de amor y de odio expresados por nuestros pacientes, si
es que practican la escucha, o bien en los sentimientos que experimentan ustedes
mismos. Quiero decirles también que este mito no sólo ha sido comentado por
Lacan en los "Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis" -de manera
distinta a como lo voy a hacer hoy- sino que ha sido la base sobre la cual Melanie
Klein ha sentado su teoría. Luego de leer y profundizar el mito del nacimiento del
Yo en "Pulsiones y destinos de pulsión", me dí cuenta que toda la teoría kleiniana
toma de allí su raíz teórica o ideológica. Es mi interpretación. No conozco nadie que
haya establecido esta precisa relación entre el Freud de 1915 y Melanie Klein.

Antes de entrar de lleno en este mito de la génesis del yo, quisiera decirles que las
fuerzas elementales del amor y del odio persiguen tres fines: evitar el displacer que
significa la tensión interna, buscar el placer que apacigua esa tensión y preservar la
¡integridad del yo.

Evitar el displacer, tal es la función del odio primordial. El odio es el nombre que
damos a la pulsión más arcaica entre todas, aquella que rechaza. El odio es el
rechazo de todo objeto -cosa o persona -susceptible de crear una sensación
displacentera. Así el odio es el movimiento de un yo precoz que dice "¡No!" al
displacer; o con más exactitud, que dice "¡No!"a todo objeto que provoca el
aumento intolerable de la tensión psíquica. El amor primordial es también un
empuje, una moción del yo que busca, por el contrario, los objetos de placer, es
decir cualquier cosa o persona que procure una regulación agradable y placentera
de esa misma tensión. Mientras que el odio es movimiento de rechazo, el amor es
movimiento de apertura y expansión del yo.

La diferencia entre objeto de amor y objeto de odio, es que el primero es ante


todo benéfico y estimulante, asimilable e integrable en el seno del yo; en última
instancia el objeto de amor nos es homogéneo. Por el contrario, el objeto de odio
es fundamentalmente nocivo y amenazador para la supervivencia del yo puesto que
es inconciliable y disonante en relación a todos los otros componentes del yo. Es un
objeto que nos es extraho y permanece inasimilable y, en última instancia
heterogéneo.

Mientras que el objeto de odio no es sólo heterogéneo al yo sino, al mismo tiempo,


semejante al yo, el objeto de amor es semejante al yo. Unicamente puede ser
odiado lo que es cercano. El objeto de amor es semejante al yo; el objeto de odio
es a la vez semejante y extraño al yo.

Después de esto, preguntémonos más directamente cuál es el proceso de


generación del yo psíquico. Desde el comienzo el yo es capaz de encontrar en sí
mismo, quiero decir sin la ayuda del mundo exterior, la satisfacción de sus
necesidades. Alcanza el placer por sí mismo y en sí misma, a tal punto que este yo
narcisista es indiferente al mundo de afuera y no siente por él ningún afecto, ni
tiene ninguna representación. Esta indiferencia radical del yo hacia el mundo que lo
rodea, este cerrarse a su entorno, es lo que constituye la primera figura del odio
primordial. El yo, replegado sobre sí mismo y autosuficiente ignora al Otro. El odio
es aquí el nombre de esta ignorancia arrogante , de este desinterés, de esta
despreocupación frente a lo exterior. Si pensamos en la relación con el amor,
podemos decir, que en esta etapa inicial de la génesis mítica del yo, el amor toma
la forma de la autosuficiencia del amor por sí mismo y el odio, el de la indiferencia
hacia el Otro.

Quisiera detenerme aquí un instante y hacer un comentario importante sobre el


orden de aparición del amor y del odio. ¿Cuál de los dos afectos es el primero, el
amor a el odio? Contrariamente a la que se piensa, el odio primordial considerado
como indiferencia, precede al amor, va por delante del amor. Antes del amor está
la indiferencia. Sin embargo debo decir que no se trata del amor de sí mismo sino
del amor por el afuera . Este amor, esta tendencia hacia el afuera surgirá
únicamente en la etapa siguiente. Quisiera ser preciso. Desde el punto de vista de
la relación al Otro, el odio es, entonces, más antiguo que el amor, la indiferencia
hacia el Otro precede al amor por el Otro. De este modo podemos también decir
que el odio primordial se confunde con la autosuficiencia y protege al amor de sí
mismo. La secuencia es, la siguiente: amor de sí mismo -indiferencia, es decir odio
primordial- amor por el Otro.

Quisiera citar una frase de Freud que me ha acompañado a todo lo largo de la


preparación de esta conferencia. En ese pasaje Freud reconoce haber comprendido,
finalmente, en oposición a la opinión común que, en los primeros balbuceos de las
relaciones humanas, el odio precede al amor. He aquí lo que escribe en 1913: "Una
tesis de Stekel, -Stekel fue una de los primeros discípulos de Freud-, me parecía
incomprensible en otro tiempo. Esta tesis postula lo siguiente: es el odio y no el
amor la que constituye a relación primaria entre los humanos". Más tarde, en 1915,
retoma esa frase casi literalmente: "El odio, en cuanto relación con el objeto, es
más antiguo que el amor; proviene del rechazo originario que el yo narcisista opone
al mundo exterior."
Decía que esta frase no ha cesado de acompañarme durante mi trabajo, no sólo por
la prioridad que Freud acuerda al odio como base de nuestros sentimientos
humanos, sino, sobre todo, a causa del corolario que se deduce de esta primacía
del odio sobre el amor, y que concierne, precisamente, a la culpabilidad.

He aquí la que Freud añade: "El hecho que el odio sea el precursor del amor, funda
la capacidad de hacer nacer a la moral". Proposición que podríamos parafrasear de
la manera siguiente: el hecho que el odia sea el precursor del amor, funda la
capacidad de hacer nacer la culpabilidad ¿Por qué decir culpabilidad? Si admitimos
que el odio primordial es indiferencia, rechazo pasivo e indiferencia hacia el mundo,
como así también protección de si mismo, comprenderemos que este gesto de
cierre y de afirmación de sí, pueda engendrar culpa ¿Qué tipo de culpa? La de
existir en detrimento de otro; la culpa de ser uno mismo, ignorando al Otro. Si
algun delito, si alguna falta hay aquí, será la falta original de amarse uno mismo
con exclusividad, olvidando al Otro. Así pues, seria el odio y no el amor lo que
constituiría la fuente y el fundamento primero de la moral de los hombres.

Pero abordemos el segundo tiempo de nuestra génesis. Sucede ahora que el yo


debe imperativamente abrirse hacia el exterior para responder a sus apremiantes
exigencias vitales. En esta etapa, al necesitar imperiosamente la ayuda benevolente
del mundo, el yo debe, obligatoriamente interesarse y por él y consagrarle su
energía . En este estado de necesidad material, y sometido al principio que ordena
buscar siempre el placer, el yo incorpora los objetos externos agradables, rechaza
los desagradables y expulsa fuera de él todo la que es motivo de displacer. He aquí,
pues, tres acciones por medio de las cuales el yo regula sus intercambios con el
exterior: incorporar, rechazar y expulsar.

Podemos considerar la incorporación como la primera figura de la tendencia de


apertura al Otro, -quiero decir, de amor por el Otro en cuanto objeto de placer-,
esta incorporación implica la supresión, la abolición de la existencia exterior de ese
Otro. Así con este fenómeno, nos encontramos en presencia de dos movimientos
simultáneos: un amor que incorpora y un odio que destruye.

Subrayemos que, durante esta segunda fase de la génesis mítica del yo, el mundo
exterior se divide de esta manera, en dos partes bien diferenciadas: una, fuente de
placer que será interiorizada por el yo, es decir, amada y destruida; otra, extraña al
yo que será rechazada y odiada porque es inasimilable. En resumen, en este
segundo estado, el yo tiende, en cuanto a él, a convertirse en un ser de puro placer
purificado, mientras que el "afuera" se constituye como una parte amada en tanto
asimilable, y una parte mala y extraña en tanto inintegrable, y para decirlo todo,
odiada.

Desarrollemos la tercera fase de nuestra mito. El "afuera" está organizado ahora


como un bloque que envuelve al yo, a la manera de un medio ambiente
principalmente inasimilable y hostil; este "afuera" se ofrece al yo ahora como un
desafío , como un territorio que debe ser conquistado y sometido. El yo más
decidido que nunca, diría :"Puesto que no puedo incorporar esa masa de displacer,
debo apoderarme de ella, respetando su existencia, pero neutralizando su
autonomia". A este empuje del yo tendiente a dominar y tomar posesión del medio
ambiente extraño, Freud lo califica de "pulsión de dominio". La finalidad de
semejante pulsión es la de obtener placer de conquistar el campo de la
heterogéneo para conocerlo, someterlo y modificarlo. ¿Cuál es, entonces, la parte
de odio y de amor en este impulso de conquista del yo? El amor se manifiesta aquí
a través del carácter seductor de la pulsión de dominio destinada a llamar al Otro,
seducirlo y envolverlo; mientras que el odio corresponde al objetivo tiránico de
someter al Otro y abolir su individualidad ya que no su existencia.
Como en el caso de la incorporación, el amor y el odio permanecen, en la pulsión
de dominio, indisolublemente ligados.

Este es el mito de la formación del yo. ¿Cuáles han sido en esta génesis las
diferentes figuras adoptadas por el odio? La primera y la más vigorosa es la
indiferencia o rechazo pasivo; luego el rechazo activo y la expulsión de lo
displacentero interior, y la destrucción de lo malo exterior, del objeto exterior
incorporado. Más tarde, en la tercera fase, el odio se reviste de una nueva figura,
abolir la independencia del objeto conquistado pero sin destruirlo materialmente.
En síntesis: el odio es una fuerza protectora del yo.

El odio en su relación con la destrucción, el sadismo, la pulsión de muerte


y el masoquismo primario

Es frecuente constatar que el dominio ejercido sobre un objeto, su conquista y


sometimiento, no se obtienen si no es al precio de su destrucción parcial. La pulsión
de dominio o de conquista se confunde con una pulsión de destrucción. Y el odio
agresivo y conquistador se convierte en una acción brutal y violenta. Este estado,
en el que el odio equivale a la destrucción, es llamado por Freud "sadismo
originario"; sadismo tendiente a destruir, pero despojado toda intención de hacer
sufrir a la víctima conquistada ; sadismo sin finalidad sexual sádica. El ejemplo más
expresivo para ilustrar este sadismo sin finalidad sexual, es el de la inocente
crueldad con que el niño rompe y destroza sus juguetes por el simple placer de
distruir y de experimentar con ello el poder, de su fuerza muscular. Digamos que la
musculatura es el sustrato orgánico de la pulsión de dominio. He hablado hace un
instante de "placer de destruir y ejercitar la fuerza", pero debo añadir: "placer de
conocer el interior del juguete, de arrancarle su secreto". Pues la pulsión de
dominio no consiste únicamente en una tendencia a dominar y destruir
parcialmente al Otro; también consiste en ese deseo que nos anima tan a menudo,
de conocer y de saber, de revelar el enigma de las cosas. La pasión de conocer
seria así, un deseo sublimado de la pulsión de dominio.

A fin de delimitar el sentido de términos tan próximos como "odio" y "sadismo".


Dijimos que el "sadismo originario", era el placer de destruir por destruir, sin buscar
hacer sufrir al otro. Esto es entendido como sinónimo de "odio". Al contrario,
cuando al placer de agredir, se añade el placer de suscitar el dolor del otro, nos
encontramos en presencia de un "sadismo perverso". ¿Qué es el sadismo perverso?
Quisiera detenerme un instante y precisar que no podríamos gozar del dolor del
otro sin una condición previa: la de haber experimentado uno mismo, en la realidad
o en el fantasma, ese mismo dolor que se quiere infligir a la víctima. Es decir que
yo no podría gozar sádicamente del dolor del otro, si no logro ante todo
identificarme al Otro sufriendo ese misma dolor. Una tal identificación -condición
necesaria y previa a mi goce sádico- está en relación con un fantasma masoquista
en el que soy yo quien sufre. Para ser sádico, necesito apoyarme sobre el sustrato
de un fantasma masoquista. Para ser sádico en la realidad, necesito ser masoquista
en mi fantasma.

En una palabra: el sadismo originario, no perverso, cuya mejor ilustración es la


crueldad infantil, no está al servicio de una función sexual; en cambio, su opuesto,
el sadismo perverso, comporta, a su vez, un componente sexual manifiesto:el
placer sexual de ver, entender y sentir el dolor del Otro, o mejor aún el Otro
sufriendo.

¿Cómo conceptualizar, entonces, el odio con relación al sadismo? Pues bien;


diremos que el odio es idéntico al sadismo no perverso, puesto que está despojado
de cualquier componente sexual. Sin embargo, sigue siendo verdad y es frecuente
el que tal o cual acceso de odio que podamos reconocer, muestre ser una pasión
sádica y perversa de hacer sufrir al otro odiado. En este caso, el odio
eminentemente sexualizado y erotizado, se confunde, sin duda, con el sadismo
perverso que acabamos de definir. Pero entonces se me preguntaría: ¿por qué
distinguir tan netamente el odio del sadismo perverso, puesto que constatamos
fácilmente que ese odia conlleva a menudo un componente perverso?

Mi respuesta es clara: reconozco esta posibilidad, pero prefiero dar mayor


importancia al odio como pulsión no sexual y conservadora del yo. Concebir el odio
como una pulsión de conservación del yo, es decir, como una fuerza vital del yo sin
finalidad sexual, permite hacer del odio un concepto autónomo, no disuelto en la
noción vecina de sadismo, y conferirle así la nobleza de una sana defensa del yo.

Aquí debo introducir un nuevo término, insoslayable si se quiere estudiar el odio, a


saber: el concepto tan delicado en su utilización, como es el de "pulsión de
muerte".

¿Qué relación podemos establecer entre el odio y la pulsión de muerte? Es una


relación doble. Por un lado, el odio actualiza la pulsión de muerte, cuando esta
pulsión, vuelta hacia el exterior, se manifiesta baja la forma de una pulsión de
destrucción, pulsión de dominio con finalidad agresiva, la misma de la que
acabamos de hablar. Definir el odio como expresión de la pulsión destructora,
equivale a definirlo como expresión de la pulsión de muerte dirigida hacia el
exterior. Esto se da, evidentemente, cuando a esta vertiente exterior de la pulsión
de muerte, se añade un componente erógeno, es decir un placer sexual y sádico, el
placer de gozar del dolor del Otro violentado.

Examinemos ahora la segunda relación entre el odio y la pulsión de muerte, en el


caso en que la pulsión de muerte está orientada no hacia el exterior, sino hacia el
interior del yo. Se trata aquí de un lazo muy extraño, como lo verán. La vertiene
interior de la pulsión de muerte expresa el aspecto menos localizable, el más
silencioso; al contrario de su vertiente exterior cuya manifestación es siempre
tumultuosa y tangible. Entonces, ¿qué pretende la pulsión de muerte cuando se
dirige al "adentro" de nosotros? ¿Nuestra desaparición? ¿Nuestra muerte? Es una
respuesta posible, siendo como es tan sugerente el vocablo de muerte y tan
ambiguo el concepto de pulsión de muerte.

Ciertas pasajes de la obra de Freud van en este sentido y permiten pensar que la
pulsión de muerte significa la tendencia natural del ser humano a autodestruirse.
Pero ¿qué encubre esta palabra de autodestrucción cuyo sentido se revela múltiple?

Una primera interpretación consiste en ver en la tendencia autodestructora de la


pulsión de muerte un movimiento tendiente a llevar al ser viviente hacia un más
acá de su punto de origen, hacía el estado inorgánico. Una interpretación diferente
consisitiría en considerar la tendencia autodestructora coma una tendencia
inconsciente que acompaña el movimiento biológico hacia ese final fatal destinado a
todos los seres vivientes: la muerte.

Yo les propongo una tercera interpretación, enlazada con mi trabajo de elaboración


con el odio; esta interpretación no excluye las otras, pero las completa. Consistiría
en considerar que la autodestrucción perseguida por la pulsión de muerte no busca,
de manera alguna la desaparición o la extinción del ser viviente sino toda lo
contrario: buscaría su conservación. La autodestrucción no sería autosupresión de
nosotros mismos, sino más bien, destrucción en nosotros mismos de todo lo que es
perjudicial e inútil. En otros términos, la pulsión de muerte dirigida hacía nuestro
interior, debe ser comprendida como una tendencia a separarnos de nuestras
propias producciones inútiles; una tendencia a hacer envejecer y perecer aquello
que, ineluctablemente, debe separarse de nosotros con el fin de regenerar y
renovar mejor la substancia viviente. En resumen, la pulsión llamada de "muerte",
podría ser calificada como pulsión "de separación y de pérdidas", y definida en
consecuencia, como una potencia de vida psíquica destinada a conservar al
individuo, haciendo perecer en él aquello que le es perjudicial.

Entendida así, como una fuerza de separación, de pérdidas y de renovación en el


seno mismo de nuestro yo, la actividad de la pulsión de muerte produciría un placer
singular, como si la separación de nuestra relación con los objetos caducos y su
caída, hubiesen implicado un placer sexual. Esta hipótesis de un placer sexual
suscitado por la actividad interna de la pulsión de muerte, justifica la llamativa
fórmula empleada por Freud de "masoquismo primario" , placer surgido de la
autodestrucción según la acepción en la que la tomamos, es decir: separación,
pérdidas y renovación.

¿Qué decir, entonces, del odio manifestado a una mismo sino que está dirigido
contra lo heterogéneo que hay en nosotros, para separarlo de nosotros y
rechazarlo? Volvamos al comienzo mismo de nuestra génesis mítica del yo, al
momento en que afirmábamos que, en este estadio primítivo, el odio primordial era
más antiguo que el amor por el Otro.

En este punto de nuestro desarrollo, y a la luz de la hipótesis freudiana del


masoquismo primario, debemos postular la existencia de un odio dirigido hacia uno
mismo, que es todavía más originario que el odio primordial dirigido al Otro, aquel
que identificábamos con la indiferencia.

A la secuencia: amor de sí ------- indiferencia------odio contra otro------


amor por el otro propuesto al comienzo de este trabajo, debemos añadir ahora, el
elemento "odio contra sí" y situarlo en paralelo con el primer término que era:
amor de sí.

El odio: reacción defensiva del yo para evitar el dolor

Al igual que para la angustia y la culpabilidad, la sede del odio es el yo,


contrariamente a lo que hemos observado en el caso del dolor, en el que implota
bajo el efecto de una ruptura en el fantasma en el Ello.

El lugar del odio es pues, el yo. Pocas emociones existen en la vida que, al igual
que el odio, puedan conferir al sujeto una convicción tan intensa de estar en la
verdad y estar acompañadas de un sentimiento tan completo de omnipotencia.
Cuando alguien vive el odio, éste se le convierte en una fuente de placer narcisista
que surge porque él ya se siente confortado en su sentimiento de ser yo. Si el amor
puede definirse como una demanda de ser reconocido por el otro, quiera decir,
reconocido en mi ser, el odio se especifica por ser un movimiento impulsivo de
auto-reconocimiento, a cambio, del desprecio por el otro.

Pero, ¿qué es entonces, hablando con precisión, el odio? ¿Cómo justificar mi


definición que concibe al odio como una reacción defensiva y narcisista del yo a fin
de evitar el dolor de la pérdida de un objeto preciso en circunstancias precisas?
¿Cuál es esta pérdida y cuáles son esas circunstancias?

Digamos en primer lugar, que el odio sólo puede nacer en el seno de una relación
durable con un otro amado del cual dependemos. Que esta dependencia sea
fácilmente localizable o no, el caso es, nótenlo bien, que el Otro del amor es
siempre un Otro que dispone del poder de responder a nuestra demanda o, al
contrario, de ignorarla. Es precisamente ésa la razón por la cual los casos de odio
más frecuentes -y nuestra experiencia de analistas nos lo enseña - se dan cuando
la persona odiada es un miembro de nuestra familia. Es entre miembros de una
misma familia o entre antiguos enamorados cuando se observa el odio más
encarnizado y destructor.

Quisiera ser preciso en mi definición de la relación amorosa porque, si el odio viene


después del amor y sobre el fondo del amor, no podemos comprender su
mecanismo sin antes haber detallado y elucidado la lógica del amor. Acaba de decir
que el odio sucede al amor y, hablando del odio-pulsión, he afirmado también, en
sentido opuesto, que el odio es anterior al amor. Estas proposiciones no se
contradicen: en tanto pulsión, el odio precede al amar, en tanto reacción narcisista
del yo, el odio sucede al amor.

¿Qué es pues el amor? Esta es la pregunta que debemos hacernos. El amor es una
promesa, la promesa de que un otro -llamémoslo el Otro del amor -tiene el poder
de conceder o no. ¿Y qué es ese don cuya promesa me ata al otro? No es una cosa
concreta sino la parte que supuestamente colmaría mi "falta en ser". El don que
espero del Otro es, en realidad, una nada, una nada cuya virtud consiste en
preservar y alimentar mi espera. Esta nos permite comprender la célebre fórmula
de Lacan:"El amor consiste en dar la que no se tiene". Yo la traduciría as¡: el amor
es la promesa de un don que algún día llegará, o también: el amor es la promesa
de un don que algún día llegará o, si nos ponemos en el lugar del que recibe: el
amor consiste en esperar la nada del Otra. Seamos claros: lo que cuenta en el
amor no es el don sino la tensión de la espera; es el suspenso de la promesa.

Recuerden ustedes que, al estudiar el dolor, he definido la angustia como la


reacción a la amenaza de perder al ser amado, o de perder el amor de este ser
amado. Ahora podemos reemplazar esta expresión por la proposición siguiente: la
angustia es la reacción ante la amenaza de perder mí espera del don del otro; es
decir mi esperanza, mi ilusión de que un día él sabrá colmar mi ser.

Volvamos al odio reacción y distingamos en él dos tiempos: el despertar del


odio y la realización del odio. Si el Otro del amor tiene el poder de concederme
o no el don esperado, el Otro del odio posee también un poder temible, el poder de
herirme. El Otro del odio tiene el poder, no ya de concederme un don, sino de
hacerme mal y de gozar de ese mal. El odio que siento contra alguien ha sido
engendrado por mi suposición -justificada o no en la realidad, eso no importa- de
que el Otro, por su crueldad, está en el origen de mi sufrimiento. Al Otro del odio lo
supongo siendo perverso o más exactamente, sádico. Una de los reproches más
frecuentes que quien odia dirige al ser odiado sería el siguiente:"Tú has excitado mi
deseo para luego frustrarlo", o de otra forma:"Tú me has seducido y despertado mi
amor para luego abandonarme".

Como todos los sentimientos humanos, el odio sólo puede subsistir apoyado en un
fantasma alimentado por imágenes y hecho manifiesto en gestos y palabras. Y
justamente, ¿cuál es el fantasma del odio? Consiste en lo siguiente: el Otro
perverso del odio ha perdido todo poder y, en el momento presente, se encuentra
reducido al estado de objeto sometido a las fuerzas de mis pulsiones destructoras.
Se convierte as¡ en la marioneta atormentada que alimenta mis imágenes crueles y
agresivas.

He aquí lo que deseaba transmitir acerca del concepto de odio en cuanto reacción
narcisista.
Puedo ya adelantar la proposición que me parece caracterizar la naturaleza del
odio, proposición con la que quisiera concluir: el odio es una defensa, un sobresalto
del yo, una crispación agresiva para evitar la experiencia dolorosa de la pérdida del
amor, de la pérdida de la promesa de un don. Aquéllo que quien odia no puede
admitir, es el haber perdido la promesa que la vinculaba al Otro, la esperanza de
que un día su falta será colmada.

Para definir el odio he adelantado la palabra "sobresalto" a fin de indicar que este
odio es una reacción transitoria y, en última instancia, una vana tentativa de negar
el dolor de ser abandonado . Digo "vana tentativa" porque tarde o temprano, el
sujeto que odia deberá afrontar, inexorablemente, la pena, la pesadumbre a la
tristeza.

Quisiera cerrar esta reflexión con una última frase que, a mi juicio, puede puntuar
nuestra relación al amor y al odio. Yo la colocaría en los labios de un analizante, al
final de su análisis:"conocer bien a alguien equivale a haberle amado y odiado
sucesivamente. Amar y odiar equivale a experimentar con pasión, el ser de un ser."

Texto revisado por su autor. Corresponde a la segunda reunión del seminario realizado en Buenos
Aires en agosto de 1996 cuyo tema fue: "El dolor, el odio, la culpabilidad".

Traducción del francés: A.M. Gómez, L. Neuman, M. Olasagasti.

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