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El Concepto de ODIO Juan David Nasio
El Concepto de ODIO Juan David Nasio
Recuperado en:
http://www.con-versiones.com/nota0155.htm
En una cura de análisis, el peso del odio es tal que Freud la aisla como el criterio
más claro para distinguir la técnica psicoanalítica del conjunto de los otras métodos
terapéuticos. Contrariamente a las diversas terapias alternativas, en las cuales se
desarrollan espontáneamente transferencias afectuosas y amistosas con relación al
terapeuta, en el tratamiento analítico, y en un momento preciso de la cura, las
tendencias al odio deben ser despertadas, traídas a la conciencia y, de esta
manera, favorecer la disolución de -son las palabras de Freud- las transferencias
amistosas.
Para Freud, uno de los rasgos especificos del psicoanálisis, consiste en estimular
con mucha tacto, el surgimiento del odio o por lo menos no frenar, la hostilidad
inconsciente contra el terapeuta, en la actualidad de la transferencia.
Pero la importancia del odio surge también en la teoría como el aguijón que ha
permitido a Freud inventar el complejo de Edipo. En efecto, no fue la
constatación del amor del niño por la madre lo que le permitió descubrir el Edipo,
sino la observación de la rabia y el odio del hijo hacia su padre r¡val. Recordemos
que el concepto de complejo de Edipo aparece por primera vez a la largo de un
capitulo de "La interpretación de los sueños" consagrado a los sueños de muerte de
personas queridas, capítulo en el que Freud revela la moción inconsciente de odio
hacia el difunto, en el corazón mismo de la persona en duelo.
Si pensamos ahora en el caso del Edipo femenino recordamos el papel jugado por
el odio en lo que se llama la prehistoria del Edipo . Mientras el niño se separa de la
madre por, miedo, la niña se separa por odio y rencor. El vínculo de la niña con su
madre, se rompe una primera vez a causa del odio, un odio muy particular. Es una
rabia dificil de justificar. Es una hipótesis de Freud muy discutida, sobre todo por
las mujeres. Se trata de un odio por, decepción , de un reclamo irritado. Una parte
de ese odio termina por disiparse con el tiempo. En cambio, la otra parte es tenaz y
está destinada a permanecer inconsciente, y a durar a lo largo de la vida de la
mujer. Ocurre que esta parte, que ha quedado inconsciente, puede más tarde
desencadenar una reacción de ternura exagerada o de culpabilidad penosa hacia la
madre o hacia cualquier otro sustituto materno.
Quisiera señalar aquí uno de los destinos posibles de ese odio antiguo e
inconsciente de la niña hacia su madre: creemos, a menudo, y con toda razón, que
cuando una mujer elige a un hombre, esta elección está sobredeterminada por la
antigua relación con su padre. Pero hay que tener en cuenta también la
eventualidad siguientez cuando el lazo con el hombre elegido queda establecido de
manera durable, y que esta pareja se convierte, por ejemplo, en marido y padre de
sus hijos, ocurre que la mujer no redescubre en él a su padre sino a su madre. La
mujer adopta entonces con relación a su marido las mismas actitudes que tomaba
con respecto a su madre.
Cuando una mujer odia a su marido, podemos suponer que esta actitud está
dirigida no contra el padre sino contra la madre. La antigua hostilidad ya olvidada e
inconsciente contra la madre, reaparece y se encarna en el odio contra el
compañero.
Si ahora nos fijamos en el caso de la neurosis fóbica, vemos que aquí también el
odio es reprimido y desplazado, pero, a diferencia de la neurosis obsesiva, este odio
se encuentra proyectado hacia afuera sobre un objeto exterior que se convierte
para la conciencia del fóbico, en un objeto angustiante y hostil. Ahora bien, ocurre
un fenómeno curioso, privilegio exclusivo del amor del fóbico: para protegerse de la
angustia, el sujeto fóbico se apega y aferra tan sólidamente a su pareja amada,
verdadera armadura contra el miedo, que el amor consciente, el vínculo amoroso
deja de ser un sentimiento para convertirse en necesidad, necesidad física de
protección.
El odio primordial y el amor primordial designan los dos grandes movimientos que
participan del nacimiento del yo psíquico. El odio y el amor primordiales, no son
otra cosa que las fuerzas maestras desplegadas por el yo en su lucha con el mundo
exterior, a fin de afirmarse, conservarse y sobrevivir. Desde ya debo precisarles
que el nacimiento del yo, tal como voy a describirlo, es hablando con precisión, un
mito, un montaje imaginario destinado a hacer, comprender que odio y amor no
sólo son sentimientos sino también son pulsiones.
Antes de entrar de lleno en este mito de la génesis del yo, quisiera decirles que las
fuerzas elementales del amor y del odio persiguen tres fines: evitar el displacer que
significa la tensión interna, buscar el placer que apacigua esa tensión y preservar la
¡integridad del yo.
Evitar el displacer, tal es la función del odio primordial. El odio es el nombre que
damos a la pulsión más arcaica entre todas, aquella que rechaza. El odio es el
rechazo de todo objeto -cosa o persona -susceptible de crear una sensación
displacentera. Así el odio es el movimiento de un yo precoz que dice "¡No!" al
displacer; o con más exactitud, que dice "¡No!"a todo objeto que provoca el
aumento intolerable de la tensión psíquica. El amor primordial es también un
empuje, una moción del yo que busca, por el contrario, los objetos de placer, es
decir cualquier cosa o persona que procure una regulación agradable y placentera
de esa misma tensión. Mientras que el odio es movimiento de rechazo, el amor es
movimiento de apertura y expansión del yo.
He aquí la que Freud añade: "El hecho que el odio sea el precursor del amor, funda
la capacidad de hacer nacer a la moral". Proposición que podríamos parafrasear de
la manera siguiente: el hecho que el odia sea el precursor del amor, funda la
capacidad de hacer nacer la culpabilidad ¿Por qué decir culpabilidad? Si admitimos
que el odio primordial es indiferencia, rechazo pasivo e indiferencia hacia el mundo,
como así también protección de si mismo, comprenderemos que este gesto de
cierre y de afirmación de sí, pueda engendrar culpa ¿Qué tipo de culpa? La de
existir en detrimento de otro; la culpa de ser uno mismo, ignorando al Otro. Si
algun delito, si alguna falta hay aquí, será la falta original de amarse uno mismo
con exclusividad, olvidando al Otro. Así pues, seria el odio y no el amor lo que
constituiría la fuente y el fundamento primero de la moral de los hombres.
Subrayemos que, durante esta segunda fase de la génesis mítica del yo, el mundo
exterior se divide de esta manera, en dos partes bien diferenciadas: una, fuente de
placer que será interiorizada por el yo, es decir, amada y destruida; otra, extraña al
yo que será rechazada y odiada porque es inasimilable. En resumen, en este
segundo estado, el yo tiende, en cuanto a él, a convertirse en un ser de puro placer
purificado, mientras que el "afuera" se constituye como una parte amada en tanto
asimilable, y una parte mala y extraña en tanto inintegrable, y para decirlo todo,
odiada.
Este es el mito de la formación del yo. ¿Cuáles han sido en esta génesis las
diferentes figuras adoptadas por el odio? La primera y la más vigorosa es la
indiferencia o rechazo pasivo; luego el rechazo activo y la expulsión de lo
displacentero interior, y la destrucción de lo malo exterior, del objeto exterior
incorporado. Más tarde, en la tercera fase, el odio se reviste de una nueva figura,
abolir la independencia del objeto conquistado pero sin destruirlo materialmente.
En síntesis: el odio es una fuerza protectora del yo.
Ciertas pasajes de la obra de Freud van en este sentido y permiten pensar que la
pulsión de muerte significa la tendencia natural del ser humano a autodestruirse.
Pero ¿qué encubre esta palabra de autodestrucción cuyo sentido se revela múltiple?
¿Qué decir, entonces, del odio manifestado a una mismo sino que está dirigido
contra lo heterogéneo que hay en nosotros, para separarlo de nosotros y
rechazarlo? Volvamos al comienzo mismo de nuestra génesis mítica del yo, al
momento en que afirmábamos que, en este estadio primítivo, el odio primordial era
más antiguo que el amor por el Otro.
El lugar del odio es pues, el yo. Pocas emociones existen en la vida que, al igual
que el odio, puedan conferir al sujeto una convicción tan intensa de estar en la
verdad y estar acompañadas de un sentimiento tan completo de omnipotencia.
Cuando alguien vive el odio, éste se le convierte en una fuente de placer narcisista
que surge porque él ya se siente confortado en su sentimiento de ser yo. Si el amor
puede definirse como una demanda de ser reconocido por el otro, quiera decir,
reconocido en mi ser, el odio se especifica por ser un movimiento impulsivo de
auto-reconocimiento, a cambio, del desprecio por el otro.
Digamos en primer lugar, que el odio sólo puede nacer en el seno de una relación
durable con un otro amado del cual dependemos. Que esta dependencia sea
fácilmente localizable o no, el caso es, nótenlo bien, que el Otro del amor es
siempre un Otro que dispone del poder de responder a nuestra demanda o, al
contrario, de ignorarla. Es precisamente ésa la razón por la cual los casos de odio
más frecuentes -y nuestra experiencia de analistas nos lo enseña - se dan cuando
la persona odiada es un miembro de nuestra familia. Es entre miembros de una
misma familia o entre antiguos enamorados cuando se observa el odio más
encarnizado y destructor.
¿Qué es pues el amor? Esta es la pregunta que debemos hacernos. El amor es una
promesa, la promesa de que un otro -llamémoslo el Otro del amor -tiene el poder
de conceder o no. ¿Y qué es ese don cuya promesa me ata al otro? No es una cosa
concreta sino la parte que supuestamente colmaría mi "falta en ser". El don que
espero del Otro es, en realidad, una nada, una nada cuya virtud consiste en
preservar y alimentar mi espera. Esta nos permite comprender la célebre fórmula
de Lacan:"El amor consiste en dar la que no se tiene". Yo la traduciría as¡: el amor
es la promesa de un don que algún día llegará, o también: el amor es la promesa
de un don que algún día llegará o, si nos ponemos en el lugar del que recibe: el
amor consiste en esperar la nada del Otra. Seamos claros: lo que cuenta en el
amor no es el don sino la tensión de la espera; es el suspenso de la promesa.
Como todos los sentimientos humanos, el odio sólo puede subsistir apoyado en un
fantasma alimentado por imágenes y hecho manifiesto en gestos y palabras. Y
justamente, ¿cuál es el fantasma del odio? Consiste en lo siguiente: el Otro
perverso del odio ha perdido todo poder y, en el momento presente, se encuentra
reducido al estado de objeto sometido a las fuerzas de mis pulsiones destructoras.
Se convierte as¡ en la marioneta atormentada que alimenta mis imágenes crueles y
agresivas.
He aquí lo que deseaba transmitir acerca del concepto de odio en cuanto reacción
narcisista.
Puedo ya adelantar la proposición que me parece caracterizar la naturaleza del
odio, proposición con la que quisiera concluir: el odio es una defensa, un sobresalto
del yo, una crispación agresiva para evitar la experiencia dolorosa de la pérdida del
amor, de la pérdida de la promesa de un don. Aquéllo que quien odia no puede
admitir, es el haber perdido la promesa que la vinculaba al Otro, la esperanza de
que un día su falta será colmada.
Para definir el odio he adelantado la palabra "sobresalto" a fin de indicar que este
odio es una reacción transitoria y, en última instancia, una vana tentativa de negar
el dolor de ser abandonado . Digo "vana tentativa" porque tarde o temprano, el
sujeto que odia deberá afrontar, inexorablemente, la pena, la pesadumbre a la
tristeza.
Quisiera cerrar esta reflexión con una última frase que, a mi juicio, puede puntuar
nuestra relación al amor y al odio. Yo la colocaría en los labios de un analizante, al
final de su análisis:"conocer bien a alguien equivale a haberle amado y odiado
sucesivamente. Amar y odiar equivale a experimentar con pasión, el ser de un ser."
Texto revisado por su autor. Corresponde a la segunda reunión del seminario realizado en Buenos
Aires en agosto de 1996 cuyo tema fue: "El dolor, el odio, la culpabilidad".
Destacados: S.R.