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Los hombrss son amorosos de sus tierras, y para evitar difi-


cultades con los pueblos vecinos por cuestión de límites, tienen
acotado el municipio por medio de una zanja, que limpian fre-
cuentemente para que no se destruya ó desaparezca. Tienen po-
ca comunicación con los hijos de los pueblos limítrofes, y como
no se separan de la regla de conducta que se han trazado de
antemano, no dan guerra á las autoridades superiores, ni á las
de las poblaciones de que están rodeados.
Si vienen á la Ciudad procuran juntarse con sus compatriotas,
únicos con quienes hablan, jjorque son poco comunicativos, y
se vuelven á su pueblo el misino día, siendo verdadera casuali-
dad que pernocten fuera de los límites de su municipio.
Son muy dados á la embriaguez, y aunque de suyo circuns-
pectos, ebrios son muy escandalosos y provocativos, bien que
las riñas sólo las sostienen entre sí, interviniendo también las
mujeres, de modo que forman un pelotón y una algarabía infer-
nal, entendida solamente de ellos. En estas riñas, que por lo re-
gular se ocasionan los domingos en los tendajones situados en
los caminos que conducen á sus ranchos, corre la sangre de las
narices, porque los contendientes se recetan sendas bofetadas
que, como van disparadas á diestra y siniestra, muchas veces
van á dar en narices cuyos propietarios han intervenido cuan-
do más á separar á los boxeadores, y que sintiéndose lastima-
dos, se apresuran á conjugar el verbo por activa, lo que consti-
tuye el aumento del desorden y la confusión.
Las campañas terminan regularmente con la caida de la ma-
yoría de los que en ellas toman participio, tan luego como el
alcohol llega á enervar sus facultades físicas, y los cadáveres
quedan uno aquí, otro allá, á lo largo del camino, roncando la
turca y vigilados por los miembros de la familia de cada, cual,
hasta que vuelven en sí y pueden llegar por sus pies á sus res-
pectivos jacales. Al otro dia se levantan á buena hora para en-
tregarse á sus labores, sin manifestar indisposición alguna por
la fatiga anterior, ni tratar de buscar á los contrarios para sal-
dar cuentas, lo que prueba que los disgustos entre ellos son mo-
mentáneos y sin que el odio intervenga, porque son efectos na-
turales de la excitación alcohólica.
Sin duda que no se puede decir de todos los hombres lo mis-
mo, pero nosotros creemos, á lo menos, respecto (Je los
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rlreses que, en caso de un homicidio, éste puede cometerse sin


grave culpa del que lo lleve á cabo, y que nuestras leyes debe-
rían tener presente esta consideración para no reputar la em-
briaguez siempre como una circunstancia agravante.
El indio de Tlalnelhuayócam más que pacífico es pusilánime,
huye las disputas de obra, jamás provoca á nadie, y sólo se tor-
na valeroso cuando está á medios chiles, como suele decirse, sin
que sea posible apartarlo de tomar el aguardiente, única dis-
tracción que tiene cada ocho días, después de una semana de
rudos trabajos, y francamente, parece injusto castigarlo con
severidad en el caso de delincuencia, si se tiene presente, por
otra parte, que no está prohibida la venta de licores embria-
gantes.
En el Estado de Puebla, la embriaguez se considera más co-
mo circunstancia atenuante que agravante; ¿podrá suceder lo
mismo algún dia en el nuestro, cuando se reformen los códigos?
Dos son los caminos que conducen á Tlalnelhuayócam y que
transitan sus habitantes continuamente, el del Barro, que tiene
su salida por el Molino de Pedreguera y que lleva al transeun
te directamente al pueblo, v el de Santiago, por Ja represa del
Carmen, que lo dirige á Calihuayán y demás caseríos y ranchi-
tos del rumbo.
En los días de trabajo, pero más en los de fiesta ó domingos,
esas dos vias traen tv llevan gente de San Andrés, por las ma-
ñanas, en sn cabal juicio, cargando algo que vienen á vender á
esta Capital, y por la tarde, algo trastornados del cerebro, con
rumbo á sus jacales.
XuJSiXXX.

Sin temor de incurrir en la exageración, podemos afirmar que


los indios de Tlanelhuayócan son incansables en el trabajo y que
no se dan tregua ni reposo en las diversas y variadas labores á
que se dedican.
Bignos descendientes de los que fincaron la hermosa y anti-
gua Tenochtithín sobre las aguas, rodeados de inmensas dificul-
tades y sin más elementos al principio que su fe y perseveran-
cia inquebrantables, los habitantes del pueblo que venimos
describiendo, sacan recursos de vida de allí de donde otros no
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los sacarían tal vez!, azuzados por la imperiosa necesidad de ver
por su subsistencia, sin contar con terrenos á propósito, ni con
la ayuda la más insignificante.
Gran parte de ellos se dedica á la venta de leche en esta Ca-
pítol, pero como son pocos los que poseen vacas ó cabras, tie-
nen la necesidad de levantarse bien temprano é irla á buscar á
los ranchos de San Salvador Acajete, á algunas leguas de su
pueblo, y desandar una gran parte del camino, para estar en
Xalapa á las nueve ó las diez del dia, con buen ó mal tiempo,
sin dar muestras de fastidio ó de cansancio, siendo así que eoti
dianamenté salvan á pie y cargados una distancia que no baja
de seis á ocho leguas, contando la vuelta.
Los que poseen sus vacas, más felices que los otros, trabajan
menos y aprovechan más, porque los que tienen que comprar la
leche, apenas ganan el valor de la diferencia en los precios que
aquélla tiene en los mismos lugares de la ordena, que cuando
más representa el 20 p.g ; de modo que, cxiando la leche está en
San Salvador á cinco cuartillos por veinticinco centavos, en Xa-
lapa se vende á razón de cuatro cuartillos por la misma canti-
dad, y como un cántaro de leche mide cuarenta cuartillos, sólo
ganan el importe de ocho, ó sean cincuenta centavos, y eso te-
niendo que sacar previamente dinero para efectuar la compra,
y correr bañados en sudor algunas leguas, para que el líquido
llegue á la Ciudad en condiciones de no agriarse ni cortarse.
Los que no tienen fuerzas ni medios para correr dia con dia
con un cántaro de leche en las espaldas, empapados, sudorosos
ó llenos de rocío ó de lodo, se dedican al corte en sus bosques,
de horcones, calehuaJes, morillos, alfagías, vigetas, que, en bul-
tos de cinco ó de seis arrobas, traen personalmente á esta Capi-
tal para venderlos á precios ínfimos, que apenas les dá un jornal
diario de veinticinco centavos. Otros, cuyos arbolados no están
en condiciones de producir esa clase de adminículos para la fa-
bricación de jacales, se ocupan en hacer carbón, el más malo,
por cierto, del rumbo, de un árbol muy común en sus tierras
llamado pipinque. Cuando no pueden fabricar carbón, arreglan
garrochas, que son esos palos largos y delgados con una horque-
ta en una de sus extremidades, que nuestras mujeres utilizan
para mantener á cierta altura los tendidos de ropa que se ponen

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