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feíoflgs (Jue tienen aquellas gentes, acaso de las más peligrosas)

y él mismo nos rendó que cuando estuvo en Drizaba, con su


carácter de Diputado, al Congreso del Estado, llevó á aquella
Ciudad unos cuantos hongos de adivinar, para que fueran estu.
diados por la ciencia. Nada se resolvió sobre el particular; pero
nosotros creemos que se trata de una planta narcótica que no
tiene que ver absolutamente con las adivinaciones.
ÍLÍXÍII.
A legua y media de Xalapa, rumbo al Oeste, en ujia eminen-
cia perceptible desde muchos puntos de esta ultima poblacióu,
se levanta un campanario, siempre pintado de blanco y rodea-
do de cuatro ó cinco casas, que es la cabecera del pueblo de
Tlalnelhuayócam, vocablo nahualt que según nuestro leal en.
tender se traduce al castellano por u.entre las raíces".
Tlalnelhuayócam fue fundado antes de la venida de los espa-
ñoles, por colonos venidos de los pueblos Cercanos á la metró-
poli, quiere decir, por verdaderos méxica, que hasta nuestros
días no ha podido olvidar ni su lenguaje, m sus costumbres,
conservando por consecuencia parte del odio que sus progeni-
tores tuvieron á los españoles y á los que vinieron después de
ellos, por razón de origen.
La vecindad del pueblo con esta Capital, el frecuente trato
que tenemos con los sauandreses, como les decimos, para distin-
guirlos de los habitantes de los demás pueblos circunvecinos,
no ha sido motivo bastante para grangearnos sus simpatías;
nos ven de reojo, con mucha desconlianza, y todavía no se hu
dado caso de que hayan solicitado mezclarse con los blancos,
de modo que podernos considerarlos indios de pura raza.
A primera vista parecen sumisos y resignados, pero no hay
tal cosa, su soberbia y su despecho estallan (mando están fuera
del alcance de las miradas de los individuos* procedentes de ra-
za ibera, y sus gestos son aineuazautes y su conversación exaL
tada, que sostienen siempre en el lenguaje de sus abuelos, por
inás que hablen, el castellano con mediana perfección, aunque
se resiente mucho del acento azteca y de la taita de algunas vo*
cales no existentes en este idioma, como la u, por ejemplo.
En el hogar y dentro de los límites de su pueblo jamas pro»
íiereu uua sola palabra del easteüauo y los uiüod apeua^ cu-
mienzan á conocerlo álos diez años, siendo las niñas las
más tardan eu aprenderlo.
(Juando celebran sus reuniones en la casa municipal, reunio-
nes que siempre tienen el mayor concurso, porque á ellas son
llamados los padres del pueblo para ilustrar Jas opiniones del
concejo municipal, kablau el mexicano, y al secretario del
Ayuntamiento solo le comunican parte de las resoluciones que
lian tomado, callando el resto, de modo que si este empleado
no sabe nada del idioma uahualt, se queda en ayunas de toda
la discusión, que la mayoría de las veces es acalorada.
tía la comprensión, del pueblo sólo hay dos iudividuos de ra-
za blanca, el secretario del Ayuntamiento y el maestro de es-
cueia, pero este último sí tiene la obligación de aprender algo
del mexicano, porque de otra manera no podría hacerse enten-
der de sus discípulos.
El maestro actual, D. Guillermo Acosta, viejo proíesur que
ha encanecido en los pueblos, enseñando á ios hijos de éstos
las primeras letras, nos mauiíestaba dias pasados que ya había
aprendido algo del mexicano, y que ya podía euteuder&ü con sus
alumnos. Nos dijo ademas, que es tal la costumbre que tienen
de que seles hable en su idioma, que no obedecen un manda-
to, ni aceptan una explicación, si se les hace eu castellano, aun-
que eouipreadau lo que se les esta diciendo.
jPero lo que si debe llamar la atención, que no obstante esta
estudiada costumbre, sai duda aconsejada por ios padres, apren-
den a leer y escribir el español, siendo reducido el número do
habitantes niascuiiuos que no tietiea estos conocimientos.
Las íumüias viven diseminadas en los sitios mas agrestes y
solitarios, comunicados por veredas con el centro, para poder
liegar á él íácimeute de día o de noche, á la menor señal ó al
menor toque de aiaraia.
Cuando atraviesa uno solo ó acompañado alguna parte del
territorio de Tlalnelhuayocam, no es raro ver aparecer á un
hombre de entre las malezas, sin hacer el menor ruido y como
si hubiera brotado de la tierra, que mira coa ojos recelosos al
transeúnte, sia dirigirle la meaor palabra, pero iiidieaadu por
»u aspecto, que se admira de quo sib su permiso se transiten
aquellos lugares»
•Las veredas qué han practicado para comunicare eütfe sí,
más parecen la huella de un reptil que el pasaje de hombres, y
algunas hay, particularmente las que descienden á las barran-
cas, que infunden respeto y desaniman al más esforzado para
atravesarlas, sin tomar previamente en la mino una arma ofen-
siva. Y no se crea que exageramos.
Sin embargo de todo lo expuesto, el indio de Tlalnelhuayó-
ca.ni no es provocativo ni pendenciero, mira con recelo á las
gentes que no son de su raza, pero nada más. Si se le dirige la
palabra, contesta al que le habla, y cuando comprende que es-
tá de más, emprende su camino al trote, que es la manera que
tiene de andar. '
El habitante masculino del pueblo que vanos describiendo,
viste por lo general camisa de manta, cotón ó poxea, calzonci.
líos también de manta, huarachis y so librero de palma. Los
más acomodados usan pantalón de cordoncillo y zapatos de va.
queta.
Las mujeres usan huípil de lana, refajo de lo mismo, ceñido
á la cintura por una banda tejida de algodón, unos gruesos cor-
dones trenzados con él pelo y andan por lo general descalzas.
Cargan á sus pequeñúelos á la espalda ó á un lado, por medio
de- un chai de lana, adoptando esta di ti ¡tía postura, cuando quie-
ren que aquéllos mamen sin que ellas interrumpan su camino-
Visten á su hijo con una gruesa manta de lana, le cubren la ea,
heza con un gorro de raso adornado con ñores de lienzo, y no
olvidan nunca atarles en el cabello que nace cerca de la frente,
una pluma de gallina, pintada de colóralo, para preservarlo del
mal aire. Ese gorro de raso fue, regalo del padrino el dia del
bautizo, y el muchacho lo usa hasta que se le cae á pedazos.
Las mujeres trabajan tanto couao los varones y no se rehu-
san á representar el papel de bestias de carga, echándose un
tercio de lena á las espaldas y al hijo por delante, y emprender
así una caminata de muchas leguas, cubriéndose de los rayos
del sol con algunas hojas de calabaza ó de árbol, que se colocan
encima de la cabeza. Los chúmelos duermen durante todo el tra»
yecto y se mortifican poco del calor ó del frió, acostumbrándose
á soportar desde tempranísima edad las inclemencias del tiern*
po? sin dar muestras de impaoiencia ó de inooiuodidad»

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