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DISCAPACITADOS
La reivindicación de la
igualdad en la diferencia
edicions bellaterra
Diseño de la cubierta: Joaquín Monclús
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Impreso en España
Printed in Spain
ISBN: 84-7290-205-6
Depósito Legal: B. 5461-2003
Agradecimientos, 13
Prólogo, 15
Prefacio, 19
cual este libro debería ser un hito es que muestra plenamente que —a
condición de ser un buen antropólogo, cosa difícil— es posible estar
comprometido e implicado y hacer antropología de calidad.
El libro pone en solfa otro viejo debate entre antropólogos, el de
la distinción entre una antropología «teórica» y una antropología
«aplicada». Esta cuestión empezó a plantearse con relación al sida,
pero nunca hasta ahora en relación con la discapacidad.
Un libro así era necesario por lo que enseña a los válidos. Pero
lo es también por sus propuestas concretas: la importancia de una
educación ciudadana en la diferencia; la necesidad de que las perso-
nas con discapacidad sean parte activa, sujetos y no objetos, en todos
los niveles que impliquen tomar decisiones o efectuar acciones que
les conciernan.
Sobre estas cuestiones hay mucho por hacer. Deseemos que el
libro de Marta y su lucha contribuyan a mejorar las cosas en ese sen-
tido.
Para acabar, Marta, quisiera recordar una de las primeras frases
que te oí decir hace algunos años, tras una de mis clases en el máster
de Antropología de la Medicina: «Yo no soy antropóloga, porque yo
vivo el dolor mientras que vosotros no hacéis otra cosa que hablar de
él». Tiempo atrás, ya en tu primer libro, nos mostraste brillantemente
que tú eres también una antropóloga brillante. Gracias por lo que nos
enseñas.
FRANÇOISE LOUX
Antropóloga
Musée des Arts et Traditions Populaires
Centre d’Ethnologie Française, París
Prefacio
2. En Brasil, según dice Colom (1996, p. 25), utilizan la expresión «portador de una
discapacidad» no como sustancia sino como elemento añadido.
Inválidos, tarados, lisiados o mutilados _________________________________ 29
3. Parálisis que afecta a las cuatro extremidades debida una lesión medular ocurrida
a nivel de las vértebras cervicales que sostienen el cuello y el cráneo. La afectación
puede ser completa o incompleta según sea la amplitud y características de la lesión.
Las lesiones en la médula espinal se pueden producir por aplastamiento o por sección
traumática, por presión tumoral, por un proceso infeccioso o por cualquier otro meca-
nismo que impida la transmisión neurológica que comunica la médula con el cerebro.
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7. En 1991 sufrí un grave accidente del que se derivan las amputaciones que descri-
bo. Más adelante volveré sobre ello.
32 ____________________________________________________ DisCapacitados
Para Claude Veil (1978, pp. 19-20), autor sobre el que volveré
más adelante, la mentalidad bíblica es «determinista», ya que el mal
físico proviene del mal moral. Si la «tara» se asocia al pecado signi-
fica que el mal está relacionado con el hombre, no con Dios (Stiker,
1982, p. 38). Quien padece un defecto o tiene una imperfección es,
por tanto, diferenciado. La prohibición se rompe con Jesús de Naza-
ret, que declara que los enfermos, los discapacitados y los pobres se-
rán los primeros en el reino de los cielos porque lo que importa es la
pureza de espíritu.
Durante la Edad Media una especie de tolerancia mezclada con
algo de fatalidad e integración indiferente preside la relación con la
desviación física. Contra las anormalidades no hay ni enfrentamiento
ni terror ni tratamiento, sólo ocasión para hacer el bien (Stiker, 1982,
p. 80). Pobres y enfermos se confunden al final del Medioevo, sólo
los leprosos forman un mundo aparte:
1. Este fenómeno, según Garvía, no es particular del caso español (Garvía, 1997,
p. 31).
2. Sobre esta cuestión véase también Foucault (1979).
3. «Sin el recurso de la medicina no hay vida posible.»
38 ____________________________________________________ DisCapacitados
positiva fue, como hemos visto, más rápida que la cultural. Tal vez
ese argumento explicaría la reacción extemporánea de la ciudadanía
válida ante la presencia evidente de las personas con discapacidad en
el entorno inmediato. La postura válida suele ser tanto de desinterés
como de perplejidad, morbosidad, conmiseración y hasta rechazo. La
discapacidad sigue siendo, en este país, a nivel público y a través de
los medios de comunicación objeto de conmiseración unas veces,
de abuso descarado las otras. Tanto las cadenas de televisión nacio-
nales como las de ámbito autonómico han dedicado algunas de sus
maratones solidarias a recaudar fondos para la investigación en en-
fermedades crónicas psíquicas y físicas. Mientras tanto, a la Federa-
ción Española de Deportes Paralímpicos, por ejemplo, se le pasaba
por alto en los Juegos de Sydney 2000 que en el equipo de balonces-
to masculino se colaran deportistas válidos. La pregunta es por qué
ocurre esto. ¿Por qué ese reduccionismo en la respuesta conductual
del válido?
Los debates precedentes sobre terminología, construcción del
concepto de discapacidad y las representaciones permiten entender
mejor el abismo que existe entre la legislación y las prácticas socia-
les. Cuando todavía no nos hemos despojado del concepto de disca-
pacidad como objeto de beneficencia-caridad, la sociedad sigue res-
pondiendo con caridad ante una condición de derecho social. Ésa es
la particularidad que pretendo derivar de la descripción de las actitu-
des de los válidos y de la interacción de éstos con las personas disca-
pacitadas. Porque la integración es más constante que la exclusión en
la sociedades humanas, y entrar en el análisis del juego social sobre la
discapacidad por la vía de la integración es, para Stiker (1982, p. 26),
«más crítico, más militante» que acceder por el aspecto de la exclu-
sión. Ahora bien, todo dependerá de cómo se entienda y se ponga en
práctica esa integración tejida por otros.
El éxito en una empresa no depende de uno solo: la colabora-
ción entre individuos es imprescindible para lograr el objetivo. Pre-
tender hacer política social sin la colaboración directa de las personas
implicadas es poco menos que imposible. Tampoco es válido hacerlo
con un solo grupo, con un sola asociación, ni tampoco es lícito per-
manecer inmóvil a la espera de que sean las asociaciones de afectados
quienes presionen para que se ejecuten las demandas. Pero lo que es
más grave es que las instituciones sostengan una ideología obsoleta
Impuros, patológicos y especiales: ... __________________________________ 45
por primera vez. Pero podría asegurar que no lo hice porque tampo-
co ahora siento deseos irresistibles de conocer las causas de los trau-
matismos ajenos. Me interesa el estado actual de las personas con
discapacidad pero pocas veces me interrogo sobre el origen de los
trastornos. Por esa razón nunca supe cuándo fui consciente de que mi
padre, además, había sufrido quemaduras graves en las manos y en
la cara durante la guerra, en 1938. Hace apenas unos meses he teni-
do la oportunidad de encontrar y ver por primera vez unas fotogra-
fías de la época donde muestra el alcance de las cicatrices que el fue-
go le dejó.
Me eduqué en un ambiente donde las dificultades físicas estaban
en el orden del día, de modo que siempre me ha importado más ver
cómo se resuelven los problemas que sus causas de origen. Ahora me
resulta inquietante que los demás piensen y, aún más, formulen la pre-
gunta: «¿Y qué fue lo que le sucedió?».
Mi padre tenía sus piernas paradas y sus orejas y manos no eran
como las de todo el mundo, pero por lo demás me parecía que hacía
lo que todos los padres: levantarse, arreglarse, ir a trabajar —eso sí
acompañado de un chófer— y volver a comer para seguir trabajando
en su despacho por la tarde. Nos reñía cuando nos portábamos mal y
no siempre nos felicitaba cuando sacábamos buenas notas. Hasta ahí
como cualquiera. Que fuera acompañado de un chófer tampoco era
para la época algo extraordinario. Había pocos coches y mi madre no
conducía. El chófer, si hacía falta, nos acompañaba al colegio o a la
playa en verano, y nunca me pareció ni un privilegio ni un handicap
especial sencillamente era así, nada más.
Tardé más tiempo en ser consciente de que las piernas paradas
de mi padre suponían otros problemas que yo desconocía. Sólo cuan-
do empecé a crecer y ser útil para ayudarle supe de algunas de las
complicaciones técnicas que debe asumir un parapléjico con una le-
sión medular: movilidad limitada, control de esfínteres, úlceras de
decúbito,2 espasmos musculares, así como las dificultades añadidas
que se derivan del entorno laboral, social y urbano que les rodea.
Todo eso existió desde el principio pero sólo mucho tiempo después
2. Las úlceras de decúbito, también llamadas de presión o escaras, son causadas por
una presión ejercida durante mucho tiempo sobre un mismo punto de la superficie del
cuerpo, estando sentado o de pie; la presión reduce el aporte sanguíneo dañando el te-
jido que se encuentra bajo la piel.
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4. Los bitutores son unos soportes metálicos u ortesis que se sujetan a las piernas
con correas para mantenerlas rígidas y que permiten a algunos parapléjicos caminar
saltando con las dos piernas juntas con la ayuda de bastones. El impulso de marcha se
efectúa con el tórax y, si es posible, con la cadera.
5. Ironside es el nombre del protagonista de una serie televisiva de los años setenta
en la que el actor Raymond Burr encarnaba el papel de un detective herido de bala en
la columna que se desplazaba con una silla de ruedas para realizar su trabajo.
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3. Sobre este punto véase Petonnet (1982). La autora reflexiona sobre la necesidad
de estar siempre alerta frente a la producción espontánea de información.
Cómo se hizo. El trabajo etnográfico __________________________________ 63
para ello. Así que, en esos casos, llevo al hospital papel, lápiz y mag-
netofón, por si cae algo.
Ahora bien, en relación con el tema que ahora me ocupa, cual-
quier momento, cualquier circunstancia —un viaje en transporte pú-
blico, un restaurante, una comida informal— pueden servir como
fuente de información, porque no hace falta destinar ni un lugar ni un
instante concreto para seguir obteniendo datos relacionados con la
discapacidad. En esas condiciones, cualquier soporte puede servirme
para anotar un par de ideas que en casa registraré en el magnetofón
con más detalle para luego archivarlas.
Mi presencia, en ocasiones concretas, es suficiente motivación
para que los válidos desplieguen sus actitudes. Esta postura podría til-
darse de heterodoxa en antropología, porque he llegado a provocar de-
terminadas situaciones para observar la reacción de los demás, pero se
justifica si partimos del principio de que cuando lo hago no llevo más-
cara alguna: sencillamente, trato de ser más visible, más evidente para
los demás de lo que lo soy de forma cotidiana. Algunos ejemplos ex-
plicarán dicha postura. Si acudo a un recinto público y observo que las
barreras físicas son difíciles de superar para una persona que circula
con silla de ruedas, aunque yo pueda superarlas dejando la silla y uti-
lizando el bastón para caminar, procuro hacer la reclamación o protes-
ta correspondiente. Lo hago por dos razones: la primera, porque todas
las barreras son susceptibles de ser eliminadas si se pone voluntad en
ello; la segunda, porque de la respuesta obtengo datos sobre cómo las
instituciones y las personas justifican el incumplimiento. Las justifi-
caciones generalmente se dan por escrito, con lo que consigo la prue-
ba del delito. Otras veces soy yo quien cometo sin premeditación el
delito aparcando en un lugar restringido o corriendo a velocidad supe-
rior a la limitada. En el primer caso acabo con una multa que suelo re-
clamar aunque sea de menor cuantía, a la espera de la respuesta por la
reclamación. Ahora bien, cuando la policía detiene mi vehículo para
un control de alcoholemia explico detalladamente mis circunstancias,
eso sí, dejando claro que mis deficiencias no son como consecuencia
de una accidente de tráfico, para después limitarme a observar la reac-
ción. Trato, sencillamente, de evidenciar mis circunstancias reales
que, por lo general, suelo enmascarar ligeramente o reducir para evi-
tar la mirada constante, lo cual no puede ni debe procurar respuestas
exageradas puesto que me limito a desvelar mi realidad.
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Preguntas
2. Los injertos mallados son fragmentos de piel extraídos de una zona de piel sana
del paciente que se pasan por un aparato, el dermatomo de Tanner-Vandeput, del que
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La culpabilización
Las normas pueden ser las fijadas por Dios, por los antepasados
o por la propia medicina (fumar mata, por ejemplo). En el hospital,
una madrugada, Beatriz me preguntó desde su cama: «Marta, ¿crees
que tuve el accidente, que perdí la pierna, por algo malo que hice?
¿Tú qué crees?». En el segundo caso es alguien distinto quien propa-
ga la enfermedad: haitianos, homosexuales o hemofílicos propagan-
do el sida de los primeros ochenta, por ejemplo.
La Vanguardia del 3 de febrero de 1999 publicaba en la sección
de deportes el siguiente lead: «Fulminante destitución del técnico
[Glenn Hoddle] por decir que los minusválidos pagan por los pecados
de su vida anterior». Hoddle, seleccionador de fútbol en Gran Breta-
ña, cree en la reencarnación, y argumentaba:
(...) usted y yo hemos nacido con dos piernas y dos manos, y un cere-
bro que funciona más o menos decentemente. Y si hay personas que no
han nacido así es por alguna razón. El karma se deriva de las acciones
de alguna vida anterior (...) Uno cultiva lo que siembra.
sale la piel fragmentada en forma de malla regular, lo que permite su aplicación sobre
un área más extensa que la de origen, afectada por las quemaduras. Finalizada la ci-
catrización, el resultado estético es extraño porque «deja la piel a cuadros», forman-
do un dibujo permanente característico en la piel de los grandes quemados.
3. Hace años la televisión estatal emitió V, una serie de ciencia ficción en la que los
extraterrestres enmascaraban sus cuerpos de reptiles bajo la apariencia humana.
¿Qué fue lo que ocurrió? ... __________________________________________ 69
5. Desde marzo de 2000 no fumo. Conseguí dejar el tabaco gracias a una ingeniosa
terapia poco agresiva de desintoxicación que seguí con ayuda del equipo de salud de
mi ciudad.
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Los niños, en cambio, son más pragmáticos que los adultos: preguntan
y opinan sobre el origen sin mayores pretensiones y se quedan satisfe-
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chos con cualquier tipo de respuesta. Los niños preguntan «Qué tienes
aquí o allí» cuando ven alguna anomalía ósea, muscular o cutánea;
preguntan por qué no caminas y usas una silla de ruedas; o directa-
mente nos confirman: «Tienes pupa ahí». Sienten la necesidad de que
el adulto resuelva sus dudas instantáneas porque desconocen lo que
ven. El adulto puede tener dudas semejantes pero no tiene inexperien-
cia y posee recursos para lograr la información, por lo que abordar sin
tapujos a la persona discapacitada resulta cuando menos pueril.
Cuando los niños «preguntones» van acompañados de sus pa-
dres, éstos pueden optar por: mediar la respuesta de forma clara y con-
cisa, introducir fantasía a fin de limar lo que creen una afrenta para la
persona con discapacidad o decirles que se callen, lo que es más fre-
cuente. La primera fórmula sería la más aceptable. Con la fantasía,
como veremos, creamos aún más confusión; con el silencio se acre-
cienta el tabú, sentando las bases de un futuro con barreras mentales.
Yo decidí desde el principio obviar con los niños que mis lesio-
nes las produjo el fuego. Cualquier niño, al igual que cualquier adul-
to, ha sufrido alguna vez la experiencia de quemarse, aunque sea le-
vemente con el agua de la bañera, con un alimento recién cocinado o
con la arena de la playa. Y no se olvida. No se olvida el escozor y el
dolor aunque sea superficial, mientras que otros traumatismos, como
las fracturas o la insensibilidad consecuencia de una lesión neuroló-
gica, son absolutamente desconocidos para ellos. Por consiguiente,
nunca menciono el fuego. A lo largo de los años he utilizado fórmu-
las diversas, según las circunstancias y la edad del niño. La primera
vez que metí la pata fue apenas un año después del accidente, y me
juré no repetir la frase de respuesta que le devolví a un niño de cinco
años. Me preguntó qué ocurría con mi mano izquierda, de la que per-
dí los cinco dígitos: «Es que todavía no me han crecido».
Le dejé anonadado. Por su tierno cerebro debieron de pasar
como por un escáner todo tipo de horrores materializados en su dimi-
nuta persona en pleno período de crecimiento. Ahora que gozo de un
pseudo pulgar que posee una enorme funcionalidad como pinza, ar-
gumento de inmediato que perdí los dedos, sin más detalles, e inme-
diatamente después les pregunto si quieren que les muestre cómo
puedo utilizar el pulgar con habilidad. Con los niños es más eficaz
decir la verdad que fantasear; mostrar que la diferencia en materia de
discapacidades físicas no es más que una cuestión mecánica y que las
¿Qué fue lo que ocurrió? ... __________________________________________ 75
7. Hace unos años recibí una llamada de un programa de la televisión estatal para
que participara en él en calidad de víctima salvada del fuego. Les dije que nadie me
salvó, que no había historia de heroísmo alguno; que unos desconocidos me recogie-
ron y me llevaron en su coche a un hospital. La persona responsable quiso conven-
cerme diciéndome que tal vez el programa fuera una plataforma para lograr encontrar
a aquellos amables viajeros que me llevaron hasta urgencias. Les contesté que proba-
blemente lo que querían aquellas personas era olvidar el olor a quemado que les
acompañó durante el trayecto.
6.
El antes y el después: la valoración de la pérdida
[Individualmente] hay que pasar por una castración simbólica, hay que
atravesar un luto. La muerte está presente, incluso muy cerca. ¿Da mie-
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pesar de que los tumores la dejaran sin parte del intestino, del estó-
mago y sin el funcionamiento normal de sus riñones. Siguió siendo
exigente, trabajadora, eficiente y absolutamente capaz de seguir en su
anterior oficio. Tal vez le preocupaban menos los pequeños proble-
mas de cada día o al menos le parecían menos complejos y hasta tuvo
tiempo suficiente de dedicarse al bebé que adoptaron.
Los válidos suelen pensar que invariablemente nuestras perso-
nalidades se van a ver alteradas por los trastornos adquiridos de for-
ma súbita: les cuesta concebir que de un cuerpo devastado emerja con
el tiempo la personalidad del ser querido. La madre de Christophe,
protagonista de El pie de Jaipur así lo creía: «Por primera vez vi a mi
hijo como el que había sido antes del accidente (...) Fue entonces
cuando me di cuenta de que su grave discapacidad no había alterado
su personalidad» (Moro, 1995, p. 119).
Hay quien se aferra firmemente a la idea del cambio de perso-
nalidad e incluso a la del trastorno psíquico derivado. El padre de Set
le insistió varias veces para que acudiera a un psiquiatra cuando él re-
conocía claramente y sin dificultad que sólo tenía un problema de ca-
rácter físico: «La lucha entre lo psíquico y lo físico (en un traumatismo
en el que hay que rehabilitar la coordinación) me llevó a enfrentar-
me con mi padre. Me preguntaba constantemente si tenía necesidad
de acudir al psiquiatra. Y yo le decía: “Pero, ¿no te das cuenta de que
no estoy enfermo?”». A mi padre también le insistieron en diversas
ocasiones en que tal vez debiera consultar a un especialista. Sólo ex-
plicarlo, ya le sacaba de sus casillas. Y los que acaban en el psiquia-
tra, seguramente que por consejo médico y aval familiar, son, sis-
temáticamente convertidos en carne de tratamiento. Laia acudía
regularmente a visitar a una psicóloga. Tenía sus altibajos pero no
estaba en absoluto deprimida. Me dijo que la profesional no se can-
saba de repetir que algún día caería en una depresión, como si fuera
científicamente imposible ahorrársela después de un traumatismo fí-
sico. Para los válidos, mantenerse en pie de guerra sin trastornos psí-
quicos aparentes y con la misma personalidad de antes es algo in-
comprensible.
86 ____________________________________________________ DisCapacitados
Cuando el tiempo pasa, a los jóvenes se les puede exigir que de-
jen de una vez por todas el recuerdo del pasado, pero lo que es mucho
más difícil es evitar que el accidente o la enfermedad se tatúe en su
forma de vivir a partir de la fecha de origen: «Vi de lejos una curva y
de pronto me acordé de que a las diez y media de la noche, hace hoy
veintitrés años, mi vida cambió de un modo terrible». Métèque arras-
tró durante años su accidente del que hoy sólo le quedan rastros, pero
el impacto que le produjo fue tan brutal que ha ido marcando con su
sello cada uno de los fracasos y las tristezas que se produjeron duran-
te las dos décadas siguientes. Métèque seguía diciendo en un correo
electrónico:
El sentimiento de coherencia
(...) salía de una intervención y ya andaba con las muletas, pero tuve un
amago de infarto a causa del estrés. Poco después me puse muy enfer-
mo, al parecer con un presunto diagnóstico de meningitis con el agra-
vante de que soy alérgico a muchos medicamentos. Perdía la concien-
cia a ratos, pero oí cómo un «tío capullo» sin escrúpulos le dijo a mi
madre, después de algunas explicaciones, que lo mejor que podía hacer
era llamar a la familia, que con un poco de suerte pasaría la noche. Al
oír eso reaccioné. Me dije: «¡Y una mierda me voy a morir, quiero vi-
vir!». A la mañana siguiente estaba mejor.
que otros lo hacen y lo bien que les va, que si sigue llorando es que es
un egoísta y un cobarde. En cambio si la pérdida la sufre uno mismo,
inmediatamente se formulan consejos, se emiten sabias opiniones so-
bre cómo muchos otros han seguido adelante en situaciones aún peo-
res, como si hacerlo fuera una obligación universal. Tal vez porque
como escribe Guasch (2000, p. 75): «Los enfermos no tienen nunca
los mismos derechos que el resto de los ciudadanos. Los enfermos
tienen derecho a curarse. Pero también el deber de hacerlo». Una
amiga de los padres de Beatriz así lo creía mientras ella permanecía
ingresada en el hospital para ser intervenida en su mano izquierda
después de haber perdido una pierna. Beatriz decía que estaba harta
de hospitales, que quería volver de una vez a casa, a lo que la señora
le espetó lo que sigue: «No debes decir más que quieres irte, vale la
pena que te quedes por tu padre y tu madre. Sólo piensas en ti: eres
una egoísta». Ramón Sampedro, firme en su intención de lograr pre-
cisamente lo contrario, una muerte que le librara de su cuerpo inerte,
afirmaba en su libro, Cartas desde el infierno, algo parecido en rela-
ción a los otros: «Me acusan muy a menudo de pensar sólo en mí mis-
mo. Es posible, pero de lo mismo podría acusar yo a los demás»
(1996, p. 45). Por eso, tal vez, el cuestionario inquisitorial que pre-
sentan algunos válidos a las personas con discapacidad adquirida in-
cluye subliminalmente la pregunta: «¿Tuviste ideas de suicidio?».
Porque, para algunos, hay que valorar si se quebró o no la voluntad de
vivir en algún momento durante el proceso de duelo.
Muchos de nosotros, durante los momentos más difíciles, no hu-
biéramos podido físicamente llevar a cabo un suicidio. Durante el pe-
ríodo crítico después de un accidente la dependencia del entorno asis-
tencial es total. La vigilancia es extrema y, evidentemente, si el
accidentado está bajo sedación la reacción es imposible. Christophe,
sometido a respiración asistida a través de una cánula de traqueoto-
mía, por sufrir una lesión medular de nivel C6, contaba:
Decidí acabar con esa pesadilla. Una noche me quité la cánula con un
movimiento de cabeza. Dejé de respirar. Pronto, pensaba, dejaría de
pasarlo mal. Pero no contaba con que el pulmón artificial era más inte-
ligente de lo que yo esperaba. Sonó un pitido estridente y acudieron las
enfermeras (Moro, 1995, p. 28).
92 ____________________________________________________ DisCapacitados
¿Cómo lograste superar esa fase? —me han preguntado—. No puse vo-
luntad, la tenía anulada por los fármacos, fueron los otros quienes lo-
graron sacarme adelante. Mi cuerpo se limitó a seguir funcionando y
ninguna fuerza extraordinaria propia o ajena obró en mi favor. Tampo-
co podía dejar de respirar ni volver atrás: estaban decidiendo otros por
mi vida.
Morirse es sólo eso. Echarse a dormir cuando uno está muy cansado,
sereno y tranquilo, sin temor al sueño, sin tristeza ni rencor mezquino,
dejando en el mundo un recuerdo bueno de nosotros.
5. Una NDE (Near Death Experience) es una experiencia descrita como de proxi-
midad de la muerte. El fenómeno indudablemente experimentado por algunas perso-
nas ha sido interpretado de diversas formas invocando a una variedad de causas posi-
bles: psiquiátricas, bioquímicas y, evidentemente, las explicaciones religiosas y
parapsicológicas (véase Nuland, 1993, págs. 136-138).
El antes y el después: ... _____________________________________________ 93
Todos los que le habían conocido veían en Ross una persona extraordi-
nariamente competente y autodirigida. Su familia encontraba que le
faltaba intimidad, pero no lo que percibían como una fuerza personal
capaz de sacrificarlo todo, incluso a ellos, por el bien de sus pacientes
y el éxito de su escalpelo. Sin embargo el «sí mismo» de Ross no fue
capaz, aparentemente de sobrevivir a la pérdida de su identidad. No fue
capaz de idear un nuevo mito, narración o historia de vida personal so-
bre lo que quedaría de él después de que el Parkinson se saliera con la
suya. Ross era perfectamente consciente de su vulnerabilidad (...) Re-
chazó la posibilidad de volverse cada vez más dependiente de una fa-
milia que él creía que le debía poco. Aficionado a navegar se hizo a la
mar para un día. Al siguiente encontraron el barco vacío: su cuerpo ya-
cía en la playa. Nuestra cultura —añade Shuman— suele menospreciar
el suicidio real o emocional de la víctima. Pero en otras épocas, y en
otras tradiciones, la capacidad de elegir la propia muerte cuando los
bienes de la vida son destruidos ha sido una señal de virtud más que un
defecto.
El sentimiento de adecuación
Los aniversarios
La rehabilitación
1. El término inglés crip es una contracción de crippled que significa «cojo», «man-
co», «tullido» o «lisiado», expresión exenta de corrección política que podría equiva-
ler en español a la palabra «tarado».
102 __________________________________________________ DisCapacitados
La exigencia de la independencia
que puedan realizar los otros, por ejemplo, introducir nosotros mis-
mos la silla de ruedas en el vehículo si vamos acompañados. Es abso-
lutamente necesario saber hacerlo para no precisar de la ayuda de los
demás si nos quedamos solos, pero no hace falta mostrarnos constan-
temente como Superman. Los válidos insisten erróneamente en que lo
hagamos solos: pretenden halagar nuestra audacia mostrándose favo-
recedores de la independencia.
Yo utilizo frecuentemente la silla de ruedas para los desplaza-
mientos «largos» (más de trescientos metros) aunque pueda caminar,
porque me muevo con mayor soltura de un lado para otro sin tener
que cargar con los objetos, que cuelgo del respaldo. Si ando me due-
le el pie y tampoco puedo permanecer demasiado tiempo en un lugar
fijo sin tomar asiento. Así que no me importa renunciar a mis piernas
y usar la silla: gasto menos energías. Los demás piensan que la silla
es un síntoma de debilidad, de empeoramiento cuando para mí, aho-
ra, significa mayor calidad de vida. Me ocurrió algo curioso al res-
pecto un par de años después del accidente. Mi fisio conocía a la per-
fección mis limitaciones. Me machacaba en el gimnasio cada día y
sabía que mi «autonomía de vuelo» estaba limitada a esos doscientos
o trescientos metros de distancia. Una tarde me la encontré por la ca-
lle, de paisano y yo iba con silla. Me dijo: «Pero qué vaga eres, Mar-
ta». Descontextualizada, la fisioterapeuta, se comportó como cual-
quier capacitado, olvidando mi condición.
«La presión que se ejerce sobre el discapacitado para que sea in-
dependiente se asocia a la necesidad que tienen los demás de consi-
derarlo normal en apariencia» (French, 1998, p. 46). La presión es
constante a fin de que configuremos una imagen «normal» hasta tal
punto que con frecuencia se utilizan prótesis como «manos» y «pier-
nas» ortopédicas de apariencia «normal» cuya funcionalidad es idén-
tica a la de una pata de palo o a un garfio. A mí me han dicho un par
de veces que por qué no utilizo unos guantes con rellenos en los de-
dos: «¿Para qué? —les pregunto—. ¿Para que no veas el horrible mu-
ñón?». Para mí lo horrible serían esos guantes. Una vez probé a ver
que tal quedaba: me produjo asco. Mi mano había crecido enorme-
mente como las de los personajes de los cómics cuando se la pillan
con una puerta. Tal vez haya quien lo prefiera pero no era mi caso, me
sentía muy extraña. En cambio, mi padre prefirió, mientras pudo, los
bitutores a la silla de ruedas como único mecanismo ortopédico para
108 __________________________________________________ DisCapacitados
Entre los válidos hay quien argumenta no saber qué hacer cuando ob-
servan las dificultades de una persona con deficiencia: si prestar ayu-
De la «okupación» a la independencia. ... ______________________________ 109
1. Cyborg es un personaje biónico de ciencia ficción que aparece por primera vez en
1989 en la película del mismo nombre de Albert Pyum con Jean Claude Van Damme.
2. Las prótesis sustituyen artificialmente una extremidad o un órgano perdido por
amputación o extirpación. Hay prótesis ortopédicas para piernas, para brazos y tam-
bién prótesis mamarias o las más comunes, las dentales. Mientras que las ortesis sus-
tituyen la función que ha perdido la extremidad o el órgano que se conserva, por
ejemplo, los audífonos, las férulas ortopédicas, las plantillas o las gafas.
118 __________________________________________________ DisCapacitados
Todos los que utilizamos ese tipo de ayudas recordamos aquel her-
moso o triste día en el que nos presentaron a «nuestra mejor amiga».
El fisioterapeuta de Harrison Ford en la película A propósito de
Henry3 —un ejecutivo que padece las consecuencias de una anoxia
cerebral por sección de la arteria carótida— se lo dice así cuando le
muestra la silla de ruedas. Para quien ha sufrido un trastorno progre-
sivo con pérdidas graduales de autonomía, la silla simboliza la inmo-
vilidad y la dependencia. Sin embargo, para una persona con lesión
medular al principio «representa “una condena, el fin de la vida”,
pero después se convierte en “el retorno a la vida” y se le denomina
“mi mejor amiga porque me lleva todos sitios”, “la silla son mi pier-
nas” puesto que posibilita la conquista de la autonomía y de la movi-
lidad» (Colom, 1996, p. 236). Yo también recuerdo ese día: «¡Hola!
—le dije a la silla—. ¿Otra vez aquí?, hacía más de un año que no te
veía. Estás igual. ¡Qué bárbaro!».
Mi silla fue la de mi padre, la que apenas un año antes dejó, una
vez «superadas todas las barreras arquitectónicas» con su despedida
de este mundo. Allí estaba aquella silla, que aún conservo, modelo
«taxi de Barcelona», negra y amarilla. Ahora es la mía (una de ellas).
No fue una condena porque, aparentemente, volvería algún día a ca-
minar; tampoco un alivio porque utilizarla representaba abandonar la
postura horizontal a la que me había acostumbrado. No me evocó re-
cuerdos demasiado amargos porque para mi padre fue de gran ayuda
3. Regarding Henry es una película dirigida por Mike Nichols en 1991, cuyo prota-
gonista principal es el actor Harrison Ford.
Cyborg: sillas de ruedas y prótesis ___________________________________ 119
4. Las personas con movilidad limitada corren el riesgo de lesionarse la piel por la
presión continua que se ejerce sobre algún punto de su anatomía en el que descansa
la mayor parte de su peso o presión. La escara es una úlcera por presión que suele lo-
calizarse en zonas mal irrigadas, de difícil revascularización. Para evitarlas existen
unos cojines especiales de diferentes tipos, que por su maleabilidad distribuyen la pre-
sión sobre diferentes puntos evitando la lesión.
5. Como consecuencia del accidente que sufrí (véase Allué, 1996) mi pie izquierdo
quedó profundamente afectado y perdió su posición plantígrada, por lo que presenta
una deformación en equinovaro que me impide la marcha normal. El derecho también
sufrió pero en la actualidad sólo presenta un ligero equinismo.
6. Desde 1981 trabajo como profesora de Geografía e Historia en la enseñanza se-
cundaria pública, con alumnos de entre doce y veinte años.
120 __________________________________________________ DisCapacitados
Me sentía más seguro si llevaba yo mismo la silla. ¿Por qué? Pues por-
que enseguida notas que una persona no sabe llevarla. Vamos a ver: me
dejaba llevar si iba a ser muy cansado, pero prefería que fuesen a mi
lado. Una silla hay que saber llevarla, porque si no te estrellan contra
un coche o contra un árbol.
9. Álvarez Cascos es, en 2001, vicepresidente del gobierno de José María Aznar Ló-
pez y militante del Partido Popular.
10. El juicio por el caso Lasa y Zabala comenzó en 1999. En el proceso se enjuicia
la implicación del GAL y de los responsables políticos y policiales de las torturas a
dos presuntos miembros de ETA, Lasa y Zabala, de su muerte y de la desaparición de
los cadáveres. Bayón era uno de los policías presuntamente implicado en el caso.
124 __________________________________________________ DisCapacitados
más atractivo del mercado para el válido. Ese tipo de sillas las utili-
zan hoy tanto los grandes discapacitados con dificultades motoras en
las cuatro extremidades como las personas mayores con problemas
para el desplazamiento, aunque estos últimos se sirven cada vez más
de otros modelos: un sillón colocado sobre una plataforma que des-
cansa sobre tres ruedas pequeñas accionadas por una batería.
Algunos válidos piensan que todos los que utilizamos silla de
ruedas deberíamos ser más listos y comprarnos una con batería a fin
de no tener que esforzarnos en la propulsión manual. Les resulta in-
comprensible que no lo hagamos. Lo que ignoran es que su uso es li-
mitado. Las cuatro ruedas son pequeñas, lo que impide abordar gran-
des desniveles; no son plegables, y, por tanto, de difícil transporte en
coche (si éste no ha sido modificado para disponer de una plataforma
elevadora); las baterías no permiten grandes singladuras y es un pro-
ducto aún muy caro. Pero les fascinan.
La batería elimina el esfuerzo humano, aproxima la ayuda téc-
nica a las características de un vehículo, lo que le imprime un aire de
tecnología avanzada; su ocupante puede rodar a velocidades distintas
según lo requiera el pavimento, y no precisa de la ayuda de otro para
dirigirla. La contradicción es ahí donde opera. Si bien se trata de una
ayuda destinada únicamente a quien más dificultades tiene para ser
autónomo, a los ojos del válido se ve como un juguete, un capricho e
incluso como un objeto susceptible, por su autonomía, de resultar
grotesco y cómico.
Rowan Atkinson, célebre cómico británico, se sirve de una silla
con batería para presentarla en clave de humor en Mr. Bean, su serie
cómica: Bean se acerca a un niño que trata en vano de accionar el
mando a distancia que mueve una barquita que flota en el estanque de
un parque. En un segundo plano, un par de ancianas sentadas en un
banco están acompañadas por otra que utiliza una silla con batería.
Bean se ofrece al niño para reparar el mando de la barquita: saca un
destornillador del bolsillo, manipula con un breve gesto el interior del
mando y sonríe satisfecho volviendo a cerrar sus entrañas. Acto se-
guido la silla de la anciana se pone en marcha desplazándose sin con-
trol alguno hasta salir del plano. Bean, ajeno al «cruce de cables», ob-
serva satisfecho cómo la barca se pone a su vez en funcionamiento
mientras la silla vuelve a entrar en escena: pero ahora vacía.
A Román Polanski le seduce más lo grotesco in extremis. En La
Cyborg: sillas de ruedas y prótesis ___________________________________ 125
Está bien eso de alquilar una silla con batería, así no hace falta hacer
cola para entrar en las atracciones. ¿Te piden algo para justificar el al-
quiler? No, obviamente —respondió Marisa—, porque dudo que a al-
guien se le ocurra alquilarla si no la necesita. En cualquier caso si te
parece una ventaja, déjame tú un par de horas tus piernas y te quedas
con mi silla de alquiler, si te hace gracia.
11. La película de Polanski está basada en una novela de Arturo Pérez-Reverte titu-
lada El club Dumas. Polanski intervino en el guión.
126 __________________________________________________ DisCapacitados
Los bastones
12. La escoliosis es un trastorno que produce una desviación paulatina del raquis o
columna vertebral con convexidad lateral.
Cyborg: sillas de ruedas y prótesis ___________________________________ 127
lo hice con ayuda del bastón. Cuando logré acercarme al círculo si-
niestro donde los contrincantes ya estaban resoplando como búfalos
grité con todas mis fuerzas para que pararan alzando el bastón ame-
nazador y diciéndoles que si seguían les daba con él. Me hubieran ex-
pedientado, pero la amenaza fue suficiente.
14. El mando a distancia de la televisión sería el tercero pero ya creo haberlo men-
cionado.
Cyborg: sillas de ruedas y prótesis ___________________________________ 129
todo está cerrado. Vuelvo sobre mis pasos hasta alcanzar un bar don-
de me dan cambio. De nuevo en la cabina, observo que no tengo dón-
de situar la agenda en la que figura el número de teléfono. Debo, al
mismo tiempo, introducir las monedas y marcar, operación difícil de
ejecutar con una sola mano poco hábil. Se me caen. Para recogerlas
de una en una me aseguro primero de que mi bolso me acompañe en
el descenso, no sea que algún desaprensivo aprovechando el descuido
me lo afane. Guardo la agenda, me agacho y aproximo las monedas
hasta el zapato para hacer con él palanca y poder recuperarlas, porque
mis falangetas no son flexibles. Finalmente logro hacer la llamada. El
teléfono me devuelve el cambio pero al introducir los dedos en el ca-
jetín me los lastimo. Horas después contrato los servicios de telefonía
móvil y recupero el bastón, triste y solo en la cuneta.
Ahora nunca olvido mi teléfono, que por su tamaño y antigüe-
dad se asemeja a un walkie-talkie: me proporciona una seguridad ex-
traordinaria; es tan importante para mí como el bastón o la silla. Si
me quedo encerrada en el ascensor, si no puedo abrir una puerta des-
conocida, si estoy lejos de los teléfonos de la casa o no logro entrar en
un edificio con portero automático porque no llego a tiempo desde el
interruptor hasta la manecilla, llamo. Lo llevo, como Mariona, cuan-
do ingreso en el hospital, porque los de la institución siempre están
situados fuera de mi alcance, en la cabecera de la cama de la que no
puedo moverme. La última vez que estuve ingresada, en una zona de
aislamiento para pequeños quemados lo utilicé para llamar desde allí
al jefe de mantenimiento del hospital porque el servicio no atendía a
las insistentes llamadas de las enfermeras. Así que yo misma solicité
corrigieran la temperatura de la calefacción. Y así lo hicieron, sor-
prendidos por el origen de la llamada. Poco después me han dicho, y
lo he comprobado en alguna clínica privada, que las gerencias hospi-
talarias han intentado prohibir el uso de teléfonos móviles argumen-
tando que producen interferencias en los monitores, algo que ya ocu-
rre en muchos otros lugares. No dudo que se produzcan pero habría
que estar junto al monitor. Para mí, la prohibición representa la vio-
lación del derecho a la autonomía, puesto que incluso en el hospital
me da seguridad, y más en áreas restringidas o de aislamiento, donde
el paciente se siente inseguro y muy vulnerable.
130 __________________________________________________ DisCapacitados
hasta el punto de dejar las prótesis sobre el mostrador para que la cor-
setera buscara el sujetador más apropiado sin necesidad de pasar por
el probador.
En el campo estético los válidos —conocedores del tema— tam-
bién acostumbran a hacer sugerencias de índole diversa. Los ciruja-
nos plásticos —válidos a su vez— me han informado en un par de
ocasiones sobre las características de una intervención para el im-
plante de mamas. Yo respondo con una pregunta: «¿Sois capaces de
mejorar estéticamente el efecto de las prótesis artificiales?». «Tal vez
no —responden—, pero así no tendrás que quitártelas cada día». A lo
que yo contesto que si mantengo las de «quita y pon» puedo lucir di-
ferentes volúmenes según se tercie mientras que si llevo un implante
sólo podré ajustarme al volumen de moda.
Con mi ceja izquierda o con mis labios ocurre algo parecido a lo
de las prótesis. Con la ceja sugerí el tatuaje y el cirujano, esta vez, se
opuso: «No la sabré dibujar con tanta precisión como tú lo haces».
Los labios gruesos pueden pasar de moda y las cejas espesas o muy
finas también, así que seré siempre yo quien decida cómo camuflar
con cosméticos su apariencia. A ese nivel soy, por tanto, tan «bióni-
ca» como cualquier otra mujer.
Las personas con quemaduras graves en el rostro hemos recurri-
do durante el período posterior a la cicatrización a una máscara de
presoterapia15 destinada a reducir el grosor de las cicatrices hipertró-
ficas. La máscara de plástico transparente hecha a medida y sujeta al
cráneo con unos velcros está forrada en su interior de silicona, pro-
ducto que somete la piel a una presión discontinua que resulta eficaz
para la reducción de los queloides. Laia y Miriam también la lleva-
ron. Laia, por las noches, Miriam todo el día. A Laia no le importó
que la gente probara su máscara y hasta le han dicho que la preste
para el Carnaval. En cambio a Miriam le costó casi un año salir a la
calle con ella, a pesar de que su modelo no cubría la totalidad del ros-
tro. Laia usa además guantes de presoterapia que dejan al descubier-
to la última falange de los dedos. Como sus uñas también resultaron
El estigma
Finales de los años cincuenta. Mamá acompaña a sus tres hijas hasta
el colegio religioso elegido para matricularlas. Las recibe la madre
asistente. Ana, la pequeña, deja los bastones junto a la silla para sen-
tarse trabajosamente: tuvo polio. Mamá explica el interés que tiene en
que las niñas cursen estudios en la flamante institución. Al rato, la
monja, que ya ha comenzado a poner objeciones, le espeta a mamá:
«¿Pero usted no se ha dado cuenta de que su hija pequeña no es nor-
mal?». Mamá se levanta, furiosa, coge a las niñas de la mano y dice:
«Vámonos, aquí no os enseñarán nada bueno». Marchan calle abajo.
Al instante oyen la voz de la monja que las sigue por la acera gritan-
do: «¡¡¡¡Oiga, oiga, las otras dos sí, que las otras dos sí!!!!».
Ana es médico.
Claude Veil y Erving Goffman aportan respectivamente dos
puntos de vista opuestos en relación con la imagen. El primero, psi-
quiatra, trabaja desde la óptica analítica de la conducta del minusvá-
lido (sic), poseedor de un rasgo diferente que le hace objeto de las mi-
radas. Goffman, sociólogo, acuña el término «estigma», categoría
atribuida por el otro, precisando únicamente su condición de visibili-
dad. El estigma es sobre todo una señal visible. Define a los válidos
(normales) en oposición a los estigmatizados, portadores de algún
rasgo social o físico desagradable que debe ser escondido. El tránsito
de persona normal a persona estigmatizada —añade Goffman— im-
plica una secuencia de cambios en la identidad social y personal de
quien sufre el proceso, al que llama carrera moral.
El término «estigma» procede del griego y se refiere etimológi-
camente a los signos de cortes o quemaduras que portaban los escla-
vos, los criminales o los traidores en el cuerpo. Un estigma es literal-
mente una señal en la superficie del cuerpo que indica que éste es
peligroso o culpable, es como un castigo judicial en forma de mutila-
ción, cicatriz o señal. La diferencia entre un ataque al corazón y un
cáncer es el estigma: «La calvicie es el estigma de quien sufre cáncer.
Las pérdidas, el miedo y el sufrimiento se reducen frente al símbolo
visible de la enfermedad: la pérdida del cabello, que se entiende más
fácilmente que el dolor o la muerte» (Frank, 1991, pp. 91 y 95). Caín
llevaba un estigma en su frente. Sin embargo, su significado dista
mucho del que adquirió después, cuando algunos santos lucían los es-
El estigma y la mirada de los otros ___________________________________ 137
tigmas de los clavos de Cristo en las palmas de sus manos. «El atri-
buto que estigmatiza a un tipo de poseedor puede confirmar la nor-
malidad del otro y, por consiguiente, no es ni honroso ni ignominio-
so» (Goffman, 1970, p. 13). A Goffman le preocupa hasta qué punto
la evidencia del estigma como atributo interfiere con el fluir de la in-
teracción (1970, p. 64). Veil, en cambio, afirma textualmente:
La maleabilidad de la apariencia
1. Las diabólicas es un film del año 1996 del dirigido por Jeremiah S. Chechik.
140 __________________________________________________ DisCapacitados
El desafío
mean, can your body, I mean, are you able to do it with a woman?».4
¿Qué responder? ¿Le daba una explicación médica para captar la aten-
ción de la business class o le proponía intercambiar los teléfonos? Per-
plejos, echamos mano de una respuesta consecuente con la pregunta, lo
que nos permite situarnos, por una vez, por encima de la incongruencia.
Miguel Durán, ex presidente de la ONCE, fue invitado a la fa-
mosa «cena de las cien mil pesetas» (600 €) que organizó Pasqual
Maragall en Barcelona en julio de 1999 para la promoción de su can-
didatura electoral a la Presidencia de la Generalitat. Durán no comul-
ga con el proyecto socialista pero aceptó la invitación. La cena tuvo
enormes críticas porque se restringió el acceso a determinados me-
dios informativos. Al salir del hotel Durán, respondiendo a las pre-
guntas de los periodistas y a pesar de estar presentes en la cena mu-
chas de las personalidades del mundo empresarial catalán, dijo:
«Pues yo no he visto a nadie». Durán suele decir que no «ve nada cla-
ras las cosas»: es ciego. El humor de Durán resulta al válido aún más
chocante «porque un ciego en una esquina vendiendo cupones, aun-
que gane mucho dinero, es una figura culturalmente aceptada; pero
un ciego haciendo negocios con grandes financieros y empresarios, o
compartiendo mesa con personajes de la alta sociedad es todavía, tras
muchos siglos de marginación, una figura culturalmente difícil de di-
gerir» (Garvía, 1997, p. 227).5
Métèque, que también sufrió la amputación de un dedo, y yo nos
vanagloriamos «de tener poca mano izquierda» cuando nos recrimi-
nan por no haber sabido conducir una situación determinada en nues-
tro trabajo. Cuando nos sentimos frustrados y hartos de nuestras ocu-
paciones jamás argumentamos que estamos «muy quemados», pero si
alguien lo insinúa apostillamos que si así fuera no quedaría de noso-
tros más que las cenizas. Mi amigo Borja y yo, tal vez de forma cruel,
hemos manifestado en público que solicitaremos un importe reducido
cuando incineren nuestros cadáveres, al fin y al cabo «estamos a me-
dio hacer», vuelta y vuelta y listos. Quizá, por esa razón, la última vez
que compartimos mesa pedimos una parrillada de carne. El restau-
4. «¿Puede usted? Quiero decir, ¿puede su cuerpo?, es decir, ¿puede hacerlo con una
mujer?»
5. En 1986 la ONCE ocupaba el puesto número 16 en el ranking de las empresas es-
pañolas por su cifra de ventas. Por el número de trabajadores ocupaba el cuarto pues-
to sólo detrás de RENFE, Telefónica y El Corte Inglés (Garvía, 1997, p. 17).
144 __________________________________________________ DisCapacitados
rante tenía las mesas dispuestas muy juntas y los comensales vecinos
de la nuestra acabaron marchándose a por un Almax®: hablamos du-
rante horas de heridas, cicatrices e injertos mientras tratábamos en
vano de cortar el churrasco con nuestras torpes manos. Nos quedamos
solos, muertos de risa.
La familiaridad de los que sufrimos quemaduras con secuelas
con las truculencias hospitalarias nos lleva a ser excesivamente san-
grientos, aunque no más que la filmografía gore que se exhibe en las
salas. Durante una cura de la zona dadora para injertos en la unidad
de quemados la auxiliar de enfermería me preguntó cuál era el argu-
mento de la película que pasaban por televisión. Se trataba de El si-
lencio de los corderos.6 Para ser breve, pero sin pensármelo dos ve-
ces, le dije a la chica que si miraba alternativamente a la pantalla y a
mi vientre sin piel entendería de qué iba la película, a lo que el enfer-
mero que me estaba curando dijo: «Pero Marta, ¡¡¡qué bruta eres!!!».
En el film, el antiguo cliente demente del doctor Hannibal Lecter
ocupaba sus ratos libres con la confección de un vestido hecho con la
piel que arrancaba de los cuerpos de sus víctimas.
Adelantarnos a la demanda de excusas por parte de los otros
cuando patinan frente al que está en desventaja nos coloca en un pa-
pel superior y colabora en la comedia humana. Pero esto es algo que
lleva largo tiempo aprender (Goffman, 1970, p. 139).
Cuando todavía estás mal las percepciones son diferentes con relación
al humor —dice Set—, pero ahora, a veces, aprovecho aquella debili-
dad física que los otros ven en mí para clavarles la cuchillada. En eso
reconozco que soy bastante cruel. Saco la uñas, me escudo y entonces
soy «Set el sonado», el loco.
7. Los catéteres externos se ajustan al pene y desde allí conducen la orina hasta una
pequeña bolsa recolectora que puede ir adherida a la pierna bajo el pantalón.
El estigma y la mirada de los otros ___________________________________ 149
pronto como sea posible. Eli me cuenta que a veces ir más rápido
también es doloroso pero acelera el tiempo hasta conseguir el reposo
ganado porque obviar la actividad no siempre es posible.
Dina, por el contrario, actúa con una lentitud pasmosa, pero pre-
meditada. Explica que en la cocina tiene muchas limitaciones:
Las personas válidas del entorno más próximo a las personas con dis-
capacidad son piezas clave tanto en el proceso de duelo por la pérdi-
da como en el de colaboración en el futuro frente a situaciones de de-
sigualdad.
La pérdida de los lazos de afectividad o la recuperación de otros
abandonados, así como la vida sexual con discapacidad, son temas re-
currentes en el confuso universo de los válidos donde la amistad y el
sexo se miden dentro de rígidos esquemas.
1. «Cariño, ¿son buenos tus amigos? Tal vez deberías pensar en buscarte otros nue-
vos.»
156 __________________________________________________ DisCapacitados
Hay otras experiencias aún más gratas que unen a las personas, en-
tendiendo ahora por unión la resultante de una relación sexual. El
sexo existe en el universo de las personas con discapacidad y no es ni
más ni menos perverso, ni más ni menos divertido, excitante o abu-
rrido que el sexo —digamos— válido.
En octubre de 1998 se celebró en Lleida, con ocasión del salón
Minusval’98,3 una jornada técnica titulada «Vivir la sexualidad desde
la diferencia». El objetivo de la jornada era mostrar que la discapaci-
dad no supone merma alguna en las posibilidades de expresar la se-
xualidad desde una perspectiva diferente (VVAA, 1998, p. 8). ¿Por
qué diferente? ¿Porque no va a ser posible la postura del misionero?
¿Porque las erecciones dejaron de ser espectaculares? ¿O tal vez por-
que se perdió sensibilidad aquí y no allí? En cualquier caso va a ser
una vida sexual diferente de la que fue, si hubo un antes, pero ni más
ni menos diferente que la que se plantea el válido cuando cambia de
pareja y ésta le pide, para su sorpresa, que la invalide atándole con se-
das las muñecas a la cabecera de la cama.
3. Minusval es una salón nacional de ayudas técnicas y foro de debate sobre las dis-
capacidades que suele celebrarse cada dos años en la ciudad de Lleida. Fira de Lleida
y la Associació de paraplègics i discapacitats físics de Lleida publican regularmente
los resultados de los debates.
Los seres queridos: el amigo y el amado ______________________________ 161
Pero las cosas no son siempre así. Durante los primeros meses
después de restablecerse, Laia se sorprendía muchísimo cuando la
abordaban los hombres «porque se comportan igual que antes (...) Al
principio me tocan las manos y los brazos porque quiero que se fami-
liaricen, después se olvidan y me preguntan dónde tengo sensibili-
dad». Laia no podía creer que pudieran estar interesados en ella mien-
tras mantuvo fresca la representación de la diferencia según los
válidos. Ahora ya no es así, el tiempo ha pasado: lo que verdadera-
mente le fascina es lo que a todas las mujeres. A ellos también.
«Tú ves que un tío está tonteando y piensas: “Estás malinterpre-
tando, ¿cómo puede ser que esa persona esté tonteando conmigo?”»,
decía Cesca, que con el tiempo también aprenderá que no motiva per-
versión ni locura ni morbo alguno sólo interés sexual o afectivo y que
la persona que lo muestra lo hace de forma libre esperando a su vez
una respuesta ad hoc. Así, por ejemplo, ante una pregunta absurda de
neófito en la diferencia se obtienen sabias respuestas de los válidos
como las que siguen: «¿Te molesta que no tenga pechos? No lo sé.
Nunca lo hice con una mujer mastectomizada».
Algunos «no somos» pero «sí estamos» incompletos, lo que
quiere decir que para seducir o ser seducidos no podemos utilizar to-
das las armas establecidas al efecto: hay que potenciar otras. El ciego
no ve una mirada seductora, el mudo no susurra palabras cariñosas y
el manco no acaricia un cuerpo con la mano. Pero el ciego sabrá cau-
Los seres queridos: el amigo y el amado ______________________________ 165
7. Salón Kitty, Italia, 1976 con Helmut Berger y Ingrid Thulin. Película descrita
como perteneciente al subgénero porno-nazi en la que se entremezclan las imaginerías
de dos títulos como La caída de los dioses y Portero de noche.
8. La acondroplasia es una variedad del enanismo caracterizada por la cortedad de
las piernas y los brazos, con tamaño normal del tronco y la cabeza, y desarrollo men-
tal y sexual normales.
Los seres queridos: el amigo y el amado ______________________________ 167
La supresión de barreras
(...) luego aparece el gracioso de turno que te explica que sólo había
ido a llamar por teléfono y yo le respondía que sólo quería cruzar la ca-
lle. En otra ocasión, un tío que salía de un bingo me sorprendió cuando
estaba a punto de estampar el adhesivo en el coche que me bloqueaba
el paso. Entonces se puso, en plan «farruco», como diciendo que qué
estaba haciendo. Le dije que le ponía el adhesivo para darle las gracias
por bloquear el paso. ¡¡¡Pensó que quería abrirle el coche!!! Yo creo
que lo que estaba esperando es que le faltara al respeto.
Las aceras con rampa se generalizan pero las órdenes de los in-
genieros o capataces de las obras públicas no incluyen recordar a
quienes asfaltan después los pavimentos de las calzadas que la altura
entre la superficie del asfalto y el inicio de la rampa debe ser equiva-
lente a cero. Para un conductor diestro de silla de ruedas superar tres
centímetros no es una gran obstáculo, pero para los que no lo somos
por tener además dificultades en las manos o poca fuerza resulta mu-
cho más complejo alcanzar nuestro objetivo.
Existen opciones, inadaptaciones adaptadas, como, por ejemplo,
seguir circulando por la calzada a la espera de encontrar una rampa
más accesible. La audacia tiene sus riesgos, porque no todos los con-
ductores reparan en la presencia de una persona con silla de ruedas en
la calzada. La carrocería, ya de por sí bastante maltrecha, se torna
carne de cañón sin carenado que nos proteja. En breve, las normas de
circulación nos exigirán casco y rodilleras, a no ser que como en Ale-
mania se reserve el carril bici también para silla, por lo que las velo-
cidades de crucero se alcanzan sin enormes esfuerzos al competir
sólo con un par de ruedas más. Ahora bien, hasta el momento los ci-
174 __________________________________________________ DisCapacitados
luz de gas. El resto de las calles no están adoquinadas pero los desa-
gües de las cubiertas de los edificios mueren en las aceras, por donde
circulan las aguas canalizadas en sentido perpendicular a la calzada.
En consecuencia, las ruedas pequeñas de la silla se empotran inevita-
blemente en los hermosos canalillos. En el otro extremo del globo (y
mirando hacia abajo), la ciudad de Buenos Aires es un perfecto mues-
trario de pavimentos. En el centro porteño cada edificio construido
pavimenta según su propio criterio y se ocupa del mantenimiento del
tramo de calle que ocupa la fachada. Las sorpresas, en el sur, se suce-
den cada veinticinco o treinta metros de acera.
Los problemas se agudizan cuando se pretende visitar el casco
antiguo de las urbes. Los programas de conservación del patrimonio
preservan las pavimentaciones históricas: adoquinados, losas enor-
mes de plano irregular, cantos rodados en disposición geométrica y
otras muchas maravillas que incrementan aún más el verbo balbu-
ceante, la presión vesical o el dolor articular. Cierto es que existe una
dificultad mayor para adaptar la accesibilidad por pavimentos anti-
guos y recorridos de valor histórico, pero las soluciones existen si se
pone interés en ello. Si una persona en silla de ruedas puede recorrer
junto a los válidos un parque natural por un sendero marcado de tron-
cos o de tierra, ¿por qué ha de ser más complicado habilitar una reco-
rrido urbano donde no hay que preservar especies que crecen aleato-
riamente?
Los carriles de los tranvías, aunque poco frecuentes, suponen
otra dificultad: hay que abordarlos colocando sistemáticamente las
ruedas en absoluta perpendicularidad, de lo contrario el pinchazo y el
bloqueo de las ruedas pequeñas está asegurado, a menos que se sea
muy hábil en el manejo de la silla. Un vértigo semejante se apodera
de nosotros cuando, tras adquirir una nueva silla más veloz y de fino
calibre, nos enfrentamos con el abismo insondable y oscuro que nos
espera bajo la rejilla de una alcantarilla obsoleta. Si la cruzáramos en
paralelo una extraña fuerza de succión nos llevaría hasta la profundi-
dad abisal de sus entrañas. Si tienes la suerte de controlar esfínteres
hay que contar con un esfuerzo añadido: evitar que la vejiga se des-
borde como consecuencia del traqueteo.
Muchas ciudades, para alegría de las personas con deficiencias,
despliegan sus calles y sus plazas sobre terrenos planos, pero si repo-
san sobre hermosas colinas la inadaptación está servida. Para salvar
176 __________________________________________________ DisCapacitados
Barreras arquitectónicas
Esta vez curso mi protesta por escrito, porque es muy importante rea-
lizar este tipo de reclamaciones aunque se conozca la respuesta de an-
temano. Me siento discriminada por doble partida: he necesitado de
la ayuda de un subalterno y he entrado por la puerta de servicio sien-
do empleada de la institución. Días después recibo la siguiente acla-
ración:
7. Una orden del 8 de marzo de 1984, publicada en el BOE número 65, establece los
baremos a través de los cuales se determina el grado de discapacidad que tiene el por-
tador de una acreditación. El grado se establece a partir de la evolución de la defi-
ciencia o de la discapacidad permanente y de los factores complementarios coadyu-
vantes, como la edad, el entorno familiar, la situación laboral, educativa y cultural
(VV.AA., 1989, pp. 77-78).
El derribo del muro de Berlín: ... ____________________________________ 191
pasé sin carro por delante de la línea de caja. Le digo que lo llevan los
niños y que es evidente que voy con ellos, no hay nadie más. Deposi-
ta sus pocas compras en la cinta, sin más: pretende colarse. Me enfa-
do, me ofusco y le enseño el bastón y mis manos, una de ellas venda-
da: «¿Cómo cree que voy a conducir ese carro?».
En mi lugar de trabajo, compasivos, creen que, dada mi activi-
dad y mi aparente jovialidad, no tengo problema alguno y puedo ha-
cer todo sin dificultad, incluso con silla de ruedas. Un día, tras adju-
dicarme una actividad impracticable dadas mis condiciones físicas les
propuse un striptease para que comprobaran el estado de mi cuerpo
antes de tomar según qué decisiones. Pretendían que me responsabi-
lizara del control y supervisión de actividades lúdicas de niños me-
nores de catorce años durante una jornada festiva, lo que suponía per-
manecer toda una tarde de invierno en un patio de tierra batida donde
hacían carreras cien chavales y jugaban a trencar l’olla. Cuando puse
objeciones me contestaron, paternalistas y pedagógicamente motiva-
dores: «Claro que puedes hacerlo, Marta».
Debía de parecerles tan sencillo como a mí me lo resulta hacer
la vista gorda ante una simple norma administrativa. Pero no fue así
con la funcionaria del mostrador del registro de entrada del Departa-
ment d’Ensenyament. La rubia de frasco se negaba a compulsarme la
fotocopia del documento que acredita mi grado de discapacidad si no
le presentaba el original que olvidé en casa. Le dije: «El original soy
yo misma, y si se tercia me desnudo». No se inmutó. Luego pensé que
tal vez la Generalitat de Catalunya, a falta de recursos humanos, esta-
ba reclutando androides acreditados con una tarjeta roja que indica el
grado de inflexibilidad mental del funcionario.
Hay dificultades invisibles que se resuelven con adaptaciones
secundarias. Caminante, contradicción que él mismo asume en su
pseudónimo por veneración a Machado, no puede caminar mucho:
Para ir al lavabo, muchas veces hay que pedir permiso como en las
escuelas. ¿Por qué se cierran con llave las puertas de los lavabos re-
servados para personas con deficiencias? ¿Es que además de llevarlas
a cuestas debemos hacer pública nuestra necesidad de utilizar el
baño? «La llave la tiene la encargada, si se deja abierta lo usan.»
¿Quiénes? ELLOS.
Ellos son esos extraños seres que tienen la culpa de provocar los
apagones generalizados, la niebla en los televisores y otras inexplica-
bles alteraciones de la normalidad tecnológica. Si en muchos casos
los lavabos permanecen inaccesibles al estar cerrados bajo llave, en
otros se utilizan como almacén de productos de limpieza e incluso
como vestuario de empleados. Apartheid. En una cervecería del pa-
seo de Gracia de Barcelona me indicaron que no hacía falta descender
al piso bajo para acceder al lavabo, que al fondo del establecimiento
había uno adaptado. Una vez recorrido el enorme establecimiento lle-
go a una puerta sin indicativo alguno. El camarero la abre: «Es allí, a
la derecha». Miles de barriles de cerveza sucios me rodean. Antes de
franquearme el paso al lavabo el camarero me indica que no me colo-
que delante de la puerta porque se abre hacia fuera y alguien lo ocu-
pa en ese momento. Acto seguido golpea la puerta y dice: «¡¡Conchi!!,
no te asustes cuando salgas». Segundos después aparece intrigada la
pinche de cocina. A efectos legales seguro que el restaurante pasaría
la inspección, pero me pregunto si también se tendría en cuenta el as-
pecto y características del servicio «especial». En esa anécdota, ade-
más, reiterando la anomalía contextual, se añade el anuncio público
de la actitud frente al handicap: la silla de ruedas podía asustar a la
pinche de cocina. De nuevo la acumulación, la reiteración de situa-
ciones de segregación.
En el antiguo Berlín Este, el avance de la democracia occidental
se detuvo frente a las puertas del Reichstag. Tal vez la culpa fuera de
Norman Foster, que se ocupó únicamente de diseñar la nueva cúpula
El derribo del muro de Berlín: ... ____________________________________ 193
El transporte aéreo
9. RENFE tiene adaptados pocos trenes. Desde 1996 el AVE y Euromed son accesi-
bles para personas con bastones, pero no es fácil acceder a los coches en todas las es-
taciones en que tienen parada.
200 __________________________________________________ DisCapacitados
C’est incroyable. Je suis bien capable d’élever mon fils. Alors, pour-
quoi ne pourrais-je pas m’ocuper de lui dans l’avion? Vous pouvez être
sûr que si je pensais seul un instant qu’il puisse se trouver en danger, je
n’envisagerais même pas un tel déplacement. On me parle de difficul-
tés en cas d’évacuation... quand tout le monde sait très bien qu’en cas
de véritable problème aérien, personne n’a de toute manière le temps
d’évacuer. Alors, aveugle ou pas...12
12. «Es increíble. Si soy capaz de criar a mi hijo, ¿por qué entonces no voy a poder
ocuparme de él en un avión? Puede estar seguro de que si por un momento creyera en
la posibilidad de peligro no me hubiera embarcado en este desplazamiento. Me hablan
de dificultades en caso de evacuación... cuando todo el mundo sabe bien que en caso
de una verdadero problema aéreo, nadie tiene tiempo de evacuar. Entonces, ciego o
no...». Información publicada en el periódico Le Dauphiné, n.º 17.656 (20 de agosto
de 2001), p. 2.
204 __________________________________________________ DisCapacitados
fatas de algunas compañías sólo hace falta pedirles que te den de co-
mer, porque a mí me lo preparan todo.
A pesar de las comodidades descritas los aviones aún no han re-
suelto su mayor barrera: los lavabos. Si los alimentos de catering son
minúsculos los lavabos lo son más si cabe, a pesar de haber servido en
ocasiones para descargar otras urgencias más placenteras y comparti-
das que las urinarias. Se trata de una enorme barrera si el pasajero uti-
liza la silla de ruedas para desplazarse. Para realizar la trasferencia de
la silla a la taza hay que dejar la puerta abierta, porque de lo contrario
resulta imposible, quedando expuesto a las miradas del resto del pasa-
je. Seguramente la maniobra precisará de ayuda, por lo que se requie-
re ir acompañado o bien someterse a la atención amable pero poco
diestra del personal de cabina, que puede estar formado por hombres o
por mujeres. Las alternativas son pocas. Para las mujeres con inconti-
nencia no existen procedimientos de evacuación tan eficaces como
para los hombres. Las mujeres pueden recurrir a la sonda permanente,
muy molesta y desmesurada para un sólo viaje, o a la compresa de
adulto, también incómoda pero menos compleja aun sabiendo que ha-
brá que cambiarla si la ruta es larga. Los hombres pueden utilizar los
catéteres externos —en eso juegan con ventaja en relación con las mu-
jeres— o acceder también a la compresa, si son incontinentes. En
cualquier caso las soluciones suponen plantearse si viajar solo o acom-
pañado, olvidar el proyecto si el viaje es largo y, para los más osados,
hacerlo como sea articulando aquí alternativas poco decorosas pero no
imposibles de realizar. Todo es posible si se está dispuesto a conseguir
un objetivo: sólo hace falta diseñar la estrategia de antemano.
Caminante sufrió en una ocasión un incidente que estuvo a pun-
to de malograr un viaje. Los médicos insistieron en que era una in-
sensatez que lo hiciera porque se había vuelto a lesionar: «Me dijeron
tantas veces que no fuera que la emprendí a palos con el bastón. Pero
me fui. ¡Y volví mejor! ¡Hasta el médico se sorprendió!». Todo es po-
sible, sí, pero, parafraseando a Veil (1978, p. 117), no hay que olvidar
que el secreto de la supervivencia reside en la cooperación y en la
ayuda mutua. El éxito en una empresa está en función del grado de
apertura y de clarividencia de la sociedad que nos acoja.
X. X. no obtuvo en vida esa acogida. Por eso sus familiares de-
bieron redactar la siguiente esquela que apareció en La Vanguardia en
octubre de 1998:
El derribo del muro de Berlín: ... ____________________________________ 205
X. X..........
Superades ja definitivament tota mena de «barreres arquitectòniques»,
ha estat cridat a la plenitud de la vida en Déu, a l’edat de 62 anys, el
día... Les exequies tingueren lloc a... (sic).13
1. «No estoy del todo convencido sobre si me siento culpable por estar enfermo u
orgulloso de estar poniéndome bien. Lo único que puedo hacer es saber qué es lo que
me pasa y buscar cómo vivir.»
208 __________________________________________________ DisCapacitados
dicap sea lo que defina, según los otros, al individuo. Los ejemplos
que siguen ilustrarán esa idea.
Mercè y Olga trabajan juntas. Ambas son funcionarias por opo-
sición pero Mercè sufre una discapacidad congénita y entró en el
cuerpo muy joven. Un día Olga afirmó, airada, descalificando profe-
sionalmente a su compañera, que si Mercè logró una plaza cerca de su
domicilio al obtener un número alto en la oposición fue gracias a la
reserva de plazas para discapacitados, no por sus méritos: «No es jus-
to —dijo Olga— es discriminatorio que exista una reserva de plazas
para discapacitados puesto que se trata de una prueba de conocimien-
tos no de capacidades físicas. Debería ser para todos igual». Existe,
efectivamente una reserva de plazas, pero sólo para aquellos que lo-
gran superar el ejercicio de la oposición que es idéntico para todos los
que concursan. La reserva está determinada por la ley que se aplica a
todos los niveles de la administración pública. Hay reserva de plazas,
no concurso restringido.
Caminante trabajaba en una importante empresa de informática
subcontratado por una iniciativa pública que provee de empleo a per-
sonas con discapacidad. La empresa sólo cubre el 50 por 100 del
sueldo. Su contrato iba a finalizar en un par de meses y él estaba in-
teresado en prorrogarlo por algún tiempo si la continuidad iba acom-
pañada de un aumento de sueldo. El jefe se negó argumentando: «En-
cima que hago una labor social y ahora ¡¡¡¡ me haces eso!!!!».
La provisión de empleo para las personas con discapacidad se
sigue entendiendo entre los válidos como un acto de caridad cristia-
na, no como derecho inalienable para todos los ciudadanos indepen-
dientemente de su situación física. Tal vez la excesiva normalización
conmina, como dice Veil, a la segregación injusta porque —como
ocurrirá en otros ámbitos— se entiende la ley como privilegio y no
como fórmula compensadora del desequilibrio de oportunidades. La
normalización frecuente hace que se reclame su existencia en cada
ámbito de actuación poniendo barreras a la acción inmediata. En la
función pública se utiliza precisamente la ausencia de normativas la-
borales específicas para personas con discapacidad para justificar la
dificultad de establecer adaptaciones secundarias cuando un trabaja-
dor tiene determinados problemas para el ejercicio laboral: «No nos
ha llegado normativa alguna al respecto, así que no podemos con-
templar lo que nos pides», es lo que me contestaron cuando yo solici-
212 __________________________________________________ DisCapacitados
Decían que no podían hacer nada para mejorar mi horario. Yo les decía
que así volvería a enfermar. ¿Qué es lo que pretendéis, que no vuelva
más? ¿O que me muera en el intento? «No te lo tomes así», me contes-
taban. Mira, la lectura que yo hice es aquello de que «si no lo puedes
hacer no lo hagas, lo hará otro, pero no me compliques la vida; nadie es
imprescindible y tu tampoco. Quédate en casa, buscaremos un susti-
tuto».
La ausencia de flexibilidad
Cobro igual que tú; trabajo las mismas horas y en las mismas tareas, la
única diferencia es que lo hago con un pie torcido y una sola mano útil.
No reclamo ningún beneficio, pero quiero que nadie olvide mis cir-
cunstancias si algo más se me exige o si alguien vuelve a hablar de pri-
vilegios.
pregunté si antes del accidente hacía esas cosas. «No, nunca se ocupó
de nada de eso, paraba poco en casa.» Yo les respondí: «Entonces,
¿cómo queréis que ahora, si jamás lo hizo, se entretenga haciendo
pasteles y limpiando la plata porque está en una silla de ruedas?».
El cáncer, la dificultad motora, la pérdida de la destreza son ele-
mentos añadidos que nos han devastado el cuerpo pero no a nosotros
mismos. Por tanto, ni trabajamos para olvidar un amor perdido (nues-
tro cuerpo), porque sigue con nosotros, ni para demostrar a los demás
valor alguno, trabajamos, los que queremos y podemos hacerlo, por
continuidad o tal vez sostenibilidad.
Hay personas con discapacidad, como hemos visto, que traba-
jan; otras no pueden hacerlo porque el handicap es enorme, las de
más allá cambiaron de profesión o se retiraron. Unas acuden al traba-
jo en silla de ruedas, las otras arrastrando un bastón. Todas son dis-
tintas también a ese nivel, como los válidos lo son entre sí, aunque
nos coloquen en el mismo saco.
13.
Diversidad en la integración.
Diferencias entre personas con discapacidad
Para los válidos «no iniciados»,1 las personas con discapacidad so-
mos casi todas iguales pero diferentes a ellos mismos, de lo contrario
no nos mirarían con tanto interés. Entre nosotros, las cosas no son así:
nuestras diferencias físicas y de personalidad son tan notables como
lo son las del mundo válido. En este capítulo se abordará la cuestión
de la diferencia entre personas con discapacidad y también su identi-
dad. Ésta no remite necesariamente a la patología y a su pretendida
consecuencia conductual, sino a la confluencia de experiencias y ob-
jetivos comunes. Todo esto nos llevará a la descripción del papel de
los grupos de ayuda mutua y a las asociaciones como organizaciones
donde confluirían sobre todo intereses más que identidades.
¿Por qué no es manco quien ha perdido todos los dedos de una mano?
Es lo mismo que preguntarse por qué quienes pierden un hijo no reci-
ben sustantivo alguno que describa su menoscabo mientras que quie-
nes sobrevivieron a los padres se quedan huérfanos. ¿Supone una de-
ficiencia menos grave nacer ciego que perder la vista de adulto? ¿Por
1. Goffman utiliza el término «sabios» (1963, 1970, p. 43) para designar a las per-
sonas que yo prefiero denominar «iniciados», es decir, las personas cuyas actividades
laborales están vinculadas a la discapacidad o los miembros de la red social de la per-
sona con discapacidad.
224 __________________________________________________ DisCapacitados
forma que ocurre entre personas válidas cuando entre ellas se miran
por tener algún rasgo en común. En el hospital, en un aparcamiento
reservado múltiple, en una rampa, en el lavabo o en el ascensor tal
vez vayamos más allá del intercambio de miradas porque el contex-
to lo facilita, pero es poco o muy poco lo que la mayoría tenemos en
común.
Usar una silla de ruedas puede ser un elemento aglutinador pero
no todos los que la utilizamos tenemos lesiones medulares que nos
impidan caminar. Tampoco los bastones nos unen porque unos los lle-
van temporalmente, algunos ancianos como reclamo para evitar ser
aplastados por intrépidos y otros muchos para descansar el peso de la
columna, la cadera, la pierna o lo que fuera. Ahora bien, entre perso-
nas que muestran patologías claramente identificables entre sí puede,
eventualmente, darse algún juego a la complicidad y al acercamiento.
Las cicatrices, entre las víctimas del fuego, son idénticas sea cual fue-
re el color de la piel, de modo que no es extraño que nos sintamos
algo cómplices en un encuentro casual. Los injertos mallados dejan la
piel a «cuadritos», lo que une a los grandes quemados en una her-
mandad cercana a quienes con profunda tristeza mostraban (o escon-
dían), el número de identificación tatuado en la muñeca tiempo atrás
en el campo de concentración. Laia cuenta haber experimentado ese
tipo de identificación durante un trayecto de metro cuando su mirada
se cruzó con la de otra joven situada frente a ella. Se sonrieron y, al
salir, entablaron conversación. Acabaron tomando juntas un café y
mostrándose los cuadritos.
Las primeras relaciones que establecí con personas que habían
sufrido quemaduras fueron dentro del ámbito hospitalario, donde no
existe barrera mental alguna por ser un medio desconectado de la rea-
lidad social del exterior. Muchos válidos de los que circulan por los
pasillos y el personal sanitario están «iniciados». Mientras estuve muy
grave supe poco de otros quemados porque permanecí mucho tiempo
en una unidad de críticos y después en un servicio de rehabilitación,
donde yo era la única paciente con quemaduras. Por esa razón, consi-
226 __________________________________________________ DisCapacitados
dero que mi primer «encuentro» fue el que se produjo cuando fui tra-
tada de las secuelas en un hospital distinto. Estaba instalada en una
planta de cirugía plástica y en cuanto pude me escapé hasta la unidad
de quemados, sin saber entonces que «allí arriba» las puertas estaban
cerradas y casi blindadas.2 En la sala de espera exterior estaba sentado
un joven barbudo, con una señal inequívoca de que era «uno de los
nuestros»: llevaba guantes de presoterapia.3 Inmediatamente entablé
conversación con él porque aquel día yo formaba parte del mobiliario
del hospital al ir vendada, con un ojo tapado y las mallas que sujetan
las gasas a la vista. Cuando me dijo que su superficie quemada era del
80 por 100 —como yo— no pude creerle. Me contó que apenas reci-
bió autoinjertos, sólo entonces supe que aparte de la extensión, la lo-
calización,4 la profundidad y el tiempo transcurrido desde el acciden-
te son los parámetros de la diferencia entre quemados.
Después de ese episodio se sucedieron algunos más, propiciados
incluso por los miembros del personal sanitario hasta el punto de ser
ellos mismos quienes pactaron mis citas con otros pacientes. A Llo-
renç le conocí por mediación de una enfermera que violó las normas
de la planta para conseguir trasladarle con su silla de ruedas hasta mi
habitación («os tenéis que conocer») aun cuando las visitas entre pa-
cientes están absolutamente prohibidas: «Y tú, ¿cuánto tienes?, por-
que estás muy bien. ¡Increíble un 90 por 100! Sí pero tú tienes lo de
las manos y los dos pies y yo no». La conversación duró entre veinte
y treinta minutos y no estábamos solos, el silencio expectante de Mi-
riam y Hagira nos acompañaba. Escuchaban. Ambas habían sufrido,
a su vez, quemaduras recientes de menor extensión pero muy graves
por su profundidad. No dijeron nada: dos veteranos de una guerra un
La ayuda mutua
negativos con relación a las personas que padecen otros trastornos di-
ferentes al suyo.
En la primera reunión de la asociación de personas con defi-
ciencias motoras crónicas de cualquier origen a la que pertenezco se
planteó brevemente este conflicto. A la reunión fueron invitadas per-
sonas con fibromialgia (patología reumatológica) que ya pertenecían
a un GAM y que objetaron a la pertinencia de otra asociación local
que les aglutinara junto a otras patologías si había un grupo preexis-
tente. Otra participante, con artritis reumatoide les respondió: «So-
mos personas enfermas de diferente manera. Me siento enferma pero
puedo compartir mi enfermedad con una persona en silla de ruedas.
Busco una asociación donde hablen de problemas comunes al mío,
pero no sobre artritis». Las dos organizaciones eran compatibles
puesto que intereses y objetivos son distintos: procurarse ayuda mu-
tua en relación a la patología, en el caso del GAM de fibromialgia, y
resolver problemas externos —de relación con el entorno—, en la
asociación de personas con dificultades motoras. Veil (1978, p. 189)
argumentaba sobre estos peligros lo que sigue:
ciones que habían pretendido vender cupones. Hacia 1990 más de sie-
te mil discapacitados no ciegos ya vendían cupones de la ONCE, pero
no con los mismos derechos dentro de la organización que los traba-
jadores invidentes: «Ni pueden elegir ni ser elegidos para los puestos
de responsabilidad política» (Garvía, 1997, pp. 202-204 y 230).
Morris (1992, p. 56) añade que relacionarse con discapacitados
en público conlleva algún inconveniente en relación con los «otros»:
«(...) es como si perdiésemos nuestra individualidad y fuésemos úni-
camente un grupo de discapacitados», dice Beth, su informante. Sin
embargo, Roser Colom (1996, p. 308), desde el medio válido, dice:
7. Hélène Janvier (2000, p. 39) utiliza en francés el término brûlelogue, algo así
como «quematólogo», estableciendo la especificidad del cirujano plástico, recons-
tructivo y estético que trabaja con pacientes quemados.
238 __________________________________________________ DisCapacitados
8. Gloria Rognoni sufrió hace años un accidente al caer de una estructura mientras
ensayaba con la compañía de teatro Els Joglars, que hoy sigue dirigiendo Albert Bo-
adella
9. «Mi silla de ruedas me descalificaba tanto como la suya le calificaba para igno-
rarme.»
240 __________________________________________________ DisCapacitados
pleta) han permitido que utilice silla de ruedas y más tarde bas-
tones.
GENÍS. Veintiséis años. Quemaduras por deflagración en el 90 por 100
del cuerpo que afectan notablemente al rostro, piernas, brazos, y
serias lesiones en ambas manos.
HAGIRA. Quemaduras por explosión de gas en el 45 por 100 del cuer-
po que afectan a ambos brazos y manos, espalda y bajo vientre.
Veintiún años.
LAIA. Quemaduras por llama en el 50 por 100 de la superficie del
cuerpo. Lesiones en el rostro, brazos, manos y espalda. Treinta
años en el momento de la entrevista.
LLORENÇ. Quemaduras por llama en el 85 por 100 de la superficie del
cuerpo, que afectan al cráneo, rostro, extremidades superiores y am-
bas piernas. Serias lesiones en ambas manos. Treinta y tres años.
MARÍA. Lesión medular a nivel C5 (tetraplejía). Cincuenta años. Uti-
liza silla de ruedas propulsada por batería.
MARISA. Quemaduras por deflagración en el 40 por 100 del cuerpo.
Lesiones profundas en ambas piernas y manos. Cuarenta y ocho
años. Utiliza bastón.
MERCÈ. Malformación congénita. Afecta a las extremidades superio-
res e inferiores. Treinta y un años.
MÉTÈQUE. Quemaduras en el 43 por 100 de la superficie del cuerpo.
Lesiones en la axila, costado, brazo izquierdo y mano, así como en
ambas piernas. Perdió el meñique izquierdo y la función del anu-
lar. Cuarenta y cinco años.
MIRIAM. Quemaduras del 25 por 100 del cuerpo que afectan princi-
palmente al cuello, axilas y hombros. Veinticinco años.
NELIA. Neoplasia de útero. Histerectomía total y problemas renales.
Cuarenta y cuatro años. Tres años desde el diagnóstico.
ROCÍO. Escoliosis juvenil y secuelas del tratamiento por osteosíntesis.
Síndrome de Flatback. Cuarenta años. Utiliza bastón de montaña.
SERGE. Infección por virus de la inmunodeficencia humana. Treinta y
cuatro años. Ocho años desde el diagnóstico.
SET. Traumatismo craneoencefálico. Hemiplejía derecha. Treinta y
nueve años.
VIOLANT. Linfoma, cáncer del sistema linfático. Treinta y nueve años.
Nueve años desde el diagnóstico.
Bibliografía comentada
ta. Shuman plantea cuestiones útiles tanto para los profesionales como
para las personas que tienen que convivir con los enfermos: el problema
del trabajo, las relaciones sociales, la convivencia con el sufrimiento,
con el dolor y la cólera. Su objetivo además de descriptivo es didáctico,
por lo que resulta práctico a la hora de mostrar lo que se debería hacer
frente a las limitaciones físicas. Shuman comparte con Arthur Frank y
conmigo un par de ideas en torno a la enfermedad. La primera es que las
«personas no sufren dolencias sino que viven sus propias experiencias
idiosincrásicas con la enfermedad». La segunda, que las personas que te-
nemos dolencias diferentes pero sufrimos limitaciones físicas tenemos
más en común entre nosotros que con los que padecen nuestra misma en-
fermedad (p. 24).
Stiker, Henri-Jacques (1982), Corps infirmes et sociétés, París, Aubier-Mon-
taigne. De forma teórica y a partir del cuestionamiento del concepto de
integración, Henri-Jacques Stiker explica el papel de la diferencia a lo
largo de historia preguntándose sobre las formas sociales y culturales de
considerar y de tratar el handicap. En su recorrido histórico circula por
los caminos de la Antigüedad a través de los mitos griegos y de la Biblia,
para pasar por la pobreza integrada medieval, que será asistida e institu-
cionalizada en el siglo XIX por la beneficencia pública, para acabar eti-
quetada, formada y subvencionada con el desarrollo del Estado del bien-
estar en el último siglo. Stiker ofrece un planteamiento teórico en el que
analiza el problème de l’infirmité según un sistema de oposición de con-
trarios.
Stoetzel, J. (1967), «Cours de psychologie sociale appliquée», Bulletin de
Psychologie (256), p. 548.
Sutherland, A. T. (1981), Disabled We Stand, Londres, Souvenir Press.
Swain, John, Vic Finklestein, Sally French, Mike Oliver (eds.) (1998), Disa-
bling barriers. Enabling environments, Londres, Sage Publications. La
idea central de este documento complitarorio es que las causas de la dis-
capacidad vienen determinadas por la forma en que la sociedad se orga-
niza. Las barreras sociales, estructurales y económicas niegan la oportu-
nidad de sentirse ciudadanos completos y con igualdad de oportunidades
a las personas que son portadoras de una deficiencia. Los autores abogan
por la contribución de las personas con discapacidad en las tareas de
análisis y de soporte en los servicios vinculados a la discapacidad, y de-
nuncian la doble marginalidad de grupos como las personas negras con
discapacidad y las mujeres.
Turner, Víctor W. (1973), «Al margen del margen: el período liminal en los
ritos de paso», en Víctor W. Turner, Simbolismo y ritual, Lima, Pontifi-
cia Universidad Católica del Perú, pp. 53-74.
Bibliografía comentada ____________________________________________ 253