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COLEGIO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD BUCARAMANGA

Franciscanismo

Tercer encuentro: con los leprosos

El encuentro con el leproso es uno de los episodios más hermosos de la vida de Francisco desde el punto de vista hagiográfico. Con
frecuencia es tenido en cuenta sólo desde su dimensión dramática, por lo cual ha sido un recurso obligado para los narradores de todos
los géneros y aun para los pintores. Pero su valor y su significado van mucho más allá de lo pintoresco. En efecto, fue tal la incidencia
que tuvo en la vocación de Francisco, que se constituyó en un factor determinante de su respuesta a la llamada del Señor y le dio un
matiz específico a su espiritualidad. Podría ser considerado como un complemento de su encuentro con los pobres, pero merece ser
tratado de forma independiente a causa de los aspectos nuevos que aporta al proceso vocacional del santo. 

El famoso episodio del beso al leproso es contado por cuatro de las más primitivas fuentes hagiográficas, aunque con algunas variantes
entre ellas que marcan en un cierto sentido la interpretación del hecho, dándole un significado cada vez más místico o sobrenatural.
Siguiendo nuestra propuesta metodológica, tomamos como punto de referencia la narración de la Leyenda de los tres Compañeros, la
cual dice que, «yendo Francisco un día a caballo por las afueras de Asís, se cruzó en el camino con un leproso. Como el profundo
horror por los leprosos era habitual en él, haciéndose una gran violencia, bajó del caballo, le dio una moneda y le besó la mano. Y
habiendo recibido del leproso el ósculo de paz, montó de nuevo a caballo y prosiguió su camino» (TC 11). Para la Leyenda de los tres
Compañeros el relato tiene una dinámica en cuatro momentos: a) Francisco va a caballo y se cruza con el leproso; b) baja del caballo,
le da una moneda y le besa la mano; c) recibe un beso del leproso y monta de nuevo a caballo; d) sigue su camino. En la Vida
primera de Celano el relato es de una gran simplicidad: a) Francisco se encuentra con el leproso; b) se llega a él y lo besa (cf. 1 Cel
17). La Vida segunda de Celano sigue más de cerca el esquema de la Leyenda de los tres Compañeros, pero agrega un elemento
misterioso; en efecto: a) Francisco va a caballo y se cruza con un leproso; b) baja del caballo y lo besa; c) le da limosna y le besa la
mano; d) monta el caballo y el leproso desaparece (cf. 2 Cel 9). La Leyenda Mayor (cf. LM 1,5) sigue el mismo esquema de la 2 Cel.
A pesar de que casi todos los biógrafos subrayan el valor que tiene este encuentro como manifestación del gran dominio sobre sí
mismo logrado por el joven convertido, tal vez la que presenta de forma más clara esta perspectiva es la Leyenda de los tres
Compañeros, en donde el episodio es introducido con una «respuesta» obtenida en un momento de oración, la cual lo motiva a cambiar
de actitud ante los leprosos. En efecto, el texto dice que, «como cierto día rogara al Señor con mucho fervor, oyó esta respuesta:
“Francisco, es necesario que todo lo que, como hombre carnal, has amado y has deseado tener, lo desprecies y aborrezcas, si quieres
conocer mi voluntad. Y después de que empieces a probarlo, aquello que hasta el presente te parecía suave y deleitable, se convertirá
para ti en insoportable y amargo, y en aquello que antes te causaba horror, experimentarás gran dulzura y suavidad inmensa”» (TC 11).
No es difícil descubrir en esta última frase un eco de las primeras palabras del Testamento de san Francisco: «Y el Señor me condujo
en medio de ellos [los leprosos] y practiqué con ellos la misericordia. Y al separarme de los mismos, aquello que me parecía amargo,
se me tornó en dulzura de alma y cuerpo» (Test 2-3). El centro de la iluminación que recibe el joven Francisco está precisamente en
«conocer la voluntad de Dios»; para descubrirla es indispensable «despreciar y aborrecer» al hombre carnal. El vencimiento de sí
mismo es, por tanto, según la reflexión que hace el autor del texto, una condición indispensable para conocer la voluntad de Dios. Una
vez logrado, se experimentará una gran dulzura y una suavidad inmensa. 

En la Vida primera de Celano la precedente reflexión es hecha en dos momentos: en el primero se coloca la referencia a las palabras
del Testamento cuando narra la experiencia del santo en la casa de los leprosos, y en el segundo, o sea el encuentro con el leproso, se
refiere al dominio sobre sí mismo con este breve comentario: «Desde este momento comenzó a despreciarse más y más hasta que, por
la misericordia del Redentor, consiguió la total victoria sobre sí mismo» (1 Cel 17). En la Vida segunda de Celano la reflexión es más
genérica y parece referirse de forma más directa a la superación de la tentación que tuvo el joven convertido sobre la mujer gibosa (cf.
2 Cel 9).

Pero el tercer encuentro de Francisco no se reduce a un episodio único y aislado, el del beso al leproso, aunque presentado de manera
tan destacada por las distintas fuentes. En ellas se hace ver que el servicio a los leprosos se constituyó en una verdadera  praxis del
santo durante toda su vida, pues en sus frecuentes desplazamientos por varias ciudades de Italia solía frecuentar las leproserías y los
hospitales y servir a los enfermos, con lo cual pagaba muchas veces su hospedaje en tales lugares (8).

Después del beso al leproso, la Leyenda de los tres Compañeros continúa la narración de la siguiente manera: «A los pocos días,
tomando una gran cantidad de dinero, fue al hospital de los leprosos y, una vez que hubo reunido a todos, les fue dando a cada uno su
limosna mientras le besaba la mano. Al salir [del hospital], lo que antes era para él amargo, es decir, ver y palpar a los leprosos, se le
convirtió en dulzura. Como él lo dijo, de tal manera le era repugnante la visión de los leprosos, que no sólo no quería verlos, sino que
evitaba hasta acercarse a sus habitaciones y si alguna vez le tocaba pasar cerca de sus casas o verlos, aunque la compasión le indujese a
darles limosna por medio de otra persona, siempre lo hacía volviendo el rostro y tapándose las narices con las manos. Mas por la gracia
de Dios llegó a ser tan familiar y amigo de los leprosos que, como dice en su Testamento, entre ellos moraba y a ellos humildemente
servía» (TC 11). Tal vez ninguna de las otras fuentes hagiográficas es tan explícita y tan dramática como ésta en la presentación de la
repugnancia que sentía Francisco por los leprosos. Ella pone en evidencia que el cambio de actitud hacia los leprosos no fue cosa fácil,
que se trató de un verdadero proceso de vencimiento de sí mismo en el que, como dice el texto, «la gracia de Dios» tuvo un papel
importante. Este párrafo es también significativo porque coincide con cuanto dice de sí mismo Francisco en su Testamento y porque
declara que «llegó a ser familiar y amigo de los leprosos», con lo cual el encuentro con uno de ellos en las afueras de Asís no queda
como un simple episodio esporádico. 

En este sentido las otras fuentes dan testimonios semejantes. La Vida primera de Celano, que coloca la convivencia con los leprosos
antes de narrar el episodio del beso a uno de ellos, dice que Francisco «vivía con ellos y servía a todos por Dios con extremada
delicadeza: lavaba sus cuerpos infectos y curaba sus úlceras purulentas» (1 Cel 17). La Vida segunda de Celano afirma que, después
del encuentro maravilloso con uno de ellos, «se fue al lugar donde moran los leprosos y, según va dando dinero a cada uno, le besa la
mano y la boca» (2Cel 9). El encuentro de Francisco con los leprosos no fue, por tanto, el fruto de una emoción momentánea, ni el
resultado de un arranque de generosidad. Sólo a partir de un trato no esporádico se puede llegar a hacer proceso interior, vencimiento
proprio y valoración del otro en su condición más degradante y miserable, como lo era la lepra en el Medioevo. Ese proceso interior es
descrito por Buenaventura en la Leyenda Mayor con gran belleza y profundidad en estos términos: «A partir de entonces se revistió del
espíritu de pobreza, del sentimiento de humildad y de una profunda piedad. Si antes detestaba vivamente no sólo la compañía de los
leprosos sino hasta verlos de lejos, ahora, por amor de Cristo crucificado que, según la palabra profética, apareció despreciable como
un leproso (Is 53,3-4), con benéfica piedad los servía humilde y cariñosamente, para alcanzar el total desprecio de sí mismo» (LM 1,6).
Dos cosas se deben resaltar en estas palabras del Doctor Seráfico: por una parte, la trilogía de virtudes que marcan el momento del
proceso que estaba viviendo el santo y que pueden ser una meta pedagógica para cualquier trabajo formativo: el espíritu de pobreza, el
sentimiento de humildad y la profunda piedad; por otra parte, el hecho que la vista de los leprosos le evocara la figura de Cristo
crucificado, quien «apareció despreciable como un leproso». Es indudable que esta motivación cristológica está en estrecha relación
con el cuarto encuentro de Francisco. 

El servicio frecuente a los leprosos da un matiz importante al dominio de sí mismo de Francisco, en cuanto no lo reduce a una simple
acción ascética ni su vocación se puede catalogar como una fuga mundi, según la entendían los antiguos anacoretas. Tiene una
dimensión social que marcó de forma decidida su presencia en el mundo y la identidad de su Fraternidad en los mejores momentos de
la historia. Es una presencia en el mundo, aunque sin ser de este mundo (cf. Jn 17,16). El servicio a los leprosos es causa de dulzura
para Francisco, según lo dice en su Testamento y lo confirman los biógrafos; no sólo el encuentro con Dios en la oración es causa de
dulzura; lo es también el servicio a los demás, en especial a los más necesitados.

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