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0044-5517
* Universidad de Zaragoza.
1 Archivo Diocesano de Zaragoza. Parroquia de Santa Cruz. Caja 2.
2 MAISO GONZÁLEZ, Jesús y BLASCO MARTÍNEZ, Rosa Mª, Las estructuras de Zaragoza en el primer tercio del siglo
XVIII, ed. Institución «Fernando el Católico», Zaragoza, 1984 , pp. 186-187.
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3 ANDÚJAR CASTILLO, Francisco, Ejércitos y militares en la Europa Moderna, ed. Síntesis, Madrid, 1999, pp. 116-123.
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4 Archivo General de Simancas (en lo sucesivo, A.G.S.). Guerra Moderna, legajo 2292.
5 Archivo General Militar de Segovia (en lo sucesivo, A.G.M.). Célebres, legajo 10.
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6 Ibidem.
7 A.G.S. Secretaría de Guerra. Expedientes Personales, legajo 20.
8
PEZUELA, Jacobo de la, Diccionario Geográfico, Estadístico, Histórico de la Isla de Cuba, ed. Imprenta del
Establecimiento de Mellado, Madrid, 1863, pp. 379-380.
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I Conde de Ricla (1589). Ambrosio Funes como consorte tenía derecho al usu-
fructo de todos los bienes, rentas, regalías tanto del marquesado como del
condado, pero en el contrato matrimonial renunció a todo lo concerniente al
marquesado, reservándose el condado de Ricla, con carácter vitalicio9.
Aunque entre los dos había sentimientos, sin duda estamos ante un matrimo-
nio de conveniencia, Ambrosio Funes conseguía un título nobiliario que le
permitía equipararse o incluso superar al de su hermano, que además era un
título aragonés y todos sus territorios estaban en Aragón: Ricla, Muel,
Calatorao, Villafeliche, Alfamén. Gran parte de lo que no pudo obtener por
herencia lo logró al casarse con su prima: un título nobiliario, la administra-
ción y disfrute del mayorazgo vinculado al mismo.
Pero no hay que olvidar, que además de lo anterior, alcanzó prestigio
social y sobre todo influencia en la Corte, ya que su esposa gozaba de un
enorme prestigio en ella, gracias a su condición de dama de honor. No es una
casualidad que Fernando VI le nombrara gentil hombre de cámara, con
entrada. Gracia real que, por el trato cotidiano y personal con el rey le permi-
tía incrementar los honores ya recibidos con otros nuevos y, dada su ya con-
seguida y superada condición de general, le abría una nuevo horizonte profe-
sional que, aunque vinculado a la institución castrense, podía introducirse en
las esferas del poder político.
Es ahora cuando se inicia la carrera política ascendente del Conde de Ricla,
que podríamos caracterizar como de primer nivel; me refiero a sus tres cargos
sucesivos como Gobernador Político y Militar. El primero de ellos lo obtuvo en
septiembre de 1751 con destino en la plaza de Jaca, en la que estuvo hasta
noviembre de 1753, fecha en la que pasó a ser gobernador de Zamora hasta sep-
tiembre de 1756, momento en el que su nuevo destino fue Cartagena, en la que
estuvo hasta 1760. Podemos considerar estos cargos como un gesto de confianza
y premio a su capacidad o como un castigo, un destierro ya que, según Pezuela
«El Marqués de La Ensenada lo aparta de la Corte para enviarlo a Jaca», debido
a lo que Pezuela10 considera como «espíritu intrigante, disimulado y propio para
las intrigas palaciegas» y que a mi juicio estaría más relacionado con la militan-
cia del conde de Ricla en el «partido aragonés» y la beligerancia de éstos contra
los «golillas», en éste momento liderados por Ensenada.
Durante las tres gobernaciones se mostró «activo e inteligente, no des-
cuidó nunca ni los más sencillos deberes de un buen gobernador de plaza , ni
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11 Ibidem.
12
A.G.S. Secretaría de Guerra. Expedientes, legajo 46-15.
13 Archivo Histórico de Protocolos de Zaragoza, legajo 5709.
14
Archivo Histórico Provincial de Zaragoza. Sección de familias. Subsección, Casa Ducal de Hijar. Fondo: Aranda.
Serie: Testamentos. Fecha: 1757-1760).
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18 DELGADO, Jaime, «El Conde de Ricla, Capitán General de Cuba», Revista de Historia de América, 55-56, 1963,
pp. 41-138.
19
Archivo General de Indias. Santo Domingo, legajo 2116.
20 Archivo General de Indias. Santo Domingo, legajo 1211.
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21
SEGRE, Roberto, « Significación de Cuba en la evolución tipológica de las fortificaciones coloniales de América»,
Boletín del Centro de Investigaciones Históricas de Caracas, Caracas, 1972, pp. 50-75.
22
TORRES RAMÍREZ, Bibiano, «Alejandro O'Reilly en Cuba», Anuario de Estudios Americanos, tomo 24, 1967, pp.
1357-1388.
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Navarra era el único de los antiguos reinos que mantenía todos los privi-
legios e instituciones territoriales. De hecho las Cortes del Reino de Navarra
habían sido convocadas por el último virrey, cuando a éste le sorprendió la
muerte. Dos diputados por cada uno de los tres estamentos de las Cortes y su
propio presidente escribieron el 12 de octubre a Esquilache para felicitarle por
su elección y acelerar su incorporación:
La benignidad con que el Rey nuestro señor se ha dignado oír nuestros reverentes
ruegos , y satisfacerlos con la pronta y digna elección del Conde de Ricla para este
Virreynato y Capitanía General con la expresión de que S.M. espera llegue pronta-
mente a ejercerlo, para continuar y concluir nuestras Cortes, y las regias funciones de
Juramentos que anhelamos...37
Ricla no se incorporó en su destino hasta el 25 de noviembre. La tardanza
obedecía a sus peticiones económicas. Solicitaba 1.000 pesos anuales para
gastos de mesa, ya que la convocatoria de Cortes y el juramento de fidelidad
al Príncipe incrementarían los gastos ordinarios. Su segunda pretensión con-
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sistía en liberarse del pago de la Media Annata, que ascendía a 28.000 reales.
Por último, pedía que se le abonaran los seis sueldos por el período com-
prendido entre su cese en Cuba y su toma de posesión en Navarra. Sus dos
primeras peticiones fueron atendidas, pero la tercera fue rechazada38.
De la escasa documentación que he podido manejar del virreinato de
Navarra, podría destacar tres informaciones39. La primera es la relacionada con
los motines de 1766, pero no los de Navarra sino los de Guipúzcoa, ya que
Muniain, Secretario de Guerra, le pidió el 9 de junio a Ricla que enviara una
compañía y tres piquetes a San Sebastián «a fin de auxiliar a la justicia en la
causa que está siguiendo sobre el tumulto y los excesos que han ocurrido».
La segunda es la referida al memorial que envía la Diputación del Reino a
Ricla pidiendo que interceda en la Corte para que la Real Iglesia Colegial de
Tudela se constituya en obispado, segregándose de Tarazona para «cortar de raíz
las antiguas y modernas disputas con el obispo de Tarazona, y los gravísimos
daños espirituales y temporales, que de ellas resultan al estado eclesiástico y
secular de aquella ciudad». Si realizó alguna gestión no obtuvo ningún resultado.
La tercera información es el voluminoso expediente sobre el juicio de
Félix de Ayerbe, sargento mayor de la ciudadela de Pamplona. Ayerbe estaba
detenido por las denuncias que su mujer, Rosa Celia de Alba, había realizado
contra él ante el capellán de la ciudadela. Se le acusaba de los continuos
«engaños, desprecios y abandonos hacia su mujer». Aunque Ricla encontró el
proceso iniciado, decidió acabar con aquella situación, ya que era la máxima
autoridad y por la jurisdicción militar le correspondía juzgar a su subordi-
nado. Ricla ordenó liberarle con la condición de «llevar una vida maridable»
y comprometerse «a vivir con la unión y amor que prescriben todos los prin-
cipios católicos y políticos» so pena de volver a la cárcel.
Considero de sumo interés la información sobre sus continuos permisos en
Zaragoza y Madrid. El último de ellos le fue concedido el 6 de enero de 1767
por cuatro meses. Su ausencia de Pamplona y su presencia en Madrid coinci-
den con su nombramiento del 21 de febrero como Capitán General del
Principado de Cataluña. Es una casualidad la muerte del Marqués de la Mina,
pero no su nombramiento. Recordemos que tras los motines del 66 Esquilache
se ve obligado a dimitir y sus detractores aglutinados en el «partido aragonés»
ocupan el vacío dejado. Es aquí cuando retomamos la figura del X Conde de
Aranda, absoluto beneficiario de la caída de Esquilache. En 1767 Aranda es
el primer ministro en la sombra; de manera oficial ostenta los cargos de
38 Ibidem.
39 Ibidem.
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40 MERCADER, Joan, Els Capitans Generals de Catalunya, Barcelona, 1957, pp. 40.
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Desde que los amagos de la Guerra dividieron en tantas partes este Ejército, se han
desmandado mucho más que antes los Contrabandistas, armándose en mayor número
sus Cuadrillas. Ya que no puedo destinar Tropa, porque no la tengo, para contener sus
excesos, y auxiliar las Justicias que viven en recelo a las insolentes amenazas, con que
a cada paso les insultan, he determinado visitar por mí mismo los Corregimientos y
reconocer el mal en esta parte, entrar también en examen de la Administración de
Justicia que ha de mantener siempre su rectitud; y proporcionar con el conocimiento
práctico el remedio posible para todo...41
Ricla contaba con muy pocos efectivos para conseguir acabar con el
comercio ilícito; además tanto la población como las autoridades apoyaban a
los contrabandistas, ya por necesidad, ya por temor a las represalias. Pese a
todos los problemas, Ricla decidió concentrarse en la represión del fenómeno,
aunque sabía que el verdadero problema eran los excesivos impuestos indi-
rectos sobre el consumo, que permitía que los contrabandistas se inclinaran
por «la utilidad aunque padezca riesgos». Es decir, asumía el riesgo de ser
detenido porque sabía que los compradores no rechazarían sus productos,
mucho más baratos, quedándose con parte del precio no incrementado por los
impuestos.
Otra de las actividades principales de Ricla en Cataluña consistía en coor-
dinar las dos flotas que desde Barcelona patrullaban el Mediterráneo en busca
de presas. Ricla promulgó un bando a los barcos sometidos a su autoridad
regulando la actividad corsaria, al ordenar qué se debía hacer con los prisio-
neros capturados:
Siendo pertenecientes a Enemigos del Rey, Aliados, ó Amigos, ó a los súbditos de la
Corona, permitiendo la venta en el primer caso, con la satisfacción de los derechos, dán-
doles abrigo por sólo veinticuatro horas, en el segundo, y siendo restituidas en el tercero...42
De contenido muy distinto son las informaciones, que no he podido docu-
mentar, sobre los devaneos sentimentales de Ricla en Barcelona. Desde 1762
Ricla permanecía viudo, situación que le permitía mantener relaciones con
una mayor libertad. Por las conversaciones con el profesor Palmiro Herrero
Rodríguez, he podido conocer dos sucesos ocurridos en Barcelona durante el
gobierno de Ricla. El primero de ellos es la relación que mantenía Ricla con
la bailarina veneciana Nina Bergonzi, en la que se interpuso el egregio
Giacomo Casanova, detenido por orden de Ricla en la Ciudadela desde el 16
de noviembre hasta el 28 de diciembre de 1768.
La segunda información nos aporta detalles sobre la relación de Ricla con
Lorenza Feliciani, Condesa de Cagliostro. Dicha relación se prolongó desde
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junio hasta octubre de 1769. Según Palmiro Herrero, José Bálsamo, Conde
Cagliostro, obligó a prostituirse a su esposa de quince años con Ricla cada
ocho días a cambio de un doblón de a quatro. El obispo de Barcelona, Josep
Climent i Avinent, se lamentaba exageradamente que, cuando llegó a
Barcelona, esta era «una Babilonia, un infierno de lascivia» pero que el
ambiente empeoró «desde que la gobierna un zardanápalo, un epicuro que se
ocupa de jugar a la banca, en óperas y bailes»43. Parece ser que el obispo de
Barcelona era muy amigo del marqués de la Mina, de moral muy austera, pero
chocaba una y otra vez con el carácter de Ricla, mucho más liberal.
Si su vida privada era criticada por el obispo de Barcelona, su gestión en el
Principado arroja un balance muy positivo desde todos los sectores. Carlos III
le premió con un cargo de mayor poder y prestigio, Secretario de Guerra.
Desde Cataluña la opinión de Ricla también era muy favorable; así lo demues-
tra la carta enviada por el cabildo barcelonés el 15 de Agosto de 1772, siendo
Ricla ya Ministro de Guerra, pidiéndole que anule las providencias dictadas
por el nuevo Capitán General, Bernardo O'Conor:
...Se digne V.E apoyar la súplica, facilitando una orden de Su Majestad, que resti-
tuya a éste Principado la felicidad, que logró mientras tuvo la dicha de estar bajo el
suave, prudente y acertado mando de Vuestra Excelencia. Ofrecemos nuestros agrade-
cidos y respetuosos corazones para la disposición de V.E, rogando a Dios que guarde
su importante vida44.
Cuando a finales de enero de 1772 falleció Juan Gregorio Muñiaín,
Secretario de Guerra, nadie en la Corte esperaba que el Conde de Ricla ocu-
para su lugar. Carlos III, por Real Decreto de 4 de febrero de 1772, nombraba
a Ricla Secretario del Despacho Universal de la Guerra, Consejero de Estado
y Decano del Supremo Consejo de Guerra, con un sueldo de 210.000 reales.
Sin duda Ricla había alcanzado la cima del poder político y militar. Es indu-
dable que reunía experiencia y capacidad, pero es imposible obviar su paren-
tesco con el Conde de Aranda y su militancia en el «partido aragonés».
Hace ya treinta años que el tristemente fallecido Rafael Olaechea escribió
sobre el significado y características del «partido aragonés «, palabras que aun
hoy conservan todo su sentido45. El término de partido nada tiene que ver con
la concepción actual sino con un grupo de personas que compartía una forma
de entender el poder y su aplicación. La primera característica que define
43
TORT MITJANS, Francisco, El Obispo de Barcelona Josep Climent i Avinent, ed. Balmes, Barcelona, 1978. pp.
161y 162.
44
A.G.S. Guerra Moderna, legajo 1459.
45
OLAECHEA, Rafael, El Conde de Aranda y el «Partido Aragonés», ed. Librería General, Zaragoza, 1969.
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sin sortejats, i sis els de 30 a 36»51. Desde el mes de abril aparecieron un sinfín
de panfletos amenazantes en Barcelona. El cuatro de mayo grupos de jóvenes se
refugiaron en la catedral, otros intentaron escapar. La represión llevada a cabo
por el Capitán General provocó varios muertos y la extensión del conflicto.
Desconozco cuales fueron los motivos que llevaron a Ricla a cambiar la
forma de aplicar el servicio militar obligatorio en Cataluña. Creo que el hecho
de aplicar el sistema con correcciones durante dos años sin grandes contra-
tiempos le hizo pensar a Ricla que los catalanes ya estaban preparados para
aceptarlo íntegramente. La reacción «insumisa» de los quintos catalanes no
sólo debería estar relacionada como una oposición a un nuevo sistema de
reclutamiento, que carecía del carácter consuetudinario necesario, frente al
tradicional ejército voluntario sino también al momento de su aplicación, un
tiempo de paz. Ese sistema de reclutamiento forzoso hubiera despertado una
menor oposición si se hubiera implantado bajo una necesidad urgente ante un
conflicto bélico, que en 1773 no existía. El tercer factor a tener en cuenta era
el lugar en el que se aplicaba, Cataluña, que ya en el siglo XVII se había
opuesto a la «Unión de Armas» del Conde-duque de Olivares. La responsabi-
lidad de Ricla en estos tristes sucesos debe ser compartida por los que apos-
taron por un nuevo ejército basado en el servicio militar obligatorio frente al
sistema de milicias y ejército voluntario, siempre defendido por Ricla.
El segundo revés del Conde de Ricla como Ministro de Guerra fue la
malograda expedición de Argel en 1775. Cansados de soportar los continuos
saqueos y secuestros de los piratas norteafricanos, con base en Argel, especie
de isla de la Tortuga mediterránea, se decidió acabar con el problema de una
vez para siempre.52 Se planificó una de las operaciones anfibias más impor-
tantes de la Historia de España, desde la Gran Armada de 1588. El general en
jefe de la operación fue Alejandro O'Reilly, Inspector General de Infantería,
antiguo subordinado de Ricla en Cuba e íntimo amigo.
El 23 de junio una escuadra con 20.000 soldados zarpa desde Cartagena.
El 1 de julio la flota ha llegado a las cercanías de Argel. Tras varios días de
espera O'Reilly da la orden de desembarcar y atacar la plaza fuerte, que
acaba en desastre, para el día siguiente intentarlo otra vez, obteniendo el
mismo resultado. Los problemas logísticos dieron al traste con toda la ope-
ración. El factor sorpresa nunca se consiguió, agravándose por los 6 días de
espera. Tras cuantiosas pérdidas humanas y materiales, O'Reilly ordenó el
embarque y la retirada a España.
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temas militares. De todos los ejemplares destacaría dos por estar referidos a
Aragón: Relación del Tumulto de Zaragoza, de Thomás Sebastián Latre, y
Los Anales de Aragón, de Dormer. Muy interesante me ha parecido Di lla
Ragine de Stato y la Nueva Enciclopedia. Me ha llamado la atención el redu-
cido número de libros relacionados con la religión, 7 de 300, y uno de ellos
es Historie du Luteranisme, de Mainbourg.
El espíritu laico del Conde de Ricla también se podría rastrear por la casi
ausencia de temas religiosos en su colección de 31 pinturas. De todas ellas
sólo hay una de iconografía religiosa, Nuestra Señora y el niño de Dios. Las
30 pinturas restantes son paisajes, bodegones, cacerías y fábulas clásicas57. No
obstante su espíritu ilustrado no le impidió contribuir con 108 libras, 6 suel-
dos y diez dineros para la obra de cantería del Coreto de Nuestra Señora del
Pilar , como así lo demuestra la carta enviada por Matías Allué, arcipreste
del Salvador y administrador de la nueva fábrica del Pilar, el 3 de noviem-
bre de 1774 a Ricla en la que:
...Certifico que Antonio Rivés, maestro cantero vecino de esta ciudad, ha cumplido
con la obligación que contrajo con el Exmo Señor Conde de Ricla, de construir de dife-
rentes partes la varandilla del Coreto de la Santa Capilla...ss
El Conde de Ricla, tras haber alcanzado la cima del poder político, no dejó
de conseguir nuevas recompensas y mercedes. La antepenúltima gracia real le
fue concedida al serle otorgada la Gran Cruz de la Orden de Carlos III, galar-
dón sólo concedido tras superar las pruebas de* nobleza y reservado para aque-
llos que gozaran de la confianza y del favor real. Ricla fue el cuarto en reci-
bir este premio, el mismo año de su instauración, 177259.
El penúltimo privilegio lo disfrutó al concederle Carlos III, el 18 de marzo
de 1776, un Girón de tierra de Realengo, situado cerca de Mariel, Cuba. La
propiedad, de perímetro circular, consistía en 336 caballerías, equivalentes a
unas 43 680 hectáreas, que en 1786 fue tasada por 112 875 pesos fuertes. El
gigantesco latifundio contaba con una gran riqueza forestal y con excelentes
tierras de labor, idóneas para el cultivo del tabaco, azúcar y café. Carlos III
argumentó tan lucrativo premio por:
Cuanto en consideración, al muy distinguido mérito, celo, y desinterés con que
vos Don Ambrosio Funés de Villalpando, Conde de Ricla, mi Consejero de Estado
y Secretario del Despacho Universal de la Guerra, me servísteis en la Comisión, que
tuve a bien conferiros para recibir de los ingleses, en virtud del último tratado de
57 Ibidem.
58 A.G.M. Sección 9º, legajo f.143.
59 Archivo Histórico Nacional, Orden de Carlos III, Índice de Pruebas, Expediente 4º.
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