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Educar qué y para qué*

El debate y las propuestas acerca de políticas públicas educacionales se


han centrado, hace décadas, en cómo alcanzar mayor logro y eficacia
escolar, medidos por el aumento de la calidad y la equidad. Parece la
óptica correcta: dados ciertos contenidos y competencias y ciertos
objetivos, es preciso analizar los factores que contribuyen a alcanzarlos e
intervenir sobre ellos.
En este sentido -y parece ser la dirección correcta-, para los distintos actores
del proceso educacional la clave sería remover los incentivos negativos y
promover los positivos. Así, basándose en una racionalidad instrumental-
económica, el esquema sería: los alumnos con mejor desempeño son mejor
evaluados; si son mejor evaluados, tienen mayores posibilidades de
acceder a una mayor y mejor educación, y mientras mayor y mejor sea su
educación, sus ingresos serán mayores.

Los profesores, a su vez, deben ser evaluados, y los que tengan mejor
desempeño deben ascender en su carrera profesional y recibir mayores
ingresos.
Los directores de colegio deben, de un lado, disponer de atribuciones y
recursos para gestionar sus colegios y, del otro, ser evaluados y
premiados o castigados económicamente según su desempeño. Una
lógica implacable e impecable.
Con todo, creo que hay preguntas que, paralelamente, es necesario formular.
La crisis educacional -que es global y se extiende también a los países más
desarrollados- no es una crisis esencialmente sólo en los logros o la eficacia
educacional, sino acerca de los contenidos y objetivos: hace tiempo que no
hay consenso respecto del "para qué" educar y, en consecuencia, del
"qué" educar. Siempre me ha parecido que ésa es la gran pregunta que urge
examinar y no soslayar.

Podríamos ser muy exitosos en conseguir metas (eventualmente), pero ¿en


qué y para qué? Pienso, incluso, que ese tan anhelado aumento de los logros
está oprimido por el peso de ese interrogante que no se aborda, sino que se
elude. Porque,

¿para qué aprender, para qué enseñar, para qué dirigir una comunidad
educacional, si los contenidos y objetivos del proceso se vislumbran
como carentes de sentido, vacíos, ajenos, innecesarios, impuestos,
irrelevantes o extemporáneos? Un oficio mayor, como el educar, no puede
sustentarse en la sola racionalidad económico-instrumental.
Martha C. Nussbaum, una intelectual de primer nivel, ha abordado este tema
en distintos textos. No estoy de acuerdo en todos sus argumentos, pero sí en lo
central: hay que educar para hacer a las personas más humanas, ciudadanos
críticos e interesados en el bien común, con capacidad de argumentar, de
autoexaminarse y ponerse emocionalmente en el lugar del otro, para lo cual la
enseñanza de las artes y las humanidades es imprescindible y principal.
*Pedro Gandolfo
Sábado 13 de Noviembre de 2010. El Mercurio

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