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Los profesores, a su vez, deben ser evaluados, y los que tengan mejor
desempeño deben ascender en su carrera profesional y recibir mayores
ingresos.
Los directores de colegio deben, de un lado, disponer de atribuciones y
recursos para gestionar sus colegios y, del otro, ser evaluados y
premiados o castigados económicamente según su desempeño. Una
lógica implacable e impecable.
Con todo, creo que hay preguntas que, paralelamente, es necesario formular.
La crisis educacional -que es global y se extiende también a los países más
desarrollados- no es una crisis esencialmente sólo en los logros o la eficacia
educacional, sino acerca de los contenidos y objetivos: hace tiempo que no
hay consenso respecto del "para qué" educar y, en consecuencia, del
"qué" educar. Siempre me ha parecido que ésa es la gran pregunta que urge
examinar y no soslayar.
¿para qué aprender, para qué enseñar, para qué dirigir una comunidad
educacional, si los contenidos y objetivos del proceso se vislumbran
como carentes de sentido, vacíos, ajenos, innecesarios, impuestos,
irrelevantes o extemporáneos? Un oficio mayor, como el educar, no puede
sustentarse en la sola racionalidad económico-instrumental.
Martha C. Nussbaum, una intelectual de primer nivel, ha abordado este tema
en distintos textos. No estoy de acuerdo en todos sus argumentos, pero sí en lo
central: hay que educar para hacer a las personas más humanas, ciudadanos
críticos e interesados en el bien común, con capacidad de argumentar, de
autoexaminarse y ponerse emocionalmente en el lugar del otro, para lo cual la
enseñanza de las artes y las humanidades es imprescindible y principal.
*Pedro Gandolfo
Sábado 13 de Noviembre de 2010. El Mercurio