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Los textos de Jocelyn Olcott y Pamela Fuentes resultan interesantes en la medida que nos

muestran distintas “redes de sentido” —por denominarlas de algún modo— configuradas


alrededor de la Conferencia del Año Internacional de la Mujer y la Tribuna de las
Organizaciones No Gubernamentales. Del amplio espectro de enfoques que pueden desprenderse
de las dinámicas y prácticas acaecidas dentro y fuera de la Conferencia, podemos extraer tres: a)
la construcción de narrativas alrededor de las figuras de Betty Friedan y Domitilia Barrios de
Chungara; b) la condensación de semánticas y representaciones sobre la mujer que,
posteriormente conceptualizadas, funcionaron en paralelo con el contexto geopolítico, las
demandas ideológicas de los países no alineados y la creciente presencia del tercermundismo a
partir de Bandung; c) La heterogeneidad que caracterizó a la Conferencia (la interacción entre
participantes provenientes de contextos nacionales diversos —chicanas “desairadas” por las
mexicanas—, la distinción generacional e ideológica entre activistas o la procedencia diversa de
las demandas feministas y su articulación en contextos distintos al de su origen: lesbianismo,
aborto, prostitución —temas que fueron objeto de rechazo por parte de las ) y los temas
derivados de una representación adecuada de los problemas de desigualdad, distribución de
riquezas e igualdad.
Los tres puntos anteriores convergen, en mi lectura, con la historiografía dedicada a las mujeres
(en la medida que adopta una postura analítica respecto de la organización y las demandas o
tensiones acaecidas entre las integrantes) y, al mismo tiempo, con una postura que se aproxima a
la historia de género. Al observar, en parte, el concepto de mujer y su posición ideológica que
configuró las narrativas de fracaso o éxito (en el caso de Fuentes); o las consecuencias del
enfrentamiento entre Friedman y el Tercer Mundo, Olcott devela parte de las jerarquías que han
ocultado la acción de las organizaciones feministas en el plano de lo político-público. La
asociación entre género y organización política puede verse, por añadidura, en aquellas
narrativas que señalan la imposibilidad de la asociación femenina dado el “carácter conflictivo”
de las mujeres. La prensa (El Universal, en la recuperación documental de Fuentes) reprodujo y
fue testimonio de las asociaciones entre lo público-masculino y lo privado-femenino al momento
de narrar el balance de la Conferencia. Algunas expresiones como “paternalismo masculino”
relucieron en la polémica acontecida por el nombramiento presidencial de Ojeda Paullada. La
“pasionalidad” femenina fue condición de las valoraciones políticas de la Conferencia.
Sin embargo, la trascendencia de la Conferencia, más allá de las evaluaciones en términos de
éxito o fracaso, puede entenderse en la construcción de nuevas formas de negociación política
con los estados en torno a las leyes. Al mismo tiempo, podríamos preguntarnos por la red de
significaciones de género que sostuvieron (e, incluso ahora sostienen) una práctica de la política
y lo político condensadas en las narrativas relativas a la Conferencia.
Ahora bien, una red de sentido que articula la Conferencia y el contexto geopolítico de la Guerra
Fría es la tensión señalada entre Friedan y Barrios de Chungara. Si en el plano “nacional” el
concepto de mujer tuvo consecuencias diversas en la valoración de la Conferencia, en el marco
más amplio del lenguaje de la Guerra Fría la figura de Friedan fue “identificada” con el Primer
Mundo y, en particular, con el feminismo liberal blanco de carácter “imperialista”. Sus reclamos
(“individualistas”) tendientes a la igualdad fueron reconocidos bajo dos recepciones. Por un lado,
la recepción crítica del igualitarismo en los contextos sociales y políticos del Tercer Mundo; y,
por el otro, la inclusión de The Femenine Mystique en los “referentes comunes” del movimiento
feminista internacional. En el mismo tenor del lenguaje político condicionado por la Guerra Fría,
Domitilia Barrios fue identificada como parte de las representaciones tercermundistas a partir de
la prioridad dada a los problemas de la explotación y la desigualdad —en compañía de las
críticas sobre los aspectos raciales y de clase—.
No obstante las tensiones y valoraciones, es posible considerar a la Conferencia como un espacio
de sociabilidad agónica que permitió, en palabras de Fuentes, un “encuentro de realidades”. La
comunicación entre las participantes fue condición de proyectos a futuro y de organizaciones
civiles.
Ambas autoras emplean distintas fuentes. Mientras que Pamela Fuentes toma parte de la
documentación generada por las participantes, los archivos del Consejo Nacional de Población y
hemerografía distinta (El Día, El Nacional, El Universal, Excélsior, Novedades); Jocelyn Olcott
“construye su archivo” a partir de testimonios y colecciones personales ubicadas bajo donación
en universidades o archivos diversos (UNESCO, US National Archive and Records
Administration). Sin embargo, la problemática autorreflexiva que Olcott plantea en su libro
respecto a la historia oral le otorga un estatus especial frente al grueso de la producción
historiográfica. Los testimonios empleados como fuentes pueden develar las formas de recordar
la Conferencia y, al mismo tiempo, requerir de un desarrollo metodológico más amplio. La
narrativa empleada por los periodistas es un aspecto fundamental al momento de emplear la
prensa. El rol de los medios de comunicación (quizás en un guiño á la Baudrillard) perfila la
significación de los acontecimientos bajo líneas editoriales y responden a problemas contextuales
—el caso de Excélsior, Julio Scherer y Echeverría es ejemplar—. Los media, según Olcott,
pueden figurar en la construcción de la feminidad y los cuerpos femeninos. De ahí que tomar
bajo una consideración reflexiva las materialidades de la comunicación sea importante. La
inclusión de la Conferencia en el contexto internacional y su desarrollo en el lenguaje de la
Guerra Fría (a través de tres fases, apud Olcott, entendidas como una serie de acontecimientos
posteriormente unificados, un momento histórico y, finalmente, un evento que produjo un
“nuevo sujeto histórico”) merece, como Olcott señala y lleva hasta Alain Badiou, William
Sewell, Raymond Williams, Antonio Gramsci, Jean-Luc Nancy, Jacques Rancière y Nancy
Fraser, una serie de reflexiones más amplias que conducen a la comprensión de la Conferencia
desde su pluralidad y heterogeneidad.

Coloco aquí una página que contiene listas de archivos y colecciones en línea (algunos
digitalizados y otros posibles de consultar vía Gale) que la GLBT Historical Society pone a
disposición. Pueden ser de ayuda cuando entremos al tema 8.
(https://www.glbthistory.org/online-collections) Otra página que puede ayudar es el del proyecto
“Sexo y Revolución. Programa de memorias políticas feministas y sexogenéricas” del CeDInCI.
(http://cedinci.org/sexo-y-revolucion/) Lamentablemente algunas entradas ya no están
disponibles, pero pueden ser de utilidad en algún momento.

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