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3.2 la infancia como un concepto social.

Podemos decir que la infancia, al igual que el suicidio, es un término polisémico, es


decir, que su significado no puede ser capturado en una definició n universal, ya que
este se construye a partir de otros significados. Con el concepto de infancia se alude
a “realidades distintas” (Casas, 1998 p.24), que no solamente obedecen a la
percepció n social, sino a una serie de significados culturales que se van
transformando segú n el tiempo y el espacio. Esto quiere decir que pensar en un niñ o
ahora no significa lo mismo que haberlo hecho hace un par de décadas y menos un
par de siglos; igualmente, que un niñ o no se representa igual en las actuales
sociedades rurales asiá ticas que en los medios urbanos occidentales
contemporá neos, por poner un ejemplo.

La infancia es un concepto que está en funció n de la época, el nivel


socioeconó mico, las ideas religiosas o la cultura en que nos situemos (Casas, 1998;
Minicelli, 2009). La representació n de la infancia se configura en un espacio
relacional, interactivo y cultural; en ese espacio en que se conjugan elementos
materiales y psicosociales, se concibe la idea que cada cultura mantiene sobre lo que
significan los niñ os (Casas, 1998).
Esta idea de “infancia” como una categoría social subordinada a su contexto
histó rico cultural y como concepto social, fue planteada inicialmente por Philippe
Ariès (1960), quien señ aló que el concepto de infancia es de reciente creació n; pues
antes no existía como tal una representació n acerca de los niñ os y tampoco la idea
que tenemos ahora de ellos. No significa que no existieran los niñ os, sino que la
infancia no contaba con un significado que nos remontara a pensar en los niñ os
como se les piensa en nuestros días, en tanto sujeto con diferentes características y
necesidades.
En el medioevo se concebía al niñ o como un hombre pequeñ o (Aries,
1979/1986), que pronto se convertiría en un hombre completo, solo había que
esperar a que incrementara de tamañ o. Por tanto, no se les consideraba con
necesidades especiales ni cuidados particulares. Los niñ os eran vistos como
hombres con menor tamañ o, se les podía encontrar mezclados en todos los
escenarios con los adultos, no había restricciones con las actividades de los adultos,
ni sitios para niñ os separados de los adultos (Palomar, 2007). La cotidianidad del
niñ o era muy similar a la del adulto, es decir, no había espacios socialmente
diferenciados por la edad; esa idea actual del á rea de juegos o las conversaciones de
adultos no se tomaban en cuenta. Tal era la creencia de que la diferencia era solo el
tamañ o que ni en la vestimenta existían distintivos, su ropa era similar a la de un
adulto pero adaptada al tamañ o del niñ o.
Esta idea comienza a transformarse en el siglo XVI, cuando la diná mica en la
estructura social se ve impactada por el surgimiento del estado, que busca por
medio de programas políticos una sociedad pacífica y estratificada (Varela , 1987).
Aparecen las ideas humanistas, comienza a desarrollarse un sentimiento de ternura
los nuevos modos de formació n de los niñ os con la intenció n de lograr una sociedad
pacífica y estratificada (Varela, 1987). Por otro lado, y no menos relevante en el
proceso de la trasformació n del concepto de la infancia, es que el niñ o comienza a
tener un modo propio de vestir, con ropas cortas y especializadas a los niñ os,
aunque principalmente con los varones, las niñ as siguen vistiendo como señ oras
(Aries, 1979).
Acontecen entonces dos cuestiones centrales que promueven el progreso del
concepto de la infancia. La primera de ellas es la inclusió n de la idea del niñ o como
parte fundamental del futuro. Esta preocupació n comenzó en las clases altas, en
donde se veía al niñ o como sucesor, este grupo comienza a tener la esperanza en el
futuro y la deposita en sus hijos pues son el sinó nimo del porvenir (Varela, 1987). La
infancia ahora tiene un valor para la sociedad, se convierte en un metal precioso, en
un diamante en bruto que necesita ser pulido para mejorar la sociedad. Surgiendo
así la idea de formar a los herederos en los conocimientos relacionados con el trato
y los manejos de los negocios familiares (Varela, 1987).
La segunda cuestió n, surge de pensar a los niñ os como seres necesitados de
cuidado. Conjuntamente se incrementa la idea de que el niñ o es un sujeto con
necesidades físicas y emocionales particulares, como consecuencia de la
preocupació n por el futuro. Antes de ello cuando un niñ o moría no pasaba nada,
durante mucho tiempo la muerte infantil fue provocada y después aceptada, en este
momento comienza a ser intolerable (Aries, 1979). Los niñ os comienzan a jugar un
papel central en la historia de la humanidad por lo tanto requieren ser cuidados. A
la par de estas transformaciones en la idea de los niñ os como necesitados de
cuidado, se transforma la idea de maternidad. Surge la idea de que el mejor sujeto
para brindar los cuidados que el niñ o requiere es la madre, aparece así los inicios de
la idea del amor materno (Badinter, 1980).

A partir de esta nueva noció n de infancia, se atribuye a los niñ os características


diferentes a las de los adultos, y, por lo tanto, comienzan a aparecer los espacios
especiales para los niñ os (Propper, 2001). Como parte de estos cambios se hace
necesario el manejo de conocimiento sobre có mo cuidar, tratar y educar a los niñ os.
Por lo que, comienza el aumento de las disciplinas que se especializan en el estudio
y la atenció n de la infancia, entre ellas: la psicología evolutiva, la pediatría, la
pedagogía, las cuales buscaban comprender tanto la naturaleza como las
necesidades de ese nuevo “sujeto incompleto” y en desarrollo que era el niñ o
(Proper, 2001).

Otro momento relevante del concepto de la infancia es la Revolució n industrial,


en este contexto suceden modificaciones en la organizació n social y econó mica
(Casas, 1998; Varela, 1987), las cuales impactaron en las formas de interacció n
entre los individuos, así como en la definició n de espacios y prá cticas sociales; la
industrializació n dio paso a una reestructuració n en la organizació n de la sociedad.
Con la llegada de las grandes fá bricas se abandonó la vida del campo en donde la
vida doméstica y el trabajo formaban un solo espacio. Con la industrializació n las
familias comenzaron a mudarse cerca de las grandes fá bricas, por tanto la
organizació n familiar tuvo que modificarse, pues ahora el jefe del hogar salía a
trabajar mientras lo demá s se quedaban en casa. Al separarse los dos á mbitos, nació
la vida privada (Varela, 1987) separada de la pú blica, la estructura familiar dejo de
ser privilegiadamente extensa y social para convertirse en nuclear.
La conformació n de la familia moderna nuclear (Corea y Lewkowicz, 1999),
estructurada por el matrimonio monó gamo y sus hijos (Propper, 2001), condujo a
que la madre se convirtiera en la principal responsable del niñ o. La exigencia de
mantener al niñ o sano, tanto física como emocionalmente, se le encomendó a la
mujer. A diferencia de la antigü edad donde la responsabilidad de los niñ os era má s
una cuestió n comú n o social, má s parecida a la solidaridad homérica (Aries, 1969).
De ahí en adelante, la madre se haría cargo del niñ o, con lo que le da una nueva
relevancia social a la maternidad (Badinter, 1980).

Con la industrializació n se incluyó a los niñ os en el campo laboral, se le llevaba a


trabajar a las fá bricas y se le enseñ aba a obedecer (Uliviere, 1987). Las condiciones
de los obreros así como las de los niñ os los sometían a un trabajo excesivo, sin
regulaciones, pues no había normas que rigieran las pautas que deberían seguir en
el trabajo. Como consecuencia del duro trabajo que vivían los niñ os fue que
surgieron las leyes que regulaban el trabajo infantil, se instala la idea del infante
como un sujeto en desarrollo y sujeto de derecho (UNICEF, 2006; Gó mez y Alzate,
2013).
En concordancia a la idea de los derechos de los niñ os se instaura la institució n
educativa (UNICEF, 2006; Varela, 1987), como civilizadora de los hijos de los
obreros y como espacio que albergaba a los niñ os mientras se convierten en adultos.
Sin embargo, los procesos de formació n de la infancia no surgen hasta entonces, es
desde la Ilustració n, que por razones ideoló gicas, políticas y econó micas, se
construyó la idea de que el niñ o requería instrucció n y formació n (Ortega, 2005).

La educació n de los niñ os comienza con la idea de que son seres incompletos
que requieren aprender para integrarlos a la sociedad, se les piensa como “los aun
no” sujetos inferiores a los adultos que necesitan instruirse (Casas, 2006). En
concordancia con el paradigma del desarrollo, marcado por la idea de que el niñ o se
encuentra situado en trá nsito hacia la edad adulta (Corea, 1999, p. 115), es que
surgen las instituciones educativas (Gó mez y Alzate, 2013), que, con su aparició n,
instauran una relació n infancia-escuela que se mantiene en la actualidad (Propper,
2001). Comienza entonces el desarrollo de má s espacios especializados en la
educació n de la infancia y con ello se instaura la separació n creciente hasta la
actualidad de los niñ os y los adultos.
La evolució n del concepto de la infancia nos permite comprender la noció n que
se tiene acerca de los niñ os en el marco de esta investigació n. Este es un punto
central para comprender el proceso del intento de suicidio, desde su complejidad, ya
que contribuye a ver el niñ o inmerso en un contexto social el cual involucra en la
construcció n del intento de suicidio. El papel que juega el concepto de la infancia
aparece desde el momento en que el niñ o no puede ser pensado sin relació n a la
idea que el adulto tiene de él. Ya que esta idea se permea tanto en el trato como en la
atenció n que se le brinda a los niñ os que intentan suicidio.
En la convivencia con los adultos existen dos escenarios por excelencia, la
familia y la escuela. Para comprender el intento de suicidio, no podemos dejar de
pensar que estos escenarios tienen participació n en el proceso. Resulta necesario
incluir el proceso de formació n de los niñ os como otro elemento fundamental que
atraviesa el fenó meno del intento de suicidio infantil.

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