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El concilio de Constantinopla III

La Iglesia oriental –sobre todo la alejandrina- tuvo dificultades para aceptar las
conclusiones de Calcedonia, además de la agravante de los continuos ataques del Islam.
Justiniano quiso solucionar este problema relacionado con la unidad de los cristianos y con
aprobación del papa Pelagio convoco al concilio II de Constantinopla, que solamente se
limitó a reafirmar la doctrina de Calcedonia y no resolvió el problema del monofisismo,
más bien solamente reafirmo la condena.
Después de su muerte, se manifestó una gestación del monofisismo llamado
monotelismo, que a diferencia del primero, aceptaba que «Jesucristo tiene sí, dos
naturalezas; pero actúa solamente con una sola voluntad, la divina». Esto según la fórmula
propuesta por Sergio, patriarca de Constantinopla, que fue aprobada por el patriarca de
Alejandría, Ciro de Fase. Pero esto generó entre los opositores de Calcedonia una
reafirmación de su postura, lo que llevó a consultar con el papa Honorio, el cual respondió
en una carta que dada la no oposición entre la voluntad humana y divina de Jesús, podía
aceptarse esta doctrina. Lo que hay que tener en claro es que su intención era afirmar que
no podían oponerse las dos voluntades en la santidad de Cristo, pero los orientales le
entendían dos voluntades en sentido metafísico.
Solo después de haberse liberado de los musulmanes en el 678 el emperador Constantino
IV propuso al papa Agatón un concilio. La consulta a todos los obispos occidentales
proporciono la fórmula de fe que sería llevada a la sala conciliar. El concilio se inició el 7
de noviembre de 680 hasta el 16 de septiembre de 681. El concilio condeno la doctrina
monotelista y a sus autores, incluido el papa Honorio.
Se predicaron dos voluntades en Cristo, no opuestas entre sí, pues la voluntad humana
de Cristo no fue suprimida, sino que sigue sin oposición a la voluntad divina. Así hay dos
operaciones, pero la humana se sujeta a la divina para obrar en comunión de acuerdo a lo
que es propio de cada naturaleza: humana y divina en la persona de Cristo.

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