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A lo largo de estas sesiones magistrales sobre las principales herejías cristianas que combatió

Agustín de Hipona, quizás lo más interesante o la gran constante fue ver cómo estas tuvieron
la función de ser la carne a desmenuzar o la línea de partida neurálgica de todo lo que
subyace bajo la obra de este autor, que, no en vano, y gracias a la función que cumplieron
estas obras de fortalecer los dogmas y las instituciones eclesiásticas, a lo largo de la historia
ha sido conocido como el gran Padre de la Iglesia. Pero ¿es esta adulación así de simple, es
decir, tenemos que ver a Agustín como un pensador sumamente original que superó estas
herejías sin más?, o ¿podríamos volver a estas herejías con el fin de complejizar y sustanciar
esta historia?
 Para sustanciar esta parte fundamental de la obra agustiniana, podríamos empezar
preguntándonos, antes que nada, ¿cuáles fueron estas herejías?, y más profundamente, ¿qué
es una herejía? Para después si responder, en esa medida, ¿por qué son tan importantes
estas en la obra de Agustín?, y, ¿hasta qué punto lo son para la iglesia?
Guiándonos por estas preguntas, cabe decir, en primer lugar, que de las muchas herejías que
combatió Agustín en vida, las que más sobresalieron ─en la medida en que cumplieron un rol
fundamental en lo antes mencionado respecto a la consolidación de los dogmas y las
instituciones de la iglesia─ fueron las profesadas por Arrio, Donato y Pelagio. Las cuales se
convirtieron en herejías por haber tenido el ‘‘atrevimiento’’ de pensar diferente a la religión
cristiana que, hasta hacía poco, empezaba a vivir el fulgor de una institución fortalecida.  Así,
entre las principales doctrinas de estas herejías que fueron combatidas fervientemente por
Agustín ─y aquí la importancia del lugar, aunque simbólico y alegórico, importante que
tuvieron en la obra de este autor─, podemos encontrar las siguientes:
El Arrianismo, por un lado, se oponía férreamente al dogma cristiano de la Santísima Trinidad,
en la medida en que creían que Dios Padre y Dios Hijo no existieron desde un génesis
conjuntamente. Para ellos Dios Hijo estaba subordinado al padre, pues consideraban que este
había nacido después. Poniendo en duda, con esto último, la naturaleza de Cristo. Por lo que,
tras un largo debate y posterior persecución, fueron anatemizados, es decir, maldecidos y
expulsados por la Iglesia y la comunidad cristiana. Anatemización con la que Agustín logró
consolidar el dogma de la Santísima Trinidad, en la que Nuestro Señor Jesucristo es Dios
unigénito y primogénito de toda la creación. Así heredándole Agustín a la Iglesia el que es
quizá  el principio más importante de toda su cosmovisión.
Por su parte, el Donatismo fue fervientemente combatido por Agustín al considerarlo como
una amenaza fundamental a la unidad interna de la comunidad cristiana y la validez de la
Iglesia, en la medida en que pretendía formar una nueva organización de la sociedad cristiana
y, en ese sentido, una Iglesia paralela que respondiera a estas nuevas ideas. Frente a lo cual
Agustín responde que la validez del verbo es objetivo, y que la fundamentación de todos los
sacramentos está en la paralela objetividad de las sagradas escrituras, las cuales solo pueden
se profesadas dentro del cuerpo místico de Cristo: la Iglesia. De allí que no haya salvación por
fuera de la Iglesia.
Al tiempo, el Pelagianismo defendía con una visión más antropológica del cristianismo algunas
disertaciones entorno al bautismo, el pecado original y la salvación, que dieron el punto de partida
para que Agustín reivindicara dichos dogmas y los fortaleciera, afirmando que ‘’el hombre que
teme pecar no teme al infierno sino arder en él’’, haciendo alusión con esto a la negativa del
pelagianismo a considerar el pecado original como calvario del hombre terrenal per se.

De manera que, a través de todas las reformulaciones y reivindicaciones que tuvo que hacer
Agustín a través de su extensa obra, teniendo como objetivo desmenuzar la carne de dichas
herejías, es que se logra fortalecer los dogmas eclesiásticos y defender a profundidad los grandes
sacramentos de una religión que no dejaba de resurgir y de fortalecerse. Las herejías son esa gran
línea de partida de los grandes corredores cristianos que, en afán de posicionarse y trascender
como campeones, tuvieron que sobrepasar los obstáculos de la pista de carreras, a saber, las
doctrinas y los dogmas que estos ‘’alternativos’’ pretendieron creer paralelamente; olvidando que,
el cristianismo, como buen monoteísta y compacto, no permitiría diversidad en la meta.

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