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¿Qué sucede con los chicos en los ámbitos educativos?

Por Jordan Peterson, psicólogo clínico y profesor universitario.

He visto a estudiantes universitarios, sobre todo de Humanidades, padecer auténticos


declives en su salud mental tras recibir regañinas filosóficas por parte de sus profesores por
el mero hecho de existir como miembros de la especie humana. Es peor aún, me parece, si
son de un género en particular: sobre todo chicos.

Estos, como beneficiarios privilegiados del patriarcado, sus logros se consideran


inmerecidos. Como posibles adeptos de la cultura de la violación, son sospechosos
sexualmente. Sus ambiciones los convierten en saqueadores del planeta. No se los ve con
buenos ojos. En la secundaria, el bachillerato y la universidad, se quedan rezagados en el
plano educativo.

Cuando mi hijo tenía catorce años, nos sentamos a hablar de sus notas. Me dijo, como si tal
cosa, que para ser un chico le iba muy bien. Le pregunté qué quería decir y me contestó
que todo el mundo sabía que las chicas eran mejores que los chicos en la escuela. Su
entonación indicaba sorpresa ante mi ignorancia de algo tan manifiestamente obvio.

Cuando estaba escribiendo estas líneas (a finales de mayo de 2015), recibí la última edición
del semanario The Economist. ¿Qué protagonizaba la portada? «El sexo débil», en
referencia a los hombres. En las universidades modernas, las mujeres totalizan más de la
mitad de los estudiantes en más de dos tercios de todas las disciplinas.

Los chicos sufren en el mundo moderno. Son más desobedientes —un rasgo negativo— o
más independientes —un rasgo positivo— que las chicas y sufren a causa de ello durante
los años de formación preuniversitaria. Resultan menos simpáticos (la simpatía es un rasgo
de personalidad asociado con la compasión, la empatía y la capacidad de evitar los
conflictos), pero también menos susceptibles de sufrir ansiedad y depresión,1 al menos una
vez que ambos sexos han alcanzado la pubertad.2 Los intereses de los chicos tienden a
relacionarse con cosas, y los de las chicas, con gente.3

Sorprendentemente estas diferencias, fuertemente influidas por factores biológicos, están


más pronunciadas en las sociedades escandinavas, donde se ha implementado con más
rigor la igualdad de género, en contra de lo que esperarían quienes insisten, cada vez con
mayor fuerza, en que el género es un constructo social. Pero no lo es. Y no se trata de un
debate: hay datos que lo demuestran.4

A los chicos les gusta competir y no obedecer, sobre todo en la adolescencia. Durante ese
periodo se sienten impulsados a escapar de sus familias y establecer su propia existencia
independiente. No hay gran diferencia entre hacer eso y desafiar a la autoridad. A las
escuelas, que se establecieron a finales del siglo XIX precisamente para inculcar
obediencia,5 no les hacen ninguna gracia los comportamientos provocativos y osados, por
mucha convicción y competencia que demuestre el chico (o la chica) en cuestión.
Pero hay otros factores que intervienen en el declive de los chicos. Las chicas, por ejemplo,
juegan a juegos de chicos, pero a los chicos les cuesta mucho más jugar a cosas de chicas.
Esto se debe, en parte, a que se considera admirable que una chica gane cuando compite
contra un chico, y no pasa nada si pierde. Sin embargo, para los chicos, ganarle a una chica
a menudo no está bien, pero peor todavía es perder. Imagina que un chico y una chica, de
nueve años, se ponen a pelear. Tan solo por ponerse a pelear, el chico ya resulta
sospechoso. Si gana, es patético; si pierde, bueno, si pierde su vida puede que haya
terminado para siempre. Una chica le ha podido.

Las chicas pueden vencer ganando en su propia jerarquía, es decir, siendo buenas
haciendo lo que las chicas valoran en tanto que chicas. Pueden aumentar esta victoria
ganando en la jerarquía de los chicos. Por el contrario, ellos solo pueden ganar en la
jerarquía masculina. Si son buenos en lo que las chicas valoran, entonces pierden estatus
entre las chicas y también entre los chicos. Su reputación empeora entre los chicos y dejan
de resultarles atractivos a las chicas. A las chicas no les atraen los chicos que son sus
amigos, aunque sí pueden quererlos del modo que ellas lo entiendan. Les atraen los chicos
que ganan competiciones de estatus frente a otros chicos. Sin embargo, si eres chico, no
puedes pegarle a una chica tan fuerte como le pegarías a un chico. Tampoco pueden jugar
a algo verdaderamente competitivo con las chicas, o si pueden no lo harán, porque no
queda claro cómo podrían ganar. Así pues, cuando el juego se convierte en un juego de
chicas, se retiran.

¿Y si las universidades, sobre todo los estudios humanísticos, se están convirtiendo en un


juego de chicas? ¿Es eso lo que queremos? La situación en las universidades (y en las
instituciones educativas en general) resulta mucho más problemática de lo que indican las
estadísticas al uso.6 Si se excluyen los programas STEM (acrónimo inglés de «Ciencia,
Tecnología, Ingeniería y Matemáticas»), destinados a la enseñanza conjunta de estas
cuatro disciplinas y que no incluyen la psicología, la proporción mujeres-hombres está
mucho más desequilibrada.7 Casi el ochenta por ciento de los estudiantes que se
especializan en atención sanitaria, administración pública, psicología y educación,
enseñanzas que abarcan a la cuarta parte de los titulados, son mujeres. La disparidad sigue
creciendo con rapidez. A este ritmo habrá muy pocos hombres en la mayoría de las
disciplinas universitarias dentro de quince años. Esto no son buenas noticias para los
hombres. Puede incluso que sean catastróficas. Pero tampoco son buenas noticias para las
mujeres.

La carrera y el matrimonio

Las mujeres que estudian en instituciones de educación superior dominadas por mujeres
hallan cada vez mayores dificultades para encontrar una pareja para salir, incluso durante
un periodo moderado. Como resultado, tienen que conformarse, si es que les apetece, con
un ligue o con una sucesión de ligues. Quizá esto representa un paso adelante en términos
de liberación sexual, pero lo dudo. Opino que es algo nefasto para las chicas.8 Una relación
amorosa estable es algo extremadamente conveniente tanto para los hombres como para
las mujeres. Sin embargo, para las mujeres, es a menudo aquello que más desean.
De 1997 a 2010, de acuerdo con el Centro de Investigaciones Pew —una institución
estadounidense dedicada al estudio de problemáticas, actitudes y tendencias tanto en el
país como en el resto del mundo—,9 el número de mujeres de entre 18 y 34 años que
afirmó que un buen matrimonio constituía una de las cosas más importantes en la vida pasó
del veintiocho al treinta y siete por ciento, lo que suponía un incremento del treinta y dos por
ciento con relación al número de participantes. El número de hombres jóvenes que se
manifestaron en esos términos bajó un quince por ciento —con relación al número de
entrevistados— en ese mismo periodo, pasando del treinta y cinco al veintinueve por ciento.
Y durante esos años la proporción de personas casadas de más de dieciocho años de edad
siguió cayendo, desde los tres cuartos que representaba en la década de 1960 hasta la
mitad en la actualidad.10 Por último, entre los adultos de treinta a cincuenta y nueve años
de edad que nunca han estado casados, los hombres tienen tres veces más probabilidades
que las mujeres de decir que no se quieren casar nunca (un veintisiete por ciento frente a
un ocho por ciento).

¿Quién decidió, en todo caso, que la carrera es más importante que el amor y la familia?
¿Acaso merece la pena sacrificar todo lo que hay que sacrificar para trabajar ochenta horas
a la semana en un exclusivo bufete de abogados? Y si merece la pena, ¿por qué es así?
Una minoría de personas (en su mayoría hombres, que, recordémoslo, resultan menos
simpáticos) es profundamente competitiva y quiere ganar a cualquier precio. Una minoría
considerará el trabajo intrínsecamente fascinante. Pero la mayoría de las personas ni son
así ni ven las cosas de esta manera, y el dinero no parece que mejore la vida de la gente
una vez que se cuenta con lo suficiente para pagar todas las facturas. Es más, la mayoría
de las mujeres que trabajan en ambientes de alto rendimiento y alta retribución tienen
parejas que también rinden mucho y ganan mucho, y eso es algo que cuenta más para las
mujeres.

Los datos del Centro Pew también indican que una pareja con un buen empleo constituye
una prioridad esencial para casi el ochenta por ciento de las mujeres que nunca se han
casado pero aspiran al matrimonio, frente a menos del cincuenta por ciento de los hombres.
Cuando llegan a los treinta años de edad, la mayor parte de las abogadas de primera línea
renuncian a unas carreras con enorme presión.11 Tan solo el quince por ciento de los
socios capitalistas de los doscientos mayores bufetes de los Estados Unidos son
mujeres.12 Esta cifra no ha cambiado mucho en los últimos cincuenta años, aunque hay
muchísimas abogadas en las nóminas de esas empresas. Tampoco es porque los bufetes
no quieran que las mujeres estén presentes y triunfen. Hay muy pocas personas excelentes,
sea cual sea su sexo, y los bufetes hacen todo lo posible para que no se les escapen. Las
mujeres que se marchan quieren un trabajo (y una vida) que les deje algo de tiempo.
Después de la universidad, la pasantía y los primeros pocos años de trabajo, desarrollan
otros intereses. En las grandes empresas todo el mundo lo sabe, si bien no es algo que
resulte fácil expresar en público, ya sea por parte de hombres o de mujeres.

Hace poco vi cómo una profesora de la Universidad McGill sermoneaba a un auditorio lleno
de abogadas asociadas o a punto de alcanzar ese nivel acerca de cómo la falta de servicios
de guardería y «la definición masculina del éxito» frustraban su progreso profesional y
forzaban su abandono. Yo conocía a la mayoría de las presentes y era algo de lo que
habíamos hablado en numerosas ocasiones. Y sabía, como ellas, que nada de esto era el
verdadero problema. Tenían niñeras y se lo podían permitir. Ya habían delegado todas sus
obligaciones y necesidades domésticas. También entendían, y perfectamente, que era el
mercado lo que definía el éxito y no los hombres con los que trabajaban. Si ganas 650
dólares por hora en Toronto como abogado de primera línea y tu cliente que está en Japón
te llama a las cuatro de la mañana de un domingo, respondes. Inmediatamente. Respondes
inmediatamente incluso si acabas de acostarte después de haberle dado de mamar al bebé.
Respondes porque algún abogado de ambición desmedida de Nueva York estaría
encantado de responder si tú no lo haces. He aquí por qué es el mercado el que define el
trabajo.

El suministro cada vez menor de hombres con formación universitaria presenta un problema
cada vez más grave para las mujeres que quieren casarse o simplemente salir con alguien.
En primer lugar, las mujeres muestran una clara preferencia por casarse con hombres del
mismo nivel de la jerarquía económica de dominación o que estén por encima. Prefieren
una pareja que posea el mismo o mejor estatus, algo consistente si se comparan diferentes
culturas.13

Por cierto, no ocurre lo mismo con los hombres, que no tienen problema alguno en casarse
con personas del mismo nivel o más bajo, tal y como indican los datos del Centro Pew, si
bien sí que muestran cierta preferencia por las parejas más jóvenes. La tendencia actual
hacia la reducción de la clase media también se ha hecho más pronunciada a medida que
las mujeres con recursos abundantes tienden, cada vez más,14 a emparejarse con hombres
de recursos abundantes. A causa de ello, y también por la disminución de puestos de
trabajo masculinos con altos salarios en la industria (uno de cada seis hombres en edad
activa está actualmente en paro en los Estados Unidos), el matrimonio es algo cada vez
más exclusivo de los ricos. Y no puedo dejar de encontrarlo divertido, de una forma
perversamente irónica. La institución opresiva patriarcal del matrimonio ahora se ha
convertido en un lujo.

¿Y por qué querrían los ricos tiranizarse? ¿Por qué las mujeres quieren una pareja con
trabajo y, si es posible, de estatus elevado? En gran medida se debe a que las mujeres se
vuelven más vulnerables cuando tienen hijos. Necesitan a alguien competente que apoye
tanto a la madre como al hijo cuando resulte necesario. Es un acto compensatorio
perfectamente racional, si bien puede que tenga también una base biológica.

¿Por qué una mujer que decide asumir la responsabilidad de uno o más menores querría
cuidar también de un adulto? Así pues, el hombre activo en paro es un ejemplar indeseable
y la maternidad en soltería, una alternativa indeseable. Los niños que crecen en casas sin
padre tienen cuatro veces más posibilidades de ser pobres, lo que significa que sus madres
también lo son. Los niños sin padre tienen un riesgo mucho mayor de caer en la
drogodependencia o el alcoholismo. Los niños que viven con sus padres biológicos casados
son menos ansiosos, depresivos y delincuentes que los que viven con uno o más padres no
biológicos. Los niños de familias monoparentales también tienen el doble de posibilidades
de suicidarse.15
En las universidades hay disciplinas enteras abiertamente hostiles hacia los hombres. Son
las áreas de estudio dominadas por la pretensión posmoderna, deconstructivista y
neomarxista de que la cultura occidental en particular es una estructura opresiva, creada
por hombres blancos para dominar y excluir a las mujeres (así como a otros grupos
particulares), una estructura que ha triunfado gracias a la dominación y la exclusión.16 El
marcado giro en las universidades hacia la corrección política ha exacerbado el problema.
Parece que las voces que claman contra la opresión han subido el volumen, exactamente
en la misma proporción en la que la igualdad ha avanzado en los centros, que ahora están
incluso cada vez más orientados contra los hombres.

Notas:

1. Costa, P. T., Terracciano, A., y McCrae, R. R., «Gender differences in personality


traits across cultures: robust and surprising findings», Journal of Personality and
Social Psychology, 81, 2001, pp. 322-331; Weisberg, Y. J., DeYoung, C. G., Hirsch,
J. B., «Gender differences in personality across the ten aspects of the Big Five»,
Frontiers in Psychology, 2, 2011, p. 178; Schmitt, D. P., Realo, A., Voracek, M., y
Allik, J., «Why can’t a man be more like a woman? Sex differences in Big Five
personality traits across 55 cultures», Journal of Personality and Social Psychology,
94, 2008, pp. 168-182.
2. De Bolle, M., De Fruyt, F., McCrae, R. R., et al., «The emergence of sex differences
in personality traits in early adolescence: A cross-sectional, cross-cultural study»,
Journal of Personality and Social Psychology, 108, 2015, pp. 171-185.
3. Su, R., Rounds, J., y Armstrong, P. I., «Men and things, women and people: A
meta-analysis of sex differences in interests», Psychological Bulletin, 135, 2009, pp.
859-884. Para una perspectiva neurodesarrollista de estas diferencias, véase Beltz,
A. M., Swanson, J. L., y Berenbaum, S. A., «Gendered occupational interests:
prenatal androgen effects on psychological orientation to things versus people»,
Hormones and Behavior, 60, 2011, pp. 313-317.
4. Bihagen, E., y Katz-Gerro, T., «Culture consumption in Sweden: the stability of
gender differences», Poetics, 27, 2000, pp. 327-349; Costa, P., Terracciano, A., y
McCrae, R. R., ob. cit.; Schmitt, D. P., Realo, A., Voracek, M., y Allik, J., ob. cit.;
Lippa, R. A., «Sex differences on personality traits and gender-related occupational
preferences across 53 nations: Testing evolutionary and social-environmental
theories», Archives of Sexual Behavior, 29, 2010, pp. 619-636.
5. Gatto, John Taylor, The underground history of American education: A school
teacher’s intimate investigation of the problem of modern schooling, Nueva York,
Odysseus, 2000.
6. Véase «Why are the majority of university students women?», Statistics Canada,
81-004-X, 2008. Disponible en
<statcan.gc.ca/pub/81-004-x/2008001/article/10561-eng.htm>.
7. Véase, por ejemplo, Hango, D., «Gender differences in science, technology,
engineering, mathematics and computer science (STEM) programs at university»,
Statistics Canada, 75-006-X, 2015. Disponible en
<www150.statcan.gc.ca/n1/en/pub/75-006-
x/2013001/article/11874-eng.pdf?st=yhtjfYnN>.
8. No soy el único que piensa así. Véase, por ejemplo, Hymowitz, Kay S., Manning up:
How the rise of women has turned men into boys, Nueva York, Basic Books, 2012.
9. Heimlich, Russell, «Young Men and Women Differ on the Importance of a Successful
Marriage», Fact Tank, Pew Research Center, 26 de abril de 2012. Disponible en
<www.pewresearch.org/fact-tank/2012/04/26/young-men-and-women-differ-on-the-im
portance-of-a-successful-marriage>.
10. Véase: <www.pewresearch.org/data-trend/society-and-de mographics/marriage>.
11. Es algo de lo que se ha hablado profusamente en los grandes medios de
comunicación. Véase, por ejemplo, Crawford, Trish, «Women lawyers leaving in
droves», The Star, 25 de febrero de 2011, disponible en
<https://www.thestar.com/life/2011/ 02/25/women_lawyers_leaving_in_droves.html>;
Brosnahan, Maureen, «Women leaving criminal law practice in alarming numbers»,
CBC, 7 de marzo de 2016, disponible en
<www.cbc.ca/news/canada/women-criminal-law-1.3476637>; Lekushoff, Andrea,
«Where Have All the Female Lawyers Gone?», HuffPost, 20 de marzo de 2014,
disponible en <huffing tonpost.ca/andrea-lekushoff/female-lawyers-canada_b_
5000415.html>.
12. Jaffe, A., Chediak, G., Douglas, E., Tudor, M., Gordon, R. W., Ricca, L., y Robinson,
S., «Retaining and advancing women in national law firms», Stanford Law and Policy
Lab, White Paper, 2016. Disponible en <www.law.stanford.edu/publications/
retaining-and-advancing-women-in-national-law-firms>.
13. Conroy-Beam, D., Buss, D. M., Pham, M. N., y Shackelford, T. K., «How sexually
dimorphic are human mate preferences?», Personality and Social Psychology
Bulletin, 41, 2015, pp. 1082-1093. Para un análisis de cómo cambia la preferencia
femenina de pareja a consecuencia de factores estrictamente biológicos como la
ovulación, véase Gildersleeve, K., Haselton, M. G., y Fales, M. R., «Do women’s
mate preference change across the ovulatory cycle? A meta-analytic review»,
Psychological Bulletin, 140, 2014, pp. 1205-1259.
14. Véase Greenwood, J., Nezih, G., Kocharov, G., y Santos, C., «Marry your like:
Assortative mating and income inequality», National Bureau of Economic Research,
Working Papers Series, 19829, enero de 2014. Disponible en
<www.nber.org/papers/w19829.pdf>.
15. Un buen análisis de estas cuestiones tan lúgubres aparece en Suh, G. W.,
Fabricious, W. V., Parke, R. D., Cookston, J. T., Braver, S. L., y Sáenz, D. S.,
«Effects of the interparental relationship on adolescents’ emotional security and
adjustment: The important role of fathers», Developmental Psychology, 52, 2016, pp.
1666-1678.
16. Hicks, Stephen, Explaining postmodernism: Skepticism and socialism from
Rousseau to Foucault, Santa Barbara, Razor Multimedia Publishing, 2011.
Disponible en <stephenhicks.org/wp-content/uploads/2009/10/hicks-ep-full.pdf>.

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