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En el nion anual, la Academia

1 t nacional de Filosofía de las


,1 11c1as acordó consagrar sus se-
s1 onts a examina r el problema de
la explicaci ón bajo sus diferentes
a pee 0 y en las distintas cien-
cias: ex ac as, naturales y human as .
Este vo lume n re úne el conjunto de
las co municac io nes y ponencias
presenta das . En la Introducci ón,
Jean Piaget subraya la comp lejidad
del problema , pero también su po-
sible si mplificación si nos atene-
mos al estrecho paralelismo que
existe entre las operacio nes y la
causal idad , es decir , entre las es-
tructuras propias de las c iencias
deductivas y aquel las que operan
en el terreno de las ciencias de lo
rea l .
Cada sector está aquí examinado
por especia listas en ciencias exac-
tas , naturales o humanas: J. Ladrie-
re , para la exp licación en lógica ,
J. T. Desanti , para la explicación
en matem áticas , F. Halbwachs y
R. García , para la física , 6 . Cellé-
rie r, para la biología , H. Sinc lair de
Swaart, para la lingüística , G. G.
Gra nger , para las ciencias sociales ,
etcétera.
En sus observaciones finales , Jean
Piaget constata que, más al lá de la
diversidad de las disciplinas aquí
estudiadas, son más los puntos de
co ntacto que las disparidades en
lo que atañe ai problema de la ex-
plicación, perfilándose como vía de
confluencia lo que el mismo Pia get
denom ·n a «estructura li smo cons-
truct:vi sta ".

C · erta oees t/ Hoverstad


Aposte!, Cellérier
Desanti, García, G ranger,
Halbwachs, Henriques, Ladriére,
Piaget, Sachs, Sinclair de Zwaart

La explicación
en las ciencias
Coloquio de la Academia Internacional
de Filosofía de las Ciencias con la
asistencia del Centro Internacional
de Epistemología Genética
(Ginebra 25-29 septiembre 1970)

Ediciones Martínez Roca, S. A.


Título original: L'explication dans les sciences, publicado por Flammarion
l!:diteur, París, 1973.

Traducci6n de Josep Dalmau Ferrán

© 1973, Flammarion
© 1977, Ediciones Martínez Roca, S.A.
Avda. José Antonio, 774, 7. 0 , Barcelona-13
ISBN: 84-270-0427-3
Depósito legal: B. 39.250-1977
Impreso en. Vicsan S.A., Maria Victoria, 11, Barcelona-14

Impreso en España - Printed fn Spaln


Indice

Prólogo, por lean Piaget . 9


' l introducción: El problema de la explicación, por
] ean Piaget . 11
1
2 La explicación en la lógica, por ]ean Ladriere . 22
3 La explicación en matemáticas, por ]ean T. De-
santi 59
4 Historia de la explicación en física, por F. Hal-
bawchs . . . . . . . . . 74
5 La explicación en física, por Rolando García . 102
6 La explicación en biología, por Cuy Cellérier . 118
7 La explicación en lingüística, por Hermine Sinclair
de Zwaart . . . . . . . . . . . 129
8 La explicación en las ciencias sociales, por Gilles
Gastan Granger 143
9 Explicación y dialéctica, por Ignacy Sachs. 161
10 Sobre la contradicción en la dialéctica de la natu-
raleza, por Rolando García 169
11 Explicación y asimilación recíproca, por G. V. H en-
riques . 180
. . 12 Observaciones sobre la noción de explicación, por
Leo Apostel . . . . . . . . • 199
13 Notas finales, por ]ean Piaget • 206
Prólogo

En su sesión anual de 1969 la Academia Internacional de


Filosofía de las Ciencias, bajo la presidencia de F. Gonseth,
decidió dedicar la sesión de 1970 al examen del problema de la
explicación bajo sus diferentes aspectos y en las distintas cien-
cias, exactas, naturales y humanas. Decidió también celebrar
el coloquio en Ginebra y encargar al director del Centro Inter-
nacional de Epistemología Genética su organización, escogien-
do los ponentes entre los miembros y colaboradores de las dos
instituciones. En la presente obra se ha reunido el conjunto
de esas ponencias. No obstante, existen una o dos modificaciones
que es necesario señalar.
En primer lugar, el gran biólogo Ch. Waddington había
aceptado, inicialmente, hablar de la explicación en biología;
pero en el último momento le retuvieron ocupaciones que no
había podido prever: su condición de profesor invitado en
los EEUU. Pudo ser reemplazado precipitadamente, pero con
pleno éxito, por G. Cellérier, director adjunto del Centro de
Epistemología Genética. L. J. Prieto nos anunció, ya iniciadas
las sesiones, su imposibilidad de asistir. H. Sinclair de Zwaart,
que representa la psicolingüística en nuestro centro, aceptó
encargarse de la ponencia acerca de la explicación en lingüís-
tica. Sin embargo, por falta de tiempo, su trabajo no pudo ser
discutido en la sesión correspondiente.
Por otra parte, lamentablemente, ha sido imposible obtener
el manuscrito de P. Gréco acerca de la explicación en psicolo-

9
gía, pero sus ideas sobre el tema ya han sido divulgadas en
otra parte. 1
L. Aposte! nos presentó durante el coloquio una ponencia
muy técnica sobre la explicación según el positivismo lógico,
que era, de hecho, un estudio crítico de las ideas de Hempel.
El manuscrito redactado posteriormente resultó excesivamente
largo para un problema tan concreto. Solicitamos a Apostel un
resumen notab1emente abreviado. Ahora bien, a pesar de que
el resumen se hizo esperar mucho tiempo, el lector se sentirá
recompensado ya que nuestro colega, cuya fecundidad es cono-
cida, modificó sensiblemente sus posiciones en el lapso que
separa los dos textos y, .finalmente, nos dirigió una corta nota,
pero extraordinariamente sugestiva por la evolución que mar-
ca hacia un historicismo bastante radical y, en parte, imprevi-
sible en alguien como él.
Es necesario también indicar que l. Sachs se limitó, por su
modestia, a tratar solamente de la dialéctica en la ciencia eco-
nómica, y que nosotros hemos creído útil publicar a continua-
ción de su capítulo "Explicación y dialéctica" una interesante
discusión, de R. García, acerca de la "Contradicción en la dia-
léctica de la naturaleza".
Señalemos .finalmente que durante las sesiones se dedicó un
día a festejar el ochenta aniversario de F. Gonseth, en el curso
del cual el presidente de la Academia expuso de forma emo-
tiva el papel que el diálogo ha tenido en su carrera y en la
formación de sus ideas.

JEAN Pl.AGET

l. Véase Logique et Connaissance actentifique, iEncyclopédie de la


Pléiade, pp. 927-991.

10
1
Introducción: El problema de la
explicación
Por Jean Piaget

Ya Cournot distinguía dos tipos de demostraciones en mate-


máticas: las que son simplemente lógicas, que facilitan la veri-
ficación de un teorema pero no dan su razón, y las que llama-
remos explicativas porque se refieren a la razón de la propo-
sición. Diremos, en efecto, que explicar es responder a la pre-
gunta "¿por qué?", es comprender y nusólo constatar. Dicho
de otra forma, es separar la "razón" en el terreno de las cien-
cias deductivas, y la "causalidad" -a pesar de que la palabra
pueda ser peligrosa- en el terreno de las ciencias físicas.
Ahora bien, tanto la razón como la causa conllevan dos ca-
racteres antitéticos, cuya unión precisamente es problemática.
~ El p1imero de estos aspectos es, naturalmente, la necesidad
intr~nseca: s~arar la razÓ:Q_de~ullJ<i~~~ !_~~YE~d forrp<i!2~!~~al,
•@f""fn.~ que es necesaria y, en consecuencia, es apoyarse
/lsobi:e~un ·modelo ""deductivo"'.\\ No obstante, simultáneamente,
~j)~ali-.~raz-91L~~ -capfui<lo. que_ hay ~e _,i:iue".:~~n ella, es
justificar una construcción efectiva. Eri otro caso~ncf'"s'i:f' com-
prende el cambio en el terreno de las realidades físicas o en la
producción de avances propios de los descubrimientos mate-
máticos. En otros términos, buscar la razón o la explicación es
admitir implícitamente la insuficiencia de un simple reduccio-
nismo. Éste, por otra parte, puede presentarse bajo dos formas.
Llamaremos, en primer lugar, reducciones externas a las que
consisten simplemente en hacer entrar en el marco de una ley
general una fey más o menos particular o especial. El reduc-
11
cionismo externo será, pues, el encuadre de lo especial en lo
general; lo que, naturalmente, no explica nada y se limita a
desplazar el problema: si se indica de esta forma la razón de
la ley particular, falta aún encontrar la de la ley general.
Existe, además, un reduccionismo que se puede llamar in-
terno y que busca la razón de una nueva realidad en el su-
puesto de que ·estaba preformada o predeterminada en alguna
realidad anterior. Se piensa, entonces, en la obra tan instruc-
tiva y notablemente paradójica de Émile ,Meyerson, que inten-
taba reducir la explicación a la identificación: explicar es mos-
trar lo que ha sido preformado en el estadio anterior. Por ejem-
plo (y Meyerson cita a menudo esta frase de Bossuet), "el ca-
pullo explica la rosa". Explicar significa aquí, en sentido propio,
surgir de sus pliegues o separar en el efecto lo que ya estaba
anteriormente contenido en la causa. Pero el mismo Meyerson
ha hecho lo posible por mostrar que su identificación fracasa.
Fracasa en el terreno físico porque no explica lo diverso, y así
lo "real" es entónces "irracional". Su identificación no explica
tampoco las matemáticas, ya que, si bien reconoce su creativi-
dad, concluye sin ninguna vacílación que dejan de ser rigurosas
en la medida en que introducen lo nuevo y no son exactas ni
necesarias más que en la medida en que permanecen en sus
identidades. Pero este fracaso de la identificación, deseado -por
así decirlo- por su protagonista, es sólo un ejemplo. En todos
los campos se encuentra un fracaso análogo del reduccionismo.
La reducción integral de las matemáticas a la lógica, en la cual
soñaban Russell y Whitehead en los Principia, no es sostenible
hoy, después de los teoremas de Goedel y de muchos otros.
En el terreno físico, las reducciones, que se han buscado du-
rante décadas, del electromagnetismo a la mecánica, han fraca-
sado y han acabado en una asimilación recíproca en lugar de
una reducción simple (incluso en el caso de la dinamogeome-
tría contemporánea de Mismer y Wheeler). Dicho de otra ma-
nera, no parece que la explicación en las ciencias sea compa-
tible con el reduccionismo bajo las dos formas que hemos re-
cordado.
Pero entonces, la explicación o la búsqueda de la razón de
las cosas comporta una paradoja: se trata, por una parte, de
conciliar la necesidad con la producción de cambios y, por
otra, con la construcción de novedades.
Dicho de otro modo, nuestro problema central es compren-
der las innovaciones como necesarias. No deben ser compren-

12
didas como preformadas ya que en ese caso no serían innova-
ciones. Pero tampoco pueden ser consideradas como contin-
gentes pues no serían necesarias·y no se las podría "compren-
der". Esa argumentación puede parecer contradictoria pero hay
en ella, por lo menos, una doble exigencia del pensamiento. La
razón quiere comprender la diversidad y rehúsa considerarse,
con Meyerson, irracional. Por otra parte la razón quiere que
toda construcción sea necesaria, en otro caso caeríamos efecti-
vamente en la irracionalidad.
La solución a la explicación en el campo de las ciencias
deductivas se busca actualmente en la dirección de las estruc-
turas. Puede pensarse en las estructuras matrices de Bourbaki
-con sus combinaciones y diferenciaciones-, e incluso en las
categorías de Me Lane y Eilenberg -las clases y sus funcio-
nes-, o en morfismos de cualquier tipo,, En conjunto vienen a
decir que la razón de una proposición de un teorema se alcanza
en la medida en que podemos apoyarnos sobre ~na estructura.
Y, en efecto, la pri~::i._s:~acterística básica de una estructu-
ra es su necesidadtintrínseéa. Una estructura conlleva, como
se sabe, no sólo las leyes de coII1posfoión, sino que, además,
- incluye un mecanismo autorregulador que le permite conservar
sus dos propiedac1es fundamEmtales: !1º salir jamás de sus fron-
teras Tdicho de otro modo: eombinando dos elementos de una
estructura se halla aún un elemento de la estructura) y, por
otra parte, no necesitar jamás elementos exteriores a ella, siendo,
así pues, autosuficiente. ~- _
De esta forma la estructura ¡>osee una necesidad G:@ii.12§~
primera condición que hemos dicho que corresponde a foda
explicación. Pero la segunda característica básica de la estruc-
tura es ser un instrumento de construcción. Fundamentalmente
es un órgand de construcción puesló"--qüé. @nstituye un sistema
<!~ transformaciones y no una forma estática cUa.Tquiera, sin lo
cual todo sería éstructura. Es un sistema de transformaciones
con sus propias leyes de composición que engendra realidades
que son nuevas sin ser irracionales ya -que esfiíii determinadas
por las leyes de composición. J..a const:ructhddad de las estruc-
,turas se manifiesta, además, por el hecho de que no se reducen
unas a otras sino que se combinan entre sí: no hay identidad
sino complementariedad entre las estructuras. En el caso, por
ejemplo, de las es·tructuras matrices de Bourbaki, se pueden
combinar las estructuras algebraicas y las estructuras de orden,
pero no se reducen unas a otras. Igualmente ocurre en el caso
13
de las estructuras algebraicas y estructuras topológicas, etc. Ten-
gamos en cuenta, fuialmente, gue una estructura se puede dife-
renciar indefinidamente completando sus leyes de composición:
introduciendo axiomas limitativos que permitan pasar del grupo
a subgrupos determinados y así sucesivamente.
Debemos tener en cuenta ahora, ya que será útil para nues-
tras conclusiones, que las estructuras fundamentales de las que
han hablado Bourbaki y, desde entonces, todos los adeptos a la
idea de categoría, par~cen constituir realidades seriamente en-
raizadas en el pensamiento natural y no meras abstracciones
formales. Analizando las primeras estructuras lógico-matemáti-
cas en el niño, se encuentran los bosquejos de las estructuras
matrices: se encuentran estructuras que comportan operaciones
inversas, las cuales corresponden a estructuras algebraicas, es-
tructuras de relaciones cuya reversibilidad reposa sobre las reci-
procidades y corresponde a las estructuras de orden y, cierta-
mente, estructuras topológicas. Recuerdo un coloquio en París
de hace dos años titulado: "Estructuras mentales y estructuras
matemáticas". Las dos conferencias iniciales fueron dadas por
Dieudonné en referencia a las estructuras matemáticas, y por_
mí. resp~cto,__a las estruc:tul'ª~' menfu!~'~'-Yocºiío- sabía nada en
aquél momento· de los trabajos delfcñí'rbaki. Los ignoraba por
falta de formación matemática mientras que Dieudonné no
quería saber nada de psicología. No obstante percibimos que
nuestras dos ponencias convergían sobre ciertos puntos respecto
a las tres estructuras matrices de una manera tan sorprendente
que Dieudonné pronunció esta frase decisiva: "Es la primera
vez en mi vida que tomo la psicología en serio. Puede ser tam-
bién la última pero es, en cualquier caso, la primera vez".
En referencia a la idea de categoría, que es incluso más
fundamental que la idea de conjunto, se la encuentra igual-
mente bajo formas incipientes en el niño; y eso incluso antes
que el nivel de las operaciones reversibles, de la formación de
nociones preoperatorias e, incluso, de lo que podemos llamar
"funciones constitutivas" (covariaciones sin reversibilidad). 1
Pasando a los problemas de las ciencias físicas, la razón, en
el sentido de Couinof, se convierte en la razón suficiente de
Leibniz -que es la causalidad, la causa seu ratio de Descar-
tes- en la búsqueda del modo de producción de los fenómenos,

l. Pero con "inversiones" bajo forma de retornos empíricos a los


puntos de partida para la construcción de nuevas funciones.

14
en la cual se basan un gran número de físicos. Toda una es-
cuela ha contestado la legitimidad de la necesidad de explicar:
el positivismo de Comte se opone a la búsqueda de la explica-
ción. Comte pretende que la ciencia está al servicio de la acción
y que ésta sólo exige la previsión de los fenómenos. De esta
forma, para prever basta la legalidad, una buena descripción,
lo cual remite a la metafísica todo lo que es causalidad. Pero
incluso adoptando el punto de partida de Comte extraña el
querer reducir la ciencia a las necesidades de la acción -se la
limita a problemas de previsión-, puesto que la acción consiste
precisamente en producir algo, y no solamente en prever, ya
que el conocimiento del modo de producción de los fenómenos
es esencial a toda- acción técnica. Pero poco importan las res-
tricciones positivistas: hoy día ningún físico creativo se atiene
a las leyes; en la investigación existe siempre, •explícita o implí-
citamente, la JJúsqueda del porqué de la ley, es decir, del modo
de producción de los fenómenos.
Ahora bien, el hecho más fundamental desde el punto de
vista epistemológico es que toda explicación causal acaba por
incorporar la noción de estructura al sentido lógico-matemático.
De esta forma es posible encontrar la estructura de grupo en
cualquier escala: desde la microfísica a la mecánica relativista,
pasando por los grupos cristalinos y todo lo que se quiera. En
todos los campos de la física actual se construyen modelos que
son estructuras deductivas que tienden a alcanzar la necesidad
sin limitarse a la simple constatación o descripción de fenó-
menos. El problema esencial planteado al epistemólogo es el
de la naturaleza de tales modelos: ¿son meramente subjetivos
o alcanzan la realidad? ¿Son subjetivos en el sentido de que
serían simples instrumentos intelectuales destinados a simpli-
ficar los problemas, serían una especie de economía del pensa-
miento o, tal vez, un intento de representación destinado a
satisfacer la necesidad de imágenes pr·ecisas? ¿O rea~ente el
modelo alcanza lo real por aproximaciones sucesivas? Es evi-
dente que ningún modelo es enteramente conforme a lo real
ya que necesita ser constantemente transformado y afinado. Pero,
¿el papel del modelo es o no explicar lo real? Ciertamente se
puede discernir, de entrada, una necesidad deductiva que re-
basa los mismos hechos, una necesidad que no conllevan los
hechos observables solos, incluso si por observables se entiende
no sólo las constataciones particulares sino incluso las relacio-
nes funcionales entre los hechos, dicho de otra manera, todas
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las leyes. ¿Cuál es, pues, la naturaleza de esa necesidad? ¿Per-
manece puramente lógico-matemática o expresa uno de los
caracteres de lo real en sí mismo? Éste es el problema de la
causalidad. Empleo este término, a pesar de que conozco sus
peligros, como sinónimo de explicación en física. La causalidad,
en sentido vulgar, es ciertamente una pseudonoción, de la
cual ya se ha h.echo la crítica y a la cual muchos pensadores
sitúan en la misma categoría que la finalidad y otros conceptos
similares, rehusando utilizarla. Pero sigue siendo una noción
válida si se la define en términos de estructura.
Yo deseo presentarla en una interpretación posible, que no
tiene nada de original y permanece fiel a la tradición raciona-
lista,2 pero que se me ha impuesto por razones psicogenéticas,
es decir, estudiando los inicios y el desarrollo de la causalidad
en sus diferentes etapas desde las formas más elementales y
psicomotrioes hasta el momento en que el adolescente alcanza
el pensamie~to científic?· Así pues, la causalidad apare~e, en
toóos los mveles y baJO todas las formas, como implicando
simultáneamente la producción de una innovación, porque el
efecto es nuevo en relación a la causa y por tanto hay transfor-
mación, y, por otra parte, la relación necesaria sin la cual no
hay posibilidad de hablar de causalidad. Encontramos aquí,
pues, la unión de la construcción y de la necesidad que exigi-
mos en la operación lógico-matemática. Dicho de otro modo,
se reconocen en toda explicación causal esos dos aspectos indi-
sociables y solidarios que Meyerson ha intentado disociar pero
al precio de un fracáso que él mismo ha entrevisto: una trans-
formación, por una parte, y una conservación, por otra. Desde
los niveles más elementales, la transmisión de un movimiento,
por ejemplo, se exige la novedad de un movimiento adquirido
por el objeto pasivo a partir del objeto activo. Pero existe al
mismo tiempo conservación de alguna cosa, conservación del
impulsq, o bien de la "acción", etc. Pero, si encontramos sin
cesar, como ·es el caso de las estructuras operatorias lógico-ma-
temáticas, la misma dualidad de una transformación, es decir,
de una producción, y de una necesidad dirigida a una conser-
vación: ¿la causalidad se reduce simplemente al conjunto de
las operaciones lógico-matemáticas del sujeto? Sí y no. En cual-
quier explicación causal se utiliza, sin duda, una cierta estruc-

2. "La causa en las cosas corresponde a la razón en las verdades'',


decía ya Leibniz (Nouveaux essais, IV, cap. XVII, párrafo 3).

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tura lógico-matemática de cualquier nivel que sea. Pero la
diferencia respecto a la estructura formal es que, en el caso de
la causalidad, las operaciones no son simpfemente aplicadas
por el niño o por el físico al fenómeno que estudia sino que
son, además, atribuidas a los objetos. ~s decir, el objeto mismo
es considerado como agente de algo, como activo, como un ope-
rador. Las operaciones son las del sujeto sin lo cual éste no-
sabría captar lo que ocurre en el objeto: él descubre en el
objeto operaciones más o menos parecidas a las suyas, pero
son operaciones efectuadas por las mismas cosas; los objetos
se convierten pues, en sentiáo estricto, en una especie de ope-
radores. Ciertamente esta causalidad supone un sistema de
inferencias y de construcciones lógico-matemáticas que rebasan
a las observables. Pero no creo en los modelos así alcanzados
m~s que en la medida en que puedo atribuir una parte de su
estructura a la realidad misma, como si los objetos se compor-
taran de una manera análoga a la del sujeto que opera. De aquí
nace la impresión de "comprender", de poder asimilar y do-
minar lo real, que se intenta explicar.
Esta interpretación puede parecer banal, pero se nos ha
impuesto por razones psicogenéticas. Su interés fundamental
es que, estudiando la causalidad en el niño, se ,encuentran desde
el principio unas ciertas invariantes funcionales que se perpe-
tuarán hasta las formas superiores de explicación científica.
Es evidente que en el principio la causalidad en el niño
es enteramente antropomórfica o egocéntrica: atribuye a los
objetos sus propias acciones; esto no presenta ningún interés
epistemológico sino el de mostrar la relación entre la visión
elemental de los fenómenos y la propia acción del sujeto. Por
ejemplo, en el momento en que una pelota va a chocar contra
una pared (fenómeno que ya habíamos estudiado con B. lnhe-
ler desde el punto de vista de las relaciones entre el ángulo
de incidencia y el ángulo de reflexión) los niños declaran que
la pelota llega hasta muy cerca de la pared pero que la evita
y no la toca para no quedar adherida: se considera que enton-
ces parte hacia otro lado describiendo ella misma una bella
curva. He aquí, ciertamente, una explicación psicomórfica que
consiste simp1emente en atribuir una acción humana o una ac-
ción propia al objeto. Pero ,eso es importante como punto de
partida.
A continuación, y a medida que se forman las operacion~s
lógico-matemáticas en el niño, o más precisamente las coord1-
17
naciones operatorias (transitividad, reversibilidad, distributivi-
·dad, etc.), son atribuidas a los objetos en el orden de su cons-
titución y según una correspondencia verdaderamente estrecha
'Y que se puede describir paso a paso en el curso de su desa-
rrollo. Examinemos, por ejemplo, la transmisión del movimiento
bajo una forma especial estudiada con la señora Szeminska, la
'Señora Ferreiro y otras, que ha sido reveladora. Se presentan al
niño una serie de bolas contiguas en ordenación lineal y se
·hace chocar otra bola situada sobre un plano inclinado contra
la primera de la línea. Se pide al niño que prevea anticipada-
mente lo que va a ocurrir. Según él, y hasta muy tardíamente,
todas las bolas van a rodar. Cuando constata que sólo sale des-
pedida la última bola, las explicaciones son diferentes según
la edad. Entre los más pequeños, en los cuales prevalece el
nivel psicomónfico, hay evidentemente un misterio que ellos
desvelan rápidamente suponiendo que la bola caída ha pasado
por detrás de las otras, que ha golpeado a la última y lia ocu-
pado su lugar, etc. Pero a partir del nivel de los seis años, más
o menos, el niño admite que la bola activa ha golpeado a la
primera de las pasivas, que la primera se ha desplazado y ha
golpeado a la segunda, la cual a su vez se ha desplazado y ha
-golpeado la tercera, etc. La hipótesis es, pues, la de una serie
de transmisiones inmediatas, un encadenamiento de traslaciones
sucesivas, pero sin noción de transmisión mediata: propiamente
hablando no hay intermediarios, cada elemento ha pasado a
ser activo por movimientos propios. Contrariamente, a partir
de la media de los siete-ocho años, desde que el niño llega
sobre el plano lógico-matemático a la transitividad, esta transi-
tividad es incorporada al fenómeno a explicar que constituye
una transmisión semiinterna. El niño dirá: el "go~e" o "im-
pulso" ha atravesado las bolas, ha pasado a su traves, etc. Pero
eso no es aún una transmisión puramente interna, el niño sigue
creyendo que es necesario que intervengan ligeras traslaciones
moleculares. Sin embargo, existe aquí una correlación estrecha
entre el descubrimiento de la transitividad en el terreno lógico-
matemático y la aceptación en el terreno físico de una trans-
misión inmediata, que no es simplemente una sucesión de
transmisiones inmediatas. La transmisión puramente interna
aparece, finalmente, a la edad de diez-once años, que es la
edad en la cual el sujeto, en su pensamiento lógico, empieza
a razonar sobre las posibilidades que rebasan lo perceptible.
Examinemos ahora otro problema: los pesos y contrapesos.

18
Se presenta, por ejemplo, un dispositivo en el cual se trata de-
hacer un puente entre dos cajas que representan montañas.
El niño pondrá las planchas, que rebasan a las cajas. Si rebasan
excesivamente será necesario imaginar la manera de colocar·
contrapesos, lo cual el niño descubre muy pronto. Pero él
concibe que estos contrapesos "fijan" el objeto y, en conse-
cuencia, intentará prudentemente que éste esté perfectamente·
retenido por todos lados: situará un contrapeso sobre la parte
de plancha situada en el soporte, pero también situará otro en
el lado opuesto (no sostenido) para que se :fije bien, no perci-
biendo que eso hace bascular la plancha (sin darse cuenta, por
tanto, de que el peso apoya tan bien que retiene y :fija, pero·
que no siempre que apoya retiene sino que puede provocar
una caída, etc.). De manera diversa, el niño, desde el nivel
de la operaci6n reversible en el desarrollo 16gico-matemático,
llega a concebir las operaciones inversas que se componen con
las directas: concibe entonces las relaciones entre los pesos de·
una manera completamente diversa: los pesos no tienen acci6n
sobre una balanza más que si están en relaci6n unos con otros.
El equilibrio se percibe entonces como la neutralizaci6n entre
dos acciones de sentido opuesto, lo cual supone la reversibili-
dad operatoria, pero ya atribuidas a los objetos desde el mo-
mento en que es pensada en el terreno 16gico-matemático.
Pasemos al problema de la acci6n y la reacci6n, reacci6n
nada fácil de comprender si se tiene en cuenta que se ha
necesitado a Newton para enunciar la ley. Para los niños, y hasta
muy tarde (alrededor de los diez años) la reacci6n no se rea-
liza ·en sentido opuesto a la acci6n. Por ejemplo, en un expe-
rimento que hemos realizado con B. Inhelder, se llena de agua
un tubo en forma de U que tiene un pist6n ·en uno de los·
lados sobre el cual se pueden situar unos pesos para desplazar
el nivel de líquido del otro extremo del tubo. También se
puede variar la densidad del líquido poniendo alguno que
sea más denso que el agua. ¿Qué va a ocurrir con este líquido,
más denso? Hasta los diez años, por el hecho de que pesa más
ascenderá más alto, su peso se suma al del pist6n. Diversa-
mente, hacia los once-doce años el líquido realiza una reacci6n
en sentido inverso: el pist6n presiona por un extremo, pero éI
resiste por el otro; si se aumenta la densidad del líquido éste
va a presentar más resistencia y el nivel del otro extremo no
subirá tanto como si fuera agua pura. ¿Por qué esperar hasta
tan tarde? Es que en este nivel de once-doce años se empiezan
19
a constituir los grupos de "cuaternalidad", grupos de transfor-
maciones, donde se combina la recíproca con la inversa y donde
ambas son coordinadas y distingufüas. Hasta aquí sólo existen
las inversiones o las reciprocidades, no coordinadas entre ellas.
Para comprender la acción y la reacción es necesario una coor-
dinación entre estas dos transformaciones distinguidas y com-
puestas entre ellas. Aquí es, nuevamente, la estructura lógico-
matemática la que se atribuye de manera inmediata a los ob-
jetos.
Se pueden dar otros ejemplos. Cellérier, presente en este
coloquio, ha hecho una bella experiencia sobre la distributi-
vidad y la linealidad. Si la distributividad está figurada por la
extensión de algo elástico, se observa, hasta muy tarde, una
confusión entre el alargamiento y el simple desplazamiento, por-
que para comprender el estiramiento y su propagación homo-
génea es necesario, de nuevo, recurrir a una estructura ope-
ratoria. Y, al contrario, tan pronto como se alcanza la distri-
butividad y la proporcionalidad se comprende y domina el pro-
blema de la elasticidad.
En resumen, en todos los niveles del desarrollo reencontra-
mos una correspondencia entre las etapas de la causalidad y la
formación de operaciones lógico-matemáticas. Se puede res-
ponder que es algo completamente natural. Pero nosotros no
empezamos pidiendo al niño sus ideas acerca del terreno lógi-
co-matemático para pasar seguidamente a poner la cuestión
física: la cuestión física se pone de entrada y el niño no piensa
con las diversas analogías que pueda conocer de las estructuras
lógico-matemáticas. Indudablemente, es de manera completa-
mente inconsciente que las estructuras que construye en este
terreno son atribuidas a los objetos en el otro campo. Estas
atribuciones de operaciones significan que los objetos mismos
se convierten, para el sujeto, en una especie de operadores, en
origen de transitividad, de reversibilidad, de reciprocidad, de
distributividad, etc. Estos hechos muestran, así pues, una corres-
pondencia estrecha entre las estructuras operatorias y las estruc-
turas causales. Pero, ¿cuál es el camino? ¿Las estructuras ope-
ratorias se desarrollan en completa autonomía para ser a con-
tinuación, y a medida que se van descubriendo, atribuidas a
los objetos y proyectadas a lo real, según un desarrollo en sen-
tido único? O más bien sucede al contrario, ¿es la causalidad
la que plantea problemas obligando al sujeto a construir instru-
mentos lógico-matemáticos? Nosotros nos orientamos hacia esta

20
segunda idea. O, mejor dicho, hacia la idea de una acción
recíproca. Parece, en especial en los problemas de coordinación
espacial, que son casi siempre los problemas físicos y dinámicos
los que obligan a nuevas construcciones geométricas. Pero éstas
no son, sin embargo, extraídas sólo de lo real: hace falta un
sujeto para ·efectuarlas y hacen falta diversas operaciones para
construir las estructuras.
Existe, pues, una estrecha relación entre el sujeto y el ob-
jeto. Desde el punto de vista psicológico esto no es sorpren-
dente si se tiene en cuenta que el organismo es, a la vez, el
origen del sujeto desde el punto de vista psicológico -ya que
la vida mental deriva de la acción, que está condicionada por
.el sistema nervioso, y por las propias regulaciones del organis-
mo-- y, por otra parte, el organismo es un objeto más del mun-
do físico. Es, pues, a través del interior del organismo como se
hace la unión entre las matemáticas y lo real Podemos ocu-
parnos repetidamente del porqué de ese acuerdo sorprendente
entre las matemáticas y la realidad, pero si el sujeto es el pro-
ducto de un organismo que es él misn10 un objeto, el acuerdo
se convierte en algo que puede ser, en cierta manera, endó-
geno. Sea cual sea la cuestión, el papel de esta introducción
ha sido el de subrayar la complejidad ael problema de la expli-
cación y, por otra parte, su posible simplificación si nos refe-
rimos al estrecho paralelismo que existe entre las 9peraciones
y la causalidad, entre las estructuras de las ciencias deductivas
y aquellas que se encuentran en el terreno de las ciencias de
lo real.

21
2
La explicación en la lógica
Por Jean Ladriere

Introducción
¿Se plantea en la lógica el problema de la explicación?
En caso afirmativo ¿cómo? ¿En qué consisten los mecanismos
explicativos de la lógica? Éstos son los problemas que serán
examinados aquí.
A primera vista se podría estar tentado de afirmar que la
lógica constituye un campo en el cual no hay ningún proble-
ma a explicar. La lógica es una ciencia puramente formal. no
se ocupa de los fenómenos, de las situaciones empíricas, no se
ocupa de los datos más o menos opacos que se intentaría hacer
inteligibles. Ciertamente se ocupa del razonamiento, pero no
tiene la tarea de explicar los comportamientos en los contextos
en los cuales intervienen los razonamientos. No se construye
procediendo a inducciones a partir de situaciones vividas e>
adaptande> las "leyes del espíritu" que consideraría como datos
objetivos, accesibles a partir de comportamientos discursivos
efectivamente observables. Dicho de otra manera, la lógica no
se construye a partir de los modos de conocimiento a posteriori7

sino que se sitúa enteramente en el terreno de la aprioridad.


No obstante es necesario precisar estas últimas afirmaciones
distinguiendo dos niveles de elaboración de la lógica. En un
primer nivel la lógica se presenta como la ciencia de las infe-
rencias correctas. El objetivo que se propone es descubrir las
formas precisas en las que se pueden presentar las inferencias

22
aceptables. Y, también, indicar eventualmente cuáles son las
fuerzas respectivas de las diferentes formas de inferencias así
.descubiertas. Hará aparecer, por ejemplo, que un razonamiento
intuicionista tiene un carácter más constructivo que un ra-
zonamiento clásico, el cual admite el principio del tercero ex-
cluido y de la doble negación. También mostrará que un ope-
rador de implicación que no satisface la ley del redoblamiento
p ~ (q ~ p), debe ser considerado más débil que el operador
clásico de implicación, para el cual esta ley es válida. Ahora
bien, la inferencia no puede ser alcanzada como tal más que
en una perspectiva puramente formal. La lógica hace abstrac-
ción del contenido de los razonamientos para ocuparse precisa-
mente de la naturaleza de la relación que une las diferentes
eb~.pas del razonamiento. De forma más precisa, se ocupa sola-
mente de la relación de deductibilidad o de inferibilidad, rela-
ción sobre la cual aún le queda el trabajo de fijar la signifi-
cación de manera precisa, como veremos. Las diversas técnicas
que utiliza no tienen otro objetivo que hacer aparecer la for-
ma como tal.
Hasta aquí sólo se h·ata de un primer momento en el desa-
rrollo de la lógica. Los trabajos que derivan de la lógica mate-
mática expresan una perspectiva más abstracta y más general:
el estudio de los sistemas formales en cuanto tales o, más
exactamente, el estudio de las propiedades de estos sistemas.
Un problema típico que ilush·a perfectamente la naturaleza de
estas investigaciones es el que concierne a las relaciones entre
un sistema axiomatizado y sus modelos: se puede preguntar
cuáles son los modelos admisibles por un sistema axiomático
dado; o, en sentido inverso, se puede investigar cuáles son los
sistemas axiomáticos compatibles con un modelo dado. Cuando
se avanza en este camino es difícil, naturalmente, establecer
una frontera precisa entre ·lógica y matemática. Incluso se po-
dría afirmar razonablemente que esta frontera no existe en abso-
luto, que la lógica sólo es una rama de las matemáticas, con
la misma categoría que el análisis o la topología, especificada
solamente por los problemas de los que se ocupa. Sin embargo,
también se podría sostener que se distingue de las matemáticas
propiamente dichas en el sentido de que se ocupa de problemas
fundacionales, es decir: de todo lo que concierne a la forma de
las teorías, y no de estructuras particulares y determinadas
como las algebraicas o topológicas. Sea lo que sea, lo que pa-
rece, claro -es que cuando nos situamos en este nivel más
23
abstracto, la 16gica del primer nivel, es decir, el eshtdio de las
formas válidas del razonamiento, aparece como una interpre-
taci6n particular de ciertas partes de la lógica del segundo
nivel. Algunos sistemas formales pueden ser interpretados como
describiendo formas admisibles de inferencia, lo cual no ex-
cluye las otras posibles interpretaciones, propiamente mate-
máticas por ejemplo.
En cualquier caso -tanto si se considera el primer nivel
como si se considera el segundo nivel- se puede aceptar que
el objeto investigado por la 16gica no es explicar cualquier
cosa, sino solamente construir sistemas que respondan a ciertas
especificaciones. Se podría caracterizar su modo de funciona-
miento hablando de experimentación formal. Los métodos de
la lógica -axiomatización, construcción de modelos, métodos
combinatorios, algebraicos, topológicos, etc.- tienen por objeto
explorar las propiedades de los sistemas formales. Por una parte,
ante un sistema dado es necesario examinar lo que puede pro-
ducir. Y, por otra parte, cuando se ponen ciertas condiciones
se puede investigar cuáles son los sistemas que satisfacen estas
condiciones. Pero, si existe experimentaci6n, exploración, de
problemas por métodos que deben ser elaborados de manera
adecuada en cada caso, eso significa que nos encontramos ante
sihtaciones que, cuanto menos, no son claras de entrada, signi-
fica que no basta, para avanzar, describir sistemas y analizar
su funcionamiento utilizando métodos estandarizados. Hay algo
de imprevisible ·en la investigación, surgen verdaderos proble-
mas, problemas que hacen aparecer dificultades inéditas para
cuyo tratamiento los métodos no son dados anticipadamente;
hay dificultades imprevistas que alteran profundamente las
ideas aceptadas; se encuentran sihtaciones opacas que escapan
provisionalmente a una plena comprensi6n. Estas sihtaciones·
problemáticas no están, en general, contenidas en los datos-
previos que se conocen antes de iniciar la investigación. No
tienen, en ninguna forma, carácter empírico. No son, propia-
mente hablando, del orden de los hechos. Aparecen sobre la
marcha, en el nivel de las instauraciones formales, se suscitan
por la misma investigación. Es la aplicación de los métodos
lo que hace aparecer los problemas.
En el conjunto de problemas existen algunos que se pre-
sentan como tareas. Por ejemplo, el problema de la decisión.
Se trata de encontrar un procedimiento efectivo que permita
determinar, para cualquier proposici6n formulable en cierto

24
lenguaje, si la propüsición es verdadera o no en relación a los
.criterios de verdad asociados a este lenguaje. En un caso de
este tipü no se puede hablar de explicación. Pero hay algunos
problemas que se plantean por el hecho de encontrar situa-
ciones opacas o, por lo menos, parcialmente opacas, que piden
ser esclarecidas. Se puede considerar legítimamente que la elu-
cidación de un estado de cosas concreto que escapa a una plena
.comprensión constituye una explicación. Para hacer que una
situación concreta se convierta en un problema comprensible
es neces)lrio analizar sus componentes y mostrar cómo actúan
para producir, precisamente, este estado de cosas. Evidente-
mente se trata ae explicar esto último.
Pero las consideraciones de orden general corren el peligro
.de no ser esclarecedoras en absoluto. El mejor método a seguir
para evidenciar el papel y la naturaleza de la explicación en
lógica es analizar detenidamente algunos ejemplos. Propondre-
mos ahora dos ejemplos: la interpretación de las operaciones
lógicas suministrada por el método de deducción natural y el
análisis de las paradojas facilitado por la lógica combinatoria.

La lógica de la deducción natural

Pre~entación general

Veamos en primer lugar cómo el método introducido por


Gentzen permite explicar las operaciones lógicas elementales.
La idea de Gentzen, al introducir el método llamado de "deduc-
ción natural", fue construir un sistema de lógica tan próximo
como fuera posible a los caminos espontáneos del pensamiento
racional, tal como son usados en las demostraciones matemá-
ticas. No obstante, lo que es más característico en el razona-
miento matemático, y de manera más general en el razona-
miento científico de tipo deductivo, es que se esfuerza por des-
.cubrir lo que sucede cuando se acepta tal o cual conjunto de
hipótesis. Llamamos "situación inferencia!" la relación de deri-
vabilidad que se establece entre un conjunto de proposiciones
que tienen el papel de hipótesis y una proposición determinada
-eventualmente una clase de proposiciones determinada-. Lo
gue interesa al lógico no es la situación inferencial tomada ais-
ladamente ya que, en general, no tiene jamás un carácter pura-
mente formal: hace intervenir hipótesis que tienen un contenido
particular y depende de la naturaleza de este contenido. Lo
que realmente interesa desde el punto de vista lógico es el
paso de una situación inferencia! a otra. Supongamos, por ejem-
plo, que disponemos de una demostración que, a partir de las
hipótesis Ai, A2 , ••. , A.,, conduce a una cierta conclusión B. Se
admitirá entonces, mediante una cierta interpretación de la
operación de disyunción v que, a partir de las mismas hipó-
tesis, se puede obtener una demostración de la proposición
compleja B V e, siendo e independiente tanto de las hipótesis
como de la primera conclusión B.
De una manera general se puede decir que el tipo de infe-
rencia por el cual se interesa la lógica de la deducción natural
se presenta de la forma siguiente: si, a partir de tal y cual
hipótesis, se llega a una demostración que conduce a tal y cual
conclusión, entonces, a partir de tal y cual hipótesis (idénticas
a las primeras u obtenidas a partir de ellas por modificaciones
determinadas), se llega a una demostración que conduce a tal
y cual conclusión (idénticas a las primeras u obtenidas a partir
de ellas por transformaciones apropiadas). Un sistema de deduc-
ción natural consistirá en un conjunto de reglas de derivación
-o, si se prefiere, de transformación- relativo a enunciados
que describen situaciones inferenciales. Por ejemplo, sea la si-
tuación inferencia! siguiente: existe una demostración que lleva
del conjunto de hipótesis X al conjunto de proporciones Y. Re-
presentaremos esta situación por este enunciado: X 1- Y. Si el
conjunto de hipótesis X contiene las proposiciones Ai, A2 , ••• , A,.
y si el conjunto de proposiciones Y contiene las proposiciones
Bi, B2, .. ., B,., podernos interpretar el enunciado afirmando:
existe una demostración que permite pasar de la conjunción
de las proposiciones Ai, A2 , ••• , y A.. a la disyunción de las
proposiciones Bi, B2 , ••• ,y B,.. Dicho de otro modo: si se admite,
a título de hipótesis, simultáneamente la proposición Ai, la
proposición A2, •• ., y la proposición A,., entonces se puede ad-
mitir, a título de conclusión, tanto la proposición Bi, como la
proposición B2 , ••• , o la proposición B,.. Una regla de deriva-
ción, en un sistema de deducción natural, se presentará bajo
la forma:
X1-Y
X'1-Y'
en donde X' e Y' son conjuntos de proposiciones que se ob-
tienen respectivamente> a partir del conjunto X y a partir del

26
.conjunto Y mediante transformaciones bien determinadas, ca-
racterísticas de la regla en cuestión.
De esta forma aparece que los sistemas de deducción natu-
ral son sistemas lógicos que pertenecen a un nivel de lenguaje
superior al del nivel en el que están situadas las proposiciones
que tienen el papel de hipótesis o de conclusiones y las opera-
dones que se pueden practicar con estas proposiciones. El esta-
tuto de estos sistemas ha sido admirablemente tratado por
M. Curry. 1 Él ha mostrado cómo el recurso a los métodos de
deducción natural permite, en realidad, dar un sentido a las
·operaciones lógicas elementales a partir de la idea general de
deducción.
Sea, por ejemplo, un sistema de deducción natural L. Este
sistema es relativo a un sistema subyacente S. El sistema S con-
-tiene los operadores lógicos usuales. Se puede, pues, en este
sistema formar enunciados complejos, partiendo de enunciados
elementales, por medio de operadores lógicos. Los enunciados
<lel sistema L están constituidos a partir de unidades que, según
l.a terminología utilizada por M. Curry, tiene el estatuto de obs.
De manera general un ob es un objeto formal que pertenece
a una clase inductiva -es decir, a una clase originada a partir
,de ciertos elementos iniciales mediante ciertas operaciones de
-combinación- y que sirve de término en la construcción de
enunciados de un sistema deductivo, del tipo de los que M. Cur-
ry llama los "sistemas ob" (por oposición a los "sistemas sin-
tácticos" en los cuales los objetos formales que sirven de tér-
minos en la construcción de los enunciados son las expresiones
de un cierto lenguaje-objeto). En un sistema deductivo de este
tipo los enunciados se forman por la aplicación de predicados
a los objetos formales que tienen el papel de términos, es decir:
a los obs del sistema.
Cuando se trata de sistemas de deducción natural los obs
-son, de hecho, proposiciones. Como se sabe, M. Curry distingue
las proposiciones de los enunciados y de las frases de la ma-
nera siguiente: 2 Una frase (sentence) es una expresión lingüís-

l. Véase Haskell B. CURRY, Foundations of Mathematical Logic,


Nueva York, McGraw Hill Book Company, 1963. Se encontrará una
-exposición condensada de los puntos de vista de Curry en referencia a los
sistemas de deducción natural en H. B. CURRY, The inferential approach
to logical calculus, "Logique et analyse'', n. s., primera parte, vol. 3
· (1960), pp. 119-136; segunda parte, vol. 4 (1961), pp. 5-22.
2. Véase Foundations of Mathematical Logic, pp. 168-172.

27
tica con cierta categoría. De manera general, las expresiones
lingüísticas se presentan concretamente bajo la forma de ins-
cripciones. Una inscripción es una realización concreta, sin-
gular, de una expresión lingüística. Una frase es una expresión
que pertenece a cierto lenguaje y va revestida de cierta función
de comunicación. Es una unidad lingüística compleja, capaz
de expresar una situación, de llevar una significación definida.
Se puede considerar una frase como la clase de las inscripciones
de las cuales son realizaciones concretas. Un enunciado (state-
ment) es la significación de una frase. Es, en suma, el contenido
transmitido par la frase, haciendo abstracción de los rasgos lin-
güísticos particulares que pertenecen a la frase y que no inter-
vienen, propiamente hablando, en su significación. Se puede
considerar un enunciado como una clase de frases equisigni-
ficantes. Una cláusula (clause) es una expresión lingüística que
nombra una frase o un enunciado. (Por ejemplo: "el hecho de
que él haya venido".) Y una proposición (proposition) es la sig-
nificación de una cláusula, en el sentido en el que un enunciado
es la significación de una frase. Una proposición puede ser con-
siderada, pues, como una clase de cláusulas equisignificantes.
Es un objeto del cual se habla y que está vinculado a un enun-
ciado determinado. Se puede considerar una propasición com<>
una frase de un lenguaje-objeto, así pues como una frase que
no es utilizada efectivamente como frase sino que es conside-
rada como un objeto respecto del cual se afirman ciertas cosas.
Esta interpretación no es la única posible sino que es la que
mejor conviene a nuestro contexto. Los obs de un sistema de
deducción natural son proposiciones en este sentido: son frases
del sistema subyacente, el cual juega un papel de lenguaje-
objeto ante el sistema en cuestión. Cuando, por ejemp1o, el
sistema subyacente contiene la frase A y deseamos estudiar las
propiedades inferenciales de este sistema, se nos induce a con-
siderar la frase A como un objeto. Hablamos entonces del "he-
cho de g_ue A", es decir, de la significación asociada a la cláusula
"el hecho de que A", o incluso de la proposición asociada A.
Los enunciados del sistema L tienen la forma X 1-Y, donde
X e Y son series de obs y donde el signo 1- representa la rela-
ción de derivabilidad. Un enunciado se forma pues aplicando
un predicado a muchos argumentos, representado por el sig-
no t-, con un número apropiado de obs, que tienen el papel
de términos-argumentos. El caso más simple es aquel en que
a
fa serie Y se reduce un solo ob, B por ejemplo. En ese caso,
28
un enunciado de L puede ser interpretado de la forma siguiente:
el enunciado del sistema S que corresponde al ob B es dedu-
cible del conjunto de enunciados (tomados conjuntamente), que
corresponden a los obs 9;ue forman la serie X.
Veamos a continuacion de qué forma es posible dar, gra-
cias al sistema L, una interpretación de las operaciones lógicas
elementales. La explicación se desarrollará en dos etapas. Se
analizará, en una primera etapa, la significación de las opera-
ciones lógicas recurriendo a la idea del árbol de deducción y a
las reglas elementales d~ deducción que _permiten construir un
árbol de este tipo. En una segunda etapa, se pasará a una
formalización de esta idea utilizando una lógica de esquemas,
conforme al punto de vista introducido por Gentzen y recor-
dado brevemente a continuación. El paso a la segunda etapa
permite hacer intervenir de manera sucesiva, diversas opera-
ciones superpuestas y de ahí dar cuenta de la formación de
enunciados complejos (en el nivel del sistema subyacente).
Antes de exponer el método en términos generales, se mos-
trará el funcionamiento en un caso particular especialmente
sigmficativo y que ilustra perfectamente: el de la implicación
material. El análisis de este ejemplo se completará mediante al-
gunas indicaciones relativas a la negación. 8

Análisis de "úJ implicación

Sea, en el sistema subyacente S, un enunciado de forma


simple que sólo contiene como signo de operación lógica, un
signo de implicación:
A :J B
enunciado en el cual A y B, son enunciados elementales. Pode-
mos interpretar tal enunciado como sigue: si, en una teoría
deductiva, añadimos el enunciado A a los axiomas, el enunciado
B se convierte en un teorema de la teoría (es decir, se convierte
en deductible en la teoría).

3. En referencia a la implicación, véase Foundations of Mathema--


tical Logic, cap. 5, pp. 165-253. Véase también el artículo mencionado
en la nota 1, The inferential approach to logical calculus. La exposici6n
que sigue a continuación se basa un tanto en la presentación dada por
Cuny en este artículo.
Supongamos ahora que queremos describir las posibilidades
..de deducción relativas a los enunciados de nuestro sistema sub-
yacente. Una deducción, efectuada en este sistema, podrá siem-
pre ser presentada bajo la forma de una especie de árbol genea-
lógico que podemos llamar "árbol deductivo". Un árbol deduc-
tivo es una figura formada de nudos, vinculados por segmentos
rectos eventualmente dotados de flechas (para indicar el sentido
..de la derivación). Cada nudo está constituido por un enunciado.
Los nudos primeros son las premisas, son los enunciados que
sirven de hipótesis en la deducción considerada. (Si la deduc-
·ciÓn se plantea completa, estos enunciados primeros deben ser
obligatoriamente axiomas de la teoría.) El nudo final es la con-
clusión. Si se tiene un árbol deductivo que tiene como nudos
·de partida (primeros) los enunciados Ai, A2 , ••• ,A,., y como nudo
final de llegada el enunciado B, eso significa que existe una
derivación que conduce los enunciados Ai. A2 , ••• , A,., al enun-
ciado B. Esta situación inferencia! puede ser descrita por medio
.de un enunciado del sistema L, que se presentará como sigue:

Basándonos en la interpretación que ha sido propuesta por


·el operador de implicación, podemos indicar en qué condicio-
nes es posible introducir un enunciado del tipo A :::J B, en un
nudo de un árbol deductivo. Es necesario que debajo de este
nudo, figure una derivación parcial en la cual A precede a B.
Dicho de otro modo, es necesario que ya se disponga de una
·derivación que conduzca de A a B. Se puede expresar esta
·condición de la manera siguiente: si, en un árbol deductivo en
formación ya existe un camino que conduce de A a B, se puede
unir al árbol el nudo A :::J B, a condición de que este nudo
esté situado después del nudo B. (Este nuevo nudo no debe figu-
rar necesariamente inmediato a la serie de B.) Una situación de
·este tipo se puede representar gracias a un esquema formado
por medio de enunciados del sistema L:
At-B
+-A :::J B

·(Si existe una derivación que conduce de A a B, entonces el


.enunciado A :::J B, puede ser considerado ya establecido, sin
otra presuposición.)

"30
Si la derivación de B a partir de A se hace merced a la
intervención de ciertas hipótesis que forman una serie X, el
enunciado A :::> B no podrá ser considerado, evidentemente,
como establecido sin la presuposición de estas mismas hipótesis.
Según lo que se supone aquí, la serie X figura sobre A en el
árbol deductivo que contiene la derivación de A a B. La se-
rie X debe figurar obligatoriamente sobre el enunciado A:::> B,.
en el árbol deductivo al cual se ha añadido el nudo A :::> B. Nue-
vamente, una situación de este tipo puede ser representada
gracias a un esquema formado por medio de enunciados del
sistema L:
X, Af-B
Xr-A::>B

Este esquema nos facilita, en forma general, una regla de intro-


ducción de la operación de implicación para el sistema L.
Podemos construir una regla de eliminación "invirtiendo''"
la regla anterior. Supongamos que disponemos de una deriva-
ción de A :::> B e igualmente de A. La última etapa de la deri-
vación A :::> B ha debido necesariamente consistir en una apli-
cación de la regla de introducción del operador de implicación.
Según esta reg1a, para plantear A :::> B, debemos poseer una
derivación que lleve de A a B. Como suponemos que se tiene·
una derivación de A :::> B, está asegurado disponer de una deri-
vación de B a partir de A. Escribiendo la derivación de A y a
continuación esta derivación de B que conduce a A, se obtiene
una derivación de B. Así pues, bajo la doble presuposición de A,.
y de A :::> B (es decir, en la hipótesis en que estos dos enun-
ciados han sido ya demostrados), está asegurada la posesión de
una derivación de B. Encontramos ahí, el modus ponens: si A
y A :::> B son teoremas, entonces B también es un teorema. Se
puede expresar esto diciendo: si poseemos una derivación de·
A :::> B, entonces, en la medida que A pueda ser demostrada,.
B también lo podrá ser. O incluso: en el caso que A:::> B sea
derivable, se puede derivar entonces B a partir de A.
Demos a estas consideraciones una forma general. Suponga-
mos que el ·enunciado A :::> B sea derivable bajo la presuposi-
ción de ciertas hipótesis que forman una serie X. Entonces,
bajo la presuposición de las mismas hipótesis, B es derivable-
ª partir de A. Esta situación puede representarse gracias a un
esquema formado por medio de enunciados de sistema L:

31.
Xt-A::>B
X, A1-B

El operador de implicación es caracterizado así por dos re-


glas que especifican en qué condiciones puede ser introducido
o suprimido en un árbol deductivo. Notemos que la regla de
introducción corresponde al teorema de la deducción. Se puede
mostrar, en efecto, que esta regla se convierte en el teorema
de la deducción para el sistema subyacente S si este sistema
contiene como única regla el. modus ponens y contiene, por
otra parte, los axiomas siguientes:
A::> (B ::>A)
y
[A ::> (B ::> C)] ::> [(A ::> B) ::> (A ::> C)] 4

La implicación está caracterizada, pues, por dos propieda-


des: el modus ponens y una propiedad que corresponde al teo-
rema de la deducción.
Sin embargo, se observa que estas dos propiedades no per-
miten encontrar todas las propiedades de la implicación clásica.
Dan simplemente una implicación característica de un sistema
que M. Curry llama "el álgebra proposicional absoluta". Para
obtener la implicación clásica es necesario añadir la regla de
Peirce:
[(A ::> B) ::> A] ::> A

Se puede expresar esta regla como sigue: si tenemos una deri-


vación que conduce de A :J B a A, se tiene el derecho de
plantear A como un teorema. De modo general, supongamos que
se pueda derivar A de A :J B bajo la presuposición de ciertas
hipótesis que forman una serie X. Entonces, bajo la presupo-
sición de las mismas hipótesis, se puede derivar A. Esta situa-
ción puede estar representada gracias a un esquema formado
mediante enunciados L:
X, A :J Bt-A
Xt-A

4. Véase Foundations uf Mathematical Logic, cap. 5, sección B,


Teorema 2, p. 180.

32
Estas consideraciones nos permiten pasar a la segunda etapa
de la explicación, que constituye, en suma, una formalización
de la primera. Se tratará aquí de elaborar sistemas en los cuales
la implicación estará caracterizada enteramente por regla~, pre-
sentadas bajo la forma de esquemas de derivación. Los siste-
mas en cuestión son los sistemas L de Gentzen. La exposición
presentada en la primera etapa ha introducido ya es-quemas
para representar las situaciones inferenciales estudiadas, pero
estos esquemas hacían intervenir Únicamente enunciados que
sólo contenían un ob en el consecuente. Sin embargo, en ciertos
sistemas L, los enunciados pueden implicar un número cual-
quiera de obs en el consecuente. Es necesario, pues, generalizar,
de modo conveniente, los esquemas. Por otra parte, parece que
se ,puede utilizar, antes que la regla de eliminación, una regla
de introducción en el antecedente. He aquí cómo se presenta
la formalización de la implicación en los sistemas L, en general.
Los enunciados de un sistema L son las expresiones de la
forma (1) X 1- B, o de la forma (2) X 1- Y. En estas expresiones
X e Y representan series de obs (es decir, según la interpreta-
ción expuesta más arriba, proposiciones que corresponden a
enunciados del sistema subyacente), y B es un ob particular.
Se puede interpretar un enunciado del tipo (1) diciendo: B es
una consecuencia de las hipótesis que forman la serie X. Ello
significa que B es el nudo final de un árbol deductivo, cuya<;
únicas premisas (nudos iniciales) pertinentes (es decir, aquellas
que no han sido suprimidas a lo largo del camino), son las hipó-
tesis que forman la serie X. E, incluso, que B, considerado
como enunciado del sistema subyacente S, es derivable -en
un sistema formal- añadiendo la serie X de hipótesis a título
de axiomas, a los axiomas del propio sistema S. Para que ello
ocurra, es necesario que, o bien B pertenezca a la serie X,
o bien B sea un axioma de S, o bien que B sea un enun-
ciado elemental, que X contenga las proposiciones elementales
Ai, A2 , ... , A,., y que B sea derivable de estas proposiciones
mediante reglas de deducción de S. Consideremos ahora, el caso
de un enunciado del tipo (2). Supongamos que Y sea una serie
formada por los obs Bi, B2 , •.. , B... Se puede interpretar un
enunciado del tipo (2), en que esta situación se realice, dicien-
do: el enunciado complejo B1 v B2 v ... B,, es una consecuencia
de las hipótesis que constituyen la serie X. Llamaremos a un
sistema cuyos enunciados son del tipo (1) "sistema singular" y

33
2. LA EXPLICACIÓN
a un sistema cuyos enunciados son del tipo (2) "sistema múl-
tiple".
Estos sistemas llevan consigo, para la implicación, una re-
gla de introducción en el consecuente y una regla de intro-
ducción en el antecedente.
En un sistema singular la regla de introducción, en el con-
secuente, es como sigue:

X,A1-B
X1-A:JB

En un sistema múltiple, esta regla se presenta como sigue:

X, A1-B, Z
X1-A :J B, Z

(Esta regla, como se ha visto, corresponde al teorema de la de-


ducción.)
Por lo que se refiere a la regla de introducción en el ante-
cedente, podemos expresarla como sigue: si, bajo ciertas hipó-
tesis X, el enunciado A ha sido demostrado, y si, bajo las mismas
hipótesis, tenemos una derivación que conduce de B a C, en-
tonces, bajo las hipótesis X, se puede derivar C de A :J B.
Corresponde, en suma, a la regla introducida más arriba de
eliminación de la implicación en un consecuente (modus po-
nens ). El modus ponens nos dice, en efecto, que bajo la hipó-
tesis A se puede derivar B, a condición de que A :J B haya
sido ya demostrado. Dicho de otro modo, si A está demostrado,
se puede demostrar B bajo la hipótesis A :J B. La regla de
introducción en el antecedente nos da como premisas: bajo las
hipótesis X, A ha sido demostrado, y tenemos una derivación
que conduce de B a C. El modus ponens nos permite, pues,
decir: bajo las hipótesis X, se puede demostrar B a partir de
la hipótesis A ::J B. Colocando esta derivación de B sobre la
gue conduce de B a C, obtenemos una derivación de C a partir
de A ::J B, siempre, por supuesto, bajo las hipótesis X. Esto
es exactamente lo que afirma, en conclusión, la regla de intro-
ducción en el antecedente. En sentido inverso, esta regla de
introducción nos autoriza a decir, reemplazando C por B: si,
bajo las hipótesis el enunciado A ha sido demostrado, y si bajo
las mismas hipótesis, tenemos una derivación que conduce de

34
B a B, entonces, bajo las hipótesis X, se puede derivar B
de A :::i B. Por otra parte, si tenemos una demostración de
A :::i B, a partir de las hipótesis X, entonces, bajo estas hipó-
tesis, se puede derivar B de la sola proposición A, escribiendo
la derivación de A :::i B sobre la que conduce de A :::i B a B.
Y es precisamente esto lo que afirma el modus ponens.
En un sistema singular, la regla de introducción en el ante-
cedente, se presentará como sigue:
XI-A X, B1-C
X,A::JBl-C
En un sistema múltiple esta regla se presentará como sigue:
X 1- A, Z X, B 1- C, Z
X, A :::i B1-C, Z
Podemos completar estas reglas con la regla de Peirce. Como
hemos visto ya, en un sistema singular esta regla se presenta
como sigue:
X,A:::iB1-A
X1-A
En un sistema múltiple, se presenta como sigue:
X, A:::iB1-A, Z
X1-A, Z
Tomando únicamente las dos reglas de introducción para un
sistema singular, se obtienen las propiedades de la implica-
ción de la lógica proposicional absoluta. Añadiendo la regla
de Peirce, se obtienen las propiedades de la implicación de la
lógica proposicional clásica. Al contrario, en un sistema múlti-
ple, la reg1a de Peirce es redundante. Dicho de otro modo, en
un sistema tal, las dos reglas de introducción bastan para dar
las propiedades de la implicación.

Análisis de "la negación


Completemos este análisis de la teoría de la implicación,
con algunas indicaciones sobre la negación. 5 M. Curry, propone
5. Acerca de la negación, véase Foundations of Mathematical Logic,
cap. 6, pp. 254-310.

35
dos interpretaciones para la negación: la absurdidad y la refu-
tabilidad.
La primera de estas interpretaciones, es la que corresponde
a la negación intuicionista. Un enunciado es absurdo, si, aña-
diéndolo a un sistema S no contradictorio, se obtiene un sis-
tema S' contradictorio. Dicho de otra manera: si se añade un
enunciado absurdo a un sistema no contradictorio, se obtiene
un sistema del que no importa qué enunciado pueda derivarse.
La segunda interpretación, se basa en la noción de refuta-
ción, que es un sentido, simétrica de la demostración. Si se
dispone ya de la negación, podemos decir que un enunciado
es refutable cuando su negación es demostrable. Pero se trata
aquí de explicar la noción de refutabiiidad sin recurrir a la
noción de negación (que se trata precisamente de interpretar).
Se introducen para ello, enunciados elementales que harán el
papel de contraaxiomas, y que podemos interpretar como enun-
ciados no aceptables. Se puede entonces definir la refutabilidad
mediante las especificaciones siguientes: todo contraaxioma es
refutable, y todo enunciado del que se pueda derivar un enun-
ciado refutable, es asimismo refutable .
.i'ara representar formalmente la negación-absurdidad, se
introduce un enunciado F que actuará como enunciado absurdo
de referencia, y cuya interpretación es la siguiente: si se añade
el enunciado F a un sistema no contradictorio, este sistema se
convierte en contradictorio. El sentido del enunciado F viene
dado por medio del esquema siguiente (esquema de la absur-
didad):
X1-F
X1-A

Este esquema que pertenece al sistema L, significa: si, bajo


las hipótesis X, se puede derivar, en el sistema subyacente S, el
enunciado F, entonces, bajo las mismas hipótesis, se puede
derivar en este sistema, no importa cuál enunciado A. La ne-
gación-absurdidad se introduce entonces por vía de definición:

(DN)---, A= por definición A ::J F.

Utilizando esta definición y la regla de la introducción de la


implicación en el consiguiente, se obtiene una regla de intro-
ducción de la negación en el consecuente:

36
X,A1-F
X1-1A
Y utilizando la misma definición y la regla de introducción de
la implicación en el antecedente, se obtiene una regla de intro-
ducción de la negación en el antecedente:
X1-A
X, -,Ar-F
(Se ha utilizado de modo sobreentendido la premisa: X, F 1- F.)
La negación así interpretada es la negación intuicionista o
absurdidad simple. Como se ha visto, su sentido está dado por
el esquema de la absurdidad y la definición (DN) anterior-
mente citada.
Para representar formalmente la negación-refutabilidad, se
introducen ciertos enunciados a título de contraaxiomas. Sien-
do, para un sistema subyacente S dado, Fi, F 2 , ... , Fn. estos
enunciados. En el sistema L, tendremos enunciados corres-
pondientes:
(i = 1, 2, ... , n)
Estos enunciados significan: los contraaxiomas son refutables
en un sentido absoluto, es decir, sin ninguna presuposición.
Y por otra parte tendremos, siempre en el sistema L, esquemas
señalando que todo enunciado del cual pueda derivarse un
contraaxioma es refutable (esquemas de refutabilidad):
X, A1-Fi
X 1--, A (i = 1, 2, .. ., n)
La negación así obtenida, es la negación minimal de Johansson,
o refutabilidad simple.
Si se introduce, en el sistema L, como más arriba, el oh F,
que corresponde a un enunciado absurdo de referencia, se po-
drá fijar el sentido de los contraaxiomas por medio de los esque-
mas siguientes:
X1-F.
X1-F (i = 1, 2, .. ., n)

Llamemos a estos esquemas: esquemas para contraaxiomas.


Podemos entonces definir la negación minimal, bien mediante

37
estos esquemas y la definición {DN) indicada más arriba, bien
mediante estos esquemas y dos esquemas más para la introduc-
ción de la negación, igualmente indicados más arriba. En total
disponemos de tres procedimientos distintos para fijar el sentido
de la negación minimal.
Para obtener la negación clásica, se debe añadir a las pro-
piedades de la negación intuicionista (absurdidad simple), el
principio del tercero excluido. Podemos formular este principio,
en el ienguaje de los sistemas L, diciendo que un antecedente
del tipo A v 1 A, puede ser eliminado en una derivación. El
sentido de la disyunción desde el punto de vista inferencial es,
en efecto, el siguiente: si, en un árbol deductivo, tenemos el
enunciado A e igualmente el enunciado B, entonces se puede
introducir el nudo A v B. Esta situación puede describirse me-
diante un esquema apropiado que permite introducir la dis-
yunción. Supongamos que un enunciado B sea derivable con
la ayuda del enunciado A v 1 A. Ello significa que, bajo cier-
tas presuposiciones X, B puede ser deducido a partir de este
enunciado. Pero este mismo enunciado no ha podido ser intro-
ducido en el árbol deductivo que conduce a B excepto cuando
los enunciados A y 1 A habían sido ya introducidos de ante-
mano en este árbol. Ya que, en lugar de decir que B es deri-
vable del enunciado A v 1 A, bajo ciertas presuposiciones, se
puede decir que B es derivable al mismo tiempo de A y de
1 A, bajo las mismas presuposiciones. Y en lugar de decir
que el tercero excluido puede ser siempre eliminado de un ante-
cedente, es decir, de las premisas de una derivación, se puede
decir que si un enunciado B puede ser derivado a la vez de A
y de 1 A, bajo ciertas presuposiciones, puede ser derivado de
estas presuposiciones solas. Pero admitir que el tercero excluido
es siempre eliminable, es evidentemente admitir que es absolu-
tamente válido, sin presuposición, o dicho de otro modo, que
es un teorema. En la derivación de B figuran las presuposicio-
nes X y A v -, A. Si se coloca debajo de este último enunciado
su derivación, que, en nuestra hipótesis, no depende más que
de axiomas del sistema, se obtiene una derivación de B que
no depende más que de presuposiciones X y de axiomas. Esto
podrá expresarse por medio del esquema siguiente (esquema
del tercero excluido):
X, Ar-B X, 1Af-B
Xr-B

38
Añadiendo el esquema del tercero excluido respectivamente
a la refutabilidad simple y a la absurdidad simple, obtenemos
respectivamente, la refutabilidad completa y la absurdidad com-
pleta, que es la negación clásica. Por otro lado, añadiendo la
regla de Peirce a la refutabilidad simple, se obtiene una forma
de negación que podemos llamar refutabilidad clásica.
Desembocamos pues finalmente en cinco sistemas L, que
corresponden a cinco formas de negación diferentes. Podemos,
siguiendo a M. Curry, presentarlas como sigue. 6
La forma más débil de negación es la negación minimal o
refutabilidad simple. Está formalizada en el sistema LM. Este
sistema se obtiene añadiendo a la lógica proposicional absoluta
los esquemas para contraaxiomas y la definición (DN), o bien
añadiéndole los esquemas para contraaxiomas y los esquemas
para la introducción de la negación. (Si se introduce la defini-
ción (DN), como ya se ha hecho notar más arriba a propósi-
to de la negación-absurdidad, los esquemas para la introducción
de la negación se transforman simplemente en casos particu-
lares de esquemas para la introducción de la implicación, dota-
dos de la Iógica proposicional absoluta.)
Añadiendo al sistema LM el esquema de la absurdidad, se
obtiene el sistema LJ, que suministra una formalización de la
negación intuicionista o absurdidad simple.
Añadiendo al sistema LM el esquema del tercero excluido,
se obtiene el sistema LD, que da una formalización de la refu-
tación completa o negación estricta.
Añadiendo al sistema LM la regla de Peirce, se obtiene un
sistema LE, que contiene una formalización de la refutabilidad
clásica. Como se ha visto, la regla de Peirce enriquece la noción
de implicación tal como viene dada por las dos reglas de intro-
ducción del operador de implicación. Mediante la intervención
de la de:Snición (DN), ésta enriquece de modo correspondiente
la noción de negación minimal. Se puede naturalmente obtener
el sistema LE añadiendo directamente a la lógica clásica de
implicación, los esquemas para contraaxiomas y la definición
(DN). El sistema LE contiene al sistema LD, pues la regla de
Peirce permite obtener, por medio de la definición (DN), el
· esquema del tercero excluido.

6. Fottndations of Mathematical Logic, p. 261. Nos limitamos a los


sistemas singulares. Existen, naturalmente, sistemas múltiples correspon-
dientes.

39
Por fin, añadiendo al sistema L J el esquema del tercero ex-
cluido, se obtiene el sistema LK, que da una formalizaci6n de
la absurdidad completa o negaci6n clásica. El sistema LK, es
pues al sistema LJ, como el sistema LD es al sistema LM. Se
puede obtener naturalmente también LK añadiendo el esquema
de la absurdidad (característica de LJ) al sistema LD (que con-
tiene el tercero excluido). El sistema LK representa pues al
sistema LD, lo que el sistema LJ al sistema LM. Se puede, así,
obtener LK añadiendo directamente a la lógica clásica de la
implicaci6n los esquemas para contraaxiomas, la definici6n (DN)
y el esquema de la absurdidad.

La explicación en el cuadro de la lógica de la deducción


natural
Vemos en estos dos ejemplos que, en ~l marco de los siste-
mas de deducción natural, el sentido de las ope:raciones lógicas
elementales viene dado mediante reglas, formuladas bajo for-
ma de esquemas de deducci6n. Estas propias reglas describen
situaciones inferenciales. :Éstas son las situaciones que son toma-
das como hilos conductores de la interpretación. Pero los dis-
tintos sistemas considerados permiten formalizar las interpre-
taciones así propuestas: las motivaciones, sacadas del examen
de las situaciones inferenciales, se olvidan y el sentido de las
operaciones estudiadas viene determinado completamente por
el modo de funcionamiento de las reglas impuestas.
¿En qué nos basamos para decir que existe explicación en
todo esto? En que las regfas de los sistemas de deducción na-
tural indican de modo explícito el modo de actuación de las
operaciones lógicas elementales en las derivaciones (relativas
a los enunciados del sistema subyacente). Más precisamente,
estas reglas prescriben el modo en que los signos de operación
lógica pueden ser bien introducidos, bien suprimidos en una
derivación. El modo de formulación de las reglas, está justi:6-
cado por las consideraciones previas relativas a las relaciom
de derivabilidad que existen entre los enunciados del sistema
subyacente estudiado. Desde un punto de vista estrictamente
formal, se pueden utilizar los sistemas de deducción natural sin
por ello deber de ocuparse de estas justificaciones. Pero esto,
no es más que un modo de ficción provisional ya que en rea-
lidad las reglas remiten a relaciones de derivabilidad, y <le ahí
su poder explicativo. Así, se explica el sentido de la implicación,

40
describiendo las condiciones en las cuales un operador de im-
plicación puede inh·oducirse en una deducción. Como se ha
visto, una vez dadas estas condiciones, se puede, por método
de inversión, determinar las condiciones en las cuales un ope-
rador tal puede ser eliminado. Lo que se caracteriza de este
modo, en definitiva, es la función que puede desempeñar el
operador de implicación en una derivación.
Como se ve, la explicación consiste en situar al operador
en un cierto contexto, en mostrar cuál es su papel en este con-
texto. Pero el contexto invocado no es el del enunciado en el
que figura el operador, sino el de los encadenamientos posibles
entre enunciados, más exactamente, encadenamientos conser-
vadores que intervienen en las deducciones. (Si recorremos una
deducción correcta, yendo de las premisas hacia la conclusión,
constatamos que la verdad se conserva: si las premisas son
verdaderas, la conclusión es asimismo verdadera. Y si se recorre
una deducción en sentido inverso, constatamos que la falsedad
se conserva: si la conclusión es falsa, la conjunción de las pre-
misas debe ser falsa.) Ello presupone evidentemente una tema-
tización de la derivación en cuanto tal: debemos poder consi-
derar la derivación como un objeto sui generis, abstracción he-
cha de la significación particular de los enunciados que con-
tiene. Desde este punto de vista, la teoría de la implicación tal
como la desarrolla la lógica de la deducción natural es bien
diferente de la teoría de "implicación" ( entailment), que intenta
obtener una representación adecuada de los enunciados de
forma condicional del lenguaje ordinario. (Del tipo: Si A, en-
tonces B. O: A implica B.) Tales enunciados, en efecto, expre-
san un cierto vínculo entre los contenidos de Ios enunciados
elementales que contienen. Precisamente es este vínculo el que
se trata de explicitar. Ciertos enunciados complejos que serían
admisibles en una teoría de la implicación propiamente dicha
(implicación material) no parecen poder ser admitidos en una
teoría de la implicación. (Así ocurre en los enunciados del tipo
A :J (B :J B) y del tipo A :J (B :J A).)
El punto de vista adoptado implica igualmente que se haga
abstracción de los valores de verdad de los enunciados. No inte-
resa de ningún modo saber si, de hecho, las premisas o la
conclusión de una demostración son verdaderas, sino única-
mente en las condiciones de transmisión de la verdad (eventual)
o de la falsedad (eventual). La única condición impuesta a una
derivación, lo es de modo hipotético: si las premisas son verda-

41
deras, la conclusión debe ser verdadera. Resulta además, que
si una conclusión es falsa, una de las premisas por lo menos
(y por tanto el conjunto de las premisas) debe ser falso. Los
sistemas de deducción natural mismos no sitúan en lugar privi-
legiado a los enunciados del sistema subyacente que, en este
sistema, actúan como axiomas (y son pues, considerados, en
el marco del sistema, como válidos). Se ocupan esencialmente
del vínculo inferencial que puede existir entre ciertos enun-
ciados, admitidos a título de presupuestos, y otros enunciados,
que pueden ser deducidos de los precedentes. Los presupuestos
pueden ser enunciados cualesquiera. Un enunciado que pudiera
ser deducido únicamente a partir de los axiomas, sería consi-
derado como establecido sin presupuesto. Pero ése no es más
que un caso particular, representado en los sistemas L, por un
enunciado con antecedente vacío. La teoría es formulada de
modo que tenga en cuenta, con toda amplitud, la presencia de
presupuestos eventuales, de los cuales no se sabría decir de!
todo si son teoremas o no (si deben ser considerados .como
válidos en el sistema o no).
Lo esencial del camino explicativo consiste pues, en aislar
la relación de deductibilidad y en definir así un contexto propia-
mente formal en relación al cual será fijado el sentido de las
operaciones lógicas. Este procedimiento abstractivo hace posible
la reducción de cualquier proceso de demostración a pasos ele-
mentales, y a especies de átomos de demostración. En sentido
inverso, naturalmente, el método permite reconstruir cualquier
demostración, por compleja que sea, a partir de pasos de tipo
atómico. Hecho notable, pues parece que es posible dotar a
cualquier demostración, de una forma puramente constructiva,
en el sentido esh·icto del término, es decir, de reducir toda
demostración a una serie de etapas, en que cada una consiste
en la introducción de una operación lógica elemental. 7 :Ése es
uno de los resultados más importantes de la teoría elaborada
por Gentzen. Cada átomo de demostración, trae consigo, pues,
una contribución positiva que debe considerarse al mismo tiem-
po como contribución a la demostración global, y como contri-

7. Es necesario precisar, sin embargo, que las lógicas de deducción


natural comprenden igualmente las reglas llamadas de estructura, las
cuales no introducen ninguna operación pero rehacen las series presentes
en las premisas (por ejemplo, eliminando un oh repetido dos veces). Todo
lo que sigue debe ser, pues, entendido con la reserva de que ciertas etapas
de demostración pueden consistir en simples reajustes de las premisas.

42
bución a la constitución del enunciado que se trata de demos-
trar. Dicho de otro modo, la demosh·ación de un enunciado
puede considerarse como la construcción progresiva de este
enunciado. Un enunciado no elemental, se forma a partir de
enunciados elementales, por medio de operaciones lógicas. Estas
operaciones pueden superponerse. Para construir un enunciado
(no elemental), hace falta pues, introducir sucesivamente, en el
orden que interesa, las operaciones lógicas que intervienen en
él. Las reglas de los sistemas de deducción natural son de tal
modo, que toda aplicación de una de ellas, de la cual toda
etapa elemental de demostración, consiste precisamente en hacer
aparecer un operador nuevo en el enunciado en vía de cons-
trucción. Los sistemas de deducción natural establecen pues así,
mediante sus reglas, el sentido de las operaciones lógicas indi-
cando, al mismo tiempo, el modo en que estas operaciones
pueden contribuir a la construcción de un enunciado complejo
y el modo en que intervienen en la demostración de este enun-
ciado. La capacidad de estos sistemas para formalizar las situa-
ciones inferenciales, es lo que confiere este poder doblemente
explicativo.

La lógica combinatoria y las paradojas

La parado¡a de Russell

Pasemos ahora al análisis de las paradojas, tal como lo pro~


pone la lógica combinat01ia. 8
Partimos de un examen de la paradoja de Russell. Consi-
deremos una cierta familia de propiedades y designemos por f
una propiedad cualquiera de esta familia; f tendrá, pues, un
papel variable. Designemos por otro lado, por F la propiedad
de las propiedades f definida como sigue:

F(f) = por definición -, f(f)

Es pues la propiedad, para una propiedad f, de no poderse


aplicar a sí misma. Si consideramos F como perteneciente de

8. Especialmente para lo que sigue, véase H. B. CURRY y RonERT


FEYS, Combinatory Logic, vol. l, Amsterdam, North Holland Publishing
Co., 1958. Acerca de la paradoja de Russell, véase pp. 4-5 y 258-260.

43
nuestra familia, podemos sustituir F por f en la expresi6n ante-
riormente mencionada, y obtenemos:

F(F) = -, F(F)

Lo cual se puede leer: el hecho, para F, de pertenecerse, equi-


vale al hecho, para F, de no pertenecerse. O incluso: la condi-
ci6n necesaria y suficiente para que F sea válido para F, es
que F no sea válido para F. Si admitimos que la expresi6n F(F)
puede considerarse como proposición, nos encontramos ante una
proposición que sólo es verdadera cuando es falsa y recíproca-
mente, que es, pues, verdadera y falsa al mismo tiempo nece-
sariamente.
Podemos eliminar la paradoja diciendo que la proposici6n F
se halla desprovista de significado. El punto de vista de la teo-
ría de los tipos, es quien prohíbe la formación de la expre-
sión f(f). Podemos decir asimismo que la propiedad F no puede
considerarse como perteneciente al campo de variaci6n de la
variable f y no puede por lo tanto ser sustituida por esta va-
riable. Pero también podemos verlo desde otro punto de vista,
el de la lógica combinatoria, que permite dar sentido, tanto
a la expresión F, como a la expresión F(F). La lógica combi-
natoria elabora un sistema que responde a una condición de
adecuaci6n, formulada en el principio siguiente, que M. Curry
llama principio de completud combinatoria: "Toda funci6n que
se puede definir intuitivamente por medio de una variable, pue-
de ser representada formalmente bajo modos de una entidad
del sistema". 9 En un sistema de este tipo, las expresiones F y
F(F) son legítimas. Pero esta última expresión no podemos
considerarla como proposición, de tal modo que la paradoja
no aparece.
De modo general, resulta de todo esto, que el análisis de
las paradojas debe incluir dos aspectos, que corresponden a dos
problemas bien distintos:
Primero: se trata de entrada de poner en evidencia el meca-
nismo que conduce a la formación de expresiones parad6jicas.
Segundo: se trata a continuación de dar un estatuto preciso
a la categoría de las proposiciones, y de ahí, elaborar un mé-
todo general que permita repartir las expresiones admisibles
en diferentes categorías.

9. Combinatory Logic, p. 5.

44
El punto de vista de la lógica combinatoria
M. Curry ha señalado que el primer problema puede ser
resuelto gracias a su lógica combinatoria, que es una teoría
lógica que permite el estudio de las propiedades de ciertas
entidades formales llamadas combinadores. Según la caracte-
rización facilitada por M. Curry, a título de primera indicación,
los combinadores son "operadores que representan combina-
ciones como funciones de las variables que contienen". 10 Se
puede dar de ello una representación bastante intuitiva utili-
zando la formulación propuesta por M. Church, en su lógica
de la conversión-A.
En esta lógica, se dispone de un operador, 'A, que actúa como
abstractor. Permite establecer una distinción clara entre una
función y el valor que toma esa función cuando se la aplica a
un argumento. Una notación tal como sen x es ambigua puesto
que puede servir bien, tanto para nombrar la función "seno",
como para designar el valor que toma esta función para el
argumento x. Pero una notación tal que ).x · sen x ya no es am-
bigua: representa la abstracción de la variable x en la expre-
sión sen x, y designa, así pues, la función "seno". Si queremos
obtener el valor de la función para un argumento dado, a, por
ejemplo, basta aplicar la expresión ).x ·sen x a este argumento:
(1.x ·sen x) a= sen a.
Podemos definir, mediante el operador 'A, ciertas operaciones
elementales que pueden ser descritas como funciones de las
variables sobre las cuales actúan. Así, la operación identidad,
puede ser definida como una función que aplicada a un argu-
mento, lo reproduce. En términos de la teoría del operador ).
podemos representarla mediante la expresión ).x · x. Tenemos,
pues: (1.x · x) y= y.
Podríamos representar también esta operación mediante el
combinador I, definido por su modo de acción sobre un argu-
mento: Iy =y.
Otro ejemplo simple es el del permutador elemental, ope-
ración que consiste en invertir el orden de los argumentos de
una función. Utilizando el operador )., podremos representarlo
mediante la expresión l.fxy · fyx.
Tenemos pues: (1.fxy · fyx) fuv = fvu.

10. Combinatory Logic, p. 5.

45
También se puede representar esta operación por el combi-
nador C, definido en su modo de acción como sigue: Cfxy = fyx.
Otro operador importante es el compositor elemental, qut!
permite formar una función de función. Se puede representar
por la expresión ).fxy · f(xy).
Tenemos pues: ('>..fxy · f(xy)) fgz = f(gz).
También se le puede rel?resentar por el combinador B, defi-
nido por su modo de acción como sigue: Bfgx = f(gx).
Se utilizará también para lo que sigue el repetidor, que se
representa por el combinador W, definido como sigue: Wxy =
= xyy. El fin de la teoría de los combinadores, o lógica combi-
natoria, es estudiar las propiedades de los combinadores ele-
mentales, elaborar sistemas axiomáticos que permitan fijar el
sentido de ciertos combinadores de base por medio de axio-
mas y a continuación introducir los demás l?ºr vía de definición
explícita, y, por fin, estudiar las posibilidades de representación
de las nociones lógicas y matemáticas en el cuadro de tales
sistemas. (Así es pues, por ejemplo, como podemos formular
las teorías de las funciones recursivas mediante ciertos combi-
nadores.) La lógica combinatoria establece el marco apropiado
para el estudio de ciertos problemas lógicos fundamentales, y
en particular el problema de las paradojas.

El combinador paradójico
M. Curry ha señalado que en la formación de las expre-
siones paradójicas interviene un combinador para las propie-
dades extrañas, que llama combinador paradójico. Este combi-
nador llamado Y, se caracteriza esencialmente por la propiedad
siguiente: dado un ob X cualquiera (perteneciente a la teoría
de los combinadores), existe un ob Z tal que YX = Z = :XZ.
Supongamos que existe, en la teoría, un ob N que tiene el
papel de negación. Aplicándole el combinador Y obtenemos
un ob Z de tal forma que: YN = Z = NZ. Este ob Z es pues
equivalente a su propia negación. Es esta propiedad lo que
caracteriza la expresión F(F) en la paradoja de Russell. El com-
binador Y es en realidad una generalización del ob F, como
vamos a ver a continuación.
Utilizando el ob N, la propiedad F de la paradoja de Rus-
sell puede ser definida como sigue:

F(f) = Nf(f)
46
La expresión escrita a la derecha puede ser transformada
gracias a los combinadores B y W:

Nf(f) = N(ff)
=BNff
=W(BN)f

Se ve pues que F puede ser definido bajo la forma de una


combinación: F = W(BN).
A partir de esta definición se obtiene inmediatamente la pro-
piedad paradójica de F:

FF = W(BN)F = BNFF = N(FF)

· Podemos escribir esta expresión de otra forma utilizando el


combinador S, definido como sigue:

Sfgx = fx(gx)

El combinador B nos permite suprimir los paréntesis que


intervienen en la definición de F:

F = W(BN) = BWBN
Entonces:
FF = BWBN (BWBN)
= S(BWB) (BWB)N
=WS(BWB)N

Esto nos indica que la formación de la paradoja es debida a


la intervención de la combinación que precede al N. De ahí, la
idea de introducir un combinador que vendrá definido por esta
combinación. Es el combinador Y del cual se acaba de tratar.
Se da como definición:

Y=WS(BWB)

Este combinador cumple la propiedad anunciada más arriba.


Aplicando Y a N, se encuentra:

YN = WS(BWB)N = FF = BNFF = N(FF)

47
De modo general, aplicando Y a un ob X cualquiera, se obtiene:
YX = WS(BWB)X
= S(BWB) (BWB)X
= BWBX (BWBX)
Igualando esta última expresión a Z, se encuentra:
YX=Z=XZ

La presencia del combinador Y hace contradictorio todo


sistema que satisfaga las condiciones muy generales que van
a ser enunciadas. Si un tal sistema contiene a Y, se podrá deri-
var no importa cuál proposición.
Sea S un sistema deductivo en el cual se encuentra forma-
lizada una teoría de los combinadores. Los enunciados de este
sistema se han formado aplicando el predicado de aserción a
un oh convenientemente formado. Suponemos que este sistema
contiene un combinador P, que desempeña un papel corres-
pondiente al de un operador de implicación. Podemos, por lo
demás, introducir expiícitamente este operador, bajo su forma
habitual, mediante la definición siguiente:
X~ Y=PXY

Se admite que el sistema contenga el modus ponens, bajo la


forma:
Si 1--- PXY y 1--- X, entonces 1--- y

Se ha admitido por otra parte, que contiene los dos axiomas


siguientes para el operador de implicación:
1---X~X
y 1--- [X ~ (X ~ Y)] ~ (X ~ Y)
Sea X ur ob cualquiera del sistema. Si éste contiene al com-
binador Y, entonces, el enunciado 1--- X es derivable.
Tengamos:
N =[y] ·y~ X y Z=YN 11

11. En la definici6n de N, la expresi6n [y] es un abstractor. Se


podría escribir )..y · y ~ X.

48
Por la propiedad de Y:

YN=NYN
y por tanto,
Z=NZ

Por la definición de N:

Dicho esto, obtenemos una deducción de 1- X como la que


sigue:

· 1- Z ~ Z por el primer axioma de la implicación,


1- Z ~ (Z ~
X) pues Z = Z ~ X,
1- Z ~ X por el modus ponens aplicado al segundo axio-
ma para la implicación y el enunciado prece-
dente,
1-Z pues - Z = Z ~ X,
1-X por el modus ponens aplicado a los enunciados pre-
cedentes.

Si el sistema es combinatoriamente completo, debe conte-


ner al combinador Y. Si, por otra parte, contiene una teoría
de la implicación caracterizada por el modus ponens y los dos
axiomas arriba mencionados, las consideraciones precedentes
nos muestran que será contradictorio, si por lo menos se admite
que el modus ponens y los axiomas pueden aplicarse a obs
cualesquiera. Según el sentido del operador de implicación,
éste no puede aplicarse más que a expresiones con el estatuto
de proposiciones. Para evitar la contradicción, debemos preci-
sar que el modus ponens y los axiomas para la implicación no
pueden aplicarse más que a obs que posean el carácter de pro-
posición. Por ello, hay que especificar cuáles son los obs que
pueden ser considerados como proposiciones. Dicho de otro
modo, hay que de.finir la categoría de las proposiciones, y hay
que hacerlo de tal modo que el ob Z del razonamiento anterior,
es decir, YN, no pueda formar parte de esta categoría. Ello
nos conduce al segundo de los problemas mencionados ante-
riormente.

49
Las categorías y la teoría de la funcionalidad

M. Curry, ha aportado una solución a este problema de 1::-.s


categorías mediante su teoría de la funcionalidad, que permite
precisamente repartir los ohs de un sistema en categorías, y así,
en particular, especificar cuál es, en un sistema dado, la cate-
goría de las proposiciones. 12 Esta teoría implica categorías pri-
mitivas (por ejemplo una categoría correspondiente a las propo-
siciones, etc.), de los métodos de construcción que permiten
engendrar categorías complejas a partir de categorías primi-
tivas, axiomas que asignen los ohs elementales del sistema estu-
diado a las diversas categorías a las cuales pertenecen, y reglas
que permitan determinar la categoría de un oh complejo a
partir de las de los ohs elementales por los cuales está consti-
tuido.
La teoría introduce un oh primitivo, F, que permite repre-
sentar el carácter funcional de una expresión combinatoria, es
decir, el especificar cuál es el tipo de función representado por
una tal expresión. Supongamos que a y ~ sean unas catego-
rías determinadas. Diremos que una función cuyos argumentos
pertenezcan a la categoría a y cuyos valores pertenecen a la
categoría ~. que hace pasar pues de a a ~. tiene el carácter
funcional Fcc~. Ello significa que esta función pertenece de por
sí, a la categoría Fa~. El sentido de F, viene dado por la regla
siguiente: si una expresión f está en la categoría Fcc~, y si x
está en la categoría a, entonces fx está en la categoría ~·
Las categorías vienen representadas, en la teoría formalizada
de la funcionalidad, por ohs particulares llamados F-ohs. Se
dará la regla de construcción siguiente para los F-ohs: si a y ~
son unos F-ohs, Fa~ es tambien un F-oh. Los enunciados de
la teoría formalizada, son de la forma: 1- ccxX. Un tal enun-
ciado signHica: el oh X pertenece a la categoría a.
La regla dada más arriba, para F, puede ser formalizada
como sigue:

Si 1-Fxyz
y 1-XU
entonces 1-Y(ZU)

12. Véase sobre este tema Combinatory Logic, cap. 8, pp. 262-266.

50
Se podrá especificar el carácter funcional de los combina·
dores por medio de enunciados apropiados de la teoría. Así,
para el combinador de identidad, tendremos:
f- F1X1XI, donde IX es una categoría cualquiera. Este enun-
ciado expresa que el combinador I, aplicado a un ob de la cate-
goría IX, da un ob de la misma categoría. Si introducimos como
categorías primitivas la catejoría J (individuos) y la categoría H
(proposiciones), se pueden fácilmente construir las categorías
complejas correspondientes a los distintos tipos de objetos que
pueden intervenir en una teoría lógica. Por ejemplo FJJ será
la categoría de la función de individuos (por ejemplo "ser el
doble de"), FJH será la categoría de las propiedades de indi-
viduos (por ejemplo la propiedad definida por "el hecho de
ser un cuadrado"), FHH será la categoría de los conectadores
lógicos de un argumento (como la negación), FH (FHH) será
la categoría de los conectadores lógicos de dos argumentos (como
la imp1icación), y así sucesivamente.
La teoría formalizada de la funcionalidad brinda una carac-
terización de las categorías bajo una base axiomática. Introduce
ciertos enunciados (del tipo indicado más arriba) como axio-
mas, y por otra parte, ciertas reglas (por ejemplo la regla para
el ob F mencionado anteriormente). Los axiomas dan el carác-
ter funcional de ciertos combinadores elementales. La teoría
permite, entonces, obtener por vía de derivación, los caracte-
res funcionales de otros combinadores, cualquiera que sea su
grado de complejidad. En el marco de una teoría tal, la cate-
goría asignada al ob YN no es la de las proposiciones. La for-
mación de paradojas se evita entonces por la estipulación que
prescribe que el modus ponens y los axiomas para la implica-
ción no pueden aplicarse más que a obs que pertenezcan a la
categoría de las proposiciones .

. La explicación en el marco de la lógica combinatoria


Se ve pues que la explicación de las paradojas, en el marco
de la lógica combinatoria, se efectúa en dos etapas. La primera
etapa consiste en poner al día los mecanismos responsables de
la formación de las paradojas. Como se ha visto, lo que es esen-
cial, es por una parte la posibilidad de aplicar un oh a sí mis-
mo (es lo que permite formar la expresión FF) y por otra parte
la intervención del combinador paradójico. Ahora bien, la apli-
cación es una operación de tipo combinatorio, gracias a la cual

51
se pueden formar combinaciones complejas a partir de combi-
nadores elementales y es ella también quien permite explicar
las propiedades de los combinadores elementales. Por otra
parte, las propiedades del operador paradójico, y en particu-
lar, la que es responsable de la paraáoja, son en sí mismas de
naturaleza combinatoria. Se expresan b1jo forma de equivalen-
cias entre ciertas combinaciones.
La segunda etapa consiste en fijar de modo preciso la no-
ción de "categoría de expresiones". El medio utilizado es el de
la construcción de un formalismo apropiado. Este formalismo
se basa en axiomas y en reglas. Pero los axiomas usados deben
interpretarse en el fondo como reglas. Así, el sentido de un
enunciado de la forma ---l Fcrnl (que podría intervenir como
axioma), es que cuando se aplica el combinador I a un ob de
categoría a, se obtiene un oh de categoría ci. Más exactamente,
el sentido de un axioma viene dado por la aplicación de la
regla para F al enunciado que él constituye. A cada axioma
corresponde pues, una aplicación particular de esta regla.
En la primera etapa, tenemos en suma que enfrentarnos a
un proceso de desimplicación: se hace aparecer bajo forma ex-
plícita las operaciones que intervienen, de modo no directa-
mente visible, en la formación de expresiones paradójicas. Y en
la segunda etapa, debemos enfrentarnos a un proceso de tema-
tización: se constituye como objeto de estudio una propiedad
de las expresiones formales que está presente en los mecanis-
mos ordinarios de formación y de derivación, pero de una ma-
nera de algún modo tácita, sin que sea tenida en cuenta. Lo
que hay de común en los procesos, y lo que permite, además,
compararlos igualmente con los métodos de la deducción na-
tural, es el recurso mediante el operador. Parece que, en todos
estos procedimientos, es en definitiva la intervención de las
reglas, es decir, de las especificaciones que determinan el sen-
tido de ciertas operaciones, lo que es esclarecedor. Para precisar
el modo de actuación de la explicación en lógica, debemos pre-
cisar pues, qué es la práctica operatoria de la lógica.

52
La naturaleza de la explicación en lógica.
Papel y naturaleza de la forma

La práctica operatoria de la lógica

Para precisar en qué consiste el aspecto operatorio de la


lógica, tomemos de nuevo el ejemplo expuesto anteriormente: la
caracterización de la noción de proposición en la lógica combi-
natoria. Las proposiciones se presentan como obs pertenecientes
a una categoría bien determinada: su sentido viene determinado
por el modo en que interviene en las categorías complejas. Su
papel en estas categorías complejas, viene especificado por la
reg~a para el operador de funcionalidad F. Es petes en defini-
tiva el funcionamiento de esta regla el que permite comprender
lo que son las proposiciones, el modo en que se diferencian de
las otras categorías de expresiones y también, el modo en que
intervienen en la determinación del carácter funcional de las
otras expresiones. Ahora bien, existe en esta regla, como en
toda otra regla, un doble aspecto: un aspecto textual y una
interpretación. Son necesarios los dos aspectos para que el
sentido de la regla sea especificado totalmente. El aspecto tex-
tual corresponde a los caracteres formales propiamente dichos,
de las operaciones a efectuar. Por ejemplo, si tenemos Fa~f y
ax, entonces se obtiene, por aplicación mecánica de la regla,
~(fx). Podemos manejar correctamente una regla sin pensar
en su significado y sin saber para qué sirve. Como una regla
debe poseer un carácter efectivo, una máquina sería capaz de
aplicarla. Existe, sin embargo, en el funcionamiento puramente
formal, una especie de acontecimiento que se produce y muestra
una cierta situación: en nuestro ejemplo, la aparición de la ex-
presión ~(fx), que muesh·a el modo en que se relacionan entre
sí los términos ~' f y x, que figuran en las premisas. Pero para
comprender verdaderamente la regla, debemos remitirnos a su
interpretación. En nuestro ejemplo, tendremos la interpretación
siguiente: si la función f es una función que hace pasar de la
categoría a a la categoría ~' entonces el resultado de la apli-
cación de esta función a un objeto de la categoría a es un ob-
jeto de la categoría ~· El sentido de la regla viene determinado
simultáneamente por los dos aspectos: es necesaria la interpre-
tación para comprender cuál es el alcance de las operaciones
formales, pero es necesario el aspecto formal para hacer com-

53
prender cuál es el sentido preciso de lo que ha sido afirmado
en la interpretación. Cada uno de estos aspectos es de algún
modo eficaz solamente por intervención del -otro.
Pero debemos reconocer que la unión entre estos dos aspec-
tos, que constituyen el carácter propio de la regla, no es evi-
dente, pues tiene un carácter sintético: el funcionamiento for-
mal no impone la interpretación y recíprocamente. Para ceñir
más la naturaleza de la práctica operatoria debemos intentar
precisar cómo se efectúa esta unión. Consiste en realidad en
una doble acción: por una parte, existe proyección de una
interpretación en una efectuación, en la materialidad de una
cierta transformación, y por otra parte, existe asunción de ella
en una interpretación, es decir, en un contexto de comprehen-
sión ya dado pero solamente de modo más o menos confuso.
La síntesis reafizada por y en la regla aparece así como la pues-
ta en comparación de dos horizontes, un horizonte de precom-
prehensión, que ofrece como un espacio de desarrollo a las
virtualidades de la noción a explicar (por ejemplo, la de la
proposición), y un horizonte de efectuación, que hace corres-
ponder a estas virtualidades un juego determinado de símbo-
los. Cada uno de estos horizontes está unido a prácticas deter-
minadas. El primero se constituye a partir de procesos que
ponen en práctica, de forma no temática, la noción considerada.
Por ejemplo, en el caso de la noción de proposición, debemos
enfrentarnos a todos los actos que, de un modo u otro, contie-
nen la comprehensión implícita de lo que es una proposición:
construcción o descomposición de proposiciones complejas, en-
cadenamiento de proposiciones en las demostraciones, etc. El
segundo horizonte se constituye a partir de procesos de natu-
rafeza material que aseguran la puesta en práctica algorítmica
de la regla: operaciones de concatenación, de sustitución, de
supresión, etc. Pero por los dos lados, volvemos a encontrar la
presencia de la forma y es aquí donde cabe buscar el elemento
común y mediador que asegura la síntesis. En el horizonte de
la precomprehensión, la forma es la del discurso. Lo que está
apuntado aquí, con conformidad a la idea directriz de la ló-
gica, es la aprehensión de lo que, en el discurso, es indepen-
diente de la naturaleza particular de los enunciados que están
encadenados, es pues la separación de la forma y del contenido.
En el horizonte de la efectuación, la forma es la de las manipu-
laciones simbólicas que son utilizadas. Lo que se apunta aquí,
es la aprehensión de la operación en tanto que tal, es pues la

54
separación de la operación y de su soporte tangible, de su pre-
sentificación concreta.

La forma l6gica
Pero si es así, cabe preguntarse cómo se hace el paso a la
forma, y cuál es, en delinitiva, la naturaleza de la forma. No
se puede, parece, caer en la cuenta de la emergencia de las
representaciones formales ni sirviéndose de la imagen de un
movimiento descendente, como si hubiera aprehensión intui-
tiva, o liberación por reflexión de una forma pura, y después
aplicación de ésta en un contenido que la volvería concreta-
mente aprehensible; ni sirviéndose de la imagen de un movi-
miento ascendente, como si hubiera depuración progresiva con-
ducente, por un mecanismo de abstracción, de los contenidos
concretos a las formas que envuelven. Es preciso más bien evo-
car la idea de construcción. La forma tal como interviene en
lógica, está elaborada en un continuo de operaciones de simpli-
ficación y de tematización que se pueden por otra parte recons-
truir perfectamente, etapa por etapa. Esta construcción está
motivada y orientada por la posición de ciertos problemas, por
la manera que éstos son analizados, por analogías que indican
vías de solución y por ejemplos que sugieren generalizaciones
eficaces. El paso, por ejemplo, de una teoría de los árboles
deductivos a una teoría enteramente formalizada de deducció:1
natural ilustra perfectamente este género de paso donde se
logra aislar cada vez mejor, a partir de un análisis aún relati-
vamente intuitivo (que da como anticipo una interpretación a
las representaciones formales por instaurar), lo que, en la idea
de demostración, realza verdaderamente la forma.
En cuanto a la naturaleza de la forma, se puede pensar, a
primera vista, tan sólo en tres hipótesis: o bien la forma es un
a priori del pensamiento, o bien es un a priori de constitución,
en el sentido de una realidad sui generis que dirige la mani-
festación de la realidad visible (como las "ideas" platónicas),
o bien es un a friori del lenguaje. Pero parece que la forma
lógica, que aqm nos ocupa, no puede explicarse por ninguna
de estas hipótesis. No es un a priori del pensamiento, en el sen-
tido, por ejemplo, de los conceptos trascendentales, porque,
siendo independiente de los contenidos empíricos, y por lo
tanto a priori en este sentido, está dotada de una variabilidad
y por consiguiente una especie de contingencia que no puede

55
pertenecer a condiciones verdaderamente trasceudeutales del
pensamiento. Las C0!1diciones que hacen posible el pensamiento
como tal son dadas de una vez por todas con la misma posibi-
lidad del pensamiento y no pueden prestarse a estas generali-
zaciones y a estas variaciones axiomáticas aparentemente sin
límite que hacen abrir cada día más el campo de la lógica.
Por las mismas razones, no se podrá identificar las formas ló-
~icas a ideas constituyentes: las condiciones de aparición de
lo real son dadas con ésta y no pueden constihlir un medio de
libre construcción. En fin, no podemos contentarnos en invocar
una teoría del lenguaje pues, si ciertas formas lógicas están
efectivamente subyacentes en el lenguaje, el dominio de la ló-
gica es en sí mismo mucho más extenso. Las formas que le per-
tenecen están caracterizadas esencialmente por su independen-
cia respecto a sus soportes. Las formas lingüísticas aparecen
a lo sumo como interpretaciones particulares de ciertas formas
lógicas. Hay que pensar éstas en su independencia y su gene-
ralidad.
Más bien que hacia una teoría del a priori, es hacia una
especie de teoría de la abstracción hacia donde es preciso,
parece, dirigirse. Pero es importante desde el principio separar
toda interpretación psicologizante. No se trata de explicar cómo
la comprehensión de las formas puede ser adquirida, lo que
constituye todo otro problema; se trata de explicar cuál es el
género de realidad que pertenece a la forma. Decir que la forma
es abstracta, es decir que no puede ser aprehendida más que
en un estado de separación. Lo que se ve claramente en el caso
de la relación: una relación es siempre una relación entre tér-
minos, pero, en tanto que relación, es independiente de los
términos que enlaza. Tan sólo, para captar la significación de
la relación, es preciso percibir cómo opera sobre sus términos,
cómo se aplica en sus argumentos. Es preciso, pues, que se
materialice en cierto modo para que llegue a ser visible, pero
no es ella misma más que en la supresión de todas sus mate-
rializaciones. Así, de manera general, la forma no se hace visi-
ble más que en los contextos en donde opera, pero no se mues-
tra a sí misma por lo que es más que poniéndose fuera de
todos estos contextos.
Se podría recordar aquí la célebre distinción de Wittgens-
tein entre el "decir" y el "mostrar". La relación, y de manera
más general la forma, no puede ser sobrevolada, mirada por
lo alto, representada en el seno de un discurso que la desplo-

56
maría. Debe ser mostrada, sin embargo, a la manera de un
objeto inerte, pero en su misma aparición, en el mismo acto
de separarse de su cuerpo de manifestación. Concretamente,
esto significa que no puede ser aprehendida más que en su fun-
cionamiento, lo que nos lleva a la idea de operación. Mostrar
una forma, es hacerla manifiesta como operación, es indicar
cómo actúa sobre los objetos a los cuales puede aplicarse. Estos
objetos juegan simplemente el papel de indeterminados; inter-
vienen no por lo que son en sí mismos, sino en tanto que sirven
de argumentos a la operación, en tanto que portadores de lo
que ésta efectúe. Es esto lo que aparece muy claro, por ejem-
plo, en el caso de la lógica combinatoria, sobre todo en la
formulación en términos abstractos, como en la lógica de la
conversión-).. Así el operador J..fxy · fyx es definido por su modo
de· acción sobre argumentos posibles; éstos deben intervenir
bien para que aparezca el sentido del operador, pero no tienen
otro papel más que el de servir de cierto modo de revelador.
Si es así, se comprende que debe haber, en la explicación
operatoria, los dos aspectos señalados más arriba, el mecanismo
concreto de la operación y su interpretación. El papel del meca-
nismo concreto, es el de dar un soporte a la forma. Como que
no tiene otra función que la de servir a la manifestación de
ésta, puede revestir una figura concreta cualquiera. En cuanto
a la interpretación, está encargada de hacer aparecer la ope-
ración en su mismo sentido, es decir, en tanto que es inde-
pendiente de su soporte. Propiamente hablando, donde la ope-
ración se muestra es en la relación de soporte al sentido. Es
en asta especie de intervalo que se sitúa la forma propiamente
hablando.

f_,a explicación en lógica. El ascenso hacia la forma


En definitiva, sobre la base de lo que precede, podemos
decir que la explicación en lógica consiste en disolver las situa-
ciones opacas a través de un análisis de tipo operatorio. Un tal
análisis hace captar lo que hay que comprender conduciendo
las efectuaciones complejas a efectuaciones elementales, que
tienen por virtud no mecanizar los pasos sino exhibir en una
figura concreta una relación operatoria que es por naturaleza
puramente formal y abstracta. La inteligibilidad está pues en
el sentido de la formalización creciente. Esta expresión ha de
ser entendida en sentido activo. No nos encontramos nunca en

57
presencia de una forma definitivamente establecida que se pu-
diera contemplar; nos encontramos en todo momento metidos
en un movimiento de subida hacia la forma. Lo que los ejem-
plos examinados más arriba demuestran, es que todo nivel de
formalización exige ser tematizado en un nivel ulterior, más
formal aún. No hay límite en la abstracción de la forma; la
lógica se encuentra como constituida por una llamada hacia una
depuración cada vez más perfecta.
La subida hacia la forma no tiene pues término asignable.
Es decir que la formalización y la comprehensión que propor-
ciona, se efectúan en un horizonte que abre un campo infinito
a las operaciones posibles y exige su dislocación progresiva.
Pero este horizonte no es dado de antemano y no podrá ser
tematizado. Está inmerso en las formas ya efectivamente cons-
truidas. Pero indica lo que, en ellas, es ya una llamada a una
formalización ulterior. El horizonte de la forma pura no es
otra cosa que la transgresión interna que se efectúa en todas
las formas concretas y que constituye el verdadero motor de
la investigación lógica.
La explicación ilustra en la medida en que se utiliza en este
horizonte, es decir, puesta en movimiento del paso formalizante.
Lo que es aclaratorio es la dinámica interna de la forma, su
automanifestación, en el dob_le aspecto de la manifestación con-
creta, terminada, y del exceso de sentido que apela como una
elevación indefinida del plano formal. Toda forma acabada en-
vuelve la posibilidad de profundizarla, incluye un abismo. En
tanto que acabada, es figura; en tanto que no cerrada sobre sí,
es infigurable. La relación de la figura al abismo es la misma
esencia de la forma; es por él que llega a ser a la vez origen
de inteligencia, exigencia innovadora y potencia invencible-
mente enigmática.

58
3
La explicación en matemáticas
Por Jean T. Desanti

Hablar de explicación en matemáticas puede ser paradójico,


si nos referimos al sentido usual de la palabra "explicación".
Parece que no exista en matemáticas, un campo de los fenó-
menos que concernieran a los pasos explicativos y las formas
habituales de la causalidad que no parecen ejercer en ellas
ninguna función. ].,as matemáticas se presentan como sistemas
de enunciados que, sólo re:6riéndose a ellos mismos no com-
portan en su seno, "datos" observables ni problemáticas experi-
mentales a las cuales se aplicarían los enunciados. (Referirse a
la mecánica racional, y es sabido que ha creado el modelo de
un concepto estricto -laplaciano- de causalidad, sería jugar
con las palabras: lo que las ecuaciones fundamentales de la
mecánica permiten "prever" no son teorías sino estados de mo-
vimiento.) Sin embargo, cuando hablamos de explicación en
matemáticas, o bien no queremos decir nada sensato, o bien
queremos producir un concepto de la explicación que sea efec-
tuable en el seno de los teoremas matemáticos y que se refiere
a sus enunciados.
El problema planteado pertenece, pues, al tipo "metateó-
rico". Se trata de dirigir el examen sobre cuerpos de proposi-
ciones de estatuto matemático y de investigar si, entre estas
proposiciones, hay algunas que ejercen, en relación a las otras,
una función, "explicativa".
Un problema de este tipo está lejos de ser artificial. Una
simple anécdota nos convencerá de ello.

59
Un amigo matemático me explicaba rt:c:ientemente su pri-
mera clase de geometría. La escena se sitúa a finales de los
años 30, en Francia, en un pequeño instituto de provincias, -en
el tercer curso, delante de alumnos cuya edad media era de
trece años. El profesor, después de decir que la geomeh·ía es
la ciencia que estudia y demuestra las propiedades de las figu-
ras en el espacio, expone que una figura se compone de "pun-
tos". Y para enseñar bien "de qué" están fabricadas estas fi-
guras, toma un trozo de tiza, lo aprieta fuertemente contra la
pizarra, hace aparecer un minúsculo círculo blanco y proclama:
"Mirad bien, he aquí un punto". Muy contentos ele ver un
"punto" los niños esperan con algún interés, indudablemente,
que se les dibujen otros y que les enseñen a construir estas
famosas figuras que, según les dice el profesor, están cons-
truidas con puntos. Es una espera razonable después de tal
punto de partida. Pero el profesor no lo ve de la misma manera.
Y se pone a pronunciar palabras exh·añas. "Ahora -prosigue-
voy a definiros lo que habéis visto. Fijaos bien en lo siguiente
y no lo olvidéis: un punto es lo que no implica ni anchura ni
longitud." En seguida, una nube de sorpresa y de consternación
invade la clase. Los dedos se levantan. "Pero profesor, ¿cómo
es que lo ha dibujado en la pizarra?" "¡Ah -exclama el pro-
fesor- es que en la pizarra no hay un verdadero punto." Es-
panto en el auditorio: "¿Qué es un verdadero punto?" Y las
preguntas se suceden: "¿Por qué? ¿Por qué?''. Aquí, al pare-
cer, el profesor se enfada: "¿Por qué? ¿Por qué qué? No hay
ni11gún porqué. Lo que les he dictado es la definición. ¿Oyen?
La de-fi-ni-ción. Una definición en matemáticas, se aprende y
se respeta, eso es todo". En seguida las cabezas se inclinan y
las plumas raspean prudentemente los cuadernos.
Los niños suponían ingenuamente que una definición no
puede caer del cielo y que debe existir algún derecho a procla-
mar lo que expone. El "lo", neutro cuya única determinación
era negativa (''lo que no implica ... "), les parecía con justicia,
inquietante. Tenían razón en no entender nada, ya que se pre-
tendía "definirles", lo que habían "visto", 1o cual era un absur-
do. Pero el profesor no queriendo justificar su derecho, practi-
caba el terrorismo. "Contra el terrorismo de las definiciones"
podría ser el acertado subtítulo de la exposición que va a seguir.

A continuación, y mediante algunas reflexiones menos anec-


dóticas, intentaremos desbrozar el significado específico que,

60
en el cuerpo de los enunciados matemáticos, toman las expre-
siones "campo de fenómenos" y "sistema de explicación".

Nuestras primeras reflexiones derivarán de la marcha mani-


festada por el desarrollo histórico de las matemáticas. Tomamos
aquí la palabra "desarrollo" sin ninguna malicia, simplemente
para significar que Arquímedes, por ejemplo, ha precedido a
füemann (lo cual no significa en absoluto que le ha engendrado)
y que la matemática de Riemann es más rica y más organizada
que la de Arquímedes (lo cual no significa en absoluto que sea
el desarrollo de "gérmenes" contenidos en la matemática e.le
Arquímedes). Desembarazada de estas metáforas botánicas, la
expresión "desarrollo" podrá tal vez ser aceptable.
Tomadas las cosas en bloque, es razonable (y habitual) dis-
tinguir en este desarrollo h·es niveles sucesivos. Un nivel pura-
mente operatorio que recubre todo lo esencial de la matemática
practicada por los antiguos egipcios y por los caldeos. Un nivel
de conceptualización analítica y de organización discursiva: la
matemática manifiesta el estatuto de una ciencia demostrativa
que despliega las propiedades de clases de objetos asentados
en su sustancia eterna, exigencias que, como se sabe, fueron
específicas de las matemáticas griegas. Y, finalmente, el nivel
(en el cual aún vivimos) de síntesis estructural: poner de mani-
fiesto desde la mitad del siglo XIX las estructuras fundamentales
(estructuras algebraicas, estructuras de orden, estructuras topo-
lógicas). Este movimiento se manifestó con toda su pureza desde
la creación de los conceptos cantorianos. Esta enumeración no
designa, propiamente hablando, unas "fases del desarrollo", sino
simples puntos localizadores que manifiestan el perfil tenden-
cial que caracteriza el "progreso" de las matemáticas.
En cada uno de estos niveles se ha empleado un modo
específico de justificación de los enunciados matemáticos.

. l. El primer nivel lo constituye un campo de racionalidad


en el cual se encadenan las modalidades operatorias de carácter
esencialmente métrico. El resultado obtenido por el encadena-
miento operatorio (designación de cierto "cuantum") no está,
en este caso, explicado. Sin embargo, está "justificado". La jus-
tificación se presenta aquí como un protocolo analítico que reen-

61
vía a un código explícito, capaz de convertirse en objeto de
aprendizaje: descomposición de las cadenas operatorias en seg-
mentos elementales; enunciado de las reglas que permiten com-
poner entre ellas estos segmentos, de tal manera que el resul-
tado obtenido reenvía, en todos los casos y de manera unívoca,
al uso de las reglas. LaJ·ustificación consiste aquí en mantener
y verificar en el resulta o la compatibilidad operatoria de los
gestos del "calculador". Los "problemas" se encuentran enton-
ces descompuestos en clases de problemas en los cuales cada
una está caracterizada por un problema típico: el tipo se
define por el modo de descomposición de segmentos elemen-
tales de las cadenas operatorias puestas en series para su for-
mulación. Es el modo de segmentación lo que diferencia en
este caso las especies de "problemas". Un enunciado matemá-
tico se presenta, pues, como un eslabón en una serie de ins-
trucciones cuyo objeto es obtener la segmentación conveniente
y el modo de composición requerido para la segmentación pro-
ducida. El enunciado decisivo es aquí la formulación del resul-
tado, que es el último elemento de esta cadena. La vía recu-
rrente, que tomamos del pasado de las ciencias, nos permite
designar lo que "falta" a esta matemática -un "falta" que sólo
existe para nosotros. Los campos de objetos no son tomados,
en ella, como temas -o, por lo menos, no son tomados como
temas matemáticos. No se disciernen ni despliegan explícita-
mente las formas lógicas del encadenamiento. Las series ope-
ratorias se autorrefuerzan y no reenvían más que al código que
las explicita. Es por eso por lo que no se puede decir que sea
producido aquí un modo de explicación del saber operatorio.

2. En el segundo nivel (el de la matemática griega), se hace


posible hablar de explicación. La demostración, en efecto, no
es un simple protocofo analítico que codifica el descubrimiento
y la reproducción de un resultado. Por una parte, su actuación
se refiere al sistema arquitectónico de los enunciados, y, fuera
de este sistema, no es posible. Desde este momento, tomamos
por tema el campo de los objetos específicos de la matemática
con el campo de propiedades que les convienen. Este campo
no es un simple ámbito operatorio, sino discursivo de enuncia-
dos posibles reglamentado en su punto de partida por la puesta
al dia de una región minimal con estructura lógica bien defi-
nida: región de hipótesis en la cual se encuentra presentado
y precisado el material a partir del cual se encadenan los enun-

62
ciados de propiedades de los objetos. Desde entonces cambia
Jel estatuto del concepto de problema: el concepto 'se complica.
En el nivel operatorio parece manifestar aún la antigua estruc-
tura: ¿mediante qué segmentación operatoria se puede obtener,
a partir de condiciones dadas, un resultado deseado (por ejem-
plo, ¿cómo obtener la duplicación del cubo?, ¿cómo obtener una
expresión del perímetro del círculo?, etc.)? Pero eso sólo es una
apariencia: la "segmentación" se opera a partir de condiciones
iniciales ya integradas en una cadena discursiva de la cual no
se pueden violar las leyes de compatibilidad. Dicho de otro
modo, el sistema de enunciados se convierte en objeto de una
manipulación operatoria realizada conforme a las reglas lógicas
que dirigen la compatibilidad del discurso. Por otra parte, los
entes matemáticos de los cuales los enunciados expresan las
propiedades, son planteados a partir de ahora como "esencias",
una definición explícita de las cuales precisa el contenido y, a
veces, el modo de construcción. La construcción misma se sitúa
completamente en el plano de la esencia. Las instrucciones
que permiten realizarla no son simplemente indicaciones de
gestos convenientemente ordenados. Estos gestos están toma-
dos y definidos en la trama del discurso lógico que encadena
los enunciados y delimita los entes posibles. En esta configura-
ción de la mathesis, conocer un objeto, es dar su razón (logon
didonai): es decir, exhibir, partiendo de hipótesis convenientes,
el encadenamiento reglamentado de los enunciados que permi-
ten desplegar las propiedades englobadas por la definición. Los
Elementos de Euclides, los grandes tratados de Arquímedes,
se hallan construidos según el orden de estas razones.
Podríamos decir entonces, en buena ley, que las cadenas
operatorias, los enunciados métricos, de que disponían los mate-
máticos egipcios y caldeos, encuentran, en la mathesis de los
griegos, el lugar de su "explicación". Y de hecho, se podría
aislar fácilmente en los Elementos las proposiciones que corri-
gen y precisan los resultados métricos ya escritos en las tabletas
caldeas. El camino explicativo consistiría aquí en reproducir
estos resultados en el marco circunscrito por el uso de las cade-
nas demostra~ivas. Los campos operatorios antiguamente domi-
nados, no quedan abolidos. Quedan integrados, bajo una forma
específica, en el campo de la demostración.
Sin embargo, la matemática griega no ejerce esta función
explicativa a la vista del cuerpo de sus propios enunciados. Cier-
tamente, esta matemática no se limita a reproducir antiguos

63
resultados en su marco teórico propio. En este marco, limita
tipos de problemas y define clases de objetos, abriendo así cam-
pos operatorios de los que la matemática antigua no disponía.
Dos ejemplos bien conocidos: las proporciones de Eudoxo y
las cuadraturas de Arquímedes. La teoría de las proporciones
permite resolver el problema de la medida de segmentos de
recta. En eso, el sistema de los "objetos" matemáticos cons-
tiuidos a este efecto (las proporciones) constituye, con excep-
ción de los números negativos, el equivalente operatorio de
nuestro cuerpo de los rea1es. Ello quiere decir que presta a los
matemáticos griegos, los mismos servicios: constituir el campo
ideal en que se pueden plantear y resolver, de modo compa-
tible con las hipótesis ya recibidas (principio de Eudoxo, por
ejemplo) ciertos problemas de medida. Pero esta equivalencia
operatoria no implica de ningún modo una equivalencia temá-
tica. El campo así construido, no es tomado en sí mismo como
objeto de una teoría matemática: el conce-i:>to de continuo arit-
mético permanece ausente del horizonte de la matemática gne-
ga. Con mayor razón, la estructura algebraica del marco así
construido (grupo abeliano multiplicativo) permanece fuera de
alcance. Es en otro campo (el de las "magnitudes" continuas)
donde se encuentra producido el objeto temático al cual se ha
referido el sistema de operadores llamados "proporciones". Una
observación del mismo orden valdría para las cuadraturas de
Arquímedes. Los métodos de Arquímedes permiten atribuir
sobre el plano una medida determinada a ciertos tipos de super-
ficies limitadas por las curvas usuales. En estos casos específicos,
el concepto de cuadratura es, desde el punto de vista operato-
rio, equivalente a nuestro concepto de integral definida. Y hoy
en día, estamos inclinados a descubrir en él el "precursor" de
este concepto. Pero no es, temáticamente, equivalente a él. No
está separado, ni puesto en sí mismo, como "objeto" de propie-
dades matemáticas, invariantes relativas a los tipos de proble-
mas para los cuales se construye.
Diremos entonces que, en relación a los campos operato-
rios ya disponibles, la matemática griega produce un campo de
explicación. Con el mismo movimiento se engendra un campo
ordenado de productividad teórica en el seno del cual los con-
ceptos son localizados mediante cadenas demostrativas que per-
núten relacionar las propiedades de los objetos con los conceptos
así determinados. Lo que no se produce es un razonamiento de
tercer grado, que, aplicándose a la red de los conceptos mismos,

64
descubriría su modo de producción relacionándolos con las es-
tructuras más generales que fundamentan su estatuto de con-
cepto. De ahí procede sin duda la diferencia (señalada por el
mismo Arquímedes en el Tratado del método) entre paso heurís-
tico y paso demostrativo. Entre la riqueza de la invención y la
coacción de la lógica el entramado no es sólido. Cada especie
de problema parece exigir un esfuerzo específico de ingenio:
es decir, la exploración titubeante de las relaciones subyacentes
tiene una estructura demasiado rica para ser efectivamente des-
glosada. Todo se desarrolla entonces, en el nivel de la matemá-
tica, como si el encadenamiento demostrativo simplemente cons-
triñera, pero sin aclarar. La luz se busca en otro plano: el de la
ontología (cf. la teoría platónica de las ideas-números). Pero
esta búsqueda, lejos de llenar la distancia entre la invención
y la demostración, aún la agrava, puesto que la desborda -pa-
rece- sobre otra mathesis que la de las matemáticas.

3. Solamente en el tercer nivel (el de las primeras síntesis


estructurales) se hace posible, en sentido propio, hablar de la
producción de una parcela de explicación interior en el propio
campo de la matemática y que concierne al cuerpo de sus enun-
ciados. Recordemos que este tercer nivel (que es en el que vive
aún hoy día nuestra matemática) ha sido lento en situarse. Su
desarrollo ha exigido inicialmente el desbordamiento de las es-
trictas normas lógicas heredadas de la antigüedad: estas normas
eran recibidas como un obstáculo para el progreso de las téc-
nicas y de las síntesis operatorias surgidas del desarrollo del ál-
gebra, del cálculo infinitesimal, y de las crecientes exigencias
del empleo del "cálculo" en el análisis de los fenómenos mecá-
nicos y físicos. Basta pensar, cuando aparece el cálculo infi-
nitesimal, en los sarcasmos de Isaac Barrow respecto al método
exhaustivo. Más tarde, en el momento del plen-o desarrollo del
cálculo, la audacia operatoria de un Euler, por ejemplo (cf. su
tratamiento de las series divergentes), parece trastornar las re-
glas de una lógica usual. Pero en este movimiento, vive y se
verifica la validez de la forma demostrativa, así como la exi-
gencia de no-contradicción inmanente a su aplicación. Por ricas
e imprevisibles que sean las modalidades operatorias, se orga-
nizan en sistemas equilibrados y compatib~es. A través de estos
sistemas circula la forma del razonamiento en la que se ei1ct!-
denan los enunciados. En estos puntos, donde la forma demos-
trativa se articula sobre condiciones de equilibrio y de compa-

65
3. LA EXPLICACIÓN
tibilidad de sistemas operatorios ramificados, nace la posibilidad
del razonamiento de tercer grado que había faltado a la mate-
mática griega. Desde entonces se manifiesta, en el interior de
las matemáticas, un campo de integración y de explicación de
los cuerpos diferenciados de enunciados, objeto de investigación
matemática en sí mismo. Así debían extraerse, de füemann a
Bourbaki (para tomar arbitrariamente dos puntos de referencia),
las estructuras fundamentales (estructura algebraica, estructura
de orden, estructuras topológicas) que han llegado a ser los
"entes" sobre los que trabajan los matemáticos. No podemos
describir aquí este movimiento. Limitémonos a un solo ejemplo,
simétrico de los que hemos evocado en el caso de la matemática
griega.
Escribamos, en la notación debida a Leibniz la expresión
~ue designa el concepto de integral indefinida: Jf(x)dx + k. El
s1mbolo "f(x)" designa una cantidad finita. Pero "dx" es inquie-
tante. Las reglas operatorias del cálculo exigen que sea "des-
preciable", de modo que, designando por x una cantidad dada
+
se pueda sustituir siempre por x dx. La "cantidad" señalada
por dx se desarrolla como si se tuviese derecho, sin equivocarse,
a igualarla a O. Sin embargo, no puede ser estrictamente igual
a O sin traer aparejada la nulidad de f(x)dx, lo que privaría de
toda utilidad al símbolo Jf(x)dx. Así aparece un conjunto de
esquemas operatorios cuyo uso importa justificar. A pesar del
largo tiempo en que no han sido puestas de relieve, en este
punto, las estructuras matemáticas apropiadas para permitir
formular una teoría rigurosa de los límites, la cuestión del
estatuto de "dx" no se ha desvanecido en las sombras de la
metafísica. El mismo Leibniz ha efectuado un deslizamiento
del plano matemático hacia el plano ontológico. En matemá-
ticas, el concepto de magnitud infinitamente pequeña (" evapo-
rante") no debe ser tomado en "su rigor metafísico": este con-
cepto es en ·efecto contradictorio con un axioma fundamental
(lema de Eudoxo), constitutivo del ámbito de las magnitudes.
Leibniz aconseja, pues, a los matemáticos, que consideren "dx"
como una ficción cómoda (a semejanza de \/-1) destinada a
"facilitar las operaciones de cálculo". Pero lo que es admitido
como :ficticio en el nivel de las matemáticas (que no tiene que
ver con "entes", sino con puras relaciones abstractas), no es
en el nivel de la ontología, es decir, en el nivel del conoci-
miento de las "sustancias" monádicas. El campo de las móna-

66
das (el sistema de los puntm n:ale.; o "metafísicos") es admitido
como ordenado, denso y continuo. La ley de continuidad puede
aquí aplicarse sin restricciones en el infinito actual, ya que se
ha quitado la preocupación de salvaguardar las propiedades ar-
quimedianas del es,eacio usual de las "magnitudes". A este ni-
vel el concepto de 'diferencial" encuentra el lugar arquetípico
de su justificación. El espacio de las mónadas, que no es el espa-
cio de las magnitudes, constituye así el terreno en el cual la
introducción bastarda de "dx" v su uso en el cálculo, encuen-
tran su ··explicación". Así, aunque no existe, hablando con pro-
piedad, una teoría matemática explícita del espacio monadoló-
gico, Leibniz a pesar del "deslizamiento" operado por él, ha
tenido bien presente que la explicación de un sistema de esque-
mas operatorios debía remitir a la estructura del campo de
objetos que integran las operaciones. Por no poder, en el terre-
no de las magnitudes, construir una extensión no-arquimediana
en la que se pudiera componer cantidades infinitesimales, ha
construido un campo ad hoc, en el cual, según una relación de
orden densa, podría ser compuesta la infinidad actual de seres
sustanciales, entendiendo que un campo en el que la relación
de orden es interpretada como designando una subordinación
ontológica, no está necesariamente obligado a verificar el axio-
ma de Arquímedes.
Sobre este punto está hoy día enterrada el hacha de guerra,
y no experimentamos excesiva inquietud con el tema "dx". Por
otra parte han sido extraídos, en el curso del siglo XIX los con-
ceptos estructurales propios para señalar los terrenos en los
que son .efectuables las operaciones de análisis. Un ejemplo
significativo no es facilitado por el sistema de los números rea-
les, delimitado desde Cauchy a W eierstrass. En este sistema,
arquimediano, denso, completo y compacto (si se le añaden
puntos al infinito), no hay lugar para los "infinitesimales", ni
para las "cantidades evaporables". A pesar de que se llega in-
cluso en Cauchy a hablar, phra no trastornar el lenguaje usual,
de "magnitud infinitamente pequeña", la palabra "infinitamen-
te" no altera, desde hace tiempo, al matemático práctico. De-
cir que dx es "infinitamente" pequeño sólo es un abuso de
lenguaje para "dx <e cualquiera que sea e> o". La cantidad
designada por dx es, así pues, una cantidad finita inferior a
cualquier cantidad finita (que está permitido tomar arbitraria-
mente pequeña). Son la propiedades estructurales del sistema
de los reales (estructura de cuerpo topológico) las que autorizan

67
las operaclunes fundamentales del análisis y dan la razón de .su
éxito. Por otra parte, estas propiedades no son exclusivas del
cuerpo de los reales. Ha sido mostrado recientemente, desde
1962 [ cf. A. Robinson, Théorie des fonctions de variables com-
plexes sur un corps non archímédien (1962) y Non Standard
Analysis (1966)] que es posible, mediante las precauciones me-
tamatemáticas precisas, construir una extensión no-arquimedia-
na <lel cuerpo de los reales y, en el sistema definido de esta
forma, dar a "dx" la vieja "interpretación" leibniciana (un "dato
infinitamente pequeño"). También en este caso sólo las propie-
dades estructurales del campo definido, precisadas en un cuerpo
de axiomas, autorizan la interpretación de los objetos maneja-
dos y compuestos en los campos operatorios. El deslizamiento
leibniciano hacia la ontología ya no es necesario.

4. Las notas que preceden nos permiten dar a la expresión


"explicación" un sentido aceptable. Diremos, por ejemplo, que
los Elementos de Euclides contienen, en relación a los esque-
mas operatorios elaborados por los calculadores caldeos y egip-
cios, un campo de explicación. Estp quiere decir que los esque-
mas están reproducidos en un campo teórico específico en el
seno del cual 1os objetos, las propiedades de los cuales autorizan
el uso de esquemas operatorios, son tomados como tema explí-
cito de un discurso con estatuto demostrativo. Este razona-
miento, él mismo constituido en sistema, engendra -en vir-
tud de reglas que le definen y de operaciones que el uso de
estas reglas permiten-, una cadena de campos operatorios
específicos, susceptibles de convertirse a su vez en objeto de
tematización teórica. De esta forma la matemática se autorre-
nueva, en el cuerpo de sus enunciados, produciendo lo que
podemos acertadamente llamar "campos de fenómenos"; es
decir, terrenos abiertos con posibilidades operatorias que la
teoría se esfuerza en integrar, sin que disponga siempre de
medios para realizar esta integración. Igualmente diremos que
los conceptos estructurales analizados por lo que se ha conve-
nido en llamar "matemáticas modernas", constituyen un terre-
no de explicación para los métodos y teoremas elaborados en el
análisis clásico. Así pues, no fue un accidente histórico el que
ha conducido a los analistas del siglo XIX a encontrar en el
sistema de los números reales el terreno privilegiado para per-
mitir definir los conceptos y las operaciones de Ia teoría de
funciones. La adecuación del campo de objetos a los conceptos

68
tiene sus raíces, en lo más profundo, en las propiedades de la
estructura más general (cuerpo topológico) de las cuales el
sistema de los reales sólo es un ejemplo. Se ha encontrado sim-
plemente que las operaciones que autorizaban la estructura han
sido manejadas antes de que fuera delimitado el propio con-
cepto de la estructura. Eso quiere decir que la matemática
opera, que opera siempre, antes de que sea explícito y mane-
jable el terreno de la causalidad en el seno del cual las opera-
ciones encuentran la razón de su éxito y la justificación de su
equilibrio.
Estas notas nos introducen naturalmente a reflexiones de
otro orden, que no conciernen al paso tendencia! del desarrollo
de las matemáticas, sino a la misma contextura de las teorías.

En una teoría matemática elaborada no tienen el mismo


estatuto todos los teoremas. Hay algunos "fundamentales". Hay
algunos de débil alcance. Existen otros que los matemáticos
califican de "profundos". Otros enuncian propiedades útiles pero
se tiene la impresión de que se limitan "a la superficie". Estas
metáforas piden examen. Y, para no hacer pesada nuestra ex-
plicación con diversidad de ejemplos, retomamos el que nos ha
servido durante toda la exposición: el sistema de los números
reales (R).
Sean los dos enunciados siguientes:

1) la suma de los números reales es asociativa


+
2) r o = r (siendo r un número real .cualquiera)

Estos enunciados pertenecen a la especie tranquilizante. En-


contramos incluso enunciados que precisan en qué condiciones
se permiten, con los reales, la multiplicación y la división. Enun-
ciados tranquilizantes que permiten verificar que la extensión
producida a partir del cuerpo de los racionales por los métodos
·de Cantor y Dedekind nos da un nuevo sistema que tiene la
estructura de cuerpo. Se puede, pues, pasar de un sistema a
otro conservando invariantes ciertas de las leyes de estructura,
circunstancia que siempre parece agradable a un matemático.
Pero estos enunciados no nos informan acerca de las propie-

69
dades específicas que distinguen el cuerpo de los reales y que,
finalmente, le dan su interés teórico.
Consideremos, al contrario, los tres enunciados siguientes:

1) Sobre R toda serie de Cauchy es convergente.


2) Sea una serie infinita de intervalos encajados de R, de
tal forma que para n creciente la longitud del intervalo de
rango n tiende a cero. Existe entonces un número real y uno
solo común a todos los intervalos de la serie.
3) Sea un intervalo limitado y cerrado de R. De cualquier
entorno abierto de este intervalo se puede exb·aer un suben-
torno finito.

Diremos que estos enunciados caracterizan de una manera


profunda el cuerpo de los reales.
El primero (que expresa a la vez la estructura de orden de R
y su estructura de grupo) autoriza la función de R como domi-
nio privilegiado del Análisis sobre R: cualquier serie conver-
gente es una serie de Cauchy y recíprocamente toda serie de
Cauchy de puntos de R es convergente. Se dispone, pues, de
un medio riguroso (criterio de Cauchy) que permite establecer
sobre R la convergencia de una serie.
El segundo enunciado es quizá más importante: permite
demostrar el isomorfismo del grupo aditivo del sistema de los
reales y de su grupo multiplicativo positivo. Por ello, todo un
campo operatorio arraigado desde hace mucho tiempo en la
práctica del análisis (el uso de las funciones logarítmicas) se
encuentra "recuperado" y explicado dentro de una estructura
adecuada.
En cuanto al tercer enunciado, su alcance es tal, que exige
que nos detengamos más ampliamente.
En 1872, Reine demuestra que una función continua en
todos los puntos de un intervalo cerrado y limitado es unifor-
memente continua en él. La continuidad uniforme es, para una
función continua, una propiedad muy deseable, puesto que
la 8 no depende de la variable, es suficiente darla una vez por
todas. Era importante, pues, crear un teorema enunciando las
propiedades de continuidad uniforme: se dispondrá por ello
de una clase perfectamente delimitada de funciones -dicho de
otro modo, regulares-. En el curso de la demostración, Reine
se ha J?rocurado una facilidad operatoria (o, al menos, algo que
en la epoca podía parecer un rodeo útil). Razonando acerca de

70
la recta, había colocado todos los puntos del segmento [A, B]
en una serie infinita de intervalos abiertos. Había, a continua-
ci6n, sacado de esta serie infinita, una serie finita poseyendo la
misma propiedad. Suponía que esa operación era siempre po-
sible para los puntos que pertenecían a un intervalo limitado y
cerrado de la recta. Pero no había demostrado el enunciado
que autorizaba la operación.
E. Borel, en su tesis, en 1894, queriendo demostrar la con-
vergencia de cierta serie de funciones analíticas, enuncia este
teorema (por otra parte, de una manera incorrecta puesto que
él llamaba "puntos de una recta" a lo que era necesario llamar
"puntos de un intervalo limitado y cerrado") y lo demuestra
(razonando convenientemente, esta vez, sobre un intervalo limi-
tado y cerrado). El teorema, se revelaría, seguidamente, como
mi útil extraordinariamente fecundo. Es conocido el uso que
han hecho de él Borel, Lebesgue y Vitali en la teoría de la
medida de los conjuntos. En particular, permite a Borel demos-
trar la unicidad de la medida de los conjuntos mensurables (B).
La raz.ón de esta productividad teórica aparecería un poco más
tarde. La propiedad enunciada por el teorema de Heine-Borel
debería ser tomada como definición que caracteriza una especie
de espacios topológicos: los espacios compactos. La generaliza-
ción obtenida de esta forma, debía permitir extender las ope-
raciones del Análisis fuera de los campos usuales para los cua-
les habían sido, en el punto de partida, definidas. De ahí que
los conceptos de función uniformemente continua -de serie
uniformemente convergente, por ejemplo-, deberían ganar una
parte más general de la que tenían en este campo, más restrin-
gido, de los números reales. Las leyes de estructura (el cuerpo
de teoremas que caracteriza a los compactos) venían así a justi-
ficar a posteriori la "astucia" operatoria de Heine y a explicar
el éxito de un enunciado que Borel, en 1894, consideraba como
lema útil.
Podríamos multiplicar los ejemplos: la clase (más limitada
que la de los compactos) de los espacios compactos de Haus-
dorff. Espacios particularmente agradables, ya que a causa de
sus propiedades de separabilidad son bastante ricos en conjuntos
abiertos, por lo cual se pueden definir otras funciones continuas
distintas de las constantes, sin que (como en el caso del espa-
cio discreto) no se puedan definir más que funciones continuas.
Si, además, se obliga a estos espacios a ser espacios métricos,

71
poseerían todas las virtudes que han hecho la alegría de nues-
tros padres, los analistas del siglo XIX.
Si retomamos el encadenamiento de los acontecimientos, des-
de Heine hasta Hausdorff podremos decir que el teorema de la
continuidad uniforme de Heine pertenece al campo de los fenó-
menos. Se puede decir lo mismo de los teoremas de la unicidad
de medidas de Borel y Lebesgue. Decir que estos enunciados
pertenecen al campo de los fenómenos quiere decir que son
expresivos de estructuras más generales, en las cuales los axio-
mas no son producidos, y que, por consiguiente, no pueden ser
manejados como estructuras. El lema de Heine-Borel constituye
un primer grado de explicación: establece una propiedad funda-
mental de los reales que les constituye como campo de defini-
ción de la continuidad uniforme y como terreno privilegiado de
inversión del concepto de medida. El campo fundament~l (a
pesar de que no sea necesariamente útil) de explicación, apa-
rece a partir del momento en que es delimitado el concepto de
espacio compacto, y donde, en el seno de la estructura así defi-
nida, es posible producir un cuerpo de teoremas. Desde este
momento encuenh·an su razón las operaciones ordenadas que
los analistas habían practicado en el caso particular de los
reales. Los enunciados que las fundan son reproducibles en
campos más generales de aquellos para los cuales habían sido
demostrados inicialmente.
Estas notas nos permiten abordar nuestra conclusión. Las
matemáticas producen en su propio interior regiones de expli-
cación. Estas regiones, en general, se presentan como cuerpo de
enunciados que permiten tanto producir enunciados estratifi-
cados en otras regiones (más antiguas) de la teoría, como engen-
drar clases de problemas en los cuales el dato permite delimitar
las estructuras explícitas de cuyo cuerpo de enunciados pro-
ductivos es una expresión. Estas regiones de explicación se
convierten ellas mismas de esta forma en "entes matemáticos"
y reenvían a sus propias reglas operatorias. Así es en el ejemplo
que hemos escogido: la estructura de cuerpo ordenado com-
pleto, localmente compacto. Sucede lo mismo en el siglo xrx
con el concepto de grupo; sucede lo mismo hoy con el concepto
de categoría. Pero las estructuras delimitadas de esta forma no
permanecen inertes. A partir del instante en que son reconocidas
como manejables en la forma requerida por su definición engen-
dran posibilidades operatorias infinitamente ricas. En el interior
del campo que descubren aparecen entonces nuevos "campos

72
de fenómenos" que ponen en marcha la acción de estructuras
aún más potentes. Y no se ve la razón por la que este movi-
miento deba parar algún día.
Volviendo a nuestro punto de partida podemos entoncts res-
ponder a la pregunta: ¿quién tiene razón: los niños que desean
saber "por qué un punto es un punto" o un profesor que pro-
clama "un punto es un punto"? Seguramente los niños. No son
aún matemáticos. Pero su pregunta es de la naturaleza de las
que, si se satisfacen, facilitan a la matemática el campo de su
propia inteligibilidad.

73
4
Historia de la explicación en física
Por F. Halbwachs

Introducción

El concepto de explicación es un concepto-clave en episte·


mología, si es cierto que explicar es "dar cuenta", es decir valo-
rizar en el plano de la significación. La explicación equivale,
como categoría general, a una respuesta de conjunto al pro-
blema central de la epistemología que es el del "valor" del
conocimiento científico.
En la presente exposición adoptaremos un punto de vista
muy restrictivo sobre fa explicación. Por una parte, nos limitare-
mos al campo de la ciencia física; por otra, tenderemos a un
acercamiento genético y, más particu1armente, a una aproxima-
ción histórica del análisis del concepto. Debemos dar, sin em-
bargo, una precisión restrictiva suplementaria en este marco bien
delimitado, ya que detrás de la palabra explicación debemos
alcanzar una noción determinada y estable, independiente-
mente de los múltiples sentidos que la palabra tiene hoy ("debo
pedir una explicación de su actitud. Vamos a proceder a una
explicación de textos. Que por fin Fedra explique la confusión
en que la veo. El papel del militante es explicar incesantemente
a las masas la línea política del partido. Hace daño cada vez que
se explica, etc."), de las variaciones históricas que ha sufrido en
nuestra lengua (evocando inicialmente la idea de desplegar, de
desarrollar) y de las relaciones que tiene con sus equivalentes
aproximativos en otras lenguas (que se buscan en la claridad

74
"objetiva" de account y en el reflejo "subjetivo" del Erklarung).
Por definición, no hablaremos propiamente de explicación
relativa a un conjunto de hechos o de leyendas del mundo
físico más que cuando nos encontremos en presencia de un
enunciado (de una teoría) que permite prever hechos cualitati-
vamente nuevos en relaci6n a los hechos iniciales, o que revela
un vínculo nuevo entre los hechos que aparecen cualitativamente
diferentes. Insistamos sobre el adverbio cualitativamente que in-
troduce aquí la categoría esencial y que nos permitirá reconocer
en cualquier situación el carácter explicativo de tal o cual teoría,
aunque los contemporáneos hayan o no empleado la palabra
explicación en ella.
Añadamos una precisión: el concepto explicación en el plano
epistemológico corresponde al concepto de comprehensi6n en
el 'plano psicológico (Littré: explicar es hacer inteligible lo que
es oscuro). Se da lugar aquí a una situación psicológica caracte-
rística que corresponde a la impresión de un salto adelante, de
una escena que se ilumina, de un velo que se rasga, impresión
que hemos experimentado frecuentemente y que sabemos reco-
nocer. Le corresponde un comportamiento que los psicólogos
también saben reconocer en un sujeto, especialmente en un niño
(lo que K. Bühler ha podido llamar el signo del Aha Erlebniss,
o incluso "el grito de Arquímedes"). En la historia de las ideas
esta impresión -socializada- se traduce por un ditirambo ca-
racterístico: "nada hay más justo que la respetuosa admiración
con la que los que han profundizado estas materias no cesan de
maravillarse de la fuerza y grandeza de este feliz genio (Newton)
ocupado en resolver los problemas más difíciles, y superior
a todo lo que se podría esperar del espíritu humano: él, por así
decir, ha desgarrado el velo de la naturaleza para descubrirnos
sus más admirables misterios; ha puesto ante nuestros ojos una
exposición elegante del sistema del universo, un bello y perfecto
conjunto ... Podemos ahora contemplar de más cerca la majestad
de la naturaleza, gozar más que nunca de un dulce espectáculo,
adorar y servir con más ardor al Maestro, y al Creador de todas
las cosas ... " (Roger Cotes, prefacio a los Príncipes mathémati-
ques de la Philosophie naturelle de Newton). Encontramos aquí
un segundo criterio, no teórico sino subjetivo, del carácter expli-
cativo de una teoría.
Dicho eso, vamos a abordar el estudio de la explicación a
través de la historia de la física. Digamos de entrada que esta
historia no será considerada por su propio interés, sino por la

75
luz que proyecta sobre el problema del valor de la explicación
en física, y particularmente, bajo su aspecto contemporáneo.

Epistemología e historia de las ciencias

A mi manera de ver, es necesario, en efecto, precisar con qué


espíritu conviene abordar el acercamiento histórico de la episte-
mología. A menudo, las obras especializadas en historia de las
ciencias se limitan a recordar la aparición y rlesarrollo histórico
de las ideas que, en un cierto campo, consideramos hoy como
científicas, pero silenciando el sistema coherente en ei cual es-
taban integradas en cada época -sistema hoy superado, pero
que constituye el sistema científico de la época considerada- y,
fuera del cual, no se puede comprender correctamente la génesis
de las ideas parciales que han tenido la buena fortuna de per-
manecer válidas hasta nuestros días. El punto de vista que qui-
siéramos adoptar, al contrario, es el punto de vista relativista,
sostenido en particular en el ensayo de Thomas Kuhn, La Struc·-
ture des Révolutions scientifiques.
Para Kuhn la historia de las ciencias se debe referir, para
cada época, al grupo dominante de lo que llama en general la
comunidad científica, y a los esquemas teóricos elaborados y
profesados por esta comunidad -independientemente del juicio
que nos puedan merecer hoy sobre su validez científica.
El que se acerca con este espíritu a la ciencia de una época,
como producción intelectual de esta determinada época, ve di-
bujar netamente un cierto número de estructuras fundamentales
estables, que Kuhn llama paradigmas, los cuales, nacidos de
ciertos descubrimientos y adoptados a continuación por el con-
junto de la comunidad científica, son impuestas por ella a cual-
quier investigación ulterior como esquemas exclusivos en los
cuales esta investigación se debe encuadrar convenga o no. En
el período que sigue a su adopción, un paradigma es un guía
extraordinariamente fecundo que orienta e impulsa el desarrollo
de lo aue Kuhn llama ciencia normal, y tüme para ella tanto el
papel de motor como el del criterio de verdad científica. Poste-
riormente llega un momento en el que, en el curso de la misma
investigación científica conforme al paradigma, aparecen discor-
dancias y contradicciones que la comunidad científica intenta
a cualquier precio integrar en el cuerpo de la teoría oficial, hasta
el momento en que esto llega a ser decididamente imposible y

76
en que, por las obras de algún hereje genial <Jlle se atreve a
trans~ecUr los dogmas del paradigma, S0 efoctúa una revolución
cientifica que pronto hace surgir un nuevo pt>.radigma.
Hoy día nuestro trabajo estriba en extraer de cada época una
estructura más general y más fundamental subyacente en los
paradigmas dominantes, una especie de paradigma de los para-
digmas, que será propiamente el tipo de explicación carc.cte-
rística de esa época. ~.Bajo qué forma, en cada época, se plantea
la comunidad científica los problemas del mundo físico? ¿Por
qué pensaba tener que responder a tal tipo de problema me-
diante una explicación, e incluso por qué no adoptaba la idea de
plantear tal otro tipo de problema?
Presentando así la cuestión histórica de la explicación, se
constata de inmediato que la estructura y la forma de lo que
los científicos consideraban en cada época como una explicación
ha experimentado variaciones considerables en el curso de la
historia. Ha aparecido en la siguiente época, o bien como tauto-
lógica, o bien como incomprehensible, y las nuevas exigencias
lógicas así liberadas han constituido a menudo el resorte escon-
dido de las grandes revoluciones científicas.

Los tipos elementales de expHcadón

Para clarificar el problema (esquematizándolo) queremos en


principio proponer lo que nos parece una clasificación aclara-
toria de los tipos elementales de explicación.
Partiremos de un ejemplo, el de la presión en los gases. Con-
sideremos primeramente la experiencia de Torricelli sobre la as-
censión del mercurio en el "tubo baroméb·ico", y su explicación,
propuesta en principio por el mismo Torricelli, y luego por Pas-
cal. La aparición de un espacio vacío en la cámara baroméh·ica
lleva a Torricelli a infringir el paradigma aristotélico del "horror
al vacío". As~ si se admite que en la cámara barométrica no
hay nada, la superficie superior del mercurio no puede sufrir
ninguna acción. Por el contrario el otro nivel está en contacto
con "el aire libre", de manera que debe atribuirse la ascensión
del mercurio a la acción del aire. La naturaleza de esta acción
es precisada por Pascal por medio de un aparato en el que la
cubeta inferior puede ser cerrada, aprisionando un cierto volu-
men de aire. Se puede entonces comprimir o rarificar este aire
"encerrado" y se demuestra así que es precisamente el aire el


que, por su presión "elástica", determina la altura del mercurio
en el tubo. La explicación de la elevación del mercurio por la
acción del aire nos traslada un fenómeno relativo a un cuerpo
(paciente) a una causa relativa a otro cuerpo (agente). Llama-
remos a esta explicación heterogénea.
Consideremos ahora la explicación dada por Pascal a la
misma presión de "el aire libre" que se ejerce sobre la superficie
inferior del mercurio. Tomando y generalizando la demostración
dada en el siglo XVI por Stevin sobre la presión en los líquidos,
se muestra que a dos altitudes diferentes debemos observar dos
valores diferentes de la presión, siendo debida esta diferencia al
peso del aire (lo que se confirmó con la experiencia llamada de
Puy-de-Dóme). La demostración utiliza la consideración de un
cilindro vertical imaginario hecho de un cuerpo sólido del mismo
peso específico que el aire, cilindro que se encontrará en equi-
librio bajo la influencia, por una parte de su peso, y por otra
parte de las fuerzas de presión ejercidas por el aire. Acaba en
una relación entre variación vertical (gradiente) de presión y el
peso específico del aire, relación pues entre dos propiedades de
un mismo medio y en un mismo punto. No podemos distinguir
aquí un agente y un paciente, una causa y un efecto, pero no
por esto se deduce menos la relación de un equilibrio que da
cuenta de ello. Incontestablemente hay explicación (aunque no
fuera más que porque hay previsión del nuevo fenómeno veri-
ficado en el Puy-de-D&me), diremos que aquí la explicación es
homogénea.
En fin, para dar cuenta completamente y cuantitativamente
del fenómeno, es preciso mostrar cómo recíprocamente la pre-
sión del aire determina su peso específico a través de la ley de
compresibilidad (Boyle-Mariotte). Esta ley, cuando fue anun-
ciada no tenía ningún carácter explicativo, siendo simplemente
experiencia. Pero la teoría molecular moderna (Boltzmann) per-
mite a su vez explicar la ley: las moléculas lanzadas en todos
sentidos ejercen sobre las paredes de un recipiente, sobre un
pistón, etc., una presión que es resultado del conjunto de sus
choques. Cuanto más apretadas están las moléculas, más nume-
rosos son los choques, más fuerte es la presión, y esto es la
"razón de ser" de la ley de Boyle-Mariotte. La explicación apela
aquí a la estructura molecular subyacente atribuida al sistema,
cuando lo analizamos con profundidad. Hablaremos entonces de
explicación batígena (del griego bathus, profundo).

78
Tratemos de dar en genernl una caracterización rigurosa de
los h·es tipos de explicación que hemos distinguido.

Formalización de los tipos elementales de explicación

Partiremos de la noción de un sistema físico que suponemos


bien definido. Esto implica que sabemos distinguir sin ambigüe-
dad lo que forma parte del sistema y lo que es exterior, y que
sabemos reconocer el sistema en su identidad a lo largo del
tiempo, aun cuando evoluciona y se transforma. La ciencia pro-
cede por otra parte abstrayendo del conjunto infinito de las
propiedades del sistema un número finito, y generalmente pe-
queño, de propiedades características, que consideraremos aisla-
damente y que definirán lo que llamamos estado del sistema.
Así dos grupos de convenciones permitirán definir el sistema
y caracterizarlo con algunas magnitudes puestas como funda-
mentales. Estas convenciones constituirán pues un modelo abs-
tracto llamado sistema teórico y que será el soporte y el objeto
de una teoría científica. Una modificación de estas convenciones,
constituirá otro sistema al que se aplicará otra teoría.
En el marco de este sistema teórico, introduciremos (con
M. Bunge) un espacio abstracto en el que cada punto correspon-
derá a un conjunto de valores de las variables características, es
decir en un estado del sistema. Llamamos a este espacio espacio
de los estados del sistema. La evolución del estado será repre-
sentada por una línea del espacio de los estados recorrida a lo
largo del tiempo por el punto figurativo. Por lo demás podemos
esquematizar y considerar un cambio del estado que nos haga
pasar, olvidando los intermediarios, de un estado inicial a un
estado final y que será representado por un vector orientado
uniendo los puntos figurativos de estos dos estados.
Se trata entonces para una teoría científica, de "dar cuenta"
por medio de alguna explicación, de los cambios que se produ-
cirán efectivamente en el sistema, y que corresponderán a la
existencia de algún campo de vectores en el espacio de los es-
tados. Veremos aparecer entonces en la historia de la física tres
tipos elementales de explicación que son los que hemos descrito
más arriba.
El primer .Upo al que hemos llamado explicación hetero-
génea, o causal, consiste en hacer intervenir la acción del mundo
exterior sobre el sistema. Someteremos el mundo exterior al

79
mismo género de abstracción y de limitación que el sistema,
limitándose a los objetos y a los factores susceptibles de actuar
efectivamente sobre el sistema. Trataremos con un "sistema-
agente" que determina los cambios del "sistema-paciente". Más
concretamente, estableceremos una relación determinada entre
los cambios del sistema agente, representados por vectores de su
espacio de estados, y los cambios del sistema paciente, es decir,
los vectores del espacio de estados correspondiente. Cuando esta
relación sea una aplicación unívoca, hablaremos entonces de
determinación causal y cada vector del sistema agente, que
llamaremos causa, se aplicará unívocamente sobre un vector
determinado del sistema paciente, que llamaremos su efecto. En
estas condiciones, encontramos que en los períodos importantes
de la historia de las ciencias esta determinación causal ha sido
considerada como dotada de un poder explicativo poderoso, sa-
tisfaciendo completamente a la exigencia de la comprehensión.
La ley de la correspondencia es entonces concebida como algo
más que una simple correspondencia, como una producción, y la
comunidad científica sabe muy bien lo que entiende cuando dice
que "ta causa produce el efecto siguiendo una ley determinada.
Un segundo tipo de explicación será la que hemos llamado
explicación homogénea. Los cambios del sistema se explican sin
apelar a una causa exterior, encontrando y expresando la ley
que determina la estructura del campo de vectores en el espacio
de estados. Esta misma ley encuentra su razón de ser en sus
características formales de simplicidad, de simetría, y hasta de
belleza. La explicación en este ~ivel es en el fondo una simple
descripción de los fenómenos justificada por sus cualidades de
forma.
Podemos encontrar en la historia de las explicaciones
aplicadas a este dominio particular de la naturaleza una
cierta oscilación entre explicación heterogénea y explicación
homogénea, oscilación que refleja la antinomia de la metafísica
clásica remitida sin cesar del monismo al dualismo y del dua-
lismo al monismo: de hecho, cada uno de estos tipos de expli-
cación es unilateral y limitado por el otro, cada uno contiene en
potencia una contradicción cuyo desarrollo no puede resolverse
si no es apelando al tipo opuesto.
Anticipando un poco sobre nuestra exposición histórica y
aislando del resto de la ciencia el dominio del peso y de la
gravedad, vemos al principio (Renacimiento) un tipo de expli-
cación monista u homogénea, que nos dice, con una precisión

80
cada vez más fuerte, cómo los cuerpos caen verticahnente
siguiendo una lev determinada. cómo los planetas se mueven
sobre círculos (luego sobre elipses). Y durante todo un período
histórico, la mayoría de los sabios acepta, bajo la categoría
(aristotélica) de "causa formal", o causalidad por sí misma,
confundir esta descripción con una explicación. Y da como
resultado un período de desarrollo de esta rama de la ciencia.
Pero llega un momento en que la fecundidad del formalismo se
agota, en que la rama en cuestión cesa de progresar. Entonces
los sabios se dan cuenta que confundiendo el "cómo" y el "por
qué" han aceptado una teoría que se prueba al fin de cuentas
como tautológica, vacía e incluso puramente verbal.
Entonces intentan salir del callejón sin salida apelando a
una causalidad externa, a la acción de un sistema sobre otro,
que es la explicación newtoniana, prodigiosamente fecunda
bajo el punto de vista científico, y que por esto mismo
parece prodigiosamente esclarecedora bajo el punto de vista
epistemológico. Luego viene la reacción, y las contradic-
ciones inherentes a toda concepción dualista empiezan a resen-
tirse: si el agente y el paciente son realmente externos el uno
al otro, si sus "naturalezas" son heterogéneas, ¿cómo puede
haber una relación entre ellos?, ¿cómo puede haber una rela-
ción causal? Entonces se manifiesta la falta de lógica de la
causalidad a distancia. A su vez aparece como un artificio, como
una noción "metafísica" que no explica nada: si un cuerpo puede
atraer otro cuerpo, es que están unidos, es que sus naturalezas
se entremezclan y son idénticos bajo ciertas relaciones, es que
son "modificaciones" diferentes de una misma "substancia".
Y desde entonces la investigación se orienta de nuevo hacia
una explicación interna y monista. Es la síntesis de Einstein: la
fuerza y el movimiento están unificados en el concepto del
"campo de gravitación" que se expresa por una curvatura
del universo espacio-temporal. Y llegamos a una concepción
unitaria cuya única "determinación" es la ecuación de gravita-
ción de Einstein, que da cuenta por sí sola de todos los efectos
atribuidos en otro tiempo a los conceptos de fuerza y de movi-
miento.
Es inevitable que en los desarrollos ulteriores se saque
a la luz de nuevo la cuestión del "porqué" de esta misma ecua-
ción; que cese de aparecer en sí misma como una explicación
satisfactoria, y que frente a su aspecto tautológico, se apele a
una nueva descripción que sea dualista, en algunos conceptos.

81
La descripción de esta "oscilación" sobre un ejemplo particular-
mente favorable no debe llevamos a conclusiones precipitadas,
como las de Kuhn,1 quien cree poder, a través de una ojeada
sobre la historia de la física, describir a ésta como una alternan-
cia entre la causalidad "formal" y la causalidad "eficiente" en el
sentido aristotélico del término. El estudio que sigue nos mos-
n·ará al contrario que, si no nos limitamos a un dominio particu-
lar (como el de la gravitación) sino que intentamos separar el
tipo general de explicación propio af conjunto de paradigmas
que reinan en una época, la situación es mucho más compleja.
Después de esto, que nos parecerá como la dominación exclusiva
de uno, luego de otro de los tipos simples que hemos descrito,
veremos aparecer en las distintas épocas de la ciencia "moderna"
combinaciones originales de estos tipos cuya oposición será su-
perada por una dialéctica combinatoria. Así, el retorno de cons-
trucciones homogéneas más allá de un dominio de concepciones
causalistas, nos dará teorías infinitamente enriquecidas por toda
la aportación del período causalístico, en las que serán incorpo-
radas las concepciones esenciales.
Además, veremos manifestarse, y finalmente combinarse con
otros dos, nuestro tercer tipo elemental de explicación.
Este remite los cambios, considerados a un cierto nivel de
esquematización, a cambios que se efectúan en un nivel más
profundo, donde la descripción del sistema es más fuerte y apela
a un número mayor de variables. La descripción en profundidad
de los cambios del sistema utilizará un espacio de estados E'
teniendo más dimensiones que el espacio E que representa la
descripción superficial. La correspondencia entre los dos espa-
cios, que asocia un conjunto de punto de E' e incluso todo un
sub-espacio, a un mismo punto de E, constituye lo que las
matemáticas llaman una fibración, y como toda fibración, asocia
entre ellas las transformaciones que se operan sobre los dos
espacios. Entonces las leyes reinantes en el nivel profundo,
desde el momento en que son simplemente expresaáas y des-
critas, tienen un carácter explicativo con relación a las leyes del
nivel superficial, y nos encontramos que aquí está el tipo de
explicación más llamativa y más llena para la comunidad cien-
tífica, aunque naturalmente plantee el problema de explicar
a su vez las leyes del nivel profundo. Como ya hemos dicho,
proponemos para este tipo, el término de explicación batígena,

l. 1Uudes d'Epistémologie génétique, vol. XXV, cap. l.

82
explicación por el nivel más profundo y por las estructuras sub-
vacerites.
' Intentemos ahora aplicar el entr&mado que hemos construido
en la historia de la explicación en física, considerada a punto
fijo a muy grandes rasgos.
Distinguiremos cinco grandes épocas:

Primera época: los presocráticos


Las reflexiones filosófica y física aparecieron conjuntamente
en las doctrinas de los filósofos jónicos del siglo vr debido a
especulaciones sobre el origen y el devenir del mundo, donde
aparece la idea de una materia primordial cuyas modificaciones
sucesivas habrían producido el mundo diversificado que cono-
cemos. A este problema, se unió, en los pensadores helénicos del
siglo siguiente, el problema más preciso y más próximo de la
física propiamente dicha, de la explicación de los cambios que
vemos efectuarse ante nuestros ojos, y más precisamente de la
contradicción entre estos cambios y la exigencia de permanencia
y de identidad que preside en el pensamiento racional. Respecto
a esto las doctrinas presocráticas pueden ser caracterizadas por
esta fórmula sacada de un manual escolar: "Los eléatas niegan
el cambio, Heráclito la hipostasia, los atomistas lo explican".
Es en las doctrinas de Empédocles, de Leucipo y de Demócri-
to, donde vemos aparecer el primer sistema propiamente expli-
cativo que da una respuesta satisfactoria para el espíritu al
problema del cambio: la identidad y la permanencia pertenecen
a los átomos, estructura suby"acente que escapa a nuestros sen-
tidos, agregados infinitamente variados y en perpetua transfor-
mación que producen los diversos aspectos del mundo sensible
y explican así sus cambios. Vemos aquí en construcción el tipo
de explicación que hemos llamado batígena. Un cambio de
estado aparentemente cualitativo en nuestro mundo sensible
(por ejemplo, el cambio de lo blando en duro) está puesto en
relación con un cambio de unión y de combinación en el mundo
de los átomos.
A pesar del triunfo de los paradigmas de la ciencia griega
clásica a partir del siglo IV, la corriente de pensamiento que se
une a la explicación atómica continuará en perdurar como una
coniente subterránea, con Epicúreo, Lucrecio y los alquimistas
de la Edad Media, hasta su resurgimiento en el atomismo
moderno.

83
Segundo período: antigüedad clásica, edad-media,
renacimiento

A partir de Aristóteles sin embargo, vemos aparecer e impo-


nerse un sistema del mundo que descansa en explicaciones de
tipo homogéneo, a través de lo que Aristóteles llama caus:is for-
males y que se reneren a la "naturaleza" del objeto como expli-
cación de sus transformaciones: el objeto llega a ser lo que llega
a ser porque esto es conforme en su "naturaleza". Cabe notar
que, después del Renacimiento, la crítica del aristotelismo se
dedicará a burlarse de esta conceµción, cuyo prototipo será la
virtud dormitiva del opio, tan evidente aparecerá que es tauto-
lógico considerar como explicación la simple descripción de las
propiedades del objeto que consideramos como potencia deter-
minantes. De hecho, para Aristóteles, no existe más que un
número restringido de naturalezas, con principios precisos de
restricción. La "naturaleza" es lo que hay de común en todas las
especies que constituyen una clase. Es un concepto que se
refiere a la inmensa labor de clasificación de Aristóteles y que
constituye una tentativa de explicación derivada de esta clasi-
ficación. Por ejemplo, desde el punto de vista del movimiento
natural, hay tan sólo tres nah1ralezas posibles: la de los cuerpos
que se mueven sobre círculos, la de los cuerpos que van hacia
abajo, y la de los cuerpos que van hacia arriba. No hay otras
por razones de simetría propia a un universo hecho de esferas
concéntricas. Esto, no sólo introduce un principio de explicación
por el parentesco de los cuerpos de una misma clase, sino que
plantea el problema de hacer volver por un procedimiento indi-
recto, o de composición, a estos tres movimientos elementales,
los movimientos "violentos" que parecen hacer excepción. Es
así como la "paradoja de la acción" que comunica a los cuerpos
pesados un movimiento curvo es explicada combinando el movi-
miento vertical del cuerpo y el movimiento circular del aire.
La nueva física del Renacimiento, aunque rompiendo los
paradigmas de la escuela, conserva en lo esencial, el mismo
modo de explicación homogénea por la cual la razón del cambio
de un sistema se ha de buscar en el interior mismo del sistema,
en la unidad profunda de su naturaleza. Nos convenceremos
comparando ef paradigma de Ptolomeo y el paradigma de Co-
pérnico: ambos explican los movimientos celestes cambiando
diversamente movimientos circulares y uniformes, único origen
posible del movimiento a causa de su perfección, es decir, de su

84
simetría. Los razonamientos por simetría están también a la
base de la demostración de Galileo sobre el movimiento uni-
forme de una bola sobre un plano horizontal (ley de inercia)
demostración que apela al principio de simetría que Leibniz
llamará principio de razón suficiente: el cuerpo "no presenta por
sí mismo ninguna tendencia a moverse por ningún lado, ni nin-
guna resistencia a ser puesto en movimiento. Es indiferente y
por consecuencia si está en movimiento no tiene ninguna razón
de variar su movimiento, éste permanece uniforme". Por otra
parte el Renacimiento pasa en numerosos dominios a la física
cuántica y matemática, pero considerado el descubrimiento de
la estructura matemática de un fenómeno como teniendo valor
de explicación. Es así como Galileo, habiendo determinado por
experiencia la ley del movimiento de una bola sobre un plano
inclinado, investiga cómo esta ley cuantitativa puede deducirse
lógicamente de una "proporción matemática simple". Encuentra
que esta proporción está entre el aumento de la velocidad y el
tiempo, y se declara satisfecho de haber descubierto "el hábito
de la naturaleza" en el problema de los cuerpos pesados.
Cabe observar que el modo de explicación del Renacimiento
es vivamente criticado a partir del primer tercio del siglo xvn
por una nueva escuela de sabios para quienes ya no es más
convincente. Así Descartes habla de la ley de la inercia de
Galileo añadiendo simplemente "lo que no prueba, y no es
exactamente verdadero". Asimismo impugna la ley de la caída
uniformemente acelerada de los cuerpos, de la cual, dice, "creo
saber por demostración, que no es verdadera" (¡recordemos que
en Galileo es una ley de experiencia!) pues, añade Descartes,
antes de hablar del movimiento, "es preciso previamente deter-
minar lo que es la gravedad". En fin, "Galileo explica muy bien
quod ita sit, pero no cur ita sit". La explicación homogénea
aparece, desde entonces, vacía y tautológica. Nos creemos auto-
rizados a preguntar el porqué de los fenómenos, a preguntarnos
sobre sus causas.

Tercer período: siglos XVII y XVIII


Descartes inaugura, así, el tercer período (de 1630 a 1830)
de la historia de la explicación que es el período de las expli-
caciones heterogéneas o causales. La doctrina de Descartes, muy
abstracta y deductiva, excluye rigurosamente toda idea de fuer-
za oculta o de virtud inherente en el objeto, y refiere todos los

85
fen6menos a un mismo tipo de causas, saber los contactos y los
choques entre el sistema estudiado y sistemas o proyectiles
exteriores. Como que aquí la particularidad constante de los
agentes es que necesariamente tocan al paciente, hablaremos
de causalidad contigua.
Es muy característico observar que la doctrina física de
Descartes, que conoci6 durante unos cincuenta años un éxito
inmenso y jugó típicamente el papel de paradigma, es de hecho
completamente errónea. No solamente las leyes elementales
de los choques entre cuerpos materiales son falsas, sino que
sobre todo Descartes es impulsado a introducir toda una maqui-
naria de partículas y de fluidos ocultos (torbellinos, materia su-
til, partículas acanaladas, etc.) para explicar por acciones de
contacto los efectos de atracción tales como la gravitación cós-
mica, la gravedad, el magnetismo. El hecho que esta teoría,
laboriosa y complicada, haya provocado un tal consensus, mues-
tra claramente cuanto la comunidad científica y filosófica euro-
pea sentía el vacío de las explicaciones anteriores y estaba dis-
puesta a aceptar sin crítica un sistema basado sobre una causa-
fidad racional.
De hecho, esta necesidad intelectual no estaba agotada a
finales del siglo XVII, porque la revoluci6n científica newtoniana,
que arruina el sistema cartesiano, permanece fiel al tipo hetero-
géneo de explicación. Es tan sólo el género de causas y su modo
de acción que difieren completamente. La dinámica de New-
ton rehabilita la noci6n de fuerza, pero hace de ella una carac-
terística del movimiento. La ley f = ma no es una ley causal,
sino una definici6n general de la fuerza que es así inherente
al movimiento. El problema de la explicación heterogénea es
llevado de nuevo sobre la explicación de la fuerza: ¿Cuál es
la causa de la fuerza? Esta distinción entre causa del movi-
miento y causa de la fuerza es necesaria aquí porque el agente
ya no está en contacto con el paciente como en la física carte-
siana. En el caso de la gravedad y de la gravitación, el agente
opera a distancia. Es aquí un avatar considerable de la causa-
lidad y esta concepci6n tuvo que sostener una seria lucha para
ser aceptada como una explicación y fundar un nuevo para-
digma.
Esta lucha contra los cartesianos se llevó sobre la noción de
cualidades "ocultas". Era fácil subrayar el carácter misterioso
y arbitrario de los fluidos sutiles de la física cartesiana. Pero
era igualmente fácil criticar la acci6n a distancia, como supo-

86
niendo "en cada parte del universo varias y diversas almas,
inteligentes y todas divinas, para poder conocer lo que pasa
en dos lugares muy alejados de ellas sin ningún emisario que
pueda advertirlas, y para ejercer su poder".
Newton argumenta de nuevo que para él los principios acti-
vos son, no virtudes ocultas, sino "cualidades manifiestas" cuya
verdad aparece con los fenómenos. Sin embargo, en numerosos
textos manifiesta la confusión causada a un doctrinario del posi-
tivismo por esta noción de gravedad que, a pesar de todo, no
es de ningún modo evidente ni experimental, y que, ejercitán-
dose instantáneamente a través de amplios espacios vacíos, es
ciertamente más difícil de admitir que las acciones por contacto.
Pero causalidad a distancia de la física newtoniana, que por
primera vez da a la explicación un estatuto preciso y una forma
matemática y permite previsiones de una exactitud estupefa-
ciente, fue rápidamente asimilada por la opinión científica, hasta
el punto que llega a ser el modew mismo de explicación. Apli-
cado a la óptica por el mismo Newton, luego por Ampere a la
electricidad y al magnetismo, el nuevo paradigma permite cons-
tituir un cuadro ya muy rico del mundo físico, y esta continua-
ción de éxitos dota al conjunto del sistema de un poder expli-
cativo poderoso a la vista de los sabios de la época, no a pesar
de la acción a distancia, sino a causa de ella, aparentemente
porque realizaba la separación más radical entre el agente y el
paciente, que constituía el modelo perfecto de explicación hete-
rogénea.

Cuarto período: siglo XIX


Algunos años después de la conclusión de la teoría de Am-
pere, aparece decididamente, a pesar de sus extraordinarios éxi-
tos en la formalización de las matemáticas y la previsión precisa
de los fenómenos, que la noción de acción a distancia no es
racional y causa un malestar creciente. Es significativo que en
el mismo momento de su brillante éxito, la teoría de Ampere
parece incomprehensible a Faraday quien escribe: "Pienso que
lat atracciones y repulsiones entre hilos eléctricos y agujas mag-
néticas son ilusiones". Es desde este momento (hacia 1830) cuan-
do va a desarrollarse el nuevo paradigma: la teoría de los
campos. Ésta viene a considerar que la acción a distancia debe
explicarse por una serie de acciones intermediarias que se
ejercitan de cerca en el pretendido vacío, y tienen por soporte

87
un medio continuo tan impalpable como la materia sutil de
Descartes, pero dotado de propiedades bien definidas de acción
contigua. Cierto es que este nuevo paradigma, desarrollado en
primer lugar por Faraday, luego por Maxwell hasta la conclu-
sión de una síntesis grandiosa del electromagnetismo y de la
óptica, está directamente sugerida por las concepciones de la
mecánica de los medios continuos y en particular de los flui-
dos, que, fundada por Euler en pleno siglo xvm, conoció en la
época en cuestión un gran desarrollo con los trabajos de Cauchy
y de Helmholtz.
Es el carácter muy vivo y satisfactorio de la hidrodinámica
que provoca el retorno a las explicaciones de la causalidad
contigua favorecida por el perfeccionamiento del instrumento
matemático apropiado: las ecuaciones diferenciales.
Consideremos por ejemplo, la ecuación de Helmholtz para
la propagación de pequeños movimientos en los fluidos perfec-
tos. Toma como punto de partida un modelo clásico de causa-
lidad contigua: consideramos un pequeño volumen de fluido av
recortado "por el pensamiento" y escribimos que la fuerza total
que es ejercida sobre él por el fluido contiguo determina un
movimiento siguiendo la ley clásica de la dinámica. Esto da,
para una magnitud 'Ji característica del estado (potencial de las
velocidades), la ecuación:
av a2~
-X- a~ = poav at2

(x es la compresibilidad, p0 la masa volumétrica. a~ indica


una expresión que contiene las derivadas segundas de espacios
y a2 'Ji/U2 designa la derivada segunda de tiempo). Esta relación
es típicamente causal. El miembro de la izquierda designa la
acción (fuerza) del agente (fluido) sobre el elemento conside-
rado (paciente), el miembro de la derecha, el movimiento que
resulta, es decir, el efecto. El agente es contiguo, pero exte-
rior, la explicación es heterogénea.
Dividamos ahora los miembros por v. Borramos el recorte
del pequeño volumen para considerar sólo las derivadas de
las propiedades del fluido en un mismo punto cualquiera, deri-
vadas gue están unidas por la ecuación diferencial:
1 A ,f, - a2~ .~-1-~-J\~~.;~~ff)03'.
~=-~.
-L.l'f - Po-- ~u'~ "VJt/e~
X a~ ~ ... -. =- •. - ,q ~
~ ~
f r~ ~
88 ~
Esto es en adelante una de las características del Huido que
actúa sobre otra característica del mismo Huido conforme a una
ecuación determinada, y la relación se vuelve homogénea.
Observemos, sin embargo, que no hemos aún llegado al es-
tadio de la explicación. f:sta pasa todavía por todo el proceso
de resolución de la ecuación y éste no es de ningún modo tri-
vial. En el mejor de los casos, sólo da cuenta completamente
del fenómeno físico mediante una serie de datos sobre los sis-
temas exteriores que pueden actuar sobre el sistema. Estas con-
diciones están en los límites, que son esenciales para la deter-
minación del fenómeno.
En particular, si producimos en un punto A una vibración
dada, la ecuación nos da una ley que permite prever completa-
mente el movimiento en un punto B. Todo este tratamiento nos
explica entonces la relación heterogénea que hace que la vi-
bración A produzca a distancia el movimiento en B por medio
del fluido. Es así, por una combinación bien dispuesta de for-
mulación homogénea y de causalidad contigua que llegamos a
reducir y a explicar la acción a distancia, y es este esquema,
que, aplicado por Maxwell en el electromagnetismo, da el nuevo
paradigma, plenamente satisfactorio, para la física del continuo.
Añadamos que las ecuaciones de Maxwell ponen en evi-
dencia otra conquista de los esquemas de explicación en el si-
glo XIX: son ecuaciones que en realidad expresan una causa-
lidad recíproca o circular: nos muestran cómo una variación en
el campo magnético actúa sobre el campo eléctrico y cómo al
mismo tiempo una vibración del campo eléctrico actúa sobre
el campo magnético, si bien estas ecuaciones expresan la situa-
ción de dos magnitudes que se condicionan recíprocamente. La
relación de agente a paciente en la causalidad local, llega a ser
circular y explica así la propagación de una perturbación por
un modo muy particular de autodinamismo.
Digamos en fin que el siglo XIX es también el siglo en que
triunfa la teoría atómica y resurge así, sobre la base de una
ciencia prodigiosamente desarrollada, el esquema de explica-
ción batígena de los físicos de la antigua Grecia. La estructura
molecular de la materia y la discontinuidad de la electricidad
serán postulados a título de hipótesis sin prueba experimental
directa, pero las explicaciones que toman por base estas hipó-
tesis se imponen de tal manera que serán adoptadas poco más
o menos universalmente a finales de siglo a pesar de una larga
resistencia de la escuela positivista. Mucho más, el fluido mate-

89
rial continuo, después de haber servido de modelo a la teoría
de los campos, será reducido a un agregado de moléculas, cuyas
propiedades cinéticas explican de manera asombrosa las pro-
piedades hidrodinámicas del fluido. Lo mismo sucederá a la
corriente eléctrica continua cuyas propiedades serán explicadas
como resultado de las de un flujo de electrones discretos. Así,
la dialéctica de le continuo y de "lo discontinuo que provocará
la gran crisis de la física del siglo xx, es al contrario, a finales
del siglo XIX, potencialmente explicativa.
Podemos juzgar con esta rápida revista cuán rico y diversi-
ficado se presenta el concepto de explicaci6n a lo largo del si-
glo XIX.

Quinto período: el período contemporáneo


En torno al año 1900, parece a los contemporáneos que se
esté acabando de emplazar un modelo de conjunto de la física
que posee un poder explicativo casi universal. Las entidades
elementales se clasifican sin equívoco en corpúsculos (átomos,
electrones) y en magnitudes continuas (campos y ondas eléc-
tricas y magnéticas) y las relaciones entre estas entidades apa-
recen totalmente elucidadas. Es la época en que lord Kelvin
podía declarar al edificio totalmente acabado con excepci6n de
dos puntos oscuros: la experiencia de Michelson-Morley y el
espectro de emisi6n del cuerpo negro. Este juicio, que no es
aislado, muesh·a la extraordinaria potencia que tenían entonces
los paradigmas dominantes, si pensamos que en aquella época
faltan aún en física un cierto número de constantes esenciales
(número de Avogadro 1908, carga eléctrica elemental 1913) y
de experiencias cruciales (uni6n entre luz y ondas hertzianas
1922, difracci6n de los rayos X 1912) y que nadie tiene aún
ninguna informaci6n sobre la estructura del átomo (existencia
del núcleo 1912, complejidad del núcleo 1919), y de otra ·parte
que los dos "puntos oscuros" tienen desde esta época un alcan-
ce capital puesto que el primero arruina Ja hip6tesis del éter
base de la teoría electromagnética y que el segundo destruye
todas las ideas que podíamos hacernos sobre las relaciones entre
materia y luz.
De hecho, el "modelo 1900" continuará desanollándose en
la misma línea hasta hacia 1925, en el momento en, que a partir
de los "dos puntos oscuros" de Kelvin, todo el sistema de ex-

90
plicación se hunde y se edifica la nueva física (Quanta, 1901;
Relatividad, 1905).
¿Cuáles son los rasgos característicos de esta nueva física?
El más sorprendente es la preeminente definición de los esque-
mas homogéneos. Procede por una serie de fusión de conceptos
que antes estaban considerados como absolutamente distintos y
que aparecen en adelante como distinciones relativas operados
según un marco subjetivo y contingente en un complejo con-
ceptual que es en sí mismo indisociable. Así es como la relati-
viaad restringida reúne el espacio y el tiempo en un universo
cuatridimensional cuya composición en espacio y tiempo es una
cuestión del punto de vista, puesto que depende de lo referen-
cial en donde nos coloquemos. Por lo demás ocurre lo mismo con
todas las magnitudes físicas, que serán representadas por vec-
tores o tensores cuatridimensionales, cuyas proyecciones sobre
el espacio y el tiempo de cada referencial dan para este refe-
rencial las magnitudes de la física no-relativista. Igualmente en
la dinámica de la relatividad general, ya no sabemos distinguir
de manera absoluta, en la expresión global del "tensor métrico"
lo que es campo de gravitación y lo que es curvatura en el espa-
cio-tiempo de las líneas, describiendo los movimientos posibles,
dicho de otra manera lo que es fuerza y lo que es aceleración.
Esto también depende del referencial escogido. En microfísica,
la onda y el corpúsculo están lo mismo indisolublemente unidos
en un concepto unificado, el microobjeto cuántico, en el que el
aspecto (ondulatorio o corpuscular) que se manifestará, depende
del sistema, y notablemente del aparato de medida, con el cual
el microobjeto será puesto en interacción.
En estas condiciones las leyes de los fenómenos se expresarán
aún por ecuaciones diferenciales, pero éstas tendrán una forma
y una significación profundamente diferentes de las de la época
precedente, manifestando un avatar esencial de la noción de
explicación. No trataremos más como, por ejemplo, en electro-
magnetismo clásico, con una o varias relaciones entre las deri-
vadas de espacio de una magnitud (agente) y las derivadas de
tiempo de otra magnitud (paciente), sino con una relación global
entre las derivadas de espacio y tiempo de la misma magnitud
unitaria, la cual se determinará así: en sí misma en su evolu-
ción. Es la forma que tomarán las ecuaciones de Maxwell en el
marco de la relatividad restringida. Es la forma de la ecuación
macroscópica de Einstein que determina la estructura de la
métrica de espacio-tiempo, es decir, los movimientos en el campo

91
de gravitación, y de las ecuaciones cuánticas de Schri:idinger
y de Dirac que determinan la función de onda, y por este medio,
las posibilidades o probabilidades de aparición de los efectos
corpusculares. Estas ecuaciones, en último término, manifiestan
directamente la estructura específica del sistema. Encontramos
así la explicación por la naturaleza propia en cada cosa, o la
causalidad formal de Aristóteles. Nos dicen: las cosas son así,
y parece que hemos perdido de nuevo la facultad de responder
a la cuestión del porqué, la facultad de explicar.
En realidad la situación es más compleja y podemos hacer
aparecer dos aspectos por los cuales las ecuaciones de la nueva
física son explicativas o, al menos, son experimentadas como
tales por los sabios de nuestro tiempo. Por una parte, como en
Aristóteles, pero de manera mucho más poderosa, nos somete-
mos de manera natural a condiciones de simetría que restringen
muy severamente los tipos de magnitudes "unitarias" que tene-
mos el derecho de introducir, y al mismo tiempo los tipos de
ecuación que regirán estas magnitudes, tan severamente que
no estamos lejos de pensar que la naturaleza nos presenta de
hecho todos los tipos de ecuaciones "permitidas", al menos las
más simples entre ellas, si bien las ecuaciones se encuentran por
este medio incluso explicadas. Por simetría, entendemos hoy,
la propiedad de las leyes de la física de tener una forma inva-
riante con relación a algún grupo, discreto o continuo d1; trans-
formaciones, como el grupo de los desplazamientos, o su homó-
logo relativista (grupo de Poincaré), o como grupos de permu-
tación entre corpúsculos que aparecen como indiscernibles. Es-
tas condiciones de invariancia introducen en el corazón de la
física la teoría de los grupos y de sus representaciones irreduc-
tibles. Toda reformulación didáctica de las teorías cuánticas
modernas comienza hoy por un estudio sistemático a priori de
las representaciones irreductibles de los grupos clásicos de inva-
riancia, pone en evidencia las funciones de varios componentes
y los operadores que actúan sobre estas funciones, que sólo son
posibles por la teoría de las representaciones irreductibles. Nos
encontramos entonces con las clases de funciones que podemos
relacionar con todos los tipos conocidos de microobjetos (por
ejemplo, partículas de "spin" cero, 1/2, 1) y por este medio
incluso con las ecuaciones diferenciales que rigen estas fu°\
ciones. Podemos considerar así que las ecuaciones cuántic~~
son engendradas unívocamente por la teoría de los grupos. Ésta
explica pues la misma estructura de cada esquema homogéneo.

92
Este método, que ha venido a cuhninar después el conjur1to
del formalismo de la mecánica cuántica es aplicado hoy siste-
máticamente y con importantes éxitos a la investigación de los
formalismos que dan cuenta de la clasificación de las partículas
elementales conocidas o para descubrir, y de las leyes de sus
transformaciones mutuas .
.Por otra parte, en ciertos casos, las soluciones físicas efec-
tivas de las ecuaciones diferenciales pueden ser reconocidas en-
tre todas las soluciones matemáticas posibles con la ayuda de
criterios muy generales que dan entonces una explicación de
la elección de estas soluciones. Un ejemplo muy bueno nos es
dado por el último estadio de la relatividad, la teoría unitaria
de Einstein-Infeld. La ecuación diferencial de Einstein, cons-
truida a partir de consideraciones de simetría, rige el tensor
métrico, el cual expresa como ya hemos dicho a la vez el cam-
po de gravitación y las propiedades cinemáticas del espacio-
tiempo, en cierto modo su ·'relieve". Este relieve se traduce
por la existencia de "líneas geodésicas", y en la primera forma
de la teoría, Einstein establecía en principio que estas geodé-
sicas describían precisamente los movimientos posibles de un
cuerpo material sometido al campo (lo que le permitía calcular
el movimiento de los planetas en el campo solar, incluida la
anomalía de Mercurio que conh·adice las leyes de Newton).
La teoría unitaria permite precisamente explicar este principio
partiendo de la hipótesis que un punto material no es un ob-
jeto de una naturaleza especial, heterogénea al espacio-tiempo,
sino que también constituye un relieve del espacio-tiempo, un
relieve reducido a una punta, sea una función en singularidad.
Poner el cuerpo en el campo, viene a sobreponer dos soluciones
de la misma ecuación, la solución regular que representa el
campo, y una solución singular que representa el cuerpo en
movimiento. Ahora bien las propiedades de la ecuación lineal
de Einstein hacen que en general la suma de dos soluciones no
sea en sí misma solución, salvo si se realiza una condición que
acople las dos soluciones y particularice así los movimientos
admisibles para la singularidad. El cálculo muesh·a entonces
que esta condición impone precisamente a la singularidad se-
guir a una de las geodésicas del campo. La única ecuación de
Einstein da pues no solamente la forma casi newtoniana del
campo, sino que explica a la vez la ley de la dinámica que
determina el movimiento de los cuerpos en este campo, ley
que no debe ser puesta más como axioma independiente.

93
A este tipo de explicación se pueden unir los ensayos ac-
tuales para ~~le9cionar entre las soluciones de las, ecuaciones
de la teoría cuántica de los campos de altas energias, las que
son analíticas, 'lo que hace aparecer algunos rasgos caracterís-
ticos de los fenómenos efectivamente observados, y permite así
explicarlos.

Epistemología de la física: realismo y positivismo

Pero, al menos en el nivel cuántico, se plantea un problema


de otro orden: hasta aquí, se trataba de explicar por qué un
fenómeno se producía de una manera determinada, entre todas
las maneras imaginables. Ahora bien, como sabemos, las expli-
caciones de la física cuántica no poseen este carácter de deter-
minación con relación a los fenómenos realmente observados.
Las soluciones de las ecuaciones diferenciales nos dan sola-
mente, para las magnitudes de los efectos "observables", una
serie de valores posibles y la probabilidad respectiva para cada
uno de estos valores. Ahora bien, en las experiencias físicas, ocu-
rre -y efectivamente se mide- un valor determinado en cada
caso: es esta determinación que escapa -por razones de prin-
cipio inherentes a la teoría- a la explicación por la física cuán-
tica. La teoría no da cuenta totalmente, sino sólo estadística-
mente, de lo que nos da la experiencia.
Esta dificultad ha llevado a los físicos a tomar conciencia
clara de la distinción entre el nivel de la teoría, es decir, el
modelo matemático, y el nivel de la experiencia, y es en esta
ocasión que se ha precisado en física la misma noción de mo-
delo teórico, que, como hemos visto, era extremadamente acla-
ratoria para el conjunto de la física incluidas sus partes clásicas.
Digamos algunas palabras sobre este nuevo concepto ya que
nos permitirá situar mejor el punto de impacto de lo que llama-
mos en general una explicación.
Los primeros pensadores que han intentado teorizar ~un­
do físico consideraban más o menos explícitamente que en sus
discursos procuraban una descripción del mundo realmente exis-
tente, descripción que era explicativa en la medida en que exhi--
bía relaciones entre las cosas que antes estaban escondidas o
eran ignoradas. Esto se operaba a costa de un análisis que bus-
caba detrás de las apariencias (fenómeno) dadas por nuestros
sentidos objetos que existían al nivel de una "realidad", obje-

94
tos que la teoría alcanzaba poi· un conocimiento intelectual en
tanto que abstracciones susceptibles de ser unidas precisamente.
por estas relaciones recientemente descubiertas. Pero estas no-
ciones abstractas eran siempre consideradas como descripciones,
copias de los objetos reales (por ejemplo, los átomos de Dem6-
crito).
Otro punto de vista, nacido en el siglo XVII del desarrollo de
la filosofia experimental, oonsiste en poner en primer plano las
regularidades (enlaces constantes) entre los hechos de experien-
cias que se manifiestan en nuestros sentidos y exigir que las
relaciones que expresan una teoría física sean relaciones entre
resultados de experiencias, siendo el tipo esencial de dichas re-
laciones la ley física. Este punto de vista que era ya -en teo-
ría- el de Newton, se desarrolló principalmente en el siglo X1X
bajo el nombre de positivismo. Su desconfianza frente a las abs-
tracciones teóricas es tal que priva a la teoría de todo poder
explicativo, de toda pretensi6n de explicación. Su existencia, y
su dominio durante un largo período en la comunidad cientí-
fica, permitirán casi trazar, paralelamente a la historia de la ex-
plicaci6n que acabamos de esbozar, una historia de la antiexpli-
cación, una historia de las doctrinas que rechazan como "meta-
física" toda pretensión de la ciencia de explicar los fenómenos
por referencia a una "natura1eza de las cosas". Está claro, en
efecto, que el recuento y la aproximación estructural de las
leyes que rigen exclusivamente los fenómenos ,es impotente para
hacer aparecer o prever fen6menos o leyes cualitativamente
nuevas y así pues no sabría desembocar sobre explicaciones en
el sentido preciso que hemos dado a esta palabra.
El positivismo, pues, rehúsa por principio atribuir a la cien-
cia el poder de explicar, y el nacimiento y el desarrollo de los
paradigmas explicativos como a los que nos hemos referido, son
debidos a un defecto de vigilancia, a una impotencia relativa
del positivismo, en tanto que órgano de coerción en el seno de
la comunidad científica, en oontener las fuerzas explosivas del
pensamiento científico en someterse a sus dogmas. Las teorías
explicativas se abren a pesar de todo un camino, triunfando en
la opini6n de la comunidad científica; cada uno de estos triun-
fos aporta una prueba de la esterilidad del positivismo.
Pero por otra parte, cada una de estas revoluciones cientí-
ficas es igualmente un fracaso para la concepción realista "inge-
nua" siguiendo la cual la teoría es una copia de la realidad.
El abandono de una antigua teoría en provecho de una nueva,

95
plantea cada vez de una manera apremiante -aunque cada vez
a propósito de un caso particular- el problema de la validez
y del estatuto de la teoría en general. Si está comprobado que
toda teoría es caduca, que el desarrollo de la ciencia bajo for-
ma de revolución científica continuará sin fin, ¿qué pensar en-
tonces de la teoría que está hoy en curso?, ¿cómo creer a la
vez que es una descripción, una copia de lo real, y que esta
descripción está llamada a ser abandonada tarde o temprano?
Por otra parte, está claro que la asimilación -por lo demás a
menudo confusa e intuitiva- entre los objetos intelectuales de
la teoría física y los objetos materiales de la realidad física, los
unos sólo capaces de mantener relaciones rigurosas y formali-
zadas, los otros sólo portadores de la relación con lo real expe-
rimenta~ levanta graves dificultades filosóficas.
Así hemos llegado en la corriente del siglo xx a una con-
cepción que afirma francamente una irreductible diferencia de
la naturaleza entre los conceptos de la teoría físi~· y los obje-
tos de la realidad física, diferencia a partir de la c~\1 nos pode-
mos plantear claramente la cuestión del "paralelismo" entre
los dos dominios, que permite afirmar, bajo algunas relaciones
y algunos límites, que la teoría física representa la realidad
física (siendo aquí el término de representación para oponerse
al término de descripción el cual designábamos hace poco una
pura y simple copia): y además, podremos situar claramente
el estatuto del dominio de la experiencia sensible, a lo que el
positivismo querría conducir toda la física.

La noción de modelo teórico

Una formulación simple ha sido dada por Planck, uno de


los fundadores de la teoría de los cuantos. Para él, debemos
distinguir absolutamente, por una parte, un mundo real, que es
un mundo de objetos existentes donde las transformaciones fí-
sicas efectivamente "ocurren" y, por otra parte, un mundo físico
(en el sentido de un mundo "de 1a física") o "imagen represen-
tativa física", que es un mundo de conceptos pensados, donde
funcionan las relaciones matemáticas construidas por la ciencia
física. Este último está -aproximadamente- en "adecuación
con el mundo real que representa". Por lo demás está en trans-
formación y en progreso continuo a medida que la ciencia se
desarrolla. En nn, hay también un mundo sensible, que está

96
hecho de imágenes percibidas que se suceden con regularidades
"legales", y donde se sitúan en particular las experiencias y las
medidas de laboratorio. Una de las funciones del mundo físico
y de las operaciones matemáticas que se desarrollan es de "dar
cuenta" de las leyes que reinan en el mundo sensible. Esto su-
ministra el criterio fundamental de la validez del esquema físico
y de su adecuaci6n al mundo real, porque éste es a su vez el
soporte del mundo sensible.
En esta concepci6n de Planck, encontramos ya lo esencial
de lo que hoy constituye la noci6n de modelo.
Demos algunas precisiones a este respecto:
La física, en tanto que teoría, opera sobre sistemas de no-
ciones llamados modelos te6ricos, nociones "absh·actas" en el
sentido habitual de la palabra, que están unidas por proposicio-
nes. La teoría física procede transformando estas proposiciones
en otras proposiciones conformemente a unas reglas rigurosas
determinadas. Esto sólo es posible si las nociones están defini-
das por una axiomática, es decir, están determinadas por rela-
ciones que introducimos entre ellas, sin ninguna referencia a
nociones exteriores al sistema de axiomas (sino a otros sistemas
ya axiomatizados). Esto, a pesar del hecho que en general, para
nombrar estas nociones, utilizamos las palabras sacadas del len-
guaje corriente donde designan objetos de la experiencia (del
"mundo sensible"). Un sistema así es exactamente de la misma
naturaleza que una teoría matemática. Lleva consigo el mismo
grado de rigor y de certeza, no contiene otra cosa que lo que
explícitamente hemos puesto en los axiomas. En particular, la
significación intrínseca de los conceptos y la verdad de las pro-
posiciones no depende en nada de la experiencia.
Este modelo te6rico está construido de manera que pueda
ser puesto en correspondencia con una situación física, es decir,
un cierto conjunto de objetos reales sobre los cuales sabemos
operar "con nuestras manos" transformaciones "experimentales"
determinadas. En la medida en que existe un morfismo entre
el sistema de transformaciones teóricas del sistema y el sistema
de transformaciones experimentales que operamos sobre la si-
tuación, el físico está autorfaado a decir que su modelo es e]
modelo de la situaci6n o más aún que representa la situación.
Nos permite, utilizando este modismo, aplicar la teoría a la
situación para manipularla siguiendo una finalidad concreta.
La realidad a la cual pertenece una situación y de donde 1a
hemos abstraído escogiendo un número limitado de factores que

97
4. LA llXPLICACIÓN
definen un estado, es de hecho inagotable. Es en último término
con esta realidad con la que tratamos cuando actuamos sobre
la situación. Además, la estructura de transformaciones experi-
mentales une operaciones que no podemos conocer más que
de manera aproximativa. Estos dos hechos introducen una dife-
rencia profunda entre el modelo y la situación, a pesar de los
morfismos que advertimos entre ellos. Así, el modelo nunca da
una representación exacta y completa de la situación. Tarde o
temprano aparecerán divergencias, sea cuando alcancemos una
precisión más elevada en las operaciones experimentales, sea
cuando extendamos la situación a fenómenos nuevos, conexos
a los antiguos. Cuando estas divergencias aparecen, se hace
necesario construir un nuevo modelo más amplio, que englobe
el modelo precedente y que dé cuenta de su adecuación rela-
tiva a la situación, pero que represente igualmen~los fenó-
menos aberrantes. La teona física aparecerá así c o consti-
tuida por un sistema de .modelos "encajados". Por lo demás,
es frecuente que un modelo "superior" englobe, no uno, sino
varios modelos inferiores.
La relación de "representación" así precisada, debe desem-
barazarse completamente del ideal del realismo ingenuo, tra-
tando de buscar la teoría verdadera, formada de conceptos y
de relaciones que sean copias exactas de la realidad. Por una
parte, los conceptos de la teoría difieren irreductiblemente por
naturaleza de los objetos de la realidad. Por otra parte y sobre
todo, la relación de adecuación (modismo) entre modelo y situa-
ción es una relación en transformación perpetua, nunca exacta,
nunca definitiva, pero en constante progreso, ya que nos procu-
ra una potencia creciente en el campo de los fenómenos físicos.
Podemos tratar de situar ahora en este marco la noción de
explicación tal como se presenta hoy, y apreciar entonces el
fracaso relativo de la física cuántica como explicación de la
realidad a nivel microscópico.
Por una parte precisemos primero que un modelo no cons-
tituye nunca por sí mismo una explicación de la realidad física.
Representar no es describir, ni tampoco es explicar. Así, la fór-
mula que hemos citado al principio de este artículo: "Explicar,
es hacer entrar datos experimentales en un marco matemático
apropiado'', y que se sitúa en una perspectiva positivista, corres-
ponde no a la noción de explicación, sino a la de representación
teórica. Describe una concepción general donde no hay lugar
para lo que hemos acordado llamar explicación.

98
La explicación se sitúa en el mismo interior del mundo te6-
rico, sólo tiene sentido en el marco de la inteligibilidad y de la
deductibilidad rigurosa característica del modelo, y como prin-
cipio unificador de este modelo. El modelo puede estar sometido
a leyes de simetría que determinan globafmente su estructura,
y es la explicación homogénea; puede ser descompuesto en dos
subestructuras e interconexión, y es explicación heterogénea. En
fin, y lo más im¡:lOrtante, es que un modelo superior puede dar
cuenta -generalmente como aproximación- de la estructura
de uno o de varios modelos inferiores a los cuales ha sucedido.
En efecto, cada vez que describimos una revolución cientí-
fica, el acento es puesto suficientemente sobre la destrucción de
modelos inferiores por el modelo superior, para que no sea
esencial hacer observar que siempre estos modelos destruidos
son de hecho recuperados, reinterpretados y englobados en el
modelo superior a título de caso particular o de caso límite,
y que son, a este respecto, no destruidos, sino conservados y
utilizados, que son y permanecen explicados por esta inserción
en un marco más general y en una estructura más profunda. Es
este "encajamiento" de los modelos que hace referencia a lo
que hemos llamado explicación batígena.

Epistemología de la física cuántica


Queda por examinar cómo este carácter explicativo interior
a los modelos se refleja sobre el "mor.fismo" del modelo en la
situación experimental y especialmente a nivel de la física mo-
derna. A decir verdad, ya en la física clásica encontramos una
diferencia de principio entre las relaciones matemáticas exactas
en el modelo y las relaciones prácticas, siempre aproximadas,
que les corresponden en la experiencia, esto debido a la impreci-
sión de las medidas. Pero en la base de la física clásica reina
la idea que esta imprecisión es contingente, que ha sido ya
reducida aún más en adelante hasta ser tendencialmente hecha
lo más pequeña que queramos. Esto significa que en el límite,
en el extremo de las magnitudes "tales como las medimos'',
llegaremos a las magnitudes "tales como son", entre las que
reinan, con derecho, relaciones rigurosamente isomorfas a las
del modelo. En física cuántica esta separación toma una signi-
ficación esencial e irreductible. Es ahí donde se sitúan las "in-
certezas" y lo que imprudentemente se ha llamado el "principio
de indeterminación".

99
Si ahondamos un poco la cuestión trazaremos el cuadro si-
guiente: en un estado determinado del microobjeto que "consi-
deramos" en la experiencia, sabemos hacer corresponder en el
modelo una función de estado solución de la ecuación de onda.
A un observable determinado de la experiencia sabemos hacer
corresponder en el modelo un operador que actúa sobre la fun-
ción de estado. Es este operador quien da, no un valor determi-
nado, sino una serie de valores posibles para el observable, con
coeficientes de probabilidad determinados para cada valor. Pero
hay que señalar aquí que esta operación matemática no conduce
a la determinación del observable, sino a la de su medida, es
decir, sobre el hecho que pongamos el microobjeto en interac-
ción con otro sistema físico, el aparato de medida, que es
siempre macroscópico, es decir, constituido por un ~~mero in-
menso de sistemas elementales. Todo lo que podemos \}ecir de la
mecánica cuántica, es que es una teoría de la medida que da
resultados macroscópicos posibles. Existen entonces dos inter-
pretaciones permitidas que sólo se distinguen por sus presuposi-
ciones filosóficas: para una, tenemos derecho, para la otra, no lo
tenemos, de plantearnos la cuestión de lo que es y llega a ser el
microobjeto cuando no lo medimos. Pero si bien tenemos derecho
a plantearnos la cuestión sabemos que la mecánica cuántica no
puede darnos la respuesta, hay que buscarla fuera de ella.
No es mi intención profundizar más esta cuestión, siendo mi
tarea describir los paradigmas y la actitud de la comunidad
científica ante este tipo de explicación. A este respecto, debemos
señalar que la opinión dominante de la comunidad científica ha
defendido acérrimamente desde 1927 la tesis positivista llamada
de "Copenhague'', que establece un límite infranqueable al
poder de explicación de la física, con excepciones importantes
entre los mismos fundadores de la teoría: Einstein, Planck, de
Broglie, Schrodinger. Pero debemos señalar en los últimos tiem-
pos una ola de pesimismo respecto a las perspectivas del desa-
rrollo de la mecánica cuántica y una aspiración indiscutible
a un nuevo paradigma, que ponga de manifiesto nuevos tipos de
explicación. A este respecto, sófo citaré tres textos recientes.
El primero es de Robert Oppenheimer (a quien no hace falta
presentar): "Es evidente que nos hallamos en vísperas de una
revolución muy grave, probablemente muy heroica, y en todo
caso completamente imprevisible, de nuestras interpretaciones
y de nuestras teorías en física".
El segundo está extraído de un artículo (julio 1970) del pro-

100
fesor J. S. Bell, director del Departamento de Teoría del
C.E.R.N. de quien conviene decir que ha sido hasta aquí un
ferviente adepto de la interpretación dominante. Después de
haber sido preguntado por qué se admitía que la descripción
teórica completa de una experiencia de medida comporta a la
vez y en unión indisociable los parámetros cuánticos del mi-
croobjeto y los parámetros macroscópicos y clásicos del aparato.
observa que sería muy satisfactorio para el espíritu que la fron-
tera, que hoy flota no sabemos por dónde, entre el dominio
de los comportamientos cuánticos y el de los comportamientos
clásicos, sea rechazado, o bien a un extremo, o al otro, de manera
que exista sólo un tipo de situación física, y añade: "En mi
opinión, es difícil considerar un discurso plausible sobre un
mundo que no tendría parte clásica. No se tendría entonces
ninguna base para hablar de correlación entre acontecimientos
dados -se tratase solamente de acontecimientos "mentales"-
que tuviera su sede en una conciencia aislada. Al contrario, es
fácil imaginar que el dominio clásico sea extendido hasta re-
cubrir todo el conjunto. La función de onda podría comprobarse
como una descripción provisional o incompleta del aspecto cuán-
tico, aspecto del cual se podría dar una interpretación objetiva
(o clásica). Esta posibilidad de una explicación (account) homo-
génea del mundo es para mí la principal motivación para el
estudio de la hipótesis de lo que llamamos variables escondi-
das ... Para mí, la idea de posibilidad del determinismo es menos
apremiante que la posibilidad de tratar con un sow mundo en
lugar de dos".
En fin, citemos un texto (bastante conocido) de L. de Broglie,
quien hace entrever la esperanza de hallar a un nivel más pro-
fundo una explicación de tipo batígeno: "El éxito de los razo-
namientos de la teoría cuántica de los campos ... puede sugerir
que, por debajo del nivel de la realidad microfísica donde se
manifiestan los corpúsculos, existe un nivel de la realidad, más
profundo y más escondido aún, nivel con el cual los corpúsculos
del nivel microfísico estarían constantemente en interacción,
pudiendo en ciertos momentos sumergirse o emerger. Así esa
realidad profunda, que David Bohm ha llamado el "nivel sub-
cuántico", llenaría lo que llamamos el vacío, que poseería pues
propiedades físicas (lo que parece implicado por la existencia de
los fenómenos que la teoría cuántica de los campos designa bajo
el nombre de e polarización del vacío»)".

101
5
La explicación en física
Por Rolando García

Fue Albert Einstein quien dijo que los físicos eran unos
oportunistas en materia de :filosofía. Quizá su afirmación procede
de una reacción en contra de ciertos de sus eminentes colegas
muy dispuestos a admitir como verdaderas teorías que él tenía
como altamente insuficientes. Pero esta actitud de Einstein,
manifestada en sus últimos años, no cuadra demasiado, parece,
con sus propias profesiones de fe. No en vano había declarado
en aquella misma época:

"En su tentativa para llegar a una formulación concep-


tual de los datos de 1a observación, cuya masa inmensa os
confunde, el hombre de ciencia utiliza todo un arsenal de
conceptos que ha asimilado, se podría decir, con la leche
materna; y es muy extraño, si incluso esto llega, que se dé
cuenta del carácter siempre problemático de estos concep-
tos. Utiliza este material conceptua~ que se podría llamar
más exactamente los insb.umentos conceptuafes del pensa-
miento, como si se tratara de datos inmutables de evidencia,
corno si se tratara de verdades cuyo valor objetivo no podía,
al menos seriamente, ser puesto en duda. (... ) Y sin em-
bargo, es necesario en interés de la ciencia, entregarse sin
descanso a una crítica de estos conceptos fundamentales, si
no queremos, inconscientemente, ser gobernados por ellos.
Esto es tanto más evidente en fas situaciones que implican
el desarrollo de las ideas y en las cuales el uso lógico de

102
los conceptos fundamentales tradicionales nos conduce a
paradojas difíciles de resolver." 1

Einstein ha sido el artesano de la revoluci6n científica más


espectacular después de Newton. 11:1 mismo se libr6 a esta crítica
de los conceptos fundamentales -los conceptos de espacio y
tiempo- lo gue le permiti6 resolver ciertas de las paradojas a
las cuales aludía. Esto no impide, sin querer por nada del
mundo menoscabar su genio, que un físico contemporáneo le
censure por su reticencia en aceptar una revisi6n aún más pro-
funda de los conceptos fundamentales, en el momento en que,
con el desarrollo de la mecánica cuántica otras paradojas to-
davía más embarazosas nos llevan a interrumpir la coherencia
de las opiniones tradicionales. ¿Por qué se detuvo en este punto?
¿Creyó realmente que los físicos comprometidos en la física
cuántica, eran unos oportunistas en materia de filosofía?
Volviendo a los escritos anteriores de Einstein, me parece
que su postura en lo relativo a la aceptación o rechazo de los
conceptos fundamentales en física no es apenas diferente de la
de algunos de entre los físicos clásicos, como por ejemplo Hertz
a finales del siglo pasado. Cuando Heinrich Hertz escribió su
última contribución a la ciencia, sus Príncipes de M écanique
(de los cuales Mach diría algunos años después que si Descartes
hubiera estado aún con vida en aquel momento habría descu-
bierto en esta obra su propio ideal), juzg6 necesario hacer
preceder de una larga introducción el riguroso estudio de su
tema. Parece que Hertz, antes de presentar la sólida construc-
ci6n de estructura euclidiana que logró edificar, quiso mani-
festar, no sin candor, por qué había hecho lo que había hecho
y por qué los trabajos de sus predecesores no le parecían satis-
factorios. Estima que "es ya extremadamente difícil exponer
a un auditorio reffexivo las primeras nociones elementales de
mecánica sin encontrarse a veces embarazado, sin estar tentado
a cada instante de excusarse, sin desear rebasar lo más pronto
posible los Tudimentos, para llegar a los ejemplos que hablan
por sí mismos". Hertz añade aún: "Imagino que Newton debió
experimentar este obstáculo dando su definición relativamente
forzada de la masa como siendo el producto del volumen por la
densidad". Sin embargo, Hertz se da cuenta perfectamente que

l. Prefacio en M. JAMMER, Concepts of space, Cambridge, Mass.,


Harvard University Press, 1954.

103
nosotros no podemos rebasar ciertos límites en nuestro esfuerzo
por definir claramente lo que es, por ejemplo, "la naturaleza
de la fuerza" o "la naturaleza de la electricidad". Sus comen-
tarios a propósito de esto merecen ser citados:

"¿Por qué la gente no pregunta nunca (... ) cuál es la


naturaleza del oro, o cuál es la naturaleza de la velocidad?
¿La naturaleza del oro no es mejor conocida que la de la
electricidad, o la naturaleza de la velocidad m~ que la de
la fuerza? ¿Podemos con nuestros conceptos, co~uestras
palabras representarnos cualquier cosa que esté en su ple-
nitud? Ciertamente no. Creería de buena gana que la dife-
rencia viene de lo que enlazamos por mú1ti,Ples relaciones
los términos «velocidad» y «oro» a otros terminos, y que
entre todas estas relaciones no encontramos ninguna contra-
dicción chocante. Pero hemos acumulado alrededor de los
términos «fuerza» y «electricidad», relaciones demasiado
numerosas para poder conciliarse del todo entre ellas. Te-
nemos conciencia no demasiado clara de ello y queremos
aclararlo. Nuestro deseo confuso se expresa en nuestras
preguntas confusas en cuanto a la naturaleza de la fuerza
y de la electricidad. Pero la respuesta que queremos no es
la que contestaría realmente a estas cuestiones. No es el
descubrimiento de relaciones y de enlaces nuevos y siempre
más numerosos lo que podrá llevarnos a la respuesta. Bien
al contrario, lo que nos dará la respuesta es la eliminación
de las contradicciones que existen entre las relaciones y los
enlaces que ya conocemos y, por este medio, la esperanza
de reducir el número de aquéllas. Cuando estas contradic-
ciones molestas habrán sido eliminadas, la cuestión de la
naturaleza de la fuerza no habrán recibido respuesta, pero
nuestros espíritus, cesando de ser incitados, cesarán de
hacerse preguntas ilegítimas." 2

La mayor parte de la gente, creo, estará ele acuerdo coIJ


Hertz de que hay un punto más allá del cual no se puede
legítimamente, continuar haciéndose preguntas indefinidamente
Lo que deja perplejo es que, hoy en día, la física ya no nrn
permite hacer ciertas preguntas que habrían parecido a Hert;

2. H. HERTZ, The principles of mechanics, Nueva York, Dover Pu


blications, lnc., 1956.

104
perfectamente legítimas. Consideremos la experiencia de difrac-
ción de Young. Un haz uniforme de electrones, de impulsión
conocida, es dirigido hacia una placa de metal que tiene dos
orificios y viene a formar sobre una pantalla emp1azada a una
cierta distancia la figura de interferencia. ¿Cómo se interpreta
esta experiencia?
Tomemos, por ejemplo, un libro bien conocido y ya clásico,
como The theory of fundamental processes, de Feynman. El
proceso considerado, dice Feynman, es el siguiente: 3

"Un electrón de impulsión bien definida cruza de cual-


quier manera el sistema de orificios y continúa su trayec-
toria hasta la pantalla. Tan sólo se nos permite pregun-
tarnos por cuál orificio ha pasado el electrón, a menos de
· haber dispuesto efectivamente un instrumento en vistas a
determinar si ha pasado o no. Pero entonces, es un proceso
diferente lo que estudiaremos. Sin embargo, podemos esta
blecer una relación entre la amplitud del proceso estudiado
y las amplitudes distintas según que el electrón haya pasado
por el orificio número uno o por el número dos. (... ) La
naturaleza nos ofrece una regla simple: es necesario sumar
las amplitudes de los electrones." (p. 2)
"Deberemos aprender a pensar directamente en térmi-
nos de mecánica cuántica. La única cosa misteriosa es por
qué debemos sumar las amplitudes." (p. 7)

Aprender "a pensar directamente en términos de mecánica


cuántica" ¿qué significa? Simplemente, que es preciso pregun-
tarse qué camino toma el electrón cuando nadie lo observa, que
es preciso pensar en términos de amplitudes.
El hecho de admitir que ya no nos sea permitido, hoy en
día, preguntar por cuál de los orificios ha pasado el electrón,
sigue siendo considerado, o bien como una situación comple-
tamente escandalosa -una situación transitoria debida a la in-
suficiencia de nuestras teorías- o bien como una actitud abso-
lutamente revolucionaria en física, como una situación hecha
para durar, rompiendo completamente con los métodos tradicio-
nales en física. Ningún físico serio sostiene, hoy en día, la
primera tesis. En cuanto a la segunda, sostengo que tampoco

3. R. P. FEYNMAN, The theory of fundamental proceses, Nueva York,


W. A. Benjamin, Inc., 1962.

105
es legítima. De acuerdo: hay ruptura con las nociones clásicas~
Pero esta ruptura no es esenciallllente diferente de otras muchas¡
rupturas que han sobrevenido a lo largo de la historia de la fí-
sica. Vayamos más lejos: desde el punto de vista metodológico
y epistemológico, hay continuidad absoluta entre la física clá-
sica y la física moderna.
Para defender este punto de vista, debo decir antes algunas
palabras sobre la situación en el dominio de la mecánica clásica.
No puedo impedir hacer observar que cuando se habla de me-
cánica clásica -salvo en un contexto histórico- se tiene la im-
presión que hay que excusarse, sobre todo si se habla a un
físico. Estoy completamente de acuerdo con Truesdell cuando
dice que "fa formación dada, hoy en día, a los físicos profesio-
nales, es un pesado obstáculo cuando se trata de comprender
los fenómenos físicos, como se dio el caso, con todos los res-
petos, en la formación de los teólogos algunos siglos atrás (... )
La «física» es hoy, por definición, el estudio exclusivo, de la
estructura de la materia, y todos los que estudian los fenómenos
físicos a una escala supermolecular son clasificados como no
siendo «verdaderos» físicos".
Y sin embargo, la mecánica clásica está muy lejos de ser una
ciencia donde todo esté claro y perfectamente ordenado. De
hecho, no es sino recientemente, muchos años después de la
revolución de la mecánica cuántica, que hemos empezado a
tener una teoría satisfactoria desde el punto de vista de sus
fundamentos. Los que de entre nosotros liemos tenido la ocasión
de enseñar la dinámica de los fluidos, conocen estos manuales
exasperantes -algunos de los cuales son obra de reputados
físicos- y que de hecho, inducen a los estudiantes al error con
la manera que tienen de presentarles las nociones funda-
mentales.
Dan -para no citar más que un ejemplo- la falsa impresión
que la ecuación del movimiento de un fluido puede derivarse
directamente partiendo de la dinámica newtoniana de los pun-
tos materiales. Se encuentra esta idea formulada de una manera
explícita por Lagrange, en su Mécanique analytique. Lagrange
sostiene que ha logi:ado expresar las leyes de la mecánica de los
fluidos siguiendo los mismos principios que los que rigen
los cuerpos sólidos y los puntos materiales. Probablemente a
causa de la influencia incontestada de la "mecánica analítica"
que esta asociación ilegítima va a permanecer hasta el siglo xx.
Sin embargo, el carácter falaz de esta idea no había escapado

106
a Euler. En el capítulo primero de su Traité de mécanique pu-
blicado cincuenta y dos años antes que la M écanique analytique,
el joven Euler -cuando s6lo contaba veintisiete años- se ex-
presaba así:
"Estas leyes del movimiento, a las cuales obedecen los
cuerpos abandonados a sí mismos, y que mantienen es-
tos cuerpos inmóviles o en movimiento, pertenecen en
propiedad a los cuerpos in:6nitamente pequeños, que se
pueden considerar como puntos. En verdad, en un cuerpo
ae magnitud :6nita, cuyas diversas partes están dotadas de
movimientos variados, una parte dada tenderá a obedecer
a estas leyes, lo que, por otra parte, no es siempre posible
por el hecho del estado de este cuerpo. Es porque el mo-
. vimiento al cual este cuerpo será sometido será el resultado
de tendencias de diversas partes que lo componen, cosa
que no estamos en condiciones de determinar, por falta de
principios su:6cientes, pero cuyas consecuencias no deben
escaparnos."

"Por falta de principios su:6cientes", era exactamente la in-


tención del joven Euler -intención por otra parte claramente
expresada en su Traité de mecánique- remediar y llenar esta
laguna. Si no pudo llevar a término un proyecto tan ambicioso,
no sabríamos verdaderamente censurarlo ... Una teoría satis-
factoria, que suple la falta de "principios su:6cientes", apenas
tiene veinte años. Ha tomado forma poco a poco y es el fruto
de los trabajos de un grupo de físicos "clásicos" sobre lo que
se ha llamado la "mecánica del continuo". Uno de los pioneros
de este movimiento, C. Truesdell, explica así cómo hubo .de
Juchar, a principios de los años cincuenta, para poder publicar
uno de sus artículos:

"~or aquella época, los estudios sobre los fundamentos


de la «mecánica del continuo», eran rechazados por las
revistas de matemáticas por ser matemáticas «aplicadas»;
rechazados por las revistas de matemáticas aplicadas por
ser matemática pura o física; rechazados por las revistas
de física por ser matemáticas, y rechazados por todo el
mundo por ser demasiado largos, demasiado costosos de
imprimir, y por no interesar a nadie."

107
Es, en verdad, bien extraño constatar que la "sólida" mecá-
nica clásica de los cuerpos macroscópicos haya podido quedar
en un estado satisfactorio y esto, hasta alrededor de los años
cuarenta, sin que haya parecido preocupar particularmente ni
a los físicos ni a los filósofos de la ciencia.
¿Cuál es pues la imagen que ha surgido de la reconstrucción
de esta física que creía "pisar tierra firme", de esta física de los
objetos habituales de nuestro mundo cotidiano, talmente "só-
lida" e "intuitiva"?
En la formulación clásica de la mecánica clásica se parte
de un cierto número de ideas intuitivas que sirven de base a un
cierto número de conceptos fundamentales, tales como los de
"fuerza" o de "masa". Las teorías específicas relativas a la
acción de fuerzas sobre una masa son primero combinadas y
en seguida formuladas en términos matemáticos. Las matemá-
ticas vienen en segundo lugar, para ofrecer'\una formulación
más rigurosa y permitir hacer deducciones. Per~la construcción
de la teoría es una operación extramatemática.
En la reformulación de la mecánica, los axiomas son expre-
sados en términos de medios continuos antes que en términos
de puntos materiales. Se obtiene así una teoría más general
donde el concepto fundamental ya no es la fuerza; ha sido
substituida por el tensor de Cauchy. En este caso, sin embargo,
las ideas intuitivas, no tienen más que una aplicación mucho
más limitada y corren el riesgo de conducir a errores groseros.
La manera de abordar el problema es pues diferente: los mis-
mos conceptos físicos son matemáticos aesde un principio y las
matemáticas son utilizadas para formular las teorías.
No obstante, el problema de los fUndamentos no puede ser
considerado aún como resuelto. Es la mecánica estadística quien
debe vincular esta mecánica de los cuerpos finitos con la mecá-
nica de las partículas. Esto exige un enlace feliz entre la
mecánica de -los medios continuos y la termodinámica, cosa
que aún no ha sido hecha.
Es por eso que rechazamos la idea que "todo iba mejor"
hasta el momento en que los físicos cuánticos han venido a tur-
bar la apacible existencia de los profesores de física, abriendo
brechas en el sólido edificio de la ciencia. El viejo edificio ha
debido ser reedificado, no solamente a causa de las brechas
abiertas por los físicos cuánticos, sino porque el mismo edificio
se tambaleaba. Lo que :pretendo es que, por lo que es del domi-
nio de la mecánica clásica, la construcción nueva, que viene

108
a reemplazar el viejo edificio, manifieste una arquitectura cuyo
estilo se acerca cada vez más al de los físicos cuánticos.
Se ha debido abandonar la pretensi6n de tener como punto
de partida necesario ideas "intuitivamente claras". Aquí, como
por todas partes en física, se puede verificar sin cesar esta
afirmaci6n de Ullmo: "El obstáculo más grande al progreso
científico era la confianza espontánea hecha a la evidencia, a la
intuici6n, al lenguaje".
El punto más importante que conviene señalar aquí, es
que los físicos modernos -entre los cuales incluyo a los físi-
cos que se ocupan de mecánica clásica con miras modernas-
han abandonado la idea que una teoría física debe ser una teo-
ría intuitiva. El ideal, que era disponer de un modelo imagen
de la realidad ya no es, en ninguna parte de la física, conside-
rado como válido. Hemos alcanzado este estadio parad6jico
donde los pretendidos "modelos mecánicos" ya no son buenos
en mecánica. Ni que decir tiene que la noci6n de "modelo" no
ha caducado aún. Dar una explicación de los fenómenos físicos
en un sector de la realidad física, consiste, esencialmente, en
darle un modo explicativo. Pero lo que es "explicativo" en estos
modelos, no son las ideas intuitivas que podrán estar asociadas
a ciertos conceptos, son más bien las relaciones estructurales
entre los mismos conceptos. Un modelo es una estructura y no
una hermosa colección de objetos.
En su forma más sofisticada, una teoría física se presenta
como un sistema axiomático interpretado. Una teoría se esta-
blece para dar cuenta de ciertos hechos conocidos. No se es-
tablece en tanto que pura descripción de los hechos "dados";
lo es en tanto que hipótesis -o conjunto de hipótesis-, gra-
cias a la introducción de una estructura que establece rela-
ciones causales entre los datos. Desde este punto de vista, nos
parece útil mantener la distinción hecha por E. McMullin 4
entre teoría y modelo: el modelo es la estructura supuesta,
mientras que la teoría es el conjunto de enunciados que descri-
ben la estructura. Esta definición de modelo de una teoría física
se aleja de la empleada en matemáticas y en lógica. La defini-
ción estándar de un modelo, tornada en el sentido hoy corriente
en los textos de l6gica, es dada por Tarski en su memoria

4. Cf. What do physical models tell us, en B. VAN RooTSELAAR


y J. F. STAAL, Logic, methodology and phylosophy of science, Amster-
dam, North Holland, 1968.

109
Sorne notions and methods on the borderline of algebra and
metamathematics. 5 La noción central de la teoría de los mode-
los, tal como es concebida por Tarski, puede ser resumida de
la siguiente manera: 6 Sea un conjunto de enunciados (X) de
un lenguaje dado (L). Sea F una fórmula (un enunciado) cual-
quiera en X. Una clase M de objetos es llamado un modelo
de X si cada fórmula F en X es verdadera en M. Si X es el
conjunto de axiomas de una teoría lógico-matemática, entonces
M es un modelo de esta teoría. J
Esta noción de modelo (llamada igualmente "int~rpretaci6n")
ha sido aplicada sobre todo en la demostración de la consis-
tencia de sistemas axiomáticos. La "teoría de los modelos" ha
permitido, igualmente, demostrar la imposibilidad de caracte-
rizar de una manera puramente axiomática nociones tales como
"número entero" o "conjunto".
Desde el punto de vista de nuestro análisis, nos parece im-
portante subrayar lo siguiente. Cuando hablamos de un modelo
que satisface un conjunto de axiomas, oponemos -contraria-
mente a lo que el lenguaje parece indicar- dos estructuras, y
no un sistema abstracto a una realización concreta. Si llamamos
a una de ellas un "modelo" de la otra, es porque la primera
está (o parece estar) libre de contradicciones, mientras que la
segunda no.
Me parece pues que se debe rechazar la posición de Patrick
Suppes (cf. McMullin, op. cit.), cuando dice que "el concepto
de modelo utilizado por los lógicos y matemáticos en el con-
cepto esencial, absolutamente necesario para una formulación
precisa de una rama cualquiera de la ciencia empírica". (... )
"Yo mismo -añade Suppes- estoy dispuesto a admitir la sig-
nificación y la importancia práctica de la noción de modelo
físico que es normalmente utilizada en física y también por
los ingenieros. Lo que he tratado de mostrar es que, en una
formulación precisa de la teoría, o en un análisis preciso de
datos, la noción de modelo -en el sentido de la lógica- nos
da el instrumento intelectual apropiado para hacer un análisis
tan preciso como claro". 7

5. Proceedings of the international congress of mathematics, Cam-


bridge, Mass., 1960.
6. Cf., por ejemplo, The theory of models, lectura XIII, en A. Mos-
TOWSKI, Thirty years of foundationals studies, Oxford, Basil Blackwell,
1966.
7. P. SUPPES, A comparision of the meaning and uses of models in

110
Pienso que la diferencia fundamental entre el empleo de
las nociones de "modelo" y de "teoría" en lógica matemática
y en física, se encuentra en el punto de partida de cada ciencia.
En física es importante subrayar que:

a) un cálculo no es una teoría puesto que no contiene enun-


ciados físicos
b) el cálculo se transforma en teoría con la introducción de
conceptos no formales (masa, fuerza, energía ... )
e) no se trata de buscar una interpretación que satisfaga
la teoría, sino de buscar cuál es la estructura descrita por la
teoría
d) los símbolos utilizados por los físicos están ya interpre-
tados y desprovistos de toda significación física fuera de esta
interpretación
e) por consiguiente, la noción de "interpretación" en el sen-
tido indicado más arriba no es aplicable en física.

Un ejemplo que ~uede ayudarnos a precisar nuestras ideas


es el de la geometr1a: la geometría en tanto que teoría del
espacio físico es un sistema interpretado de relaciones (en el
tipo de geometría basada sobre un sistema de señales lumi-
nosas, la palabra "recto" tiene un solo sentido: rayo luminoso).
No obstante, es posible estudiar las relaciones estrictamente
formales entre puntos y rectas, y tendremos una geometría
abstracta (sistema axiomático) rama de las matemáticas que
ya no es una teoría física. Ahora bien, es posible buscar inter-
pretaciones de esta geometría abstracta, considerada como un
sistema de relaciones estrictamente formales, y construir, por
ejemplo, modelos o interpretaciones, en el sentido lógico.
Se utiliza a menudo términos "representaciones" o "imáge-
nes" para describir las características de un modelo. Estos tér-
minos, cabe señalar, son entendidos en el sentido de conceptos
clásicos sacados de la experiencia cotidiana. La palabra "ex-
plicación" es a menudo utilizada como significando lo que se
puede llamar "modelos visuales explicativos" de los procesos
físicos. Tal ha sido el caso de los modelos mecánicos del calor
y del átomo. Esta noci6n de modelo y su papel en tanto que

mathematics and the empirical sciences; en H. FREuDENTHAL (ed.), The


concept and the role of the model in Mathematics and Natural and
Social Sciences, Dordrecht, D. Reidel, 1961.

111
instrumento de explicación ya no es, como hemos dicho, consi-
derado como válido en física moderna. En mi opinión, estos
"modelos visuales" no han sido nunca explicativos, aunque
hayan jugado un papel muy importante para ayudar a descu-
brir las relaciones que terminarían por encontrar m~s adelante
su lugar en una formulación precisa de la teoría. ¡
Tal como ya hemos dicho, lo que es explicativo en un mo-
delo, son las relaciones estructurales entre los conceptos. Esta
posición no debe, sin embargo, ser confundida con la de Wi-
lliam Dampier: 8

"El buen viejo átomo, duro y teniendo una masa, ha


desaparecido sin dejar rastro; los modelos mecánicos del
átomo han fallado; y los últimos conceptos de la física
deben, parece, ser relegados en la oscuridad decente de las
ecuaciones matemáticas."

Pero cabe precisar un poco mejor esta noción de explica-


ción. Una explicación física consiste simplemente en demostrar
que un fenómeno dado es una consecuencia de leyes aceptadas.
La fuerza de la explicación descansa sobre dos puntos esen-
ciales:

a) la "necesidad" inherente a todo esquema explicativo,


en la medida en que se trata de una deducción 16gica
b) la aceptabilidad de la teoría total, de la cual forman
parte las leyes utilizadas en el esquema explicativo

Hemos ya subrayado que un modelo físico es un sistema de


relaciones con, además, una interpretación precisa de los tér-
minos que intervienen. En el modelo hay funciones que unen
variables por medio de operaciones lógico-matemáticas, y en
las cuales intervienen ciertas constantes; hay, también, esque-
mas deductivos que nos permiten transformar las funciones,
unirlas entre ellas y calcular sus valores. A las constantes y
variables en el modelo, corresponden, en el físico, las propie-
dades de los objetos; a las funciones, corresponden las uniones
"reales" entre las propiedades; y a los esquemas deductivos,
corresponden relaciones causales.

8. Citado por R. BRAITHWAITE, Scientific explanation, Nueva York,


Harper Torchbooks, 1960. .

112
El empleo, en física, del concepto de modelo explicativo,
ha sido seriamente criticado por diversos lados. En mi opinión,
sin embargo, la mayoría de las objeciones que le han sido he-
chas pueden resumirse en una sola, la que Jean-Louis Destou-
ches ha avanzado en su estudio Sur Ui notíon de modele en
microphysique: o
"Del mismo modo que en semántica se define exacta-
mente lo que es un modelo, cabría intentar definir con
precisión lo que es un modelo en física. Me parece que no
se podrá obtener si no es haciendo intervenir a las compa-
raciones de estructuras. Pero a primera vista, tales compa-
raciones parecen difíciles de realizar porque presuponen la
existencia de una cierta estructura que describa exacta-
mente la realidad física, y que se dispone de otra estruc-
tura que constituye el modelo, que tendrá con la estruc-
tura real una relación de homomorfismo. Según la posición
filosófica que se adopte, o bien no se supone la estructura
real, y entonces la definición del modelo no se aplica, o
bien se adopta una posición racionalista sumaria y se ad-
mite la existencia de una estructura real, pero como no
se la conoce efectivamente, la definición del modelo es
metafísica."
A menudo expresada, aunque con menos fortuna, esta obje-
ción se encuentra bajo diversas formas, e incluso en ciertos
escritos marxistas, que rechazaban en el acto una posición como
la que defiendo aquí, tildada al punto de "idealista" y que hay,
ni que decir tiene, que condenar. A fin de captar plenamente
el problema, debemos citar otro pasaje de la memoria de Des-
touches:
"A propósito de la noción de modelo, nos encontramos
delante de la misma dificultad que para todas las nacio-
nes fundamentales de la física teórica. É:stas son siempre
sólO un poco adecuadas, aproximando la realidad física mu-
cho menos cerca que no se creyera en otro tiempo, y la difi-
cultad está siempre en hablar de manera precisa y rigu-
rosa sobre nociones que no pueden ser más que aproxi-
mativas."

9. En H. FREUDENTHAL {ed.), The concept and the role of the model


in Mathematics and Natural and Social Sciences, op. cit.

113
En nú opinión, esta última afirmación nos permite descubrir
de dónde viene la dificultad. Es en efecto, me parece, ~a uti-
lización de expresiones tales como "aproximando la reali~ad" o
"nociones aproximativas" que sería el origen.
Para mostrarlo mejor, me gustaría referirme a la teoría de
Tarski sobre la verdad. Durante años se ha podido ver a una
cantidad de autores echar la culpa a Tarski, juzgando su tesis
desprovista de significación, o falsa, o futil, o empirista, o idea-
lista, o peligrosa, o sin importancia... Ha sido verdaderamente
reconfortante ver, en el curso de estos últimos años, a un crítico
tan severo e implacable como sir Karl Popper,10 defender vigo-
rosamente las ideas de Tarski. Permítaseme decir, desde el prin-
cipio, que estoy de acuerdo con casi todo lo que ha escrito
Popper sobre el tema. Sólo hay un punto sobre el cual este
acuerdo no me es posible. Volveré más adelante sobre ello.
Volvamos a la objeción de Destouches. La dificultad que
encuentra proviene de una manera de plantear el problema,
propia, me parece, para caer gravemente en error. No se trata
para nosotros de comparar un modelo a la realidad física de la
misma manera que el aduanero compara en vuestros trazos la
foto de vuestro pasaporte para asegurarse que el documento
es el vuestro. Lo que hace el físico, es comparar un enunciado
determinado de su teoría a un hecho de experiencia. En térmi-
nos más sencillos, se podría decir que lo que hace, es verificar
si el enunciado de su teoría en cuestión es o no verdadero.
Aristóteles había dicho ya que la verdad, es la correspon-
dencia con los hechos. Tarski dice lo mismo. Naturalmente, no
nos referiríamos a Tarski si no hubiera hecho más que repetir
lo que Aristóteles había ya dicho. El mérito de Tarski es de
haber ido un poco más lejos y de haber analizado cuáles serían
las consecuencias si se admitía que la verdad fuera la corres-
pondencia de una proposición con los hechos. Su observación
fundamental es la siguiente: esta "puesta en correspondencia"
entre un enunciado dado y un hecho, no puede ser conducida
bien si no disponemos de un lenguaje que nos permita referir-
nos al enunciado y describir el hecho. Ahora bien -y he ahí el
nudo de la cuestión-, el lenguaje al cual podemos referirnos
10. Cf. K. POPPER, Con;etures and refutations, Londres, Routledge
and Kegan Paul, 1963 (en particular, sección 10.2). Del mismo autor,
A realistic view of Logic, Phgsics and History, en W. YouRGRAu }
A. BRECK, Physics Logic, and History, Nueva York-Londres, Plenum
Press, 1970.

114
en un enunciado de la teoría, no puede ser el mismo con el
cual expresamos la misma teoría. Nos hace falta un metalen-
guaje, en el cual cada frase del lenguaje-objeto lleve un nom-
bre específico. Si esta relación entre lenguaje-objeto y metalen-
guaje es violada, entonces no es nada difícil acumular antino-
mias que hacen vc 1ver contradictorio el lenguaje de la teoría.
Cabe señalar netamente que la teoría de la verdad de Tarski
no tiene intención de dar un criterio de verdad a un lenguaje
dado. Bien al contrario, su teoría muestra que la verdad de un
enunciado de una teoría no puede ser probada. Lo que, tal
como lo ha indicado Popper, tiene una extraña consecuencia,
puesto que resulta que incluso si llegamos alguna vez a la
"descripción final" de la naturaleza, ¡no podremos probarla!
Pero volvamos a la relación entre teoría (o modelo) y rea-
licl'ad. Admitiendo que lo que hacemos consiste en comparar
una afirmación dada a un hecho, parece claro hablar del modelo
como de un buen, o un mal, modelo de la realidad. Popper llega
incluso a hablar de una teoría verdadera o falsa, aunque estos
términos no me parecen convenientes. En .el sentido estricta-
mente tarskiano, es el enunciado y no la teoría lo que es com-
parado con los hechos. No obstante, no se pueden comparar
todos los enunciados con los hechos, puesto que a veces se tie-
nen términos teóricos. Y querer hablar de todos los enunciados
contenidos en una teoría, no tendría sentido. Así, reservamos
el término "verdadero" a los enunciados y el término "adecua-
do" a las teorías. Lo que no está permitido hacer es comparar
las teorías entre ellas y buscar en qué medida son adecuadas
a la realidad física. Esto puede obtenerse cómodamente bus-
cando en qué medida los enunciados que contienen a cada una
de ellas corresponden precisamente a los hechos. Así, el dilema
delante el cual Destouches nos había colocado, ya no existe.
He de evocar todavía un punto, sobre el cual me es difícil
estar de acuerdo con Popper. Popper cree que la teoría de la
verdad de Tarski ha despreciado la teoría dicha del utilitarismo
pragmático. No lo creo así. Creo que la teoría de Tarski nos ha
permitido dar su justo lugar a la reflexión pragmática. Que la
verdad sea la correspondencia con la realidad, de acuerdo. Pero
¿en qué consiste esta correspondencia? ¿Cómo se estimará? Me
parece que, si queremos dar una explicación inteligible de esta
puesta en correspondencia, nos es preciso, de una manera u
otra, hacer intervenir consideraciones pragmáticas. Tan sólo,
una vez más, estas consideraciones pragmáticas pertenecen al

115
metalenguaje de la teoría. No forman parte de la teoría. Se
relacionan de la manera en la que funciona la teoría.
No sabría terminar esta exposición sin llamar la atención
en cuanto al contexto en el cual conviene colocarla. He hablado
de teorías y modelos como si se tratara de entidades inmóviles,
de estructuras dadas una vez por todas y cuyas propiedades
pueden ser determinadas al instante, lo que se da en contadas
ocasiones. Excepción hecha de una situación donde la teoría es
formulada como un sistema axiomático completo (y apenas
existen de este género) lo que llamamos una teoría es una ex-
'f>Osición compleja de hechos, de hipótesis basadas sobre los
hechos, de leyes teóricas, de descripciones de dispositivos de
medidas, de interpretaciones, de observaciones, etc. En ningún
momento es posible trazar con precisión los contornos de este
conjunto, cuando los componentes de la teoría cambian con el
tiempo de manera no sistemática.
Más aún que la observación precedente, es el hecho que
ninguna teoría existe de manera aislada. La formulación clásica
de una teoría empieza normalmente con una descripción clara
y neta de las "observaciones" y "cosas observadas". Solamente
que "observaciones" y "cosas observadas" no son materias pri-
mas que podamos ,extraer al estado puro de una experiencia al
amparo de toda contaminación. Explícitamente o no, son no
solamente el resultado de una interacción entre la realidad fí-
sica y el observador, sino también, y sobre todo, el resultado
de una interpretación de esta interacción. Esta interpretación
descansa a su vez, en la mayoría de los casos, sobre otras teorías.
El reconocimiento del pa~el central del observador es una
de las características de la f1sica moderna. Sin embargo, creo
que se puede estar de acuerdo con Popper, cuando dice que el
papel jugado, en física moderna, por la persona que observa,
no se diferencia de ningún modo del que ya jugaba en tiempos
de la dinámica de Newton o de la teoría del campo electrónico
de Maxwell. "El observador -escribe Popper- es esencial-
mente un hombre que pone la teoría a prueba. Para hacerlo,
necesita de una masa de otras teorías, de teorías concurrentes
como de teorías auxiliares. Todo esto muestra que somos mu-
cho menos observadores que pensadores."
Esta afirmación nos permite relacionar la posición de Pop-
per con la de Piaget. Entre los descubrimientos de la escuela
de epistemología genética los hay que deberían interesar en
primer lugar a los físicos preocupados por los fundamentos epis-

116
temológicos de su disciplina. La actividad del niño que cons-
truye el cuadro conceptual del mundo que le envuelve no es
fundamentalmente distinto de la construcción de teorías por los
físicos. Esta construcción no procede de la sola experiencia.
En primer lugar, porque las verdades físicas más elementales
(como la permanencia de los objetos, la conservación de las can-
tidades, etc.) están lejos de ser evidentes a todos los niveles del
desarrollo. Luego, porque la interpretación de la experiencia
objetiva es relativa a un cuadro lógico-matemático construido
por el sujeto; más aún, la misma lectura de los hechos no es
posible más que en función de un tal cuadro ya interpretativo.
("Un hecho no es nunca del todo reductible a un observable",
señala Piaget.)
El lazo estrecho entre los conceptos físicos y los conceptos
matemáticos no se encuentra pues tan sólo al nivel de la formu-
lación explícita de las teorías físicas. Se lo encuentra en el ori-
gen, en las profundidades donde el mundo objetivo se construye,
y a lo largo de la génesis de la explicación causal en el niño.
La proximidad genética en epistemología permite así al físico
encontrar una respuesta a las preguntas de primera importancia.
No obstante, "la cuestión de la naturaleza de la fuerza, de la
electricidad" así como la de otros conceptos físicos, no habrá
recibido respuesta, pero como decía Hertz "nuestros espíritus,
cesando de ser incitados, cesarán de hacerse preguntas ilegí-
timas".

117
6 /
La explicación en biología
Por 6uy Cellérier

La biología contemporánea parece obedecer a dos tenden-


cias que, por sus resultados, cabe calificar cuanto menos de
espectaculares; consideradas aisladamente, puede parecer que
una quiere reducir lo vital a la psicoquímica, y la otra hacerlo
emerger de este sustrato material eliminándolo.
La primera, que está unida a un cambio de escala, es la
de la biología molecular. Se procura, por ejemplo, "elucidar la
naturaleza de las unidades funcionales de la materia viviente":
la secuencia de los radicales aminoácidos de una proteína dada,
pongamos por caso. Luego se reduce la "elección" por esta
proteína de una configuración espacial, única (o casi) en un
medio químico determinado, a su "cálculo espontáneo" de un
estado de energía mínimo, es decir, a la obediencia a una ley
física muy general. Por último se muestra que las interacciones
extremamente especializadas de estas macromoléculas, en parti-
cular sus ·efectos catalíticos selectivos, están determinadas a la
vez por su configuración espacial y por la dish"ibución de los
puntos activos en su configuración, pero que por otra parte, el
propio efecto catalítico obedece a las mismas leyes que rigen
los catalizadores inorgánicos.
Si la operación se detuviese aquí, yo podría hacer otro tanto
y concluir que la explicación biológica es esencialmente reduc-
cionista, y que la biología molecular lo ha explicado todo cuando
ha demostrado que la química biológica se reduce simplemente
a la química.

118
No hay nada de eso, pues se puede decir de los biólogos que
desde 1932 han sufrido, a diversos niveles, los ataques de una
especie de alucinación colectiva que los inclina a no ver más
en el conjunto de la materia viva que un vasto regulador for-
mado por una multitud de subsistemas jerárquicamente enca-
jados y acoplados por una red de interacciones laterales que
hace de cacia nivel un sistema integrado.
En el vértice distinguen los sistemas genéticos de diversas
especies, conjunto de reguladores adaptables que trabajan en
paralelo, y cuyas interacciones laterales forman los ciclos eco-
lógicos. Estas especies las ven compuestas de homeostatos indi-
viduales ordenados, por sus jerarquías superiores, de manera
que mantengan ciertas "variables esenciales" entre límites pre-
determinados en el curso de sus cambios con el medio físico y
con el medio social que forman las interacciones laterales pro-
pias a este nivel. A su vez, los organismos individuales pasan a
ser haces de reguladores subalternos: los órganos, cuyas inter-
acciones constituyen las grandes funciones fisiológicas. La re-
gresión jerárquica prosigue pasando por la homeostasis celular
y la integración de tejidos correlativa, para concluir en los ciclos
enzimáticos fundamentales, reagrupados espacialmente y fun-
cionalmente en los organismos celulares cuyas interacciones
están sujetas por las regulaciones alostéricas. La regresión se
detiene finalmente al nivel de los lazos reguladores elementales,
donde la actividad de un gen es desencadenada por la aparición
de un sustrato inductor (el cual vuelve inactivo al represor del
gen combinándose con él); el gen produce entonces un enzima
que actúa sobre el inductor y lo modinca de tal manera que
ya no puede bloquear al represor, que a su vez "vuelve a ce-
rrar" el gen y suspende su actividad. Se trata de un ejemplo
casi paradigmático de regulación de la acción por retroacción
inhibidora de su efecto.
Según el punto de vista que acabamos de esbozar, se habrá
explicado una función biológica, la respiración, por ejemplo,
cuando se haya mostrado cómo los elementos individuales, las
funciones locales, están dispuestas para engendrar una función
global determinada. Es un problema de programación: "Mostrar
cómo el encadenamiento de los cálculos elementales (las reac-
ciones catalizadas) está dirigido de manera que ejecute un algo-
ritmo particular (el ciclo de Krebs)". El contenido material del
objeto biológico se desvanece, para no dejar subsistir más que
ciertos lineamientos formales, los enlaces cibernéticos.

119
En verdad, este segundo tipo de explicación es siempre com-
plementario del primero. Cuando Pauling definió el objeto~
análisis puramente físico-químico de la biología molecular, su
misma definición apelaba a un criterio fundamental, "la natu-
raleza de las unidades funcionales de la materia viva". De hecho,
los biólogos pasan constantemente de la explicación funcional
a la explicación causal, y recíprocamente. Se trata, creo, de una
complementariedad específica en la explicación biológica. Los
sistemas biológicos pertenecen a la categoría de los sistemas
teleonómicos ("la teleonomía es a la teleología lo que la astro-
nomía es a la astrología" según la proporción lógica a menudo
citada). Ahora bien, si por un lado la cibernética puede en el
límite separarse del todo del sustrato material subyacente en
sus máquinas para no preocuparse más que de la organización
abstracta de los medios y de los fines (que representa la teoría
de los autómatas en el sentido más amplio), y si por otra parte
la física no hace intervenir en sus explicaciones la consideración
de los fines últimos de la creación o del Creador, la biología
está a un nivel intermedio donde los medios y los fines, es
decir, las formas, están estrechamente unidas a la naturaleza
de sus contenidos, o sea, a las propiedades físico-químicas de
sus sustratos materiales. En efecto, incluso si existe un isomor-
fismo, como muestra Papert, entre una red de ciclos enzimáticos
interconectados, con feed back de los productos intermedios
sobre las etapas anteriores, y una red. de neurones formales de
McCulloch, capaz de ejecutar no importa qué algoritmo, el do-
minio de lo que sería calculable efectivamente por un sistema
está fuertemente limitado por la fragilidad del mensaje quími-
co, la lentitud de su difusión, etc ... Es preciso, en biología, dis-
tinguir lo posible de derecho de lo que lo es de hecho, y este
último está unido a la naturaleza y a las restricciones físicas de
los elementos funcionales.
La explicación específica de la biología consistirá pues en
considerar un sistema dado como un complejo formado por
un medio interno sometido a leyes físicas de cierto tipo. Este
medio está inmerso en un medio externo, sujeto también a leyes
físicas (a menudo de otro tipo, unido a un cambio de escala).
El sistema comporta una fase intermedia donde se manifiestan
sus funciones adaptativas. La explicación muestra de nuevo
cómo los mecanismos internos están dispuestos, sus leyes de
interacción física controladas y explotadas para calcular ciertos
120
outputs cuando el sistema recibe las acciones del medio exter-
no a título de input.
Un sistema biológico está pues considerado a la vez como
una máquina clásica de flujo de energía y como una máquina
cibernética de flujo de información, y es de la coordinación de
estos dos puntos de vista de donde nace la explicación bioló-
gica. Hay aquí un paralelo, que no tiene nada de fortuito, con
fos sistemas artificiales donde el funcionamiento material del
hardware, de los microcircuitos por ejemplo, depende de la
electrónica y en última instancia de la física del estado sólido,
y donde su función depende de la teoría de las máquinas secuen-
ciales o de los circuitos combinatorios, pero donde una máqui-
na real no puede resultar más que de la combinación eficaz de
estos dos aspectos.
· En biología se desprende de esta coordinación ciertos mode-
los y ciertas imágenes que se encuentran más o menos implíci-
tamente en el pensamiento de todos los biólogos actuales. En
particular, un organismo monocelular está representado bajo
Ia forma de una especie de fábrica itinerante, completamente
automática, que busca para sí sus fuentes de materias primas,
y que de una parte saca de la energía que acumula en molécu-
las especializadas, y de otra utiliza esta energía para animar
sus cadenas de producción. Estas cadenas a su vez colaboran
para descomponer las materias primas y reorganizarlas de tal
manera que aseguren su propio mantenimiento, y su replica-
ción periódica. El desarrollo armonioso de estas operaciones
está ordenado por un programa central (que delega la coordi-
nación lateral a una multitud de interacciones reguladoras entre
los resultados de sus iniciativas: las regulaciones alostéricas
entre los ciclos enzimáticos).
El problema clave de la biología puede entonces enun-
ciarse así: "¿Quién ha escrito el programa central?". La res-
puesta que da la teoría de la evolución se resume en esto: es
el sistema genético; él culmina toda la jerarquía de regula-
dores de una especie dada, él es quien define y regula sin cesar
tanto su estructura como el conjunto de sus variables esencia-
les, es decir, sus fines adaptativos, así como sus interacciones.
Por las modificaciones de sus programas particulares, el sistema
genético transforma tanto los elementos como las relaciones
constitutivas de los sistemas biológicos, y esto casi siempre simul-
táneamente.
La teoría de la evolución justifica estas afirmaciones descri-

121
hiendo dos mecanismos: el primero, un principio de variaci6n,
permite engendrar hip6tesis; el segundo, un sistema de refuer-
zo, permite ponderar las hip6tesis por su valor adaptable. Sus
grandes líneas son las siguientes: cada individuo de una espe-
cie en un sistema genéti.co evolucionado posee un genotipo: es
una especie de manual de conservación que define c6mo co.:ojls-
truir y hacer funcionar sus diversos órganos y que yo he;lla-
mado el programa central. Este programa está dividido en capí-
tulos: los cromosomas; estos capítufos en parágrafos: los genes.
Existe un cierto número de versiones diferentes, de paráfrasis
de cada gen: los alelos. Estas versiones son engendradas y arre-
gladas sin cesar por un proceso que consiste en cambiar al
azar una o varias letras del mensaje: es la mutación. A cada
generación un libro nuevo está formado por un proceso que
se sobreimpone a la mutación: la segregación mendeliana de
los cromosomas. Consiste en recomponer un libro entero toman-
do al azar sus capítulos en uno u otro de los dos padres. Final-
mente, un tercer principio de variación, un proceso de inter-
cambio intercromosómico, el crossing over, permite componer
los capítulos en sí mismos a partir de fragmentos sucesivos
tomados, siempre al azar, en uno u otro de los padres.
Si la calidad de la variación no es controlada puesto que
esta última es aleatoria, en desquite la cantidad de variación
está bajo control genético en cada uno de sus niveles: ciertos
genes controlan la tasa de mutación de otros genes. La tasa de
reajuste de los cromosomas depende del número de cromosomas
(una especie con un solo par de cromosomas no tiene segrega-
ción mendeliana) y este número es una invariante para la re-
plicación, en fin la frecuencia del crossing over depende de la
distancia entre el gen considerado y el centrómero, punto por
el cual el cromosoma es asido por el mecanismo que efectúa
la segregación mendeliana. Ahora bien, la posición de un gen
sobre un cromosoma es conservado por la replicación, y puede
ser modificada por ciertos accidentes del crossing over (la "mu-
tación cromosómica"). La tasa de crossing over está así también
sujeta al control genético.
Cada uno de los libros así compuestos J?ºr recombinaciones
en el sentido más amplio, produce despues de su traducción
un individuo diferente. El conjunto de las combinaciones posi-
bles de un genoma es siempre mucho más grande que la pobla-
ción efectiva. Para un genoma constituido por mil genes con
diez alelos cada uno, serían precisos diez mil individuos para

122
expresar toda la variedad posible de la especie en este inst:¡inte
de su evolución, y en la drosóíila por ejemplo se hán identifi-
cado hasta cincuenta alelos, mientras que su genoma comporta
sin duda varios miles de genes.
Entre todas estas combinaciones, los hay que engendran
individuos no viables, y otros a los cuales corresponden indi-
viduos medianamente adaptados al medio en el cual nacen pero
que estarían mejor en otra parte (estos individuos son en cierto
modo "preadaptados" a otro medio, medio que puede por otra
parte muy bien ser inexistente), aunque la mayoría de las com-
binaciones está generalmente bien adaptada a su medio actual.
Si a cada una de estas combinaciones se le asigna un cierto
valor adaptable teórico como lo hacen Dobzhansky y Wright,
se puede construir una especie de paisaje adaptable de posibi-
lidades combinatorias de un genotipo. Este paisaje será general-
mente accidentado, con cimas separadas por vallas (las cimas
corresponden a los diferentes nichos ecológicos de la especie).
La función heurística del sistema genético puede entonces ser
definida en esta representación: consiste en descubrir las cimas
adaptables de este relieve n-dimensional.
El mecanismo propuesto a este efecto, el de la variación y
selección, ha sido bien estudiado por los cibernéticos (Minsky,
Selfridge) bajo nombres diversos: servomecanismos, autooptima-
lizadores, sistemas adaptables, etc. Su principio común se ex-
presa bajo la forma de una alegoría, la de la hormiga y la mon-
taña. Una hormiga, sensible a la variación de la presión atmos-
férica, desea dirigirse a la cima de una montaña. Da un paso
hacia delante, hacia atrás, a izquierda o a derecha, sistemá-
ticamente o al azar, pero vuelve siempre a su punto de partida
cuando la presión aumenta. Cuando la presión disminuye, se
queda allí donde la ha conducido su último paso. Si todo va
bien, este "comportamiento instintivo" rudimentario debe con-
ducirla a la cima. No es preciso, en particular, que encuentre
una depresión en su camino, ni por otra parte una altiplanicie,
pues divagaría hasta agotarse, ni aunque la talla de sus pasos
sea más pequeña que la de los accidentes locales del terreno.
Los tanteos alrededor de la posición inicial representan la
variación; la elección del paso favorable representa la "selec-
ción de los más aptos". La eficacia heurística de este sistema
reside en el hecho que el esfuerzo de muestreo, de titubeos
alrededor de la posición inicial (para determinar la dirección
de la pendiente) no crece en un cierto sentido más que lineal-

123
mente con el número de dimensiones del espacio del problema,
y ¡ior consiguiente (Minsky): "Si se puede resolver con .este
metodo un tal problema que comporta varios parámetros, en-
tonces la adición de nuevos parámetros de la misma especie
no debería introducir un aumento excesivo del esfuerzo (./.).
Lamentablemente la mayoría de los sistemas interesantes que
introducen operaciones combinatorias ven aumentar el esfuerzo
exponencialmente con el número de parámetros".
Los biólogos se han preocupado a menudo, a propósito de
esta teoría, y en general bajo una forma intuitiva, de lo óptimo,
o al menos de la eficacia del mecanismo propuesto.
Las teorías saltacionistas o mutacionistas (de Vries) de la
evolución intentan mejorar esta eficacia proponiendo que un
gran número de mutaciones aparezcan simultáneamente, crean-
do así "mol).struos felices" que alcanzan de una sola vez un
óptimo adaptable sin pasar por todas las generaciones inter-
medias y la selección. Esto viene a aumentar en nuestra metá-
fora el número de pasos que dará la hormiga antes de leer la
presión, lo que aumenta esta vez exponencialmente el esfuerzo
de muestreo: si hay cuatro caminos de un paso, hay dieciséis
de dos pasos, y en general 4" de n pasos. Esta sugestión iba
pues en fin contrario.
Una mejora fundamental consistiría en suprimir el titubeo,
en no dar más que los pasos en la buena dirección. Esto es lo
que sugería Lamarck con la noción de herencia de lo adquirido.
En efecto, para que un sistema lamarckiano funcione de manera
satisfactoria, es preciso especificar que sólo las adquisiciones
adaptadas son heredadas. En caso contrario todos los pasos se
hacen aceptables, incluso los que alejan del objetivo (herencia
de lesiones orgánicas, de estados patológicos duraderos, etc.),
lo que significa que nuestra hormiga, perdido su sistema de
guía, divagará sin fin sobre el relieve adaptable. Paradójica-
mente, la solución que propone Lamarck no comporta modifi-
cación del sistema de guía, que sigue siendo la selección, sino
un cambio del sistema de producción de las variaciones. Susti-
tuye la fuente de variaciones endógenas por mutación y recom-
binación (que corresponde a una exploración activa de los pun-
tos vecinos del estado adaptable inicial) por una fuente de natu-
raleza exógena, las fluctuaciones aleatorias del medio (que des-
plazan pasivamente el sistema hacia estos puntos vecinos). Como
nada asegura que una variación inducida por el medio será
adaptable, se ha reemplazado así simplemente una fuente de

124
variación aleatoria por otra, sin transformar de otro modo el
resto del sistema. Ahora bien, para suprimir el titubeo ciego, es
preciso también y sobre todo incidir en el mecanismo de guía.
Pero bajo la forma fuerte de la hipótesis, esto conduce a susti-
tuir la selección externa a posteriori por el medio, por una
selección interna a priori por el organismo, es decir, en nuestra
metáfora, en dar más inteligencia a nuestra hormiga. A decir
verdad le será precisa al menos tanta como al ingeniero quien,
fundándose en una interpretación de las leyes naturales, su "mo-
delo interno del medio", y sobre las especificaciones de cierto:>
fines, da el prototipo de un artefacto al cual bastarán algunos
retoques experimentales para que sea adaptado a su función. El
titubeo (interno por cálculo, o externo por verificación empírica)
es reducido a un mínimo, y es dirigido estrictamente por la natu-
raleza de los conocimientos del sujeto y de los fines que le son
impuestos. Es mucha inteligencia para una hormiga, incluso
metafórica, y demasiada para el sistema genético o para fa
cibernética celular, según donde se quiera centrar el tema. Si a
este nivel la evolución hubiera alcanzado este golpe maestro,
nosotros seríamos sin duda entidades macromoleculares y pen-
saríamos ·en combinaciones químicas y no en patterns bioeléc-
tricos.
Hay una vía intermedia en la que Waddington (Strategy
of the genes) y Piaget (Biologie et connaissance) parecen com-
prometerse y que consiste no en sustituir la exploración por la
cognición, sino en dirigir el sondeo no dejando actuar el meca-
nismo productor de variación más que en ciertos dominios pro-
bablemente favorables. Se trata en otras palabras de someter el
generador a ciertas reglas, aplicables y sobre todo inductibles
mecánicamente. El éxito de tales reglas depende bien enten-
dido de la existencia de regularidades en el medio, pero las
múltiples experiencias de pattern recognition han mostrado que
mecanismos de estructura cibernética bastante próxima a la del
sistema genético son capaces de descubrir tales regularidades.
Esta idea de que el mismo proceso evolutivo está sometido a
evolución y que las mejoras que registra descansan tanto sobre
su estructura mecánica (conservación de la información gené-
tica, precisión acrecentada de su replicación, etc.), como sobre
la introducción de heurísticas en su funcionamiento, es expre-
sada en una imagen muy expresiva por Waddington: " ... desde
la revolución industrial, bajo el efecto de la competencia, no

125
mejoran únicamente los productos manufacturados sino las mis-
mas fábricas y los métodos de producción que aplican".
Una de las aportaciones decisivas de Waddington a la te~
de la evolución ha sido demostrar que existen otras fuentes de
variación que las consideradas por la teoría clásica sobre las que
se puede ejercitar la selección. Son las variaciones del medio en
el curso de la epigénesis. Por ejemplo, el desarrollo de los insec-
tos es muy sensible a las variaciones de la temperatura y de la
humedad; era un pasatiempo de los naturalistas de principios
de siglo provocar así "morfosis", insectos adultos más o menos
monstruosos pero viables (lo que es un "paso en la buena direc-
ción" ya que se respetaba la integración interna del organismo,
con mucho la condición más importante para la selección). Pa-
rece pausible anticipar que la asimilación genética de tales
morfosis constituye un proceso heurístico en el nivel epigenético.
Lo llega a ser tanto más cuanto se intenta extender la búsqueda
de tales procesos en todos los niveles de la variación. La recom-
binación y el control genético de las tasas de variación pueden
ser interpretadas en este sentido. La recombinación, porque des-
cansa sobre los alelos que han tenido un carácter adaptable en
un pasado más o menos reciente, corresponde a una regla del
tipo "empezar la exploración por un paso en el mismo sentido
que el que acaba de salir bien"; la modulación de la tasa de
variación, porque corresponde a una regla del tipo "no hacer
variar más que los factores que tienen un efecto sobre los carac-
teres pertinentes", un especie de creteribus paribus genético. En
fin, en el nivel del funcionamiento del organismo acabado, su
subdivisión en funciones (la asimilación, la circulación, los dos
sistemas de "control y de cálculo" químico y nervioso, etc.) cuya
interdependencia es reducida por sus homeostasis propios, tiene
por efecto subdividir el sistema genético en un conjunto de sub-
sistemas paralelos cada uno de los cuales no tiene más que
resolver un subproblema total de la adaptación. Esta heurística
de "división del trabajo" que parece haber sido reinventada
a todos los niveles de la evolución por todas las especies vivien-
tes, tiene por efecto, en el límite, reducir exponencialmente el
esfuerzo de muestreo, se pasa de la función (K)m a (K)m. Para
recoger la imagen de Ashby, hay dos métodos para poner cien
monedas en la posición cara: lanzarlas al aire todas a la vez,
o lanzar la primera hasta que salga cara, luego la segunda y así
sucesivamente. En el primer caso el problema tiene 2100 con-
figuraciones, en el segundo cada subproblema no tiene más que

126
dos configuraciones y el hecho de que se repita cien veces no
tiene comparación con la enormidad del número 21ºº· Es pro-
bable por otra parte que la experimentación sobre sistemas
artificiales que tienen la ventaja de evolucionar infinitamente
más deprisa que los sistemas naturales revelará otras heurísticas
del sistema genético y nos permitirá interpretar en este sentido
hechos que ya conocemos.
Me gustaría, para terminar, decir algunas palabras acerca
del reproche de preformismo que ha sido a menudo dirigido a la
explicación neodarwiniana de la evolución.
Si toda variación de significación adaptativa es debida a la
recombinación de alelos, supuestos invariables a corto plazo, se
puede decir que a este nivef, el conjunto de variaciones posibles
es preformado en el estado del pool genético en este instante.
LmJgo, pasando al nivel de la mutación puntual, se puede sos-
tener en el límite que el conjunto de todos los genotipos de
todas las especies posibles está preformado en los cuatro sím-
bolos del alfabeto genético, como todos los libros posibles lo
están en el nuestro. Basta con escribirlos.
Creo que es preciso distinguir de nuevo aquí entre lo posible
en el sentido combinatorio absoluto, que es un ser matemático
intemporal (el "monoide libre sobre A G T C") y lo que es
"construible" (pero aún no construido) en un momento dado
de la evolución. A cada instante nuestra hormiga no puede dar
más que uno entre cuatro pasos y con un paso no puede alcan-
zar cualquier punto del relieve adaptable sino tan sólo un sub-
conjunto limitado. He aquí lo posible "constructible". En este
sentido el genotipo del hombre no está preformado en el de la
bacteria, están sobre cimas distintas; los límites extremos de sus
extensiones constructibles no tienen ningún punto común.
Después de un desplazamiento, ciertas nuevas posiciones
llegan a ser posibles, están anexionadas al posible efectivo, y
ciertos caminos que no tenían significación adaptable reciben
una. Hay novedad.
Por último, ciertas etapas evolutivas no se limitan a desplazar
las coordenadas adaptabfes de la especie: añaden uno o incluso
un haz entero de dimensiones a su "espacio de problema": es lo
que se produce por ejemplo cuando un organismo sedentario
llega a ser aunque débilmente móvil. De tales soportes se enri-
quecen por retroacción todas las construcciones anteriores, de
una dimensión virtual casi inmediatamente accesible a la explo-
ración. Es así como se podría interpretar el hecho que las nove-

127
dades evolutivas provienen lo más a menudo del cambio de
función de órganos preexistentes. Cada emersión de posibles
lleva así a su ,-ez la actualización de construcciones nuevas y
establece de la misma manera el fundamento mismo de emer-
siones futuras. En este sentido el preformismo no es máy-tjue
reb.tivo y la evolución comporta su propio motor evolutivo. -

Re/erencias

AsHBY: Design for a brain, 2.ª ed., Londres, Chapman and Hall,
1960.
DARLINGTON, C. D.: Evolution of genetic systems, 2.ª ed., Lon-
dres, Oliver and Boyd, 1958.
MrnsKY, M.: Steeps toward artificial intelligence, en: FEIGEN-
BAUM and FELDMAJ.'<N (eds.): Computers and thought, Nueva York,
McGraw Hill, 1965.
PAPERT, S.: Épistémologie de la cybernétique, en J. PrAGET
(dir.): Logique et connaissance scientifique, París, Gallimard (N.R.F.,
Encyclopédie de la Pléiade), 1967.
PAULING, L.: The nature of the chemical bond, 3.ª ed., Nueva
York, Cornell University Press, 1960.
PIAGET, J.: Biologie et connaissance, París, Gallimard, 1967.
w ADDINGTON, e_ H.: The strategy of the genes, Londres, Allen
and Unwin, 1957.

128
7
La explicación en lingüística
Por Hermine Sinclair de Zwaart

Los gramáticos griegos, como resalta sobre todo en el debate


entre alejandrinos y estoicos, ya se preguntaban sobre el nivel
científico que puede alcanzar el estudio del lenguaje. Distinguie-
ron cuatro niveles: 1) peira, 2) empeira, 3) techne, 4) episteme.
Una de las dificultades con que nos encontramos desde que tra-
tamos de lingüística, es decir, desde que debemos "hablar" del
"lenguaje", surge inmediatamente: los instrumentos del estudio
se confunden con su objeto. ¿Qué querían decir estas cuatro
palabras para los gramáticos griegos? Ni la etimología, ni un
estudio semántico de los contextos puede dar una respuesta
decisiva; pero parece que la traducción más probable sería:
peira: habilidad adquirida por tanteo, empeira: conocimiento
práctico adquirido por experiencia, techne: ciencia técnica, o
mejor metodología científica, episteme: conocimiento teórico
basado en una metodología científica.
En aquella época, el debate concernía sobre todo los nive-
les 2 y 3. Los estoicos afirmaban que el lenguaje no era más que
un montón de "anomalías", de fenómenos no-sistemáticos, y los
alejandrinos afirmaban que existían paradigmas, clases de equi-
valencia y reglas. El nivel 4 no retuvo su atención, esencialmente
porque estos gramáticos no examinaban más que el estudio de
la lengua griega, y nadie, al parecer, consideró la posible exis-
tencia de principios generales subyacentes en todas las lenguas.
Puesto que parece difícilmente concecible que tentativas de
explicación en el propio sentido puedan aparecer antes que una

129
5. LA lSXPLIC:AC:IÓN
ciencia alcance un nivel epistémico, no es extraño que no en-
contremos explicaciones lingüísticas en aquel momento. Bien
entendido, las reflexiones de Platón y Aristóteles sobre la natu-
raleza de las palabras y muchos otros temas concernientes a la
lengua son en un sentido "explicaciones" -pero no explicacio-
nes unidas a una teoría lingüística, puesto que una tal teoría no
existía pür falta de conocimientos precisos.
Aunque una explicación en la vida corriente no es satisfac-
toria para quien la recibe si no es en función de sus conoci-
mientos (no se explica la flotación de la misma manera a un
niño de siete años que a un bachiller de catorce), la explicación
científica se hace según el estado de nuestros conocimientos en
una disciplina cientffica. Pero las preguntas que quepa hacerse
no pueden estar sujetas a la misma restricción. Pueden plan-
tearse cuestiones fundamentales en una época en la cual Iedan
forzosamente sin respuesta por falta de conocimientos y en
estos momentos se arriesgan a ser declarados indecibles e i cluso
ilegítimas, lo que tal vez conduzca a su prescripción. Es lo que
ha ocurrido muchas veces en la historia de la lingüística. Pero
mientras tales cuestiones quedan sin respuesta, siempre habrá
alguien que las plantee de nuevo. Los trabajos de Chomsky y
de sus alumnos son un ejemplo actual.
A partir de los primeros textos lingüísticos de que dispone-
mos, vemos surgir controversias que ilustran puntos de vista
epistemológicos opuestos: ¿Las palabras (sobre todo los sustan-
tivos) nos han sido impuestas por la naturaleza de los objetos del
mundo real o han sido escogidas convencionalmente? ¿El len-
guaje comporta regularidades o es una correlación de "anoma-
lías"? ¿Es el reflejo de nuestro pensamiento o del mundo exte-
rior? La lengua, ¿viene impuesta por las condiciones sociales en
las que vivimos? Tales cuestiones y las "explicaciones" dadas
han sido debatidas y lo son aún de manera más bien metafísica
o filosófica, muy a menudo por autores que no tienen nin~n
conocimiento de epistemología. Los recientes debates entre 'ra-
cionalistas" y "antimentalistas" al menos tienen el mérito de
poner en claro algunas cosas. En nuestra opinión, los "raciona-
listas" (el mismo Chomsky, Katz, Postal y muchos otros) han
puesto de relieve el hecho que los antimentalistas incurren en
contradicción con ellos mismos ·en puntos principales.
Algunos profesan la necesidad de "una verdadera ciencia del
lenguaje practicada por investigadores muy decididos a estudiar
este fenómeno en él mismo y por él mismo" (Martinet, 1968)

130
pero puesto que todo lenguaje debe al menos de Ve2: en cuando
referirse a los seres humanos que hablan, introducen términos
que no tienen ninguna precisión psicológica, que no se relacio-
nan con ninguna corriente psicológica teórica: "la estructura
de la lengua ... es un haz de hábitos, los más fundamentales de
los cuales son adquiridos muy pronto" (Martinet, 1968). Sin
embargo, a veces se encuentran referencias oblicuas a una psico-
logía asociacionista, como en Martinet (1960) cuando afirma que
la conducta de la persona a quien se está hablando no será la
misma si se le dice "traiga la silla" o "traiga la lámpara". In-
cluso para el que no sabe nada de psicología, es evidente que
esta observación no es apenas válida; podemos imaginar nume-
rosas res:euestas idénticas a estos dos imperativos distintos: por
ejemplo sí, pero espera un minuto" o bien "no, no puedo, es
demasiado pesada".
Otros elaboran más explícitamente sus posiciones epistemo-
lógicas y se unen, como Bloomfield, al positivismo lógico o al
beb.aviorismo. Pero, tal como lo ha señalado Postal (1966), en sus
trabajos lingüísticos, Bloomfield no sigue de ninguna manera
sus propias posiciones epistemológicas. En verdad, ningún lin-
güista puede pasarse, en cualquier nivel que sea, de apelar al
saber de las gentes que hablan la lengua que él estudia. Todos
lo sobreentienden, y las únicas opciones son o bien escamotear
el problema, o bien reducir, tal como lo hace Lounsbury (1963),
el "psicologismo" a esto que parece ser un mínimo (pero un
mínimo cargado de consecuencias): "el único test psicológico
que efectúa el lingüista consiste en decidir si dos formas fo-
néticamente diferentes son o no equivalentes en tanto que
estímulos lingüísticos para los locutores indígenas"; o bien ex-
poner a la luz del día el problema de la naturaleza psicológica
o psicosocial de la lingüística. Es uno de los grandes méritos
de la escuela chomskiana el haber tomado esta última opción,
empalmando así con una tradición muy antigua.
Es evidente que las grandes divergencias epistemológicas
entre los lingüistas llevan consigo divergencias en las cuestiones
que se hacen, en los métodos que emplean para estudiarlos,
y en las explicaciones que dan de los fenómenos. Las cuestiones
que unos consideran fundamentales y esenciales son declaradas
por los otros como ilegítimas; lo que unos consideran como
explicaciones los otros lo miran como descripciones poco satis-
factorias. ¿Cómo nuestras palabras han adquirido su sentido
actual? ¿Cuál es el origen ael lenguaje humano? ¿Por qué las
131
lenguas cambian con. el tiempo? Tantas cuestiones que en el
grado de las. diferentes posiciones teóricas han sido consideradas
alternativamente como primordiales, ilegítimas, triviales, etc. La
cuestión principal "por qué los hombres hablan" ha dado lugar
a numerosas respuestas a lo largo de los siglos, pero parece que
estas respuestas no constituyen de ningún modo "explicaciones"
en el sentido científico y que, en el fondo, se reducen a las dos
respuestas siguientes dadas por niños: "porque tiene cosas que
decirse" y "porque no son animales" ...
Es también en razón de estas divergencias ,teóricas que es
imposible establecer una lista de tipos de explicación encontra-
dos en lingüística. Sobre ciertos puntos, sin embargo, todos los
investigadores en lingüística están de acuerdo: si la explicación
es posible es preciso que la investigación empiece por la consta-
tación de regularidades, por el establecimiento de leyes. Los
t1
estoicos ya lo habían visto: no hay estudio ni siquiera en nivel
de la techne que sea posible si el lenguaje no es más que un
montón de anomalías, y a fortiori, en este caso, no hay ex.plica-
ción posible. Hoy ya nadie sostiene la tesis anomalista. La epoca
en la que uno se contentaba con el establecimiento de regula-
ridades locales, sin tratar de coordinarlas, ni con más razón
establecer un sistema de leyes o de reglas que permita la deduc-
ción de una de ellas a partir de las otras, parece también reba-
sada. Incluso los lingüistas de tendencia más bien positivista
admiten la necesidad de establecer relaciones entre las observa-
ciones de hechos regulares: ''. .. si explicar, es encontrar un pe-
queño número de relaciones escondidas que dan cuenta de un
gran número de hechos manifiestos dispersos, entonces la des-
cripción lingüística será muy bien una explicación" (F. Fran-
~ois, 1968). Por su insistencia en que se debe permanecer en el
interior del mismo sistema verbal, una tal posición hacia la
explicación en lingüística aparece como una explicación por
reducción lingüística, aunque esta toma de posición vaya acom-
pañada a menudo de referencias a la psicología, tales como a los
"hábitos verbales", a la "intención de comunicación'', etcétera.
Otros tipos de reduccionismo, psicosociológico y psicológico
(daremos algunos ejemplos más adelante) son menos corrientes
hoy en día. En desquite, los teóricos de la gramática generativa
y transformativa han inaugurado una nueva tendencia explica-
tiva en lingüística, que se sitúa en la dirección que Piaget (1963)
llama "dominante y privilegiada" en psicología: la explicación
por modelos abstractos. Si la explicación causal supone las tres

132
condiciones: 1) estar en posesión de leyes, 2) escoger un esquema
de deducción y 3) escoger un substrato real al cual corresponden
las articulaciones de deducción, el empleo de modelos abstractos
implica que en general se escoge un lenguaje exacto y técnico
(matemático o lógico) como esquema deductivo y, sobre todo,
que en lugar de escoger uno de los substratos reales posibles
(sistema nervioso de la sociedad, etc.) se procura reemplazarlo
por lo que hay de común en los diferentes modelos posibles. El
uso de modelos abstractos en tanto que esquema deductivo
permite, en primer lugar, precisar deducciones de otro modo
imprecisas y, en segundo lugar, permite descubrir relaciones
nuevas entre hechos generales o leyes antes no comparables.
En nuestra opinión, es el gran servicio que han hecho a la
lingüística los gramáticos generativos y transformativos. Nos
parece, sin embargo, que para alcanzar el nivel explicativo les
falta el esquema por construcción genético, el cual desemboca
sobre un modelo abstracto reemplazando un substrato real es-
pecífico. La tendencia constructiva, aunque no lleve aún a mo-
delos abstractos, empieza a manifestarse (modestamente) en la
lingüística histórica.
Para ilustrar las tendencias que nos parecen más promete-
doras en la lingüística actual tomaremos algunos ejemplos, que
serán descritos muy brevemente y escogidos según nuestras pre-
dilecciones de psicolingüista porque llevan a un paralelismo con
la adquisición del lenguaje por el niño.
Por una parte, nos referimos a la lingüística histórica citando
ejemplos de los trabajos de Benveniste, Kurylowitz y Watkins,
en tanto que ejemplos de un constructivismo sin modelo abstrac-
to. Por otra parte, nos referimos a la lingüística sincrónica y
general citando a Chomsky, en el cual encontramos el modelo
abstracto sin constructivismo.

Lingüística histórica (diacrónica)

No es seguramente accidental que la tendencia constructi-


vista aparezca sobre todo en lingüística comparada, siendo ésta
desde sus comienzos histórica y comparativa a la vez, dirigida
hacia la reconstrucción de estados anteriores de las lenguas
estudiadas.
El establecimiento de las famosas leyes fonéticas dio lugar
a la construcción de hipótesis explicativas, a menudo quemando

133
etapas, es decir olvidando la investigación de otras leyes o aún
verificar la hipótesis explicativa. Así se propuso que lo que
unos describían como "cambios en las costumbres de pronun-
ciación de ciertos sonidos de una lengua" serían debidos a una
cierta formación del aparato bucal-fonético de ciertos pueblos
y se quiso incluso establecer una correspondencia entre "tenden-
cias articulatorias" y grupos sanguíneos.
Más importante que este reduccionismo anátomo-psicológico
es el reduccionismo político-social: ciertos lingüistas quieren ex-
plicar todo cambio a lo largo de los tiempos por contacto entre
varias lenguas, contactos resultantes de las migraciones y las
conquistas, y por los cuales algunas articulaciones /se imponen
en razón del prestigio social del grupo dirigente o aun más por
absorción de costumbres articulatorias de la población sometida
por el conquistador. En las explicaciones que se basan en la
tendencia humana al menor esfuerzo -en este caso la tendencia
a economizar energía articulatoria- encontramos un reduccio-
nismo de comportamiento. Esta hipótesis explicativa, avanzada
ya en el siglo XIX, ha sido recogida (modificada, pero no esen-
cialmente) por Martinet en su teoría de la economía de los
cambios fonéticos (1955; véase, por ejemplo: "La evolución lin-
güística en general puede ser concebida como regida por la
antinomia permanente de las necesidades comunicativas y ex-
presivas del hombre y su tendencia en reducir al mínimo su
actividad mental y física").
No hace falta incluir en estas reducciones injustificadas e in-
justificables la reducción organicista que no presenta ninguna
contradicción con el recurso a los modelos abstractos ni con el
constructivismo. Esta reducción, bien entendido, es rechazada
por los lingüistas de tendencia empirista por ser "psicologismo",
pero para los que como nosotros miran el estudio del lenguaje
como una disciplina psicológica, aparece como necesaria, si no
como solución reduccionista, al menos como un paralelismo
o isomorfismo. Saussure ha experimentado esta necesidad y ha
afirmado que un ejemplo de "palabra" no es la descripción de
una serie de articulaciones particulares, sino que depende de un
estudio psicofísico sobre las instrucciones que envía el sistema
nervioso central al aparato bucal-fonético. Los fonólogos mo-
dernos pertenecientes a la escuela generativa y transformacio-
nista se suman explícitamente a esta posición (Postal, 1968).
Postal es por otra parte uno de los raros representantes de una
tendencia hacia la explicación por modelos abstractos en lingüís-

134
tica diacrónica, como Chomsky lo es en lingüística general y
sincrónica. Sin embargo, no podremos hacer justicia a su argu-
mentación en un espacio tan breve al estar basada su teoría
sobre los cambios fonéticos en investigaciones muy técnicas;
sólo le dedicaremos unas líneas en el marco de esta exposición.
Empezaremos pues por la tendencia constructivista sin mo-
delo abstracto. Citemos a C. Watkins (1969), uno de los repre-
sentantes de esta tendencia, puesto que encontramos en él
algunas formulaciones particularmente claras. Watkins afirma
que en la hora actual "en lo que concierne a la lingüística dia-
crónica... estamos en condiciones de estudiar los aspectos di-
námicos de los procesos de evolución lingüística y de establecer
hipótesis que conciernen a éstos. Un problema de lingüística
hi.stórica presenta hoy dos aspectos: por una parte, la determi-
nación de un estadio inicial del fenómeno por medio de las
técnicas comparativas; por otra parte, la reconstrucción de
los procesos históricos por los cuales el sistema de origen ha
sido eliminado (total o parcialmente), transformado o reestruc-
turado para acabar en la forma observable en los sistemas dife-
rentes de las lenguas históricas" (1969). Watkins insiste sobre el
hecho de que las regularidades q11e se pueden deducir de una
comparación lingüística en el sentido tradicional quedan muy
a menudo inadecuadas para una explicación histórica; para al-
c:rnzar este nivel, el lingüista debe proceder mediante una
reconstrucción del mismo proceso dinámico. (Es evidente que en
lingüística histórica se trata más bien de una tendencia recons-
tructivista que constructivista, por la fuerza de las cosas.) Los
trabajos del mismo Watkins son ejemplo de un tal constructivis-
mo que tiende a una explicación histórica; pero un ejemplo más
vivo para el no especialista nos es dado por los excelentes artícu-
los de Benveniste sobre la posición funcionalmente primordial
de la tercera persona del singular en el paradigma del verbo
(1946 y 1958). Benveniste ha demostrado la posición esencial
ocupada por la tercera persona del singular, la persona cero que
impone su forma sobre todo el paradigma. Esta forma verbal es
experimentada como construida por una sola raíz más una desi-
nencia cero, por oposición a las formas con desinencia de la
primera y segunda personas. Señalemos dos puntos importantes:
Benveniste explica el lugar privilegiado de la tercera persona
del singular con argumentos psicológicos: expresa "la pura pre-
dicación", sin implicaciones subjetivistas o personales de la
primera y segunda personas. En segundo lugar, esta tendencia

135
en derivar las otras personas de esta forma fundamental no
juega tan sólo en un cierto período de la historia de las lenguas,
sino que se manifiesta en lugares y momentos diferentes y cons-
tituyen pues una especie de tendencia dinámica constante.
En esta misma línea de ideas, enconb.'amos los hechos obser-
.ados y las hipótesis construidas por autores como Kurylowitz
(apofonía), Watkins (1969) e lvanov y Toporov (1960) so)>re el
sistema del verbo en indoeuropeo. A grandes rasgos, y sil~ncian­
do numerosos detalles importantes, podemos suponer según las
reconstrucciones de lvanov y Toporov que la forma que cons-
tituye el predecesor de todo el sistema verbal indicativo del
indoeuropeo es la forma inyuntiva (el inyuntivo tal como apa-
rece en védico pertenece sin ninguna duda al nivel más antiguo
del sistema verbal indoeuropeo). Una primera oposición sería
así el inyuntivo -una forma neutra del verbo, raíz desi- +
nencia 0· La ausencia de oposiciones temporales en este sistema
protoindoeuropeo parece aceptada por la mayoría de investi-
gadores, pero una oposición de aspecto (perfectivo-imperfectivo)
parece ser muy antigua. Esta última puede modificarse f ácilmen-
te en una oposición temporal pasado-presente, dejando aún vacío
el lugar para el futuro, que a menudo puede tomar la forma del
antiguo desiderativo completando así el eje temporal. Otras an-
tiguas oposiciones de aspecto, tales como la expresión del estado
que resulta de una acción cumplida versus el presente general,
comportan también una refundición del sistema, pudiendo cier-
tas formas como el aoristo en -s adquirir una función modal
(subjuntivo que indica la actitud del sujeto que habla). De ello
resultan dos sistemas distintos: uno temporal (aspecto) y el otro
modal. Tales reconstrucciones explicativas nos parecen de gran
interés: ya no nos contentamos con comparaciones estáticas
-que no constituyen más que un primer paso- que permiten
postular una forma indoeuropea; el paso más importante reside
en una reconstrucción histórica basada sobre tendencias gene-
rales (como las que Benveniste y Kurylowitz pusieron de relieve)
en función de la exigencia del equilibrio de los sistemas.
En tanto que psicolingüistas, las hipótesis sobre el sistema
del verbo indoeuropeo nos interesan en sumo grado. Aunque
hay que desconfiar de semejanzas seductoras pero fortuitas
entre la historia de un grupo de lenguas y la adquisición de
una de estas lenguas por el niño, ciertos paralelismos saltan a la
vista. Tal como ya lo hemos desarrollado en otras partes, las
holofrases constituyen una fusión entre tema y comentario y

136
por este hecho no participaban aún de la sintaxis. Sin embargo,
presentan ya dos tipos de enunciado distintos que se manifesta-
rán en las expresiones en dos o tres elementos: estas holofrases
son "expresiones de acciones posibles" (Piaget, 1956) con el
acento puesto sobre el lado desiderativo, deseab'.e, o sea sobre
el lado más neutro de indicación de presencia de un objeto o de
un fenómeno interesante (incluida, sobre todo, una desapari-
ción). En este estadio es evidentemente imposible distinguir
clases de palabras (verbo, nombre, etc.). Desde los primeros
enunciados con dos elementos observamos una distanciación del
hic et nunc, que hace posibles "juicios de constatación", el prin-
cipio del relato en términos de Janet (sin que, por supuesto, las
órdenes y deseos sean eliminados). En este momento, numerosos
enunciados de dos elementos entran en dos clases: sea la des-
cripción de un estado o de una propiedad de una persona o de
un objeto "(papá operado'', "taza rota") bajo forma de un sujeto
de tercera persona y de un predicado, sea la descripción de
una acción a realizar por alguien o que está siendo hecha por el
mismo niño ("comer golosinas"), sin que el actor sea verbali-
zado. Esta evolución recuerda la distinción de Benveniste entre
la tercera persona (predicación pura) y las otras dos personas
(subjuntivo y personal) así como las oposiciones inyuntivo / for-
ma neutra. Anuncia además futuras oposiciones de aspecto y de
tiempo (el pasado del relato, el futuro de los deseos). Investiga-
ciones en curso confirman igualmente la primacía del aspecto
con relación al tiempo en el lenguaje del niño, ya puesto de
relieve por Ferreiro (1971) y Ferreiro y Sinclair (1971).
Finalmente hay que resaltar aun en lingüística histórica los
trabajos de Postal concernientes más particularmente a la
cuestión de los cambios fonéticos, trabajos que anuncian una
tendencia hacia la explicación por modelos abstractos con
referencia al lenguaje del niño, como lo veremos también en
lingüística general y sincrónica con Chomsky. Postal (19-68)
afirma su posición "mentalista" y sostiene que los cambios
fonéticos com9 muchos otros fenómenos en lingüística sincró-
nica y diacrónica están esencialmente unidos al conocimiento
lingüístico interiorizado e inobservable. En su demostración
utiliza modelos abstractos que resumir aquí nos llevarían dema-
siado lejos; pero vale la pena citar con bastante extensión su
conclusión. Postal considera, con Halle (1962) que los cambios
fonéticos son suma de normas en la gramática: "Con Halle,
concluimos con la existencia de al menos dos tipos de cambios

137
fonéticos. Primeramente existe la adición de normas en la gra-
mática. Para los locutores adultos la única modificación posible
de gramática consiste en la adición de reglas. Por tanto, la
adición de una norma R en una gramática Gl puede definir una
+
lengua cuya gramática óptima no sea Gl R; en consecu~?.cia
los niños de la generación siguiente no aprenderán la gram,tica
Gl + R, sino la gramática óptima, lo que efectivamente resulta
en un tipo distinto de cambio fonético" (Postal 1968). Si acep-
tamos que la naturaleza de los cambios fonéticos reside en la
adición de normas (y los ejemplos elaborados por Postal son
convincentes) ¿cuál es entonces su causa? Postal estima que se
trata de un cambio primario que es estilístico y no-funcional
(es decir, tan aleatorio como los cambios en la longitud de las
faldas) y que interrumpe el sistema estable hasta aquí. Una
tal modificación no-funcional puede resultar entonces en una
gramática no-óptima, lo que lleva consigo un cambio secunda-
rio, que es funcional y que restablece el equilibrio. Serían en
este caso los niños quienes reformulan la gramática modificando
el sistema hacia un nuevo equilibrio. Estas explicaciones, par-
tiendo de análisis explícitos, utilizan modelos formales, y al
apelar acto seguido a la actividad verbal de los niños (e implí-
citamente a la psicología) nos parecen por el momento una
manera de "quemar etapas" puesto que la hipótesis explicativa
no es en ningún modo verificada. (Particularmente, bajo nuestro
punto de vista, falta la dimensión genética.) Hemos puesto de
relieve esta tendencia en lingüística diacrónica, aunque por el
momento nos parezca menos elaborada que la corriente cons-
tructivista a causa de la importancia en lingüística sincrónica y
general de la tendencia hacia la explicación por modelos abs-
tractos, igualmente acoplada con una llamada a la actividad del
niño.

Lingüística general y sincrónica

En un primer trabajo Chomsky (1964) distingue tres niveles


que pueden ser alcanzados por las descripciones gramaticales
asociadas a una teoría lingüística. El primer nivel es el de ade-
cuación observacional: se consigue si la gramática describe
correctamente los fenómenos observados. Un segundo nivel de
adecuación descriptiva, se consigue si la gramática da cuenta
correctamente de la intuición del locutor indígena y especifica

138
los datos observados en términos de generalizaciones significati-
vas que expresan las regularidades subyacentes en la lengua. Un
tercer nivel es el de la adecuación explicativa: se consigue si
la teoría lingüística da una base general para la selección de
una gramática del segundo nivel entre otras gramáticas que no
alcanzan el nivel de adecuación descriptiva. En lo que concierne
a los diferentes niveles de adecuación en sintaxis, Chomsky da
el ejemplo siguiente:

(1) John is easy to please


(2) John is eager to please

Un ejemplo en francés sería:

(3) ]ean est facile a dessiner (Juan es fácil de


dibujar)
(4) ]ean est pr~t a dessiner (Juan está prepa-
rado para dibujar)

Las dos frases (3) y (4) son gramaticalmente aceptables. Una


gramática del nivel de adecuación observacional apuntará este
hecho, por ejemplo, estableciendo listas apropiadas. Para alcan-
zar el nivel de adecuación descriptiva una gramática deberá
asignar descripciones estructurales a las dos frases indicando
que en (3) el verbo dessiner tiene como complemento directo a
lean mientras que en (4) dessiner tiene a Jean como sujeto. La
gramática transformacional da efectivamente tales descripcio-
nes. ¿Cómo puede entonces la gramática alcanzar el nivel ex-
plicativo? Para hacer esto, la teoría debe tener en cuenta un
número apreciable de datos tales como (3), (4): por ejemplo, (5)
es fácil dibujar a Juan, (6) está preparado para dibujar a Juan,
(7) Juan dibuja, (8) Pedro dibuja a Juan, (9) el dibujo de Juan,
(10) el dibujo hecho por Juan, (11) el dibujo hecho de Juan, et-
cétera, y seleccionar la gramática que alcanza el nivel descrip-
tivo. La teoría general deberá pues hacer posible la formulación
de generalizaciones subyacentes que dan cuenta de este arre-
glo de datos empíricos. Haciendo esto, la teoría sugeriría una
explicación para la intuición del locutor en lo que concierne
a nuestras frases (3) y (4). La teoría alcanzará así el nivel expli-
cativo. Aunque en este paso haya referencia a la intuición lin-
güística, y, en otra parte, en el learner (el que aprende) el
acento está puesto mucho más sobre el modelo abstracto que

139
puede representar las generalizaciones significativas que en cual-
quier proceso de adquisición. En un trabajo ulterior (1965) las
preocupaciones principales parecen diferentes; es entonces cuan-
do Chomsky toma de nuevo la discusión de los diferentes "nive-
les de adecuación" que pueden alcanzar una gramátz·a y una
teoría lingüística.
En el pasaje en cuestión (1965) Chomsky define n primer
lugar una gramática que alcanza el nivel de adecuación descrip-
tiva como una gramática que describe correctamente el conoci-
miento implícito de un sujeto indígena ideal. Las descripciones
estructurales asignadas a las frases por esta gramática, las dis-
tinciones que ob1iga a hacer entre frases bien-formadas y mal-
formadas deberían en un número significativo de casos cruciales
corresponder a las intuiciones de este locutor ideal. Cada teorí~
lingüística debe especificar una clase de gramáticas posibles.
Una teoría lingüística alcanza el nivel de adecuación descriptiva
si da una gramática descriptivamente adecuada para cada len-
gua natural Por lo tanto, un nivel más elevado debe ser exa-
minado, es decir, un nivel explicativo. Para hacer tangible lo que
un tal nivel implicaría como cuestiones fundamentales, Chomsky
considera el problema de la adquisición de la lengua materna
por el niño. El niño, dice Chomsky, llega a construir una gra-
mática interiorizada a partir de los enunciados que oye -enun-
ciados algunos de los cuales son frases bien-formadas, otros no-
y "también sin duda alguna otras informaciones del tipo re-
querido para el aprendizaje de la lengua cualquiera que sea su
naturaleza". Según Chomsky es necesario que el niño posea
previamente una teoría del lenguaje que especifique la forma de
las gramáticas de lenguas humanas posibles y, en segundo lugar,
una estrategia que le permita escoger una gramática apropiada
compatible con los datos lingüísticos primarios (los enunciados
oídos). En otras palabras, se juzga el alcance del nivel de ade-
cuación descriptiva según la corrección con la cual la gramática
representa el conocimiento implícito del locutor indígena. La
justificación en este caso se hace según criterios externos, es de-
cir, en función de la correspondencia con los hechos. "En un
nivel más profundo, y por este hecho más raramente alcanzado
(el de la adecuación explicativa), una gramática será justificada
en la medida en que sea un sistema descriptivamente adecuado,
reglamentado por principios, lo que signi.6ca que la teoría lin-
güística a la cual está asociada lo escoge con preferencia a otras
gramáticas, a partir de datos lingüísticos primarios con los cuales

140
todas estas gramáticas son igualmente compatibles. En este sen-
tido, la gramática está justificada por argumentos internos, saca-
dos de su relación con una teoría lingüística que constituye una
hipótesis explicativa concerniente a la forma del lenguaje como
tal. El prob1ema de la justificación interna -de la adecuación
explicativa- se resume esencialmente en esto: construir una
teoría de la adquisición del lenguaje, y dar cuenta de las capaci-
dades innatas específicas que posibilitan esta adquisición"
(Chomsky, 1965).
Igual que Chomsky, somos de la opinión de que una teoría
lingüística explicativa deberá contener un informe de los uni-
versales lingüísticos cuyo conocimiento implícito atribuye al
niño. Nos parece igualmente evidente que la misma existencia
de universales lingüísticos depende de la existencia d_e estruc-
turas cognitivas universales. Además, aprender una lengua es
adquirir el conocimiento (inconsciente) de un sistema altamente
estructurado y muy complejo, lo que implica pues una actividad
cognitiva. El problema se remite así al de saber si la misma in-
teligencia está preprogramada o si se construye y se equilibra
en las estructuras cognitivas. Después de los numerosos trabajos
en psicología genética de Piaget y sus colaboradores, nos parece
que la última solución se impone. En este caso, una teoría
lingüística no alcanzará el nivel explicativo más que si se da
cuenta ya no sólo de los universales lingüísticos en tanto que
tales sino también de su modo de construcción.

Bibliografía

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142
8
La ·explicación en las ciencias
sociales
Por 6illes 6aston 6ranger

1.1. ¿Qué hay gue entender como explicaci6n en el campo


de las ciencias sociales? El problema es, seguramente, de aspecto
normativo y se puede reprochar al simple filósofo el pretender
dictar normas y dirigir. Pero él no tiende ni debe tender más
que a comprender, es decir: constituir y formular un sen-
tido para la noción "explicar", comparando y analizando las
obras de ciencia tal como las pueda aprehender y no tal como
las desea o imagina. El sentido de las obras no está presente
más que muy raramente en la conciencia expresa o supuesta de
sus autores, ni tampoco en las consecuencias inmediatas del cual
se derivan, o en las circunstancias que han condicionado su na-
cimiento. Teniendo en cuenta todos estos elementos y la propia
estructura de la obra, el filósofo intenta construir una signifi-
cación. Puede pretender, así pues, esclarecer un momento de las
relaciones de los hombres con su mundo, pero jamás vaticinar
y, aún menos, legislar.
Con este espíritu .examinaremos inicialmente en qué sentido
la idea de ciencia se puede adaptar a diversos tipos de objetos
para poder disipar un malentendido acerca del problema de la
explicación. Desde que se ha abandonado el terreno, aún bas-
tante seguro, de los objetos físicos, existe demasiada tendencia
a disminuir sus exigencias y a contentarse exigiendo simplemente
a una "ciencia" que sea un conocimiento sistematizado. Este
criterio nos parece de una insuficiencia radical y de una deplo-
rable ambigüedad. No se podría dar el nombre de ciencia a un

143
saber intuitivo, incluso altamente organizado -como por ejem-
plo, el de una técnica corporal elaborada y codificada, como
Ia esgrima o el judo-, sin condenarse a no alcanzar nada de
las características específicas y manifiestas de una óptica, de una
termodinámica, de una bioquímica. Además, sería necesario en-
tonces desestimar de cualquier pretensión científica algunos
fragmentos de conocimiento en estos mismos ámbitos, dado
que la sistematicidad no alcanza la amplitud y coherencia exi-
gidas. Proponemos, pues, después del examen y reflexión de
cierto número de obras y de su historia, caracterizar por los
elementos siguientes el significado de la idea de ciencia.

1.2. Un conocimiento científico supone, en principio, un


desdoblamiento de la realidad en una vivencia, que es la expe-
riencia concreta, actual o virtual, del cognoscente, y en una
imagen más o menos absh·acta, de lo conocido. Este desdobla-
miento se ha efectuado en las ciencias naturales al precio de
renuncias, de sorpresas y de escándalos cuya ampfitud sólo
pueden medir hoy el historiador de las ciencias y el epistem6-
Iogo. Todo el mundo admite ahora que el físico no construye su
ciencia combinando gustos, sonidos y colores. Sin embargo, no
ocurre lo mismo en el campo de los actos humanos, donde el
juego de los sentimientos vividos, de las pasiones y de los
"cálculos" está, a menudo, descrito y dado como explicación
científica. Creemos que se trata de algo completamente distinto
y que el umbral de fa ciencia, con los procedimientos de validi-
ficaci6n y de deducción que lleva_consigo, no se alcanza verda-
deramente más que cuando se arranca entre esta vivencia y los
esquemas abstractos que se le coordinan adecuadamente.

1.3. La ciencia supone aún otra condición, aparentemente


extrínseca pero que creemos esencial, y que el viejo Aristóteles
había expresado ya perfectamente. Un conocimiento científico
debe poder ser -exacta e integralmente-, transmisible por
medio de un discurso. Son, evidentemente, la exactitud y la
integralidad lo que aquí se cuestiona, ya que reconocemos que
el lenguaje puede sugerirlo todo con tal que nos contentemos
con la aproximación. Pero sólo una transmisión exacta e íntegra
puede dar sentido a la noción de progreso, acumulación y de
refundición de los conocimientos. Si bien es cierto que en sus
comienzos o, mejor dicho, en su prehistoria, la ciencia ha podido
presentarse como un saber esotérico, sacralizado por prácticas

144
de iniciación y de secreto, sólo cambiando su estatuto social ha
podido tomar desarrollo. Y no es adelantarse mucho designar
como disfraces infantiles de una pseudociencia tales proezas
verbales, tales comunicaciones de mensajes oraculares que se
ven, a menudo -y no sin éxito-, presentados como conoci-
mientos científicos de los actos humanos. ·
1.4. Diremos, en estas condiciones, que explicar científi-
camente un fenómeno, es establecer un esquema conceptual o
modelo 1 abstracto, y mostrar que este esquema se integra en un
esquema más comprehensivo, o bien como una de sus partes
(modelo parcial), o bien como uno de sus casos particulares
(submode1o). La explicación nos parece implicar necesariamente
esta integración; establecer un esquema del fenómeno es prefe-
rible a describirlo simplemente, puesto que se desvelan los ele-
mentos y sus relaciones mutuas. Y esto aún no es explicar. To-
maremos, al contrario, como explicación (científica) la relación
de este esquema con un esquema más amplio. Esta caracte-
rización formal es muy amplia. Pero puede servir, sin embargo,
de punto de partida de un análisis tópico que satisfaga los casos
específicos, sin tener que introducir prematuramente el problema
de saber si la explicación consiste en dar "razones" o "causas",
formulación tradicional bastante ambigua y que encontraremos
a propósito de problemas precisos.
Limitémonos, de momento, a desvelar dos consecuencias de
esta definición que hemos propuesto. Primeramente vemos que
explicar sólo tiene sentido relativo. Nuestra concepción descarta
de entrada la idea de una explicación radical, total y defini-
tiva de un fenómeno. Permite comprender que toda explicación
tiene una historia y depende del sistema de referencia adoptado
provisionalmente como estructura de conexión de un esquema.
Por otra parte, es claro que explicar no es necesariamente redu-
cir un esquema a otro. Es posible, sin duda, que una explicación
l. La palabra modelo se emplea hoy en dos sentidos completamente
distintos. Para quien estudia la naturaleza o los hechos humanos, es
decir los fenómenos, un modelo es un esquema más abstracto del que
es imagen. Para un lógico, al contrario, para quien el objeto es el estuaio
de las estructuras abstractas, el modelo de una estructura es una encar-
nación relativamente concreta: la aritmética de los números racionales es
un modelo posible de una estructura de cuerpos conmutativos. La idea
común a estos dos usos inversos es, evidentemente, la de una relación
de representación entre dos sistemas, de los cuales uno es más concreto
en relación a otro más abstracto.

145
adopte la forma de una reducción pma y simple; de igual
modo que un fenómeno de óptica, por ejemplo, en principio
figurado por un esquema de propagación geométrica, es apli-
cado mediante un esquema ondulatorio. Pero no es éste el único
caso posible. Si es posible que el esquema de un fenómeno com-
plejo se presente como caso particular de una estructma. utili-
zada para describir fenómenos más simples, puede ser que las
especificaciones y las tensiones introducidas para determinar el
primero hagan smgir un nuevo tipo de estructura. La estructura
simple englobante no actúa entonces en el papel de "causa"
o de factor positivamente determinante, sino más bien de con-
dición de los límites. Es en este sentido que hace falta, creemos,
comprender una relación posible de los actos humanos -o de
los hechos biológicos- y la esquematización actualmente admi-
tida de los hechos propiamente tísicos.
Una vez situadas estas necesarias consideraciones que se
refieren a la estructura general de la explicación en las ciencias,
examinemos ahora, el caso de la explicación en las ciencias so-
ciales.

2. ¿Qué exigir de la explicación en las ciencias sociales?

2.1. Entendemos aquí por "ciencias sociales" todas las que,


tomando los hechos humanos por objeto, los consideran explícita-
mente como producidos en grupos y se vinculan específicamente
a las circunstancias que dependen--élz_esta situación. No es aquí
el lugar para debatir la naturaleza y el tipo de realidad que se
considera conveniente a tal objeto. Nos interrogaremos simple-
mente acerca de los caracteres de una explicación aceptable
para los fenómenos que agrupa. Formularemos, a este efecto, tres
exigencias o criterios que constituyen una jerarquía en tanto
que establecen tensiones cada vez mayores y que la satisfacción
del primero, en cualquier situación, es indispensable para que
se puedan satisfacer los otros dos. Una explicación debe, cree-
mos, poder ser refutada, poder ser utilizada para una pre-
dicción, poder enlazarse a otras explicaciones de fenómenos
limítrofes o que engloban a los primeros.

2.2. Decir que una explicación digna de este nombre debe


dar pie a una posible refutación, equivale a una perogrullada.
Conviene, por tanto, plantear esta exigencia de manera explí-

146
cita en el terreno que nos ocupa. Muchas pretendidas "expli-
caciones" sociológicas o económicas son tan lamentablemente
formuladas que no puede concebirse ninguna observación de
los fenómenos que obligue o incline a rechazarlas. Es evidente
que, en tal caso, la información transmitida por la "explicación"
es nula.
Tal circunstancia puede producirse de distintos modos, bien
porque el enunciado explicativo aparece en el análisis como
puramente tautológico, bien porque los conceptos que utiliza
hacen inconcebible -y no solamente irrealizable-, toda coordi-
nación con la experiencia, o por último, porque la determinación
que propone esté de tal modo desligada y sujeta a interferen-
cias que se pueda justificar siempre por intervenciones externas
sin importar cualquier anomalía o desviación.
Como ejemplo de una tentativa de explicación que satis-
faga este requisito se podría dar el bello análisis durkheimiano
de1 fenómeno social del suicidio. Durkheim, en el estilo propio
de la época, establece una red de vínculos entre factores para
los cuales es siempre posible imaginar, y casi siempre realizar,
observaciones que eventualmente los invalidan, aun cuando el
sociólogo de los últimos años del siglo XIX no tuviera ninguna
idea del instrumento estadístico altamente elaborado al cual
habría sido necesario recurrir. 2

2.3. Un ejemplo, al contrario, ambiguo pero particular-


mente instructivo nos será suministrado por la tesis del valor-
trabajo tomada por Marx a los economistas clásicos. Los bienes,
o "valores de uso", se intercambian proporcionalmente con los
tiempos de trabajo, necesarios para producirlos, en una sociedad
dada (El capitaT, tomo I). En Srnith, esta tesis, explícitamente
formulada· en el libro 1 capítulo V de la Riqueza de las Nacio-
nes, está relacionada con una especie de axioma de tipo psico-
lógico: "What everything really costs to the man who wants to
acquire it, is the toil and trouble of acquiring it". Partiendo de
este principio, que podría sin duda ser controlado por medio de
observaciones y experiencias psicológicas -sin poder hablar
propiamente de económicas-, Smith posee una norma teórica
de determinación de los valores de cambio, pero reconoce asi-

2. Para el análisis detallado de este modelo durkheimiano se puede


ver el penetrante estudio que bosqueja R. BouooN en L'analyse mathéma-
tique des faits sociaux, París, 1967, pp. 32-42.

147
mismo que su aplicaci6n exige que se consideren por lo menos
dos circunstancias intercurrentes: 1.0 el trabajo necesario para la
producci6n no es una magnitud homogénea, y sería necesario
tener en cuenta las intensidades; 2.0 los cambios efectivos no se
hacen directamente entre cantidades de trabajo, sino entre
mercancías, en el caso del trueque, entre mercancías y moneda
en el comercio de las sociedades avanzadas. El concepto del
valor-trabajo juega pues aquí el papel de noci6n reguladora,
definitoria e inaccesible a la verificaci6n si no es por la experi-
mentaci6n psicol6gica de la cual Smith no ha visto jamás ni la
posibilidad ni el interés, ya que consideraba el axioma citado
más arriba fundado en cierta filosofía de la naturaleza humana.
La posici6n de Ricardo, no es esencialmente distinta a pesar
de que se presenta más rigurosa y matizada. Postula en efecto
dos fuentes del valor de cambio: la rareza y la cantidad de
trabajo. Y pide, entonces, que no se considere que los bienes
que se pueden procurar mediante el trabajo lo son en cantidad
prácticamente ilimita.da (On the p.rinciples of political Economy
and taxation, 3.ª ed. 1821). Ha señalado, pues, con precisi6n, las
condiciones idea.les en las cuales la norma tiene un sentido, con-
diciones que se considera que anulan fos efectos de la "rareza"
(encarecimiento). Pero la tesis no es por ello menos axiomática.
La interpretaci6n de Marx es completamente distinta. En las
primeras páginas universalmente conocidas de El capital, ar-
ticula. como sigue una justificación de la tesis: 1) Existe, para
cada mercancía, un valor de cambio determinado, "expresese
como se quiera"; 2) Es necesario pues que exis~ara muchas
mercancías que se cambian, un "término común": se ve aquí
que Marx ha recurrido al procedimiento de definici6n por abs-
tracción, pero es, como va a verse, para identificar esta abstrac-
ción con una realidad empírica; 3) Este término común no puede
ser una "propiedad natural" de las mercancías intercambiadas,
estas propiedades no entran en consideraci6n más que para
determinar los valores de uso; 4) "El valor de uso de las mer-
cancías una vez separadas, s6lo es una cualidad: la de ser pro-
ductos del trabajo." Parece pues, que la noci6n del valor-trabajo,
nace como consecuencia de un análisis lógico que define una
esencia, por oposici6n a las apariencias fenomenales de los pre-
cios fluctuantes de las mercancías. El punto débil de los pasos
es evidentemente el cuarto, que hace descansar la conclusi6n
sobre la unicidad de un residuo. Pero nuestro propósito aquí no
es discutir la correcta fundamentaci6n de la tesis; se trata sola-

148
mente de comprender su estatuto epistemol6gico y su valor
explicativo. A pesar de la intenci6n justificativa de Marx, es
axiomática y normativa, desde el momento en que la "demos-
traci6n" no es constrictiva.
En las tres presentaciones que reviste, la tesis del valor-
trabajo, pues, aparece como un ejemplo de proposici6n axiomá-
tica inaccesible de derecho a un control experimental econ6mi-
co. No creemos, sin embargo, que tales proposiciones puedan
como tales rechazar una explicaci6n científica. Éstas son aparen-
temente indispensables a toda ciencia, pero deben estar ajus-
tadas a muy estrictas precauciones. En primer lugar, pierden
todo valor si se las asimila fraudulentamente a proposiciones
basadas experimentalmente o por 16gica, absolutamente necesa-
rias. En segundo lugar, deben integrarse en un sistema abierto
de· determinaciones empíricas, mediante lo cual encontramos en
el nivel del sistema, tomado en su conjunto, la posibilidad de
anulaci6n, cuya exigencia sostenemos.

2.4. El poder de predicci6n de una explicación es segura-


mente un criterio más difícil de satisfacer, pero del cual con-
viene precisar los límites. Se observará en seguida que incluso
en las ciencias de la naturaleza, las predicciones que cabría
esperar en justicia, no conducen sino excepcionalmente a acon-
tecimientos en sentido estricto. El físico, el químico, el biólogo,
se contentan por lo general con prever tipos de acontecimientos
y tal es, creemos, lo que se puede esperar razonablemente de la
ciencia. Es cierto que en estos últimos casos la determinación de
los tipos de acontecimientos es a menudo tan rigurosa, a escala
de nuestras observaciones, nuestro poder de disociación de sus
circunstancias tan amplio, que la predicción equivale práctica-
mente a la de los acontecimientos singulares. No ocurre lo
mismo con las ciencias sociales, pero, ¿debe bastar esta situaci6n
desgraciada para echar sobre este tipo de conocimiento un des-
crédito radical? Sería, en nuestra opini6n, ignorar, por una exi-
gencia hiperb6lica, la naturaleza misma de la ciencia.
Bastará pues, para que una explicaci6n satisfaga a nuestro
segundo criterio, gue formule hipótesis suficientemente nítidas
para ser controladas y que estas hip6tesis puedan ser suficien-
temente dominantes con relación al conjunto de las circunstan-
cias empíricas para que no sea irrisoria la frase corriente de
"siendo todo por otra parte igual". Tal exigencia permanece es-
trechamente asociada al requisito de la posibilidad de invalida-

149
ci6n, de la cual constituye uno de los modos posibles de rea-
lización. Por tímido y modesto que esté obfigado a ser el
soci6logo, no nos negamos a admitir, por ejemplo, como expli-
caci6n un argumento cuya conclusi6n fuese la siguiente: "En
nuestros días, la sociedad capitalista puede desarrollarse en el
sentido de una sociedad tecnocrática, o en el de una democracia
econ6mica pluralista, o incluso en el sentido del comunismo;
puede perseverar o tomar un giro imprevisto" .3 Tal impotencia
condena seguramente un método, pero nunca todos los métodos
de la sociología.

2.5. Quisiéramos añadir solamente una observación refe-


rente al punto de vista de la previsión del estatuto llamado
estructuralista, tal como la practica por ejemplo C. Lévi-
Strauss.4 El análisis de un sistema o el de los elementos de un
grupo de mitos, seguramente no conduce a establecer una pre-
visión que enuncie "lo que va a pasar" en un momento ulterior.
No obstante, en el caso en que este análisis puede ser llevado
a término, construye un sistema más o menos cerrado de posibi-
lidades, algunas de las cuales sólo corresponden a hechos cons-
tatados y otras sugieren una encuesta empírica que puede llevar
a descubrir quienes han respondido. Se encuentra aquí el.aná-
logo de la situación epistemológica ejemplar que fue la c'Ons-
trucción y la explotación de la tabla periódica de los elementos
de Mendeleieff: Un conjunto de fenómenos conocidos y su-
ficientemente analizados es estructurado según determinados
conceptos; esta estructuración hace aparecer objetos abstractos
que la experiencia no ha desvelado, pero para los que lo cerrado
del sistema exige que existan fenómenos en consonancia. Indu-
dablemente se admitirá que en este caso existe una forma muy
fuerte de "previsi6n", aunque el tiempo no juega aparentemente
ningún papel esencial.

2.6. La última exigencia que hemos formulado puede pare-


cer bastante vaga en el sentido que la capacidad de inserción

3. G. GURVITCH, Les déterminismes sociaux et la liberté humaine,


París, 1955, p. 65.
4. La palabra "estructuralismo" se ha convertido, como se sabe, en
algo sumamente equívoco. Extender las consideraciones que van a seguir
a otras formas de pensamiento y de discurso que están bajo el mismo
pabellón (pero que tienen una débil relación con las ciencias sociales y,
simplemente, con la ciencia) sería ignorar nuestra intención.

150
y de enlace de un sistema explicativo no se da jamás de una
sola vez, al mismo tiempo que se crea el esquema. El conjunto
de la historia de las ciencias muestra, con todo, que las explica-
ciones más fecundas son las que el porvenir revela que poseen
esta propiedad. En el cam¡>o de las ciencias sociales se pueden
indicar, como contraejemplo, los modelos econométricos. Los
mejores de ellos satisfacen, indudablemente, nuestros dos pri-
meros criterios; por tanto, sólo un extremo y literal positivismo
les podría considerar como explicaciones que satisfacen fenó-
menos económicos concretos. Y esto se debe a que sólo son
concebidos, en general, para esquematizar un fragmento aislado
de experiencia, sin que intervenga eficazmente la preocupa-
ción de vincular diversos modelos entre sí a pesar de que los
hechos de los cuales son imágenes se encuentran asociados
incluso en la realidad. No se podría decir que esta carencia
descalifica cualquier explicación parcial o anula el valor expli-
cativo de los esquemas, incompatibles entre ellos mismos, cons-
truidos a partir de un complejo de fenómenos. Eso sería sobre-
pasar lo que provisionalmente aceptan a menudo las ciencias
de la naturaleza. No es menos cierto que cualquier explicación
científica parece aspirar a esta coherencia de esquemas parciales
incluso si la ciencia, como creemos, está condenada, por su
calidad de tal, a no facilitar jamás, más que explicaciones lo-
cales y_ parciales, en sentido estricto, de una realidad de la cual
la totalidad es, en el mejor de los casos, una idea de la razón o,
en el peor, un fantasma de nuestros deseos.
Pero es necesario subrayar justamente, en contrapartida, el
peligro permanente de una tendencia -funesta para las cien-
cias sociales- a una forma universalmente englobadora de la
explicación. Nunca se desconfiaría lo suficiente de las llaves que
abren todas las cerraduras y se observará que una teoría expli-
cativa no podría satisfacer a nuestro tercer criterio logrando
escapar delprimero.

3. El problema de la descripción de los fenómenos

3.1. Si deben ser estas las condiciones a las cuales una ex-
plicación -en el campo de las ciencias sociales- debe ser
sometida, fácilmente se comprenderá que una de las fuentes
de mayores dificultades que se oponen es la descripción de los
fenómenos. Lo que han intentado, cada uno a su manera,

151
los grandes iniciadores de una ciencia social -Condorcet, Marx,
Walras, Durheim, Weber, etc.- ha sido transformar los aconte-
cimientos concretos en hechos científicos.
Nos limitaremos ahora a señalar el triple obstáculo que nos
parece encontrar en estas tentativas ya que va ligado directa-
mente al problema fundamental de una constitución de las cien-
cias del hombre. En primer lugar, como ya notamos en el
párrafo 1.2, el hecho social se percibe inmediatamente como
dotado de sentido, tanto si alcanzamos este sentido en lo vivido,
como si constatamos su falta y nos preparamos a encontrarlo
entre las experiencias vividas análogas. Es así tanto si se trata
de una alza de precios como si es una campaña política, si es
la observación de un rito como si es un movimiento revolucio-
nario. El observador ingenuo, lejos de estar convencido de la
opacidad de los fenómenos, los recibe como cargados de "expli-
caciones". Es necesario, pues, que . estas "explicaciones" sean
reconocidas como inválidas y se perciba que operan, la mayor
parte de las veces, con pseudoconceptos y sólo traduciendo un
fondo común de civilización en el lenguaje, más o menos
común u original de una experiencia individual. Este paso pre-
liminar es inquietante y raramente se puede estar seguro de
haberlo llevado a término. ~
En segundo lugar, una tendencia natural es substituir al'fe-
nómeno una norma, proyección de una ideología. Es de esto de
lo que los pensadores marxistas acusan de buena gana a todo
sociólogo de otra tendencia, a menudo con derecho; pero tene-
mos alguna razón para dudar que ellos mismos escapan siempre
a este reproche.
Tercer obstáculo, en 'fin, y no de los pequeños, porque se
disimula bajo las apariencias de una práctica científica irrepro-
chable: la construcción de abstracciones incontrolables presen-
tadas como constituyendo los marcos de una descripción cientí-
fica del fenómeno.

3.2. Dichos obstáculos son hoy en día aún tan poderosos


que es preciso reconocer bien que un "esquematismo" verdadero
de las ciencias sociales, que permita el paso regular de la expe-
riencia vivida al concepto, queda por descubrir. Tomemos en
una obra reciente un ejemplo de las trampas a las que el sabio
mejor intencionado puede encontrarse expuesto. La noción clá-
sica -y no precisamente marxista, como hemos visto- de
"tiempo de trabajo socialmente necesario" es discutida por

152
Ch. Bettelheim en su libro Calcul économique et formes de
propriété (París, 1970) y subraya la dificultad de dar a este con-
cepto un contenido empírico. "Si el análisis teórico -concluve
entonces- permite formularlo, este concepto teórico no permite
en sí mismo medir empíricamente este tiempo." Extraña confe-
sión. Puesto que si es razonable admitir que un "concepto
teórico" no contiene en sí mismo las técnicas que permitan
relacionado con la experiencia, ¿cómo se puede reconocer como
científico si su misma definición no da un sentido al problema
de la determinación de esta relación? Ahora bien la noción de
cuantificación y de medida, o al menos de orden total, forma
manifiestamente parte integrante y constitutiva del concepto de
"tiempo de trabajo socialmente necesario". Sin embargo el con-
texto del capítulo de Bettelheim muestra que la incapacidad de
sacar del concepto las condiciones de una medida no es consi-
derado como imposibilidad técnica sino más bien como imposi-
bilidad esencial. Nos parece que aquí hay una contradicción en
los términos que, tomada al pie de la letra, debería relegar este
concepto entre los entes de razón, singularmente a los ojos de un
economista marxista.
El autor quiere escapar con todo a esta conclusión y salvar
el concepto antes que los fenómenos. Si el tiempo de trabajo
socialmente necesario no es mensurable, nos dice, es que no
son realizables las condiciones objetivas de su aplicación a lo
real, a saber una dominación de las relaciones de producción
socialistas sobre las relaciones de producción comerciales ... Este
tipo de razonamiento no es raro, es verdad, incluso en los domi-
nios bien conceptualizados de las ciencias de la naturaleza. Di-
remos, por ejemplo, legítimamente que no sabríamos concebir
una técnica de medida directa de la entropía, porque la condi-
ción objetiva fundamental de reversibilidad de una transfor-
mación termodinámica no es realista, y ni siquiera en rigor
realizable. Pero en este caso los términos teóricos introducidos
son adecuados a definiciones precisas, y la relación de las con-
diciones no realizables a las condiciones efectivas está perfecta-
mente establecida. ¿Podemos decir que esto es así en el caso de
noción de "apropiación social" de la cual Bettelheim hace la
condición determinante de instalación de las relaciones socia-
listas de producción? Sabemos tan sólo por su libro que es
diferente de la "propiedad del estado", es decir, de la forma de
apropiación no capitalista que existe actualmente en algunos

153
países. No nos lo define ni como un concepto empmco, m si-
quiera en términos abstractos precisos y coherentes.
El paso de Jo concreto a lo abstracto en la simple descrip-
ción conceptual del hecho social ofrece pues mil dificultades,
la menor de la~ cuales es, sin duda, la necesidad de mantener
claro y rigurosamente determinado el modo de aplicación del
concepto a la experiencia.

3.3. Leyendo lo que precede, se nos acusará quizá de que-


rer separar de oficio todo concepto que no correspondiera a
aspectos "observables". En nuestra opinión, tal conclusión es,
al contrario, groseramente errónea a la vista de la práctica efec-
tiva de las ciencias mejor aseguradas de su estatuto. El ejem-
plo de la entropía citado de paso podría dar testimonio de ello.
Es bien evidente, pará quien preste un mínimo de atención,
que en la estructura de un conocimiento científico encontramos
un gran número de conceptos que no tienen ningún examinando
experimental directo, y que ni tan siquiera pueden tenerlo. Es
que, en la medida en que la organización de una ciencia es la
de un sistema simbólico, comporta necesariamente conceptos
de tipo "semántico", remitiendo más o menos directamente a
aspectos de los fenómenos, y conceptos de tipo "sintá~o", es
decir, que juegan el papel de enlaces que combinan otros con-
ceptos. Sólo un realismo furiosamente intemperante podría exi-
gir que a estos conceptos sintácticos correspondiesen también
aspectos del fenómeno o, peor aún, momentos absolutos de la
realidad. Una distinción así ha de ser precisada con algunas
observaciones.
La oposición sintáctico-semántica introducida aquí no es, la
mayoría de las veces, más que relativa a un estado del cono-
cimiento y, por consiguiente, al conjunto de la práctica. Así,
el "mismo" concepto puede jugar sucesivamente el papel de
enlace sintáctico en un cierto sistema y en otro el de noción
semántica. La entropía nos dará un interesante ejemplo. Bajo
la forma en que Carnot o Clausius la introducen, como integral
definida del cociente de una variación de cantidad de calor por
una temperatura, juega esencialmente un papel de operador
abstracto en la determinación de un equilibrio termodinámico.
Pero cuando Bolzman y Planck la vinculan a la probabilidad
de realización de un estado del sistema por las diierentes dis-
tribuciones posibles de su energía entre los corpúsculos que lo
componen, le dan un sentido absoluto, fijado por la hipótesis

154
cuántica; y, tan alejado que el concepto permanezca de una
unión directa con la experiencia, no deja de revestir menos por
ello una función nueva. En sentido inverso, el concepto de masa
de inercia desempeña un papel más bien "semántico" en mecá-
nica clásica tras el estallido que le hace sufrir la relatividad
restringida, desempeñará un papel más bien "sintáctico".
Otra observación se impone para limitar la aparente exb·a-
vagante libertad introducida por los conceptos "sintácticos" en
la explicación de los fenómenos: dichos conceptos no juegan el
papel legítimo más que si sus relaciones formales con los con-
ceptos "semánticos" están exactamente y explícitamente deter-
minados en el sistema.

4. Explicación y modelos

4.1. De lo dicho hasta ahora resulta que concebimos la expli-


cación como esencialmente fundada sobre la construcción de
modelos. Son, por una parte, las relaciones internas entre los
elementos abstractos de un modelo, con sus consecuencias ló-
gico-matemáticas; por otra, las relaciones globales externas de
enlace de un modelo con los otros que constituyen la explica-
ción científica. Esta situación epistemológica es común a todas
las ciencias; pero tipos de modelos diferentes contribuyen sin
duda a distinguirlos.
Si insistimos, como lo hemos hecho, sobre la movilidad, la
precariedad de los modelos, una especificación así nunca podrá
aparecer más que como provisional; de manera que se encuen-
tra justificada la relatividad de las fronteras entre los dominios
científicos. Pero éste no es lugar para desarrollar una tipología
detallada de los modelos que aparecen hoy en las ciencias so-
ciales; no haremos más que resumir brevemente lo que hemos
tratado de desarrollar en otras partes. 5
Nos parece que podemos distinguir tres especies significati-
vamente distintas entre los modelos hoy utilizados por estas
ciencias. El primer tipo, que denominaremos metafóricamente
"energético", pone de relieve uno o varios factores del fenó-
meno considerado. En este caso, el modelo juega el papel de
un transformador que, a la salida, suministra como "efectos"

· 5. Pen.sée formelle et sciences de l'homme, 1960, p. 146 y Essai


d'une philosophie du style, 1968, p. 121.

155
los aspectos a explicar del fenómeno. El esquema simple de una
máquina térmica da una imagen grosera de estos modelos; de
ahí el adjetivo "energético", que, naturalmente, es preciso des-
pejar de toda implicación propiamente mecánica. Un tal tipo
de modelo evidentemente procede en línea recta de las ciencias
de la naturaleza. No es ésta seguramente razón suficiente para
descartarlo; pero el problema epistemológico verdadero está
aquí en caracterizar en cada caso particular el estatuto preciso
del concepto, caso homólogo al de la energía para los físicos:
ello nos remite sobre este punto al problema de la descripción
esquemática del fenómeno precedentemente señalado.
El segundo tipo de modelo será denominado "informacio-
nal'', o "cibernético". Más complejo que el primero, comporta
dos niveles distintos. Al flujo primario de "energía" se superpone
en este caso un flujo secundario de "información", cuya inter-
acción tiene por imagen el anillo de sujeción de las máquinas
autorreguladas. Aun aquí la designación es sólo metafórica; pero
el rasgo significativo es la toma en consideración de dos siste-
mas heterogéneos, en un cierto sentido superpuestos, cuyos prin-
cipios de organización en estructuras pueden ser radicalmente
distintos. Aunque uno sirve por decirlo así de sustrato_¿!_otro,
el funcionamiento acoplado de los dos sistemas depende abso-
lutamente de este último.
En fin el tercer tipo será llamado, a falta de otro término
mejor, "semántico". Se llega a él por un análisis comparable
al análisis de los signos efectuado por los lingüistas; el ejemplo
más notable de este tipo de modelos es el de los sistemas fono-
lógicos. No se trata aquí de "máquinas" -por abstracto que
sea el sentido dado a este concepto-6 sino de un sistema es-
trictamente estático de elementos codeterminados. Esta code-
terminación tiene por efecto fenoménico proveer a cada uno
de ellos de un "sentido", es decir, de hacerlo funcionar como
remitente al conjunto de las relaciones que sostiene con todos
los otros, o si se prefiere, al "lugar" que ocupa en el sistema.

6. . Desde este punto de vista los modelos chomskianos de gramáticas


llamadas generativas, y de los "autómatas" lógicos utilizados como mo-
delos lingüísticos, no deben relacionarse con este tercer tipo, sino mejor
con el primero. Hasta que se llegue a superponer y combinar varios autó-
matas no se conseguirán por este medio modelos del segundo tipo.
Evidentemente un modelo del tercer tipo no tiene el papel explícito y
está subyacente a estas constataciones.

156
Hemos encontrado una. muestra en el párrafo 2.5 CQn el aná-
lisis de los sistemas de parentesco. . .
Sin duda esta distinción de modelos de diferentes géneros
y la idea de su superposición posible dejan entrever la direc-
ción de una solución positiva conceptual al problema de la
oposición infraestructuras-superestructuras, y dan esperanza de
encontrar un operacional en su interacción. De hecho, pensamos
que esta cuestión no puede ser abordada en toda su amplitud
más que si se considera al mismo tiempo la superposición posi-
ble de diversos modelos, los residuos de la explicación cientí-
fica de los hechos humanos a los que damos el nombre de "sig-
nificaciones". En estas condiciones, la noción de superestructura
aparecerá primero, con un sentido relativo, como toda estruc-
turación que presupone otra, luego con un sentido absoluto,
como la organización de "significaciones" que el pensamiento
abstracto no llega a reducir; pero esta incapacidad, si la postu-
lamos como constitutiva y por decirlo así simétrica de la irre-
ductibilidad de lo vivido sensible, de ningún modo define una
vez por todas los límites de lo estructurable por modelo, cuyas
fluctuaciones dependen del progreso de la práctica humana.

4.2. Haremos tan sólo dos observaciones sobre la natura-


leza particular de una explicación tal como la determina el
uso concurrente de estos modelos diferentes. La primera con-
cierne la noción de causalidad. La palabra "causa" no ha sido
aún pronunciada a lo largo de este artículo, a pesar de que fue-
ra lógico esperar ver definida la explicación como "conoci-
miento por las causas". Aceptaríamos de buena gana esta fórmu-
la si la palabra "causa" no fuera tan ambigua. Conduce de
hecho casi siempre a la idea vaga de producción, cuxo para-
digma biológico es evidentemente tan oscuro sobre el plan con-
ceptual -si no más- como la misma noción de "explicar". Si,
en desquite sólo se toma como simple sinónimo de "condición
necesaria y suficiente", no se gana nada con utilizarla. A decir
verdad, nos parece que, si se quiere conservar el uso de la
palabra "causalidad", es preciso, guardándose de la oscuridad
aquí denunciada, darle con todo un sentido que no haga el
doblete de esta expresión lógica elemental. Aceptaríamos pues,
decir que hay causalidad cuando se puede poner de manifiesto
una jerarquía entre los elementos determinantes de un modelo.
La determinación en cuestión es evidentemente estructural; no
podría ser descrita como engendramiento de un elemento por

157
otro, sino solamente como resultante de un sistema de enlaces.
De tal manera 'que la palabra "causa" deberá perder todo sen-
tido absoluto para no aplicarse más que en la bipótesis de una
puesta en orden -muy a menudo parcial- de un conjunto de
condiciones determinantes. Desde este punto de vista, sería lí-
cito decir que la explicación del fenómeno consiste en la cons-
trucción de un esquema unido más o menos estrechamente a es-
quemas más amp1ios, y en el análisis lo más riguroso posible
de un orden de determinaciones de las variables. Que ciertas
de entre ellas juegan el papel de variables "estratégicas" en
clases de situación bien precisas, he aquí lo que basta para dar
un sentido conveniente a la noción de causa, pero no para con-
ferirle un estatuto ontológico pretendiendo que se conoce en-
tonces, definitivamente y de manera decisiva, la realidad.

4.3. La segunda observación vuelve sobre la del parágra-


fo 2.5 y concierne el tipo de explicación "semántico". Mostrá-
bamos entonces que el método llamado estructural, aunque sin
englobar generalmente la consideración del tiempo, podía con-
ducir a una cierta especie de "previsión". Añadiremos sol~ente
aquí una palabra relativa al modo de explicación que propone,
cuando utilizó exclusivamente modelos "semánticos". Aparece
entonces como simple descripción esquemática; pero esta des-
cripción dibuja en realidad enlaces de compatibilidad, de formas
de combinación que permiten reconocer el fenómeno atestigua-
do como uno de los posibles, sea que las leyes formales de la
estructura propuesta separan ipso facto toda otra realización,
sea que al contrario admiten otras actualizaciones cuyas huellas
podrá buscar el observador. ll;stas son las determinaciones "cau-
sales" (en el sentido del parágrafo precedente), pero no única-
mente genéticas que puedan establecer los modelos de este
tipo. Sería posible que este género de explicación fuera del
todo singular y sólo ~udiera operar en el dominio de las cien-
cias del hombre; sena también posible que estos modelos se
introdujeran pronto hasta en física y dieran el único .tipo de
explicación posible para los niveles más profundos de su objeto,
por ·ejemplo, para el sistema de las partículas elementales. Pero
sería entonces ilusorio del todo concluir de ello una invasión
metafísica del espíritu en la materia, y confundiríamos entonces
el modelo con lo vivido cuya imagen es y que no ha sido más
que la ocasión de su construcción.

158
5. Explicación histórica en ciencias sociales

5.1. Nos quedan por decir unas palabras para concluir con
el tipo hist6rico de explicaci6n. Si no lo hemos estimado hasta
ahora es porque la historia nos parece que a la vez suministra
a las ciencias sociales el paradigma de un suceso ideal, y les
hace correr el riesgo de esteriüzar sus recursos inventivos. En
efecto, si la historia es concebida como explicación de aconte-
cimientos y de obras humanas, conduce hasta su término la em-
presa de las ciencias sociales, de las que hemos ya dicho que
no podía pretender más que la explicación de clases de acon-
tecimientos. Pero, ¿cómo llegará a ello la historia, sino reunien-
do, ordenando, jerarquizando alrededor de un fen6meno singu-
lar, la pluralidad de los diversos modelos que las ciencias del
hombre han tratado de construir? Si, en el curso de la expli-
caci6n histórica, la reconstituci6n de los acontecimientos y de las
obras -que apela a materiales directamente sacados de lo vi-
vido, a manera de creación estética- supera la empresa analí-
tica de combinación de estructuras abstractas según diferentes
niveles y según acoplamientos a determinar, cabe decir que la
historia forma parte de las Bellas Artes, y reconocer que no
explica nada en el sentido en que hemos intentado definir. En-
tonces vuelve aparentemente inútiles y vanos los lentos y arries-
gados trabajos de la ciencia social que se condena a la abstrac-
ción y no explica nunca conceptualmente más que algunos as-
pectos exangües del fenómeno. Creemos, sin embargo, que la
historia concebida de otra manera, y dando paso a la empresa
analítica, debe ser considerada no como el ideal hacia el cual
tenderían las ciencias sociales, sino como una especie de coro-
namiento que las trasciende. Trascendencia pagada, es verdad,
por un necesario abandono de las estrictas garantías que pre-
tende ofrecer legítimamente un conocimiento científico. La his-
toria, incluso en el sentido que acabamos de darle, guarda algo
de un arte y de una práctica como toda tentativa para alcanzar,
o más exactamente aproximar, un conocimiento de lo individual.

5.2. Si de la explicación histórica se puede decir que co-


rona la explicación en ciencias sociales, no sabría, pues, susti-
tuirse a ésta. En el estado actual de nuestros conocimientos, es
un signo de nuestra impotencia que el análisis histórico del
acontecimiento se dé tan a menudo por explicación científica.
Si una ciencia del hombre es, como creemos nosotros, posible

159
en el futuro, no se le pedirá explicar integralmente acon'tc...'1-
mientos singulares. Pero podrá fundar entonces una historia,
una política, una terapéutica que, sin cesar de ser artes, sabrán
al fin justificar sus éxitos y sus fracasos, y reconocer la extensión,
el perfil y los límites de lo racional.

160
9
Explicación y dialéctica
Por lgnacy Sachs

Yo no soy epistemólogo. Las notas que siguen se inspiran


en una experiencia limitada de la práctica de las ciencias so-
ciales y, más particularmente, de la teoría del desarrollo socio-
económico del Tercer Mundo.
Utilizaré el concepto de dialéctica en el sentido que le dan
los marxistas no-doctrinarios. Insistiré, con el filósofo checo
Karel Kosik,1 acerca de la aprehensión de la totalidad social
concreta, concebida como movimiento y explicándose por sí
misma, es decir, -por la actividad práctica del hombre histórico
a condición de abolir lo pseudoconcreto y de separar las dife-
rentes formas de alienación, de superar la objetividad fetichista
e ilusoria del fenómeno, de caminar hacia la explicación "batí-
gena", empleando la terminología de F. Halbwachs, desembo-
cando en la explicación "homogénea" en un nivel subyacente.
Se trata, así pues, esencialmente, de una concepción genético-
dinámica de la totalidad que comprende la creación del con-
junto y de la unidad, la unidad de las contradicciones y su géne-
sis. Esta totalidad estructurada, en desarrollo y en creación, di-
fiere tanto de la concepción atomicista y racionalista como de
la concepción organicista de la totalidad. Por el lugar que con-
cede al juego de contradicciones y a la explicación genética se
opone a los avatares del estructuralismo. Como subraya E. Hobs-

l. Kosix, La dialectique du concret, París, 1970. (Existe versión


castellana y catalana.)

161
6. LA EXPLICACIÓN
bawm, la fuerza del marxismo nace de su insistencia simultánea
sobre la existencia de la estructura social y su historicidad, es
decir, la dinámica interna del cambio. Eso permite evitar, si-
multáneamente, las teorías L·ecanicistas de la evolución histórica,
inspiradas por los paradigmas de las ciencias físicas, y las teo-
rías estructurales-funcionales que, por su carácter sincrónico, no
pueden pasar de la estática social a la dinámica o, en otras
palabras, explicar el funcionamiento y la ruptura por su propio
análisis. 2
Este tipo de concepto de dialéctica parecería, al contrario,
bastante próximo al estructuralismo genético-constructivista tal
como lo define el profesor Piaget 3 o, al menos, conduciría -creo
yo- a orientaciones heurísticas bastante parecidas sobre las
que quisiera detenerme en esta ponencia.
La reflexión acerca de la dialéctica del desarrollo de las so-
ciedades, efectivamente, tanto si es concebida de manera mar-
xista o si sigue la escuela de los "Anuales" interesándose espe-
cialmente por comprender la larga duración y los tiempos múl-
tiples y contradictorios de la vida de los hombres 4 dirige al
investigador hacia un orden de problemas e hipóteSis---explica-
tivas que estaría inclinado a silenciar si estaba formado en la
escuela de la historia factual o de la economía neoclásica. Cier-
tamente asistimos ahora a una verdadera eclosión de teorías
generales del desarrollo que ponen el acento sobre la transfor-
mación de las estructuras antes que sobre el funcionamiento en
el interior de las estructuras establecidas. El séptimo Congreso
mundial de sociología que acaba de concluir sus sesiones es
un testimonio en este sentido. Pero se trata de un fenómeno
reciente y los futuros historiadores de las ciencias sociales de
nuestra epoca tendrán que plantearse indudablemente el por-
qué las ciencias sociales han tenido que recuperar un retraso
en un tema en el cual tanto el alcance práctico como su brutal
actualidad no podrían ser puestos en duda. No podemos dete-
nernos aquí sobre este asunto que desborda ampliamente el
cuadro de nuestra intervención y que comporta aspectos polí-

2. E. HoBSBAWM, Karl Marx contribution to historiography, en Marx


and Contemporary Scientific Thought, La Haya, 1969, pp. 203-204.
3. J. PIAGET, Le estructuralisme, París, 1968. También del mismo
autor, Epistemologie génétique, París, 1970. (Existe versión castellana
de ambas obras.)
4. F. BRAuDEL, ítcrits sur l'histoire, París, 1969. También del mismo
autor, Le monde actuel, París, 1963.

162
ticos. Pero nos parece que la explicación debería dedicar gran
parte de su atención a la predominancia de los paradigmas no-
dialécticos en las ciencias sociales contemporáneas, demasiado
fascinados por los paradigmas de las ciencias naturales y exac-
tas o, más exactamente, los paradigmas que han predominado
en las ciencias exactas durante el final del siglo XIX y, también,
a la devaluación del paradigma dialéctico presentado algunas
veces bajo una forma casi caricaturesca por los marxistas dog-
máticos. Como ha dicho F. Braudel, no son los modelos que se
inspiran en Marx lo que ha de cuestionarse sino la utilización
que se hace de ellos: "El genio de Marx, el secreto de su pro-
longado poder, se explica porque ha sido el primero en fabricar
verdaderos modelos sociales y a partir de la larga duración
histórica. Estos modelos han sido congelados en su simplifi-
caci:Ón dándoles valor de ley y simplificándolos, dándoles valor
de anticipación, de explicación propia, automática, aplicable en
todos los lugares y en todas las sociedades. 5
En economía la situación es muy clara. La doctrina ortodoxa
es incapaz de liberarse del paradigma del análisis estático del
equilibrio y de concebir el crecimiento al margen del sistema
social basado en la economía competitiva de libre empresa. Se
intenta seguidamente llenar el abismo entre el modelo y la rea-
lidad recurriendo a los factores no-económicos notablemente
difíciles de abarcar e integrar en este análisis. 6 Lo interdisci-
plinario parece conocer una cierta moda pero su artificialidad
le conduce al fracaso, ya que se debía haber recurrido a lo
transdisciplinario en sentido piagetiano. Ahora bien, el para-
digma dialéctico sugerido por Marx es, precisamente, transdis-
ciplinario por excelencia en la medida en que postula la expli-
cación de la dinámica social mediante la interdependencia de
lo económico y de lo social, por el juego de las contradicciones
entre el hombre y la naturaleza, entre las fuerzas y las relacio-
nes de producción, entre la base y la superestructura. Los temas
que se imponen, cada vez con mayor intensidad, a nuestra aten-
ción -aunque estén en las antípodas del repertorio tradicional
de investigaciones en ciencias sociales- son la concentración
sobre la larga duración y el desarrollo de sistemas socioeconó-

5. F. BRAUDEL, Écrits sur l'histoire, p. 80.


6. M. Merhay consagra algunas notas y precisiones muy pertinentes
sobre este tema en su obra Tecnological Dependence, Monopoly and
Growth, Londres, 1969.

163
· micos abarcados en su totalidad y su historicidad. Es a . los
ojos del Tercer Mundo que su importancia es la más grande.
No es sorprendente, en consecuencia, que el economista indio
A. K. Das Gupta haya conc:uido -en un ensayo dedicado a
las tendencias en la teoría económica- la preP,onderancia de
la problemática planteada por Marx en lo que el llama la eco-
nomía moderna y que es, en realidad, la economía del desarro-
llo. 7 El historiador marroquí Laroui ha forjado el concepto de
"marxismo objetivo" para significar la asimilación directa o
indirecta del marxismo por las élites intelectuales árabes, de
diversas tendencias políticas, que ven en él un compendio del
Occidente, el resumen metódico de la historia occidental en
relación a la que el Tercer Mundo debe definirse, es decir, Oc-
cidente reducido a su definición fundamental. Laroui insiste
en el hecho de que la tecnocracia occidental que está en con-
tacto con los problemas del Tercer Mundo se sitúa a menudo
en el nivel del análisis marxista, incluso cuando tiende a reba-
sarlo o a despreciarlo. 8
Me propongo ahora mostrar el lugar que ocupa la teoría
del desarrollo construida sobre el paradigma dial~o en el
edificio de la teoría económica moderna.
En el capítulo dedicado a la economía del estudio sobre las
tendencias principales de la investigación en las ciencias hu-
manas y sociales que ha publicado recientemente la UNESCO, 9
he distinguido, en el nivel de la macroeconomía solamente, tres
grandes campos de la teoría, dejando aparte el "cajón de sas-
t ·e" la teoría del crecimiento, la teoría del funcionamiento de
la economía y la teoría del desarrollo de gran a'cance. Mientras
_ue 'l coe'í:i<;tencia de paradigmas distintos en las c~encias exac-
tas y en un nivel concre:o constituye, como señala Kuhn, 10 un
fenómeno excepcional y transitorio, cada campo de la teoría
macroeco:,ómica se caracteriza por el recurso a paradigmas dis-
tintos. La teoría del crecimiento tiene un aspecto claramente

7. A. K. DAs GuPTA, Tendencies in economic theory (Presidential


address at the 43rd Session of the Ali-India Economic Conference),
Chandigarh, 1960.
8. A. LAROUI, L'Idéologie Arabe Contemporaine, París, 1969, pá-
g:nas 139-155.
9. Tendances principales de la recherche dans les sciences sociales
et humains, vol. I, UNESCO, 1970, pp. 340-426.
10. T. S. KUHN, The Structure of Scientific Revolution, Chicago,
1962.

. 164
·.mecanicista.. y. opera .con modelos. deductivos allí donde:·se_.hace
. intervenir parámetros.de comportamiento._que reflejan los :datos
de la·teoría.del desarrollo de gran alcance y de la del funcio-
namiento de la economía. La teoría del funcionamiento de la
economía.busca gustosamente las inspiraciones .organicistas o,
~más exactamente,Jisiológicas -como ha mostrado Nagel' a pro-
pósito.de.la sociología_.11 .mientras se encierra en la sincronía
.o: en. la: corta duraciÓJ;l; la larga duración (ciclo largo) se des-
compone en. una sucesión de ciclos idénticos, y el nacimiento ·y
la muerte de los sistemas no intervienen más que como datos
exógenos .. Se trat~, pues, de un recurso a la metáfora biol~gica
. muy:diferente. del que reprueba Kubler en la historia. del arte,12
:::donde :ciertos autores .buscan determinar los . ciclos .'de .vida~ y
:de muerte de los .estilos..EL campo por excelencia. de la. teoría
~del funcionamiento es el estudio de modelos. alternativos de. la
organización. de la economía en el interior de un sistema socio-
.po1ítico.concreto (por ejemplo, las diferentes vicisitudes del ca-
pitalismo y, de. la. economía colectivista. planificada difiriendo. los
·unos de los otros porlas combinaciones de plan y de mercado).
Ahora bien, la teoría del desarrollo de. gran alcance puede
recurrir. tanto a los paradigmas dialécticos descritos más arri-
.ha, como a un paradigma materialista-mecanicista, ilustrado. por
la. teoría de Rostow 13 y los diferentes ensayos de explicación
de los estadios del desarrollo a partir del nivel de las fuerzas
de producción medido por la renta nacional per cápita, lo ,que
desemboca en una interpretación unilineal. de la historia y :en
un economismo· estrecho e inaceptable, injustamente imputado
a Marx . en algunas ocasiones. Entre esos dos paradigmas. se
sitúa la "causación acumulativa circular" de Myrdal 14 que
.constituye una importante aportación a la comprensión de la
dinámica. social, pero que puede ser tratada como un caso. par-
ticular 'del movimiento dialéctico. También es ·posible negar
claramente. el carácter nomotético de la .historia, pero eso. im-
plica ·-,.como ha indicado valientemenlte Leibenstein_....111 . la

"11, ·E. NACEL, Logic without Metaphysics, Glencoe, 1956.


12. · G. KVBLER, The Shape; of Time, New Haven, 1962.
. 13. V. ·W. RosTow, .The. Stages of .Economic.Growth, Cambticlge,
.1960.
14. G. MYRDAL, Economic Theory arid Urider-developéd Regions,
Londres, 1956.
15. H. LEmENSTEIN, . What Can we Expect · from .a Theory of Deve-
~ lopment,. Kyklos, vol. XIX, 1966, ase. 1, pp .. 1-22.

:165
.'adopción· de· u~a aetih:id ·agnóstica en el terreno de 1a t~ría
del crecimiento. Se trata' de· que el subsistema traducido como
modelo de Grigen sólo refleja un fragmento de 1a realidad en-
castado en el contexto socioeconómico inás largo que escaparía
a cualquier explicación nomotética y. a fortiori, a cualquier pre-
'dicción excepto para las situaciones tan excepcionales en las
que tanto se puede hacer abstracción del entorno como anali-
zarlas con la ayuda de parámetros simplificados. En otras pala-
bras: la previsión de cara a la acción no es posible, ciertamente,
fuera de un modelo explicativo globalizante.
_ El mismo· razonamiento puede mantenerse mutatis mutandis
para la teoría del funcionamiento: reencontramos la dialéctica
de los tiempos diferentes, que ya hemos señalado a propósito
de· la escue1a de los "Anuales", y la comprensión de la corta
duración se hace casi · imposible si se rehúsa el fundamento
científico a las hipótesis que se refieren a la larga duración.
· De esta forma, la teoría del desarrollo de gran alcance apa-
rece como la clave de bóveda del sistema teórico de la econo-
mía política, como la condición de eficacia de sus diferentes
partes. Y, al mismo tiempo, como una directiva lnetodológica
para vincular lo particular a lo general, los resultados adquiri-
dos con la ayuda de los paradigmas mecanicista y organicista
a la visión conjunta de la sociedad humana considerada en su
historia y, también, una indicación importante para organizar
el estudio interdisciplinario de los fenómenos sociales para poder
álcanzar lo transdisciplinario. Creernos que el paradigma dia-
léctico entraña mejores posibilidades heurísticas en este terreno
que no los paradigmas alternativos mencionados más arriba.
Se puede objetar, sin duda, que postular una teoría dialéc-
tica del desarrollo para salvar el edificio de las ciencias sociales
o;· en cualquier caso, el ·de la economía política, no equivale a
la demostración de su existencia y de su validez ni, especial-
mente, su perfección. Lo aceptamos gustosamente pem insis-
tiendo sobre la utilidad heurística de esa teoría y sobre lá ex-
plicación necesariamente histórica que será preciso siempre
desarrollar del paso de un _sistema.ª otro. Y es _así por la sen-
cilla razón de que esa teoría opera en términos de campo de
posibles y de tendencias¡ en el fondo es estocástica. Así pues,
el número de casos a los cuales podemos atender es muy limi-
tado. A esto es necesario añadir el impacto de los factores exó-
genos o serniexógenos, en relación al subsistema considerado
cada vez, de lo "vivido" y de los "proyectos" humanos -en el

166
sentido sartriano de la palabra-16 que hacen intervenir la dia-
léctica de lo subjetivo y de lo objetivo. Los modos de produc-
ci6n son categonas 16gicas antes que exigencias reales.
Existiría, así pues, una fundamental oposición entre las cien-
cias de la natura1eza y las ciencias sociales ya que la 16gica dis-
cursiva es incapaz de aprehender el fen6meno del desarrollo.
Lukacs y ciertos autores de la escuela de Frankfurt son los que
han insistido sobre este Eunto. 17 Un interesante intento de rein-
tegrar las ciencias sociales y las ciencias de la naturaleza se
debe a Osear Lange. Ha intentado, en una .breve obra titulada
El todo y el desarrollo a la luz de la ciber:nética 18 .formular las
leyes del desarrollo dialéctico en un sistema que no es meca-
nicista ni finalista, y donde los desequilibrios entre las entradas
y las salidas provocan un movimiento perpetuo.
· Las oscilaciones alrededor del estado de equilibrio y los
procesos acumulativos parecidos a los descritos por Myrdal se-
rían casos particulares de los movimientos del sistema. Pero el
modelo construido por Lange constituye una abstracción muy
extendida de los fenómenos del desarrollo social y no puede
ser considerado, en la mejor hipótesis, más que como punto de
partida para una discusión que, a mi entender, no ha sido aún
iniciada.
En el mismo orden de ideas se podría poner algunas espe-
ranzas en la aplicación de la teoría matemática de los sistemas
que aspira a describir de golpe la estructura, el comportamiento
y la evolución. Pero la condición es rebasar la interpretación
"organísmica" que le da Von Bertalanffy. Éste funda su razo-
namiento relativo a las ciencias del hombre sobre las teorías
funcionalistas de los sociólogos 19 y no toma en ninguna consi-
deración la aportación de Marx. No es éste el caso de A. Rapo-
port para quien "la macrosociología de Marx es un ejemplo por
excelencia ae la aproximación sistémica a las ciencias sociales" .20
Pero el mismo autor nos pone en guardia ante una sobreesti-

16. J. P. SARTRE, Questions de méthode, París, 1960, p. 128.


17. Véase H. C. F. MANSILLA, Introducción a la teoría crítica de la
sociedad, Barcelona, 1970.
18. O. LANGE, Calase i Rozwof w Swietle Cybernetyki, Varsovia,
1962.
19. L. voN BERTALA."IFFY, Gene1·al system, Nueva York, 1968, pá-
ginas 186-204.
20. A. RAPol?ORT, A View· -0f the Intellectual Legacy of Mal'x,. en
Marx and Contemporary Scientific Thought, op. cit., p. 108.

167
maci6n del análisis general de sistemas·y·sugiere que:sea·con-=--
siderado como una importante ··adici6n al repertorio.conceptúa!
del hombre de ciencia antes que un métodó que·relegue.a·todos:
los otros a la oscuridad.21 Es· tanto más verdadero para lao;
ciencias sociales que la tarea del investigador en este· terreno
es incomparablemente más difícil que la del biólogo o. del psi-'.
c6logo; estos últimos tratan con una problemática· en· que. el
fenómeno del desarrollo es inexorablemente fijo, mientras que.
el desarrollo de las sociedades y economías sólo es una poten-
cialidad que,. una vez realizada, se convierte:.en irreversible e.
históricamente· individualizada;

21. A. RAPOPORT, Mathematical Aspects ·of General Syatems :Analysia


in the Social Séiences, Problems ·ancl Oiientations,. UNESCO, 1968; p. 334.

168'
Sobre la contradicción en la
dialéctica de la naturaleza*
Por Rolando 6arcfa

En· su libro Physique et Microphysique, Louis de Broglie


afirma que: "Muchas de las ideas científicas de hoy serían dife-
rentes efe lo que son si los caminos seguidos por el espíritu hu-
mano para alcanzadas hubieran sido otros" .
.Gaston Bachelard, ·comentando esta afirmación, puntQaliza
• 'Este texto es una versi6n abreviada de una ·exposición. presentada
por .el autor al Centro Internacional de Epistemolqgía Genética.. Eso es
esencial. para comprender ciertas expresiones que hacen referencia a con-
ceptos corrientemente utilizados en el Centro, · y particularmente ·en la
teoría· de Jean Piaget. La opinión del autor es que esta teoría, apoyada
sobre bases experimentales, permite situar en términos nuevos el problema
del origen del conocimiento científico, concebido como una construcci6n
deL sujeto epistémico, pero a partir de .la coordinación de sus acciones
en el mundo, lo cual supone una interacción con. los objetos de. la rea·
· lidad. Se· trata ·de una concepción ·que · permite salir ·del ·empirismo sin
caer ente} idealismo,.y que-conduce a situar el·problema 'de la relación
•·entre las, construcciones· del· s11jeto y de Ja realidad en términos ·nuevos.
En los límites de este trabajo, no podemos explicitar los conceptos fun-
damentales de la teoría de Piaget y referimos al lector a sus obras
.epistemológicas. Dos. precisiones aún· son necesarias. Por una parte, nues-
tro ; trabajo no puede ser tomado como· un estudio en profundidad del
. problema·· en cuestión. Se trata, más bien,. de un .análisis de· cara a .abrir
una . discusión, Jo .cual exPlica. que la lista .de autores citados • esté l~os
de;.agotar la de los filósofos y hombres de ciencia que se· han ocupado
'del problema. Sólo hemos retenido algunos·nombres en función ·del con·
texto en el cual tiene lugar esta· exposición. Por otra parte, quisiéramos
subrayar que nuestras conclusiones no son en absoluto transportables al
'problema ne' la ·.dialéctica. en fas' ciencias,, históricas, terreno en el '·cual
las interpretaciones dialécticas tienen otra significación.

:169
de forma pertinente que: "Por ella sola, esta frase cuestiona
todo el problema de la objetividad científica ya que sitúa esta
objetividad en la confluencia de una historia humana y de un
esfuerzo de actualidad que es esencial en cualquier investiga-
ción científica" ,1
La afirmación de De Broglie podría sorprender a los que
conciben la ciencia como una actividad en la que el resultado
es una explicación de la realidad "tal cual es". Cuando se ana-
liza esta idea se revela falsa: los esquemas explicativos em-
pleados por la ciencia -ya lo sabemos- no son una simple co-
pia de la realidad tal como es, sino una construcción para inter-
pretar esta realidad y operar sobre ella (lo cual no implica una
toma de posición idealista, como mostraremos más adelante).
Probablemente no es inútil subrayar que la afirmación de De
Broglie no debe ser interpretada -lo cual sería trivial- en el
sentido de la coexistencia de diferentes "escuelas de pensa-
miento" que pueden ofrecer, en un momento dado, explicacio-
nes diferentes para un mismo conjunto dejenómenos. Una si-
tuación de este estilo es la ridiculizada pOt- Voltaire en sus
Lettres écrites de Londres sur les Anglais: .
. "Un francés que llega. a Londres se. encuentra en un
mundo completamente transformado. Ha dejado un mundo
lleno; lo encuentra vacío. En París el universo está com-
puesto de torbellinos de materia sutil; en Londres no existe
nada así. En París todo se explica por una impulsión que
nadie comprende; en Londres, por la atracción que tam-
poco nadie comprende." ·
No obstante, cuando De Broglie y Bachelard vinculan el
desarrollo de las ideas científicas a la historia humana avanzan
más en el análisis del proceso que conduce a las conceptuali-
zaciones propias de los sistemas explicativos de las teorías
científicas. ·
¿Cuál es la naturaleza de este vínculo entre ciencia e· his-
toria? El intento más completo para encontrar una respuesta
a esta cuestión es la obra del marxismo. Me parece, pues, indis-
pensable empezar por un breve bosquejo crítico del materia-
lismo dialéctico bajo su aspecto más ortodoxo, antes de definir
mi propia postura en relación a este problema.
l. Cf. L'activité rationaliste de la physique contemporaine, p. 22,
P. U. F., París, 1965.

170
· Los textos· soviéticos actuales de filosofía -presentan al mate-
rialismo dialéctico como "la base teórica de la totalidad del
sistema revolucionario marxista-leninista".2 En estos textos en-
contramos pasajes como el siguiente:

"El marxismo· ha proyectado las ideas científicas de


toda· la filosofía precedente y ha establecido que su obje-
tivo es la esencia de la totalidad del mundo-entorno y las
leyes más generales que rigen el desarrollo de todas las
cosas (objetos) materiales y espirituales, es decir: la natu-
raleza, la sociedad y el pensamiento. Apoyándose sobre el
conjunto de los conocimientos disponibles, la filos0fía mar:;-
xista ha establecido la existencia de leyes dialécticas muy
generales que rigen "el desarrollo de la realidad· material y
que son el objeto de estudio específico del materialismo
dialéctico." 3 · •

¿Cuáles son estas "leyes más generales" de la historia natu-


ral y· de la historia social? Engels nos dice que ."esencialmente
pueden reducirse a tres: · · ·
"Ley de la inversión de la cantidad en calidad, y viceversa
"Ley de interpretación de contrarios
"Ley de negación de la negación;
7Las tres -prosigue Engels- son desarrolladas por Hegel,
de manera idealista, como simples leyes de pensamiento... El
error consiste en querer imponer estas leyes a la naturaleza y
a la historia como leyes del pensamiento en lugar de deducir-
las." 4 El núcleo crucial en esta afirmación de Engels es -como
ha notado J. P. Sartre en su Critique de la raison dialectique-
el término "deducir". ¿Realmente se pueden deducir estas leyes?
Es necesario no olvidar que Hegel y Marx han descubierto
y definido la idea· dialéctica '~en las relaciones del hombre con
la materia y en las de los hombres entre ellos. Es a posteriori,
por la voluntad de unificar, que se ha querido reencontrar el
movimiento de la historia en la historia natural". 5
La dialéctica marxista empieza con la interpretación de la
historia de las sociedades humanas y es en este terreno que ha
2.. Cf. Fundamentals of Dialectical Materialism, Moscú, 1967, p. 13.
3. Ibid., p. 38.
4. Cf. Dialectique de la Nature, edici6n M. Riviere, París, 1950,
p. 133. .
5. J. P. SARTRE, Critique de la raison dialectique, p. 126.

171
demostrado· su propia= fuerza: Pero· de 'eso·ª' convertirse :en· una
"rualéctica de la: naturaleza n, como ·.sostiene·· Engels ·con mayor ·
fuerza que el mismo Marx, hay un camino:más ·bien-.delicado·a·
recorrer. La legitimidad de· esta transposid6n es· cuestionada;.
como era de esperar, por el empirismo lógico. No obstante, ahora
no· nos· interesan estas ·críticas sino· las que emanan de autores
que; por otra· parte; se vinculan al marxismo, como Sártre;· Al-
thusser y·. Marcuse; por ·ejemplo.
Marcuse recuerda que "Marx había elaborado su .dialéctica
como· instrumento conceptual para comprender una· sociedad
intrínsecamente antagonista (... ). La dialéctica· debería· repro-
ducir en el mundo teórico la esencia ·de la -realidad: e alumbrando
y reflejando» la-estructura dé las contradicciones ·.que :otros ~apa­
ratos conceptuales · nos esconderían; Como· muestra· Maro en
El capital ·«Ta racionalidád·del sistema·es autocontradicci6n:. las
mismas leyes que le gobiernan le dirigen a su \IestrucciÓn»". 8
No es preciso insistir aquí detalladamente sobre el análisis
marxista· de' la sociedád capitalista; es ·bien· conocido y.· sigue
siendo, en· líneas· generales; el vínculo· ideol6gico· común·.entre ·
los que se reclaman del marxismo, tanto fuera como ·dentro ·de·
la's ortodoxias ·oficiales. Los ·problemas ·empiezan cuando·eLrné-
todo se aplica más allá del análisis. de· la sociedad· humana, a
la misma naturaleza. "A medida que la teoría marxista ·se trans-
forma en ·una· cvisi6n del mundo> ·científica general, la dialéc-
tica se· convierte· en ·una· «teoríá · (abstracta) del'· conocimiento»,.
ha dicho Marcuse (op. cit., p. 191). Y "añade·esta precisión in-'
cisiva:

"Sí la-dialéctica ·marxista ·es, en ·la ·estructura conceptual,


una ·dialéctica ·de fa realidad hist6rica, entonces ·comprende·.
a:la. naturaleza· en la medida en .que ésta es ·parte·de la
realidad' histórica· -en la· interacción· entre· el .hombre· y
la-naturaleza; la dominaci6n·y la explotaei6n de~la natura.;
leza; etc. Pero· precisamente en la medida en que la natu-
raleza es estudiada haciendo abstracción de las relaciones ~
históricas, corno en las ciencias naturales, parece estar fuera
del terreno· de la ·dialéctica.. No es por: azar que en ·la Dia.,. ·
léctica de la naturaleza de Engels, los conceptos dialécti-
cos 'aparecen como simples ,anafogías,' signos figurativos .de-

6. Cf. H. MAncusE, Le marxisme soviétique, París, Payot, páginas .


186-190.

172.:
corados por el exterior, notablemente vacíos o banales si
se les compara con la precisión concreta de los conceptos
dialécticos utilizados en los trabajos económicos y socio-
históricos." 7

Sartre ha ido aún más lejos exponiendo con más vigor esta
distinción fundamental entre la dialéctica en la historia y la
dialéctica en la naturaleza. A propósito de la "existencia de
vínculos dialécticos en el seno de la naturaleza inanimada",
Sartre se expresa así:

"¿Es necesario, pues, negar la existencia de vínculos dia-


lécticos en el seno de la naturaleza inanimada? En modo
. alguno. Con sinceridad, no creo que estemos, en el estado
actual de nuestros conocimientos, capacitados para negar
o afirmar: cada uno es libre de creer que las leyes físico-
químicas manifiestan una razón dialéctica, o de no creer
en ello; de cualquier modo que sea, se tratará, en el terreno
de los hechos de la naturaleza inorgánica, de una afirmación
extracientifica." s

Y Sartre concluye con estas palabras: "La dialéctica de la


naturaleza no puede ser objeto, en cualquier estado de cosas,
más que de una hipótesis metafísica".
Aliora bien, a pesar de que Marcuse y Sartre muestran, de
una manera que es -a nuestro juicio- adecuada, la dificultad
de aceptar la idea de una dialéctica de la naturaleza, ninguno de
los dos toca el problema epistemo!ógico planteado por el mar-
xismo. Ni la problemática ni las dificultades terminan donde
Marcuse y Sartre se detienen. Estimamos que el problema me-
rece una reformulación.
Comenzaré por anticipar la conclusión: la dialéctica tiene un
papel importante en las ciencias de la naturaleza, aunque este
papel no puede ser formulado de la manera propuesta por
Engels, Lenin, o los representantes más o menos contemporá-
neos de las ortodoxias marxistas.

Analicemos de más cerca el sentido de esta atribución de la


dialéctica a la naturaleza. Escogería para ello un texto pertene-

7. Marcuse, op. cit., p. 194.


8. Sartre, op. cit., p. 129.

173
ciente a uno de los principales representantes de las ortodoxias
marxistas: Mao Tsé-Tung. Su texto A propos de la contradiction
empieza así:

"La ley de la contradicción, que es inherente a las cosas,


a los fenómenos, es decir, la ley de la unidad de contrarios,
es la ley fundamental de la dialéctica materialista. Lenin
dijo: «En su sentido propio, la dialéctica es el estudio de la
contradicción en la esencia misma de las cosas». Lenin solía
calificar esta ley de esencia o núcleo de la dialéctica. Por
consiguiente, al estudiar esta ley, no podemos ~·no abordar
un amplio círculo de temas y un gran número d cuestiones
filosóficas. Si obtenemos una noción clara de odos estos
problemas, podremos tener una comprensión fundamental
de la dialéctica materialista."

Entre "estas cuestiones filosóficas" está, en primerísimo lu-


gar, la "universalidad de la contradicción" a propósito de la cual
Mao nos dice:

"El problema de la universalidad o lo absoluto de la con-


tradicción tiene un doble significado. El primero es que la
contradicción existe en el proceso de desarrollo de todas las
cosas, de todos los fenómenos. El segundo es que en el
proceso de desarrollo de cada cosa existe, desde el co-
mienzo hasta el fin, un movimiento de contrarios. Engels
dijo: «El movimiento mismo es una contradicción». Lenin
definió la ley de la unidad de contrarios como el "reconoci-
miento (o descubrimiento) de las tendencias opuestas que se
excluyen mutuamente, contradictorias, existentes en todos
los fenómenos y procesos de la naturaleza (incluyendo la
mente y la sociedad)»."
Y Mao retoma aquí los ejemplos de Engels y de Lenin sobre
la universalidad de la contradicción, facilitando la lista si-
guiente:

"En matemáticas el+ y el-; diferencial e integral.


"En mecánica: acción y reacción.
"En física: electricidad positiva y negativa.
"En química: combinación y disociación de átomos.
"En ciencias sociales: la lucha de clases.

174
"En la guerra: la ofensiva y la defensiva; el avance y la
retirada; la victoria y la derrota."
¿Qué pueden significar correctamente estas afirmaciones en
el caso concreto de los ejemplos tomados de la física? Inicial-
mente creo que existen razones para afirmar que la utilización
del término "contradicción" en este contexto es decididamente
inadecuado. La contradicción de la que se habla no puede ser
una contradicción lógica (en el sentido de la lógica formal). Con
todo, la crítica de la lógica formal elaborada a partir de esta
concepción de la dialéctica -crítica que condujo a la elimina-
ción de la lógica formal de las universidades soviéticas hasta
1945- se apoya, ante todo, sobre la ley de la universalidad de
la contradicción. Se ha pretendido entonces que esta ley de-
mostraba la insuficiencia de la lógica formal en general en la
metodología de las ciencias.
Es conveniente precisar, pues, algunos conceptos que serán
-espero- aceptables para todos nosotros.
Las proposiciones que forman parte de un modelo o de una
teoría -incluido el caso de teorías semiformalizadas o no forma-
lizadas completamente- constituyen elementos de un sistema
deductivo. En consecuencia, forman parte del esquema expli-
cauvo con sus propios valores de verdad específicamente deter-
minados. Importa poco que el sistema de valores de verdad sea
bi, tri, o polivalente. Lo que realmente es importante es el hecho
de que, en un nivel de la misma teoría científica -es decir, en el
interior de la teoría- sea necesario definir las condiciones de
verdad de las proposiciones del sistema.
El papel del principio de contradicción en el interior del
modelo depende exclusivamente del sistema lógico adoptado de
cara a formular la estructura de la teoría. A este propósito
puede ser útil recordar brevemente que el principio de contra-
dicción puede tomar formas muy diferentes y que no son equi-
parables entre ellas. ,
Nicholas Rescher, por ejemplo (cf. el capítulo "Many-valued
Logic" en su libro Tapies in philosophical Logic) distingue las
formas siguientes:

a) p /\ p es una proposición lógicamente falsa (contra-


dictoria). Es necesario rechazarla.
b) (p /\ p) es una proposición lógicamente verdadera
(tautológica). Es necesario aceptarla.
175
e) p y p no pueden ser al mismo tiempo falsas.
d) p y p no pueden ser verdaderas al mismo tiempo.
e) una misma proporción p no puede tomar dos valores
diferentes.

Las formas a y b no son válidas en ciertos sistemas de lógica


trivalente, como las de Lukasiewicz.
La forma d es la más débil y es válida en todos los sistemas
propuestos hasta aquí (cesaría de serlo solamente en un sistema
en que la negación sería definida de una maner~ difícilmente
aceptable: v = v). ..J~
La forma e no es una característica general de las lógicas
polivalentes.
En conclusión: el principio de contradicción, en el interior
de las lógicas polivalentes, constituye un principio restrictivo
que especifica el tipo de negación utilizada en el sistema. Pero
la polivalencia de las proposiciones no necesita una teoría lógica
polivalente para ser descrita y comprendida: en todos los casos
la evaluación del valor de verdad de las proposiciones puede
ser hecho •1tilizando solamente los conceptos de "verdadero" y
"falso" con algunas proposiciones complementarias.
Entre otros autores, eso es admitido por un lógico soviético
tan prestigioso como Zinoviev (Philosophical problems of Ma-
ny-valued Logic) que afirma:

"La lógica polivalente destruye la ilustración filosófica


del carácter absoluto y apriorístico de la lógica bivalente.
En referencia a esto, su influencia sobre la filosofía coincide
con la ejercida por los representantes de la dialéctica en su
crítica a la lógica formal tradicional con su principio: "º
bien se da el caso que, o bien no se da el caso»."

No obstante, para que esta coincidencia pueda ser aceptada


como significativa será necesario demostrar que las lógicas poli-
valentes son más apropiadas para describir o explicar los fenó-
menos de los que se ocupa la física, cosa que está lejos de
haberse alcanzado a pesar de los esfuerzos de Birkhoff, Van Neu-
mann y Reichenbach. Pero supongamos que alguien estableciera
esta adecuación. ¿Habría conseguido de esta forma dar funda-
mento a la "dialéctica de la naturaleza"? En absoluto. La apli-
cación de una lógica polivalente a la explicación de los fenóme-
nos puede ser efectuada sin recurrir a la dialéctica.

176
Un segundo aspecto del problema es el reconocimiento.de la
contradicción en los acontecimientos del mundo físico.
Tomemos, por ejemplo, el principio de acción y reacción en
mecánica. Afirinar que la acción y la reacción son efectos con-
tra.dictorios, me parece un abuso de lenguaje. Este principio
-¡cuando es correctamente formulado!- no afirma nada con-
tradictorio en la medida en que la acción y la reacción no se
ejercen sobre un mismo objeto, sino sobre objetos diferentes.
Si A actúa sobre B, la "acción" es una fuerza aplicada sobre B
y la reacción es una fuerza aplicada sobre A. El hecho de que
las dos sean iguales y de sentido contrario, no indica nada con-
tradictorio. No obstante es posible entender la noción de contra-
dicción de tal manera que sea aplicable aquí. Si éste es el caso
conviene hacer dos precisiones. Por una parte, se utiliza entonces
otro concepto, lo cual no es objetable a condición de que se
reconozca explícitamente y se defina de forma adecuada. Por
otra parte, esa idea de la contradicción no nos permite ni
esclarecer el principio, ni deducirlo, ni nos facilita su aplicación.
En referencia a la primera precisión se podría objetar que
Engels y Lenin reconocen explícitamente que utilizan "otro
concepto" distinto de la contradicción formal ya que substituye
muy a menudo el término "contradicción" por los términos "an-
tagonismo" o "conflicto". En tales casos resultan tanto banalida-
des como afirmaciones ininteligibles. Tomemos esta cita de
Engels:
"Se ha establecido ya de forma casi cierta que los movi-
mientos mecánicos que tienen lugar en el sol vienen única-
mente del antagonismo entre el calor y la pesadez." 9

Volvamos a Sartre el cual critica desde el interior de la dia-


léctica esta manera de presentar la dialéctica de la naturaleza.
Se expresa así:

"Como la ley( ... ) no es, tomándola aisladamente, nidia-


léctica ni antidialéctica (simplemente porque se trata sola-
mente de determinar cuantitativamente una relación fun-
cional), no puede ser la consideración de los hechos cientí-
ficos (es decir de las viejas leyes) lo que nos pueden dar una
experiencia dialéctica o incluso sugerírnosla."

9. Dialectique de la Nature, p. 125.

177
No insistiré más sobre este aspecto del problema. La con-
clusión parece que está aquí: o bien la atribución de la dialéc-
tica a la realidad física es de naturaleza extracientIBca y no se
justifica ella misma, o bien se trata de una afirmación que,
a posteriori, puede ser justificada en cada caso mediante una
extensión de los términos que los deja inutilizables para la
aplicación ulterior.
¿Cuál es, pues, el fundamento de esta exigencia que quiere,
a cualquier precio, ab·ibuir a la "realidad física" las lews de la
dialéctica descubiertas en el proceso histórico y socioecÓnlsmico?
En un pasaje de Sai'tre que ya hemos citado leemos:

"Es a posteriori, por voluntad de unificar, que se ha


querido reencontrar el movimiento de la historia humana
en la historia natural."

Evidentemente, este intento de explicación "por voluntaq de


unificar" no es en modo alguno suficiente.
Tomemos ahora, entre otros ejemplos, los textos siguientes.
Mao Tsé-Tung dice:

"Es conveniente considerar cualquier divergencia en los


conceptos humanos como el reflejo de contradicciones ob-
jetivas. Las contradicciones objetivas, reflejándose en el
pensamiento subjetivo, forman el movimiento contradicto-
rio de los conceptos, estimulan el desarrollo del pensamien-
to humano, resuelven continuamente los problemas que se
·-~ plantean a la reflexión humana." 1º
t~,:,{! ,,
Lenin, polemizando con V. Tchernov, le acusa de "ignoran-
cia crasa" por no tener en cuenta el hecho de que

"la verdad objetiva del pensamiento no significa otra cosa


que la existencia de los objetos (= «cosas en sÍ>) reflejadas
tal como son por el pensamiento". 11

Sería fácil multiplicar las citas que nos conducirían a una


misma conclusión: la atribución de la dialéctica a la naturaleza

10. A{ropos de la contradiction, p. 14.


11. C . Matérialisme et empiriocriticisme, Oeuvres, Tomo 14, Ed. So-
ciales et Moscou, Ed. en Langues Etrangeres, París, 1962, p. 106.

178
es una exigencia que deriva de la posición epistemol6gica del
marxismo.
Si la dialéctica no es metafísica, es -dice la ortodoxia-
porque la contradicción se encuentra en los objetos y los fenó-
menos del mundo objetivo. Y la teoría del conocimiento como
"reflejo de la realecd" -a pesar de las dificultades que com-
porta una definición de este tipo-- parece ser la consecuencia
necesaria de una falsa opci6n de principio.
Efectivamente, cuando Engefs afuma que el error de Hegel
consiste en "querer imponer estas leyes a la naturaleza y a la
historia como leyes del pensamiento", estaríamos de acuerdo
con Engels. Pero, ¿cuál es entonces la alternativa? A partir de
este momento, todo se desarrolla como si se debiera escoger
ne~esariamente una de estas dos ramas: o bien las leyes obje-
tivas son "leyes del pensamiento" o bien están en la realidad
material. Engels -y todos los que vienen detrás de él- perma-
necen fieles al materialismo y escogen la segunda alternativa.
Pero, haciendo eso, el marxismo cesa de ser coherente con él
mismo: siendo ciencia del acontecer y del cambio se convierte
en una epistemología antigenética y anticonstructiva, primero
situando la objetiviaad como punto de partida del proceso y no
como culminación de una evolución y, a continuación, haciendo
una formulación de naturaleza ontológica -la dialéctica de la
naturaleza- que se enfrenta con la exigencia, de la dialéctica
en sentido propio, de basarse sobre la praxis humana, en una
cierta sociedad y en un momento determinado de su desarrollo.
Sin embargo, llegados a este punto, sería necesario proba-
blemente hacer una revisión de la noción de praxis humana y
de su papel en el pensamiento científico. Sería importante por-
que la objetividad científica está en la confluencia de un doble
movimiento histórico: el de las sociedades humanas -la historia
construida sobre la praxis social- y el de la historia individual,
pero también tan general como la precedente, y que reposa tam-
bién sobre una praxis, como ha mostrado -de una manera con-
cluyente, en mi opinión- la epistemología genética.
Reintroducir esa otra dimensión histórica nos obligará, sin
duda, a reconstituir el acontecer de la ciencia en busca de una
objetividad siempre alejada, pero también cada vez más cercana.

179
11
Explicación y asimilación recíproca
Por 6. V. Henriques

La· historia· de las explicaciones científicas o paracientíficas


muestra cómo las explicaciones, efectivas o pretendidas, se han
desarrollado ·y comprendido a· sí mismas, en el interior de las
grandes teorías sobre el universo o en dominios más restringidos.
Sería, en todo caso, muy ingenuo pretender que los mecanismos
explicativos del pensamiento sean idénticos (o correspondan de
manera próxima) a los que el pensamiento se representa en cada
nivel (suponiendo que sea conducido a reflexionar sobre el pro-
blema epistemológico de la explicación). En mi exposición, su-
bordinada al título "Explicación y asimilación recíproca", trataré
de buscar una comprensión de la explicación -asignando un
papel importante al concepto de asimilación- tomada (como
es natural en el contexto presente) en el sentido restringido de
asimilación· cognitiva: Para que el alcance de las afirmaciones
fundamentales siguientes pueda ser captado mejor, daré en
apéndice· algunos en1;1nciados cuasi~definitorios, que sirvan para
:6.Jar de ·moao aproximado el sentido de las pa1abras-dave, y
para introducir algunas distinciones de noción útiles.

1
Busquemos en primer lugar dar una cierta orientación ge-
neral -forzosamente sumaria e imprecisa- sobre las posiciones
epistemológicas que están en la base de la exposición que sigue.
180"
La manera· más oportuna· de hacerlo· será· quizá l.a del recurso
a·comparaciones dlferenciales, poniendo el acento sobre las opo-
sidones. La propensión analítica del pensamiento espontáneo;
que conduce eventualmente a la formación de islotes de·racio-
nalidad en el interior de su objeto, determina, de una manera
natural, la tendencia general de las primeras representaciones
que· nos hacemos de los procesos explicativos. Hay explicación
-al menos se cree así- cuando se reduce el complejo a explicar
a elementos de orden inferior, sufiéientemente cfaros en sí mis-
mos para el pensamiento, no habiendo pues necesidad, en un
momento dado, de análisis ulterior. Trataría de _hacer ver que.
aquí 'hay ·el efecto de una ilusión, psicológicamente muy com-.
prensible: Es verdad que los procesos explicativos de ·Jodos los -
tipos y en todos los dominios hacen intervenir objetos mentales~
de diferentes niveles: Pero ·nunca se explica por reducción a ·un
nivei menos estructurado. Se explica, al contrario (y observemos
que ·hay infinidad de niveles de -explicación), cuando ·se asimilan .
los ·datos ·de· un orden inferior a estructuras de un orden su-
perior. El proceso de explicación es pues en principio-indefinido,
quedando abierto con relación a la construcción de nuevos ór-
denes de estructuración del objeto. Es verdad en todo caso que
la explicación supone la construcción de más altos niveles de
estructuración del objeto, en contra de lo que se podía prever
a primera vista; La verificación de estos ·enunciados está en ·bus-
car (de lo cual yo no me encargaré, por falta de competencia·
especial: es una tarea para proponer a quien la tome como espe-
cialista de la disciplina y de los métodos adecuados), no en el
dominio de la pura lógica sino en el de la psicología de· Ia-
inteligencia, en ·donde no me esforzaré (esfuerzo penoso y des-
tinado a fracasar) en evitar sistemáticamente. La explicación
füica: plantea problemas · especiales relativos ··al papel de· la·
experiencia· en el control de la objetividad del conocimiento:
Dejaremos de·lado estos problemas; si las tesis precedentes no
han sido propuestas con la pretensión de universalidad. Así, será -
preciso hacer ver que la explicación en física, con todo lo que
son sus exigencias especiales, no es extraña a lo que presentamos
aquí como exigencia de toda explicación. Nuestra comprensión
del criterio de objetividad se refaciona con ello: no se trata de
situarlo en una comparación imposible del pensamiento con un
objeto que la trasciende, sino que en la asimilación recíproca
adecuada de varios niveles de elaboración del pensamiento. Vol-
veremos sobre ello ·al final de la exposición.
18L
·Para empezar, se podrá tomar la asimilación en el· sentido
funcional más amplio de una integraci6n en estructuras preexis-
tentes. En este sentido muy ~eneral, está en la base de los pro-
cesos cognitivos, ya en los mas elementales. Y su importancia no/
decrece -al contrario- cuando se pasa a los niveles avanzados
del conocimiento, a las ciencias deductivas. Es verdad, como
muestra Piaget (de una manera que muchos de nosotros consi-
deramos muy concluyente), que ningún conocimiento es lo que
siempre han pretendido las epistemologías empiristas: una copia
simple y pasiva de lo real, sino que contiene ya un principio de
comprensión, a diferentes niveles, en funci6n de las transforma-
ciones a las cuales el sujeto activo le somete: el conocimiento
comporta en sí mismo un proceso de asimilaci6n a los esquemas
de estas transformaciones, primero efectivas y concretas, luego
virtuales e interiorizadas, cuando el nivel del sujeto lo hace po-
sible. Tiené, pues, fundamento decir que es la asimilación que
confiere significación (para el sujeto) e investigar a partir de ahí
una comprensión de los procesos explicativos. Esto debe ser su-
puesto, sin más discusión.

2
La explicación nos parecerá, al término de un análisis su-
mario, como una asimilación adecuada a estructuras objetivadas.
Siendo el ideal del conocimiento explicativo poner a la luz la
inteligibilidad intrínseca de lo que se trata de explicar (: su ob-
jeto) s61o un cierto conocimiento de la estructura puede hacer
posible. Pero es esencial mantener con toda claridad desde el
principio la distinci6n entre las estructuras operatorias de un
nivel cualquiera (tan avanzado como se considere) y las estruc-
turas ob;etivadas correspondientes, de las cuales se ocupa ·el
pensamiento matemático formal, científico o precientífico. Se
admitirá con facilidad que una asimilaci6n cognitiva cualquiera,
como integración a estructuras funcionales previas -incluso si
comporta en sí, por parte de la estructura asimiladora, un sis-
tema de transformaciones operatorias cuyo cierre garantiza la
estabilidad y una relativa autosuficiencia- no basta aún para
dar al conocimiento su carácter explicativo. La explicación exige,
para ser lo que la misma etimología de la palabra sugiere, una
capacidad de explicitar, de "extender" el dominio que concier-
ne: en suma, una toma de visión sobre la estructura del objeto.

182
En todo caso, asimilar en estructuras operatorias no es aún
alcanzar estas estructuras. Es así, por ejemplo, que los adoles-
centes, que conocen los enteros racionales y poseen la capacidad
de manejo formal, no poseen sin embargo la estructura obje-
tiva de grupo cíclico infinito (aunque los enteros racionales cons-
tituyen; con· su estructura aditiva natural, un grupo Cíclico infi-
nito). Poseer una estructura objetiva es mucho más que conocer
un sistema operatorio realizando los axiomas respectivos. Un
ejercicio de abstracción re:8.exionante (en el sentido de Piaget)
está implicada, lo cual conduce a objetivizar las conexiones es-
tructurales en causa. Reflexionándolas, se las abstrae del nivel
operatorio intuitivo, se hace de ellas un objeto formal del pen-
samiento.
Los mecanismos de explicación se diferencian siguiendo los
niveles en los cuales operan, desde las primeras tomas de con-
ciencias de las operaciones en tanto que tales, hasta la objetivi-
dad de las estructuras y de las relaciones interestructurales. Se
llega a esto -volveré sobre ello- en la medida en la cual se
opera sobre las operaciones, mediante operaciones a la segunda
potencia. · Siguiendo siempre la misma línea evolutiva, no se
objetivan las estructuras (lo que quiere decir más que una simple
objetivización de las operaciones que las integran) más que
operando sobre las estructuras en tanto que tales, mediante ope-
raciones de un orden más elevado. Sería evidentemente muy útil
ilustrar ·estas diferencias de nivel, precisando sus relaciones ge-
néticas. Es común en todos los procesos a invocar, que las es-
tructuras de los niveles anteriores se encuentran explicadas por
su integración en estructuras de niveles siguientes. Nos equivo-
caríamos en todo caso, si no viéramos más que un simple encaje
extensional (las estructuras de los niveles siguientes más genera-
les, y recubriendo, por esta causa, un dominio más extenso): la
"generalidad" en causa es el resultado de abstracciones que
afcanzan niveles cualitativamente diferentes, es muy diferente
de una generalidad puramente extensional.

3
El fenómeno paradójico de la incomprensión, tal cual se ma-
nifiesta con relación a las teorías matemáticas deductivamente
desarrolladas, nos dará ocasión de precisar algunas de las consi-
deraciones precedentes. Sucede a veces que nos encontramos

183
ante el fenómeno psicológico.siguiente (subrayo que.se .trata.de
un tipo de incomprensión muy especial): después de haber
seguido una demostración matemática, eventuafmente formali-
zaaa en un sistema formal convenientemente escogido, habiendo
comprendido. toda la ·cadena. inferencial,, nos encontramos como
en presencia de un resultado opaco, . que se impone como dato
de liecho (suponemos: que se acaba de aemostrar correctamente.),
pero que se tiene la impresión de no comprender. ¿Qué sufede
para que esto ocurra? El resultado de la demostración aparece,
por el mismo hecho de la demostración, como un teorema de la
teoría en causa y sin embargo la impresión de incomprensión
persiste. ¿Cuál es la razón? Buscaremos principios de explicación
de este fenómeno extraño en dos niveles de análisis, que se com-
plementan mutuamente, aunque sus profundidades respectivas
sean diferentes:
l. Una teoría matemática suficientemente rica no está nunca
actualizada del todo. El sistema de sus teoremas (salvo en casos
triviales menos interesantes) no constituye ni siquiera un con-
junto recursivo (en sentido aritmético). Nunca sucede, pue::;, que
una demostración de un teorema lo una a la totalidad de los
teoremas de la teoría; lo une solamente a algunos de entre ellos,
los que precisamente son utilizados en la construcción de la
cadena inferencia! de la cual se sirve. El hecho decisivo de esta
unión es perfectamente compatible con el hecho, también deci-
sivo, de que muchas de las conexio. nes estructurales importantes
quedan en la oscuridad, de donde, como reflejo psicológico, el
sentimiento observado de incomprensión. Puede haber un pro-
greso considerable del pensamiento matemático por cambios
consistente· en reorganizar ciertas teorías por la vía de un reagru-
pamiento más conveniente de sus resultados. Se pueden encon-
trar así demostraciones diferentes de un mismo teorema, las unas
más '!explicativas" ci,ue las otras, puesto que descubren conexio-
nes ·estructurales mas fundamentales. Ocurre particularmente a
menudo que las demostraciones más explicativas son también
las más económicas (de donde un doble progreso), pero este caso
no se da con mucha frecuencia. El criterio de "más explicativo•
queda en todo caso en este nivel de análisis, bastante obscuro,
y sólo profundizar en las perspectivas permitirá precisarlo.
2. Hay que reconocer que se da en el pensamiento formal
una tendencia. a construir, en el interior de su objeto, estructuras
formales objetivas que reflejan las estructuras operatorias que
·sirven a la constitución .del objeto mental. Esto es, podíamos
decir, una tertdencia a· la recuperaci6n de lo operatorio en· el
interior del objeto formal del pensamiento. Simplemente -y
esto es decisivo para una buena comprensi6n de nuestra pro-
blemática- esta recuperación no termina nunca. La razón es
que cada nueva abstracción, añadiendo nuevos contenidos al
pensamiento reflexionado, es en sí misma un pensamiento refle-
xionante no reflexionado (actualmente). Si el pensamiento re-
flexionante no reflexionado es en todo caso reflexible, no lo es
más que mediante un nuevo pensamiento reflexionante, no re-
flexionado, distinto del primero. El realcance del pensamiento
operatorio por la reflexión no se ,acaba nunca: su dualidad es
definitiva. Es muy ·notable que los sistemas lógico-matemáticos·
suficientemente fuertes permitan una formación del análisis de
algtmas de sus propiedades, que podemos interpretar como (que
traducen) formalmente las limitaciones del sistema. La dualidad
de la lengua, que sirve a la expresión de una teoría matemática·
(suficientemente rica) y, de la metalengua, .en la cual se·habla
"sobre" la primera lengua, para someterla a un estudío meta-
teórico, no es más que un reflejo, sin duda secundario, de la
dualidad inherente en el mismo proceso de obfetwizaci6n. Los
hechos invocados traducen propiedades importantes de los sis-·
temas formales como tales; pero resultan de propiedades esen- ·
ciales, más radicales, del pensamiento. Así, por ejemplo, la pro-
posición, epistemológicamente decisiva, que dice que es propio.
de la naturaleza de los formalismos lógico-matemáticos que nin-
guno de ellos agote las virtualidades del pensamiento que far·
maliza; traduce, ante todo, uno de los aspectos esenciales ·de la
naturaleza· del pensamiento operatorio.
En·suma: las operaciones, no siendo, como tales, obfetos de·
pensamiento, si en un momento dado llegan a serlo, es que se ·ha
producidó un cambio en el interior del pensamiento, por el cual
se constituyen nuevos obfetos mentales. Pero entonces está claro
que reaparece la misma dualidad solamente desplazada: Y el
proceso de objetivizaci6n puede proseguir. Por el problema que
nos ocupa ahora, se comprende que el pensamiento formal no se:
encuentra en absoluto en los sistemas que construye, pues nin-
guno de entre .ellos puede traducirlo. de manera adecuada. La
. aualidad· evocada no llega a ser temática más que para el epis-
temólogo, pero debe estar ya confusamente . resentida por el
pensamientó. operatorio a todos los niveles. La inteligibilidad
intrínseca .de una estructura formal construida por el pensa-
miento no es suficiente pues más que provisionalmente para sa-

185
tisfacer su necesidad de inteligibilidad. Cuando esta necesidad
se encuentra insatisfecha, es normal que el pensamiento expe-
rimente un sentimiento de incompresi6n.

4
La explicación en matemática toma dos aspectos diferentes
según los niveles en los que se la considera, pero debe consistir
siempre en delimitar la estructura de los mecanismos operato-
rios que sirven a la constitución de los dominios objetúros_ res-
pectivos. La inteligibilidad intrínseca de las estructura es la de
la integración de los elementos en el todo, aclara la naturaleza
de los elementos a partir de su inserción en el sistema de rela-
ciones estructurales con todos los demás elementos de la misma
estructura. Pero cabe distinguir, en cada nivel mental -éste es
un nuevo aspecto de nuestra discusión-, .Jas operaciones inte-
riores a las estructuras formales de las cuales dispone el sujeto
y las operaciones relativas a estas estructuras en tanto que aca-
badas y globalmente consideradas. Podríamos aclarar esto con
ejemplos sacados de todas las disciplinas matemáticas; uno sólo,
bien característico, será suficiente: las operaciones algebraicas
que definen una cierta especie de estructura (algebraica) son
operaciones interiores a la estructura en cuestión; mientras que
las operaciones (categoriales) sobre los objetos de la categoría
respectiva (categoría de los conjuntos provistos de una estructura
algebraica de la especie considerada) son operaciones de nivel
superior. Las estructuras se constituyen como objetos formales
del pensamiento sólo mediante las operaciones del segundo
tipo.
Lo que precede puede dar mucho más que un análisis de la
explicación en matemática; hay en ello un principio de explica-
ción (sin duda muy esquemático) de los procesos de filiación
de las estructuras genéticamente consideradas. El hecho es que
en todos los estadios del desarrollo operatorio formal (para ha-
blar sólo de éstos) se asimilan las estructuras de niveles anterio-
res a los objetos correspondientes en la constitución de las
estructuras de los niveles siguientes. (Hablo de objetos, que
corresponden a las estructuras de los niveles anteriores, puesto
que acaban de ser tomadas, precisamente, como objetos de pen-
samiento.) Una estructura que debe ser por otra parte operato-
riamente presente, antes de que se haga de ella un objeto de

186
pensamiento reflexionado, un corolario práctico, que concierne
al aprendizaje, podrá dar indicaciones útiles en ~l :dominio pe-
dagógico, cuanao se trata de la introducción de ',estructuras
formales nuevas para el sujeto que intenta aprenderlas. Si se
realiza, en efecto, un orden de aprendizaje que corresponde al
orden genético natural, esforzánáose en conducir los sujetos en
la construcción efectiva, hasta la posesión operatoria de las es-
tructuras consideradas, antes de hablar explícitamente en tér-
minos formales, se asegurará de antemano una comprensión, de
otro modo imposible. Es preciso que la estructura esté. en primer
lugar encarnada en construcciones operatorias de 1os niveles
a los que el sujeto ha accedido ya. Pero yo añado: para poder
despejarla en su objetividad explícita, el sujeto, .que posee la
estructura, debe ser capaz, además, de ponerla en correspon-
dencia con estructuras de la misma especie, que él posee (asimila-
ciones interestructurales, por modismos). Cuando el proceso de
objetivización se acaba, de hecho habrá de más: las estructuras
de los niveles anteriores se encuentran explicadas, por su asimi-
lación a objetos de las de niveles siguientes, con un crecimiento
considerable del poder explicativo (asimilaciones interestructura-
les, haciendo intervenir estructuras de diferentes niveles). Es lo
que quería decir, hablando de explicación por integración en
estructuras de niveles superiores.
La génesis social de las matemáticas es una larga sucesión de
desarrollos del tipo esbozado, cuya continuación ha sido inevi-
tablemente complicada por los azares del desarrollo histórico.
Es sobre el plan de fa historia, críticamente analizada, que se
podrían alcanzar los hechos relevantes para un análisis episte-
mológico de este fenómeno global. Podemos observar que el
progreso de las matemáticas, más que el de toda otra ciencia, va
siempre en el sentido de la unificación progresiva, obtenida,
con la generalización que es la contrapartida, a costa del es-
fuerzo continuado de abstracción y reflexión que exige. Nos
contentaremos en presentar aquí algunas observaciones gene-
rales, para tomar en seguida nuestro tema específico. Se ha
observado desde hace mucho tiempo que el mismo hecho de la
unificación permite economizar el trabajo del desarrollo sepa-
rado de cada una de las teorías especiales que se encuentran
integradas en otra más general: esta economía es muy efectiva,
ante todo, en el dominio de las ciencias matemáticas. Las in-
teracciones recíprocas entre las diferentes "realizaciones" de
una teoría general conducen, además, a un enriquecimiento

187
;apreciable;de_Cáda.una.de las: teorfas:especiales.qu.e. se=encuea-
tran en tales realizaciones. Existe aún· el hecho siguiente: :en
posesión de .una teoría general unificada, se .constata con fre-
cuencia que é~ta sobrepasa considerablemente el dominio de
aplicación de ·1~ teorías particulares -tomadas acumulativa-
mente- que la han originado: es que el mismo hecho de la
unificación posibilita examinar otras aplicaciones, .de · ningún
modo antes aparentes. Se debe insistir aquí sobre el hecho de
que una teoría más "general'', que "contiene" (se trata de la
relación a analizar) teorías menos generales explica más que
. éstas (que se.toman.de una manera aiSlada o.conjunt~sto no
sólo a causa de su dominio de aplicación más extenso: hace
verdaderamente, comprender me;or los "hechos" (matemática,s)
ya.cubiertos pbr las teorías particulares (en tanto que contenidos
en sus. dominios respectivos) ..Es la_comprensión que profundizJt,
por el hecho de que nos separamos de la estructura abstracta
general, como sistema de transformaciones objetivadas, capaz_·de
múltiples realizaciones. La presencia operatoria de la estructura
en los niveles ob;etivamente inferiores empuja el pensamiento
lógico-matemático a considerar estas realizaciones múltiples de
la estructura general de una manera conjunta (para compararlas).
Una vez adquirida la capacidad de estas comparaciones .interes-
tructurales (por correspondencia, realizando morflsmos.), el paso
al nivel superior está abierto y no se hará esperar.
Terminaré esta serie de consideraciones sobre las asimila-
ciones interestructurales en matemática y su papel explicativo,
añadiendo aún una referencia sumaria a la historia de las mate-
máticas contemporáneas. Dejaremos de lado el "fenómeno"
Bourbaki y sus antecedentes (que evidentemente sería preciso
analizar, en sus contextos respectivos, si quisiéramos hacer_ un
estudio más desarrollado) y nos referiremos simplemente a una
de las tendencias recientes más notables. Hablo de la algebri-
zación intensi,va de diferentes ramas de las matemáticas, las que
oponemos. tradicionalmente al álgebra (topología, análisis gene-
ral, geometría general, para.citar algunos. ejemplos típicos), tras,
es.curioso observarlo, una invasión del dominio del áfgebra pura
por métodos corrientes _en topología algebraica. Esto ha dado
lugar a una.disciplina matemática nueva: el álgebra homológica.
Se podría pretender que se trata solamente de una nueva disci-
plina matemática particular. Sin embargo, el hecho es que en el
espíritu de las disciplinas matemáticas jamás ha estado presente
el dejarse simplemente yuxtaponerse_ on las· otras .. Es
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bien sabido que la teoría general de las .categorías -que .está
renovando el aspecto y la conexión interna de todas estas disci-
plinas- se ha originado e.n. las construcciones homológicas, desa-
rrolladas en primer lugar en topología algebraica, antes de llegar
a ser un objeto de estudio sistemátic9, por su propio interé.s, en
álgebra homológica. Al menos es indiscutible que la formulación
abstracta aclara en mucho las construcciones precedentes que la
ocasionaron, sea en topología, sea en álgebra pura (donde las
teorías cohomol6gicas habían sido desarrolladas por separado,
por grupos, álgebras de Lie, álgebras asociativas, etc.). Y el
dominio de las posibles aplicaciones queda indefinidamente
abierto.

5
Las consideraciones precedentes pueden ayudar a delimitar
la problemática de la explicación en las ciencias deductivas en
general -observamos que no hay ciencia donde no exista de-
ducción- pero era natural investigar en primer lugar en el
dominio del pensamiento lógico-matemático una cierta orienta-
ción sobre los mecanismos de la explicación. No osaré abordar
la cuestión del papel de las asimilaciones interestructurales en la
explicación en física más que para intentar hacer resaltar mejor
la generalidad de estos mecanismos.
El pensamiento físico, como todo pensamiento, se esfuerza
en realizar su coherencia interna, coordinando sus operaciones en
estructuras cada vez más comprensivas. Si nos quedamos en la
consideración de esta exigencia del pensamiento, no habrá nada
a añadir a lo que ya hemos dicho a propósito del pensamiento
lógico-matemático. Sin embargo hay exigencias propias en el
pensamiento físico, concernientes a las asimilaciones cognitivas
que la construyen. El principio de objetividad toma, en el do-
minio físico, una forma precisa, exigiendo que. la asimilación del
objeto por el pensamiento sea adecuada (con relación al nivel
de asimilación del cual se trata) sin lo. cual la deformación del
objeto por el pensamiento sería considerada como un vicio de
ésta. Las estructuras que el pensamiento físico se propone al-
canzar no son, en efecto, las operatorias del sujeto (se trataría
entonces simplemente objetivizar por procedimientos mentales
del tipo ya expresado): son las estructuras del ob;eto cuyo cono-
cimiento sin embargo debe ser determinado, en parte, por las
189
condiciones a priori (con relación a la exferiencia efectiva de
cada nivel) de todo conocimiento físico. E objeto físico no po-
dría ser otra cosa que lo que es preciso que sea para ser 1m
ob¡eto posible del pensamiento físico objetivo. Esta afirmación
no ha de ser tomada ante todo más que como una especie de
postulado epistemológico: el pensamiento no podría represen-
tarse el objeto físico más que como realizando las condiciones
de asimilabilización en el nivel que ha alcanzado. Los métodos
científicos de la epistemología genética pueden, si no dispone-
mos de todo postulado de este tipo, al menos darnos una abun-
dante luz sobre los procesos por los cuales el sujeto llega a sa-
tisfacer la doble exigencia de coherencia y de objetividad de su
pensamiento. De donde se deduce que estas dos exigencias son
de hecho correlativas. Hay (en tanto que he comprendido los
resultados a los que me reflero) identidad operatoNa entre
los procesos por los cuales el sujeto asegura el descenh·ámiento
de su pensamiento (coordinando todos los puntos de vista que
puede considerar) y los que garantizan la objetividad. El criterio
de objetividad no debe ser situado en una imposible compara-
ción del pensamiento con un objeto que lo trasciende, sino en
la asimilación recíproca adecuada de varios niveles de elabora-
ción del pensamiento. Cuando el nivel mental adquirido permite
una asimilación no deformante del dominio objetivo en cuestión,
el pensam.iento por el mismo hecho de su descentramiento atri-
buye al objeto condiciones de existencia y de operación causal
que no podría entonces (si no con un esfuerzo de autodestrucción
imaginario) representarse como efectivamente no realizadas.
El universo objetivo del pensamiento físico no es, en todo
caso, una simple representación interiorizada del universo físico.
Éste es inseparable de su singularidad espacio-temporal, mien-
tras que la ciencia física no puede no hacer abstracción de esta
singu1aridad, puesto que no explica nada, como tal, quedando
oscura a la comprensión. La inteligibilidad de un proceso sin-
gular sólo se alcanza si el pensamiento lo sobrepasa (en tanto
que singular), para colocarlo en un contexto de "posibles" entre
los cuales tienen lugar relaciones necesarias. En efecto, el pensa-
miento no percibe relaciones necesarias en el interior de lo real,
más que integrándolo en el dicho sistema de posibles: la nece-
sidad se impone siempre por razones generales, que sobrepasan
inevitablemente toda singularidad contingente. Situándonos en
un contexto epistemológico mucho más restringido, podemos
decir que las experiencias (comunes o metódicamente perseguí-

190
das en 1a investigación científica) establecen hechos cuya validez
sobrepasa la singularidad de cada experiencia individualmente
tomada: la posibilidad de repetición (en otros sitios, en otras
ocasiones) de las experiencias científicas debe ser garantizada
previamente por el sistema de los mismos métodos que se utili-
zan. Esto implica para el objeto físico (tal como el pensamiento
lo alcanza) -volveremos sobre ello- una estructura geométrica
definida por los operadores de desplazamiento espacio-temporal
que establecen la coordinación de los puntos de vista de los
posibles observadores. Afirmar que el universo físico posee esta
estructura geométrica (que, de hecho, se manifiesta en un aná-
lisis más extenso como debiendo ser relativista), es postular que
el objeto físico sea tal como el pensamiento lo reconstruye al
término de este paso coordinador. No tendría sentido pretender
que fuera de otra forma. Así, los posibles a los que se refiere
el pensamiento físico no lo son nunca en el sentido de una posi-
billdad abstracta, puramente formal: son concebidos como
posibilidades de existencia.
Para preguntarse y comprender correctamente los problemas
de la explicación en física, eB preciso darse cuenta de que estos
problemas no son exclusivamente, ni siquiera ante todo, los de la
coordinación de las operaciones del sujeto, físico o no (ni, en la
misma línea pero ampliando la perspectiva, los de la coordina-
ción de los puntos de vista de diferentes sujetos I?osibles de tal
manera que cada uno de ellos pueda considerarlos), sino proble-
mas de coordinación, que conciernen directamente los estados
y las transformaciones posibles de los sistemas físicos como
tales, es decir: problemas de coordinación física. La impresión
fuerte y duradera dejada por la dinámica newtoniana venía de
su potente estructura interna y de la asombrosa capacidad asi-
miladora de esta estructura bastante simple: permitía explicar
racionalmente, de una manera unitaria, fenómenos aparente-
mente tan alejados como los fenómenos mecánicos observables
sobre la Tierra y los del movimiento de los astros (mecánica
celeste). Era un ejemplo prototípico de la fecundidad de la de-
ducción aplicada al estudio de la naturaleza. Era y sigue siendo
significativo el hecho de que el acuerdo del pensamiento teórico
con la experiencia era obtenido no al final de una deducción
fragmentaria, sino en el interior de un gran sistema deductivo.
Una tal construcción teórica levantaba sin embargo enormes
problemas epistemológicos sobre el plan de la causalidad, por lo
que el mismo éxito de esta deducción exigía ser explicado. Sabe-

191
mos que la dinámica newtoniana daba (conscientemente) una
explicación causal, muy satisfactoria por diversos conceptos. De
hecho, los problemas epistemológicos planteados no seiían con-
venientemente abordados hasta siglos después, y todos entonces
en el sentido de una revisión bastante profunda del estado
mi~mo deº las cuestiones hechas. No vamos a entrar en detalles,
pero está claro que asistimos a una más consciente valorización
de la estructura de conjunto de los estados y transformaciones
posibles de los sistemas físicos, que se adapta a una mejor
coordinación de puntos de vista. Esto quiere decir aunque el
sistema real se interpreta o explica en función del sistema de
posibles, en el interior del cual toma su lugar determinado. Es
de observar que las formulaciones más generales de este género
son las que se manifestan (¡y de lejos!) más resistentes a los
transtornos recientes de las ciencias físicas. ~

Tratando de confrontar los problemas epistemológicos de


coordinación que plantean, por un lado, los diferentes sujetos
posibles (entre ellos los sujetos reales) y, por otra parte, los es-
tados y las transformaciones posibles de los sistemas físicos, no
olvidaremos de prestar atención a que el sujeto forma parte
también, por su organismo, del sistema físico global y que no es
más que por una cierta abstracción (tolerable y justificada en
o

algunos contextos, ~ero intolerable en otros), que podemos con-


siderar el sistema fisico independientemente de su referencia al
sujeto. Podemos decir que la experiencia da como "observables"
los resultados de las operaciones de medida de las diferentes
magnitudes físicas. Pero hoy sabemos cuán difícil problemática
se une a este concepto de observable: la epistemología interna
de la física la ha puesto en evidencia. La interacción sujeto-
objeto en la operación de medida (más generalmente: en toda
observación física) queda irreductible. Sólo actuando sobre el
objeto el sujeto podrá conocerlo. Se comprende entonces que en
un momento determinado de la evolución de las ciencias se haya
encontrado en la teoría de la medida (física) uno de los puntos
más delicados de la física general y de su epistemología.
Quiero acentuar el aspecto objetivo de los condicionamien-
tos epistemológicos implicados por las consideraciones prece-
dentes. En primer lugar, la magnitud mensurable no es un
aspecto cualquiera de lo real. Diríamos que la intervención
decisiva de los cuadros lógico-matemáticos en la definición de
magnitudes mesurables proviene, no tan sólo de la operación
de medir (situada de lado del sujeto) sino también de la estruc-
tura de la magnitud física medida (tomada por el sujeto como
su objeto). Para ser mensurable, una magnitud ha de ser de
carácter conservativo. Es este carácter lo que explica que sea
transferible del objeto o sistema físico al instrumento de medida.
El estudio matemático de las propiedades requeridas por parte
del objeto muestra (con la ayuda del cálculo de variaciones)
que éste es el caso para las magnitudes conjugadas de las trans-
formaciones infinitesimales que dejan invariante al sistema (su-
puesto que esté regido -como todos los de las teorías clásicas
y otros muchos- por un principio variacional). Éste es el caso,
en particular, para la energía, la cantidad de movimiento, el
momento cinético. Lo observable es así desde el principio, soli-
dario del grupo de las transformaciones infinitesimales respec-
tivas, responsables, poderrws decir, por su carácter conservativo,
que es la raz6n de su mensurabilidad.
El postulado fundamental de la epistemología física ise
queda, ·en todo caso, en el de la existencia de una estructura
geométrica (espacio-temporal, y no espacio atemporal) del uni-
verso (debiendo ser concebida como mucho más débil que las de
la geometría diferencial clásica), que representa el resultado
de la coordinación de los puntos de vista posibles sobre el uni-
verso, al mismo tiempo que da la base de una fibración, tradu-
ciendo matemáticamente la inserción de lo real en el cuadro de
posibilidades geométricas. Este postulado exige ser completado
por una descripción geométrica global de las propiedades de la
materia, incluido el proceso de su evolución. La evolución tem-
poral del universo es el desarrollo de un proceso singular e irre-
versible que viene a inferirse ·en lo posible -es el sentido de lo
que sugerimos más arriba- como una sección de un espacio
trabado en la estructura matemática correspondiente. Es decir,
reteniendo sólo el aspecto más genérico del esquema conceptual
evocado: supuesto que se llega a dar una representación geomé-
trica global del universo (las propiedades físicas de la materia
son representadas matemáticamente por campos de diferentes
naturalezas definidos sobre espacio-tiempo de una tal represen-
tación), lo real será determinado -en el interior de lo posible-
por la operación que consiste en escoger, para cada punto del
espacio-tiempo, un elemento de la fibra correspondiente.

193
7. LA EXPLICACIÓN
La búsqueda de una interpretaci6n global del universo en las
ciencias físicas corresponde, ante todo, a una necesidad especu-
lativa del pensamiento. Es la misma necesidad que empuja al
pensamiento 16gico-matemático a la búsqueda de estructuras
cada vez más unificadoras, que revelen mucho más la inteligibi-
lidad intrínseca del universo matemático que son capaces de
integrar en un todo coherente de los elementos estructurales que
parecían primero simplemente yuxtapuestos. Pero hemos de
reconocer que hay otra razón, mucho más humilde, de la
búsqueda de representaciones globales en física: deriva de
las limitaciones de nuestro conocimiento efectivo de la materia,
que nos impiden muy a menudo (en rigor: siempre) conocer la
estructura desligada de los procesos estudiados. La física clásica
estaba en condiciones de establecer (en los límites de su validez)
sistemas diferenciales, que rigen procesos desarrollaj.os siguiendo
principios de determinismo local. Sabemos ahora que-los límites
de vafidez de tales representaciones son mucho más estrechos
que lo que se había creído. Hay, por desgracia, pocos procesos
por los que se esté en condiciones de indicar el detalle de los
mecanismos de causalidad local, incluso si, por razones episte-
mológicas, persistimos en postular la existencia de estos meca-
nismos. La mecánica cuántica nos ha convencido de que la
incapacidad en cuestión deriva de razones de principio que con-
ciernen a los fenómenos del nivel microscópico, más allá de las
limitaciones ocasionales de nuesb·os conocimientos y métodos
de investigación actuales. En todo caso, en los dominios donde
la materia nos manifiesta sus propiedades más complejas (el
ejemplo típico es el de las ciencias biológicas), no se trata en
absoluto de formarse, de un día para otro, una representación
adecuada del detalle de los mecanismos causales. Sin embargo
podemos concebir que es muy posible formarse una represen-
tación satisfactoria de la estructura global -y sobre todo (lo
que en muchos casos bastará) de comportamiento asintótico-
del sistema de trayectorias respectivas (en un sentido generali-
zado). El análisis cuantitativo cede entonces su lugar a otros
análisis de carácter más bien geométrico, cualitativo y global. La
elección de un tal orden metodológico no significa de ningún
modo una abdicaci6n definitiva del pensamiento físico.
Los análisis de tipo local y global se enriquecen mutua-
mente. Explotando la posibilidad de este enriquecimiento, el
pensamiento físico no hace más que seguir el camino abierto ya
en las disciplinas matemáticas que han sufrido una influencia

194
más- directa de los métodos to,Pológicos. Esta influencia se ha
extendido de tal manera -notemoslo de paso- que nos hemos
habituado, incluso en el dominio del álgebra conmutativa pura,
al uso casi constante de los procesos correlativos de localización
y globalización. El impacto de tales consideraciones y métodos
sobre las ciencias físicas puede ser considerable, hasta el punto
de afectar incluso las concepciones más comunes sobre la estruc-
tura del espacio. Se admite comúnmente que la estructura geo-
métrica del espacio físico sea adecuadamente representable en
el cuadro teórico de la geometría diferencial clásica, pero hay
buenas razones para dudar que las nociones infinitesimales clá-
sicas no dan más que groseras aproximaciones de las propiedades
efectivas de la materia. Buenas en el interior de límites bastante
amplios, serían reemplazadas por construcciones topológicas
mueho menos estrictas después que estos límites de validez teó-
rica son sobrepasados. Las lúpótesis corrientes sólo retendrán el
valor de primeras aproximaciones.
La tendencia del pensamiento físico en llegar a ser global
está acompañada por la tendencia complementaria en consti-
tuirse como pensamiento unitario. Está en la naturaleza del
pensamiento físico, diríamos, formar el proyecto audaz de re-
presentar todas las :eropiedades de la materia (incluido el pro-
ceso de su evolución) con el dato de un solo objeto matemático,
que sería, en la linea de las consideraciones precedentes, una
sección global del espacio trabado que representaría la totali-
dad de los posibles. La hipótesis de que esta representación del
universo sea viable y los diferentes ensayos de concretizaci6n
de una teoría física basada en ella, son suficientemente bien co-
nocidos, para que pueda dispensarme de entrar en detalles. A la
tendencia del pensamiento físico en construir una teoría global
unitaria del universo corresponde, por parte del objeto, la exis-
tencia de un solo universo. La afirmación de que hay un solo
universo es un postulado del pensamiento físico que expresa,
como todo postu1ado, la propia naturaleza del pensamiento. Im-
plica, a nivel geométrico, la hipótesis de conexión del espacio;
a nivel dinámico, la inexistencia de sistemas cerrados distintos
del universo entero. En fin, en un sentido más general, un pos-
tulado así implica que no hay propiedades que sean esencial-
mente independientes. Quiero tan sólo poner de manifiesto la
razón que se tiene al poner en duda la existencia de dichas
propiedades. (Si existieran, admitirían teorías radicalmente in-
dependientes y el postulado de base de una teoría física unitaria

195
sería, por este hecho, refutado). En efecto, la independencia
física de los diferentes aspectos de lo real sólo se da como
primera aproximación: significa de hecho simplemente que hay
que contar con interacciones débiles. Un estudio experimental
más avanzado ha revelado siempre estas interferencias múltiples,
allí donde la experiencia menos refinada, dejándolas escapar,
hacía creer en la independencia de las propiedades o de los
sistemas.
Una teoría global verdaderamente unitaria del universo con-
tendría implícitamente la respuesta a todos los problemas epis-
temológicos. Ya he afumado que el sujeto forma parte, por su
organismo, del sistema físico global. El objeto, a su vez, no
existe independientemente del sujeto: de otra manera sería
incognoscible. He aquí la paradoja (puramente "{lparente, sin
duda) del conocimiento objetivo: ésta ha de ser un~ asimilación
adecuada (es decir: no deforrnante) del objeto por el sujeto, pero
el sujeto no puede conocer el objeto más que actuando sobre él,
es decir, transformándow. Quizás el problema del conocimiento
está llamado a ser también un problema físico. Si nos represen-
tamos -por anticieación imaginaria- el pensamiento físico
(socialmente tomado) como habiendo alcanzado la capacidad de
integrar adecuadamente en su dominio efectivo (y no solamente
posible) la representación operatoria de las condiciones físicas
de su propio ejercicio, entonces el mismo pensamiento físico
será capaz de coordinar en una sola perspectiva coherente las
propiedades estructurales del objeto y los puntos de vista de
diferentes sujetos.

7
Voy a terminar, subrayando algunas ideas cuya relevancia es
muy general. Se podrá pensar que nos hemos separado conside-
rablemente de nuestro tema general. La ampliación de perspec-
tiva que la consideración del ,Papel de las asimilaciones interes-
tructurales en la explicación fisica nos ha dado, va a permitirnos
sin embargo juzgar algunas tendencias características de ciertos
niveles de reflexión, sin duda muy a menudo condicionadas por
aprioris epistemológicos mal analizados. La más inmediatamente
espontánea es quizá la de las doctrinas reduccionistas, de la que
se hace principio. Como es preciso, de todos modos, que la
marcha explicativa se pare en un punto determinado (allí donde

196
el esfuerzo del análisis se encuentra momentáneamente agotado),
es bastante natural sucumbir a la ilusión de "simplicidad" cuan-
do se consideran los últimos elementos no analizados. Nos pro-
ponemos entonces reducir lo complejo a lo simple, suponiendo
que ésto es lo que no necesita ser explicado. La inteligibilidad
del complejo consistiría en la posibilidad de esta reducción en
los elementos simples que lo integran, a partir de los cuales lo
concebiríamos como habiéndose derivado idealmente de una
manera cualquiera.
Las tendencias reduccionistas -y las explicaciones de estas
tendencias, que conducen a formulaciones doctrinales- han
tomado múltiples formas, siguiendo el tipo de reducción del cual
se trataba y el dominio en cuestión. Corresponde a una vertiente
analítica muy espontánea del pensamiento natural. De todas
ellas se puede decir que una aplicación consecuente de los prin-
cipios invocados conduce a una pérdida intrínseca de inteligi-
bilidad. Lo "simple" a que se apela, sólo lo es ante todo para un
nivel de análisis que el progreso de la investigación explicativa
llevará a sobrepasar: aparecerá, a su vez, como "complejo" a
analizar (si esto no es ''reducir" a otros elementos simples); en
todo caso, tampoco así es inteligible en su simplicidad aparente
como habíamos querido creer. Si no existe inteligibilidad ver-
dadera (como pretendemos) más que en la comprensión de ia
estructura, es de esta comprehensión y sólo de ella de donde los
elementos integrantes reciben su estatuto inteligible. La "reduc-
ción" de lo complejo a lo simple no sería más que aparentemente
una explicación estructurada en lo más mínimo. Nos guarda-
remos también de creer -por un movimiento dialéctico mal
reflexionado- en una especie de reducción inversa, que con-
siste en buscar la explicación de lo inferior (lo que llamábamos
más arriba lo "simple") a partir de lo superior (lo más complejo),
ya que éste no tiene ningún privilegio epistemológico absoluto,
independientemente del análisis estructural, el que parece preci-
samente, a primera vista, "reducirlo" a datos de nivel inferior.
La explicación de la explicación por asimilación, en el sen-
tido propuesto, conduce además a la admisión que toda expli-
cación comporta una aclaración recíproca de estructuras de
diferentes niveles, por el hecho de su asimilación recíproca.
Examinado el pensamiento lógico-matemático, hemos señalado
el papel de la toma de conciencia de estructuras de nivel supe-
rior en la explicación de niveles subordinados. La reciprocidad
de asimilación no impide que las estructuras en cuestión estén

197
asimétricamente referidas a niveles diferentes, estando asimismo
sus papeles en el proceso de asimilación asimétricamente repar-
tidos. Está claro que las estructuras superiores no dependen de
las inferiores más que como muchos otros puntos de partida
de una construcción mental, donde sólo juegan un papel suple-
torio. En fin, es evidente -ésta será una última observac;l3n-
que el esfuerzo explicativo no sabría, en nuestra perspéctiva,
detenerse. La distinción de niveles superiores e inferiores debe
ser mantenida, pero es relativa. Lo que es, desde cierto punto
de vista y desde un cierto estadio, nivel superior, será, desde
otro punto de vista o desde otro estadio, nivel inferior (con rela-
ción a otros niveles superiores, ulteriormente construidos). La
distribución de papeles explicativos entre los diferentes niveles
estructurales no es pues fijada una vez por todas: el proceso
explicativo participa del dinamismo del proceso de objetivación
de las estructuras que constituyen su origen.

Apéndice

Algunos enunciados cuasi definitorios.


Estructura funcional operatoria: sistema de transformaciones
equilibradas que comportan leyes de composición interna y
estable para estas leyes.
Estructura formal: sistema de transformaciones ob¡etivadas,
con leyes de composición interna sujetas a reglas explícitamente
fijadas por el sistema.
Asimilación funcional (en particular, cognitiva): integración
a estructuras funcionales previas.
Una vez objetivadas las estructuras en cuestión -y por este
hecho incluso dobladas de estructuras formales- la asimilación
funcional comportará una asimilación en éstas, y la asimilación
recíproca de las estructuras. La siguiente declaración aproxima-
tiva se relaciona con ello:
Explicación: asimilación adecuada a estructuras objetivadas.

198
12
Observaciones sobre la noción
de explicación
Por Leo Aposte!

El objeto de esta nota es examinar las relaciones entre la no-


ción de descripción y la noción de explicación. Todos sabemm
que un cierto positivismo ha querido reducir la explicación a la
descripción. Cuando este mismo positivismo se ha hecho má~
refinado después de los trabajos de Carl Gustav Hempel sobre
la noción de explicación, ha tratado de reducir la explicación
a la deducción a partir de premisas más generales. Todos sabe-
mos también que ciertas escuelas se han rebelado contra estas
tendencias reduccionistas. En particular, sabemos que Meyerson
ha rechazado esta asimilación de la explicación a la descripción,
y sabemos que el materialismo dialéctico la rechaza igualmente.
Queremos preguntarnos cuál es la situación en el momento
presente, y cuáles son los desarrollos futuros que se pueden
prever en el estudio de esta cuestión. Nuestra contribución no
tendrá un carácter técnico sino más bien filosófico. Las observa-
ciones más técnicas que hemos podido hacer sobre el asunto ya
han sido publicadas.
Preguntémonos para empezar lo que se llama una descrip-
ción. La descripción más perfecta es la copia: un modelo que
en todos puntos es idéntico a aquel del cual es modelo. En ge-
neral, una copia no alcanza esta perfección, una copia no se
identifica con su prototipo, y con relación a ciertas propiedades,
a ciertas perspectivas, vemos en la descripción el acto de pro-
yectar sobre un modelo (lo más a menudo lingüístico, a veces
también gráfico, eventualmente incluso formado a partir de la

199
misma materia 9ue el original), el prototipo, si vemos en la des-
cripción este genero de redoblamiento parcial total del fenó-
meno descrito, debemos constatar lo siguiente: describir no es
conocer (puesto que incluso rehacer no es conocer). El ob;eto
del conocimiento del mundo no puede ser su reduplicación. Esta
observación es evidente cuando se trata de la descripción idén-
tica al original. Bien entendido, no negamos que las actividades
<¡ue habremos necesitado para reproducir el original nos permite
entrever su disposición interior, pero el producto acabado de
esta actividad de copia no aclara en sí el fenómen/ a describir:
una vez más reproducir no significa conocer, y desbribir significa
sin embargo reproducir verbalmente y parcialmente. Hemos eli-
minado ya la identificación total como forma de conocimiento.
Hemos pues eliminado a fortiori la descripción como conoci-
miento, la identificación parcial, la construcción de un modelo
parcial, en general verba[, del prototipo. No obstante llamamos
Ia atención del lector sobre el hecho que para nosotros hacer
un modelo o dar una descripción no son actividades esencial-
mente análogas. Y aun hacer una copia incompleta, imperfecta,
concentrándose sobre ciertos aspectos, olvidando otros, no es
una forma de conocimiento mientras que debemos, a nuestro
entender, describir la explicación como forma de conocimiento.
Preguntémonos ahora qué se entiende por explicación, en el
lenguaje científico corriente. La explicación parece ser una vez
más exactamente la construcción de un modelo como lo es la
descripción, pero esta vez, el modelo parece ser doble: a) se pro-
yecta el prototipo sobre el conjunto de sus elementos,/se explica,
y b) se describe verbalmente la proyección así acabada. En
cierto sentido, la explicación conocería cuatro operaciones:
l. Proyección del prototipo T sobre su modelo anal.izado (par-
cial). 2. Proyección del prototipo sobre su modelo verbal
(parcial). 3. Proyección del prototipo sobre su modelo ver-
bal (parcial). 4. Proyección de los dos lenguajes unos sobre
otros:

T~--D (T)

ti ti
MT--~D (MT)

200
A pr~e~a vista, estos. dos. aná~sis muy imperfectos de noción
de descnpc1ón y de exphcac1ón tienden a dar razón a los positi-
vistas del siglo XIX. Describir es crear un modelo, explicar es
crear un modelo. No parece que exista una diferencia funda-
mental entre describir y explicar. Simplemente el modelo utili-
zado en una explicación parece ser más complejo que el modelo
utilizado en una descripción. Sin embargo, si observamos las
cosas más de cerca, constatamos que la actividad de explicar, la
actividad de representar un conjunto por un conjunto de ele-
mentos, que son los elementos constitutivos y que están unidos
entre sí por una red de relaciones, nos lleva a análisis de no es-
casa importancia.
En efecto, llamamos explicativos a los análisis del prototipo
que satisfacen ciertas condiciones especiales. Lo importante es
ahóra saber cuáles son estas condiciones especiales. Existen va-
rias propuestas de respuesta a esta cuestión:
l. Se puede afirmar que cada periodo del desarrollo cientí-
fico y cada región del saber tiene un prototipo preferido por
razones históricas o de otro tipo que no nos es preciso por el
momento determinar, y decimos entonces que se explica cuando
se representa el prototipo con la ayuda del modelo del tipo
preferido. Esta noción da un análisis completamente relativista
de la noción de explicación, lo que no es en sí un mal pero tiene
aún la desventaja de no indicar por qué tal modelo es preferido
aquí o allí, por qué razón se cambia de preferencias, y por qué
razones se llamará "conocimiento explicativo" el proyecto sobre
estos modelos preferidos (el lector reconocerá aquí los paradig-
mas de Kuhn).
2. Una segunda propuesta ha sido hecha por Jean Piaget.
Para él explicar es asimilar formalmente el objeto a explicar
con la actividad interiorizada humana. Lo que es explicado llega
a ser inteligible porque las operaciones que lo constituyen, que
aseguran su génesis, son isomorfos en las relaciones de la misma
actividad humana. Esta propuesta que reconoce la analogía
entre describir y explicar y que sin embargo introduce una
diferencia es mucho menos refativista que la primera, y da lo
que la primera no daba: las razones por las cuales los modelos
de esta especie satisfacen nuestra necesidad de inteligibilidad.
Creemos que es preciso aún distinguir al lado de estas dos
tentativas de explicar la explicación, y valga la redundancia, una
tercera tentativa que es la siguiente:
3. Combinando Kuhn y Piaget, nos damos cuenta del hecho
201
de que las operaciones humanas tienen una historia y no tan
sólo una génesis, y entonces se trata de observar por qué tal
conjunto de operaciones intelectuales utiliza la asimilación in-
telectual en tal momento, por qué tal otro conjunto de operacio-
nes intelectuales se vale del tipo preferido en otro momento.
Queremos hacer aquí una observación fundamental consta-
tando que también para Piaget no es más que la afirmación de
que una parte de lo real es análoga a otra parte real. Constatar,
lo subrayamos, que el conjunto de transformaciones a las cuales
ciertos cuerpos están sometidos, seres vivos o no, son isomorfas
parcial o completamente en un conjunto de transformaciones
a las cuales están sujetos nuestros propios actos intelectuales, no
es esencialmente diferente de una descripción. Es una vez más
una correspondencia parcial, una descripción que pone de re-
lieve una cierta analogía. Digámoslo netamente, ¿será más inte-
ligible el mundo porque alcanzamos a ver que se nos parece,
porque se nos parece más en lo que tenemos de más intelectual
y cognitivo que en lo que tenemos de más afectivo o biológica-
mente simple?
Llegamos pues a decir que la diferencia entre descripción y
explicación que se ha querido introducir, nos lleva una vez más
a Ia identificación. Entonces, ¿es que el positivismo primitivo
del siglo XIX tenía razón? ¿Es que nada se explica jamás en el
sentido que explicar es simplemente describir de una cierta ma-
nera? Creo que si se adoptara esta posición, estaríamos comple-
tamente en desacuerdo con los hechos de la historia científica.
La historia de las ciencias diferencia muy claramente entre la
actividad de describir y la actividad de explicar. Nadie ignora
la célebre aclaración que Osiander tuvo que aportar al tratado
de Copérnico bajo la presión de ciertos medios eclesiásticos,
aportación en la cual a.6rmaba que Copérnico sólo quería des-
cribir el sistema solar como lo hacía Ptolomeo sin querer expli-
carlo con la ayuda de fuerzas y sin querer afirmar la realidad
del modelo que proponía. Nadie ignora que esta aportación no
representa el pensamiento profundo de Copérnico quien, por
razones que se pueden considerar o no válidas, consideraba
su modelo como explicativo, mientras que el modelo de Ptolo-
meo para él no lo era. Por otra parte, parece claro después de los
descubrimientos de Galileo que podían explicar las leyes genera-
les de las interacciones entre el movimiento y las fuerzas, que
los elementos del sistema solar se han convertido también para
nosotros en fenómenos explicados.

202
Entonces ¿es que explicar significa representar el prototipo
de manera que se una a muchos otros?; ¿es que explicar signi-
ficaría siempre representar el prototipo en un modelo que le es
suficientemente extraño, con la ayuda de elementos que le son
muy diferentes de los elementos aparentes? El grado de dife-
rencia determinará quizás a veces el grado de explicación,
porque parece que ninguna explicación encontrada en la historia
de las ciencias podría considerarse como completa y que nosotros
no podemos hablar más que de explicación parcial; nuestra pe-
queña encuesta debe descansar sobre la diferencia entre una
descripción parcial y una explicación parcial. La única pro-
puesta original que queremos hacer en esta nota es que de
hecho es preciso representarse tanto lo que se llama descrip-
cióp, como lo que se llama explicación como subespecies de una
actividad más general que se puede llamar proyección. Creemos
que nuestra única contribución original es la siguiente: no es
en el género de los sistemas que se representará como "explica-
tivos" donde reside la razón por la cual los encontramos expli-
cativos. Creemos que ha llegado el día de presentar un análisis
de la explicación que lo distinga de la descripción por una parte
por su génesis, y por otra parte por la estructura de relaciones
entre los prototipos y el modelo. Una descripción es una opera-
ción relativamente inmediata que, con la ayuda de un lenguaje
ya más o menos elaborado, representa un sistema externo. Una
explicación, al contrario, es una operación generalmente difícil
que construye un lenguaje nuevo y que en todo caso vuelve a
definir los términos del prototipo a explicar con la ayuda de un
lenguaje eventualmente ya existente. Creemos que histórica-
mente se puede constatar que es observable esta diferenciación
entre las génesis de lo que se llama descripciones y las génesis
de lo que se llama explicaciones.
Por otra parte, si decimos que explicar un fenómeno es re-
presentarlo con la ayuda de un modelo que se distingue por
propiedades específicas bien determinadas, sea variables (Kuhn),
sea eternas (Meyerson), caemos yá sea en el relativismo más
total (que es el de Kuhn, y que hace imposible toda noción de
progreso científico), ya sea en el absolutismo total (que es el de
Meyerson y que una vez más imposibilita todo progreso inte-
lectual). En efecto, en este momento unimos el futuro al pre-
sente, nos pronunciamos de una manera perentoria sobre el
porvenir de las ciencias. Al contrario, evitamos a la vez el escollo
del absolutismo y el del relativismo si no decimos que una

203
explicación es una descripción con la ayuda de un modelo privi-
legiado (ya sea puramente arbitrario, ya sea absolutamente de-
terminado, ya sea como causal identificador a lo Meyerson
u operatorio) y proponemos como tema de un estudio por hacer
en la historia de las ciencias las relaciones estructurales entre el
prototipo a explicar y el sistema explicativo y si planteamos
como hipótesis que son estas relaciones las que determinan si
uno se encuentra delante de una explicación o de una des-
cripción.
No podemos pretender que la propuesta que hacemos en
esta breve nota sea una teoría de la explicación. Cr~emos aue
indicamos una nueva vía de investigación. Nos º*rece falso,
como se ha estado haciendo hasta ahora, querer definir la exoli-
caci6n por una cierta forma de deducción en el interior de un
cierto sistema formal, o por una cierta álgebra. La explicación es
una transformación en las ciencias. Siempre es parcial porque
esta transformación nunca es definitiva, sino que será se~ida
de muchas otras. Creemos pues avanzar en el espíritu de la
epistemología genética proponiendo la idea de una teoría diná-
mica de la explicación. Esto, a decir verdad, nos separa un
poco de la idea según la cual la explicación es una asimilación
a una estructura intelectual eventualmente algebraica determi-
nada, bien claramente determinada. Al contrario, creemos que
aquel absolutismo está aún demasiado cerca del de Meyerson,
a pesar de que él se separa ya un poco (siendo mucho más es-
tructurado). Y como que tampoco hemos querido abandonar el
problema como Kuhn ha hecho, nos parece que el camino pró-
ximo a recorrer sería el de desarrollar una teoría de la explica-
ción que sería esencialmente función de las leyes de transforma-
ción de las teorías científicas.
Una teoría Tl es una explicación de un fenómeno P en un
momento n, en función de las descripciones precedentes, de
este fenómeno P, y en función de las teorías precedentes que ha
preparado la teoría T.
Creemos que los argumentos a favor de este análisis de la
explicación nos obligan a decir que, fundamentalmente, descrip-
ción y explicación siguen siendo muy análogas. Fundamental-
mente, el mundo no se hace inteligible, el mundo no se hace
más cognoscible.
Es que con esta nota quizás algo pesimista que querríamos
terminar. Toda definición de la explicación está unida a una
definición del conocimiento. Ahora bien, nos parece que, cada

204
vez más, y esto en contradicción con algunas de nuestras convic-
ciones precedentes, vemos mejor, controlamos mejor, represen-
tamos con mejores y más variados modelos. Pero que no conoce-
mos mejor, es decir, no encontramos un punto de partida que por
una razón cualquiera fuera intrínsecamente satisfactorio, eviden-
te, inteligible, y a partir del cual tratáramos entonces de desarro-
llar el resto del mundo fenoménico.
Todo punto de partida incluso si es el álgebra de nuestras
operaciones intelectuales nos parece aún un punto de partida
contingente cuya inteligibilidad no nos es inteligible.
Finalmente pues, rechazando la simplicidad del positivismo
del siglo XIX, aceptando con la escuela de Ginebra y con el
materialismo dialéctico la necesidad de distinguir entre explica-
cióµ y descripción, nuestra diferencia será mucho más prudente
y se volverá esencialmente historicista. Había que buscarla en la
historia de las ciencias, y desde este punto de vista, creemos que
la vía seguida por Hempel no es la buena (puesto que para él la
explicación permanecería en el interior de una misma estructura
teórica), pero que no hay sutiles semejanzas entre 1a vía seguida
por Hempel y la seguida por Piaget, y que incluso debemos eli-
minar estas últimas semejanzas. En cierto sentido, debemos so-
brepasar estas dos formas aún estáticas de la noción de explica-
ción y en el mismo espíritu de la epistemología genética creemos
deber decir que es la forma de transformación de las estructuras
intelectuales las unas en las otras lo que servirá de prototipo
a los modelos explicativos y no una estructura de transformación
intelectual particular cualquiera que sea, cualquiera que sea su
grado de equilibrio. Creemos por otra parte que los últimos
desarrollos de la doctrina piagetiana van en el mismo sentido,
incluso si no sabemos si los análisis ya claros de la noción de
explicación han podido ser dados a partir de esta concepción
siempre más histórica, del conocimiento.

205
13
Notas finales
Por Jean Piaget

Las variadas y penetrantes ponencias presentadas a nuestro


coloquio sobre la explicación en las ciencias -tanto en curso
de las sesiones como en el caso de la lingüística, para esta publi-
cación- atestiguan una convergencia. Una convergencia que es
tanto más notable por cuanto ninguna discusión previa había
precedido a su elaboración, porque entre los invitados de la
Academia y los del Centro Internacional de Epistemología Ge-
nética no había habido hasta este momento ningún contacto
directo y porque después de elegido el tema, muchos de los
miembros de aquélla habían exteriorizado serias dudas sobre la
posibilidad de decir algo pertinente en este terreno.
Estas dudas parecían justificadas particularmente en lo que
concierne a las disciplinas puramente deductivas ya que, en el
lenguaje corriente, "explicar" un teorema o cualquier teoría, en
lógica o en matemáticas, no significa nada más que comentarlos
añadiendo clarificaciones para mejor deslindar el sentido de los
axiomas, de las definiciones o de las reglas de composición. Se
habría podido esperar, pues, que los dos autores encargados de
exponernos lo que es la explicación en estas ciencias formales
insistieran, ante todo, en sus diferencias con algunas cuyo obje-
tivo es la explicación de lo real. Sin embargo, J. Ladriere y
J. Desanti, han respondido de una manera diferente, admitiendo,
uno y otro, que en sus ramas deductivas del saber persisten
también "opacidades" a esclarecer; tanto en ocasión de parado-
jas, como, más generalmente, porque a pesar de tener construido

206
un sistema y convertidos en él mismo coherente, falta encontrar
la razón de su existencia y de sus propiedades globales, lo cual
justifica enteramente el problema de la "explicaci6n". La res-
puesta de Ladriere es doblemente instructiva en referencia a lo
que llamamos abstracción reflejante (aquella que procede a
partir de coordinaciones operatorias y no de los objetos) y de
la asimilación recíproca entre las estructuras superiores e infe-
riores. Sobre el primero de estos dos puntos su conclusión es
partic1!_l~rmente esclarecedora: "La ascensión hacia la forma no
tiene, pues, término asignable". Se efectúa "en un horizonte que
abre un campo infinito a las operaciones posibles y dirige su
dislocación progresiva. Pero este horizonte no es dado con ante-
lación y no podría ser tematizado. Está inmerso en las formas ya
construidas. Pero indica lo que en ellas es ya una llamada a una
formulación ulterior ... Toda forma acabada encierra la posibi-
lidad de su profundización, incluye un abismo", etc. No se sabría
decir mejor que la explicación consiste en extraer de la estruc-
tura que le precede lo que se necesita para reorganizarla sobre
un plano superior, pero enriqueciéndose a la vez por liberar lo
que tenía de implícito y por una recomposición operatoria que
conduce a una nueva estructura.
Sin embargo, la relación entre ambos grados no es, natural-
mente, reducción del ulterior al anterior, ni simple subordinación
de éste a aquél, sino asimilación recíproca. "Es necesaria la
interpretación -dice Ladriere- para hacer comprender el al-
cance de las operaciones formales. Pero es necesario el aspecto
formal para hacer comprender el sentido preciso de lo que se
afirma en la interpretación. Cada uno de los aspectos es eficaz
de alguna manera, solamente mediante el otro.'' Pero esta vincu-
lación "no es evidente, tiene un carácter sintético: el carácter
formal no impone la interpretación, y recíprocamente". Dicho
de otro modo (y se encuentran estas analogías entre los enun-
ciados complejos de las estructuras de "deducción natural" y las
operaciones que ellos explican), la relación explicativa entre el
sistema superior e inferior es una asimilación recíproca, no evi-
dentemente en el sentido de una identificación, sino en el sentido
de una dependencia mutua, de una especie de integración según
· la significación biológica o psicológica del término. De ahí la
utilidad de la ponencia sobre la asimilación recíproca que hemos
solicitado a G. V. Henriques.
En cuanto a la ponencia de J. Desanti, ha resultado notable-
mente paralela a la de Ladriere, excepto que el muy largo
pasado de las matemáticas le permite situarse en un punto de
vista histórico-genético. Desanti distingue, en esta misma direc-
ción, tres niveles: el que llama operatorio y que, en la psicogé-
nesis, corresponde a lo que nosotros llamamos las "operaciones
concretas" (con manipulación u observación de objetos ma~ria­
les, como entre los egipcios o fos caldeos); el que él caract 'za
por la conceptualización y que, desde el punto de vista psi o-
genético corresponde a nuestras operaciones "formales" o hipo-
tético-deductivas; y, finalmente, el de las matemáticas modernas
fundadas sobre las estructuras de conjunto con sus respectivas
leyes de totalidades y de transformaciones. Los sistemas del
segundo nivel explican las operaciones del primero y las estruc-
turas del tercero explican los sistemas del segundo. Se encuentra,
entonces, el proceso de la abstracción re:B.ejante, ya que las cons-
trucciones propias a los niveles superiores utilizan, reorganizán-
dolos, elementos extraídos de fos niveles anteriores. Pero la
explicación propiamente dicha está asegurada por la integración
a las estructuras, en el sentido actual del término, con sus carac-
teres de asimilación recíproca, tanto colateral (topología alge-
braica, etc.) como jerárquica (paso de un grupo a sus subgrupos
y recíprocamente). Se puede admirar, tanto en la ponencia de
Desanti como en la Ladriere, la riqueza, la pertinencia y la
penetración de los ejemplos escogidos para ilustrar esta doctrina
que les es común y que se podría bautizar como estructuralismo
constructivista.
F. Halbwachs, ·en referencia a lo que significa la explicación
en física, ha trazado las fases históricas y ha tenido el mérito de
distinguir y de reencontrar en todas las épocas tres tipos de ex-
plicaciones causales: "heterogénea", cuando el estado de un
sistema se modifica por factores exteriores; "homogénea", cuan-
do los cambios de sistema se deben a factores internos del mismo
nivel; y "batígena" cuando, produciéndose las modificaciones en
un nivel superior del sistema, se explican por transformaciones
situadas en el nivel más profundo (corpuscular, etc.). Solamente
en el caso de que estos tres tiros de explicación se encuentren
en todos los períodos, pero segun modalidades diferentes, corren
el peligro de presentar lagunas más o menos graves, o de contra-
decirse entre ellas de forma que una "dialéctica combinatoria"
no consigue conciliar eficazmente la explicación "homogénea"
está expuesta al peligro de reducirse a una simple descripción
legal, e incluso a interpretaciones tautológicas. La causalidad
"heterogénea" deja a menudo sin respuesta la cuestión de saber

208
cómo, si el agente y el paciente son de naturalezas distintas,
puede haber relación entre ellos (por ejemplo, la acción a dis-
tancia). Y, finalmente, la explicación "batígena" puede conducir
nada más que a desplazar los problemas de un nivel a otro.
No obstante, la solución hacia la cual nos dirigimos parece
ser la siguiente: por una parte, la causalidad "homogénea" ad-
quiere un valor explicativo innegable a partir de que se la puede
apoyar sobre una "estructura" en el estricto sentido de sistema
autorregulado de transformaciones; de aquí nacen los éxitos con-
siderabfes obtenidos en todas las escalas de fenómenos por las
aplicaciones físicas de la teoría de los grupos. Por otra parte, los
modelos cada vez más utilizados por los físicos (y de los cuales
Halbwachs ha afirmado, con razón, que no son ni ficciones sub-
jetivas ni "copias" de lo real, sino representaciones cada vez más
cercanas) comportan cada uno estructuras en las que la deduc-
tibilidad ri~rosa facilita el principio de las explicaciones: a lu
estructura global le corresponde la explicación "homogénea";
a las relaciones entre subestructuras del mismo nivel correspon-
den las explicaciones "heterogéneas" y a la interrelación de
subestructuras de niveles inferiores en las de niveles superiores
corresponden las explicaciones "batígenas". De esta forma, en
física, como en los terrenos lógico-matemáticos, el estructuralis-
mo parece necesario para la elaboración de explicaciones; pero,
si se nos permite introducir aquí nuestro vocabulario, esto
sucede a condición de ser, en la medida de lo posible, "atri-
buidas" y no solamente "aplicadas" a lo real por una correspon-
dencia de los vínculos necesarios, inherentes a la teoría de las
relaciones de dependencia facilitados por la observación de
los hechos.
Es este conjunto de relaciones entre los hechos, la estructura
supuesta por el modelo y la teoría en tanto que enunciados que
describen esta estructura, lo que analiza profundamente R. Gar-
cía. Una de sus tesis fundamentales es que el conocimiento físico
actual -comprendida la mecánica clásica refundida desde los
alrededores de 1940- no se inicia por intuiciones gráficas con
sus aparentes evidencias, para dar lugar después a una matema-
tización, sino que "los conceptos físicos son matematizables de
entrada". No obstante, a pesar de lo cine se podía creer, eso es
verdadero desde los niveles psicogeneticos más elementales, a
los cuales se refiere García al término de su conferencia: en el
niño pequeño, cualquier hecho registrado es, por el mecanismo
mismo de esta fijación, interpretado, conceptualizado (o asimi-
209
lado a los "esquemas" seusoriomotores que dirigen la percep-
ción), y esta asimilación comporta cuadros lógico-matemáticos,
aunque sean rudimentarios. Se sigue que, desde el principio, la
relación explicativa consiste en investigar las conexiones, más
o menos necesarias, vinculando entre sí a los elementos de__
esta conceptualización. En un estudio del más alto pensamiento
científico y después de su perfilado análisis de lo que es un
"modelo" -ya que la significación en física es muy distinta
de lo que se designa bajo el mismo nombre en las disciplinas
puramente formales (cf. la noción de modelo en el sentido de
Tarski)-, García empieza por una fórmula que podría sorpren-
der por su positivismo aparente: "una explicación física consiste
simplemente en demostrar que un fenómeno dado es consecuen-
cia de leyes ya aceptadas". Pero las precisiones que siguen a
continuación muestran que estamos muy lejos de un simple
encajamiento silogístico de lo especial en lo más general: «la
fuerza de la ·explicación se basa en dos puntos fundamentales:
a) la "necesidad" inherente a cualquier esquema explicativo, en
la medida en que se trata de una deducción lógica; b) la acep-
tabilidad de la teoría total (subrayado por nosotros) de la
cual forman parte las leyes en el esquema explicativo». Sin em-
bargo, como García define con McMullin el modelo por la
"estructura superpuesta" y la teoría como "el conjunto de los
enunciados que a.escriben la estructura"' es claro que estos dos
caracteres de necesidad y de totalidad, que son "esenciales" para
la explicación, superan notablemente las simples reducciones
de las leyes unas a otras. Y de nuevo esta exposición se refiere
a lo que hemos llamado, más arriba, estructuralismo constructi-
vista.
Para hablar de la explicación en biología, G. Cellérier se ha
encontrado ante una doble dificultad. En primer lugar tuvo que
reemplazar a Ch. Waddington precipitadamente, situación que
salvó con notable eficacia, según nuestra opinión unánime.
Pero, especialmente, debía abordar un tema sobre el cual no
hay nada dicho, ya que la biología casi no posee modelos expli-
cativos satisfactorios. Pero si la propia evofución está aún llena
de puntos desconocidos, las explicaciones en cuanto a los meca-
nismos particulares empiezan a abundar y las grandes líneas ya
se dibujan. Lo propio de un sistema biológico, nos dice Cellérier,
es constituir simultáneamente una máquina clásica que funciona
con flujo de energía y una máquina cibernética que funciona con
flujo de información; las explicaciones que se busquen deben

.210
coordinar estos dos puntos de vista, lo cual corresponde inme-
diatamente a pasar constantemente de la explicación causal a la
explicación funcional y recíprocamente.
Pero lo que nos interesa en estas notas finales es que esta
aparición de la noción de función (en el sentido especial de los
biólogos, con la dimensión teleonómica que comporta) no nos
hace salir del estructuralismo. La razón de eso es, en primer
lugar, que una estructura en construcción, o incluso en perma-
nente reconstrucción, comporta un funcionamiento y, luego, que
si "existe un isomorfismo, como lo mostró Papert, entre la red
de ciclos enzimáticos interconectados, con f eed baclcs de los
productos intermedios sobre las etapas anteriores, y una red
de neuronas formales, de Me Culloch, capaz de ejecutar cual-
quier algoritmo"; tales redes obedecen, naturalmente, las leyes
estructurales de las tramas en general. Por otra parte, este
estructuralismo es esencialmente constructivista a pesar del
argumento invocado a menudo sobre la pretendida preformación
de todas las variaciones posibles en las combinaciones virtua-
les de ADN. Ciertamente, dice Cellérier, "se puede sostener
hasta el límite que el conjunto de todos los genotipos de todas
las especies posibles está preformado en los cuatro símbolos del
alfabeto genético, como todos los libros posibles lo están en el
nuestro. Sólo falta escribirlos".
Si la biología encuentra dificultades en la elaboración de sus
explicitaciones, con mucha mayor razón las encuentra la psico-
logía ya que los modelos se muestran visiblemente insuficientes
ante la complejidad de hechos que es necesario interpretar.
P. Gréco, en su conferencia que no hemos podido conseguir
para esta publicación, insiste, muy acertadamente, sobre los as~
pectos negativos de estas tentativas más que sobre sus aspectos
positivos, que, sin embargo, no son enteramente negligibles. Sin
duda ha vacilado en hacer sufrir la misma suerte a los intentos
de explicación de su antiguo "patrón", dejando esta tarea a mi
cuidado, cosa que voy a nacer en pocas líneas. 1
La idea central de nuestro ,equipo de Ginebra es que la
perspectiva psicogenética es la más explicativa en psicología
porque la relación causal implica una producción y porque el
desarrollo de las funciones mentales es precisamente construc-

l. Para más información ver nuestra obra Epistémologie des Scien-


ces de l'homme, Gallimard (col. Idées), 1972, cap. 11, La psychologie,
pp. 133-250.

211
tivo. Explicar l.a inteligencia es, pues, investigar cómo se forma,
etcétera. Sin embargo, ni la herencia y la madurez, ni la expe-
riencia adquirida de los objetos, ni las transmisiones sociales, son
suficientes. Es necesario añadir un factor fundamental de equi-
librio por autorregulación. Solamente entonces el problema fun-
damental es comprender por qué las compensaciones de las per-
turbaciones ex6genas (accidentes o hechos nuevos), y endógenas
(contradicciones), desembocan, en general, no en un simple re-
torno al estadio anterior, sino en superaciones, en la construcci6n-
de estructuras nuevas y en pasos de un nivel al siguiente. Su
proceso es, en la mayoría de casos, el de la abstracción reflejante
(ver más arriba). Y, además de las relaciones entre estructuras
inferiores y superiores, B. lnhelder y sus colaboradores han mos-
trado en sus experiencias del aprendizaje (método escogido para
el estudio de los pasos y de los factores que intervienen en las
construcciones nuevas), una importancia formadora muy grande
que prevé las relaciones confilctuales entre los subsistemas del
mismo nivel. Pero es evidente que subsisten una serie considera-
ble de problemas a resolver y que si las autorregulaciones están
en el centro de los modelos, aún falta explicar con detalle su
progreso.
La explicación en lingüística nos parece, en la rica confe-
rencia de H. Sinclair, que presenta, por lo menos, cuatro factores
de renovación. El primero hace referencia a la naturaleza del
estructuralismo específicamente lingüístico, pues ya se sabe bien
que, después de Saussure, constituye uno de los orígenes del
estructuralismo en las ciencias humanas. Sin embargo, si en la
escuela saussuriana las estructuras eran esencialmente concretas,
Harris y después de Chomsky han recurrido a modelos abstrac-
tos. Y H. Sinclair marca la misma tendencia, incluso en lingüís-
tica diacrónica, con Portal. En segundo lugar, y en parte por
eso mismo, este nuevo estructurallsmo se hace constructivista
-hallándose el constructivismo, evidentemente, sobre el terreno
diacrónico-, pero susceptible de un alcance más general y
nuevo mediante las gramáticas transformacionales. En tercer
lugar, se notan otras novedades en las relaciones entre lo dia-
crónico y lo sincrónico. En Saussure, el creador de la lingüística
sincrónica, ésta se caracteriza esencialmente por leyes de equi-
librio, independientemente de la historia, sin duda por razón
de lo arbitrario del signo: las formas que toma el equilibrio se
modifican, así pues, progresivamente en función de las necesi-
dades funcionales del momento, pero sin relación de conjunto

212
como sucede, al contrario, en el caso de los terrenos donde
intervienen normas (evolución de la inteligencia o desarrollo de
una ciencia) y donde, por eso, el equilibrio actual es la resul-
tante de un proceso orientado de equilibrio. Sin embargo, con
los trabajos efe Watkins, Benveniste o Kurylowitz, etc., se alcan-
zan ahora ciertos "e ~pectos dinámicos" de los procesos de evo-
lución, pudiendo esperar la formulación de las leyes del de-
sarrollo. La misma H. Sinclair, inspirándose en sus propios
trabajos, nos muestra la analogía entre ciertas transformaciones
del verbo indoeuropeo y las etapas iniciales del lenguaje infan-
til. En la medida en que esos paralelismos se t:>0drán liberar de
lo que ella misma desconfía -hablando del peligro siemi:>re
posible de recurrir a "similitudes seductoras, pero fortuitas"-,
es .evidente que esta dimensión psicogenética añadiría un ele-
mento esencial al estructuralismo constructivista que se empieza
a dibujar en lingüística, ya que, por alto que nbs remontemos en
la historia, el niño sigue siendo un ser anterior al adulto, incluso
si se trata del hombre de las cavernas. De donde surge un
cuarto factor de renovación, que es el carácter interdisciplinario
de cualquier explicación, tan pronto como ella supera los obser-
vables en su investigación de estructuras en tanto que sistemas
de transformación, lo cual es obligado cuando se apunta a la
causalidad por encima de la legalidad. Este carácter interdisci-
plinario, que se impone por sí mismo en las ciencias naturales,
tiene aún considerables lagunas en las ciencias humanas. Ha-
bríamos podido insistir en ello a propósito de la psicología, pero
el problema es aún más agudo en lingüística a causa de sus
tendencias tanto aislacionistas como imperialistas (Jakobson). Sin
embargo, después de que un lingüista como Chomsky ha renun-
ciado a creer que el lenguaje es el origen de las operaciones de
inteligencia (y H. Sinclair habría podido invocar aquí sus pro-
pias experiencias), se han restablecido los puentes enb."e los dos
sentidos del recorrido de la lingüística y de la psicología, etc., y
lo serán mucho más en la medida en que se comprenderá que
el "núcleo fijo" racional, postulado por Chomsky, no implica más
innatividad que la funcional, y que su elaboración no se explica
también más que por una construcción psicogenética.
La conferencia de G. Granger, que atestigua su prudencia y
su penetración habituales, insiste, en primer lugar, sobre las
condiciones de la explicación, frecuentemente olvidadas en
las hipótesis muy generales utilizadas de vez en cuando por las
ciencias sociales, en particular, prestarse a una invalidación

213
posible y permitir previsiones no equívocas. Se trata, especial-
mente, de superar lo vivido, e incluso lo observable, alcanzando
en primer lugar la construcción de esquemas, no en el sentido
de esquemas descriptivos o simplificadores que no "explican"
aún nada, sino más bien de un esquematismo análogo al de
Kant, con su doble exigencia de relacioneº con la experiencia
por procedimientos unívocos y de composiciones posibles en los
sistemas abstractos. Explicar es, pues, en las ciencias sociales _
como en las de la naturaleza, establecer en el centro de esos
esquemas los modelos abstractos del fenómeno. En las discipli-
nas sociológicas y económicas, Granger distingue tres categorías
de modelos a los que llama metafóricamente "energéticos", "ci-
bernéticos" y "semánticos". Está, pues, excluido reducir la ex-
plicación a las relaciones causales simples ya que su poder se
orienta a la necesidad deductiva del modelo en la totalidad de
sus estructuras e incluso en sus inserciones en modelos más am-
plios que los explican integrándoles. En el campo de la causa-
lidad, Granger se dedica a las características restrictivas, pu-
diendo parecer contradictorio con lo que nosotros sostenemos
en la Introducción de esta obra, en ·el caso de que nosotros
insistiéramos sobre el hecho de que la causalidad no es reduc-
tible a una relación aislable y que no tiene sentido más que en
relación a las composiciones necesarias de la estructura total.
Pero Granger la toma con la idea de "producción" que él juzga
"vaga" y que quiere reemplazar por la de condiciones necesarias
y suficientes. Sin embargo, en nuestro punto de vista, eso retorna
a lo mismo, ya que un sistema de esas condiciones es un con-
junto de dependencias, y quien dice dependencias dice cova-
riaciones, luego transformaciones. En efecto, si se define la "pro-
ducción" causal sobre el modelo de transformaciones operato-
rias, como sugiere nuestra Introducción, la producción no tiene
nada de vago: es una transformación que se acompaña con la
conservación, pero productiva en tanto que nueva composición.
La contribución de Ignacy Sachs, que dice modestamente
no ser más que un economista, comporta en realidad una signi-
ficación epistemológica bastante general para todas las discipli-
nas que, como la biología, la sociología, la lingüística, etc., deben
ocuparse de tres categorías distintas de fenómenos, según que se
trate de una gran evolución en su conjunto (de la vida, de las
sociedades, del lenguaje, etc., y que en economía Sachs llama
"desarrollo de gran alcance"), del funcionamiento (sincónico en
sentido extenso), o de transformación en una escala restringida

214
(la "variación" en Biología o lo que Sachs llama el "crecimiento"
en el seno de los fenómenos económicos). Sin embargo, la origi-
nalidad de la posición de Sachs es doble, sin hablar de su orien-
tación de marxista no-doctrinario. Por una parte admite que
cada uno de esos tres campos puede comportar sus propios tipos
de explicación o paradigmas, sin que un mismo modelo dialéc-
tico rígido deba ser utilizado sobre cualquier plano. Ahora bien,
esta metodología diferenciada según las escalas es de un al-
cance que, en las ciencias de lo viviente, sobrepasa de lejos la
frontera de la sola economía. En epistemología biológica, por
ejemplo, hace ya tiempo que F. Meyer 2 reclamaba, sin haber
sido escuchado, un tratamiento explicativo distinto para los ma-
crofenómenos evolutivos y los microfenómenos de variaciones
locales, cuando se postula habitualmente que la interpretación
de ·las mutaciones y su adaptación por selección debe ser su-
ficiente para explicar los grandes movimientos evolutivos. Pero,
por otra parte, Sachs insiste en la necesidad, una vez respetadas
las diferencias de escalas, de vincular los campos mediante pasos
integrativos, sin lo cual no se comprenderán las relaciones de la
estática con la dinámica, etcétera.
De manera general la explicación dialéctica tal como la
concibe l. Sachs es, pues, muy matizada, recelosa ante el "feti-
chismo del fenómeno", incorporando la "causalidad acumulativa
circular" de Myrdal y vecina -como él mismo dice- de nues-
tro estructuralismo genético-constructivista.
A las reflexiones muy pertinentes de l. Sachs sobre el empleo
de modelos dialécticos en el terreno de las ciencias sociales, nos
ha parecido bien añadirle -porque el detalle de los debates
no ha podido ser reproducido en este volumen-, al~nas pre-
cisiones sobre lo que se llama, con razón o sin ella, la dialéctica
de la naturaleza". R. García ha aceptado, como complemento
o apéndice de su capítulo sobre la explicación en física, exponer
brevemente sus ideas acerca de las pretendidas "contradiccio-
nes" que, desde aquel punto de vista, se han intentado atribuir
a los procesos físicos cuando son bipolares como la acción y la
reacción (capítulo 10). Existe, en efecto, un problema esencial
desde el punto de vista de la explicación, ya que -de esta forma
lo muestra García con toda claridad- esta tendencia a situar la
contradicción en las cosas y en el punto de partida de la investi-

2. Ver su capítulo en Logique et Connaissance scientifique, Ency-


clopéclie de la Pléiade, Gallimara.

215
gaci6n, contradice de hecho el espíritu de la dialéctica en su
significación auténtica; ya que esto vuelve a querer soldarla a
un realismo ontológico y a una concepción "anticonstructivista
y antigenética" de la objetividad. Es evidente que, rechazando
de esta manera situar las contradicciones y el paso dialéctico en
los objetos como tales, García reconoce tanto mejor su papel en
el desarrollo histórico de las mismas teorías. Pero sería inútil
de tratar estas cuestiones de historia después del excelente aná-
lisis de Halbwachs (capítulo 4).
Puede ser indicado añadir que, en el terreno biológico, la
situación es más compleja, ya que, si bien la noción y la realidad
de la contradicción tienen un sentido pleno en el plano de las
actividades del sujeto y en relación a sus normas, no tienen nin-
guno en el seno de los objetos mismos. Un organismo vivo se
encuentra entonces a mitad de camino siendo a la vez un objeto
físico entre los otros y el origen de un sujeto. De ello resulta
que la vida de un organismo está incesantemente condicionado
por la oposición de lo "normal" y de lo "anormal", distinción
que no presenta ninguna significación física (excepto remontarse
a la bipolaridad del orden y del desorden, o de la mezcla, pero
que derivan de consideraciones esencialmente probabilistas)
pero que ya prefigura la intervención de lo normativo. Desde
ese punto de vista tiene naturalmente fundamento hablar de
dialéctica, de contradicciones y de superaciones en el juego
de los funcionamientos normales, de perturbaciones y de regu-
laciones que caracterizan el desarrollo de cualquier ser viviente.
Pero lo que ocurre es que, en ese caso, estamos ya en el terreno
que depende de los procesos históricos y que está de acuerdo
con las limitaciones que García desea observar en cuanto a la
utilización de pasos dialécticos.
La exposición, profunda pero algo difícil, de Henriques,
puede servir de conclusión al conjunto de los debates y, en la
medida en que creemos haber alcanzado sus intenciones episte-
mológicas (¡a falta de una comprensión de los ejemplos de los
cuales se sirve y que no son concretos más que para los que
están familiarizados con el espacio reticular o el áfgebra homo-
lógica!), intentaremos poner de relieve la generalidad. Henri-
ques es uno de los epistemólogos más constructivistas que
conocemos, pero -cosa notable para un matemático enamorado
de la abstracción- su antirreduccionismo se inspira tanto en
preocupaciones psicogenéticas como en argumentos formales.
Desde el primero de esos dos puntos de vista, su refutación del

216
reduccionismo se puede resumir como sigue: a) la reducci6n de
lo complejo a lo simple es ilusoria por el hecho de que lo simple
ya está constituido por las operaciones asimiladoras que le han
transformado; b) sin embargo, la explicación debe reconstruir
esas operaciones constructoras, si no no es explicativa; e) pero
para alcanzarlas es necesario superarlas mediante operaciones
nuevas que las reflejen (según la doble significación de lo que
nosotros llamamos "abstracción reflejante'', es decir: una refle-
xión sobre un nuevo nivel como bajo el efecto de un reflector,
y una reflexión en el sentido de una reorganización mental;
d) de donde se desprende una dualidad fundamental entre lo
que es reflejado -y corresponde a lo que Henriques llama la
estructura "objetivada"-, y la operación nueva que constituye
la abstracción o reflexión y que no puede ser a su vez objetivada
más que por una operación de rango superior. En definitiva,
y según la feliz fórmula de Henriques, las operaciones no son
"como los objetos del pensamiento y si se transforman en ellos
alguna vez, se trata de que se ha producido un cambio en el
interior del pensamiento por el cual se constituyen los nuevos
objetos mentales"; e) de donde nace una segunda dualidad en el
momento en que se trata de alcanzar estas nuevas operaciones
reflejantes. Dicho de otra manera: "la misma dualidad reaparece,
solamente desplazada, y el proceso de objetivación puede con-
tinuar'', y así indefinidamente.
Lo que es entonces importante es que el proceso psicogené-
tico se tunde con el mecanismo formal de la explicación. Eso
retorna, en efecto, a una "asimilación adecuada a las estructuras
objetivadas" y, para que exista adecuación, se trata de "des-
plegar" (ex-plicare) estas estructuras: dicho de otro modo, de
"recuperar el operatorio" en el seno de los objetos formales.
Ciertamente, "esta recuperación no acaba jamás" de forma com-
pleta por las razones que se acaban de ver, pero existe, sin em-
bargo, progreso continuo en virtud del hecho fundamental de
que la asimilación no se efectúa según un sentido único, sino
que es necesariamente recíproco. En efecto, si la explicación no
consiste en reducir lo superior a lo inferior, tampoco procede
según la reducción inversa -por lo menos en el sentido de
un "simple cncajamiento extensional"-, pero retorna a integrar
las estructuras anteriores en las siguientes, las cuales han surgido
parcialmente de las precedentes.
Las ilustraciones que da Henriques de eso son múltiples,
empezando por el análisis de la incomprensión posible de ciertas

217
teorías ya demostradas, alcanzando así las "opacidades" de las
cuales hablan Ladriere y Desanti. La comprensión, al contrario,
se obtiene por asimilaciones recíprocas, tanto laterales (entre
subsistemas del mismo nivel, cuyos vínculos mutuos no se ha-
bían percibido), como longitudinales, en el sentido que se expli-
ca inmediatamente. El autor añade consideraciones instructivas
sobre el hecho de que una teoría general explica más que las
teorías particulares tomadas acumulativamente; lo cual, de nue-
vo, no podría ser interpretado más que como asimilaciones re-
cíprocas.
En referencia a la explicación física, Henriques se dedica a
unas precisiones sugestivas acerca de la inserción necesaria de lo
real en el cuadro de los posibles, especialmente geométricos, y
acerca del "postulado" de la unicidad del universo físico (que a
primera vista podría parecer contrario a esta inmersión en los
posibles). Pero si la física se enfrenta con las transformaciones
del objeto, y no solamente con las estructuras del sujeto, y con
las coordinaciones entre los diversos puntos de vista de los ob-
servadores, y no sólo entre subsistemas operatorios de un sujeto,
poco de lo que se ha dicho sobre la explicación lógico-matemá-
tica persiste en el terreno físico, lo cual no es sorprendente
puesto que "el sujeto forma parte también, por su organismo,
del sistema físico total". En particular, resulta de las asimilacio-
nes recíprocas -en el plano de la física- que "las formulacio-
nes más generales de este tipo son las que se muestran (y de
lejos) más resistentes a las sacudidas recientes" de esta ciencia.
Resumiendo, no podemos más que sorprendemos de la con-
vergencia de todas estas ponencias en la dirección de un estruc-
turalismo constructivista. Sin embargo, ahí sólo se trata de un
bautismo verbal. La explicación en las ciencias no podría ser
más que estructuralista por el hecho de que la causalidad no se
reduce jamás a una relación simple y desemboca siempre en las
interdependencias o asimilaciones recíprocas que implican o exi-
gen una estructura. Pero estas estructuras son necesariamente
constructivas por el hecho de su poder de composición y por el
hecho de que esta producción es, en las ciencias de lo real,
puesta en correspondencia con la producción inherente a las
transformaciones de los fenómenos mismos y, en este sentido, es
"atribuida" a los objetos como tales.
Nos podríamos preguntar, al contrario, si la ponencia tan su-
gestiva de L. Aposte! -lamentablemente reducida a un corto
resumen-, no se orienta en un sentido diferente, que sería el

218
de una síntesis entre un constructivismo dialéctico, o al menos
historicista, y lo que él ha retenido del positivismo. De hecho, se
trata simultáneamente de un cambio bastante decisivo en el
pensamiento de Aposte! y de un documento sorprendente por
sus propias vacilaciones que descubren las lagunas del empi-
rismo lógico en el terreno de la explicación pero esforzándose,
por fide.IJ.dad, para conservarse el maximum.
Como lo declara, desde el inicio, el mismo Aposte!, el pro-
blema se centra sobre las relaciones de analogías y diferencias
entre la explicación y la descripción. Cada uno concederá las
relaciones de parentesco, en el sentido de que un modelo expli-
cativo debe, evidentemente, comportar de entrada una buena
descripción y comprender un con¡unto de leyes que pongan de
relieve adecuadamente los observables a expucar. J:'ero hay más.
Admitiendo que Aposte! supera largamente el positivismo, inves-
tiga en la "construcción de un lenguaje nuevo" o en las "rede-
fimciones", etc., es decir, en lo que podríamos caracterizar de
manera general como reestmcturación, realzando, como dice él
mismo, otro tipo de "génesis" que las simples descripciones. Sin
embargo, es sorprenaente que Aposte! no se refiera entonces
a lo que parece resaltar en todas las otras ponencias -y a lo
que este segundo simpatizante no ortodoxo del positivismo, que
es R. García, ha puesto claramente a la luz--': si la explicación
se basa sobre un conjunto de leyes, le añade los dos caracteres
fundamentales y, por otra parte solidarios, de comportar una
"necesidad" deducuva (pero que no se reduce a un simple enca-
jamiento extensionai) y de referirse a una teoría antes de ser
aceptada en su .. totahdad", es decir, con sus caracteres de "es-
tructura".
En efecto, esta necesidad y esta totalidad son precisamente
lo que distingue a una estructura operatoria de un conjunto
"descriptivo" de constataciones y leyes. Cuando Aposte! se re-
fiere a su noción de "proyección", que se parece como una her-
mana a lo que nosotros llamamos "atribución" de nuestras
operaciones al objeto, añade que, para nosotros también, "una
parte de lo real es análoga, pues, a otra parte de lo real". Pero él
se pregunta, especialmente, "¿por qué el mundo sería más inte-
ligible a causa de que nosotros llegamos a ver que se nos pa-
rece?" Sin embargo, nuestra respuesta sería, naturalmente, que
esta ganancia de inteligibilidad se refiere a estos caracteres de
necesidad y de totalidad que benefician nuestras estructuras
219
lógico-matemáticas pero que ignoran nuestras simples descrip-
ciones de lo real.
Una vez dicho ya lo que concierne al solo punto de desacuer-
do que habría podido subsistir entre nosotros, insistamos ahora
sobre las convergencias fundamentales que, aunque con una
permanente prudencia, vinculan la posición de Aposte! a las de
los diversos ponentes y en particular a las esperanzas de la epis-
temología genética. En efecto, la tesis centra! de Aposte! es que
no se podría alcanzar la naturaleza de la explicación en el seno
de una estructura particular, tanto si fuera considerada como
eterna a la manera de la identidad meyersoniana, como im-
puesta por una moda momentánea, a la manera de los "para-
digmas" de Kuhn, o, incluso, "en el interior de una misma
estructura teórica" como lo quería Hempel. El secreto del carác-
ter explicativo de una estructura sería, al contrario, investigar
en las transformaciones históricas que le han dado origen, sin
que ninguna de las estructuras ya construidas pueda beneficiarse
de un privilegio que monopolizaría en su provecho la propie-
dad de ser explicativa. Pero, ¿no es esto -como cada uno de no-
sotros ha hecho-, insistir no sólo en los aspectos constructivos
de cualquier explicación, en el sentido de que debe dar cuen-
ta de la producción de novedades, sino incluso sobre su carácter
constructivista en el sentido de que ninguna explicación está
jamás acabada y que su elaboración misma entraña la necesidad
de nuevos desarrollos en la doble dirección de una vuelta a las
fuentes de integraciones posibles en estructuras ampliadas de
quien pide la construcción¡>
Aposte! exige nuevas investigaciones históricas para realizar
este programa de análisis del proceso explicativo, encuentra
todavía "estático" el recurso a la sola metodología psicogenética,
y tiene razón ciertamente; pero nosotros tememos que sólo
descubre (como lo he hecho yo mismo hace más de cincuenta
años ... ) el querer pedir a la historia el secreto de los mecanismos
formadores. Sería necesario entonces, entre otras cosas, poder
reconstruir los pasos cognoscitivos más elementales del hombre
prehistórico y las etapas intelectuales de la hominización: de
donde se desprende la solución inevitable de llenar las lagunas
de nuestros conocimientos en el plano de la filogénesis mediante
un recurso a la embrio o a la ontogénesis. Pero es evidente que
el punto de partida que se obtiene de esta forma con el álgebra
de nuestras estructuras operatorias más simples no tiene nada de

220
un inicio absoluto y que sigue faltando insertarlo e:r;i un dina-
mismo más profundo cuya naturaleza todos buscamos.
Unas palabras aún sobre el pesimismo relativo, que expresa
Aposte! al final de su ponencia y que no nos parece explicable
más que por el abandono de ciertas de sus antiguas creencias,
sin captar que él se da a si mismo las respuestas que se impo-
nen. En efecto, cuando nos dice que "la inteligibiliáad no nos es
inteligible" y que de esta forma -a pesar del progreso en las
previsiones, los controles y la multiplicidad de los modelos ex-
plicativos-, no avanzamos en el conocimiento mismo, falto de
"razones intrínsecamente satisfactorias", parece olvidar lo esen-
cial de sus propias tesis: si la inteligibilidad no es un estado,
sino un proceso, el problema de la inteligibilidad de la inteligi-
bilidad misma no se sitúa en términos de todo o nada, sino de
más o menos, de progreso o de regresión en cada t!ansforma-
ción. En este caso, o bien la "transformación de las estructuras
intelectuales, unas dentro de las otras" se efectúa sin razón -a
la manera de los "episteme" de los que habla M. Foucault en
Les mots et les choses-, o bien cada transformación comporta
necesariamente un doble movimiento reflexivo o retroactivo ase-
gurando una mejor comprensión en las estructuras precedentes,
e integrativo o proactivo asegurando la subordinación, con asimi-
lación recíproca, de la estructura actual a las que conduce a
construir. Dicho de otro modo: la inteligibilidad tiende a la
coherencia de esta totalidad estructurada sin cesar en su hacerse
continuado y, por consiguiente, a una necesidad que se ha de
encontrar, no en los puntos de partida -a la manera kantiana-,
sino en los puntos de llegada en tanto que cierres relativos
acompañados de aberturas sobre nuevas construcciones.
Parece difícil, en particular, aceptar una visión pesimista de
la historia de las matemáticas, de la cual nos han hablado De-
santi y Henriques, y de cuestionar los progresos en la inteligibi-
lidad resultante del hecho de que cualquier adquisición anterior,
en lugar de ser contradecida por las que le han seguido, ha po-
dido ser integrada en estructuras que son, a la vez, más extensas
y más coherentes, permaneciendo el rigor solidario de la fecun-
didad, sin que exista entre ellos una proporción inversa, como
lo quería la identidad meyorsoniana, que sacrificaba el segundo
al primero,3 y la "tautología" positivista que negaba el segundo

3. Se puede recordar, en efecto,. que Meyerson consideraba las ma-


temáticas como rigurosas solamente en la medida en que utilizaban la

221
a expensas del pri1!1ero. En cuanto a la historia de la.física existe,
ciertamente, ª.lgunas veces, contradicción entre un nuevo mo-
delo y los que fo han precedido. Pero además del hecho de que
cada innovador tiende a integrar el maximum posible de adquisi-
ciones anteriores, el acuerdo permanente e incluso anticipador
de las matemáticas y de lo real hace rebotar sobre el universo
la inteligibilidad obtenida gracias a ellas.
Finalmente, si la breve exposición de Apostel inserta una
saludable nota de prudencia en el seno del concierto rítmico del
conjunto de las demás ponencias, no es lógico debilitar la armo-
nía, ya que, tras la sinceridad de un pensamiento en vía de
modificar sus pasiciones, existe, en principio, más convergencia
con las tendencias generales de esta obra colectiva, que diver-
gencias inquietantes.

l ~'~uf,;;•;Li~A :·~!

Jt?. 3 1 MAR. f~JJt


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1
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identificación, pero que reconocía, sin embargo, su constructividad, atri-
buyéndola entonces a préstamos a lo real, por consiguiente desprovistos
de rigor.

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