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Cavendish R Runas y Druidas de Historia de La Magia
Cavendish R Runas y Druidas de Historia de La Magia
De «Historia de la Magia»
Richard Cavendish
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en su magia y que eran cortados ceremonialmente con una hoz dorada y conservados en
una tela blanca no bien caían al suelo. También usaban huevos mágicos, supuestamente
hechos con salivazos de serpientes.
Algunos de los hechos clásicos de los druidas están impregnados de un temor
reverente, nebuloso y romántico, el cual reaparece con el movimiento druida moderno. Como
sabios y especialistas en lo sagrado los druidas eran comparados con los Magi, los
sacerdotes egipcios, y los brahmanes. Se les atribuían las creencias pitagóricas sobre la
reencarnación y el significación de los números y se los consideraban maestros de la
astrología. Al mismo tiempo adquirieron un aura siniestra gracias a su predilección por los
sacrificios humanos y su conexión con grutas y santuarios sagrados en las oscuras
profundidades de los bosques. Lucano describió uno de estos lugares santos cerca de
Marsella, un claro entre los árboles salpicados de sangre humana y cercado de imágenes de
dioses hechas de madera, rústicos y aterradores, descoloridos y corrompidos por el paso de
los años.
Cuando el cristianismo consolidó los dominios en el oeste y norte de Europa, la
iglesia prohibió las religiones paganas, los sacrificios y la veneración de imágenes de piedra
y manantiales. Pero mucho de esto sobrevivió bajo la forma de una veneración cristiana: Los
manantiales y los pozos sagrados, siguieron siendo considerados sagrados y capaces de
producir curaciones mágicas así como portadores de buena fortuna, pero fueron puestos
bajo el patronazgo de santos cristianos. Los grandes festivales celtas de Beltane y Samain se
convirtieron en el primero de Mayo y la Víspera de Todos los Santos. Los ritos y costumbres
primitivos conservaron su vitalidad durante siglos debido a que otorgaban confianza y
solidaridad comunal y, también, debido a que funcionaban. Alguno de ellos han perdurado
hasta nuestros días y muchos fueron revividos o recreados durante el siglo XIX.
(siglo IV), escrita por San Jerónimo. Un auriga cristiano que debía competir con un
pagano, descubrió que su carro y sus caballos habían sido embrujados por el oponente.
Inmediatamente se dirigió a San Hilarión, quien , pese a que al principio se mostró reacio,
accedió a ayudarlo en honor de la fe. Hilarión dio al auriga una taza que le pertenecía, llena
de agua. Este roció con agua los caballos y el carro, y ganó la carrera fácilmente. El triunfo
fue aclamado por los espectadores como una victoria de Cristo.
Durante sus primeros cuatro siglos de vida el cristianismo, traspaso el límite entre la
confusión de los cultos ilícitos y dudosos, y la conquista de la religión pública aceptada y del
estado. Su magia constituía el éxito, pero la iglesia misma, como las autoridades paganas
antes de ella empleaban el término magia peyorativamente. Los teólogos no aceptaban la
diferenciación popular entre magia blanca y magia negra: toda magia era mala. La magia que
formaba parte de las prácticas de la Iglesia no era considerada como tal.
Una vez que la Iglesia hubo suprimido el paganismo, el mago ya no fue
necesariamente un pagano malvado sino un cristiano renegado (o un judío, el único que
quedó afuera). Si no se podía imaginar que un hombre fuera capaz de realizar milagros de
realizar milagros por sí mismo. Si no era un santo, cuyos milagros fueran llevados a cabo por
Dios, Entonces sus maravillas debían ser realizadas por Satanás y su legión de espíritus
malignos, el hombre debía estar asociado con ellos. Se creía que esto significaba que
explícita o implícitamente, el había realizado un pacto de alianza con ellos, abandonando su
fe, renunciando a su bautismo y con ello a su identidad cristiana, y poniendo su alma a
disposición del demonio. A partir del siglo VI comenzaron a circular historias de personas que
habían realizado un pacto de este tipo. La consecuencia fue que cualquier forma de magia,
desaprobada por la Iglesia, incluso si sus intenciones eran buenas, llevaba l peligroso
estigma de construir un tráfico con los demonios.
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La gente no obstante, continuó confiando en la magia de la Iglesia. La veneración de
los mártires y sus reliquias, por ejemplo, tenían propósitos mágicos como religiosos. Algunos
creyentes llevaban consigo como amuletos, fragmentos de hueso de los mártires, y cerca de
sus sepulcros garabateaban pedidos de ayuda: "Señor Crecencio, cura mis ojos"; "Pedro y
Pablo proteged a vuestro siervo". La ansiedad por ser enterrado cerca de la tumba de algún
mártir creció tanto que la Iglesia tuvo que recordara a su congregación que la salvación se
obtenía mediante la imitación de las virtudes de los mártires, no mediante la proximidad física
con su cadáver. La Emperatriz Constancia pidió a Gregorio El Grande la cabeza o algún
miembro del cuerpo de San Pablo. El Papa rehusó y le envió a cambio limaduras de las
cadenas que el Apóstol había llevado en prisión. San Agustín había a los mercaderes
ambulantes que comerciaban con trozos de los cuerpos de mártires, pero la práctica de
desenterrarlos y demenbrarlos fue aceptada debido a una reglamentación del año 787,
según la cual cada Iglesia debía poseer una reliquia sagrada.
Los objetos relacionados con Cristo, la Virgen Maria y los santos también eran
venerados, si bien la mayoría de los teólogos consideraban las reliquias como canales a
través de los cuales Dios podía elegir realizar milagros, muchos cristianos comunes los
consideraban objetos que contenían poder mágico en sí mismos. En la edad media, iglesias,
monasterios y coleccionistas privados acumularon grandes cantidades de reliquias. La
catedral de Trier poseía el manto de Cristo; el cuerpo del Apóstol Santiago atraía a tropeles
de peregrinos a Compostela en España, la Abadía de Glastonbury en Inglaterra poseía un
trazo de la mesa de la Ultima Cena y una de las piedras que Cristo había rehusado convertir
en pan, así como también los cuerpos de San Patricio y otros santos. Fuera de Inglaterra, las
reliquias más sorprendentes incluían una pluma de ala de el ángel Gabriel; una jarra llena de
oscuridad descargada en Egipto por Moisés; los rayos de estrellas de Belén; gotas de leche
de la Virgen y un guardarropas repleto de vestidos.
Los creyentes realizaron peregrinaciones a los santuarios y a los lugares donde se
hallaban las reliquias famosas, para lograr curaciones y méritos espirituales. De regreso se
llevaban como talismanes poderosos, géneros o llaves que habían sido colocados sobre las
tumbas de los santos, aceites de lámparas que alumbraron los sepulcros y flores de los
altares. También se creía que las imágenes y los iconos de Cristo, la Virgen y los santos
curaban enfermedades, protegían de desgracias y traían buena suerte. Al icono bizantino de
la Virgen en San Marcos, en Venecia, conocido como Nuestra Señora de la Victoria, se
atribuía el poder de asegurar el triunfo de la guerra.