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RUNAS Y DRUIDAS

De «Historia de la Magia»
Richard Cavendish

La magia popular medieval mezclaba el cristianismo con restos sobrevivientes del


mundo pagano. Las costumbres romanas tiene una analogía en las ceremonias posteriores
de "golpear los linderos", que aun se practican en algunos lugares de Europa. Una procesión
encabezada por el sacerdote, llevando cruces, caminaba en torno de los límites de la aldea o
ciudad, trazando en efecto un circulo mágico alrededor de ella. A intervalos, se elevaban
plegarias a Cristo, la virgen Maria y los Santos, para una buen cosecha y para mantener
alejadas las tormentas y las plagas. En ciertos momentos se azotaban a hombres y mujeres
jóvenes para ayudarlos a recordar la lluvia, según se decía, pero este era probablemente un
intento por explicar una costumbre cuyo propósito original o bien había sido olvidado, o bien
se lo consideraba demasiado cercano a la magia pagana de la fertilidad.
Saltar hacia adelante y hacia abajo fue durante siglos una forma de aumentar el
crecimiento de las cosechas en Europa, como antes lo había sido en Grecia y Roma. Los
saltos de los bailarines de Morris constituyen un ejemplo. En Bélgica la gente danzaba
alrededor de la fogatas y saltaban sobre, en un ritual destinado a asegurar una buena
cosecha. En una zona de Suiza, generalmente a mediados del verano, grupos de hombres
enmascarado caminaban de aldea en aldea, mientras batían estacas y saltaban para que el
maíz creciera mas alto. En Alemania y otras partes, la gente saltaba sobre las fogatas en
Pascuas, y a través de otro vinculo imitativo, este estaba relacionado no solo con la fertilidad,
si no también con la resurrección de Cristo. En Letonia y Macedonia, en la mañana del día de
pascua, las jóvenes adornaban columpios y se balanceaban lo mas alto posible; y aun en el
siglo XIX en Inglaterra, las mujeres eran lanzadas bien alto en el aire tres veces sucesivas, el
lunes de Pascua.
Costumbres de este tipo en el oeste y norte de Europa se remontan a las tribus
germánicas y celtas precristianas. Las deidades germánicas eran conducidas en procesión a
través de los campos, par que trajeran prosperidad y buena fortuna, y en la época medieval,
este ritual se practicaba en toda Europa con imágenes de Cristo, la Virgen Maria y los santos
locales. Según la Germania de Tácito, escrita a fines del siglo I de la era cristiana, la madre
tierra de Dinamarca y Schlaswig-Holstein era llevada alrededor de los campos e una carreta
tirada por una vaca, dentro de la cual se hallaba oculta la imagen. Cuando se la regresaba a
su hogar, en un bosque o una isla, la imagen y la carreta eran limpiadas por esclavos, a
quienes ahogaban inmediatamente después, por que la habían visto y tocado.
Posteriormente, en Escandinavia, el dios Freyr de la fertilidad hacia marchas similares en
vagón o en un barco, y se le ofrecían sacrificios humanos. Este es aparentemente el origen
de la costumbre escandinava medieval de llevar un barco en torno de los campos para
bendecirlos, que ha perdurado hasta ahora.
Tácito describe los métodos germánicos par extraer augurios de los gritos y los
vuelos de los pájaros, y de los relinchos y los bufidos de los caballos sagrados. Los
germanos también adivinaban la suerte arrojando trozos de madera con diferentes signos
sobre una tela blanca. Los signos se convirtieron en el alfabeto rúnico, que esta rodeada de
un aura de magia y de misterio. Runa derica es una palabra que significa "secreto", que
perdura aun en el término alemán moderno raunen, susurrar. Las runas brindaban efectos
mágicos a lo que se escribía con ellas, las usaban para curaciones, para proteger a los
guerreros en el campo de batalla y para calmar las olas en los viajes por mar. Se las grababa
en los sepulcros para maldecir a cualquiera que las saqueara o destruyera, y se las inscribía
en las espadas para volverlas invencibles en la guerra. Cuando el cristianismo conquisto en
norte, las runas fueron condenadas como demoníacas. Todavía en el siglo XVII , Islandia, la
persona a la que se le encontraban runas era quemada en la hoguera.
Los reyes germánicos, escandinavos y celtas de la era precristiana tenían la misma
responsabilidad mágica con respecto a la fertilidad de la tierra y el bienestar del pueblo que
los faraones egipcios. Para asegurar la fertilidad y para obtener triunfos bélicos, muy
frecuentemente se empleaban sacrificios humanos. Los escritores clásicos se sentían
repelidos por los sacrificios humanos que los germanos ofrecían a sus dioses -los prisioneros
tomados en batallas eran colgados de los árboles- y pasmados por el derroche con el cual
los botines de guerra, los caballos, las armas, las armaduras y los ornamentos eran arrojados
a pantanos y ríos como ofrendas al dios de la guerra. Los celtas, que eran cazadores de
cabezas, extraían de la agonía de los hombres acuchillados por la espada, clavados por
flechas o empalados. También ofrecían sacrificios humanos por ahogamiento, sofocación,
apuñalamiento, ahorcamiento, incineración, o bien una combinación de varios métodos. Julio
César describe a los celtas de Galia como "extremadamente supersticiosos" y decía: "....las
personas que padecen enfermedades graves, así como también los que están expuestos a
los peligros de las batallas ofrecen sacrificios humanos, para lo cual emplean druidas. Ellos
creen que la única forma de salvar la vida de un hombre es apaciguar la cólera del dios
ofreciendo otra vida en su lugar, y regularmente realizan sacrificios públicos del mismo tipo.
Algunas tribus tiene imágenes colosales hechas de mimbre, cuyos miembros llenan de
hombres vivos; luego las colocan sobre el fuego y las víctimas son quemadas vivas."
Cuando el ejército romano atacó la fortaleza de Anglesey en el año 61 d.c., no solo
debió enfrentarse con los guerreros enemigos, sino también con mujeres vestidas de negro,
con los cabellos desgreñados, y provistas de antorchas. "Cerca de allí estaban los druidas,
elevando sus manos al cielo y chillando maldiciones espantosas". El espectáculo sumió a los
soldados romanos en una especie de parálisis. Una vez que lograron recuperarse y derrotar
al enemigo, demolieron los bosques sagrados de los druidas. Porque su religión consistía en
empapar sus altares con la sangre de los prisioneros y consultar a sus dioses por medio de
las entrañas de seres humanos.
Los romanos acabaron con el druidismo en Galia y Bretaña si bien no en Irlanda, a
donde nunca llegaron y donde los druidas sobrevivieron hasta la conquista cristiana.
Probablemente lo mismo haya ocurrido en Escocia. Eran parte del sacerdocio celta
especializado o más ampliamente, de la clase que los irlandeses llaman "hombres de arte",
que incluía a sacerdotes, eruditos, poetas, profetas o adivinos y artesanos habilidosos, todos
los cuales poseían una mística mágica. El druidismo pufo haber sido pre-celta y adoptado por
los celtas en Galia y Bretaña de sus habitantes anteriores, y en su ascendencia
probablemente hubo indicios de shamanismo. Según las tradiciones irlandesas, los druidas
eran magos poderosos que podían tomar cualquier forma que quisieran. El druida en jefe del
rey de Irlanda fue visto en una ocasión vestido de cuero de un toro y la cabeza y las plumas
de un pájaro. Los druidas practicaban la incubación: comían carne de gato, perro, cerdo y
luego se acostaban a dormir sobre un cuero de toro, con el objeto de inducir sueños
significativos.
Los druidas eran guardianes de la ciencia y la sabiduría tradicionales, que incluía el
conocimiento de los dioses, las ciencias naturales, la astronomía y el calendario, la medicina
y las curaciones mediante hierbas, y las leyes tribales. Este conocimiento no estaba escrito,
sino que se lo conservaba en forma de versos memorizados que se pasaban de generación
en generación. Se decía que para llegar a ser un druida, eran necesarios veinte años de
entrenamiento. Según Plinio, los druidas veneraban el roble y el muérdago, que empleaban

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en su magia y que eran cortados ceremonialmente con una hoz dorada y conservados en
una tela blanca no bien caían al suelo. También usaban huevos mágicos, supuestamente
hechos con salivazos de serpientes.
Algunos de los hechos clásicos de los druidas están impregnados de un temor
reverente, nebuloso y romántico, el cual reaparece con el movimiento druida moderno. Como
sabios y especialistas en lo sagrado los druidas eran comparados con los Magi, los
sacerdotes egipcios, y los brahmanes. Se les atribuían las creencias pitagóricas sobre la
reencarnación y el significación de los números y se los consideraban maestros de la
astrología. Al mismo tiempo adquirieron un aura siniestra gracias a su predilección por los
sacrificios humanos y su conexión con grutas y santuarios sagrados en las oscuras
profundidades de los bosques. Lucano describió uno de estos lugares santos cerca de
Marsella, un claro entre los árboles salpicados de sangre humana y cercado de imágenes de
dioses hechas de madera, rústicos y aterradores, descoloridos y corrompidos por el paso de
los años.
Cuando el cristianismo consolidó los dominios en el oeste y norte de Europa, la
iglesia prohibió las religiones paganas, los sacrificios y la veneración de imágenes de piedra
y manantiales. Pero mucho de esto sobrevivió bajo la forma de una veneración cristiana: Los
manantiales y los pozos sagrados, siguieron siendo considerados sagrados y capaces de
producir curaciones mágicas así como portadores de buena fortuna, pero fueron puestos
bajo el patronazgo de santos cristianos. Los grandes festivales celtas de Beltane y Samain se
convirtieron en el primero de Mayo y la Víspera de Todos los Santos. Los ritos y costumbres
primitivos conservaron su vitalidad durante siglos debido a que otorgaban confianza y
solidaridad comunal y, también, debido a que funcionaban. Alguno de ellos han perdurado
hasta nuestros días y muchos fueron revividos o recreados durante el siglo XIX.

(siglo IV), escrita por San Jerónimo. Un auriga cristiano que debía competir con un
pagano, descubrió que su carro y sus caballos habían sido embrujados por el oponente.
Inmediatamente se dirigió a San Hilarión, quien , pese a que al principio se mostró reacio,
accedió a ayudarlo en honor de la fe. Hilarión dio al auriga una taza que le pertenecía, llena
de agua. Este roció con agua los caballos y el carro, y ganó la carrera fácilmente. El triunfo
fue aclamado por los espectadores como una victoria de Cristo.
Durante sus primeros cuatro siglos de vida el cristianismo, traspaso el límite entre la
confusión de los cultos ilícitos y dudosos, y la conquista de la religión pública aceptada y del
estado. Su magia constituía el éxito, pero la iglesia misma, como las autoridades paganas
antes de ella empleaban el término magia peyorativamente. Los teólogos no aceptaban la
diferenciación popular entre magia blanca y magia negra: toda magia era mala. La magia que
formaba parte de las prácticas de la Iglesia no era considerada como tal.
Una vez que la Iglesia hubo suprimido el paganismo, el mago ya no fue
necesariamente un pagano malvado sino un cristiano renegado (o un judío, el único que
quedó afuera). Si no se podía imaginar que un hombre fuera capaz de realizar milagros de
realizar milagros por sí mismo. Si no era un santo, cuyos milagros fueran llevados a cabo por
Dios, Entonces sus maravillas debían ser realizadas por Satanás y su legión de espíritus
malignos, el hombre debía estar asociado con ellos. Se creía que esto significaba que
explícita o implícitamente, el había realizado un pacto de alianza con ellos, abandonando su
fe, renunciando a su bautismo y con ello a su identidad cristiana, y poniendo su alma a
disposición del demonio. A partir del siglo VI comenzaron a circular historias de personas que
habían realizado un pacto de este tipo. La consecuencia fue que cualquier forma de magia,
desaprobada por la Iglesia, incluso si sus intenciones eran buenas, llevaba l peligroso
estigma de construir un tráfico con los demonios.

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La gente no obstante, continuó confiando en la magia de la Iglesia. La veneración de
los mártires y sus reliquias, por ejemplo, tenían propósitos mágicos como religiosos. Algunos
creyentes llevaban consigo como amuletos, fragmentos de hueso de los mártires, y cerca de
sus sepulcros garabateaban pedidos de ayuda: "Señor Crecencio, cura mis ojos"; "Pedro y
Pablo proteged a vuestro siervo". La ansiedad por ser enterrado cerca de la tumba de algún
mártir creció tanto que la Iglesia tuvo que recordara a su congregación que la salvación se
obtenía mediante la imitación de las virtudes de los mártires, no mediante la proximidad física
con su cadáver. La Emperatriz Constancia pidió a Gregorio El Grande la cabeza o algún
miembro del cuerpo de San Pablo. El Papa rehusó y le envió a cambio limaduras de las
cadenas que el Apóstol había llevado en prisión. San Agustín había a los mercaderes
ambulantes que comerciaban con trozos de los cuerpos de mártires, pero la práctica de
desenterrarlos y demenbrarlos fue aceptada debido a una reglamentación del año 787,
según la cual cada Iglesia debía poseer una reliquia sagrada.
Los objetos relacionados con Cristo, la Virgen Maria y los santos también eran
venerados, si bien la mayoría de los teólogos consideraban las reliquias como canales a
través de los cuales Dios podía elegir realizar milagros, muchos cristianos comunes los
consideraban objetos que contenían poder mágico en sí mismos. En la edad media, iglesias,
monasterios y coleccionistas privados acumularon grandes cantidades de reliquias. La
catedral de Trier poseía el manto de Cristo; el cuerpo del Apóstol Santiago atraía a tropeles
de peregrinos a Compostela en España, la Abadía de Glastonbury en Inglaterra poseía un
trazo de la mesa de la Ultima Cena y una de las piedras que Cristo había rehusado convertir
en pan, así como también los cuerpos de San Patricio y otros santos. Fuera de Inglaterra, las
reliquias más sorprendentes incluían una pluma de ala de el ángel Gabriel; una jarra llena de
oscuridad descargada en Egipto por Moisés; los rayos de estrellas de Belén; gotas de leche
de la Virgen y un guardarropas repleto de vestidos.
Los creyentes realizaron peregrinaciones a los santuarios y a los lugares donde se
hallaban las reliquias famosas, para lograr curaciones y méritos espirituales. De regreso se
llevaban como talismanes poderosos, géneros o llaves que habían sido colocados sobre las
tumbas de los santos, aceites de lámparas que alumbraron los sepulcros y flores de los
altares. También se creía que las imágenes y los iconos de Cristo, la Virgen y los santos
curaban enfermedades, protegían de desgracias y traían buena suerte. Al icono bizantino de
la Virgen en San Marcos, en Venecia, conocido como Nuestra Señora de la Victoria, se
atribuía el poder de asegurar el triunfo de la guerra.

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