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LA MUERTE. MI POCA EXPERIENCIA Y LO POCO QUE HE LEIDO.

Escribo esto desde el desconocimiento acerca de un tema tan común en la naturaleza, porque sólo
he presenciado a la Muerte durante el funeral de mi abuelo paterno, a la edad de 12 años. Sólo
recuerdo su rostro pálido y sereno a través del vidrio del féretro; también, que no lloré pues mi
relación con él no era muy cercana, a pesar de que él me quería y yo lo quería a él. Desde aquella
vez, ningún familiar o persona cercana a mí ha muerto.

No obstante, la Muerte siempre ha estado en nuestra cotidianidad nacional e internacional: guerras,


homicidios, suicidios, genocidios (y demás idios), hambrunas, enfermedades, accidentes y otras
causas que no estoy teniendo en cuenta en este momento. Todo esto nos llega a través de las
pantallas, de la prensa o de los libros; y hago mención a estos últimos porque, si bien mi relación
con la Muerte ha estado más ligada a los noticieros, es a través de la literatura que he aprendido un
poco más sobre el tema o, al menos, mis pensamientos se identifican mejor con lo escrito en ellos.

Por ejemplo, siempre he tenido la creencia (sí, porque no puedo asegurarlo ni evidenciarlo) de que
al morir, simplemente nuestra conciencia se apaga como el sistema operativo de un computador al
desconectarlo, es decir, dejamos de pensar, de sentir, de necesitar, no emitimos opinión ni juicio
alguno, es la nada. Había encontrado pensamientos similares en el ámbito científico, pero fue en el
cuento “La Nada” de Leonid Andréiev donde encontré una posición completamente idéntica y
donde sentí una gratitud de ver que alguien no perteneciente a la Ciencia Pura, sino desde las
humanidades, desde su sentir, desde el existencialismo, pudo llegar a la misma conclusión.

Pero, la Muerte tiene dos caras, si se les quiere llamar así: está la del difunto y está la de los
dolientes. El difunto, como ya mencioné, se va a la nada, pero ¿y cómo lo afrontan los dolientes? Si
bien la teoría y la práctica hablan de las 5 fases del duelo, me llamó la atención una de las cartas de
un piloto japonés Kamikaze de la Segunda Guerra Mundial. El muchacho, en la flor de su juventud,
les escribe a los suyos que sabe que su sacrificio será fútil para el propósito de la guerra, pero les
consuela diciéndoles que, para evitar que su muerte sea en vano, disfruten de la vida, llevándola de
manera digna, evitando lastimar a otros seres y buscando la tranquilidad. Es un lindo pensamiento
que intentaré llevar conmigo para cuando llegue el momento de presenciar la muerte de un ser
querido o que quisiera transmitir a mis seres queridos antes de partir.

En fin, la Muerte es como el velo de Isis que hasta el momento ningún humano ha logrado descorrer,
pero que ha inspirado a poetas, alquimistas, científicos y filósofos a través del tiempo. Pero, quizás,
ya estamos muriendo desde el momento del nacimiento, como diría Quevedo, y el misterio es (como
en los guiones de películas de terror malas) que no hay misterio.

Mis condolencias para el que lea esto, por los minutos muertos que perdió al leerlo.

Mario Dávila.

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