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LOS RÍOS Y CUENCAS HIDROGRÁFICAS EN PANAMÁ

La cuenca hidrográfica es una superficie de drenaje natural, donde convergen las


aguas que fluyen a través de valles y quebradas, formando de esta manera una red de
drenajes o afluentes que alimentan a un desagüe principal, que forma un río. Panamá
cuenta con 52 cuencas hidrográficas, de las cuales 34 desembocan en la vertiente del
Pacífico y el resto en la vertiente del Atlántico. Ellas son empleadas para diversos usos,
entre los cuales se destacan: la generación de energía hidroeléctrica, el trasiego de naves
por el Canal de Panamá, el riego de cultivos agrícolas y el abastecimiento de agua potable,
entre otros.

Las cuencas hidrográficas son las unidades naturales de análisis y planeación que,
en algunos casos, coinciden con las divisiones político-administrativas del país. El estudio y
monitoreo de ellas ha sido de gran utilidad para orientar decisiones de carácter político,
ambiental y de gestión más adecuados. El país posee alrededor de 500 ríos de corto
recorrido, cuyos cursos están usualmente orientados en dirección normal a las costas.
Sobresalen, por sus altos rendimientos unitarios, las cuencas de los ríos Changuinola,
Cricamola y Calovébora en la vertiente del Caribe y las de los ríos Chiriquí, Fonseca,
Tabasará y San Pablo en la del Pacífico, con rendimientos superiores a 72 l/s/km. Los
recursos hídricos con menores volúmenes se localizan en la porción oriental de la
península de Azuero y los llanos de Coclé.

PRINCIPALES CUENCAS HIDROGRAFICAS

La vertiente del Pacífico abarca el 70% del territorio nacional. En ella desembocan unos
350 ríos, con una longitud media de 106 km. Dicha vertiente agrupa 34 cuencas, siendo
dos de ellas de tipo internacional; la del río Coto, entre Panamá y Costa Rica y la del río
Juradó, entre Panamá y Colombia. Por su parte, la vertiente del Caribe ocupa el 30% de
territorio nacional. Hacia ella descargan 150 ríos, con una longitud media de 56 km y
comprende 18 cuencas hidrográficas.

En Panamá, la actividad social y económica se concentra en las cuencas hidrográficas que vierten
hacia el Pacífico, donde se encuentran las principales ciudades y centros poblados. Sin embargo,
un cuarto de la población se ubica en el 94.7% del territorio, en condiciones de dispersión y
pobreza, y sin acceso a la mayoría de los servicios, mientras, el 75% de los habitantes se concentra
en el 5.3% del territorio, en unas pocas ciudades.

El análisis de la calidad del agua, basado en el ICA, demuestra que, desde el año 2005 hasta el
2008, los ríos han registrado una reducción de la contaminación; en otras palabras, se observa un
incremento en la calidad de sus aguas. De acuerdo a los análisis de ICA por año, realizados en los
diferentes ríos de la República, se ha determinado que en el año 2005, del total de los ríos
monitoreados por la ANAM, existía un 15% de ellos clasificados como altamente contaminados y
este grado de contaminación se redujo progresivamente hasta menos de la mitad (7.26%) para el
año 2006; alcanzó su mayor reducción durante el año 20081 , debido al aumento de ríos pocos
contaminados ubicados en el interior del país que fueron monitoreados en el año 2008.

La tendencia de los resultados indica que la calidad del agua se deteriora a medida que los ríos son
afectados por las actividades humanas, especialmente por las descargas de vertidos domésticos e
industriales sin tratamiento y por la deforestación y erosión de los suelos. En este sentido, la
disminución de la calidad de agua se observa de la cuenca alta hacia la cuenca baja. Los análisis
determinaron que el 89% de los ríos monitoreados en el país presentan calidad de agua aceptable
o poco contaminada.

En cuanto a los ríos del interior del país, el 98% de éstos presenta calidad de agua aceptable o
aguas poco contaminadas. Dentro de los anteriores niveles de ICA se encuentran los ríos Chiriquí,
Caldera, San Félix, Majagua, La Villa, Tonosí, Changuinola, Sixaola, Indio, Piedras, Tuira,
Chucunaque y el Bayano, entre otros. Por su parte, alrededor del 53% de los ríos monitoreados en
la provincia de Panamá tienen aguas de mala calidad o contaminadas. Éste es el caso de los ríos
Curundú, Matías Hernández, Juan Díaz, Mataznillo, Río Abajo y Tapia, que se encuentran entre los
más contaminados.
Cuencas críticas

El agua, como recurso estratégico de cualquier país, cada vez es un recurso más
comprometido, porque es finito y vulnerable. Dicha condición lo lleva a enfrentar
problemas severos de disponibilidad del recurso hídrico, así como de la calidad de las
propias aguas. La ANAM ha identificado 10 cuencas hídricas como críticas hacia la
vertiente del Pacífico, entre las que se encuentran: Chiriquí Viejo, Chico, Chiriquí, Tonosí,
La Villa, Santa María, Grande, Antón, Pacora y Bayano. En base al promedio interanual del
caudal de aguas de cada cuenca, se ha determinado el Índice de Disponibilidad Relativa
(IDR). Dicho índice es un indicador del uso sostenible que dicha cuenca puede soportar.

De acuerdo al IDR obtenido para las cuencas críticas, se ha determinado que los meses de
la época seca, especialmente de enero a marzo, principalmente febrero, resultan periodos
deficitarios en la mayoría de las cuencas, lo que hace que se traduzcan en restricciones
que deben observarse en aras de una buena gestión y en la solución de los inevitables
conflictos por el agua.

Las cuencas que resultan en “disponibilidad”, como la de los ríos Chico, Chiriquí, Santa
María, Grande y Pacora, a pesar de que durante la temporada seca experimentan algunos
valores bajos en cuanto a la oferta para suministrar la demanda, en términos anualizados
tienen cierta holgura. Las cuencas de los ríos Tonosí y La Villa resultan anualmente en
“equilibrio” (la oferta alcanza a cubrir la demanda). La cuenca que resulta con problemas
más severos de disponibilidad es la del río Antón, la que en siete de los doce meses
presenta déficit, y los otros cinco apenas alcanza el equilibrio.

A nivel mundial, el agua constituye uno de los recursos más preciados y limitados que existe, razón
por la cual una de las dificultades de mayor consideración, que deben afrontar los países en vías
de desarrollo, dentro de los cuales se incluye Panamá, la constituye la regulación de las
concesiones para el uso de agua. En Panamá, este escenario tiene su fundamento en las presiones
sobre la calidad y cantidad de agua derivadas del crecimiento poblacional y el desarrollo
tecnológico hacia el cual se dirige el país.
La Producción Más Limpia (P+L) es definida por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio
Ambiente (PNUMA), como la aplicación continua de una estrategia de prevención ambiental a los
procesos y a los productos con el fin de reducir riesgos tanto para los seres humanos como para el
ambiente.

En Panamá, la Producción Más Limpia tiene uno de sus fundamentos legales en la Ley 41 de 1 de
julio de 1998, que establece entre los principios y lineamientos de la política nacional del
ambiente, estimular y promover comportamientos ambientalmente sostenibles y el uso de
tecnologías limpias; así como, dar prioridad a los mecanismos e instrumentos para la prevención
de la contaminación y la restauración ambiental, en la gestión pública y privada del ambiente.

Debido al creciente y acumulativo proceso de degradación que sufren casi todas las cuencas y
suelos del país, producto de la interacción entre las poblaciones humanas y la naturaleza, se han
identificado durante los últimos años problemas severos de erosión y deterioro de los suelos. Esta
degradación se localiza, principalmente, hacia las zonas ubicadas al oeste del país, donde se
evidencian grupos de familias campesinas e indígenas que viven en condiciones críticas. El
sustento de dichas familias depende de la producción de cultivos de subsistencia en terrenos con
severas limitaciones y desprovistos de sistemas de conservación a causa de la implementación de
prácticas poco sostenibles con el ambiente.

En consecuencia, el inadecuado uso de los suelos, en conjunto con factores tales como, un
ordenamiento territorial deficiente, inadecuadas prácticas productivas, la deforestación e
incentivos perversos de las políticas públicas (financiamiento de créditos para la ganadería
extensiva, la compra de agroquímicos) y las políticas comerciales, entre otras, han dado como
resultado un aumento en la superficie de tierras secas y degradadas. Muchas de estas tierras
requieren su abandono por largos periodos, antes de poder recuperar su capacidad productiva.
Las tierras consideradas como secas y degradadas ocupan un 27% (20,787.57 km2 ) del país,
dentro de las cuales habitan aproximadamente medio millón de personas (516,464 personas)1 . La
mayoría de estos individuos pertenecen a poblaciones indígenas. Dicha condición, a su vez,
representa mayores presiones sobre el ambiente al constituirse éste, en la principal fuente de
subsistencia para estas comunidades.

Las áreas mayormente afectadas por la degradación de la tierra son el Arco Seco, la sabana
veragüense, el corregimiento de Cerro Punta y la Comarca Ngöbe-Buglé. Estas áreas se definen en
función de los procesos de sequía y degradación de los suelos que en ellas se observan, como
resultado de las rigurosas exigencias de productividad a las cuales han estado sometidas, dentro
de las cuales el 35% (7,275.65 km2 ) corresponde a superficies de explotación agropecuarias

En adición, se tiene que en las áreas críticas el acceso al agua potable y saneamiento de las
viviendas es alarmante, especialmente en la Comarca Ngöbe-Buglé, donde el 50% de las viviendas
no cuenta con agua potable y el 25% no posee sistemas de saneamiento. En cuanto al uso de leña
como fuente de energía, el Censo del 2000 refleja que en las áreas críticas esta práctica se ha
disminuido, a excepción de la Comarca Ngöbe-Buglé, donde el 90% de las viviendas utiliza leña
para cocinar. Cabe señalar que el uso no sostenible de leña para satisfacer necesidades
energéticas, aumenta el problema de la deforestación, que junto con el aumento del efecto
invernadero contribuyen en gran forma al proceso de desertificación.

La competitividad de Panamá depende, en una importante medida, de la calidad y


abundancia de los recursos naturales (agua, bosques, recursos marinos, suelo, biodiversidad)
asociados a su posición geográfica y su clima. No obstante, estos recursos son cada vez más
presionados y degradados por procesos desordenados de desarrollo urbano y crecimiento
económico.

La disponibilidad de agua en calidad y cantidades adecuadas, plantea graves problemas en


algunas zonas del país, para afectar diferentes sectores, como son: la agricultura, la industria, la
generación de energía eléctrica y el turismo, al tiempo que contribuye al estímulo de conflictos
sociales relacionados con el acceso, uso y disposición del agua utilizada. Dentro de este marco, la
Autoridad Nacional del Ambiente (ANAM) trabaja en la implementación del Plan Nacional para la
Gestión Integrada de los Recursos Hídrico (PNGIRH), a través de él se promueve el manejo y
desarrollo coordinado del agua, la tierra y los recursos relacionados, para maximizar el bienestar
social y económico resultante de manera equitativa, sin comprometer la sustentabilidad de los
ecosistemas vitales.

El Gobierno de Panamá ha adoptado por Decreto Ejecutivo nueve políticas públicas


ambientales, entre ellas, la Política Nacional de Recursos Hídricos, aprobada por el Decreto
Ejecutivo 84 de 2007, la que establece que la integración de la gestión del agua en el desarrollo
económico, social y ambiental, exige un enfoque sistémico y participativo, aplicado mediante la
Gestión Integrada de los Recursos Hídricos, que constituye un proceso que promueve el manejo y
desarrollo coordinado del agua, la tierra y los recursos relacionados, para maximizar el bienestar
social y económico resultante de manera equitativa, sin comprometer la sustentabilidad de los
ecosistemas vitales.

La deforestación impacta directamente a los ríos y las cuencas hidrográficas del país, por
eso se hace necesario la política de reforestación. Reforestación es “la acción de plantar con
especies forestales un terreno desprovisto de vegetación arbórea; ya sea para fines comerciales,
paisajísticos, ambientales, turísticos, agroforestales, etc.

Los objetivos más comunes de la reforestación son:

- Con fines de conservación del ecosistema, mediante la rehabilitación de tierras intervenidas por
actividades antropogénicas.

- Con fines comerciales, para producir madera y otros tipos de productos y servicios ambientales
del bosque.

El aprovechamiento adecuado de los recursos forestales y la identificación de tierras aptas


para plantaciones forestales de gran escala, motivan las inversiones en el subsector forestal
nacional, trayendo con esto mayores oportunidades de empleo e incremento de los ingresos de
las comunidades rurales.

En Panamá se han realizado esfuerzos para incrementar la cobertura boscosa del país a
través de la reforestación desde inicios del siglo pasado. Tanto la inversión privada como la
gubernamental, han participado en esta actividad. Los primeros esfuerzos documentados de
reforestación a pequeña y mediana escala proceden de la empresa privada, en las fincas
bananeras de la Chiriquí Land Company, que estableció plantaciones de teca en el distrito de Barú.
El Gobierno Nacional, igualmente inició, en los años 60, programas de reforestación (masiva) con
pinos en las tierras degradadas de la región central del país (Veraguas y Azuero). Algunos de los
proyectos más conocidos de esta época son las plantaciones forestales con pino caribe en La
Yeguada y Alto Guarumo en la provincia de Veraguas.

Con la promulgación de la Ley de Incentivos a la Reforestación, Ley 24 de 23 de noviembre


de 1992, reglamentada por el Decreto Ejecutivo 89 de 8 de junio de 1993, se inició una nueva
etapa en la historia de la reforestación en Panamá. Esta Ley dio lugar a un incremento moderado,
pero importante, de la superficie reforestada en el país.
En la actualidad, en la República de Panamá se han reportado más de 71,000 hectáreas de
tierras reforestadas. Durante los últimos 17 años de actividad de reforestación (1992- 2008), con
apoyo de la Ley 24, se han reforestado 62,000 hectáreas, lo cual representa una tasa de
reforestación anual de 3,640 hectáreas/año.

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