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La relación entre dioses y hombres en el mundo romano

En una de sus cartas, concretamente la que lleva el número 104 de la edición que vio la
luz en 1769, el célebre filósofo francés François Marie Arouet, más conocido como
Voltaire, decía que si Dios no existiera, habría que inventarlo (Si Dieu n’existait pas, il
faudrait l’inventer). En lo que es una muestra excelente del juego conceptual tan del
gusto del pensamiento ilustrado, esta sentencia llamada a convertirse en casi un refrán
popular manifiesta la vinculación necesaria que los hombres han establecido desde
siempre con lo divino como emblema de un ámbito sobrenatural.

Ante la magnitud y el carácter inconmensurable del mundo que lo rodea, el ser humano
ha transferido a la esfera divina muchas de aquellas preguntas para las que no
encontraba respuesta. Dicho afán de comunicarse con la dimensión trascendente de la
existencia puede adoptar actitudes y comportamientos diversos, desde la unión íntima
que no precisa intermediarios ni manifestaciones exteriorizadas, hasta la praxis
cotidiana estrictamente codificada y sustentada por una serie de rituales que pueden
incluso llegar a convertirse en mecánicos.

Precisamente, lo que entendemos por sentimiento religioso en las sociedades antiguas


suele responder a este último tipo de actuación. En el mundo romano, la relación entre
los hombres y los dioses constituía una práctica que podríamos calificar de mercantil,
contractual. Los estudiosos, quizá con un celo excesivo, han querido reducir a la
expresión latina do ut des, ‘(te) doy para que me des’ el vínculo entre lo profano y lo
sagrado en la sociedad romana. La sentencia latina Dii meliora ferant, ‘que los dioses
nos traigan mejores cosas’, es decir, ‘que los dioses nos ayuden’, refleja una de las
vertientes más representativas de la religiosidad romana: la confianza del hombre
romano en la ayuda de la divinidad, la cual, según se creía, era capaz de responder
positivamente a la veneración y al cuidado que los hombres le dispensaban. La
protección de los dioses se dejaba sentir en cualquier parcela de la vida pública y
privada, y la sociedad romana era plenamente consciente de ello.

La lectura y el análisis adecuado del legado romano preservado, desde las fuentes
literarias hasta todo tipo de testimonios propios de la cultura material, permite, más allá
de los tópicos y los clichés que a menudo se nos han transmitido y que algunas veces
son falsos, descubrir las formas que el sentimiento religioso y la práctica ritual reviste
en la Roma antigua. Acercarse, desde la Historia, la Filosofía, la Teología, la
Antropología y el mundo de lo imaginario, al estudio del pensamiento y la actuación
religiosa de la antigua Roma es iniciar un trayecto apasionante, un viaje en el tiempo a
través del cual el mundo contemporáneo puede descubrir, quizá con sorpresa, unas
formas de vida sorprendentemente parecidas a las de nuestro tiempo.

Mònica Miró Vinaixa


Licenciada en Filología Clásica y en Filología Románica.
Máster en Historia de las Religiones.
Profesora del curso “Vida religiosa en la antigua Roma”, en Antiquitas.

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