Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
net/publication/317603765
"Certeza de la ceguera" en El fotógrafo ciego. Evgen Bavcar en México. México: CONACULTA, 2014, Colección DIECISIETE, no.6.,2014.
CITATIONS READS
0 272
1 author:
Raymundo Mier
Metropolitan Autonomous University
90 PUBLICATIONS 41 CITATIONS
SEE PROFILE
Some of the authors of this publication are also working on these related projects:
All content following this page was uploaded by Raymundo Mier on 15 June 2017.
Raymundo Mier
202 cuerpos. Las imágenes de Bav ar aparecen entonces como una resistencia a
la fotografía, a sus tiempos, a la precariedad de su espera, a su precipitación.
Una resistencia cuyo indicio se advierte apenas en la atmósfera de contras-
tes, en los tonos densos que insinúan los límites de la luminosidad, en los
pliegues de las fisonomías, y la disposición de los cuerpos. Esas imágenes
parecen surgir a contracorriente de los ritmos maquinales e instantáneos
del ojo fotográfico, rechazando la lógica del acecho. En la obra de Bav ar el
acto fotográfico surge más bien de la lenta sedimentación de los espectros
escénicos, pero también de una entrega de la fotografía a la pendiente ob-
sesionante de los sueños, a las invenciones de la memoria. La imagen foto-
gráfica emerge de un incierto atavismo de las formas. Se va bosquejando,
a través de la serie fotográfica, una pasión por las intensidades lumínicas
que parecen devolvernos los perfiles tangibles de los cuerpos. Ese apego a
la intensidad de la luz parece hacer más intransigente el agobio de las zo-
nas de sombra que se cierran sobre las siluetas y las fisonomías apenas
arrastradas a la visibilidad. La conjugación de contrastes se vislumbra
como una apuesta a la primacía del deslumbramiento. Bav ar parece ex-
plorar esa alianza entre el deslumbramiento y la extinción de la mirada.
Sus imágenes exhiben en la diseminación de los acentos de luz, los trazos
de una constelación de eclipses, la herida tácita de la luz en los objetos. La
incidencia de los resplandores parece multiplicar las sombras esparcidas
por la imagen. Sombras blancas inscritas sobre el fondo de la oscuridad,
sombras de deslumbramiento sobre las otras sombras que cierran el paso
a la mirada.
La luz en los contornos de los objetos y los cuerpos se dispone como un
paisaje de pliegues de la mirada, como cicatrices que señalan la fascinación
equívoca de lo luminoso. Estas sombras de luz, esa claridad limítrofe alienta
la disolvencia de las formas. Los perfiles y la alternancia de las sombras pro-
nunciadas en la fotografía de Bav ar parecen acentuar la búsqueda de una
concordancia paradójica entre la claridad, llevada al paroxismo, al deslum-
bramiento, y las zonas que evocan la extinción de la visibilidad. La fotogra-
fía insinúa un trayecto de la mirada siempre en la inminencia de su límite.
Marcar lo visible con una intensidad luminosa que lo aproxima a la ceguera:
enceguecer de luz, para así, con ese contraste extremo, arrancar a la fotogra-
fía de la evidencia de la presencia visible de los objetos: desprenderla de la
certeza de la ceguera
el advenimiento de la ceguera
206 invocación del mundo, sólo al reconocerse en la mirada del otro. Sartre había
aludido ya a la violencia de este deseo. El juego de las identidades, sugería,
se arraiga en el enigma de la mirada: en la imposibilidad de ver en los ojos
del otro algo más que la presencia intangible de la mirada. Cuando fijamos
nuestra mirada en los ojos que nos miran, lo que reconocemos no es la for-
ma o los rasgos de las pupilas, sino la intensidad y el sentido del mirar. Es
esa fuerza vacía de la mirada del otro la que nos otorga la posibilidad de
identidad, es de este don inadvertido y vacío de donde construimos nuestro
sentido y el de nuestro entorno. Es en la intensidad pura de esa mirada que
nos interroga en su intangibilidad, su dureza y su fragilidad, su sustanciali-
dad y su evanescencia donde encontramos la clave de nuestra identidad. Es
quizá en el entrecruzamiento de lo intangible del mirar donde se gesta el
don de la identidad.
La fotografía se inscribe en la conjugación de estos rasgos opuestos de
la mirada, donde se alimenta el profundo vértigo que surge de la mirada
de los otros, de su fuerza sofocante, sin reposo. La mirada de los otros con-
vertida en la raíz de una presencia, un objeto, una opacidad al mismo tiem-
po inmaterial e indefectible.
Y, sin embargo, ese reclamo de la mirada parece diseminarse más allá
de las pupilas e incorporarse en la dureza del mundo. No es sólo de otros
ojos, sino también de los objetos mismos que fluye la mirada. Klee había
alguna vez subrayado esa sensación en el origen de la aprehensión figura-
tiva: son los objetos los que me miran, escribió. Para Klee, es el imperativo
de responder a esa mirada que el mundo nos impone lo que parece encon-
trarse en el impulso y la urgencia del acto estético, de la pintura. El impul-
so de la recreación figurativa del mundo emerge de un mirar que no es el
nuestro, que emerge siempre del otro, de las cosas como un gesto de dona-
ción sin retorno, sin retribución. Como una expresión oscura de generosi-
dad sin sujeto, sin origen. No obstante, esa recreación surge ya de la
desaparición de esa mirada. La invención de la imagen es ya la transforma-
ción de esa mirada del mundo en memoria de esa mirada. La invención de
la figura fotográfica no es quizá la exploración de la propia mirada, sino la
tentativa de recuperar la memoria de la mirada de las cosas, los restos del
reclamo obstinado del mundo, la demanda insistente de los cuerpos en su
soledad o su arraigo mudo en el mundo. Es trocar el sacudimiento de la
certeza de la ceguera
210 disciplina del tacto, para hacerla resonar en la escena y la fisonomía de las
imágenes. No hay confusión en el espectro de los sentidos: no surge el es-
cándalo de la trama sinestésica. No se mira con la escucha ni con el tacto.
La fotografía de Bav ar priva de sentido esa retórica de la piedad. Pero, al
mismo tiempo, esa intimidad revela la intransigente inhumanidad, la cru-
deza de su lenguaje. Esa inhumanidad reside en su alianza íntima con el
silencio de la memoria corporal, en su capacidad para recuperar de la mera
memoria de la piel, de los rasgos paulatinos de los cuerpos, las historias
vivas hechas de un silencio palpable, sofocado, retirado a los márgenes de
un trayecto inútil de la mirada. La imagen despierta el mito de la memoria
táctil de los cuerpos. Es una confesión de la fuerza silenciosa de los ritmos
y la invención de las fisonomías. La vocación de las imágenes de Bav ar es
alimentar con la evocación de los roces la residencia fértil en el silencio de
la palabra y el crepúsculo de las figuras.
Así, el acto fotográfico se convierte en un rechazo de la plenitud de
mirar, en un repliegue de la mirada hacia su propio deseo, hacia el vacío,
hacia la invisibilidad misma. Recobrar la mirada sólo como conmoción,
despojarla de su capacidad figurativa, convertirla en una vía precaria y
transitoria hacia la plenitud del estremecimiento: el deseo y el fantasma.
Recobrar la capacidad explícita de la imagen para extinguirse como figura
y convertirse en un relieve de la mirada, engendrado desde el movimiento
del deseo de quien mira. La fotografía no conjura la ceguera sino que pro-
paga su violencia, su hábito, su fascinación.
La fotografía deja de ser una consonancia de figuras, para ser una serie
de vestigios que multiplican y propagan las incitaciones a un repliegue de
la mirada a los espectros de la memoria. El don del acto fotográfico en Bav-
ar es ofrecer la metamorfosis de los límites de la mirada. Su fotografía in-
venta los relieves del mundo a través de una metáfora: la luz despojada de
su visibilidad. Ahí donde los ojos sólo pueden ofrecernos como respuesta a
lo contemplado una complicidad al replegarse al silencio y la intensidad de
sus fantasmas. La luz como el signo de la sola intensidad que surge de la
virulencia afectiva arrastrada por los deseos. La intimidad de la fotografía
de Bav ar no reside en la revelación de sí mismo, sino de estos tiempos de la
espera y la larga marcha hacia la construcción de los cuerpos y su diálogo.
Es una confesión de la fuerza silenciosa de los ritmos y la invención de las
certeza de la ceguera
fisonomías. Es el don de lo irreconocible del deseo del otro en el vacío del 211
propio deseo lo que impulsa ese dar a ver de las imágenes de Bav ar. La
materia del don se transforma en una figura opaca y transitoria: mera indi-
cación de una imagen interior, ausente, fantasmal.
La asimetría singular de esa donación se revela no sólo como el rasgo
que define la fotografía de Bav ar sino, al mismo tiempo, como constitutiva
del acto fotográfico. La fotografía es, así, el don de lo no visto. Con la imagen
fotografiada se da a ver lo que escapa por principio a la propia visibilidad,
lo que permaneció en los contornos de la mirada del fotógrafo, velado a su
aprehensión. Es la irrupción fulgurante de lo que atraviesa y perturba la fi-
gura, los objetos plenamente identificables. Es un acontecimiento que
acompaña imperceptiblemente la fuerza de lo presente, para emerger súbi-
tamente del fondo y someter la mirada del otro, de quien mira la imagen
fotográfica. El ojo mecánico y la sensibilidad inerte de la cámara acogen lo
que ha escapado a la conciencia para hacer de la trama de la imagen una
vocación autónoma de lo mirado. Los límites de la mirada del fotógrafo en-
cuentran su resonancia en la conjugación de invisibilidad y olvido que ex-
perimenta quien contempla la fotografía. Walter Benjamin había ya puesto
de relieve esta fuerza constructiva de la imagen fotográfica que surge del
olvido y la invisibilidad en la fotografía, pero que surge de la propia historia,
de la propia existencia de lo fotografiado para propagar esa historia, para
inseminar con ella los rostros, las geografías, los objetos. En la fotografía
emerge la súbita memoria material, evanescente, que desaparece con el
eclipse del objeto fotografiado. La fuerza imperativa de lo inadvertido es lo
que Benjamin llamó el inconsciente visual. Ese impulso inconsciente que
atraviesa la imagen y que hace visible un rasgo, un objeto, un destello de la
mirada, una textura en los volúmenes, ese acecho de la mirada del fotógra-
fo que pesa desde el origen de la figura fotografiada.
Y, sin embargo, lo no visto ejerce una fuerza permanente en la imagen
fotográfica, la revela como lo inacabado. No hay límite para la exploración de
la mirada. Se abandona una fotografía por debilidad o por fatiga, su totalidad
aparentemente accesible se escapa a medida en que la mirada se interna en
el entrelazamiento del detalle. Hay algo en esa mera resonancia de lo no
visto que fascina a la mirada. Las inclinaciones del ojo parecen referirse a ese
juego de límites como si encontraran ahí el testimonio de la gravitación del
raymundo mier
212 deseo. La imagen repentina abandona su plenitud, deja de ser un objeto en-
tregado enteramente a la visión. Y, sin embargo, la fuerza de las imágenes
parece velar ese vacío, protegernos de él, cancelar su crueldad, esa fuerza de
atracción de ese vacío que se ofrece como un fondo que convoca a la mirada,
su demora, sus tiempos, hasta doblegarla. Los contornos de ese vacío, de lo
no visto en la fotografía, se asumen en el silencio de la mirada. La exuberan-
cia de la imagen los encubre. La mirada se detiene sobre los objetos, sobre las
identidades. Se arraiga en el placer de las imágenes. La seducción de las figu-
ras mitiga la violencia de lo que se ha desdibujado, los contornos de ese vacío
que da su densidad a la imagen fotográfica. No obstante, la fotografía toma
su fuerza de esta sombra marginal, de la violencia tácita del olvido de la
mirada. Es solamente por la fuerza del olvido que los objetos se arraigan en
la intimidad de la experiencia, con la fuerza enigmática del deseo. Lo olvida-
do se inscribe entonces como presencia plena aunque imperceptible, no
como una falta o una inexistencia sino como una densidad, un cuerpo cuya
opacidad reside en una intimidad vedada. Lo no visto se implanta frente a la
mirada para invocar la pasión, sin reclamar sentido alguno.
Con la fotografía de Bav ar advertimos el surgimiento de lo fotográfico.
La fotografía rompe con el espejismo de su sometimiento al objeto o a la
percepción. La imagen deja de ser ese simulacro de transparencia que ga-
rantiza el acceso a la identidad del objeto. Los objetos y los cuerpos en las
imágenes de Bav ar se exhiben como materia neutra sometida por el acto
fotográfico. El tiempo del acto fotográfico se ahonda, se basta a sí mismo,
indiferente ya a la cosa fotografiada. La identidad de los objetos puede ex-
tinguirse, vacilar. Se vuelve inhóspita al sentido. No sabemos lo que vemos.
La fotografía se vuelve augurio, conjetura, desciframiento, vuelco hacia el
silencio íntimo de las imágenes. La fotografía quebranta la identidad de la
mirada. No soy yo quien mira. El hundimiento de la identidad de los objetos
arrastra consigo la certeza de mi propia identidad. El ojo se vuelve el sopor-
te de la evidencia de un mirar puro, a la vez pleno e indistinto. Todas las
miradas acuden. El ojo se disipa y se multiplica al infinito. Todas las miradas,
los deseos, son posibles e indiferentes, pero, al mismo tiempo, en la medida
en que esas imágenes convocan mis propios fantasmas, reclaman mi me-
moria, la expresión muda de mi intimidad, cada mirada se hace singular,
incomparable. La experiencia de lo visto se hace intransferible.
certeza de la ceguera
del otro, el deseo de recobrar la fijeza ritual de las efigies, el deseo de aden- 215
trarse en el juego de espejos de la mirada —mirarse mirar, mirar la propia
mirada en los ojos del otro doblegados por la fuerza de la seña fotográfica.
Todos los deseos se fusionan en el acto fotográfico. Los deseos se conjugan,
se enlazan, se convierten en focos para la investidura afectiva del mundo.
Es esta presencia de la multiplicidad de los deseos la que dota a las escenas
de un relieve, la que hace posible el desdén y la orientación de la mirada.
Estos deseos hacen visible un mapa de los impulsos, de los afectos. Éste
ofrece al otro la máscara quimérica de esa encrucijada de deseos, la huella
imposible de su desenlace y su desembocadura en el vacío del objeto. Así,
en la fotografía de Bav ar, advertimos la fuerza de esa arborescencia de los
deseos múltiples, inextricables que se entrelazan ajenos a toda disputa por
una supremacía oscura, tácita: no hay nada que revelar, no hay secreto de
esa tensión sin alivio que se expresa en la fisura que separa la imagen de la
trama inquietante de deseos.