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Pedro, de 19 años, consultó varias veces acompañado por su madre.

Desde los 15 años


consumía psicofármacos, marihuana y cocaína. Padeció graves accidentes con riesgo de vida
y se refería a ellos relatándonos: “Tomo las pastillas y me pasa lo que me pasa, el accidente.
Yo me junto con una banda de amigos y si estoy empastillado me quiero prender. Hago todas
las peores cosas. Mi mamá reconoce que sabe que así no voy a llegar mucho tiempo”. Había
empezado la entrevista mencionando que perdió los dientes en un accidente de moto, uno de
los tres que tuvo, vehículo que conduce sin registro ni casco protector. Inmediatamente agregó
que su padre murió en un accidente similar cuando él tenía 14 años. Resulta de interés
especial la relevancia que adquiría el amor al padre a quien caracterizaba como “alcohólico”,
“ladrón”, que había tenido varios accidentes y que finalmente fue detenido. Posteriormente a
la salida de la cárcel murió, después de comprarse una moto y conducirla en forma
imprudente. Pedro recordaba: “cuando murió mi papá, me quise olvidar de eso y empecé a
consumir. Después te olvidás tarde”. Mostraba su intento de solución para calmar el dolor y el
fracaso de dicha respuesta que resultaba siempre insuficiente para la elaboración del duelo por
su padre. Nos resulta pertinente considerar de qué manera Pedro había quedado
indisolublemente ligado a ese padre en una pendiente mortífera, incluso en una de sus últimas
crisis de angustia sólo pedía por aquél. Debemos aclarar que Pedro realizó una primera
entrevista de admisión en el año 2015. En esa ocasión relató su preocupación respecto de sus
accidentes y problemáticas ligadas al consumo. En ese momento también comentó que él ya
había consultado previamente hacía un tiempo en el hospital. Un año más tarde volvimos a
presenciar una nueva entrevista de admisión: Pedro había abandonado nuevamente el
tratamiento hacía unos meses y solicitaba un turno para reiniciar el mismo. Pero en la última
consulta algo había ocurrido que cambió la vida de Pedro. Se enfrentaba con su próxima
paternidad y estaba desprovisto de un saber que le permitiera modificar su posición de hijo
que permanecía sufriendo por la ausencia de un padre. La intervención del equipo profesional
se vio facilitada por la subjetivación actual del malestar de Pedro, las crisis de angustia y las
vacilaciones subjetivas que éstas implican para proponerle un tratamiento ambulatorio y un
breve periodo de terapia farmacológica. Pedro reconocía el hecho de estar “muy nervioso” y
mostrar intenciones de afrontar su paternidad, razones por las cuales aceptaba el tratamiento,
expresaba “Por lo menos un tiempo, para estar más tranquilo, también me da miedo de caer
preso, yo fui detenido cuatro veces pero era menor, ahora tengo más de 18 años”. En este
caso, la madre, “ex adicta” desconocía cualquier situación conflictiva de su hijo y reconocía
un solo agente etiológico en todo lo que le ha pasado, la droga como el único factor
interviniente en sus detenciones y graves accidentes.

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