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La venganza de Bolívar contra la Nación Pastusa

"¿Fueron los pastusos los únicos que entendieron que el cambio de las
elites españolas a las criollas solo traería guerras y desolación?"
Por: carlos eduardo lagos campos | diciembre 23, 2020
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de
vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.

Foto: Ricardo Acevedo Bernal

En épocas de la “independencia”, la muy noble ciudad de San Juan de Pasto era un

punto estratégico en la ruta de las tropas independentistas hacia los países del

sur; debido a su ubicación estratégica y su rebeldía frente a la junta criolla que se

estableció en Quito en 1809 fue objeto de múltiples disputas entre los gobiernos

de Quito y Santafé de Bogotá.


CONTENIDO PROMOCIONADO
Para definir la raza bravía acuñada en estas tierras del sur, el escritor Alfredo

Cardona Tobón expresó:

Los pastusos han sido pacíficos, creyentes y profundamente respetuosos de la

autoridad y de las tradiciones, pero cuando se ha atentado contra sus principios no

han dudado en tomar las armas para defenderlos. A principios del siglo XIX, Pasto

estaba aislado de las corrientes de la ilustración, no le interesaba cambiar al rey y

le aterrorizaban los librepensadores; sus reivindicaciones eran otras: una

administración independiente de Quito y Popayán, el asiento de un obispado y el

establecimiento de instituciones educativas para sus hijos. Por otro lado los

indígenas veneraban al rey y a los dirigentes pastusos no les convenía un cambio

que perjudicara sus intereses.

Tras la llamada independencia de la Nueva Granada obtenida el 7 de agosto de

1819 en el cruce del río Teatinos, en inmediaciones de Tunja ( ¿Batalla de Boyacá)

por los ejércitos republicanos al mando del general Simón Bolívar, estos que no

tenían una composición uniforme como en los tiempos modernos, tomaron la

ciudad de Popayán; luego, su siguiente objetivo era el sometimiento de San Juan

de Pasto, situación que no se hizo fácil para las tropas de Bolívar; siendo
rechazados el dos de febrero de 1821 en las laderas del Galeras; como había

sucedido con anterioridad con las tropas dirigidas por el general Antonio Nariño.

En ese contexto emerge una figura emblemática en el sur de la Nueva Granada,

un líder innato y un gran guerrero de origen indígena, se trata de Agustín

Agualongo, jefe miliciano que propinó con sus tropas, innumerables derrotas a los

Ejércitos comandados por el general Venezolano Simón José Antonio de la

Santísima Trinidad Bolívar y Palacios Ponte y Blancor y su Hombre de confianza y

predilecto el también Venezolano Mariscal Antonio José de Sucre y Alcalá.

La batalla más emblemática se libró en el sitio conocido como Bomboná (Cariaco),

a las 3 de la tarde del 7 de abril de 1822, donde a pesar de la superioridad

numérica las tropas de dirigidas por Bolívar, bajo el mando de los generales

Manuel Valdés y Pedro León Torres, se enfrentaron a las de Basilio García y las

milicias pastusas, sufriendo una estruendosa derrota que la historia describiría

para no avergonzarlo como un empate.

En ese contexto emerge una figura emblemática en el sur de la Nueva Granada,

un líder innato y un gran guerrero de origen indígena, llamado Agustín Agualongo,

jefe miliciano que propinó con sus tropas, innumerables derrotas a los ejércitos

comandados por el general de origen venezolano Simón José Antonio de la

Santísima Trinidad Bolívar y Palacios Ponte y Blancor y su hombre de confianza y

predilecto el también venezolano mariscal Antonio José de Sucre y Alcalá.

La victoria indiscutida del general Antonio José De Sucre, el 24 de mayo de 1822

en la batalla de Pichincha, forzaron la capitulación del pueblo pastuso; facilitando

el ingreso en actitud triunfal del general Bolívar, el 8 de junio de 1822; pero su

tranquilidad le duraría muy poco, el pueblo pastuso era reacio a esta causa y

entendió que este cambio en el ejercicio del poder, en nada les beneficiaría y es

así como cinco meses después los milicianos Agustín Agualongo y Benito Boves en

una audaz acción retoman la ciudad y expulsan de manera humillante a las tropas

de Bolívar.
Esta nueva resistencia y la derrota de los granadinos de manos de las milicias

Pastusas en la Batalla de Taindalá fue la excusa perfecta para que Bolívar

obtuviera su venganza contra esta noble ciudad, resguardo de la tranquilad y del

culto a lo religioso.

Tras un nuevo triunfo de Sucre en Ibarra, Bolívar le ordena la retoma a sangre y

fuego de San Juan de los Pastos; como si esto no hubiese sido suficiente

posteriormente signaría el destino de la ciudad bajo la siguiente consigna: “barrer

de la faz de la tierra su raza infame”. Es así como el 24 de diciembre de 1822 hace

su arribo demencial a esta noble ciudad el general Sucre. Fueron muchos y de una

extrema sevicia los excesos de las tropas bajo su mando; esto a pesar de que la

ciudad al conocerse la proclama de Bolívar había sido desalojada por las milicias;

luego en ella únicamente se encontraban mujeres, ancianos y niños.

La masacre fue horrible: nadie se salvó de aquella orgía de terror; no se

respetaron a sus inermes habitantes; mujeres, ancianos y niños fueron

masacrados y violados incluso a las siervas de Dios. Durante aquella amarga

noche de Navidad y durante tres días más; participaron en aquella vergonzosa

acción tropas de los llanos de Aragua y Casanare y muchos de los supervivientes

de su derrota en Bomboná, principalmente los del Batallón Rifles.

Se calcula que las personas asesinadas ascienden a más de 800; en su mayoría

mujeres, ancianos y niños. De ahí deviene el nombre de la calle conocida como la

calle del colorado, debido a la sangre derramada en el sector de Santiago por

nuestras gentes en defensas de sus creencias, de sus principios, de sus propios

intereses; pero esto no fue suficiente para la consigna de “Guerra a muerte”

implantada por Bolívar contra esta fortificación, resguardo de la tranquilidad y del

culto a lo religioso; por ello, además las tropas se empecinaron en violar a mujeres

y niños; al tiempo que saquearon y destruyeron toda la ciudad. Situación de la que

no se salvaron ni las iglesias, ni los edificios públicos, lo que produjo una perdida

invaluable a nuestro patrimonio histórico y cultural.


A pesar de que el comando de los saqueadores y perpetradores de este magnicidio

estaba a cargo de Sucre, es importante recordar que el direccionamiento de todo

estos terribles actos fue orquestado directamente por Bolívar; por ello se cree que

el mariscal de Ayacucho actuó sin temor a represalias. A pesar de estar vigente “el

Tratado de Regulación de la Guerra” suscrito por el mismísimo Simón Bolívar, el 25

de noviembre de 1820, acuerdo que imponía la obligación de respetar los pueblos

ocupados.

El escritor Guillermo Argote transcribió al respecto: "Los pastusos deben ser

aniquilados, y sus mujeres e hijos transportados a otra parte, dando a aquel país

una colonia militar. De otro modo Colombia se acordará de los pastusos cuando

haya el menor alboroto o embarazo, aun cuando sea de aquí a cien años, porque

jamás se olvidarán de nuestros estragos aunque demasiado merecidos".

Sobre este nefasto y triste hecho, Julio Cepeda Sarasty nos hace una compilación,

en el siguiente texto:

El 24 de diciembre de 1822 el pueblo del sur fue invadido, pisoteado y abusado, la

libertad se tiñó de sangre, se perfumó de muerte, se vistió de persecución, de

masacres y sacrificios. Sobre el pie del Galeras, Bolívar bautizó con muertos las

calles, con violaciones las iglesias, con represiones a la valentía; no dejó un sueño

vivo porque sólo su sueño era posible, porque la independencia debía depender

solamente de sus ideales".

El 23 y 24 de diciembre de 1822, después de rudo combate en el barrio Santiago

de Pasto, en horrible matanza que siguió, soldados, hombres, mujeres, niños y

ancianos fueron sacrificados y el ejército “libertador” inició un saqueo por tres

días, asesinatos de indefensos, robos y otros desmanes; hasta el extremo de

destruir, como bárbaros, los libros públicos y los archivos parroquiales, cegando

así tan importantes fuentes históricas. No respetaron los templos donde el pueblo

pastuso buscó protección.


Bolívar, quien nos llevó a la llamada libertad, el de la Navidad Negra, el de la

temible espada, el del caballo blanco, el de uniforme rojo, el que llenó los ojos de

los pastusos de dolor y de llanto, el que dejó cientos de niños huérfanos y una

multitud de madres y viudas llorando a sus hombres inmolados. En defensa de sus

creencias el pueblo pastuso no secundó la lucha por la independencia, no renunció

a sus rancias convicciones por un hombre que los desterró y los humilló hasta la

muerte.

El cruel libertador, el que manchó de muerte las calles, el que nos liberó de la

corona pero que nos manchó de miseria, dolor y llanto. La historia de esta patria

en construcción nos cuenta que el libertador asesinó y sacrificó a nuestra pueblo

en nombre de la libertad y de la independencia; pero no olvidemos que dejó las

huellas de su espada en nuestras gentes, que sometió y humilló nuestros

ancestros, que pisoteó nuestro pueblo y que fue el autor de una macabra obra

perenne en la memoria de nuestro pueblo.

El historiador nariñense Enrique Herrera Enríquez cita como probanza de aquellos

luctuosos hechos las siguientes piezas históricas:

El historiador José Manuel Restrepo narra así el acontecimiento: Al amanecer del

24 los cuerpos desfilaron sin detenerse por la fragosa montaña que separa a

Yacuanquer de Pasto. Tardaron mucho en atravesarla, y hasta las doce del día no

avistaron a los facciosos apostados en las alturas y quebradas que rodean a la

ciudad por la parte del sur. A la una de la tarde fueron destinadas la primera y

quinta del Rifles a tomar las alturas que ocupaban los rebeldes a nuestra

izquierda; el resto del batallón, con su coronel y el general Barreto, se dirigieron

contra la principal estancia del enemigo. Habiéndose esta sobre la iglesia de

Santiago, circuida de un terreno excesivamente cortado, y donde los pastusos se

creían invencibles con el auxilio de aquel santo apóstol, patrón de la España…"

Alberto Montezuma Hurtado manifiesta: según refiere la crónica, la propia imagen

de Santiago fue puesta en medio de los defensores, como un gran general y más
bien cayó al suelo en uno de los lances del combate, convirtiéndose en estorbo, y

mientras sus decepcionados partidarios le echaban en cara tan lamentable

inutilidad.. A las tres de la tarde la dispersión de los facciosos se hizo incontenible;

el sujeto Boves tomó camino de oriente con unos clérigos españoles y varias

gentes de fusil, Agualongo y Merchancano se acogieron a sus montes hospitalarios.

Y entonces, bajo la vista inexplicablemente gorda del general Sucre, los

vencedores se entregaron al saqueo de la ciudad, distinguiéndose por sus

atrocidades el famoso batallón Rifles, con su jefe Arturo Sanders a la cabeza.

Sobre los hechos no existe un solo recuerdo, amargo o descomedido, no hay

tampoco un solo comentario, en prueba de lo cual se transcriben ahora los de

diversos y conocidos historiadores:

De don José Manuel Groot: “Las tropas irritadas con la obstinada guerra que les

hacían los pastusos, saquearon la ciudad y el general Sucre hubo de permitírselo.

Allí no hallaron casi gente, todos los hombres habían huido, no habían sino las

monjas y algunas mujeres refugiadas en el convento”.

De don Carlos Pereyra: “Sucre tuvo que destrozar a los combatientes y tuvo que

presenciar después, lleno de un profundo desaliento, la matanza que siguió al

combate”.

Del general Tomás Cipriano de Mosquera: “El encono del batallón Rifles por el

rechazo que sufrió en Taindala en el mes anterior, le hizo ser cruel y no dio

cuartel, de lo que provino que murieran más de cuatrocientos hombres, mientras

que los cuerpos del gobierno nacional solamente tuvieron seis muertos y cuarenta

heridos. El general Sucre tuvo que restablecer la disciplina y sujetar al Rifles,

poniéndose a la cabeza del batallón Bogotá. Este castigo cruel que sufrieron los

pastusos produjo que la guerra durara dos años más”.

Del general José María Obando: “No se sabe cómo pudo caber en un hombre tan

moral, humano e ilustrado como el general Sucre la medida, altamente impolítica y

sobremanera cruel de entregar aquella ciudad a muchos días de saqueo, de


asesinatos y de cuanta iniquidad es capaz la licencia armada; las puertas de los

domicilios se abrían con la explosión de los fusiles para matar al propietario, al

padre, a la esposa, al hermano y hacerse dueño el brutal soldado de las

propiedades, de las hijas, de las hermanas, de las esposas; hubo madre que en su

despecho, salióse a la calle llevando a su hija de la mano para entregarla a un

soldado blanco antes de que otro negro dispusiese de su inocencia; los templos

llenos de depósitos y de refugiados fueron también asaltados y saqueados; la

decencia se resiste a referir por menor tantos actos de inmoralidad...”.

José Manuel Restrepo, historiador coetáneo de los acontecimientos y profundo

admirador de Bolívar y su ejército, dice al respecto: “Después de hora y media de

combate los facciosos —léase los pastusos— fueron derrotados completamente en

todos los puntos. Los dispersos huyeron, unos con Boves hacia las montañas de

Sibundoy, camino del Amazonas, y otros al Juanambú, a fin de ampararse en el

desierto de El Castigo".

En el acto fue ocupada la ciudad, en la que solo hallaron las monjas y unas pocas

mujeres acogidas al convento —se refiere al de Las Conceptas—. Los hombres

habían huido todos llevándose las armas. Desgraciadamente la ciudad fue

saqueada por las tropas vencedoras, irritadas sobremanera por la obstinada

resistencia que habían hecho sus habitantes.

Los pastusos tuvieron cerca de ochocientos muertos en los diferentes combates, y

se les tomaron muy pocos prisioneros a causa de la vigorosa terquedad con que se

defendían. Por una rara fortuna, el General Sucre perdió solo ocho muertos y

treinta y dos heridos”.

Del doctor José Rafael Sañudo: “Se entregaron los republicanos a un saqueo por

tres días, y asesinatos de indefensos, robos y otros desmanes hasta el extremo de

destruir como bárbaros al fin, los archivos públicos y los libros parroquiales,

cegando así tan importantes fuentes históricas. La matanza de hombres, mujeres

y niños se hizo aunque se acogían a los templos, y las calles quedaron cubiertas
con los cadáveres de los habitantes, de modo que “el tiempo de los Rifles” es frase

que ha quedado en Pasto para significar una cruenta catástrofe. Quizás el haber

permitido Sucre tan nefandos hechos, dio causa a que la Providencia señalara los

términos de Pasto ocho años después para que sea sacrificado en términos de La

Ventaquemada”.

El historiador ecuatoriano Pedro Fermín Cevallos, refiere así el macabro

acontecimiento: “Después de hora y media de combate, fue derrotado del todo el

enemigo, y Sucre ocupó la ciudad desierta. Más de ochocientos de los rebeldes

quedaron tendidos en el campo, fuera de los heridos, no habiendo costado al

vencedor sino ocho muertos y treinta y dos heridos. Los vencedores llevados de la

venganza contra un pueblo tenazmente enemigo suyo saquearon la ciudad”.

Del doctor Roberto Botero Saldarriaga: “Al combate leal y en terreno abierto

sucedió una espantosa carnicería: los soldados colombianos ensoberbecidos por la

resistencia, degollaron indistintamente a los vencidos, hombres y mujeres, sobre

aquellos mismos puntos que tras porfiada brega habían tomado. Al día siguiente,

cuatrocientos cadáveres de los desgraciados pastusos, hombres y mujeres,

abandonados en las calles y campos aledaños a la población, con los grandes ojos

serenamente abiertos hacia el cielo, parecían escuchar absortos el Pax Ómnibus,

que ese día del nacimiento de Jesús, entonaban los sacerdotes en los ritos de

Navidad”.

Del padre Arístides Gutiérrez, sacerdote oratoriano: “El padre Francisco Villota

pasó por la terrible prueba de ver su tierra natal convertida en un lago de sangre,

pillaje y degüello por tres días, el 24, 25 y 26 de diciembre de 1822, en los cuales

el batallón Rifles cometió atrocidades inauditas de barbarie y salvajismo”.

De don Pedro María Ibáñez: “Aquella población fue tratada por los soldados de

Sucre como país enemigo; sacrificaron sin piedad a los valientes y obstinados

guerrilleros y apagaron con esos triunfos la terrible insurrección”.


Del doctor Leopoldo López Álvarez: “Ocupada la ciudad, los soldados del batallón

Rifles cometieron toda clase de violencias. Los mismos templos fueron campos de

muerte. En la Iglesia Matriz le aplastaron la cabeza con una piedra al octogenario

Galvis, y las de Santiago y San Francisco presenciaron escenas semejantes”.

Del doctor Ignacio Rodríguez Guerrero: “Nada es comparable en la historia de

América, con el vandalismo, la ruina y el escarnio de lo más respetable y sagrado

de la vida del hombre, a que fue sometida la ciudad el 24 de diciembre de 1822

por el batallón Rifles, como represalia de Sucre por su derrota en Taindala un mes

antes, a manos del paisanaje pastuso armado de piedras, palos y escopetas de

caza”.

De tal magnitud fue la crueldad de estos hechos que reconocidos afectos a la

causa libertadora rechazaron con repudio estos actos de barbarie y

cobardía. Daniel Florencio O’Leary, secretario privado de Bolívar, en referencia a

este trágico acontecimiento expresó:

[…] en horrible matanza que siguió, soldados y paisanos, hombres y mujeres,

fueron promiscuamente sacrificados y se entregaron los republicanos a un saqueo

por tres días, y a asesinatos de indefensos, robos y otros desmanes; hasta el

extremo de destruir, como bárbaros al fin, los libros públicos y los archivos

parroquiales, cegando así tan importantes fuentes históricas.

El escritor Isidoro Medina Patiño en su libro, Bolívar, genocida o genio bipolar,

Imp. Visión Creativa, Pasto, 2009, págs. 69 y sigs, nos comenta:

Pasto y sus moradores, por su acendrada defensa de la Monarquía Hispánica en

América, se desencadenó en la Navidad de 1822, cuando las tropas separatistas,

al mando de Antonio José de Sucre, se tomaron la ciudad y protagonizaron uno de

los más horripilantes episodios de la Guerra de la Independencia. Fue una

verdadera orgía de muerte y violencia desatada, en la que hombres, mujeres y

niños fueron exterminados, en medio de los más incalificables abusos. Este hecho
deshizo, sin duda alguna, la reputación de Sucre, quien de manera inexplicable

permitió que la soldadesca se desbordara, sin ninguna clase de control.

Solo una mente bipolar desequilibrada pudo ordenar unas acciones tan terribles,

en contra de un pueblo entero. Con este ataque del ejército patriota a la ciudad,

Simón Bolívar demostró una vez más su odio visceral en contra del pueblo pastuso

y como instrumento de su sangrienta venganza, utilizó a su paisano, el general

Antonio José de Sucre, el oficial de sus mayores afectos, quien, de manera

inexplicable, permitió a los soldados a su mando el perpetrar toda clase de

iniquidades, como jamás se habían visto.

El líder iconoclasta de Pasto Roberto Segovia nos manifiesta que en su sentir "las

estatuas de Bolívar deben ser eliminadas por todo el pueblo Pastuso y Nariñense,

antes del 24 de diciembre de 2022. Cuando inicia el mes del terror Bolivariano,

confiscación de las tierras, la Jura, el lanzamiento de los "matrimonios" al río

Guáytara y el destierro de nuestras mujeres y niños al Ecuador y Perú".

El profesor y escritor nariñense Pablo Emilio Obando al preguntársele sobre cómo

debemos recordar la memoria de nuestros mártires, respondió:

Hace algún tiempo propusimos la elaboración de un monumento que recuerde este

nefasto acontecimiento. La idea era convocar a artistas de la región para que

participen en una convocatoria y la propuesta ganadora se realizaba en

proximidades de la iglesia de Santiago en cercanías de la calle del Colorado, esto

con la participación de alcaldía y gobernación.

Para que la propuesta de Pablo Emilio Obando y la memoria de nuestros héroes

caídos no se quede en el olvido, proponemos desde esta tribuna una amplia

manifestación ante las autoridades de todo orden para que se materialice este

monumento como un justo reconocimiento a toso los que cayeron inermes en

manos de la espada del libertador.

A modo de anécdota se comenta por algunos, sin fundamento escrito, que el

origen de los apellidos Guerra y Guerrero, muy comunes por esta región, tiene su
sustento en estos horrorosos hechos, cuando nueve meses después muchas

mujeres de Pasto acudían a la pila de la iglesia a Bautizar a sus vástagos producto

de los hechos descritos. Al ser requeridas por el cura, ¿de quién es hijo este?,

algunas respondían “de la Guerra” y otras, “del guerrero”.

De igual manera los chistes y burlas que con alguna intención se dicen de las

gentes de esta noble ciudad tienen su origen en su lealtad a la madre patria y a

sus instituciones durante el periodo que conocemos como la “Independencia”. Por

ello, “una vez consolidado el gobierno republicano se ejerció una deliberada

estigmatización sobre los pastusos que, posteriormente, se tradujo en una

caricaturización de los mismos y la cual continúa vigente en la sociedad

colombiana”.

Ante esto la reflexión obligada que debemos hacer es: ¿fueron los pastusos quizá

los únicos que entendieron que el cambio en el poder y de las elites españolas a

las elites criollas solo traería guerras y desolación a esta nueva república, como

evidentemente ha venido y viene sucediendo desde hace más de dos siglos?

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