Está en la página 1de 124

i'

M AURICE BARDECHE

El huevo de Colón
( Carta a un senador de Estados U nidos)

E D I T O R I A L DE A U T O R E S , S. R. L.
BUENOS AIRES
. T ítu lo del original:
L ’O E U F D E COLOM B

T rad u jo del francés:


J. A . O sorio L izaraso

Q ueda hecho el depósito que previene la ley N 9 11.723


Es propiedad de E ditorial de A utores, S. R . L . - Buenos A ires, I95í.
NOTA DEL TRADUCTOR

U n lenguaje fuerte y vigoroso, a veces áspero con la aspereza


d e los latigazos, caracteriza e l libro de M auricc Bardeche cuya tra­
ducción emprendemos en seguida. A usente de todo preciosismo lite­
rario, el autor ha querido presentar u n cuadro tremendo de realidades
crudas y objetivas. N o ha pretendido hacer una obra literaria para
diversión de puristas o para satisfacción de poetas, sino trazar un recio
program a para el porvenir sobre los terribles hechos contemporáneos,
y gritar, tan fuerte como le sea posible, su voz de alarma frente a! pe­
ligro que gravita sobre la civilización y sobre la vida en Europa.
Este ha sido su propósito: y para llevarlo a cabo no le im porta
repetir una. vez y otra una idea o u n a frase. Lo que le interesa es
fijar la atención, presentar su panorama mortal, denunciar las ciéna­
gas pestilentes, trazar las obras de sanificación moral indispensables,
y presentar un cuadro de posibilidades efectivas. N ada de fantasías
ni de lirismos. Y estas repeticiones, esta insistencia intencionada, que
para u n crítico de estilos podría parecer fatigosa, adquiere, así consi­
derada, un valor y una consistencia arrogantes y combativas. La más
poderosa evocación de la lucha, de la disciplina, de la marcha orde­
nada y uniform e que conduce a las victorias, está en los instrumen­
tos de percusión, que despiertan ím petus inconmensurables.
Como traductor, he tratado de sostener este estilo tajante y vi­
goroso, y no he pretendido enm endar, aprovechando la riqueza y la
exuberancia de nuestro idioma, la fuerza insistente con que el autor
golpea sobre la inteligencia y sobre la sensibilidad del lector. Porque
éste no es un libro de .primores literarios, sino un gran grito de alerta
a los pueblos intoxicados por el engaño y por la insidia de pérfidos
consejeros inspirados en una política de odio y de represalias, de la
cual sólo podrá salir la muerte.
/ . A . O. L.
C A P ÍT U L O I

EL H U E V O R U E D A
S eñor senador:
Usted me ha solicitado un inform e: helo aquí. Es brutal. Pero
prefiero hablarle así. En él encontrará u n análisis, el de la situación
presente de usted. Y encontrará tam bién una solución. N o sé si el
análisis le parecerá justo y la solución realizable. Pero usted me ha
preguntado lo que pienso y yo se lo expongo con sinceridad y sin
lisonja. Así fue com o hizo Cristóbal C olón con su huevo: el huevo
se cae y y o le digo por qué; después le m uestro que se puede man­
tener en equilibrio y le explico cóm o. Y después de esto a usted le
corresponde juzgar.
“ Hemos m atado al perverso cerd o ”, declaraba un día Churchill.
Esta frase lo resume todo. ¡Cómo era de hermosa la Europa de 1939!
¡Cómo estábamos de seguros del porvenir! ¿Quién no quisiera vol­
ver hacia atrás, al tiempo en que aún había polacos?
N o se puede volver hacia atrás. N u n ca puede volverse hacia
atrás. N o volverá a haber jamás polacos. Pero puede existir otra
cosa. Los m uertos que no se levantan más pueden ser reemplazados
po r los vivos. Las voluntades que ustedes han herido locamente y
que ahora se han dispersado com o las gemas de un collar roto, pueden
volver a reunirse en torno de una nueva idea. Sobre las defensas
destruidas puede surgir u n m uro de acero. Pero es necesario com­
prender, señor senador, lo que ustedes han hecho, o más bien, lo
que ustedes han obligado a hacer. N o basta com prender sus errores
estratégicos y políticos; es necesario que com prendan también sus
errores fundamentales, y sobre todo la causa de sus errores. Es preciso
que ustedes reconozcan quién los ha conducido y a dónde los ha lle­
vado. N o basta denunciar el mal sino que es necesario desenmascarar
el espíritu del mal. Porque ustedes se asemejan hoy a u n alcohólico que
pretendiera curarse bebiendo más w h isk y : ustedes quieren reparar los
defectos de su política manteniendo los principios de esa política.
Este libro tiene por objeto m ostrar, en prim er térm ino, esa con­
14 M a u r ic e Baroéche

tradicción esencial y sus consecuencias. También tiene por objeto


enseñarles que existe otra rata. N o es la ru ta del pasado, sino la de
un mundo nuevo. Es la ru ta que adivinan confusamente hoy millones
de hombres en Europa, la salud y la salvación que imploran confusa­
mente millones de voces hasta ahora silenciosas. Y es bueno que
ustedes oigan esas voces.
*

“Ustedes m ataron al perverso cerdo” . Esta frase no se explica lo


suficiente. V o y a dem ostrarle que ustedes no han terminado de matar
al perverso cerdo y que tienen que matarlo aún todos los días.
Esta será, si le parece, la primera parte de mi razonamiento.
Y desde luego, comencemos por una mirada hacia atrás. Vea­
mos, desde luego, por qué la Europa de 1939, que nos parece ahora,
p o r comparación, una Europa sólida, una Europa granítica, era así.
La contención del comunismo realizada entonces era en primer
lugar estratégica y en segundo, y al mismo tiempo, política.
M enciono solamente de memoria el aspecto estratégico de esta
situación. La existencia de grandes ejércitos modernos capaces de
contener a las hordas rojas y por lo mismo de hacer quimérica toda
política de expansión fundada sobre la intervención del ejército rojo,
es un elemento tan evidente de equilibrio europeo que no vale la
pena de ser explicado. Son. las consecuencias políticas de esta situa­
ción las que los compatriotas de usted parecen no comprender
exactamente. En otros términos, es sobre las condiciones políticas del
equilibrio europeo de 1939 sobre lo que y o quisiera razonar con usted.
La primera consecuencia política de esa contención estratégica
es que el comunismo, p o r decirlo así, había aceptado esta situación
y que en consecuencia en ese momento abdicó, o a lo menos pareció
abdicar, del sueño mundial de Lenín. Al proclamar la doctrina del
"socialismo en un solo país” , Stalin sentaba el acta de este fracaso.
Se encerraba en sus fronteras. Admitía que su reino no sería sino un
reino de consolidación. L e quitaba al comunismo su carácter reli­
gioso: porque una religión que se contenta con una área geográfica
deja de ser una religión, puesto que renuncia a la universalidad. ¿Qué
significaría el “cristianismo en un solo país” sino el fin del cristia­
nismo?
Solamente hoy podemos com prender toda la importancia de esta
victoria de la vitalidad europea. Antes de la guerra no apreciábamos
sino las ventajas estratégicas de esta situación. N o habíamos visto el
gran significado capital de que la Rusia soviética hubiera quedado
E i. H u evo de C o ló n 15

reducida a ser “ un Estado como los otros” . Enfrente del imperio


formidable que se esparce actualmente en todas direcciones por en­
cima de sus fronteras, aquella situación nos parece a la distancia sólida
y casi tranquilizadora. ¡Y cómo es de rica en enseñanzas! En tales
circunstancias la Rusia soviética podía ser contenida. Podía llegar a
ser un imperio, ciertamente interesado en la expansión del comunismo,
en cuanto éste implicaba la expansión de su influencia, pero quedaba
obligada a conducirse como imperio, esto es, a someterse poco a poco
a las leyes políticas de todos los nacionalismos.
La segunda consecuencia política, o más bien la segunda cir­
cunstancia política que acompañó esta acción colectiva de conten­
ción del comunismo fue el nacimiento de nna ideología.
Lo que constituía el dique no era solamente la. fuerza militar,
porque un ejercito no es otra cosa que un ejército, y <~J rojo era
también un excelente organismo, sino sobre todo la voluntad colectiva
de esos pueblos enfrentados en su totalidad contra el bolcheviquismo.
Los cañones son necesarios, pero la voluntad es aún más necesaria que
los cañones: los cañones no son nada sin la voluntad y la fe. Ahora
bien, los bastiones de Europa eran justamente las fortalezas de la
voluntad y de la fe. Cualquiera sea el juicio que se exprese sobre
los regímenes que se colocaron a la vanguardia del combate anri-
bolchevique, es necesario reconocer que no solamente supieron eli­
m inar el comunismo en sus pueblos, sino animar a éstos con una pro­
funda y durable convicción anticomunista. Este bloque anticomu­
nista, esta voluntad de resistencia y de combate que ustedes buscan
en vano hoy, fueron suscitados p o r aquellos regímenes desde el pri­
m er momento y mantenidos sin desfallecimiento. La sola policía no
explica eso. U n pueblo se calla y se somete bajo una policía fuerte,
pero no va gustosamente a com batir. Ahora bien, los hombres que
montaban la guardia sobre la adorm ecida Europa se batieron com o,
héroes. Encontraron ante sí combatientes fanáticos, admirables sol­
dados, embriagados como ellos de su verdad, y no fueron desiguales
en ese combate, y no sucum bieron sino por el número y la traición.
El genio de nuestros viejos países de Occidente había sabido oponer
a la mística comunista una mística igualmente fuerte. Del vientre
fecundo de la vieja Europa, m adre de las leyes y de las naciones,
había surgido una nueva fe. N o era que un sistema se elaboraba con­
tra otro sistema, sino que nuestra tierra y nuestra sangre volvían a
encontrarse repentinamente. N o era nada abstracto, sino eran hom­
bres que se acordaban. E ran toda nuestra fuerza y todo nuestro
pasado, desde m uy lejos en el tiem po, los elementos que les hacían
encontrar las palabras capaces de despertar a los pueblos contra eí
16 M a u r ic r B a rdeche

desbordamiento de Asia. E l racismo de algunos no fué sino una


exageración sistemática de ese ímpetu vital. E n realidad, era que la
raza blanca de O ccidente se enfrentaba a las invasiones asiáticas y
buscaba en su genio mismo, en su sangre, en su pasado, el grito de
guerra que podía co n cen trar a todos sus pueblos. Su anticomunismo
fué sólido porque era una esencia de sí misma y la fidelidad a esta
esencia.
Tales fueron los dos caracteres políticos que acom pañaron la
detención de la expansión com unista en Europa. El equilibrio visible
de las fuerzas estratégicas estaba sostenido p o r el equilibrio invisible
de Jas fuerzas ideológicas. Y era este segundo equilibrio, el de Jas
fuerzas que no se ven, el que daba sentido y solidez al otro, al equi­
librio de las fuerzas que pueden contarse.
Yo no tengo sino una cosa que decirle al respecto, señor sena­
dor: de.¿ j o recordar cóm o se hizo todo esto. N o fueron diplomáti­
cos, ni generales, ni banqueros los que se colocaron a la cabeza de
esos movimientos populares. Esta reacción defensiva nació po r todas
partes del instinto nacional. A n te el desorden, la anarquía, el miedo,
la corrupción de la burguesía, ante la timidez del poder, fu é el pueblo
mismo quien reaccionó. La unión se liizo alrededor de u n hombre,
de un grupo, de una idea, p ero siempre de la misma manera. Fué el
país mismo el que se levantó espontáneamente, y no una clase o una
liga de intereses: eran las fuerzas nacionales las que, en cada país,
cristalizaban de repente y form aban u n bloque. Siempre, cuándo un
país se ha sentido amenazado, su instinto vital ha im puesto la unión
necesaria. T odo o cu rrió a la m anera brutal e inm ediata com o se
opera una reacción quím ica. C uanto era nacional reaccionó casi ma­
terialmente, com o la lim adura de hierro reacciona ante el imán. La
repugnancia contra el com unism o fue un reflejo. Cuanto era nacional
se encontró de súbito en el-m ism o campo. En todos los países de
Europa las fuerzas nacionales se designaron inmediata e instintiva­
mente como las fuerzas anticomunistas p o r excelencia. ' Y la yuxta­
posición de las fuerzas nacionales de Europa form ó el fren te anti­
bolchevique, la barrera que se form ó espontáneamente y que en aquel
momento nos protegía a todos.
Tal es la lección de nuestra reciente historia, señor senador. Tal
fué el obstáculo que ol com unism o encontró en su camino y que no
pudo franquear, y ante el cual el ejército rojo se disolvió y la ex­
pansión se hizo imposible.
D e esta suerte pudo ser cierto en aquella época Jo q u e dice lioy
Stalin: el régim en soviético podía existir al lado de regím enes de otro
tipo, y hacerlo sin guerra y sin catástrofe, pero con la condición de
El H u evo d e C o lón 17

«que aquella barrera ideológica y m ilitar existiera, que obligara a la


R usia soviética, p o r el solo hecho de su existencia, a convertirse en
"“u n Estado com o los otros”, y que fuera, en suma, la garantía de su
-.prudencia y de su renunciamiento.
E ste es el prim er punto que y o quería recordarle, señor senador.
L o que precede no es sino una introducción, un recuerdo que
•era necesario. Lo que me interesa es o tra cosa. Es el punto siguien­
te: ¿cómo llegó el comunismo a d erribar este obstáculo? ¿Qué fué
l o q u e inventó para introducirse en E uropa a pesar de esta barrera?
¿Cuál es, en suma, la figura que tom a el comunismo cuando quiere
•camuflarse? ¿Cuáles son sus métodos, sus apoyos y sus cómplices?
Cuando usted haya comprendido esto, señor senador, habrá com­
prendido tam bién p o r qué la actual política de su país en Europa
■es ineficaz y habrá comprendido finalm ente que ustedes continúan
•matando el perverso cerdo.
E l dique europeo era una especie de bulevar fortificado, una
m uralla exterior en arco de círculo que com prendía Alemania, Po­
lonia, H ungría, Rumania, Bulgaria, Italia y España. E n el interior
de este arco existían zonas débiles donde la acción comunista era
posible. Pero estas zonas débiles no estaban totalm ente desamparadas,
porque estaban cubiertas y protegidas p o r el cinturón anticomunista.
La disposición geográfica hacía imposible el empleo del procedimiento
•clásico, putsch comunista local apoyado p o r la intervención del ejér­
c ito rojo. Los partidos comunistas de las zonas débiles se encontra­
ban, pues, en la imposibilidad de tom ar el poder. E ra necesario in­
v en tar otra cosa.
F u é aquí donde la técnica com unista vino a ser m uy interesante.
Al n o p oder intervenir directamente, el Kremlin buscó u n medio de
•saltar p o r encima de las fronteras, de hallarse presente sin haberse
trasladado, de estar en el gobierno sin verso obligado a apoderarse
‘del p o d er y para ello inventó el antifascismo. Este invento genial
-no h a sido apreciado como conviene. E s el alma de la política m o­
derna. H a renovado los métodos de la política, de la misma manera
que la aparición de la artillería cambió los de la guerra. Le permitió-
ai partido com unista hacerse om nipotente permaneciendo en minoría,
co n d u cir los asuntos de un Estado sin necesidad de mostrarse jamás,
im poner la política de Rusia por dóciles instrum entos que no son
comunistas y que con frecuencia se dicen anticomunistas, en fin,-ob­
te n e r d e la tontería y de la credulidad de los hombres, lo mismo que
de sus pasiones, lo que no podía conseguir p o r la fuerza. L a infil­
tración p o r el cintifascis7no ha sido el arma política más poderosa de
.los com unistas durante esta guerra y después de ella entre ustedes,
18 M a u r ic e Bardéche

en América, señor senador, ta n to como en E uropa. E l antifascismo-


es el arm a política m oderna p o r excelencia d el com unism o. Es el
arm a que sirve más eficazm ente contra ustedes en esté m om ento y
es la que seivirá para apuñalarlos por la espalda en caso de guerra.
Y p o r esta razón es indispensable que ustedes com prendan en qué-
consiste el antifascismo. T ra ta ré d e demostrárselo p arte p o r parte,
com o u n fusil o com o u n lanzabombas. Y usted verá entonces que
el e rro r esencial de su política en Europa ha sido el de considerar
que solamente los com unistas declarados eran sus enem igos, cuando
e n realidad, los verdaderos y los más útiles servidores de la política
del K rem lin son co n frecuencia hombres que no son com unistas, q u e
verbalm ente com baten el com unismo, que se dicen aliados de ustedes,
que les piden dinero y que, e n realidad, se apoderan d e todas las-
posiciones y cum plen todos los actos que responden m ejo r a los
designios secretos de M oscú.
¿Qué es el antifascismo? H asta cuando éste surgió los partidos,
com batían bajo su propia bandera: los comunistas com o comunistas,
los socialistas com o socialistas, los católicos com o católicos. El K rem ­
lin com prendió que en tales condiciones y encontrándose en todas;
partes en m inoría, el com unism o no podría alcanzar el poder. Era.
necesario, pues, cam biar to d o esto, dejar de com batir a cara descu­
bierta, seguir luchando co n máscara. ¿Pero cómo p o d ría hacerlo? F u é
aquí donde el comunismo, co n una brillante m aniobra, se ap o y ó sobre
las fuerzas de resistencia co n tra el comunismo para asegurar su pe­
netración. F ué bien simple: puesto que se le im pedía po n er fuego a
E uropa, se pondría a p edir socorro, a llamar a las gentes sensibles,
a gem ir y a retorcerse las m anos y a reclam ar en n o m bre de la libertad
el derecho de pasearse con antorchas. N o se habló de program a.
N o se habló de comunismo. E ra la humanidad entera la que se sentía,
amenazada. H abía u n m onstruo: allá, sobre la fro n te ra de la po b re
Santa Rusia, sus cohortes form idables no perm itían la realización de
m ítines comunistas y contra él se llamaba al ejército ro jo liberador..
H abía u n m onstruo: nos am enazaba a todos; n o solam ente a los co­
munistas, sino a todos los hom bres, a todos los q u e p retendieran tener
m ítines y co n tra él se llam aba a cualquiera liberador. H abía un¡
m onstruo: era necesario fo rja r una cadena co n tra él, olvidar que se
era burgués, católico, sindicalista o nacional; había q u e realizar y
sostener la unidad de acción contra él. Los com unistas se m ostraban
dispuestos a todo para conseguir esta unidad de acción, n o hablaban
m ás del com unism o, iban a olvidar que existía un a república sovié­
tica, abandonarían todos sus ensueños y no pensarían e n o tra c o s í
que en la pobre hum anidad amenazada.
Iir, H uevo de C olón 19

D esde entonces no hubo para nadie necesidad de decir qué era;


bastaba estar contra ese m onstruo. Se le pintó con los colores más
atroces. Se le llamó la tiranía. El m onstruo, ingenuo, mostraba sus
haces: se le llamó el crimen. Familias llorosas vinieron a decir que
habían sido despojadas: se le llamó ia injusticia. T o d o lo que hizo
fu é calificado com o delincuencia y desgraciadamente, com o en todas
las cosas humanas, había en lo q u e hizo errores que no eran difíciles
d e explotar.
P o r el solo hecho de que alguien se pronunciara contra esta pre­
tendida tiranía, se ¡e consideraba defensor de la libertad. Los hom bres
n o seguían siendo considerados com unistas, socialistas, católicos, sino
q u e desde entonces formaban parte de u n frente com ún de la liber­
tad. El régim en stalinista llenaba las prisiones e im ponía un impla­
cab le terro r: p ero los comunistas estaban contra el fascismo y por
consiguiente luchaban por la libertad. L os adversarios de Stalin eran
deportados por millones y el h am bre despoblaba provincias enteras:
pero los com unistas estaban co n tra el fascismo y p o r lo tanto estaban
p o r el pan del obrero. Rusia no pensaba sino en fabricar cañones
y tanques, pero los comunistas no veían sino Jos cañones y Jos tanques
qu e podían oponerse un día a la potencia soviética y de Jos cuales
pedían la desaparición, porque estaban p o r la paz. “ ¿N o esiá usted
c o n tra el fascismo?”, decían los com unistas a los católicos y a los
socialistas. “D e consiguiente, ustedes están por la paz, p o r el pan,
p o r la libertad” . Y felices de estar p o r ia paz, por el pan y p o r la
libertad, los católicos olvidaban q u e el régim en soviético había hecho
desaparecer el catolicismo y los socialistas fingían creer que ci ré­
gim en de Stalin era uua dem ocracia. A sí, de la misma m anera que en
Jas batallas navales una nube de hum o disimula los acorazados, una
pantalla de palabras cubrió nuestra vida política. Se concluyeron
d en tro de esa confusión alianzas c o n tra la naturaleza. Los católicos
despreciaban tranquilamente la cruz, y los demócratas se burlaban del
sufragio universal. T odo estaba perm itido, todo era santo, puesto que
era co n tra el fascismo. Se fabricaba el perverso cerdo y se le entre­
gaba para que fuera golpeado. ¿Y q uién aprovechaba de todo esto?
E l ejército rojo.
Este adm irable camuflaje contiene más de una lección. Usted
volverá a encontrar en él im posturas q u e conoce y que durante algún
tiem po fo rm aron parte de su p ro p ia historia. La im postura esencial
fu é ésta: los comunistas se disfrazaban de neutrales, de neutrales in­
quietos, desolados, espantados, ante la idea de que algunos países no
reconocieran el derecho de huelga y la legitimidad de los partidos
com unistas. Este disfraz no Ies costaba gran cosa, porque no abju­
20 M a u r ic e Barbeche

raban d e su fe com unista, pero tuvo para ellos consecuencias m u y


útiles.
Desde luego, cesó de temerse a los com unistas. D ejaron de ser
militantes feroces q u e prom etían una disciplina d e acero, comisarios
políticos despiadados, tribunales del pueblo, el terro r, los pelotones
de ejecución. T o d o s se habían equivocado sobre ellos. Eran hom bres
corno los otros. Se olvidó su program a, se olvidaron los ejem plos
que de su co n d u cta habían ofrecido en el pasado. N o siguieron siendo
terribles arcángeles. Saint-Just fué puesto e n tre los accesorios y se
salió del b usto d e Jaurés. N ada de dictadura del proletariado, n ada
d e revolución sangrienta, nada de ninguna d e esas viles acusaciones.
Se tendieron los brazos a los grandes herm anos enérgicos q u e venían
al fin a batirse a] lado d e gentes honradas p o r la libertad, de la cual
eran valientes neófitos, y tam bién, como estaba en su derecho, p o r el
progreso.
Desde entonces un tierno rosicler ciñ ó las frentes sonrosadas.
E ste fu é el p rim e r co lo r del antifascismo, que no era, en realidad, sino
el reflejo d e su vocación sangrienta. Se com batía, no sólo p o r la
libertad, sino p o r el progreso. Se quería lib ertar a las masas obreras,
electrificar las granjas, construir viviendas, desm ontar usinas y nacio­
nalizarlas, despejar y construir, abatir los m onopolios y darle a cada
obrero m etalúrgico su pequeño automóvil, sus vacaciones pagas y u n a
semana d e cu aren ta horas. Muchas gentes p o d ían estar de acuerdo
con este program a, que, p o r una especie d e encantam iento, quedó
ligado al antifascism o. E ra en vano que se hiciera n o tar que e ra
Mussolini quien construía, que los “ Volkswagen” se fabricaban en
W iesbaden y q u e los obreros alemanes tenían grandes ventajas. T ales
observaciones se consideraban grandes im pertinencias co n tra el p ro ­
greso. N o había sino una represa en eí m undo, y era la del D niéper.
N o había sino u n a ju v e n tu d alegre y era la d e los komsohmols. N o
se construía realm ente sino en la república d e los K irghizes, y los
“Volkswagen” n o p odían aclimatarse en F rancia sino bajo un minis­
terio presidido p o r L e ó n Blum. P or lo demás, nada q u e fuera espe­
cíficam ente com unista. E i antifascismo se cuidaba m ucho de in cor­
porar en su program a la constitución de soviets d e obreros y de sol­
dados, la rep artició n de las tierras y la hegem onía del partido único.
Se lim itaba a d ar u n a d irección de pensamiento. N o le exigía a nadie
otra cosa que m irar a la Rusia comunista com o u n bello y lejano
modelo, com o una p atria ideal, como una especie de paraíso y jard ín
que m erecía ser considerado con amor. Este era el sentido del p ro ­
gresismo. L o que se reivindicaba tenía poca im portancia y eso se
sabía. L o que se reivindicaba generalmente había sido ya realizado
El H uevo d e C olón 21

en los países llamados fascistas y eso tam bién se sabía. N o se pedía


a los adeptos sino confesar una sola afirm ación, pero ésta era esen­
cial: que el progreso humano culm inaba en el régim en do la. Rusia
soviética y que todo lo que fuera en esta dirección se llamaba dicha,
gozo y paz, aun cuando fuera en realidad la miseria y Jos disparos
d e cañón, en tanto que todo lo que alejara de la R usia soviética,
to d o lo que Je fuera hostil, era el im perio del mal.
Alcanzado este punto, la noción del progreso se liizo com o una
m ancha de aceite y el m undo quedó desde entonces polarizado. N o
h abía sino dos vías para elegir: la u n a c o n d u cía a la salvación y la
o tra a la perdición. E l antifascismo no era solam ente Ja defensa de la
libertad sino que llegó a ser una religión. T o d o s éram os com o v ír­
genes con las lám paras encendidas. ¡DesdicJiado de aquel que no
encendiera la suya en las antorchas del O riente! Se estableció así
q u e la mezcla de Ja libertad, del progresism o y del socialismo pro­
d u ce efectos maravillosos e imprevisibles. Se podía ser a la vez par­
tidario de la libertad, del progreso y de las reform as sociales y ser,
s in em bargo, un enemigo del antifascism o. T o d o residía en cierta
disposición de ios corazones o más bien en una m arca original que
Jiacían nacer a cada cual antifascista o inadoptable. Las cosas más
indiferentes en apariencia se clasificaban en u n cam po o en otro.
U n o b rero sindicalizado podía ser u n b ru to fascista mientras que
u n millonario podía ser un antifascista indiscutible. A m ar la pintura
d e Picasso era una profesión de fe antifascista. A m ar el cinc soviético
no era una suficiente profesión de fe. L eer a A n d ré G ide fu e durante
larg o tiem po una prueba de progresismo, p e ro u n día se convirtió en
u n a señal de fascismo. H abía elegidos. Forzosam ente u n negro era
antifascista, Jo misino que un judío. P o r el co ntrario, u n árabe podía
sor fascista. T am bién había malditos. U n oficial de Saint-C yr era
evidentem ente un negrero y un oficial de m arina era m ás odioso aún.
E n general, u n antiguo com batiente era siem pre sospeclioso. E l amor
lib re era esencialmente progresista y antifascista. P o r eJ contrario,
e ra u n acto ridículo tener hijos. U n m ilitar de aquel tiem po, que se
llam aba coronel d e L a Roque y que m u rió más ta rd e en ei exilio,
reu n ía sobre sí todos Jos signos de la bestia. N o cesaba de hablar
de la familia, del trabajo y de la patria, palabras q u e tenían entonces
u na resonancia poco progresista y de las cuales se debía descubrir
m ás tarde que estaban cargadas d e u n intolerable significado .esclavi­
zante. E ra n Jas palabras mismas lo que hería más profundam ente la
epiderm is antifascista. E l antifascismo co njugaba fuerzas que había­
m os visto trabajando desde hacía m ucho tiem po. E l am or a la tierra,
el am o r a los-hijos, el am or al trabajo, todas las cualidades campesinas,
22 M aurtce Bardéche

todas esas cualidades carnales de la raza francesa, y no sólo de la ra:--a


francesa sino de todos los pueblos de occidente, eran el enemigo q v e
debía destruirse. N o era suficiente hablar de libertad y de progreso,
sino q u e era necesario m atar en nosotros los reflejos de la raza, los
reflejos d e la vida. E ra necesario m atar la vida en nosotros para que
no estuviéram os expuestos a descubrir un día lo que eran la verdadera
libertad y la alegría. E sta raza nuestra, com préndalo, señor senador,
tiene la vida dura y algunas veces se despierta brutalmente. E ra nece ­
sario im pedir ese despertar. D e allí provenían las naturalizaciones oa
masa de ghettos enteros, el embrutecimiento- por los periódicos y la
radio, la pornografía, la publicidad, la idolatría del rico, la adoración
del oropel, la beatificación del boxeador y de la danzarina desnuda,
toda esa feria que esparce el polvo y el papel de Arm enia y en la cual
una generación dopada se pasea dócilmente, ensordecida p o r los toca ­
discos y las orquestas de los picaderos, sobresaltándose ante los p e tar­
dos, em bobándose fre n te a las sirenas y los monstruos, con la boca se­
ca, el ojo tierno, dando vueltas sin detenerse en esta kermesse sin di­
versión, en este tro p el sin objeto, soñando vagamente en el eterno
dom ingo rep u g n an te que sería toda su vida. El antifascismo era eso.
A l principio tenía la palabra libertad, p ero después tuvo una línea;
era necesario querer el progreso, tender hacia el progreso. T enía, en
fin, tina im agen de la vida y era necesario adorar esta feria, seguir
esa m ultitud, pisotear detrás del pisoteamicnto general.
Lo prim ero que se había expresado era la necesidad de defen­
derse c o n tra el fascismo. Esta consigna negativa n o era sino un marco.
Poco a poco fu é llenándose ese m arco, que había acabado p o r
contener to d o lo que era necesario al fascismo. Y como el fascismo
era esencialm ente la defensa de una nación contra la infiltración bol­
chevique, el antifascismo había exaltado e im puesto todo lo que era
contrario a este instinto de conservación. E n la medida en que el
fascismo era la salud y la fuerza, el antifascismo era lo contrario de
la salud y de la fuerza. Ciertam ente, el antifascismo no era el com u­
nismo soviético, p o rq u e existen salud y fuerza en el comunismo puro.
E l antifascism o era el caballo de T ro y a . N o tenía sino u n objeto, y
era el de p erp etu ar la existencia de las zonas débiles. N o tenía p o r
finalidad llevar al p o d er u n régim en com unista, sino m antener a las
naciones e n un estado de im potencia co n tra la infiltración comunista.
Su misión era la de co rro m p er las naciones. E s p o r esta causa p o r la
cual se apoderaba de la sangre, del alma, de. la voluntad nacionales.
Debía debilitar a las naciones y logró hacerlo. Esta Europa que lo
espanta h o y , señor senador, es la E uropa antifascista p o r fin realizada.
E ra esto lo que se quería. La descomposición de Europa asegura
El H u evo de C olón 23

-el porvenir. El comunismo tiene necesidad antes que todo de esta des­
com posición original. N o se apodera de la noche al día sino de las
naciones que h an acabado por convertirse en una especie d e terrenos
baldíos, invadidos por las ortigas, llenos de basura. Pero los resultados
inm ediatos de la infiltración com unista no eran para ser desdeñados.
P olíticam ente la situación de los partidos comunistas se había trans­
form ado. E n lugar de ser partidos revolucionarios de minoría, obli­
gados a sostener un program a d e inversión del orden social, condena­
dos a la im potencia o al putsch sin esperanza, llegaban a ser partidos
d e gobierno, suministraban m inistros, colocaban sus agentes, recluta­
b a n m iem bros entre los generales y los altos funcionarios. El fellow -
traveller, q u e no existió m ientras el p artid o comunista no se condu­
cía sino en la clandestinidad, pu lu ló cuando se com prendió que podía
d istrib u ir galones. ¿Quien resistiría al p lacer de ser a la ve/, un par­
tidario de la libertad, de la paz, de la dicha del pueblo y al mismo
tiem po un candidato bien colocado so b re el cuadro de ascensos? A
p a r tir de este día hubo en todos los países de Europa una quinta co­
lu m n a com unista, una m ultitud d e simpatizantes no declarados, esti­
mulados p o r todas las complicidades. Estratégicam ente el dique de
las fuerzas nacionales había sido derribado. El caballo de T ro y a es­
ta b a dentro de la plaza. Las fuerzas de protección anticomunista te­
n ían detrás de ellas una especie de segundo frente político, y eventual­
m ente m ilitar, con el cual les era preciso contar. Desde antes de la
g u e rra esto trajo consigo una distribución de las fuerzas ya favorable
-al dispositivo del ejército rojo. Y finalm ente toda la conducción de
la guerra p o r H itler se explica p o r la necesidad de desembarazarse de
este segundo frente antes de a b o rd a r al enemigo principal. Así, sin
h ab er arriesgado un solo soldado, p o r u n simple dispositivo político,
el com ando soviético intervenía e n la conducción de las operaciones
m ilitares. ¿N o le sugiere esto nada, señ o r senador? Cuando se ana­
liza correctam ente el pasado, ¿no en cu en tra usted que éste ilum ina
•singularmente el presente?
Finalm ente, desde otro p u n to de vista, se tu v o éxito en engañar
la opinión. E l “perverso cerdo” había obtenido u n resultado cuya
extensión debe usted ver hoy claram ente: había realizado la unanimi­
dad del m undo obrero contra el com unism o. Se dice h o y que esto
n o es cierto. P ero son los com unistas o sus agentes quienes lo dicen,
po rq u e basta este recuerdo para exasperarlos. Saben que si todos se
pusieran de acuerdo para ese resu ltad o , el fin del comunismo se apro­
xim aría. A hora bien, la unidad ob rera nacional fué perfectam ente
realizada co n tra el comunismo en A lem ania y en Italia. N o por la
fuerza sino, desde el principio, p o r la adhesión de los medios obreros.
24 M a u r ic e Bardéche

El obrero alemán, y esto resulta, p o r lo menos, de las revelaciones q u e


nos hacen hoy los diarios más favorables a las tesis de usted, era más-
feliz bajo H itler que el obrero ruso bajo Stalin. E l obrero alemán
era libre, estaba bien pagado, podía ser escuchado en el Partido, esta­
ba protegido co n tra la arbitrariedad capitalista, sabía por qué traba­
jaba y trabajaba co n gusto. Si se cree en la propaganda de ustedes,,
¿ocurre lo mismo en Rusia? ¿Y no estarían ustedes felices de ver en
Europa, en lugar de nuestros millones de voces obreras comunistas,,
a i'cgímenes respaldados p o r la aclamación espontánea de las masas
obreras, como lo fué p o r u n golpe de estado m ilitar esa república
de la América del S u r que ustedes describen gravem ente como una
dictadura antiobrera? Es tiem po de hablar objetivamente sobre Ale­
mania y sobre Italia. N o ser capaces de esta objetividad es infantilismo-
y debilidad. A hora bien, es necesario reconocerlo, las fuerzas nacio­
nales anticomunistas eran al mismo tiempo fuerzas obreras anticomu-
nistas. Fueron los generales quienes traicionaron a H itler y a M usso-
lini: no fueron los obreros. N unca hubo “resistencia” en Alemania;
ni en Italia, y era p o rq u e el pueblo no experimentó nunca, sin duda,,
la necesidad de resistir contra el régimen. ¿N o debería bastar esto,
para hacernos reflexionar?
Ese verdadero socialismo, eso terrible ejemplo que mataba el ideaK
comunista por su sola existencia, era lo que debía destruirse a toda
costa. Y era eso lo que el fren te com ún organizado p o r los partidos-’
comunistas debía destruir. E n nom bre de la libertad nuestros sindi­
calistas encadenados explicaron que el obrero alemán no era libre. En.
nombre del pan cuotidiano, nuestros obreros, hoy desnutridos y su b -
alimcutados, proclam aron que el obrero alemán no comía. Y en
nombre de la paz nuestros regímenes de comerciantes en cañones acu­
saban al régimen alem án de fabricar cañones y tanques destinados a--
proteger la libertad del obrero alemán, protegiendo con el mismo he­
cho la nuestra. E l falso .socialismo acusó al verdadero socialismo. La
neblina de las palabras se levantó contra las realidades. Y el partido-
comunista puso en tre las manos de nuestros obreros los carteles en
que Ies ofrecían a los obreros alemanes, perfectam ente satisfechos d e
su suerte, los bienes que la democracia prom ete siempre y qué nunca,
es capaz de asegurar.
Recuerde usted, señ o r senador, cuál fué nuestra historia antes d e
esta guerra. O cultos bajo su careta, los agentes comunistas lo alcan­
zaron todo. T enían u n a opción sobre las palabras: esto basta a los-
imbéciles. Se desgañifaban las gentes que los seguían, sin ver que se-
estaba combatiendo precisam ente lo que se pedía con los grandes gri­
tos. E n ninguna p arte fu é esto más claro que en la guerra de España,
El H u e v o df. C o i .ó n 25

Los católicos se golpeaban la frente y se retorcían los brazos: era muy


claro que los antifascistas violaban a las religiosas y asesinaban a los-
que pensaban bien, pero esto no quería decir nada: esto pasaría y no
sería sino un mal momento. Era ciertam ente a Franco a quien debía,
resistirse, puesto que el antifascismo se había pronunciado contra él.
Y seguramente era la España de las brigadas internacionales, a pesar
de sus suplicios y de sus cadáveres, la España de la paz, de la paz y
de la libertad, puesto que así aparecía escrito en los carteles. Tal fué
entonces el enccguecimiento europeo. Se vió claramente que los he­
chos no existían, que la realidad tam poco existía. Solamente existía
el antifascismo: y el antifascismo era el principio y la legitimación de
todos. E l antifascismo era el verbo. Finalm ente no se sabía a ciencia
cierta lo que era el antifascismo. Sólo una cosa era segara: el antifascis­
mo consistía en apoyar en todas las cosas y con los ojos cerrados los
objetivos del Politburó.
E l mundo, o a lo menos Europa, se dividió entonces en dos blo­
ques que apenas han variado hasta hoy. D e u n lado se colocaron las
gentes que llamaban las cosas p o r su nom bre. Cuando se desterraban
las monjas, pensaban que no se hacía bajo la inspiración del Espíritu
Santo; cuando se ejecutaba a las gentes p o r centenares, pensaban que
no se hacía p o r la paz; cuando se llenaban las prisiones, se negaban a
denom inar a eso la libertad. Estas gentes fueron llamadas nacionalis­
tas, porque al defender el buen sentido, defendían tam bién su propia
nación. E n el otro campo estaban quienes estimaban que la realidad
es siempre trascendida por u n objetivo superior no visible para el
com ún de los fieles. Creían que cuando se violaba a las monjas se~
hacía al fin y al cabo para la m ayor gloria de Cristo; que cuando se
ejecutaba a las personas era únicamente para simplificar ia reconcilia­
ción de los pueblos; y que si se llenaban las prisiones era para el triun­
fo de una noción superior de la libertad, la cual implica la permanen­
cia de las prisiones, tribunales especiales y medidas de depuración.
Los que se afiliaron en este lado tom aron el nombre de patriotas, en
virtud de la gran ley onomástica que hace elegir siempre el nombre:
que significa lo contrario de lo que se es.
T a l era la situación de E uropa antes de la segunda guerra mun­
dial. L os estados de la zona fuerte, de la cintura anticomunista que-
circundaba a Europa, continuaban considerando al partido comunista
com o una asociación de agentes extranjeros. Cuando tales agentes pe­
netraban en su territorio, una policía vigilante los albergaba en lugares.
reservados en todos los tiempos y en todas las naciones para los agi­
tadores subvencionados p o r una potencia extranjera. P o r lo demás,,
la Rusia soviética aparecía ante los ministros de esos países como-
26 M a u r ic e B a b d é c h e

una nación semejante a cualquiera otra, inquietante solame-, or su


masa y p o r su producción, pero a la cual un régimen dií- ce no
implicaba que debiera ser considerada forzosam ente con país
enemigo.
P o r el contrario, los países de la zona débil miraban c -¡error
toda m edida, cualquiera que fuese, co n tra los agentes del . emlin.
N o e ra q u e fuesen insensibles a la ingerencia del extranjero: buena
gana encarcelaban a los agentes de esta ingerencia. Pero k ñu so­
viética no les parecía un Estado com o los otros. Era, pars s, una
especie de Estado modelo, cuya existencia los fascinaba. E;. -saban
su sentim iento diciendo que aquel era u n país progresista. Seg i ellos,
un país progresista tenía todos los derechos: el de espiona ... el de
contro lar la movilización m ilitar, el de poseer el plano ck último
cañón antiaéreo, el de señalar el d eber de los ciudadanos en • Jas las
circunstancias. T o d a palabra q u e viniera de M oscú era cor : ierada
como la voz de una conciencia sup erio r y desinteresada, ,m o la
emanación de un espíritu puro que no pensaba sino en el t. -fo de
Cristo y en la dicha de la humanidad. G racias a esto todo le . i per­
mitido al partido comunista, que tenía sobre los otros partido: el pri­
vilegio de estar iluminado p o r una claridad superior, p o r una ispi ra­
ción venida de una segunda patria, a la cual se le concedía sin m ucha
dificultad la posibilidad de que fuera la prim era y la única.
liste m ecanism o intelectual n o p u ed e menos de m aravillam os.
De un lado, “ el perverso cerdo” . A q u í to d o es negro. Si el obrero
está satisfecho es porque se ha em brutecido. Si el espía está en la
cárcel es u n atentado contra la persona humana. Si se fabrican
cañones, es para preparar la guerra. Si se baila es p o r inconsciencia.
Si se canta es p o r aturdirse. Si se aclam a es p o r histeria. Si se obe­
dece es p o r lo cu ra colectiva. Si h a y orden, es la dictadura. Y si
todo el m undo está contento es p o rq u e seguram ente se ha intoxi­
cado a to d a la nación. De esta suerte, e n esta cadena de naciones
sanas to d o es condenable. P ero en la zona débil to d o es perfecto.
La Rusia soviética es una gran nación amiga. Los progresos d e l co­
munismo n o inquietan a nadie. Los soviets de obreros y de soldados
son m irados com o sindicatos de una naturaleza u n poco especial que
vendrán a intercalarse un día u o tro e n tre los demás sindicatos o a
superponerse a ellos, para satisfacción general. L a d ictadura del
proletariado es tal vez un objetivo final al cual se llegará algún día
con suavidad, simplemente en función del m ovim iento general que
nos guía hacia u n progreso indefinido. T o d o está m u y bien. El
socialismo no es sino una etapa hacia una tarde de u n ro jo idílico.
Y ciertam ente, ¿no es una solución ideal la de ver a buenos e in­
E l H uevo de C olón 27

ofensivos secretarios de sindicatos transform arse en buenos e inofen­


sivos comisarios del pueblo, a incorruptibles periodistas judíos en
incorruptibles depuradores, las iglesias en depósitos de forraje, y cada
uno. de nosotros en un engranaje consciente y silencioso de la más
bella de las repúblicas soviéticas?
E n esta forma ha sido la propaganda inspirada p o r los partidos
com unistas desde antes de la g u erra la que ha propuesto la división
d el m undo en dos bloques. E s ella la que les ha designado a ustedes
el perverso cerdo. E s ella quien ha sindicado de maldición lo que
llamaba el fascismo, después de q u e calificó com o fascismo todo lo
q u e significara una defensa c o n tra el comunismo y finalm ente todo
lo que no fuera cóm plice del com unism o. U stedes viven, p o r lo
tanto, y nosotros vivimos tam bién, sobre una imagen del m undo que
ha sido impuesta p o r el adversario. T a n to su pensam iento político
com o el nuestro están penetrados y totalm ente inoculados del veneno
q u e la propaganda soviética ha infiltrado. Ustedes han bebido las d ro ­
gas de Medea. Ustedes se baten en un campo de batalla elegido y
desbrozado por el adversario y m archan p o r él m edio ciegos, titu ­
beantes, co n la cabeza pesada, vencidos de antemano y no encuentran
a tiem po el aire puro.
U stedes destruyeron a E u ro p a, la sólida E uropa de otros tiem­
pos. E n lugar del dique anticom unista n o hay o tra cosa que sus
divisiones, sus frágiles divisiones. Pero ustedes n o derrotaron, sino
que, p o r el contrario, refo rzaro n el ejército secreto del comunismo,
el que opera detrás de ustedes y contra ustedes, y que no se com ­
pone, corno lo creen co n sim plicidad, solamente de los adherentes del
p artido comunista, sino de todos los que, bajo el pretexto de progre­
sismo, trabajan, algunas veces inconscientem ente, p o r el éxito final
d el comunismo. U stedes m archan entre los' traidores, pero no los
ven. lis necesario que nosotros se lo digamos: en ia guerra que se
prepara, los Estados U nidos, a pesar de su potencia material, serán
infaliblem ente vencidos si n o cam bian radicalm ente sus métodos.
Serán vencidos en el interio r. Serán vencidos p o r la traición.
P odrán hacer millares de tanques, pero los hom bres que coloquen en
esos tanques se pasarán al enem igo. E ncontrarán secretos industria­
les, pero esos secretos industriales serán vendidos a los soviets. Pro­
y ectarán planes admirables, p ero cada uno de esos planes será divul­
gado. Gastan ya millares d e m illones en propaganda y esas inver­
siones son desde ahora utilizadas contra ustedes.
D eben reconocer el autén tico ro stro de sus enemigos. E l ver­
dadero enemigo no es solam ente el comunismo, que se puede siempre
desenmascarar y red u cir a la im potencia. E l verdadero enemigo es,
28 M a u r ic e B ardéche

sobre todo y antes que todo, el instrum ento que asegura el rein ad o
del comunismo, el antifascismo mundial, m ultiform e, intangible, to d o ­
poderoso, inflado p o r ustedes mismos, maquillado p o r ustedes m ism os
y cuidadosamente sostenido y alimentado p o r ustedes como el ins­
trum ento ineluctable de su derrota.
Ustedes com ienzan a com prender todo esto después de que han
tenido sus fellow -travellers. A hora bien, estos fellow-travellers no-
son, com o ustedes lo creen en los Estados U nidos, algunos centenares-
de intelectuales sospechosos sino que son millones: son todos sus ami­
gos en E uropa, todas las personas a quienes ustedes han sostenido y
sostienen aún. U stedes les han pagado y ellos los traicionarán. L o s
han traicionado y a. Y esto es lo que tratare de demostrarle ahora,
señor senador.
*

Los acontecim ientos más im portantes de la guerra fría no son,,


com o la prensa europea pretende hacérnoslo creer, el puente aéreo d e
Berlín y la g u erra de Corea. U sted lo sabe m ejor que yo, señ o r
senador: son la cuestión Hiss, la cuestión Fuchs, la cuestión P onte-
corvo. G racias a estos individuos Rusia pudo avanzar p o r lo m enos
en tres años la construcción de sus armas atóm icas y esta victoria es
capital y gravita sobre cualquier guerra futura. Y gracias a ellos
también, hemos descubierto, lo que es más grave, que los E stados
Unidos son un coloso co n los pies de arcilla y que su derro ta es
posible.
A hora bien, ¿quiénes eran Hiss, Fuchs y Pontccorvo? N o eran
militantes com unistas, no eran agentes comunistas: eran simpatizantes
comunistas. O b raro n p o r un ideal. H e aquí la revelación y el abism o.
Porque h o y los Hiss, Fuchs y Pontecorvos son legión. Son esas le­
giones de idealistas q u e ustedes han desencadenado los q ue pueden
cavar su tumba.
Porque los Hiss, Fuchs y Pontecorvos, a quienes ustedes desen­
mascaran con gran sorpresa y desconcierto cuando son agentes en­
cargados de u n acto de espionaje bien preciso e identificable. ¿cóm o
van a ser reconocidos cuando su traición es puram ente, política, im ­
palpable, tendenciosa, cuando no se expresa sino p o r posiciones há­
bilmente disimuladas con alardes anticomunistas? ¿Cómo van a dis­
crim inar sus innum erables encarnaciones? ¿Cómo esperan ustedes
destruir o anular sus pretextos? T odos tienen buenas razones. T o d o s
son defensores de la democracia. Ustedes les han concedido su con­
fianza. ¿Y cóm o no se la darían? ¿N o los aclam aron a ustedes com o
El H uevo de C olón 29

sus libertadores? ¿N o pronuncian m u y hábilm ente las palabras que


ustedes am an más? Pero m ire usted sus actos. Los encontrará por
to d as partes sobre la ruta que le asegura a Rusia su superioridad en la
guerra fría y están trabajando p ara darle mañana, si los m étodos de
ustedes no cambian, la dom inación m undial. N o son agentes pagados,
.sino agentes benévolos, frecuentem ente inconscientes: esta variedad
es la peor.
U stedes han acabado p o r ver, con cinco años de retraso, lo que
eilos vieron desde el p rim er m om ento, p o rq u e viven en Europa: que
Alem ania era la pieza capital en Ja p artida qu e ustedes juegan contra
-el com unism o, que la unidad europea es ilusoria sin Alemania, que
la defensa europea es imposible sin A lem ania, y que cualquiera que
se obstine en ignorarlo actúa c o n tra E u ro p a y por consiguiente a
favor de Jos soviets. E ste es el p u n to neurálgico, el punto esencial
d e la p artid a que ustedes juegan y q u e to d o s nosotros estamos ju­
gando con ustedes en E uropa. Y Alem ania es una expresión que no
•designa especialmente aquí al gob iern o de A dcnauer, sino a todo el
pueblo alemán. Es sobre esta cuestión sobre la que Je pido que re­
flexione, señor senador. ¿Q uién tiene interés en una Alemania hu­
millada y desesperada? ¿Q uién tiene interés en una Alemania des­
armada? ¿Q uién tiene interés en una A lem ania desmantelada? ¿Quién
tiene interés en una Alemania esclava? ¿Q uién tiene interés, en fin,
•en que no haya más una Alemania? R espóndase usted mismo, señor
senador, y sabrá entonces dónde están sus enemigos.
N osotros no somos sus amigos, señor senador. Somos en pri­
m er term ino los amigos de nuestros pueblos, los amigos de nuestros
propios países. Pensamos ante todo en el interés de nuestros pueblos,
e n la supervivencia de ellos, en su lucha y en su paz. Le explicaré más
adelante todo esto. Pero justam ente p o rque pensamos antes que todo
en nuestros pueblos, nosotros, hom bres arraigados en nuestros paí­
ses de E uropa, justamente a causa de eso, somos en realidad los verda­
deros amigos de ustedes. N o les tendem os la rfiano para pedirles
limosna, n i somos de los que se in undan de contento ante la idea de
llegar a convertim os en una d e sus colonias, ni somos tam poco, como
esos señores, ni sus seguidores ni sus m ayordom os. Es p o r esto p o r lo
q u e se puede hablar co n nosotros. C uando los ponem os en guardia no
es para prestarles a ustedes u n servicio, sino p a ra salvar nuestros p ro ­
pios países y al mismo tiem po el de ustedes. Es p o r esta causa
p o r la que nuestros ofrecim ientos son sinceros y útiles y p o r la
cual ustedes deben escucharnos. C uando no so tro s les proponemos
soluciones no es para adularlos ni para decirles las palabras que les
30 A i AU RICE B a RDÉCHE

gustan. N o es para que nos den una p ropina sino p o rque esas solucio­
nes nos salvan y a ustedes co n nosotros. N o le hablaré, pues, señor se­
nador, de la gran nación amiga ni m e p o n d ré la mano en el corazón, ni
le recordaré a La Fayette. P ero le hablaré com o un hom bre le
habla a otro. Y es en esta fo rm a com o somos, en realidad, sus ver­
daderos amigos.
A hora bien, observe qué faltas les han hecho com eter a ustedes
en E uropa y quién se las ha hecho com eter. Y vea tam bién qué
obstáculos y qué contradicciones encuentran hoy, cuando sus ojos
comienzan a despejarse, y q u ién se los opone. Son sus fellow -travel-
lers, son los hom bres q u e eran e n tre ustedes los cóm plices ideológicos:
del comunismo y a quienes ustedes han estim ulado con su desastrosa
política de postguerra en A lem ania. Son los mismos hom bres, p er»
esta vez incluidos en nuestros equipos políticos en Europa, que los
han imitado en seguida y q u e están decididos h o y a no perm itirles
cam biar a ustedes. ¿Va viendo p o r fin claro? ¿T endrán ustedes ahora
un poco de coraje? Si el P o litb u ró hubiera dirigido secretam ente la
política de los Estados U nidos desde 1945 no h abría podido hacerles
com eter más faltas de las que h an com etido.
T enga el valor de hacer el balance de esta política. AI principio
fué su odio, m ejor dicho, el odio que se Ies inoculó deliberadamente,
que no es lo mismo, su prin cip al inspiración. F u é el odio el que
les hizo asesinar con sus bom barderos m illares de m ujeres y d e
niños, el que los indujo a im poner a A lem ania u n plan de ham bre
prem editado q u e causó inm ensos sufrim ientos, el que los incitó a
conducir a las cárceles centenares de m illares de hom bres, a trans­
form ar los prisioneros de g u e rra en esclavos, a alquilarlos y a vender­
los, el que les hizo d estru ir co n u n a estupidez agresiva las fábricas
que h o y tratan de reconstruir, el que, en fin, ios obligó a consentir
en la deportación y en el suplicio de nueve millones de civiles ino­
centes, cortejo espantoso c u y o recu erd o los agobia a ustedes y cuya
presencia los espanta. Se Ies obligó a h acer todo esto. U stedes no
eran u n pueblo de salvajes. U stedes eran, sin duda, naturalm ente bue­
nos. Ustedes amaban los niños, el hogar, la páz. ¡Y se les ha obligado1
a hacer to d o eso! Su guerra ha sido no solam ente la más insensata
sino, se lo digo co n pena, se lo digo en v o z baja, ha sido tal vez la
más cruel de todas las guerras: y su paz misma fu é en realidad una
cacería y una carnicería de los vencidos. U sted sabe to d o esto, señor
senador. ¿Pero se ha preg u n tad o quién les inspiró este odio fatal
a ustedes mismos, este odio q u e les ha costado tan caro y qu e to­
davía les costará más caro aún? ¿Q ué les habían hecho los alemanes
El H uevo d e C olón 31

a ustedes los americanos? ¿Por q u é los han golpeado ustedes con esa
histeria feroz, co n esos ademanes dem entes? ¿Quién ios lanzó en esta
aventura? ¿Q uién ha hecho de ustedes ilotas embriagados? ¿Quién
tenía interés en todo esto?
N osotros lo sabemos. H em os reco n o cido los síntomas de su mal.
Esa misma histeria es un signo que n o nos engaña. Para producirla
se han usado medios ampliamente conocidos: las mentiras d e la p ro ­
paganda, la radio, la prensa belicista, el tam bor que retum ba, que
atonta, q u e ensordece, que lleva a ia cabeza de u n pueblo un vino
d e palma, un alcohol violento, y q u e hace de los m uchachos am e­
ricanos asesinos y también cadáveres. Y detrás, los mismos aprove­
chados. F rank fu rter, solapado detrás de sus antiparras, poblando con
sus criaturas el gabinete de R oosevelt, B aruch, Thom as L am ont, los
í'icld, los Vauderbi.lt, y en sordina los A lg er H iss y Jos Bentley. Es
el antifascismo, son siis hombres, sus especialistas, con su propaganda
y sus m étodos, los sabuesos del K rem lin, quienes les han im puesto a
ustedes esta conducta imbécil de la g uerra, esa serie de crím enes
contra la Iiumanidad, contra el buen sentido, contra el honor, contra
ustedes mismos. Los rem olcadores del comunismo los han condu­
cido hacia la desgracia como a un g ra n b arco ciego. Ustedes Jo saben
hoy. H a n desenmascarado a los hom bres. H an pagado m uy caro p o r
saberlo y todavía no lo han pagado to d o . Y sin em bargo, esto no les
ha enseñado nada.
P orq u e si es cierto que su odio se aplaca, esto no sirve de nada.
Los antifascistas continúan conduciéndolos a ustedes todavía p o r Ja
nariz. U stedes han com prendido q u e sería necesario organizar a
E uropa en u n a unidad armada. P e ro han confiado esta tarea a los
hom bres que son los servidores del antifascismo antes que los servi­
dores de los Estados Unidos. G rita n h o y para inspirarles confianza,
gritan con m ás fuerza que todo el m u n d o que son Jos defensores de la
Jibertad y Jos enemigos de Ja tiranía staliniana: pero cada vez que
u n a medida p o d ría ser eficaz en la lu ch a contra Rusia, ellos se opo­
nen a esta m edida o Ja sabotean.
Ustedes tienen la prueba de eiJo todos Jos días. Le hablaba de
Alemania, señor senador —y lo re p ito , p o r Alemania quiero decir
e l pueblo alem án y no Jos políticos a quienes ustedes han patroci­
nado —. Pues bien, todo Jo que p o d ía ayudar al pueblo alemán a
olvidar los atroces sufrimientos q u e Je lian provenido de ustedes,
todo Jo que podía contribuir a u n a reconciliación, Ja prensa a la
que ustedes han llamado dem ocrática, y que es, en realidad antifas­
cista, se ha opuesto con todas sus fuerzas y se opone aún; y los esta­
distas am ericanos se apresuran a inclinarse ante esas pretendidas m a-
.32 M a u r ic e Ba r d éc h e

nifcstaciones de la conciencia universal. U stedes reclam an todos los


días a los países europeos que se conviertan en los Estados Unidos de
'Europa. N in g ú n pueb lo desea más p ro fu n d a y sinceram ente la unidad
euro p ea que el alemán. P ero en lugar d e ayudar a los que aspiran a esta
unidad, ustedes m antienen en vigencia las m edidas de discriminación
y de odio que im posibilitan esta unidad. U stedes quieren una E uropa
fuerte, y hasta 1950, mientras que sus m inistros y sus diplom áticos
pronunciaban encendidos discursos sobre esta E uro p a fuerte y unida,
ayudaban a los ingleses a desmantelar las usinas y los puertos ale­
manes que son la condición esencial y la estructura de esta fuerza.
U stedes quieren u n a E uro p a antibolchevique y todavía h o y se obs­
tin a n en m antener en las cárceles a los alemanes que cum plieron su
deber contra el bolcheviquism o; y no hacen siquiera u n adem án
comprensivo cu an d o com prueban que los o tros gobiernos europeos
m antienen en la cárcel, siguiendo su ejemplo, a todos los que acudieron
voluntariam ente a la lucha antibolchevique. U stedes quieren una E u ­
ropa capaz de defenderse y se obstinan en reafirm ar una legislación c ri­
minal y antinatural que castiga de m uerte a los oficiales p o r el delito
d e haber ejecutado órdenes militares, a los industriales q u e entregaron
pedidos y m anufacturas al gobierno y a los soldados que se negaron
a ser traidores. ¿Q uién no los traicionará a ustedes, que exigen la
traición? Q u ieren una E uropa unida y libre, y en 1951, seis años
después del fin d e la g u erra con Alemania, cuatro años después del
com ienzo de la g u erra fría con Rusia, ordenan la captura de hom ­
bres para los cuales to d a Alemania solicita no una gracia sino un
juicio honrado. ¿Pero no se dan cuenta de que to d o esto es una
política de dementes?
A hora bien: ¿quién Ies inspira esta política desastrosa? C ontem ­
p le un poco, señor senador, las figuras d e aquéllos a quienes ustedes
dejaron detrás p ara g o b ern ar a Alemania. Son los mismos que en
1945 pretendían hacerles aplicar aquel fam oso plan M orgenthau, plan
d e exterm inio y d e vergüenza. Ciertam ente ustedes renunciaron al
plan, pero dejaron a los hom bres. Se obstinan en no ver que quienes
gobiernan a la A lem ania de h o y en nom bre de las potencias ocu­
pantes o, por lo m enos, la m ayor p arte d e ellos, tienen cabezas ex­
trañas. Son las mismas cabezas que hem os visto en m uchas partes:
en las asonadas c o n tra la España d e Franco, en las reuniones políticas
del F ren te Popular que aclamaban a los ministros comunistas, en las
huelgas ilegales, en Jos co rtejos que reclam aban el fusilam iento de los
generales, en los g h etto s, en las bandas d e terroristas, e n todos los esca­
lones y en todos los engranajes de la m aquinaria de que se ha servido
Stalin para golpear en el corazón a nuestros países de O ccidente.
El H uevo de C olón 33

S o n los mismos y cum plen el mismo servicio. Ustedes los han nom ­
brado adm inistradores y agentes de policía. Algunas veces han cam­
biado de no m b re y si antes se llam aban Goldestein, ahora firm an
Pierrefond. P ero bajo u n nom bre u o tro , en un lugar o en otro, no
han cesado de trabajar. T rabajan sim plemente sobre otro terreno
encom endado de manera especial a su atención. Se les ha dicho que
hagan to d o lo que esté a su alcance para impedir que Jos soldados
alemanes puedan batirse lado a lado c o n los franceses para la d e­
fensa d e E u ro p a. Y usted puede v er con claridad cóm o desarrollan
c o n todas sus fuerzas y c o n g ran éxito esta labor. Lo han hecho
ta n bien que en cinco años d e esfuerzos ustedes no han llegado a nada.
P o r lo demás, estos agitadores no están solos. Los respalda la
opinión m undial a la cual ustedes conceden tanta im portancia. Le
ruego que considere, señor senador, p o r quién está representada esta
opinión m undial en Europa. Yo no sé si a usted se le ha explicado
claram ente q u e en Francia, p o r ejem plo, todos los diarios que exis­
tían antes d e la guerra y que representaban una fracción de la opinión
francesa, fiel a sus ideales d u ran te veinte o cincuenta años, han visto
instalarse en los sillones directivos, al m ism o tiem po que el gobierno
provisorio de 1944, a personajes desconocidos a quienes nunca se
había visto antes en la prensa francesa. Se han instalado exacta­
m ente com o un ladrón d e autom óviles fren te al volante de un coche
robado. Se Ies ha dicho: “ pónganse cóm odos”. Se Ies ha agregado:
■“E stán en su casa. Estos diarios les pertenecen. Estas imprentas les
pertenecen. L os millones q u e h ay en las cajas les pertenecen. Son
ustedes quienes representan a la opinión francesa, aun cuando hayan
nacido en Bukhovine. Y lo que ustedes escriban en los diarios ro­
bados, con ayuda de linotipos tam bién robadas, nosotros nos com ­
prom etem os a considerar que es exactam ente lo que piensa el pueblo
francés” . Exactam ente se lia h ech o la misma cosa en Alemania,
señ o r senador. Se ha elegido a u n cen ten ar do Hcenztrager y se ha
tenido con ellos una conversación com o ésta: “ ¿Afirma usted por
su h o n o r h a b e r traicionado a su país m ientras que combatía? ¿Jura
q u e ha deseado sinceram ente su d erro ta y que se regocija p o r su
hum illación? ¿Está seguro de haber sido lo bastante mal alemán?
¿N o h a con trib u id o jamás para el S o co rro de Invierno para los niños
q u e m orían d e frío? E ntonces siéntese ahí, señor. Usted es el pro­
pietario d e este inmueble, d e esta im prenta, de este título, de esta
clientela y tam bién de ese castillo q u e usted ve en el horizonte. D e
ahora en adelante usted es la voz del pueblo alemán y cuando usted
hable consideram os que sesenta m illones de alemanes hablan p o r su
b o ca”. E ste genero de operaciones es fructuoso para sus amigos,
34 \ u r ic e B a r b e c h e

señor senador. Pero lo es menos para ustedes. P orque resulta q u e


la prensa no es ya, com o untes, el instrum ento de encuesta perm a­
nente qu e ofrecía inform aciones sinceras, y en realidad ustedes no-
saben lo que piensan los pueblos europeos y están provocando sueños-
amargos que se p ro d u cen en efecto. Porque de tiem po en tiem po
ustedes descubren con estu p o r que el pueblo alemán n o quiere ba­
tirse o que el pueblo fran cés n o Jos quiere. Ustedes se manifestarían
un poco menos sorprendidos si existiera en Europa una prensa veraz
y propia que les m ostrara Jos verdaderos sentimientos d e los pueblos-
europeos.
D e esta suerte ustedes son traicionados p o r su prensa, porque
ella no los inform a sinceram ente. Y vuelven a ser traicionados porque
ella apoya socarronam ente todas las maniobras com binadas e n Ja
sombra co n tra Ja política am ericana. U stedes no saben lo que piensa
Europa y se les engaña so b re lo que E uropa desea. C uando ustedes-
expresan cualquier idea que n o es m uy mala un co ro de voces se eleva:
“ la opinión europea n o to lerará q u e . . . ” Son los cien licenztrager y
nuestros cincuenta ladrones de automóviles quienes hablan. Espan­
tados, los generales am ericanos se esconden en sus conchas com o Ios-
caracoles. Y ustedes p ierd en el tiem po, pierden tal vez todas las
oportunidades de paz, y los nuestros se desconciertan a causa de ese-
b lu ff que ustedes han organizado co n tra sí mismos, a causa d e ese
ogro de cartó n prensado q u e han fabricado con sus propias manos y
que ustedes tornan en serio iioy, como si fueran niños.
¡Oh, Casandra, Casandra! ¡Cómo era de fácil tu oficio! Los tro -
yanos h allab an librem ente e n tre sí. ¡Q ue tiem pos felices! Los de
íioy tienen una voz q u e todas las noches cubre la tierra en todas las-
lenguas conocidas. Sus m entiras son aladas com o la palalira de D ios;
y su enceguecim iento es com o una noche que se extiende sobre el
m undo. Su ponzoña se esparce com o el rocío sobre las m ás pequeñas
plantas pensadoras, y gotitas de estupidez y de odio quedan adheri­
das com o perlas en el fo n d o de los lugares más ignorados. D o allí'
mismo se levanta la lluvia q u e cae sobre to d o s los extrem os del globo-
y que lia causado y a su pérdida. Estamos todos bajo una campana,
en el fondo de una gigantesca cámara d e gas, donde n o s envenenan
m etódicam ente sin darse cu en ta de que es el enem igo quien les lia1
vendido las emanaciones c o n las cuales nos arrasan. ¡O h, Casandra!,
¿qué hubieras hecho c o n tra tan maravillosa máquina? L evanto mis-
brazos y g rito co n todas mis fuerzas, solo sobre la m ontana, como-
un hom bre que ve a lo lejos p o r debajo de él a u n tre n expreso que se-
precipita sobre un abismo. Solamente los pájaros del cielo oyen mi;
voz. Y en ese tren viaja to d o lo que más amo en el m undo, las-
El H uevo df. C o ló n 35

tardes que hemos conocido, los niños en torno de ia mesa, una mu­
chacha de vestido claro que nos espera p o r la tarde en el banco ten­
dido frente a la casa, la salida de misa el día de Pascua, nuestras
iglesias y nuestros libros, las m uchachas, los camaradas, los fuegos
del cam po en la noche, y sobre todo los bienes más hermosos: la
amistad y la paz. T us troyanos charlaban entre sí, Casandra. Los
míos escuchan el diario hablado en tre dos aires de jazz, y una noche
quince m il aviones les dejarán caer sobre las cabezas millares de
bom bas antes de que sepan p o r qué.

D esd e hace algunos años, señor senador, hemos adquirido una


costum bre que es m uy saludable. Juzgam os a los hom bres p o r lo
que hacen y no p o r lo que dicen. A decir verdad los que practica­
mos esta higiene política somos aú n poco numerosos. Pero nuestro
g ru p o crece todos los días. C uando nuestra prensa antifascista nos
declara que abjura de la dictadura staliniana nos preguntam os al
p u n to qu é es lo que esta prensa hace para com batir la política de
Stalin. Y comprobamos que cada vez q u e se trata del pueblo alemán,
esta prensa que se declara antistaliniana sostiene en realidad las dis­
posiciones del Kremlin. Es antistaliniana, pero está en contra de
todo ejército alemán, o si adm ite el principio de una participación
alemana en la defensa europea establece tales condiciones que hacen
de esta participación una cosa imposible. Declara que Europa nece­
sita arm as, que es preciso fab ricar aviones, que hay que construir
tanques. Pero, usted lo sabe m u y bien, señor senador, lo sabe acaso
m ejor que yo, que cuando uno de los m iem bros más im portantes del
P entágono vino a pedir a nuestro m inistro de la Defensa Nacional
que hiciera fabricar nuestro nuevo tanque pesado en las usinas ace-
reras del R ulir, se encontró con una negativa total del ministro. Ese
m inistro entonces hablaba m u y bien de la defensa de E uropa contra
el com unism o y era m uy elocuente cuando lo hacía, señor senador,
pero era tam bién socialista y judío, es decir, antifascista. Y por esta
causa el ejército europeo no podrá te n e r tanques pesados. N uestra
prensa es m u y persuasiva cuando habla de la libertad y de la recon­
ciliación, pero cuando se trata de hacer capturar generales alemanes,
com o en 1951, señor senador, se encuentra con que el ministro de
Relaciones Exteriores de Israel viene a realizar una gira p o r París: y
los generales alemanes son colgados algunos días más tarde. Y esta
prensa tan europea, esta prensa tan antistalinista, no se pregunta un
solo instante si los hombres que h an insistido para que esta ejecución
insensata y bárbara se efectuara n o se han encontrado en esta cir­
cunstancia en tre los agentes más eficaces del Politburó.
36 M a u r ic e Bardéche

H a y u n a m u ltitud de hechos de este género que nos desconc,


tan, señor senador. U sted 110 sabe sin duda, porque vive un poco
Jejos, que' el diario de un gran partido antifascista de Francia hs. ía
dejado de aparecer, p o r falta de lectores. Esto le muestra la adhesión
de la Francia real al ideal antifascista. Adem ás, algunos meses antes
de las elecciones de 1951, el gobierno de Israel —siempre este gobier­
no — tuvo u n bello gesto: pensó que era intolerable que el gran pen­
samiento de K arl M arx estuviera tan mal representado en Francia, y
poco después el diario de ese gran partido antifascista pudo aparecer
de nuevo, a u n cuando m u y pocas personas estuvieran decididas a
leerlo. Este diario, proclam ándose m uy adicto a Ja libertad y a Ja
democracia* n o ha cesado desde esa feclia de reclam ar todas las
medidas adecuadas para hacer imposible u n entendim iento entre
Francia y A lem ania y para paralizar de hecho la defensa europea de
que se dice partidario. Este extraño fenóm eno se reproduce e n tre
nosotros todos los días. V erbalm entc todo el m undo es europeo. E n
el hecho nuestra prensa y nuestros hom bres de Estado lo arreglan
todo de m anera que la unión europea se liaga imposible. ¿Y p o r qué
habrían de p roceder de otra manera? ¿N o son todos ellos antifas­
cistas? ¿N o son todos antialemanes antes que ser antibolcheviques?
Ustedes Jes h a n d icho q u e era necesario ser así. Ellos no han cam ­
biado en Jos últim os siete años. Son los hijos espirituales de M arx
después de to d o , lo mismo que Jos bolcheviques. ¿Cree usted que
no se arreglarán con Jos Comisarios políticos que veremos llegar des­
pués de las prim eras avanzadas? Me im agino y a su diálogo: “M i
abuelo era de Jito m ir, señor Comisario político” . “ ¿Pero entonces
conoció al b u e n rabino Rosenfeid?” “C reo haber o ído ese nom bre,
señor Com isario político: era u n santo varón de quien m i abuela
hablaba algunas veces” . “M urió hace algún tiem po, querido señor
Rosembaurn, a edad m u y avanzada. Su hija se había casado c o n un
Mosevitch q u e ha llegado a ser uno de nuestros m ejores trabajadores
políticos en A lem ania O rienta!”. “ ¿No será ésa una Sara Rosenfeid
cuyo herm ano era com erciante en cintas com o antes mi propio padre?”
Y de esta su erte encuentran vinculaciones inesperadas que los ata n y
Jos conducen a un final de colaboración. ¿Q ué quiere usted, señor
senador, que hagamos? T a n poéticos recuerdos no podrían ser evo­
cados ciertam ente p o r m í co n el Comisario político que me interrogue.
Ustedes h an tenido confianza en nuestros socialistas a pesar de
sus precedentes. Incluso lian tenido confianza en un gobierno au­
téntica e integralm ente socialista como el de Su Majestad británica.
Y Jian visto los resultados. P o r rara coincidencia fue durante ese
gobierno cuando se escaparon los mejores secretos atómicos. E sto
El H uevo de C olón 37

les pareció sorprendente: pero ustedes, en el fondo, son ingenuos.


A nosotros nos pareció natural, p orque seguram ente Fuchs y Ponte-
co rv o eran excelentes antifascistas. H a n ido hasta el fin. ¿Qué tienen
ustedes que reprocharles? Ustedes les han confiado los secretos de
E stado a los diplomáticos de Su M ajestad. Pero, mi querido señor
senador, ellos son socialistas y antifascistas antes que súbditos de Su
M ajestad. Y p o r otra parte, com o se lo explicaré en su hora, ellos
n o se inquietan de ser colgados en v irtu d de la legislación de N u -
rem berg, y al no inquietarse están en su derecho. ¿Escapan p o r los
cam inos con los documentos de ustedes y esto Ies sorprende? Lo que
m e sorprende a mí es que n o haya m ás diplom áticos ingleses que
desaparezcan coa sus valijas. N o veo, para explicar su relativa fide­
lidad, o tra causa que la tradicional indolencia británica.
Si usted quiere tomarse la molestia de lanzar una mirada rápida
y panorám ica sobre la política del gobierno laborista de Su Majestad,
p o d rá ver, señor senador, que tal política ha estado m uy próxima a
una traición perfectamente coherente, y ias m aniobras de los fun­
cionarios del Fo'reign O ffice no le parecerán tan extravagantes.
D esde hace cinco años los m arxistas ingleses, proclam ándose como
to d o el m undo los más firmes sostenes del anticom unism o, se mues­
tra n m u y indiferentes respecto de to d o lo que pueda impedir a
Stalin practicar algunas experiencias marxistas hasta bajo el cielo
d e N orm andía. Esto es de tal m anera evidente que es innecesario
explicarlo. Los esfuerzos de la Inglaterra m arxista para continuar
su com ercio con los Estados com unistas no son menos conocidos,
y usted sabe m ejor que yo, señor senador, que están más amplia­
m ente extendidos de lo que el p úblico supone. Prácticam ente Ingla­
te rra no reconoce de ninguna m anera la prohibición de exportar
m aterias estratégicas hacia los Estados que se encuentran bajo el
c o n tro l soviético. Le vende a China, le vende a Polonia, 1c vende a
Checoslovaquia, le vende a todo el m undo. Inglaterra no conoce sino
u n a ley: exportar o m orir. U stedes hacen bien en re ír de esos co­
m erciantes enérgicos cuando Ies hablan de las bom bas que diezman
a los soldados americanos. N ada, absolutam ente nada, puede detener
al gobierno laborista en su batalla im placable para llenar su tonel de
las Danaides. Para pagar anteojos a sus asegurados sociales, Inglaterra
está pro n ta a arrancarnos los ojos. La historia de los desmantela-
m ientos es una espantosa locura q u e se escuchará con estupor durante
cien años. A hora bien, no es solam ente el odio im bécil la causa de
este desmantelamiento. Es tam bién la voluntad de elim inar p o r todas
p artes a los competidores alemanes y de crearse la seguridad de poder
vender sus mercancías inglesas en todos los puntos del m undo. Han
38 M a u r ic e B ardecmf .

extirpado cuidadosam ente del R u h r todo lo q u e podía servir para


fabricar cualquier cósa, y lo h an hecho pacientem ente, com o se lim ­
pia una gran parcela de terren o para sem brar un cam po de rem ola­
chas, y han esparcido p o r todos los caminos las enorm es máquinas de
qu e todos tenemos trágicam ente necesidad hoy. H a n desmenuzado
pacientem ente los puertos alemanes, los docks, las grúas, las dársenas.
G racias a ellos los puertos alemanes continúan siendo hasta hoy co m ­
pletamente inutilizables. H ace apenas seis meses, en el R uhr, los
soldados ingleses disparaban so b re los obreros alemanes para p ro teg er
a los técnicos que hacían saltar co n dinamita instalaciones y m aqui­
narias únicas en el m undo y c u y a reconstrucción insum irá p o r lo
menos diez años. Lo q u e debería ser el arsenal de E uropa, la forja
de nuestra protección, el más precioso de nuestros bienes comunes, es
h o y u n desierto que se extiende a derecha e izquierda de la vía
férrea. M ontones de hierros retorcidos pueden verse en tre cam pos
d e inmundicias a lo Largo de kilómetros, en los lugares mismos
de donde deberían salir en filas interminables los cañones y los tan ­
ques que protegieran nuestra independencia. N o ha sido a Alemania
sino a E uropa entera a quien el gobierno laborista ha asesinado pa­
cientem ente. ¿A quién aprovecha ese crim en? U nicam ente a la
Rusia soviética.
Desde hace cinco años el gobierno socialista de Inglaterra n o ha
cesado de sum inistrar a los países comunistas los materiales estra­
tégicos que les faltan, y p o r o tra parte no ha cesado de debilitar en
Alemania todo lo que pueda se r algún día u n obstáculo co n tra la
ofensiva comunista. ¿Ustedes creen que Inglaterra es su aliada? Pues
no es verdad. Inglaterra no piensa sino en Inglaterra. Su ley está en
sus libros de cuentas. Para asegurar su com ercio está dispuesta a
todas las traiciones. N o hay fidelidad para ella, no hay sino instru­
mentos. Y la Inglaterra socialista es, además, esencialmente un go­
bierno socialista. M antiene estúpida y ciegam ente la prioridad del
peligro nacional-socialista. Ya no hay nazis: p ero n o im porta. Existe
aún la tierra del nazismo y de ella no puede salir nada bueno. M an­
tener a Alemania en la esclavitud y en la im potencia, es para los
ingleses hacer una obra m oral y u n a obra antifascista y al mismo tiem ­
po defender una posición ventajosa. ¿Q ué im p o rta que to d o esto
sirva en definitiva a Rusia? Y después de to d o ¿qué es lo qu e de
ello puede resultarle a Inglaterra? ¿N o tiene acaso el Canal y la
R . A. F.? E uropa se disolverá. Y siempre habrá tiem po de liberarla.
Tales son, en resum en, los resultados de una política socialista
combinada con una política de egoísmo nacional. Y o no experim ento
mucha estimación p o r C hurchill. Pero, p o r lo m enos, podría espe-
E l H uevo de C olón 39

¡rarse tal vez. que u n gobierno nacional en Inglaterra tuviera cierto


•sentido del peligro común. U n gobierno de tal naturaleza no tendría
inconveniente en refo rzar sus prejuicios insulares co n sus prejuicios
ideológicos. T a l v ez Inglaterra llegara a descubrir por fin qu e su
•destino es inseparable del de E uropa; q u e tiene interés en ten er de­
lan te de ella a u n a Europa fuerte, capaz de hacer respetar su te rri­
to rio ; que n uestra barrera do tanques es c! com plem ento indispen­
sab le de su co b ertu ra aérea; y que tiene, p o r lo tanto, u n interés
•especial en que el R u h r pueda fabricar tanques y en que H am burgo
pueda recibir c o b re aun cuando el R u h r fabrique tam bién cacerolas
y H am burgo p u ed a recibir tam bién algodón; que E uropa puede fo r­
m ar con el Com m onw calth una alianza poderosa que todos deseamos;
•que im porta p o co el hecho de que E uropa sea dem ocrática o 110 ,
siem pre que ello conduzca a alejar la guerra; y que esta últim a tarca
e s tan urgente y ta n grave que m uchos hom bres, según lo esperamos,
e stá n dispuestos a olvidar el mal que les ha sido hecho si tal resultado
p u e d e ser obtenido en común. Se dice qu e Inglaterra es realista.
Q uisiéram os que fu era más realista aún, p o rque de esa suerte podría
■evitarse que co n tin ú e siendo la Inglaterra traidora de siempre.
Com o usted lo ve, señor senador, ha habido en la conducción
am ericana de la guerra y más tard e en la política de ocupación, y
ah o ra en la política europea, un fa c to r ideológico qu e ha perjudicado
constantem ente los verdaderos intereses de los Estados U nidos. E n
•lugar de pensar durante Ja política de g u erra y después, durante Ja
p o lític a d e paz, en la potencia de los Estados U nidos y en la creación
d e u n equilibrio mundial favorable a los Estados Unidos, ustedes se
han dejado a rrastrar en una operación específicam ente antifascista,
e s decir, específicam ente marxista, que no sirve a otra cosa qu e a los
intereses d e sus adversarios. Y ustedes se lian apoyado y se apoyan
-aún en E u ro p a sobre fuerzas esencialm ente antifascistas, es decir,
•esencialmente marxistas, que no p ueden ser en realidad sino instru­
m e n to s del m arxism o soviético.
E ste es, acaso, el aspecto más dram ático de Ja situación de los
•Estados U nidos: Ja traición de las fuerzas antifascistas de E uropa no
e s probablem ente premeditada; pero lo que es peor, es fatal. Los
-aliados socialistas y antifascistas de ustedes no tienen tal vez Ja vo­
lu n ta d de traicionarlos, no lo hacen n i lo harán expresam ente, pero
to d o en ellos los conduce, los im pulsa a to m ar posiciones que los
•perjudican a ustedes. Su odio p o r A lem ania no es fingido; es au tén ­
tic o , es instintivo y falsea todas sus reflexiones políticas. Su m ar­
xismo es im preciso, descolorido, lejano y está indefinido, pero quié­
bralo usted o no, es marxismo. N o es ni siquiera el prim o, sino el

%
40 M a u r ic e Ba rbeche

herm ano mismo del m arxism o de Lcnín y de Stalin. Instintivamente y


en lo más profundo de sí mismos aquellos aliados tienen las mismas
simpatías y sobre to d o las mismas repugnancias que sus herm anos de
Ucrania o de Polonia. Piensan en los mismos términos. H an sido
alimentados con las mismas quimeras. Salen de la misma m atriz y
no pueden menos de acordarse de ello. Cualquiera que sea su adhesión
form al al ideal de dem ocracia liberal, tan caro para ustedes, su sangre
y su filiación intelectual habla en ellos y hablará cada vez más a lto .
Estarán con ustedes solamente de palabra pero estarán siempre con
sus enemigos en el fondo del corazón. D e buena gana quisieran n o
traicionarlos, p o rq u e ustedes son buenos señores para ellos y cierta­
m ente mejores q ue los amos que tendrán más tarde, pero no pueden
menos de traicionarlos. E sto es lo más dram ático e irremediable: a
pesar de su voluntad no pueden menos de traicionarlos.
¿Ha m editado usted en lo que llegaría a ser esta E uropa socia­
lista y antifascista en la cual han soñado con tanta ligereza sus
estadistas? N o experim ento odio p o r los socialistas, y aun apruebo de-
buena gaña algunas de sus aspiraciones generosas. ¿Pero no ve usted
que una E uropa socialista no sería otra cosa que la prefiguración de­
una E uropa comunista? ¿O más exactamente la transición hacia una-
Europa comunista? ¿N o ve usted que de la E uropa de la Segunda
Internacional, la internacional socialista, no podía salir sino la T e r­
cera Internacional, la internacional comunista, de la misma manera
que de Ja filiación ideológica de la Segunda Internacional salió la'
Tercera Internacional? ¿Cómo han podido ustedes olvidar que e n tre
la form a socialista del marxismo y la form a bolchevique del marxismo
no existe sino una diferencia de grado? ¿Cómo no ven ustedes que el
marxismo diluido contiene exactamente, com o el marxismo concen­
trado, la misma fuerza deflagratoria, el mismo com prim ido inicial que-
es el pensamiento de K arl M arx, y no solamente su pensamiento, sino
sus reflejos, su tem peram ento, sus repugnancias, sus odios, sus in­
compatibilidades, en fin, su sangre misma? U sted debe saber quo en
las dos formas es la misma ponzoña la que están bebiendo. Sus aso­
ciados socialistas y antifascistas, alimentados con esta droga, n o pueden
menos de desear en ei fondo de sí mismos las mismas cosas que desean
los comunistas y no pueden menos de tener en realidad sino los mismos
enemigos que los comunistas. ¿O es que piensa usted que en este
dilema Jos comunistas van a ser Jos traicionados?
Es hora de que ustedes reconozcan sus errores fundamentales'
en Europa, señor senador. Ustedes han apostado al caballo perde­
dor. Esta es la explicación de todas Jas decepciones que han experi­
mentado en la política europea. AI apoyarse sobre el marxismo para:
El H uevo de C olón 41

com batir al marxismo ustedes com eten u n absurdo, un contrasentido


político. Eso no puede d ar resultado. Al dar su confianza a Jas
fuerzas socialistas y antifascistas de E uro p a, ustedes no pueden en­
co n trar sino el sabotaje, la mala voluntad, la predilección secreta p o r
sus adversarios. Ustedes colocan sus problemas entre las manos de la
quinta colum na soviética; y p o r desgracia los problemas de ustedes
son tam bién los nuestros y esto es lo q ue nos importa. Ustedes se
han engañado sobre los hombres, y esto es lo que yo quería demos­
trarle. Pero temo que ustedes se han engañado también sobre los
principios y esto es lo que pretendo dem ostrarles ahora.
)

í
CAPÍTULO II
POR QUE RUEDA E L H U EV O
TV ; la misma manera que los teóricos militares establecen las reglas
de la estrategia estudiando los planes de los grandes generales,
así quisiera y o conducirlo a usted a descubrir los resortes invisibles
que han actuado sobre su política de ayer y que 1c dictan su política
de hoy. Ya le he demostrado qué tropas extrañas sirven bajo su
bandera, qué dudosos auxiliares tienen ustedes en sus cuadros, seme­
jantes a aquellos que, en plena batalla, abandonaron las águilas de
N apoleón para pasarse al otro campo. Ya le he dicho cóm o son
ustedes traicionados; quisiera decirle ahora p o r qué son ustedes trai­
cionados y qué es lo que ustedes mismos traicionan.
P orque nada se gana con m encionar lo que no marcha bien: hay
q u e descubrir p o r qué no marcha bien. C uando un industrial recorre
sus talleres, preguntándose cómo puede ocurrir que su com petidor
produzca m ejor y más barato que él, n o se contenta con desemba­
razarse de los malos obreros, sino que se interroga y se pregunta si
•él mismo no ha partido de una idea falsa, si no es responsable, por
la dirección que le dió a su negocio, de las decepciones que éste le
prod u ce. ¿N o son ustedes como este fabricante? ¿No habría acaso
en su maquinaria un principio fundam ental errado que condena a la
im potencia todos sus esfuerzos? Las decepciones actuales de ustedes
¿no provienen quizá de que están actuando sobre ideas falsas, o más
■exactamente, de que no han obtenido ¡os resultados que debían pro­
d u c ir necesariamente a la larga las ideas que les habían sido útiles
e n u n m om ento dado? Esto es lo que sería conveniente descubrir.
Para dar una razón a la entrada de los Estados Unidos en la
guerra ,ustedes acogieron todas las tesis del antifascismo que acabo
d e describir. L os Estados Unidos n o eran en 1936 sino una nación que
desarrollaba, bajo el proconsulado de Roosevelt, una política eco­
nóm ica autoritaria. Esto no nos interesa en manera alguna. Q ue la
dem ocracia de ustedes sea enérgica, que trate de distribuir equitati­
vam ente los ingresos del país, no nos im porta en absoluto, y ni si­
46 M a u r ic e B a ed sch e

quiera ese esfuerzo de justicia nos es esencialmente simpático. Pero


en el mom ento de e n tra r a la guerra, más exactamente, algún tiem po
antes de mezclarse en ella, ustedes asumieron, cualquier día, Ja direc­
ción de Ja cruzada antifascista, listo fué para su país com o un bau­
tismo. ¿Vieron acaso sus hombres de Estado Jos compromisos que
aceptaban? ¿Por lo menos el pueblo americano se dió cuenta siquiera
superficialmente de Ja hipoteca permanente que esa conducta iba a
establecer sobre eJ p orvenir de la política norteamericana?
Ponga atención, señor senador: una nación que aplica la “T e -
nessee V alley A u to rity ” no afirma nada, no com prom ete su porvenir
sino que afronta solamente una dificultad presente; pero una nación
tjue se proclam a antifascista, que adhiere ai frente antifascista y q u é
pretende desempeñar u n papel eminente, liace una cosa distinta: de­
fine una vocación, se coloca la tiara dei pontífice, acepta una respon­
sabilidad que contiene todo Jo bueno y lo malo, una caja de Pandora
de la cual no se ha hecho inventario. A hora quisiera ayudarle a ha­
cer ese inventario.
Hemos retirado de esa caja misteriosa una prim era comprobación
que ya es confusamente advertida por gran parte de la opinión pú ­
blica americana; hemos reconocido que ese antifascismo del que uste­
des han hecho su bandera, en realidad era Ja política de infiltración
del comunismo. Pero la caja nos reserva sorpresas posteriores. Vamos
a enumerarlas una p o r una.
La dificultad más grave, de la cual provienen las demás, es que
ustedes lian querido in tro d u cir la moral en la política internacional
y en la guerra. La idea está m uy bien, es excelente y laudable, y
los aplaudimos p o r eso: p orque todo el m undo está del lado de Ja
m oral y reclama la m oral en la conducta pública; solamente que n o
todo el m undo tiene la misma noción de lo que es la moral. Esta
pequeña reserva parece casi insignificante. Y sin em bargo, es como
esas nubes que son en el horizonte un puntito negro, u n simple e in ­
ofensivo puntito negro del cual sale un ciclón algunas lloras más tarde.
Ese deseo de encarnar Ja m oral no es más que una buena inten­
ción, y una buena intención digna de loa, de la cual salen repenti­
namente infinidad de complicaciones. Porque, señor senador, la;
m oral es para todo el m undo; no es un coto de caza privada, sino
que dentro de sus campos cada uno va a buscar la liebre que le
provoca. Desde luego, ustedes dejan escapar las piezas grandes. N o'
es una caza efectiva, sino u n circo de animales amaestrados lo que-
ustedes encuentran en frente. Cada uno tendrá su m oral, cada uno-
tendrá su preferencia, cada uno tendrá su conciencia. E n su cam po
El H uevo de C olón 47

se construye una T o rre de- Babel mental. Ustedes aseguran que son
u n cam po, un ejército: el campo de la democracia, el ejército de la.
libertad. Pero tem o que tales afirmaciones no sean sino palabras,
porque cada uno opondrá su moral a la d e los demás, su concepción,
de lo que es justo al concepto ajeno, su ideal de la democracia a
o tro s ideales distintos de la misma dem ocracia, su concepción de Ja.
libertad a distintas concepciones do libertad, y el acuerdo a que se-
llegue n o será sino un caos. La coalición de Jas naciones libres que
ustedes p royectaron no será sino un Parlam ento de Polonia donde
reinarán la dispersión de las fuerzas, el desperdicio de la energía, la
discusión a propósito de todo y en particular de lo esencial, y final­
m ente Ja intervención de los enemigos en el estudio de los negocios-
más íntimos. Y si ustedes imponen su concepto de la democracia
o su sentim iento d e la libertad ¿no quedará el derecho de decirles
que ustedes han trabajado en realidad en su propio provecho y en el
d e sus com erciantes y que los instrum entos d e su política democrá­
tica son, en realidad, Jos instrumentos de su hegemonía?
T ien en ustedes que elegir, pues, en tre la impotencia y la des­
confianza. O tienen una concepción obligatoria de la democracia y
de la libertad y entonces lo que nos proponen es una burla siniestra,
o apelan a lo que hay de más noble en cada uno de nosotros y dejan;
lealm ente la decisión de ese abogado de la causa justa en nosotros
mismos: pero entonces ustedes arriesgan a cada instante provocar la
discusión y la objeción de conciencia, inscriben la palabra indisci­
plina sobre sus estandartes y en frente d e u n ejército que avanza
sobre ustedes en form a de batalla con arqueros, infantes y caballería,,
ustedes se p o rtan com o un tropel que avanza cantando himnos, c o n
todos sus elementos de combate mezclados, gritando y bromeando
entre sí.
Ustedes lo han elegido, o por Jo menos creen haberlo elegido..
L o dirigen todo dulcemente, a pasos felinos, hacia una concepción
autoritaria de la democracia, hacia una especie de credo obligatorio
que cada vez perm iten discutir menos. D e esta suerte ustedes reco­
nocen la libertad de opinión, pero persiguen a los funcionarios co­
munistas. Proclam an su adhesión al liberalismo, pero practican el
dirígismQ. Respetan el dereclio de huelga, pero proscriben determi­
nadas clases de huelga. Se encuentran en estado de democracia, pero-
con eclipses. H acen trampa con los principios esenciales para obte­
ner la eficacia. Y necesariamente tendrán que ir más lejos. La de­
fensa nacional tiene sus leyes que no se pueden ignorar. Se verán
obligados a restringir la libertad para defender la libertad y aun a
suprim irla totalm ente para salvarla.
48 M a u r ic e Bardéche

Ustedes hablarán continuamente de libertad, de progreso, de


bienestar, y enviarán a las gentes a hacerse m atar p o r tan bellas cosas,
teniendo que im pedir provisionalmente la aplicación de ellas en su
propio país. E sta contradicción no es una novedad pero no es tam-
poco una exclusividad. Si renuncian a la libertad, a! progreso y al
bienestar para asegurarlos m ejor en el porvenir, los comunistas les
contestarán q u e ellos están haciendo los mismos sacrificios y p o r la
misma razón. Los campos de concentración'soviéticos, la industria
pesada, los sacrificios que el gobierno com unista impone a sus pue­
blos llegarán a ser legítimos porque serán, com o las de ustedes,
medidas pasajeras destinadas a crear u n porv en ir nuevo. Y ustedes
no podrán acusarlos de mala fe. Porque después de todo, tal vez ellos
estén tan perfectam ente decididos com o ustedes a afeitar gratis cuan­
do hayan acaparado todas las navajas de afeitar. P o r lo tanto ustedes
se van a encontrar en una situación m uy inquietante: pero no pueden
hacer otra cosa. Adm itam os que se les crea y que nadie les pregunte
con m ucha frecuencia p o r qué las dem ocracias, para ser verdaderas
democracias, deben parecerse a las dictaduras.
Pero al mismo tiem po que ustedes hacen eso les quedan, y no
pueden evitarlo, vestigios de sinceridad q ue agravan estas contradic­
ciones. P orque no hace m ucho tiem po los hom bres se han hecho
m atar al lado de ustedes, p o r ustedes, p o r ten er el derecho de ser
libres y no p o r una democracia dirigida. E ran sinceros, o p o r lo menos
algunos de ellos eran sinceros. H an pagado duram ente ese combate.
Se sienten orgullosos y cuando se han batido lealm ente tienen derecho
a estarlo. P ero para llevarlos al com bate, para sostenerlos, para
exaltarlos ¿han olvidado ustedes, p o r favor, qué mecanismos inte­
lectuales han m ontado para ellos? ¿H an olvidado ya lo que ustedes
les lian dicho du ran te cuatro años, lo que ellos h an creído, lo que
ha sido para ellos la razón de su com bate y para ustedes la regla y
la ley de toda g uerra presente y por venir?
Ustedes no han cesado de decir, o de dejar decir en su nom bre,
que hay deberes más imperiosos que la obediencia al gobierno legítimo.
Ustedes han proclam ado o dejado prob lam ar que u n soldado, un
funcionario, u n simple ciudadano no estaban obligados a observar
■la disciplina de su Estado o a perm anecer fieles al juram ento que
habían prestado, sino que tenían el deber de pesar y analizar lo que
su gobierno aportaba a la civilización y lo que prom etía el gobierno
enemigo. U stedes han querido que cada soldado fuera el soldado,
no de una nación, sino de u n ideal. Y ustedes han condenado o dejado
condenar a hom bres que n o habían querido faltar a su deber patriótico,
que habían perm anecido fieles a'su juram ento y a sus jefes, que habían
El H uevo de C olón 49

-preferido la obediencia a la cruzada q ue ustedes emprendían. Ustedes


:han condenado a muchos funcionarios sim plemente porque fueron
leales. Ustedes han hecho fusilar a soldados simplemente porque
'•habían obedecido órdenes superiores. U stedes se han atrevido a
re p ro ch ar a muchos generales que no hubieran conspirado contra el
régim en mientras que los hom bres se hacían matar en el frente. La
-objeción de conciencia fué la base y la piedra angular de toda la
m oral de guerra proclamada p o r ustedes: hicieron obligatoria la
-objeción de conciencia y varios tribunales, en el nom bre de ustedes
■o en el nom bre de su victoria, castigaron con la pena de m uerte a
los que habían rechazado aquella objeción. ¿Pero no ven que todo
lo que ustedes h an dicho o hecho, dejado decir o dejado hacer, pe
vuelve h o y contra ustedes? H an querido que se pese y que se
•examine. Pues bien, en efecto, todos aquellos a quienes ustedes se
dirigen hoy, pesan y examinan, y p o r eso ustedes no están seguros
■de nada.
T o d o lo que ¡os agentes stalinianos dicen entre nosotros, todo
lo que hacen, n o tiene otro principio q ue el q ue ustedes han adoptado
im prudentem ente. Tales agentes reclam an para sí el derecho de
p referir a la obediencia cívica una obediencia más elevada. Ustedes
jes han dicho que pesen: ellos pesan o fingen pesar. Ponen en balanza
•el régim en staliniano y el de ustedes y los m éritos del régim en
rstaliniano les parecen tan resplandecientes que su conciencia se
pronuncia p o r él, lo cual los sustrae, p o r consiguiente, a su deber de
•ciudadanos, e incluso les im pone la desobediencia. Ustedes quisieron
■que hubiera u n campo maldito: y h o y son ustedes los hitlerianos.
P o rq u e la gran regla del antifascismo sobre la cual ustedes se apoyan
•es que no hay y no puede haber enem igo entre las naciones pro­
gresistas. E n desenvolvimiento lógico de to do lo que ustedes han
proclam ado y sostenido, el partido com unista puede escribir en letras
enorm es sobre los muros de nuestras ciudades: “ Francia no hará jamás
Ja guerra a la U nión Soviética” .
D e esta suerte ustedes están reducidos a aceptar el cam po de
batalla que el adversario quiera im ponerles. Ustedes acusan a Rusia
d e tener cam pos de concentración, de ser una dictadura, de im poner
la esclavitud y la miseria. ¿Pero cóm o quieren que esta propaganda
actúe sobre tropas antifascistas adiestradas du rante veinte años a adm itir
q u e la Rusia soviética está a la vanguardia del progreso? ¿Pueden
ofrecer ustedes la liberación del proletariado, la abolición del régim en
capitalista, la dictadura de los trabajadores, la sociedad sin clases?
Ustedes saben m u y bien que no pueden ofrecer nada de esto, y de
t ilo resulta que la Rusia soviética será siem pre más progresista que
50 M a u b ic e B ardéche

ustedes, que la lucha será siempre desigual, que la situación de ustedes


será siem pre precaria.
La m oral de guerra de ustedes ha hecho germ inar entre sus­
te n tes un principio perm anente de selección y p o r consiguiente de­
traición. Cualesquiera que sean los resultados de su propaganda,
subsistirá siem pre en los países que son sus aliados, y aun entre los:
hombres que ustedes creen sus amigos, una im portante fracción que
le dará preferencia al ideal soviético contra el de ustedes. D e esta
suerte encontrarán, in v en id a, la situación que crearon durante Ja
guerra. Cada país en guerra al lado de ustedes ten drá un gobierno-
disidente y una radio do P raga o de M oscú que desempeñará el m ism o
papel que la radio de L ondres d urante la guerra. H ab rá una resistencia.
Y esta resistencia —Jo cuaí es m u y grave — se fu ndará sobre los;
mismos principios sostenidos p o r ustedes durante la última guerra y
sobre ios cuales pretendieron establecer su política de lioy. La gente
será más antifascista que ustedes: y Jo será co n tra ustedes, que estarán
ligados cada día más p o r su p ropio vocabulario y condenados p o r
su propio pasado.
T o d o volverá a com enzar. Se tom ará presos a sus generales en
nom bre de las leyes d e N u re m b e rg y volverán a difundirse contra,
ustedes los editoriales de Ja B. B. C. Ésto comienza ya. Los alumnos-
de uno de nuestros grandes institutos, Ja Escuela N orm al Superior,,
enviaron hace algunos días u n m em orial al presidente de! Consejo-
para protestar c o n tra la g u erra de Indochina. Esc presidente del
Consejo había sido d urante la guerra un disidente notorio. E n el"
memorial se Je decía: “ Los vietnamienses, agrupados en torno de su
presidente H o Cbi M inh, sostienen hoy el mismo com bate que-
sostenían contra el invasor los franceses agrupados en .torno del C.
N . R., del cual usted fu é presidente. Esta es una de las causas p o r
Jas cuales nosotros nos sentimos orgullosos de la cultura francesa,
e t c . . . . ” Yo no encuentro q u é responder a esto. L a asimilación es-
lógica. E l ideal de independencia q u e propone H o Chi M inh es,
ciertamente, más elevado que el ideal de p rotectorado que le opone
nuestra adm inistración. Si aceptam os el principio que fué de ustedes,-
-nosotros somos los opresores de Indochina. Y debe ser m uy difícil
para ustedes considerar com o traidores a los idealistas que hacen
saltar Jos trenes de m uniciones destinados a nuestros soldados de-
IndocJúna, puesto que ustedes aplaudieron como a buenos franceses,
a todos aquellos que asesinaban a los gendarm es del gobierno de Vichy..
T odo se enlaza y se encadena. La objeción de conciencia es-
indivisible. La disciplina tam bién. E l vocabulario que Jos antifascistas
emplean h o y . a fav o r de Indochina puede ser empleado mañana.
E l H uevo d e C olón 51

respecto de E uropa. ¿Q ué Ies contestarán ustedes? Si se denomina


traidor a to d o aquel que, rehusando la obediencia a las órdenes del
gobierno legítim o, ofrece informaciones y asistencia a un Estado
extranjero, bajo el pretexto de servir así m ejor los verdaderos intereses
de su país, esta definición se aplica al C om ité de Londres lo mismo
que- al C om ité Central del Partido Com unista. Si, p o r el contrario,
nos negam os a llamar traidor a aquel que obra así, porque Je
reconocem os el derecho de ser juez de los verdaderos intereses de
su país, entonces no tendremos ningún m edio para resistir al partido
comunista.
N o h ay nada, en efecto, en la actitud de los separatistas
comunistas, com o dice el general de C olom bey, que no haya existido
antes en la actitud de los separatistas gaullistas. l.os comunistas
sostienen, com o antes los gaullistas, qu e el cam po del honor y de la
libertad es el cam po de la Rusia soviética, y siendo esta afirmación
filosófica, es decir, indemostrable, tiene exactam ente el mismo valor
que las afirm aciones que hacemos en sentido contrario, y nuestras
negauvas no la disminuyen en nada. Los com unistas sostienen, como
antes los gaullistas, que, no siendo libre el actual gobierno francés,
sino som etido a una dominación extranjera, sus actos no pueden,
p o r lo tanto, com prom eter a la N ación: y esta constatación de hecho
sobre la ingerencia del gobierno am ericano en la política francesa
tiene sensiblemente el mismo valor y ios mismos lím ites que la tesis
gaullista sobre el gobierno del mariscal Pétain. Los comunistas
concluyen sus afirmaciones diciendo que tenem os el derecho de no
participar en las empresas de un gobierno tributario contra el honor
y la dem ocracia y que, por el contrario, tenem os el deber de oponernos
a ellas p o r actos de sabotaje y p o r una resistencia pasiva o armada:
y ésta es exactamente la conclusión que el com ité gaullista había
obtenido de las mismas premisas. Y los com unistas ordenan hoy a
sus m ilitancias los mismos actos que los gaullistas habían ordenado
a las suyas. Condenar al partido com unista p o r su resistencia actual
a lo q u e considera una opresión, es cond enar al separatismo gaullista
e n su resistencia pasada. Reivindicar el p rincipio del cual se obtuvieron
e n otro tiem po los elementos de lo que fu é llam ado la “Resistencia”,
es aprobar el principio en cuyo nom bre o b ran los comunistas de hoy.
T al es la guerra que ustedes se han preparado. T o d o está contra
ustedes: la propaganda, los principios, los cálculos. N o pueden
desprenderse de su pasado. H an hecho to d o lo posible para hacer
d e E uropa un a plataforma podrida, y ahora esta cede bajo sus pasos.
A quellos a quienes ustedes emplean co ntra el comunismo están
desarmados, a causa de ese mismo pasado. E l gobierno puede fulm inar
52 M a u r ic e B ardéche

sus condenas y expedir leyes c o n tra el sabotaje. P ero todo el m u n d o


sabe que lo hace sin convicción y que m ientras las expide m aldice
p o r dentro. A dem ás, es bien fácil ver que sus propios funcionarios
no las cum plen p o rq u e están intoxicados p o r el recu erd o d e la
resistencia. H an visto el resultado de una prim era empresa q u e tenía
los mismos caracteres: están esperando la segunda. 'Todo el m undo
es capaz de h ab lar co n tra el comunismo, pero nadie quiere o b rar.
P orque después d e todo, ¿si m añana los rusos están aquí? ¿ N o será
necesario haber sido progresista, como fu é en 1944 h ab er sido
“resistente”? A n te esto cada u n o prepara sus coartadas y com bina
su doble juego. C om o el co raje fu é recom pensado en la fo rm a que
y a se sabe, se ha convertido en la virtud de los energúm enos. N a d a
es tan saboteado com o las leyes contra los saboteadores. P o r lo demás,
este miedo no es el único aspecto de la descom posición. Se ha
repetido d e tal m anera a los franceses que el h o n o r y el d eb er
consistían en ad o rar cualquier becerro de o ro lejano, «pie han acabado
po r persuadirse d e ello. A l fin logran en co n trar, si buscan bien,
alguna grandeza en el ideal com unista, grandeza que en efecto existe.
Y como se les ha enseñado q u e el culto del ideal lo excusa todo,
incluso la traición y el crim en, se dicen con algún em barazo q u e los
comunistas quizá tengan razón, que después de to d o ellos lu ch an
po r sus ideas, p o r la liberación de los trabajadores, p o r el p rogreso,
po r el porvenir. Y los franceses no están m u y seguros de q u e sea
necesario cond en ar la traició n , puesto que la traición es perm itid a
a los ideólogos.
D e esta suerte puede preguntarse: ¿Cómo pueden co n d e n a r al
com unism o los hom bres a quienes ustedes creen adversarios d e éste,
sin que condenen su pro p ia posición? ¿Cómo quieren ustedes que
de G aulle restaure en F ran cia e l sentim iento de la disciplina, cuando
hizo todo lo posible p o r anularla? N i siquiera el general se atreve
a llamar traidores a los agentes d e Moscú y los denom ina separatistas.
E n efecto, ¿cóm o quieren ustedes que les reproche a los com unistas
sus atentados y sus incitaciones a la rebelión, cuando ha o rdenado,
partiendo del mism o principio, los mismos atentados y las mism as
incitaciones? E n v e rd a d 'e s u n singular diálogo el que se desarrolla
en toda E uropa en tre los asociados de los Estados U nidos y. los
comunistas. Q u ien lo observe y lo escuche se creería en u n asilo
donde se tratara de c u ra r a un lo co que se tom a p o r C ésar enviándole
otro loco que se cree Jesucristo. “ N o es p o r esta razón, señor — diría
uno de los locos — p o r la que usted debe p oner cem ento en los tarros
de guisantes, sino p o r otra q u e v o y a decirle. Yo mism o h e puesto
muchas veces cem ento en los ta rro s de guisantes, p e ro lo h acía p o r
El H u evo de C o ló n 53

m u y buenos m otivos. Y si quiere saberlo, le diré en confianza, que


es p o rq u e soy Jesucristo”. U n discurso p o co más o m enos com o éste
fu é el del castellano de C olom bey a! gotoso de Ivry. Y algunos
millones de g en tes ingenuas escuchaban esto beatam ente y pensaban
que tan bellas palabras arreglarían todas las cosas.

*
s*

¿Y cóm o quiere usted, señor senador, que pueda haber en tre


ellos otros diálogos? M ire de fre n te las fuerzas que ustedes han
desencadenado. L os duendes y los elfos los rodean a ustedes. Bailan
e n to rn o la danza de la m uerte y de la noche. U stedes han querido
el antifascism o. L o que sale d e la caja de Pandora no es solamente
la objeción de conciencia, sino que, com o en la m itología en que los
dioses tienen fam ilia, es la conciencia en tera ia que b ro ta, desconocida
com o el soplo que fluye de la boca de Eolo, poderosa com o la tem ­
pestad, enemiga d e las ciudades y d e las leyes, fuerza bárb ara que no
obedece sino a dem iurgos misteriosos.
Es aquí donde- ustedes se en cu en tran ante el problem a más grave
d e toda política. H an querido enarbolar la bandera de la conciencia
universal p ara c u b rir una guerra in ú til e intereses inconfesables. H o y ,
ese instrum ento terrible que- es la conciencia universal, el sufragio
universal del g uerrero , cae con to d o su peso sobre el dispositivo
m ilitar que ustedes han armado. P o rq u e Ja conciencia universal, que
está inscrita sobre su bandera, debería ser vista com o es y llamada
p o r su propio nom bre: es el fariseísm o y falsificación en la m ay o r
p a rte do los casos y casi siem pre p u ed e llegar a ser la traición.
U sted conoce el apólogo de E sopo, señor senador, que se enseña
a los niños en las escuelas, según el cual la lengua es la m ejor cosa
d e l m undo y tam bién la peor. L o m isino o cu rre con la conciencia
universa!. T o d a política no es y 11 0 p u ed e ser o tra cosa sino su
expresión. P o rq u e si es justicia y verdad, es evidente que toda po lítica
q u e se separa d e ella está condenada p o r e l mism o h ech o de su
separación. Y si es el deseo del bien y el deseo del o rden, no hay
p o d e r del cual n o sea ella el alma y la fuerza bienhechora. P ero, p o r
e l contrario , si es la voz del ex tran jero q u e falsifica la justicia y
desnaturaliza la verdad, que exalta el desorden en nom bre del orden
y suscita en nom bre del ideal a lo s p ro fetas de la rebelión, entonces
la conciencia universal es la destru cció n y la m uerte, la invasión n o
ta n to de las ciudades sino d e las almas, es el veneno en lu g a r d e ser
la savia.
54 M a u r ic f . B a rd éch e

Ella se dirige a lo que hay de mejor en nosotros y en c! mismo


instante nos engaña, con las palabras que nos inspiran m ayor
confianza y respeto. N o hay ninguna de sus afirmaciones que no
sea loable, y no hay ninguna de sus deducciones que no sea falsa.
Ustedes han querido la guerra de las conciencias. H an olvidado que
la conciencia es semejante al rayo que los antiguos colocaban en la
mano de Júpiter y que no se la debe entregar a los mercaderes ni
a los aguadores. Son ¡os príncipes y los grandes quienes deben
interrogarse y pesar el bien y el mal. La religión les enseña que les
será pedida cuenta de sus decisiones y de sus consejos, y la política
les demuestra que los imperios durables son solamente los que se han
fundado sobre la justicia y el orden. Pero las multitudes que forman
las naciones no tienen por qué pensar en los destinos de los imperios.
Es una locura querer darle a cada uno un cetro. Y es a esta locura
a la que ustedes le han dado vida, o más bien a la que los enemigos
de ustedes les han inspirado la idea funesta de darle vida. Ustedes han
desembocado sin darse cuenta de ello en el absurdo de la democracia.
Quisiera demostrarle, señor senador, el interior de ese mecanismo
sospechoso y temible. Ya verá hasta dónde es capaz de arrastrarlos.
N osotros conocemos bien la política de la conciencia universal,
que ha sido el alma y el resorte del antifascismo descrito atrás. Lo
más temible que hay en ella es que parte siempre de una idea generosa.
Apela a lo que hay de mejor en nosotros. ¿Cómo rechazar sus
cruzadas? A nte ella cada uno se acusa a sí mismo d e tibieza y de
indolencia. Y es com o todas las cruzadas: se sabe que cada uno parte
de su ciudad pero no se sabe absolutamente sobre qué orilla de
Barbaria acabará por arribarse. Millares de hombres han llegado así
al antifascismo, sin saber lo que había a! final, simplemente por
generosidad, p o r bondad, por piedad, exactamente com o los q u e un
siglo atrás reclamaban la abolición de la esclavitud. Les parecía
insoportable, su conciencia encontraba insoportable, que, en ciertos
países, los hombres fuesen perseguidos porque se declararan partidarios
del régimen soviético. Protestaban porque en otros países de! m undo
los hombres no eran tan libres como ellos. Estimaban que se
encontraban encargados de una misión de control sobre la moralidad
política de los otros países. Se reconocían a sí mismos un derecho de
intervención en nom bre de la moral y de la humanidad, proclamaban
este derecho y aun lo convertían en un deber. ¿Qué cosa más noble
que esta indiscreción? ¿No es ésa la política de los Estados Unidos,
señor senador?
Desgraciadamente las ideas generosas se ejercen siempre en pro­
vecho de alguien. Esta es la principal dificultad de toda política.
E l H u evo de Colón 55

L a abolición de la esclavitud arruinó a los Estados del Sur en beneficio


-de los comerciantes de los Estados del N orte. El triunfo de la liber­
tad asegura por sí mismo excelentes ventajas comerciales a las naciones
virtuosas, liberales y bien equipadas, a costa de las que se encuentran
•en inferiores condiciones. De la misma manera el antifascismo atrae
invenciblem ente la simpatía de los pueblos hacia el país más anti­
fascista de todos, y esta simpatía es, en la política actual, una fuerza
tan im portante como una flora marítima o aérea. El celo de los hom­
bres de buena voluntad los conduce a convertirse, a pesar de sí
mismos y sin saberlo, en agentes de intereses extranjeros. Y esto no
se aplica solamente a los comunistas. Cualquiera que piense en otra
•cosa que en el interés de su propio país se convierte en servidor de
intereses extranjeros. La generosidad es una manera de sacar las cas­
talias del fuego: Bertrand se aprovecha de ello.
A hora bien, es contrario a la naturaleza exigirle a la multitud
•que conozca esta contradicción de lo justo y de lo.útil que los esta­
distas pueden ver, que deben ver y que es una de las dificultades
•esenciales de su oficio, y pedirle que desconfíe de ella. La conciencia
es enteram ente sentimental. Un relato impresionante la subleva y
todos los tribunales lo saben m uy bien. La violación de Lucrecia es
el origen de la propaganda. D e ésta provienen las noticias de Ems
y de Büchenwald. N o im porta que sean ciertas o falsas. La indigna­
ción es como una inundación: no hay sino un problem a y es hacer
•saltar el dique. Si se acusa a alguien de com er niños crudos al des­
ayuno, no faltará quien lo crea y de ello se deducirá una filosofía.
Porque en este caso la propaganda, los sentimientos y las conclu­
siones son una sola cosa. Ustedes han desencadenado una fuerza que
no conocían. Han instalado entre ustedes mismos ciento cincuenta
millones de bases morales que sus enemigos tratarán de utilizar, para
que cada norteamericano pueda levantar el puño contra ustedes
cuando se- lo mande un técnico extranjero que sepa su oficio. Han
hecho de la guerra una gigantesca campaña electoral: han instalado
una tribuna mundial a la que puede subir todo el que quiera.
Ustedes creen combatir esas voces. Creen persuadirlas. Piensan
que millones de hombres elegirán el ideal de ustedes. Su guerra será
una guerra de voluntarios, una guerra de soldados-ciudadanos. Están
pensando que su voz será la más fuerte y que todo el mundo es­
tará convencido de que su campo es el de la paz y la libertad.
¿Pero es que ustedes no saben ver? Los partidarios del comunismo
no dejan de aumentar en Europa. Los gobiernos que están a sueldo
d e ustedes adulteran los escrutinios c inventan leyes inhonestas: fal­
sean así la democracia y separan a los comunistas del poder, pero
56 M a u r ic e BARDECHE

no podrán cam biar los corazones. Cuando es necesario batirse lo­


que cuenta son los hom bres, n o los diputados. ¿Qué harán ustedes
con aliados cuyas tropas son y a desleales y lo dicen? Ustedes re­
piten que la U. R. S. S. es el país de los campos de concentración y
de los trabajos forzados: pero nadie les cree. Si miran las cifras dé­
los últimos resultados políticos, com prenderán que nadie les cree.
Ustedes han sembrado una cizaña que hoy los está ahogando. F,¡
principio secreto, pero esencial, del antifascismo es que un país pro­
gresista n o puede ser u n país criminal: u n país progresista no puede
hacer mal. Este axioma condensa lo que ustedes han hecho, lo que
continúan haciendo, lo que harán si siguen la misma vía que hasta
ahora han transitado. H a y una gran ley acerca del idealismo y es*
que el idealismo radical triunfa sobre el idealismo moderado. F,1
idealismo es una especie de locura generosa que se apodera del cora­
zón humano. H ace de los hom bres profetas, sacerdotes, ídolos. El
idealismo rechaza a los tibios. Obedece a las leyes de la locura, ensor­
dece, enceguece. Aquellos a quienes toca están ebrios, olvidan sus
razón, su pasado, su vida. L e explicaba atrás, señor senador, cómo
ios católicos han venido a ser, sin saberlo, los cómplices de los agen­
tes soviéticos. E s el idealismo lo que los ha conducido con un paso
seguro, inexorable; es el mismo idealismo que ustedes nos recomien­
dan y del cual hacen la carne y la sangre de su doctrina.
¿No ha visto usted u n pajarito hipnotizado p o r u n milano? Esa'
fué la historia de esos católicos. N ada más contrario, no solamente
a sus convicciones sino a la esencia misma del dogma, que la profe­
sión de fe sobre el progreso hum ano que es el alma del antifascismo.
La doctrina de la caída y del pecado original está presente para re­
cordar al hom bre que no es ni bueno ni perfectible y que no es de
los medios humanos de donde le viene su salud. Los católicos saben
que esta contradicción es evidente. Sin em bargo todo es vano. El
idealismo es una fuerza tal que Ies hace rom per hasta el dique del
dogma y traicionar la evidencia. Es imbecilidad en muchos, pero no
en todos. Y para algunos de estos cristianos es ciertam ente un drama
y un drama m u y grave, u n drama m uy doloroso, no hallarse del'
lado de aquello que piensan que es la libertad y sobre todo no hallarse
del lado que creen ser el de los obreros, el de los humildes, el de los
pobres. ¿Cómo .110 com prenderlos? N o pienso aquí en los políticos
sino en los cristianos que son sinceros, en los sacerdotes-obreros, en
otros parecidos. ¿Cómo censurarlos sin apelación? ¿Cuál es esta
fuerza que Ies hace olvidar todo y los maneja? A quí se pesca en
aguas turbias. ¿Y si la libertad de los antifascistas no fuera la v erd a-
El H u ev o de C olón 57'

dcra libertad, si el imperio de M oscú n o fuera el imperio de los


obreros, el imperio de los pobres? ¿Cuáles son los anteojos que per­
m iten v e r con claridad a esa conciencia que to rtu ra y que punza?
¿H a pensado usted en el llanto y en e l rem ordim iento del hombre
de buena voluntad que se ha engañado o que ha sido engañado? ¿Y
en el rem ordim iento del hombre a quien se ha utilizado contra sus-
convicciones? El sentido verdadero d e la guerra de España no fué
visible para todos sino después de la segunda guerra mundial, cuando-
todo el m undo comprendió que los problem as llamados políticos son
esencialmente problemas estratégicos. F u e entonces solamente cuando
se descubrió que la guerra de España había sido en realidad una riva­
lidad p o r una base, una disputa en to rn o a un porta-aviones. Era por
eso p o r lo que se había movilizado la conciencia universal. En este
punto d e nuestro razonamiento com enzamos a com prender que la
conciencia universal no es sino una variedad de los “comandos” de
desembarco.
Los católicos n o eran ios únicos a quienes se traicionaba. Otros,
hombres tenían también una misión: u n a misión tal vez menos gran­
de que la de m antener la Cruz de C risto, pero grande y bella: la
de p ro teg er a su patria y no perm itir q u e le ocurriera daño alguno.
Ellos tam bién, señor senador, han dejado de escuchar, han dejado
de reflexionar. N o se han dicho que, cualesquiera que fueran sus-
sentimientos, era criminal dejar establecer sobre la península de Es­
paña, clave del Mediterráneo, un estado satélite de la Rusia sovié­
tica. Ellos también se han negado a com prender, se han negado a.
ver la evidencia. Y han hecho todo lo que está a su alcance para
que este territorio tan importante p ara el destino de O ccidente pa­
sara al control de los enemigos del O ccidente. ¿Dónde estarían uste­
des hoy, dónde estaríamos nosotros, señ o r senador, si un mariscal'
ruso m andara en España? ¿Piensa usted que podría hablarse de una
defensa de Europa? ¿Y siquiera de u n a defensa de Africa? ¿Siente
usted qué representa en la balanza de las fuerzas la victoria de Franco?
Ella los salva a ustedes, señor senador. Si ustedes pueden dorm ir-
tranquilam ente en Nueva York es p o rq u e trescientos mil montañe­
ses de N avarra y de Castilla se han h echo m atar para que su país
permanezca libre. E n ese momento la conciencia universal nos gri­
taba y nos injuriaba, y yo conozco personas que todavía están hoy
condenadas simplemente p o r haber deseado entonces la victoria
de Franco.
H e aquí, pues, lo que nosotros pensamos desde antes de la gue­
rra acerca del idealismo. La serie de acontecim ientos posteriores no­
58 M a u r ic e B a r d é c iie

nos ha hecho creer que estábamos equivocados. Vimos desde ese


momento que la conciencia universal tiene el poder de hacer olvidar
a cada uno lo que es o debería ser lo esencial, de convertir a cual­
quiera en u n mercenario del extranjero. El idealismo hipnotiza. Es
el alcoholismo de las naciones. Ligadas p o r sus quimeras, exaltadas
po r sus sueños, sus víctimas se parecen todas entre sí. Se niegan a
saber, se niegan a ver. Rem an sobre la galera con los oídos obtura­
dos como los compañeros de Ulises. Las revelaciones de la eviden­
cia no llegan hasta ellos. E s imposible que un país progresista haga
mal, es imposible que la conciencia universal se equivoque. Perezca
la Cruz, perezca la nación más bien que u n principio. Sabemos por
ellos que p o r donde la conciencia universal ha pasado no queda nin­
guna de las plantas del alma humana. Los paisajes de nuestro espíri­
tu son devastados por ese viento desconocido. T o d o se transforma
en tierra árida, todo se convierte en una lauda inculta y nadie puede
decir ni se atreve a decir de dónde viene exactamente el viento.
Vea, pues, la conciencia universal tal com o es, señor senador.
Contiene un germen terrible, el germ en de la traición. V ea las cosas
tales como son. La defensa de Ja independencia nacional es un prin­
cipio absoluto que no conoce ley ni límites. Es la voluntad de vivir
de los pueblos. Está p o r encim a del instinto más poderoso. Cuando
desaparece nada la puede reem plazar. Cuando existe nada puede li­
mitarla. M ezclar una idea extraña a esta voluntad de vivir es intro­
ducir un veneno en nuestra sangre. Encam inar ese capital de ener­
gía hacia un objetivo diferente es producir una grave herida en el
alma de un pueblo entero, ocasionar una hem orragia mortal. D ed i­
que un principio o un ideal es superior a los imperativos de la vida
nacional es golpear a esa energía en su misma fuente. Esto es lo
que el comunismo viene haciendo desde veinte años atrás y fué lo que
ustedes le ayudaron y todavía le están ayudando a hacer. Son las
ideas las que matan a los pueblos. Ustedes encuentran que Europa
es un cadáver: fueron ustedes los que le sum inistraron la flecha
envenenada.
Esta regla de la soberanía nacional no se aplica solamente a la
ideología comunista sino a toda ideología. Ustedes no pueden luchar
aisladamente contra la pretensión comunista de p oner p o r encima
de todo el servicio de la patria del proletariado, sino que tienen que
aceptar la lucha en toda la línea y no tolerar que se ponga nada por
encima del servicio de la nación. N o se hacen compromisos con el
suicidio. Si es perm itido tira r sobre los propios generales, com o lo
dice “L’Internationale”, en nom bre de la libertad y en nom bre de la
democracia, todo pasa p o r esa brecha, incluso el comunismo. N o
El H u ev o d e C olón 59

es perm itido tira r sobre la nación. Eso es todo. N o hay excepción


a esta regla. N o h a y compromiso con esta regla. T o d o lo demás
conduce a Moscú.
Dígnese considerar, señor senador, que actualm ente esa especie
d e traición ideológica decente, cubierta p o r las palabras respetables
d e libertad y democracia, irriga y fertiliza todas las formas de nues­
tra vida política. N o hay uno solo de nuestros estadistas que no obre
pensando en otra cosa que el interés de la nación, que no prefiera
las multitudes a nuestras vidas, que no esté dispuesto a sacrificar
a una ideología nuestra propia existencia y la vida de la comunidad
a la cual pertenecem os, y que no sea en definitiva el instrum ento y
e l capataz designado p o r otra nación.
Son los servidores de la democracia, de la libertad, de la per­
sona humana, del progreso social, do todo lo que se quiera, pero no
de lo que debía ser exclusivamente: los servidores de nuestro pueblo.
A l dar constantem ente la prioridad a un ideal sobre el servicio de
la nación, al justificar el servicio de la nación po r el servicio de un
ideal, justifican tam bién toda la propaganda comunista, aceptan el
juego que Jes es propuesto y en el cual son vencidos de antemano.
U n hom bre de Estado que nos dice que es necesario servir a Fran-
cia poique es el país de la democracia y de la libertad, m iente y
traiciona. M iente porque no tenemos que servir a Francia por una
razón de estas. La servirnos: eso es todo. T raiciona porque cualquier
día se le dirá que es necesario servir a Ja U.R.S.S. porque éste es
el país de la verdadera libertad y de la verdadera democracia. ¿Y qué
podrá responder?
Este es el resuJtado de su política, señor senador. Roosevelt
liizo una guerra para entregar a los Soviets territorios que Ja diplo­
macia europea defendía palmo a palmo desde doscientos años antes
contra la diplomacia de los zares. Después hizo a Jos Soviets un don
más precioso aún, irrigando en todos Jos pueblos en dosis masivas
ese veneno que los paraliza, ese curare que la propaganda marxista
intentó en vano inyectam os durante treinta años. Esa ruptura del
frente moral que cubría a nuestras naciones es tan grave po r sus con­
secuencias com o la pérdida de sus bases estratégicas. El frente está
roto y estamos abiertos a todas las propagandas. Las naciones están
ho y ante el comunismo como víctimas inmovilizadas, incapaces de
m over un solo músculo y esperan el golpe de gracia lanzando débi­
les gritos. N o fueron los partidos comunistas los que condujeron a
este resultado: fué Ja política de W ashington.
Desde entonces nuestros países, lo mismo que el suyo, las almas
que les pertenecen a ustedes, lo mismo que las nuestras, están abier­
60 M a u r ic e Bardéche

tos como un esp ad o aéreo sin defensa. La duda, el pánico, la dis­


cusión, caen sobre las almas com o las bombas sobre las ciudades. El
alma de un pueblo debe estar protegida com o sus usinas y sus ciu­
dades. E l im perio cerrado del sistema soviético es la más grande
lección de la política m oderna. H a y una guerra m icrobiana qu e uste­
des no previeron, y es la q u e se les hace cada día y cuyos efectos
son invisibles y espantosos. U stedes le tem en a la peste. H a y una
cosa peor: la disolución de las voluntades.

. **

H ace cien años mi bisabuelo no sabía sino su .Padrenuestro y


su Credo. E ra lemosino y partía en la prim avera co n los com pañeros
vidrieros, sus camaradas, para ir a las ciudades d o n d e les ofrecían
contratos. O bedecía a los edictos del príncipe. Y com o no era sol­
dado las cuestiones del E stado no le concernían. E ra para él y para,
hom bres com o él p ara quienes se habían dictado los M andam ientos
de Dios. Bastábales, en efecto, saber lo que un h o m b re com ún debe-
hacer respecto de D ios y d e los otros hombres, y luego m orían en
paz habiendo vivido corno hom bres justos. E n n u estro tiem po nos.
im portan las noticias de los antípodas, nos preocupam os p o r ellas y ,
en efecto, nos conciernen, p o rq u e según lo q u e ellos nos inform en,
alguien puede desalojarnos de nuestro departam ento o convocarnos
bruscam ente a Saverne (Bajo R h in ). H em os venido a ser la m ateria
prim a para fabricar la historia, pero tam bién somos u n a fuerza, p o i­
que es necesario persuadirnos. Somos semejantes a las partículas d e
limadura de hierro sensibles a una corriente m agnética, la cual las
orienta y las dirige: se hace pasar sobre nosotros todas las mañanas,
una corriente de pensamiento que nos hace utilizables. La conciencia
de mi bisabuelo era su propiedad exclusiva, y nadie tenía derecho de
m irar p o r encim a de ella, a no ser su párroco. N u estra conciencia de
hoy es nuestra propiedad, o a lo menos lo creem os, y a la vez u n bien
colectivo, p o rq u e es su receptibilidad la que nos hace utilizables,.
Como de la citada caja de Pandora, de allí salen el bien y el maL
E s nuestra independencia y al propio tiem po es el instrum ento d e
nuestra servidum bre. Podem os salvarnos gracias a ella, salvándola
al mismo tiem po. T am b ién podem os perdem os p ara siem pre p o r
ella y perderla al mismo tiem po que nosotros.
Es, pues, desde este doble aspecto com o debem os hacer la autop­
sia de este órgano hipertrofiado. El m undo m oderno está saturado
de pensamientos com o u n cielo tem pestuoso está saturado de ele c tri-
E l H uevo d e C olón 61

-ciclad, Y cada uno de nosotros es a la vez u n receptor y u n conden­


sador. N o debem os confundir estas dos funciones. Somos preciosos
-como condensadores, pero peligrosos com o receptores. Si querem os
•permanecer com o hombres libres nos es preciso escapar de la enor­
m e escoba eléctrica que amontona las conciencias de la misma ma­
nera que la escobilla de una dínamo reúne las partículas de elec­
tricidad.
Esta prodigiosa cantidad de pensam iento que, semejante a un
flúido desconocido, está como en suspensión en el m undo m oderno,
■tiene sus proyectantes y sus ingenieros. Su objeto com ún es el de
llegar a cada una de las conciencias que constituyen las partículas
■elementales de esta fuerza invisible y apoderarse de ellas para su pro­
vecho. L a vida m oral de cada nación, lo q u e podría llamarse su es­
pacio m oral p o r analogía con las expresiones “ espacio aéreo” o “aguas
nacionales” , es violada cada día p o r recolectores de conciencia cuya
acción no es menos peligrosa que la de los aviones extranjeros a los
cuales prohibim os celosamente nuestro cielo. Cada día los proyectan­
tes y los ingenieros del extranjero penetran entre nosotros, reclu­
tan a nuestras gentes, y trabajan para ellos y por consiguiente con­
tra nosotros.
T o d o s pretenden invariablemente representar la conciencia uni­
versal. E ste es el fundam ento de su m étodo. N aturalm ente la exis­
tencia de una conciencia universal no ha podido ser demostrada jamás
y p o r m u y buenas razones no lo pod rá ser nunca. Pero esto no
tiene, en realidad, ninguna im portancia especial. Exista o no exista,
h ay quien se encarga de hacerla aparecer: es como el conejo del
prestidigitador, que no im porta si está en el som brero, porque basta
que el público lo vea. Y todo el m undo se burla, en cierto m odo, de
quien tra te de averiguar si existe o n o la conciencia universal: lo
que im porta es que se oiga p o r alguna p a rte una voz de la concien­
cia universa] y que produzca la ilusión d e q u e existe. D e esta manera
q u ie n hable de la conciencia humana delante de diez millones de audi­
tores está considerado com o si hablara en nom bre de esos diez mi­
llones, aun cuando nueve millones, en ese instante preciso, cierren
el b otón de su radio. La potencia del em isor representa el único
m andato del que habla: es ese m andato. Expresa m atem áticam ente,
•por una cifra, el grado de V erdad que contiene su palabra y p o r tan­
t o la p roporción de conciencia hum ana que está en usted. Si su emi­
so ra no alcanza sino a diez mil oyentes, usted no representa ninguna
p arte de la conciencia humana; pero si su com anditario es lo bastante
rico para q u e el em isor alcance para trescientos millones, usted se
c o n v ierte en la conciencia de los pueblos, puesto que es su voz. T al
62 M a u r ic e B a r d é c h e

es el instrum ento nuevo que hemos descubierto para acaparar las


almas. Esto se parece m ucho al secreto de ios hechiceros ventrílocuos
que entre los Bambaras hacen hablar a los ídolos.
Desde luego, el ventrílocuo dice lo que quiere. Usted puede estar
seguro de una cosa: él no dirá nada que no convenga a sus intere­
ses. F.I ventrílocuo no pierde su tiempo y tam poco pierde su dinero.
Cuando tiene necesidad de atrocidades alemanas, le sirve a usted
atrocidades alemanas, y la conciencia universal exige muchos ahor­
cados y fusilados en nom bre de este descubrim iento. Cuando ne­
cesita atrocidades rusas, descubre con la misma facilidad atrocida­
des rusas y la conciencia universal se prepara de la misma manéra a
exigir la expiación de ellas. De tiempo en tiem po el ventrílocua
clama a grandes voces: “ ¿Cómo pudo usted ser petainista? ¿Cómo
se puede ser miliciano? ¿Cómo es posible llamarse fascista? ¿Cóme­
se puede ser com unista?” Estas grandes cóleras se parecen al monó­
logo enojado del profesor ante los muchachos que han tenido malas-
notas. Sería raro que eso no terminara por pelotones d e ejecución.
Porque el ventrílocuo habla a grandes voces pero tam bién m ata.
Tiene sus espías, cu y o ojo vigilante escruta la tie rra entera, con.
excepción del suelo donde reposan sus pies. Estos espías describen
con precisión los campos de Siheria que nadie ha visto jamás, p e ro
no han oído nunca hablar de Clairvaux y de la C entral de Eysse, a
donde podrían trasladarse en cuarenta y cinco m inutos. Es verdad
que no son pagados para esto. El ventrílocuo no gusta de perder su'
tiempo. Sus vigilantes son sus servidores. Son los capataces de las
almas. Están encargados de darles de latigazos cuando se adormecen
y de inspirarles grandes indignaciones que harán de ellas excelentes
movilizadas, pero todo esto para el'exclusivo servicio del ventrílocuo.
La conducción de la opinión por ios métodos de la conciencia
universal no puede, pues, llevamos sino a una im postura, a un reina­
do perm anente de 3a mala fe y de la mentira. Se establecerá el po d er
de los ricos y de los fariseos sobre pobres almas sin defensa. Se ape­
lará a los buenos sentim ientos de las personas honradas y estas se
convertirán en instrum entos. ¿Pero cree usted que la ilusión durará
largo tiempo? ¿Cree que el hechicero se burlará de nosotros indefi­
nidamente sin ser desenmascarado? Algún día se sabrá q u e sus dioses-
pintados son de madera. Tam bién se sabrá y se com prenderá rápi­
damente que esta industrialización de la conciencia y de la sensi­
bilidad se hace a costa d e nuestra conciencia íntima, de nuestra fuerza,
de nuestra rectitud. Ella oscurece el deber y sobre to d o se presta a
todos los oscurecimientos del deber. Elimina la certidum bre natural
y abre las vías de la confusión, del romanticismo, de la disidencia!
El H uevo d e C olón 63

y algunas .Sel crimen contra la nación. Ahoga nuestra propia


concienci; madera, la que reposa sobre el honor y sobre el sen­
timiento c ¡o un hombre se debe a sí mismo. Y esto es !o que
n o se tan:. iescubrir. Es lo que no puede, al fin, dejarse de ver.
Pernv recordarle aquí u n ejemplo preciso, una desgracia
ilustre, que . _:¡a lo que puede esperarse de la cicada industrializa­
ción. P ier el complot de los generales alemanes contra H itler
el 20 de j: 1944. Le anticipo que no puedo evocar sin emo­
ción el des:. J e esos hombres. R epresentan una tradición que no
transige con onor. Llevan nom bres ilustres, consagrados p o r va­
rias generac. : . :• al servicio de su país. T o d o lo que empren­
dieron estuv' andado en la convicción de que servían, p o r vías ex­
traordinarias. un interés superior de la humanidad y sin duda al
mismo ticm¡ su patria. Sabían lo que arriesgaban y ninguna de­
cisión fué n dramática que la suya, ningún fin más atroz. Sin
embargo no ¡.do decir sobre ellos o tra cosa que ésta: cualquiera
que sea el r e ’ - ;:o que su carácter m e inspire, su conducta fue un
acto de traici . y su ejecución fué m erecida y necesaria. E n el m o­
mento en que amaban una revolución palaciega, cuya vanidad hu­
bieran debido ••prender en la experiencia italiana, cada día, en cada
frente, la ju v en tu d se hacía m atar, se hacía m atar inútilmente y lo
sabía, porque s* le había enseñado que el honor consiste en ser fiel
a los juram entos y que sólo la m uerte libera del deber de fidelidad.
Se le había d icho a esa juventud lo que se nos ha dicho a todos cuan­
do teníamos su edad: que el soldado no sabe nada, el oficial no sabe
nada, el general no sabe nada, y que la orden q u e se les ha dado
debe ser ejecutada sin discusión, porque el sacrificio que les parece
inútil y absurdo puede salvar tal vez un regim iento, o una división,
o el ejército entero; que ganar dos horas o dos días es quizá salvar
el destino; que su juramento de fidelidad significaba todo esto y se
refería no solamente a su jefe sino a través de su jefe y p o r con­
ducto de éste s todos sus camaradas, y que traicionando a su jefe
era a sus cam aradas y a todo su pueblo a quienes traicionaba. Fué
a causa de esto y porque su juram ento tenía tal sentido p o r lo que
el último día d e Berlín, ante la puerta de la Cancillería, se vió cons­
tantem ente en su puesto de guardia a un SS inmóvil, bien apoyado
sobre los talones, como era su costum bre, m ontar su guardia; y cada
vez que caía, u n camarada, corriendo bajo las balas, venía a tom ar su
puesto, con el fusil en el puño com o él, inmóvil com o él, hasta que
caía a su tu m o . Su fidelidad aquí n o era sino un símbolo, pero son
esos símbolos los que hacen la historia. Esos muchacho*; sabían que­
ja derrota no desliga de los juram entos y que no h ay muerte inútil;
■<54 M a u r ic e Bardeche

sabían y adivinaban que su muerte, inútil en ese instante, era útil y


preciosa para el porvenir, precisamente porque representaba esa fi­
delidad a sus camaradas y a su país de la cual la fidelidad al Ftihrer
n o era sino una traducción. Si un SS de dieciséis años sabía esto,
¿por qué lo ignoraba un general? Es la grandeza del estado de soldado
lo que ni la misma desesperación puede diluir. L o que los SS hicie­
ron en la puerta de la Cancillería lo hizo también un oficial francés,
el teniente Roimarmier, en 1940, a la entrada del puente de Gcenes
con sus camaradas de Saumur. T a l vez era tan inútil batirse delante
d e Saumur como guardar Ja puerta de la Cancillería. Pero si aún
hay en nuestro país gentes capaces de saludar a la bandera, es a causa
del teniente Roimarmier y de sus camaradas, y no a causa de M. Bi-
dault. Y advierto que prefiero esta concepción del honor a todo lo
que se ha escrito sobre la conciencia.
H ay dramas que son propios de los altos cargos. Pero hay tam­
bién tradiciones militares. Cuando la conducta del re y hería a un
oficial, éste entregaba su espada y se retiraba a su tierra. De esta
manera se ponía en paz co n su conciencia sin peligro para la uni­
dad y el porvenir del Estado. Cuando el general Malet quiso hacer,
i)ajo el Imperio, Jo que el general von Beck m editó contra HitJer,
el caso d e conciencia no era menos grave y el interés histórico de
la conspiración era el mismo: Ja historia lia aprol>ado sin titubear su
condena y su ejecución. Cosa propia de nuestro tiempo es la de
poner en discusión Ja evidencia. En nuestro tiem po preferimos los
generales que se instalan detrás de un m icrófono a ios oficiales que
se hacen matar en su puesto. Es necesario escoger. Si es al general D e
Gaulle a quien debe presentarse como el modelo de nuestros jóve­
nes oficiales y no al teniente Roirmarmier, no vale la pena de entre­
gar una espada a los oficiales de Saint-Cyr: que se los vista de “maí-
tres d’hoteí”.
Su política ideológica desemboca, pues, inevitablemente, señor
senador, en la traición. Conduce a actos d e traición calificados, como
el que acabo de recordarle, y estos actos han sido recomendados,
aprobados, y aplaudidos por ustedes. Conduce también a un espíritu
de traición, al cual m e he referido más atrás, y este espíritu de
traición ha sido estimulado y protegido p o r ustedes. Conduce a la
mentira, a la Jiipocrcsía, a todas las bajezas de la propaganda, a las
cuales ustedes mismos se han condenado a pesar suyo. En ese mundo
invisible del cual ustedes no com prenden nada, han roto todo lo que
era sólido y lo han reemplazado por lo precario. N adie está seguro
desde entonces de su deber y de su derecho. Ustedes han matado la
lealtad y la fidelidad y con ello lian herido a nuestras naciones.
E í, H uev o d e C olón 65

Pero las devastaciones de su conciencia universal van más lejos


aún. N o solamente arencan contra nuestras naciones sino también
-contra nosotros mismos.
Porque en resumidas cuentas es en nom bre de la conciencia que
exigimos el silencio, en nombre de nuestra conciencia íntima. La vida
<le las conciencias no obtiene ninguna fuerza de un régimen de máxi­
mas falsas, de mentiras, de provocaciones, como no obtiene ninguna
fuerza de la contemplación de las nubes. Pero la vida de las concien­
cias armoniza con la vida profunda de la raza y de la nación. La vida
■de las conciencias es simplemente la pulsación del país real. Es nues­
tr a historia, es nuestra raza, son generaciones de campesinos y de
artesanos, de soldados y de trabajadores, de obreros y de marinos,
todos hijos de la misma tierra, es todo eso que encarna en cada uno
d e nosotros y que dicta los movimientos de nuestra conciencia. La
vida de las conciencias no es otra cosa que el sentimiento y el descu­
brim iento de esta comunidad. Cada u no de nosotros es un eco.
Esta masa de energía, que es la de la nación misma, impone a cada
tino de nosotros sus reflejos. La expresión más alta de nuestra con­
ciencia es el sentimiento de esta comunión que nos liga a todo, a
nuestro pasado, a los hombres de nuestra raza, como tam bién a los
camaradas de nuestro combate y de nuestra obra. Lo que es justo se
nos aparece en una corazonada que no engaña jamás. Y en esa cora­
zonada hay d e todo: quince siglos de cristianismo y de civilización,
la caballería y las comunas, Jos campesinos saludando a la carroza
clel R ey y las secciones de la Montaña, nuestras banderas y nuestras
guerras. Esta vinculación secreta que nos liga a través de los tiempos
y también a través de las fronteras no tiene nada de com ún con las
nubes del idealismo. Ella está en nosotros mismos. Y la vida de la
conciencia no es sino nuestra propia vida. ¿Cómo podría estar esta
vida amenazada por un Estado cuya voz estaría hecha p o r el grito
■de todos? E n un ejército que se bate, el sonido mismo de nuestra
conciencia, es el teniente Roimarmier sentado detrás de su ametra­
lladora, es el muchacho de uniform e negro de pie en su puesto en
nom bre de sus camaradas, es el valor, es la paciencia, y no es el
héroe de Sartre sentado a la orilla del camino, que se pregunta por
qué caen las bombas y qué im porta el puente de Saumur al ghetto
•donde vivían sus padres.
D e esta suerte nuestra conciencia es lo que hay de más precioso
■en nosotros y también lo más vulnerable. M ejor dicho, nuestra con­
ciencia es nosotros mismos y lo que h ay de m ejor en nosotros: en
cambio, la conciencia universal es el robo de nosotros mismos. Nues­
tr a conciencia no es una voz, como decía Rousseau. ‘ N o tiene nada
66 M a u r ic e B a r d é c iie

absolutamente de u n a vo z, es decir, de algo que no somos nosotros:


mismos y que resuena en nosotros. Es, p o r el contrario, nos­
otros mismos, es decir, nuestras entrañas y nuestra sangre. N o es un
dios que habla en nosotros, sino es el dios que está en nosotros. Es lo
que la descendencia y la tierra y el tiem po han hecho de nosotros.
Es el campesino que está en nosotros y el cristiano que está en nos­
otros. Es el caballero y leal servidor que está en nosotros o más bien,
que es nosotros. Es nuestra raíz y nuestra raza. Capas de educación,,
de mentiras, de tim idez la encubren, pero' en los días graves es sen­
sible en nosotros com o la cuerda de nuestra vida. N o se la hace reso­
nar, sino que es el sonido que nosotros damos. Es el recurso supremo-
de nosotros mismos que no aparece sino en el mandamiento y en la
tragedia. De repente todo nuestro cuerpo, todo nuestro pasado dicen
“ sí” o “ no” . T o d o en nosotros repugna o agrada como un animal.
F.1 acto mismo que se nos pide reacciona com o u n ácido. N uestra
conciencia no tiene nada que ver con una ilum inación que viniera de
fuera, porque somos nosotros mismos la luz: nosotros mismos, es de­
cir, nuestra sangre.
Quien pretenda despojarnos del poder de decidir que está en nos­
otros y sólo en nosotros, en nom bre de cualquier im perativo exterior,
nos roba y abusa d e nosotros. Inventa ídolos y nos sujeta a ellos. Se-
viste de hechicero y substituye a la voluntad de la tribu la voluntad
o el interés del hechicero. Habla de moral y nosotros hablamos de­
honor. ' Decimos que no hay ídolos contra eso. Somos los únicos de­
positarios y jueces d e nuestro honor. Y el honor no es otra cosa que
el sobresalto y el instinto de nuestra sangre. C uando hay contradic­
ción entre la moral y el honor, es la moral la que está mal. Porque la-
moral es siempre sospechosa, la m oral tiene una cuenta en el banco,,
la moral tiene empleados, o yernos, o hijas para casar, mientras que-
el honor no m iente nunca.
La conciencia universal, finalmente, es lo contrario de la con­
ciencia: es el robo, el despojo de nosotros mismos, la expropiación de-
nuestras almas, el desarraigo y la esterilización de nuestros pueblos.
La conciencia universal es el aborto d e las almas. E n ella está el ver­
dadero genocidio. Q uitarle a u n pueblo su genio y su corazón es;
matarlo. Y es a ello a lo que tiende ineluctablem ente lo que se llama,
la civilización m oderna.
Vivamos, pues, en la claridad y n o en la confusión. H agan uste­
des su política pensando en los hom bres y en la vida de los hombres,
y no en las ideologías. Es en eso donde está la fuerza y donde está.
tambien la paz. ; ./
CAPÍTULO III
EL H U E V O SF. EQUILIBRA
"E1 l buen sentido, la reflexión, la prudencia, señor senador, y tam­
bién la estrategia que participa de las tres virtudes citadas les
aconsejan a ustedes cambiar la orientación de su política europea.
Lo que nosotros les pedimos es que tengan el valor de ser lógicos.
Ustedes se han dado cuenta de que Roosevelt se equivocó y están
procurando reparar uno tras o tro los más graves de esos errores. Va­
yan hasta el fin. Comprendan de una vez que se equivocó por com­
pleto y hagan en lodo, en seguida, en todas partes, exactamente lo
contrario de lo que él hizo. N o se dejen arrastrar por las secuelas de
absurdo que los debilitan, que nos debilitan a nosotros también y que
hacen perder a todo el m undo un tiem po precioso. Ustedes abatieron
al Japón y ahora están resucitándolo. ¿Por qué lo que es una buena
disposición en Asia deja de ser un acierto en Europa? ¿Por qué, si
no porque ustedes se entregan a intereses particulares? Sus generales
comprenden, han comprendido desde hace tiempo. Pero sus políticos
son como los chinos: no quieren p erd er la cara. Para no perderla ter­
minan p o r perder a América y a to d o el m undo con ella.
Les han sido necesarios a ustedes siete años para com prender pri­
meramente que España form a parte de E uropa, y luego que en una
guerra moderna España es p o r su posición la puerta del Mediterráneo.
Pero España no es antifascista. Esta gran sombra ha bastado para
anularla. Y durante siete años, por un prejuicio imbécil, ustedes han
aceptado el absurdo militar de ignorar a España, de ignorar la geo­
grafía y de privarse del m ejor puesto de vigilancia sobre la cuenca
d e los petroleros.
AI fin, poco a poco su política da vuelta. Empieza a armonizar
con el-buen sentido y con la estrategia. Pero este cambio de escena
no será com pleto, y sobre todo, no será fluctuoso sino cuando uste­
des se hayan convencido plenamente de que no basta encontrar solu­
ciones de fortuna a las faltas militares de Roosevelt y tapar al azar
y lo menos mal posible las brechas que aquel presidente abrió en su
70 M a u r io r B a rdéche

estructura, sino que, siendo la política de Roosevelt una e indivisible


y siendo sus faltas la consecuencia de esta política, es esta política en
sí misma ía que se necesita rectificar en sus principios para destruir
los efectos. N o basta, pues, buscar una solución para España, después
otra para el ja p ó n y más tard e otra para Alemania y detenerse en las
soluciones menos malas posibles. Es necesario u n ir todos esos proble­
mas en una sola concepción y adoptar una política que no sea la con­
tinuación modificada de la d e Roosevelt sino que sea totalmente otra
política.
Esta nueva política no puede ser sino una sola y sus jefes mili­
tares les dan la señal. Hagan anticomunismo con los ant¡comunistas.
Lo que quiere decir que en lugar de apoyarse sobre las fuerzas anti­
fascistas y sobre las palabras de orden antifascistas deben apoyarse
sobre las fuerzas nacionales, anticomunistas desde siempre, y sobre las
palabras de orden nacional.
Lo que v o y a hacerle en este capítulo es la descripción de esa
política. Usted verá q u e ella reúne en muchos aspectos las preocupa­
ciones y los consejos de algunos de los estadistas americanos. Es lo
contrario de una política de vasallaje; es una política de independen­
cia europea. P ero espero mostrarle que ustedes tienen más ventajas
en una política de independencia europea que en la política de colo­
nización soñada p o r sus turiferarios europeos.

¿En qué consisten esas fuerzas nacionales? ¿Cuál es su impor­


tancia? ¿Cuál es su porvenir?
Esta es una d e las cuestiones que ustedes conocen menos, señor
senador. Y es p o r esto: porque ustedes han creído y siguen creyendo
que liberaron a Europa. Yo n o le expresaré m i sentim iento sobre este
punto. Pero lo invito a observar solamente que en consecuencia us­
tedes creen que los países de Europa son libres, las elecciones sinceras,
la prensa honrada e im parciaí, todas las opiniones permitidas. Acep­
tan, pues, com o evidentes y seguras todas las cifras que les son su­
ministradas p o r nuestros actuales gobiernos europeos, y estiman igual­
mente que la gran prensa europea les da una idea justa, un resumen
completo de los matices de la opinión. Este es u n erro r fundam ental
y enorme, de donde provienen posiblemente todas las decepciones que
ustedes han sufrido en E uropa. Porque están actuando com o nave­
gantes cuyos instrum entos d e z bordo hubieran sido adulterados.
Perm ítam e que me explique. Después de su desembarco, en todas
El H uevo de C olón 71

•parres de E uropa se instalaron gobiernos de hecho. Su prim er cuida­


ndo fué el de aprisionar y fusilar. E l te rro r que sobrevino entonces
rfué el período más sangriento de la historia europea, y uno de nues­
tr o s ministros pudo declarar con orgullo que había sido infinitam ente
más sangriento en Francia que el T e rro r de 1793. H ubo cien mil
ejecuciones sumarias o legales en Francia, otras tantas en Bélgica,
'trescientas mil en Italia. En Europa O ccidental solamente, medio mi­
llón de personas pagaron con la vida su lealtad a sus gobiernos legíti­
m os. Puede imaginarse, señor senador, cuánto odio permanente han
sem brado estas medidas. Debe imaginar tam bién qué terrible peso de
tem o r y de prudencia impusieron a bloques enteros de población.
D u ran te cinco años nadie se ha atrevido a expresar su pensamiento
•en to d a la E uropa que ustedes controlan. T o d o el mundo se calla
porque todo el mundo teme. La oposición que ustedes creían permi­
tir conducía directamente a la prisión. E ra un crim en escribir cual-
-quier cosa co n tra el credo del régim en y era un crim en m ayor re­
unirse para decirlo.
P o r otra parte, ios regímenes que subieron al poder contaban con
medios más eficaces que la energía de sus magistrados. Se habían
apoderado, desde su instalación, de la rad io y de la prensa. La radio
vino a ser sencillamente radio de Estado. E l francés que gira el botón
-de su dial no escucha sino una voz, siem pre la misma. Respecto de
la prensa, ya le he dicho cómo nuestra prensa, cuya variedad puede
p ro d u c ir ilusión, pertenece de hecho a u n puñado de compadres. En
cuanto se trate de cosas importantes no expresa en realidad sino una
■sola opinión. Se hizo la misma operación sobre los partidos políticos.
-Con ellos se organizó un monopolio. N o se perm itió la existencia sino
>de aquellos que no ponían en duda las verdades fundamentales del
régim en. Estos tuvieron su prensa, m edios de acción, libertad de ex­
presión. L os otros fueron considerados enemigos del Estado y en
c u a n to aparecían se los condenaba porq u e estaban, según se decía,
form ados p o r malos ciudadanos que no tenían el derecho de fundar
u n partido. E n este sentido la E uropa O ccidental está más unificada
d e lo que usted piensa. D urante cinco años, los países que ustedes
llam an libres tienen poco más o menos el mismo régim en que los países
som etidos a la ocupación militar americana: han conocido la policía,
la prensa dirigida, los partidos con licencia. D e un extremo a otro
-de Europa, desde entonces, millares de hom bres han tenido la im pre-
-sión d e vivir en países ocupados.
Conciba, señor senador, cuán difícil es, en estas condiciones, for­
m arse una idea exacta de lo que piensan los pueblos de E uropa Occi­
den tal. Ciertamente han votado; han tenido los instrumentos y las
M a u r ic e Bakdéche

apariencias de la libertad. Pero p o r todas partes han votado bajo la*


coacción y su libertad ha sido ilusoria. ¿Qué conclusiones pueden
ustedes sacar de las cifras así obtenidas? ¿Cree usted realm ente q u e
todos los alemanes siguen al canciller Adenauer? Lo mismo o c u rre
con los franceses y con los italianos. T od o s leen los diarios encogién­
dose de hom bros y votan, como decimos nosotros, p o r los menos
malos. Conciba bien esta falsificación porque es capital. Desde hacer
cinco años toda la E uropa O ccidental vota no p o r lo que desea, no p o r
lo que aprueba, sino contra los peores. Esos votos tienen, pues, un
sentido negativo y no un sentido positivo. D e ellos no pueden uste­
des obtener ninguna clasificación, ninguna jerarquía. Ustedes con­
sultan cifras falsas, razonan sobre estadísticas adulteradas n o solam ente
p o r los gobiernos sino p o r el consentim iento general. D urante cinco-
años los pueblos de O ccidente no se han atrevido a decir lo que pien­
san; se les ha m entido y ellos lo saben, com o saben que están en la
imposibilidad de expresar sus opiniones en la papeleta del voto. D u­
ran te cinco años nuestros regím enes han sido una construcción ficti­
cia que Ies ha ocultado a ustedes la E uropa real, una máscara que les
ha impedido v er nuestro rostro . D urante este tiem po los pueblos d e
Europa han despertado: y es necesario que ustedes lo sepan.
P o r todas partes han aparecido en E uropa poco a poco fuerzas-
conscientes del peligro com unista c igualmente espantadas p o r la im ­
potencia y la com plicidad de los regímenes actuales a este respecto.
P o r todas partes h a y hom bres que se han dado cuenta de que, n o
pudiendo con tar con sus gobiernos, deben con tar consigo mismos.
H an adquirido conciencia, al mismo tiempo que los jefes m ilitares
americanos, de los m étodos nuevos del partido comunista. P ero esos'
hom bres han visto perfectam ente q ue los regímenes semimarxistas q u e
gobiernan a la E uropa O ccidental, no son en realidad, sino introduc­
tores de la hegem onía com unista; y eso no lo han visto siem pre los:
jefes militares americanos y m ucho menos sus estadistas.
Las fuerzas que se han constituido así en cada país se reco n o cen
entre sí p o r una interpretación diferente de los acontecimientos re ­
cientes. A barcando la historia de la lucha del comunismo y de E u ro ­
pa desde hace veinte años, aquellas fuerzas n o m iran los sucesos dé
1944-1945 como una victoria de las naciones Ubres sino com o una
derrota com ún de E uropa a fa v o r del bolcheviquismo. P or o tra p ar­
te, toman los sucesos interiores de estos dos años p o r lo que son: los;
m iran como los incidentes dram áticos de una g uerra civil. C ontem ­
plan esta g uerra civil, que po co a poco ha tom ado las mismas formas:
en todos los países de E uropa O ccidental como el prodrom o prem e­
ditado de una conquista política de E uropa p o r el bolcheviquismo.
El H uevo de C olón 7?

Consideran, pues, estos sucesos como un todo y no conciben que se


pueda luch ar eficazmente contra el bolcheviquismo sin luchar igual­
m ente contra la form a preliminar adoptada por la revolución bolche­
vique en cada uno de nuestros países. N o separan al antifascismo del
com unism o de q ue aquél es el anunciador y piensan que luchar contra
el antifascismo marxista, instrum ento del comunismo, es una de las
maneras más útiles de luchar con tra el comunismo marxista. L o re­
chazan todo v comienzan por la raíz. Son antimarxistas conscientes.
P o r un reflejo del mismo orden esas fuerzas han rehusado igual­
m ente separarse del espíritu de las luchas antimarxistas de antes de la
guerra, es decir, asociarse a una condenación total y sin atenuantes.
N o desean de ninguna manera la reaparición de los regím enes fascista
o nacional-socialista. Saben perfectam ente que éstos com etieron erro­
res y desean h acer objetiva y útilm ente Ja crítica de las equivocacio­
nes. Saben sobre todo que el fascismo y el nacional-socialismo han
m u erto y q ue n o podrán resucitar, porque la historia no m archa hacia
atrás. P ero saben también que no se pueden destruir veinte años de
la historia de un pueblo y que las condenaciones sin atenuantes son tan
contrarias a la lógica de ia historia como las nostalgias intransigentes.
Estim an solam ente que se debe m irar a esos regímenes sin prevencio­
nes, com o experiencias históricas, con el mismo título que Ja expe­
riencia dem ocrática o la experiencia comunista. L o que era justo en
cada uno de esos regímenes no debe ser eliminado sin examen y sim­
plem ente desde su origen. Lo que era útil en la lucha anticomunista
no debe ser abandonado de manera total. Y en una Europa que busca
con tan ta dificultad su porvenir, sería absurdo ignorar lo que fué la
fuente d e tanto heroísmo y de tanto sacrificio o desconocer los prin­
cipios, cuando estos principios son tam bién los del honor y la lealtad.
E stas fuerzas que vemos aparecer en todos los países de la Europa
O ccidental representan la reacción sana, y la reacción instintiva, p o r
decirlo así, de los organismos nacionales contra e¡ virus comunista.
P o r todas partes en el O ccidente se ha querido instituir u n sistema,
co nform ar los pueblos a ciertas creencias, hacerlos entrar a la fuerza
en u n m olde preparado totalm ente para su vida política y m oral. Pe­
ro las naciones son seres vivientes y tienen reflejos de seres vivientes.
Esos tratam ientos, esas transfusiones, esa medicina extranjera Jas con­
ducen a Ja m uerte. Las naciones lo sienten confusamente. La reac­
ción q ue usted puede constatar p o r todas partes es una reacción casi
biológica. Es .el sobresalto que el instinto despierta en el ser viviente
en el m om ento del peligro. N o es de extrañar, pues, que ©se instinto
las haya impulsado a oponerse violentam ente a todo lo que nos ha
sido enseñado desde hace cinco años p o r el marxismo reinante. Sin
74 M .-i ic e B a kd éch e

-que sé conozcan, esas fuerzas nacionales han elegido en todas partes


-las mismas palabras de orden. Les bastaría atacar p o r todas partes las
palabras de orden de la co ¡ación antifascista. Usted podrá verlas,
p o r todas partes, condenar L hipocresía, la palabrería, la demagogia:
prefieren los hechos a las promesas. Desconfían del idealismo fácil
y extraen de los principios q u e hicieron en otro tiem po la grandeza
d e nuestras naciones los preceptos que aseguren nuestra rehabilitación.
Son fuerzas nacionales, es decir, que colocan a la obediencia por en­
cima de .todo, lo mismo que a la disciplina y a la lealtad, sin las cuales
los Estados no pueden vivir. Son fuerzas obreras, es decir, que están
decididas a ofrecerle al pueblo otra cosa que palabras y a asegurar
efectivamente la liberación de los trabajadores, su derecho a la asis­
tencia y a la seguridad, en detrim ento de los interm ediarios judíos y
•del gran capitalismo internacional. Son fuerzas que piensan que la
restauración del instinto nacional es el único medio de asegurar la
fuerza y la independencia de las naciones de O ccidente y que una
justicia social real es el ejército más eficaz que puede emplearse con­
tra el comunismo. Q uieren así poderes fuertes que n o titubeen en
atacar a los agentes del extranjero. Su anticomunismo no es de ayer.
Los hombres de que le hablo luchan contra el bolcheviquismo desde
hace más de veinte años. Frecuentem ente han recibido en ese com­
bate teribles heridas y saben cóm o se conduce la batalla. Las heridas
d e esos veteranos hablan p o r ellos. Han aprendido que el único me­
dio de obtener una E uropa sana es por medio de naciones sanas. H an
pagado cara esta experiencia. Diga usted si prefiere creer en sus re­
cién convertidos.
T al es la experiencia que les viene de su instinto y de su pasado.
El estado presente de E uropa les ha enseñado otra cosa y en este as­
pecto es indispensable que usted también lo sepa. H a n com pren­
dido que sus escisiones de otros tiempos les fu ero n fatales. Estos
hombres, los más celosos de su independencia nacional, conocidos en
■el pasado por la intransigencia de su nacionalismo, han venido a ser
h o y en sus países respectivos los militantes más activos y los más de­
cididos de la unidad europea.
Estos hombres representan, y es necesario que usted lo sepa, se­
ñor senador, lo que ha hecho la grandeza de nuestras patrias en el
tiempo en que éstas eran poderosas. Su concepción del hom bre es
la del soldado y la del creyente. Piensan que la religión del juramen­
to es eterna y que nada prevalece sobre la palabra dáda. Estiman que
la desgracia no los desliga de ella, ni tam poco la perversidad del prín­
cipe. Piensan, al contrario d e los idealistas, que las formas políticas
son transitorias y que solamente el país.y el alma de ese país son eter­
E l H u e v o de C o ló n 75

nos. Q uieren ser hombres y legar a sus hijos sus ciudades y sus tie­
rras tales como las recibieron d e sus padres y no como dominios
anónimos sobre los cuales el más atrevido es cl amo y donde el extran­
jero im pone su ley. Tienen la paciencia de los campesinos y también
el valor de los campesinos. Y la desconfianza de los campesinos. Son
ellos quienes han hecho nuestras provincias y nuestros burgos y son
■ellos también quienes, en nuestras guerras lejanas, tomaron las amias
para defender sus aldeas y sus campos. Son ellos quienes estuvieron
e n V erdún. Son ellos quienes estuvieron en el Chemin des Dames.
Son hombres desconfiados: y saben que la libertad no está represen­
ta d a solamente por una papeleta de voto y saben también que una
papeleta de voto puede ser un buen instrum ento para hacer desapa­
r e c e r la verdadera libertad. N o crea usted que el senador Mihvaukee,
su colega, les haría creer todo lo que le pasa por su cabeza. Ellos han
v endido muchas veces caballos en las ferias del cantón antes de que
se supiera en nuestros países que existía un capitolio en W ashington
y desconfían del extranjero de perfil levantino que pasa por las ferias
para engañar y especular. Son malas cabezas y escuchan al señor al­
c a ld e de m ejor gana que al presidente T rurnan y al deán de Can-
te rb u ry . Pero, qué quiere usted, son los soldados de Europa y no
h a y otros. Son los hombres que han hecho a Europa y no los otros,
especialmente los hombres que estaban en esos tiempos en los ghettos
•de Lublin y de Cracovia. N o se engañe, senador, son ellos y sola­
m ente ellos quienes defenderán E uropa. L os otros hablan, hablan y
e n el m om ento de peligro reservan su puesto en el primer “skymas-
te r” listo para partir. Ustedes tienen que elegir en Europa entre esos
hom bres y los políticos.
A ún una palabra, señor senador, sobre esas fuerzas que' ustedes
conocen mal. N o se hipnoticen con sus estadísticas y sus papeletas
<le voto. A esos hombres, y ésta es u n a de las cosas más difíciles de
com prender para ustedes en las cuestiones d e Europa, se los ve salir
p o r todas partes en las horas de peligro y entonces se descubre que
son legiones, se comprende que son verdaderam ente ei pueblo de E u ­
ro p a : pero no se los ve o se los ve m al en el juego de los partidos. Es
u n a carta que debe jugarse p o r instinto y no p o r ciencia y con se­
guridad. ¿Qué podría decirle de ellos que le indique su potencia?
"Nada puede darle una idea exacta de ello. Se siente pero no se com­
prende. Es un peso, no es un núm ero. E s el peso mismo de nuestra
•civilización y de nuestra historia, el peso de nuestro pasado y no
existe nada para calcularlo y medirlo. Y sin embargo esta fuerza,
intraducibie a los términos de la política actual, es tan sensible y
ta n presente que usted no puede dejar de ver por todas partes su
76 M a u r ic b B arbeche

advenimiento y su m archa. Si las consultas populares que han tenido


lugar en Europa desde hace dos años tienen aígún sentido, es el que
indica la decadencia cada vez m ayor de Jas formaciones antifascistas
salidas de la guerra civil y la entrada en escena de las fuerzas na­
cionales.
Seguramente form aciones políticas, com o el partido del general
De Gaulle en Francia o el partido de W inston C hurchill en Inglate­
rra, no son fuerzas nacionales auténticas. E l deseo y aún, para de­
cirlo más claro, la aspiración a la servidum bre bajo los Estados Uni­
dos, la influencia de los bancos judíos y de las palabras judías de
orden, han impedido siempre a los estados mayores de esos partidos
adquirir conciencia de su misión. Y Churchill, lo mismo que Do
Gaulle, destructores de Europa, cómplices de la invasión comunista,
agentes conscientes y eficaces de todas las fuerzas de la destrucción,
ilotas ebrios que se despiertan frente al abismo, no pueden ser hoy
guías de sus pueblos. Su política siente al rabino com o en el pasado.
Pero los hombres que los siguen y que a falta de cosa m ejor votan
por sus partidos, experim entan antes que todo su disgusto por la po­
lítica antifascista y su aspiración a una política nacional. Esta con­
ducta es una protesta. Y lo que im porta es esta protesta, que viene
a ser un plebiscito. Aquellos políticos son los jefes indignos de fuer­
zas reales a las cuales procuran envolver y cuya potencia utilizan.
Tenemos que cuidarnos de que su acción no conduzca finalmente a
sacrificar a las divisiones judías algunos millones de jóvenes europeos.
Pero en el juego político real de Europa las fuerzas que ellos han cap­
tado tienen su peso, su sentido, a los cuales debemos estar atentos.
Negamos a D e Gaulle el derecho de llamarse jefe nacional, puesto
que fue u n soldado felón pagado p o r el extranjero, y el de calificarse
como jefe europeo, puesto que contribuyó tanto como pudo a la ser­
vidumbre actual de E uropa; pero a los hom bres que lo siguen y a los
cuales está obligado a hablar ahora en un lenguaje nacional y europeo,
en contradicción con su pasado, ios llamamos y tenemos el derecho-
de llamarlos fuerzas nacionales; nos sentimos sus camaradas, sabemos
que estamos com prom etidos con ellos en u n combate com ún y sabe­
mos también que estamos separados transitoriam ente p o r un soldado-
sin honor al cual pensamos que repudiarán u n día.
Estas reservas y estos rechazos no deben ocultarle lo esencial, se­
ñor senador. Lo esencial es esta evolución decisiva de la mentalidad
europea comenzada desde hace tres años. P or un lado usted ve surgir
de todas partes fuerzas nacionales resueltas a com batir el peligro co­
munista, y no solamente el comunismo en sí mismo, sino a sus cóm­
plices y las máximas que facilitan la infiltración comunista: y esas
El H uevo de C olón 77

fuerzas nacionales crecen tan rápidam ente que se ve desde ahora el


día en que la política de Europa deberá to m ar cuenta de su existencia.
P o r o tra parte, los jefes militares y los estadistas americanos, cada día
más numerosos, les aconsejan a ustedes apoyarse, para com batir el
comunismo, sobre las fuerzas anticomunistas que han existido siempre
en E uropa y cuya reconstitución ustedes deben desear y favorecer.
Ustedes llegarán necesariamente a esta política lógica, a esta política
natural. ¿Por qué perder el tiempo? ¿N o com prende usted que la
política de mañana tiene que ser la d e una América anticomunista
que deje desenvolverse libremente a una E uropa anticomunista y que
se felicite d e ese libre desenvolvimiento? ¿N o es más sabio prepa­
rarse desde ahora a esa política natural, adaptarse, pensar en ella con
anterioridad?
¿N o es éste el sentido de las decisiones recientem ente adoptadas
p o r ustedes? lira absurdo y criminal rechazar un entendimiento con
España p o r simples razones ideológicas. Ustedes han acabado por
com prender la evidencia y han escuchado los consejos de la sabiduría.
¿N o es éste un ejemplo para toda su política? Desde hace tres años
ustedes se obstinan en ignorar a las fuerzas que, en el equilibrio espi­
ritual y político, son tan importantes com o la península española en
el complejo mediterráneo. Y se obstinan p o r las mismas razones que
les hacían ignorar a España. D escubran esta geografía de las fuerzas-
morales com o descubrieron la geografía estratégica del Mediterráneo.
Esas fuerzas nacionales son a través de E uropa la España invisible con
la cual ustedes deben conversar. Ellas los esperan, no serviles ni vena­
les, sino seguras de lo que son y de lo que quieren y convencidas de
que lo que puede salvarlos a ustedes no es diferente de lo que puede
salvarnos a nosotros y de que el poder de E uropa no es contradictorio
co n el p o d er de los Estados Unidos. A ustedes les toca decidir si pre­
fieren conversar con los soldados de V erdón y de Stalingrado o con
los bribones de la B. B. C.
Las ideas que voy a exponerle en las páginas que siguen r.o son
estrictam ente personales y creo que pueden ser miradas como la po­
sición de las fuerzas nacionales en Europa. H e procurado asegurarme
d e que tenían este carácter, exponiéndolas delante de auditorios tan
representativos com o me ha sido posible. Es a causa de la aprobación
que han encontrado por lo que m e perm ito presentárselas a usted co ­
mo una posición común o por lo menos favorablemente acogida.
Para conservarles este carácter he procurado darles a estas pági­
nas una form a tan parecida como es posible a aquella bajo la cual
fueron presentadas y sostenidas en otros lugares. H e dejado en ellas
pasajes que hubiera debido suprim ir p o rq u e quedan repetidos en este
78 M a u r ic e B ardéchr

pequeño libro y , p o r el contrario, m e he abstenido de agregar consi­


deraciones que m e han venido al espíritu más tard e y que hubiera
debido insertar para com pletar mi pensamiento. H e querido que us­
ted tenga con ellas, señ o r senador, una especie de docum ento que
no ha sido escrito para agradar, ni para brillar, ni para ninguna de
las razones que obran frecuentem ente sobre los escritores. Es im por­
tante- que usted sepa sin reticencias y sin ambajes lo que aprueban
algunos miliares de hom bres que representan, así lo creo, el pensa­
miento de centenares de millares de otros hom bres ( 1).

*
**

La base de nuestro razonam iento político es Ja siguiente: tenem os


Ja convicción de que faltas extrem adam ente graves han sido cometidas
en la conducción de los problem as m undiales desde 1941. La con­
ducción de esa guerra aparece hoy com o un crim en contra la civi­
lización. L a guerra era evitable: p ero no se la quiso evitar. A p a rtir
de 1942, y más aún en los años que siguieron, Ja gu erra adquirió el
carácter de una defensa de E u ro p a co n tra eJ peligro bolchevique: se
desconoció este carácter. Alemania com etió faltas, ciertamente, y
faltas graves. P ero lo esencial es que a la postre la derrota de Ale­
mania colocó a E uropa en la situación más dram ática y más desespe­
rada de su historia. La d erro ta de Alemania en 1945 aparece Iioy
como la más grande catástrofe de los tiem pos m odernos.
Si analizamos la historia de Jos últimos diez años nos daremos
cuenta de que, reconociendo Jas faltas d e cada uno, el origen de esta
situación dram ática de E uropa está en el frenesí antifascista de Roo-
sevelt y de quienes lo rodeaban. E sta liisteria les Jiizo perder todo
contacto co n Ja realidad. R oosevelt lanzó voluntariam ente a su ¡tais
en una guerra ideológica q u e la protección de los intereses america­
nos no exigía. Y agravó esta situación haciendo adoptar en Casa-
blanca Ja tesis fanática de la rendición incondicional de Alemania,
d e la cual salieron todos los desastres de la posguerra. Y com o sí
algún demonio del mal lo hubiera conducido co n los ojos vendados
liacia las catástrofes m ás previsibles, com pletó todas sus faltas con el
rechazo del plan de desem barco p o r Yugoslavia, qu e hubiera llevado
directam ente la ofensiva americana sobre ei V ístula, prefiriendo el

(1) E l texto que sigue es el de una conferencia pronunciada el año últim a


e n circuios privados en una serie de ciudades de Alemania. Esta conferencia
fu é editada en un folleto en Amberes y publicada igualmente en Alemania y
e a Italia.
El H uevo de C olón 79

ataque estúpido p o r la costa francesa, el cual entregaba a los rusos-


la m itad del territo rio alemán. El cielo intervino demasiado tarde para
salvar a E uropa. Cuando Roosevelt m urió, todo el mal que había p o ­
dido hacer había sido hecho. Y la inexperiencia de su sucesor hizo-
definitivas tan absurdas aberraciones políticas al aceptar sin discutirlas
todas las condiciones que Stalin propuso en la conferencia de Post-
dam. C on to d o esto la conjuración antifascista alcanzó plenam ente
sus objetivos. H abía anulado al enemigo, pero se había equivocado
de enem igo. Alemania estaba destruida, aniquilada, había sido elimi­
nada del m apa de Europa. Pero aquellos ignorantes y aquellos locos-
no habían olvidado sino una cosa: q u e el tiem po no construye en
vano los continentes y las naciones, q u e la geografía expresa leyes
necesarias y tan absolutas como ¡as leyes físicas, y que en el m om en­
to en que A lem ania había dejado de v ivir E uropa tam bién había de­
jado de existir.
A l destruir el equilibrio político q u e existía desde hacía siglos,
porque la Alemania moderna no es sino una transposición geográ­
fica de la Casa de Austria, el “b rain-trust” antifascista hacía desapa­
recer todos los obstáculos que se oponían a la extensión del mons­
truoso poder ruso-mongol. Jamás había sido tan necesaria la existen­
cia de A lem ania com o en el m om ento que se elegía para destruirla.
AI destruirla no eran solamente las llanuras de Brandeburgo las que:
se abrían a los ejércitos rusos, sino la Europa entera la que se les en­
tregaba. Para com prenderlo basta m ira r el mapa. E s insensato pensar’
que, si Alemania desaparecía, las potencias agazapadas que quedaban
en el fo n d o de la casi isla europea pudieran oponerse a la invasión
asiática. Se trata de una simple ley física, de una aplicación geográ­
fica de la ley de la gravedad. Sin la barrera alemana el peso del con­
tinente asiático podría aplastar hasta la extrem idad de Europa sin
esfuerzo y aun sin guerra. M uchos hom bres vieron esto con tiempo-
op o rtu n o : pero nadie quiso escucharlos. Y desde el fin de la guerra
en nuestros países sometidos a un régim en de sujeción y de policía
ninguna voz ha podido hacerse o ír para m ostrar la extensión de las-
faltas q u e se cometían.
O tra culpa igual y paralela fue com etida al mismo tiem po y de
ella fu e responsable la misma histeria ideológica. E l universo m oral
tiene sus leyes que son las mismas q u e rigen el universo geográfico.
Las ideas actúan com o fuerzas, se com binan o se contradicen, se ha­
cen contrapeso o se equilibran. Cada una de las grandes ideas colec­
tivas do u n a época tiene su función histórica y su lugar necesario en
el equilibrio político. E s tan peligroso h acer desaparecer una de ellas'
com o cam biar el mapa de un continente. El nacional-socialismo había-
80 M a u r ic e Barbeche

com etido faltas: com o todas las ideas sometidas a la prueba de las altas
presiones políticas, tenía necesidad, lo mismo que el fascismo, de una
interpretación nueva que guardara lo que había de bueno y que eli­
minara lo que pudiera parecer causa de debilidad. P e ro con todas las
transformaciones y las correcciones que se quisieran continuaba sien­
do una idea necesaria y constituía en el mapa ideológico del m undo
un contrapeso necesario para resistir al comunismo, de la misma ma­
nera que Alemania en el mapa de Europa era una barrera necesaria
para contener al imperialismo asiático.
Los acontecimientos debían demostrarlo cada vez más claramen­
te. La democracia de los partidos fué introducida en E uropa, pero
no hacía palpitar los corazones n i suscitaba los sucesos. La exhibición
que ha hecho en todos los países de E uropa desde 1945, la hipocresía
de sus promesas y la crueldad de su régimen no han h echo sino agra­
var esta desafección. T o d o s sabemos que existe ciertam ente una de­
mocracia más sabia, más razonable que la democracia del Frente P o­
pula]- que pudimos ver en acción. Pero los pueblos no hacen esta di­
ferencia. La democracia de los partidos aparece cada vez más como
el dominio de los extranjeros. E s el instrum ento de la servidumbre
de Europa. Los partidos nos entregan, unos a los Soviets y otros a
los financistas internacionales. Se combaten entre sí, pero terminan
po r proponernos a nuestra adoración a cualquier personaje oriundo
de Bukovina o de G eorgia. La democracia del F re n te Popular nos
arroja de nuestra patria: nos arrebata la libertad y la propiedad de
nuestro suelo. Y finalm ente, con el pretexto de asegurar sus derechos
a todo el mundo, nos retira a nosotros el derecho de vivir. D efender
esta democracia m ilitante, río es defendernos sino defender a nues­
tros opresores, defender a los aprovechadores de la catástrofe. Los
pueblos comienzan a darse cuenca de ello. El resultado es el siguien­
te: en la m ayor parte de los países de Europa — y esto es verdadero
respecto de Francia, com o de Italia, como do A lem ania — no h a y
hombres dispuestos a hacerse m atar p o r los regímenes actuales. N o
hay mística de la dem ocracia. T al es la realidad política. N o hay en
Europa en absoluto mística alguna que oponer a la m ística comunista.
Tal es el resultado de cinco años de gobierno de F rente Popular.
Este es el punto al cual hemos llegado como consecuencia de la
conducción de las cuestiones mundiales p o r la histeria antifascista.
Desde el punto de vista geográfico, las naciones de E uropa son ac­
tualmente presas indefensas a m erced de una ofensiva soviética, y no
pueden escapar a esta situación sino aceptando convertirse en instru­
mentos de la política americana. Y* aun así la p rotección militar que
se nos presta es poco eficaz. T o d o el m undo sabe que en caso de ata-
Ei. H uevo de C olón 81

tque soviécico no disponemos actualm ente en Europa de ninguna fuer­


z a capaz de contener una ofensiva o siquiera de dificultarla m ientras
lleguen refuerzos sustanciales, y las afirmaciones de algunos estadis­
ta s ( “nos batiremos aquí y allá” ) no cambian en nada esta realidad.
Desde el p unto de vista ideológico, tam bién este terreno vago está
•mal defendido. En todos ¡os países de Europa la traición comunista
se esparce a su gusto y en ninguna parte es enérgicamente combatida.
T o s gobiernos de Frente Popular no se atreven o no quieren comba­
tir al comunismo. Se han ligado a éste por una secreta complicidad.
Los partidos nacionalistas son los únicos capaces de com batir al co­
m unism o sin cuartel.
E l trabajo que- tenemos que hacer es, pues, inmenso y además
;urgcnte. Es esta circunstancia de nuestra taren la que debe conducir­
nos a buscar antes que todo soluciones inmediatas y prácticas, después
d e haber com probado que estamos de acuerdo sobre los objetivos
•esenciales.
Pensamos que el deber de los hom bres de nuestra generación es
-d de realizar un bloque de ¡os países de Europa, un bloque m ilitar
y políticam ente fuerte dentro del cual seremos nuestros propios amos,
■de cuyo seno serán excluidos ios agentes extranjeros, y que no hará
¡a política de los otros sino su propia política, con el propósito fu n -
■damental de mantenemos aj margen de ¡a guerra.
U na de las condiciones esenciales para el nacimiento de una E u-
-ropa concebida así es la de convencernos de que las bases estratégicas
y políticas del mundo moderno han evolucionado profundam ente y
d e que esta organización no será viable si no está fundada sobre ¡a
reconciliación y la unión de Francia con Alemania.
Las invenciones modernas han acortado las distancias. La Rusia
soviética n o es actualmente un peligro lejano para Francia, porque en
•realidad Rusia ha venido a ser un país lim ítrofe del nuestro. Los p ro ­
blem as de defensa que se planteaban antes a ¡os estados mayores fran­
ceses en relación con Alemania se plantean ahora en relación con R u ­
sia. Cuando decimos con eufemismo en nuestros terrenos de manio-
"bras “u n asaltante procedente del E ste”, queremos significar u n ejér­
cito ruso. U na guerra franco-alemana ha venido a convertirse ea algo
■Imposible. P o r otra parte, la existencia de Estados colosos, consecuen­
cia de la industrialización de los continentes, ha empequeñecido los
E stados nacionales de antes, de la misma manera que la aparición de
tin tipo nuevo de avión desplaza los modelos de hace diez años. Los
listados nacionales, sobre ¡os cuales se fundaba toda la vida política
de otros tiempos, no pueden hoy funcionar. N o tienen más existencia
política real que la que tenían hace cien años el gran ducado de Badén
82 M a u r ic e B aeüéche

o el gran ducado de M ódena. Han cesado de existir como unidades


políticas en cuanto han dejado de ser fuerzas políticas. Si se obstinare
en sobrevivir en sus circunstancias actuales, están todos condenados
a convertirse en Estados satélites.
Estas afirmaciones n o son nuevas. En la hora actual son expre­
sadas p o r todas paites. E s justamente esta unanim idad la que resulta
inquietante y es sobre este punto sobre el que y o quisiera reflexionar
un poco con usted.
Desde Juego lo q u e dije más arriba define nuestra actitud sobre-
un p un to esencial: no haremos la Europa unida con n o im porta quién
y para no im porta qué. Los hombres de la histeria antifascista que-
desde hace diez años lian liecho todo lo que podían contra Europa y
que la lian puesto en peligro de m uerte no nos parecen los médicos
más indicados para salvarla. Si el pensamiento de algunos es hacer una
Europa antifascista y apatrida, que sería, p o r decirlo así, telecom an-
dada desde N ueva Y ork o desde Tel-Aviv, esta E uropa colonizada no
nos interesa en absoluto, y creemos, p o r otra parte, que tal concep­
ción no haría otra cosa q ue preparar la infiltración comunista y la
guerra. La histeria antifascista es responsable, no solam ente de la des­
composición de E uropa, sino de la decadencia y del desorden de Ios-
Estados nacionales que han sido dirigidos p o r ella. E n todas partes
ha sido, y continúa siendo, a pesar de Jas apariencias, el furriel del
comunismo. T ransportar al antifascismo del plano nacional al plano-
europeo es simplemente extender a la escala continental Jas causas de
debilidad y de ruina y condenar a m uerte a la E uropa que querem os
crear.
Poj- otra parte, la ideología y Jos idcóJogos me parecen en esta:
materia tan peligrosos com o en las demás. Desconfiam os de Jos teó­
ricos. La E uropa que deseamos no se hará sobre el p a p e l Es una
cuestión práctica y es p o r medio del espíritu práctico y deJ realismo-
político com o podrem os encontrar Jas únicas soluciones viables. Des­
confiamos también, p o r lo tanto, de los planes demasiado ambiciosos,
de las afirmaciones prem aturas que no pueden tra e r sino el descora­
zonamiento, y desconfiamos, finalmente, de m anera general de todas
las bellas invenciones q ue nacen en los terrenos de la utopía.
N uestra prim era proposición es la siguiente: N o tenemos ninguna
confianza en Jos fiombrcs que actualmente están en el poder en E uro­
pa; no querem os ser sus instrum entos y pensamos que la condición
previa para toda colaboración fecunda entre Jos Estados de Europa-
cs la llegada al poder de las fuerzas nacionales en cada uno de esos
Estados. U nicam ente los hom bres que las form an h an sido enemigos
resueltos y constantes del comunismo. U nicam ente ellos sienten p ro ­
E l H uevo de C olón R3

fundam ente lo que atañe a cada uno de nuestros pueblos en su propio


suelo, en su propia lengua, con sus propias leyes, y p o r consiguiente
sólo ellos están calificados para decir a qué cosas es razonable renun­
ciar para lograr la unión y cuáles otras n o pueden renunciarse. Sólo
ellos tienen el sentido de lo concreto y de lo realista y desconfían de
las quimeras intelectuales. En fin, sólo ellos, p o r ser campesinos de su
propia tierra y hermanos por la sangre y el pasado de los campesinos
y de los obreros de su país, tienen el derecho de decir en su nombre
p o r qué causa los camaradas están dispuestos a batirse, que es lo que
defenderán y qué es lo quo no defenderán. M. Juies M och no puede
d ecir esto porque no lo siente. Su E u ro p a no es la nuestra. El paso
al nacionalismo sólo pueden dirigirlo los nacionalistas, porque si lo
dirigen otros se hará contra ellos y el resultado será una catástrofe
para todo el mundo.
Son en nuestro concepto, pues, los nacionalistas de cada país de
E u ro p a los que tienen naturalmente la misión de crear la potencia
política nueva cuyo nacimiento es indispensable para restablecer el
equilibrio locamente quebrantado. Y se ve así porque, como acabo
de decirlo, sólo ellos tienen la misión de encontrar para Europa una
m ística nueva.
N o puedo hablar aquí de este últim o punto sin im ponerm e cier­
to s límites. Pero es imposible q ue lo pase en silencio. Vivimos en
un mundo distinto. N o son solamente nuestras ciudades las que han
sido arrasadas, sino sistemas enteros de valores y de creencias, me­
jo r dicho, todos los sistemas de valores y creencias. Esas ruinas son
invisibles pero son más terribles que las ruinas visibles. Las palabras
c o n las cuales se dirigen a nosotros son com o marionetas sin vida.
L os hombres de nuestra generación no creen en nada, no serán los
instrum entos de nadie y no se escucharán sino a sí mismos. H an
aprendido que viven en un m undo trágico y grotesco, donde se des­
tru y e n las ciudades en nombre de la hum anidad, se aprisiona en nom ­
b re de la libertad, se exige la traición en nom bre del patriotismo, se
echa u n poco de agua después de haber prendido el fuego, se fusila
c o n tra u n m uro a los generales que com batieron al comunismo a la
vez que se llama al pueblo a las armas para batirse contra él. Lds
hom bres de nuestra generación han asistido durante cinco años al
carrusel del absurdo y de la locura. H o y se les pide su socorro. Res­
ponden negativamente a los payasos enloquecidos. Están resueltos
a obedecerse sólo a sí mismos.
La generación de la guerra ha com probado en todos los países de
E u ro p a la declinación definitiva de los valores sobre los cuales la p ro ­
paganda oficial pretende engañarnos. Esta generación proclama que
84 M a u r i .c e Bardéche

Europa no podrá salvarse sino adquiriendo conciencia de nuevos valo­


res que serán Jos de nuestro tiempo. Y en todos los países del inundo
tiene el sentimiento de que su tarea esencial es la de hacer surgir e
imponer esta visión nueva del mundo. Com bate el colectivismo que
hace dol hombre una máquina y lo priva de su propia vida y de su
alma. Rechaza el individualismo integral que disgrega la comunidad.
Presenta otra vía que le dicta su propia experiencia. E n tre los hom ­
bres de esta generación el rasgo de unión n o es solamente la expe­
riencia nacida de la guerra, sino el recuerdo de las esperanzas que Ja
habían alimentado en o tro tiempo. T o d o s hemos conocido más o
menos, hemos sentido más o menos, la poderosa corriente de esperan­
za y de fraternidad que había atravesado un poco antes de la guerra
a todos los pueblos de E uropa. Jamás la unión pareció tan próxima:
jamás había parecido tan fácil. N os es imposible olvidarnos de esta
esperanza. E uropa sólo puede hacerse alrededor J e ella.
¿Cuál será esta Europa? N o puedo, en u n cuadro necesariamente
restringido, hacer o tra cosa que m encionar los anhelos que se escu­
chan frecuentem ente en Francia y en los cuales espero que muchos
reconozcan sus propios anhelos. Pensamos que E uropa es una unidad
económica natural, teniendo particularm ente en cuenta el aporte de
nuestras posesiones e n A frica, y que problemas económicos que no
encontrarían solución en Ja escala nacional podían encontrar natural­
mente una solución europea. Pensamos tam bién que una concepción
orgánica de la com unidad debe p erm itir el hallazgo de una solución
del problem a social ante el cual el capitalismo y el comunismo son
igualmente im potentes, porq u e consideramos a la sociedad soviética
como un fracaso para la solución del problem a social. Pensamos que
el trabajo n o es una m aldición sino que puede ser u n goce; que con­
diciones de vida justas y decentes y condiciones de trabajo leales de­
ben ser ofrecidas a todos; que una E uropa unida podría eliminar Ja
desocupación que los Estados nacionales son im potentes para reducir.
Pensamos también que el puesto de cada uno en la com unidad depen­
de de la contribución que aporte a la vida orgánica colectiva de que
todos vivimos y que es justo y conform e a la naturaleza de las cosas
que sea así. De la misma m anera que Ja célula sana y que participa
plenamente de la vida del ser viviente entero recibe más savia que las
células envejecidas o atrofiadas, quien tenga u n sentim iento pleno
y fuerte de la solidaridad com unitaria será necesariamente más feliz,
porque su vida y su trabajo serán fecundados p o r esta misma solidari­
dad. E s justo que el orden social y también el orden político tengan
cuenta en esta salud hum ana y la salud social que colocan al indi­
viduo en plena unión con la com unidad de que form a parte. Es
El H u evo de C olón 85

p o r eso p o r io que creemos poder d a r origen a formas nuevas de la


vida política que no afectarán la libertad y los derechos esenciales del
individuo, sino que asegurarán el reem plazo de fórmulas caducas e
im potentes p o r una concepción dinám ica de la vida social.
Sabemos también que todo esto no se hará en u n día. Descon­
fiamos de las promesas y de los planes demasiado ambiciosos. Espe­
cialm ente desconfiamos de las promesas y de los planes que preten­
den imponerse en la actualidad. N o tenem os confianza sino en nos­
otros mismos y en nuestros camaradas. Sabemos tam bién que todo
n o puede hacerse a la vez y que son necesarios infinita prudencia y
buen sentido para conseguir la realización de semejantes pensamien­
tos. Pero todos somos productos de la misma tierra de Europa, todos
vivimos de los mismos recuerdos y los dioses de nuestro país son los
mismos desde la Vendée hasta la Franconia. C on apoyarnos en
ias inspiraciones que esta ascendencia ha puesto en cada uno de nos­
otros y que1 nos son comunes, sabrem os encontrar los medios prác­
ticos para realizar lo que deseamos.
Ya he enumerado las concepciones sobre las cuales se unirían los
franceses de nuestra generación cuando hablan de E uropa. Quisiera
d ecir cóm o vemos políticamente la com unidad europea. D ebo expre­
sar desde el prim er momento que h a y una cuestión sobre la cual
hemos tom ado una posición categórica. Pensamos que E uropa no ter­
m ina en el E lba, sino que com prende a toda Alemania, y la unidad
alem ana es una de'las condiciones de la unidad europea. El peligro
eslavo, m ejor dicho, asiático, que es uno de los elementos unifica-
dores de E uropa, ha hecho desaparecer en gran p arte de la opinión
francesa el antiguo temor de una A lem ania fuerte. Estimamos que
una Alemania fuerte no es un peligro para Francia, sino una condi­
ción de seguridad para Europa, que en la Europa q u e queremos cons­
tru ir cada nación debe tener una com pleta igualdad de derechos y
que ninguna debe pretender la hegem onía o ia dirección. Sólo los
retardatarios o los histéricos hablan aún del peligro alemán. Su núme­
ro es cada vez menor y su influencia cada vez menos fuerte. En todo
caso, tendem os a todos los países de E uropa, cualesquiera que sean, una
m ano leal y lo hacemos sin cálculo y sin reticencia. E n tre nosotros
existen igualmente muchos hom bres dispuestos a protestar con nues­
tro s camaradas alemanes contra la fijación arbitraria de las fronteras
del Este, a considerar que este n o es u n problema que afecte sola­
m ente a Alemania sino a m uchos países víctimas d e una situación
de hecho y de un estado transitorio cu y a revisión es indispensable,
y a exigir en nombre de Europa el reingreso de los pueblos que han
sido separados p o r la fuerza de la com unidad europea.
86 M a u r ic e Bardéche

P o r otra parte, la com unidad europea debe ser necesariamente


una unidad política absolutam ente independiente. Estas palabras “ ab­
solutam ente independiente” se aplican igualm ente a los . dos vecinos
de Europa: Rusia y E stados U nidos. Desde este aspecto las conside­
raciones que voy a expresar no reflejan tal vez fielmente lo que se
piensa en Francia, sino que tienen un carácter personal. Pero las creo
razonables y pienso q u e n o es imposible atraer a ellas a bu en núm ero
de franceses. Europa n o debe ser una posición d e avanzada d e los
Estados Unidos en la g u erra co n tra el imperialismo ruso. N o debe
ser tam poco el instrum ento ni el aliado incondicional de los Estados
U nidos. La independencia p o lítica de Europa quiere decir ante todo
q ue Europa tiene el d erecho pleno de decidir si le conviene hacer o
no la guerra: Desde luego, a lo m enos p o r ahora, tal independencia
no es inmediatamente realizable. T o d o s sabemos que habrá u n p erío ­
do transitorio durante el cual la alianza y la protección de los Estados
U nidos son absolutam ente necesarias para E uropa. Pero y o creo que
en el porvenir, tan p ro n to com o la fuerza política y m ilitar de E u ro ­
pa se haya constituido, el in terés de Jos Estados Unidos, lo mismo
que el nuestro, será q u e E u ro p a pueda definir p o r sí misma su propia
política, que sea estrictam ente independiente y que pueda eventual-
m ente intervenir incluso com o interm ediario en tre Jos Estados U ni­
dos y Rusia.
Respecto de Rusia pienso que Ja independencia de Europa debe
manifestarse por .su fuerza m ilitar y p o r su potencialidad industrial,
y que la comunidad europea debe ten d er a constituir tan pronto com o
sea posible una unidad política capaz d e oponerse p o r Ja fuerza a
cualquier tentativa im perialista rusa. Esta independencia de E uropa
debe manifestarse igualm ente p o r Ja destrucción total de todas las
posiciones de la propaganda com unista en E uropa. Si Europa quiere
vivir, es necesario que sea m ilitar y políticam ente sana. T o d o p u n to
de apoyo comunista o cripto-com unista, toda quinta columna, deben
ser exterminados en su te rrito rio . P ero al decir esto pienso que E u ro ­
pa no debe m ostrar una hostilidad sistemática contra la Rusia sovié­
tica bajo el pretexto d e q u e su régim en y sus concepciones de vida
son diferentes a los nuestros. Tenem os qu e d efendem os, -pero no
tenem os que hacer una Cruzada. N o querem os el comunismo e n tre
nosotros y debemos to m a r todas las m edidas necesarias para des­
truirlo. T am poco lo querem os en nuestras colonias y de una m anera
general en ninguno de los territo rio s sobre ios cuales Europa tenga
un derecho o un interés vital. P ero no tenemos p o r qué atacar el
comunismo en Rusia. E sto no nos corresponde. Si Jos Estados U n i­
dos quieren hacer una g u erra preventiva c o n tra los Soviets, es cues­
E l H uevo de C olón 87

tió n que deben decidir ellos. P ero si esta guerra preventiva n o estalla,
■debemos p roceder de suerte que Europa, inaccesible a los Soviets,
pueda convertirse en un elem ento de paz y de concordia, de suerte
■que sus actitudes equitativas y razonables apacigüen la desconfianza
d el K rem lin, y q u e pueda ser útil y provechoso para los dos grandes
adversarios servirse de la experiencia política de los estadistas eu ro ­
peos para buscar un terreno de entendim iento.
La com unidad europea deberá, pues, ser extraña a la vez a la
histeria dem ocrática y a la cruzada soviética. Su independencia polí­
tica no será com pleta sino cuando culm ine en una total independencia
ideológica. E s en este punto donde está el error americano. Q u erer
tin a E uropa dem ocrática es querer q u e Europa pertenezca a uno de
los dos campos.
Insisto sobre esta idea p orque la considero capital para nuestro
p o rv e n ir com ún. Una E uropa dem ocrática sería la prisionera del
cam po dem ocrático, no p o d ría actuar sino com o un satélite de los
E stados U nidos, y sería, p o r consiguiente, u n fac to r de guerra, en
ta n to que su estructura haría imposible la solución de los problem as
internacionales. Es evidente q u e puede considerarse legítim o el que
Rusia no pueda aceptar en n ingún caso que los aeródrom os militares
am ericanos queden instalados en Prusia. La constitución d e las bases
m ilitares americanas perm anentes en Alemania es una amenaza para
'Rusia, y ésta tiene razón en considerarlo así. Si el poder ru so tratara
-de establecerse en Cuba, los Estados U nidos considerarían tal hecho
com o u n casus belli. Es necesario ser lógicos. Si la potencia m ilitar
am ericana trata de instalarse definitivam ente en Alemania crea una
situación que n o es menos grave. P o r el contrario, la existencia de
una Europa no dem ocrática y no com unista es una garantía a la vez
p ara Rusia y para los Estados U nidos. Sería la form ación de un Esta­
d o am ortiguador del cual Rusia 110 tendría nada que tem er si sus
disposiciones son tan netas c o n tra la ingerencia dem ocrática com o lo
-son co n tra la ingerencia com unista. Sería un Estado am ortiguador al
c u a l Rusia podría hacer en el fu tu ro concesiones que nunca les hará
a los Estados Unidos. P o rq u e lo que le im porta a Rusia, y con justo
títu lo , es no tan to tener en Prusia una potencia avasallada, sino sobre
to d o te n e r en Prusia una potencia n o enemiga, u n Estado que n o la
a tacará y q u e no tiene interés en atacarla. En esta posición, que no
•es de neutralidad porque para llegar a ella es necesario que E uropa se
arm e fuertem ente en lo m ilitar, en lo industrial y en lo político, sino
d e imparcialidad, reside el porvenir.
Es u n e rro r creer que esta posición sea utópica. La A rgentina
M a u r ic e Basd éch e

ha sabido adelantar una fu erte lucha anticonm nista, guardando al mis­


mo tiem po excelentes relaciones con la R usia soviética. Rusia se-
encuentra actualm ente colocada ante u n g rave problem a político: o
piensa realm ente en la conquista ideológica d e l m undo entero y en­
tonces sabe que deberá pagar esta conquista c o n una tercera guerra
mundial, o p ro cu ra asegurarse, com o los E stados U nidos, bases de
seguridad y entonces esta concepción es aceptable para ella. Es acep­
table igualm ente para los Estados Unidos, p o rq u e es una cuestión de:
inteligencia política. Es evidente que los am ericanos se manifestarán*
sorprendidos cuando se íes diga: “ayúdennos a armarnos, porque te­
nemos necesidad de hacerlo, y después nuestra política será la
neutralidad” . Y sin em bargo, es en eso donde está el interés de su
porvenir. P orque el equilibrio mundial y la solidez de E uropa son a
la postre u n resultado más interesante para los Estados U nidos que-
la posesión precaria de una base ofensiva y q u e una alianza equívoca
con m ercenarios poco seguros. Pero es indispensable que sobrepasen:
su miedo a Rusia. Si logran hacerlo, com prenderán rápidam ente que;
es m ucho más interesante para ellos dejam os desem peñar in te g ra l'y
librem ente nuestro papel de tercera fuerza, m ás bien que continuar
exasperando al to ro soviético, agitando ante sus ojos la capa abiga­
rrada de una alianza a la vez atlántica y dem ocrática que tiene p o r
principal objeto colocar el recep to r de bom bas de los Estados Uni­
dos a quinientos kilóm etros de Leningrado.
Está, pues, en el interés de todo el m undo, repito, que E uropa
no pertenezca a ninguno de los dos campos, sino que viva su propia
vida y que se desenvuelva según su propio genio. E uropa no es
un niño m enor. T a l com o la vemos en el p o rv en ir es una inmensa
potencia. A l poseer los recursos industriales d e los diversos países
que la form an, podrá un día hablar de igual a ig u al con los Estados-
Unidos y co n Rusia. Además se apoya sobre el continente africano.
Deseamos que u n día, cuando E uropa constituya u n a unidad política,,
las colonias de los diversos países sean .ampliamente abiertas a todas
las naciones de la com unidad europea. Y estam os convencidos de­
que en tal caso el A frica adquii-iría u n desmesurado desarrollo. Esta­
mos tam bién convencidos de que la concepción d el m undo que ad­
quiera E uropa nos perm itirá encontrar un te rre n o de entendimiento^
con los nacionalistas árabes. A l presentarles concepciones absoluta­
mente nuevas sobre la presencia simultánea de los europeos y de los
árabes en los territo rio s comunes, pensamos q u e podríam os resolver
la m ayor parte d e las dificultades ante las cuales fracasan la hipocresía
dem ocrática y las supervivencias colonialistas. P o r lo menos nosotros
los europeos abordarem os esas discusiones co n m entalidad generosa;
El H uevo de C olón 89'

y jcal respecto del pueblo árabe, cuyo valor y antigüedad como raza,
y com o cultura reconocemos plenamente.
Existe u n aspecto del problem a que no puedo dej?.r pasar en
silencio y es el de Inglaterra. La actual actitud de Inglaterra nos-
obliga a no darle cabida en nuestros planes. E s una constatación que-
debem os hacer sin acrim onia y sin hostilidad. Es posible que sea
necesario hacer la Europa que pensamos sin Inglaterra. Y tal vez sea
m ejor así. La disposición del im perio colonial inglés debe necesaria­
m ente orientar hacia otras direcciones las miradas de Inglaterra. P o r-
otra parte, tenemos la im presión de que la G ra n Bretaña está m uy
alejada de las concepciones fundam entales de quienes alimentan e l
deseo de realizar la unidad europea. Sería tal vez un esfuerzo estéril
y una gran pérdida de tiem po el tra ta r de fo rzar la naturaleza de las-
cosas. Pienso que Europa debe desear el establecimiento de relaciones-
de buena vecindad con Inglaterra. Pero p o r el m om ento no se puede
contar con ella. T al vez en el porvenir las cosas cambien* Pensa­
m os que para entonces debemos estar dispuestos a acoger en todo-
m om ento a Inglaterra dentro de la comunidad europea, si acepta la-
disciplina y el espíritu de ésta. P ero , lo repito, p o r ahora debemos
o b ra r sin ella, deseando que quienes trabajan con v alo r p o r co n v ertir
a sus compatriotas hacia las concepciones q ue nos unen a ios otros
países tengan pronto éxito en su tarea.
En esas condiciones los resultados del diálogo franco-alemán son-
absolutamente esenciales. Francia y Alemania no constituyen solas:
a Europa. La idea europea es una proposición que interesa igual­
m ente a todos los pueblos europeos y sobre la cual todos tienen un
derecho igual de hacer conocer su punto de vista. P ero sabemos que
sin un entendimiento profundo y fundam ental entre Francia y Ale­
mania todo esfuerzo se reduce a conversaciones vanas. Y ese enten­
dim iento es posible. Creemos q u e ha llegado su hora. Existen entre-
Francia y Alemania vínculos de estimación y de respeLo recíprocos.
Son los que existen necesariamente entre dos países que han medido-
largam ente sus fuerzas y que conocen ahora sus propias cualidades.
Las guerras que nos dividieron siem pre en el pasado pueden contri­
buir ahora a unirnos. Los sufrim ientos provocados p o r la guerra
pertenecerán un día al dominio del pretérito, y tanto los unos como-
los otros debemos sobreponernos. N o quedará de ellos sino la noción
de que pertenecemos a dos grandes pueblos cuya colaboración puede-
dar inmensos y fecundos resultados.
E n realidad es, en el fondo, necesariamente, p o r la actitud que
se m uestre respecto de Alemania com o se dem uestra si se es partida­
rio o adversario verdadero de E uropa. Esta proposición puede parecer'
90 M a u r ic e B arbeche

brutal p ero es cierta. N o son uniones aduaneras ni ingeniosos acuer­


dos particulares los que harán a E uropa, sino esta reconciliación
fundam ental.
R econocerem os, pues, como los partidarios y com o ios adversa­
rios de toda verdadera unidad europea a quienes acepten o rechacen
las proposiciones siguientes: 1“, en tre A lem ania y los otros pueblos
de E uropa la igualdad de los derechos debe se r completa y absoluta.
Esto quiere decir q u e el estatuto de ocupación de Alemania debe ter­
minar, que las tropas aliadas no deben seguir siendo sino unidades de
protecció n estacionadas en Alemania y que en todas las actividades
Alemania debe actuar en adelante com o un Estado soberano y res­
ponsable. 2'-', entre Alemania y los demás pueblos de E uropa la igual­
dad m oral debe ser com pleta y absoluta. E sto quiere decir que en
adelante no debe haber cuestión de vencedores y vencidos, que la
tesis de la culpabilidad de Alemania debe ser radicalm ente abandona­
da, y qu e nadie, desde ningún p u n to de vista, debe invitar, a Alemania
a rescatarse o a aceptar una inferioridad cualquiera en razón de lo
pasado. Decim os que sólo quienes acepten esas condiciones equita­
tivas y claras de la reunión europea son nuestros amigos y los ver­
daderos partidarios de ésta.
N aturalm ente y com o consecuencia, todas las discriminaciones o
injusticias que se han efectuado desde 1945 en los diversos países
de Europa deben ser abolidas. Es necesario c re a r un fren te com ún
de todos los verdaderos enemigos del bolcheviquism o. Y ese frente
com ún sólo puede fundarse sobre la reconciliación de todos. N o
tenemos fuerzas para m albaratar y toda división es un desperdicio de
fuerza. N o tenemos que preguntar dónde, cuándo, y p o r qué medios
hemos com batido al comunismo. L o esencial es reu n ir en u n bloque
sin fisuras a todos los que quieran salvar nuestra civilización. N uestra
nueva E u ro p a desea olvidar las guerras civiles y relegarlas al pasado;
tiende la m ano a todos los que estén decididos a com batir con nos­
otros a los agentes del extranjero. N o olvida nada, pero ante el
peligro com ún tiene la voluntad de sobreponerse a las oposiciones del
pretérito, y ofrece a todos la reconciliación y la fraternidad. Lo
único q u e exige es que todos entren en esta alianza con la cabeza alta.
N aturalm ente, la prim era tarea de una E u ro p a así unificada es
la de fo rja r su propia fuerza, es decir, arm arse. U na fuerza política
no es nada si no es, al mismo tiem po, una fuerza militar. T odos los
países de E uropa deben participar igualm ente co n todos sus recursos
a este rearm e. Es la eficacia y la rapidez c o n que se proceda lo que
condiciona nuestra seguridad. El rearm e no debe excluir a nadie:
es un derecho y un deber para todos, en el cual cada uno tiene fueros
E l H uevo de C olón 91

absolutam ente iguales. Es deseable que este rearm e conduzca a una


com unización del potencial m ilitar e industrial europeo y sea dirigido
p o r un com ando también com ún. P ero especificamos que en todo
caso ese com ando no puede ser sino europeo y no extranjero, y que
d e n tro de él las responsabilidades deben ser distribuidas solamente
según la nacionalidad o la conducta pasada. P o rque repetim os que
los pueblos europeos no aceptarán batirse sino p o r ellos y n o p o r
intereses extranjeros.
Este rearm e materia! debe estar acom pañado en toda E uropa de
un rearm e m oral. La infiltración bolchevique debe ser com batida
e n todos nuestros países con todas nuestras fucrzns. Es una condi­
ción de la independencia tan im portante com o su resurrección mili­
ta r. N o debemos com batir al com unism o con odio. M uchos militan­
tes comunistas son hombres de g ran valor y con frecuencia el com u­
nismo no es en nuestros países sino una protesta desesperada contra
la injusticia social y co n tra la explotación. Debemos elim inar al
com unism o porque es el instrum ento de una potencia extranjera,
p e ro debemos hacerlo ahorrando los hom bres y tratando de com ­
prenderlos. P o r otra parte, es m u y im portante para nosotros saber
que la infiltración bolchevique debe ser com batida no solamente en
los partidos comunistas propiam ente dichos, sino bajo todas sus fo r­
mas. i-os m ejores agentes del com unism o están frecuentem ente fuera
del partido, en otros partidos qu e se dicen anticomunistas, p ero cuya
real actividad consiste en preparar el advenim iento del comunismo.
Los elementos socialistas que son responsables de la desorganización
d e E u ro p a desde hace cinco años no son m enos peligrosos q u e los
comunistas. Son agentes cam uflados del bolcheviquism o. D en tro de
ellos hay algunos elementos judíos que han apoyado sistemáticamente
las tesis pro-comunistas. G eneralm ente estos em parentados c o n el
com unism o le han hecho más mal a E uropa que los mismos com unis­
tas. Y en el fondo, políticam ente, puede decirse que la infiltración
judeo-m arxista no es sino una form a más diestra de la infiltración
y de la conquista bolcheviques. Es co n tra todas estas fuerzas que
debem os constituir a E uropa. U na E u ro p a independiente es una
E uropa fu erte y limpia.
Las dos condiciones esenciales de la restauración europea tienen
más im portancia que todas las conversaciones y conferencias. Pienso
■que seguimos un mal m étodo si para hacer la unidad europea nos ins­
piram os en procedim ientos históricos com o el del Zollverein alemán.
Con los simples proyectos de unión aduanera y económ ica nos expon­
drem os a dificultades insalvables. N o es p o r ahí p o r donde se debe
com enzar. P o r el contrario, los gobiernos nacionales, animados de un
92 M a u r ic e Bardéche

mismo espíritu y de una confianza m utua, pueden realizar sin dificul­


tades proyectos prácticos y limitados, tales com o la constitución de-
u n ejército europeo bajo un comando único, la definición de una
política extranjera europea y la creación de un organismo propio para
aplicada, la unificación de una política interior europea para la lucha
contra los agentes extranjeros. U na E uropa q u e tuviera un ministro
de guerra, un ministro de relaciones exteriores y u n ministro del inte­
rior comunes tendría ya los caracteres principales de un Estado único.
Podría entonces pensarse en uniones económicas y en arreglos legisla­
tivos. Las tareas más complejas deben ser realizadas poco a poco y
teniendo en cuenta los intereses comunes. N o son insuperables "a
partir del momento en que los países de E uropa, al adquirir la con­
ciencia de su destino com ún, se den cuenta m ejor de Ja necesidad
de las concesiones que les son exigidas, y sobre to d o de su utilidad..
Finalmente es viendo marchar a Europa, viendo un ejército, una
dirección política, u n espíritu europeo, com o se apreciará que las
dificultades que subsistan pueden ser resueltas p o r la buena voluntad
de todos y sin la abdicación de nadie.
Sabemos tam bién cuánta prudencia será necesario demostrar en
esta cuestión. Las fronteras no se abatirán com o castillos de naipes.
Las naciones son obra del tiem po y sólo el tiem po puede soldarlas
una a otra. Las economías nacionales son semejantes a organismos
vivos. Pueden recib ir una de otra poderosa ayuda, pero inversamente,
una transfusión brutal puede serles mortal. Y el alma de cada una
de nuestras naciones es una cosa preciosa y sensible, la vida misma
de nuestros pueblos, su unidad y su fuerza, y debe ser preservada.
Una federación europea no es cosa q u e puede improvisarse. Es posi­
ble que no pueda ser otra cosa, p o r lo menos al principio, que una
“alianza perpetua” en tre los cantones de E uropa que al comienzo se
limitaría a crear los organismos indispensables para esta dirección
común. Y este resultado no es posible, en realidad, sino a condición
de que una mentalidad política com ún se desarrolle en los principales
países europeos. Las primeras realizaciones deberían conformarse
también a este espíritu de alianza perpetua. Y ésta es la razón p o r
la que el ejército europeo debería ser, más que una amalgamación dic­
tada por la desconfianza, la yuxtaposición de grandes unidades euro­
peas dependientes de u n gran estado m ayor europeo. D e la misma
manera, el sistema de los “pools” debería expresar sobre todo la
voluntad de una planificación de la producción europea en acuerdo
con la situación presente, y en suma trad u cir en los hechos el esque­
ma provisorio de una dirección económ ica europea en lugar de ser
únicamente, com o es en este m om ento, u n sistema de garantías recí-
El H uevo de C olón 93

-procas presentadas p o r el más fuerte. Es, pues, una visión política


-de largo alcance, y una visión leal, amplia y honesta, la que debe dic­
tarnos nuestros esfuerzos y nuestras soluciones. Lo que yo rechazo
•es la mentalidad, a la vez estrecha y quimérica, de los juristas y de
los economistas. N o me interesa saber cóm o será elegido el Consejo
de Europa. Es más: no creo en el Consejo de Europa. Tam poco me
.interesa saber cómo será designado el parlam ento europeo: ésta es
una idea prem atura. Tam poco m e im porta saber cómo circularán las
mercancías: a Europa no puede considerársela simplemente como
■determinado tonelaje de mercancías producidas sobre una casi isla
de escombros; al fin nos arreglaremos bien con las mercancías y con
los comerciantes, porque eso no es lo esencial. Lo esencial es el espí­
ritu y la voluntad, el sentimiento de nuestra solidaridad, el instinto
■de nuestra fraternidad y el respeto de la lealtad y de la justicia, con­
diciones sin las cuales nada podrá hacerse bien. Son ellas las que
un irá n los troncos dispersos que h o y recelan y se rechazan, y no
las combinaciones de los traficantes.
E s claro que el tiempo es necesario para esta construcción. Si
falta tiempo, todo está perdido para E uropa. La paz es para nosotros
una necesidad absoluta. Si dejamos que nuestros gobiernos nos arras­
tre n a la guerra, Europa, devastada y despoblada, no será sino una
colonia de los listados Unidos o de Rusia. N uestros países, y con
•ellos Europa, habrán dejado de existir. Pero la guerra no es inevitable.
P o r el contrario, depende de nosotros, p o r medio de afirmaciones cla­
ras de nuestra voluntad anticomunista y de nuestra voluntad de paz,
-desprestigiar a quienes quieren a pesar nuestro llevarnos a la guerra.
E sta es la tarea principal de los partidos nacionales de Europa, y la
más sagrada de. todas, puesto que es nuestro m edio suprem o para sal­
var no solamente nuestras libertades sino nuestra existencia y para
cum p lir el más grave y el último de todos los deberes como es el de
salvar la raza. Pero creo firm em ente que ese tiem po nos. será con­
cedido. Europa se despierta. Se desprende progresivamente de las
ideologías que desde hace cincuenta años la vienen conduciendo al
abismo. T odos debemos participar con todas nuestras fuerzas en
•ese movimiento de liberación que es tam bién el movimiento de la
paz. Si sabemos com batir sin desfallecimiento impondremos nuestra
voluntad de independencia y tendrem os tiempo de hacer de Europa
la isla fortificada y sana, la fortaleza erizada en la cual no habrá lugar
p a ra las ideologías que sueñan con una dom inación extranjera. Creo
•en esta Europa y creo en la paz. Creo que si expresamos con firmeza
-nuestra voluntad de ser nuestros propios amos, regímenes tan opues­
to s como los de W áshington y M oscú pueden vivir el uno cerca del
94 M a u r ic e Bakdeche

otro sin guerra o arreglar sus querellas en otra parte que no sea
en nuestros campos. Creo en Europa a condición de que sea una efec­
tiva Europa que no obedezca ni a W ashington ni a Moscú (*).
*

Las concepciones que acaban de ser expuestas puede considerar­


las, señor senador, lo repito, como las de varios grupos y movimien­
tos nacionales de Europa. Agregaré ahora algunas consideraciones
o explicaciones que tienen un carácter más personal pero que corres­
ponden también, según creo, al pensamiento de nuestros camaradas.
Sobre el pacto atlántico deseo desde luego darle algunas preci­
siones. Sabemos muy bien, se lo he dicho ya, que durante un período
de varios años tendremos necesidad de la protección militar de los
Estados Unidos. Sabemos m uy bien que sin la presencia de las tropas
de su país, Europa estaría desarmada y expuesta en cualquier mo­
mento a un “putsch” comunista local que implicaría la intervención
del ejército rojo. N o habría ni siquiera necesidad de llegar hasta eso.
Soplaría sobre Europa tal viento de pánico, al sentirse sola y sin armas,,
que millones de hombres se precipitarían a la más próxima comisaría
comunista para hacerse inscribir en el partido y Europa caería sin
combate y aun sin “putsch”, por aterrorizamiento, por desesperación,
bajo la dominación soviética. Esto es lo que los neutralistas se niegan
a ver y por esta ceguedad el neutralismo es una posición quimérica y
mortal. Reconocemos, pues, la necesidad temporal del estacionamien­
to de tropas americanas en Europa; más aún, esta presencia nos parece
indispensable durante cierto tiempo. Dicho esto, creo que la m ayor
parte de nuestros camaradas son hostiles al pacto atlántico. El siste­
ma del pacto atlántico nos parece, en efecto, una manera de ligar
incondicionalmente para el porvenir la política de Europa a la de los
Estados Unidos. Mantendría a Europa en una tutela perpetua. N os
hará pagar una ayuda tem poral con una abdicación durable. Nos'
arrastraría automáticamente a la guerra al lado dé los Estados Unidos.
N os negamos a ser arrastrados automáticamente a la guerra por quien
quiera que sea.
Por el contrario, nos parece insuficiente y pueril ser protegidos
en el porvenir por un pedazo de papel. Mientras las tropas america­
nas permanezcan en Europa el pacto atlántico es un compromiso su-
perfluo, puesto que todo ataque contra Europa es un ataque contra
las tropas americanas. Más tarde, cuando éstas no se encuentren ya

(1) Aquí termina el texto d e la conferencia mencionada más arriba.


E l H uevo de C olón 95

en E uropa, preferim os ten er confianza en nuestras propias fuerzas.


E l agresor, estará siempre receloso ante la perspectiva casi segura
de tener que com batir un día contra un ejército americano apoyado
en un poderoso ejército autónomo: y esto ¡o hará reflexionar más
que cualquier docum ento firm ado. ¿Para qué darle a Rusia la im­
presión de q u e está rodeada y siem pre bajo sospecha? ¿Para qué que­
re r siem pre que haya un culpable y varios gendarmes? U n instru­
m ento diplom ático no puede ser la espada de la ley. Su pacto atlán­
tico, señor senador, me produce el efecto de una orden de movili­
zación más que el de una alianza razonable. N o nos sentimos dis­
puestos a ser movilizados no im p o rta para qué locuras, de la misma
manera que no pretendemos que el pueblo am ericano se movilice por­
q ue hayam os creído v er brillar los ojos del lobo en las sombras de
la noche.
Por o tra parte, los térm inos de pacto atlántico o de alianza, atlán­
tica me parecen tan mal elegidos com o el famoso térm ino de “cola­
boración” d urante la guerra. Es obvio que la alianza atlántica es
una alianza de ribereños. E n esta com unidad el activo se cuenta en
bases y en líneas de com unicación. Esta alianza lleva un nom bre de
com pañía m arítim a y esta razón social dice co n claridad lo que se
pretende hacer y dónde están el co razón y el centro de toda la cues­
tión. Es al A tlántico ai que se protege, es p o r el A tlántico p o r el
que se va a com batir, es del A tlántico del que se espera la victoria,
es el A tlántico, en fin, el que suplanta a nuestra patria. Pues bien,
señor senador, piense que millones de hombres de E uropa son como
yo: son campesinos. Saben lo que es su pueblo, saben lo que es su
tierra, saben lo que es una invasión, p ero no saben lo que es el A tlán­
tico. Son campesinos y no estrategas. Se batirán para que las bri­
gadas m ongólicas no lleguen hasta sus aldeas, para que no incendien
las granjas, para que no violen a las m ujeres. Se batirán com o cam­
pesinos, y si los otros son más fuertes que ellos, se refugiarán tal vez
en los bosques o en la m ontaña con sus vacas y sus ganados y , si
pueden, tam bién co n sus mujeres. P ero si usted les explica, com o el
general Eisenhow er, que deben batirse por cabezas de puente, que
prim ero se avanzará y después se retrocederá, que se reem barcará
después de h aber desembarcado, en fin. que va a hacerse una guerra
atlántica co n magníficos instrum entos atlánticos, tales com o puertos,
convoyes, escoltas, raids y com andos, esos campesinos nuestros no
com prenderán lo que se les quiere decir, y pensarán con profundo
do lo r en sus tierras laborables que no supieron guardar porque en
lugar de cuidarlas fueron obligados a defender tina extensión de
agua q u e no es nada para ellos. Reconozco, señor senador, q u e
■96 M a u r ic f , B arbeché

■estratégicamente sus almirantes tienen toda la razón y que son más


fuertes qüe yo. P ero piense que psicológicamente nosotros no somos
ciudadanos del A tlántico de la misma manera q ue no somos ciuda­
danos de la luna, y la cruzada de ustedes, a la vez dem ocrática y
¡atlántica, es decir, apoyada sobre dos nubes, corre el peligro de no
conm over a los espíritus más de lo que podría conmovernos un
•desfile de carrozas alegóricas de Ja mitología.
Yo no soy de los que hacen campaña sistemática contra la exis­
tencia de bases am ericanas en E uropa o en A frica del N orte. Desde
Juego, hay bases y bases. Cuando el gobierno de la Cuarta República
les da a los americanos en arrendamiento p o r noventa y nueve años
el territorio de P o rt-L y au tey , permítame decirle que m uchos fran­
ceses pensamos u n poco en el gobierno chino de antes de 1914. Y no
-deben ustedes extrañarse de que este raro ejemplo de servilismo y de
abandono disguste profundam ente a muchos franceses. D e consi­
guiente, nada de arrendam ientos, nada de noventa y nueve años, nada
de feria barata para nuestros territorios. P o r el contrario, si pensa­
m os que p o r desgracia E uropa tiene necesidad para su protección de
tropas estacionadas americanas, es necesario que esas tropas se acuar­
telen en alguna parte. Y es necesario tam bién que tengan sus depó­
sitos y sus parques en alguna parte, y que esos depósitos y esos par­
ques sean protegidos p o r medidas propias p ara garantizar su segu­
ridad contra la quinta colum na comunista que opera sobre nuestro
territorio. El objeto de nuestra política europea es que esas fuer­
zas estacionarias puedan ser relevadas tan p ro n to corno sea posible
p o r fuerzas realmente europeas, que aquéllas lleguen a ser, p o r con­
siguiente, superfluas y q ue sus bases, depósitos y parques puedan
pasar u n día al con tro l de u n comando europeo. Para obtener este
resultado me parece q ue debemos tener conciencia de las exigencias
<le este período interm edio. Debilitar p o r una propaganda antiame­
ricana la seguridad de esas bases provisorias es debilitar la cobertura
■de nuestro propio esfuerzo y p o r consiguiente nuestro propio es­
fuerzo mismo, es prolo n g ar el plazo que nos separa de la indepen­
dencia efectiva de E uropa y es, finalmente, hacerle el juego al par­
tid o com unista y a la guerra.
Le ruego que tenga en cuenta que a ustedes mismos les conviene
insistir sobre el adjetivo provisorio, y que son ustedes quienes deben
tener ia firm e voluntad de devolver E uropa a ios europeos y única­
m ente a las fuerzas nacionales europeas y no a los asociados políticos
acreditados p o r ustedes. E s de ustedes de quienes deben venir la
lealtad y la diafanidad, porque ninguna propaganda puede ser más
eficaz contra ustedes com o la que los represente queriendo crear en
E l H uevo de C olón 97

E uropa, directam ente o p o r interm ediarios, Estados satélites de la


p o lítica de W ashington.
V eo dos objeciones al program a que acabo de exponer. Quiero
expresarlas, n o porque crea responder de manera perentoria, sino por
' honestidad y p o r deseo de ser claro.
La p rim era es la siguiente: ¿Puede ser m ilitarm ente viable la
E uropa m ilitar que no posee ni bombas atómicas ni yacimientos de
petróleo? N o estoy calificado para responder a esta cuestión en el
plano técnico, pero le diré lo que creo poder decir en el plano polí­
tico. Creo que no im porta esencialmente, en ci fondo, que Europa
•disponga inm ediatam ente de u n m aterial igual al de Rusia, porque la
intención de la E uropa nacional no es la de hacer una guerra de
¡agresión c o n tra Rusia o asociarse en tal empresa. Es capital que
E uropa disponga de armas clásicas poderosas para hacer imposible
o a lo m enos m u y difícil la ocupación de su territorio. Es probable
•que una g uerra que utilice la totalidad de las fuerzas soviéticas contra
E uropa im plicaría inm ediatamente u na guerra mundial. Y sería la
g uerra m undial la única que implicaría evcntualm ente el empleo del
.arma atóm ica, y la que en todo caso pondría esta arm a a disposición
de Europa. Para el presente y para el porvenir inmediato, Europa
n o necesita ser invencible, sino q ue basca que esté acorazada. Es la
certidum bre de una guerra m undial lo que debe ser materia de re­
flexión y n o la capacidad de resistencia d e E uropa. Basta, pues, que
.•sea imposible apoderarse de E uropa p o r la traición interior o ba­
rrerla e n ocho días por u n raid masivo de infantería.
Sobre el petróleo la respuesta puede ser la misma. Es en el
p o rv e n ir m ás lejano cuando estas dificultades adquirirán verdadera
im portancia. Si en el porvenir se reclam a para Europa la situación
d e una tercera gran potencia, ésta debe poder hablar en pie de igual­
d a d con las otras, y p o r consiguiente disponer de las mismas fuerzas
•que ellas. ¿Es imposible esta perspectiva?. M e parece m uy aventu­
ra d o d ecir en dónde nos encontrarem os dentro de diez años. La
utilización pacífica de la energía atómica puede producir una revo­
lución industria], en la cual E uropa podría encontrar una de las
•condiciones de su autonomía económica. A ctualm ente Europa no
cuenta con una flota: pero p odría construirla. Rusia ha logrado
su p erar am pliam ente su antiguo atraso. ¿Seremos necesariamente in­
feriores en energía y en eficacia a los rusos? La Europa de nuestros
gobiernos actuales, seguramente, 110 ten d rá jamás una flota: pero Ja
nuestra, ¿cómo lo sabemos? E n to d o cáso debem os persuadirnos
d e que la autonom ía económica de E uropa es inseparable de su inde­
pendencia política y militar. T a l autonom ía no existe p o r el mo-
98 M a u r ic e Bardéche

meneo. Pero las reservas mal aprovechadas de A frica, la riqueza de-


Europa en obreros calificados, la densidad de su población y su genio
inventivo perm iten esperar que u n día E uropa unida será lo bastante
fuerte para vivir sin la ayuda de nadie. Si ustedes fueran sabios y
previsores, deberían desear tan to com o nosotros que la vieja Europa
deje de ser u n niño de pecho q ue ustedes deben llevar eternamente^
en los brazos.
. Es a esto últim o a lo que debo consagrar mi último razonamiento,
señor senador. P orque es indudable q ue usted tiene perfectam ente
el derecho de decirme: “ ¿Por que quiere que renunciemos a una;
cadena de Estados vasallos o a lo m enos aliados en Europa, sólo para
tener el gusto de verlos jugar a los árbitros entre los Soviets y ¡es­
otros? ¿Dónde está en eso el interés de los Estados Unidos?”
Aparentem ente, en efecto, los Estados Unidos n o tienen nada que-
ganar en la independencia de E uro p a. A parentem ente los Estados-
Unidos tienen interés en seguir disponiendo de un imperio invisible
destinado a suministrarles tropas, instrum entos políticos y clientes1
perpetuos. A parentem ente los Estados Unidos tienen una gran ven­
taja en poder disponer de grandes reservas de infantería y de obreros
especializados para oponer a la infantería y a la industria rusas, y
también de un dominio ideológico, de una avanzada ideológica para
hacer contrapeso al imperio ideológico comunista. Finalmente Jes es-
útil y puede serles necesario ten er asegurado para el porvenir un
mercado perm anente de cuatrocientos millones de hombres. Pero'
todo esto no es sino una apariencia cuyas servidumbres, en realidad,
son m u y pesadas.
Le he explicado en Jos dos prim eros capítulos de este libro que-
su vivero de infantería no está seguro y que su avanzada ideológica
está abierta a todos los cazadores furtivos. E n estos dos aspectos su.
imperio invisible es precario y no existe sino en el papel. P or e l
contrario, las cargas que éste les im pone sí existen, son bien reales;
y ustedes están sintiendo todos los días su peso en las espaldas. Sos­
tienen a E uropa como se sostiene a un niño. Es u n m enor de edad
que les cuesta m u y caro. Para consolarse, o m ejor diclio, para ali­
viarse, ustedes deciden dism inuir progresivam ente la pensión. P e r o
usted sabe m uy bien que nuestros gobiernos fantasmas son incapaces
de vivir sin el dinero de ustedes, y ellos demuestran m ejor que y o
que no lo utilizan para armarse sino para satisfacer los déficits p e r­
petuamente renovados p o r su gestión inepta. Ustedes están llevando
a Europa como u n fardo. A cabarán p o r llevarla com o u n m uerto y
no la despertarán jamás. C uando tem an ser destruidos p o r ese ca~
El H uevo de C olón 99

d á v e r lo abandonarán. ¿A quién? A los Soviets. Y todo lo que han


pagado culmina en este final.
U na E uropa nacional, una E uropa enérgica, una E uropa mayor
de edad es la única que puede decirles: “ Ustedes pagarán hasta tal
fecha. Después de esa fecha no pagarán más. Su dinero será trans­
form ado en armas y no en caballitos de carrusel. Esas armas no
serán abandonadas en el campo de batalla: nos servirán a nosotros y
n o a los comunistas”.
L a segunda carga de ustedes, no m enos real ni menos pesada
q ue la carga financiera, es el riesgo perm anente de guerra mundial
q ue em ana de su imperio invisible. P o rq u e este im perio invisible que
n o es sino una sombra com o im perio, los hace territorialm ente limí­
tro fe s de la Rusia Soviética. E n realidad, ustedes tienen u n interés
evidente, u n interés capital en que esta frontera com ún desaparezca.
U n E stado am ortiguador de la misma fuerza y de la misma im por­
tancia política que los dos antagonistas, o p o r lo menos de propor­
ción similar, les es absolutamente necesario: es la condición esencial
de la paz. Si este Estado am ortiguador existe, si es viable, si es fuerte,
si viene a ser para todos una isla escarpada e inabordable, entonces
la g uerra entre los Soviets y los Estados U nidos no puede o cu rrir sino
sobre teatros de operaciones exteriores y bajo la form a de operaciones
fáciles de lim itar y relativamente fáciles de term inar. H asta la pers­
pectiva misma de la guerra se alejaría, p o rq u e al alejarse de nosotros
autom áticam ente se alejaría de ustedes.
L os más hábiles políticos americanos se han dado cuenta ya de
las ventajas reales que ofrece la autonom ía de E uropa. La habilidad
política, y no se repetirá esto lo suficiente, está fundada sobre la
justicia y la moderación. Los planes ambiciosos seducen, pero a la
p o stre sólo producen catástrofes. F,1 m apa real del mundo no es el
de los continentes sino el de las densidades de población. Y este mapa
no hace sino traducir la verdadera realidad geográfica y política: el
m apa real del mundo es el mapa de las grandes unidades étnicas y
culturales. L a autonomía de E uropa escá inscrita en la naturaleza,
en la historia, en los hechos. D esconocerla es sacrificar a intereses
provisorios intereses permanentes y finalm ente el porvenir. El im­
perio del mundo con que algunos sueñan entre ustedes no es sino
una fantasía y tiene todos los peligros de las fantasías. Ustedes tienen
interés, en su condición de gran potencia mundial, en el equilibrio
del m undo, de la misma manera que en o tro tiem po los más prudentes
d e nuestros reyes tenían interés, no en la dom inación de E uropa, que
ninguno de ellos hubiera podido realizar, sino en el equilibrio de las
fuerzas europeas. Les conviene escuchar las lecciones de nuestra
vieja historia, señor senador. Ella nos enseña a desconfiar de las
100 M a u r ic e B ardkche

quimeras. T anto ustedes com o Rusia tienen interés en que Jos res­
pectivos límites sean claram ente fijados, en que ninguno de los dos
interfiera en los dominios del otro , en que no se disputen a Europa,
y en reconocerse lealmente uno a otro los respectivos derechos. La
coexistencia de un inundo capitalista y de u n m undo colectivista
es posible. A firm arlo no es sostener u na tesis soviética, sino una
tesis de buen sentido y de paz, que su gobierno presenta igualmente
como propia. Pero esta doctrina de la coexistencia contiene como
corolario el hecho de que ni Rusia ni los Estados Unidos deben
tratar de establecerse en E uropa ni política n i militarmente. Por
parte de Ja U . R . S. S., la prueba de su buena fe no puede ser sino
ésta: que renuncie a sostener los gobiernos comunistas establecidos
fraudulentam ente y los partidos com unistas europeos, los cuales de­
ben desaparecer totalm ente con su consentim iento. P o r parte de los
Estados Unidos la prueba de su buena fe ten d ría que ser análoga:
que su gobierno renuncie a una política ideológica y que los gobier­
nos seudodemocráticos, que en realidad no son sino instrumentos de
la política americana, desaparezcan de la misma manera que los par­
tidos comunistas. Sean ustedes, pues, dóciles a la naturaleza, a Ja
historia y al buen sentido. D ejen a E u ro p a entregada a su propio
genio, a su propia cultura, para que encuentre en su pasado y en su
sangre soluciones que son las suyas. N o violenten esta imagen del
mundo que Dios lia creado se g ú n . su plan y no según las conve­
niencias de los Estados Unidos. N osotros no somos negros, no somos-
amarillos, no somos semitas, no somos americanos. N o superpongan
su Babel a la naturaleza. O b ren según la naturaleza de las cosas: en
esto consiste la sabiduría política.
N o veo sino un argum ento al cual no h e respondido aún, si bien
no tengo gran cosa que responder. Es grave y si ustedes lo encuen­
tran insuperable se convierte en definitivo, para ustedes, no para nos­
otros. T al vez su A m érica tenga necesidad, bajo pena de muerte, de
cuatrocientos millones de consum idores europeos, y n o está segura
de estos consumidores sino a condición de que sean también sus
súbditos. A esto no tengo nada q ue responder, lo repito. Si esta
necesidad dicta la política de ustedes, quiere decir que se están con­
firmando de manera brillante los análisis de L enín y Stalin, que uste­
des se acusan a sí mismos de liipocresía y q ue dan todos los dere­
chos a proceder en su contra. Si es ése su últim o refugio, están con­
denados a la guerra y a la más ilegítima y más odiosa de todas las
guerras. Perm ítam e creer, p o r el h o n o r de su país, que el sanedrín
de sus comerciantes no im pone tan fácilm ente la ley a su pueblo. Este
libro está escrito para el pueblo am ericano, p o r conducto de usted,
F.l H uevo de C olón 101

y no para los banqueros. Es a la nación americana a quien las fuer­


zas nacionales de Europa están apelando, es a los nacionalistas ame­
ricanos a quienes tenemos algo que decir los nacionalistas europeos
y no a los banqueros apáeridas establecidos en N ueva York. Es ne­
cesario que usted com prenda m u y bien esto, señor senador. Cual­
quier solución es posible con el pueblo americano. A pesar del mal
que el gobierno americano bajo la dirección de Roosevelt hizo a los
pueblos de Europa, a pesar del mal que ciertos funcionarios ameri­
canos hacen aún, todos sabemos q ue ni los recuerdos desagradables
ni los rencores deben proyectar su sombra sobre nuestro porvenir.
Debem os solicitar, especialmente a nuestros camaradas alemanes y
también a nuestros camaradas italianos, que hagan el esfuerzo de
olvidar sus terribles sufrimientos y las grandes injusticias que se Jes
lian infligido, y que no guarden odio contra un pueblo de quien se
ha abusado, sino que se conduzcan como hom bres justos que quieren
ob rar sin pasión. Lo que hay que detestar son las ideas falsas y 110
los pueblos que han sido arrastrados por malos jefes. O curre lo mis­
m o respecto del pueblo ruso. L o q ue constituye un peligro es el
comunismo y no el pueblo ruso, al cual debemos desear, lo mismo
q ue a Jos demás pueblos, la paz y la prosperidad. Con el pueblo
americano podrán entenderse siem pre los pueblos de una Europa fe­
derada. P orque esta Europa, p o r vigorosa que usted la suponga, no
dejará en m ucho tiem po de necesitar los productos americanos.
Y aun cuando esté equipada para asegurarse, en ciertos dominios,
una especie de autonom ía industrial, Je faltará utilizar su enorme re­
serva africana, y allí, durante numerosos años, puede haber una sa­
lida para la economía americana tanto como para la econom ía euro­
pea. L o que E uropa no puede aceptar es una hegemonía económica
de los Estados Unidos, que nos im pondría sus productos, sus pre­
cios, sus contratos, que nos doblegaría p o r toda suerte de presiones
y que finalmente aboliría por este medio nuestra libertad política.
Lo que E uropa no puede aceptar más, es que los bancos americanos
adquieran poco a poco nuestras empresas, de las cuales se hacen amos
p o r sus empréstitos, controlándolas p o r una representación discreta
hasta que finalmente sus banqueros puedan decirnos un día lo que
T a rtu fo le decía a su huésped: “ la casa es mía, hágame el favor de
salir.” JEs a ustedes a quienes les corresponde decir lo que debe eli­
minarse en la política americana de nacionalismo americano o de ca­
pitalismo internacional. N uestra E uropa puede tender una mano leal
al pueblo americano, pero no puede aceptar a ningún precio el con­
tro l del capitalismo internacional. Para ella, ésta es cuestión de vida
o muerte.
CAPITULO IV
POR QUE SE EQUILIBRA F. L HUEVO
C iu' ongo que ya comenzará a v er las cosas com o son, señor senador:
toda la cuestión radica en [a elección de los hombres. Nosotros-
no estamos alejados de sus propias concepciones de E uropa. P ero
penétrese bien de esta verdad. Determinadas cosas con ciertos hom­
bres, eso es E uropa; Jas mismas cosas con otros, eso n o es E uropa.
Las mismas medidas con ciertos hom bres constituyen una barrera
definitiva con tra el comunismo; con otros son el prim er paso para
la anexión de E uropa por Jos Soviets. C on los unos Europa tiene un
alma; con los otros no la tiene y ni siquiera puede tenerla. Elija
las soluciones simples porque esas son las soluciones que sirven. Y o Je
decía atrás: liaban el anticom unisino con los anticomunistas. A hora
le digo: hagan la Europa con ¡os europeos.
¿Qué quiere decir esto? Simplemente io siguiente: no inventen
una E uropa a su imagen o una E uropa según u n sistema. N o crean
que E uropa es un producto quím ico cuya fórm ula se pueda encon­
tra r en u n escritorio de la Q uinta Avenida. C on estadísticas, curvas,
diagramas, se hace u n trabajo de escritorio y nada más que u n tra ­
bajo de escritorio. N o intenten definir a E uropa a través de las ci­
fras aceptadas p o r ustedes. T am poco intenten animarla p o r medio
de u n fuelle fabricado en sus talleres. N i pretendan hacerla su rg ir
p o r medio d e hom bres arreglados por ustedes. H agan la E uropa con
los europeos', significa: déjennos nuestra alma.
Sean prácticos, señor senador. A cepten los hechos. E n este caso
los hechos son nuestras naciones. C on sus defectos yv sus Ograndezas-
mezcladas, con su pasado, sus heroes y sus crímenes, porque nada •
de esto nos es separable, con sus prejuicios y sus golpes de sangre,
con sus terribles recuerdos, con sus mañanas gozosas, con sus horas
graves y tam bién con sus somnolencias: en suma, con to d o les que-
hace de ellas seres vivientes. P o rq u e estas naciones no están, com o la
suya, hechas alrededor de u n código o alrededor de una ideología;
no tienen, com o la de ustedes, una C onstitución p o r texto sagrado y
M a ü r ic f . Bardéche

Tin legislador p o r padre. N o viven de u n credo. Se han hecho poco a


poco, con el tiem po, com o los árboles. Son com o esos pólipos com ­
puestos p o r millares de células que sin em bargo no son un solo cuer­
po. Tienen un alma, no una ideología. Y esta alma vive p or sí misma.
Sin ella, no hay nación. T odo reside en ella. Es esta alma de nues­
tras naciones la que es necesario dejar vivir. Reemplazarla po r una
ideología es crear naciones de laboratorio, que son tan naciones como
un robot es un hom bre.
N o podemos reencontrar el alm a de nuestras naciones sino en
el silencio. En el silencio de las propagandas, de todas las propagan-
das, lo mismo la de ustedes que la de los Soviets, Ustedes piensan
q u e lo que enseñan es la justicia y la sabiduría y que los pueblos
no tienen otro m edio para llegar a su felicidad. Los comunistas pien­
san exactamente lo mismo de su program a y tal vez sean más sin­
ceros que ustedes. E uropa está ensordecida p o r estas dos conviccio­
nes opuestas que tienen la desgracia de ser ambas pregonadas p o r
representantes reconocidos y hom bres de paja. N o se extrañen uste­
des porque rechacem os lo que lleva la marca am ericana tanto como
lo que es fabricado en Rusia. T enem os necesidad de estar solos, de
volver a ser nosotros mismos, y esto más moral que físicamente.
Es, pues, este repliegue de nuestros pueblos sobre sí mismos,
este renacimiento de los nacionalismos europeos, lo que ustedes de­
ben dejar que se haga sin prejuicio. N o se pregunte si este renaci­
miento está de acuerdo o no con sus propias concepciones, ni lo
m idan con sus reglas, sino procuren contribuir a que se desarrolle
según sus propias leyes. Estos principios no pueden ser malos puesto
que han sido hasta ahora los que han hecho la grandeza de nues­
tras patrias.
Las ideas que va a encontrar a continuación, señor senador,
contrariam ente a las del capítulo precedente, no son de ninguna ma­
nera una especie de program a colectivo. Son estrictam ente persona­
les y no han estado sometidas a ninguna prueba o examen. Cuando
y o digo ' “nosotros” a este respecto, es impropio. M e excuso desde
ahora sobre lo que pienso ante algunos camaradas de quienes me
imagino que podrían estar en desacuerdo conmigo sobre lo que es­
cribo. P o r o tra parte no espere en co n trar aquí algún programa o
panacea como los que se exponen en los Congresos. N o presento p ro ­
posiciones numeradas com o frascos n i remedios soberanos cuidadosa­
m ente divididos en doce o en treinta y seis puntos. M ás bien es una
dirección lo que está indicado aquí. A firm o principios, muestro su
espíritu y sus consecuencias, pero dejo las aplicaciones y si alguna
vez aparece al cabo de mi razonam iento alguna sugestión concreta,
E l. H u e v o d e C o l ó n 107

entienda usted que yo puedo no atenerme a esta solución más que


a cualquier otra, que no me obstinaré en ella y que toda idea que sea
una justa deducción de estos principios podrá ser aceptada p o r mí.
N o vaya a tom arm e como a u n fabricante de constituciones. Encien­
d o un fanal y eso es todo.
L a riqueza más sólida de una nación es su propia unidad. Ella
es el signo de que esta nación es siempre un organismo vivo y no un
co njunto de individuos al cual se da im propiam ente el nom bre de
pueblo. E sta unidad, puesto que es la salud y la vida misma de la
nación, es lo que debemos defender más celosamente. Es su protec­
ción la que debe inspirarnos nuestras reglas de vida nacionales, eso
que nosotros llamamos en otros términos nuestra política nacional.
A hora bien, la unidad nacional, como todo lo que se relaciona con
la vida misma, es a la vez del cuerpo y del alma. E n cuanto sea del
cu e rp o debe inspirarnos reglas de defensa y de salubridad; en cuan­
to sea del alma debe inspirarnos reglas de justicia y fraternidad. Y es­
tas reglas no pueden sino fortalecerse al reunirse, porque lo que es
del alma no se separa de lo que es del cuerpo, y con frecuencia lo
que se refiere a la justicia es también lo que sirve m ejor a la de­
fensa y lo que asegura la salubridad es también lo que afirm a m ejor
la fraternidad.
Los imperativos de la defensa nacional son de tal manera cono­
cidos que es innecesario insistir en ellos. Es preciso, sin embargo,
declarar aquí que la defensa o el m antenimiento de la unidad nacio­
nal no son deberes de circunstancias, deberes suplementarios del Es­
tado, sino que son el deber esencial y aun la razón de ser. E l mili­
tarismo no es, pues, una disposición enferm iza del Estado, sino su
form a esencial. U n Estado es, desde luego, u n ejército, y los pri­
m eros servidores del Estado, como se sabía bien en nuestras antiguas
m onarquías, son los que llevan espada. N o debemos, pues, avergon­
zarnos de los Estados militares. P o r más que nuestro más profundo
deseo sea la paz, debemos tener conciencia de que el ejército es no
solam ente la garantía, sino la representación de la fuerza y -de la uni­
d a d de la nación, que debe ser la emanación y la imagen de ésta, y
q u e el soberano, así sea el príncipe o el pueblo, es antes que todo
el jefe suprem o de ese ejército.
E sto debe hacemos com prender lo que h ay algunas veces de
sospechoso en ciertos alegatos en favor de u n ejército europeo. N o
es a “la más pequeña escala posible” como debe hacerse lo que se
llam a la integración, sino, p o r el contrario, “a la m ayor escala po­
sible” que sea conciliable con una dirección única. P orque cada ejér­
cito nacional en el interior del ejército europeo no. debe ser una
108 M a u r ic e B ardéchf,

reunión de hombres, sino que debe expresar una “alianza perpetua’7


manifestada po r una dirección única. Pero es necesario hacer aquí
otra observación. La protección material de la unidad nacional no-
supone de ninguna manera el expansionismo, sino que, por el con­
trario, lo excluye. Los límites reales cíe nuestros territorios son co­
nocidos. Asegurarlos es nuestro deber. D esbordarlos por anexiones-
arbitrarias o con el pretexto de bases de seguridad, es robar a los otros
pueblos, es estimular una guerra futura, es debilitar la propia uni­
dad por elementos no asimilables. N uestros propios principios, nues­
tro propio nacionalismo, nos conducen, pues, a condenar de manera
absoluta las mutilaciones impuestas p o r la fuerza, lo mismo que las
que son contrarias al derecho y a los tratados, corno el dominio so­
viético sobre los territorios alemanes, com o nuestra propia anexión
de los cantones italianos de T cndc y de Brigue, o como nuestras
pretensiones sobre el Sarre. A un cuando en una comunidad euro­
pea semejantes cuestiones de límites convencionales queden reduci­
das a la categoría de cuestiones secundarias, debemos p o r lealtad y
por justicia, no despojar a nadie. La E uropa que queremos hacer
será tanto más fuerte cuanto el derecho de cada uno sea respeta­
do mejor.
Pero la defensa nacional no es sino un aspecto, el más evidente,
tal vez el más grosero podría decirse, de ia protección de la unidad
nacional. De la misma manera que un organismo no está solamente-
amenazado poi: otros animales o p o r cosas, sino tam bién por enfer­
medades y venenos, la protección de la unidad nacional comienza;
por la defensa contra el extranjero instalado fuera de las fronteras,,
pero es inseparable y es naturalmente continuada p o r la defensa,,
también necesaria, contra el extranjero que se ha introducido entre-
nosotros.
Esta necesidad no es de polémica o de mal hum or. Aparecerá
en toda su fuerza si se recuerda 1o que expresé atrás sobre el carác­
te r mortal de las infiltraciones extranjeras. Si se reflexiona sobre las;
condiciones del mundo moderno se descubrirá rápidam ente que eí
pensamiento es el más poderoso de los agentes de destrucción in­
ventados por nuestro tiempo. La bom ba atómica, la misma guerra
bacteriológica, no son sino medios pueriles com parados con ese for­
midable envenenamiento de todo el organismo p o r u n virus impo­
sible de aislar. El pensamiento inyectado p o r el extranjero en las-
venas de una nación es peor que el curare. Em briaga y paraliza.
En dosis débiles pervierte. E n dosis altas hace titubear a naciones
enteras como animales ebrios, oscurece el instinto más fuerte, adul­
tera la verdad más evidente. Los pueblos se manifiestan algunas v e-
El H uevo de C o lón 109

ccs aterrados de lo que hicieron durante su embriaguez: así, la ver­


güenza de Francia ante su prisionero de la isla de Yeu, o ante el te­
rro r de 1793, o ante el de 1944. Algunas veces nunca despiertan y
naciones enteras van así al abismo, presintiéndolo, pero sin fuerza
para reaccionar y sin ojos para ver.
Por eso, si es importante, si es capital que nuestros países sean
defendidos contra la invasión m ilitar que les retira y suprime su exis­
tencia física, no lo es menos que nuestros pueblos estén protegidos
co n tra la invasión invisible que les anula su mismo ser, disuelve su
voluntad y su fuerza y los convierte finalmente en naciones depen­
dientes, domesticadas, rebaños de otras naciones. Esta defensa inte­
rio r no es xenofobia, sino buen sentido e imprescindible deber.
•Consiste para el estadista en vigilar la salud de la nación de la misma
manera que un médico vigila la salud del cuerpo. N o entraña el
•ostracismo, sino que, por el contrario, está de acuerdo con el senti­
m iento de armonía y de orden que es como la impresión que existe
■en nosotros de lo que es bueno y de lo que es justo. H ubiera podido
conducir a un celo excesivo en los tiempos en que Europa estaba
dividida por las pretcnsiones de varios nacionalismos. Pero puesto
q u e h oy los hombres más celosos de las pretensiones de sus naciones
se ponen de acuerdo en Europa sobre un programa y un espíritu
com unes, no es respecto de una u otra nación vecina que tenemos que
defendernos, sino por el contrario, de todo aquello que es inasimi­
lable para' el espíritu europeo, de todo lo que nos amenaza conjun­
tam ente, no oponiéndonos emulaciones o prerrogativas antiguas, sino
protegiendo a nuestras naciones y a nuestras voluntades de común
acuerdo contra lo que es extraño a todos, tal como si Europa fuera
íuia sola nación.
Actualmente dos peligros amenazan la unidad de las naciones de
Europa. E l uno es m uy conocido y ustedes lo sienten tan vivamente
com o nosotros. Es el escándalo de la actividad que desarrollan en
nuestros países los partidos comunistas y otros agentes del extran­
jero que no ocultan su condición. ¿Aceptan ustedes que permanez­
cam os inertes ante este peligro m ortal, mil veces denunciado, pero
jamás combatido? Es un ejemplo tan claro, tan elocuente de infil­
tració n extranjera, y po r lo mismo de perversión de la vida nacional,
que- es superfluo analizarlo. Pero las medidas de policía, usted lo
•sabe bien, no bastan para desembarazar a un país del comunismo.
E l verdadero contraveneno es la unidad de la nación, porque sólo
■ella permite la justicia social, sin debilidades ni trucos, a la cual nin­
guno de nuestros regímenes puede pretender haberse aproximado
siquiera. Esta parte esencial será tratada en o tro lugar. Por el m o-
no M a u r ic r B a r d é c iir

meneo quisiera solamente referirm e al otro peligro que amenaza


la unidad de Europa, el que ustedes sienten menos pero que no es
menos grave, el que la propaganda no menciona y que sin embargo
es esencial, puesto que explica tanto la im potencia de ustedes como
la nuestra.
Usted debe sentir en sí mismo, lo mismo que sus compatriotas,
y m uy vivamente, hasta qué punto nuestras naciones están en peli­
gro de m uerte porque cierto núm ero de hombres de nuestro pueblo
profesan ideas aprendidas en el extranjero, consideran los intereses
extranjeros antes de considerar los de sus propias patrias, y se re­
gulan en todo p o r las creencias y las apreciaciones que emanan del
estado m ayor político y m ilitar de un país extranjero. Este no es
sino un caso particular de las invasiones invisibles. Y un caso par­
ticular m uy simple, porque, en definitiva, los hombres atados al
credo comunista no son eslavos sino que son de nuestro país, de
nuestra tierra, accesibles a sentimientos y a razones que también nos
son accesibles a todos; en suma, hom bres recuperables y que no han
llegado a ser todavía extranjeros de corazón y d e preferencia sino
tal vez p o r u n momento, pudiendo volver a ser mañana nuestros
compañeros. Pero si le parece, señor senador, suponga que estos-
hombres sean eslavos; suponga que uno o dos millones de eslavos
se hayan naturalizado franceses oportuna y prem aturam ente y que
a sus convicciones de origen extranjero agreguen sentimientos y
reacciones incomprensibles para nosotros, razonamientos extraños a
nuestra propia naturaleza, instintos incompatibles con los nuestros.
¿No le parece que la situación de nuestros países sería extremada­
mente grave? Y si esos hom bres ocuparan además los primeros pues-.
tos del Estado, si estuvieran unidos p o r una francmasonería de inte­
reses, de parentesco y de conform idad, ¿no le parece que la situación
de nuestros países estaría irrem ediablem ente perdida?
Ustedes conciben en su país hasta qué punto una nación se pone
en grave peligro cuando abre excesivamente sus puertas al extranjero-
y hasta qué punto es im portante, es capital, mantenerse en guardia
contra tales infiltraciones. E l extranjero prem aturam ente nacionali­
zado u hospitalizado p o r el azar de las migraciones es un portador
de. gérmenes. N o sabemos de él sino una cosa, y es que fundamen­
talmente difiere de nosotros, que en las crisis graves que pongan en
peligro la existencia de la nación no reaccionará com o nosotros. Y no-
sabemos, no podemos saber qué vínculos, qué principios extraños,,
qué venenos le serán amables, dulces y nutritivos. Al recibirlo, al
adoptarlo, al hacerlo uno de los nuestros, nos hacemos cargo d e
un fum ador de opio. Sueños monstruosos se agitan en su cerebro y
E r, H uevo d e C olón 111

su mirada ve, a pesar de él mismo, a pesar de nuestras, ciudades,,


más allá de nuestras ciudades, una u rb e fantástica, un miraje que le
llega p o r siglos de inestabilidad, d e pánico y de profecías. Y su san­
gre tiene movimientos desconocidos p o r nosotros, se emociona y se
agita ante llamamientos que proceden del fondo de las edades y del
fondo de otras tierras. A pesar suyo y aun cuando se aplique a ser­
virse de las mismas palabras, a pesar suyo y sin que pueda consi­
derársele culpable, simplemente porque es diferente, es el receptor
más sensible de las ondas que se dirigen contra nosotros. A pesar
suyo, porque está sujeto al encantamiento de sirenas lejanas. A pesar
suyo tiene oídos y no los ha obstruido con cera como los compañe­
ros de Uüses. A pesar suyo, tiene un corazón. A pesar suyo y aun
cuando algunas veces anhele con todas sus fuerzas participar en nues­
tros sufrimientos y asociarse a nuestro destino y aun batirse a nues­
tro lado p o r esta patria que cree la suya, a su pesar y simplemente
porque es distinto, es accesible a las ideologías, a los mesianismos, a
las divisiones, a las fantasías, a todas las formas menores de la traición
que en realidad son las vías más seguras de la misma traición; a pesar
suyo, es u n agente de disolución de la voluntad nacional, un punto
de apoyo, un instrum ento inconsciente del enemigo, un canal natu­
ral del veneno utilizado contra nosotros.
La existencia de estos receptores cuyas antenas están natural­
m ente orientadas hacia el exterior a tiempo que son insensibles a las
presiones secretas de nuestro suelo, de nuestra sangre, de nuestro pa­
sado, constituiría p o r sí sola u n peligro. Simplemente porque son el
terreno fértil sobre el cual la inoculación bacteriológica prospe­
rará sin encontrar ningún obstáculo natural. Desde esos focos de in­
fección oportunam ente preparados, se esparcirán, aproximándose cada
vez más, convicciones o esperanzas que enervan y dispersan el es­
fuerzo común, antipatías y supersticiones que lo dividen, corrientes
de mala voluntad, de maldad, de egoísmo, que provocan la cólera
y el descorazonamiento de quienes sirven lealmente para la protec­
ción de todos. Pero estos efectos son infinitam ente multiplicados si
se ha tenido la debilidad de confiar a estos extranjeros una posición
capital en el Estado, en las finanzas, en la prensa. Entonces la voz
del extranjero se amplifica y repercute com o por millares de alto­
parlantes. Ensordece e impide que se oiga o tra cosa. U n pueblo está
cada día alimentado con venenos a dosis elevadas. La venalidad y
el snobismo contribuyen a ello. A parecen intereses que son de Jos'
extranjeros y no nuestros y que pesan más en el Estado que los inte­
reses nacionales. Se levanta una formidable conjuración que lo in­
vade todo, dicta sus órdenes, esparce sus máximas y forma a cielo'
112 M a u r ic e B ardéchb

descubierto un Estado den tro del Estado. Los que no son vendidos
a esta conjuración o agregados a ella p o r combinaciones y alianzas,
se ven arrastrados en la subordinación'política que establece. La ma­
y o r parte cierran los ojos y los oídos, no se atreven a comprender
y esperan otro porvenir de un imposible milagro. Muchos se callan
p o r miedo, queriendo conservar sus puestos o temerosos de ser afec­
tados en sus negocios, y con la boca cosida no se quejan ni en se­
creto y se muestran paralizados por el sentimiento de su impotencia.
E l m ayor número de ellos se queja p o r la desdicha de los tiempos,
porque es más fácil acusar a la Providencia que a los poderosos.
De esta suerte el extranjero instalado en nuestras naciones no cons­
tituye solamente un punto de apoyo del cual los enemigos pueden
servirse contra nosotros, una base cómoda para la infiltración, sino
•que está en el corazón mismo de nuestros Estados: son el cerebro,
el sistema nervioso entero del organismo nacional los que son ata­
cados y gangrenados. Sin qu e haya guerra, todos los elementos que
están interesados en Ja impotencia de nuestras naciones y por su con­
ducto en la impotencia de Europa, han dispuesto ya sus baluartes,
que son formidables. T odas las naciones de Europa, en grado di­
verso, son en realidad países ocupados. Esta ocupación sin unifor­
m es no los inquieta a ustedes, señor senador, porque les parece que
no sirve directamente a los intereses de la U nión Soviética.- Pero
en realidad sí Jos sirve y m ás poderosamente de Jo que ustedes pue­
dan pensarlo. En prim er térm ino, los sirve estableciendo en Europa
el reinado del dinero y de la inmoralidad. Lo que impulsa irresis­
tiblemente a millares de hom bres hacia el comunismo es, principal­
mente, el disgusto por el actual estado de cosas. Agobiados por una
vida sin luz, por un trabajo sin esperanza, sintiendo confusamente
que su sangre y su vida son explotadas continuamente para engrosar
y enriquecer grandes parásitos anónimos, ensordecidos por las voces
y el tumulto de las propagandas, escuchan a quienes gritan más^fuer-
te, a quienes prometen más renovaciones y se sirven de la bandera
roja para expresar su cólera y su legítimo odio contra el invisible ex­
plotador. Esto le explica a usted p o r qué los partidos comunistas se
convierten fácilmente en partidos nacionalistas, lis la pudrición, es la
gangrena de nuestros regímenes actuales lo que facilita, antes que
todo, el reclutamiento del comunismo. Purifiquemos el ambiente y la
mitad del trabajo contra la propaganda comunista quedará cumplida.
Pero esa descomposición les sirve tam bién de otra manera. La co­
lectividad extranjera no tiene seguridad entre nosotros sino pronun­
ciándose contra todas Jas máximas del nacionalismo. Cumple un tra­
bajo de desintegración y d e debilitamiento moral. T iene interés en
E l H uevo de C olón 113

darnos almas de esclavos para asegurar su propio reinado. Esos re­


baños emasculados son fáciles de gobernar. ¿Qué serán cuando sea
necesario batirse? Propaga también ¡os cultos vagos, las sentimenta-
lidadcs hipócritas. Es necesario adorar a la humanidad y colocarse
por encima de todas las patrias. Esto es bien cómodo para todos los
que no tienen patria. Pero se ve también todo lo que puede obtener
de ello u n invasor que se presente como un heraldo de humanidad.
Nuestras religiones nebulosas no sirven sino para establecer un día su
culto de acero. Plan hecho ustedes m uy mal, señor senador, en
creer inofensivos a aquellos que nos infectan y nos empujan. Uste­
des se están preparando un porvenir amargo. La ocupación invisible
que ustedes creen favorable es y a el reinado de sus enemigos. Las
vanguardias se han establecido ya en Europa. Si las cosas continúan
así el Estado M ayor de Eisenhower no tendrá m ucho que hacer:
Europa caerá como una fruta podrida. Está minada. Los gusanos
están adentro. Toda sangre corrom pida inyectada en nuestra sangre
ha hecho de )a Europa actual como de la T urquía de otro tiempo,
un “ hom bre enfermo”. Tengan cuidado, ustedes, los que tienen in­
terés en el hombre enfermo. N adie puede desear más sinceramente
la rehabilitación y la fuerza de Europa que un americano inteligente.
T a l es, pues, el más grave, el más esencial imperativo de nuestra
defensa nacional, tan capital como nuestro rearme. Debemos abor­
dar con firmeza, pero también con buen sentido y moderación, esta
obra necesaria. El objetivo esencial no es eliminar a los extranjeros
sino hacer constar su condición de tales. N o son su vida n i sus
bienes lo que nosotros queremos, sino su influencia. Q ue algunos
de ellos permanezcan entre nosotros en calidad de huéspedes, sin
p oder mezclarse en nuestra vida política, sin ocupar puestos que pue­
dan decidir la conducción de nuestros negocios, es una situación
ventajosa de la cual es seguro que los más inteligentes de ellos
mismos se darán cuenta. Porque todo pueblo tiene deberes res­
pecto de su huésped y esos deberes son sagrados, se relacionan con el
honor, en tanto que un pueblo, que no tiene deberes respecto de los
intrusos, tiene por el contrario todos los derechos contra ellos. N ues­
tras pretensiones son en ese caso m uy moderadas y realistas, señor
senador, y yo quisiera que usted comprendiera cuánto sacrificio im­
plica eso para nosotros. A esos hom bres que nos han causado infi­
nitos males, casi siempre con odio, co n el odio que inspiran aque­
llos a quienes se despoja y a quienes se persigne injustamente y a sa­
biendas, a esos hombres que llegados a nosotros en harapos, se han
convertido, gracias a nuestras divisiones, en jueces, y después en
maestros, y que hoy hablan más fuerte que nosotros en nuestra
114 M.au r i c e B a r d é c iib

propia casa, les ofrecemos cxacramcnte el equivalente de lo que fue


en nuestra historia el E dicto de N antes, que, dictado p o r uno de
nuestros reyes en una situación análoga, ha sido considerado como
una de las leyes más justas y más sabias. N o queremos que el odia
intervenga en esta cuestión y tam poco nada que se parezca a la
pasión. Rehusamos todo lo que pueda parecer una injusticia o una
persecusión. N o queremos tocar a las personas ni a su vida pri­
vada. N o querem os liquidar el pasado sino porque contiene ame­
nazas terribles para nuestro estado presente y para el porvenir.
Quisiera que usted com prendiera, señor senador, el espíritu de
esta restauración necesaria. Yo no puedo entender lo que es odiar a
alguien por el color de su piel o por la form a de su nariz. E l res­
peto de mi propio pueblo m e ha enseñado a respetar a los otros
pueblos. Para esos hom bres a quienes el trágico destino de su pue­
blo hace frecuentem ente dignos de piedad, pero a los cuales ni sus
desgracias pasadas ni sus decretos de nacionalización dan una san­
gre y un alma iguales a las nuestras, creo que lo más sabio y salu­
dable es expresar el voto de que cncucntrcn en alguna tierra lejana
una patria que les sea propia y que p o r sí sola los ponga al abrigo
de persecuciones y matanzas. T ienen el deber, com o nosotros, de sal­
var su raza y , tam bién como nosotros, tienen el derecho de vivir.
Una solución clara y neta es su protección más segura y tam bién su
ventaja. l£n todo caso, amo demasiado a mi país y siento profunda­
mente su vida y su destino, para no estar convencido de que no re­
cobrará su salud y su fuerza sino cuando los hombres de nuestra
sangre y de nuestro suelo gobiernen solos el país a! cual pertenecen.
Ese día las fuerzas de traición habrán perdido la partida, lo mismo
entre nosotros que en toda E uropa. Reconozca una cosa, señor se­
nador, y téngala p o r cierta: Si tuviéramos los bancos, la prensa y la
policía, tres fuerzas que en esce m om ento no están en nuestras ma­
nos, el comunismo desaparecería en tres años de todos los países
de Occidente.
Defender a nuestras naciones es, en prim er térm ino, volver a ser
nuestros propios amos en nuestra casa. Un ejército fuerte contra el
extranjero de afuera, una legislación adecuada contra el extranjero del
interior, nos producirían gran provecho. Pero ese mínimum es abso­
lutamente necesario. Porque u n ejército bajo las órdenes de u n po­
der gangrenado es como si no existiera. ¿Quién querrá batirse para
defender las cajas fuertes de los demás y los dividendos de otros?
¿Quién querrá batirse para perpetuar su propia servidumbre?

*
E l H uevo de C olón 115

El o tro enemigo, que en el fondo es el mismo, es el dinero. El


re in o del dinero es el reino del extranjero; y tam bién el reino del vien­
tre . La prim era cosa que tenemos que decir es que el valor de un
hom bre no se cuenta en dólares ni la potencia de una nación en cifras
-de exportación. P o r encima del dinero colocamos al hom bre; po r
-encima del éxito colocamos la propiedad; y po r encima de las cifras
de ventas colocamos la disciplina y la energía. E n la sociedad que
•queremos, el com erciante debe ser, como en la India, una casta aco­
m odada, pero poco distinguida. P o r encima de él están el soldado,
•el militante, el trabajador. Por encima están tam bién todas las perso­
nas que hacen cualquier cosa p o r nada. Porque el poder de una nación
-está en los hom bres que están dispuestos a dar por nada su sangre, su
vida, su acción; p o r nada, p o r el honor. Cuando una nación n o tiene
tales hom bres deja de ser una nación y 110 es sino un conglom erado
de iutereses, una sociedad p o r acciones con cárceles y gendarmes.
Q uerem os en nuestras naciones, pues, una jerarquía nueva. Q ue­
rem os tam bién que esta jerarquía se inspire en el espíritu mismo de
nuestro tiem po. Disciplinar y ordenar las gigantescas fuerzas espiri­
tuales y materiales liberadas p o r nuestro tiempo es nuestra obra. De
-•ello proviene la prioridad del militante y del trabajador.
E l servicio de los Estados modernos com prende dos noblezas
iguales: el servicio de la sangre y el servicio del trabajo. E l Estado
m oderno debe ponerlos a los dos en u n mismo plano y debe disponer
-a la vez de una fuerza de choque para la creación y de otra fuerza
de choque para la defensa. Las brigadas de trabajo no son m enos im­
p o rtan tes que las divisiones de selección. Aquéllas son, lo mismo que
las últimas, tam bién unidades de selección y representan las mismas
■cualidades, la misma voluntad de crear y de servir.
AI lado del ejército, el servicio del trabajo es indispensable. T ie­
n e la misma función simbólica: asocia a todos los muchachos d e una
•generación a la lucha continua que una nación debe sostener p o r su
■desarrollo, com o el ejército los asocia para el esfuerzo continuo que
«debe sostener para su defensa. H a y una función efectiva más grande:
<1 ejército, en tiem po de paz, puede 110 servir para nada, pero ¡as b ri­
d adas de trabajo sirven siempre. H ay una función moral: coloca al
■trabajo y al com bate en el mismo plano, les acuerda la misma prim a­
c ía , y eso es justicia.
Porque la nación se expresa p o r el trabajo tan bien com o p o r el
-combate, y quienes la conducen al prim ero tienen el derecho d e ser
llamados los servidores de la nación con el mismo título que quienes
'la conducen al com bate, y los dos conductores son iguales. Finalm en­
t e el ejército y el servicio del trabajo se completan, no form an sino
116 M a u b ic f Bardéche

u n solo tipo de hombre, porque los soldados de hoy son los mecanis­
mos de una enorme máquina militar y los obreros de choque son a
su vez soldados de trabajo. E n unos y otros son necesarias las mis­
mas cualidades: la camaradería, la consciencia, el valor. la paciencia.
Y éstas son las primeras, las más altas, las más graves en tre todas las-
cualidades del hombre. Son aquellas que el código no escrito de los
hom bres ha llamado siempre las cualidades viriles. Son las cualidades
de Roma y las cualidades de Esparta. H an hecho las grandes naciones-
y tam bién los imperios. Se adquieren con la espacia en la mano y tam ­
bién con la pala a ia espalda, en la lucha contra las cosas y en la lucha
contra los hombres. Son las cualidades que nosotros queremos para
nuestra Europa. Sobre ellas se harán las selecciones. Los pueblos que
sepan encontrarlas podrán vivir. Los otros desaparecerán. Y como-
creem os en nuestros pueblos y pensamos que esas cualidades existen,
en ellos, las reivindicamos corno fundam entos de las jerarquías del
porvenir y pensamos que el servicio de la nación es el más propio
para hacerlas aparecer.
N o vea, sin embargo, señor senador, las patrias con que soña­
mos como gigantescos cuarteles. Ese servicio de la nación no tiene
sentido sino en el caso de que sea lo contrario de un reclutamiento*
Es el gozo lo que debemos mezclar con el trabajo. Y hay un placer
en desmontar, en construir, en crear. H a y u n placer en el trabajo-
en común, en la obra difícil, en el esfuerzo del cuerpo y de la vo­
luntad. T am bién lo hay en conducir ios tractores, en arreglar los-
caminos, en construir diques. E n E uropa nosotros pertenecemos a
una raza de fundadores de imperios. Q uerem os que la juventud d e
Europa reconozca otra vez estos placeres. Y n o solamente que los
reconozca sino que se entregue a ellos y que se embriague con ellos.
Queremos que haya tanto orgullo en contarse entre los constructores
de una represa difícil como en tre los vencedores de una batalla cé­
lebre. Los que hayan mostrado esas cualidades de soldados y de obre­
ros serán reconocidos p o r nosotros com o los mejores, y es a ellos a
quienes úna nación bien constituida debería entregar los cargos deL
comando y del poder. Estaremos seguros, después de esta prueba, de­
que serán ampliamente los portadores de las cualidades de nuestra raza.
H abrán sido seleccionados no p o r el favor ni p o r la política, sino p o r
la prueba del trabajo y de la voluntad. N o crea que queremos poblar
a E uropa d e reclutas desilusionados a quienes Ies entregaremos una
carretilla además de un fusil ametralladora y que esperarán con impa­
ciencia el día de salida. Q uerem os que ese servicio de 1a nación sea
como la apoteosis y el triunfo de. toda la juventud y que sea el or­
gullo de su vida. Queremos que en este goce y esta comunidad, su
E l H uevo de C olón 117

vida, a los veinte años, adquiera todo su sentido y toda su plenitud.


Y queremos también que E uropa se construya por sus carpinteros y
p o r sú juventud, p o r su comunidad de trabajo, de vigilia y de gozo.
N o , señor senador, no queremos que jóvenes alemanes sollozantes
vengan a reconstruir entre nosotros la población de Oradour. Pero
sueño en el día en que las brigadas de choque irán desde el extremo
de E uropa hasta nuestro imperio de A frica a construir mano a mano
diques en el Danubio, acueductos en la A pulia y estaciones térmicas
en el borde del Sahara. Sueño en el día en que desfilarán a lo largo de
nuestras grandes avenidas en filas de a veinte, con el torso desmido y
la pala sobre las espaldas, los muchachos de todos nuestros países al
regreso de sus campañas. N o serán seguidos solamente de sus tanques
sino de las poderosas máquinas con las cuales hayan despedazado las
rocas y dirigido las aguas. Llevarán, corno las legiones romanas, in­
signias sobre las cuales se verán nom bres de las montañas vencidas y
de los desiertos domesticados. Ese día, señor senador, usted verá
desfilar a E uropa entera. Y no la busque en otra parte, 110 la busque
de otra manera. Europa está en la acción, en la fraternidad del tra­
bajo y en la prueba p o r el trabajo, en nuestras juventudes mezcladas.
N o está en las conversaciones, en los acuerdos aduaneros, en las com ­
binaciones de divisas llamadas “pools”, ni en los pactos, ni en las
convenciones.
D ejo a u n lado, porque no es sino una ventaja incierta, todo lo
que la economía europea podría esperar de esta masa de trabajo mo­
vilizada sobre todos sus puntos débiles. La cifra de los desocupados
descendería totalmente; cuestiones que h o y son insolubles encontra­
rían fáciles soluciones; refuerzos poderosos podrían ser dirigidos rá­
pidam ente hacia todos los sectores vulnerables; los precios serían re­
bajados o a lo menos se dispondría de recursos poderosos para aliviar
toda la economía europea; las preferencias dramáticas que se plantean
actualm ente sobre nuestra producción desaparecerían o se atenuarían.
T o d o esto puede ser comentado hasta lo infinito. Pero concedo me­
nos importancia a esto, se lo aseguro, que a la transformación moral
que este ejército del trabajo y esta selección p o r el trabajo aportarían
para nuestros países. Es la calidad de los hombres lo que me interesa
y el peso de su vida: porque sobre ellos reposan la vida y la salud de
nuestras naciones.
*
**

N o he terminado aún con el d in ero .' C ontra la potencia del di­


nero no basta una jerarquía nueva'. Es necesario crear tam bién po­
118 M a u r ic e Bardéche

deres. La unidad de los pueblos de Occidente no puede hacerse hoy


sino contra el capitalismo internacional. Luchar contra el capitalismo
internacional es la m ejor manera de lachar a la vez p o r la indepen­
dencia nacional y contra el bolcheviquismo.
El comunismo no dice sino una cosa, pero la dice con fuerza:
“ ustedes 110 tienen sino una vida y les es robada”. Y muestra un me­
canismo monstruoso, una máquina que el mismo W ells no se atrevió
a imaginar, un mastodonte bien cuidado, esmaltado, bien aceitado,
bruñido, inabordable y dice: “esto es lo que es necesario saltar: esto
es lo que les roba la vida”.
Tal es el argumento que debemos arrebatarle y no hay sino una
manera de hacerlo: tomarlo p a r nuestra cuenta. Pero entre nosotros
este argumento puede ser más completo y más fuerte. Porque, desde
luego, para nosotros el capitalismo no carece de rostro. Quien quiera
que ataque al capitalismo sin decir quién representa la fuerza agre­
siva, quién detenta el dinero y el poder del dinero, está mintiendo.
Los comunistas mienten cuando dicen que el capitalismo no tiene
cara. Sus pretendidos adversarios mienten cuando aceptan esta ficción
del capitalismo sin rostro. N os aseguraremos una ventaja que ningún
partido está en capacidad de reivindicar, si desenmascaramos esta fic­
ción, llamando las cosas por su nombre, y co n ello les impondremos
a los comunistas el terreno de la batalla. P o r otra parte, tenemos el
deber de explicar tanto a los obreros com o a los patronos que la misma
potencia los explota y los expropia. L a m áquina tritura a todo el
mundo. Toma la vida y la savia del obrero, la usina dei patrón, la
riqueza y el patrimonio de la nación. T odos nosotros nos encontra­
mos como gusanos en la calle, desnudos, devorados por los emprésti­
tos: ¿despojados p o r quién? ¿Explotados p o r quien? ¿Esclavos de
quién? N o se sabe.
Nosotros, los nacionalistas, tenemos algo que decir respecto a esto.
La nación puede poner su espada en la balanza, como el famoso galo.
Puede decir: “ esto basta, todo esto es mío, cada uno a su sitio!” Y
puede decir lo que deben ser las relaciones entre el hombre que tiene
el dinero y- el hombre que tiene sus brazos. Lo ha dicho. Lo dice.
Es a ella a quien le corresponde decirlo y a nadie más. Pero solamente
una verdadera nación puede hacer esto y no los hombres que nos
gobiernan hoy.
Al decirlo, la nación no hace otra cosa qu e ejercer su derecho de
soberana. Porque es la dueña de todo, com o el rey, y quien quiera
que nos despoja, la despoja, y quien quiera que nos explota, la explota.
H ay feudalismos capitalistas. La nación está p o r encima de estos feu­
dalismos capitalistas, como el rey estaba p o r encima de los señores
E l H u evo de C olón 11.9

nobles. La nación es soberana de sus grandes señores feudales como


el re y lo era de los suyos. Los dueños del dinero no tienen como pro­
piedad sino ¡o que la nación Ies concede y esta concesión puede ser
redrada en cualquier momento. Si ios feudalismos capitalistas se con­
ducen como vasallos leales y fieles de la nación, es decir, si están al
servicio del país, su poder puede ser indefinidamente controlado. Pe­
ro si obran contra el interés de la nación, es decir, si culminan en la
explotación de los trabajadores y en la disgregación de las fuerzas na­
cionales, la nación posee por sí misma y p o r simple usufructo de
lo que le ha sido concedido, el m edio de eliminar los obstáculos que
se oponen a su desarrollo y a su unidad.
N o hay derechos contra la nación. N o hay intereses privados
contra la nación. Siendo el soberano, es el árbitro. Las soluciones que
impone son elaboradas p o r el consejo de todos, porque la nación es
todo el país, no es una clase levantada contra otra; es tanto el indus­
trial como el obrero. No tiene odio, contra el que posee, que es su
vasallo y su servidor, y lo escucha com o el re y escuchaba a sus con­
des y a sus barones. De la misma manera, los planes son elaborados
p o r todos. La voluntad de los trabajadores os el m otor, pero los rcc-
nicos y los industriales aportan su experiencia y dicen lo que es p ru ­
dente. D e esta suerte la nación es la colaboración de todos y su sobe­
ranía tiene por consejo la presencia de todos. Lila no tiene que mos­
tra r al enemigo. E l enemigo es el que se separa de la nación, el que
pone sus intereses por encima del interés nacional, el que rehúsa la dis­
ciplina y el servicio. Y cualquiera que sea su poder privado, la nación
soberana tiene entonces el medio de retirarle todo poder y de redu­
cirlo a la condición de un particular.
Esta concepción es sistemática pero es flexible. N o destruye nada
ni deja en pos de sí montones de ruinas y huellas de sangre. N o cam­
bia nada y lo permite todo. N o creo en las fórmulas totalmente he­
chas, como no creo en las panaceas. H ay entre ios jefes de los trusts
y de los grandes negocios hombres que no piensan sino en el poder
y en el sostenimiento de sus privilegios. H a y también patronos indus­
triales que han comprendido su época, que aprecian y respetan a quie­
nes trabajan bajo sus órdenes, y que posiblemente han empezado co ­
m o éstos. Los hay también capaces de com prender que el medio más
seguro de salvarse a sí mismos es salvar a la nación. ¿Por qué no apo­
yarse sobre esta diversidad? Si el trabajador tiene derecho a nuestro
respeto y a nuestra fraternidad, el que ha montado una empresa, el
que ha hecho de ella una fuerza y una riqueza para su país, ¿no es
acaso, también un trabajador en el sentido más pleno y más noble del
térm ino? Despojarlo o perseguirlo con pretexto de doctrina no es
120 M a u r ic e B ardéche

otra cosa que una m onstruosa injusticia y un crim en contra la nación


misma. La soberanía de la nación perm ite tra ta r de manera diversa
y según sus méritos a aquellos que se han construido una provincia en
nuestro patrim onio económ ico, del m ismo m odo que trata diversa­
m ente y según sus servicios a los particulares. Los que se han insta­
lado com o chacales sobre nuestra decadencia y nuestra pudrición
moral tienen que tem erlo to d o de una nación soberana. Pero sólo
ellos. U n pueblo sano sabrá reconocer a los suyos y protegerlos.
La misma diversidad se aplica a las soluciones. Las legislaciones
sistemáticas no valen nada. Las fórm ulas-que se nos proponen como
remedios universales son buenas aquí y malas en otras partes. La
asociación capital-trabajo no vale más a este respecto que las naciona­
lizaciones. 3¿s aplicable algunas veces, p ero frecuentem ente es una
quimera. Uno de los defectos del espíritu francés es el de buscar
reglamentos universales. L o que debe estar unido es el espíritu de ]a
nación y su voluntad, pero los acuerdos y la reglam entación pueden
ser infinitos. U n organismo social o frece tanta diversidad como Ja
naturaleza. Las plantas viven y crecen según una infinidad de meca­
nismos diferentes, y sin em bargo todas m iran al sol. De la misma
manera, en un país todo el que trabaja y produce debe ser reglamen­
tado p o r el interés y la salud d e la nación, pero Jas fórm ulas que esta­
blecen las relaciones justas entre los que trabajan y los que dirigen
pueden ser múltiples. E sto y con los que desean seguir en cuanto se
pueda el curso natural de las cosas. Y en política, más que en otras
cosas, desconfío de los vendedores de electuarios.
Europa es el país del equilibrio. E s ese equilibrio fundamental
el que debe inspirarnos nuestras relaciones. E l obrero que aporta sus
brazos y su experiencia no debe ser, en nuestras fábricas, una máqui­
na ambulante que se va a las seis de la ta rd e .-N o debe ser un núme­
ro en una masa inmensa. D ebe com prender y participar. Debe ser
como un soldado en una batalla. E s necesario decirle dónde están las
dificultades, cuál es la m aniobra, de dónde vienen los refuerzos. Es
necesario que la empresa sea su vida y tam bién su propiedad. Y es
necesario también que trabaje no solam ente para su empresa y en
una gestión que conoce y p o r beneficios de ios cuales participará,
sino tam bién sobre un fre n te de trabajo cuyos objetivos son expues­
tos a todos. Es necesario que se en cuentre en el centro de una vasta
,acción, de una enorm e batalla, que Ja sienta com o suya y no com o
de otro. Sólo podrá construirse a E u ro p a m ostrándole al trabajador
todo esto, asociándolo al esfuerzo colectivo de todos sus camaradas.
Q ue trabaje en el placer y para una E u ro p a obrera y unida, y . su
vida será transformada.
E r. H uevo de C olón 121

E l principio de la soberanía de la nación me parece el único que


p erm ite a la vez guardarlo to d o y transform arlo todo. Este principio
apo rta la justicia para que la nación sea justa. A segura la fraternidad,
para que la nación sea la fraternidad. Es una amenaza constante con­
tra los patronos antisociales, sin que el castigo de éstos afecte a los
■demás. Perm ite m antener, donde hagan falta, las form as más absolutas
del capitalismo c ir, tam bién donde hagan falta, hasta las formas
más completas del com unism o nacional. Respeta el carácter orgánico
d e la nación, su carácter de ser viviente y su perpetuo crecim iento.
E s conform e a las experiencias de nuestra historia y a la noción misma
de soberanía. Perm ite la esperanza para todos y n o exige la abdica­
ción d e nadie, excepto de aquellos que se reconozcan a sí mismos com o
fuerzas antinacionales. E n fin, realiza lo que buscamos todos: una
revolución sin devastaciones.
Esta disciplina de la nación 110 es contradictoria con la libertad.
La propiedad del hom bre privado no está amenazada ni tam poco sus
derechos. ¿Pero p o r qué habría que respetar la libertad de especular
y la de destrozar, a ciertos grupos? E n nom bre del librecambio alguien
term inará p o r detenernos en los caminos con una escopeta y el libe­
ralismo se sentirá amenazado si llamamos a los gendarm es. Yo no com ­
prendo lo que es una ley económ ica que se opone al interés nacional.
La suprem acía del com erciante desaparece cuando la soberanía nacio­
n al entra en escena. E l com erciante 110 es más q u e u n ejecutante espe­
cializado. Es la nación la que decide soberanamente de la política
económ ica que quiere seguir, la que fija lo que debe com prar y lo
-que quiere vender. E l com erciante no es más que u n subalterno de
-quien ella dispone. La especulación es p o r sí misma un crim en con­
tra la nación. E s una de las form as de la traición en tiem po de paz y
-debe ser castigada com o la traición misma. Es uno de los actos más
graves contra el trabajo de todos y frecuentem ente es una de las
form as predilectas de la intervención extranjera. La disciplina nacio­
nal 110 puede acom odarse sin reservas al liberalismo económico. La
unificación y la salud d e E uropa presuponen u n período de planifi­
cació n que la especulación p ro cu rará impedir. Esta especulación debe­
rá quedar reducida a la im potencia com o todos los otros esfuerzos
d e l egoísmo particular. Y puede o cu rrir que sea en este circuito de
la distribución donde se libren las batallas más duras. ¿Pero no sería
una m entira y u n engaño pedirles a los pueblos de E uropa u n inmenso
esfuerzo de trabajo y de p roducción si al mismo tiem po no se adqui­
riera el com prom iso de que los bienes así creados sean equitativam ente
distribuidos en tre todos?
T o d o esto es necesario hacerlo sin brutalidad p ero sin debilidad.
122 M a u r ic e B a jr d é c h e

N o me gustan los controles, las inspecciones, los ruidos de botas: fre­


cuentemente no sirven de nada. Pero el regreso a la propiedad y a la:,
honestidad es una tarea urgente y capital en nuestros países de Occi­
dente. Y no tenemos el derecho de desinteresarnos de ella. N o hay1
porvenir para las naciones de Europa sin la propiedad y la honestidad.
N o llegaremos nunca a los objetivos que es indispensable esperar, la
justicia social, la salud moral de la nación y la fraternidad de Ios-
hombres de la misma sangre, si no volvemos a ellas. N o aceptaremos
vivir en la inmoralidad, en la mentira y en la corrupción. N o acepta­
remos que quienes trabajan y producen sean perpetuam ente esclavos-
uncidos a su molino, girando siempre sin gozo sobre la misma pista.
N o aceptaremos que se les prometa siempre y que su miseria no cese-
jamás. Cuando usted lee en sus diarios, señor senador, que el salario-
mínimo vital acaba de ser elevado en Francia a veinte mil francos,
es decir, a cincuenta dólares, eso quiere decir que en efecto hay hoga­
res que no disponen de esta cantidad; eso quiere decir que hay hom­
bres que se levantan a las cinco de la mañana para tom ar el “ m etro”'
y que van a trabajar p or menos de ese precio en una cantera situada
a dos horas de su casa, a donde regresan a las ocho de la noche, y que
eso se repite todos los días. Eso quiere decir que hay en Francia,
obreros a quienes se va a recoger a sus aldeas en camiones a las cuatro-
de la mañana y a quienes se pasea en u n viaje de tres horas para llevar­
los al trabajo: y muchos de ellos son casi niños, que no han tenido
ni tienen otra juventud que esta vida esclavizada. Es necesario que-
sepa, señor senador, que hay miseria entre nosotros y que contra esta
miseria no se hace nada. H ay hombres que llevan una vida in ferio r’.
a la de los coolies chinos: pero ustedes no la ven en nuestros países-
de Europa a los cuales llaman “grandes democracias” . H a y también
hombres que ganan mucho dinero por pronunciar discursos en los-
cuales aseguran que esta situación de pauperismo no continuará así.
T o d o esto es lo que nos disgusta y lo que no queremos seguir viendo.
Es todo eso también io que constituye un inmenso peligro. Porque
en otro tiempo había razones para esperar. Regímenes con los cuales
podíamos no sentirnos siempre de acuerdo, habían logrado im poner a
los grandes capitalistas de dentro y de fuera la voluntad del país, o-
a lo menos poner un freno a sus desmanes. Con frecuencia faltaba,
aún mucho que hacer para llegar a la justicia social en la cual soña­
mos. Pero a lo menos había resultados y había esperanzas. Sin revo­
lución, sin ruinas, la vida de los trabajadores venía a ser otra cosa. No-
se sentían desalojados y aislados en su propia nación, sino que en cier­
ro modo eran la nación misma. H o y su miseria no es sino un gran
río que conduce hacia la guerra y la destrucción. Ustedes han hecho-
E l H uevo de C olón

del comunismo el heredero de todas las miserias de los hombres. Los


fariseos predican en vano por los caminos. .Ustedes han hecho de la
Rusia roja la patria de los trabajadores oprimidos. Es tiempo de decir­
les que su propia patria les pertenece si lo quieren y que no tienen
necesidad de invocar otra.
Esc derecho sagrado de quienes trabajan y la evicción de sus ex­
plotadores económicos y políticos es lo que nosotros deseamos en.
prim er término. Quisiéramos que esc resultado no fuera adquirido al
precio de la libertad. Creernos que no existe verdadera antinomia,
entre la justicia y la libertad. Hace cien años Lamennais decía: “entre
el fuerte y el débil están la libertad que oprim e y la ley que liberta”. -
Es una máxima para los Estados débiles. P or encima del fuerte y del
débil está el soberano. Creemos que un Estado fuerte es el único que
puede permitirse m antener la libertad sin que oprima.
L a libertad que deseo, señor senador, es la que deja intacta la-
libertad de todos y en particular la form a más alta de la libertad de
todos, que es la libertad d e la nación. Ser libre no es sino una palabra.
si el extranjero reina, si es él quien fija los precios de los alimentos
y de los vestidos, si es él quien decide de nuestra desocupación y de-
nuestro trabajo, si es él quien se ha hecho dueño de la prensa y p o r
este conducto de nuestro pensamiento. ¿Para qué sirve esta libertad
que choca en todas partes con la necesidad y con una necesidad que
nos es prefabricada? Es esta ilusión la que nosotros rechazamos y ese
fantasma de libertad el que repudiamos en nom bre de la libertad. Q ue­
remos ser los amos en nuestra casa, querem os que nuestra voluntad
nacional tenga un sentido y que no sea un voto emitido en el aire,
una simple frase, cuya realización no perm iten jamás los “hechos eco­
nómicos”. Querernos la libertad e n cuanto sea la libertad del pueblo,,
porque es la única manera de obtener la libertad del. individuo. Es-
a esta libertad política a la <]tic damos la prioridad. Quienes nos la
rehúsan en nom bre de palabras como libertad y democracia deben ser-
considerados como enemigos verdaderos de la libertad y de la demo­
cracia. Creernos que la libertad y la democracia comienzan con la
independencia, en Europa como en todas partes del mundo, y que-
fuera de la independencia no hay libertad n i democracia.
Y esta verdadera libertad, señor senador, está tan profundam en­
te grabada en nuestros corazones, que es la razón misma de nuestra
posición política. E n resumen, ella es nuestro único casus belli. P or­
que si usted nos pregunta por qué estaríamos dispuestos a batirnos,
le responderemos que nos batiremos p o r no vivir en cuarteles, atados;
como esclavos a las usinas o a los kolkbozes que es prohibido abatido-
124 M a u r ic e B ardéche

nar, espiados p o r la policía, sometidos a amos invisibles, pobres hasta


el último extremo, o exilados, o miserables sin saber por qué, apilados
en departamentos colectivos semejantes a gendarmerías, obligados a
producir o a no producir según órdenes superiores, invitados a hacer
hijos o a no hacer hijos, objetos transportables y maleables a merced
de los superiores, rebaño de un dios desconocido, no teniendo nada
de nosotros, ni nuestro trabajo, ni nuestras casas, ni nuestros hijos, ni
nuestra alma. N os batiremos porque queremos vivir como hom bres y
no como bancos de sardinas. Pero no queremos tam poco ir a tro ­
pezar con otra esclavitud, aun cuando sea atenuada. N o soportare­
mos tam poco que la riqueza confiera los mismos poderes que la ti­
ranía. La vía que tratamos de encontrar pasa entre la justicia y la
libertad. N uestras aspiraciones tienen su origen en nuestra sensibi­
lidad antes que en una teoría. H a y un acto de fe en nuestra rei­
vindicación. Queremos salvar lo más que sea posible de nuestra
vida de otros tiempos y encontrar, sin embargo, lo que se adapta
a un m undo que es de medidas distintas que el m undo anterior.
Esta transmutación que hacemos sufrir a nuestro nacionalismo, ha­
ciendo de él la base de nuestros sentimientos europeos, es necesario
que se extienda también a nuestro tradicionalismo, para que éste sea
el origen de una nueva sensibilidad social.
Esta posición ideológica entre las dos concepciones contradicto­
rias cuyos extremos están representados hoy por los Soviets y por los
Estados Unidos es lo que dirige toda nuestra política. Ella le explica,
señor senador, p o r qué no queremos estar en un campo n i en otro:
no nos satisfacen las concepciones de ninguno de esos dos campos.
Le explica también p o r qué nos hemos aferrado tan firm em ente a
nuestra voluntad de independencia: nosotros creemos que sin una
independencia total la libertad es ilusoria y la justicia imposible. De­
fendemos lo que tenemos de más caro, lo que afecta más profunda­
mente a nuestro pasado y a nuestra sangre, cuando buscamos una ruta
entre dos rutas internacionales contradictorias, ninguna de las cuales
está ni en nuestro pasado ni en nuestra sangre. Sólo remontándonos
a las raíces más lejanas de nuestra historia encontramos, no solamente
la noción de la comunidad que formamos, sino la línea diáfana entre
los sistemas absolutos de la libertad verbal y de la justicia verbal que
acaban por traicionar la verdadera libertad y la verdadera justicia. Los
mismos problemas, en el fondo, se han planteado desde hace siglos.
Nuestro drama no es nuevo, sino que simplemente se representa con
otras palabras. Desde hace largo tiem po nuestros viejos pueblos han
aprendido que los sistemas conducen a la tiranía, que la libertad de
hacerlo todo termina en el poder supremo del más fuerte y que la
E l H uevo de C olón 125

igualdad absoluta culmina en una jerarquía de tramposos. Desde hace


largo tiempo sabemos tam bién que se lian levantado ideales puros,
plantados sobre nuestro suelo, salidos de nuestra raza, cuya grandeza
n o hemos olvidado. E l genio de Europa está en este recuerdo.

*
**

La hora de Europa volverá. Volverá cuando llegue la hora del


valor y de la voluntad. N o somos solamente una tierra de sabios o
de ingenieros, sino que somos una tierra de hombres. Y nuestras de­
rrotas y nuestras ruinas plantan en nuestro suelo, com o Cadmio, Jas
piedras de donde sale una raza nueva. Sí, amamos Ja fuerza, la batalla,
Ja m uerte de los héroes: sí, somos una raza de conquistadores. Cuando
eram os niños, de un extrem o a otro de Europa, en Liceos similares,
se nos contaban bellas historias que son Jas de nuestro pueblo. Todos
aprendim os a adm irar a ese muchacho de Esparta que se dejaba rasgar
•el vientre p o r un zorro sin gritar; y se nos enseñaba tam bién que en
Ja batalla de A zincourt un caballero moribundo se batía gritando:
“ ¡bebe tu sangre, Beaumanoir!” Ese grito quedó escrito en nuestros
corazones como si fuera nuestra propia divisa. T o d a nuestra historia
■está Jlena de pequeños Siegfrieds. Llevábamos en nosotros esos dio­
ses. Y algunas veces la derrota y la mentira pueden hacernos vacilar,
pero a pesar de ello tenemos en el fondo de nosotros mismos esa pe­
queña imagen que un día renacerá. Es ésta la razón por-Ja cual nos
decimos que la más grande de Jas cualidades del hom bre es el valor,
y p o r eso pensamos, com o Jos hombres de todas Jas edades, como los
hom bres de las antiguas tribus, que un hombre es ante todo un sol­
dado. N o un ciudadano, señor senador, sino un soldado. Y todos nos
ponem os en filas para form ar la corona del hom bre, no para Jas cua­
lidades del ciudadano, sino para Jas cualidades del soldado: lealtad,
respeto d e la palabra dada, disciplina, y la más alta, la más antigua y
la más bella de todas, fidelidad.
Como usted ve, no es en vano que se enseña a los niños de Europa
la batalla de Jas Termopilas. Todos somos de Esparta, señor senador.
Y hacemos poco caso de las virtudes cívicas, la principal de las cuales
consiste en respetar a! señor prefecto y en tem er al señor procurador
de la República. Déjenos tranquilos con las fanfarronadas de Atenas.
Despreciemos las bocas que soplan el calor y el frío. N o s gusta que
un hom bre diga lo que es y se sostenga en ello. Estimamos a quienes
tienen una fe y no reniegan de ella, aun cuando sean nuestros adver­
IZO M A U RICF. U a RDÉCHF.

sarios. Amamos a los hombres que hacen sentir su peso de hom bres.
Amamos los oficios que son oficios de hom bres: albañil, carpintero,
cantero. N o amamos a los escribanos, a los empleadillos y a otros de­
pendientes sin importancia. Amamos a los hom bres que saben enfren­
tarse a la torm enta y no se pliegan ante ella: no amamos a los llorones
y los lacayos del más fuerte. Amamos a los que desprecian el dinero y
confían en sus propias manos: no amamos a los que leen el curso de
la Bolsa. Olvidamos más fácilmente los crím enes que las bajezas. N o '
amamos al que intriga, sino al que es franco. N o estamos convencidos,
de que un voto m ayoritario indica siempre la m ejor vía y preferimos-
que una opinión la imponga po r su fuerza y po r su precisión. N o nos-'
atenemos esencialmente a la castidad, que nos parece excelente para
Jas mujeres. N os parece poco im portante que un hom bre sea profun­
damente adicto a la Carta de las Naciones U nidas, porque lo esencial
es que ese hom bre sea justo y recto. Tales son las verdades que hemos
extraído del “E pítom e”, señor senador. Si usted las considera recha­
zables, considera que la cultura grecolatina da una mala educación.
Somos profundam ente adictos a la paz: le he dicho por cuáles-
razones vitales. Las cualidades que son virtudes de la guerra queremos;
traducirlas y exaltarlas en la paz. Y la paz no ofrece menos ocasiones,
de ejercerlas que la guerra. La lucha contra la miseria y po r la liber­
tad demanda tanto heroísmo corno el com bate p o r las armas, y la
misma clase de heroísmo. Tenem os que batirnos én todos los países
en O ccidente contra la mentira, contra el odio, contra la injusticia,,
contra la explotación. Tenem os que batirnos constantem ente para s e r
hombres libres. Las virtudes del soldado son necesarias a todas horas..
Ustedes quieren com batir al comunismo. Sepan com prender que la
fuerza del comunismo está en esos hombres que se han dado íntegros:
a un ideal, que ponen al servicio de su partido todos los instantes de
su vida, y si es necesario su vida misma, y que se designan en el voca­
bulario de la política con la misma palabra que quiere decir soldado:
■militante. Querem os form ar en Europa militantes nacionales. Quere­
mos oponer a lo que es la fuerza y el alma de los partidos comunistas,
el militante comunista, lo que ha sido y lo que debe ser la fuerza y el
alma de los partidos nacionales: los militantes nacionales. Y llegamos-
a desear que los hombres, algunas veces admirables, que sirven ho y
en el partido comunista sean mañana nuestros camaradas y compren­
dan la grandeza y la justicia de nuestro ideal nacional y europeo. Q ue­
remos hombres que sean duros y queremos que sean también descon­
fiados. Queremos hombres que confiesen la verdad y que sepan reco­
nocer y despreciar a los falsos profetas. Q uerem os q u e sepan escuchar
y discernir y no tememos a su curiosidad. Q uerem os que sean des­
E l H uevo di ' C olón 127

preciativos. Queremos que su sangre sea la sangre fiel del guerrero,


-que sean implacables contra el error y contra la mala fe, y que sean
■dulces con los débiles como lo son siempre los hombres fuertes. Q ue­
je m o s que sepan sufrir. N o los llamarnos para la riqueza y para los
honores, sino para las pruebas y las persecuciones, en las cuales serán
■calumniados, cubiertos de lodo y de infamia: los llamamos para el
.sacrificio y para 1a pena. N o es otro el destino que les ofrecemos. La
justicia y la libertad sólo se consiguen a ese precio.
Cuando Europa haya visto levantarse esta cosecha, cuando haya
■en nuestros países de Occidente algunos centenares de millares de
jóvenes sin miedo y sin tacha, apasionados p o r la justicia y la indepen­
dencia, entonces no habrá que tem er al comunismo, porque habremos
hecho de Europa una ciudadela inexpugnable. P ero para esto es nece­
sario despertar a los m uertos que hay en nosotros. N uestros pueblos
de Europa estuvieron formados p o r esos hombres, que son parecidos
ra aquellos de quienes le he dicho que hicieron nuestra historia, es decir,
esta civilización occidental que se llama tam bién civilización cristiana.
.En su tiempo se los llamaba caballeros. Y en el lenguaje de su tiempo
se les decía lo que yo acabo de explicarle, señor senador, en el len­
guaje de nuestro tiempo. Después se les entregaba una espada. Esta
espada, semejante a la cruz de Cristo, era símbolo de su valor y de
:su rectitu d , les enseñaba que la sangre no debe decaer, y era al mismo
tiem po y por el mismo hecho el símbolo de su vocación cristiana. Y
n o se le ocurría a nadie, en aquel tiem po, decirles que el juram ento
que hacían dé ser hombres no estaba de acuerdo con el personalismo
d e ciertas revistas bien pensantes. Se los enviaba cubiertos con su
casco a defender los caminos y a conquistar provincias para la cris­
tiandad, es decir, a defender al O ccidente contra otros pueblos que
ten ían otros dioses. Fueron los hombres que hicieron nuestra tierra,
•esta Europa de otro tiempo con los límites que usted conoce. N o eran
todos santos ni tiernos corderos. Bebían licores secos, juraban con
firm eza, golpeaban duro y pasaban una buena parte de su tiempo en
la caza con halcón o en el juego de pelota. Y en todo caso actuaban
com o modelos, encarnaban un pensamiento justo y fuerte. A un cuan­
d o no fueran buenos caballeros, aun cuando se hubieran hecho felo­
n e s indignos, estaba por encima de ellos, y esto era lo esencial, la no­
ció n de caballería, el respeto al juram ento y a la espada, el culto del
ho n o r y de la fidelidad. Fué a causa de 'ellos, aun si fueron indignos,
:fué a causa de ellos, aun si, en realidad, esta im agen fuera pura ilusión,
•que ios descamisados, los siervos y los descalzos de los cuales yo des­
ciendo, supieron conducirse como hom bres, y que de tiempo en tiem ­
p o , en la historia de nuestros pueblos, semejantes a sus señores, sabían
128 M a u r ic e B ardéche

lo que era necesario hacer. I£n ese tiempo el O ccidente tenía un alma.
En ese tiempo, el Occidente, la cristianidad del Occidente, no tenía
necesidad de buscar defensores. Usted puede volver a ver ese tiempo,
señor senador. N o será un milagro: será simplemente un despertar.
Pero se lo digo por última vez, es necesario que ustedes no sigan
engañándose con los hombres.
INDICE
Pág.
N ota del traductor ............................................................................... 9
C a p ítu lo I. —El huevo rueda ...................................................... II

C a p ítu lo II. —P or qué rueda el huevo ........................................ 43

C apítulo I I I .—El huevo se e q u ilib ra .............................................. 67

C a p í t u l o I V .— P or qué se equilibra el huevo ............................. 103

También podría gustarte