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El soldado de la Ciotat

El soldado de la Ciotat

Bertolt Brecht (1928)[*]

Pasada la primera guerra mundial vimos en una plaza pública de la


pequeña ciudad portuaria de la Ciotat, al sur de Francia, durante un
bazar de celebración de la botadura de un barco, la estatua de
bronce de un soldado del ejército francés, alrededor de la cual se
arremolinaba la gente. Nos acercamos y descubrimos que se
trataba de un hombre vivo, parado inmóvil bajo el ardiente sol de
junio sobre un zócalo de piedra, el abrigo de color castaño oscuro
puesto, el casco de acero sobre la cabeza y una bayoneta al brazo.
Su cara y sus manos estaban recubiertas de un color broncíneo. No
movía ni un solo músculo, ni siquiera pestañeaba.

A sus pies se recostaba contra el zócalo un pedazo de cartón, en el


cual se podía leer la siguiente inscripción:

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El soldado de la Ciotat

El
hombre
estatua
(Homme
Statue)

Yo,
Charles
Louis
Franchard,
soldado
del
Regimiento
X,
adquirí
como
consecuencia
de
quedar
sepultado
en Verdún bajo un alud, la extraña capacidad de permanecer
absolutamente inmóvil y de poderme comportar todo el tiempo
que quiera como una estatua. Esta habilidad mía ha sido analizada
por muchos especialistas y catalogada como una enfermedad

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inexplicable. ¡Haga usted, por favor, una pequeña donación a un


padre de familia desempleado!

Arrojamos una moneda en el plato, que se hallaba al lado del


cartel, y seguimos nuestro camino sacudiendo la cabeza.

He aquí, pensábamos, armado hasta los dientes, el indestructible


soldado de muchos milenios, aquel con el que se ha hecho historia,
aquel que hizo posible todas esas grandes hazañas de los
alejandros, los césares, los napoleones, sobre las cuales leemos en
los textos escolares. Helo aquí. Ni siquiera pestañea. Este es el
arquero de Ciro, el conductor del carro de guerra de Cambises, al
que la arena del desierto no pudo sepultar definitivamente, el
legionario de Cesar, el lancero montado de Gengis Kan, el guardia
suizo de Luis XIV y el granadero de Napoleón I. Dispone de la
habilidad, no muy extraña en verdad, de no expresar nada, cuando
todos los instrumentos de destrucción imaginables son ensayados
en él. Como una piedra, sin emociones (dice él), persevera, cuando
se le envía a la muerte. Atravesado por lanzas de las más diversas
épocas, de piedra, de bronce, de hierro, atropellado por carros de
combate, aquellos de Artaxerxes y aquellos del general Ludendorff,
pisoteado por los elefantes de Anibal y los escuadrones de
caballería de Atila, destrozado durante varios siglos por los
proyectiles de la cada vez más perfecta artillería, pero también por
las piedras voladoras de las catapultas, desgarrado por balas de
fusiles, grandes como huevos de paloma y pequeñas como abejas,
se mantiene firme, inquebrantable, una y otra vez, comandado en
los mas diversos idiomas, pero siempre ignorante del porqué y el
paraqué. Nunca tomó posesión de las tierras que conquistó, tal
como el albañil no habita la casa que el mismo construyó, ni aún el
país que defendió puede llamar propio. Ni siquiera su arma o su
montura le pertenecen. ¡Pero ahí está él bajo la lluvia de muerte de
los aviones y la brea ardiente de las murallas, sobre minas y
trampas, a su alrededor peste y gas venenoso, carcaj humano para
dardos y flechas, barrizal para los tanques, cocina a gas, delante de
sí el enemigo y tras de sí el general!

¡Innumerables son las manos que tejieron su jubón, que martillaron


su armadura, que fabricaron sus botas! ¡Innumerables los bolsillos

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que se llenaron a su costa! ¡Inconmensurable es la gritería en todos


los idiomas del mundo para incitarlo! ¡No existe un dios que no lo
haya bendecido! ¡A él, que adolece de la terrible lepra de la
paciencia, consumido por la incurable enfermedad de la
insensibilidad!

¿Qué clase de alud, pensábamos nosotros, es ese que le ha


causado esa espantosa y atroz enfermedad que es tan contagiosa?

¿No será posible, sin embargo, nos preguntábamos, encontrar una


cura para ella?

NOTAS:
[ * ] Traducido del Alemán por Jesús Gualdrón

Revista Espacio Crítico


Nº3, Bogotá, Julio - Diciembre de
2005
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revista.asp

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