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CARTA A LACAN

Señor Jacques:
Le escribo esta tarde desde la mesa de la cocina de una casa donde siempre soñé vivir y donde ahora vivo gracias a Usted.
Eso amerita seguramente una carta de agradecimiento.
"Jacque" porque somos íntimos. Usted lo ignora, pero lo somos. Porque en fin, para vivir aquí, ha sido largo y profundo el camino con uno de sus pares
y discípulos que me habrá lisa y llanamente salvado la vida.
"Señor" porque no nos conocimos.
Sin embargo he escuchado mucho hablar de usted.
Al principio oía: "Está bien Lacan. Es mucho mejor que Freud".
Hay que decir que estábamos entre lesbianas buscando salida a un impasse: encontrar un o una psi que no explique los pasos en falso, las malas
preguntas, las malas respuestas para el lesbianismo, sino simplemente por las mismas razones que todo el mundo. Devenir sujeto no es cosa menor.
Tampoco para las lesbianas.
De eso hace treinta años. No estoy segura de que las cosas hayan cambiado mucho.
Incluso si, soy testigo de eso, he visto a una psicoanalista transformarse al contacto/encuentro/estudio con usted. Ella decía: "La homosexualidad es
amar lo mismo". Luego no lo dijo más. Frecuentó una escuela que se identifica con su pensamiento y no lo dijo más.
Desde ese día tendí la oreja, ¿la misma de la que habla usted cuando evoca a una pulga? Porque desde entonces tenía una verdadera simpatía por usted,
"Lacan". Ver a una psicoanalista volverse otra psicoanalista al estudiarlo me gustó.
Y tenté la suerte, y tuve razón. Fui a ver a una psicoanalista. No a cualquiera, una psicoanalista lacaniana.
Pero ocurrió que esa psicoanalista que debía, durante algunos años ayudar a la realización de tantas cosas, el primer verano se fue un mes completo. Un
mes completo sin ella, eso era perder el piso... yo no sé si usted escribió algo sobre los pies.
Entonces, que más lógico para pasar aquellas vacaciones que correr a una librería y buscar libros de usted.
Y entonces me reí tanto. Y le aseguro que no estaba de humor.
"Jacques". Como jacques Tati o Jacques Offenbach. Usted es de esa "Jacquería". Es usted tan ilegible que acabé por reír y encontrar en sus frases sin
pies ni cabeza -¿qué hay con las piernas y las manos?- un humor de una finura cercana a la ternura. Sí, a lo mejor usted era tierno. Sus palabras no
parecen tener nada que hacer juntas en el espacio delimitado por una mayúscula y un punto. están ahí sin orden ni concierto, en a plaza del pueblo a
palabrear. Incluso lo leí en italiano, y ahí el efecto era perfecto. Hormiguean, se interpelan, ríen a carcajadas y se tienen de la mano. Están tan
apretujadas, numerosas, alegres, que se vuelven por completo tema. Y usted la modela deliciosamente. Podrían incluso volverse pintura espesa, colmada
de fuertes colores.
Lo incomprensible no le impide ser de altos colores.
Pero estoy exagerando. Otros lo han leído y lo han comprendido muy bien. Lo siguen haciendo y siguen desmenuzando el texto como otros hacen con
el Talmud. Y unos y otros se convierten en exploradores de nuevos mundos. Los veo partir a sus aventuras, contenta con la idea de su retorno y de los
tesoros que traerán.
Sí, contenta. Porque los he visto, lo he vivido, volver más inteligentes, es decir con la humanidad en las alforjas hecha más inteligible para ellos. Y así
recibirla en sus divanes con una oreja - vaya, otra vez ella - más redonda, más helicoidal, más sensible, más movediza de lo que era antes, y quizás,
entonces, salvarán un poco a esa humanidad en el diván. A mí, en todo caso, ella -¿la oreja?- me salvó.
Y a lo mejor un día, volviendo de sus grandes viajes, podrán incluso ayudar a un ave que sufriera de vértigos. Sería horrible para un ave tener vértigos.
¿No?
Y esto me lleva a una sorpresa. Quizás el interese a usted.
De lo poco que conozco de psicoanálisis, sé del "ello" en nosotros, portador de lo que es secreto para nosotros mismos. Y entendí que cuanto más lo
desenmascaramos, más nos liberamos de él, y finalmente nos volvemos esos seres libres para vivir nuestros deseos y llenar ese "yo" que llevamos,
también nosotros, hasta ahí, en una alforja, sin saber bien lo que es. Luego, tras el diván, lo sacamos de la bolsa, lo enhebramos, nos volvemos a él, y,
por mi parte, me encuentro viviendo en esta casa donde siempre soñé vivir.
Encontré otro "ello". Es el que el arquero, en el arte del tiro con arco Zen, busca con todo su ser dejar que tome sus dedos y tire la flecha en su lugar. En
su propio lugar. "Ello tira", dice el maestro Zen a su discípulo, "inclínese", reverencia, borramiento. Ese momento en que "ello" tira - y no el arquero -
habrá demandado al discípulo años de aprendizaje, de entrenamiento para quitarse a sí mismo, olvidarse, no sentir su individualidad sino fundirse en la
conciencia misma del universo.
En suma, el "ello" de usted lleva al sujeto, el del Zen lleva al universo.
Y finalmente, ¿cuál es la diferencia?
Gracias, señor Jacques.

Barbara Osorovitz. Del libro Cartas a Lacan, compilado por Laurie Laufer.

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