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© 2019, Mónica García.

De la cubierta: 2019, Nerea Vara.


De la maquetación: 2019, Roma García.

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por ningún medio sin permiso.
A mi familia y a mis amigos, por motivarme a cumplir mi
sueño. A mis lectores, por estar siempre ahí.
Derek

No sé cuándo mi vida se había vuelto tan monótona, pero en


ese momento, sentado en mi despacho, me di cuenta de ello.
Estaba revisando unos informes sobre las últimas ventas de
aquel mes cuando me vino a la cabeza la última vez que salí a
divertirme de verdad con los chicos. Había pasado casi un mes
desde aquello, mucho tiempo a mi parecer, demasiado quizás.
Unos golpes en la puerta me distrajeron de mis
pensamientos.
—¿Puedo pasar? —Era Grayson, mi mano derecha en la
empresa que yo dirigía desde que mi padre se había retirado
del negocio familiar. No hacía falta que pidiera permiso,
puesto que ya había irrumpido en la estancia.
Alcé la mirada de la montaña de papeles cargada de
gráficos y palabras.
—Claro. ¿Pasa algo?
Grayson señaló la carpeta que llevaba consigo, algo
abultada.
—Landon Brooks, el jefe del departamento de traducción,
me ha dado esta carpeta. —Se acercó a mi escritorio y la dejó
sobre él con un golpe seco. La miré con temor, pensando en la
cantidad de trabajo que me quedaría todavía por hacer y que
seguramente tendría que llevarme a casa para adelantar—. Ese
departamento trabaja muy duro, Derek. Deberías
recompensárselo de algún modo.
Él tenía razón. Durante las últimas semanas, la cantidad de
libros traducidos se han incrementado un veinte por ciento.
Sobre todo, se ha notado en la sección encargada del idioma
castellano, ya que los empleados que trabajaban en ella habían
traducido todos los libros antes de la fecha límite.
—Me encargaré de ello más tarde —dije volviendo a
centrarme en mi trabajo. Grayson, al darse cuenta, se despidió
de mí de manera educada y salió de mi despacho.
Así eran mis días, encerrado entre aquellas cuatro paredes
y revisando documentos y más documentos en el caso de no
tener alguna reunión. Me gustaba mi trabajo, no me mal
interpretéis, solo que a veces me parecía un tanto aburrido y
solitario.
Mi padre me había enseñado cómo ser un tiburón en los
negocios a pesar de mi juventud. A veces era molesto, puesto
que los dueños de otras empresas con las que estaba en
contacto FosterWords, la mía, solían doblarme la edad. Era
desconcertante que alguien tan joven como yo, que apenas
rondaba los veintisiete años, fuera el dueño y jefe de una de las
editoriales más importantes del país.
Continué trabajando hasta que mi estruendosa alarma
inundó la estancia, anunciándome que ya había terminado por
hoy. Sin embargo, decidí quedarme hasta culminar con aquella
gigantesca montaña de papeles que poco a poco había
decrecido.
Por fortuna, dos horas después, pude dar por finalizada mi
tarea de revisión. Ahora solo me quedaba redactar un informe
sobre todo lo que había leído y podría descansar en paz. Como
ya me quedaba poco, decidí tomarme un breve descanso.
Me estiré en mi asiento y me volví para mirar las vistas
que tenía desde mi gran ventanal de la ciudad de Nueva York.
La vida que había en las calles junto a las luces le daban un
toque hermoso y mágico al mismo tiempo que solo provocaba
que cada día amara más aquella ciudad.
Me levanté de mi asiento giratorio beige y caminé por
aquella estancia de suelos de mármol blanco y paredes grises
hasta llegar a la gran puerta de madera. Tomé el pomo y tiré de
él para salir de allí. Necesitaba tomarme un café con urgencia
antes de ponerme con el informe.
Mi despacho estaba en la última planta del edificio, aquella
que estaba dirigida únicamente a los directivos de la empresa.
Una de las ventajas de estar en el último piso era que
habíamos instalado una pequeña zona en la que nos podíamos
relajar al mismo tiempo que tomábamos unos aperitivos. Fue a
ese lugar al que me dirigí, pero al llegar me llevé un gran
chasco: no quedaba café. Por desgracia para mí, mi secretaría
hacía mucho que se había ido a casa, por lo que me tocaría
bajar hasta la primera planta, la zona destinada a la cafetería y
al restaurante.
Caminé hacia el fondo de la gran sala, dejando a un lado
los despachos de mi mano derecha, mi secretaría y el mío y la
sala de juntas. Aquel piso, al igual que el resto, era una gran
planta abierta; además, esa zona de descanso estaba al lado de
los ascensores. No tuve que caminar mucho.
No soy un vago, pero digamos que me gustaba aprovechar
al máximo mi tiempo. Ir hasta la cafetería para volver era una
idea que no me parecía de lo más atractiva que digamos. No
obstante, tuve que hacerlo. Presioné el botón de uno de los
elevadores y esperé hasta que uno de ellos llegara al último
piso.
Lo que habría dado en ese momento por estar en mi
apartamento, descansando tras un día duro leyendo en mi
biblioteca privada… Pero mi sentido común me decía que
debía acabar ese día el informe, y era lo que haría. Porque no
hay nada más gratificante que el trabajo bien hecho.
Un pitido me distrajo de mis pensamientos. Era el
ascensor, que ya había llegado. En cuanto las puertas metálicas
se abrieron, me metí y pulsé el botón de la primera planta. Al
cerrarse las puertas, una música odiosa empezó a sonar en los
altavoces. Cómo aborrecía esa melodía, me volvería loco si…
El ascensor se paró en la decimoquinta planta de manera
muy brusca. Una mujer entró a toda prisa cargando un gran
bolso.
—Buenas tardes —me saludó esbozando una cálida
sonrisa.
La miré de arriba a abajo. Era hermosa, no cabía duda. Su
pelo era rubio como el trigo y los ojos de un azul zafiro
llamativo. Llevaba una fina capa de maquillaje que cubría su
piel tersa y libre de imperfecciones. Su vestido de tubo pegado
al cuerpo exhibía todas y cada una de sus curvas. No llevaba
pintalabios, no en ese momento, pero cabía la posibilidad de
que lo hubiese llevado en algún momento.
—Buenas tardes. —Le devolví el gesto—. Señorita…
—Jones. —Amplió más su sonrisa.
—Señorita Jones, es un placer conocerla —dije
cordialmente—. Dígame algo, ¿por qué está aquí a estas horas
cuando su turno ya debe de haberse terminado?
La mujer no se amedrentó, ni de lejos. Clavó sus ojos en
mí como si estuviese analizándome antes de contestar sin
borrar esa bonita mueca de sus labios.
—Mi jefa me ha pedido que finalice la traducción de uno
de los capítulos antes de que me fuera. Por desgracia, me ha
llevado más tiempo del que había pensado, pero no importa.
Tampoco tenía planes para esta tarde —respondió ella
mirándome a los ojos. No sabía decir por qué, pero había algo
extraño en ella que…—. ¿Y usted? ¿Qué hace a estas horas de
la tarde en la empresa, señor…?
La miré con incredulidad. ¿En serio no sabía quién era?
¿Acaso vivía en una caverna sin televisión ni revistas?
—Foster. —Le tendí la mano.
Los engranajes de su cabeza debían de haber hecho «clic»,
por cómo me miró. Parecía un cervatillo asustado, la pobre.
Creo que en ese momento fue realmente consciente de quién
era yo. La situación me resultó de lo más jocosa. Era una
lástima que no la hubiese grabado.
Apartó la mirada y la posó en la pared. La miré y no fui
consciente de ello hasta que el ascensor llegó a la primera
planta y me bajé de ahí. Volví a clavar mi mirada en ella y,
antes de que las puertas se cerrasen, sus preciosos ojos azules
se posaron en los míos.

Llegué a mi apartamento pasadas las ocho de la tarde.


Estaba agotado y no era de extrañar. Sin embargo, también me
sentía satisfecho conmigo mismo por haber realizado todas
mis tareas. Ahora podría descansar en paz y con la conciencia
tranquila.
Dejé las llaves sobre el cuenco de cristal que estaba en la
pequeña mesa de madera que había en el recibidor y me metí
directamente en la cocina. No era un cocinero experto, pero sí
que sabía cocinar las cosas más básicas. Era por eso que me
preparé un sándwich de carne. Aquel día me apetecía cenar
temprano.
Una vez listo, lo puse en un plato y lo llevé a la isla de
granito que había en el centro de la estancia. Me senté en uno
de los taburetes y disfruté de cada bocado, saboreando cada
pedazo y disfrutando de aquel momento de paz. Miré las
noticias en la televisión con aire distraído, apenas prestando
atención de lo que decían.
Era un hombre acostumbrado al ruido y al bullicio de la
ciudad, pero aquel apartamento estaba lo suficientemente
apartado del mundo como para proporcionarme aquel paraíso.
Disfrutaba de la tranquilidad, la amaba. Pensaba que no había
nada mejor que ella, hasta que alguien me enseñó por las
malas que necesitaba un cambio.
Después de la cena, me cambié de ropa tras una bien
merecida ducha de agua caliente. Una de mis manías era
cantar bajo el chorro, me relajaba, y esa no fue la excepción.
Estuve casi veinte minutos ahí, disfrutando de la sensación del
agua recorriendo mi piel desnuda y cantando mi repertorio de
canciones.
Salí de la ducha totalmente relajado. Me enrollé una toalla
en la cintura y me sequé con tranquilidad. Cuando terminé
todo el ritual de vestirme, me preparé una taza de té en la
cocina y fui a mi dormitorio. Allí había una pequeña terraza
privada que era todo un tesoro para mí. En el camino cogí un
libro que había empezado a leer hacía un par de días y salí al
frescor de la noche.
El ruido amortiguado de los coches me relajó. Intenté
centrarme en la lectura, pero no fui capaz. No podía borrar de
mi mente aquellos ojos tan hermosos. ¿Cómo una mujer podía
cautivarme con solo una mirada?
Ella parecía provenir de una familia adinerada, como la
mayoría de mis empleados. Era muy exigente con el
expediente y solo admitía a aquellos que mejor cualificados
estaban. No quería mediocres dentro de mi empresa. Así que
seguramente aquella mujer sería como el resto de mujeres de
la empresa: a la hora de salir con alguien sólo se fijaría en su
billetera. Eso estaba más claro que el agua.
“No te distraigas”, me dije en un vago intento por volver a
centrarme en el libro, pero fue en balde. Por la noche tampoco
fui capaz de pegar ojo. A mi mente venía la imagen de aquella
mujer, en especial de aquellos ojos tan seductores. ¡Maldita
mujer de ojos azules!
Elliana

—¡No me puedo creer que hayas hablado con el hombre


indomable! —exclamó Genevieve con ese entusiasmo que
tanto la caracterizaba.
Hombre indomable era el apodo que todos los empleados
de FosterWords le habían asignado al jefe de la editorial
debido a su escaso historial de citas. Las revistas de cotilleo
también le llamaban el soltero de oro. No era para menos
debido a que era muy rico. Yo diría que cada día podría
bañarse en billetes de cien dólares.
—No me lo recuerdes, por favor —supliqué. Noté cómo
me ardían las mejillas. Seguro que se me habían puesto tan
rojas como los tomates maduros.
Cuando esa misma tarde había entrado a toda prisa en el
ascensor, no me fijé que quién venía en él era Derek Foster.
Estaba tan cansada que no fui consciente de ello. Y me
avergüenzo, por supuesto que me avergüenzo. ¿Cómo fui tan
estúpida de no reconocerle? ¡Con lo atractivo que era!
—Ojalá hubiese estado ahí —comentó Winter desde la otra
punta del sofá—. Tu reacción debió de haber sido de lo más
graciosa. —Hizo un intento horrible de lo que en realidad
debió de haber sido mi expresión de idiota. ¿Qué imagen tan
patética tendría de mí aquel hombre?
Jamás en mi vida había pasado tanto bochorno y eso ya era
decir mucho. Digamos que no era la clase de persona a la que
le gustara llamar la atención. Solo de pensar en dar un discurso
delante de todos me daban escalofríos. Mis amigas decían que
era muy tímida; yo prefería definirme como una persona
comedida.
—Sois unas malas personas —las acusé en broma
mirándolas.
Winter y Genevieve eran mis dos grandes amigas. Conocía
a Winter desde la infancia y, debido a ello, se había convertido
en mi mejor amiga al momento. Genevieve se coló en mi vida
pasados varios años, en la secundaria. Ella se mudó de ciudad
y su carácter tan optimista y entusiasta hizo que Winter y yo la
acogiésemos bajo nuestra ala. Las tres éramos inseparables y,
debido a ello, al terminar la universidad habíamos decidido
alquilar aquel apartamento situado en junto al Jardín Botánico
6BC, en East Village y Lower East Side.
—Pero nos quieres igualmente. —Winter me tiró un beso.
A modo de broma, estiré el brazo y fingí recogerlo
llevándomelo al pecho como si fuese el mayor de los tesoros.
—¿Qué voy a hacer con vosotras dos? —me pregunté a mí
misma sonriendo.
Uno de los mayores placeres que tenía era pasar mi tiempo
con ellas. Había sido el mejor regalo que me había dado la
vida, o eso creía en ese momento. Ellas y yo nos
complementábamos. Yo era tímida, pero ellas hacían que ese
lado mío que a veces odiaba desapareciese. Pasar aquellos
momentos en los que peor me sentía con ellas era muy
importante para mí.
—Ahora en serio, Elli —habló Genevieve clavándome sus
ojos pardos. Me gustaba lo bien que combinaban con su
cabello, rojo como el fuego—, no debes sentirte así. Ese error
seguro que lo han cometido otros.
—No creo que… —Pero Winter no me dejó hablar.
—Estabas cansada después de haber trabajado horas
extras. Te entendemos. A mí también me habría pasado lo
mismo si me hubiese tirado tanto tiempo encerrada en mi
estudio de moda diseñando sin parar.
Las miré con los ojos repletos de lágrimas de emoción.
Aquellas dos mujeres eran todo un diamante en bruto y yo
tenía mucha suerte de conocerlas.
Me levanté del sofá y abracé a cada una con fuerza.
—Gracias, chicas, sois las mejores.
—De nada —dijeron al unísono.
—Ahora, vayamos a lo importante. ¿Está tan bueno como
en las portadas de las revistas? —preguntó Genevieve.
No pude evitar soltar una gran y estruendosa carcajada que
estoy segura que llenó cada rincón de nuestro apartamento.
Típico de ella.
—Es un hombre que te corta la respiración solo con su
presencia. Me encantaría haber pasado más tiempo con él —
dije.
—¿Sabéis? No me importaría montármelo con él. Ya
sabéis a lo que me refiero.
Genevieve amaba el sexo, pero uno de sus defectos, según
ella, era que las relaciones largas la cansaban. Nunca había
visto a mi amiga en una relación que durara más de dos meses.
Eso sí, si esa relación solo implicaba sexo, ella era capaz de
aguantar años, tal y como le estaba pasando con Jakson, un
chico que había conocido en una discoteca y con el que lleva
manteniendo un amorío de tres meses.
—Pobre Jakson —dijo Winter con cara de pena.
Nuestra amiga puso los ojos en blanco.
—Venga ya. Sabéis que eso no es nada serio. No me gusta
atarme.
—Ya, pero creo que a Jakson le gustas realmente —objetó
Winter.
—¡Estáis locas de remate!
Ahí íbamos de nuevo. Winter y Genevieve habían
discutido mucho últimamente respecto a ese tema. La primera
decía que la segunda debía pensar en sentar la cabeza.
Mientras tanto, la segunda pensaba que todavía no estaba lista
para ello. ¡Por Dios, ya estaba harta de tanta discusión! No iba
a permitir que empezasen de nuevo.
—Chicas, chicas. ¿Qué os parece si encargamos una pizza
para cenar? —propuse cambiando radicalmente de tema.
Ambas me miraron sin pestañear, de esa manera que me
ponía tan nerviosa. Permanecieron así varios segundos hasta
que estallaron en carcajadas. Bien, eso era bueno. La pizza era
su debilidad.
—Me parece bien. Tengo ganas de comer comida basura
—dijo Winter acercándose al teléfono fijo que habíamos
instalado en la sala de estar.
—¿De qué sabores las queréis? —pregunté cogiendo una
libreta pequeña que teníamos encima de la mesa de cristal de
la estancia y un bolígrafo que había a su lado.
—Barbacoa.
—Texana.
Anoté ambas peticiones y añadí una de cuatro quesos. Las
tres éramos tan glotonas que podíamos acabarnos tres pizzas
entre las tres. A veces lo que nos sobraba lo desayunábamos al
días siguiente.
Winter hizo el pedido y en media hora más o menos lo
tuvimos con nosotras. Después de pagar y preparar la mesa del
comedor, empezamos a cenar. Pusimos una serie que las tres
estábamos viendo. Así fue cómo pasamos aquella noche,
riendo y hablando entre nosotras. Lo mejor del mundo.
El viernes fue un día de invierno muy frío. Para empezar,
se nos apagó la calefacción y, por ende, cuando las tres nos
levantamos, hacía un frío de mil demonios dentro del
apartamento. Bajo las mantas no se notaba, pero cuando una se
levantaba…
—¡Otra vez no! —escuché que exclamaba Winter desde su
dormitorio, situado al lado del mío—. ¡Ya es la quinta vez en
todo lo que va de mes!
La calefacción se había estado parando varias veces en lo
que llevábamos de mes. Habíamos llamado a un técnico, pero
siempre nos ponía excusas de última hora.
Salí de la habitación vestida únicamente en pijama y me
reuní con mis amigas en el pasillo. Era una imagen muy usual
en nosotras: las tres estábamos envueltas en nuestros pijamas
calentitos; Winter se había puesto también una bata encima del
suyo de color arco iris con el dibujo muy mono de un
unicornio encima del pecho izquierdo, regalo de Genevieve y
mío.
—Voy a llamar a un técnico y le voy a exigir que venga
hoy mismo. Esto no puede seguir así —dijo Genevieve
tomando las riendas del asunto y sacando su teléfono móvil.
Mientras ella hacía esa llamada, Winter y yo fuimos a la
cocina y preparamos el desayuno para las tres: dos cafés y un
chocolate con leche, tostadas y tres vasos de zumo de naranja.
Estábamos colocando todo en la isla que usábamos a modo de
barra de desayuno cuando Genevieve entró en la estancia con
una sonrisa triunfal dibujada en sus labios.
—¡Conseguido! Vendrá hoy sobre las doce.
La caldera estaba en el pequeño cuartito en donde
teníamos la lavadora y secadora, que también usábamos como
cuarto para planchar la ropa. Antes de sentarme a desayunar,
fui e intenté encenderla, pero, por desgracia, esta decidió que
no quería trabajar ese día. Lo intenté de nuevo, pero el motor
no arrancaba.
Genial, ¿qué significaba eso? Que estaríamos sin
calefacción ni agua caliente hasta que la arreglaran.
—Dime que se ha encendido y que tendremos agua
caliente.
Negué con la cabeza, provocando que mi moño deshecho
se moviera de uña lado para el otro. Era una manía que tenía:
debía dormir con el cabello recogido si al día siguiente no
quería parecer una oveja debido a que mi pelo era ondulado.
—Lo siento, pero no, no funciona.
Mis dos compañeras soltaron un quejido lastimoso.
—Buff, y yo que quería ducharme antes de irme al
estudio…
—Siempre puedes hacerlo con agua fría —le dijo
Genevieve.
Winter le clavó sus ojos del color del chocolate y le lanzó
una mirada que lo decía todo.
—¿Estás loca? Sabes que no aguanto el frío. —Y para
hacer que sus palabras fuesen más reales, se acurrucó en su
bata. Sin lugar a dudas, ella era la más friolera de la tres.
Me senté junto a ellas y empecé a tomar mi desayuno. Le
di un gran sorbo a mi chocolate y disfruté de su sabor. Amaba
esa bebida y odiaba con toda mi alma el café. No sabía cómo
mis amigas podrían tomarlo si era la bebida más asquerosa que
había probado en mi vida.
—¿Quieres que te lleve al trabajo hoy, Elli? —me
preguntó Winter.
Estaba masticando una de mis tortitas, así que no contesté
hasta que tragué.
—Claro. —Sonreí.
No tenía coche propio, ni carné de conducir. Lo sé, era
patética.
Genevieve no necesitaba el coche para nada. Ella era
profesora de primaria en una escuela que estaba a dos calles de
aquí. Había sido toda una afortunada al obtener aquel puesto
de trabajo y, en mi opinión, se lo merecía. Había trabajado
muy duro para lograrlo.
Fui a mi habitación y me vestí de forma elegante. Ese día
opté por un vestido de tubo negro, una blusa gris claro con
toques rosas y un jersey rosa. Me puse unos zapatos de tacón a
juego del jersey y fui al baño para prepararme.
Dentro de esas cuatro paredes llenas de azulejos granates
me lavé los dientes y, después, me maquillé sutilmente. No
quería parecer un payaso, tal y como lo hacían varias
compañeras de mi mismo departamento. Me apliqué un poco
de base, corrector y sombra de ojos en un efecto ahumado.
Dejé mis labios libres de maquillaje.
Lo siguiente que hice fue peinarme. Deshice el moño que
llevaba para dormir y me lo enrollé alrededor de mi cabeza a
modo de corona trenzada.
—¡Elliana, en diez minutos salimos! —escuché el grito de
Winter desde lejos.
—¡Oído, cocina!
Me aseguré de nuevo de que mi imagen estaba bien y salí
de aquel cuartito que cubría todas nuestras necesidades
básicas.
Fui a mí habitación, que estaba al final del pasillo, y tras
ponerme el abrigo rosa palo y coger el bolso a juego del
vestido, salí de ahí y caminé a la sala, en donde Winter ya me
esperaba.
Elliana

A veces me preguntaba por qué Winter tenía carné de


conducir. ¿Quién había sido la persona que la había visto
capacitada para llevar un coche? Mi amiga era una conductora
temeraria. Le gustaba correr y, cuando la situación lo requería,
sacaba ese lado oscuro suyo que provocaba que se
transformara en la persona peor hablada del planeta.
—¡Gilipollas! —gritó cuando un coche la adelantó en un
semáforo.
Sí, ella era un encanto siempre y cuando no cogiese el
coche.
La entendía a la perfección. Conducir por aquellas calles
atestadas tanto de vehículos como de transeúntes no era algo
que me apeteciera a mí tampoco. Esa era la razón por la que
prefería el transporte público: no era tan estresante.
Por fortuna, llegué sana y salva a FosterWords, la editorial
en la que trabajaba como traductora de libros. Amaba mi
trabajo. Leer era algo que me apasionaba, al igual que los
idiomas. Fue por eso que cuando Landon Brooks, uno de mis
más fieles amigos de la universidad, me ayudó a conseguir
aquel puesto, estuve a punto de besarle.
Hablando del rey de Roma.
—¡Buenos días, Elli! —Landon me vio salir del coche de
Winter y se acercó a nosotras. Como buen amigo que era,
conocía tanto a Winter como a Genevieve. Así que se agachó
y, aprovechando la puerta abierta, saludó a mi amiga con una
sonrisa seductora—. Hola, Winter.
—¡Qué pasa, guapo! —lo saludó ella.
Winter le dio un beso en la mejilla a modo de saludo, gesto
que repitió él tanto con ella como conmigo.
—¡Disfrutad del trabajo! —nos deseó ella—. Landon,
cuídamela.
—¡Eh! Ya soy lo bastante mayorcita como para cuidarme
yo sola, ¿no crees, Landon? —Crucé los brazos alrededor del
pecho y miré a mi mejor amigo. Su respuesta fue una sonrisa
burlona y lo siguiente:
—No, pero has hecho bien en preguntarlo.
Bufé y fingí enfadarme.
—¿Cuántos años dices que tienes?
Winter y Landon tenían la mala costumbre de burlarse de
mí en cuanto se les daba la ocasión. A pesar de ser algo
molestos a veces, era consciente de que lo hacían con cariño.
Además, en ese momento se me haría muy extraño que no lo
hicieran, pues era algo habitual en ellos.
—Muy graciosa. ¿Podemos irnos ahora a trabajar? No
quiero llegar tarde y que luego mi jefe me riña —dije con
ironía.
Winter y yo miramos a Landon sonriendo. Él era mi jefe,
el encargado del departamento de traducción de la editorial, un
puesto que se merecía. No solo había sido el que más
matrículas de honor había conseguido en la universidad, sino
el que mejor cualificado estaba de toda la clase. Él, al igual
que yo, había estudiado un Grado de Traducción e
Interpretación. Además, ambos hicimos un máster
universitario en Traducción e Interculturalidad. Eso sí, la
mayor diferencia entre él y yo era que él dominaba una
cantidad descomunal de idiomas mientras que yo era
especialista solo en un puñado de ellos y sabía por encima
otros tantos. Mi deseo era profundizar en mi dominio del
japonés e hindi.
—Venga, os dejo. Tengo un diseño que terminar y otros
tantos por crear. ¡Que paséis un buen día!
—Igualmente —dijimos Landon y yo al mismo tiempo.
Ambos nos alejamos del coche de Winter y avanzamos
hacia el gran e imponente edificio. Era rectangular y estaba
plagado de ventanas. Era de estilo moderno, con la fachada de
apariencia metálica y con las puertas principales giratorias. A
ambos lados había dos guardias de seguridad vigilando que no
entrase nadie indeseado en el edificio. En lo poco que llevaba
trabajando allí no había pasado nada tan grave como para que
los de seguridad tuviesen que intervenir.
Cruzamos las puertas de cristal y al instante el frío de la
mañana fue sustituido por el calor de la calefacción. Fue un
alivio, pues tenía la sensación de no sentir mis manos aún
llevándolas enfundadas en los guantes.
—Buenos días, señor Brooks, señorita Jones —nos saludó
Anna Bell desde el otro lado de su escritorio. Era la persona
más amable que había conocido nunca. Siempre nos saludaba
a mi amigo y a mí todos los días.
—Buenos días, Anna. ¿Qué tal los niños? —le pregunte.
—Oh. —Se le iluminó el rostro. A ella le encantaba hablar
de sus hijos—. Cada día están más grandes. Hoy al pequeño se
le ha caído su primer diente, así que mi marido y yo ya
estamos listos para hacer del Hada de los Dientes.
Sonreí, recordando aquellos retazos de mi infancia en los
que la inocencia me envolvía. Esa época fue una de las más
felices de mi vida en la que creía en los monstruos y en las
hadas mágicas.
—¡Me alegro mucho por ti! —exclamó Landon imitando
mi gesto.
—Gracias a los dos. Disfrutad de la mañana. Luego os veo
en el almuerzo.
Nos despedimos con un gesto de la mano y continuamos
nuestro trayecto hasta el fondo del recibidor, en donde se
hallaban los ascensores y las escaleras que nos permitían
acceder al edificio.
No tuvimos que esperar mucho, la verdad. Como había un
total de seis ascensores, no iban tan cargados de personas, por
fortuna para mí; sino que solo un par de empleados entramos
dentro de aquel cubo metálico de gran capacidad. Como era
habitual, una música lenta y tranquilizadora sonaba por los
altavoces.
—¿Qué tal llevas la traducción de Perlas Amarillas? —me
preguntó Landon mientras el ascensor ascendía.
—Casi lo he terminado. Tal y como Ingrid me ha pedido,
me quedé hasta que terminé de traducir el capítulo
veintinueve. Solo me quedan cinco para terminarlo.
Me sentía muy orgullosa de mi trabajo, pues había
conseguido quitarme aquel libro casi en un mes. No estaba
acostumbrada a trabajar con textos cuyo lenguaje era tan
técnico como lo era aquel libro. Había sido todo un reto que
casi había superado. Eso sí, era consciente de que la autora
tenía mucho potencial y estaba segura de que pronto nos
tocaría a mí y a mis compañeros traducir otra novela suya.
—Eres una de las trabajadoras más eficientes de mi
departamento, ¿lo sabías? Ingrid me lo ha dicho y la creo, solo
hay que ver las horas que metes.
Me encogí de hombros. El ascensor paró en la cuarta
planta y se bajaron un par de personas.
—Sabes que adoro mi trabajo. —Sonreí.
Por fin llegamos a nuestro piso. Mientras Landon avanzaba
hacia su despacho, yo caminé hacia mi sección, que estaba en
el centro de la estancia de suelos color café y paredes ceniza.
La planta era de estilo abierto y solo había tres estancias
cerradas en ella: el despacho del jefe del departamento de
traducción, el despacho de su secretaria y la sala de juntas. El
resto estaba abierto. Cada sección ocupaba un pequeño área
del piso. El mío estaba situado en el centro.
—Elliana, ¿podemos hablar un momento? —me preguntó
Ingrid en cuanto llegué.
—Claro. —Esbocé una sonrisa sincera.
Con un movimiento de cabeza, me indicó que me acercara
a su mesa. Con un movimiento de mano, me pidió sin palabras
que me sentara y eso hice. Crucé una pierna encima de la otra
y esperé a que mi jefa me dijera lo que tenía que decirme.
—Necesito que me hagas un tremendo favor —habló por
fin tras un silencio breve. Alcé una ceja, interesada por lo que
escuchaba—. Es necesario que hoy te encargues de pasar del
alemán al inglés un texto de una de las mejores revistas
científicas de Alemania.
—Pero… —No daba crédito a lo que oía. ¡Se suponía que
ese no era mi trabajo! Joder, yo trabajaba en la sección de
castellano, no en alemán aunque dominara la lengua—… Pero,
Ingrid, sabes que estoy en plena traducción de Perlas
Amarillas y que me queda poquísimo para acabar ese trabajo.
¿No podrías pedírselo a otra persona?
Ella suspiró y me lanzó una mirada reprobatoria. La
comprendía, pero aun así…
—El jefe de la sección de alemán me lo ha pedido
expresamente. Uno de sus trabajadores no ha podido venir hoy
y ese artículo es muy importante. Te lo estoy suplicando.
Además, esa novela en la que estás trabajando no va a ser
publicada pronto, ¿verdad? Creo que tenían como fecha el…
—Diez de abril —completé por ella. Claro que sabía
cuándo se publicaría. Sabía que no era algo muy urgente, pero
eso no quitaba que mi trabajo fuera más insignificante que
aquel texto que estaba segura que me llevaría un par de días.
—¿Ves? No hay prisa. Ahora, hazme este favor, Elliana.
Eres una de las que mejor controla el idioma.
Bufé y asentí con la cabeza, afirmando que lo haría.
—Está bien, lo haré.
Pero su expresión no cambió. Sí que suspiró aliviada, pero
su rostro me mostró una sonrisa tensa. Así que supe que ella
no había terminado.
—En ese caso, ponte con ello. Ah, y debe estar listo para
este lunes a primera hora.
Hubo muchas ocasiones en la que quise estrangular a
aquella mujer de apariencia inofensiva y rasgos angelicales. La
primera vez fue cuando me obligó a traducir cinco libros a la
vez. En esos momentos no sólo quise estrangularla, no. Quería
acabar con su vida en un ritual sádico de tortura lleno de dolor,
para que así no se olvidara de mí.
Sabía que aunque discutiera con ella saldría perdiendo, ya
que ella siempre tenía que tenerla razón en todo. Moví la
cabeza arriba y abajo y le di mi mejor sonrisa falsa. Como toda
persona común y corriente, un texto de unas seis mil palabras,
que era lo que más o menos ocupaba uno de aquel género, me
llevaría entre dos y tres días. Por lo que solo significaba una
cosa: debía trabajar en casa.
Mi jefa me devolvió el gesto.
—Ve a tu puesto y ponte a trabajar.
Y eso hice.

—¡Menuda zorra! —exclamó Connor pinchando un trozo


de su filete con fuerza.
—Elli, ¿por qué eres tan buena? —preguntó Luke
clavándome sus preciosos ojos marrones ocultos bajo un par
de gafas negras.
—¿Por qué no le cantas las cuarenta a esa loba con piel de
cordero? —añadió Anna sin quitarme la vista de encima.
Oh, vaya. ¡Y yo que odiaba ser el centro de atención!
A raíz de aquel pedido, me había pasado toda la mañana
tecleando en mi ordenador portátil, con la vista fija en la
pantalla. Apenas había tenido tiempo para relajarme y, debido
a ello, sentía que una leve punzada de dolor en mis manos.
Abrí y cerré las manos varias veces en un vano intento para
ahuyentarla, gesto que había repetido en varias ocasiones.
—¡Es mi jefa! Sabéis que si quiere, me podría echar sin
apenas mover un solo dedo.
—Eso no está por encima de ti. —Se notaba a leguas de
distancia el odio y el desprecio que tanto Connor como Luke
le tenían a aquella mujer, y no era de extrañar. Ambos
trabajaban en mi misma sección. Habían sido muy
hospitalarios conmigo en mi primer día de trabajo,
enseñándome el funcionamiento de la empresa y contándome
los últimos chismes de esta.
Bufé. Ya estaba cansada de aquel tema de conversación.
Ellos siempre me recordaban que aquella mujer no era mejor
que yo. También intentaban que luchara por mis derechos,
pero yo sabía que sería en balde. Aquella odiosa mujer era
toda una tirana.
—¿Qué tal os ha ido a vosotros el día? —intenté cambiar
de tema.
Al instante nos sumergimos en una conversación acerca de
cómo Connor había tenido el privilegio de ver al hombre
indomable en el recibidor. Además, había podido disfrutar de
su compañía en el breve viaje en ascensor que habían
compartido juntos.
—¿Por qué tiene que ser tan inalcanzable? —se lamentaba.
Mientras tanto, el resto no pudimos evitar reírnos de la
manera tan teatral en la que lo dijo. Amaba a aquel hombre
con todo mi ser; sin lugar a dudas, había sido un gran acierto
por mi parte haber sido contratada allí.
—A veces me pregunto cómo alguien que está tan bueno
puede seguir siendo soltero —dije cuando ya estábamos
tomando el postre.
—¿Has visto su trasero? Te juro que no he visto nunca uno
tan acolchado y definido —comentó Connor.
No había que decir que él era homosexual. Era todo lo que
una mujer deseaba tener como amigo: alguien semejante a
ella, pero con el doble de locura.
Pasar aquel rato, por pequeño que fuera, fue lo mejor que
me pudo pasar. Me ayudó a recargar las pilas para seguir
trabajando hasta el final de mi jornada laboral.

—¿Estás segura que no quieres venir con nosotras, Elli? —


me preguntó Genevieve, saliendo de su dormitorio vestida con
un despampanante vestido de lentejuelas que dejaba poco a la
imaginación.
—Estoy segurísima de ello, pero gracias por intentarlo.
—Oh, Elli, no me cansaré de decirte lo aburrida que eres
—dijo llevándose una mano al cabello y comprobando que no
había ni una sola hebra fuera de lugar.
Puse los ojos en blanco mientras dejaba mi portátil en la
mesa del salón. Ir de fiesta era algo que yo no encontraba
divertido; es más, me parecía una tortura. Alcohol por todos
lados, personas bebiendo sin control, música alta por doquier,
personas sudorosas bailando pegadas… Sí, prefería quedarme
en casa.
—Vale, Genevieve, ya estoy lista para pasarlo bien —
escuché que decía Winter entrando a la estancia de estilo
abierto ataviada con un llamativo y provocativo vestido rojo.
Era pegado al cuerpo y mostraba todas y cada una de sus
muchas curvas. Para no pasar frío, se había puesto unas
medias negras que había combinado con unos botines negros
de tacón.
En ese momento sentí envidia de ellas dos, porque no
temían lo que las personas pensaran de ellas. Yo, en cambio,
me preocupaba por ello. Tampoco era una mujer a la que le
gustara llamar la atención. Pese a ello, me sentía muy a gusto
conmigo misma.
El portero sonó y, al instante, mis amigas se acercaron a la
entrada.
—Ese debe de ser Landon. ¡Nos vamos! Disfruta de la
noche, Elli. —Ambas se despidieron de mí y, después de
responder a la persona que había tras el auricular con un “ya
vamos”, salieron por la puerta.
Para mí uno de los mayores placeres de la vida no era salir
de fiesta con mis amigos ni salir en busca de mi otra mitad.
Para mí algo que me llenaba era pasar tiempo con ellas
haciendo cosas normales que para el resto serían aburridas: ver
series, hablar hasta bien entrada la noche o ir al cine.
Una vez sola, presioné el botón de encendido del aparato
electrónico y, mientras se encendía, fui a la cocina a
prepararme un chocolate caliente, la bebida que más me
gustaba y que en esos momentos bien me merecía. Una vez lo
tuve entre mis manos, lo llevé al salón y lo deposité en la
mesita de cristal.
Otro de mis placeres de la vida era escribir. Era algo que
me sacaba de mi rutina diaria, que me permitía ser otra
persona diferente y sentir lo mismo que ella durante unos
instantes. Busqué la carpeta en donde guardaba todos mis
escritos y la abrí. Presioné el último documento que había
empezado hacía unos meses, una novela romántica, y esperé a
que se cargara.
Uno de mis sueños era publicar una de las muchas novelas
que había escrito a lo largo de mi vida, desde que había
descubierto que amaba el poder de las palabras y que
disfrutaba de emplearlas para entretener a los demás. Sabía
que sería difícil visto lo exigentes que eran las editoriales, pero
aun así nunca había perdido la esperanza.
Así fue cómo pasé aquella noche, sola en el apartamento e
inmersa en mis pensamientos, tanto que no fui consciente del
paso del tiempo. Solo cuando mi lista de música que empleaba
para escribir se terminaba y debía apartar la mirada de la
pantalla era conocedora de ello. Esa era una de las cosas que
más me gustaban de ella, la pérdida de la noción del tiempo y
del estrés de la vida diaria.
Derek

Tras una semana muy dura, por fin llegó mi tan ansiado fin de
semana. El viernes había estado trabajando a toda máquina
para que esos dos días pudiera tomarme un descanso.
El sábado por la mañana salí a correr a primera hora de la
mañana. En vez de recorrer la misma ruta, decidí desviarme un
poco. Mason, mi mejor amigo, me había recomendado un
lugar en el que podría correr todo lo que quisiera y fue allí a
dónde me dirigí. Crucé el puente de Williamsburg y dejé mi
vehículo en uno de los aparcamientos subterráneos cercano.
Subí las escaleras y empecé a correr hasta llegar al lugar.
Muy pocas veces había estado en aquel lugar y en todas
aquellas ocasiones la belleza me dejaba impresionado. Esa vez
no fue la excepción.
Tompkins Square Garden era, a mi parecer, hermoso y
relajante. Era un lugar verde dentro de la burbujeante ciudad
que nunca descansaba. Por eso me gustaba tanto. Era un sitio
en el que las familias podían pasar un día en conjunto y en
donde las personas mayores podían relajarse, ajenos al mundo
exterior.
Empecé a correr, disfrutando del frío matutino. Había
despejado. La nieve se había posado en los jardines y habían
despejado el camino de ella para que las personas pudiésemos
dar una caminata sin temor a resbalarnos. Amaba aquella
época del año: la nieve, la Navidad y el ambiente hogareño
que se respiraba.
Estuve corriendo media hora sumido en mis pensamientos,
escuchando una lista muy larga de canciones que me
estimulaban a seguir adelante. No sé cómo pasó, pero de un
momento a otro estaba en el suelo, tumbado bocarriba.
Solté un breve quejido e intenté moverme, pero descubrí
que tenía una persona encima. ¿Qué narices…?
—Lo siento, lo siento —se disculpó rápidamente aquella
persona cuya voz se me hizo muy familiar.
Se levantó y cuando su rostro quedó de cara a mí, descubrí
con asombro que se trataba de la misma mujer que no me
había reconocido el jueves. ¿Qué hacía ella allí? ¿Me habría
seguido? No lo creía.
La miré.
Llevaba unas mallas ajustadas negras con toques rosas en
los laterales y un jersey del mismo color que aquellas
pinceladas. Tenía las mejillas coloradas por el esfuerzo, pero el
color se intensificó al reconocerme. Sus ojos se agrandaron y
su boca se abrió en una gran “O”.
—Lo… lo siento, se… señor Foster —volvió a disculparse
apartando aquellos ojos que me habían estado quitando el
sueño los últimos días.
Me quedé un rato observándola sin apenas ser consciente
de ello hasta que su mirada se volvió a posar en mí. Movió los
labios, pero no supe qué dijo. Luego extendió las manos y
entonces me di cuenta de que todavía seguía tirado en el suelo.
Rechacé su ayuda. Me sacudí los pantalones deportivos,
aunque sabía que no se habían ensuciado. Estaba algo molesto
y adolorido, pero quitando eso, estaba bien.
—Discúlpeme, señor Foster —volvió a decir ella, pero no
quise escucharla.
Continué con mi camino sin despedirme siquiera. Si mi
madre me hubiese visto, me habría regañado por mi falta de
educación; pero en esos momentos si abría la boca, estaba
seguro que acabaría gritándole cuatro cosas a esa rubia
malcriada. Seguro que aquellos pantalones de marca se los
había comprado su papi con su sueldo.
Esa mujer me daba malas vibraciones. No sabría decir qué
era lo que provocaba en mí, pero de lo que sí estaba seguro era
de que no me caía bien.

Por la tarde recibí una visita sorpresa: mis amigos.


Estuvieron tan insistentes con que fuésemos a tomar un par de
cañas, que no pude declinar su oferta.
Mason, Matt y Hunter eran aquellas personas que me
sacaban de mi día a día y me hacían disfrutar y divertirme
como el hombre joven que era. La pena fue que Kevin no
pudiera unirse a nosotros, aunque era muy difícil. Estaba en
España promocionando el musical en el que participaba.
Cuando les vi, supe al instante que aquel no sería un sábado
cualquiera. Los días eran mucho mejores cuando uno los
pasaba en buena compañía.
Fuimos a uno de los clubes más exclusivos de la ciudad. El
jefe del local era uno de mis antiguos compañeros de la
universidad que había dejado la carrera a la mitad para abrir
aquel club que en esos momentos era uno de los más
solicitados de la ciudad. Así que no tuvimos ningún problema
para entrar.
—Derek Foster, ¡cuánto tiempo!
—¿Qué tal te va la vida, Huge? —le saludé con una
sonrisa y un gran apretón de manos que terminó en unas
enérgicas palmaditas en la espalda. Aquel hombre tenía un par
de años más que yo debido a que había repetido un curso en la
universidad y otro en la escuela secundaria.
—De lujo. Tengo dinero, fama y muchas mujeres. ¿Qué
más podría pedir?
Sonreí. No había cambiado para nada. Seguía siendo el
mismo mujeriego de siempre. Me preguntaba cuándo asentaría
cabeza.
—Chicos, os presento a Huge Harried. Huge, ellos son
Mason Walker, Matthew King y Hunter Peterson —los
presenté.
—Encantado. Sois bienvenidos siempre y cuando queráis
divertiros.
—Igualmente.
Todos se estrecharon las manos.
—Pedid cuanto queráis, hoy invita la casa —nos dijo él.
Alguien le hizo una seña a unos metros de distancia—.
Disculpadme, pero el deber me llama.
Y tan rápido como apareció, se esfumó.
Todo en el local gritaba lujo por doquier. Era sofisticado,
no había duda de ello. Había reservados pegados a las paredes
cuyos sofás eran de terciopelo. La luz era cálida y acogedora,
muy diferente a la que solía haber en los locales a los que
estábamos acostumbrados a ir. La música no era atronadora ni
provocaba que a uno le doliesen los oídos al escucharla. Por el
contrario, salía por los altavoces colocados estratégicamente a
un volumen moderado. Sin lugar a dudas, aquel lugar se había
convertido en uno de mis favoritos.
La estancia estaba a rebosar de magnates y gente con
dinero. Había varios empleados de mi empresa bebiendo un
par de copas en la barra mientras que los reservados estaban
casi vacíos. Sabía que en un par de horas aquel lugar se
llenaría.
—No sabía que conocieras a personas tan pintorescas
como Huge —me dijo Mason todavía con la mirada fija en el
lugar que había dejado libre mi ex compañero de la
universidad.
Huge era un extravagante, siempre lo había sido. Recuerdo
que cuando cursaba en mi clase siempre iba a la última moda.
También le encantaba estar rodeado de toda clase de mujeres y
recibir mimos sin llegar nunca a mantener ninguna relación
sentimental con ellas. Así que no me extrañó para nada verlo
vestido con un traje impoluto de tres piezas y un peinado
chapado a la antigua que le daba un aire cautivador.
—Es lo que tiene la universidad. Ya sabes que allí lo
conocí, al igual que a mi ex novia Alison.
Puso una mueca de asco al recordar a aquella odiosa mujer
que al principio me hizo el hombre más feliz del mundo, pero
que después me mostró aquel lado suyo tan controlador y
perturbador. Fue una relación que duró tres meses, y la única
que me había provocado aquella sensación de agobio de la
que, por fortuna, me desprendí para siempre.
—No me lo recuerdes, por favor. Nunca en mi vida te
había tan estresado y agobiado como cuando empezaste a salir
con esa morena despampanante. Dime qué fue lo que le viste,
porque todavía hoy no lo he llegado a comprender.
Me encogí de hombros y empecé a seguir a mis otros dos
amigos por el local hasta llegar a uno de los reservados. Matt y
Hunter se habían enfrascado en una acalorada discusión de
algo que desconocía y que en esos momentos no me importaba
demasiado.
—Era joven e inexperto.
—Claro, claro. —Mason puso los ojos en blanco—. Y
ahora me dirás que la vida te ha enseñado por las malas en
quién confiar, ¿no?
Lo miré y estaba tan serio que no pude evitar contener la
carcajada que salió a través de mi garganta.
—Lo siento, pero deberías ver tu cara de seriedad. Es
como si te fuera la vida en ello.
Mi comentario provocó que mi mejor amigo esbozara una
amplia sonrisa. Me miró sin borrar aquella mueca, con los ojos
brillantes de la emoción.
—¿Sabes? Me encanta salir con vosotros. Aún más ver que
estás totalmente relajado y que has desconectado de todo ese
trabajo. En mi opinión, deberías disfrutar más de la vida. Ya
sabes: ser feliz, buscar a aquella persona que ponga tu mundo
patas arriba, formar una familia…
—Mason, ¿no crees que se te está yendo un poco la olla?
Comencemos por el principio, ¿quieres? Primero quiero
conocer a esa persona, estoy listo.
Su sonrisa se amplió.
—Eso ya lo sabíamos, ¿verdad, chicos? —les preguntó a
Matt y a Hunter incluyéndoles por primera vez en aquella
conversación y ocasionando que dejaran de discutir.
Dos pares de ojos se clavaron en nosotros, con la
confusión reflejada en su mirada.
—¿Saber qué? —preguntó Matt mientras se sentaba en el
reservado más alejado de la entrada y el que tenía más
privacidad.
—Aquí, Derek. —Mason me dio una gran palmada en el
hombro cuando me senté a su lado—. Me ha dicho que quiere
buscar a la mujer de su vida.
—Eso ya lo sabíamos. No nos cuentas nada nuevo, chaval
—esta vez fue Hunter quien habló, esbozando una sonrisa
burlesca.
Estar con ellos me recordaba que todavía era joven y que,
como tal, debía divertirme. Fue por eso por lo que habíamos
ido allí, para pasarlo bien y descansar de nuestros trabajos.
Mason y Matt habían estudiado conmigo desde la escuela
elemental. A Hunter le conocí más tarde, cuando estaba en un
intercambio en la escuela secundaria. Desde entonces ellos
eran las personas más cercanas en las que confiaba sin contar a
mi familia y a Scarlett.
Una camarera ataviada en un provocativo y sensual
uniforme nos atendió. Después de que la misma mujer que no
superaría los treinta trajera nuestros pedidos, alcé mi copa y
dije:
—¡Por estos días de descanso!
Todos brindamos y tomamos un gran trago de nuestras
bebidas. En esos momentos no encontré mayor paraíso que
estar con ellos, disfrutando de mi tiempo libre y olvidándome
por un instante de quién era.

En cuanto escuché aquel sonido endemoniado retumbar


por toda la habitación, me lamenté de haber bebido tanto. Me
dolía mucho la cabeza y sentía el cuerpo pesado. La luz se
colaba a través de mis párpados.
El ruido no cesó, más bien aquella persona tras el aparato
que utilizaba para hacer llamadas insistió varias ocasiones. Al
final, acabé cediendo y abrí los ojos. Al instante, la luz que se
filtraba por la ventana me cegó por unos segundos. Cerré los
ojos y volví a intentarlo de nuevo, consiguiendo al fin enfocar
la vista.
—¿Si? —pregunté sin mirar quién era antes. Incluso yo
noté que tenía la voz ronca.
—¡Vaya! Por fin doy contigo. Llevo una hora intentando
llamarte, hermano.
Sonreí al escuchar aquella voz femenina. Era Emily, mi
hermana pequeña.
—Lo siento, enana. Anoche salí con los chicos hasta bien
entrada la madrugada.
—En ese caso te perdono por no contestar mis llamadas.
—Hizo una pausa, pensando quizá en lo siguiente que iba a
decir—. Te llamaba por si querías comer fuera y pasar el día
juntos, ¿qué te parece? Como en los viejos tiempos.
Sonreí. Antes de que me dedicara de lleno a la empresa,
Emily y yo solíamos almorzar todos los domingos. Pero ahora
todo se había complicado: ella estaba centrada en sus estudios
universitarios y yo me hacía cargo de la editorial que con tanto
mimo había creado mi padre de la nada. Así que últimamente
no habíamos podido vernos mucho.
—¡Me encantaría!
—Perfecto. ¿Qué te parece si me paso por tu edificio en
una hora? —preguntó.
—Me parece bien.
—Bien, entonces te veo luego.
—Adiós, enana —me despedí de ella y colgué.
Miré el reloj digital de la pantalla de mi teléfono móvil y
me quedé estático durante unos segundos al descubrir que eran
las doce del mediodía pasadas. ¡Nunca antes, ni siquiera en la
universidad, me había levantado tan tarde! Madre mía.
No sé cómo conseguí reponerme en una hora, pero lo hice.
Me aseé, me vestí y estuve listo. Cuando estaba a punto de
meterme en Internet para buscar uno de los periódicos
electrónicos que solía leer, escuché el portero. Me levanté del
taburete en el que estaba sentado y me acerqué a aquel aparato
que había instalado en el recibidor.
—¿Diga?
—Señor Foster, su hermana está aquí —me informó
Robert, el portero que vigilaba aquel exclusivo edificio.
—Gracias. Dile que bajo en unos minutos.
—¿Puede decirle que deje de hacer tantas mariconadas y
que baje de una vez? ¡Por Dios! Ni siquiera yo tardo tanto en
asearme —escuché la voz de mi hermana.
Ese simple comentario me sacó una sonrisa. Hacía mucho
que no escuchaba nada como aquello.
Colgué el aparato blanco en su sitio y salí de ahí para
reunirme con ella. Bajé en el ascensor sin tener que mantener
una de las típicas charlas incómodas sobre el tiempo con los
vecinos. Menos mal.
Al llegar a la planta baja, vi a aquella niña que ya había
dejado hacía mucho la infancia y que había florecido hasta
convertirse en la hermosa mujer que era. En seguida clavó su
mirada azul y verde en mí y esbozó una gran y radiante
sonrisa. Tal y como era habitual en ella, se había aplicado un
poco de maquillaje, resaltando un poco sus labios. También se
había dejado el pelo suelto y se había alisado aquellos
tirabuzones negros que ella tanto detestaba.
—¡Derek! —Corrió a mis brazos y me abrazó con fuerza
—. ¿Qué tal estás?
—Muy bien, enana. Algo más relajado. ¿Y tú? ¿Qué tal
llevas los estudios?
Suspiró.
—Cuarto es muy estresante. Estoy a tope de trabajos y, por
si eso no fuera poco, tengo dos exámenes la semana que viene.
Por lo demás estoy bien, gracias por preguntar.
Tras depositar un beso en su coronilla, avanzamos hacia la
calle.
Pasamos el día juntos, en compañía del otro. Comimos en
un restaurante italiano, el favorito de Emily, y después
pasamos la tarde dando un paseo por las calles de Brooklyn.
Estuvimos hablando y hablando hasta que ya no tuvimos nada
que contarnos. Al final del día prometimos volver a vernos
pronto.
—Te quiero, Derek.
—Yo también te quiero.
En total, fue un fin de semana inolvidable y necesario.
Había sido uno de los más relajantes y menos estresantes de
aquel año y lo agradecía. Aquella noche, tumbado en mi cama,
soñé con cierta mujer de ojos azules y sonrisa dulce.
Elliana

Recuerdo que aquella semana fue de lo más estresante. Ni


siquiera en la universidad acabé sintiéndome tan agobiada y
tensa, sobre todo en la temporada famosa de exámenes en la
que me pasaba días encerrada en la biblioteca municipal.
El lunes ya empecé mal desde primera hora de la mañana.
¿Que qué ocurrió? Me quedé dormida y, por si eso no fuera
poco, tuve que ir en ayunas al trabajo para no llegar tarde. Por
suerte, llegué justo a tiempo gracias a que pedí un taxi.
—¡Elli!
Ese entusiasmo a primera hora de la mañana solo podía
salir de dos personas. Y considerando que Genevieve estaba a
kilómetros de distancia dando clases seguramente sin perder la
sonrisa y contagiando esas inagotables ganas de conocer el
mundo que tenía a todos sus alumnos, solo me quedaba una
persona: mi mejor amigo.
—Te veo contento, Landon.
Sonreí, la primera sonrisa del día. Esperé a que él llegara a
la entrada y juntos nos adentramos en el edificio. Tal y como
hacíamos cada mañana, saludamos a Anna, quien nos dijo que
ese día no podría asistir a nuestro almuerzo diario debido a que
debía asistir a una reunión con la maestra de Jules, su hijo
mayor.
Llegamos a nuestro piso y cada uno se fue a su respectivo
puesto.
—Te veo luego —se despidió él.
—Pasa una buena mañana, bombón —me despedí yo y le
di un beso en la mejilla con amor.
Ambos teníamos la tendencia de hacer ese tipo de muestras
de cariño. Confiaba tanto en él que no sentía pudor ni
vergüenza alguna cuando me cambiaba delante de él.
Habíamos pasado tantos momentos juntos, me había apoyado
tanto durante aquellos años duros de carrera, que se había
ganado mi completa confianza.
Me dirigí a mi cubículo de paredes blancas con toques
negros. Tenía un escritorio enorme. También tenía un pequeño
estante en donde había depositado hacía un tiempo unas
carpetas repletas de los trabajos que había realizado.
Asimismo, disponía de varios cajones en donde guardé mi
bolso sacando antes mi disco USB.
Encendí el ordenador de mesa y, mientras tanto, revisé
aquella fotografía que mis padres nos hicieron a mis amigos y
a mí una noche que los invité a cenar. En ella aparecíamos
todos sonriendo con despreocupación. No pude evitar que
aquel gesto se dibujara en mi boca.
Aparté la mirada cuando el aparato electrónico estuvo listo
y puse el pendrive en el puerto para que pudiese enviarle a mi
jefa todo el trabajo que había hecho aquel fin de semana.
Había sido todo un reto teniendo en cuenta que no estaba tan
familiarizada con aquellas palabras tan técnicas y, debido a
ello, había tenido conmigo un diccionario de alemán que había
resultado ser muy útil.
Descargué el documento y abrí el navegador. Esperé
pacientemente a que la pantalla se cargara y, una vez
conseguido, me metí en mi correo electrónico profesional.
Revisé que todo estaba en orden y escribí el mensaje:
–-Mensaje original–-
De: Elliana Jones [mailto: ellianajones@fosterwords.com]
Para: ingridland@fosterwords.com
Asunto: Entrega de trabajo.

Estimada señorita Land:


Tal y como me ha pedido, he traducido el texto titulado ¿Por
qué es tan importante dormir? He intentado asemejarme al
lenguaje del escritor en todo lo posible. El texto está adjunto a
este correo y es el único archivo que le envío.
Que tengo un buen día.
Elliana Jones.
Listo, enviado. Trabajo terminado. Ahora, volvamos a lo
que estaba.
Una hora más tarde, Ingrid se asomó por el lateral y dio un
par de palmadas en la pared para que yo le prestara atención,
pues había estado muy concentrada en mi trabajo.
—Elliana. —Sonrió con falsedad.
—Buenos días, Ingrid —la saludé yo con cordialidad—.
¿Has recibido mi correo?
—Sí, he estado leyendo tu trabajo y me ha gustado salvo el
estilo que has empleado para traducirlo. Me ha parecido un
tanto coloquial.
¡Oh, vaya! Así que le había parecido poco profesional.
—Sí, me ha costado mucho seguir a rajatabla el estilo del
escritor del artículo. Te juro que si lo lees, sabrás que lo he
pasado al inglés intentando cambiar lo mínimo.
Ella alzó una de sus cejas perfectamente perfiladas. Me
daba la impresión de que no estaba creyéndome del todo.
—¿Ah, sí? Permíteme dudarlo.
¡Oh, por Dios! Allí estaba saliendo a flote ese lado suyo
que la hacía tan zorra. Estaba viendo sus intenciones, me haría
repetirlo de nuevo.
—Déjame aclararte que he seguido las instrucciones al pie
de la letra. He cambiado lo menos posible y…
Pero no me dejó terminar. Golpeó la mesa con una mano.
Me sobresalté. ¿Qué demonios estaba pasando por la cabeza
de aquella mujer?
—¡El texto es algo vulgar! No me creo que el autor, un
científico de renombre, haya escrito algo así. Así que solo me
queda pensar que tú, una inepta, has hecho mal tu trabajo. No
sé por qué estás aquí. No eres para nada profesional.
¿Que yo no era profesional? ¿Iba en serio? Porque aquella
mujer no sabría diferenciar a un experto de alguien del
montón. Según me habían dicho, ella estaba ahí porque se
había acostado con un montón de jefes… Aunque, si lo
pensaba, yo también estaba ahí por enchufe, en cierta medida.
No me había acostado con nadie, pero Landon me había
ayudado. Él fue la persona que me avisó de que había una
vacante en la sección de castellano.
—Pero…
—¡Nada de peros ni peras en vinagre! —me gritó por
primera vez en el día.
Bufé y estuve a punto de decirle unas cuantas palabras que
seguramente me habrían servido para ganarme el despido sino
hubiese aparecido Landon.
—¿Qué pasa aquí?
Los ojos marrones de mi jefa se agrandaron al verlo. No
era ningún secreto que Ingrid estaba colada por él. Lo
sabíamos todos. Y habría pensado que ya se había revolcado
con él si no le conociese lo suficientemente bien como para
saber que Ingrid no era el tipo de mi mejor amigo.
—Señor Brooks —lo saludó ella esbozando una sonrisa
repelente en sus labios pintados de rosa chillón—, le estaba
diciendo a la señorita Jones que debía repetir de nuevo su
trabajo, ya que ha utilizado un lenguaje no muy formal.
—Y yo le estaba diciendo a la señorita Land —
contraataqué— que no he cambiado nada.
—¡Eso es mentira! —me acusó de nuevo llena de rabia.
Landon nos miró primero a una y luego a la otra,
intentando tomar una decisión. Pasaron un par de minutos
hasta que volvió a hablar.
—Señorita Jones, ¿podría enviarme el texto original y su
traducción? Yo mismo lo revisaré. Si su trabajo es correcto, no
tendrá represalias. En cambio, si su trabajo es incorrecto…
—Cosa que lo es —lo interrumpió mi jefa. La fulminé con
la mirada, odiándola con todo mi ser.
—Si su trabajo es incorrecto —repitió de nuevo Landon
lanzándole una mirada reprobatoria. Toma esa, zorra—, tendrá
que repetirlo. ¿Me han entendido las dos?
—Sí, señor Brooks.

El martes por la mañana recibí una visita que no me


esperaba hasta pasada una semana. Sí, el amigo de toda mujer
que la visita una vez al mes. Cuando estaba en mis días, estaba
un poco más sensible de lo normal.
Así que cuando después del almuerzo Ingrid empezó a
discutir de nuevo mientras me volvía a llamar inepta, le canté
las cuarenta. Ese día no estaba el horno para bollos, siendo
sincera.
Eso sí, salvo eso, fue un buen día. Landon me envió un
correo diciendo que mi trabajo era correcto y que, por tanto,
no me preocupara y continuase con lo mío. Y eso hice. Me
enfrasqué tanto que no me di cuenta de que mi turno había
finalizado si no hubiese sido porque Luke se acercó a mí
cubículo.
—¿No te vas?
Fue ahí cuando alcé la mirada y vi que ya se había puesto
su abrigo. Miré la hora en la pantalla y comprobé que ya eran
las cinco.
—Sí, pero primero quiero terminar este párrafo. —Señalé
el ordenador con la cabeza. Solo me quedaban un par de líneas
que me llevarían a lo sumo diez minutos.
—Vale. ¿Quieres que te esperemos Connor y yo en la
cafetería? Se me ha ocurrido que luego podríamos ir al cine.
—Oh, me encantaría ir. Me apetece ver una comedia
romántica.
Luke elevó una ceja, pero no dijo nada al respecto.
—En ese caso, te esperamos en la cafetería. No tardes.
Vi cómo se alejaba y se reunía con Connor. Sonreí
pensando en mis planes y continué con aquello hasta que
cumplí mi objetivo. Me estiré como un gato y guardé todo
tanto en el disco duro como en mi pendrive.
Me levanté de mi silla de oficina negra, descolgué el
abrigo de color vino que había traído y me lo puse. Saqué de
uno de los cajones el bolso, metí el aparato que era del tamaño
de una nuez y me lo colgué al hombro. Apagué el ordenador y
salí de ahí.
El resto de la tarde lo pasé en buena compañía. Primero
tomamos algo en la cafetería de la empresa y, después, fuimos
al salón de cines que más cerca estaba de nosotros.
Compramos las entradas, palomitas y gominolas; ir al cine sin
suministros no tenía sentido, y nos metimos en la sala.
Me encantaba ir al cine, sentarme en aquellas butacas rojas
y disfrutar de una buena película mientras uno estaba en buena
compañía.

El jueves terminé por fin la traducción de Perlas


Amarillas. Me sentí muy aliviada y triste a la vez. Había
trabajado un mes entero en él. No creía que ya hubiese
finalizado con aquel arduo trabajo. Fue tal mi felicidad que me
pasé el resto del día sonriendo como una boba.
—¿Cuál es el siguiente que te toca? —me había
preguntado aquella tarde Winter mientras trabajaba sentada en
el suelo de su habitación. Llevaba días enfrascada en algo muy
grande, lo intuía, pero no quería decírmelo ni a mí ni a
Genevieve.
Le había contado lo feliz que estaba por haberme quitado
un gran peso de encima. Ella era consciente de lo duro que
había estado trabajando y, por ello, no había dudado en
preguntarme por mi siguiente proyecto.
—Pues, la verdad, no tengo ni idea. Espero que Ingrid no
sea tan zorra de nuevo como para ponerme algún escrito que
deteste. Ya sabes que odio el género de terror.
—¡Cómo no saberlo si con las pocas películas de miedo
que conseguimos que veas no duermes! —exclamó Genevieve
desternillándose de la risa. Me giré hacia ella y vi que se había
doblado por la mitad. Estaba intentando calmar su risa en vano
y solo consiguió contagiar a Winter.
—A veces eres muy miedosa, amiga mía. —Winter se
encogió de hombros cuando encontró el aire suficiente como
para decir aquello.
Alcé las manos a modo de rendición, esbozando una
sonrisita vergonzosa.
—¡No es mi culpa que tenga tanta imaginación como para
recrear la película en mi cabeza por la noche dándole finales
alternativos!
Solo conseguí que sus risas aumentaran y que yo me
uniera a ellas. Admitía que en ocasiones podría ser muy
miedosa, pero es que odiaba aquellas películas cuyo objetivo
era aterrar al público. No sabía cómo las personas disfrutaban
con cosas como muertes a manos de muñecos diabólicos o
fantasmas asesinos. Solo de pensarlo me daban escalofríos.
—¿Sabes que amo tus ocurrencias? —me dijo Winter
levantando la vista del trozo de tela y acercándose a mí. Con
un gesto me indicó que avanzara hacia la puerta, así que
supuse que ya había terminado—. Vamos, preparemos la cena.
A las tres nos encantaba cocinar. Cuando lo hacíamos,
preparábamos los alimentos juntas, ayudándonos mutuamente.
Mientras yo preparaba una buena lasaña ayudada de mi buena
amiga Winter, Genevieve preparó una ensalada de frutas.
Amaba aquellos momentos en los que las tres podíamos
comunicarnos sin palabras. No hacía falta que Winter me
pidiera que hiciera la carne o que las placas ya estaban listas.
Con una sola mirada sabía lo que quería. Lo mismo nos pasó
con Genevieve. Con un gesto ella nos indicó que ya había
terminado.
La cena la pasamos hablando entre nosotras. Al final
Winter nos explicó por qué había estado tan ocupada:
—Mi jefe quiere organizar una pasarela solidaria y, para
ello, me ha pedido que cree nuevos diseños.
¡Esa idea era genial! Winter siempre había querido diseñar
ese tipo de ropa y aunque solo fuera para una buena causa y
que seguramente no sería para nada televisada, me alegraba
muchísimo por ella. Su sueño se estaba cumpliendo poco a
poco. Se lo merecía. Había luchado mucho para alcanzarlo:
primero sus padres se opusieron a que estudiara diseño y se lo
tuvo que pagar ella misma; segundo, le había costado mucho
conseguir aquel empleo; por último, le había costado horrores
que su jefe viera el gran talento que ella tenía.
Así que sí, si uno quiere cumplir su sueño, debe luchar
todos los días. Además, llegar a la meta no es fácil, se tiene
que pasar por una montaña de obstáculos antes. Para mí
Winter era un claro ejemplo de la perseverancia y pasión.
Ojalá algún día yo pudiera decir que había cumplido mi mayor
sueño: ser escritora. Pero sabía que todavía me quedaba
mucho por aprender y mucha experiencia por adquirir.
—¡Me alegro un montón por ti! —exclamé con emoción.
—¡Por fin podrás ser partícipe de una pasarela! ¿Me
dejarás ser tu modelo? —Como siempre Genevieve mostraba
aquel entusiasmo que tanto la caracterizaba. No pude evitar
soltar una risita.
—Claro, lo hablaré con Jeremy. Además, las modelos no
tienen que ser perfectas.
Ambas la miramos: yo conteniendo una sonrisa y
Genevieve fulminándola con la mirada.
—¿Gracias?
Genevieve no estaba dentro del modelo que nuestra
sociedad tenía en mente. Ella era una pelirroja muy bonita de
piel recubierta de pecas adorables que casi siempre ocultaba
bajo el maquillaje porque pensaba que le daban un aire más
infantil e inocente. Tampoco es que estuviera muy delgada. A
decir verdad mi amiga estaba algo rellenita y eso era una de
las cosas que más bellas le hacían a mi parecer. Pero lo que
más llamaba la atención del género masculino eran sus
preciosos ojos pardos.
Y qué decir de mí. Era bastante paliducha y mi cabello
rubio evidenciaba mucho aquello. Aunque en mi adolescencia
había sufrido la temida etapa del acné, en esos momentos tenía
la piel lisa y tersa. Mis amigos decían que amaban mis ojos
porque decían que eran tan intensos que contrastaban con mi
tono de piel.
Yo no me consideraba la clase de mujer que salía en las
portadas de las revistas de moda. Jamás tendría el físico y el
atractivo de aquellas mujeres que seguramente se pasaban el
día en el gimnasio. Yo odiaba hacer deporte; solo salía a correr
o a patinar a veces porque era consciente de que necesitaba
hacer una actividad física. Era más de estar encerrada
escribiendo en mi habitación. ¿Se le podría considerar deporte
a eso?
Así que cuando Winter dijo aquello, ninguna de las dos
nos ofendimos. Ya habíamos pasado por aquella etapa hacía
unos años atrás.
Continuamos con la cena, disfrutando de la compañía de
las demás y cuando la noche estuvo bien entrada, nos
acostamos.
Al día siguiente fui en metro a la oficina. Tenía la suerte
que una de las paradas me dejaba muy cerca del trabajo, a un
par de manzanas de ahí. Tenía una media hora de viaje, así que
aproveché para anotar un par de ideas que llevaban
rondándome la cabeza aquella mañana respecto a la novela
que estaba escribiendo. Cuando llegué a mi parada, me bajé.
Llegué con tiempo de sobra como para quedarme
charlando con Anna. Adoraba a aquella mujer tan simpática
que me había acogido desde el primer día, cuando choqué con
ella sin querer y la tiré al suelo. Nunca antes había conocido a
alguien que no perdiera nunca la sonrisa, ni siquiera cuando
una extraña la había tirado al piso.
Como todos los días, Landon se encontró conmigo al
entrar por la entrada de cristal y juntos fuimos hacia los
ascensores.
—¿Cómo crees que te irá el día, Elli?
Lo miré y no pude evitar esbozar una sonrisa.
—No sé por qué, pero tengo buenas vibraciones.
Me miró con picardía.
—Esas vibraciones seguro que te las ha hecho tu amigo de
plástico.
—¡Landon! Eres un pervertido —lo acusé fulminándole
con la mirada.
Él me tiró un beso.
—Pero me quieres igual. —Me guiñó un ojo y esa vez me
dio un beso en la mejilla, cariñoso.
Abrí la boca para replicar, pero la cerré al ver a cierta
persona acercándose a nosotros a paso rápido. ¡No podía ser
cierto! ¿Por qué él de nuevo?
Derek

No creía en el destino y mucho menos en que las personas


hubiesen nacido para hacer algo en la vida. Tampoco creía en
el amor a primera vista, porque era consciente que para
enamorarse de una persona, para poder decirle “te quiero”,
primero uno debía conocerla bien.
No obstante, aquella mañana de mediados de enero creí
por primera vez en él. Estaba claro que algo, el universo tal
vez, quería que viera a aquella mujer que en varias ocasiones
me había quitado el sueño. ¿Cómo sino me explicaríais el
hecho de que ella estuviese esperando el ascensor?
Me fijé en que iba acompañada. Un chico joven, quizás de
mi edad, hablaba con ella alegremente, haciéndola reír de vez
en cuando. No sabría decir por qué, pero en ese instante amé
su sonrisa y cómo sus ojos se iluminaban cuando esta era
sincera.
Al principio ninguno de los dos se dio cuenta de mi
presencia hasta que aquellos ojos azules se clavaron en mí.
¿Cómo alguien podría tener unos ojos tan intensos? ¿Cómo
una mirada podía atraerme tanto?
La mujer abrió la boca en una “O” enorme. Al parecer, se
sorprendió.
—Elli, ¿me estás escuchando? —le dijo su acompañante
intentando atraer su atención. Al ver que no lo conseguía,
siguió la mirada de ella hasta encontrarme allí—. Buenos días,
señor Foster.
Sonreí intentando ser amable.
—Buenos días, señor Brooks, señorita Jones.
Landon Brooks era uno de mis empleados más eficientes,
de eso no cabía ninguna duda. Su departamento era muy
importante para mi empresa.
Observé de nuevo a la mujer. ¿Se había sonrojado? ¿Había
dado un paso atrás? ¿Por qué parecía aturdida? Se mordió con
aire distraído el labio inferior mientras su mirada huía de la
mía. Ese gesto tan simple me resultó de lo más sexi y sensual.
El ascensor llegó. Estaba vacío, muy normal a esas horas
de la mañana. Les indiqué con un gesto que avanzaran delante
de mí, lo que me permitió ver por un instante el trasero bien
torneado de aquella mujer que poco a poco me enloquecía
cada vez más.
Ellos pulsaron el botón de la planta decimoquinta y yo, el
de la decimoctava. Al principio se instaló un silencio un tanto
incómodo que pronto unas voces rompieron.
—Entonces, ¿qué dices, Elli? ¿Te vienes a un bar hoy por
la noche?
Me fijé en cómo la mujer llamada Elli le lanzaba una
mirada cariñosa a Landon, como si tuvieran algo entre ellos.
Me pregunté si serían pareja… Solo de pensar a aquella
hermosura con él, besándole y diciéndole palabras cursis me
daban náuseas.
—No sé. Hoy no me apetece salir. —Ella negó con la
cabeza a un lado y a otro. Por su expresión, parecía que la idea
le parecía espantosa.
—¿Y cuándo te apetece? —Landon le sonrió con ternura,
gesto que ella imitó.
Me estaba poniendo malo. Hacía años que no me fijaba en
una mujer y, cuando lo hacía, ella ya no estaba en el mercado.
¿Por qué era tan injusta la vida? Mi última relación había sido
hacía un par de años y aquello solo duró meses. Digamos que
ella no fue lo que en realidad pensé que sería. No me juzguéis,
solo buscaba a alguien con quien pudiese hablar, reír, comer e
incluso discutir. Quería encontrar a aquella persona que me
complementase. Pero no estaba seguro de que Elli fuese la
indicada. Por su apariencia pareciera una mujer mimada.
Una hermosa carcajada me distrajo. En ese momento me di
cuenta de que ya habíamos llegado a su planta y de que ambos
ya se estaban alejando, dejándome completamente solo en el
ascensor.

Durante la mañana no pude quitarme de la cabeza aquellos


ojos que me tenían hipnotizado. ¿Cómo alguien podía
atraerme tanto sin siquiera conocerla? Porque eso era lo que
me pasaba: me atraía y mucho. Creo que era esa aura de
misterio que la envolvía. Ojalá supiese quién era y en dónde
vivía. Ojalá…
Intenté concentrarme por vigésima vez en los papeles, pero
al igual que las veces anteriores la imagen de sus ojos me
distrajo.
No podía seguir actuando así, como un adolescente con las
hormonas revolucionadas. Se suponía que ya era bien adulto y
debía actuar como tal. Sí, físicamente me atraía, ¿pero qué
pasaba con lo de dentro? ¿Sería tan bella por fuera como por
dentro?
En mis años de experiencia me había encontrado con que
la mayoría de las mujeres que eran atractivas por fuera tenían
una personalidad detestable. Además, estaba el hecho de que
me había criado en una familia cuyo valor económico era muy
alto. Así que la mayoría de esas mujeres no estaban conmigo
porque me querían, no; ellas estaban conmigo por mi dinero.
¡Yo no era un hombre que buscara solo una cara bonita!
Quería algo más que eso. Quería a alguien con personalidad,
con quien poder ser yo mismo y quien no me juzgase por
serlo.
Pasé la mayor parte de aquella mañana sumido en mis
pensamientos, sobre todo pensando en ella. ¿En qué
departamento estaría? Si se había bajado en el piso quince,
significaba que trabajaría en el departamento de traducción,
pero ¿en qué idioma? Me pregunté si tendría novio y si, de
tenerlo, sería Landon Brooks. Solo de pensarlo se me ponía la
piel de gallina.
Toc, toc. Alguien llamó a la puerta.
—Adelante.
Alcé la mirada de mis hojas, aunque, siendo sincero,
apenas las había leído por encima. Grayson entró en mi
despacho.
—Derek, es hora de almorzar.
¡Era verdad! Había estado tan concentrado en mis
pensamientos que no había sido consciente del paso del
tiempo. De nuevo, maldita sea la mujer de los preciosos ojos
azules.
—Tienes razón, Grayson —le dije y mientras recogía todo
agregué—: Tengo muchas ganas de almorzar, tantas que me
comería un elefante.
A pesar de no mirarle, pude notar que sonreía. Mi mano
derecha me caía muy bien. Era de la clase de persona con la
que me pasaría días enteros charlando de cualquier cosa. Mi
relación con él no era sólo profesional, ¿cómo serlo cuando se
comportaba como un amigo?
Me levanté de mi asiento y recorrí aquella estancia muy
espaciosa que tanto me gustaba. Lo que más adoraba de aquel
lugar eran las vistas que tenía desde la gran ventana que
recorría toda una pared de arriba a abajo.
Llegamos a la primera planta unos minutos más tarde y,
tras coger nuestra comida, nos sentamos en una de las mesas
libres. Me gustaba tomar mi almuerzo junto a los demás
trabajadores de la empresa. No me sentía superior a ellos y,
por ende, no temía que me vieran comer.
Grayson y yo enseguida nos pusimos a conversar sobre
temas banales. En un momento dado solté una gran carcajada
y cuando fui a posar de nuevo mi mirada en él, intercepté a
aquella mujer. Vi que estaba sentada a varias mesas de
distancia de la nuestra y que charlaba animadamente con sus
acompañantes. Uno de ellos, para mi desgracia, era Landon
Brooks. Vi cómo ella le daba un beso en la mejilla y cómo él,
a modo de respuesta, le pellizco una de las suyas.
No necesitaba ninguna prueba más para saber que aquella
mujer estaba fuera de mi alcance. ¿Por qué la vida me daba
algo que no podía probar?
—Derek… Derek… ¡Derek! —Grayson me estaba
llamando y yo volví a centrar mi mirada en él.
—¿Eh?
—¿Por qué miras tanto aquella mesa? —preguntó él
señalándola con un movimiento apenas imperceptible de
cabeza.
—Por nada —mentí como un bellaco.
Alzó la ceja de manera inquisidora. Se volvió por un
instante y analizó a los comensales. Ellos se estaban riendo de
algo que debía de haber dicho uno de ellos. En un momento
dado, Landon le tiró un beso a Elli y ella sólo hizo una mueca
de desagrado.
Buff, me estaba poniendo enfermo solo de verlos juntos.
—Ahora lo entiendo todo. Dime, Derek, ¿desde cuándo
estás tan interesado en Elliana Jones?
¿Elliana? Así que la mujer de los preciosos ojos azules
tenía nombre.
—Ahora me entero de que estoy interesado en ella —
intenté engañarle. No quería admitir que aquella mujer sí que
me resultaba de lo más interesante.
—¿Por qué no la invitas a salir? —insistió él.
—Porque tiene novio —dije a regañadientes de manera
distraída.
Grayson sonrió como si se hubiese salido con la suya.
—¡Lo sabía! Sabía que querías tener algo con Elliana.
—¡Eso no es cierto! —Bufé, cansado ya—. Un momento,
¿cómo sabes su nombre?
Él me miró y amplió su sonrisa al verme tan interesado en
ella.
—Tuve que hacerle la entrevista de trabajo. Henry no pudo
venir, no sé si recordarás que aquella mañana tuvo un
accidente, así que yo fui quien la entrevistó. Debo decir que
me impresionó. Conoce muchos idiomas y, además, es una
gran lectora de autores tanto clásicos como modernos. Creo
que has hecho buena elección.
—No tanto. Creo que es otra niña rica —confesé mi mayor
miedo. En mi vida me había topado con varias y debo decir
que mi experiencia no había sido muy agradable con ellas.
¿Sabéis lo que es conversar sobre vestidos y fiestas día sí y día
también? Pues en eso se basaban mis conversaciones con ellas.
Era agobiante no poder hablar de otros temas.
—Según me contó en la entrevista, proviene de una familia
de clase media. Sus padres no son académicos, sino que ambos
tienen un pequeño negocio de dulces en Phoenix.
Abrí los ojos como platos. Elliana no parecía una chica de
clase media.
—Creo que la he juzgado mal.
—Exacto. Ahora, pídele una cita.
—No.
—¿Por qué no?
—Tiene novio. ¿No ves cómo ambos se restriegan el uno
con el otro? —Señalé el momento justo en el que Elliana le
apretaba las mejillas.
—¡Por Dios, Derek! Eres más cabezota a veces —se quejó
Grayson—. No son novios. Nunca los he visto besarse.
—Claro, porque van a hacerlo en la empresa, ¿no?
—Deja ya tus celos, amigo. Se te notan un poco.
—¡No estoy celoso! —exclamé ya furioso.
Él solo soltó una tremenda carcajada que creo que toda la
empresa escuchó.
—Invítala a salir.
Bufé.
Derek

Tic, tac.Tic, tac.Tic, tac.


Parecía que el tiempo se había detenido aquella tarde. Miré
de nuevo el reloj y solo habían pasado cinco minutos desde la
última vez. Resoplé.
¿Por qué narices no podía quitarme la imagen de Landon y
Elliana de la mente?
Pasados unos minutos tomé una decisión: hablaría con él
esa misma tarde y saldría de dudas. Así que agarré el auricular
y marqué el número de mi secretaría. Solo tuve que esperar un
par de tonos antes de escuchar su voz.
—Buenas tardes, señor Foster, ¿qué desea?
“Deseo a cierta rubia”, fue lo primero que vino a mi mente
junto a la imagen de aquellos ojos tan cautivadores y esos
labios tan tentadores que no eran ni muy gruesos ni muy finos,
más bien estaban dentro de lo que yo definiría como término
medio.
—Quisiera que concertara una cita con Landon Brooks
para esta misma tarde, lo antes posible —dije con voz
autoritaria.
—Un momento. —Escuché cómo garabateaba algo—.
Bien, haré lo que me ha pedido.
—Muchas gracias, señorita Ross —me despedí de ella
educadamente y colgué.
Volví a fijar mi atención en los papeles. Un par de hojas
más adelante, el teléfono de mi despacho sonó con fuerza. De
manera distraída lo descolgué y, todavía con la mirada fija en
aquellas hojas, contesté.
—¿Sí?
—Señor Foster, Landon Brooks está de camino.
—Muchas gracias, señorita Ross. Que tenga una buena
tarde.
—Igualmente.
Después de aquella llamada, me levanté de mi asiento tras
el escritorio y avancé hasta la pequeña zona que había
instalado para relajarme dentro de aquellas cuatro paredes. Me
senté en uno de los sillones y esperé a que aquel hombre
llegara.
Mientras tanto, me serví un vaso de whisky con hielo y lo
tomé lentamente, sin prisa.
Pronto mi visitante tocó la puerta y yo le hice pasar.
—Adelante.
Landon era un hombre joven que había adquirido mucho
conocimiento durante sus años académicos sobre la función
que desempeñaba. Una de las razones por las que había sido
contratado era que dominaba a la perfección una gran cantidad
de idiomas y que, además, sabía manejarlos sin ningún
problema.
También había que admitir que era atractivo y que
cualquier mujer sería incapaz de resistirse a sus encantos. No
era de extrañar que varias de mis empleadas estuviesen detrás
de él como perritos falderos. Porque aunque fuera un hombre
ocupado, sabía esas cosas. No es que fuese un chismoso, no.
Los rumores avanzaban por la empresa mucho más rápido que
la luz.
—Señor Foster, ¿quería verme?
Y educado. Ese hombre era perfecto.
—Sí. Siéntate Landon y llámame solo Derek.
Odiaba que me llamaran así. El señor Foster era mi padre,
no yo.
Le hice un gesto con la mano para que se sentara enfrente
de mí y eso hizo. Cruzó las piernas y clavó sus ojos marrones
en mí. Se instaló un silencio un tanto incómodo mientras
pensaba en lo que le diría. ¿En qué narices estaba pensando
cuando quise hablar con él? ¿Qué le diría: “Sé que estás
saliendo con una empleada”? Simplemente no.
—Y bien, ¿por qué querías verme?
Lo miré y cuando encontré las palabras, me armé de valor
para hablarle alto y claro. Allá íbamos.

Elliana

Landon estaba muy raro desde el viernes. Ni siquiera salió


con nosotras aquella tarde y eso que era él el que había estado
insistiendo para hacerlo. ¿Qué mosca le habría picado?
Intenté llamarle durante el fin de semana, pero no me
cogió el teléfono. Me pregunté si estaría trabajando o si
simplemente me estaba evitando por algo que quizá yo hubiese
dicho sin darme cuenta.
El lunes supe que Landon me evitaba. Fui consciente de
ello cuando no se reunió conmigo en la puerta principal y
cuando ni siquiera se sentó con Luke, Connor, Anna, Grace y
conmigo, sino que prefirió almorzar junto a Ingrid y Lillian,
las personas más detestables de toda la editorial y quienes en
ocasiones me hacían la vida imposible. Aquello sí era
preocupante.
Aquel día lo divisé en el ascensor cuando subía tras el
almuerzo.
—¡Landon! —lo llamé, pero él pasó de mí y se metió en el
primer ascensor que pilló libre.
¿Qué habría hecho yo mal como para que mi mejor amigo
no quisiera verme ni en pintura? ¿Habría dicho algo fuera de
lugar? ¿Se habría cansado de mí a pesar de que nos
hubiésemos llevado bien desde que nos conocimos en la
universidad?
El martes también me ignoró, al igual que el miércoles.
Así que el jueves decidí ir pronto, más de lo habitual, para
acorralarlo en la entrada. Llegué a mi puesto diez minutos
antes y tal y como pensaba, mi amigo no había llegado aún.
Perfecto, así podría pensar en qué podía decirle.
Como mi cubículo estaba en el centro de la estancia, pude
ver cómo uno de los ascensores se abría y de él salía un
Landon ataviado en uno de sus trajes que le sentaban como un
guante. Debía confesaros que el día en que lo vi por primera
vez me había sentido atraída por su físico. Eso sí, una vez que
lo conocí, me di cuenta de que no era la clase de chico con el
que saldría. Poco tiempo después, descubrí en él a un amigo
leal que haría una de las cosas más significativas en mi vida y
que siempre recordaría.
Me levanté de mi lugar de trabajo y me acerqué a él a paso
rápido. Era ahora o nunca. No debía acobardarme.
—Landon, ¿tienes un minuto?
—Lo siento, señorita Jones, pero tengo trabajo que hacer.
¿Desde cuándo había dejado de llamarme por mi nombre?
¿A qué venía eso de “señorita Jones”? ¡Venga ya! Si nos
conocíamos desde hacía unos años.
Pero lo peor de todo fue la mirada fría y seria que me
lanzó. Me quedé estática y Landon aprovechó aquello para
huir y encerrarse en su despacho.
—¿Estás segura de que no habéis discutido? —me
preguntó Nora, una amiga que conocí en la universidad y que
junto con Landon se convirtió en mi aliada.
Hacía una tarde preciosa y fría. La nieve caía con suavidad
posándose en cualquier lugar. Amaba aquellos días de nieve.
Solían ser muy inspiradores para mí. Pero en ese momento no
me interesaba para nada la escritura, estaba muy concentrada
en Landon y en su necesidad de no hablarme. Seguía dándole
vueltas al asunto y todavía no sabía exactamente qué había
hecho para cabrearlo o molestarlo.
—Te lo juro. Sabes que yo nunca diría nada que lo hiriese.
No sé por qué se comporta así.
Nora miró la taza humeante de café con aire pensativo.
Rodeó con ambas manos aquel objeto y, acto seguido, me
clavó los dos zafiros que tenía por ojos.
—Mmm, ¿estás segura de que no está en sus días?
—bromeó.
Reír con fuerza. Era típico de ella hacer esa clase de
broma.
—Créeme, lo sabría —le seguí el juego dibujando una
sonrisa en mis labios, que pronto cambié por una expresión de
preocupación. Suspiré con cansancio—. No sé qué hacer. Lo
he intentado todo.
El silencio nos inundó y me asfixió con sus garras. Miles
de preguntas inundaban mi mente sin conseguir ni una sola
respuesta.
—Dale tiempo. Sea lo que sea, algún día se le pasará.
Tomé un gran trago de mi refresco y disfruté de aquellas
burbujas que bajaban por mi garganta. Así era yo: podría hacer
un frío de los mil demonios que yo podía seguir bebiendo y
comiendo alimentos fríos como en ese caso.
—¿Sabes una cosa? Tienes razón. Seguro que solo son
imaginaciones mías.
Pero no lo eran. Pronto me quedó muy claro lo que pasaba.
Elliana

Unos días más tarde y al ver que la actitud extraña de Landon


no cesaba, decidí tomar cartas en el asunto. ¿Cómo? Empleé
uno de los dones que se me había otorgado: la escritura.
Pasé toda la tarde del domingo escribiéndole una carta a
ese cabezota exponiendo mis sentimientos. Ya estaba harta que
no contestara mis llamadas y que no respondiera a mis
mensajes. Era hora de que supiese la verdadera razón de su
comportamiento con respecto a mí.
Me esmeré mucho en aquel gesto. Una de las cosas que
debéis saber es que me gusta que mis trabajos estuviesen a la
perfección, sobre todo si tenían un gran valor sentimental para
mí, como lo era el caso de aquella carta. Así que trabajé horas
y horas encerrada en mi habitación tecleando sin parar con la
música borboteando a través de los pequeños altavoces que
estaban en una de mis estanterías.
Landon,
No sé por qué no me hablas. ¿He hecho algo malo? ¿Te he
molestado? Llevo varios días pensando en ello y no consigo
recordar si en alguna ocasión te he herido. Por favor, sea lo
que sea, lo superaremos juntos.
Sabes que te quiero como un amigo. Me siento muy
privilegiada por tenerte, lo sabes ¿no? Eres una de las
personas que más me han apoyado durante aquel año de
sufrimiento y agonía y quería que supieras que eso ha
significado mucho para mí. Puede que nunca te lo haya dicho,
pero siento no haber creído en tu sexto sentido en lo que se
refiere a aquel hombre que me lastimó y cuyo nombre no
mencionaré.
Por favor, Landon, háblame. No sabes lo mucho que me
duele que no lo hagas y que me evites. No sé qué más hacer.
Sé que estás molesto conmigo y que tienes muchos
problemas en tu vida. Yo no quiero ser uno de ellos. Yo quiero
ser una de las personas que te apoyen, te hagan reír y te
distraigan de tu día a día. No quiero ser tu enemiga, sino tu
amiga.
Espero que leas esta carta, porque si no habré perdido mi
tiempo en vano. Pero, bueno, quería que supieras todo esto.
Te quiere,
Elliana.
Releí la carta una y otra vez en busca de algún error.
Después, la pasé a mano. El sábado había comprado unos
papeles especiales para cartas y un sobre. Escribí con la mejor
caligrafía posible todo el contenido y una vez lo hube hecho,
lo metí en el sobre y lo cerré. Escribí con letras grandes el
nombre de mi mejor amigo.
Ahora solo quedaba dárselo.

El lunes a primera hora me puse a trabajar a toda máquina


en el nuevo proyecto que tenía entre manos. Leer lo que otras
personas habían escrito en cierto modo me hacían crecer como
escritora. Cada día mis deseos de saltar al vacío y animarme a
mandar uno de mis manuscritos se hacían más fuertes, pero
sentía que todavía no estaba preparada.
Pasé la mañana tecleando, parando de vez en cuando para
comer algún dulce que guardaba en el cajón de mi escritorio.
Cuando estaba ansiosa por algo no podía evitarlo y mi carta,
que todavía no había entregado, era lo suficientemente
importante como para tenerme en aquel estado de agitación.
Pronto llegó la hora del almuerzo y con ella mis nervios
incrementaron.
—¿Estás lista, Elli, para ver al hombre indomable? —
bromeó Connor soltando un suspiro. Nosotros sabíamos que,
si no supiésemos que Derek Foster prefería a las mujeres,
Connor ya se le habría declarado. Según me contó Luke,
Connor sintió un flechazo por él desde el primer día.
—No. —Luke negó con la cabeza—, pero gracias por
preguntar.
No pude evitarlo, eché la cabeza hacia atrás y solté una
serie de carcajadas. Me había levantado de mi puesto de
trabajo y en esos momentos estaba en el cubículo de Luke,
esperando a que él guardara todo para irnos a comer. Por el
rabillo del ojo intercepté a Landon.
—Chicos, id bajando. Yo me reuniré con vosotros más
tarde.
Ambos me vieron partir en dirección al despacho de mi
mejor amigo, pero no dijeron nada. Avancé a paso rápido hasta
que llegué a su altura. Llevaba conmigo la carta, guardada en
un bolsillo de mi bolso.
—¡Landon, espera un momento! —lo llamé.
El aludido siguió caminando, haciendo caso omiso de mi
voz. Como la persona insistente que era en ocasiones, le seguí
y al ver que no me haría caso, me puse delante de su camino,
estiré un brazo y lo detuve.
—Vamos, cuánto tiempo vas a seguir así. Por favor —
supliqué.
—Tengo trabajo —dijo en un tono seco. Intentó zafarse de
mi agarre, pero no lo consiguió. Me aferré a él como si la vida
dependiera de ello—. Joder, cuando te lo propones, puedes
llegar a ser más molesta que un grano en el trasero.
Bufé y me eché el cabello hacia atrás con frustración.
—Está bien, si eso es lo que quieres… —Metí mi mano en
el bolso y busqué aquel sobre de tonalidades rosas—. Toma,
quiero que lo leas cuando estés solo.
Después de habérselo entregado, me di la vuelta y me
encaminé hacia la primera planta.

Aquella noche recibí una llamada inesperada cuando


estaba en medio de una de mis muchas batallas con mi
cerebro. Digamos que tenía la mente embotada y ninguna de
mis ideas salía con coherencia.
Miré el teléfono móvil y al ver quien estaba tras la pantalla
me embargó una sensación de terror y alivio simultáneo que
me dejó petrificada en el sitio durante unos segundos.
—¿Landon? —pregunté con voz temblorosa, pensando que
quizás se trataba de un espejismo o que mi mente se había
inventado aquello.
—Buenas noches, Elli. ¿Podemos hablar?
Alcé una ceja. ¿No era eso lo que estábamos haciendo?,
me pregunté.
—Claro.
Escuché un ruido raro de fondo.
—No, me refiero a sí podemos hablar cara a cara.
—Por supuesto, pero me temo que…
—No te preocupes por ello. Estoy fuera de tu edificio. Este
imbécil no sabía si tocar el portero o no. —Escuché que reía y
su risa fue tan contagiosa que de mi garganta brotó una risita
—. ¿Qué me dices? Te invito a cenar. Siento que te lo debo.
Me mordí el labio inferior. ¿Sería buena idea teniendo
trabajo al día siguiente? Pero, por el otro lado, quería saber por
qué razón mi mejor amigo había actuado de aquella manera
tan extraña. Además, hacía mucho que no estábamos juntos los
dos, solos. Así que mi veredicto fue muy obvio.
—Vale, en diez minutos bajo.

No había cesado de nevar en todo el día y aquella noche no


hubo cambio alguno. El frío se colaba en todas partes,
calándose hasta en los huesos. Me había abrigado con varias
capas de ropa cuan cebolla, pero aun así fue en balde.
Bajé en el ascensor. Mi corazón latía con fuerza por la
emoción de volver a ver a aquel gran amigo que llevaba sin
dirigirme la palabra desde hacía ya casi dos semanas. Nuestro
apartamento solo estaba en el tercer piso, pero el trayecto se
me hizo eterno. ¿Qué le diría a Landon? ¿Le habría gustado mi
carta? ¿Se habría mosqueado todavía más? Aunque eso último
lo dudaba si él quería hablar conmigo en esos momentos.
“¡Por favor, llega ya!”, gritaba para mis adentros. Me
carcomían mis ganas de correr y abrazarlo en caso de que me
dejara, claro.
—Planta baja —escuché que decía el ascensor con aquella
voz metálica tan familiar. Sonreí recordando el primer día que
Genevieve, Winter y yo bajamos en aquella caja de metal. Al
oír esa voz que al principio nos pareció salida de una película
de terror nos asustamos. No estábamos acostumbradas a los
ascensores inteligentes.
Salí y avancé con ansiedad, a paso rápido. Bajé los dos
escalones que separaban el primer portal del segundo y una
vez pasado los buzones y saludado a Mary, nuestra vecina de
enfrente y cuya hija cuidábamos de vez en cuando, salí al
exterior.
Me metí las manos en los bolsillos tiritando. De mis labios
salía vaho y mi nariz al instante se me congeló. Busqué con la
mirada a Landon y no lo encontré. Maldije por lo bajo.
¿Dónde estaría? ¿Me habría dejado plantada? ¿Se habría…?
Un claxon me sobresaltó y provocó que mi corazón se
desbocara. «Imbécil», pensé.
—¡Eh, tú! —escuché aquel grito a mis espaldas—. ¡Elli!
Resultó que aquel conductor había sido Landon. ¿Cómo no
reconocí su coche blanco que tanto le gustaba? Mi amigo se
apeó del vehículo y salió a mi encuentro. En el instante en el
que osó salir a la calle, se metió las manos en los bolsillos de
su abrigo negro. En cuanto vi aquella imagen, mis labios se
curvaron hacia arriba, y en cuanto me miró, me imitó. ¿Hacía
cuanto tiempo que no me sonreía de esa manera? Dos semanas
como mínimo. Lo había extrañado muchísimo, más de lo que
en un principio admitiría.
—¡Landon!
No sé cómo, pero acabé saliendo disparada hacia él. Mi
amigo extendió los brazos y me cobijó entre su cuerpo cuando
el mío chocó contra el suyo. «¿Le había crecido el pelo?»
pensé cuando pasé mis manos por su cuero cabelludo y se lo
revolví, una pequeña manía que tenía. Me encantaba su tacto
tan suave y sedoso.
—Lo siento, bichillo —le oí susurrar. Depositó un beso en
mi coronilla con cariño y yo, que estaba emocionada, le
devolví el gesto, pero esa vez en la mejilla.
—No pasa nada, bombón. —Me separé de él sin perder la
sonrisa. Me acompañó hasta el coche, con su brazo
entrelazado con el mío, y me abrió la puerta del copiloto.
Landon era como un hermano para mí, el hermano mayor que
nunca tuve. Eso sí, estaba encantada con Jayden, mi hermanito
menor.
En cuanto arrancó, puso una de mis canciones favoritas y
yo, dejando atrás toda mi vergüenza, canté a pleno pulmón.
Landon al principio se reía de mí, pero después se unió. No
teníamos una gran voz, pero aquello no nos importaba. A
ambos nos gustaba ir a karaokes. Tomar algo y, además, poder
cantar era algo con lo que disfrutábamos. No hay nada como
pasar un buen rato en buena compañía.
—¿Dónde vamos a cenar? —le pregunté un tiempo
después.
Desde que me había visto, no había perdido la sonrisa.
Adoraba verlo así, tranquilo y relajado. En ese momento fui
consciente de que le hacía feliz aquella salida furtiva. Les
había dejado una nota a mis amigas en la nevera para
informarlas de mi paradero.
—He pensado que podríamos cenar un poco de sushi, ¿qué
te parece?
Lo miré con toda la ilusión de una niña pequeña que abre
los regalos de Navidad.
—¡Sí! Podemos ir a ese que tanto nos gusta…
—Japan & Sushi —dijo él por mí. Asentí con la cabeza
con energía—. Pues allá que vamos.
Aquel restaurante se hallaba en el centro de la ciudad de
Nueva York y era uno de los más cotizados de la ciudad. Me
preocupé porque quizá no tendríamos ninguna mesa libre.
—He reservado. —Lo miré sin comprender. Él tenía la
mirada fijada en la carretera. Las luces de la ciudad la
iluminaban dándole al paisaje un aura mágica y vibrante de
energía, aquella que yo tanto amaba. Poco a poco nos íbamos
acercando al corazón de todo—. He hecho una reserva en el
restaurante, pequeña. Suponía que querrías.
Landon era una de las personas que mejor me conocían.
Sabía cuándo me encontraba mal y sabía cómo hacer que mi
humor mejorase. También reconocía cuándo realmente me
pasaba algo grande. Habíamos vivido tantas aventuras juntos
que no era para nada extraño.
Una tímida sonrisa se dibujó en mis labios.
—Gracias… Por todo.
—Eh, te lo debía. He sido un completo capullo contigo y
ni siquiera sabes la razón de ello.
Alcé una ceja con interés.
—¿Y cuál es la razón de que te hayas alejado de mí? Si es
algo que he dicho, lo siento. Ya sabes que cuando viene
Andrés, no soy persona. —Bajé la mirada con tristeza.
Landon soltó una oleada de carcajadas. Lo miré
interrogante.
En un momento dado, mi mejor amigo aparcó el coche en
uno de los aparcamientos subterráneos. ¿Ya habíamos llegado?
Porque el trayecto se me había hecho corto.
Él no me contestó hasta que hubimos salido del vehículo.
—Elli. —Alargó una mano y me alzó la barbilla. Cuando
lo miré a los ojos, vi arrepentimiento en ellos. Había dos
pequeñas ojeras alrededor de los suyos. Me pregunté cuánto
tiempo llevaría sin dormir bien—. Tú no has hecho nada. He
sido yo. Ya sabes que en la empresa son todos muy chismosos,
¿verdad?
—Sí, pero ¿qué tiene eso que ver?
Empezamos a caminar hasta salir de aquel lugar tan
claustrofóbico.
Suspiró por lo bajini.
—Pues, se ha extendido un rumor sobre que nosotros o
bien estamos manteniendo una relación sentimental o bien
estamos follando como locos.
Me paré por completo en la calle como si mis pies
hubiesen echado raíces en el suelo. Una señora se chocó
conmigo y murmuró algo por lo bajo.
—¡Qué! ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Por qué? —No podía ser.
¿Quién en su sano juicio haría algo tan rastrero?
—¡Oh, por Dios! Había extrañado esa cosa tan mona que
haces cuando te molestas. —Me imitó. Arrugó un poco la
nariz a la vez que respiraba, por lo que parecía un conejito.
—¡No tiene gracia! Esto es serio. —Empecé a caminar de
nuevo con pasos enérgicos.
Escuché su risa a mis espaldas. La había añorado tanto…,
le había extrañado tanto que en ese momento no podía
molestarme con él. Sentí su respiración a mi lado y giré la
cabeza. En efecto, estaba ahí, esbozando una sonrisa burlona.
—Bichillo, sabes que bromeaba.
—Lo sé. —Imité su gesto, juguetona. Me encantaba
chincharle y tomarle el pelo—. Sabes que no podría enfadarme
contigo. Eres tan adorable, bombón.
Llegamos al restaurante. Era un edificio de dos plantas
decorado al estilo de Japón. Las paredes blancas estaban
plagadas de cuadros de aquella cultura que a mí me parecía tan
fascinante y las mesas estaban separadas gracias a los biombos
en cuyo interior ponía el nombre del restaurante en su lengua.
En el centro de la estancia había una fuente con forma de
jarrón que en esos momentos vertía agua en el pozo. Su sonido
era tan relajante…
En cuanto entramos, la calidez del interior nos envolvió en
un suave abrazo. Suspiré de placer.
—Buenas noches y bienvenidos a Sushi & Japan. Me temo
que hoy el restaurante está lleno —nos informó Will, el
camarero que siempre estaba en la entrada.
—No pasa nada, Will. He reservado una mesa.
El susodicho nos miró y, cuando nos reconoció, nos lanzó
una de sus sonrisas agradables.
—Dejadme mirar. —Bajó la mirada hacia la lista en donde
tenían apuntadas todas las reservas y cuando encontró la que
buscaba, asintió levemente con la cabeza—. Sí, aquí estás,
Landon. Dejadme acompañaros hasta vuestra mesa.
Una de las cosas que más me gustaban dejando la
decoración a un lado era la hospitalidad y la amabilidad de
todos los trabajadores. Habíamos ido en muchas ocasiones y
podría deciros que conocía a varios de ellos contando a Will.
El servicio era muy bueno y la calidad de los alimentos
todavía más.
Una vez que hubimos estado instalados, miramos el menú
con ansia. Estaba hambrienta, lo admitía. Apenas había
almorzado ese día por culpa del trabajo.
—¿Habéis decidido ya lo que vais a pedir? —nos preguntó
Liam, otro de los trabajadores que conocíamos, con
amabilidad. Vaya, qué rapidez.
Miré a Landon y él hizo lo mismo. Con una sola mirada
supe lo que me quería decir.
—Lo de siempre, Liam.
—Hecho. —Anotó todo en su libreta—. Unos uramaki[1]s
de California serán. ¿De beber qué vais a pedir?
—Para mí un refresco de naranja y para ella, uno de cola,
por favor.
Una vez hubo apuntado nuestro pedido, se fue a la cocina.
Unos minutos después, ya con la comida sobre la mesa, decidí
retomar el tema.
—Así que piensan que tú y yo somos follamigos o que, por
lo menos, hay rollo entre nosotros.
Landon se metió un gran trozo de sushi en la boca y lo
masticó con fuerza. Solo verlo con los mofletes hinchados me
hizo reír. Parecía un niño pequeño.
—En efecto. Por eso me he comportado de esa manera
contigo, porque no quiero que esos rumores estropeen nuestra
paz.
Estiré el brazo y agarré la mano que no sujetaba los
palillos. Como buenos comensales, sabíamos usarlos
correctamente, de lo que yo me enorgullecía, por cierto. Me
había costado una barbaridad adquirir esa capacidad.
Landon me miró a los ojos. Estaba serio. Sabía que el qué
dirán le preocupaba y mucho. Suspiré. Él siempre había
tratado de protegerme, desde el día en que nos conocimos. A
veces era muy sobreprotector conmigo, como Jay.
—Sabes que eso no me importa. En el instituto yo no era
nada popular entre mis compañeros y siempre había algún
rumor sobre mí relacionado con mis gustos sexuales o con
cualquier otra cosa. —Le acaricié la mejilla con ternura—.
Pero, ¿sabes una cosa?, no me importa. Si pude cuando era
una muchacha inmadura, podré con ello ahora. —Le guiñé un
ojo para darle seguridad.
—No es solo eso, Elli. —Landon se estaba mordiendo el
labio inferior, lo que quería decir que se estaba debatiendo
internamente. Me ocultaba algo, no cabía duda.
Lo miré esa vez con el ceño fruncido.
—Entonces, ¿qué más es? ¿Qué me estás ocultando que no
me quieres contar?
Apartó la mirada de mí y la posó en un punto lejano.
Luego la volvió a posar en mí. Al final, bufó con fuerza y se
pasó las manos entre su cabello castaño. Se sentía frustrado, lo
sentía. ¿Qué era aquello que le preocupaba?
—¿Recuerdas el día en el que el señor Foster subió con
nosotros en el ascensor? —Asentí con la cabeza. ¿Cómo no
iba a recordarlo? ¿Cómo olvidar aquella mirada y a aquel
hombre tan caliente que, admitía, hacía que mis piernas
temblaran?—. Ese día él me citó. Me habló de los rumores y
de la mala imagen que daban a la empresa. Intenté negarlo, lo
juro. Pero lo que me mató fue que me dijera que la imagen
empeoraba cuando esa mujer ya estaba saliendo con otro. ¿Por
qué no me has dicho que estabas saliendo con alguien?
¿Qué? ¿Que yo estaba saliendo con quién? ¡Joder!
—Yo… Yo no… Yo no estoy sa… saliendo con nadie —
tartamudeé. Estaba sin palabras, petrificada. Mi mirada debía
de ser la de un cervatillo asustado.
—Por eso he estado tan seco contigo —continuó él—,
porque mi mejor amiga no me había contado algo tan grande y
maravilloso como que estaba saliendo con un hombre.
—Yo no tengo novio, Landon —articulé al fin.
En ese momento ambos nos quedamos callados,
mirándonos el uno al otro. Se instaló un pequeño silencio en el
que no nos dejamos de mirar. Parecía que ninguno pestañeaba
de lo intensas que eran nuestras miradas.
—Ya sé que hace mucho que no sales con un hombre y que
el último fue un gran hijo de puta, pero, bichillo, no debiste
ocultármelo. ¿Sabes lo que me duele que no me cuentes esa
clase de cosas cuando sabes que yo siempre te apoyaré en todo
lo que hagas?
—No tengo novio —repetí.
—No tienes que ocultarlo, insisto. Si has conocido a
alguien, estás en todo tu derecho de salir con esa persona. Solo
quiero que seas feliz y que te cuides.
—¡Que no salgo con nadie! —exclamé elevando un poco
más la voz—. ¿Cómo te lo tengo que decir? ¿En alemán?
¿Francés? ¿Castellano? —Y le dije aquellas cuatro palabras en
esos tres idiomas diferentes.
Al principio el entrecejo fruncido de mi mejor amigo me
dio a entender que no me creía, pero luego relajó ese gesto y lo
cambió por una expresión de alivio. Lo miré con cautela.
Me sentía indignada. ¿Quién en su sano juicio le habría
contado al señor Foster semejante mentira?
—Te creo.
Suspiré de alivio. Menos mal.
Después de esas palabras, continuamos cenando. Pero mi
mente estaba a años luz de ahí. ¿Quién habría sido la persona
que había osado en decir tal desfachatez? ¿Y por qué
demonios lo había hecho? Que yo recordase, no tenía
enemigos en la editorial. ¿Por qué alguien se molestaría en
perjudicarme?
Elliana

Cambiamos de tema de conversación por otro que a mí me


incomodaba: mis escritos. Él estaba convencido de que yo
tenía potencial, pero, claro, él era mi mejor amigo y para él
todo lo que escribiese estaría bien. No era alguien objetivo.
—En serio, deberías mandar uno de tus manuscritos a una
editorial.
No era la primera vez que me lo decía, ni la segunda. Entre
Winter, Genevieve, Nora y él habían insistido tanto en el tema
que a veces me lo había planteado. Eso sí, tan pronto como lo
hacía, rechazaba aquella opción. ¿Y si no era tan buena como
creía? ¿Y si solo era una escritora mediocre?
—No creo que sea buena idea. Ya sabes…
—No estás preparada… —recitó por mí, pues era la
excusa que siempre les daba—. Pero, ¿cuándo lo estarás,
bichillo? Porque déjame decirte que llevas desde que te conocí
diciendo lo mismo.
Bajé la mirada a mi postre que se basaba en un bizcocho
de lima que estaba delicioso.
—Prometo que algún día lo haré, pero, por favor, no me
presiones ahora. Ya sabes que he trabajado muy duro en todo
lo que he escrito. No quiero que alguien me diga que todo el
tiempo que he invertido no ha servido para nada. —Me encogí
en mi sitio.
—Elliana Jones, mírame —me pidió y lo hice. En su
mirada avellana había determinación—. Nadie, escúchame,
nadie puede decirte que tus trabajos son pésimos, ¿sabes por
qué?
Negué con la cabeza a un lado y al otro.
—No, ¿por qué?
—Porque yo los he leído y, aunque no sea ningún experto,
sé que tienen gancho y que atrapan al lector con cada palabra.
Sabes perfectamente lo que quieres decir y empleas las
palabras correctas para envolver al lector y hacerlo partícipe
en la historia.
La intensidad de sus palabras acompañada de aquella
mirada tan fervorosa provocaron que mis mejillas ardieran y se
tiñeran de rojo. No había duda alguna, Landon había nacido
con el don de la palabra hablada, no como yo. Me expresaba
mejor por escrito, lo admitía, pero de ahí a que mis trabajos
fueran buenos había un buen trecho.
—No sé —expresé en voz alta—. No creo que alguien
pueda disfrutar de ello. ¿Por qué alguien leería una novela de
alguien como yo, que nunca ha publicado nada?
Ese era uno de mis temores: que a nadie le gustase mis
trabajos. No era muy buena aceptando críticas en lo referente a
la escritura.
Landon bufó.
—Eres imposible. ¡Qué tozudez la tuya! —Me miró de
manera penetrante—. Te diré una cosa: aprovecha todas las
oportunidades que te está dando la vida. ¿Por qué no envías
esa recopilación de cuentos que tanto me han gustado a
FosterWords? Creo que estarían dispuestos a publicarte.
Lo pensé. No había tenido en cuenta aquello. Era cierto
que podría mandar aquel manuscrito que había creado cuando
estaba cursando primer año de carrera a la editorial para la que
trabajaba. No sería mala idea, solo tendría que editarlo.
Lo miré esbozando una sonrisa osada.
—¿Sabes qué? Tienes razón. Es hora de asumir riesgos.
La expresión de asombro que inundó a mi amigo fue épica
y corta, aunque segundos después la cambió por una amplia
sonrisa. Soltó un grito de júbilo, muy similar a cuando ganaba
su equipo de fútbol favorito.
—¡Esa es mi chica! —Se levantó de la mesa y me dio un
beso en la mejilla cariñoso—. Les vas a encantar.

Derek

Llevaba días observándola, sin atreverme a dar el primer


paso. Era tan condenadamente bella que hasta cuando no
estaba podía sentir su presencia en la empresa. ¿Cómo alguien
a quien no conocía había logrado romper todos mis esquemas
en tan poco tiempo? ¿Cómo una mujer podía volverme loco
con una sola mirada?
Pensé que la idea de alejar a Elliana de mi posiblemente
mayor peligro en el sector sería efectiva, pero me equivoqué.
Quién diría que aquella mentira que le solté a Brooks no
lograra separarlos. ¡Odiaba verlos juntos! ¡Odiaba que fuesen
tan cariñosos! Mierda. Estaba seguro que entre ellos había
algo.
Volví mi vista a la pantalla de mi despertador. Solo eran las
dos de la madrugada y yo estaba así, sin pegar ojo. Había
mantenido mi mirada en el techo como si eso fuese lo más
interesante que nunca había visto.
Pensé en ella nuevamente, en su cuerpo bien torneado, en
su pelo color oro y en aquellos ojos que me quitaban el sueño.
Pensé en su piel de porcelana y en lo suave que debería de ser
bajo mi tacto, en sus manos finas recorriendo mi cuerpo, en
sus labios y mis ganas de probarlos.
¡Mierda! Alguien se estaba despertando y eso era lo que
menos quería en esos momentos. Debía dejar de pensar en ella
y en lo perfecta que parecía.
Esa atracción que sentía por ella no la había sentido por
nadie antes. ¿Qué me pasaba? ¿Por qué ella y no otra?
Con aquella retahíla, me quedé al fin dormido. Un último
pensamiento me vino a la cabeza antes de que los brazos de
Morfeo me acogiesen y era que debía pedirle una cita.

Dos días después, aproveché la oportunidad. Al entrar en


el edificio y al llegar a los ascensores, la encontré sola.
Revisaba su teléfono móvil. De vez en cuando le sonreía a la
pantalla, por lo que me pregunté si no estaría hablando con
cierto idiota.
—Buenos días, señorita Jones —la saludé.
Ella se sobresaltó. Alzó la vista del aparato y me echó un
vistazo de arriba a abajo. Si no fuera porque llevaba rubor en
las mejillas, hubiese jurado que se había sonrojado.
—Buenos días, señor Foster. —¿Cómo alguien podría
tener una voz tan sensual?
Intenté mantenerme normal: tan frío y distante como lo
hacía siempre. Por lo general no me gustaba mantener
relaciones personales con mis trabajadores. Pero con ella haría
una excepción.
El ascensor llegó, por fortuna, rompiendo aquella tensión.
Ella fue la primera en entrar y me fijé que pulsaba el botón de
la planta decimoquinta, el departamento de traducción.
Aquella mujer no tenía pinta de saber muchos idiomas, pero
¿quién sabe?, a lo mejor era una fiera de las lenguas.
—¿Tiene mucho trabajo que hacer? —le pregunté siendo
amable.
Ella me clavó la mirada y asintió. Parecía que se estaba
relajando.
—La verdad es que sí, tengo bastante trabajo. ¿Y usted?
Era la primera vez que alguien preguntaba por mí. Era
extraño. Siempre era yo el que se interesaba por los demás, no
al revés.
Una sonrisa tiró de mis labios.
—Sí, tengo trabajo para no aburrirme.
Ella rio y con ello mi corazón dio un vuelco. ¿Cómo
alguien podía provocarme esas sensaciones tan buenas y que
nunca había sentido antes?
Aún seguía sonriendo cuando de mis labios salió aquella
frase que llevaba días en mis pensamientos:
—Me preguntaba, señorita Jones, si querría ir a cenar
conmigo.
Por un momento todo se quedó en silencio y me asusté.
Pero lo peor llegó cuando su sonrisa se fue extinguiendo poco
a poco y cuando rehuyó mi mirada. Sus mejillas en ese caso sí
que se habían ruborizado. No sabría decir por qué, pero estaba
muy hermosa así. Su respiración se había acelerado, podía ver
claramente como su pecho subía y bajaba con fuerza.
—Yo… Yo… Mmmm… —tartamudeaba. Se aclaró la
garganta—. Yo… tengo planes. Lo siento.
—Pues el siguiente. —Me encogí de hombros.
Tomó una gran bocanada de aire y, antes de que
respondiese, supe qué me diría.
—Lo siento, pero no va a poder ser.
Iba a preguntarle por qué, pero sin darme cuenta habíamos
llegado a su piso. Las puertas se abrieron justo en ese
momento y la mujer aprovechó ese momento para huir.
¿Me había herido el orgullo su rechazo? Sí, pero yo no era
un hombre que aceptara los “no” con facilidad. Iba a cortejarla
hasta que aceptara salir conmigo. «Lo tienes claro, Elliana
Jones», pensé para mis adentros y continué mi trayecto.
Elliana

¿Qué acababa de pasar en esas cuatro paredes de metal? ¿Qué


habría visto en mí que lo había impulsado a pedirme una cita?
¿Solo sería una salida o habría otras intenciones ocultas bajo
esa palabra? Me preguntaba qué tendría yo para que el hombre
indomable sintiera curiosidad e interés por mí.
Pero, ¿y si sus intenciones eran otras? ¿Y si solo quería
acostarse conmigo?
Esa era la razón por la que no había aceptado. No me
malinterpretéis, yo no he dicho que sea virgen, porque no lo
soy. Mi primera vez la tuve con mi ex novio, el que me hizo
mucho daño en el pasado. Puede que os cuente esa historia
más tarde, cuando la crea relevante. Ahora solo debéis saber
que le odiaba y que detestaba lo que me hizo.
Derek Foster era la reencarnación de todo un dios griego.
Era alto, musculoso y atractivo. Adoraba ese cabello castaño
que tenía unas pequeñas ondulaciones que me parecían de lo
más adorable. Sus ojos, cubiertos de espesas pestañas, eran de
un color verde esmeralda deslumbrante y llamativo. Tenía un
lunar sobre la comisura de los labios que me provocaban unas
irresistibles e irrefrenables ganas de besarlo y lamerlo.
Todo en él llamaba la atención.
Por si eso no fuera poco, su empresa estaba situada en
varios países como Argentina, España, y Alemania. Debido a
ello, se había convertido en un hombre asquerosamente rico.
Según me habían dicho mis amigas las chismosas, ese hombre
tan apuesto vivía en una de las zonas más exclusivas de
Brooklyn. No era de extrañar. Con ese dinero hasta yo habría
aprovechado para darme un par de caprichos.
Así que sí, Derek podría ser el hombre perfecto para
cualquier chica… Excepto para mí.
A pesar de su atractivo, uno de mis temores era que solo
buscara en las mujeres una noche de diversión. Hacía mucho
que no se le veía con una pareja estable. Además, había
escuchado los rumores de que estaba saliendo con Scarlett
White, una de las grandes diseñadoras de moda y otra cara
bonita más.
Esa también fue la razón de mi rechazo.
¿Por qué me volvía tan tímida con su presencia? ¿Por qué
mis mejillas se ruborizaban solo de verlo? Argh, me odiaba en
aquellos casos. Ojalá tuviese más valor y más confianza en mí
misma para poder mirarlo a los ojos sin temblar. Ojalá fuese
como la mayoría de las mujeres de FosterWords, llenas de
seguridad y sin miedo de toparse con el hombre indomable
que, en esos momentos, al parecer, buscaba ser domado.

Fueron unos días moviditos, no sólo por el trabajo, sino


que también tenía a cierta persona llamada Ingrid siendo
todavía más zorra de lo que era. Me mandaba hacer cosas sin
sentido alguno que debía acatar si no quería que me echara de
mi puesto. Incluso llegó a tomarme como la chica de los
recados. Indignante.
—¿Soy yo u hoy está cabreada? —preguntó Connor
cuando estábamos en nuestro descanso para almorzar.
—Creo que lleva mucho tiempo sin follar con nadie.
Déjala, se le pasará algún día —dijo Luke encogiéndose de
hombros con despreocupación.
—Quizá cuando encuentre a su próxima víctima —dije yo
apoyando la espalda contra el respaldo.
Landon no estaba con nosotros, se encontraba en una junta
con todos los responsables de cada departamento, poniendo
todo en orden. Tampoco estaba el hombre indomable.
Seguramente estaría liderando aquella reunión, vestido con un
traje de tres piezas que le sentaría como un guante y que solo
provocaba en mí el famoso “efecto esmoquin”. Ese lunes
había sentido el impulso de quitarle la ropa con los dientes y
lamerlo de arriba a abajo.
Observé a mi jefa de sección mientras tomaba su comida
baja en calorías charlando animadamente con los otros jefes.
Esa semana había visto cómo acosaba a mi mejor amigo sin
darle ni un solo respiro, además de ver cómo también
perseguía a Derek Foster como un perrito faldero a través de
todo el edificio, al igual que Lillian Murray lo hacía. Ambas
parecían unas perras en celo en busca de un revolcón
espontáneo.
Permanecí callada durante el resto del almuerzo,
respondiendo únicamente con monosílabos a sus preguntas o
asintiendo con la cabeza de manera distraída. Es que mi mente
estaba a años luz de ahí, con cierto hombretón que me había
sorprendido el día en el que me pidió salir.
¿Por qué yo y no otra? No me consideraba la clase de
persona que decide pasar a la acción tan rápido y temía que
Derek lo intentara en el caso de aceptar su oferta. Para mí
había más cosas importantes antes que el sexo como pasear
cogidos de la mano, ver una película en la comodidad de tu
casa o cenar a la luz de las velas. No era la clase de mujer que
andaba buscando sexo desde el primer día, pero admito que, a
pesar de no ser una adicta, me gustaba. Pero, ¿quién no?
Después del almuerzo, cada quien volvió a su puesto de
trabajo. Iba hablando con Connor sobre uno de los últimos
libros que ambos habíamos leído en común, con Luke
caminando unos pasos por delante de nosotros.
—Te juro que al principio el protagonista me parecía
inaguantable —le estaba diciendo yo a mi amigo.
—Pues a mí me ha parecido de lo más caliente, muy
semejante a nuestro hombre indomable —argumentó él.
—¿Qué te ha parecido la chica? ¿No crees que era muy
empalagosa?
—Ahí te voy a dar la razón. Estaba todo el día detrás de él
—dijo él y poco después bajó la voz para añadir—: Como
nuestra jefa. ¿Te la imaginas saliendo con mi Derek?
El estómago se me cerró ante esa imagen. No quería
pensarlo, aunque era consciente de que Ingrid sería de la clase
de mujer que saldría con él. Entonces, ¿por qué me habría
pedido salir a mí?
Por fortuna, no tuve que contestar, ya que Luke se paró de
pronto y yo, que iba justo detrás de él y que no le había
prestado atención, me choqué con su espalda y caí de culo al
suelo.
—¡Ay! —me quejé.
—Pero qué torpe eres, Elli —se burló Connor mirándome
desde arriba sonriendo de forma ladina. Había un brillo
travieso en sus ojos. Sabía que esa situación le había parecido
de lo más jocosa, sobre todo en la posición en la que me
encontraba, como si estuviese a punto de dar a luz. Había sido
toda una suerte que ese día me hubiese puesto pantalones en
vez de falda.
—Deja ya de reírte y ayúdame —le pedí fingiendo enfado.
Extendí las manos hacia él y, tras unos segundos de espera, me
ayudó por fin a levantarme—. Gracias.
Mientras tanto, Luke no se había movido ni un solo
milímetro de donde sus pies habían echado raíces. Lo miré. No
se había enterado de mi cómica caída al suelo. ¿Qué era
aquello que lo había hecho quedarse helado en el sitio, como
una estatua de piedra?
No tardé mucho en averiguarlo, la verdad. Solo tuve que
seguir la dirección de su mirada. Digamos que por unos
segundos yo también me quedé petrificada en el sitio, sin
poder moverme y con los ojos y la boca abiertos de par en par.
Pero, ¿quién no lo haría al ver un gran ramo de rosas rojas
en su puesto de trabajo? ¡Alguien se había tomado la molestia
de hacer eso por mí!
Hice una mueca, teniendo mis sospechas de quién podría
ser ese alguien. «Por favor, que no sea él, que no sea él»,
pensaba mientras salía de ese estado y me acercaba a mi
cubículo.
El ramo era precioso. Las flores eran frescas y aún tenían
algo de rocío. Los pétalos eran de una tonalidad escarlata
intensa y parecían de una suavidad asombrosa. Si no fuera
porque sabía que el tallo estaba lleno de espinas, habría
pensado que la flor era la más delicada de todas.
Aspiré su aroma y me enamoró. Alargué la mano y cogí la
tarjeta. “Que no sean de él, que no sean de él”, me repetía para
mis adentros una y otra vez.
Una docena de rosas para la flor más hermosa del jardín.
Derek.
¡Mierda! ¿Por qué yo? Maldito sea el día en el que él
hubiese visto algo especial en mí.
—¿De quién son? —preguntó Luke acercándose a mí.
Connor estaba a su lado, igual de curioso que el moreno tanto
de piel como de cabello.
—De… De… —tartamudeé yo, aún asombrada—. Esto…
Son de nuestro… nuestro hombre indomable.
Por un segundo los dos se quedaron en silencio y si no
hubiese sido por el bullicio que había en la planta, habría
jurado que aquella pausa había sido de ultratumba.
Mi pecho subía y bajaba con rapidez. Buscaba
desesperadamente tomar bocanadas de aire como si fuera un
pez fuera del agua. Por alguna extraña razón, el aire apenas
llegaba a mis pulmones. Conocía esa sensación de
nerviosismo, la misma que me bloqueaba ante situaciones tales
como hablar con aquellos hombres que a mí me resultaban
atractivos o hablar ante un público medianamente grande.
“Vamos, inhala y exhala”, me decía.
Pero, ¿cómo estar tranquila cuando uno de los hombres
más condenadamente calientes y sexis le enviaban a unas
flores? Esa situación me parecía sacada de las tantas novelas
románticas que había devorado a lo largo de toda mi vida. ¿Por
qué todo me parecía tan cliché? ¿Por qué tenía la sensación de
que era un deja vú de todo lo que había leído?
Estaba tan enfrascada en mis pensamientos que ni siquiera
fui consciente de que mis amigos decían algo hasta que vi que
ambos movían los labios. Fruncí el ceño, no sabiendo de qué
hablaban.
—¿Qué? —pregunté cuando ambos se quedaron
mirándome con descaro.
Connor soltó una gran carcajada que resonó, a mi parecer,
en toda la planta. Por su parte, Luke se limitó a esbozar una
sonrisa tan amplia que estaba segura que, de seguir así, le
dolerían las mejillas pronto.
—Nada. —Luke se encogió de hombros.
—¿Ese hombre tan caliente te ha enviado un ramo de
rosas? —preguntó con entusiasmo Connor cuando Luke calló
—. ¡Qué suerte tienes! Aunque no me extraña para nada. Tu
belleza natural le ha engatusado.
Cuando os decía que Connor era el amigo gay que todas
las mujeres buscaban, lo decía en serio. Era la clase de hombre
que siempre iba con la verdad por delante, aunque doliera.
También me encantaba su energía burbujeante y ese aura
entusiasta y descarada que lo envolvía por completo.
Solté una risita nerviosa y jugueteé con uno de los pétalos.
Su textura era tan suave como la seda.
Al final me armé de valor para decirles mi mayor temor y
ellos no dudaron en decirme que Derek no iría a por más si yo
no le dejaba. Tenían razón: yo era la que también decidía si
quería acostarme con él, y no solo él. Para que hubiese sexo
las dos personas debían aceptar el trato, ¿no?
—Tenéis razón, chicos.
Y con una sonrisa, me dispuse a ponerme manos a la obra.
Eso sí, antes de ello, le escribí un mensaje a ese hombretón tan
atractivo y que pronto pondría mi mundo patas arriba.
–-Mensaje original–-
De: Elliana Jones [mailto: ellianajones@fosterwords.com]
Para: derekfoster@fosterwords.com
Asunto: Regalo.

Estimado señor Foster:


He de confesarle que me ha sorprendido su gesto y que, al
mismo tiempo, me ha gustado. Pese a su color y su aroma tan
delicioso, no soy muy amante de las rosas, pero gracias por
intentarlo. Prefiero los tulipanes, me parecen la flor más bella.
«Un ramo de rosas para la flor más hermosa del jardín».
¡Vaya! No conocía ese lado poético suyo, aunque no es de
extrañar. Usted dirige una de las mayores editoriales del país.
¿Debo tomar esto como un intento de que salga con usted?
Porque, temo decirlo, pero debe seguir intentándolo.
Considérelo como un reto si quiere.
Atentamente,
Elliana.
Su respuesta llegó unos minutos después, cuando el
archivo en el que estaba trabajando todavía se estaba abriendo.
–-Mensaje original–-
De: Derek Foster [mailto: derekfoster @fosterwords.com]
Para: ellianajones @fosterwords.com
Asunto: RE: Regalos.

Elliana (permíteme tutearte):


Me alegra saber algo de ti por mínimo que sea. Quiero que
sepas que lo tendré en cuenta para la próxima vez que te envíe
flores (porque sí, habrá próxima vez).
Soy un hombre luchador y persistente. Si algo o alguien me
interesa, lucharé por ello todo lo que haga falta. No soy un
hombre que se rinde a la primera. Conseguiré que aceptes mi
propuesta, tenlo presente.
Que tengas una buena tarde,
Derek.
P.D: ¿Por qué no puedo quitarme de la cabeza tus ojos tan
preciosos?
Jadeé. Eso había sido intenso y había provocado un
hormigueo en todo mi cuerpo.
Con ese mensaje me quedó una cosa bastante clara: que
ese hombre no pararía hasta que aceptara salir con él. Lo tenía
claro. Se lo pensaba poner difícil. ¿Quería jugar? Pues jugaría.
Derek

Cada día tenía más claro que quería salir con Elliana Jones.
Nunca antes una mujer me lo había puesto tan difícil y ese
desafío era lo que más me atraía. Sabía que, en cierta manera,
ella estaba jugando conmigo. Lo supe cuando recibí aquel
mensaje que en vez de molestarme solo provocó que una parte
de mí la deseara aún más.
¿Sabéis lo difícil que era agasajar a esa mujer? Lo había
intentado con todo, os lo juro, pero no logré ni un solo avance.
Le había enviado todos los días un ramo de tulipanes blancos,
recibiendo con ello un mensaje de agradecimiento y al mismo
tiempo un rechazo.
A veces era muy desquiciante. ¿Cómo lograría mi objetivo
si ella declinaba siempre mi propuesta? Debía pensar en algo
que a ella le gustara. Fue en ese momento en el que me di
cuenta de que no sabía nada de ella y me sorprendí a mí
mismo cuando esa idea me resultó de lo más atractiva. Me
encantaría pasarme horas hablando con Elliana sobre lo que
fuera.
Mi último intento aquel primer miércoles de febrero fue
dejarle una caja de bombones sobre su escritorio. Por lo que
había estado observando en el buffet, ella era una amante del
dulce y no se cortaba ni media al coger varios pedazos de tarta
de chocolate cuando la había. Dentro de la cajita había un
surtido de bombones de chocolate de todas las variedades: con
frutos secos, chocolate negro, con leche, blanco… Esperaba
que le gustara.
Me encargué personalmente de ello. Aquella última
semana uno de mis contactos en aquel piso me había chivado
dónde trabajaba ella y, por ello, le dejé la caja ahí antes de que
todos los trabajadores llegaran.
Después de eso, fui a mi despacho y esperé a que ella
enviara su mensaje diario. Me había acostumbrado a ellos que,
de no tenerlos, me sentiría vacío.
Mientras esperaba, me puse manos a la obra. Esa semana
había sido muy tranquila en la editorial; no tenía tanto trabajo
que hacer como las semanas anteriores. Creo que pasó media
hora hasta que escuché el timbre que me avisaba de la llegada
de un nuevo correo a mi bandeja. Tenía la tablet en la mano,
por lo que también vi la notificación.
Por un momento mi corazón se aceleró y temí que este
quisiese salírseme del pecho.
Sonreí al leer el destinatario y no perdí la sonrisa hasta que
terminé de leer todo lo que ella quería que supiese:

–-Mensaje original–-
De: Eliana Jones [mailto: ellianajones @fosterwords.com]
Para: derekfoster @fosterwords.com
Asunto: Chocolates.

Derek:
¿Qué voy a hacer contigo? Primero me envías flores y
ahora, bombones. No sé si lo sabías de antemano o no, pero
quiero que sepas que has dado en el clavo. Soy una amante
del dulce, en especial del chocolate. Pero ha habido un
pequeño fallo: la mayoría de los bombones tienen nueces y yo
soy alérgica a ellas.
No obstante, solo el gesto ha sido muy bonito. Gracias por
tomarte tantas molestias. Si sigues así, puede que algún día
acepte tu oferta.
Atentamente,
Elliana.
Mi corazón dio un vuelco. Sonreía como un bobo, como si
hubiese dicho que sí cuando solo era un posible quizás. Las
llamas de la esperanza refulgían en mi interior y no se
extinguieron en todo el día. ¿Cómo unas simples palabras
habían podido excitarme tanto?
En lo que llevaba mandándome correos con ella había
observado que Elliana tenía una gran facilidad con el uso de
las palabras. No sabía si había sido queriendo o no, pero había
provocado que una parte de mí se alborotara por completo.
¿Cómo me quitaría ahora su imagen de mi cabeza? ¿Cómo
no pensar en su mirada, en sus labios y en el sabor de su piel?
Deseaba tanto tenerla entre mis brazos y probarla que a veces
dolía. ¿Cómo alguien había podido despertar sensaciones que
creía que se habían extinguido poco antes de dejarlo con
Alison, mi ex novia controladora y manipuladora?
¿Era solo deseo lo que sentía por Elliana? No quería que lo
fuera. Quería vivir momentos mágicos con ella, momentos
tontos; pero, sobre todo, quería estar a su lado.

Elliana

—Toc, toc. ¿Tienes un minuto para mí?


No sé por qué Genevieve lo preguntó si entró en mi
dormitorio y se sentó sobre la cama, hundiendo el colchón
bajo su peso.
—¡Claro! —Alcé la mirada del ordenador portátil y me
volví para mirarla. Llevaba escribiendo como más de una hora
seguida y me sentía en parte orgullosa y en parte satisfecha
conmigo misma. Esa semana apenas había podido hacerlo
entre las salidas con mis amigos y el trabajo—. ¿Qué pasa?
Mi amiga estaba nerviosa, quizá porque sabía que lo que
tenía que decirme no me iba a gustar. Me pregunté qué sería.
—Necesito que me hagas un favor muy gordo, amiga mía.
—Dispara. —Formé con los dedos una mini pistola y
simulé que lanzaba un tiro.
Genevieve suspiró notoriamente. Se le notaba cansada,
cosa que no era de extrañar. Últimamente volvía muy tarde a
casa del colegio en el que trabajaba porque sus compañeros y
ella estaban empezando a desarrollar un proyecto educativo
que ella nos había descrito como algo muy grande. Sabía que
su trabajo le importaba y que amaba a cada niño que le habían
asignado como tutorados con locura a pesar de los mil y un
problemas que le pudiesen dar. Ella era así, y era una de las
cualidades que más admiraba de ella.
—En dos semanas será la semana del oficio y, bueno,
como tú eres traductora se me había ocurrido que podrías venir
y darles una pequeña charla a los niños sobre lo que haces.
¡Sería algo muy sencillo y te prometo que los niños son muy
buenos! —Genevieve soltó su discurso como si lo hubiese
ensayado frente al espejo varias veces y sin apenas respirar.
La miré con horror y me quedé en silencio, sin saber muy
bien qué decir. ¿Acaso se había vuelto loca? ¿No me conocía
lo suficiente como para saber lo mucho que me costaba hablar
en público? ¿Qué les diría a los niños si mi trabajo a veces
podía ser muy aburrido?
—Yo… Yo no creo que sea la indicada.
—¡Oh, vamos, Elli! Si conoces muchos idiomas y amas tu
trabajo con locura.
—Como tú lo haces con el tuyo.
Puso los ojos en blanco dándose cuenta al instante de mi
pésimo intento de cambiar de tema. Chasqueó la lengua.
—Ese no es el punto —dijo sin apartar su mirada parda de
mí—. Te necesito. Además, no vas a estar sola: Landon
también va a venir, y Winter. Sé que eres capaz de dejar
embobados a unos niños de la escuela elemental. Confío en ti.
No sé lo que me hizo aceptar: quizás su confianza en mí o
sus ganas de que fuera. Pero al final me vi a mí misma
bufando y diciendo:
—Vale, Genevieve, iré. Pero te aviso que no soy muy
buena en las presentaciones orales.
Ella echó la cabeza hacia atrás y río con fuerza.
—Créeme, lo sé.

Esa misma noche, mientras cenábamos, Winter lanzó al


aire lo siguiente:
—¿Qué tal va la cosa con el hombre caliente?
Les había puesto al tanto de ello desde el principio. Ellas
me animaban en parte. Decían que, por un lado, estaba
obrando bien poniéndole las cosas difíciles. Pero, por el
contrario, creían que debía darle una oportunidad y probar
suerte.
—Bueno…
—¿Ya has aceptado? —me interrumpió la pelirroja de mi
amiga.
—Pues…
—¿Tú crees que, si hubiese aceptado, no nos lo hubiese
dicho? —Otra vez me vi interrumpida por mi otra amiga, la
rubia parda.
—Podría estar viviendo un amorío secreto y nosotras sin
saberlo, eh —saltó Genevieve a su burla.
Yo las miraba primero a una y luego a la otra, como si
estuviese viendo un partido de tenis de lo más interesante
cuando yo me aburría con ello. A pesar de que era un tema que
me involucraba, parecía que su atención no estaba puesta en
mí.
—Hoy Derek me ha regalado una caja de bombones de
chocolate. —No pude evitar que mis ojos brillaran cuando lo
dije, todavía pensando en la vez en la que vi aquel paquete con
forma de corazón sobre mi escritorio. Había sido toda una
sorpresa que, desgraciadamente, apenas había podido
aprovechar. ¡Maldita alergia!
Enseguida la atención de esas dos mujeres se centró en mí.
Yo no era la única romántica de la casa, aunque fuera a la que
más le gustaban ese tipo de gestos en los hombres. Que me
regalaran flores y bombones era algo que consideraba todo un
detalle pese a que se pudiese considerar todo un tópico. No era
una mujer que necesitara extravagancias; más bien prefería la
simpleza.
—¡Oh, Dios mío! —exclamaron las dos.
—Como no le digas que sí, me lanzo yo a por él
—bromeó Winter. Ella estaba saliendo con el imbécil de
Samuel, un hombre que la trataba como si fuese un objeto.
Siempre que estaban juntos él decía que ella era suya. Me daba
repelús.
—Creo que ese hombre está colado por ti hasta los huesos,
Elli. Lánzate de lleno.
Miré a Genevieve asesinándole con la mirada.
—Sí, claro. Como si yo fuese capaz de hacerlo. Además,
cada vez que hablo con él, me quedo en blanco.
—Eso no me extraña en ti, ¿sabes? Te pasaba lo mismo
con el innombrable de tu ex. Al principio no eras capaz de
hablar con él o lo que decías no tenía sentido. Todavía
recuerdo aquella vez en la que Winter intentó echarte una
mano diciendo que podríais ir a tomar un helado después de
las clases y cómo tú metiste la pata hasta el fondo diciendo
“Yo soy helado”.
Sí, esa era yo cuando me ponía tan nerviosa que no sabía
qué decir. Esa no fue la vez que más torpe había sido en mi
vida. Todavía me acuerdo de la primera cita que tuve con
Tyler, mi ex. Estaba tan nerviosa que temblaba y, además, todo
lo que decía era incoherente. Decía cosas como “La lluvia es
trasparente” o “¿Te has fijado en que no hay elefantes
azules?”. Sí, era tan patética.
—El punto es que, de aceptar salir con él, es probable que
lo estropee a la primera de cambio —argumenté.
—Ya, pero si no lo intentas, créeme que lo lamentarás.
Además, solo será una salida, ¿verdad?
Debía admitir que Winter tenía razón.
—Eso sí, si se sobrepasa, avísame. —Ahí estaba la
sobreprotectora de mi amiga Genevieve. Era todo un encanto
siempre y cuando nadie se metiera con aquellas personas a las
que ella amaba.
—Venga, Elli. Anímate a dar ese gran salto de fe.
Ambas tenían razón. Ya era hora de que intentara mantener
una relación estable tras varios años de soltería. Me merecía a
alguien a quien pudiese contarle todo, tanto lo bueno como lo
malo, y con quién pudiese vivir miles de aventuras. Creo que
había llegado la hora de decirle a ese hombretón tan sexi que
aceptaría su propuesta.
Elliana

Viernes, bendito viernes.


Necesitaba un descanso después de trabajar tanto y sabía
muy bien cómo lo haría: tarde de escritura creativa
acompañada de la soledad y de un poco de música. Tendría la
casa para mí sola debido a que Winter saldría con Samuel y
que Genevieve vería a Jackson.
Así que me obligué a mí misma a seguir tecleando
pensando en esa recompensa. Clac-clac. Eso era lo único que
se oía en la planta. A lo lejos, un suave murmullo de voces
hacía que el lugar no estuviese en un completo silencio, lo que
agradecía.
En un momento dado me quedé sin post-it. Cada vez que
traducía, anotaba cosas relevantes en ellos. No era la única;
varios compañeros también lo hacían. Era una manía que
había desarrollado en mis años de estudiante, cuando anotaba
todo lo yo consideraba importante en los márgenes a parte de
lo subrayado. Era una forma que tenía de coger notas.
Suspiré, frotando con mis manos mi cuello, puesto que lo
sentía agarrotado tras las horas de trabajo. Necesitaba con
urgencia un paquete entero de esas hojas de papel
autoadhesivo.
Me levanté de mi lugar de trabajo y avancé a paso rápido
taconeando enérgicamente en el suelo de mármol. Necesitaba
bajar a la quinta planta, donde se encontraba la sala de
material. Me encantaba todo FosterWords. Una de las ventajas
de trabajar allí era que disponíamos la facilidad de adquirir
cualquier tipo de material de manera gratuita para realizar
nuestro trabajo lo más eficaz posible.
Esperé un par de minutos a que uno de los ascensores
llegara a mi planta y cuando su característico pitido sonó
acompañado de la puerta abriéndose, entré en aquella caja
metálica. Allí no había nadie, tal y como suponía. Quedaba
una hora para que mi horario de trabajo terminara, al igual que
el de la mayoría de trabajadores de aquel lugar. Todos estarían
en sus puestos, deseando irse a casa ya.
En lo que el trayecto duró, me perdí en la suave melodía
que brotaba por los altavoces. Esta provenía de una de las
canciones más conocidas del último musical que había visto en
Broadway ese mismo año con mi gran amiga Nora. Ambas
disfrutábamos mucho viendo cómo los actores hacían su
trabajo sin salirse del papel. Adoraba la música, los bailes y las
actuaciones.
Eso me recordaba que debía decirle a Nora que pronto una
de nuestras actrices de Broadway favoritas actuaría a
principios de marzo. Quería comprar las entradas antes y
dárselas el día de su cumpleaños, que era una semana antes del
espectáculo. Un momento. ¿Por qué mejor no le avisaba de
nada y que cuando viera las entradas atara los cabos por sí
misma? Sí, esa idea era muy buena.
Sonreí con malicia a pesar de que nadie pudiese verme.
Pronto llegué a mi destino. El quinto piso era en donde se
revisaban la mayoría de los manuscritos. Al ser una de las
editoriales más importantes del país, era muy solicitada. Todo
estaba en un completo silencio mientras los encargados de la
revisión hacían su trabajo minuciosamente. Era admirable la
capacidad que esos hombres y mujeres poseían para decidir
cuándo un manuscrito era bueno y cuándo no lo era tanto.
Debían de ser todo unos profesionales para actuar de esa
manera tan fría. Yo no sería capaz de ser tan dura como para
rechazar el trabajo de un autor que, por lo menos, había estado
varios meses trabajando arduamente en su tan amada novela.
Como autora en prácticas que era, sabía con exactitud qué se
sentía al emplear tanto tiempo en algo que para mí era
importante como una vía de escape de la realidad.
Allí también estaban las personas encargadas de la
creación de la web de FosterWords, aquella que a mí tanto me
gustaba. Yo no era muy buena con el uso de las nuevas
tecnologías; solo sabía lo esencial y poco más. A decir verdad,
no tenía un teléfono móvil mejor porque era consciente de que
no sabría usar todas sus capacidades adecuadamente. Landon,
en cambio, era todo un experto. Me había enseñado en más de
una ocasión varios trucos que me habían ayudado en la
escritura más de lo que admitiría.
En cuanto llegué, Lillian Murray, una mujer morena
despampanante de piernas kilométricas, me salió al paso. Ella
era la jefa del departamento tecnológico y, aunque pareciese
mentira, era una de las mujeres más inteligentes de la empresa.
Para desgracia mía, utilizaba su inteligencia en mi contra. No
sabía cuál era la razón de ello, pero sospechaba que podría
verme como una posible amenaza al estar todo el día con
Landon. No era un secreto que tanto Ingrid como Lillian
estaban coladas por él.
—Elliana Jones —dijo con un tono falso de alegría. Me
echó una mirada descarada de arriba a abajo, quizá
analizándome—. ¿Qué haces aquí?
¿Os había dicho que odiaba su voz? ¿No? Pues la
aborrecía. Era como si se hubiese tragado un chihuahua.
Me encogí de hombros, restándole importancia.
—Necesito unos papeles adhesivos.
Aquella odiosa mujer me echó otro vistazo y, ocultando
una sonrisa de superioridad, volvió a su puesto de trabajo.
Suspiré, aliviada.
Al igual que Ingrid, me odiaba. Ambas se sentaban juntas
en el almuerzo y más de una vez había sufrido pullas de su
parte. Esa creencia suya de superioridad me ponía mala,
siempre mirando por encima del hombro a aquellos que ellas
consideraban minoritarios.
Por fortuna, Lillian ese día no creía que mereciese perder
su preciado tiempo conmigo. Mejor, mucho mejor.
Con un peso menos sobre los hombros, avancé por el lado
contrario por el que esa mujer había desaparecido y me metí
en la sala del material, una gran estancia llena de toda clase de
materiales que los empleados pudiesen necesitar. Amaba con
locura aquellas cuatro paredes llenas de cartulinas, pintura
acrílica, papel maché…
Aspiré con fuerza. Olía a material de oficina y eso me
gustaba. Para mí era uno de los olores más relajantes que
había.
¿Dónde estarían los post-it?, me pregunté a mí misma
empezando la búsqueda. Miré por los estantes metálicos, y no
los hallé. También busqué por las baldas repletas de
grapadoras, cúteres y pequeñas libretas. ¿Dónde los habrían
metido? «Piensa, mente, piensa».
Estaba muy concentrada buscando los papeles adhesivos y,
por ello, no me di cuenta de que alguien entraba en la sala
hasta que escuché unos enérgicos pasos a mis espaldas.
—Buenas tardes —saludé al desconocido sin volverme.
No quería perder tiempo con tonterías.
Me puse en cuclillas y busqué por las baldas que estaban
más cerca del suelo. De pronto, sentí una respiración cerca de
mí, pegada a mi espalda. Decidí volverme y, al hacerlo,
maldije por lo bajo.
—Buenas tardes, Elliana Jones. —Estaba tan cerca que
pude apreciar el olor de su aliento a menta. Estábamos tan
cerca y a la vez tan lejos… ¿Estaba más guapo que cuando lo
había visto a primera hora?
—Señor Fo… Foster —tartamudeé. Estaba en blanco. Me
odié por ello.
Sus ojos verdes se clavaron en mí, revolucionando cada
célula de mi cuerpo. Su mano se posó en mi mejilla y con ese
simple toque sentí miles de descargas atravesando mi cuerpo y
las famosas mariposas revoloteando en mi interior. Mis
mejillas empezaron a arderme y supe al instante que estas
habrían adquirido una tonalidad rojiza.
Su mano se movió ligeramente, apartando un mechón
rebelde de mi cabello que se me había salido de la trenza.
«Elliana, acuérdate de respirar. Inhala y exhala. Es solo un
hombre», me decía mentalmente para darme ánimos. «Sí,
claro, solo es un hombre. Y yo me chupo el dedo. Debes
admitir lo bueno que está, siendo todo un dios de la antigua
Grecia», contraatacaba mi subconsciente. Mientras mis dos yo
discutían, mi cuerpo se quedó petrificado. Seguro que tendría
una expresión boba en el rostro. ¡Qué vergüenza!
Cuando volví en mí, Derek aún seguía mirándome. Una
sonrisa irresistible se formó en sus labios, esos que me
parecían de lo más besables.
—¿Alguna vez te han dicho lo hermosa que te ves
ruborizada?
¡Oh, Dios mío! No solo era guapo, era todo un
rompecorazones.
—No, nunca.
Intenté volverme para continuar la búsqueda de lo que me
había llevado a allí, pero sus ojos me mantenían hipnotizada.
Me gustaba que fuesen verdes, si bien tenían unos toques
grisáceos en los bordes.
Él pareció darse cuenta de la situación, ya que se alejó un
poco. El ambiente se había vuelto un poco tenso. ¿Era yo o allí
hacía calor? ¿Por qué había subido la temperatura en tan poco
tiempo? Por unos segundos permanecí quieta, hasta que al fin
logré salir de ese estado de aturdimiento. Me puse a buscar los
malditos post it, los que parecían haberse escondido, bajo la
atenta y divertida mirada de Derek.
—¿Te ayudo a buscar lo que sea que andes buscando? —
Fue tal su amabilidad que no pude rechazarla. Más bien esbocé
una sonrisa de agradecimiento y le dije:
—Claro. Necesito unos post-it.
Derek alzó una ceja. Mmm, ¿por qué ese gesto hizo que
parte de mi interior se alborotara? ¿Por qué sospechaba que él
sabía dónde estaban?
—Déjame decirte que ahí no los vas a encontrar. —Se
había agachado hasta ponerse casi de cuclillas. Se acercó tanto
que lo último que dijo lo hizo en un susurro junto a mí oído,
alterando todas mis hormonas—. Pero confieso que estabas
muy cerca. Solo debías mirar por encima de ti.
Seguí su mirada y al instante hice una mueca. Lo que
buscaba estaba en la balda de arriba, a la que no llegaba. Me
puse de pie e intenté en vano alcanzarla. Incluso llegué a dar
un par de saltos para intentarlo.
Al final fue Derek quien me los alcanzó, sin perder esa
sonrisa tan irresistible y tan baja bragas.
—Gracias —le dije con sinceridad.
Cuando me lo pasó, nuestras pieles se tocaron y un
escalofrío me recorrió de pies a cabeza.
—No hay de qué. Solo tenías que estirarte un poco más.
No sabría decir por qué, pero acabé respondiendo a su
burla diciendo:
—Perdona por ser de estatura reducida.
No era una persona muy alta, pero tampoco es que fuera
bajita. Me encontraba en un punto medio, dentro de la media
de las mujeres de mi edad. Pero, claro, Derek era muchísimo
más alto que yo, quizá me sacara media cabeza.
Pensé que con ese comentario había metido la pata, pues
era uno de los comentarios propios míos cuando me ponía
nerviosa. Esperaba no pasar al siguiente nivel.
Pero Derek no pareció molesto ni extrañado. Más bien
soltó una serie de carcajadas que lo único que consiguieron fue
contagiarme a mí y que yo poco a poco me relajara.
—Bonita e ingeniosa —murmuró él al calmarse.
Pero, claro, ahí estaba yo y mi torpeza.
Me di la vuelta y no se me ocurrió otra cosa que coger el
rollo de pegatinas con forma de estrella plateada. Saqué una y
se la tendí. Creo que en ese momento mi cerebro se había
tomado un pequeño periodo de vacaciones para dejar que mi
cuerpo actuara por sí solo.
Derek me miró de manera inquisitiva.
—¿Y esto? ¿Por qué me das una estrella?
—Porque nadie brilla más que tú.
Fue en ese momento en el que fui verdaderamente
consciente de mis actos. Maldije en todos los idiomas que
conocía y me di un par de bofetadas mentales. ¿Cómo narices
se me ocurrían esas tonterías en el peor de los momentos?
Otra carcajada me sacó de mis pensamientos. Estaba más
roja que los tomates, eso estaba claro. Pero parecía que a
Derek eso no le importaba. Ni siquiera ese comentario fuera de
lugar.
—Bonita, ingeniosa y con humor.
Solté una risita nerviosa y jugueteé con uno de los
pompones de mi jersey. Aparté la mirada, totalmente
avergonzada de mi actitud. ¿Por qué era tan nerviosa a veces?
¿Por qué no podía ser como Winter y no temer a que los
demás me juzgasen? ¿Por qué no podía ser más espontánea?
Derek posó una mano en mi barbilla y me obligó a mirarle
a los ojos. Otra vez esa corriente eléctrica que despertaba cada
nervio y cada célula en mí y que alborotaba todos mis
mecanismos.
—Por favor, Elliana, acepta cenar conmigo mañana. Te
prometo que no me sobrepasaré. —Me iba a negar y creo que
él se había dado cuenta de ello, porque añadió—: Por favor.
Además, me la debes. Sin mí no hubieses encontrado lo que
buscabas.
Una sonrisa tiró de mis labios. Tenía razón. Además, ¿por
qué no salir con él? Podría ser hasta divertido y sería una
velada diferente. Lo miré de nuevo y me perdí unos instantes
en su mirada.
—Por favor —volvió a suplicar. No sé en qué momento se
acercó tanto, pero la verdad era que su presencia no me
molestaba. Así que sin apartar la mirada de la suya dije:
—Vale, acepto.
Elliana

—¿En serio le regalaste una pegatina en forma de estrella y le


soltaste: “porque nadie brilla más que tú”? —Winter estaba
asombrada y Genevieve no podía contener la risa—. Eres
increíble, Elli.
—Increíble es que, pese a ello, quiera seguir saliendo
conmigo —dije.
Era sábado por la mañana y ninguna trabajábamos.
—Vaya, sí que le ha pegado fuerte contigo.
Tenía razón. Si no, no hubiese insistido tanto y, además, no
me lo hubiese propuesto después de decir las estupideces que
le dije.
—Eso significa que esta noche nuestra Elli por fin tendrá
una cita después de años de soltería. Ya estaba pensando que
vivirías soltera y con cincuenta gatos. —Había un brillo
travieso en su mirada, un deje de burla. Así era Winter en
ocasiones.
—¡Qué emoción! ¿Podemos ayudar a prepararte?
—preguntó Genevieve con tanto entusiasmo que sus rizos
pelirrojos se balancearon.
Esbocé una sonrisa. ¿Por qué no? Sería divertido.
Si a la mañana estaba tranquila, por la tarde era todo un
manojo de nervios. ¿En qué momento habría creído que sería
buena idea? No lo era. Seguro que no buscaba una relación y
mis ilusiones se verían pisoteadas como si de asfalto se
tratasen.
—¡Dios mío! Tranquilízate, estás temblando como un flan.
¿Cómo no hacerlo cuando esa era mi primera salida con un
hombre desde hacía mucho tiempo? ¿Qué le diría? ¿Cómo
debería actuar? Seguro que mi yo le aburriría, pues no era una
mujer que hiciese cosas extraordinarias. ¿Qué era lo que le
atraía de mí? ¿Qué era aquello que le había hecho creer que
era una mujer interesante?
—No me extraña, teniendo en cuenta mi escaso historial
de citas desde lo de Tyler. —Esa última palabra, el nombre de
aquel chico que me había hecho llorar días enteros y no dormir
durante largas noches, la dije de tal manera que más bien
parecía que la estaba escupiendo.
Tyler y yo habíamos estudiado juntos la misma carrera
universitaria y a pesar de que al principio nuestra historia
había sido de lo más cliché, su final había sido desgarrador. Él
era todo un chico malo, o eso se creía él. Era engreído y no se
ataba a nadie. Me hizo creer que estaba enamorado de mí el
muy canalla y cuando descubrí la verdad, sentí que una parte
de mí se rompía. Habíamos estado juntos tres años, tres años
perdidos de mi vida creyendo una mentira, hasta que
rompimos un año después de terminar los estudios.
—No debes pensar en ese bicho. Derek no es así. Sal y
diviértete —me animó Genevieve.
—Y cuando vuelvas, quiero un informe completo, señorita
—añadió Winter.
Reí, aliviando con ello parte de mis nervios y la tensión
que sentía en esos momentos.
Había llegado la hora de prepararme para aquella cita.
¿Quién diría lo mucho que alguien podría tardar en
prepararse? Yo era la clase de persona que no le daba mucha
importancia al aspecto. Vamos, ¿no se dice que lo importante
está en el interior? Eso fue lo que les dije a mis amigas,
recibiendo la siguiente respuesta por parte de Genevieve:
—Sí, pero si el envoltorio también es atrayente, se disfruta
más. —Y me guiñó el ojo.
Así que me pasé toda una tarde, que bien podría haber
aprovechado para hacer otras cosas, intentando verme
presentable. Me obligaron a ponerme un vestido que iba a
juego con mis ojos y a calzarme unos zapatos que tuviesen
algo de tacón. También me ayudaron a dejar mi cabello bien
aun estando suelto (¿Ya he dicho que, si no lo trataba bien, se
me encrespaba?). Me gustaban mis ondulaciones, pero eran
muy difíciles de dominar.
En definitiva, cuando estuvieron seguras de que me veía
bien, me dejaron ver el resultado final. Abrí los ojos, no
creyendo lo que estos percibían. Me sentía bonita y guapa, sin
dejar de ser yo misma. Ahí estaban mis labios, envueltos en
una fina capa de labial rosa. Sin lugar a dudas, mi reflejo era
una versión muy mejorada de mí.
—¿Te gusta?
—Chicas, os quiero —dije atrayéndolas hacia mí para
abrazarlas con fuerza—. Me veo guapa. —Esbocé una amplia
sonrisa para después tirarle un beso a mi reflejo.
Era la primera vez en mucho tiempo que saldría un sábado
por la noche con un hombre al que apenas conocía del trabajo.
Solo esperaba que todo saliera bien.

Derek

Nunca antes había estado tan nervioso y ansioso al mismo


tiempo por una cita. Quería que todo fuese a la perfección para
que así Elliana quisiese repetir de nuevo.
Elliana.
Jamás me había imaginado lo ocurrente que podía llegar a
ser o lo ingeniosa que era cuando se ponía nerviosa. Me había
cautivado esa parte de ella. Eso la hacía verse todavía más
perfecta y real.
Tenía grandes expectativas de aquella salida. Quería
impresionarla, cautivarla, y por ello decidí mostrarme lo más
elegante posible. Me puse un traje de tres piezas, una camisa
blanca y mis mocasines favoritos. La corbata la elegí a juego
de sus ojos tan expresivos y sinceros.
Me puse un toque de colonia masculina y, asegurándome
de que estaba listo para enamorar a la mujer que había
invadido mis pensamientos, salí de ahí.

Respiré con profundidad, releyendo la dirección de su


apartamento por quinta vez en lo que llevaba de noche.
Llevaba fuera del edificio unos diez minutos. Hacía un frío
espantoso, propio de la época del año en la que nos
encontrábamos. Me arrebujé aún más en mi abrigo.
“Venga, solo toca el timbre”, decía para mí en un intento
de armarme de valor. Estaba nervioso. Pero, ¿quién no lo
estaría cuando tras días de insistencia uno conseguía lo que
quería: una salida con la mujer más misteriosa y hermosa con
la que me había topado? “Vamos”, otra vez intenté darme
fuerzas.
Al final decidí dejar las estupideces a un lado y tocar el
portero del edificio que se encontraba en una de las zonas más
tranquilas de la ciudad, muy cerca de donde tuve aquel
encontronazo con Elliana. Todo cobraba sentido ahora. No me
había seguido, había sido solo una casualidad de la vida.
Esa parte tan tranquila de Nueva York me gustó mucho
más que la zona en la que yo vivía. Parecía sacada de un
cuento de hadas. Quitando un par de edificios destinados a los
apartamentos, todo eran casas unifamiliares. En el camino me
había fijado en uno de los parques que había para pasear y me
gustó la idea de llevar algún día a Elliana allí. Me gustaría
caminar cogidos de la mano y reír con ella, cada uno
disfrutando de la compañía del otro.
—¿Sí? —preguntó una voz femenina desde el otro lado del
aparato. No me era nada conocida.
—¿Está Elliana?
Escuché de fondo unos murmullos y un chillido contenido.
Después un “Pásame eso” y el sonido de unos pasos
acercándose. La mujer con la que había hablado fue sustituida
por aquella cuya mirada me tenía embelesado.
—Hola, Derek.
—Elliana, ¿estás lista ya?
—Sí. —Hizo una pausa. La escuché moverse y gritarle a la
que supuse que sería su compañera un “Cállate y no seas tan
pervertida, Winter” que me hizo esbozar una amplia sonrisa.
No la conocía, pero ya me caía bien—. Derek, ¿sigues ahí?
—Ajá.
—No te muevas, bajo en unos minutos.
Y colgó. Y me quedé ahí parado como un pasmarote.
Me pasé una mano por el pelo, un tic nervioso que había
desarrollado en mis años de estudiante ante aquel tipo de
situaciones. Empecé a caminar de un lado hacia el otro como
un león enjaulado. Esos minutos en los que tardó en bajar se
me hicieron eternos.
Por fin la vi. Salió del portal saludando alegremente a una
mujer de edad avanzada. Cuando me vio, en sus mejillas se
instaló un color rojo adorable.
—Hola. —Le sonreí.
Ella me devolvió el gesto.
Por un momento casi muero atragantado por mi propia
saliva al verla. Estaba despampanante, muy distinta a como la
había visto en la empresa. Llevaba un vestido sencillo que le
llegaba por encima de las rodillas y, encima, un abrigo negro.
Los zapatos de tacón no eran muy altos e iban a juego con el
abrigo. Pero lo que más me llamó la atención fue ver su pelo
por primera vez suelto. Tenía unas marcadas ondulaciones que
parecían naturales y que le hacían verse más joven y natural.
—¿Pasa algo? —preguntó sin borrar la sonrisa. En ese
momento me di cuenta de que ella se había dado cuenta de me
había quedado mirándola como un idiota.
—Nada —mentí. No quería que supiera lo mucho que me
había afectado verla de aquella manera, pareciendo tan
deliciosa, tentadora y angelical al mismo tiempo.
Empecé a caminar hacia mi coche, que había aparcado a
unos metros de su edificio. Había refrescado, aunque la
temperatura era más alta que la de la semana pasada. Elliana
caminaba a mi lado sin decir ni una sola palabra. Fue un
silencio cómodo. De vez en cuando nos lanzábamos miradas el
uno al otro. Llegó a un punto que, de pronto, fui consciente de
cómo ella se estampaba de lleno contra una farola.
Reí como nunca sin poderlo evitar.
—¡Ay! —El impacto había sido tal que por inercia se había
caído al suelo. Se masajeó la frente esbozando una mueca de
dolor.
Me agaché a su lado y la miré todavía en pleno ataque de
risa.
—¿Estás bien? —le pregunté segundos después, una vez
que me hube calmado—. Te has dado un golpe muy fuerte.
Su mirada al instante se posó en mí. La observé en busca
de algo fuera de lo común en ella. Salvo una pequeña zona
enrojecida en donde ella había recibido el golpe el resto estaba
bien. Acaricié ese lugar y ambos hicimos una mueca: ella de
dolor y yo de preocupación. Le saldría un buen chichón.
—Ya ves, soy tan atractiva que hasta las farolas me
abrazan.
Ese comentario me hizo sonreír. Adoraba esa parte suya
que salía flote cuando se ponía nerviosa. ¿Que cómo lo sabía?
Muy sencillo, sus mejillas se habían teñido de rojo dándole un
aspecto de lo más inocente.
La ayudé a ponerse de pie de nuevo y, tras sacudirse, nos
pusimos de nuevo en marcha.

—¿A dónde me llevas?


Sonreí pensando en mis planes. La llevaría a uno de los
restaurantes más exclusivos de la ciudad, aquel que tanto me
había costado reservar debido a la demanda que tenía. Por
suerte, pude hacerlo. Confieso que había hecho la reserva
mucho antes de que Elliana aceptara salir conmigo, cuando
todavía me rechazaba. Digamos que había estado seguro de
que me diría que sí muy pronto, y no me equivoqué, ¿verdad?
—Pronto lo verás.
Pese a que mantuve mi mirada en la carretera, sentí su
mirada en mí.
—Oh, vamos, no me dejes con la intriga.
Mi sonrisa se amplió aún más al oír aquel comentario de lo
más infantil. Poco a poco había conseguido que Elliana se
dejara llevar y que no estuviese tan nerviosa y tensa, y eso me
gustaba mucho de ella. Que fuese ella misma era una de las
cualidades que más valoraba en una persona. Odiaba a las
personas falsas, esas fingen ser lo que no son solo para caer
bien al resto.
—Ahí está el punto. Quiero que sea una sorpresa.
—Sonreí con malicia.
Soltó un ruidito muy mono a modo de queja, pero no dijo
nada. Por el rabillo del ojo vi que en sus labios se había
formado un puchero irresistible.
—¿Puedo hacerte una pregunta? —le pregunté pasado
unos minutos en silencio. Había parado el coche para dejar
pasar a varios peatones por el paso de cebra.
—Ya lo estás haciendo. —Había empleado un tono
travieso.
—Muy graciosa, listilla. —Reí con falsedad.
—Adelante, ¿qué es lo que quieres saber?
—Pues me gustaría que me contaras algo más sobre ti.
Quiero conocerte.
Elliana se quedó unos minutos callada, quizás sopesando
su respuesta o quizás impactada por mis ganas de conocerla.
—Mmm… No sé qué contarte, la verdad. Mi vida es algo
aburrida. Mis padres tienen una pequeña pastelería en Phoenix
—empezó a contar acomodándose en el asiento del copiloto—.
Recuerdo haber trabajado en esa tiendecita a lo largo de mis
años de carrera universitaria para ganarme un dinero extra. —
Sonrió evocando quizás esos momentos.
Aceleré de nuevo y continué escuchándola:
—Tengo un hermano tres años menor que yo. Pese a que
cuando éramos niños no nos aguantábamos, ahora somos
inseparables. Nos lo contamos todo, desde las cosas que
apenas tienen importancia hasta lo más relevante.
Su gesto no se borró en ningún momento. Por el rabillo del
ojo vi que sus ojos brillaban por la emoción, conteniendo
varias lágrimas.
Por fin llegamos a nuestro destino. Aparqué el coche en
uno de los primeros sitios libres que logré encontrar y que
sorpresivamente estaba muy cerca del restaurante.
Al llegar al lugar, un hombre de mediana edad vestido de
etiqueta nos invitó a pasar después de darle el nombre de la
reserva. El local era uno de mis preferidos. La comida era
exquisita y el ambiente era muy hogareño. Adoraba los toques
parisinos del lugar, dándonos esa sensación de haber viajado
una cantidad descomunal de kilómetros cuando estaba a tiro de
piedra de dónde vivíamos.
Vi cómo mi acompañante miraba el lugar, deslumbrada.
Tenía una hermosa sonrisa dibujada en sus labios y los ojos se
le habían iluminado.
—Amo Francia —me explicó—. Su cultura me fascina y
me encanta hablar francés. Ojalá algún día pueda viajar allí.
¿Sabes? Es uno de los viajes que tengo pendientes.
La miré un poco sorprendido.
—¿Hablas francés?
Ella asintió con la cabeza sin borrar ese bonito gesto de sus
labios.
—Es uno de mis idiomas favoritos.
Solté un silbido, totalmente maravillado.
—¿Sabes algún otro idioma? —quise saber.
Otra vez afirmó con la cabeza, moviéndola arriba y abajo.
—Sé a parte del nuestro y del francés, castellano, alemán,
italiano, un poco de chino y ruso, coreano… —fue
enumerando ella al mismo tiempo que con sus manos hacía el
recuento—. ¿Y tú, sabes algún idioma? Supongo que sí.
Que pasara su atención a mí me gustó. Amaba escucharla,
pero también me gustaba hablar sobre mis intereses. Parecía
que Elliana era de la clase de persona a la que le interesan no
solo hablar a ella, sino que dejan que el resto también hablen.
Había salido con varias mujeres con anterioridad que solo
hablaban sobre sí misma. Que me dejaran hablar a mí era uno
de los mayores regalos que una persona podía hacerme.
—Has supuesto bien. Sé castellano, alemán e italiano a la
perfección. También puedo chapurrear algo de ruso y hace
poco he empezado a estudiar japonés.
—¡Vaya!
Iba a decir algo más, pero no pudo ya que la camarera, una
mujer unos años mayor que nosotros, llegó para apuntar
nuestros pedidos. Ambos le dijimos lo que queríamos y, antes
de irse, nos preguntó:
—¿Qué van a querer de beber?
—Yo quiero un poco de vino con gaseosa y ella… —La
miré pidiéndole en silencio que le dijera la bebida que quería.
Me sorprendieron mucho sus palabras.
—Yo prefiero agua.
Cuando la mujer se fue, le pregunté lo siguiente sin apartar
la mirada de ella:
—Pensaba que pedirías una copa de vino también.
Sus mejillas se tornaron un poco rojas. ¿Habría metido la
pata?
—Oh, no. No me gusta el alcohol.
¡Vaya! Era la primera mujer que conocía, sin contar a
Emily, que no bebía alcohol. Me gustaba. No sabría decir por
qué, pero esa faceta suya me agradaba mucho.
Ninguno volvimos a decir algo hasta que la misma mujer
nos trajo las bebidas.
—Así que eres una mujer que sabe muchos idiomas —dije
de nuevo para romper el hielo.
—Sí. Adoro aprender cosas nuevas, en especial si tienen
que ver con los idiomas. Además, me gusta ponerlos en
práctica viajando por el mundo. Este verano, sin ir más lejos,
he estado en España perfeccionando mi pronunciación. Diría
que sus costumbres son extrañas, pero creo que ellos dirían lo
mismo de nosotros. —Rio como si hubiese contado un gran
chiste.
—En eso estoy de acuerdo contigo. Estuve allí hace casi
un año por asuntos de trabajo y he de decir que me impactó la
Feria de Abril y que al parecer siempre tienen excusa para
festejar.
Elliana me miraba como si estuviese diciendo la cosa más
alucinante e interesante de todas. Había un brillo curioso en
sus ojos y una sonrisa se había instalado en sus labios.
—Sigue hablando, por favor —pidió ella sin apartar la
mirada—. ¿Qué más lugares has visitado?
Esbocé una de las sonrisas más sinceras que nunca antes
había dado. Me encantaba hablar de ello. Los viajes eran uno
de mis pasatiempos preferidos.
—He estado en tantos sitios… Roma, Singapur, Tokio,
Tailandia…
Había estado en tantos países en tan poco tiempo… A mis
padres siempre les había gustado viajar y desde pequeño nos
habían inculcado a mi hermana y a mí aquello, creando en mí
una gran pasión el ser conocedor de la cultura de aquellos
lugares que visitaba.
—Vaya —dijo Elliana en apenas un hilillo de voz,
maravillada.
Nos sirvieron la comida y enseguida nos enfrascamos en
una conversación cómoda en la que yo le hablaba de sobre mis
gustos. No dudé en contarle mi afición de cantar bajo la ducha,
provocando que una risa suave se escapara de los labios de mi
acompañante.
—¿En serio? —preguntó ella todavía en un ataque de risa.
—Sí.
—Pagaría por ver eso.
Una sonrisa maliciosa se dibujó en mis labios al pensar en
esa escena que, si bien aún era pronto, me gustaría que
sucediese entre nosotros dos. Ella era una mujer deseable,
llena de atributos, y yo no era un hombre de piedra.
—Podrías si quisieras. —La miré con intensidad.
Nunca antes había visto una imagen tan adorable como la
de Elliana ruborizándose de pies a cabeza al captar mi
indirecta. Intentó decir algo, pero todo lo que salía de su boca
eran palabras temblorosas e incomprensibles.
Después de tomar nuestro postre, ella una copiosa tarta de
arándanos con helado que no sé cómo pudo terminar, y yo un
flan casero, dimos un paseo. Había descubierto que adoraba la
comida y que no se cortaba ni media al comer grandes
cantidades de alimentos. Recuerdo que mi ex novia tenía unas
dietas muy extrañas. Elliana era muy diferente a ella… Y eso
me gustaba. Aquella mujer tan cautivadora no era
extremadamente delgada ni estaba llena de curvas. Las tenía
donde debía. También su carácter era distinto. Mientras que
Alison era toda una manipuladora y controladora, Elliana era
más tranquila y tímida.
La llevé de vuelta a su casa ya bien entrada la noche.
Aparqué el coche a dos calles de ahí y la acompañé hasta su
apartamento.
—Muchas gracias por la cita —dijo ella en cuanto
llegamos a la puerta—. Ha sido divertido.
Sonreí de oreja a oreja y, pese a la oscuridad, distinguí el
brillo de sus ojos.
—No me las tienes que dar. Yo también lo he pasado bien.
En un momento dado me quedé mirando sus labios y un
deseo de besarlos me embargó. Fue tal el impulso que me fui
acercando a ella despacio. Elliana en vez de alejarse, se fue
acercando cada vez más y más. Pronto estábamos tan cerca
que nuestros alientos se entremezclaban y nuestras narices se
rozaban.
Alcé una mano y la deposité en su mejilla acariciándola
con suavidad mientras que la otra la llevaba a su cintura para
acercarla más a mí. Ella no se quedó muy atrás. Llevó sus
manos a mi cuello y las enredó ahí, dejando todo su peso sobre
mi pecho.
Fue un momento mágico que, por desgracia, alguien
rompió.
—¡Elli! —El grito jubiloso de una niña pequeña nos hizo
separarnos de golpe.
Las mejillas de mi acompañante se volvieron a teñir de un
color escarlata intenso.
—Leyre —dijo ella.
La pequeña iba acompañada de la que supuse que sería su
madre, una mujer de apariencia extrañamente joven. Ella iba
unos pasos por detrás. En cuanto vio las escenas, sonrió a
modo de disculpa, comprendiendo al instante que su hija había
interrumpido nuestro beso.
Porque tenía unas ganas irrefrenables de besarla y de
hacerla mía allí mismo. Era tan sexi y sensual que me había
costado controlarme.
—Buenas noches—nos saludó.
—Buenas noches, Mary. ¿Qué tal estás?
—Bien, bien. Recuerda que mañana me habías prometido
que cuidarías de Leyre por la tarde.
—No te preocupes por ello, he organizado una tarde de
juegos.
Me sorprendió oír aquello. ¿A parte de trabajar en la
editorial también cuidaba a esa niña cuando su vecina se lo
pedía? Esa mujer era oro puro.
—Elli, ¿quién es él? —preguntó Leyre de pronto,
señalándome con el dedo.
—¡Hija, es de mala educación preguntarlo! —la regañó su
madre.
—¿Es tu novio? —siguió insistiendo ella sin hacerle caso.
Por un momento deseé que esa respuesta fuese afirmativa,
pero sabía que todavía no éramos nada. Solo quería ocupar un
lugar importante en el corazón de Elliana.
Su respuesta me sorprendió, pero más aún la mirada que
me regaló.
—Estamos en ello, pequeño monstruo.
Me sentía feliz, burbujeante de alegría. Eso significaba que
estaba dispuesta a intentarlo. Mis esperanzas se estaban viendo
alimentadas en esos momentos. Claro que quería intentar algo
con ella. Me gustaría darle todo de mí.
La madre y la niña se despidieron de nosotros y entraron
en el edificio. Elliana me lanzó una sonrisa a modo de
disculpa.
—Siento la interrupción.
—No pasa nada —mentí cuan bellaco—. Nos vemos el
lunes.
Le di un beso en la mejilla y me fui de ahí. Cuando llegué
a mi departamento, sonreía como un bobo. Me había gustado
mucho aquella cita y tenía muchas ganas de repetir. Elliana, no
te ibas a librar de mí tan fácilmente.
Elliana

En cuanto Derek desapareció de mi vista, volví a respirar con


normalidad. Me llevé la mano al punto exacto en el que sus
labios habían hecho contacto con mi mejilla. Me habría
gustado que ese beso hubiese sido en otro lado, pero por el
momento me conformaba.
¡Habíamos estado a milímetros de besarnos! ¡Oh, señor!
¡Había estado a punto de intercambiar saliva con don señor
caliente y sexi, el hombre indomable o como queráis llamarlo!
Sonriendo como una boba, llegué a mi apartamento. Todo
estaba en silencio, por lo que supuse que mis compañeras de
piso ya estarían durmiendo. Avancé hasta mi habitación con
sigilo, no queriendo despertar a nadie y, cuando llegué, me
dejé caer sobre la cama.
«Ha sido un gran día», me dije sin borrar aquel gesto de
mis labios.
Me puse el pijama más calentito que tenía, uno que tenía
un gran búho en el frente y que era de pelo rosa, me quité el
maquillaje y me acosté. Lo último que vi fue esa sonrisa tan
irresistiblemente adorable que tenía Derek.
Por la mañana sufrí el interrogatorio de Winter y
Genevieve: ¿Qué tal tu cita con ese hombre tan sexi?, fue la
primera pregunta a la que le siguió: ¿Qué habéis hecho? ¿A
qué horas llegaste? y ¿Hubo beso?
Me atraganté con mi propia saliva. Mis mejillas empezaron
a arder al pensar en aquel momento tan mágico en el que había
estado a punto de besarme. ¿Qué les diría? ¿Que había sido un
casi beso?
—En teoría sí, ha habido beso.
Error. Se abalanzaron sobre mí como si estuviesen
sedientas y yo tuviese el único acceso al agua que saciaría esas
ansias.
—¡¿Qué?! Eso es muy bueno, Elli —exclamaron ambas
dando saltitos de alegría.
—Por fin te quitas la soltería que llevas contigo desde hace
unos años —comentó Genevieve.
—¿Cómo fue?
—¿Besa tan bien como aparenta?
Buff, sus preguntas me estaban asfixiando. Sentía que cada
una de ellas me oprimía cada vez más mi pecho dejándome
poco a poco sin aire.
—He dicho que me ha besado en teoría —empecé a
explicarme.
Ambas me miraron expectantes.
—¿Y la práctica dónde se queda? —me preguntó Winter
sin apartar su mirada de mí. Un mechón dorado se le había
salido de la cola de caballo que se había echo aquella mañana.
—Bueno, iba a besarme, pero nos interrumpieron.
Genevieve dio un golpe en la mesa y se carcajeó.
—¡No puede ser! —decía entre risas—. ¡Estas cosas solo
te pasan a ti!
—¿Podemos saber quién os interrumpió?
—Claro. —Sonreí—. Ese pequeño monstruo llamado
Leyre.
Ahora fue Winter quien se carcajeó. Se tapó la boca con
las manos para no reír como una histérica.
—¡No me lo puedo creer! —exclamó.
—Pero sí que hubo beso en la mejilla.
Genevieve puso los ojos en blanco.
—Eso no se considera beso, beso.
—Pobre Derek. Leyre le ha cortado el rollo.
Después de aquella conversación, las chicas y yo nos
preparamos para salir a una cafetería que estaba cerca para
desayunar con Landon. Genevieve quería hablar con nosotros
sobre la semana del oficio de la pequeña escuela en la que
trabajaba.
—Primero, antes que nada, quiero daros las gracias por
haber aceptado. Me habéis quitado un gran peso de las
espaldas.
—No es nada. Estamos encantados de participar, ¿verdad?
—dijo Landon sonriente.
Bueno, eso de estar encantado… Pero no podía
desilusionarla, así que asentí con la cabeza enérgicamente pese
a esa pequeña oleada de náusea que me embargó.
—Como bien sabéis, esta semana en la escuela de Lake
City se han organizado una serie de charlas para que los niños
y niñas conozcan los distintos trabajos que podrían
desempeñar en el futuro —nos explicó—. Bien, ha habido una
pequeña modificación en el horario, ya que ha habido una
serie de cancelaciones de última hora. Landon y Winter, os
necesito el martes. ¿Podríais hacerlo?
Los ojos pardos de Genevieve se clavaron en mis dos
amigos. Mientras ellos afirmaban con la cabeza con fuerza, yo
tomé un pequeño sorbo de mi bebida humeante. El olor a
cacao me invadió las fosas nasales, provocando que todos mis
sentidos se disparasen.
—¡Claro! —exclamó Landon—. Tendría que hablarlo
primero con mi superior, pero me dejará.
—Lo mismo digo —le dijo Winter sonriendo cálidamente.
—Y tú, Elli, no tienes que modificar nada. El miércoles
expondrás delante de mi clase de cuarto curso.
Sentí que las palmas de las manos me sudaban y que el
corazón me latía con fuerza dentro de mi pecho. Conocía esa
sensación de pánico y terror que me daba hablar en público. Ni
siquiera tenerlo ya preparado me tranquilizaba. ¿Qué le diría a
esa panda de críos sobre mi trabajo?
—¿No sería mejor que Landon y yo fuésemos juntos el
mismo día? —propuse. Si al menos él fuese conmigo, me
daría cierta seguridad. «Por favor, Genevieve, déjale venir
conmigo», rogué para mis adentros.
Pero nada estaba de mi lado ese día. ¡Qué fiasco!
—Créeme que me gustaría, pero no puede. No habrá más
modificaciones. Mañana todo este trajín empezará. —Suspiró
mientras se hacía a un lado la trenza francesa que Winter le
había hecho esa mañana. Digamos que mi mejor amiga era la
peluquera oficial de la casa.
En ese momento vi lo tensa que estaba. No era ningún
secreto que cuando había alguna semana especial en la escuela
donde trabajaba, Genevieve se mostraba más estresada. «¿Por
qué?», me pregunté.
Supuse que sería porque se habría tenido que organizar
todo desde el principio. No había debido de ser fácil contactar
con distintas personas que trabajen en ámbitos diferentes. Creo
recordar cómo mi amiga pelirroja estuvo casi dos horas
charlando con uno de los que darían una charla sobre
repostería intentando convencerle. Puf, pobre Genevieve.
Ahora entendía esa tensión.
Continuamos charlando mientras desayunábamos, pasando
la mañana juntos. En varias ocasiones reí ante los comentarios
de mis amigos. Adoraba esos momentos de relajación que
teníamos los tres. En un momento dado, Landon volvió a sacar
el tema de la escritura.
—¿Qué tal llevas la novela que estás escribiendo?
No fue una pregunta a malas, simplemente tenía
curiosidad. Así que mi respuesta fue de lo más natural.
—Bien. Ya he llegado a la parte en la que hay salseo. —
Sonreí, orgullosa de mi nuevo proyecto. Hacía unos pocos
meses que lo había empezado y había trabajado muy duro en
ello.
Winter, sentada a mi lado derecho, se empezó a reír con
fuerza, a la que le siguió Genevieve. Claro está, mis únicas dos
lectoras.
—Joder que si hay salseo. Elli, no sabía que el erotismo se
te daba tan bien —comentó aquella rubia con una sonrisa
mordaz.
Sí, era novela erótica. En ella había puesto todo mi
empeño y las fantasías que había tenido a lo largo de mi vida.
Mi protagonista, a quien había llamado June, era una mujer
que tras vivir una noche salvaje con un desconocido había
tenido toda clase de encuentros con él hasta llegar el punto de
que esa atracción se había transformado en amor en su estado
más puro. Sí, a veces podía ser de lo más ñoña posible, pero
así era yo, una romántica empedernida. ¿A quién no le gustaría
encontrar el amor de su vida de la manera más desastrosa y
engorrosa posible?
—Creo que es la mejor novela que has escrito en tu vida.
Tiene todo lo que a las mujeres nos gusta: amor, cotilleo,
ganas de desnudar y comerse al protagonista, unas zorras
asquerosas y drama, mucho drama.
—¿Alguna vez has pensado en que alguno de tus escritos
vea la luz, Elli? —preguntó Landon con toda la seriedad
posible.
¿Que si alguna vez lo había pensado? ¿Cuándo no? Es
cierto que me habría encantado ver uno de mis manuscritos en
una librería, pero sabía que no era tan buena como me lo
decían mis amigos. Amaba escribir, pero solo como un hobby.
¿Quién más disfrutaría mis trabajos?
—Ojalá, pero es muy difícil. Además, tal y como están los
tiempos, muy pocas editoriales están dispuestas a financiar un
libro sin pedirle ni un solo centavo al autor. Ojalá pudiese
mostrar al mundo, aunque sea uno de mis proyectos…
En varias ocasiones había soñado con ello. Había personas
adictas al café o al chocolate. Había personas que amaban salir
a correr o nadar. Había personas que preferían una noche de
fiesta que pasar horas atendiendo en clase o yendo al trabajo.
Yo no era de esas personas. Yo era una adicta a la escritura, la
que me había sacado de tantos problemas.
Recuerdo bien aquel periodo en el que estuve deprimida
cuando Tyler me puso los cuernos con mi ex mejor amiga.
Recuerdo también cuando los pillé: vi cómo se daban un gran
beso con lengua, profundo y apasionado. Tyler nunca me había
besado así. Recuerdo lo traicionada que me sentí. Gracias a la
escritura pude salir de ese bache y de esa burbuja asfixiante de
dolor y de baja autoestima.
Era un medio para desahogarme que me sirvió más que
cualquier terapia. Mis amigos también me ayudaron. Su apoyo
fue fundamental para que saliera de esa, aunque pagué un
pequeño precio: desconfianza hacia los hombres. Por eso no
quería salir al principio con Derek.
Derek. Sonreí pensando en él. ¿Qué estaría haciendo? ¿Le
habría gustado la salida tanto como a mí?
Tomé un trago de mi bebida y me centré de nuevo en la
conversación.
—Hay un modo de autopublicar, por así llamarlo, en el que
no debes pagar nada. Es gratuito. Eso sí, tú tampoco ganarás
nada —explicó Genevieve ganándose la atención de nosotros
tres—. ¿Qué? Una compañera del trabajo ha publicado ahí y
está muy contenta con el resultado.
—¿Cómo se llama la editorial? —le preguntó Winter a la
pelirroja con curiosidad.
Ella arrugó el morro como si hubiese comido u olido algo
desagradable.
—No es una editorial en sí —nos explicó, clavándonos sus
ojos pardos cubiertos de unas pestañas llenas de rímel—, pero
puedes publicar cuantas historias quieras. Se llama Wattpad.
—¿Watt-qué? ¿Qué es eso?
Nunca en mi vida había oído hablar de eso. ¿Qué era? ¿Se
comía?
—Wattpad. —Genevieve rio al ver nuestra cara de póker.
Elevé una ceja, intrigada e interesada al mismo tiempo.
—¿Qué es exactamente eso? —preguntamos todos igual de
confusos que antes.
La pelirroja sonrió, divirtiéndose de lleno con la situación.
¿Quién no lo haría cuando los tres estábamos tan perplejos
como aturdidos?
—Wattpad es una red social como lo son Facebook o
Twietter—explicó—. En vez de publicar post absurdos y
cortos, ahí puedes publicar cuantas novelas quieras de
cualquier género. Además, permite que los lectores sean de
otros países como Inglaterra o Irlanda. Créeme, este es un
modo muy bueno de saber si eres buena en esto.
Genevieve hablaba con tanta confianza que me daban
ganas de llorar. ¿Eso creían de mí mis amigos? ¿Que tenía
talento? Aunque, siendo sincera, esa no fue la primera
conversación que había tenido con ellos sobre mis escritos.
Ellos siempre me habían demostrado su apoyo. ¡Ellos
confiaban en mí! ¿Por qué yo no podía hacer lo mismo?
—Lo malo —siguió diciendo ella— es que muchos de los
lectores se conforman con historias mediocres y, en la mayoría
de los casos, mal escritas. Es aberrante, te lo juro, e indignante
que haya obras muy buenas que apenas tengan visitas. Lo he
visto. —Genevieve hizo un sonido extraño, una mezcla entre
un suspiro, un gruñido y un bufido—. A veces hay novelas con
una trama muy buena, pero con una gramática y una ortografía
que te hacen sangrar los ojos.
Reí. A veces ella podía ser muy dramática. No creía que
fuera para tanto.
—Lo bueno es que, como ya te he dicho, puedes compartir
tus obras con el mundo sin pagar nada. No solo eso, Wattpad
te deja ver desde qué parte del planeta lo hacen, el porcentaje
de cada franja de edad y el porcentaje de cada género. No sé
tú, pero me parece una buena forma de meterse en el mundillo,
¿no crees?
Estaba muda. Tenía tal grado de asombro que mi garganta
parecía que se había cerrado y que mis cuerdas vocales se
negaban a actuar. ¡Claro que era un buen modo de empezar!
La pregunta era: ¿lo intentaría?
—Por cómo lo pintas, Genevieve, parece estar de fábula —
dijo Landon arremangándose las mangas de la camisa hasta los
codos. Había un grupo de mujeres de nuestra edad que no le
quitaban ojo de encima al mismo tiempo que babeaban como
si fuesen perras en celo.
—Sí, y no solo eso. También permite a los lectores
interactuar tanto con el autor como con la obra en sí. Ellos
pueden comentar cada capítulo o parte de la historia bien para
alentar al escritor bien para hablar con los personajes. —Mi
amiga hizo comillas con los dedos al decir “hablar”—. Y lo
digo entre comillas porque todos sabemos que es imposible
comunicarse con un personaje.
—También pueden votar cada parte e incluso enviarle al
autor mensajes privados —continuó diciendo ella—. No solo
eso, en ocasiones varios usuarios crean una serie de concursos
que podrían, creo yo, ayudarte a ganar más confianza en ti
misma. Y, si te sientes valiente, podrías participar en el gran
concurso anual llamado The Wattys.
—Elli. —Extendió los brazos hacia mí y me cogió las
manos. Les dio un suave apretón mostrándome así su
confianza—. Eres buena, solo quiero que el resto del mundo y
tú lo sepáis.
Sus palabras me dejaron sin habla. Pero ¿cómo no hacerlo
cuando alguien tan cercano a mí, como bien lo eran
Genevieve, Winter y Landon, me hablaba con tanta
determinación y seguridad? Ellos creían en mí. Ya era hora
que yo misma lo hiciera.
—Creo que es una buena idea —hablé, expresando con
esas palabras mis pensamientos—. ¿Por qué no? Podría ser
divertido. —Sonreí.
Los tres imitaron mi gesto, con una alegría contagiosa y,
pronto, se abalanzaron sobre mí.
—¡Abrazo de equipo!
Sí, a veces podían ser muy infantiles, pero ¿cómo rechazar
ese abrazo que tanto me gustaba?
—¡Ahora tienes que hacerte un perfil, pensar qué obra
quieres subir y crear una portada llamativa!
Y la conversación siguió así el resto de la mañana.
Elliana

—Me gusta esa fotografía. Creo que sales muy favorecida.


—¿Tú crees? —Volví a mirar la pantalla del ordenador, en
donde había una imagen mía que había tomado hacía unas
semanas durante una de las tantas salidas que habíamos hecho.
Genevieve tenía razón en algo, salía muy bien en esa foto. Me
gustaba mi sonrisa sincera que estaba plasmada. Recuerdo que
momentos después empecé a reír como una demente.
Ella esbozó una sonrisa agradable.
—¡Claro! Creo que deberías ponerla como foto de perfil.
Hice una mueca. Todavía pensaba que era una mala idea
poner una imagen mía. ¿Y si alguien conocido leía esa historia
y me reconocía? Sería toda una situación vergonzosa por la
que no quería pasar. Lo mejor sería mantenerme en el
anonimato por si acaso.
—¿Y si en vez de poner una fotografía mía, pongo una
imagen de Google con la que me identifique o un dibujo?
Mi amiga puso los ojos en blanco.
—¿Va en serio o es solo una broma tuya?
La miré con total seriedad.
—Te estoy hablando en serio.
Genevieve se llevó una mano a la frente y se golpeó, en un
acto de demostrarme que estaba perdiendo la paciencia
conmigo. Se levantó desde el otro lado de la mesa del comedor
de madera oscura y la rodeó para dejarse caer en la silla de al
lado. No apartó esa mirada tan penetrante de mí en ningún
momento.
—Dame una razón, solo una, para no hacerlo.
—Porque… —¿Qué le diría? ¿Que no quería que las
personas me reconocieran? No podía. Ella quería todo lo
contrario de mí, se notaba a leguas de distancia solo con mirar
la ilusión que le hacía que hubiese aceptado dar ese pequeño
paso—… Porque quiero permanecer en el anonimato.
—No sé yo. —Negó con la cabeza—. Yo creo que deberías
publicar bajo tu nombre.
—Pero —contraataqué— piensa en el misterio. Es muy
atrayente.
—Mmm… —Genevieve parecía sopesarlo—. Creo que
tienes razón. ¿Has pensado ya qué nombre de usuario vas a
usar? —preguntó, mirando la pantalla de mi ordenador
portátil.
Sonreí de forma lobuna. Claro que lo había estado
pensando, y mucho.
—Sirenia —dije simplemente.
Genevieve me señaló con el dedo, un gesto que me
demostraba que le había gustado.
—Me gusta. Tiene gancho y da ese aura de misterio que
tanto quieres.
Bajo la atenta mirada de mi amiga, rellené todos los datos
que la plataforma me pedía como nombre y apellidos, correo
electrónico y usuario. Me gustaba el diseño que tenía con el
fondo anaranjado. El logo era una gran “W” metida en un
cuadrado naranja.
Una vez hecha la cuenta, le di a “crear nueva historia”. Lo
primero que hice fue insertar la portada que Winter había
creado para el manuscrito que actualizaría cada dos días.
Genevieve me había jurado que, si era una escritora
perseverante, podría hacerme un hueco en aquella comunidad
de lectores. La novela que subiría era un romance que me
había llevado un par de años crear. El amor entre un príncipe y
una plebeya era algo que siempre me había gustado, a pesar de
ser visto como un cliché. Pero eso no me había echado para
atrás. Me sentía muy orgullosa de ella.
He ahí el porqué de mi miedo. ¿Y si no les gustaba ese
trabajo que me había llevado mucho tiempo crear? ¿Y si en
realidad no era tan buena como mis amigos decían?
—¿Crees que a los lectores les gustará? —pregunté
temerosa de que la respuesta fuese negativa.
—¿La portada? ¡No lo dudes! Winter tiene una mano de
oro con el diseño. Ha quedado llamativa, pero sencilla. —Y
era cierto. La portada tenía un fondo oscuro. En el centro había
una corona de rey y encima, en letras llamativas y en cursiva,
el título del libro. Debajo, casi oculto, estaba el pseudónimo
que utilizaría, Sirenia.
No dije nada. Continuamos paso a paso. Escribí la sinopsis
que había creado en su día y que había estado revisando ese
día una y mil veces. Le di a guardar y me dispuse a escribirla
de nuevo en la primera parte de la novela añadiéndole una
pequeña nota de autora en la que les informaba a aquellos que
se animaran a leer mi novela qué días publicaría y que estaba
agradecida y temerosa de compartir con ellos una parte de mi
vida.
Le di a guardar en borrador y me dispuse a copiar y pegar
los primeros cinco capítulos de mi obra que tenía en formato
Word en cada parte de la plataforma naranja. Los adorné un
poco, agregándole imágenes y vídeos que creía que iban
acorde con la historia y, una vez estuvo todo hecho, crucé los
dedos y publiqué cada parte.
En ese momento publicar ahí me daba una sensación de
temor y agobio inmensa. ¿Quién diría lo que ocasionaría?
—Me gusta tu pelo —dijo Leyre mientras pasaba un
cepillo entre las hebras doradas de mi cabello.
La madre de la pequeña de cinco años tenía que trabajar y
debido a eso me había pedido a mí que cuidara de ese
renacuajo. La mujer trabajaba en un restaurante como
camarera y no podía dejarla con nadie más. No la culpaba.
Ella, que solo tenía un par de años más que nosotras, era
madre soltera. ¿El padre? Ese capullo las había abandonado
nada más saber que Leyre estaba en camino. Mis amigas y yo
siempre intentábamos ayudar a Mary en todo lo posible: no
sólo cuidábamos de su hija, sino que también si por lo que sea
le costaba llegar a fin de mes, le echábamos una mano. Para
eso estábamos las vecinas, ¿no?
—A mí me gusta el tuyo —le dije sin moverme. Era cierto.
Tenía un cabello marrón chocolate precioso, además de ser
lacio.
Tenía la mesita de cristal a unos metros de mí. Mientras
que yo estaba sentada en el suelo, la niña se encontraba de pie,
haciéndome una serie de peinados que yo a su edad (y a la
mía) desconocía. Al principio se me hacía extraño que ella,
siendo tan pequeña, los supiera hacer; pero al ver cómo su
madre la peinaba y se recogía el pelo a sí misma me fui
haciendo a la idea de a quién habría salido.
—Mami dice que eres muy guapa —comentó ella con aire
distraído mientras continuaba con su labor.
—¿Y tú no? —Hice un puchero falso volviéndome un
poco hacia ella.
—Yo también lo creo. Me gustan tus ojos. ¿Cómo lo haces
para que sean así de azules?
Ese pequeño comentario suyo me hizo reír.
—En la fábrica de ojos. Cuando seas mayor, dile a mami
que te lleve, ¿vale?
Leyre infló mucho las mejillas y soltó un quejido.
—¿Por qué no puedo ahora? —se quejó moviendo sus
bracitos de una manera adorable.
Mmm… Buena pregunta. ¿Por qué no?
—Porque duele. Y mucho. Y a ti no te gustan las agujas.
Hizo una mueca de dolor.
—¡Oh, entonces me quedo con mis ojos! No la quiero.
Todo tuyos. —Movió la cabeza de un lado a otro provocando
que sus dos coletas se balancearan con ese gesto.
Reí con ganas y cuando terminó de hacerme una trenza le
revolví el cabello con ternura.
—¿Quieres ir al parque? —le pregunté al ver que hacía un
día precioso y soleado de primeros de febrero. Todavía hacía
frío, pero se podía estar en la calle.
Los ojos de la niña, de un color gris que me cautivaron
desde la primera vez que la vi cuando apenas rondaba el año,
se agrandaron. Empezó a dar saltitos en el sitio de la emoción.
—Sí, por fa, Elli. —Y puso los ojos de cordero degollado.
Solté una risita y señalé su abrigo.
—¿Quieres ir al baño? Recuerda que después no podrás.
Leyre se fue al único baño del apartamento, el que estaba
pegado al salón. Mientras tanto, fui a mi habitación y me
coloqué el abrigo negro que combinaba con mis medias y mis
botines. Cogí uno de mis bolsos favoritos, aquel en el que
estaba segura que era de la misma capacidad infinita que el
bolsillo mágico de aquel dibujo que tanto me gustaba de
pequeña y que ahora aborrecía por la de veces que había vistos
a ese gato azul y a su fiel amigo haciendo travesuras sin parar
a raíz de que a ese pequeño monstruo le encantaba.
Cuando volví al salón, la niña ya se había puesto su abrigo,
pero se lo había atado mal.
—Déjame ayudarte. —Me agaché y le fui corrigiendo
aquellos botones que había abrochado mal. Una vez listas, le
sonreí—. ¡Vayámonos a divertirnos!
—Sí —me secundó ella.
Entre risas, ambas salimos de casa.

—¡Elli, mira cómo me tiro!


Leyre se lo estaba pasando en grande. Habíamos ido a un
pequeño parque de juegos que había a unas manzanas de los
apartamentos en donde ambas vivíamos.
Miré cómo se tiraba por el tobogán y cómo volvía a subir.
Fui consciente de que, a su lado, muy cerca de ella, había un
niño de tres años. Me levanté del banco y me acerqué al
espacio de juegos.
—Ten cuidado, Leyre. Recuerda que no estás tú sola —le
advertí cuando casi había tirado a ese pequeño al suelo. Al ver
hacia dónde tenía puesta la mirada, sus mejillas se colorearon
de una tonalidad rosa que me mostró que había sido un acto no
intencionado.
—Lo siento, lo siento —se disculpó tanto conmigo como
con la madre de ese pequeño—. Ha sido sin querer.
La mujer me brindó una sonrisa agradecida y miró a Leyre
sin borrar ese gesto.
—No pasa nada, pequeña. Continúa jugando.
Y eso hizo.
La mujer volvió atención a mí mientras vigilaba muy de
cerca a su hijo, el que se había acercado de nuevo a Leyre.
—Su hija es una niña muy educada.
Abrí los ojos y la boca para replicar al mismo tiempo que
mis mejillas se incendiaban.
—Oh, muchas gracias. —Sonreí de manera apenada—.
Pero me temo que ella no es mi hija. Es hija de una de mis
vecinas. Yo solo me encargo de cuidarla.
—Y también es mi mejor amiga. —El pequeño monstruo
se había acercado a nosotros sin que yo me diera cuenta,
ocasionando un sobresalto en mí.
—Leyre, ¿cuántas veces te he dicho que no me des esos
sustos? —la regañé.
—Muchas. —Y rió de forma aniñada antes de volver al
juego.
Me quedé ahí, vigilándola hasta que creí que había pasado
el tiempo suficiente como para que la niña descansara un poco.
La invité a una merienda en una de las teterías que más me
gustaban de la zona. Mientras ella tomaba un batido de
chocolate yo opté por un smothie de mango, que era
básicamente lo mismo que un batido, pero en vez de leche le
echaban yogur.
Tomamos nuestros pedidos entre risas. Para compartir
había pedido un cupcake de fresa. Joe, uno de los gerentes,
sabía que era alérgica a las nueces y me había prometido que
ninguno de los cupcakes del día llevaba ese ingrediente.
—¿Quién era ese hombre con el que estabas anoche?
El líquido que estaba sorbiendo de mi smothie casi se me
atragantó en la garganta. La miré con sorpresa.
—Era un amigo. —Revolví el líquido del vaso de cristal
con la pajita.
—Estaba muy cerca de ti como para que fuera un amigo.
La miré. Había un brillo travieso en su mirada, uno que
dejaba muy claro las palabras “Te he pillado con las manos en
la masa”.
—Vaya, no sabía que dos amigos no pudiesen estar tan
cerca —objeté—. Además, ya conoces a Landon y con él
suelo tener esos acercamientos.
—Pero él es tu mejor amigo —canturreó ella. He ahí la
razón por la que la llamásemos pequeño demonio. Cuando
quería saber algo, te ponía en tal aprieto que la única manera
de salir de él era contándole toda la verdad—. ¿Quién era ese
hombre con el que estabas anoche? —preguntó de nuevo.
—Nadie.
—¡Es tu novio! —exclamó ella a gritos.
—No, no es mi novio. —«Aún», pensé, pero no lo dije.
—¡Oh, Dios mío! ¡Te has puesto roja! Mami dice que
cuando una mujer se pone así es porque le gusta alguien.
Mataría a Mary con mis propias manos. ¿Cómo se le
ocurría decirle a una niña de cinco años tan lúcida como lo era
Leyre semejante desfachatez?
—¿Ya has acabado? —le pregunté en un vago intento de
cambiar de tema.
Ella rio, pero no dijo nada más.
Después de esa merienda, terminamos dando un pequeño
paseo por el jardín botánico que estaba al lado de nuestra casa.
A decir verdad, nos pillaba de camino y debíamos pasar por él.
Esa tarde fue muy relajada y, por un momento, me olvidé
de la presentación que tendría que hacer aquel miércoles.
Derek

Una llamada de teléfono me despertó aquel domingo a unas


horas muy tempranas. La noche anterior había estado leyendo
en mi biblioteca privada hasta altas horas de la noche un
manuscrito que yo pensaba que tenía potencial. Adoraba el
misterio y el suspense y ese autor tenía mucho talento. De
momento me estaba gustando.
Me revolví en la cama, con la mente todavía bajo los
efectos de la bruma del sueño que había estado teniendo con
cierta rubia. Sonreí medio adormilado.
Mi teléfono volvió a sonar con fuerza. Al parecer era muy
importante lo que aquella persona tenía que decirme. Hice las
sábanas a un lado y cogí el aparato de la mesita de noche. Lo
había dejado cargando, porque ayer lo tenía a mínimos.
—¿Sí? —pregunté sin siquiera ver quién era.
—Derek, por fin me contestas.
Sonreí. Reconocí esa voz al instante. Era Kevin Graham[2],
uno de los amigos más fieles que tenía y que, por desgracia,
apenas podía ver porque estaba casi siempre ocupado. Él era
toda una estrella de televisión, a diferencia que su hermana, la
que estaba arrasando en Broadway como un huracán. Ahora
que lo pensaba, en unas semanas se estrenaría un musical en el
que ella sería la protagonista principal y Kevin tenía uno de los
papeles secundarios más importantes.
—Hola, Kevin. ¿A qué se debe tu llamada?
—Ayer llegué a Nueva York después de haber visitado
España para promocionar mi película.
¡Oh, era cierto! Había viajado allí y había asistido a uno de
los programas más importantes de ese país, El Hormiguero[3].
Estaba ansioso por verlo. Según tenía entendido, era uno de
los más vistos de aquel país cuya cultura me tenía enamorado.
Tenía un viaje pendiente a España, pero todavía no encontraba
el tiempo ni el acompañante perfecto para visitarlo como yo
quería. ¿Que qué quería? Descubrir los secretos más oscuros y
empaparme de las tradiciones de cada provincia.
—¡Es verdad! —Sonreí, aunque no pudiese verme—.
¿Qué tal lo has pasado? ¿Cómo es?
Kevin sabía de mi deseo de viajar a aquel país que me
volvía loco.
Escuché un pequeño suspiro involuntario.
—Es precioso. A Maddie le ha encantado. Creo que me ha
hecho recorrer cada calle de Madrid.
Reí. Era muy propio de ella.
Él y su hermana se llevaban una gran diferencia de edad —
ocho años, creo—, aunque realmente no eran hermanos de
sangre. Su historia era un tanto complicada. La señora Price
los adoptó a ambos cuando mi amigo tenía diez años. Al
parecer, ella era la tía de Madison[4], a quien había estado
buscando desde el momento en el que se enteró de que la
madre de ella había decidido abandonarla a su suerte nada más
nacer.
Ahora Kevin y Madison eran inseparables, pero, según me
habían contado, Kevin había sido todo un revoltoso durante su
niñez, tanto que había torturado a aquellas personas que
habían querido ayudarlo.
Mi amigo carraspeó para llamar mi atención.
—Te llamaba para preguntarte si querías salir hoy. Tengo
algo que mostrarte, algo que sé que no te va a gustar.
Su tono de voz me puso los pelos de punta. Debía ser algo
realmente malo. Me pregunté qué sería.
Buff, esas palabras me dejaron con tan mal cuerpo toda la
mañana que no pude hacer otra cosa que darle vueltas al
asunto y preguntarme qué sería aquello tan importante que
tenía que enseñarme.
Por fortuna o desgracia, pronto lo vi.

La calle estaba atestada de familias que paseaban juntas y


pasaban aquella tarde magnífica de domingo. Poco a poco la
temperatura iba subiendo dejando a un lado la bajo cero y la
nieve. Todavía hacía frío, pero ya era pasable estar fuera de
casa con el abrigo puesto.
En el otro lado de la acera estaba la pequeña cafetería en la
que había quedado con Kevin. Metí las manos en los bolsillos
para que no se me congelaran. De mi boca salía vaho.
Crucé la calle y me metí en el local. Con solo echarle un
vistazo supe que mi acompañante no había llegado aún. Me
senté en una de las mesas libres y fui pidiendo un café solo y
bien cargado para mí y para Kevin, un capuchino cremoso.
—Vaya, vaya, vaya. El señor ocupado hoy no está tan
ocupado —escuché a mis espaldas.
Sonreí reconociendo al instante su voz.
Kevin.
—¿Cómo te va la vida, señor estrella de cine? —
contraataqué y me volví hacia él.
No había cambiado nada en aquel mes en el que ninguno
de los dos había podido quedar: él por estar ocupado con los
ensayos del musical que pronto se estrenaría en Broadway; y
yo porque simplemente no había podido sacar tiempo para él.
A veces pensaba que necesitaba que el día tuviera veinticinco
horas para que pudiese hacer todo lo que yo quería.
Me levanté de la silla y lo abracé con fuerza, dándole una
serie de palmaditas en la espalda.
—¿Qué más quiero de la vida si ya tengo todo lo que
deseo: una bella mujer, un trabajo que me apasiona y buenos
amigos?
Sonreí de lado. Ambos nos separamos y nos sentamos en
la mesa, donde dos tazas humeantes nos esperaban listas para
ser bebidas y disfrutadas. El aroma a café era muy perceptible
en la estancia repleta de personas que charlaban ajenas las
unas de las otras.
—¿Quizás unos niños con tu mitad de ADN y la otra de
esa mujer que te enloquece cada día más? —me atreví a
preguntar alzando una ceja.
El pareció pensarlo. Enseguida se extendió por su cara una
amplia sonrisa.
—Ojalá pasara algún día. Créeme, ya estoy deseándolo,
pero ahora no es un buen momento. Con todo el trajín del
musical y los rodajes… Estoy que no podría hacerme cargo de
un mini Kevin o una mini Hayley. Pero eso no quita para que
en un futuro no quiera. Además, lo que más deseo es
enseñarles a mis hijos mis orígenes. Ya sabes, mostrarle el
Moonlight[5], el estudio de Hannah[6]…
¡Cómo no! Ya lo había supuesto. Mi amigo era esa clase de
persona que querría enseñar a cualquier persona importante
para él de donde había conseguido ser la persona que era en
esos momentos y todo había sido gracias a esa gran familia
que lo acogió con los brazos abiertos y que le brindó todo el
calor y la confianza que él necesitaba en esos momentos tan
oscuros de su vida.
Ahora os preguntaréis que cómo nos habíamos conocido si
él se había criado en Portland y yo en Nueva York. La
respuesta a esa pregunta es muy sencilla: unos años después de
que Madison y él fueran adoptados, la señora Price se vio
obligada a mudarse a Nueva York debido a que cierta
mujercita estaba arrasando como bailarina y que ansiaba
subirse a un escenario de Broadway. Kevin y yo nos
conocimos en la secundaria, aunque al principio no es que nos
llevásemos muy bien que digamos.
Lo conocí con quince años y cuando aquello yo era un
completo idiota revolucionado por las hormonas adolescentes.
Vi en él a un rival con su cuerpo atlético y musculoso, por lo
que empecé a meterme con él. No fue hasta que me ayudó en
una pelea que no supe ver el gran amigo que podría llegar a
ser. Poco a poco se volvió uno de mis mejores amigos,
aquellos con los que tenía el privilegio de pasar mi tiempo
libre.
—¿Cómo han estado las cosas en mi ausencia? —preguntó
tiempo después de habernos quedado callados, cada uno
sumido en su propio mundo.
Sonreí. Había algo de lo que no le había hablado, más bien
alguien. No dudé en narrarle de manera detallada todos los
acontecimientos que envolvían a cierta rubia que no podía
sacarme de la cabeza. Pero, ¿cómo hacerlo cuando pensaba
que ella era lo más hermoso y bello que me había pasado en la
vida?
Kevin se quedó unos segundos callado, pensativo. Luego
una sonrisa se fue extendiendo alrededor de su boca.
—Así que Elliana… —dijo con aire ausente—. Por fin
conozco el nombre de esa chica misteriosa.
Eh, ¿qué? ¿Había escuchado bien? ¿Chica misteriosa? ¿A
qué venía eso?
—¿Qué cojones dices? ¿Chica misteriosa? ¿De dónde lo
has sacado?
—Mierda —masculló él como si se diese cuenta de que
había metido la pata a lo grande al darme ese dato. Me miró
con lástima y entonces supe que pasaba algo muy grave—.
Escucha, tío, hay una cosa que no te he dicho. —De su
chaqueta sacó una revista que tenía un post-it marcando una
página—. Será mejor que leas esto.
Me pasó la revista. Era una de las muchas que hablaban de
todo tipo de cotilleos. Estaba cerrada y en la portada se podía
leer en letras grandes «Nuestro soltero de oro tiene un nuevo
ligue». Arrugué la nariz. Pero lo peor es que había una
fotografía mía y de Elliana en la portada. Por suerte, ella
estaba de espaldas mientras que yo estaba de frente. Era justo
el momento en el que entrábamos a aquel restaurante que tanto
nos había gustado a los dos.
Ardí de rabia e ira. ¿Cómo alguien podría hacer semejante
cosa con la vida privada de otra persona? ¡Mierda! Elliana.
Seguro que estaba enfadada conmigo.
Respiré con profundidad en un intento por serenarme y
abrí la revista. Lo que vi no me gustó ni un solo pelo:
¿Quién es esa flamante rubia que acompañaba a nuestro
soltero de oro la noche del pasado sábado? ¿Un nuevo ligue o
una futura relación duradera?
Ayer este reportero tuvo la fortuna de descubrir a Derek
Foster, uno de los empresarios más jóvenes y ricos del país, en
una supuesta cita. La llevaba a cenar a Wonderworld, uno de
los restaurantes más exclusivos de la ciudad. ¿Sería para
impresionarla o para conquistarla?
¿Qué? ¿Para conquistarla? ¿Cómo alguien podría pensar
que solo quería a Elliana como un ligue de una sola noche?
Por favor, estaba claro que yo era un hombre que buscaba más
que eso. Para mí era mucho más importante establecer una
relación amorosa que una en la que solo había sexo. ¿Tan bajo
concepto tenían de mí? ¡Qué indignación!
Muy a mi pesar, me volvía a centrar en el artículo:
En mi humilde opinión, creo que esta mujer misteriosa nos
va a dar mucho de qué hablar. No cabe duda de que es
hermosa, pero, admitámoslo, no es tipo de chica con el que
suele salir el señor Foster. Él es más de mujeres de cabello
oscuro, ojos del color de las avellanas y de piel de porcelana,
tal y como lo es la señorita Scarlett White, quien es muy
cercana a él. ¿Habrá una relación entre ellos?
Eso sí, la mujer misteriosa con la que salió anoche parecía
algo más que una simple amiga. ¿Será que el soltero de oro de
Nueva York estará asentando por fin la cabeza?
¿Vosotros a quién preferís como pareja de Derek Foster: a
Scarlett White o a la mujer misteriosa? A continuación, podéis
disfrutar de las fotos que este reportero ha hecho de la salida.
Si antes estaba indignado, en esos momentos estaba más
que eso. Estaba furioso. ¿Por qué narices los periodistas eran
tan entrometidos en las vidas ajenas? ¿Por qué no nos dejaban
en paz? Por supuesto que había escuchado los rumores de que
Scarlett y yo estábamos saliendo, pero, ¡por Dios! No eran
más que una vil mentira. Si supiesen de verdad por dónde iban
los tiros…
¡Pero esto era pasarse de la raya! ¿Cómo podrían
considerar que yo estaba jugando con las dos? ¡Por el amor de
Dios! Yo solo buscaba una relación con una sola mujer. Lo que
menos quería hacer era lastimarla, porque una mujer es mucho
más valiosa que un diamante en bruto. Solo con una sonrisa
podían iluminar el planeta entero y hacer que todo valiera la
pena. ¡Estaba mosqueado porque pensaran que las mujeres
para mí solo fueran meros objetos! ¿Qué clase de monstruo las
trataría así?
Mi enfado no se disipó en todo el día, más bien aumentó el
lunes al ver la cantidad de periodistas que se acercaron a la
empresa. Divisé a Elliana en la entrada. Estaba paralizada.
Tenía los ojos abiertos de par en par como un cervatillo
asustado que sabe que el lobo feroz lo va a comer. Temblaba
como un flan y sus ojos estaban ligeramente vidriosos.
¡Joder! Tenía miedo escénico. Reconocía esa sensación
agobiante de ser el centro de atención cuando uno no quería.
Con los años había aprendido a superarlo, pero había sido un
proceso muy largo.
Me acerqué a ella y cuando estuve lo suficientemente
cerca, escuché cómo murmuraba.
—Yo… Yo…
Estaba en shock. Debía ayudarla.
—Señorita, ¿puede decirnos algo de su reciente relación
con el señor Foster? —la atosigó uno de los reporteros. Le
acercó una grabadora al mismo tiempo que la grababan con
una de sus cámaras de última generación. A su lado, una
cámara de fotos desprendió un flash que nos cegó a ambos.
No era de extrañar que ella estuviese paralizada.
—Ella no os va a decir nada. Por favor, dejad de agobiarla
—la defendí interponiéndome entre ellos.
—Pero…
No le dejé terminar. Agarré la mano de Elliana y la saqué
de ahí. La llevé dentro, en donde todos los empleados nos
empezaron a mirar. ¡Estupendo! Seguro que habían leído ese
dichoso artículo que hablaba de nuestra apasionada aventura.
La llevé hasta mi despacho en busca de un poco de
intimidad. Ella estaba tan desorientada y en shock que se dejó
hacer. No quería que nadie la viera en ese estado. ¡Por Dios, si
estaba al borde de las lágrimas! ¿Cómo podría animarla? Con
lo malo que era para esas cosas.
Genial, simplemente genial.
—Por favor, Grace, que no nos interrumpa nadie —le pedí
a mi secretaria al pasar por su lado.
Ella miró a mi acompañante y, al reconocerla, torció el
gesto, pero no dijo nada al respecto.
—Por supuesto, señor.
—Ah, ¿y podrías llamar al jefe de seguridad? Me gustaría
hablar con él ahora.
—Sí, señor.
La dejé ahí, haciendo lo que le había pedido. Llevé a
Elliana a mi despacho y nos encerré. Por un momento me
pareció que ella salía de ese trance, pues empezó a mirar la
estancia con asombro. Y no era de extrañarse. Mi despacho
tenía las mejores vistas de la ciudad neoyorquina además de
ser una estancia gigantesca.
La llevé hasta la pequeña zona acondicionada con sofás y
le pedí que se sentara.
—¿Quieres un poco de agua? —le ofrecí.
—Sí, por favor. —Su voz salía como un hilillo apenas
audible.
Me acerqué al mueble bar y saqué un botellín de agua.
Volví al sofá beige y le tendí la botella. Ella la agarró con
manos temblorosas. En ese mismo instante el teléfono de mi
despacho sonó con fuerza.
—¿Sí?
—Señor Foster, le pasó al señor Holand por la línea tres —
me dijo Grace. Sonreí y atendí esa llamada.
—Señor Foster, ¿qué desea? —Como siempre Hamilton se
mostraba amable y educado a pesar de ser un hombre muy
fortachón.
—Quiero que eches a toda esa bandada de periodistas. Es
inaceptable que los hayáis dejado acercarse tanto —espeté con
rabia e ira. Estaba furioso.
—Lo siento, pero ha sido un pequeño error mío. No hemos
podido controlarlos a tiempo. Te prometo que no se repetirá de
nuevo.
—Oh, por tu bien no lo hará. —Y colgué.
Cuando alcé de nuevo la vista, los ojos zafiro de Elliana
estaban posados en mí y una pequeña sonrisa se había
instalado en sus labios. Ver ese pequeño gesto me alivió.
—¿Sabes qué te pones muy sexi cuando intentas proteger a
alguien?
—¿Acaso eres consciente de lo que esas palabras han
provocado en mí? —le respondí yo a modo de pregunta al
mismo tiempo que me acercaba a ella. Su sonrisa se amplió
por un momento. Pasados unos segundos, ese gesto se borró y
fue sustituido por una expresión de preocupación—. ¿Qué te
pasa?
Ella negó con la cabeza, moviendo su trenza de un lado
para el otro.
—No es nada. Solo pensaba en lo ocurrido. —Su
respiración se aceleró y apartó la mirada de mí, avergonzada.
Me senté a su lado y la obligué a mirarme.
—Escúchame bien, ¿vale? —Agarré sus finas manos y
esperé hasta que asintiera para continuar—. Siento lo que ha
pasado. En parte sé que es mi culpa por no pensar en que
habría algún curioso siguiéndonos. Siento haber expuesto así
tu privacidad. Entiendo que estés molesta conmigo por eso.
Ella me miró con incredulidad, abriendo mucho los ojos y
la boca.
—No es… —Se aclaró la garganta—. No estoy enfadada.
Siendo sincera, era consciente de que lo que ha pasado hace
unos momentos podría pasar. Lo que ocurre es que me
avergüenza mi comportamiento. Odio ser tan nerviosa y no
poder hablar delante de la gente. Me siento incómoda. Siento
que la garganta se me cierra y una sensación vertiginosa en mi
estómago que me impide hablar. Y si eso fuera poco, también
creo que los que me escuchan se van a reír de lo que sea que
salga de mis labios.
Aquella confesión me dejó helado.
—Me siento como una tonta por no haber sido capaz de
contestar las malditas preguntas que me hacían. —De sus ojos
cayó una lágrima que yo recogí con mi pulgar—. Soy una
idiota inmadura. No te merezco. ¿Por qué te has fijado en mí
cuando está claro que yo soy un desastre? ¡Oh, Dios mío! —
exclamó al darse cuenta de algo repentinamente—. Si no he
sido capaz de hablar con esos periodistas, ¿cómo narices voy a
hacerlo delante de una clase de niños?
¿Perdona? ¿Alguien sabe de qué estaba hablando esa
mujer? Porque yo estaba más que un pulpo en un garaje.
¿Niños? ¿Qué tenía eso que ver?
—Elliana —dije en un vago intento de llamar su atención
—, Elliana. —Pero ella no me estaba escuchando. Bufé y me
incliné más hacia ella—. ¡Elliana!
Parpadeó y por fin pareció que me escuchaba.
—¿Qué?
—No sé a qué te refieres, pero quiero decirte que no debes
preocuparte —intenté calmarla.
Ella me clavó una mirada gélida que habría aterrado hasta
al más valiente de los héroes.
—¿Que no debo preocuparme? —Gruñó con fuerza—.
¡Tengo que hablar delante de unos críos de ocho y nueve años!
¿Cómo voy a manejar eso? —Se pasó las manos entre el pelo
con hastío.
Creo que me había metido en un lío bien grande.
—¿De qué estás hablando? —La miré a los ojos con
determinación e intriga.
Bufó, inflando los mofletes de tal manera que le dieron un
aire adorable, como si fuera una niña resentida a la que le
habían prohibido la entrada en una tienda de dulces.
—El miércoles debo dar una pequeña charla en un colegio
elemental. No sé cómo me dejé convencer. Seguro que meto la
pata a la primera de cambio. Soy toda una patosa.
Mmm… Una patosa muy sexi.
Espera un momento. ¿Eso significaba que el miércoles no
vendría a trabajar? ¿Cuándo se me había avisado de ello?
Debería hablar con el jefe de su departamento.
—¿Por qué le tienes miedo a hablar delante de un público?
No es para tanto —me burlé.
Su mirada se volvió más gélida y heladora que antes. En
ese instante, de haber poseído el poder de los rayos visuales,
me habría fulminado y convertido en ceniza, estoy seguro.
—¡No me lo puedo creer! ¿Acaso no me has visto hace un
momento? Además, siempre que me pongo nerviosa, suelto
alguna estupidez.
No lo pude evitar, de verdad. Se me escapó una gran
carcajada.
—Te creo. Ya lo he visto.
Ella me sacó la lengua.
—El punto es que no me veo capaz de mantener el tipo
delante de esos niños. Solo de pensar en lo que tengo que
hacer el miércoles me pongo a sudar y eso que ya he
preparado todo lo que les voy a decir, incluso la presentación
en Power Point.
Así que trabajadora y perfeccionista… Me gustaba.
—Escúchame, bella flor —le pedí obligándola a mirarme a
los ojos—. No debes de sentir miedo. Seguro que lo haces
bien. —Le guiñe un ojo a modo de complicidad—. Además,
¿sabes una cosa? Yo confío en ti. Vas a hacerlo fenomenal, ya
lo verás.
Por puro impulso, le di un beso en la nariz. Ella se sonrojó,
pero no dijo nada. En su boca fresa se fue esbozando la más
bonita de todas las sonrisas.
—¿En serio lo crees? —preguntó con timidez.
Asentí con la cabeza.
—No sólo lo creo, sino que lo sé. Sé que dejarás a esos
niños embobados como lo hiciste conmigo en nuestra cita.
En ese instante ambos nos quedamos mirándonos con una
mirada que lo decía todo. Me quedé mirando sus labios,
deseando probarlos. Poco a poco nos fuimos acercando el uno
al otro y supe que ella también deseaba ese beso que no
pudimos darnos la noche de nuestra cita.
Su nariz chocó con la mía y nuestros alientos se
entremezclaron. Su aroma femenino mezclado con un perfume
me embriagó como si fuese el mejor de los vinos. Deseaba
tanto besarla que dolía. Sus labios estaban cada vez más cerca
hasta que se juntaron con los míos.
Una mezcla de sensaciones se apoderó de mi cuerpo: amor,
pasión, deseo y lujuria en perfecta armonía. Mi estómago
empezó a bailar por sí solo y mi corazón latía con fuerza. Por
primera vez en años me sentía vivo de nuevo.
Ella enredó sus manos entorno a mi cuello y empezó a
jugar con mi pelo. Mordí con suavidad su labio inferior y de su
boca un jadeo se escapó. Aproveché eso para introducir mi
lengua en su boca.
El beso se tornó más caliente y apasionado.
Sus labios se movían a buen ritmo invitándome a más.
Posé mis manos en su cintura y con un gesto se puso a
horcajadas sobre mí. Como no quería que aquel beso fuera a
más, fui ralentizándolo hasta que por fin nos separamos con la
respiración agitada.
Sus labios estaban hinchados por la pasión del beso y
sonreía brillando con luz propia. Sus ojos destilaban emoción.
De nuevo su boca se apoderó de la mía en un beso mucho
más suave y tierno que el anterior. Disfruté de su sabor dulce
en todo momento. Noté una sonrisa bajo mis labios y no pude
evitar que su gesto me contagiara.
—No sabes las ganas que tenía de hacerlo —le dije en
cuanto nos separamos.
—Y yo. —Su sonrisa se extendió aún más.
Se bajó de mis piernas y se sentó a mi lado. Su respiración
era entrecortada. Sus labios me atraían de nuevo pese a que
hasta hacía unos segundos los había estado probando. Quería
más de ella. Su sabor era tan exquisito y adictivo…
—Será mejor que me vaya a mi puesto si no quiero que mi
jefa se enfade.
La miré con intensidad.
—De eso no debes preocuparte. Yo me encargo de avisarla
sobre tu retraso. Al fin y al cabo, todo este lío ha sido por mi
culpa.
Me sentía la peor persona del universo por haberle hecho
pasar por la situación tan engorrosa de enfrentarse a un grupo
de periodistas sedientos de un buen cotilleo.
—Derek, tú no tienes la culpa de nada. Eres un hombre
que tiene derecho a salir con la persona que quiera. ¿Dejarás
que ellos te lo impidan solo porque a mí me da miedo hablar
en público? Haré el esfuerzo de intentar ser menos
introvertida.
¿Iba en serio? Bufé. Volví a reposar mi mano bajo su
barbilla y con la otra acaricié con suavidad su mejilla.
—No quiero que cambies, bella flor. Me gustas tal cual
eres. No cambiaría nada de ti. ¡Eres perfecta!
Creo que en ese momento creyó que estaba de broma,
porque soltó una risita divertida y me golpeó el hombro de
manera juguetona.
—Cállate. Sabes muy bien que la perfección no existe.
Vivimos en un mundo en el que las personas la buscan, pero
¿qué es realmente? ¿A qué nunca te lo habías planteado?
La verdad es que no, pero ese no era el punto.
—Elliana, no me cambies de tema —le advertí achinando
los ojos.
—¡Uh, qué miedo me das! —se burló de mí.
—Muy bien, señorita Jones, usted se lo ha buscado.
Y empecé una guerra de cosquillas que, por supuesto,
gané. Ella reía sin parar en un ataque de risa, suplicándome
que parase. Pero continué hasta pasados unos segundos,
torturándola un poquitín más. Cuando lo hice, se tomó su
tiempo para volver a respirar con normalidad.
—Y ahora sí, puedes volver a tu puesto. —Sonreí con
satisfacción y suficiencia.
Ella se levantó del sofá, gesto que imité, y avanzó hasta la
entrada. Sin embargo, antes de que pudiese salir, le robé un
beso casto de sus labios al mismo tiempo que le susurraba
“Pásalo bien”.
Cuando me quedé solo, mi corazón aún latía desbocado
dentro de mi pecho. Sonreía como un enamorado y esa sonrisa
no se fue en lo que quedó de día. La mujer de los preciosos
ojos azules estaba revolucionando todo mi mundo… Y eso me
gustaba.
Elliana

Estaba asustada. No, aterrada. No, agobiada. Digamos que era


una mezcla asfixiante de angustia y miedo que apenas me
dejaba respirar. Sentía la garganta cerrada por todo lo ocurrido
con la prensa rosa. Pero, ¿quién no estaría así después de haber
vivido una escena como esa? Aquella sensación tan extraña se
había apoderado de mí al ver a esa bandada de buitres frente a
la empresa y, en cuanto me vieron, supe que acabaría mal.
Odiaba ser tan introvertida y tímida. ¿Por qué no podía ser
como mis amigas, aquellas que no se cortaban ni media a la
hora de hablar con personas que no estaban dentro de su
círculo de amigos? Argh, en esos momentos me habría gustado
darme de golpes. Tenía que superar mi miedo escénico cuanto
antes.
Había sido toda una suerte que Derek me encontrase en la
entrada.
Derek.
Sonreí como una boba al pensar en esos besos tan
candentes. Ese hombre provocaba en mí miles de sensaciones
que creía extintas. Me gustaba y mucho. Era más que
atracción, eso estaba claro. Me gustaba esa sonrisa tan
irresistible que me regalaba y cómo sus ojos se iluminaban
cuando hablaba de algo que para él era importante. Adoraba
los hoyuelos que se le formaban en las mejillas y lo bien que
cuidaba aquello que era relevante para él.
Ese hombre se estaba metiendo en mi sistema con mayor
rapidez de la que yo esperaba. Pero no me importaba. Es más,
me gustaba que eso sucediese. Derek Foster era un hombre
sexi que estaba volviendo mi mundo patas arriba.
Llevaba media hora con la vista fija en la pantalla del
ordenador, sin siquiera mover los dedos por el teclado
adelantando el trabajo que se suponía que debía terminar ese
mes. Ni siquiera había llegado a la mitad. Pero no importaba.
Mi mente estaba a años luz de ahí, en un planeta llamado
«Dereknia», un lugar en donde solo estábamos Derek y yo.
«¿Qué me estás haciendo, hombretón?», pregunté para mis
adentros.
Como veía que aquello iba para largo, abrí mi cuenta de
correo electrónico de la empresa y empecé a redactarle un
correo.
–-Mensaje original–-
De: Elliana Jones [mailto: ellianajones@fosterwords.com]
Para: derekfoster@fosterwords.com
Asunto: Pensamientos cursis.
Hombretón:
¿Qué me estás haciendo? Nunca antes había sentido todas
estas mariposas revoloteando en mi estómago. ¿Qué digo?
Eso no son mariposas, ¡es un huracán al completo!
Sé que parece muy cursi (en parte lo soy, es mi lado oscuro),
pero quería agradecerte todo lo que has hecho hoy por mí.
Gracias por consolarme en ese momento que para mí era tan
duro. Y los besos han sido la mejor parte.
Para ser sincera, llevo un buen rato sin poder concentrarme.
Estoy pensando en ti. Te tengo en la cabeza a todas horas.
Anhelo tus labios sobre los míos. Sin lugar a dudas, ha sido mi
mejor beso.
No quiero entretenerte más. ¡Ten un buen día!
Atentamente,
Tu fan, también conocida como Elliana.”
¡Listo! Lo revisé y lo envié. A veces me gustaba ser tan
romántica y empalagosa.
Intenté concentrarme en el trabajo, pero nada. Solo fui
capaz de traducir un par de párrafos en media hora cuando yo
sabía que era capaz de mucho más.
Volví a meterme en mi correo y, ¡Oh, sorpresa!, me había
contestado.
–-Mensaje original–-
De: Derek Foster [mailto: derekfoster@fosterwords.com]
Para: ellianajones @fosterwords.com
Asunto: RE: Pensamientos cursis.

Mi bella flor:
Jamás me molestarías. Es más, disfruto mucho de tu
compañía. Eres lo más hermoso y perfecto que he visto en mi
vida. Me gustas mucho y quiero que tengamos nuestra
segunda cita. ¿Qué me dices? Tú, yo y unas palomitas. Yo
invito.
Siento mucho lo que ha pasado antes con la prensa. Espero
que ahora estés más tranquila.
¿Huracán? No sabes cómo estoy ahora, pensando en tus
labios y deseando volver a probarlos. Todo en ti me tiene
hechizado. Eres preciosa. Disfruta del día.
Atentamente,
El hombretón, Derek.”
Una sonrisa se instaló en mis labios. ¡Claro que aceptaría
otra salida con él! No era tonta. Umm… ¿Por qué sus palabras
te invitaban a hacer cosas no aptas para menores? Uf, qué
calor hacía de repente, ¿no? ¿O eran mis mejillas que se
habían cubierto de rojo escarlata?
Sin borrar esa mueca de mi boca, le respondí:
–-Mensaje original–-
De: Elliana Jones [mailto: ellianajones@fosterwords.com]
Para: derekfoster @fosterwords.com
Asunto: RE: Pensamientos cursis.

Mi hombretón caliente:
¡Por supuesto que acepto! Te diré un pequeño secreto: te voy
a utilizar para que no me pase la tarde anterior a mi
presentación comiéndome la cabeza una y otra vez. ¿Ya te he
contado que me pongo histérica? ¿No? Pues ve preparándote.
Me apetece mucho volver a verte. Ya estoy deseando que
llegue mañana. Te mando un ramo de besos.
Ansiosa de que llegue el martes,
Elliana.”
Adjunté al correo un gif de una niña tirando varios besos al
aire y se lo mandé.
Así fue cómo pasé parte de la mañana, entre correos,
traducciones y mensajes de amor.

El martes llegó y tan pronto como entré al trabajo ya me


encontraba saliendo de él. Había quedado con Derek una hora
más tarde. Él me vendría a buscar e iríamos al City Cinemas
Village East, que estaba situado muy cerca de donde yo vivía.
Estaba eufórica. Tenía tantas ganas de volver a pasar una
tarde con él… Además, aquel día no lo había visto. Supuse
que estaría inmerso en su trabajo. A veces pensaba que
trabajaba demasiado. Sabía que lo que hacía le encantaba, me
bastó con ver el brillo de orgullo que se asomó en su mirada
cuando me habló sobre ello.
Llegué a mi apartamento en menos de quince minutos y lo
primero que hice fue ir al baño. No entendía por qué no había
ido al de la empresa antes de salir. Esas cosas solo le podían
pasar a Elliana Jones. Un momento, ¿por qué hablaba de mí en
tercera persona?
Después de hacer mis necesidades, fui a mi habitación
repleta de collage sobre literatura que había hecho de distintos
libros. Las paredes eran de color violeta y el suelo estaba
revestido de madera clara. Bajo la cama había una alfombra
morada. Los muebles eran de madera blanca, constatando así
con las paredes. Amaba todo lo que había en ella, desde las
fotografías que había colgado tanto en el corcho que estaba
frente a mi escritorio como en las paredes hasta la vista que
me dejaba disfrutar la ventana del pequeño jardín botánico.
Me quité los zapatos de tacón que en esos momentos me
estaban matando y cambié el vestido ajustado y elegante que
llevaba por unos pantalones vaqueros mucho más cómodos.
Cubrí mi pecho con una camiseta que yo consideraba mi
preferida, ya que era de la línea de mi cantante de pop favorita.
En el centro estaba escrita parte del estribillo de una de sus
canciones más conocidas mientras era representada por un
dibujo. Esa artista era una de las que más me inspiraban a la
hora de escribir y por eso la escuchaba muy a menudo cuando
me ponía manos a la obra.
Como seguía haciendo algo de fresco, me puse un jersey
bastante calentito encima y, para rematar, una chaqueta que
combinaba a la perfección con mi vestimenta. De calzado
elegí unas playeras cómodas.
No quería fingir ser otra persona cuando saliera con Derek.
Quería que conociera a la Elliana que no se arreglaba
demasiado, la que podía ir sencilla sin temor a nada.
Estaba ya en el baño intentando alisarme el cabello cuando
mi teléfono móvil vibró, avisándome de que tenía un mensaje.
No contesté hasta que terminé con mi tarea estando satisfecha
con el resultado.
Desbloqueé la pantalla con el código. Algo que debéis
saber de mí es que no era la clase de persona que ponía como
pin algo sencillo. Me gustaban las cosas enrevesadas y, por
ello, para desbloquear el teléfono uno debía de conocerme
muy bien. Solo muy pocas personas dentro de mi círculo de
amistad sabían desbloquearlo.
Tenía dos notificaciones: la primera era una notificación de
Wattpad. Al parecer alguien había comentado por primera vez
en mi historia. Me metí en la aplicación.
«Me encanta la historia de Rebecca y William. Por favor,
continúa escribiendo. No me puedes dejar así». Sonreí como
una boba. Mi novela no llevaba ni una semana publicada en
esa red y ya había superado las doscientas visitas. ¿Os lo
podéis creer? Amaba esa plataforma. Ya tenía ganas de
publicar de nuevo, pero como lo había hecho el día anterior
antes de ir a trabajar, me temía que hasta el miércoles mis
lectores debían esperar. Me había propuesto publicar los lunes,
miércoles, viernes y domingos.
La segunda notificación era un mensaje era de Derek.
«Llegaré en cinco minutos».
Perfecto, era el tiempo que me llevaría retocar el escaso
maquillaje que llevaba y coger el bolso. Pasado ese tiempo, el
portero de la casa retumbó con fuerza. Como era la única que
se encontraba allí, fui yo la que respondí sonriendo como una
boba, pues sabía que era Derek, mi hombretón sexi y caliente.
—Ya bajo. En menos de lo que digas “El perro de San
Roque no tiene rabo porque Ramón Ramírez se lo ha cortado”
estoy ahí —recité aquel refrán en español.
—Como digas, bella flor.
Mmm… ¿Os había dicho que me encantaba que me
llamara así? Ningún hombre antes me había llamado de
aquella manera. Siempre habían dicho cosas como “guapa”,
“preciosa” o “hermosura”. Pero nadie me había llamado antes
“Bella flor”, y eso era una de las cosas que más me gustaban
de él, su originalidad.
En todo lo que tardé en bajar hasta la calle no dejé de
sonreír como una tonta enamorada. Era extraño, pero en el
poco tiempo en el que nos conocíamos se había vuelto muy
importante en mi vida. No sabía si los hechos se estaban dando
de una manera apresurada, pero en ese momento no me
importó. Solo podía pensar en esa sensación tan cálida que me
embriagaba por completo cuando lo veía, en el torbellino que
se apoderaba de mi estómago y en esa corriente eléctrica que
se hacía presente cuando nuestras pieles se rozaban.
—¡Vaya! ¡Qué guapa estás!
En lo poco que llevábamos viéndonos siempre me había
dicho esa clase de cosas. En mi humilde opinión, era todo un
caballero chapado a la antigua.
En esos momentos en el que nuestros ojos hicieron
contacto por primera vez me quedé mirándole embobada.
Nunca antes lo había visto vestir de esa manera tan informal,
acostumbrada como estaba a su traje de tres piezas que lo
hacían tan irresistible. Ahí, apoyado en la pared, estaba Derek
vestido con unos pantalones de mezclilla y una camisa a
cuadros azul que se asomaba por debajo de su jersey de una
tonalidad más oscura. Estaba guapo, muy guapo. Y era todo
mío.
Sonreí de manera pervertida, pensando en las mil y una
cosas que quería hacerle.
—Tú tampoco estás para nada mal.
Mmm. Si supiese lo atractivo que estaba…
Sonrió con suficiencia, pero no dijo nada. Aunque…
Derek no era un hombre muy presumido, o esa era la imagen
que me daba.
No hizo falta que cogiésemos el coche, ya que al cine al
que iríamos se encontraba a unas calles de allí. Me encantó dar
un paseo a su lado. Hablamos sobre nuestros gustos musicales
mientras avanzábamos tomados de la mano. Fue tan
romántico…
Llegamos al lugar, un gran edificio de color beige que me
había enamorado desde el primer día que había pisado sus
suelos. La parte de abajo estaba sujeta con columnas. A unos
metros sobre nuestras cabezas estaba colgada la cartelera, en
un cartel en blanco y negro. Amaba ese lugar. Sin lugar a
dudas, era uno de mis sitios preferidos.
El interior era precioso. El suelo estaba cubierto de una
gran moqueta roja. Bueno, a decir verdad, ese color abundaba
en todo el edificio. Las taquillas estaban casi en la entrada.
Incluso desde allí se distinguía el inconfundible aroma de las
palomitas recién hechas. Ñam ñam.
—¿Cuál quieres ver? —me preguntó mientras
esperábamos nuestro turno.
Miré la cartelera y sonreí triunfante al ver que todavía
estaba la comedía romántica que quería ver y que,
casualmente, empezaba en media hora. Le dije qué película me
apetecía. Hizo una mueca.
—¿En serio quieres ver esa? Tiene pinta de ser un poco
aburrida.
—Algo que tienes que saber de mí es que amo el romance
y me trago cualquier película relacionada, sea buena o mala.
Piensa en el lado positivo: nos podremos achuchar durante la
reproducción —dije en un intento por persuadirlo. Bajé un
poco la voz para añadir—: y quizás te regale un par de besos.
Eso le motivó más de lo que espera, ya que en su boca se
instaló una sonrisa tirante que fue sustituida por una maliciosa.
—Mmm… Quiero un incentivo antes.
Y sin avisar me dio un beso de esos que roban el aliento y
le dejan a una desorientada. No pude evitar enredar mis manos
en su cuello y profundizar el beso. Estaba segura de que si no
hubiésemos estado en un lugar público, él y yo no habríamos
visto la película.
—No está mal —dije con la respiración agitada—. Yo
quiero otro.
Así fue cómo pasamos esos diez minutos de espera, entre
besos y caricias. Las manos de Derek eran tan traviesas que a
veces exploraban lugares que me encendían de una manera
que no puedo describírosla.
Pedimos las entradas y, después, compramos un cubo
grande de palomitas, dos refrescos y muchas gominolas. Ya
dentro de la sala, me acomodé en el pecho de Derek. Notaba
cómo subía y bajaba, una sensación de lo más reconfortante.
Cuando los tráileres empezaron, él comenzó a acariciarme el
cabello con dulzura.
A mitad de película ya nos habíamos comido la mitad del
bol y casi todos los ositos de gominolas. Bueno, confieso que
la que se había trincado eso último había sido yo, pero no era
mi culpa que estuviesen deliciosos y que yo fuera una golosa.
De pronto sentí que la mano que había estado acariciando
mi cabello había bajado hasta mi pierna. Empezó a acariciarla,
arriba y abajo, despertando en mí un calor intenso. Me volví
hacia él y susurré:
—Tienes unas manos muy traviesas.
Sonrió de forma ladina.
—¿Qué se le va a hacer cuando mi acompañante es
irresistible?
Volvió a darme un beso, que desembocó en otro y otro. El
resto de la reproducción la pasamos así, entre besos intensos,
suaves y dulces, besos en los labios, mejilla, cuello y lóbulo,
besos que dejaban entrever el deseo y amor que quería darme.
Derek

Llegó el miércoles y con él mis nervios incrementaron.


Deseaba con locura que a mi bella flor le fuera bien en la
exposición que debía hacer frente a una clase de cuarto de
educación elemental. Se suponía que faltaban un par de horas
antes de volver a incorporarse de nuevo en su puesto. Quería
que no se pusiera tan nerviosa y que confiara más en sí misma.
Sabía que era capaz de hacerlo y de dejar a ese puñado de
niños embelesado.
A veces me preguntaba de dónde provenía su inseguridad.
¿Sería alguna mala experiencia del pasado? ¿O siempre habría
sido así de tímida? No entendía cómo una mujer tan hermosa
podía ser así. Por lo general, las chicas que eran conscientes de
su belleza la utilizaban a su favor. Pero Elliana no parecía ver
lo bella que era y eso me gustaba. No era para nada presumida;
era adorable ver cómo sus mejillas se ruborizaban ante un
cumplido. Era preciosa.
Aquella mañana la pasé entre reuniones y más reuniones.
Primero me tuve que reunir con el departamento de corrección
para ponerme al día de sus asuntos. Mi segunda junta era con
el equipo de revisión de manuscritos. Allí estuvimos más de
dos horas discutiendo sobre si un manuscrito merecería ver la
luz o no. Decidí que me lo llevaría a casa y que lo revisaría yo
mismo.
Mi última asamblea fue con el departamento de traducción.
Se suponía que debería de haberme reunido con ellos el día
anterior, pero al parecer Landon Brooks tenía un asunto que no
le permitía asistir. Así que haciendo de tripas corazón me vi
obligado a aplazarla un día.
—Las traducciones en castellano van viento en popa —
me informó él y al instante me centré en Ingrid Land, la mujer
que hacía ya un tiempo me seguía por toda la empresa.
—Señorita Land, ¿qué tiene que decirme al respecto?
Ella clavó su mirada marrón en mí. Era una mujer muy
segura de sí misma que sabía utilizar muy bien todos sus
atributos para conseguir sus caprichos. En mis años de
instituto me había topado con chicas como ella que siempre
sacaban provecho de sus cuerpos para conseguir apuntes o
trabajos. Debido a eso, sus encantos no hacían mella en mí.
—Mis trabajadores son muy eficientes y trabajan muy
duro cada día para entregar de manera impecable todos los
proyectos que les son asignados.
—En efecto —habló Landon—, los de ese
subdepartamento son los que entregan sus trabajos antes de
tiempo. No quiero decir que el resto no lo hagáis —intentó
enmendar ese pequeño error mirando al resto de jefes de
subdepartamentos intentando mantener la calma—, pero ellos
casi siempre entregan sus trabajos mucho antes de lo pedido.
—Os felicito a todos.
Iba a dar por terminada la reunión, pero la señorita Lyon
levantó la mano.
—Quisiera ponerle al tanto de un asunto que creo
conveniente que sepa. Uno de mis trabajadores renunció ayer a
su puesto y ahora tenemos una vacante.
—Oh, vaya.
—¿Por qué no sabía nada al respecto? —inquirió Landon
elevando una ceja.
La mujer, que le doblaba la edad a él, no se intimidó, ni de
lejos. Más bien le respondió con mucho desparpajo:
—¿Quizás porque ayer faltó todo el día?
—Sigo pensando que se me debería de haber avisado. Sabe
que existen los mensajes y las llamadas telefónicas, ¿verdad?
—la retó.
Suspiró.
—En ese momento no se me pasó por la cabeza. Ocurrió a
última hora.
Apoyé los codos sobre la gran mesa alargada que ocupaba
casi toda la estancia. Enfrente de mí había una gran pizarra
electrónica que se usaba para proyectar los proyectos que mis
empleados me mostraban o que yo les presentaba, como por
ejemplo alguna ampliación de empleo u otra apertura de una
nueva sede en otro país. Detrás de la espalda de Landon había
un gran ventanal que ocupaba toda la pared, de lado a lado, y
por la que se filtraba la luz del día.
—Hablaremos luego —se limitó a decir lanzándole una
mirada recriminatoria.
La reunión siguió sobre su cauce y, cuando finalizó, faltaba
una hora para el almuerzo. Me encerré de nuevo en mi
despacho, pero, en vez de trabajar, me dediqué a enviarle un
mensaje a Elliana, alias “la mujer de los preciosos ojos
azules”.
«¿Qué tal te ha ido en el colegio?», escribí.
Tardó un poco en contestar.
«Creo que bien». Mmm, no me gustaba cómo sonaba eso.
Solo esperaba que no se hubiera trabado.
«¿Quieres que almorcemos juntos?», pregunté.
«¡Claro!».
«Pásame la dirección del centro. Voy a buscarte e iremos a
donde tú quieras». Me gustaba mucho mimarla.
En seguida se abrió un bocadillo en cuyo centro había tres
puntos suspensivos, lo que significaba que estaba escribiendo.
Estuvo cinco minutos así para que luego su mensaje no fuera
muy largo.
«Esta es la dirección». A continuación, había insertado la
ubicación del centro escolar. «Me apetece comer comida
basura. Unas hamburguesas grasientas, ¿qué me dices?
¿Dejamos a un lado los formalismos por una vez? Me apetece
ver cómo don hombretón se mancha las manos por primera
vez».
Ese mensaje me robó una gran sonrisa, no pude evitarlo.
«Lo que tú me pidas, bella flor», y a continuación le envié
el emoticono con forma de corazón palpitante.

Llegué al centro pasados quince minutos. Ella me estaba


esperando fuera y lucía una sonrisa tan radiante como el
mismísimo sol. Sus ojos tenían un brillo especial que me
alegró el alma. Traía entre sus manos una carpeta un tanto
abultada. Vestía con pantalones negros de oficina, una blusa
blanca y, sobre esta, una americana que resaltaba sus atributos
femeninos a la perfección. Su pelo estaba recogido en un
moño del que se habían escapado varios mechones rebeldes,
dándole así un aire informal.
Toqué el claxon para llamar su atención y, en cuanto me
vio, su sonrisa se amplió, deslumbrándome. Se acercó
corriendo al coche y abrió la puerta del copiloto. Una ráfaga
de aire balanceó esos mechones sueltos con sutileza.
—Hola —canturreó ella al sentarse. Me dio un beso en la
mejilla y se abrochó el cinturón de seguridad.
—Vaya, vaya. Estás contenta, eh. —La observé sonriente.
Ella soltó una risita y, después, nos vimos sumidos en un
silencio que yo no sabía cómo romper. Elliana puso la radio y
buscó una emisora mientras yo conducía hacia el primer
restaurante de comida rápida que sirviese esas deliciosas,
grasientas y malsanas hamburguesas.
—¡Oh, esta canción me gusta! —exclamó mi acompañante
y empezó a tararearla desafinando de tanto en tanto. No pude
evitar soltar una gran y estruendosa carcajada, atrayendo su
mirada hipnótica—. ¿Qué?
Oculté una sonrisita traviesa.
—Nada. —Achicó los ojos de manera espeluznante—.
Nada.
Volvió a su concierto imaginario, destrozando la canción
completamente. ¿Cómo alguien podía cantar tan mal y hacer
tantos gallos en un tiempo récord? En un momento dado acabé
uniéndome a ella y ahí sí que despedazamos cada estrofa.
Llevé una de mis manos a la rodilla de Elliana y entrelacé
nuestros dedos sin dejar de cantar cada canción que sonase por
la radio.
Fue un momento mágico que me regaló la vida.

Elliana

La verdad sea dicha, me gustó aquella salida improvisada


y la disfruté mucho más cuando vi a don perfecto ensuciarse
las manos para comer esa grasienta hamburguesa.
Le conté todo lo relacionado con aquella experiencia tan
encantadora que había vivido en el centro educativo Lake City.
Los niños enseguida me habían aceptado en su grupo y se
portaron muy bien. Muchos de ellos me hicieron preguntas
acerca de mi trabajo como traductora. “¿Cuántos idiomas
sabes?” “¿Qué hay que estudiar?” “¿Eras buena estudiante?” o
“¿Es difícil?”, fueron algunas de las preguntas. Me sentí muy a
gusto, como nunca pensé que me sentiría al hablar en público.
No os voy a mentir, al principio tartamudeé un poco, pero
ver que esa panda de críos me atendía sin apenas parpadear me
dio la confianza que necesitaba para hablar con autoridad.
En el descanso los niños quisieron que los acompañara,
cosa que hice gustosa. No sé si ya lo habré dicho, pero lo
cierto es que amaba a los niños y que deseaba, en un futuro,
formar una familia.
En total eran veinticinco alumnos; doce niños y trece
niñas. Se pasaron todo el recreo mostrándome coreografías
inventadas, cantándome canciones infantiles que, lo admito,
algunas sabían, o simplemente jugando con ellos.
Había sido consciente por primera vez de cómo mi amiga
manejaba a sus alumnos con una seguridad asombrosa. ¡Por
Dios, esos niños la adoraban! Era como su diosa.
Al final de la mañana, varios de los alumnos de Genevieve
me regalaron unos cuantos dibujos. Mi amiga me tuvo que
prestar una carpeta para que no se arrugaran. Me hizo mucha
ilusión. Los niños son los seres más inocentes de la humanidad
y nunca piden nada a cambio de un regalo suyo, solo amor
incondicional.
Me dio mucha pena irme. No quería hacerlo, pero debía.
Tenía trabajo que hacer.
En todo momento Derek me escuchó como si le estuviese
contando algo interesante. Me gustaba eso de él. Que un
hombre escuchara a una mujer era una de las cualidades que
más valoraba y que, por desgracia, muy pocos tenían.
En un momento dado, visualicé un flash de una cámara de
fotos. Me tensé y, al ver mi reacción, Derek buscó con la
mirada el problema de mi repentino cambio de humor. Al
verlo, su mandíbula se tensó y unas gruesas venas se
pronunciaron en el cuello. Su ceño se entrecerró al mismo
tiempo que sus ojos se achicaron. Mi hombre caliente era todo
un sobreprotector.
Alargué la mano para que se relajara si bien mi tensión no
había desaparecido.
—Déjalo pasar. Algún día tendré que acostumbrarme a ello
—le dije e hice un amago de sonrisa.
Él apartó la mirada del punto en donde estaba escondido el
paparazzi, detrás de una gran planta de plástico que había en
el restaurante, y la posó en mí. En sus labios se dibujó una
sonrisa de esperanza.
—¿Eso quiere decir que va a haber más salidas?
Mi gesto se amplió.
—¡Claro!
De un momento a otro tenía a mi hombre sexi y caliente a
mi lado. Me alzó la barbilla con la mano y sostuvo mi mirada
durante unos instantes para después fundir nuestros labios en
un beso apasionado y caliente, de esos que roban el aliento,
alejaban a una de la cordura y que incitan a hacer cosas
calenturientas.
Cada día me gustaba más mi hombretón indomable.

Volvimos juntos al gran edificio en el que los dos


trabajábamos; él siendo el jefe y yo, como una empleada más
que constituía su plantilla de trabajadores. En cuanto osamos
pisar el interior, prácticamente todos los que estaban en la
planta baja se giraron para mirarnos. Sentí cómo los colores se
me subieron al rostro.
—Buenas tardes, Elli —me saludó Anna, distrayéndome
durante unos momentos de aquellos pares de ojos que sentía
clavados en mí.
—Hola, guapa. ¿Qué tal está Julian?
El día anterior había faltado al trabajo porque su hijo
pequeño había enfermado.
Su mirada parecía cansada, pero aun así me dedicó una
sonrisa.
—Ayer fue el peor día. Hoy tenía algo de fiebre, así que mi
Mason se ha quedado con él. —Cada vez que hablaba de su
marido se le iluminaban los ojos, y esa no fue la excepción. Yo
quería encontrar algo así: a una persona que me iluminase mis
días por muy malos que fuesen.
—Menos mal. Cuando te llamé, parecías muy preocupada.
—Es solo una gripe. Ya sabes cómo me pongo cuando
alguno de mis niños se enferma. —Era cierto. Ella era muy
histérica a veces y se preocupaba de más.
Seguimos hablando durante un par de minutos más y,
después, fui hacía los ascensores. Derek había permanecido a
mi lado en todo momento, sin quejarse ni hacerse notar, cosa
difícil, por cierto. Era todo un Adonis[7] y su presencia ya de
por sí llamaba la atención tanto de las mujeres como de los
hombres.
Cuando llegué a mi planta, me despedí de Derek
depositado un pequeño y dulce beso en sus labios.
—Te veo pronto —le dije a modo de despedida y salí de
aquella caja metálica sonriendo como una enamorada.
En seguida me situé en mi lugar de trabajo y me puse
manos a la obra. Solo me quedaban dos horas, así que tendría
que aprovechar cada segundo si quería ponerme al día cuanto
antes.
Y eso fue lo que hice, pasarme lo que me quedaba de
tiempo tecleando sin parar, buscando de vez en cuando en el
diccionario alguna palabra en concreta que se me atragantara.
Amaba mi trabajo, pero a veces podía resultar agotador
pasarme largas horas frente a la pantalla del ordenador
mientras mis dedos danzaban al son de mis pensamientos
sobre el teclado.
Un golpe en la pared de mi cubículo me hizo dar un
respingo. Seguido, oí una risa malévola.
—Vaya, Elli, ¡qué concentración! —se burló Connor con
esa voz tan dulce que solo él tenía. Podría decirse que el
timbre de su voz delataba cierta plumilla en él.
—¡Connor! —grité llevándome una mano al pecho. Podía
sentir cómo mi corazón cabalgaba a gran velocidad—. Me has
asustado.
—¡No me digas! —dijo con sarcasmo.
—El sarcasmo es un color que no te queda nada bien
—repliqué.
Él hizo un mohín que yo contesté sin pudor.
Recogí mis cosas con rapidez. Tenía ganas de irme a casa
y darme un baño utilizando una de esas bombas que yo tanto
amaba y sigo amando.
Durante el camino hacia la salida fui bromeando con mis
dos compañeros. Landon se tenía que quedar un rato más.
Suspiré. A veces pensaba que se estaba volviendo un adicto al
trabajo.
Llegamos a la planta baja. A unos pasos de mí vi a mi
hombretón y no pude evitar que una sonrisa se formase en mi
rostro.
—Esperad un momento —les dije a los dos y aumenté la
velocidad de mis pasos. Quería llegar a su lado.
Pero…
—¡Derek!
Una mujer despampanante entró en el edificio corriendo y
abrazó con fuerza a Derek y le dio un gran beso.
—¡Scarlett! ¡Qué agradable sorpresa!
¿Sabéis lo que es sentir que una parte vuestra se rompe en
mil pedazos? ¿Esas ganas incontrolables de llorar y no querer
hacer por puro orgullo? ¿Sabéis lo que es sentirse como un
cero a la izquierda? Pues así me sentí yo.
Sin darse cuenta Derek había roto mi corazón.
Elliana

¿Por qué esas cosas solo me pasaban a mí?


Dolía, dolía mucho. Sentía un vacío absoluto en mi pecho,
un agujero en donde antes estaba mi corazón. ¿Por qué
siempre que me implicaba en algo salía mal? ¿Por qué todo
tenía que ser tan complicado?
Vi con horror cómo me restregaban su amor en la cara. Ese
abrazo cariñoso se prolongó demasiado, dándome unas ganas
de vomitar incontrolables.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó Derek a aquella morena
despampanante, cuya piel era o parecía tan frágil como la
porcelana.
—Ya ves, he vuelto para darte una sorpresa. París es
hermoso y tiene su encanto, pero no hay nada mejor que mi
ciudad natal —respondió ella clavándole sus preciosos ojos
marrones cubiertos de espesas pestañas.
Me estaba poniendo mala solo de verlos.
Por fortuna, Connor y Luke llegaron a mi lado y me
obligaron, sin ser conscientes de que el gran jefazo estaba ahí,
a apartar la mirada y a marcharme de allí. Derek no se dio
cuenta de que yo había presenciado esa escenita.
Él no me llamó ese día, ni los siguientes. Me ignoró por
completo. Ni siquiera me mandó un triste mensaje; tampoco es
que yo le mandara alguno, la verdad.
Me pasé días llorando como una desconsolada, comiendo
helado y viendo películas tristes con mis amigas. Winter se
pasó días rezongando malas palabras sobre su persona
mientras que Genevieve siempre intentaba omitir el tema. A
veces eran tan diferentes…
Poco a poco llegó la última semana de febrero y Derek
seguía sin hablarme. Respiré hondo. No quería volver a
nombrar su nombre jamás. Derek… ¡Mierda! Él no se lo
merecía.
El día veintiocho de febrero fue el cumpleaños de Nora y,
tal y como os he dicho anteriormente, había comprado un par
de entradas para el musical Mírame. Eran los asientos más
caros, pero merecían la pena. Amaba a la actriz protagonista,
Madison Price. Era mi ídolo, en serio. Ojalá de pequeña
hubiese tomado clases de baile y actuación; seguro que en esos
momentos no habría sido tan tímida como lo era.
Llegué antes de tiempo al pequeño local en el que había
quedado con la cumpleañera, una pequeña cafetería decorada
al estilo años ochenta en el que servían toda clase de postres.
Había encargado una caja de seis deliciosos cupcakes: de
speculoos, de limón, de fresa, de arándanos, de chocolate y de
vainilla. Todos ellos eran sabores que Nora adoraba y que
sabía que le iban a encantar.
—Buenas tardes, Elli —me saludó con mucho desparpajo
Enara, la dueña del local. Era un pequeño tesoro haberlo
encontrado y fue toda una casualidad. En uno de mis primeros
días en la ciudad me perdí y acabé dando con aquel lugar. La
dueña, al ver que estaba desorientada, me llevó a mi edificio
cuando cerró la tiendecita.
—Hola, guapa. ¿Tienes lo que te he pedido?
—Ahora mismo los traigo.
Ella entró en la trastienda, donde tenía la cocina. Mientras
tanto, me quedé admirando la belleza del lugar. Las paredes
eran de tonalidades rosa y verde pastel mientras que el suelo
era de baldosas blancas. Amaba aquel lugar que parecía salido
de un cuento de hadas con ese ambiente tan familiar y esa
música que brotaba de los altavoces. Había una segunda planta
que daba un aire acogedor y familiar. La barra era tan años
ochenta y los pósteres reflejaban los cantantes que
despuntaron en aquella época.
Mi teléfono móvil vibró con fuerza. Lo saqué de mi bolso
y lo desbloqueé. Tenía un mensaje de Nora.
«Estoy llegando. Me he retrasado un poco, lo sé y lo
siento».
«No pasa nada», escribí. «Tómate el tiempo que
necesites».
Enara me trajo el pedido guardado en una caja a la
perfección para que no se desmoronara ninguno, lo cual
agradecía internamente. Pedí por las dos y subí las escaleras
después de pagarle. Dejé todo en la mesa bien ordenado.
«Acabo de llegar. ¿Dónde estás?», me envió mi amiga.
«En el segundo piso». Sonreí con malicia pensado en la
sorpresa que le esperaba. Oí pasos a mis espaldas y cuando me
volví, ahí estaba ella. Tenía las mejillas ruborizadas, quizá por
haber estado corriendo pese a haberle dicho que se tomara su
tiempo. Negué con la cabeza. ¡Qué terca era a veces!
—¡Feliz cumpleaños! —exclamé aprisionándola bajo mis
brazos. Hizo un ruidito de queja exagerado.
—No puedo respirar. Socorro, me ahogo.
Reí con fuerza.
—¡Qué payasa eres! —exclamé.
—Pero me quieres igual. —Me tiró un beso. Siguiéndole el
juego, alargué la mano y cerré en puño como si lo hubiese
amarrado entre mis dedos. Me lo llevé al pecho como si fuese
el mayor de los tesoros.
Ella puso los ojos en blanco al ver mi juego.
—Y luego la payasa soy yo —dijo con ironía conteniendo
una risa.
Nora y yo pasamos una gran tarde juntas. Le mostré los
cupcakes y los devoramos a modo de merienda cena mientras
tomábamos las dos un smothie cada una. Cuando creí oportuno
darle el regalo, se lo tendí. Había metido las dos entradas en
una cajita que había envuelto con mimo. Un lazo rojo la
decoraba junto a una pegatina que ponía «Feliz cumpleaños».
Mi amiga abrió el regalo con ansias. Una carcajada se
escapó de mi garganta, y es que a ella le encantaba abrir
regalos. Decía que la mejor parte estaba ahí. Mi opinión era
muy parecida. ¿Quién nunca ha sentido esa ilusión de
imaginar lo que hay en el interior de un paquete envuelto?
—¡Oh! ¡Vaya, Elli! —exclamó mi amiga abriendo al
máximo sus ojos. Su cabello castaño era liso y suelto, la
envidia de todos. Había descubierto aquello que se escondía en
el paquete y, por su expresión, supe que le había gustado
mucho—. ¿Sabes una cosa? En estos momentos te quiero aún
más.
Se abalanzó sobre mí y me dio un gran abrazo.
Sonreí.
—No creía que te gustarían tanto.
Siendo sincera, hubo un momento de la semana anterior en
la que creí que mi sorpresa se había ido al garete cuando me
comentó acerca del musical y de las ganas que tenía de verlo.
También dijo que deberíamos ir juntas y que por qué no las
comprábamos ya. Tuve que hacerme la desentendida y decirle
que ese musical no me interesaba. Fue una mentira piadosa.
—¿Gustarme? Vamos, Elli, es el mejor regalo que me han
dado nunca. ¡Te han tenido que costar una fortuna! —Volvió la
vista hacia las entradas y suspiró con el mayor de los placeres.
De pronto, en su rostro se dibujó una expresión de perplejidad
—. Un momento… ¡Son las mejores localidades!
En esos momentos Nora parecía una niña pequeña de lo
emocionada que estaba. Parecía que le había tocado el premio
gordo de la lotería. Por ello, no pude evitar que mi boca se
dibujara poco a poco una sonrisa de alegría al ver lo mucho
que le había gustado mi regalo.
—Claro. ¿Acaso dudabas que veríamos el mejor musical
del año en un sitio mediocre? Ni de coña, señorita. Nos
merecemos los mejores asientos —dije con una prepotencia
fingida.
Después de la merienda cena, ambas dimos un pequeño
paseo por la ciudad. Nora me comentó lo nerviosa que estaba
por la apertura de su pequeña boutique de moda en una de las
arterias de la ciudad. Ella había estado buscando aquel local
que la había vuelto loca desde el primer momento en que lo
vio desde hacía unos meses. Fue toda una ganga que le salió
cara. A la hora de reformarlo se encontró con muchos
inconvenientes que le costaron miles de dólares. Sin embargo,
todo había valido la pena por ver la ilusión y la emoción
reflejadas en su mirada celeste.
—Tengo tantas ganas de que llegue abril —dijo ella.
—Y yo tengo tantas ganas de verla en marcha…
—Vendrás a la apertura, ¿no? —me preguntó ella con ojos
inquisidores.
—Solo si la dueña me invita. —Le guiñé un ojo.
Le puse al día de cómo me iba en Wattpad. Desde el
mismo instante en el que le conté que publicaría en esa red
social ella me apoyó. Nora hacía años que usaba esa aplicación
para leer libros que, bajo su criterio, eran buenos. Así que no
dudó en buscarme y en seguirme.
—¡He llegado a las mil visitas! —exclamé con ilusión al
recordarlo. Esa mañana había chillado como una colegiala en
un concierto de su ídolo.
—¿En serio? —preguntó destilando emoción. Asentí con
la cabeza enérgicamente—. ¡Me alegro mucho! Esto es un
gran paso para ti. —Me dio un gran abrazo y luego me besó la
mejilla.
—Muchas gracias. Estoy que no quepo en el gozo. Si
supieses cuán emocionada me tiene todo esto…
Hacía un mes que había empezado a publicar aquella
novela por tomos en aquella plataforma y, de momento, estaba
muy contenta con los progresos. No tenía muchos lectores,
pero los que la leían eran fieles a mi obra. De vez en cuando
alguno me dejaba algún que otro comentario de lo más
motivador o intentando hacerle entrar en razón a mi
protagonista. Eso me sacó una sonrisa.
—Tienes mucho talento. Voy a recomendarte a una amiga
que ama las novelas de romance puras. Seguro que la tuya le
encanta.
Solté una pequeña risita sin poder evitarlo y la achuché
aún más fuerte si podía ser posible.
El resto de la tarde lo pasamos así, entre risas y
comentarios. No veía la hora de que la semana siguiente
llegara. Pero quién iba a decirme a mí la de sorpresas que
acarrearía la llegada del musical del año.
Elliana

El tiempo fue pasando y pronto llegó aquel día tan esperado


para mí. Por fin ese sábado tendría el placer de disfrutar del
musical que todos los medios habían calificado como el mejor
y el más aclamado del año.
Por la mañana me sentía con ganas de limpiar mi parte del
piso. Cada semana hacíamos un sorteo al azar para distribuir
las tareas y aquella vez me había tocado, para mi desgracia,
limpiar el baño, quitar el polvo de cada estante y pasar la
aspiradora. Odiaba esa máquina asquerosa.
Así que, vestida con un chándal y un moño desordenado,
me dispuse a cumplir con mi parte. Primero quité cada mota
de polvo de los estantes de nuestra sala de estar y luego, el del
armario en el que guardábamos la vajilla buena. Limpié la
mesa del comedor tarareando una canción que en ese momento
no paraba de sonar en la radio moviendo de vez en cuando las
caderas.
Una vez quitado el dichoso polvo, me encerré en el baño y
no salí hasta que quedó impoluto. Quité los pelos de la bañera,
un acto que a mí me parecía de lo más repulsivo y que me
regaló más de una arcada.
—Dios, esto es asqueroso —dije para mí misma cuando
saqué esa mata de pelo chorreante de agua. Iugh.
El siguiente y último paso fue la aspiradora. Como estaba
sola esa mañana, Genevieve estaba con Jackson y Winter
había pasado la noche en casa de su novio, no desperté a
nadie, aunque fueran casi las once de la mañana.
Enchufé el aparato y lo pasé por cada alfombra. A pesar de
tener las ventanas abiertas de par en par, yo estaba sudando a
mares. Buf.
Sobre las once y media dejé todo listo y, como no tenía
nada que hacer, decidí salí a patinar después de darme una
ducha rápida. Me coloqué mis mayas de color azul y una
camiseta sin mangas, y salí por la puerta cogiendo mis patines.
Me había recogido el cabello en una coleta semidespeinada.
Llegué al parque que había al lado de casa y que disponía
de un camino llano que me permitía patinar sin sufrir ningún
accidente. Había empezado a patinar al menos una vez a la
semana cuando empecé mis estudios universitarios,
descubriendo en ello una forma que me ayudaba a liberar
estrés.
Cuando estaba colocándome el patín izquierdo, mi
teléfono móvil vibró. Miré y arrugué el morro. Era un mensaje
de Derek, el primero en mucho tiempo.
«Siento no haber hablado contigo, he estado ocupado.
¿Podemos vernos pronto?», decía.
Lo dejé en visto, a ver si así pillaba la indirecta.
Estaba recolocando el otro patín cuando recibí otro
mensaje de él.
«Bella flor, ¿te pasa algo?».
Hice lo mismo que antes y continué con mi labor. Un
tiempo después mi teléfono volvió a vibrar. Iba a contestarle
con mala uva a Derek, pero descubrí que no era él, sino
Landon, quien me había escrito.
«¿Haces algo ahora a la mañana?», decía.
«Estoy en el parque al lado de mi casa, a punto de empezar
a patinar. ¿Te unes?».
«¡Claro! Hace un mes que no lo hacemos juntos»,
respondió él. Landon y yo habíamos cogido la costumbre de
salir a patinar todos los domingos por la mañana cuando
estábamos en la universidad. Si bien no éramos unos expertos,
sabíamos defendernos muy bien. «En un cuarto de hora estaré
ahí. ¿Estás en Tompkins Square Park?».
Negué con la cabeza al leer el mensaje, pero al de unos
segundos lo dejé de hacer al darme cuenta que no podía
verme. Me reí de mí misma y agradecí que nadie conocido me
miraba. Le escribí la dirección con ansiedad y, unos minutos
después, me llegó su respuesta.
Guardé mis deportivas en la bolsa en donde guardaba los
patines y empecé a deslizarme por el suelo. El parque al que
había ido era John V. Lindsay Est River Park. Me gustaba
mucho las vistas que me regalaba del canal y lo verde que era
todo.
Empecé a deslizarme delicadamente por uno de los
senderos sin moverme mucho del lugar. Esperé a que Landon
llegara y, cuando lo hizo, me dio un susto enorme. Estaba
dando una vuelta improvisada sintiéndome muy guay por no
caerme cuando, de pronto, vi su figura salida de la nada. Del
sobresalto me caí al suelo de culo.
En su boca se dibujó una sonrisa burlona que me hizo
querer matarlo y destriparlo con mis propias manos.
—Vaya, ya sé que soy guapo, pero no sabía que tenía ese
efecto en ti, bichillo. —Me guiñó un ojo de manera seductora.
Landon siempre sería así, un hombre que buscaba a su
chica ideal, pero que no lograba encontrarla. En la universidad
había intentado llevarme al huerto en más de una ocasión y
había utilizado muchas artimañas de seducción que no le
sirvieron para nada conmigo. En una de las pocas fiestas a las
que asistí, por petición de una de mis compañeras del curso,
cometí uno de los errores de los que ahora no me arrepiento.
El caso es que la música estaba muy alta y yo había bebido
un par de copas por primera vez en mi vida. Debido a ello,
todo a mi alrededor lo percibía distorsionado y no fui muy
consciente de mis actos.
Recuerdo que acabé bailando en el centro de la pista de
baile con Landon a mi lado agarrando mi cintura, muy pegado
a mí. Recuerdo que aquello no me importó. Me sentía bien,
muy bien conmigo misma. No sentía miedo ni vergüenza de
nada ni miedo a meter la pata. Era una sensación similar a
escribir, pero mil veces mejor.
Todo ocurrió muy rápido. De un momento a otro
estábamos tan cerca el uno del otro que fui capaz de percibir
su colonia varonil con un toque afrutado. También sentí cómo
su respiración se agitaba y se entrecortaba por el momento. La
adrenalina corría por mis venas. Creo recordar lo sonrojada
que estaba y la sonrisa de boba que se había instalado en mis
labios.
Su cercanía no me echó para atrás, ni mucho menos.
Llevaba tanto alcohol en las venas que sentí la valentía y el
impulso de besarlo. ¡Joder, qué beso! Incluso ahora que lo
pienso me sigue pareciendo uno de los besos más apasionados
y desenfrenados de mi vida, no se lo digáis a Derek.
El error fue el beso, un beso que provocó que todo lo que
construimos en esos primeros meses se derrumbara. De pronto
pasé de sentirme cómoda y a gusto a su lado a sentir todo lo
contrario. No hablamos durante un mes. Nos evitábamos. Solo
nos dirigíamos miradas furtivas y avergonzadas. Pero, como
todo, tuvo su solución: Nora. Ella era una amiga que ambos
teníamos en común y que nos ayudó a salir de ese bache. Nos
encerró en una habitación durante dos días que fueron los más
largos y amargo de mi vida. Nos costó mucho hablar de
nuestros sentimientos, desnudarnos delante del otro
emocionalmente, pero, al hacerlo, un alivio se instaló en mí.
Prometimos no volver a hacerlo y ha sido algo que
habíamos cumplido hasta aquel momento. Además, el segundo
día de estar encerrados me confesó que no sintió lo que
esperaba cuando me besó.
Poco a poco fuimos retomando esa amistad que se volvió
más fuerte y cercana a medida que pasaba el tiempo. Los
momentos vividos con él habían sido el mejor regalo que la
vida me había regalado y gracias a él salí de esa burbuja de
amargura y dolor en la que me sumí durante los cuatro meses
posteriores a romper con el asqueroso de Tyler.
Tyler.
Landon me advirtió en varias ocasiones de que ese chico
no le acababa de caer del todo bien, pero respetó mi decisión.
Siempre que quedábamos y lo mencionaba arrugaba el morro
como si hubiese comido o lamido algo ácido, pero en todo
momento se quedó callado. Él era la clase de amigo que nunca
había tenido en el sector masculino, uno que me apoyó en todo
momento, aunque no estuviese del todo de acuerdo.
—Elli… Hola, Elli… —escuchaba a lo lejos—. ¡Zac
Efron sin camiseta!
—¿Dónde? —Me volví con ironía fingiendo buscarlo.
Landon soltó una tremenda y contagiosa carcajada.
—Eres única, no cambies nunca. —Me dio un beso en la
frente y se sentó en el banco de madera en el que había estado
apoyada yo.
Esperé pacientemente a que se pusiera los patines. Mi
amigo tardaba muchísimo en ponérselos, no exagero. Nunca
en mi vida había visto a una persona tan lenta.
—¡Por Dios, no me puedo creer que tu guapura venga con
esa lentitud! Pero si hasta te ha ganado esa niña pequeña —me
burlé de él con malicia al mismo tiempo que señalaba a la
pequeña que estaba a unos bancos de nosotros.
Mi amigo me tiró un beso sarcástico.
—No es mi culpa. Además, su madre está ayudándola.
Cómo me gustaba picar a Landon.
Tuve que esperar unos diez minutos para que el señorito
tortuga estuviese listo. Empezamos a dar un par de vueltas
alrededor del banco a modo de calentamiento y, después,
cogimos nuestras bolsas y comenzamos a seguir el sendero
que nos daba unas increíbles vistas del Atlantic Highlands que
nos permitía respirar aire limpio y libre de la polución dentro
de aquella ciudad tan llena de vida. Parecía que nos habíamos
adentrado en un universo paralelo y que todo era naturaleza en
su estado más puro.
Había familias pasando la mañana junta, niños correteando
o jugando en los distintos parques de juegos, ancianos
paseando y aprovechando el buen día que hacía…
Me gustaba pasar el tiempo al aire libre, si bien no era muy
deportista. Pero no me podía negar aquel capricho de salir a
dar un paseo sobre los patines de línea, sobre todo si gozaba de
tan buena compañía como lo era Landon.
A veces las personas de la empresa pensaban que entre él y
yo había algo más que la mistad. Si realmente supiesen cuán
equivocados estaban… Landon era mi mejor amigo, alguien
que me había acompañado tanto en los buenos como en los
malos momentos. Pero nunca pensamos en ser nada más. No
era mi tipo. Él buscaba a una mujer que rompiera todos sus
esquemas.
Pasé la mañana gozando de su compañía, fingiendo ser
unos expertos del patín. Adoraba esos pequeños momentos de
paz que vivía con él. Eran mi paraíso personal, sobre todo en
ese momento en el que me encontraba tan dolida. Landon era
consciente de ello y por eso me consentía tanto últimamente.
Más que un amigo, había encontrado en él a un hermano
sobreprotector. Lo adoraba. Y él me adoraba a mí.
Éramos como dos personas que estábamos destinadas a
conocernos.
Elliana

Después de almorzar gozando de la compañía de Landon en


un restaurante chino de lo más cutre, volví al apartamento para
darme un buen merecido baño. Calenté el agua y llené la
bañera pasada la mitad con aquel maravilloso líquido.
Después, eché una bomba de baño cuyo aroma a lavanda
inundó mis fosas nasales e impregnó cada rincón de la
estancia. El agua se tornó de un violeta perfecto.
Tentador y era sólo mío.
Me desnudé y me metí en la bañera que ocupaba gran parte
de nuestro baño. Cuando compramos el piso, nos vimos
obligadas a reformar aquella estancia, pues no tenía aquella
majestuosidad que me permitía aquellos momentos agradables
y relajantes. Amaba esos pequeños momentos en los que mis
cantantes favoritos se dejaban oír a través de los altavoces de
mi teléfono móvil al mismo tiempo que la luz era tenue.
Mi mayor placer.
Creo que estuve sumergida en el agua más de media hora,
dejándome una sensación única y suave en la piel, y una
fragancia a lavanda apenas perceptible.
Como iría a Broadway con Nora, Genevieve y Winter
odiaban los musicales, decidí vestirme elegante para la
ocasión. Por ello había elegido un vestido negro que me
llegaba hasta la rodilla liso, cuya falda se abría como una
campana. Me puse un cinturón de pedrería en la cintura, y en
la muñeca una pulsera de plata. Rodeando mi cuello me puse
aquella cadena que tenía la inicial de mi nombre. Unas medias
cubrieron mis piernas un poco rechonchas y unos botines de
tacón bajo se instalaron en mis pies.
Fui al baño y me apliqué un poco de perfume fresco. Lo
siguiente que hice fue trenzar mi cabello y enrollarlo entre sí a
modo de moño trenzado. Por último, me apliqué una fina capa
de maquillaje. Solo destaqué mis ojos con el rímel. En mis
labios me apliqué una capa de cacao, pues el frío hacía que se
me pelaran y secaran.
Ya estaba lista y justo a tiempo.
Nora me mandó un mensaje. «Ya he llegado».
«¡Bien! Ahora bajo», fue mi respuesta.
Cogí un bolso pequeño en el que guardé las llaves, la
cartera y el teléfono móvil, y salí de mi piso no sin antes cerrar
con llave. Vivíamos en una zona tranquila, pero eso no quería
decir que nunca hubiese habido robos. A unos edificios de
distancia hubo uno hacía unos meses. Así que lo mejor sería
no arriesgarse. Ya sabéis, la seguridad ante todo.
El viaje en coche hasta Broadway estuvo lleno de risas y
conversaciones amistosas. Creo que Nora estaba más nerviosa
que yo por el musical, y eso que yo estaba eufórica. ¡Ya tenía
ganas de que empezara!
Las luces de la ciudad nos acogieron en el trayecto. No
sabría decir por qué, pero amaba aquella faceta de Nueva
York. Por el día era hermosa, pero cuando el sol se ocultaba y
el alumbrado se encendía era como si la ciudad resurgiera de
sus cenizas. Un nuevo ambiente se formaba, y eso era mágico.
Pronto llegamos a nuestro destino.
Si ya no estuviese acostumbrada, me habría quedado
embobada. Todo era luces y música. El ambiente era tan
magnífico y hermoso… Todo destilaba fama.
Cuando conseguimos aparcar el coche y salir, el frío de la
noche nos dio la bienvenida. Parecía de día debido a la
claridad de las luces. Los teatros estaban iluminados y en cada
uno se podía leer en letras brillantes lo que ofrecían. El nuestro
estaba unas calles más abajo. Agradecí esa pequeña caminata,
pues me ayudó a despejar un poco la mente y a relajarme.
Aunque ese estado no duró mucho, puesto que la entrada
estaba plagada de periodistas. ¡Mierda! ¿Qué famoso vendría a
ver el musical? Porque que yo supiera no iba a venir nadie
que…
¡Joder! ¿En serio? ¿Tenía que ir él, justo él?
Maldito Derek. No solo me rompía el corazón y me
ignoraba, sino que me restregaba por el morro su relación con
aquella mujer… ¿Cómo se llamaba? Ah, sí, Scarlett.
¿Por qué la vida era tan perra?
A unos metros más adelante de nosotras Derek posaba ante
las cámaras con una sonrisa blanca de modelo dibujada en sus
labios. De su brazo colgaba ella, Scarlett White, la diseñadora
más prestigiosa del país.
¿Por qué ella tenía que ser tan guapa? ¿Por qué yo no
podía ser así? Oh, Dios. Amaba su cabello negro como el ala
de un cuervo y sus ojos del color del chocolate, brillantes y
relucientes. Su piel de porcelana destacaba en aquel vestido
rojo ajustado, resaltándole todas las curvas.
No me extrañaba que Derek la prefiriese a ella.
—Elli, ¿qué pasa? ¿Por qué has parado?
Ni siquiera me había dado cuenta de que me había
quedado estática en el sitio. ¡Rayos y centellas!
—Nada, nada. —Aparté la mirada de dónde estaba Derek
y la posé en mi amiga, pero ella, tan astuta la condenada, había
descubierto mi malestar.
—Oh, ya entiendo —dijo mirando a la pareja—. Espero
que Derek y esa mujerzuela no nos estropeen la noche.
Creo que ya era tarde para eso. No obstante, la noche fue a
peor.
Cuando fuimos a entrar, la bandada de buitres nos
interceptó y empezaron a hacernos preguntas, en especial a mí.
—Señorita Jones, ¿qué nos puede decir acerca de su
relación con Derek Foster?
—¿Están saliendo?
—¿Por qué no le acompaña usted?
—¿Tienen una relación liberal?
¿Sabéis lo estúpida que fui que mi reacción fue ni más ni
menos que quedarme quieta como una estatua frente a ellos?
Jesús, ¿por qué no podía moverme si mi único deseo era huir y
esconderme bajo una piedra? Mi respiración se aceleró y sentí
cómo la boca de mi estómago se cerraba. Esa sensación de
vértigo era lo que no me permitía hablar o que, si lo hacía,
tartamudeara y soltara alguna estupidez.
Pero lo peor fue lo que pasó a continuación.
—¡Dejadla en paz! ¿No veis que la estáis atosigando?
Me volví. Para eso sí tenía fuerzas. Genial, cuerpo.
Derek.
¿Cómo narices podía ser tan sexi? ¿Por qué me sentía
como una estúpida adolescente con las hormonas
revolucionadas cada vez que lo veía?
«Recuerda que estás enfadada con él. No me vengas con
esas ahora», me recordó mi mente.
Me mantuve seria, sin moverme. Sus ojos, verdes como las
esmeraldas, me tenían totalmente hipnotizada. ¿Qué podría
hacer? ¿Cuál sería mi siguiente movimiento?
Miré a la mujer que estaba a su lado, Scarlett White. Le
estaba agarrando el brazo tan musculoso que don señor
caliente tenía. Eso solo lo podía hacer yo.
¿Desde cuándo era yo tan dominante? Ni yo me entendía a
veces.
Vi que Derek movía los labios y en ese mismo instante
volví a la realidad. Todo a mi alrededor se había distorsionado.
—¡He dicho que la dejéis tranquila!
¿Eing?
Pero todo cobró sentido cuando un flash me dejó ciega.
Entonces esa sensación de miedo y vértigo volvió a mí. Mis
manos se llenaron de sudor y me respiración se tornó
entrecortada.
Un fuerte tirón me sacó del punto de mira. Miré a mi
acompañante y sonreí con agradecimiento. Nora me había
salvado el pellejo. Si es que no hay nada mejor que un buen
amigo que te ayuda cuando no es tu mejor momento.

Ya una vez sentada en las butacas negras del teatro me


permití relajarme y respirar con normalidad. Vale, había
conseguido superar a los temidos periodistas. Esperaba que no
ocurriese nada más; pero, claro, como siempre, estaba
equivocada.
El teatro estaba casi lleno. Solo quedaban un puñado de
asientos libres esparcidos por el edificio. Me gustaba ese toque
clásico que le habían dado, con adornos revestidos en dorado.
La cortina era de un rojo carmesí que me encantaba. Casi
podía oler el ambiente artístico del lugar.
Al lado de Nora había una pareja de mediana edad cogidos
de la mano y a mi lado, no había nadie de momento.
¡Ya tenía ganas de que empezase! ¡Qué emoción! Y qué
nervios.
De pronto, intercepté a Derek y a su acompañante.
Avanzaban por el teatro hacia la primera fila, donde mi amiga
y yo estábamos. ¡Oh, no!
«Por favor, que no sea lo que yo estoy pensando», me dije.
Pero de nuevo Elliana debía estar errada. Se sentaron a mi lado
y, por si eso fuera poco, fue Derek quien se acomodó a mi
derecha.
¡Mierda!
Me sonrió y yo, como una tonta, le devolví el gesto.
¡Se suponía que estaba enfadada por haberme dejado de
lado durante todo ese tiempo! ¿En dónde se había quedado mi
sentido común?
Parecía que iba a decirme algo, pero justo en ese momento
el espectáculo comenzó. Salvada por la campana… o por el
musical.
Todo me dejó embobada. Tanto mi amiga como yo no
pudimos despegar la mirada del escenario, donde todos los
intérpretes actuaban de una manera que yo jamás podría hacer.
En cuanto Madison salió al escenario, una sonrisa se instaló en
mis mejillas. Era una gran fan suya, ¿ya os lo he dicho? Se
metió en el papel y no salió en ningún momento.
La música fue exquisita y los bailes me dejaron con la
boca abierta. Pese a ser ya una mujer hecha y derecha,
Madison se movía muy bien sobre el escenario. Se notaba la
experiencia que tenía. Además, ese desparpajo no lo tenía
nadie más.
Según tenía entendido, uno de los personajes secundarios
era interpretado por su hermano. En efecto, diez minutos
después de empezar el show, salió en escena y dejó al público
embelesado, yo incluida. Y es que era un hombre tan sexi y
candente que no me importaría hincarle el diente.
El espectáculo se me hizo muy corto, para mi desgracia.
Pronto todos estaban saludando y el telón fue echado. ¡No!
¿Por qué?
Aplaudí con fuerza, al igual que el resto del público. Había
superado todas mis expectativas. Me había gustado todo: la
música, los actores, los bailes, el fondo, la trama…
Muy a mi pesar, me levanté de mi asiento cuando las luces
se encendieron.
Sentí cómo la persona sentada a mi derecha me rozaba la
mano con timidez. Me giré y…
¡Mierda! Me había olvidado de Derek. Pero es que había
estado tan sumida en la trama que todo había desaparecido a
mi alrededor.
Fingí que no sentía esa descarga eléctrica en mi piel y salí
por el lado opuesto agarrada de la mano de Nora para no
perdernos. Había un maremágnum de personas ahí dentro
increíble. Menos mal que no había sido yo la que estaba frente
a ellas, sobre el escenario. De lo contrario, me habría quedado
en blanco y habría estropeado la obra.
—¿Qué te ha parecido? —me preguntó mi amiga una vez
fuera.
Alucinante, increíble, maravilloso, arrollador…
—Ha sido lo mejor que he visto en mi vida.
—Te secundo. Y Kevin estaba tan sexi sin camiseta…
Claro, su personaje nos había mostrado una imagen de lo
más apetecible de su torso desnudo. Mmm… ¡Qué buena
tableta tenía! Me preguntaba si Derek tendría una igual.
Y hablando del rey de Roma…
—Hola, chicas. ¡Qué casualidad veros aquí!
Sí, don señor caliente estaba a mi lado acompañado de la
morenaza.
—Esto… —Me sentía muy incómoda y violenta—. Ella es
Nora y, bueno, él es Derek —los presenté.
—Un gusto conocerte por fin, Derek. Elli me ha hablado
mucho de ti.
La miré abriendo mucho los ojos. ¿En qué parte de la
historia se había perdido cuando le dije que estaba enfadada
con él? Ten amigas para que te traicionen así.
Derek me miró cuando la idiota de mi Nora dijo aquello.
En sus labios se esbozó una gran sonrisa de oreja a oreja.
—¿No me digas?
La intensidad de sus ojos era tal que me ruboricé. ¿Cómo
un hombre podía causarme esas reacciones? ¿Cómo una
simple mirada podía embaucarme tanto?
—Es un placer conocerte, Nora. No sabía que Elliana
tuviese amigas tan guapas. —Nora soltó una risita nerviosa y
con eso supe que ya se la había ganado. Giró su cabeza hacia
su acompañante y nos la presentó—. Chicas, os presento a
Scarlett White, una gran amiga mía.
¿Por qué no me gustó nada cómo sonó ese “Gran amiga
mía”? ¿Serían celos lo que sentía? No sería de extrañar.
¿Cómo podría competir contra aquella belleza? Yo no le
llegaba ni a na suela de los zapatos.
Me sentí muy decepcionada. Por una vez que encontraba
un hombre tan perfecto para mí, ¿por qué tenía que estar
cogido? Maldito universo. Te odio.
—Elliana, ¿podemos hablar un momento en privado? —
preguntó Derek con un tono de súplica.
¡Mierda! En esos momentos no me veía capaz de
afrontarlo.
Iba a negarme, pero la traidora de Nora me dio un empujón
que provocó que quedara entre sus brazos. Lo miré totalmente
avergonzada. Sus ojos verdes me enamoraron y me
engatusaron como siempre lo hacían.
En aquel momento me di cuenta que me gustaba Derek. Se
había ido metiendo en mi sistema poco a poco hasta crear un
sentimiento cercano al amor poderoso y fuerte. Era toda una
lástima que él no sintiese lo mismo por mí.
—Cla…claro —tartamudeé en respuesta.
Derek me tomó de la mano y nos apartó de nuestras
acompañantes. Cuando eché la cabeza hacia atrás, vi que
Scarlett y Nora habían entablado una conversación. ¿Cómo
narices lo hacían? ¿Cómo podían hablar con un extraño sin
sentir pudor? A mí me temblaba todo de solo pensar en hacer
eso.
—¿Qué querías decirme? —Lo admito, mi voz sonó
mucho más brusca de lo que realmente quería.
—¿Estás bien? —fue su respuesta—. ¿Estás enfadada
conmigo?
Lo miré como si fuese un niño pequeño. ¿En serio me lo
tenía que preguntar?
—No, ¿por qué debería de estarlo? —dije con ironía—. A
lo mejor es porque me has dado esquinazo mientras salías con
tu chica. —Miré a Scarlett con rabia. Cuando volví a mirarle,
vi que sus ojos brillaban de la diversión. Una estruendosa
carcajada salió de sus labios, lo que me enfado aún más—.
¡No te rías! ¡No tiene gracia! —grité completamente colorada.
Me alejé de su toque.
Mi comentario más que hacerlo callar provocó todo lo
contrario. Un ataque de risa lo atravesó de lleno y no paró en
varios minutos. Lo miré con el ceño fruncido, mosqueada y
cabreada. Junté los labios y aparté la mirada. Tenía unas ganas
inmensas de llorar y no quería hacerlo delante de él. Mi
orgullo me lo impedía.
—¿Estás celosa? —preguntó entre risas.
—No. —Puse los ojos en blanco sin mirarle.
—¡Estás celosa!
—¡Que no! —chillé dando un paso atrás y cruzándome de
brazos.
Una sonrisita se dibujó en sus labios. Como odiaba aquel
gesto.
—No tienes que estar celosa de ella, bella flor.
—¿Ah, no? —Arqueé una ceja de forma inquisitiva.
—No.
—¡Venga ya! Ella es preciosa y elegante. A su lado yo soy
un pato.
—Mmm… No sabes cómo me gusta tu faceta celosa. —
Otra vez se estaba burlando de mí. Maldito. Le arrancaría la
piel a tiras si no dejaba ese jueguecito ya.
—Déjalo —supliqué intentando ocultar la lágrima que
había empezado a descenderme por el rostro.
—Por favor, no llores. No tienes motivos para sentirte
celosa. ¿Sabes por qué? —Me encogí de hombros negando
con la cabeza—. Porque ella no está en el mercado. Digamos
que no juega en el mismo equipo.
Abrí los ojos como platos. ¿A qué narices se refería?
—Explícate.
Rio de nuevo.
—Mi bella y ahora celosa flor, Scarlett es lesbiana.
Derek

Elliana abrió tanto sus ojos que casi se le salieron de las


órbitas. Sus mejillas estaban adornadas de un hermoso tono
rojizo. Me encantaba ese lado celoso suyo, sobre todo porque
significaba que realmente yo le importaba.
—¿Có… Cómo?—tartamudeó.
Sonreí con malicia.
—Ya sabes, le gustan las mujeres.
Ella me miró de esa manera tan suya que me tenía tan
cautivado. Ansiaba tanto besarla, pero sabía que, si lo hacía en
ese momento, se molestaría aún más de lo que ya estaba.
—¡Vaya, hombre! ¿No me digas? Conozco el término.
—Mmm… Me gusta que seas sarcástica —le dije sin
pensar.
Chasqueó la lengua.
—Ese no es el punto. ¿Por qué no me has hablado en todo
este tiempo? ¿Por qué no me has dicho que tu amiga había
venido? ¿Por qué…?
Al cuerno. La callé con un beso. Me sentí en el cielo en el
mismo instante en el que sus labios rozaron los míos.
Al separarnos Elliana me miró con extrañeza y puede que
con una pizca de enojo.
—¿Por qué has hecho eso?
—Porque eres tan irresistible que no me puedo contener.
Vi cómo bajó la mirada a sus pies. Con una de mis manos
alcé su barbilla. Quería ver su rostro cubierto en ese instante
de una ligera capa de maquillaje que resaltaba su belleza
natural.
—No me has respondido. —Soltó una risilla nerviosa.
Me pasé una mano por la cara. Sí que era cierto que la
había dejado de lado esos días, pero había sido sin querer. Lo
juro. No era mi intención y, además, no creía que se molestaría
tanto.
—Lo siento. Sé que me he comportado como un idiota. La
visita de Scarlett ha sido toda una sorpresa para mí y creo que
por eso me he alejado de ti sin darme cuenta. He pasado
mucho tiempo con ella porque hacía casi un año que no la veía
—me expliqué.
Me sentía como un imbécil e idiota.
—Ahora entiendo cómo te debes de sentir tú cuando salgo
con Landon —dijo, en cambio.
Sus palabras me sorprendieron.
—¿Qué…?
—¿Creías que no me daría cuenta de la mentira que le
dijiste a mi amigo? —Se cruzó de brazos al mismo tiempo que
alzaba una ceja. Su mirada lo decía todo. Un “Te he pillado”
estaba reflejado en su rostro ovalado.
Me sorprendió ver que no estaba enfadada, más bien
parecía que le divertía verme en aquella situación.
—¿Cómo… —Me aclaré la garganta—… Cómo lo has
sabido?
En su mirada un brillo especial destiló con fuerza.
—Gracias a tu confesión de ahora. —Sonrió de manera
lobuna—. Era una hipótesis que tenía. Era extraño que me
pidieses salir y que justo después Landon se enfadara conmigo
por tener un supuesto novio y no haberle avisado de ello.
Estoy soltera, o eso creo.
¡Vaya! Menuda indirecta más directa me había lanzado.
Claro que quería que fuese mi pareja, con toda mi alma, pero
¿podría ser lo suficientemente bueno para ella? Lo que menos
quería era hacerla sufrir.
—Yo también estoy soltero, en un principio.
Ella iba a decirme algo cuando el grito de Scarlett la hizo
detenerse.
—¡Oye! ¿Nos vamos? Hace un frío tremendo.
—Ha sido un placer verte —empezó a decir ella alejándose
de mí, pero la detuve con un brazo. Se me había ocurrido una
idea.
—¡Espera! ¿Qué te parece si tú y yo cenamos hoy en mi
apartamento? Tómalo como otra cita. —Le guiñé el ojo con
descaro y picardía.
Ella me miró inclinando la cabeza hacia un lado. Por la
forma tan sensual con la que se estaba mordiendo los labios
parecía sopesarlo.
—Está bien, pero no quiero dejar a Nora sola.
—Por mí no te preocupes. Puedo volver sola a casa —la
escuchamos decir tan cerca que ambos nos sobresaltamos.
—¡Nora, casi me da un infarto! Deja de ser tan sigilosa
como un gato —bromeó Elliana sonriendo.
—A mí con que me lleves a mi casa me basta —dijo
Scarlett mirando a Elliana con aprobación. Sabía que le había
caído bien, me lo había dicho en cuanto la conoció.
Miré a Elliana a los ojos.
—¿Qué me dices? —la presioné. Deseaba que aceptara
como nunca antes lo había hecho, ni siquiera cuando de niño
quise tener la colección completa de cromos de la liga de
fútbol americano.
Ella dejó de morderse el labio, gesto que a mí me gustaría
hacerle, para mirarme esbozando una sonrisa.
—¡Claro! ¿Por qué no?
Le devolví el gesto más alegre que unas castañuelas.

—Bueno, aquí me quedo yo —dijo Scarlett en cuanto


hubimos llegado a su casa, un adosado precioso de ladrillo que
había pagado ella—. Ha sido un placer conocerte, Elliana.
Espero que nos volvamos a ver pronto.
Miré a Elliana, sentada a mi lado en el asiento del copiloto,
pidiéndole con la mirada si no le importaba que acompañara a
mi mejor amiga hacia la puerta. Ella a modo de respuestas
asintió levemente con la cabeza, esbozando al mismo tiempo
una sonrisa de lo más tímida.
Me quité el cinturón de seguridad y salí del coche. Le abrí
la puerta a Scarlett y la acompañé hasta el pórtico de su casa.
—Me ha gustado la salida. Deberíamos volver a repetirla
—propuso—. Ya sabes cuánto amo los musicales.
Como para no saberlo. No había conocido a ninguna otra
persona a la que le gustara tanto ir a Broadway.
—¡Me encantaría!
Scarlett lanzó una mirada fugaz al coche, donde estaba
Elliana esperando. Me fijé que estaba hablando por teléfono.
Sonreía como solo ella sabía hacerlo al mismo tiempo que
gesticulaba.
—Deberías decirle que te gusta y que quieres salir con ella
—comentó mi amiga sin apartar la mirada de ella.
—Sabes que me gustaría mucho. Se ha colado en mí de
una manera asombrosamente rápida. Temo ir demasiado
rápido.
Mi amiga hizo un mohín.
—No lo creo. A veces el amor es así, espontáneo e
inesperado. Disfruta mucho con tu chica y ándate con ojo.
La miré sin comprender.
—¿Por?
Ella se encogió de hombros.
—Elliana es una mujer preciosa. Es una lástima que no
juegue en mi mismo equipo; de lo contrario, tendrías una gran
competencia. —Al oír sus palabras no pude evitar soltar una
pequeña risilla, recordando los celos de aquella mujer que
había vuelto mi mundo patas arriba—. ¿Qué pasa?
—Nada. —Negué con la cabeza—. Es solo que hace unos
momentos ella me ha confesado estar celosa de ti.
Scarlett abrió mucho los ojos.
—¿Ella? ¿Celosa de mí? Por favor, no tiene nada que
envidiarme. Es una mujer de muchos atributos. En todo caso
soy yo la que debe estarlo.
Me despedí de ella con dos besos en la mejilla y un gran
abrazo, y después volví al coche.

Llevé a Elliana a mi apartamento en Brooklyn. Vivía en el


séptimo piso del edificio. Me gustaban las vistas
espectaculares que me ofrecía y creo que eso fue lo que
realmente me llevó a comprarlo.
En cuanto abrí la puerta de casa, dejé las llaves sobre el
cuenco de cristal que estaba en el recibidor.
—Ponte cómoda, como si estuvieses en tu casa —le dije.
Encendí las luces debido a que hacía un buen rato que la
luna había salido de su escondite y que el cielo se había ido
tiñendo de tonalidades oscuras.
Fui consciente de cómo mi bella acompañante se quitó el
abrigo, dejando al descubierto ese vestido negro que le sentaba
tan bien. Le cogí la prenda de las manos y la guardé en el
pequeño armario de madera que tenía allí.
—Recuérdame que tengo el abrigo guardado, por favor. A
veces soy muy olvidadiza.
Sonreí con ironía pensando en nuestro primer encuentro.
—Claro, te lo recordaré. —Extendí una mano hacia la
cocina invitándola a pasar—. ¿Qué te apetece cenar?
Me miró pensativa para al final decir:
—Mmm… Sorpréndeme.
Sonreí encantado con la idea.
La seguí a través de la gran estancia hasta situarme tras los
fogones.
—¿Te gustan los tallarines a la boloñesa? Sé hacer una
salsa muy rica —propuse.
—¡Sí! Amo la pasta. —Se le iluminaron esos preciosos
ojos azules tan cautivadores y hechizadores.
Para mi asombro, ella se puso a mi lado y empezó a buscar
los utensilios en los cajones. La miré sin entender sus
intenciones.
—No pensarás hacerlo solo, ¿verdad?
Y así fue cómo ella fue cociendo la pasta mientras yo
elaboraba la salsa cuyo ingrediente especial era todo un
secreto. Mi madre me había enseñado esa receta y me había
hecho jurar que solo se la mostraría a mis descendientes y a
aquella persona que permaneciera a mi lado el resto de mis
días.
Me fijé en cómo su ceño se fruncía de la concentración.
Era adorable esa arruga que le salía y cómo sus ojos se
achinaban.
De vez en cuando nuestras pieles se rozaban sin pudor
alguno: al cortar un poco de perejil, al coger las ollas, al
buscar los ingredientes en la nevera de acero inoxidable… No
me molestaba; más bien lo buscaba. Siempre buscaba alguna
excusa para tocarla. Su piel era tan suave y tersa.
En un momento dado me vi a mí mismo abrazándola por la
espalda mientras la salsa hervía y la pasta se cocía a fuego
medio. Le di un beso en el cuello que la hizo estremecerse.
—Huele que alimenta —dijo en un susurro ahogado.
Yo tenía ganas de probar otra cosa. Y lo hice. Lamí un
poco su piel expuesta. Sonreí con malicia al comprobar un
ligero temblor en ella.
—Hoy estás muy juguetón —ronroneó nada molesta.
Rodeé con mis manos sus hombros y besé su mejilla.
—Eres tan irresistible que no me puedo contener.
Cuando estuvo todo listo, entre los dos pusimos la mesa en
el comedor. Mientras ella sacaba dos copas de cristal de uno
de los estantes de madera, yo colocaba los platos de porcelana
blanca. Cuando ella colocaba los cubiertos y las servilletas, yo
saqué una botella de vino y una jarra de agua y las llevé a
aquella estancia adherida a la cocina. Por último, serví la pasta
humeante y su salsa.
—Tiene una pinta estupenda —dijo Elliana mirando su
plato con devoción. Esperé a que lo probara y, cuando lo hizo,
soltó un gemido de placer que amenazó con despertar una
parte de mí—. Está delicioso. ¿Qué lleva la salsa?
Vi con orgullo cómo devoraba su plato.
—Es un secreto —contesté llevándome el tenedor a la
boca y saboreando mi plato maestro.
Le serví agua en su copa y, después, vertí vino en la mía.
—¿Tienes algún hobby? —le pregunté interesado. La
verdad era que nunca antes habíamos hablado de ese tema y
sentía curiosidad.
Al instante sus mejillas se colorearon quizá de vergüenza.
—Digamos que mis pasatiempos no son para nada
comunes. —Se llevó la copa a los labios y dio un gran sorbo.
Alcé una ceja. ¡Qué interesante!
—¿Ah, no?
Negó con la cabeza. Dos mechones se habían escapado del
recogido que se había hecho y, por consiguiente, se
balancearon con el movimiento.
—Para nada. Cada vez que hablo de ellos, las personas me
miran como si fuese un bicho raro. —Soltó una risita
incómoda con la situación.
—Oh, pero yo no soy como el resto. Además, lo común es
aburrido, deberías saberlo. —Le guiñé un ojo con
complicidad. Se metió una gran cantidad de pasta en la boca
—. ¿No me vas a contestar? Venga, no me reiré —supliqué.
Ella tragó y tomó otro sorbo de agua. Me miró a los ojos
esbozando una pequeña sonrisa.
—¿Tanto te interesa?
—Todo lo que esté relacionado contigo me importa —
aseguré.
Suspiró.
—Está bien. Verás, uno de mis pasatiempos es patinar. —
Casi me atraganto con el vino al escucharla decir aquello. Ella
no se cortó ni media soltó una tremenda carcajada al mismo
tiempo que me pasaba una servilleta de tela—. Landon y yo
adquirimos ese hábito en la universidad cuando estábamos en
plena temporada de exámenes. Desde entonces, no he dejado
de hacerlo.
Arrugué un poco la cara cuando escuché el nombre de su
mejor amigo. Sí, aún seguía sintiendo celos por él, pero era
inevitable. Me daba miedo que su amistad desembocara años
más tarde en un romance. No me lo permitiría. Elliana era tan
mía como yo era suyo. Porque me gustaba. Dios, hacía menos
de un mes que la conocía, pero me sentía tan bien a su lado…
—¿Qué más te gusta hacer? —pregunté—. Quiero decir,
has hablado en plural, así que supongo que tendrás más de
uno, ¿me equivoco?
—Para nada. Me gusta pasar tiempo con mis amigos, lo
habitual. Pero odio salir de fiesta. Al pensar en verme envuelta
en esos pubs llenos de gente, me entra un agobio tremendo.
Tembló ligeramente, como si unos escalofríos la
sacudieran.
—No me extraña. Yo no soy muy fan de ello, la verdad.
Aunque sí que voy de vez en cuando, sobre todo cuando mis
amigos me arrastran con ellos.
Ella removió el líquido transparente.
—Mi teoría es que los amigos te llevan a hacer locuras.
La miré intrigado. ¿Qué clase de locuras habría hecho ella
de adolescente? ¿Cómo había sido de niña? ¿Toda una rebelde
o una niña buena? Tenía pinta de ser más lo segundo que otra
cosa.
—¿Qué locuras has hecho?
—Si supieras a la cantidad de fiestas ilegales a las que he
asistido o en los conciertos en los que me he colado gracias a
ellos…
Umm, eso no me lo esperaba. Siempre me había figurado a
mi bella flor como alguien tranquilo.
—¿Qué más te gusta hacer en tu tiempo libre?
Ahora sí que sí se había ruborizado de pies a cabeza.
Desvió la mirada hacia un lado y se mordió el labio inferior.
Joder, cuánto me gustaría ser yo quien se lo mordiera. Uf,
alguien se estaba empezando a despertar.
—Bu… Bueno, verás, otr…otro de mis pa…pasatiempos
es la… —lo dijo tan bajito que no la escuché.
—¿Eh?
Me miró.
—Me gusta escr… escribir. —Y ahí sí que sí dejó de
mirarme a los ojos.
Su timidez provocó en mí ternura. No pude más que soltar
una pequeña risita.
—¿En serio? ¿Le has dado tantas vueltas para decir que te
gusta escribir? —La miré esbozando una sonrisa cálida y
cercana. Tomé otro sorbo de mi vino, terminándome la copa.
La rellené al instante—. ¿Sobre qué escribes, si no es una
indiscreción?
—Me gusta mucho el romance mezclado con el erotismo
—dijo despacio, quizás analizando mi reacción.
Pero, ¿cómo reaccionar hacia semejante bomba?
Si antes sus labios habían provocado en mí un ligero
temblor, ahora mi amiguito estaba mucho más contento.
¡Rayos!
—Derek, ¿estás bien? —preguntó levantándose de su
asiento y acercándose a mí.
Sí y no. Sí, porque amaba estar con ella. No, porque
alguien quería salir a jugar y yo no quería presionar a mi bella
flor. Asentí levemente con la cabeza, sintiendo cómo mi
entrepierna empezaba a palpitar de la emoción. Su cercanía no
me estaba ayudando para nada.
Ella colocó las palmas de las manos en mi cara y buscó
algún síntoma febril.
—¿Estás seguro?
—Sí.
—No tienes buena cara.
—Más abajo —susurré—. Mira más abajo.
Cuando ella siguió la dirección de mi mirada, sus mejillas
se enrojecieron y sus ojos se agrandaron. Sus pupilas se
dilataron y su mano tembló. No obstante, su siguiente
movimiento me dejó patidifuso. Me besó. ¡Sí, señoras y
señores! Pero no fue un beso cualquiera. Fue uno cargado de
deseo.
Le seguí el beso, que poco a poco se fue tornando más
pasional, más salvaje. Por fin mordisqueé su labio inferior con
suavidad. Ella jadeó. Aproveché ese momento para que mi
lengua se introdujera en su boca y empezaran una danza
frenética.
Mis manos fueron a sus caderas y las suyas, a mi pelo. Me
volvía loco que me lo revolviera, tal y como lo estaba
haciendo en ese momento. Perdí la noción del espacio y del
tiempo. Tan pronto tenía a Elliana a mi lado como la tenía
encima de mí, con las piernas a ambos lados de mi cuerpo. Su
sexo empezó a rozarse con el mío y una corriente de placer me
inundó. Gemí sin poder evitarlo y moví mi entrepierna para
que el roce fuese mayor.
Sin romper el beso, una de mis manos viajó hasta su
pecho. Acaricié uno de sus senos por encima de la tela,
provocando un gran gemido en ella. Echó la cabeza hacia
atrás. Sonreí aspirando el aroma que desprendía su cuello: una
mezcla de perfume femenino y esencia suya. Le dejé una
oleada de besos en el cuello y lamí un trozo de su piel. Me
encantó ver cómo a mi chica eso le gustaba.
—Bella flor —empecé a decir con la voz ronca—, si no
quieres que esto vaya a más, debemos parar.
Su boca se encontró de nuevo con la mía y me regaló un
gran beso cargado de lujuria.
—¿Quién dice que quiera parar?
«Uf, Elliana, tú te lo has buscado», pensé.
Me levanté de la silla y cargué con ella hasta mi
habitación, y una vez dentro, no le di tregua. Volví a besarla
con fervor y ansia, como si fuese mi única fuente de agua.
Estaba sediento de sus besos y hambriento de su cuerpo.
La recosté sobre la cama, acomodándome entre sus
piernas. Acaricié cada trozo de piel expuesto, logrando
sonidos placenteros salidos de su boca. Verla así, en ese
estado, con los ojos cubiertos de la bruma del placer, me
volvió loco.
Mi miembro se rozaba con su sexo sin pudor alguno.
Poco a poco saqué su vestido por los hombros. Su ropa
interior me gustó y me sacó una sonrisa.
—¿Algodón?
Ella alzó una ceja.
—No tenía pensado acabar así, entre tus piernas y semi
desnuda.
Buf, más la valía callarse. Sus palabras me pusieron como
un animal.
—¡Qué traviesa eres!
Sonrió con picardía y volvió a besarme.
Sus manos hábiles treparon por mis hombros y fueron
quitándome la camisa blanca con insistencia. Cuando terminó,
mordió uno de mis hombros. Todo eso era tan excitante.
De un momento a otro ya estaba en calzoncillos.
—Eso no es justo —me quejé—. No estamos en igualdad
de condiciones.
—¿Y ahora? —Se llevó una mano hacia atrás y se
desabrochó el sujetador.
Me quedé embobado mirando sus pechos. Eran mucho más
grandes de lo que me había figurado y eso me gustó. Con una
mano cogí uno y empecé a amasarlo con suavidad. En seguida
su pezón se puso erecto bajo mi tacto.
—Uf… Derek… —jadeaba.
Lamí uno de ellos mientras jugaba con el pezón del otro.
Mi atención fue yendo de uno a otro durante unos minutos.
Volví a su boca al mismo tiempo que seguía torturándola.
Sus ruiditos me deleitaban y me encendían de una manera que
no soy capaz de describírosla. El roce entre su sexo y el mío
ya no era suficiente. Necesitaba estar dentro de ella, pero antes
quería que llegara al clímax.
Una de mis manos descendió hasta sus bragas y, con un
único movimiento y una maestría de la que no carezco, me
deshice de esa prenda. Sonreí al encontrarme un pequeño
tatuaje de la flor de loto.
—No sabía que te gustaran —le dije contorneando con
suavidad el dibujo con los dedos, que pronto fueron sustituidos
por mis labios y lengua. Mi traviesa flor soltó un gemido de
placer.
Mis manos jugaban con ese trozo de piel, escuchando
cómo le gustaban mis caricias. Rocé su vagina con un dedo y
descubrí, extasiado, que ya estaba lista para mí.
—Vaya, qué húmeda estás.
Le introduje un dedo, provocando una breve sacudida en
ella. Después introduje un segundo y empecé mi juego. Hice
un mete-saca rápido deleitándome al ver cómo Elliana se
retorcía de placer. Le estaba gustando. Lo sentía. Cada vez
estaba más cerca del orgasmo. Aceleré mi juego hasta que su
cuerpo se tensó y se sacudió.
Volví a besarla. Sentí cómo su corazón latía con fuerza.
Una de sus manos bajó hasta mi bóxer y lo bajó, revelando
toda mi erección. Su mirada fue a mi entrepierna y abrió
mucho los ojos.
Agarró mi miembro con una mano y empezó a masajearlo
con maestría. Estaba tan preparado como ella. Sus manos
subían desde la raíz hasta la punta. Uf, no creía que aguantaría
mucho. Unos minutos después tuve que pararla.
—Espera, tigresa. —Le di un beso casto y aparté su mano.
—Tomo la píldora —dijo de pronto—, pero preferiría que
te pusieras un preservativo.
¡Oh, claro! ¿Cómo se me había olvidado algo tan
importante? ¿Dónde tenía la cabeza?
Fui hacia mi mesita de noche y saqué un paquete plateado.
Lo desenvolví sin apartar la mirada de la suya y me lo puse de
manera provocativa. Después volví a mí misma posición,
encima de ella. Jugué un poco con su hinchado clítoris para
colocar más adelante la punta en su entrada resbaladiza. Di un
suave empujón y fui adentrándome en ella de manera
deliciosa.
La habitación se inundó de nuestros gemidos y jadeos. Al
principio fui suave, pero pronto ella me pidió más.
—Más rápido.
Nuestros cuerpos estaban tan juntos que parecían uno,
como si se hubiesen fundido. Besé, mordí y lamí cada ápice de
su deliciosa piel y ella no se quedó atrás.
Unos minutos después sentí cómo sus paredes vaginales se
tensaron y cómo ella buscaba mi contacto elevando la pelvis,
suplicando. Estaba al borde del abismo, al igual que yo.
Llegó a su clímax y gritó mi nombre entre jadeos. Aceleré
el ritmo, ya que me quedaba poco para llegar al mío. No tardó
mucho. Con una sacudida me corrí, cayendo a su lado en la
cama.
Ambos jadeábamos y respirábamos agitadamente. No os lo
voy a negar, había sido uno de las mejores veces de toda mi
vida. No sabía esa faceta suya, aunque si escribía novela
erótica debería conocer muy bien la materia.
En ese momento me pregunté si sería buena escritora y si
algún día me dejaría leer uno de sus escritos. Se lo iba a
preguntar, pero descubrí que se había quedado frita. No me
extrañaba. Lo cierto era que yo también estaba reventado.
Abrí la cama y metí a Elliana dentro, bajo las cálidas
mantas. No quería que se enfriara. Le di un beso en los labios.
—Que tengas dulces sueños, bella flor.
Me acomodé a su lado y la abracé por la espalda a lo
cucharita. Me quedé dormido al instante, envuelto en su
fragancia y su calor.
Elliana

La luz de la mañana me despertó. Me revolví suavemente


mientras frotaba las manos en mis ojos. Bostecé. ¡Qué bien
había dormido!
Al abrir los ojos me fijé en que la habitación en la que
estaba no era la mía. Los colores, la distribución, los muebles
e incluso el olor eran diferentes, más masculinos. Al girar la
cabeza a un lado vi a Derek profundamente dormido. Fue
entonces cuando recordé todo lo sucedido la noche anterior y
una sonrisa se instaló en mis labios.
Se veía tan relajado y comestible. Estaba tan guapo. No
quería despertarle aún.
Miré la hora en el reloj que había en la mesita de noche y
descubrí que solo eran las ocho y cuarto de la mañana. Me
sentía tan bien y estaba tan descansada que quería sorprender a
Derek. Hice las mantas a un lado y descubrí con sorpresa que
aún estaba desnuda. No quería volver a ponerme el vestido de
momento así que cogí su camisa blanca que estaba junto a mi
ropa y me la puse por encima de la ropa interior. Era tan larga
que me quedaba a modo de vestido.
Olía a él y eso me gustaba.
¿Por qué cada día me sentía más enamorada de él? ¿Cómo
una persona podía provocar en mí un torbellino de emociones
descontroladas? ¿Cómo alguien podía hacerme perder la
cordura con solo sus caricias y sus labios?
La noche anterior había sido perfecta. Ya tenía ganas de
repetir.
Me deslicé con sigilo por la habitación, o eso intenté, ya
que en un par de ocasiones me golpeé con nuestros zapatos,
provocando un pequeño estruendo. ¿Cómo no se había
despertado?
Salí al salón comedor que era el doble que el que
compartía con Winter y Genevieve y lo primero que hice fue ir
al baño. Tiré de la cadena y me lavé las manos en el lavabo.
Me miré en el espejo y casi me caí del susto. Todo el
maquillaje que llevaba ayer se había esparcido por mi rostro
creando una imagen no muy estética de mí. Menos mal que
Derek no me había visto; de lo contrario, habría salido
huyendo.
Me quité toda la pintura de la cara utilizando el agua como
mi mayor aliado en aquella batalla. Una vez logrado mi
objetivo, salí de aquella estancia grande compuesta de una
buena ducha de paredes de cristal, una bañera hidromasaje, un
inodoro, un lavabo de dos bocas y un gran espejo que hacía
también de armario.
Su apartamento era mayormente de estilo abierto. Solo
había tres habitaciones que no lo eran: el dormitorio, el baño y
otra estancia que desconocía qué sería. Me encogí de hombros.
Ya investigaría más adelante.
Fui hacia la cocina pasando por el comedor, donde los
platos se habían quedado intactos la noche anterior. Los recogí
sonriendo como una boba recordando la noche y los metí en el
lavavajillas.
Me puse manos a la obra. ¿Qué podría cocinar?
A mi mente vino la imagen de unas tortitas con sirope y un
zumo natural. Me puse a buscar los ingredientes y, al hallarlos,
una sonrisa se instaló en mis labios.
Había hecho la mitad de las tortitas cuando sentí las fuertes
manos de Derek en mi cintura.
—Mmm, ¿qué es eso que huele tan bien? —preguntó
hundiendo la nariz en mi cabello y besando mi coronilla con
ternura.
—El desayuno. —Terminé de freírlas y las coloqué en dos
platos—. ¿Puedes sacar el sirope, por favor?
—Claro.
Inició la búsqueda del sirope. No pude evitar reírme al ver
que buscaba en el cajón equivocado. Mientras intentaba hallar
los utensilios lo había visto en uno de los estantes.
Me centré en mi tarea y después de dejar los platos sobre
la barra de desayuno, empecé a hacer el zumo. Fui
exprimiendo cada naranja sacándole el mayor zumo posible.
—Déjame ayudarte, bella flor —me pidió y colocó sus
manos sobre las mías. Iba a apartarlas, pero no me dejó—.
Hagámoslo juntos.
Me ruboricé. ¿Por qué sus palabras parecían tener doble
sentido?
Unos minutos más adelante ya estábamos desayunando.
Amaba la comida —si comer fuese un deporte, lo bordaría—.
De pequeña mi madre me inculcó el amor por los alimentos.
—¿Quieres que hoy hagamos algo juntos? —me preguntó
Derek—. Va a hacer un buen día. Se me ha ocurrido que
podríamos ir hasta Central Park y almorzar ahí.
Se me iluminó la mirada.
—¡Me encantaría! Pero primero me gustaría pasar por casa
a cambiarme. No me parece muy apropiado ir allí vestida tan
elegante.
Continuamos desayunando hasta que en un momento dado
noté la mirada de Derek sobre mí. Adoraba sus ojos verdes,
pero cuando me miraba de esa manera tan penetrante, me
ponía los pelos de punta. Una sonrisa se había dibujado en sus
labios, esa que tanto me gustaba.
—¿Qué pasa? —pregunté elevando una ceja.
—Nada, solo es que tienes un poco de chocolate aquí. —
Se señaló la barbilla.
¡Oh, rayos! Me limpié esa zona avergonzada.
—Déjame que te ayude. —Rodeó la isla de granito. Con
una mano acarició mi mejilla y con la otra quitó los restos de
chocolate de mi rostro. No sabría decir la razón de ello, pero
esa acción me pareció de lo más íntima—. Perfecta.
Pero no se apartó de mí. Su mano derecha viajó hacia mis
labios y con una suavidad estremecedora los rozó con las
yemas de los dedos. Tenía un pequeño rastro de chocolate que
besé para luego lamer con sutileza.
—Elliana, hace tiempo que lo llevo pensado. Eres las
persona que me saca una sonrisa incluso siendo el peor de los
días. Eres la única que me hace perder cordura y pasar horas
pensando en ti. Por ello, quiero pedirte que seas mi pareja. ¿Lo
serías?
¿Sabéis lo que esas palabras provocaron en mí? ¿Solo yo
escuchaba a aquel coro angelical? Mi yo interno estaba
saltando como una colegiala hormonal que acudía por primera
vez al concierto de su grupo favorito.
Creo que mi cara lo dijo todo. Sonreí como una boba
enamorada y acorté la distancia que nos separaba para
fundirnos en el más dulce de los besos.
—¡Claro que quiero serlo!
Él respondió a mi comentario con un beso fiero.
—Entonces, ya es oficial.
Y acabamos sellando el pacto practicando el acto del amor
ahí mismo.

Sobre las once fui a mi apartamento para darme una ducha


y cambiarme de ropa. Hacer tanto ejercicio me había dejado
molida, sí, pero había disfrutado de cada caricia y de cada beso
como si fuese el último.
Una vez bajo el chorro de agua caliente, rememoré todo lo
que había pasado en menos de veinticuatro horas. Parecía
mentira que en tan poco tiempo hubiesen pasado tantas cosas y
la más significativa para mí era el hecho de que oficialmente
mi hombretón y yo nos habíamos convertido en pareja y
habíamos demostrado nuestro amor en el acto más maravilloso
de todos.
La música salía a borbotones por los altavoces mientras yo
tarareaba sin ser apenas consciente de ello. Me sentía una
enamorada perdida. Puede que lo fuera. Derek había cambiado
mi mundo para bien. Me había aceptado tal cual era y no había
querido cambiar mi timidez. Lo quería por ello. Era el mejor
hombre que me habría podido tocar. Era toda una afortunada.
Aún con la música puesta, me vestí con unos pantalones
cómodos, una camisa blanca y una americana rosa palo. Aún
descalza, sequé mi cabello y lo peiné con el cepillo al mismo
tiempo. Lo dejé suelto, exponiendo aquellas ondulaciones que
a veces odiaba y que en esos momentos amaba. ¿La razón?
Derek. Él las adoraba, me lo había confesado mientras
hacíamos el amor esa misma mañana.
Me maquillé de forma sutil, sin complicarme la vida, y salí
del baño. En mi habitación, me coloqué los zapatos de tacón a
juego con la americana mientras movía las caderas al ritmo de
la canción que estaba escuchando. Me sentía feliz y completa
por primera vez en mucho tiempo.
De repente, mi teléfono móvil emitió un timbrazo familiar.
Ese tono lo tenía para los mensajes. Lo desbloqueé pensando
que sería Derek, pero se trataban de mis amigas, quienes no
estaban en el departamento en ese momento.
«¿Qué tal has pasado la noche con el hombre caliente?»,
preguntaba Nora y adjunto colocó dos emoticonos: el de la
carita pervertida y el del fuego.
Solté una gran carcajada al mismo tiempo que me
empezaba a poner roja como un tomate.
«¡Ha sido mágica!».
«¿Habéis usado protección?» Esa era Winter. «Mira que no
quiero ser tía muy joven».
«Sí, tranquila».
«¿Qué tal lo hace ese sabrosón?» Y ahí estaba la pervertida
de Genevieve.
Las cuatro habíamos creado un grupo y ahora el foco
estaba sobre mi noche con Derek. Me senté en la cama, pasé
mis manos sobre el teclado de mi aparato y les relaté todo de
la manera más rápida y menos específica posible. Sabía que
las tres estaban conectadas, atentas a mi respuesta. Cuando lo
envié, un doble tic azul salió casi al instante.
«¡Qué morro!», exclamó Genevieve.
«¿Dos veces?», preguntó a su vez Nora. «Madre mía, sí
que eres insaciable».
«¿Qué se le va a hacer? No me puedo negar al sexo, sobre
todo si es con mi hombretón favorito», tecleé.
Dejé el aparato sobre la cama para terminar de prepararme.
Estaba casi lista. Me di unas gotas de perfume y armé el bolso.
Lo último que cogí fue el móvil. Tenía varios mensajes de mis
amigas.
«Cuéntanos más», suplicaba Genevieve.
«No nos puedes dejar así», pedía Nora.
«Tu vida sexual es mejor que cualquier novela erótica».
Esa era Winter.
No pude evitar sonreír mientras les escribía mi respuesta.
«Lo siento, pero ahora no puedo seguir hablando. Derek y
yo vamos a pasar el día en Central Park».
Esa fue la última vez que vi la pantalla del aparato
electrónico, puesto que lo guardé en mi bolso marrón y salí del
apartamento para reunirme con mi novio.

Hacía una bonita mañana de domingo. El sol brillaba con


fuerza y los rayos nos calentaban un poco la piel. Cogí el
metro en la estación que tenía al lado de casa y mientras me
llevaba a mi destino fui escribiendo ideas que me venían a la
mente relacionados con el proyecto que tenía entre manos. La
música sonaba dulce por mis auriculares sin dañarme los oídos
y permitiéndome ser consciente de cuántas paradas me
quedaban por delante.
Había cogido esa costumbre hacía unos años, cuando
estudiaba en la universidad. Me gustaba y me relajaba cuando
tenía algún examen importante.
—Próxima parada: Midtown —escuché que decían a
través del altavoz.
Guardé el cuaderno y el bolígrafo en mi bolso y me levanté
de mi asiento frente a la ventana. Sin quitar la música, esperé a
que el metro frenara y las puertas se abrieran. Sonreí cuando
escuché los primeros acordes de mi canción favorita.
Bajé sin prisa y pasé el billete por las máquinas metálicas.
Había quedado con Derek en la entrada de Shakespeare
Garden, un lugar que ahora, a principios de la primavera, debía
estar plagado de flores. No me importó caminar bastante; es
más, adoraba esos momentos en los que estando sola podía
pensar en cualquier cosa.
Por eso los primeros veinte minutos fui sonriendo como
una boba pensando en Derek y en todos los sentimientos que
provocaba en mí. Pero, de repente, me di de lleno con una
mujer unos años más joven que yo. Tenía un cabello negro que
me encantó. Lo llevaba suelto hasta los hombros, liso como
una tabla. Era hermosa, no cabía duda. Pero lo que la
destacaba eran sus ojos. Uno era azul y el otro era verde. Tenía
heterocromía.
—Lo siento —se disculpó ella bajando la mirada, quizá
ocultando sus ojos.
—Discúlpame a mí. Era yo la que iba despistada. —Le
sonreí—. Me encantan tus ojos.
Su mirada se clavó en la mía y el asombro fue reflejado en
su rostro de rasgos juveniles.
—Gra… Gracias.
—Soy Elliana. —Le tendí una mano.
Una sonrisa se instaló en su boca.
—Sé quién eres. —Rayos, las malditas revistas de nuevo
—. Soy Emily, es un gusto conocerte. Me gustaría quedarme a
charlar, pero tengo prisa. Espero verte pronto.
—Lo mismo digo. —Sonreí.
Continué con mi camino hasta llegar a mi destino. Amaba
aquel pedacito de naturaleza en medio de una ciudad tan viva.
Los pájaros trinaban y el olor de las flores inundaba mis fosas
nasales. Aquello me relajaba muchísimo.
A unos metros de mí estaba Derek vestido de manera
casual. Me gustaba que dejara a un lado esa faceta de
liderazgo y me mostrase esa que le hacía verse tan joven. Esos
vaqueros desgastados y la camiseta de manga corta que
llevaba le daban un aire irresistible.
Una sonrisa se instaló en sus labios cuando nuestros ojos
contactaron, azul contra verde. Estaba tan guapo.
—Vaya, ¡qué guapa te has puesto! —exclamó sin perder el
gesto—. Más guapa que de costumbre.
—Tú estás muy apetecible.
Le di un beso en los labios a modo de saludo y me lo
devolvió. Posó sus manos en mi cintura al mismo tiempo que
su lengua invadía mi boca con suavidad. Una danza pasional
fue lo que hicieron nuestras lenguas hasta que nos separamos
jadeantes. Lo siguiente que vino fue un beso casto en los
labios y Derek agarrándome de la mano.
Aquel domingo fue uno de mis favoritos. Paseamos como
cualquier pareja y comimos unos sándwiches sentidos sobre el
pasto, encima de una sábana. Después vino una oleada de
besos y caricias que me sacaron más de un suspiro.
Cuando llegué a mi apartamento por la noche, me sentía la
persona más dichosa del planeta Tierra. Sin embargo, antes de
entrar, me llegó un mensaje de texto. Cuando lo desbloqueé
me asombré al no conocer el destinatario.
¡Qué rápido me has olvidado, preciosa! Aunque no me
extraña, siempre supe que te gustaban los millonarios. No sé
cómo se ha fijado en una persona tan perra como tú. Seguro
que solo quieres utilizarlo para publicar uno de tus
manuscritos. ¡Qué lástima me das!
Pronto nos veremos, preciosa. Tenlo por seguro.
T.
Al leerlo, supe que los problemas se avecinaban.
Elliana

No, no podía ser cierto. No podía volver, no ahora que todo


marchaba tan bien. ¿Por qué la vida me daba semejantes
golpes? ¿Por qué no me dejaba ser feliz con Derek?
Mi pecho subía y bajaba con rapidez. Estaba agitada. De
mis manos cayó el teléfono móvil. Un sudor frío me recorrió
mientras se me cerraba la garganta.
La “T” era de Tyler. Lo odiaba, y al parecer el sentimiento
era mutuo.
Joder, ¿por qué todo me salía tan mal cuando creía haber
alcanzado la felicidad? ¿Por qué los baches siempre aparecían
cuando uno no se lo esperaba?
No sabía cómo actuar. De mis ojos descendía un mar de
lágrimas. Estaba asustada y aterrada. Toda esa situación estaba
por encima de mis posibilidades.
Me mordí el labio inferior preocupada. Recogí el aparato
del suelo. Leí y releí el mensaje un centenar de veces,
temblorosa. No quería que jodiera todo lo que había
construido. ¡Por Dios! Amaba a Derek. ¿Cómo alguien podría
pensar que solo quería estar con él por conveniencia? Era de
locos.
Ese mensaje no auguraba nada bueno. Solo significaba una
cosa: problemas.
Derek

¿Por qué tenía la sensación de que mi bella flor andaba


preocupada? ¿Qué le rondaría en la cabeza a esa mujer ahora?
El lunes por la mañana apenas me dirigió la mirada en la
entrada y en el almuerzo la noté ausente. Estaba sentado a
unas mesas de ella, hablando con Grayson. Miraba a todos
lados con aire distraído, no participando en la conversación
que mantenían el resto de comensales. De vez en cuando
miraba su teléfono de manera compulsiva.
Estaba claro que le pasaba algo y no confiaba lo
suficientemente en mí como para contármelo. Genial. ¿Por qué
las mujeres eran tan complicadas a veces?
El martes no vino a trabajar, según observé. Me pregunté si
estaría enferma… Para salir de dudas, decidí escribirle un
mensaje aquella tarde. ¿Su respuesta? Un seco «Estoy bien, no
te preocupes». ¡Ni siquiera había utilizado su habitual apodo
cariñoso hacia mí que tanto me gustaba! Ahí había gato
encerrado.
El miércoles Landon Brooks entró sin avisar en mi
despacho. Sus ojos destilaban ira.
—¿Quieres alg…?
—¿Qué le has hecho? —bramó apoyando con fuerza las
manos en el escritorio.
—¿Te refieres a…?
Puso los ojos en blanco.
—¿Qué cojones le has hecho a Elli, pedazo de imbécil?
—¿Perdona? No le he hecho nada. Y más te vale controlar
tus emociones. Recuerda que soy tu jefe.
—Eso ahora me la suda. Quiero saber qué ha pasado entre
mi mejor amiga y tú como para que esté tan distraída. ¿Qué le
has hecho, cabrón?
Landon estaba fuera de sus casillas. Elliana le importaba
de verdad.
—No he hecho nada. —Traté de controlarme para no
pegarle un tortazo—. El domingo salimos juntos, sí, pero
cuando la dejé estaba más contenta que unas castañuelas.
Bufó y se revolvió el pelo castaño.
—Me preocupa —confesó dejándose caer sobre la silla,
frente a mí.
—¿Por qué?
—Nunca se ha comportado así. Parece que está en otro
mundo. Apenas interviene en una conversación y parece
ausente. Y viendo que tú eres una persona que últimamente
tiene una gran repercusión en ella… No sé, supuse que le
habrías hecho daño.
Su postura corporal delataba cuán alarmado estaba por su
comportamiento.
—Esta semana la he notado diferente —pensé en voz alta
—. Apenas me ha dirigido la palabra, ni siquiera hemos
hablado por mensaje. Está más fría y esquiva.
—¡Eso mismo he notado yo! Joder, sea lo que sea, creo
que va a ser malo.
—Opino lo mismo. Deberíamos ayudarla.
Me miró con desdén.
—¿Cómo? Ni siquiera nos quiere contar qué le pasa.
Madre mía, creo que esta situación me supera.
—¿Quieres una copa? —le ofrecí señalando el minibar.
Negó con la cabeza.
—No, gracias. No bebo en el trabajo.
Después de eso, nos quedamos unos instantes callados. Su
mirada estaba posada en las vistas de los edificios que ofrecía
la pared a la que yo en ese momento daba la espalda, pero
sabía que su mente estaba a kilómetros de distancia.
Me aclaré la garganta antes de hablar.
—¿Ella te ha contado algo de lo sucedido el fin de
semana?
La mirada que me envió era de incredulidad.
—¿Cómo va a hacerlo si no hemos hablado mucho?
Últimamente tengo que sacarle las palabras con sacacorchos.
—Suspiró con fuerza y se cruzó de brazos. Alzó una ceja de
manera inquisidora—. ¿Qué ha pasado?
Mucho, la verdad. Quizás de todo.
—Elliana y yo estamos saliendo. —Sonreí como un bobo.
A pesar de que por lo general no me solía desnudar
emocionalmente con mis empleados, creía que él lo merecía.
Al fin y al cabo, era el mejor amigo de mi bella flor.
Sus ojos se agrandaron, no esperándose la noticia.
—Oh. ¡Felicidades! Pero te aviso, como le hagas daño, te
dejaré sin herederos. No bromeo. Como llore por ti, más te
vale huir de la ciudad.
Una carcajada se escapó de mi garganta.
—Se nota que ella te importa.
—Es la persona más maravillosa que jamás haya conocido.
Puede ser tímida a veces, pero una vez que la conoces es una
persona muy suelta. —Reí recordando el momento de nuestro
pequeño concierto a dúo en el coche—. Por eso te pido que la
cuides y que la acompañes en lo que sea que le esté pasando
ahora. Por favor.
—Lo haré.
Landon levantó de la silla.
—Bien, en ese caso vuelvo al trabajo. Qué tengas un buen
día.
Y sin decir más, se fue.
Esa misma tarde arrinconé a Elliana en la salida.
Aproveché que ambos coincidimos en el mismo ascensor para
obligarla a que saliera un rato. La llevé a una cafetería.
—Pide lo que quieras.
—No me apetece nada. Últimamente no tengo mucho
apetito.
Mis alarmas empezaron a sonar. Eso era malo, muy malo.
Ella nunca desaprovechaba la ocasión de meterse comida en el
sistema digestivo.
—Te pasa algo.
No fue una pregunta; era una afirmación.
Fui a la barra a pedir una cerveza fresquita para mí y un
refresco para ella. Cuando volví con las bebidas en las manos
y un par de pinchos, me encontré con la mirada ausente de mi
bella flor. ¿Qué le rondaría por esa cabeza suya?
—Te he dicho que no quería nada.
La miré.
—Necesitas comer. Landon me ha dicho que estás extraña
con todos, así que desembucha.
Me recliné en la silla y esperé a que ella hablara, pero al
principio no lo hizo. Se limitó a tomar un pequeño sorbo de su
bebida y a mordisquear sin muchas ganas la tostada de
aguacate, queso azul y anchoas. Cuando ya daba por hecho
que no soltaría prenda, su voz apagada me sorprendió.
—Está bien.
—Adelante. Estás muy rara desde el domingo y no sé si
soy yo el causante de ello.
Si yo de manera inconsciente le había provocado aquello,
jamás me lo perdonaría. Lo que menos quería era verla sufrir.
Suspiró.
—¿Recuerdas cuando me dejaste en mi portal el domingo?
—empezó a decir.
—Claro. Escucha, si es mi culpa, quiero disculparme.
Por primera vez una sonrisa se dibujó en su hermosa y
bella cara. Solo por ese gesto valió la pena todo el esfuerzo
que me estaba llevando entablar una conversación con ella.
—No es tu culpa, hombretón. Cuando me dejaste, me llegó
un mensaje de la peor persona con la que jamás me haya
cruzado. —La miré sin comprender. ¿Acaso una mujer tan
buena como ella tenía enemigos? ¿Cómo era eso posible?—.
Mi ex novio —aclaró.
—No entiendo.
Seguro que parecía un bobo en esos momentos, pero era
cierto. Me estaba perdiendo en algún punto de la historia o no
era lo suficientemente inteligente como para captar el mensaje
que quería darme.
—Tyler, mi ex, me hizo mucho daño en el pasado. Para
empezar, me mintió durante los tres años que duró nuestro
noviazgo y, por si eso fuera poco, me engañó con la que yo
consideraba que era mi mejor amiga —escupió con asco
mientras unas lágrimas saladas descendían por sus mejillas.
Oh, no. Odiaba verla llorar.
Moví mi silla de madera y me coloqué a su lado. Con mis
dedos borré esas gotas de agua.
—Oh, bella flor, eso ha debido de ser duro. —La abracé.
Hipó y fue ahí cuando más lágrimas volvieron. La sentí
temblar y aferrarse a mí. Para mí fue una sensación nueva. No
sabía cómo consolarla. ¿Qué debía decirle?
—Lo fue. —Se apartó de mí mientras se quitaba con las
yemas de los dedos todo rastro de lágrimas, aunque el escaso
maquillaje se le había corrido por la cara—. Y la forma en la
que los pillé fue la más humillante de todas. ¿Cómo pude estar
tan ciega? Me odio a mí misma por mi ingenuidad.
—A mí me gusta eso de ti. Esa inocencia e ingenuidad me
vuelven loco. —Y como prueba de ello le di un casto beso en
los labios.
—Me siento una tonta por haber confiado en él. —Sus ojos
volvieron a cristalizarse.
Me sentía imponente por no saber cómo debía ayudarla.
—Piensa en el lado positivo: ya no le verás más.
Ella hizo una mueca de desagrado.
—Por desgracia, él cabrón me mandó un mensaje el
domingo. —Sacó su teléfono móvil y lo desbloqueó—.
Míralo.
Me pasó el aparato y sonreí al ver que como fondo de
pantalla había puesto una fotografía en la que salíamos los dos
abrazados, sonriendo como unos enamorados. Pero mi gozo se
fue en cuanto leí el mensaje. ¡No me lo podía creer! ¿Cómo
alguien podía ser tan vil como para despreciar a la mujer más
buena de todas? Menudo gilipollas.
Cerré los puños con fuerza e intenté controlarme para no
hacer o decir alguna estupidez, pero es que no entendía cómo
semejante idiota podría tratar tan mal a mi bella flor. ¿Acaso
no veía el diamante que era? ¡Estaba ciego!
Iba a decir algo, pero vi cómo sus ojos volvieron a estar
llenos de lágrimas.
—Por eso… —Hipó—. Por eso he estado tan rara.
Se echó a llorar de nuevo. La volví a abrazar, diciéndole
palabras dulces y tranquilizadoras al oído. Ella se aferró con
fuerza a mi pecho y yo apoyé mi barbilla en su coronilla. Fui
acariciándole la espalda con ternura mientras depositaba besos
en su pelo.
—Cariño, lo superaremos. No dejaré que ese imbécil nos
separe. Además, ¿qué mejor venganza que restregarle que
tienes un novio mucho más guapo que él? —Fingí petulancia.
Una suave risa vibró en mi pecho y eso me sacó una sonrisa.
—Tengo miedo —confesó separándose de mí.
—¿De qué?
—De sufrir de nuevo. No quiero volver a verlo, ni a él ni a
la zorra de mi ex amiga.
—No dejaré que te hagan daño. No lo mereces. —La miré
con intensidad a esos cautivadores ojos que me tenían
enamorado.
—¿Lo prometes? —Su mirada, aún llorosa, se clavó en la
mía.
—Lo prometo.
Le di un beso cargado de promesas que quería cumplir.
Quería hacerla sentir querida y amada. Quería hacerla sentir
respetada. Quería verla sonreí cada día, hacerla feliz a cada
instante. Quería discutir con ella por cualquier asunto sin
importancia. Pero sobre todo, quería estar con ella en todos los
momentos de su vida, fueran buenos o no.
Después, continuamos hablando de lo bien que ambos lo
habíamos pasado el fin de semana. Eso me recordó el
encuentro casual que tuve con Emily en el parque antes de que
mi amada llegara. Sonreí, pensando en la idea de presentársela
a mi familia.
—Quería hacerte una pregunta.
—Dime —dijo ella con la cabeza apoyada en mi hombro.
Mi mano izquierda acariciaba de manera sutil su brazo. Me
sentía tan bien con ella, tan yo mismo.
—Mi madre me llamó ayer y quería saber si te apetece
venir el sábado a una comida con mis padres. Hace tiempo que
quiero presentártelos.
Pensé que se negaría o que incluso me pondría alguna
excusa, pero hizo todo lo contrario.
—¡Claro! Me encantaría conocerlos. —Y si eso no me
impactó lo suficiente, me regaló una de sus genuinas sonrisas.
La miré y le di un beso en la mejilla.
—No se hable más. Por la noche les llamaré para avisarles.
Tienen muchas ganas de conocerte y mi hermana mucho más.
Dice que quiere conocer a la mujer que me tiene sonriendo
como un bobo todo el día. —Le guiñé un ojo con complicidad
al ver cómo se sonrojaba.
—Y yo tengo ganas de conocer a aquellos que te han
dotado de semejantes genes.
Mi bella flor era única. No me pude resistir y le di un beso
apasionado en los labios, de esos que te roban la cordura. De
no haber estado en un lugar público, la habría hecho mía de
nuevo. Deseaba de nuevo tenerla jadeante, pidiéndome más y
con la mirada de toda una diosa del sexo.
Cada día me sorprendía más, para bien. Me gustaba ese
desgarbo que ella poseía cuando estaba con alguien familiar.
Me había costado mucho y ahora me sentía el hombre más
afortunado del planeta.
Ay, Elliana. Cada día estaba más dentro de mí. Cada día la
quería más.
Elliana

Conocer a la familia de Derek iba a ser todo un reto. Temía no


caerles bien, tal y como en ocasiones pasaba en las películas
románticas en las que la chica de poca clase conoce a un
hombre de familia poderosa. Esperaba que ese no fuera mi
caso. Si no, estaba perdida.
El viernes me pasé la noche dando vueltas en la cama y, al
final, al ver que no pegaría ojo, encendí mi ordenador portátil
y me puse a escribir. No sé en qué momento de la noche me
quedé dormida, pero cuando desperté a la mañana siguiente,
no estaba en mi cama.
¡Joder, me había quedado dormida escribiendo!
Fue toda una fortuna que pusiera el aparato a cargar; de lo
contrario, todo mi trabajo se habría ido a la basura.
Releí lo que había escrito por si las moscas y al mismo
tiempo que veía una falta ortográfica, la corregía. Todo debía
quedar impoluto. Pasé gran parte de la mañana enfrascada en
aquella novela. Iba a ser la primera de una trilogía que tenía en
mente. Ya sabía cómo quería terminarla, aunque me temía que
todavía me quedaba bastante.
Continué con mi labor hasta que me sobresalté al sentir
algo blandito chocar contra mi cara.
—¡Ah! —grité levantándome de un salto. Me quité los
auriculares y miré hacia la puerta, donde se encontraba una
Winter desternillándose. La mataría de una forma dolorosa
para que nunca se olvidara de mí—. ¡No es gracioso!
—Eso lo dices porque no has visto tu cara. —Me imitó y
mis ganas de asesinarla allí mismo incrementaron. No lo hacía
porque era demasiado guapa como para ir a la cárcel—. No
entiendo de dónde has sacado tanta concentración a estas horas
de la mañana.
Me encogí de hombros.
—Me he levantado inspirada.
Una sonrisa lobuna se dibujó en su rostro.
—Creo que ya sé a quién se debe esa inspiración. ¿Le has
hablado a Derek sobre ese capullo innombrable? —preguntó.
No me gustaba mucho por dónde iban los tiros.
—Sí, ayer. Le hablé sobre él y ese estúpido mensaje.
Su sonrisa no se esfumó en ningún momento.
—Vaya, lo que sea que te haya dicho te ha tranquilizado
por completo. —Entró en mi dormitorio y me dio un gran
abrazo.
—Es tan bueno conmigo… —Puse ojos soñadores—. Me
encanta pasar tiempo con él.
—Te gusta y mucho —declaró mi amiga sonriendo de
forma dulce—. Ojalá este sea el definitivo. No quiero verte
sufrir más ni llorar viendo películas tristes y comiendo helado.
—Me gusta —confesé por primera vez en palabras—. Me
gusta más allá de todo. Me gusta todo en él, incluso cuando se
pone celoso. Me gusta que no sea el hombre perfecto que
todos creen conocer.
Derek me había demostrado en acciones lo buen hombre
que era. Era honrado, atento, gentil y generoso, todo un
caballero andante. Me gustaba mucho los gestos que tenía
conmigo. Quizá la palabra correcta no era gustar. Poco a poco
me había ido enamorando de él
—No debes estar nerviosa. Les encantarás —me intentó
tranquilizar Derek en cuanto le confesé cómo me sentía.
—Tengo miedo de decir algo fuera de lugar. Ya sabes que
cuando me pongo nerviosa, mi boca suelta cualquier
barbaridad.
Rio.
—Créeme, lo sé y me gusta mucho eso de ti, cariño.
Cariño. Qué bien sonaba esa palabra salida de sus labios.
A medida que nos íbamos acercando, notaba cómo mi
corazón se desbocaba cada vez más. Por Dios, parecía que iba
a salírseme del pecho.
Miré por la ventanilla y me fijé en que nos habíamos
alejado mucho del centro de Nueva York. Atrás quedaron los
rascacielos y los edificios industriales para darnos unas
increíbles vistas de un paisaje salido de un cuento de hadas.
Nos habíamos adentrado en Tupper Lake, un lugar que no
parecía pertenecer a aquella ciudad tan vibrante de vida. Me
gustaba la calma que se respiraba y las casitas unifamiliares
que se veían.
Nos quedaríamos a pasar el fin de semana allí, ya que
estaba a más de cuatro horas de distancia. Estaba ansiosa por
conocer a la familia que lo había criado. Sentía curiosidad de
saber cómo serían sus padres y si la relación con su hermana
era tan buena como la de Jay y mía.
—Ya falta poco, bella flor. Unos quince minutos como
mucho.
Sonreí.
Hacía un día espléndido y, por lo que tenía entendido, el
fin de semana seguiría igual.
Poco a poco nos fuimos acercando a un chalé situado en
primera línea del lago. Estaba tan cerca que la terraza daba a
él. Tenía dos pisos: la planta baja y la planta alta. La fachada
era de un color amarillo limón precioso. El tejado estaba hecho
de tejas blancas que combinaban perfectamente. Me estaba
enamorando.
—Hemos llegado —dijo Derek aparcando el coche en la
entrada. Una valla de acero y unos setos separaban la casa y el
jardín de la calle.
—Es preciosa —susurré maravillada.
Una mujer de mediana edad estaba en el porche leyendo
un libro. Al vernos, sus ojos verdes, los mismos que Derek
poseía, se clavaron en nosotros y una sonrisa se instaló en sus
labios. No era como me lo esperaba. Siento mucho si pensáis
que soy superficial, pero en la mayoría de los libros los
familiares suelen vivir en mansiones, no en chalés, y las
mujeres suelen vestir a la última moda y no de manera
sencilla. Se me estaban rompiendo todos mis esquemas.
La mujer salió a nuestro encuentro y abrió la verja con
suavidad.
—¡Bienvenido, hijo! —dijo ella y lo abrazó con fuerza,
regalándole una oleada de besos en su rostro.
No pude evitar que una sonrisa se dibujara en el mío. Era
precioso ver cómo una madre mimaba a su hijo.
—¡Mamá! —se quejó él—. Me vas a poner en evidencia
delante de mi bella flor.
Sus ojos de pronto se posaron en los míos y una cálida
sonrisa se formó en sus labios. Derek había heredado de ella
aquel gesto, al igual que el color de ojos.
—Es un placer conocerla, señora Foster —dije de manera
educada devolviéndole el gesto—. Soy Elliana Jones.
Pero para mi asombro, me dio un gran abrazo.
—Bienvenida, niña. Y no me llames señora Foster. Soy
Rose.
—Está bien.
—Mamá, ella es una de las personas que más feliz me
hacen —le dijo su hijo y, para demostrar sus palabras, me dio
un beso en la mejilla en cuanto me hube separado de su madre.
Después entrelazó nuestros dedos, depositando también un
pequeño beso cariñoso en mis nudillos.
Los ojos de Rose destilaban felicidad y eso me
tranquilizó.
Os confieso que ella me había caído bien. No era cómo me
la esperaba. Menos mal. No soportaba a las personas
superficiales. Un problema menos.
—Oh, pasad, pasad. Sentíos como si estuvieseis en vuestra
propia casa.
El chalé era inmenso. Según me contó Rose, habían
decidido mudarse a las afueras para estar más tranquilos ahora
que la editorial había pasado a manos de Derek. Me gustaba
cómo era por dentro: era una mezcla de estilo romántico y
clásico que me enamoró.
Anduvimos a través del pasillo hasta desembocar en un
salón enorme. Allí nos esperaban un hombre que tendría la
misma edad que Rose y una mujer que estaba de espaldas y
que deduje que sería la hermana pequeña de Derek. A cada
paso que dábamos, mi corazón latía con más fuerza. ¿Les
caería tan bien como a Rose?
—Chicos, ya han llegado —les dijo la mujer en cuanto
llegamos a esa estancia tan acogedora. ¿Os he dicho que tenía
chimenea de leña?
El hombre se acercó a Derek y le dio un gran abrazo,
similar al que su mujer le había dado.
—Es un gusto tenerte en casa de nuevo, hijo.
—Papá, ya sabes que me gusta venir a visitaros. Adoro el
lago. —Sonrió de esa manera que lo hacía ver tan joven y
apuesto. Se aclaró la garganta al mismo tiempo que se
separaba de él—. Quiero presentarte a Elliana. Ella es la
persona más hermosa, después de mamá, claro, que haya
conocido jamás.
A pesar del tiempo que nos conocíamos, palabras como
esas aún conseguían hacerme ruborizar. ¿Por qué su presencia
causaba ese efecto en mí? ¿Por qué siempre quería besarlo
hasta que nuestras respiraciones se entrecortaran y practicar
con él el baile del amor? No lo entendía.
En seguida la mirada celeste de su padre se posó en mí.
¡Vaya, Derek tenía un aire a su padre! Aunque creo que se
parecía mucho más a su madre. No estaba muy segura de ello.
—Encantada de conocerte, Elliana. ¡Bienvenida a la
familia! Soy Logan.
Sonreí.
—Igualmente.
—Y esta jovencita de ahí —siguió diciendo él señalando a
la joven que se había acercado a nosotros— es mi pequeña
Emily.
Abrí los ojos como platos. ¡No podía ser! Era la misma
chica con la que me choqué en el parque. ¡Qué casualidad!
—No le hagas caso. Es un placer volver a verte. —Me
sonrió y yo le devolví el gesto.
Derek nos miraba extrañado.
—¿Vosotras dos ya os conocíais?
Ambas soltamos una risita cómplice.
—Verás, hermanito, me choqué con ella después de
nuestro encuentro en el parque.
Vaya, no tenía ni idea de eso.
Me gustaban mucho sus ojos, eran preciosos. En serio lo
digo. Pese a tener heterocromía, eso la hacía verse muy bonita.
Se parecía mucho a Derek, pero en versión femenina. Tenía
rasgos delicados y finos, y unos ojos llenos de vida.
Ella me abrazó. Ya me estaba acostumbrando a esas
muestras de cariño.
Emily llevaba una fina capa de maquillaje, al igual que
aquella vez en el parque. No parecía ser la clase de mujer que
se pasara el día entre cosméticos y tiendas de ropa, y eso me
gustó. Mi mayor temor era el encontrarme en medio de una
familia movida por los estereotipos. Menos mal.
Su hermana me arrastró hasta los sofás y ahí comenzó su
pequeño interrogatorio.
—Dime, Elli. ¿Puedo llamarte así? —preguntó Emily a lo
que yo asentí con la cabeza—. ¿Cómo conociste a mi
hermano?
Solté una gran carcajada recordando nuestro encuentro.
Por puro instinto lo miré con las mejillas acaloradas y una
sonrisa instalada en mis labios.
—¿La verdad? Fue muy interesante. Te cuento. Yo salía un
poco tarde, ya que mi jefa me encargó adelantar una
traducción que estaba haciendo; soy traductora en la editorial
que dirige. Por casualidades de la vida él y yo acabamos
dentro del mismo ascensor y, desde entonces, mi belleza
natural lo ha atraído hacia mí —dije eso último en broma.
Su hermana se giró hacia su hermano.
—La adoro. Muy buena elección.
—Me alegra oír eso, enana.
Volvió a centrarse en mí. Adoraba sus ojos claros. Eran
hermosos. Y su cabello negro hacía contraste con ellos.
—¿Qué es lo que más te gusta de mi hermano?
—¡Emily! La vas a ahuyentar —exclamó Derek abriendo
mucho los ojos.
—Quiero saber si es de las buenas. —Lo miró con una
mirada tan seria que hasta a mí se me pusieron los pelos de
punta.
Sopesé la respuesta.
—Me gusta que me sorprenda cada día con una faceta
nueva —confesé—. Adoro que sea todo un caballero conmigo
y que sus regalos no sean para nada extravagantes. También
me gusta su manera de tratarme y cuidarme, como si fuera lo
más preciado que tiene.
—Es que lo eres —le escuché decir.
—Oh… —suspiró su hermana y se giró hacia su hermano
—. Me cae bien. —Volvió a mirarme—. ¡Bienvenida a la
familia! —Y volvió a abrazarme con fuerza.
—¡Emily! No la asfixies, por favor.
Hacía un rato que sus padres se habían ido de aquella
estancia hacia quién sabe dónde. De un momento a otro Rose
entró de nuevo en el salón con una sonrisa.
—El almuerzo ya casi está —nos avisó—. ¿Por qué no
vais poniendo la mesa, chicos?
Les seguí por el pasillo hasta que llegamos a un gran
comedor que seguía la línea de decoración romántica que
había visto en el salón. La mesa era de madera y estaba situada
en el centro de la habitación. Los suelos eran de madera
mientras que las paredes estaban pintadas de un color gris
claro. Había una gran ventana por la que entraba mucha luz.
En uno de los laterales había un par de puertas correderas que
daban al jardín delantero, que era enorme, por cierto.
Fui a coger los cubiertos, pero Derek me detuvo.
—Alto ahí, señorita. ¿Qué crees que estás haciendo? —me
detuvo Derek.
Puse los ojos en blanco.
—¿Ayudar?
—Eres nuestra invitada y como tal no deberías ayudar.
Sonreí.
—Pero yo quiero hacerlo. Mis padres siempre me han
enseñado que siempre debo ayudar. Así que, por favor, déjame
hacerlo.
Me miró, pero no dijo nada. Tomé eso como una invitación
a seguir con la tarea. Mientras Emily colocaba los vasos, yo
hice los mismo con los cubiertos y Derek se encargó de las
servilletas y los platos.
Desde la cocina provenía un aroma delicioso de lo que
supuse que sería tomate. Oh, Dios… Solo esperaba que fuera
la misma salsa con la que me preparó aquella cena la noche
que pasé en su casa. Solo de pensarlo la boca se me hacía
agua.
Cuando ya estuvo todo listo, los tres nos sentamos
alrededor de la mesa y esperamos a que Rose sirviera la
comida. En efecto, habían preparado pasta italiana y la famosa
salsa casera de la familia que tanto me había gustado la vez
anterior.
—Cuéntanos, niña, ¿a qué te dedicas?
Mastiqué la pasta con rapidez y cuando hube tragado, le
respondí:
—Trabajo en el departamento de traducción, en la sección
de castellano. Adoro ese idioma con locura, aunque el resto
también son preciosos.
—¡Vaya! —exclamó Emily—. ¿Sabes muchos?
—Unos cuantos. —Sonreí.
A mi lado, Derek soltó una estruendosa carcajada.
—Mi bella flor sabe un batallón de lenguas, ¿no es así? No
sé cómo no te lías cuando hablas en un idioma u otro. A mí me
pasa a veces.
Reí, recordando las veces que mezclaba los idiomas sin
querer. Una vez, sin ir muy lejos, estaba hablando en francés
con un compañero de intercambio cuando, no sé cómo,
empecé a mezclar español, alemán, inglés y francés. Lo peor
fue que ni siquiera me di cuenta de ello hasta que él me
preguntó si me pasaba algo.
—¡Claro que me pasan esos lapsus! Ahora mismo puedo
estar hablando correctamente en inglés como puedo cambiar
de lengua, tu me comprends? —pregunté eso último en
francés.
Sabía tantas lenguas que era normal que de pronto no
supiese cómo expresar una idea en inglés, pero sí en otro
idioma. A veces podía ser de lo más frustrante, pero ¿qué se le
iba a hacer?
—¿Siempre supiste que querías dedicarte a la traducción?
—preguntó el padre de Derek mirándome con una sonrisa
dulce.
Negué con la cabeza.
—¿La verdad? No, al principio quería estudiar algo
relacionado con la literatura. Amo leer y escribir, pero al ver
en qué consistían carreras como Filología Inglesa, decidí
buscar otra alternativa. Fue ahí cuando di con el grado de
Traducción e Interpretación. Desde pequeña había adorado los
idiomas, pero nunca me planteé hacer algo relacionado con
ellos. Fue una de las mejores decisiones que he tomado en mi
vida.
—¿Te consideras una gran lectora? —preguntó Emily—.
¿Qué clase de libros te gustan?
—Adoro la lectura. Me gusta leer desde la escuela
elemental. Todavía recuerdo cómo me divertía con los libros
infantiles y cómo mis gustos fueron evolucionando al pasar los
años. —Tomé un sorbo de agua—. Y respondiendo a tu
pregunta, adoro las novelas románticas.
Ella sonrió y me señaló con el tenedor.
—Eres de las mías. Luego te tengo que enseñar una
aplicación en la que puedes leer libros completamente gratis.
—¡Eso suena de maravilla!
Derek pasó un brazo sobre mis hombros.
—Te aconsejo que no lo hagas. Mi hermana es un poco
pervertida a veces.
Emily lo fulminó con la mirada y, de repente, un trozo de
pan le dio a mi hombretón en la mejilla. No pude evitar reír
con ganas al ver la cara de indignación de mi hombre caliente.
—¡Oye! No solo leo ese tipo de novelas. Además, que
sepas que muchas son muy buenas.
—Controla tus impulsos, enana —contraatacó él con otro
trozo de pan, pero este estaba manchado en tomate. Digamos
que cuando impactó con su ropa, esta parecía que había
recibido un disparo en el pecho.
—¡Cómo te atreves!
La escena me parecía de lo más divertida y en cierto punto
me recordaba a mi relación con mi hermano. Su hermana lo
asesinó con la mirada. Había malicia en los ojos de Emily,
pero antes de que pudiera siquiera decir o hacer algo, Rose se
levantó. Fulminó a sus hijos con la mirada.
—¡Ya basta a los dos! —bramó—. Parecéis niños
pequeños. Os recuerdo que tenemos una invitada.
—Por mí no te preocupes. Estas peleas me recuerdan a
cuando estoy en Phoenix en casa de mis padres.
—Esa no es excusa para que se comporten como niños de
cinco años.
—Lo sentimos, mamá —se disculparon ambos.
Antes de sentarse de nuevo, Rose les lanzó una mirada de
advertencia.
El resto de la velada continuó con normalidad, toda la
normalidad que podía haber teniendo en cuenta las pullas que
los hermanos Foster se lanzaban entre ellos. Había descubierto
en Emily una mujer que no se cortaba ni media a la hora de
hablar y esa labia muchas veces la usaba en contra de su
hermano. Me caía bien. Ojalá me contara algún secreto de su
hermano. Sonreí con malicia pensando en ello.
La familia Foster resultó ser de lo más normal y corriente,
y eso me agradó.
Derek

Ver lo rápido que mi familia aceptó a mi bella flor fue de lo


más gratificante y satisfactorio. Mis padres y mi hermana
enseguida la adoraron. Pero, ¿cómo no hacerlo? Era la persona
más buena y sorprendente que jamás haya conocido.
Miré hacia el jardín y sonreí al ver cómo Elliana y Emily
ayudaban a papá a abastecer la pequeña barca. En la parte
trasera del chalé había un embarcadero que daba directamente
con el lago. Emily había propuesto un paseo en barca y esa
idea le había gustado a mi novia. En teoría también les estaba
ayudando. Había ido a casa a por unos tentempiés.
—Es preciosa, hijo —dijo mamá a mis espaldas. Al
volverme para mirarla vi que sus ojos estaban puestos en ella.
Sonreí.
—Lo sé, mamá.
—Pero no sólo me refiero a que es guapa por fuera. Me ha
gustado que sea humilde y generosa, nada superficial. Ya
sabes que después de lo de Alison temía que tus gustos fueran
esos… Me alegra ver que no.
Hice una mueca. Alison era un tema muy delicado para mí.
—Al parecer, no la conocía tanto como creía. Créeme si te
digo que Elli es la indicada. La quiero con todo mi ser.
Mi madre se acercó a mí y me dio un gran abrazo de
felicidad.
—Lo sé por cómo te brillan los ojos cada vez que estás con
ella. Te hace feliz y eso es lo que me llena de dicha. —Me dio
un beso en la coronilla con cariño—. Ahora será mejor que
vuelvas con ellos. Creo que te están esperando.
Y era cierto. Los tres charlaban animadamente mientras
esperaban sentados en la embarcación. De vez en cuando mi
preciosa novia echaba la cabeza hacia atrás y reía. No llegaba
a oírla por la distancia, pero no me importaba. Verla tan
tranquila y relajada era el mejor regalo que podía tener.
Terminé de coger los aperitivos y me uní a ellos.

—¡Vamos, hombretón, rema! —exclamaba Elliana


mientras movía su remo con fuerza.
Intentaba seguirle el ritmo, lo juro, pero cuando mi
hermana propuso hacer una carrera de barcas, su vena
competitiva salió a la luz.
—¡Eso hago!
A unos metros de distancia por detrás estaban mi padre y
Emily, remando al mismo compás, mientras nosotros dos
íbamos más descoordinados que un mono bailando samba. En
un momento dado, mi hermana me lanzó una gran ola de agua
con el remo.
—¡Serás tramposa! —la acusé haciendo lo mismo.
Las dos mujeres rieron y continuaron con su labor.
—¡Vamos, Derek, que nos alcanzan! —volvió a gritar de
nuevo.
Puse los ojos en blanco. Ya estábamos de nuevo.
—¿De dónde sacas tanta fuerza, mujer?
Ella se encogió de hombros sin dejar la tarea de lado.
—Me gusta ganar.
Alcé una ceja.
—¿Ah, sí?
Sonreí con malicia tramando un pequeño plan. Dejé el
remo a un lado y me acerqué a ella con cuidado de no volcar la
barca. Su mirada reflejaba desconcierto.
—¿Qué hac…?
Pero no dejé que terminara la frase; junté mis labios con
los suyos en un beso que hacía un tiempo quería darle. Con
una mano acaricié su mejilla y con la otro fui tumbando
nuestros cuerpos en la embarcación de madera. Nuestros besos
cada vez se hacían más intensos, más pasionales y deseosos.
Podía sentir cómo un gemido era acallado con mis labios.
—¡Sí, ganamos! —Las palabras de Emily nos hicieron
volver a la realidad—. ¿Qué se siente al perder contra tu
propia hermana, hermanito? —se burló ella.
Yo no sentía que había perdido nada. Más bien creía que
había ganado un beso de película.
En cuanto Elli se dio cuenta de cuales habían sido mis
intenciones, me dio varios golpes en el pecho y me obligó a
levantarme. Abrió mucho los ojos y me miró de una manera
que manifestaba que estaba planeando mi muerte.
—¡Lo has hecho aposta! ¡Te has compinchado con ellos!
Solté una risita y le robé un beso rápido.
—Cómo me gusta sacarte de quicio…
No pude resistirme a ese ceño fruncido. Una idea se cruzó
en mi mente. Con una sonrisa que lo decía todo, me acerqué a
ella, la agarré con fuerza y nos tiré al agua. Su grito de
sorpresa fue épico y provocó que una sonrisa se formara en
mis labios.
El agua estaba helada y limpia. Elliana salió a la superficie
y cuando boqueó, tiré de su pierna hacia abajo, hundiéndola de
nuevo. Nadé hasta sacar mi cabeza fuera del agua y reí
mientras me mantenía a flote. Cuando su cabellera rubia salió,
sus ojos fulminantes se clavaron en mí.
—¡No tiene gracia! —Pero más que asustarme, me divirtió
aún más—. ¡Derek!
Elliana lanzó agua en mi dirección e intentó hundirme
subiéndose sobre mí. La agarré de las piernas con fuerza y
antes de hundirme le dije:
—Si yo caigo, tú vendrás conmigo.
Continuamos jugando como críos pequeños en el agua
hasta que alguien se tiró a mi lado gritando.
—¡Bomba va!
Claro, solo había una persona con esa voz. Emily.
Elliana enseguida le empezó a tirar agua y entre ellas
empezaron una guerra hasta que, de repente, hicieron una
alianza y empezaron a atacarme las dos.
—¡Eh, eso no vale! —Sonreí con diversión.
Al final cuando volvimos a la orilla, los tres llegamos
calados hasta los huesos. Mi bella flor titiritaba como un
chihuahua por el frío y a mi hermana le castañeaban los
dientes. Yo, por mi parte, iba abrazado a dos de las tres
mujeres más importantes de mi vida para darme calor.
—Eso os pasa por jugar en el agua como niños pequeños
—dijo nuestra madre en cuanto nos vio a los tres—. ¡Quietos
ahí! —nos detuvo—. ¿A dónde creéis que vais? Ni se os
ocurra entrar así. Voy a por unas toallas para que os sequéis un
poco.
Papá sonreía de oreja a oreja. Estaba seguro que le había
gustado aquella escenita en el lago.
Después de que mamá nos trajera las toallas y nos
secáramos más o menos, pudimos entrar para darnos una
ducha caliente. La habitación que ocupaba cada vez que iba y
que en aquel momento compartiría con Elliana poseía un baño
propio. Sonreí con maldad al pensar en la de cosas que podría
hacer con ella en la ducha.
Dejé que ella se duchara primero. Mientras esperaba, salí a
la pequeña terraza. Tenía unas vistas muy bonitas del lago con
la maleza de un bosque de fondo. Era sin lugar a dudas de lo
más relajante y tranquilizador. A lo lejos escuchaba el agua de
la ducha. Sonreí pensando en el cuerpo desnudo de mi bella
flor y con solo recordar nuestra noche mágica y el despertar,
ya me entraban ganas de nuevo. Es que era insaciable en
cuanto a Elliana se trataba.
Había traído conmigo aquel manuscrito que había causado
tantas dudas entre mis asesores. Ya iba por la mitad y, siendo
sincero, creía que se amoldaba muy bien a nuestra editorial y
que podría venderse muy bien entre los jóvenes lectores.
Me sumí tanto en la lectura que no me di cuenta de que
Elliana había salido del baño hasta que ella misma salió a la
terraza.
—Estás aquí, hombretón. ¿Qué haces que te veo tan guapo
con esa arruguita tan mona que te sale cuando te concentras en
algo? —preguntó con voz sensual y seductora, aunque creo
que no lo hizo de manera intencional.
Al alzar la cabeza, reí al verla vestida con un pijama de
ositos de lo más infantil. Era adorable y muy tentadora. Le
mostré el taco de hojas que había encuadernado sin perder la
sonrisa.
—Estaba adelantando un poco de trabajo.
Ella agrandó los ojos al verlo.
—¡Oh! ¿Y es bueno?
Sonreí. Su insaciable curiosidad me encantaba.
Coloqué el marcapáginas y se lo tendí.
—Compruébalo tú misma mientras me ducho. —Le di un
beso en los labios suave y le guiñé un ojo.
—¿En serio puedo? —Su mirada se había iluminado.
—¡Claro! Pero no se lo digas a nadie. Será nuestro secreto
—le dije dándole un último beso y poniendo mi dedo índice en
mis labios.
La dejé ahí, cogí un pijama y me sumergí bajo el agua.
Como todas las veces, canté bajo el chorro del agua caliente
mientras pensaba en ella, mi adorable bella flor. Sonreí
pensando en el momento que acabábamos de vivir en el lago.
Había sido de mis favoritos.
Cuando salí, me puse mi pijama y salí de la estancia de
colores neutros. Adoraba todo lo que habían instalado en mi
habitación, desde la cama de matrimonio en el centro hasta el
vestidor que había junto al baño. Una televisión descansaba
frente a la cama y una gran librería recorría toda la estancia.
¿Os he dicho que adoraba leer? ¿Sabéis que en mi piso tenía
una biblioteca privada? Puede que haya omitido ese detalle.
Encontré a Elliana sentada en una de las sillas de la
terraza, leyendo. No sé si yo había tardado mucho o ella era
una devoradora de libros, pero el punto era que ya había leído
como unas diez páginas en formato Din A4. Había cruzado una
pierna sobre la otra y su mirada estaba en las hojas. No se
había dado cuenta de mi presencia. Mejor.
Saqué mi teléfono móvil y capturé el momento: ella de
espaldas con el pelo aún húmedo y suelto sobre los hombros y
una preciosa puesta de sol en el fondo. Sí, la pondría de fondo
de pantalla.
No lo pude resistir más, así que me acerqué a ella y le
rodeé el cuello con mis brazos aspirando al mismo tiempo su
aroma. Ella se asustó y dio un pequeño bote que me sacó una
sonrisa. Le di un beso en la mejilla.
—¿Ya has entrado en calor? —me preguntó cerrando el
manuscrito.
—Sí, me ha sentado de maravilla —respondí. Después,
señalé la encuadernación con mis dedos—. ¿Qué te está
pareciendo?
Ella se levantó y se volvió para mirarme. Coloqué mis
manos en sus caderas esperando su respuesta. Para mí era muy
importante su opinión, ya que no estaba muy seguro de que mi
decisión fuese la correcta.
—Me gusta. Hace unos años que no leo una novela
juvenil, pero es la clase de libro que recuerdo que leía cuando
era una adolescente. No sé qué es lo que tiene, pero me ha
atrapado. Creo que será un boom nacional.
Exactamente era lo que yo pensaba.
—Pienso lo mismo que tú y eso que solo has leído las
primeras páginas. El nudo es simplemente espectacular —
aseguré.
Ella dejó el montón de hojas en la mesita de cristal y pasó
sus manos por mi nuca hasta depositarlas en mi cuello. Apoyó
su cabeza en mi pecho y aproveché para abrazarla con fuerza.
Me gustaban esos pequeños momentos con ella.
—Creo que tu criterio es bueno. Deberías confiar más en
tu instinto.
Permanecimos así, abrazados durante unos instantes hasta
que recordé algo. Me separé de ella y le hice aquella pregunta
que quería hacerle desde hacía un tiempo.
—Elliana, ¿confías en mí?
Me miró con incredulidad, sin llegar a creerse que le haya
preguntado algo tan tonto.
—Claro. ¿Por qué lo preguntas?
Solté una risita nerviosa.
—Bueno, quería preguntarte si algún día podría leer alguna
creación tuya. ¿Podría?
Su reacción no fue muy buena que digamos. Apartó la
mirada y se separó completamente de mí. Sus mejillas se
tornaron de un rosa adorable y sus manos empezaron a
temblarle.
—No creo que sea lo correcto.
La miré sin comprender.
—¿Por qué?
Quizá fuera demasiado tímida como para mostrarme
aquello que escribiese. También cabía la posibilidad de que no
se considerase lo suficiente buena o que no confiara en mí en
ese aspecto. Pero no, su respuesta no hizo más que
indignarme.
—Es que… —Se mordió el labio inferior con nerviosismo
—. No quiero que la gente piense que estoy contigo por
conveniencia.
¿Acaso me importaba lo que el resto pensara? Las narices.
Con los años había aprendido a ignorar lo que los buitres
decían sobre mí: que si salía con no sé quien porque quería
formar una alianza, que si Scarlett y yo salíamos… Bobadas.
—No debería importarte lo que ellos digan.
Ella se cruzó de brazos.
—Pero lo hace. Odio que se inventen cosas sobre mí y que
hablen mal a mis espaldas.
—No debes hacerlo. Además, ¿por qué dices eso?
Suspiró.
—Porque tú eres el dueño de una editorial de renombre y
yo solo escribo por hobby. Quizá ellos crean que salgo contigo
solo porque quiero publicar un libro.
Su confesión me dejó de piedra. ¿Cómo no me había dado
cuenta antes de ese hecho? ¿Cómo nunca, desde el momento
en que me confesó su amor por la escritura, se me pasó por la
cabeza semejante idea?
—No deberías hacerles ni caso. —Me encogí de hombros
—. Además, puede que seas buena y no lo sepas. No quiero
presionarte, solo piénsalo, ¿vale? Yo siempre voy a estar
apoyándote —le dije y le di un beso en la frente.
Un rato después, bajamos a cenar. Adoraba ver cómo no se
cortaba ni media a la hora de pedir más cantidad. Vi cómo
mamá sonreía con aprobación y le servía gustosa de que
disfrutara de su comida casera. Tras la cena nos quedamos un
rato hablando en la sala hasta ya bien entrada la noche.
—Será mejor que nos vayamos a la cama si mañana no
queremos que se nos peguen las sábanas al cuerpo —dijo
mamá al mismo tiempo que se levantaba y nos daba un beso a
todos—. Buenas noches.
—Buenas noches.
Elliana y yo subimos a nuestra habitación cogidos de la
mano y en cuanto entramos, empecé a devorar sus labios con
ansia sin poder contenerme por más tiempo. Sus labios eran
tan dulces y su piel tan tersa.
Mi adorada florecilla se dejó caer sobre el colchón sin
despegar los labios de los míos. Una de mis manos viajó por
debajo de la tela de su camiseta y empezó a explorar el
terreno. La respiración irregular de ella y sus jadeos ahogados
me mostraron cuánto le gustaba.
Fui dejando un reguero de besos por toda su cara hasta
bajar a su cuello. Adoraba sentir su pulso acelerado cada vez
que besaba o lamía ese punto sensible. Oh, Elliana, no sabes
cuántas ganas tenía de hacerte mía en ese momento.
De un momento a otro ella tomó el control de la situación
y se colocó encima de mí. Ahora era ella la que dejaba besos
sensuales en mis labios, de esos que le quitan a uno la
respiración. Su lengua jugaba con la mía mientras sentía cómo
mi estómago tomaba vida propia y cómo una corriente
eléctrica me sacudía cada vez que nuestras pieles se tocaban.
Sus labios viajaron a mi oreja y mordisquearon con
suavidad el lóbulo. Ese simple gesto me estaba poniendo a mil
por hora.
Mi mano seguía bajo su camiseta, rozándole un pecho con
suavidad. No llevaba sujetador. Mejor para mí.
De un momento a otro Elliana se separó de mí con la
respiración agitada y los labios hinchados debido a nuestros
besos apasionados.
—Créeme si te digo que tengo ganas de sentirte de nuevo
piel contra piel, pero no es el lugar correcto.
Sonreí.
—Me temo que tienes razón —dije con pena.
Escalé hasta la cabecera y di una serie de palmadas a mi
lado, invitándola a acompañarme. Ella se acomodó en mi
pecho. La rodeé con los brazos y nos tapé con la sábana. Nos
quedamos hablando hasta bien entrada la mañana, mientras
reíamos y nos hacíamos mimos.
Al final cayó frita y yo no tardé en acompañarla minutos
después, mientras la observaba. Sí, había encontrado mi
paraíso particular.
Elliana

Sentí un cosquilleo en el cuello. Intenté apartar lo que fuese


que me estaba despertando. Estaba muy a gusto entre las
sábanas. Sin embargo, aquello que me estaba trayendo a la
realidad volvió, esta vez en la mejilla. A lo lejos escuché una
carcajada masculina.
Abrí los ojos un tanto perezosa. La luz del sol se filtraba a
través de las cortinas dándome de lleno en los ojos. Por unos
segundos tuve que cerrarlos, cegada ante tanta claridad.
—Buenos días, dormilona —ronroneó Derek.
Bostecé abriendo de nuevo los ojos.
—Buenos días, hombretón —dije con la voz ronca.
Él esparció besos desde mi mejilla hasta mis labios y
entonces fue cuando me di cuenta de que aquel cosquilleo no
era más que los labios de mi hombre. Sonreí gustosa de
recibirlos sobre los míos. Me estaba volviendo adicta a él.
—Será mejor que nos preparemos si no queremos que mi
madre venga a despertarnos con un balde de agua fría —dijo
separándose de mí—. Solo de recordar la de veces que me he
despertado así se me van las ganas de levantarme tarde.
Reí al imaginarme la escena de un pequeño Derek
empapado a primera hora de la mañana. Mmm… Cuánto me
gustaría ver imágenes de él a esa edad. ¿Habría sido un niño
mono? ¿O, por el contrario, un niño monstruito?
Me levanté de la cama con pereza y busqué en mi maleta
una muda y aquellos pantalones vaqueros que había traído
junto a una camiseta y a un jersey calentito. Pese a que ya
habíamos entrado en la primavera, los días seguían siendo
muy fríos. La luz que entraba por la ventana auguraba un buen
día, soleado y fresquito. Adoraba esos días.
—¡Dios mío! —exclamó de repente Derek mirándome.
Lo miré preocupada.
—¿Qué pasa? ¿No me digas que tengo un bicho? —
pregunté con temor; me daban asco.
—Tu pelo —susurró.
Miré mi reflejo en la ventana. Esa noche había dormido sin
moño y, debido a eso, tenía el cabello desordenado y pomposo.
—Es mi efecto natural. —Sonreí con timidez, avergonzada
de que me hubiese visto así.
Continué con la labor de encontrar mi neceser y, cuando lo
hube hallado, escuché una respiración cercana a mi oído, tanto
que di un bote cuando Derek habló.
—Me gusta verte así, tan tú. Estás muy guapa.
Me volví hacia él.
—Me has asustado, bobo.
Sonrió de manera lobuna y me dio un beso en los labios.
—Me gusta verte así, en tu estado más natural
—continuó diciendo él.
En ese momento pensé que me derretiría allí mismo.
¡Cómo me gustaba que Derek me dijese esa clase de halagos y
que me demostrase que yo le gustaba!
Le devolví el beso con dulzura y me metí en el cuarto de
baño para prepararme. Lo primero que hice fue vestirme y lo
segundo, arreglar esa maraña de pelo que más bien parecía un
nido de pájaros. Por fortuna, había traído las planchas de pelo
para alisármelo. Me entretuve con el alisado de cada mechón,
pero mereció la pena ver el resultado final. Menos mal.
Lo último que hice fue maquillarme de manera sutil. No
me gustaba cubrir mi rostro de capas y capas de maquillaje por
dos razones. La primera era que no quería parecer un payaso.
La segunda era que no me gustaba perder mucho tiempo
quitándomelo.
Cuando salí del baño, me encontré con que mi hombre sexi
y caliente ya se había preparado más o menos. Estaba vestido,
aunque sus hebras marrones estaban algo desordenadas. En
cuanto salí de la pequeña estancia adherida a su dormitorio,
entró corriendo como Flash. Solté una pequeña risita al verlo.
—Mujeres —lo oí murmurar—. Creen necesitar muchas
cosas para verse bellas cuando ya de por sí lo son.
Esperé a que saliera y juntos, con los dedos entrelazados,
bajamos hasta la planta baja. Ya desde las escaleras el olor a
desayuno casero estaba en el ambiente. Sin poder evitarlo me
rugieron las tripas con fuerza. Derek, a mi lado, soltó una
carcajada.
—Vaya, vaya, vaya. Alguien está hambrienta…
Lo fulminé con la mirada antes de llegar a la cocina.
—No es mi culpa que tu madre cocine tan bien —me
defendí.
Una vez estuvimos dentro de la estancia, ambos saludamos
a Rose con un beso en la mejilla. Estaba entre los fogones
cocinando nuestro desayuno. Me fijé en que ni Logan ni Emily
estaban y eso me pareció extraño teniendo en cuenta la hora.
—No los busques —me dijo la mujer respondiendo a mi
pregunta silenciosa—. Esos dos son tal para cual. No creo que
se levanten hasta bien entrada la mañana.
Sonreí y me acerqué a ella.
—Déjame ayudarte.
—Oh, no, cariño. Eres una invitada.
—Me apetece ayudar —insistí.
Rose suspiró y miró a su hijo en busca de ayuda. Él
levantó las manos a modo de rendición y esbozó una sonrisita.
—A mí no me mires. Cuando se le mete algo entre ceja y
ceja, no hay quien la pare.
Le di un puñetazo suave y juguetón.
—¡Oye!
—Oigo —se burló él.
Puse los ojos en blanco. «Hombres», pensé.
Al final pude colaborar con Rose y con Derek y juntos
preparamos un delicioso desayuno propio de un restaurante de
lujo. Las tortitas llevaban una masa diferente a la que yo
habitualmente estaba acostumbrada a usar, pero nos quedaron
mucho más deliciosas y esponjosas. Me apunté la receta para
futuras ocasiones.
Exprimí el zumo de naranja y le quité la pulpa. ¿Ya os he
dicho que detesto que el zumo tenga grumos? Me da asco y
solo de sentirlo me dan arcadas. Iugh.
Derek se encargó de la macedonia de frutas. Peló y partió
cada pieza y las colocó en un gran bol de cristal. Colocamos
todo sobre la mesa y cuando ya lo habíamos preparado, una
aún adormilada Emily entró en la cocina seguida de su padre.
La primera bostezaba mientras el segundo seguía el aroma de
las tortitas recién hechas.
—¡Qué bien huele! Hoy, como siempre, te has superado,
amor —la halagó su marido.
—Muchas gracias, cariño. La verdad es que he tenido unos
ayudantes de primera. —La mujer nos miró a su hijo y a mí y
nos sonrió.
Todos nos sentamos alrededor de la mesa y empezamos a
devorar la comida. Las tortitas estaban muy buenas, al igual
que la macedonia y el zumo.
—Elli, cariño, ¿no quieres un café? —me preguntó Rose
con dulzura.
Hice una mueca de desagrado.
—No, gracias. No me gusta el café.
De pronto, Emily, sentada enfrente de mí, se levantó y
exclamó.
—¡Por fin! Ya no seré la rara de la familia. ¿Veis como no
soy la única que detesta esa bebida asquerosa? —Sonrió en mi
dirección—. ¡Choca esos cinco, cuñada!
Riendo, las dos chocamos nuestros puños, provocando que
el resto sonriera.
Después del desayuno, todos nos preparamos para pasar la
mañana. Derek y yo partiríamos a la tarde tras el almuerzo. Me
apetecía pasear y conocer más aquel sitio tan pintoresco.
—¿Qué queréis hacer? —nos preguntó el padre de Derek
en cuanto todos estuvimos listos.
Derek me miró y con ello supe que debía elegir un plan.
Uf, con lo mala que era yo para hacer planes…
—Me apetece conocer un poco el lugar, ¿es posible?
—Claro.
Los padres de Derek nos llevaron a hacer senderismo a
Brewster Peninsula Natural Trails, un lugar que a mí me
enamoró desde que nos adentramos en él. El día era soleado y
el poco calor era notorio, sobre todo al estar en movimiento.
Sin embargo, el bosque era tan frondoso que en ocasiones
avanzábamos por la sombra de los árboles, disfrutando del
frescor que ellos nos proporcionaban. En un momento dado,
llegamos a un pequeño claro donde descansamos.
Me senté al lado de Derek y aproveché para recuperarme
de la caminata. Aquel paseo había resultado ser muy agotador,
aunque las vistas eran espectaculares. Nunca en mi vida había
estado allí. Eso sí, ese pequeño páramo se había convertido en
uno de mis lugares preferidos.
—¿En qué piensas? —escuché que mi hombretón
preguntó.
Sonreí y apoyé mi cabeza en su hombro.
—En lo bonito que es todo y en que me gustaría
recorrerlo.
Derek me pasó los brazos por los hombros, pegándome a
su pecho. Sus manos tomaron las mías con suavidad y sus
dedos se entrelazaron con los míos. Sentía su respiración
agitada en mi espalda y su aliento muy cerca de mi oído.
Me sentía segura a su lado, protegida. Sabía que nada malo
nos podría pasar si permanecíamos unidos. Adoraba esa
sensación hogareña que provocaba en mí.
—Si quieres, podemos volver otro fin de semana. A mis
padres les gustará la idea, tenlo por seguro —dijo mirando a su
familia.
Seguí su mirada y sonreí. Emily reposaba junto al lago. Se
había sentado sobre una gran roca. Sus pies descalzos
descansaban en el agua al mismo tiempo que hacía rebotar las
piedras sobre la misma. Por otro lado, Rose y Logan estaban
colocando una manta sobre el césped. Habíamos decidido
almorzar a modo de picnic allí. Rose y yo nos habíamos
pasado casi media hora preparando unos sándwiches
deliciosos.
Mi mirada se volvió a posar en Emily. Parecía pensativa.
—Ahora vuelvo, hombretón —le dije a Derek. Me alejé de
él no sin antes darle un beso en los labios con cariño.
Me acerqué a su hermana, que no se había dado cuenta de
mi presencia. Seguía con la mirada posada en el lago.
—¿Puedo sentarme?
Emily dio un respingo, pero al ver que era yo se relajó.
—Elli, no te había visto. —Sonrió, aunque noté cierta
tensión en su gesto—. Claro, hazlo sin miedo. No te voy a tirar
al agua… o sí. —Su sonrisa se tornó en maliciosa y me puso
los pelos de punta por un momento.
—¿Sabes qué cuando has dicho eso, tus ojos han brillado
de forma perversa? —comenté con diversión.
Sus mejillas se fueron tiñendo de un rosa que fue
adquiriendo matices rojizos.
—Es por la rareza de mis ojos. Le dan ese aire. A veces los
niños huyen de mí porque piensan que soy un bicho raro. —Al
decir eso su mirada se apagó y no sé por qué, pero supuse que
no solo los niños huían de ella.
—Te veo triste. ¿Qué te pasa, Emily?
Ella se encogió de hombros. Sus ojos estaban cristalizados
y brillosos. Me sentí muy mal en ese momento. ¿Por qué
siempre tenía que meter la pata en todo? ¿No podría
simplemente cerrar esa bocaza que a veces tenía? Por mi culpa
Emily se sentía mal. Me sentía una persona muy ruin y
rastrera.
—Nada. Solo pensaba en mi vida y en lo mucho que me he
perdido.
Vale, estaba más perdida que un hombre en una tienda de
ropa femenina. ¿Por qué decía eso? ¿A qué se refería con eso
de que se había perdido mucho?
—Explícate. —La miré con preocupación.
Cuando su mirada se encontró con la mía, varias lágrimas
descendían por su rostro con lentitud. Hipó y no se me ocurrió
otra forma que abrazarla para reconfortarla. Ella se aferró a mí
con fuerza y lloró con ganas. Lo supe al sentir mi camiseta de
manga corta empapada sobre el cuello y al verla temblar como
la gelatina.
Moví mi mano por su espalda susurrándole al mismo
tiempo palabras de ánimo.
—Emily, sea lo que sea, todo va a salir bien. Puedes
confiar en mí, lo sabes, ¿verdad?
—Ajá. —La oí decir entre llanto y llanto.
Esperé pacientemente a que descargara toda esa congoja
que tenía en su interior sin saber muy bien cuál había sido su
detonante. Emily era una buena chica, lo sabía, aunque la
conociera poco, y me dolía verla así, tan vulnerable.
—Cuéntale a mamá Elli por qué te has puesto así —le pedí
en cuanto se hubo calmado.
Me separé de ella un poco y la miré a los ojos rojos e
hinchados de tanto llorar. Le brindé una cálida sonrisa que
intentaba transmitirle confianza.
—Es que… —Parecía insegura. Miraba a su familia con
temor de que hubiesen visto aquella escena. No era el caso.
—Puedes confiar en mí. No se lo diré a nadie si no quieres
—prometí. En ese sentido era mucho mejor que una tumba.
Suspiró.
—Júralo por lo que más quieras.
Eso hice. Levanté una mano a modo de juramento y se lo
repetí en todos los idiomas que sabía. Ese gesto le sacó una
sonrisa y solo con eso supe que había merecido la pena.
—Pues… —empezó a decir mordisqueándose al mismo
tiempo el labio inferior con nerviosismo. No obstante, calló
quizás buscando las palabras adecuadas para expresarse. ¿No
os ha pasado eso: saber lo que queréis decir, pero no hallar las
palabras exactas?—. Mis ojos.
—¿Qué?
No entendía lo que quería decir.
Ella soltó una risita nerviosa al ver lo que supuse que sería
mi cara de desconcierto.
—Mis ojos —repitió señalándoselos con el dedo índice—.
No me malinterpretes, me gustan. Pero hace unos años no.
Siempre he sido una mujer con muy poca vida social y el
hecho de tener heterocromía no me ha ayudado para nada. En
el colegio los niños pensaban que era rara y en la secundaria
todos me tachaban de bicho raro. Ya sabes, todo aquello que se
sale de lo que es correctamente estipulado no encaja. Por
desgracia, yo era una de esas personas. Llegó un punto en el
que llegué a odiar mis ojos. Me daba asco mirarme a la cara y
ver esos dos ojos de diferentes colores. Mamá siempre me
decía que era especial por tenerlos, que la tatarabuela Roxy
también los tenía. Pero aun así…
En ese momento no me podía imaginar el calvario que
había tenido que pasar ella solo porque los de su generación
eran unos idiotas ignorantes. Por favor, acaso no veían lo
guapa e inteligente que era Emily. Vaya panda de superficiales.
¡Cómo odiaba a esa gente! En mi adolescencia también me vi
en una situación parecida, aunque no sufrí por ello. Más bien
fui una de las que pasaban desapercibidas y en las que nadie se
fijaba.
—Tuvo que ser muy duro…
—Lo fue —afirmó—. Digamos que hasta hace unos años
no tuve un novio y, déjame decirte, que no me he perdido
mucho. Solo duramos dos meses. Era todo un capullo y creído.
Menos mal que ya no estoy con él.
Sonreí.
—Eso lo dices ahora, pero dentro de unos años ya verás
como esa opinión cambia. Solo debes de dar con el correcto —
dije pensando en Derek. Deseaba con locura que él fuese el
definitivo, el último de todos los intentos. Él me hacía muy
feliz.
—Dudo mucho que yo lo encuentre. Con mis ojos…
—murmuró con timidez.
—Déjame decirte que adoro tus ojos, ya lo sabes. ¿Quién
no lo haría? Además, eres una mujer hermosa que poco a poco
está saliendo de su capullo. ¿Quién en su sano juicio te
rechazaría? Ha de ser un completo imbécil para hacerlo.
Me miró con pesar.
—Ya, pero…
—Ni peros ni peras en vinagre. Debes mostrarte más
segura de ti misma y salir a la calle como si fueses a comerte
el mundo. Porque, Emily, eres una mujer que, si se lo propone,
conseguirá grandes cosas.
Sonrió con timidez.
—¿Cómo lo sabes?
La miré con cariño y ternura.
—Lo intuyo. Además, teniendo a un hermano con una
seguridad desbordante me es más fácil creerlo.
Emily me abrazó de nuevo, esta vez más relajada y
calmada.
—Muchas gracias, en serio —dijo separándose de mí.
Sonreí. Ya no había rastro alguno de lágrimas—. Realmente
necesitaba hablar de esto con alguien. Me daba vergüenza
admitirlo delante de mi hermano, y mamá ya me ha
sermoneado bastante durante la adolescencia como para repetir
esas charlas.
Rio y con eso yo también.
Unos minutos después, su madre se acercó a nosotras para
avisarnos de que ya era hora de almorzar. Tomamos los
bocadillos sentados en la manta, hablando y riendo de las
ocurrencias de cada comensal. En ese momento, me sentía
dentro de una burbuja de felicidad y seguridad; me sentía en
familia.
Elliana

Después de comer todos volvimos a casa un poco cansados


por el ejercicio realizado. Nos quedamos un rato hablando
sobre cosas banales antes de que Derek y yo tuviésemos que
irnos, puesto que tendríamos unas largas horas de carretera.
El viaje de vuelta se me hizo algo pesado y no sé en qué
momento me quedé profundamente dormida. Solo sé que
cuando volví a abrir los ojos ya estábamos dentro de la gran
ciudad.
—Vaya, la bella durmiente por fin se despierta —dijo
Derek con un matiz de burla en la voz.
Me froté los ojos con las manos y bostecé.
—¿Qué hora es?
—Cerca de las ocho. He estado pensando en que me
gustaría que te quedaras a dormir en casa, ¿qué te parece la
idea?
Hice una mueca.
—Me gustaría, pero mañana debemos volver al trabajo.
—Por favor, anda. —Hizo un puchero de lo más mono—.
Además, mañana te puedo llevar yo. No sé si recordarás que
tus maletas están en mi coche. Así que si lo dices por la
ropa…
Puse los ojos en blanco. A veces Derek era de lo más
insistente. Pero lo quería igual.
—Está bien, pero solo si pedimos unas pizzas para cenar.
En sus labios se dibujó esa sonrisa que tanto adoraba.
—Trato hecho.
Ahora fui yo la que sonreí pensando en mis nuevos e
inesperados planes.
El sol se estaba poniendo dándole pasó a la noche. Los
edificios poco a poco se iban iluminando, dándole ese aura de
energía y vida tan característica de la ciudad y que yo tanto
amaba. Esos halos de luz iluminaban el rostro de mi chico.
Estaba tan irresistible al volante.
Uf, tenía muchas ganas de besarle y de repetir esa noche
mágica en su apartamento. Solo de recordar la sensación tan
cálida y sensual que me produjeron sus labios sobre mi piel me
encendían de una manera inexplicable. Quería volver a estar
entre sus piernas, con él dentro de mí. Al recordar lo bien que
me sentí al estar unida a él de esa manera tan íntima se me
subían los colores.
—Cariño, ya sé que soy guapo, pero no hace falta que te
pongas así de roja —dijo Derek. Cogió el mando a distancia y
pulsó uno de los botones para abrir la puerta de su garaje.
Lo miré con diversión y burla.
—¿Dónde dices que está tu guapura?
Bajó la rampa y manejó con maestría a través de ese
laberinto subterráneo. Tuvimos que bajar otra planta más hasta
que dimos con su hueco. Al ver que ponía “Derek Foster” en
letras grandes y llamativas no pude evitar soltar una carcajada.
¡Cómo no! Él siempre tenía que llamar la atención.
—Creo que esta noche voy a enseñarte todo lo guapo y útil
que puedo llegar a ser. —Me guiñó el ojo con complicidad
antes de sacar las llaves de contacto y salir del coche, que, por
cierto, adoraba. Era tan él.
Las luces debían de tener algún sensor de movimiento,
puesto que se encendieron nada más llegamos. Hacía calor ahí
abajo, y no solo era por el clima. Derek había encendido en mí
una parte que llevaba reprimiendo desde el sábado. Tenía
muchas ganas de volver a acostarme con él, ¿quién no? Podéis
llamarme insaciable si queréis. Solo diré que el sexo con él es
de lo mejor.
—Mmm, ya tengo ganas de verlo —lo provoqué.
Creo que Derek no se abalanzó sobre mí porque ambos
llevábamos nuestras respectivas maletas. De lo contrario,
habríamos acabado efectuado el acto del amor en el
mismísimo ascensor. Menos mal.
Aun así, la tensión sexual fue notoria en todo el trayecto.
Ambos nos mirábamos con deseo. Mis mejillas no podían
estar más encendidas en ese momento al pensarlo sobre mí,
volviéndome loca solo con sus manos. Anhelaba sus labios, y
eso que solo hacía unas horas que no los probaba. Me
preguntaba qué pasaría si ese periodo hubiese sido más largo.
Poco a poco me estaba volviendo una adicta a sus besos y
caricias.
Al llegar a su piso ya no lo pude soportar más: me
abalancé sobre él. Tenía tantas ganas de que me hiciese suya
que no podía controlarme. Anhelaba sus manos acariciando
cada páramo de piel y su boca tocando lugares que me
encendían mucho.
Mis labios se fundieron con los de él en un beso cargado
de pasión y deseo. Nuestras lenguas batallaban la una contra la
otra mientras mis manos revolvían esas hebras tan sedosas y
que tanto me gustaban. Sus manos al instante se pusieron en
mi cintura.
El beso pasó de transmitir lujuria a cariño en cuanto Derek
fue ralentizando el ritmo. El cambio no me molestó, es más
podía poner la mano en el fuego si dijera que transmitía la
pasión del momento.
Cuando nos separamos, ambos con la respiración agitada,
en sus labios había una sonrisa genuina que iluminó al instante
aquellas cuatro paredes metálicas.
—Yo también me alegro de verte, bella flor, pero
esperemos a estar dentro de casa.
Solté una risita nerviosa, pero en ningún momento aparté
la mirada de la de él.
Salimos al pasillo que daba a su apartamento y en el
mismo instante en el que pisamos el recibidor, mi hombretón
se apoderó de mis labios. Giró mi cuerpo de tal manera que
con él cerró la puerta con un golpe seco. Con ese gesto me di
cuenta que el muy canalla me había aprisionado.
Le seguí el beso húmedo y en cuanto sus dientes
mordisquearon mi labio inferior, solté un jadeo involuntario.
Él aprovechó la situación para invadir mi boca con su lengua
al mismo tiempo que sus manos recorrían mi cuerpo con
ansias.
—Tenemos toda la noche, hombretón —le dije al verle.
—No me puedo contener. Eres tan deseable que no me
puedo controlar…
Sonreí y mi sonrisa tembló cuando sus labios viajaron a mi
cuello. Dejó un reguero de besos que terminó detrás de mi
oreja, un punto muy sensible para mí. Sentí una descarga
eléctrica en mi feminidad con solo el contacto de sus labios.
Jadeaba y gemía como nunca al mismo tiempo que sus
manos tocaban mi espalda por dentro de la camiseta. Sus
manos fueron ascendiendo hasta que encontraron lo que
buscaba: mi sujetador. Lo desabrochó y con una maestría
propia de un maestro del sexo me despojó de ambas prendas
con suma facilidad.
Sus labios fueron descendiendo por mi garganta hasta
llegar a su destino: mis pechos. Allí empezó una lenta tortura
en la que lamía uno de mis pechos mientras que en el otro
jugaba con mi pezón erecto. Era una agonía deliciosa. No
podía dejar de gemir y disfrutar del placer que me estaba
proporcionando en aquel momento. ¡Cómo me gustaba aquella
sensación! Me sentía deseada.
—Eso es, cariño, no te controles —dijo él con la voz
ronca.
En ese momento le di gracias al señor por hacer que en la
misma planta no hubiese más vecinos. De lo contrario, habrían
tenido un buen concierto de gemidos.
—Déjame a mí ahora —le dije a Derek apartándolo con
suavidad.
Su mirada confusa me sacó una sonrisa socarrona. Me
acerqué a él con decisión y le arrebaté la camisa. Aspiré su
aroma tan varonil y la tiré al suelo junto a mi ropa. Empecé a
recorrer con mis dedos su fuerte torso y con mi boca repetía la
misma tortura que él había provocado en mí.
Lamí y chupé ambos pezones y recorrí sus abdominales
con deseo.
—Me encanta el brillo de tus ojos en este momento.
Quiero que me poseas —me susurró Derek entre jadeos.
Sabía que mis caricias le estaban volviendo loco, lo sentía
en mi vientre. Su miembro apretaba su pantalón con fuerza y
esa sensación me hizo sentir poderosa. Yo era la que estaba
provocándole tal reacción, y no otra mujer.
De un momento a otro ambos estábamos desnudos el uno
frente al otro, besándonos con locura. Sin embargo, se separó
de mí con brusquedad.
—¿Pasa algo? —le pregunté confusa.
—Nada que no se pueda solucionar. Voy a por un
preservativo.
¡Oh, era eso! ¿En dónde se había quedado mi raciocinio?
¿Acaso no era consciente de que a pesar de tomar
anticonceptivos si él no se protegía también, podría ocurrir un
desastre? No me malinterpretéis. Me gustaría ser madre, pero
no en esos momentos.
En cuanto Derek volvió y nuestras miradas se conectaron,
no existió nada más que ese instante y la sensación de su piel
contra mi piel.

Me desperté gracias al aroma del cacao en el aire. Siendo


muy perezosa, me obligué a abrir los ojos.
La luz se filtraba por la ventana que a su vez hacía de
puertas corredizas. Uno de mis deseos era escribir en aquella
terraza. Seguro que la vista era muy inspiradora.
—Arriba, dormilona —escuché a Derek desde la puerta
que él acababa de abrir.
Bostecé y me estiré como un gato.
Me destapé y, al hacerlo, dejé al descubierto mi desnudez.
Aunque lejos de ponerme nerviosa, me sacó una sonrisa al
recordar la de veces que había vuelto loco a Derek y lo mucho
que me había gustado escuchar mi nombre salido de sus labios
al correrse.
Sus ojos en ese momento se posaron en los míos y una
sonrisa se dibujó en su labios.
—Créeme, bella flor, si te digo que te tomaría de nuevo si
no tuviésemos que ir al trabajo.
Me levanté de la cama, que era muy cómoda, por cierto, y
me puse una de sus camisas. Como era más alto que yo, me
quedaba a modo de camisón. Le di un beso en los labios y fui
a la cocina siguiendo el delicioso aroma como si fuese un
perro.
En aquellos momentos, sentada a su lado, solo una cosa
rondaba por mi mente: quería estar con él para siempre. Le
quería, no cabía duda de ello. Con cada caricia me demostraba
cuánto le importaba. Anoche había sido consciente de ello
mientras hacíamos el amor una y otra vez. Creo que el sexo es
el mejor método para hacer ejercicio. Y con Derek lo
practicaría mucho.
¿Quién lo diría? Yo, una mujer tan insegura a veces, estaba
con un hombre como él. ¿Cómo habíamos terminado así?
¿Qué era lo que tanto le gustaba de mí? Quizás era mi talento
para embrollar las cosas cuando me ponía nerviosa, ese que le
sacó más de una sonrisa en nuestro encuentro en la sala del
material de oficina. Puede que lo que para mí fuese un defecto,
para él fuera un punto atractivo. No podía evitar ser así. Desde
siempre que me encontraba en una situación que me superaba
de mis labios salían palabras incoherentes, enredadas. Hablar
nunca se me dio bien, pero con él todo era más sencillo.
Sonreí llena de felicidad, disfrutando de ese magnífico
desayuno y gozando de la compañía de mi hombre indomable.
Quería discutir y reconciliarnos; hablar de aquellos problemas
que nos rondaran en la cabeza; sentirme yo misma con él, sin
ocultarme. Pero sobre todo quería vivir una vida a su lado.
Llegados a este punto, ya no sé qué decir. Gracias es una
palabra con la que me quedaría corta.
Esta es la primera parte de una trilogía que se llama Amor
Enredado.
Escribir este libro me ha llevado unos seis meses, más o
menos. Empecé a hacerlo a finales de enero de 2017. Nunca
creí que esta novela llegaría a gustaros tanto. Ver cuánto ha
crecido en el poco tiempo que lleva en Wattpad me
enorgullece.
A la hora de escribirla, no todo ha sido un camino de rosas.
Me he encontrado con muchos obstáculos que me han
impedido seguirla durante un determinado tiempo. Por eso,
verla terminada me provoca mucha satisfacción.
En todo este camino me han acompañado un grupo de
personas que han sido todo un apoyo para mí.
En primer lugar, quiero agradecerles a mis padres todo lo
que me han apoyado en este viaje. Muchas gracias por confiar
en que pudiera lograrlo.
En segundo lugar, quiero darle las gracias a una serie de
personas que han sido fundamentales en todo momento para
mí:
A mis amigas María, Tammy y Miriam por motivarme a
seguir escribiendo a pesar de los obstáculos. Os quiero mucho,
chicas.
A Eneko y a Alba por aguantar a la pesada de su amiga,
sobre todo cuando no dejaba de hablar del tema. Sois los
mejores y os quiero de aquí a la Luna.
A Nerea, por todos los consejos que me da, por ser una
gran guía y muy buena amiga. Estoy agradecida de que
nuestros caminos se hayan cruzado.
A Roma por el gran trabajo que ha hecho y lo precioso que
ha dejado el libro. ¡Eres una artista!
A un grupo de chicas que me han ayudado muchísimo; en
especial Azaroa, Patri, Celeste y Begoña, del grupo de
Facebook Románticos Wattpad. Ellas han sido todo un soporte
para mí y me han motivado en todo momento. Sois las
mejores, chicas. Espero que nos podamos conocer algún día
todas en persona.
En tercer lugar, quiero agradeceros a vosotros, mis
lectores, por haber elegido esta historia entre la cantidad
inmensa de novelas que hay. Muchas gracias por estar ahí en
todo momento y por leerla.
Por último, a las canciones de Sia, que me han dado la
inspiración necesaria como para superar cada obstáculo.
Espero algún día poder asistir a un concierto suyo.
Mónica García nació en
Baracaldo, España, el 15 de noviembre de 1995. Estudió
Educación Primaria en la Universidad de Deusto. Le gustaría
poder dedicar su tiempo tanto a la enseñanza como a la
escritura.
En 2013 se unió a Wattpad, una plataforma de escritura y
lectura online gratuita. Allí ha publicado obras como Polos
Opuestos, la trilogía Amor Enredado, Dulce Mirada.
Actualmente se encuentra trabajando en la secuela de Polos
Opuestos, la que ha nombrado Perfecta Sincronía. Con el
tiempo la autora ha ido creciendo poco a poco hasta tener
ahora más de veinte mil seguidores. Polos Opuestos tiene ya
en dicha plataforma diez millones de visitas y la primera parte
de la trilogía supera el millón. Está muy agradecida de todo el
apoyo que ha recibido de sus lectores. Para ella son personas
muy importantes en su día a día e intenta estar en contacto con
ellas.
En su tiempo libre le gusta leer, escribir, escuchar música,
salir con sus amigos y practicar tiro con arco.
Puedes encontrarla en Facebook como Mónica García
Saiz; en Instagram como @monica_garcia_saiz; y en Wattpad
como @MnicaGarcaSaiz.

[1]
El uramaki es un estilo de sushi que surgió en Estados Unidos y que se
caracteriza porque en lugar de estar recubierto por el alga nori, es el arroz el que
envuelve el resto de ingredientes. También es conocido como el California Roll.
[2]
Kevin Graham: personaje ficticio perteneciente a Polos Opuestos, anterior
novela de la autora.
[3]
El Hormiguero: programa de televisión español muy famoso por las originales
entrevistas que se les hace a los famosos.
[4]
Madison Price/Moon: personaje ficticio perteneciente a Polos Opuestos, anterior
novela de la autora.
[5]
Moonlight: lugar ficticio en el que vivieron tanto Kevin como Madison.
[6]
Estudio de Hannah: lugar al que acudía todos los días Madison para entrenar
para sus competiciones de baile.
[7]
Las personas de gran belleza se conocen como Adonis. Este es un personaje
mitológico que se enamora de Afrodita, la diosa del amor, y Perséfone, la diosa de
los infiernos.

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