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Naciones y Estados, son un viejo fenómeno que atenta la autonomía de los pueblos y

la libertad individual

En el presente texto, se pretenderá realizar unas reflexiones pertinentes del proceso


de constitución de la sociedad soportada en el surgimiento del Estado-Nación,
mediante el cual se encuentran pertinentes cuestiones en cuanto a cómo los
individuos se organizan y seguidamente les dan solución a sus problemas de
interacción social, tales como la violencia que es un factor degradante del desarrollo
social. Tomando en cuenta el presupuesto filosófico del republicanismo, liberalismo y
comunitarismo.

Para empezar, es necesario entender que aquello a lo que llamamos el moderno


Estado-nación es una experiencia muy específica. Ya que se trata de una sociedad
nacionalizada y por eso políticamente organizada como un Estado-nación, lo cual
implica a las instituciones modernas de ciudadanía y democracia política para su
eventual funcionamiento, sin excluir la importancia de la participación ciudadana.

En otros términos, del modo en que han quedado configuradas las disputas por el
control del trabajo, sus recursos y productos; del sexo, sus recursos y productos; de la
autoridad y de su específica violencia; de la intersubjetividad y del conocimiento.
Fenómenos que han traído consigo múltiples conflictos que desencadenan en la
exterminación del adversario político y social.

En algunos casos particulares, como en la España que se constituía sobre la base de


América y sus ingentes y gratuitos recursos, el proceso incluyó la expulsión de algunos
grupos, como los musulmanes y judíos, considerados como extranjeros indeseables.
Esta fue la primera experiencia de limpieza étnica en el período moderno, seguida por
la imposición de esa peculiar institución llamada “certificado de limpieza de sangre”
[ CITATION Qui14 \l 3082 ].

La dependencia de los capitalistas señoriales de esos países tenía, en consecuencia,


una fuente inescapable: la colonialidad de su poder los llevaba a percibir sus intereses
sociales como iguales a los de los otros blancos dominantes, lo que configuraba su
marco de acción en términos políticos muy reducido a la realidad, y al contrario
reproducían en Europa y en Estados Unidos una construcción de la ciudadanía en
términos bastantes desiguales.

Por tanto, se trata aquí con el concepto de la dependencia histórico-estructural, que es


muy diferente de las propuestas nacionalistas de la dependencia externa o estructural,
ya que éstas responden a la producción y reproducción de la vida social. La
subordinación vino más adelante, precisamente debido a la dependencia y no a la
inversa: durante la crisis económica mundial de los treinta, la burguesía con más
capital comercial de América Latina (Argentina, Brasil, México, Chile, Uruguay y, hasta
cierto punto, Colombia) fue forzada a producir localmente los bienes que servían para
su consumo ostentoso y que antes tenían que importar, pero a cuanto ámbitos
políticos y culturales, se continuaba con el intento de re encauchar la sociedad
Europea y Norteamericana en las condiciones latinoamericanas, fallido intento al
ignorar las mismas condiciones estructurales e históricas.

En este sentido, el proceso de independencia de los Estados en América Latina sin la


descolonización de la sociedad no pudo ser, no fue, un proceso hacia el desarrollo de
los Estados nación modernos, sino una rearticulación de la colonialidad del poder
sobre nuevas bases institucionales [ CITATION Enr14 \l 3082 ]. Desde entonces, durante
casi 200 años, hemos estado ocupados en el intento de avanzar en el camino de la
nacionalización de nuestras sociedades y nuestros Estados, ignorando de facto las
condiciones preexistentes ambiguas y no propicias para materializar el ideal
eurocentrista.

Actualmente se puede distinguir cuatro trayectorias históricas y líneas ideológicas


acerca del problema del Estado-nación: 1. Un limitado pero real proceso de
descolonización / democratización a través de revoluciones radicales como en México
y en Bolivia, después de las derrotas de Haití y de Tupac Amaru. En México, el proceso
de descolonización del poder empezó a verse paulatinamente limitado desde los
sesenta hasta entrar finalmente en un período de crisis al final de los setenta. En
Bolivia la revolución fue derrotada en 1965. 2. Un limitado pero real proceso de
homogeneización colonial (racial), como en el Cono Sur (Chile, Uruguay, Argentina),
por medio de un genocidio masivo de la población aborigen. Una variante de esa línea
es Colombia, en donde la población original fue cuasi exterminada durante la colonia y
reemplazada con los negros. 3. Un siempre frustrado intento de homogeneización
cultural a través del genocidio cultural de los indios, negros y mestizos, como en
México, Perú, Ecuador, Guatemala-Centro América y Bolivia. 4. La imposición de una
ideología de “democracia racial” que enmascara la verdadera discriminación y la
dominación colonial de los negros, como en Brasil, Colombia y Venezuela. Difícilmente
alguien puede reconocer con seriedad una verdadera ciudadanía de la población de
origen africano en esos países, aunque las tensiones y conflictos raciales no son tan
violentos y explícitos como en Sudáfrica o en el sur de los Estados Unidos [ CITATION
Qui14 \l 3082 ].

Lo que encontramos en la historia conocida es, desde luego, que esa homogeneización
que se intenta integrar a la sociedad consiste en la formación de un espacio común de
identidad y de sentido para la población de un espacio de dominación. Y eso, en todos
los casos, es el resultado de la democratización de la sociedad, la cual de ese modo
puede organizarse y expresarse en un Estado democrático.

El supuesto central de ese proyecto es que la sociedad en América Latina es, en lo


fundamental, feudal, o a lo sumo semifeudal, ya que el capitalismo es aún incipiente,
marginal y subordinado y el intento de las clases dominantes por reproducir a imagen
y semejanza este tipo de ideal social, solo proporciona una reproducción de la abismal
y profunda desigualdad a la que actualmente se es sujeto el Estado Colombiano.

Ahora bien, esta dimensión reactiva, distintiva del republicanismo, se acompañó sin
embargo de al menos otra dimensión igualmente característica de esta corriente: la
persistente defensa de ciertos valores cívicos, indispensables, según se asumía, para el
logro de la libertad buscada. La lista de valores defendidos por el republicanismo es
muy extensa. Los pensadores inscriptos dentro de dicha corriente tendieron a exaltar,
por ejemplo, la igualdad, la simplicidad, la prudencia, la honestidad, la benevolencia, la
frugalidad, el patriotismo, la integridad, la sobriedad, la abnegación, la laboriosidad, el
amor a la justicia, la generosidad, la nobleza, el coraje, el activismo político, la
solidaridad y, en general, el compromiso con la suerte de los demás [ CITATION Rob01 \l
3082 ]. De acuerdo con Macquiavelo, por ejemplo, como señala el autor, este

compromiso con los demás podía llegar al extremo de requerir que cada ciudadano
luchase y diese la vida por el bien común, por tanto, que asumiera su papel como un
agente activo en la sociedad. Sólo de este modo -sólo gracias a la presencia de
ciudadanos así dispuestos hacia su comunidad- es que la república iba a tener chances
de sobrevivir frente a contratiempos seguros.

Frente a valores como los citados, los republicanos contrapusieron otra larga lista de
males sociales y vicios de conducta. Así, tendieron a denigrar la ambición, la avaricia, el
orgullo, el egoísmo, la prodigalidad, la ostentación, el refinamiento, el cinismo, la
cobardía, la extravagancia y el lujo -lujo en el vestir, comer, tomar, o en el mismo
modo de adornar el propio hogar[ CITATION Rob01 \l 3082 ]. Sus principales posturas
críticas sociales apuntaban, normalmente, frente a la corrupción y las actitudes
opresivas de los sectores gobernantes. La monarquía aparecía, entonces, como la
obvia fuente generadora de los males mencionados.

Por tanto, su decidido respaldo a instituciones orientadas a promover la discusión


pública sobre el bien común, mecanismos capaces de dar mayor voz a la ciudadanía,
una economía al servicio de la virtud cívica, o el uso de la coerción estatal para
sostener eventualmente una determinada religión, o asumir la identificación de los
ciudadanos con su comunidad, el republicanismo aparece como una concepción
distintivamente antiliberal en un primer momento.

Desde esta perspectiva, el republicanismo tiende a concebir a la libertad no como


libertad frente a las mayorías, sino como consecuencia del autogobierno de la
comunidad: “soy libre en la medida en que soy miembro de una comunidad que
controla su propio destino, y participante en las decisiones que gobiernan sus
asuntos”[ CITATION Rob01 \l 3082 ]. Este ideal del autogobierno -objeto central de la
política republicana- parece hacer frente, en cambio, por la política liberal: un énfasis
en el mismo tendería a abrir la puerta a aquella temida amenaza tiránica de las
mayorías.

Llegados a este punto, un buen resumen de las diferencias que separan a comunitarios
y republicanos en este terreno podría ser el siguiente:

“Un rasgo notable del republicanismo tradicional es él de que, a pesar de todo


su prédica en relación con las identidades raramente presenta algo que pueda
ser llamado una teoría moral”[ CITATION Rob01 \l 3082 ].
En todo caso, puede haber una invocación de Aristóteles o de algunas ideas neo-
estoicas para apoyar lo que resulta, en definitiva, poco más que una idea intuitiva y
tradicionalista acerca de la totalidad del carácter que se le exige al ciudadano
independiente. De todos modos, estas partes del carácter total se encuentran en
buena medida determinadas a partir de las funciones públicas o los cargos requeridos
por la maquinaria constitucional republicana. Por supuesto, se enfatiza el respeto de
las formas republicanas y, en tal sentido, se termina incluyendo un “ethos”
republicano[ CITATION Enr14 \l 3082 ]. Pero aquello se encuentra muy lejos del modo de
vida ético detallado por los comunitaristas y otros moralistas contemporáneos. Los
tradicionales ataques republicanos contra la “corrupción” y el “lujo” tenían muy poco
que ver con la inmoralidad como tal, sino que eran, más bien, protestas contra la
posibilidad de mezclar la propia vida privada, ya sea ésta buena o mala, con el ámbito
público, y especialmente en cuestiones económicas [ CITATION Rob01 \l 3082 ]. De allí
que la virtud republicana represente una visión parcial, e institucionalmente limitada,
de la vida moral, y la república constituya la institucionalización de los deberes
públicos tradicionales y los derechos a ellos asociados, del hombre de medios
independientes.[ CITATION Rob01 \l 3082 ]

Ahora bien, a este punto, se puede entender que la producción y reproducción de


acciones, medios y mecanismos políticos, sociales, económicos y culturales ajenos al
propio desarrollo de la sociedad, como lo es, la traslación de modelos Europeos al
contexto latinoamericano, lo que se entiende por medio de la imposición, han
conllevado a que se frustre un verdadero proceso de desarrollo social, lo que evidencia
actualmente el abismal y profunda desigualdad, característica que va a emerger en un
sinfín de conflictos por el intento de imponer un ideal en unas condiciones materiales
ambiguas. Por tanto, se realza la importancia de que los ciudadanos tomen su papel
activo y radical que permita una organización autónoma, plena y participativa,
condiciones que permitirán la resolución de conflictos y problemáticas sociales de
manera pacifica y consensuada. Esto entendido, que, para su buen ejercicio, debe
profundizarse en todas las instituciones que componen el Estado colombiano, como la
educación, la salud y el sector productivo.
Bibliografía
Dussel, E. (2014). Filosofías del Sur y Descolonización. Buenos Aires, Argentina: Docencia.

Gargarella, R. (2001). El republicanismo y la filosofia politica contemporanea. Buenos Aires,


Argentina: CLACSO.

Quijano, A. (2014). Colonialidad del poder, eurocentrismo y America Latina. Buenos Aires,
Argentina: CLACSO.

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