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LA VIUDA EL DIQUE

Herminia Terrón de Bellomo. Fantasmas de Jujuy

Ellos volvían de pescar a la tardecita, habían perdido el micro, estaban en el dique…


Los Alisos…, no sé, no me acuerdo qué dique era, mira a su izquierda, se queda mudo,
quería hablar y no podía. Entonces, el otro, que estaba quedando atrás del que se asustó,
empezó a caminar más rápido, trata de agarrarlo y sin querer mira para el otro lado y ve lo
mismo que vio éste: que era una persona que no se le notaba el rostro, era como si fuera una
monja flotando, una vestimenta negra, así, como un hábito amplio, y también se quedó sin
hablar totalmente idiotizado. Y empezaron a caminar los dos y temblaban, querían hablar y
no podían, nadie comentó nada y salieron corriendo, perdieron caja, caña, todo, y salieron
corriendo. Después de, qué se yo, un kilómetro, dos, dejaron de verla, porque esa imagen
los iba siguiendo.
Dicen que la llaman …mmm. Los pescadores conocen esas historias, no me acuerdo
si la viuda. Después contaron, cada uno, en su familia, cada uno contaron lo mismo, o sea,
que ver lo vieron y no sólo uno, sino dos.

CN Y FCh
Informante: Graciela Paz, 52 años, comerciante.
Fecha: 2006
Localidad: San Salvador de Jujuy
EN EL BORDE DEL BARRANCO
Jorge Accame. Ángeles y demonios

La mujer apareció de golpe sobre la ruta y le hizo señas para que se detuviera. El hombre
frenó en la banquina unos metros más adelante. Ella se acercó y, asomándose hacia adentro
por la ventanilla, le dijo:
¿Puede ayudarme? Mi auto se desbarrancó.
El hombre miró y descubrió un cartel arrancado y la huella profunda de unas ruedas
que terminaban en el vacío.
Suba le ofreció.
Pero ella dijo que iría a pie para mostrarle el camino.
El hombre la siguió hasta la curva. La vio parada en el borde del barranco, con el
brazo extendido, inmóvil por unos segundos. Luego la perdió en la neblina.
Bajó de la camioneta y cerró con llave. En el fondo del monte divisó un automóvil
rojo atorado en la maleza. Era un atardecer nublado y el verde de las plantas resplandecía.
Señora llamó.
Comenzó a descender lentamente porque la barranca era casi vertical. Resbaló dos
veces antes de llegar y se rompió el pantalón. Pensó en la mujer. Se preguntó cómo se las
habría arreglado en una pared tan escarpada.
Señora llamó otra vez.
Escuchó un llanto de niño que provenía desde el interior del auto. Se aproximó y a
través de los vidrios astillados distinguió en el asiento de atrás un bebé de meses.
En el sitio del conductor había un cuerpo doblado sobre el volante.
El hombre tanteó las puertas pero estaban trabadas. Con cuidado, terminó de romper
el parabrisas. Se retorció hacia adentro, llegó hasta el niño y lo sacó. Lo apoyó en el pasto,
envuelto en su campera.
Luego volvió por el conductor. Era la mujer que lo había detenido en la ruta.
Empujó su cuerpo suavemente hacia el respaldo. En el peso comprendió que estaba muerta.
Una muerta serena, sin muecas de dolor ni de miedo. Solo en los suaves labios morados se
alargaba un suspiro de cansancio, porque su instinto de hembra la había forzado a trabajar
más allá de las jornadas humanas.
EL NEGOCIO
Libertad Demitrópulos. El cuento fantástico en Jujuy

Por ser un caso único y en tren de exageración de se decía en Punta Arenas que la
monja era irrefrenable.
Primero había salido varias noches del convento en busca de experiencias eróticas,
después las orgías la celebraba en el interior del mismo haciendo entrar a cuanto vicioso y
buscador de nuevas sensaciones había encontrado en la noche. Pero además de exageración
en esos comentarios había su dosis de falsedad puesto que en Punta Arenas no existía a la
sazón convento alguno sino un pequeño nucleamiento de monjas de avanzada. Eran tres
más la superiora que se llamaba Eulalia, y a esta última precisamente se le adjudicaban las
fiestas negras. De noche, se decía, la monja vestida de mujer galante salía a recorrer
borracherías, bares y tabernas. Así entró en relación con Emma Taddeus que regenteaba un
night club, siempre dispuesta a vender su alma al diablo. Pero Emma Taddeus no quería
emplearla en su negocio, desconfiaba de esa mujer que estaba a medio camino del vicio.
Eres la puta inocente decía, hasta debes ser pundonorosa. Eulalia entonces se bajaba el
escote, cazaba un cigarette, aspiraba el humo y lo echaba por la nariz soñadoramente: Yo
soy Eulalia, déjeme hacer.
Pero Emma no se convencía y con firmeza la rechaza: yo quiero la puta clásica, no
una damita, tienes un aire de nena de mamá, vete a otro lado que me estropeas el negocio,
no quiero líos con la policía, y cordialmente la ponía de patitas en la calle. Hasta que
Eulalia encontró su rufián propio en un español de Pontevedra que resultó ser el Gallego,
hombre cansado de andar exponiendo su pellejo en el mar y además sin poder enriquecerse,
después de romperse unas costillas y necesitando reponerse en tierra, la encontró una noche
en Humoresque. Sale a bailar con Eulalia, que según el decir del Gallego era la más
atrevida, y la encuentra impagable con su cuerpo cálido, su voz ronca, el pelo macizo,
provocativo y sensual; cuando bailaba se pegaba al cuerpo del varón y entre tanta prostituta
inglesa con sus yes mister, I love you, my machou, ¿yuo ser cornudo?, oh, beatifull, esta
mujer era distinta, natural, sencilla, más humana. Tenía su tono propio, algo muy especial
que el Gallego captó rápido. Tan especial que el Gallego, a tres meses de conocerla y
convertirse en su rufián, no había conseguido acostarse con ella, en tanto comprobaba que
los clientes pagaban con gusto el arancel que él había fijado y que ella le entregaba
religiosamente. Ilusionándose con la idea de juntar una suma con la que se proponía
comprar o al menos instalar su local propio y dejar para siempre la vida del mar, el Gallego
especulaba con las tres compañeras de Eulalia que podrían entrar a trabajar en el negocio
tan pronto como él tuviera su local con características de tipo quilombo criollo. Ambición
que le hacía entrecerrar los ojos y verse con el porvenir asegurado y considerar que un
esfuerzo más y ya tendría el capital necesario para instalarse como verdadero rufián. A tres
meses de regentearla, Eulalia tenía sus clientes que se zafaban por ella y más sabiendo que
era monja y que se escapaba del convento, aunque esto era otra exageración y no dejaba de
ser un cebo del que el Gallego se aprovechaba con miras al negocio. Pero al Gallego
también le convenía no proporcionarle alojamiento ni comida, le resultaba barata la mina,
para qué negarlo, era un incentivo saber que se escapaba del convento aunque en realidad
no se escapaba, salía con su propia autorización puesto que era la superiora. En la noche de
Punta Arenas corrió la voz de que una monja andaba entre las prostitutas; la gente decía
pregúntale al Gallego, él la maneja, asociaban su nombre con el de ella, él era muy
solicitado en esa época, casi podría decirse que era famoso. Creyó que esta vez iba a
pararse definitivamente. Le parecía un milagro y se arrepentía de los años entregados al
mar. Diariamente Eulalia se presentaba a trabajar vestida con recato, la cabeza cubierta con
una pañoleta, un abrigo largo y negro, la cara lavada y botines gastados, el pecho liso, pero
cuando salía del vestidor que el Gallego l mandó a hacer era otra: kimono de satén verde o
granate con tajos que dejaban ver sus piernas morenas, los senos saltándole en el pecho, las
axilas velludas, la boca roja, orejas sombreadas, mi madre daban ganas de saltarle encima,
decía el Gallego, pero debía mantener la compostura porque los clientes ya estaban
esperándola y entraban por riguroso turno.
Siempre se renovaban, eran mineros, pescadores, loberos, empleados de Aduana,
gestores, inquietos padres de familia y prestamistas de tercera, segunda y primera categoría.
Venían una vez y no volvían más aunque pagaban con gusto el arancel y la voz sobre la
monja puta seguía corriendo. El mismo Gallego servía a su propia propaganda: se iba al
puerto, entraba en los bares y garitos y hacía relación con el primero que cayera. Cómo le
decía al candidato ¿no sabe que aquí tenemos el caso único de una monja prostituta?, sí,
ya sé, usted conoce otro caso de alguna que dejó los hábitos, en España yo también supe de
uno, era un caso sensacional, pero este es distinto, esta es una monja en actividad, esta no
colgó los hábitos, esta sale del convento sí, hombre, el conventito ese que han abierto no
hace mucho, tal vez no lo conoce porque es nuevo, queda subiendo la calle del Banco de
Tarapacá, pero este no es el caso, el caso es que de día es monja y de noche puta y de las
buenas, y se larga a vivir la noche como una experimentada sacerdotisa de Eros; esta
información se la doy porque directamente me he ligao al caso y le puedo asegurar que es
único, imagínese, para salir al mundo de la prostitución es porque la monja no resiste la
abstinencia, porque tiene una naturaleza endemoniada, para qué le voy a contar más, hay
que verla para salir de dudas.
Así anduvo el Gallego unos tres meses más, entretenido en los menesteres de rufián
hasta que le tocó el turno a él y ahí vino a saberse qué pasaba con la monja. El mismo
Gallego se lo contó al capitán del Memphis cuando lo encontró tirado y medio loco, más
muerto que vivo, terriblemente impresionado por la experiencia que había tenido con
Eulalia, buscando otra vez trabajo de lobero y fue cuando el capitán lo contrató para lobear
en bahía Slogget encargándole que lo esperaba en la isla Nueva con la provisión de sal y
leña que iba a necesitar en ese viaje y que nadie imaginaba sería el último para el Memphis
y para el Gallego.
Una vez adentro del cuarto Eulalia le pidió al Gallego oscuridad, la luz me molesta,
dijo, por favor apágame la luz y ciérrame bien ese ventanal, echa las cortinas y date vuelta,
Gallego, que en el fondo como dice Emma Taddeus soy pundonorosa, todavía no me animo
a desnudarme delante de un hombre. Apenas hubo hecho lo que le pedía, el Gallego se
desnudó; Eulalia al parecer – porque se había puesto de espaldas–, hacía lo mismo, se
sentía ruido de ropas y cierto trajinar. Cuando el Gallego se acercó a besarla, ella se dio
vuelta y se le presentó de pie, envuelta en una luz blanca que contrastaba con partes negras;
las blancas era los huesos de su esqueleto y bajaban desde la cabeza con la calavera
impresionante, las costillas, los huesos de brazos y piernas y los que forman la cavidad de
la mujer. En medio del pecho le brillaba un crucifijo bordeado de luces. El contraste de
luces blancas y negras levantaron al hombre en su estupor. Gallego –dijo Eulalia–, ¿quieres
hacer el amor o prefieres pensar que así quedaremos pronto los dos?, más pronto de lo que
puedas imaginar; mírame bien, Gallego: ¿no es cierto que me deseas?, ven, disfrutemos de
este paraíso. Su voz ronca era horrible. De Eulalia sólo se veían huesos. Sus cabellos, sus
pechos, su pubis, todo había desaparecido. De entre unos enormes dientes salía su
espantosa voz. Adelantó sus garfios en un intento de abrazo que el Gallego juzgó mortal y
dio un salto hacia atrás. Entonces, ¡Arrodíllate!, dijo levantando el crucifijo, pide perdón
por tus muchos pecados, tal vez así no te pierdas para la vida eterna. Y recuerda, Gallego,
que esto que ves ahora es lo que serás, lo que seré. Lo más perdurable de tu cuerpo es el
esqueleto. Pero también tienes alma, ¿dónde está? ¿Por qué la has olvidado? Reza, pecador.
Recemos juntos: padrenuestro…
Tartamudeando el Gallego acompañó el rezo y después tomó su ropa y se vistió
rápidamente; quiso pagarle como los otros hombres pero ella le dijo: ¿para qué quiero
plata? No digas a nadie lo que pasó aquí dentro, prométeme delante de este crucifijo.
Arrodillado el Gallego prometió no decir ni una palabra de lo sucedido en el cuarto,
también que abandonaba la vida de rufián y volvía al mar donde el hombre está libre de los
deseos carnales porque más urgente es la lucha por la supervivencia y por ganarle la partida
al mar. Prometió rezar y encomendar su alma a Dios. Se despidió de Eulalia satisfecho,
con la misma satisfacción que había observado en los anteriores clientes que entraban a
encerrarse en el cuarto con ella; ahora no había ningún rufián a quién pagarle, Eulalia
tendría que conseguirse otro para que le atendiera el negocio de la salvación. Y bueno, cada
uno representa su papel lo mejor que puede y con las armas que tiene. Ya se estaba
marchando de la vida alegre de los cafetines, bares y garitos, y de su frustrado intento de
convertirse en empresario. Pero algo se había roto adentro de él. Y así el Gallego fue al
encuentro de su muerte que lo esperaba en el naufragio del Memphis cuando volvían de
cazar lobos en bahía Slogget.
LA MULÁNIMA
Alejandro Carrizo. La marca

la condenada la dolida contra el muro


la que arrastra cadenas y respira fuego
la que amó una tarde desesperadamente
sin mirar a quién cómo ni cuándo
la que incendió las flores de su pollera
y creyó que los ríos eran sangre y la sangre
un volcán y el volcán una instante inevitable
la expulsada de dios y sus pobres criaturas
¿quién acaso puede mutar el orden mágico
de los ciegos? ¿y quién abrir un tajo en el
corazón de la realidad?
sólo quien olvidó el antes y el después de un beso
sólo yo (la otredad amenazante
de los viajeros enamorados

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