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FUNDADA POR
DÁMASO ALONSO
II. ESTUDIOS Y ENSAYOS, 431
O MANUEL SECO
© EDITORIAL GREDOS, 2003
Sánchez Pacheco, 85, Madrid
www.editorialgredos.com
S e g u n d a , e d ic ió n a u m e n t a d a
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CREDOS
[BIBLIOTECA ROMÁNICA HISPÁNICA
A la memoria de don Rafael Lapesa
A Olimpia Andrés
PRÓLOGO DE LA PRIMERA EDICIÓN
Madrid, 1987.
PRÓLOGO DE LA SEGUNDA EDICIÓN
La l e x ic o g r a f ía t e ó r ic a
L a in f o r m á t ic a
La a c t iv id a d l e x ic o g r á f ic a e n los ú lt im o s a ñ o s
La n u e v a e d ic ió n d e este l ib r o
* * *
PROBLEMAS Y MÉTODOS
1
PROBLEMAS FORMALES DE LA DEFINICIÓN
LEXICOGRÁFICA*
1. Los d o s e n u n c ia d o s e n e l a r t í c u l o d e d ic c io n a r io
2. E l p r im e r e n u n c ia d o . Su n o r m a l iz a c ió n
3. L a e s t r u c t u r a d e l a r t íc u l o m ú l t ip l e
4. E l s e g u n d o e n u n c ia d o . L a « l ey d e l a sin o n im ia »
tarca más ardua que le toca al lexicógrafo, tarea cuya delicadeza, cuya
complejidad y cuya aspereza reconocen no solo los oficiales de este
arte, sino los lingüistas todos y los pensadores. Siendo, pues, tan ás
pera, compleja y delicada la operación de definir, cabe preguntarse
hasta qué punto se puede pensar en someter su producto a unos mol
des regulares tan estrictamente reglamentados como los que hemos
visto que existen para la información sobre el signo.
Sin embargo, de hecho existe en los diccionarios, también para la
definición, una sistematización semejante. Esta sistematización no
afecta a las modalidades de definición (lógica, científica, descriptiva,
etc.), sino a las formas de definición, esto es, a la estructura de esta en
cuanto enunciado, a su «sintaxis», como con alguna impropiedad dice
Weinreich (1962: 39).
El alcance del propósito sistematizador en el Diccionario acadé
mico por lo que se refiere al «segundo enunciado» es mucho más li
mitado que para el primero. No solo en cuanto a su desarrollo, ya que
prácticamente se reduce a una sola norma, sino en cuanto a su aplica
ción, pues está bastante lejos de la universalidad registrada para las
normas del «primer enunciado» y para las del artículo múltiple.
La norma formal que rige la definición es consecuencia inmediata
de la índole de esta. En efecto, la definición, para ser tal, es teórica
mente una información sobre todo el contenido y nada más que el
contenido de la palabra definida. Si esta condición se cumple, la defi
nición deberá ser capaz de ocupar en un enunciado de habla el lugar
del término definido sin que por ello se altere el sentido del enuncia
do. Tanto si la definición está constituida por un término solo como si
está constituida por un sintagma, podemos decir que la definición es
en realidad un sinónimo del definido, si extendemos al sintagma la
noción de sinonimia, tradicionalmente confinada a la palabra (cf.
Rey-Debove, 1971: 202, y Dubois / Dubois, 1971: 85). La condición
sinonímica de la definición se cumple con todas sus consecuencias: la
sinonimia pocas veces es absoluta (intercambiabilidad en todos los
contextos), y muchas veces no es completa (equivalencia en la deno
tación, pero no en la connotación) (cf. Dubois et al., 1973: s.v. syno-
32 Problemas y métodos
5. D e f in ic ió n « p r o p ia » y d e f in ic ió n « im p r o p ia »
6. D e f in ic io n e s d e a d je t iv o s
necesario, como pretende Weinreich (1962: 37), que esté formulada en palabras de
frecuencia más alta que la del término definido (v. una crítica de este principio en
J, Rey-Debove, 1971: 199), evidentemente las palabras de más alta frecuencia no se
rán en modo alguno definibles, y el lexicógrafo solamente podrá enfrentarse con ellas
valiéndose de una «explicación». Del hecho de la coexistencia en los diccionarios de
las dos formas, «explicación)) y «definición», no debe inferirse, como hace el mismo
Weinreich, que es absurda o innecesaria la pretensión de intercambiabilidad entre el
término y su definición. Lo que sí seria absurdo es pretender reducir todos los artícu
los del diccionario a la forma de definición en metalengua de contenido, o todos a la
definición en metalengua de signo. El sentido común permite dividir el léxico en dos
sectores bastante bien delimitados, que comprenderían, respectivamente, las palabras
«definibles» y las «no definibles»; y nada se opone a que uno y otro sector tengan ca
bida en el diccionario.
les de la definición lexicográfica 35
7 Véase nota 3.
8 Esto no quiere decir que tenga que ser explícito en cada artículo. En los casos en
que la propia definición deja ver de qué categoría de seres es predicable ( f e n i c a d o :
«que tiene ácido fénico»; c r u e l : «que se deleita en hacer mal a un ser viviente»), o en
que es predicable sin límites ( ú t i l : «que puede servir y aprovechar en alguna línea»),
huelga advertir si «se aplica a personas» o si «se dice de cualquier persona, animal o
cosa». Las definiciones citadas de m is e r i c o r d i o s o y m is e r o pecan de redundantes en
este aspecto, pues ya se ve que definiciones como «que se conduele y lastima de los
trabajos y miserias ajenos» y «que gusta de oír muchas misas», sin más aclaraciones,
dirían de manera inequívoca que son calificaciones aplicables exclusivamente a per
sonas.
de la definición lexicográfica 37
9 r
[En la edición de 2001 de su Diccionario común la Academia se ha hecho eco ya
de algunas de mis observaciones de 1977 y 1979 (que por otra parte ya estaban aten
didas en el Diccionario histórico de la propia Academia desde su fascículo 14, 1979).
Así, evita, por regla general, modos de definir como los que más arriba he citado del
Diccionario de 1970 y que se mantenían en los de 1984 y 1992. Subsisten, sin embar
go, no raras muestras del sistema tradicional, excepciones que la Academia defiende
en 2001, xuv].
38 Problemas y métodos
d’un vapeur)».
Hay otra ligera variante, que vemos atestiguada — con escasa fre
cuencia— en Petit Robert (1967):
notoire : «(Personnes) Avéré, reconnu comme tel. Un criminel no-
toire».
recherché: «(Personnes) Que l’on cherche á voir, á connaítre, á fré-
quenter, á recevoir».
7. D e f in ic io n e s d e a d v e r b io s y d e n o m b r e s
u En otra ocasión [véase capítulo 2 de este libro] expondré con detalle este méto
do. [Sobre nuestro Diccionario del español actual, iniciado en 1970 y publicado en
1999, v. ahora el capitulo 25 de este libro. Nuestra obra no tiene ninguna relación con
una propuesta de «diccionario del español actual» de que habló M. Alvar Ezquerra
(1976:153 y ss.)].
Problemas formales de la definición lexicográfica 41
que solía equivaler a desde»; «Se usa con valor adversativo en frases
como: Después de lo que he hecho por ti, me pagas de este modo».
8. L a d e f in ic ió n e n c ic l o p é d ic a
produce por huevos que entierra la hembra, hasta que el calor del sol
los vivifica».
Dictionary, 1965);
s t o r c h : «Ein Vogel mit langen Beinen und eincm langen Schnabel»
(Duden-Langenscheidt, 1970);
c i g ü e ñ a : «Género de aves zancudas migradoras que alcanzan más de
dos metros de envergadura» (Pequeño Larousse, 1964),
for which those words and phrases stand only so far as correct use of
the words depends upon knowledge o f the things12.
9. F in a l
Con los comentarios que preceden no quedan agotados, ni mucho
menos, no ya los problemas generales que se le plantean al lexicógra
fo enfrentado con la tarea de la definición, sino las particulares difi
cultades de tipo formal que en sus enunciados definitorios ofrece un
diccionario concreto, el de la Academia Española, al que me he refe
rido constantemente en las páginas anteriores. Quede para otra opor
tunidad el examen y crítica de otros aspectos13; con los expuestos
aquí basta para formarse una idea, somera pero clara, de la existencia
de quiebras en los métodos de definición y sobre todo en la coheren
cia formal entre unos métodos y otros. La deficiencia es tanto más
grave cuanto que, en lo bueno y en lo malo, prácticamente todos los
diccionarios españoles — no «absolutamente todos», como afirma
con exageración María Moliner (1966: xrv) — se han servido genero
samente de las definiciones académicas, con lo cual los defectos de
estas (y no solo las virtudes) vienen a multiplicarse por el número
de diccionarios de español existentes.
1 Todas las citas del Diccionario de la Academia son de la 19.® ed., 1970.
50 Problemas y métodos
nal]».
Con ello proporciona u n a inform ación útil sobre el contorno, pero sin
hacer ver que tal inform ación no pertenece al contenido, con lo cual
el resultado es m enos preciso que el obtenido por el procedim iento de
los paréntesis.
pauta determinada».
l e g a r , tr., 1: «Dejar una persona a otra alguna manda en su testa
mento o codicilo».
e m p a p a r , tr., 3: «Absorber un líquido con un cuerpo esponjoso o po
roso».
personnes)».
a b o y e r , intr., 1 : «Donner de la v o i x , en parlant du chien».
9 Este sistema es el que aparecerá utilizado en las definiciones del Diccionario del
español actual, que preparo, con Olimpia Andrés y Gabino Ramos, desde 1970. [Véa
se ahora el capítulo 25 de este libro],
10 Recuerdo las duras — y no del todo justas— palabras de U. Weinreich: «La in
diferencia que muestra la lexicografía hacia su propia metodología es asombrosa.
Quizá están satisfechos los lexicógrafos porque su producto “funciona”. Pero es legí
timo preguntarse de qué manera funciona que no sea la de que los diccionarios se
venden» (1960: 26).
3
SOBRE EL MÉTODO COLEGIADO EN LEXICOGRAFÍA*
E l “ D ic c io n a r io ” , o b r a c o l e c t iv a d e l a A c a d e m ia
« L a b o r d e m u c h a s p e r so n a s c o n ig u a l s e ñ o r ío »
D is c r e p a n c ia s im p l íc it a y e x p l íc it a : T e r r e r o s y T a b o a d a
L a c r í t i c a d e S a lv á
L a c r ít ic a d e C u e r v o
Pero pocos años después ya deja ver una postura más crítica hacia
la calidad de la obra y hacia su método colegiado:
Todo libro, como no sea de los inspirados por Dios, tiene descui
dos, ignorancias y aun barbaridades. Esto es en particular lo que su
cede con obras filológicas [...]. Lo mismo sucederá, pues, en el Dic
cionario de la Academia, y sería contra todo buen criterio atribuirle
una infalibilidad absoluta; antes, la naturaleza misma de la obra y la
circunstancia de ser compuesta entre muchos han de despertar cierto
recelo y duda científica para no aceptar todas sus decisiones, digo
mal, para no tomar todas sus palabras como decisiones muy pensadas
y definitivas. (Cuervo, 1890: 116).
Sobre el método \olegiado en lexicografía 65
T o r o G isb er t
Unam uno
Nadie gusta de dar lo mejor suyo a una obra de esa índole colec
tiva. Y no se puede hacer un diccionario o una gramática como algu
na Academia de la Historia hizo una Historia, repartiendo cada perío
do a sendos académicos y que la firmara[n]. Y aun así, salía desigual.
Un diccionario, una gramática, tienen que obedecer a un plan, uno; a
una dirección personal, y hasta cuando son obra colectiva, como los
famosos «Glossaria» de Ducange, es uno quien los dirige y da nom
bre. (Unamuno, 1917: 609-10).
M ú g ic a
A m é r ic o C a s t r o
R amón y C ajal
C o n c l u s ió n
1 [En los años transcurridos desde la fecha de redacción de este artículo hasta 2003
no se ha producido ningún cambio en este punto].
4
EL PROBLEMA DE LA DIACRONÍA
EN LOS DICCIONARIOS GENERALES*
[Publicado en Saber / Leer, núm. 138, octubre 2000, 4-5. Comentario a propó
sito de Joaquim Rafel i Fontanals (dir.), Diccionari del Caíala Contemporani. Corpus
Textual Informatitzat de la Llengua Catalana: Diccionari de freqüéncies, 3 vol., Bar
celona 1996-1998],
82 Problemas y métodos
P o p u l a r id a d y n o t if ic a c ió n d e l d ic c io n a r io
Tal vez sea cierto lo que han revelado algunas encuestas: «de ca
da diez hogares en que solo existe un libro, en seis de ellos ese libro
es un diccionario; si existen varios libros, las posibilidades de presen
cia del diccionario se acrecientan, y con una docena, ya son del 90%»
(Salvador, 1990: 198). No sé qué parte de este triunfo bibliográfico
corresponderá al diccionario propiamente dicho, el diccionario de
lengua, y qué parte al diccionario enciclopédico, al que mucha gente,
incluso culta, llama diccionario sin más. Sea como sea, yo me voy a
referir aquí exclusivamente a uno de estos dos bestsellers: el diccio
nario en su forma más pura, la de explicador del conjunto del voca
bulario estándar de la lengua. Dejo fuera, pues, no solo los dicciona
rios enciclopédicos, sino los particulares de cualquiera de los miles de
saberes y actividades en que se entretiene la humanidad. También los
que se encaran con el propio lenguaje desde ángulos especiales: dia
lectos, etimología, sintaxis, etc. Y los bilingües.
Todos los libros que ostentan el nombre de diccionario, de la ma
teria que sean, tienen un rasgo en común, el de que todo su contenido
N uevas a u t o r id a d e s e n l e x ic o g r a f ía
El caso d e C asares y d e M o l in e r
La a c t it u d d e l l e c t o r
ofrecidas, las instrucciones para el uso del diccionario son cada vez
más necesarias y su utilización cada vez más inexcusable. La ex
periencia común y una serie de estadísticas realizadas en la últi
ma veintena de años (cf. Bcjoint, 1994: 144-145; Cowie, 1999;
182-183) muestran lo reducido del número de usuarios que lee con
atención, o que simplemente lee, las instrucciones para el manejo de
su diccionario de aprendizaje. Se da la paradoja «del alto valor que,
por un lado, conceden los usuarios a sus diccionarios [...], y la igno
rancia general, por otra parte, de su estructura, contenido y funcio
nes posibles» (Cowie, 1999: 182). Muchos lo utilizan tan solo para
el desciframiento de textos: exactamente lo mismo que a tantos his
panohablantes les ocurre con su Casares y con su Moliner. Podría
mos recordar aquí el versículo del Evangelio: In propria venit, et sui
eum non receperunt.
Si este desencuentro se produce entre los lexicógrafos que hacen
sus libros con una dedicatoria especial para unos usuarios muy defi
nidos, y estos mismos usuarios, ¿qué pueden esperar los autores de
diccionarios generales modernos, que, introduciendo ciertas innova
ciones, aspiran a ofrecer una información más precisa y completa que
la habitual sobre las unidades léxicas? Es cierto que las demandas de
atención por parte de los diccionarios generales, cuyo destino es ser
vir a un público heterogéneo, no son tan exigentes como en los de
aprendizaje; pero también que el interés de los lectores es más vago y
su actitud más pasiva, y sobre todo que la rutina de los hábitos de
consulta es muy fuerte.
Algunos grandes diccionarios generales enfocan como destinata
rio a un determinado grupo social. Así, varios diccionarios franceses
importantes, desde el Littré hasta el Trésor de la langue frangaise, se
dedican expresamente a los lectores de un nivel cultural alto. Sin em
bargo, no por ello excluyen a las personas de cultura media (Béjoint,
1994: 109). Esta amplitud de criterio en diccionarios que podríamos
llamar minoritarios no está inspirada por una mera prudencia comer
cial, sino por la evidencia de que, en definitiva, todo el mundo echa
mano de cualquier diccionario — y mejor si es grande— para la ordi-
Para quién hacemos los diccionarios? 101
L a c r ít ic a d e l p ú b l ic o
L a c r ít ic a d e l o s c r ít ic o s
C o n c l u s ió n
LEXICOGRAFÍA HISTÓRICA
7
LAS PALABRAS EN EL TIEMPO:
LOS DICCIONARIOS HISTÓRICOS*
4 Cf. Iriarte (1787: 51). Sobre ablandahigos, v. DHLE, fase. 1 (1960); sobre al
bardanería, v. DHLE, fase, 11 (1974), Sobre e! «maguerismo», cf. Lázaro Carreter,
1949: 239-40.
118 Lexicografía histórica
2. E l D ic c io n a r io a l e m á n d e l o s h e r m a n o s G r im m
dos en 1837 por haber firmado, junto con otros cinco colegas, una
protesta contra la arbitraria revocación de la Constitución de Han-
nover por el rey Ernesto Augusto. Exiliados y privados de sus medios
de vida, aceptaron, para subsistir, la propuesta de un editor de Leip
zig: se comprometieron a compilar un diccionario de la lengua ale
mana en seis volúmenes.
Lo importante es cómo fue dotado de contenido este marco im
puesto por una realidad adversa. Jacob Grimm, al planear el trabajo,
consideraba necesario superar los diccionarios de Adelung y Campe,
haciendo una obra moderna y científica. Lo científico en lingüística,
en aquel momento, era el enfoque histórico y descriptivo; y, de
acuerdo con él, el diccionario fue concebido como una exposición del
léxico alto-alemán tal como estaba atestiguado por el uso desde me
diados del siglo xv hasta el momento presente. Se excluía, pues, toda
intención normativa, y se concedía atención fundamental al testimo
nio cronológico y formal de los textos como base para establecer la
historia de cada palabra.
El contrato del diccionario, en el que los Grimm habían puesto
grandes esperanzas, no sirvió en absoluto para sacarlos de apuros, y
fueron otros sucesos los que les permitieron salir adelante. Pero el
veneno de la lexicografía ya había penetrado en su espíritu. Desde
1838, en que comenzaron los trabajos, hasta su muerte, no cesaron en
la tarea. El primer fascículo del Diccionario alemán [Deutsches Wór
terbuch} apareció en 1852, y el primer volumen se completó en 1854.
A la muerte de Jacob (1863) — Wilhelm había fallecido cuatro años
antes— , se había llegado a la primera parte del volumen IV, abarcan
do aproximadamente un 25 por 100 del total del léxico5.
La redacción había corrido a cargo exclusivamente de los dos
hermanos, si bien en la recogida de materiales habían sido auxiliados
por ochenta y tres voluntarios. Salieron erradas las cuentas en el tiem
nueva edición, que ha sido seguido por varios más en los años poste
riores (cf. Bahr, 1962 y 1971: 28; Betz, 1963: 180-186; Tollcnaere,
1965: 105-110).
En la profunda renovación que la lexicografía experimentó en el
siglo xix, el Diccionario de Grimm desempeñó un papel fundamental.
La orientación histórica por él inaugurada está presente en una serie
no escasa de obras nacidas a lo largo de ese siglo y del nuestro. Con
siderando solo las lenguas románicas y germánicas, mis noticias re
gistran, desde 1854 hasta hoy, veinte diccionarios históricos empren
didos, de los cuales ocho están terminados, siete están en publicación,
dos fueron abandonados y tres se encuentran en preparación sin haber
llegado aún a la imprenta. Aparte del alemán, las lenguas estudiadas
son el italiano, el francés, el neerlandés, el inglés (y su variedad nor
teamericana), el sueco, el danés, el catalán, el escocés, el español y el
rumano. Algunas de estas lenguas cuentan con más de una obra en su
haber (v. TRLS, 1971: 3-52; Hulbert, 1968: 43-44; Tollcnacre, 1965:
105; Casares, 1950a: 254-60; Migliorini, 1933, etc.).
3. E l D ic c io n a r io de O xford
El fruto hasta ahora más perfecto de esta rica floración es, sin du
da, el Diccionario inglés de Oxford [Oxford English Dictionary], pu
blicado de 1888 a 1928, en doce grandes volúmenes, con un primer
Suplemento aparecido en 1933. Aparte de la perfección más elemen
tal, la de que está hecho y terminado, es, de las obras hasta hoy reali
zadas, la que con más rigor se ha atenido al principio histórico, com
binando el respeto al dato cronológico con la afinada búsqueda del
hilo de la evolución semántica de cada palabra. Habida cuenta de que
la extremada dificultad de esta tarea es totalmente nueva en cada nue
vo artículo, y que el trabajo versaba sobre una lengua rica en caudal,
en historia y en literatura, la redacción se completó en un plazo relati
vamente breve — cuarenta y cinco años entre el primer fascículo y el
último— ; y, si bien su iniciador no pudo llegar hasta el final, sí vivió
lo suficiente para ver impresas tres cuartas partes de la obra, marcan
122 Lexicografía histórica
* Los codirectores que estuvieron al frente de estos tres equipos fueron Henry
Bradley (desde 1888), William Craigie (desde 1902) y Charles Onions (desde 1914).
Como Murray falleció en 1915 y Bradley en 1923, el tiempo que se trabajó con cuatro
equipos fue solamente un año; con tres se trabajó durante veinte años; con dos, diecio
cho años, y con uno, seis años.
126 Lexicografía histórica
4 . E l D ic c io n a r io c a t a l á n - v a l e n c ia n o - b a l e a r
9 Véanse Molí (1962), Llompart (1960), Badia i Margarit (1964: 162-125 y 177-
183) y Colón (1978:1, 76-77).
las palabras Ai el tiempo: los diccionarios históricos 127
art. 2.°, 32). Notemos esto: la Academia usa por primera vez en espa
ñol, en 1861, el sintagma diccionario histórico en sentido lingüístico,
cuando apenas hace nueve años que está en marcha la primera obra
de este género, la de Grimm, que ni siquiera expresaba su carácter en
el título10,
Después del impulso inicial de 1914, el proyecto quedó medio pa
ralizado, al no encontrar eco ferviente entre los académicos la reitera
da petición de colaboración en la tarea. Solo al final de los años
veinte se emprendió, por fin, la redacción con paso decidido” . El
número de redactores debió de ser sumamente reducido; en 1936,
único momento en que son citados por su nombre, no constan más
que tres: Vicente García de Diego, Armando Cotarelo Valledor y Ju
lio Casares (Academia, 1936: II, vn).
En 1933 se publicó el primer volumen del Diccionario, que com
prendía toda la letra A; solo tres años más tarde, el segundo volumen,
que abarcaba la B y parte de la C n . Pero la Guerra Civil fue funesta
para la obra, como lo fue para todos nosotros: una bomba incendió el
almacén editorial donde se guardaban las existencias de los dos pri
meros tomos y la parte que ya se había comenzado a imprimir del ter
cero (Academia, 1951: 3). A este desastre material se unieron luego
10 El proyecto de 1914, con el que la Academia decidía poner por fin un libro de
trás de esc rótulo, si bien hacia referencia a los trabajos o intentos anteriores de la Ca
sa, no aludía, en cambio, a las empresas lexicográficas paralelas que otros países ha
bían concluido o iniciado. Sería absurdo, sin embargo, pensar que tales empresas le
fuesen desconocidas. Un eco de algunas de ellas hay no solo en el mismo hecho del
proyecto, sino en las características o «reglas» que este asigna al futuro diccionario
histórico español. £1 proyecto había sido redactado por el arabista don Julián Ribera
(Actas, 22.10.1914) y lo firmaban con él los otros miembros de la Comisión del Dic
cionario de Autoridades: don Emilio Cotarelo, don Jacinto Octavio Picón, don Eduar
do de Hinojosa y don José Alcmany.
11 Actas, 22.10.1914, 5.12.1918, 13.11.1924, 7.11.1927, 29.5.1929. El 10 de julio
de 1929 se firmó el contrato de edición con la Casa Editorial Hernando (Actas,
10.10.1929).
12 En realidad, el volumen 1 no salió hasta abril de 1934; la distancia que lo separa
del II, aparecido en abril de 1936, es, pues, solamente de dos años.
132 Lexicografía histórica
6. E l s e g u n d o D ic c io n a r io h is t ó r ic o d e l e s p a ñ o l
18 Otros académicos que han aportado su saber y su autoridad al Seminario son don
Salvador Fernández Ramírez, don Samuel Gili Gaya (f 1976), don Alonso Zamora Vi
cente y don Carlos Clavería ( t 1974).
136 Lexicografía histórica
19 Un programa iniciado en 1969 (cf. Seco, 1971: 5) con el fin de sustituir pro
gresivamente por fichas xerocopiadas la parte más defectuosa del material — una
de las grandes rémoras del Diccionario histórico— no pudo realizarse con la inten
sidad deseada y hoy está paralizado por la escasez de medios. En esta escasez insiste
R. Lapesa (1978).
20 Art. II de los Estatutos reformados (1977) de la Real Academia Española:
«[La Academia] continuará y revisará la publicación del Diccionario histórico de la
lengua española, recogiendo las transformaciones que ha experimentado cada pala
bra» (Academia, 1977: 6).
las palabras el tiempo: los diccionarios históricos 137
7. C ó m o es e l D ic c io n a r io h is t ó r ic o : u n a o je a d a
nario histórico, está construido sobre unas 250 fichas, de las cuales
han sido seleccionadas e impresas como autoridades 135.
Los nueve millones de fichas que son la base y punto de partida
de todos los artículos del diccionario pertenecen a un corpus consti
tuido por unos diez mil textos correspondientes a todas las épocas y a
todas las zonas de la lengua española, en los cuales están amplia
mente representados todos los niveles lingüísticos23. La alquimia
transformadora de esos nueve millones de fichas en unos cientos de
miles de artículos de diccionario, convirtiendo ese almacén de mate
rial bruto en una exposición ordenada de la historia de cada una de las
palabras, tanto las vivas como las ya desaparecidas, de este viejo y
universal idioma nuestro, puesta al servicio de todos los estudiosos de
él y de la cultura a la que ha servido de vehículo, es la inmensa tarea
que, con plena conciencia de su importancia y responsabilidad, tomó
sobre sí esta Academia cuando en 1946 organizó el Seminario de Le
xicografía y puso los fundamentos del Diccionario histórico de la
lengua española.
El interés científico de una obra como esta parece fuera de duda,
por más que siempre sea posible la discusión sobre métodos y técni
cas. Ahora bien, la complejidad y la magnitud de la empresa, al llevar
consigo inevitablemente un coste elevado y un tiempo largo, obligan
a aquilatar muy mucho todos los aspectos de la elaboración con seve
ro realismo. La Academia, que tomó la decisión de crear para el
mundo hispanohablante un instrumento del que, vergonzosamente,
aún no dispone, ¿sabrá y podrá llevar a término la labor emprendida?
intenso destinado a adquirir las técnicas del oficio, las cuales son tan
complejas que difícilmente terminan de dominarse por completo. El
mismo Casares, pensando en su Seminario lexicográfico, advertía que
el aprendizaje de la especialidad no es cosa de meses, sino de años. Y
Wartburg consideraba necesaria una preparación de no menos de
ocho años para que los colaboradores de su Diccionario etimológico
francés [Franzósisches Etymologisches Wórterbuch] alcanzasen la
madurez científica y la formación precisa para asumir esa tarea deli
cada que es la redacción de un artículo (1957: 214; cf. Schulze-
Busacker, 1974: 78).
La creencia popular de que para hacer un diccionario es necesario
«saberlo todo», siendo la obra algo así como una emanación alfabé
tica de un cerebro privilegiado, no estuvo totalmente ausente del pen
samiento de algunos lexicógrafos ilustres, como Littré y Murray,
poseedores ambos de vastos conocimientos casi enciclopédicos, par
ticularmente el segundo (Murray, 1903: 12). Pero esta autosuficiencia
no solo no es posible, como ya señaló Johnson (1755: [7]), sino que
ni siquiera es necesaria. De hecho, el mismo Littré contó con la cola
boración inmediata de tres personas especializadas en determinadas
ramas (Rey, 1970: 142 y 144); y de Murray sabemos que cada sema
na escribía entre veinte y treinta cartas de consulta a especialistas en
distintas materias (Murray, 1977: 201). Hoy, cuando la marea de los
tecnicismos exige cada día mayor atención por parte de los lexicógra
fos, se considera necesario que personas con un cierto nivel de espe-
cialización científica formen parte del equipo de redacción (cf. Ior-
dan, 1957: 229). Los editores no solo lo están llevando a la práctica,
sino que además establecen una red de consultores extemos para
completar la información que ocasionalmente puede faltar en tal x>
cual campo. Así, el Suplemento del Oxford que se está editando desde
1972, aparte de incluir dentro de su equipo redactor a cuatro especia
listas no lingüistas, cuenta con setenta y cuatro consultores externos,
repartidos por varios países. Por su lado, el Diccionario sueco utiliza
los servicios de un elenco de ochenta expertos en diversas ciencias y
técnicas (Ekbo, 1971: 48). No debe pensarse que este proceder es ex-
¿¿jí palabras en el tiempo: los diccionarios históricos 149
a Por ejemplo: Funk and Wagnalls New Standard Dictionary o f the English
Language. Prepared by more than 380 specialists and other scholars, under the
supervisión o f Isaac K. Funk, Calvin Thomas, Frank H. Vizetilly. New York and
London 1913, El W ebster’s Third (1961) cuenta, aparte del equipo de redacción,
constituido por 138 personas, con 202 consultores extemos.
19 En 1884, al publicarse el primer fascículo, el equipo del OED estaba formado
por nueve personas: director, tres colaboradores de primera, tres de segunda y dos
de tercera (Murray, 1977: 369). Según mis noticias, el taller de M unay siempre se
mantuvo alrededor de esta cifra. Téngase en cuenta, no obstante, que en el OED
funcionaron más tarde simultáneamente otros equipos de redacción. En cuanto al
150 Lexicografía histórica
mente en práctica los principios y las técnicas de la lingüistica. Tiene que poseer
habilidad para inferir el significado preciso de las locuciones en un contexto, para
distinguir matices de uso y gramática con frecuencia sutiles, para juzgar la relativa
probabilidad de derivaciones discutidas, para organizar los polifacéticos materiales
con que opera, y para escribir definiciones que sean exactas, comprensivas, claras y
económicas. Ninguna máquina puede hacer esto» (Friend, 1969: 387).
154 Lexicografía histórica
EL DICCIONARIO HISTÓRICO DE
LA LENGUA ESPAÑOLA *
1. A n t e c e d e n t e s
3. L a c r is is
diales era mejorar la calidad de las fichas existentes. La otra era me
jorar cuantitativamente el material, no solamente en las dimensiones
cronológica y geográfica, sino en el tipo de documentación (textos no
literarios) y en la densidad del despojamiento de fuentes ya utilizadas.
Además de este enriquecimiento de los materiales léxicos, es decir,
documentación de las palabras, el Seminario de Lexicografía em
prendió la recogida de materiales lexicográficos, esto es, documenta
ción acerca de las palabras (referencias de diccionarios, vocabularios,
revistas filológicas, estudios lingüísticos).
Desde 1947 hasta nuestros días, esta actividad accesoria del Se
minario de Lexicografía no se ha interrumpido nunca, si bien es
cierto que su máxima intensidad corresponde al período que termina
en 1960. Del alcance de este trabajo da idea el hecho de que, en 1947,
según Casares (1948b: 494), el número de fichas contenidas en los fi
cheros de la Academia era de algo más de cuatro millones, y que cua
renta años después habían pasado a ser más de once millones.
5. P ro b l e m a s v p e r spe c t iv a s
segundo taller, y más tarde un tercero y aun un cuarto. Así, bajo una
única dirección general, bajo unos métodos uniformes, los cuatro
equipos lexicográficos atacaron simultáneamente la mole del léxico
inglés por distintos ángulos, y consiguieron encerrar en un tiempo li
mitado lo que había parecido una aventura hacia el infinito (Seco,
1980: 29-30 [= pág. 125 de este libro]).
En el caso del Diccionario histórico español es imprescindible
poner en práctica una medida semejante, y además en gran escala. El
equipo de redacción debe hacerse múltiple, con el fin de repartir la
masa del léxico en sectores tratados simultáneamente. Estas células
redactoras habrán de funcionar con autonomía, dirigida cada una por
un redactor jefe, pero bajo la coordinación general del director del
Seminario.
Naturalmente, un despliegue tal de unidades de redacción no pue
de sino estar directamente supeditado a la disponibilidad de un núme
ro suficiente de redactores jefes y de redactores cualificados. No
pueden funcionar, ni aun existir, los unos sin los otros. Pero la forma
ción de un buen redactor — y lógicamente la de su fase adulta: un
buen redactor jefe— depende, aparte de un tiempo medido en años,
de factores que no siempre llegan a coincidir en un impulso conjunto:
ante todo, específica capacidad — innata y adquirida— en cada uno
de los trabajadores; después, disciplina en la organización del trabajo
cotidiano y rigor en su ejecución; y, como atmósfera vital, decidido
interés colectivo por la obra, emanado de un entusiasmo sincero por
parte de sus más altos responsables.
Es cierto que este perfil del elemento humano destinado a actuar
sobre el material servido por las máquinas aparece coloreado de un
tinte algo romántico; pero románticas son y han sido siempre las em
presas de esta clase, y no son concebibles sin dosis elevadas de idea
lismo.
Sin duda, tales empresas tampoco son pensables sin dosis eleva
das de realismo, y en ellas han de tener entrada, al lado de las pala
bras, los números. El logro de un proyecto tan voluminoso como un
diccionario histórico precisa, en sus dos vertientes, tecnológica y hu
182 Lexicografía histórica
1 Inéditas hay otras dos obras: Los sermones de Quinto Horacio Flacco
Venusino traducidos en lengua castellana (cf. Nicolás Antonio, 1672: II, 279, y
Menéndez Pelayo, 1902: 23; menciona esta versión y da una muestra de ella el
propio Covarrubias, Tesoro, s.v. citar), y el Suplemento del Tesoro, autógrafo que
se conserva en la Biblioteca Nacional de Madrid. No parece haber rastro de un
Tratado de cifras, que Covarrubias dicc tener escrito ( Tesoro, s.v. cifra). (Cito
siempre el Tesoro por su primera edición, Madrid 1611).
2 «Respuesta a la carta del Licenciado Don Baltasar Sebastián Navarro de
Arroyta», en los preliminares del Tesoro.
3 Sobre la vida de Sebastián de Covarrubias, v. Ángel González Patencia (1942:
285-406). Sobre el Tesoro de la lengua castellana o española, v. el excelente prólogo
de Martín de Rjquer a su edición del Tesoro (1943) y Samuel Gili Gaya (1960: 11).
Un lexicógrafo de la generación de Cervantes 187
4 «El architecto, auiendo de hazer vna gran fábrica, abre profundas tanjas, y en el
henchir de los cimientos gasta mucho tiempo y consume gran cantidad de materiales,
sin que todo esto luzga ni se eche de ver hasta llegar a la flor de la tierra, que asienta
su sillería que carga con seguridad la soberuia máquina de altos muros y fuertes
torreones. No sucede menos al que en su imaginación, con fuerza de ingenio, fabrica
alguna obra, parto del entendimiento, como yo lo he experimentado en mi Tesoro de
la lengua española, en que he trabajado muchos años hasta ponerlo en estado que
pudiesse salir en público» (Covarrubias, Emblemas morales (1610), fol. 145v.°). La
censura de esta obra es de 29 de agosto de 1609; el pasaje citado no puede ser
posterior a esta fecha.
5 Tesoro, s.v. bada.
6 Véase el artículo cacique: «Vale tanto, en lengua mexicana, como señor de
vassallos, y entre los bárbaros aquel es señor que tiene más fuerzas para sujetar a los
demás. Y presupuesto que los que poblaron el mundo después del diluuio,
diuidiéndose en la confusión de lenguas al fabricar la torre de Babel o Babilonia, cada
nación de las que se apartaron licuaron consigo algún rastro de la lengua primera en la
qual auían todos hablado y quedó con Hcber y su familia, de donde procedieron los
¡Jn lexicógrafckde la generación de Cervantes 189
hebreos; y assí, digo que este nombre cazique puede traer origen del verbo hebreo [...]
chazach, roborare, y de allí [...] chezech, fortitudo & fortis».
7 Cf. B. Quemada (1968: 159, 164 y 569 y ss.). Sobre el eco en Italia del nombre
de «Tesoro», véase B. Migliorini (1961: 85).
190 Diccionarios anteriores a 19QQ
* Sobre Sumarán, cf. Gallardo, Ensayo (1863-1889: IV, cois. 654-56) y Vina
(1893: cois. 2045-2051). Sobre los otros tres autores, cf. S. Gili Gaya (1960: 17-24).
La fecha de Salas, según Gili, es 1671; pero Nicolás Antonio (1672: II, 235) registra
una edición anterior de Valladolid, 1654. Español es también, aunque no se refiere a la
lengua castellana, el Thesaurus catalanolatinus de Pere Torra (1640).
Un ¡exicógra/o\le la generación de Cervantes 191
9 Cf. Riquer (1943: x). Sobre el aprecio de lo popular, véase este otro pasaje:
«Con ninguna cosa se apo[y]a tanto nuestra lengua como con la que vsaron nuestros
passados, y esto se conserua en los refranes, en los romances viejos y en los cantarci-
llos triuiales; y assí, no se han de menospreciar, sino venerarse por su antigüedad y
scnzillcz; por esso yo no me desdeño de alegarlos, antes hago mucho fuerza en ellos
para prouar mi intención» (Tesoro, s.v. argolla).
192 Diccionarios anteriores a 19 Q q
Presupongo que los que este libro leyeren por lo menos saben la
tín, y assí, no lo romanceo [el texto de Horacio que he citado], porque
sería trabajo perdido. Quipotest capere, capiat. (Tesoro, s.v. abril).
Referiré sus versos [de Ovidio] en latín; entendcrálos el que lo
supiere; los romancistas busquen quien se los declare, que yo no es-
criuo para ellos. (Tesoro, s.v. celoso).
Esto [mi explicación] he puesto en latín por más claridad; los ro
mancistas tengan paciencia. (Tesoro, s.v. sátira).
10 Hay que señalar que tampoco ofrece todavía estas indicaciones el Vocabolario
de la Crusca (1612).
11 Se dan casos en que Covarrubias omite la etimología, por más que esta sea la
materia declarada de su diccionario. En unos no se sabe si es debido a olvido o a igno
rancia (p. ej., en carpir o en langaruto); en otros, seguramente, porque el étimo es ob
vio (p, ej., en clausura, claustro, cláusula, clave). Muy pocas veces confiesa descono
cimiento total. Así, en caymán: «vn pez lagarto que se cría en las rías de Indias y se
come los hombres que van nadando por el agua; y por ser el nombre de aquella lengua
bárbara, no me han sabido dar su etimología; deue ser a modo de los cocodrilos que se
crían en el río Nilo».
12 No ha faltado, sin embargo, quien ha señalado como característico de este dic
cionario el empleo de autoridades, como en el de la Crusca (Quemada, 1968: 223).
13 Véase cómo, en el artículo caymán, reproducido en la nota 11, la definición,
que parecía ya terminada, se reanuda después de haber tocado el tema de la etimolo
gía.
14 Obsérvese, por ejemplo, la sintaxis «oral» de este pasaje del artículo cacique
(que he reproducido en la nota 6): «los que poblaron el mundo después del diluuio,
diuidiéndose en la confusión de lenguas al fabricar la torre de Babel o Babilonia, cada
nación de las que se apartaron lleuaron consigo algún rastro de la lengua primera»; o
la de este otro, del artículo apócrifo: «Llamamos libros apócrifos, o por la profundi
Un lexicógrafo de la generación de Cervantes 195
dad de su inteligencia y los místenos que encierran en sí. Estos tales no era permitido
a todos leerlos, sino a los prouectos; o llamamos apócrifos a los libros que, aunque en
si contienen buena y sana dotrina, no consta de su particular autor».
15 Por ejemplo, calma, en fol. 175v.°, «puede ser nombre griego, de kauma»; pero
en fol. 178, «inoré su etimología, aunque algunos dizen ser nombre hebreo». Alcalá es
de origen griego s.v. Alcalá, y de origen árabe s.v. cala.
16 Un ejemplo de esta «etimología mutua» es el de baldrés < balad i y baladí <
baldrés.
17 Así, el artículo camaleón comienza con estas palabras: «Este animalejo vi en
Valencia, en el huerto del señor Patriarca don Juan de Ribera, de la mesma figura que
le pintan»; y, tras una extensa cita descriptiva de Plinio, continúa: «Hame parecido
poner ad longum todo el lugar de Plinio, porque dcscriue al viuo este animalejo como
yo le vi. Pero quanto al grandor deuía ser poco más de vn palmo, y le tenían dentro de
vna jaula de calandria».
Ig Comentando el refrán adelante está la casa del abad (s.v. abad), escribe: «Yo
pienso que este refrán tuuo origen de los seglares que, llegando a su puerta el pobre o
el peregrino, le remiten a la casa del cura como a propia suya [...], y nos hazen buena
obra en encaminárnoslos». Y en el artículo calentar: «El horno por la boca se ca
lienta. Esto dizen los que en inuiemo acostumbran tomar algún bocado y beucr alguna
196 Diccionarios anteriores a 1900
vez, para no sentir el frío; y a los que caminan es muy a propósito. Esta dotrina guar
dan bien los mo$os de muías, si no cargasscn más de lo nccessario»,
19 «Alumbrados fueron ciertos hereges que huuo en España muy perjudiciales, que
trahían la piel de ouejas y eran lobos rapaces» (s.v. alumbrar). «Mahoma (que nunca
huuicra nacido en el mundo) nació en Arabia...» (s.v. Mahoma). De los gitanos dice:
«esta mala canalla, que tienen por oficio hurtar en poblado y robar en el campo» (s.v.
conde); «gente perdida y vagamunda, inquieta, engañadora, embustidora» (s.v. gita
no).
M Por ejemplo, en el artículo abeja, después de haber disertado en dos columnas y
media sobre este insecto y los «muchos y diuersos discursos» a que «da ocasión este
animalito», dice: «Por no ser largo, referiré tan solamente los versos de Virgilio en
que explica el orden que tienen en su vida y exercicio». Y sigue toda una columna
más... También merece recordarse lo que escribe en el articulo candela tras un largo
discurso enciclopédico: «Y porque mi instituto no es tratar las materias ad longum, si
no tan solamente las etymologías de los vocablos y lo que para ilustración desto es
necessario, no me alargo más en esta materia, ni en otras que a cada passo se me ofre
cen, porque seria la obra inmensa, y el atreuimiento grande querer yo de propósito
tratar y comprehender en un volumen lo que han escrito en muchos los professores de
cada facultad; que ni yo tengo talento para ello, ni me puedo prometer vida tan larga
que pudiesse, mal o bien, acabarlo». Y después de esta extensa confesión, todavía si
gue, en catorce líneas más, la disertación que había dejado cortada. Las páginas poste
riores, por otra parte, no dan muestra de que el propósito de enmienda haya sido muy
duradero: véanse, por ejemplo, los artículos cornudo, cuerno, cuervo, elefante, etc.
Un lexicógrafo de la generación de Cervantes 197
21 El párrafo dedicado al Tesoro lleva en su parte final una adición de las que dejó
autógrafas Nicolás Antonio y que se incorporaron en la impresión del siglo xvui, ya
que se refiere a la edición de Noydens, publicada en 1673, después, por tanto, de la
primera edición de la Nova.
22 A pesar de que, como digo en seguida, el Covarrubias lexicógrafo — no el eti-
mologista— solo un siglo más tarde recibió toda la consideración que merecía, no
faltaron pronto colegas perspicaces, fuera de España, que descubrieron y supieron ex
plotar su riqueza; por ejemplo, Lorenzo Franciosini en su Vocabolario español e ita
liano (1620). De las tres veces que se ha editado el Tesoro en el siglo xx, una ha sido
para bibliófilos (reproducción microfotográfica, Nueva York, Hispanic Society of
America, 1927), y las otras dos, como instrumento para los filólogos. En realidad, es-
las dos se reducen a una sola: la preparada, con prólogo e índice, por Martín de Ri-
quer, Barcelona, Horta, 1943, pues la de Madrid, Tumer, 1977, es mera reproducción
facsímil de la de 1943, con la particularidad de que esta vez el editor, por lamentable
descuido, ha omitido el prólogo, así como toda indicación de que la edición reprodu
cida, incluso el extenso índice final, es obra de Martín de Riquer.
198 Diccionarios anteriores a 1900
u Fray Luis de León, entonces todavía desconocido como poeta, solo es recorda
do por La perfecta casada.
24 He aquí algunos: Laguna, Arciniega, Jerónimo de Huerta, Monardes, Pineda,
Poza, Acosta, Cicza de León, Diego Hurtado de Mendoza, Zurita, Ocampo, Morales,
Garibay, Mariana, Argote de Molina, Sigüenza, Castillo de Bobadilla.
23 Cf. P. Guiraud (1963: 24-25), B. Migliorini (1969:1, 503), R. A. Hall, Jr. (1977:
230), R. Lapesa (1980a: 299 y bibliografía citada en 301 nota).
200 Diccionarios anteriores a 1900
26 Según mi recuento del índice elaborado por Riquer, son 16.929 (cifra que no
corresponde a la de entradas, ya que con frecuencia una de estas incluye, con defini
ciones, una familia léxica). El número de voces es, sin embargo, inferior al de Nebrija
(28.000 en el Lexicón latino-español, 22.500 en el Vocabulario español-latino (cf.
Colón / Soberanas, 1979:12 nota).
27 «Discreto vocabulario», según B. Migliorini (1975: 44). Cf., del mismo, 1969:
1,503, y 1961:91.
28 Véanse las opiniones de Ch. Beaulieux y F. Brunot en B. Quemada (1968: 159);
cf. también R.-L. Wagner (1967: 109). De este lugar común todavía se hace eco Mi
gliorini (1961: 105). M. Cohén (1967: 441) llega a afirmar que el primer diccionario
verdadero del francés es el prim ero que hizo Nicot, bajo el nombre de Robcrt Es
tienne, Dictionnairefranfois-latin (1573). Sin duda, ha contribuido decisivamente a la
idea de que el Thresor de Nicot sea el primero de los diccionarios propiamente france
ses su mismo título, que por primera vez no alude al carácter bilingüe de la obra.
29 Como tal lo consideran claramente B. Quemada (1968: 159) y G. Matoré (1968:
60). Cf. asimismo P. Guiraud (1963: 46), H. Mitterand (1965: 105) y Chaurand (1977:
90).
Un lexicógrafo de la generación de Cervantes 201
Fruto tardío, por un lado; fruto precoz, por otro, el Tesoro de Co
varrubias tuvo la desdicha de no ser apreciado por sus compatriotas
sino cien años después de su aparición; pero, aun entonces, ni siquiera
celebrado por lo que fue ilusión y orgullo de su autor — las etimolo
gías— , sino por lo que añadió secundariamente — las definiciones— .
Hasta su honroso lugar de adelantado en la lexicografía europea es un
récord precario: solo un año más tarde, en 1612, había de publicarse
en Venccia el Vocabolario de los Académicos de la Crusca, obra
maestra que marcaría el rumbo, durante dos siglos, de toda la lexico
grafía monolingüe en el mundo. Si Cervantes fue un outsider en el
mundo literario de su tiempo (Marías, 1973: 17), ¿no lo fue más, en la
lingüística, su contemporáneo, el autor del primer diccionario del es
pañol?
11
AUTORIDADES LITERARIAS EN EL
TESORO DE COVARRUBIAS*
reproduce un texto del poeta: una, cuando dice que las damas «hazen
enmudecer contemplando su hermosura, de que ay en los poetas
{¡artos encarecimientos, especialmente en Petrarcha» (s.v. dama);
otra, cuando la obra a que se refiere es latina, y por cierto no per
tenece a Petrarca, sino a Boccaccio (s.v. carrus) *.
En los restantes casos, la voz de Petrarca, como la de los clásicos
latinos, desempeña diversos papeles. Puede servir de apoyo o fuente
de información sobre personas o cosas (s.v. águila, Alexandro, can
dela, colchón, conducho, pluma), o como mero alarde de erudición un
poco traído por los cabellos (s.v. camaleón, tufo). Pero también puede
servir de autoridad lingüística atestiguando la palabra italiana en que
el autor ve el origen de la española (s.v. aquel, costumbre, despalmar,
doñeas, empachar, esquilón, esquivo, estragar, falcón, folia, guay), o
la palabra italiana que simplemente equivale a la española (s.v. arre
pentirse, bisoño, cadena, campana, elefante, estaca, guarir, hinojos);
a veces sin mencionar esa palabra sino dentro del propio ejemplo, sin
duda por considerarlo innecesario a causa de la semejanza entre los
términos de ambas lenguas, pero produciendo la curiosa sensación de
que el texto italiano es el testimonio documental de la palabra espa
ñola (así, s.v. abarcar, ambrosia, balcón, desarmar, dulce, espalmar,
fábula, iluminar, lecho).
Al igual que respecto a la literatura latina, en el caso de Petrarca
no solo han movido a nuestro autor a citarlo con frecuencia la devo
ción y la familiaridad, sino también las fuentes lexicográficas. Co
mentaristas de Petrarca, como Francesco Alunno y Francesco Filelfo,
citados en el Tesoro y que sin duda estaban en la biblioteca de Cova
rrubias, facilitaban el aprovechamiento de los textos del poeta como
materia de estudio lingüístico.
Los otros dos grandes toscanos del Trecento, también citados por
Covarrubias, no debían de serle conocidos directamente, o al menos
Sannazaro, citado una sola vez, aparece con un texto cuya proce
dencia no se precisa, a propósito de un tabú lingüístico (s.v. margo). No
se puede afirmar si la mención es directa o indirecta. En cambio, sí pa
rece con certeza citado de primera mano Ludovico Ariosto. Este poeta,
salvo en un caso en que se toman sus versos para confirmar una voz
italiana (s.v. estilo), es aprovechado como testimonio de información
enciclopédica en varias citas de extensión muy diversa, desde los casi
setenta versos del artículo arcabuz hasta la simple referencia sin texto
en el artículo anillo (otros ejemplos, s.v. Este y cadena).
Mucho menos afortunadas en el recuerdo de Covarrubias son las
literaturas francesa y portuguesa. Una sola vez comparece Ronsard,
citado en su lengua y con referencia precisa, para atestiguar una pala
bra francesa (s.v. burla). Y dos veces aparece nombrado Camoens:
una (s.v. camuesa), solamente para honrar la memoria del «famoso
poeta Luys de Camoes, que compuso las Lusiadas en lengua portu
guesa»; otra — en que le llama Camoys—> para copiar un verso de
este poeta con el cual, según su peregrina afición, nuestro autor ates
tigua en otra lengua una palabra de la nuestra (s.v. costumbre).
Pasemos ya a la literatura española. Al emplear el término litera
tura excluyo — como he hecho antes omitiendo a aquellos escritores
romanos o modernos que usaron el latín como vehículo de sus obras
didácticas— a todos los que, habiendo escrito en español, aparecen
citados en el Tesoro en calidad de didácticos; entre ellos un Fray Luis
de León, desconocido entonces como poeta salvo para muy pocos, y
cuya única presencia en el diccionario es como moralista, autor de La
perfecta casada (s.v. afeite). Quedan así fuera también las obras más
antiguas en nuestra lengua traídas por Covarrubias: las Flores de filo
sofía (s.v. lazeria), las Partidas (utilizadas frecuentemente por sus
definiciones: s.v. adalid, adelantado, albohera, alcahueta, alcaide,
alfar, alfageme, alfaqueque, algara, algo, alguazil, almocadén, al
moneda, etc.), la Crónica general (s.v. prieto, etc.).
La primera obra literaria española que da Covarrubias como auto
ridad lexicográfica es El conde Lucanor. José Romera Castillo ha es
tudiado esta presencia (1982). En tres ocasiones parece evidente que
214 Diccionarios anteriores a 19qq
el autor del Tesoro utilizó el texto de don Juan Manuel: en los artícu
los visquir, esleír y sobejano, donde hace mención de los lugares que
aporta como pruebas, pero no los transcribe. En otros seis artículos
(asacar, barragán, Cid, holgar, hueste, lazeria) nombra la obra, pero
no por su texto, sino por las definiciones que Argote de Molina da de
algunos de sus vocablos en el «índice» que sigue a su edición de El
conde Lucanor (1575). Es decir, a quien de verdad cita ahí Covarru
bias es a un lexicógrafo ocasional — Argote4— , no a un literato
— don Juan M anuel— .
De Juan de Mena, que, como dice Blecua (1960: xcv), fue «un
poeta casi popular» en el siglo xvi, recuerda Covarrubias versos del
Laberinto como ilustración enciclopédica a los artículos Babilonia,
Córdova y Duero (en este último se limita a señalar el número de la
copla). La estrofa primera de La coronación aparece citada como au
toridad léxica en los artículos tachón, ufano, chatón y fondo. El mis
mo carácter tiene también la cita del artículo rafez.
Las Coplas de Mingo Revulgo son citadas en los artículos blao,
cabellera, rejo, chatón, tachón, deñarse, desgreñar, miera, siempre
como autoridad léxica. Covarrubias muestra particular aprecio de esta
obra: «No carece de misterio — escribe, s.v. chatón— todo quanto se
dize en aquella poesía a la vista grosscra; pero, entendida, es de mu*
cho ingenio y agudeza, por tocar no fábula, sino historia».
La Celestina aparece mencionada en varias ocasiones, pero solo
en dos (s.v. caigas y encaxar) como testimonio léxico; en los demás
casos es para explicar la etimología de los nombres de sus tres princi
pales personajes (s.v. Celestina, Melibea) y para ridiculizar a un mal
traductor italiano de la tragicomedia (s.v. intérprete).
Una cita de La soldadesca de Torres Naharro sirve de autoridad en
la voz bisoño, y otra de Castillejo, para la voz herida. También Lope de
Rueda aparece una sola vez, sin texto, en el artículo fregadero.
Frente a esta parquedad, es bastante citado Garcilaso de la Vega,
sin duda el poeta más famoso de las letras españolas y por el que Co-
5 Reservo para otra ocasión el estudio de estos textos, que exige mayor espacio
que el aquí disponible.
•rias en el «Tesoro» de Covarrubias 217
(g:v. término), «No quiere Marcos» (s.v. bufos, papos), «No sois vos
para en cámara, Pedro» (s.v. cámara), «Orillicas del río mis amores
g» (s.v, atento), «Parióme mi madre» (s.v. cubrir, endechas), «Pues 1
qoc los gallos cantan» (s.v. cerca, gallo), «¿Quándo, mas quándo...?»
(£v. cereza), «Que no me desnudéis» (s.v. camisa), «Que si linda era
[a madrina» (s.v. epithalamio), «Quien hila y tuerce» (s.v. hilar),
«¿Quién te hizo, Juan, pastor...?» (s.v. gasajo), «Santa Águeda, scño-
ja» (s.v. alcandora), «Si es verdad, como se canta» (s.v. dormir), «Si
tantos monteros» (s.v. garfa), «Si venís de madrugada» (s.v. alcan
dora), «Tango vos, el mi pandero» (s.v. ál), «Tres ánades, madre»
(s.v. ánade), «Velador que el castillo velas» (s.v. centinela), «Vente a
mí, torito hosquillo» (s.v. hosco), «Vozes dan en aquella sierra» (s.v.
leño).
De los romances viejos, es usual que Covarrubias cite dos o cua
tro versos, sean del principio, del medio o del final. Doy aquí solo el
primero de los que en cada caso se citan, con la advertencia de que
partes diferentes de un mismo romance pueden aparecer en lugares
separados: «Adelante, caualleros» (s.v. adelante), «Afuera, afuera,
Rodrigo» (sy . fuera), «Alora, la bien cercada» (s.v. Álora), «Armado
de todas armas» (s.v. guisa), «Arriba, canes, arriba» (s.v. can), «Bien
sabéis que nunca os tuue» (s.v. talante), «Buen conde Fernán Gonzá
lez» (s.v. Fernán Gongález), «Calledes, hija, calledes» (s.v. ángulo),
«Castellanos y leoneses» (s.v. León), «Con la punta del venablo» (s.v.
arador), «De Antequera partió el moro» (s.v. Antequera), «Dezilde
que su esposica» (s.v. encomendado), «En el real de Zamora» (s.v.
alarido), «En figura de romero» (sy . figura), «Entre Torres y Xime-
na» (s.v. entre, Ximena), «Hele, hele por do viene» (s.v. calgada, he
le), «La barba lleuaua blanca» (s.v. calva), «La mañana de San Juan»
(s.v. albor), «Mal ferido Durandarte» (s.v. ferir), «Media noche era
por filo» (s.v.fil), «Mensagero sois, amigo» (s.v. mensagero), «Mien
tras yo ensillo a Babieca» (s.v. ensillar), «Mis arreos son las armas»
(s.v. armar), «Moriros queréis, mi padre» (s.v. Hurraca), «Moro al
caide, moro alcaide» (s.v. alcaide), «Por vna la cerca el Duero» (s.v.
(¿amora), «Que vos cortaron las faldas» (s.v. falda), « Retrayda esta
220 Diccionarios anteriores a 19QQ
COVARRUBIAS EN LA ACADEMIA*
1 Gallardo, por errata, dio para esta obra la fecha 1631. Corrijo de acuerdo con J.
Simón Díaz (1972: 611).
2 En un artículo anterior (Seco, 1982a: 241) dije que, en su tiempo, el dicciona
rio de Covarrubias cayó en el vacío. Hay que entender ese vacío no en sentido ab
soluto — como se comprueba leyendo el contexto de aquella afirmación— , sino en
relación con la aceptación que alcanzaron diccionarios como los de Nebrija, Calepino,
los Estienne, la Crusca, e incluso otros de talla muy inferior, como los bilingües de
Minsheu, Las Casas y Oudin.
Covarrubias en la Academia 225
acial: «Covarr. dice que viene del verbo Asir por el efecto que
hace, y el Padre Guadix le deduce del árabe Aciar, que significa mor
daza».
acicalar: «Viene, según algunos, del Arábigo Hacecalar, toma
do, como discurre Covarr., del Hebreo Zacath, que vale purificar y
limpiar. Otros le deducen del Latino Acúere»5.
acicate: «Covarr. deduce esta palabra del Caldeo Hazecat, que
vale aguijón. Diego de Urrea, del Arábigo Sicatum, que vale correa.
El Padre Guadix, de el Árabe Zaiquid, que significa hasta aquí, por
que no passa la herida que se hace con él más que hasta el botón o ro
daja».
acostar: «En este sentido [pronominal, ‘seguir el partido de’] pa
rece que puede venir de la palabra Costado, aludiendo (como siente
Covarr.) a la costumbre antigua de la República Romana, donde los
que eran de parecer de alguno de los principales ciudadanos se le
vantaban y ponían a su lado, y assí declaraban su voto».
ademán: «Covarr. dice que el origen de esta voz es del nombre
Mano, porque los ademanes se hacen con la mano. Parece natural se
dixesse por esto, aunque también se hace con la boca, con el rostro o
con todo el cuerpo».
aduana: «Covarr. trahe varias Etymologías de esta palabra; la
más verisímil parece la que dice Urrea, que viene de la voz Arábiga
Divánum, que significa la casa donde se cobran los derechos».
pabilo: «Viene del Latino Pabulum, según Covarr. y otros».
padilla: «Dice [Covarr.] es del Latino Patella, ae».
page: «Covarr. dice viene de la voz Griega Pais, que significa
muchacho».
palabra: «Según Covarr. y otros, se dixo de Parábola, que en la
baxa Latinidad significaba qualquiera locución».
palamallo: «Covarr. [...] dice se dixo assí quasi Palae malleus».
Palmilla: «Covarr. dice que puede venir de la palabra Palomilla».
Palomera: «Tráhele Covarr, en su Thesoro y dice se dixo quasi
Paramera».
pandero: «El Brócense y Budeo, citados de Covarr., dicen que
viene de la voz Griega Pandura, que significa un instrumento de tres
cuerdas».
5 Hay errata en la cita de la voz hebrea: Covarrubias no dicc zacath. sino zacach.
Covarrubias ertla Academia 231
que en uno y otro aspecto tiene su obra. Pero que se apele a su testi
monio en materia ortográfica, cuando su libro es precisamente un
caso extraordinario en la lexicografía mundial por su anarquía grafé-
mica, casi parece una broma. Bien es verdad que esto ocurre muy ex
cepcionalmente. La Academia cita a Covarrubias para reforzar el tes
timonio de Nebrija y de Bravo en cuanto al uso de la letra b en la voz
abogado. En otras dos ocasiones se le toma en serio como ortógrafo,
pero es para discutir determinados puntos, según veremos luego.
Es notable que Covarrubias no solo sea tenido en cuenta por su
dictamen lingüístico, sino por su propio uso de la lengua. Él ocupa, en
efecto, en algunas ocasiones el lugar habitualmente reservado a los
Lope, Granada, Gracián o Cervantes. En el Diccionario académico el
artículo abacero lleva como autoridad un pequeño texto que procede
de la explicación de Covarrubias a su voz heder; abarraganarse está
autorizado con una frase escrita por el mismo dentro de su artículo
barragán; el ejemplo del artículo académico ablativo es el uso de esta
voz en el artículo caso del Tesoro; pan y agua (s.v. pan) lleva un
ejemplo tomado del artículo de Covarrubias paniaguado; abotonar se
apoya en un supuesto empleo de este verbo en el artículo botón de
Covarrubias6; y aditicio tiene como autoridades nada menos que dos
textos del mismo, uno perteneciente a su artículo almadena y otro a
almirez. Hay un caso en que don Sebastián comparte la honra de ser
autoridad con el Comendador Griego, en la voz palmatoria.
Hasta tal punto tienen presente los académicos a nuestro autor que
incluso lo recuerdan en su ausencia: cuando no recoge una determi
nada palabra, sino que parece conocer solo, o preferir, una sinónima.
En el artículo abano, después de la definición, anotan: «Covarr. los
llama ventalles». (Y, efectivamente, ventalle tiene una entrada en el
Tesoro, donde en cambio no tienen acogida los abanos). Casi po
adehala: «Es voz Arábiga y viene del verbo Dehale, que signifi
ca sacar alguna cosa» (Academia); «Es nombre arábigo, según Diego
de Urrea, del verbo dehale, que vale sacar alguna cosa o entrar» (Co
varrubias, s.v. adahala).
2 La idea de una segunda edición no era nueva, pero había sido expresamente re
chazada en 1739 en favor de Suplemento (cf. Lázaro Carreter, 1972: 99).
240 Diccionarios anteriores a 1900
E l compendio en u n tomo
cesivas capillas del libro5. A finales de aquel año, a otros dos acadé
micos, el P. José Vela y don Manuel de Uñarte, se les encomendó la
lectura de estas con el fin de preparar la fe de erratas. El 30 de mayo
de 1780, la Corporación aprobaba el Prólogo redactado por el Secre
tario, don Manuel de Lardizábal. En julio ya se había terminado la
impresión del libro y se le había señalado precio: 75 reales el tomo en
papel (es decir, sin plegar ni cortar) (Libros de acuerdos, 18 julio
1780). En fin, en agosto, el Diccionario fue presentado al Rey Carlos
III, si bien sin ceremonia — a diferencia de lo que se había hecho
cuando se publicó el tomo de 1770— , probablemente por conside
rarlo la Academia una obra secundaria dentro de sus quehaceres (nó
tese que, frente a los diccionarios anteriores, este no lleva dedicato
ria). La presentación se llevó a cabo en La Granja de San Ildefonso a
través del ministro Conde de Floridablanca6.
E l D ic c io n a r io d e 1780: a l g u n a s c a r a c t e r ís t ic a s
s Libros de acuerdos, 23 abril 1778. Don Antonio Mateos Murillo — que era
quien presentaba siempre las pruebas a la Academia — y don José de Guevara Vas
concelos recibieron más tarde (Libros de acuerdos, 6 octubre 1778) el encargo de cui
dar toda la impresión del Compendio, «por convenir así para la mayor uniformidad y
perfección de la obra». A pesar de este cuidado, no se pudieron evitar algunas desi
gualdades, como veremos.
6 En la sesión académica de 24 de agosto, el Secretario leyó el siguiente papel del
Conde de Floridablanca: «He presentado a S. M. y demás Personas Reales los cgem-
plares del nuevo Diccionario de la Lengua Castellana reducido a un tomo que V. S.
me remite a este fin de orden de la Academia Española, y les ha sido muy grato
este obsequio, porque acredita el esmero con que la Academia desempeña el obgeto
de su establecimiento. Participólo a V. S. de orden de S. M., para que lo ponga en no
ticia de la Academia, dándole gracias en mi nombre por el egemplar que me ha desti
nado. Dios guarde a V. S. muchos años. San Ildefonso, a 23 de Agosto de 1780. El
Conde de Floridablanca. Sr. D. Manuel de Lardizával» (Libros de acuerdos, 24
agosto 1780).
gl Diccionario académico de 1780 243
,J Hasta un total de 45, según el recuento efectuado por Garrido Moraga (1984: 8).
16 Así se deduce del cotejo exploratorio que he realizado entre el tomo II de la
primera edición (1729) y la parte correspondiente de 1780. He examinado las 160 pri
meras páginas de 1729 y las que corresponden en 1780. De 13 voces allí calificadas
como «voluntarias», «inventadas» o «jocosas», solo dos, calceta ‘grillete del forzado’
y carambanado ‘helado’, subsisten en 1780 (y todavía en 1984).
17 Para este sector he llevado a Cabo dos calas: la letra N completa (Diccionario,
IV, 1734, págs. 641-95) y la letra P hasta el final de la combinación PI (V, 1737, págs.
69-285). Las 18 voces «voluntarias», «inventadas» o «jocosas» halladas — en su ma
yoría de Quevedo, como es habitual — se mantienen todas en 1780 (y de ellas, 9 sub
sisten en 1984).
0 Diccionario académico de 1780 247
19 Sobre las alternativas de la actitud académica ante los tecnicismos, v. Alvar Ez-
querra (1983: 209-210). A propósito de la obra de Terreros, conviene no perder de
vista que no es un diccionario del lenguaje técnico, sino, como reza su título, un «dic
cionario castellano con los términos de ciencias y artes»; es decir, lo que entonces se
llamaba diccionario universal, a la manera del de Furetiére: «El plan de toda la obra
— dice el mismo Terreros — es formar un Diccionario universal del común del idio
ma y de las ciencias, artes mecánicas y liberales» (Terreros, 1767: xxxni).
20 En las primeras 160 páginas de C, el Diccionario de autoridades registra 31 vo
ces calificadas como regionales; en 1780, el sector correspondiente recoge 36. Otras 8
que antes tuvieron localización ahora se dan como generales.
21 Sobre la presencia de los regionalismos como rasgo peculiar en el Diccionario
de autoridades frente a los otros diccionarios europeos, cf. Gili Gaya (1963: 19) y
Salvador Rosa (1985: 103-139). Sobre las declaraciones relativas a los regionalismos
en las distintas ediciones del Diccionario de la Academia, v. Alvar Ezquerra (1983:
206-209).
£/ Diccionario académico de 1780 249
acemite, acequia, acitara, aconchar, acorullar, adalid, adiva, ador, adufe, adunia,
afascalar, agüero, ahorrado, ahuchar, Alá, alabarda, alabesa, alacrán, alamina,
alamud, alarife, albacara, albacora, albalá, albañal, albañil, albaquia, albarán, al-
barazo, albarda, albardán, albaricoque, albarrada, albarrán, albarrana, albayalde.
23 En la C, canasta, canario, capitolio, Christo, entre otras pocas. En las letras si
guientes, apenas algún caso aislado como santiamén.
j¡¡ Diccionario académico de 1780 251
27 Téngase en cuenta que insecto es, en aquel momento, «nombre genérico de todo
animalito pequeño, que algunos llaman imperfectos, y vulgarmente en castellano sue
len llamar sabandijas, como son gusanillos, moscas, &c. También se llaman insectos
aquellos animales mayores que, cortados y divididos en partes, viven aún, como son
las lagartijas, culebras, &c.».
El Diccionario académico de 1780 255
Fo r t u n a del D ic c i o n a r i o d e 1780
La imposibilidad de encontrar ya un ejemplar entero del Diccio
nario de autoridades, la inconclusión — para largo— de su segunda
edición, y la tentación de poner al alcance de la mano en un solo vo
lumen todo el léxico de la Academia, dieron al Diccionario de 1780
un éxito fulgurante. Pocos meses después de su publicación se había
vendido más de la mitad de los tres mil ejemplares de la tirada, y en
28 Véanse, por ejemplo, las entradas abedul, acanto, acero, ballena, balsamina,
baluarte, cefo, consulta, corte, cubrir.
256 Diccionarios anteriores a 1900
19 «No es — dice Gili Gaya — una obra cualquiera [el Diccionario de autorida
des], sino una labor colectiva egregia, que compite con los grandes diccionarios de la
Academia florentina de la Crusca y de la Academia Francesa; muchas veces los supe
ra, y siempre ofrece, en su técnica y en su redacción, caracteres propios que diferen
cian netamente nuestra lexicografía académica de la que por la misma época desarro
llaron sus congéneres europeos. La misma Academia Española no supo continuar
después su valioso empuje inicial, y, aunque con algunos altibajos, las ediciones abre
viadas de los siglos xvm y xix andan siempre rezagadas, no solo respecto a la lengua
hablada y al uso literario, sino también respecto al nivel que en sucesivas etapas va al
canzando en cada momento la ciencia lingüística» (Gili Gaya, ¡963: 8). Rafael Lapesa
también ha deplorado el retroceso que supuso el abandono del método de «autorida
des»: «No significa esto — dice— que desde entonces los académicos admitieran o
definieran vocablos a humo de pajas [...]; pero el valor documental del Diccionario
sufrió grave quebranto» (Lapesa, 1987: 336).
258 Diccionarios anteriores a 19qq
2 «La huéspeda, patrona o ama de casa (que de todos modos podremos llamarla
con arreglo a los diccionarios y panléxicos más corrientes)» (Mesonero Romanos,
1843: 1026). También atestigua esa popularidad un tanto irónica Ramón de Navarrete
en el mismo año: «Si fuese académico o siquiera autor del Panléxico...» (Nava
rrete, 1843: 1058), Y Antonio Flores: «Para evitar un rato de Panléxico a los lectores
de provincia, decimos que el hortera de Madrid es el cajero de Sevilla, el factor de
Valencia» (Flores, 1843: 1107).
El nacimiento de la lexicografía moderna no académica 263
destas, no por eso deja de ser también «el más completo». Retiene
una sola faceta del enciclopedismo de Domínguez, la de incluir «el
nombre de todos los pueblos de España y Ultramar, con especifica
ción de la distancia a que se hallan de las capitales de sus provincias».
A pesar de su escaso relieve, obtuvo buena aceptación, y en 1860 ha
bía alcanzado ocho ediciones ,J.
También a la sombra del corpulento Domínguez, aunque en cali
dad de planta parásita, se sitúa el Nuevo diccionario de una Sociedad
Literaria, editado en París por Rosa y Bourct en 1853 u , que es en
gran medida plagio de aquel, al que por cierto olvida mencionar (v.
Seco, 1983: 588 [= pág. 302 de este libro]). Se aparta, no obstante, de
su dechado en que, lejos de menospreciar a la Academia, sale en de
fensa de su Diccionario, «a menudo criticado con tanta ligereza como
injusticia».
ser justas, pero que son desde luego inútiles e innecesarias para el
objeto [de definir]. Hemos huido igualmente de otro defecto más con-
tajioso, cual es el de imprimir en las definiciones nuestras opiniones
personales, defecto particularmente notable en materias políticas y de
relijión. Un diccionario no es ciertamente un arma de partido ni un li
belo de secta» (Chao, 1853: rv).
La formulación del principio de la objetividad en la definición es
una de las contribuciones de esta generación lexicográfica, a pesar de
pertenecer a ella el ejemplar más sobresaliente de los conculcadores
de ese principio. Pero no es Chao el primero en exponerlo, miran
do de reojo a Domínguez, sino Vicente Salvá, refiriéndose abierta
mente nada menos que al Diccionario de la Academia, a pesar de ser
este un prodigio de ecuanimidad comparado con el desenvuelto sub
jetivismo del Diccionario nacional. ¿Qué hubiera escrito Salvá de
haber tenido a la vista la obra de Domínguez?
Estas son las palabras de Salvá:
Un lexicógrafo nunca debe manifestar sus propensiones ni su
modo de pensar en materias políticas y religiosas, ni menos ridiculi
zar o condenar como errores las doctrinas que siguen varones muy
doctos, un gran número de personas de naciones ilustradas y la mayo
ría de algunas muy cultas. Le incumbe solo definir Preadamita y Se
lenita de modo que pueda entenderse con claridad lo que significan
estos nombres cuando se encuentran en los libros que impugnan o
sostienen su existencia, o se mencionan por incidente o por hipótesis;
sin extenderse nunca a calificar de erróneos los sistemas que hay o ha
habido sobre el particular. Este es el mejor medio para que sea leído
por un largo período y por personas de todos los países y de diversas
opiniones, y el más seguro para no equivocarse. Hubo un tiempo en
que era tan común la creencia de que el diablo andaba por ese mundo
haciendo los papeles de íncubo y súcubo, como lo es ahora la persua
sión de que semejantes ministerios los desempeñan tan solo personas
de carne y hueso. La misma suerte puede caber a todo lo que entra en
la esfera de puntos opinables. Fuera de esto, mientras los hombres no
se acostumbren a respetar los unos las opiniones de los otros, no pue
de haber paz en las casas ni quietud en los estados. Bajo este respec
276 Diccionarios anteriores a 19QQ
1846: xxvii -xxviii). De manera que, por escasos que sean los resulta
dos, es sumamente meritorio el esfuerzo de este pionero español del
americanismo dentro de nuestra lexicografía.
19 Los nombres de los redactores especialistas que figuran en la portada son Au
gusto Ulloa, Félix Guerro Vidal, Femando Fragoso, Francisco Madinaveitia, Isidoro
Fernández Monje, José Plácido Sansón, José Torres Mena, Juan Creus, Juan Diego
Pérez, Luis de Arévalo y Gcncr, Nemesio Fernández Cuesta y Ventura Ruiz Aguilera.
Los revisores son Domingo Fontán, Facundo Goñy, Joaquín Avendaño, José Amador
280 Diccionarios anteriores a 1900
de los Ríos, Juan Bautista Alonso, Patricio Filgueira, Pedro Mata, Rafael Martínez y
Tomás García Luna.
£1 nacimiento de la lexicografía moderna no académica 281
UN LEXICÓGRAFO ROMÁNTICO:
RAMÓN JOAQUÍN DOMÍNGUEZ *
era profesor de lengua francesa4. Dos años más tarde era propietario
de una imprenta, situada en el número 67 de la calle de Hortaleza de
M adrid5, en la que editó por cuenta propia su obra más importante, el
Diccionario nacional. Estaba casado, y, tras su muerte, su viuda si
guió explotando, al parecer no mucho tiempo, el taller tipográfico6.
Tenía varios hermanos, de los cuales Modesto, nacido en Verín en
1827 y muerto en Madrid en 1913, fue ingeniero del Arsenal de El
Ferrol, inspector de Ingenieros de Marina, Director de la Escuela de
este Cuerpo y autor de unos notables Elementos de geometría analíti
c a 1. Del padre sabemos tan solo que se llamaba Manuel María y que
aún vivía en 18478. El único retrato que conocemos de Domínguez,
de 18469, nos presenta a un hombre joven, delgado, de cabello oscuro
y corto, barba densa pero cuidada, ojos grandes y vivos, pómulos sa
lientes, nariz larga y algo corva. De su temperamento y de su pensa
miento nos ilustra no solo su forma de morir, sino su obra.
una estancia más o menos larga en el país. Podría servir de confirmación la de
pendencia evidente, en algunos aspectos — como luego veremos— , del Diccionario
nacional de Domínguez (1846-1847) respecto al Dictionnaire national de Bescherclle
(1843), hecho que denota un conocimiento muy inmediato de las novedades edito
riales de Francia.
* Portada de la Nueva gramática francesa (1844).
5 Portada de la primera edición del Diccionario nacional, I (1846).
6 La primera edición del Diccionario de José Caballero (1849) está compuesta «en
la imprenta de la viuda de Ramón Joaquín Domínguez». La segunda edición de la
misma obra (1852) ya corrió a cargo de otra imprenta, la de Manuel Romeral y
Fonseca, en la calle de Juanelo, 16, de Madrid.
7 Los datos de nacimiento y muerte de Modesto Domínguez Hervella (con v
firmaba él) figuran en la Enciclopedia Espasa, XVIII, 2.* parte; se afirma su condición
de hermano de Ramón Joaquín ibidem. Apéndice IV (1931). Las restantes noticias
figuran en la portada y los preliminares de los Elementos de geometría analítica
(Madrid 1879).
8 Como vivo le dedica Ramón Joaquín la segunda edición del Diccionario
nacional (1847), igual que le dedicó la primera. Según Rodríguez Elias (1922), don
Manuel Domínguez, padre de dieciséis hijos — muertos en la infancia la mayoría—,
fue médico y ejerció su profesión en diversos balnearios de Galicia y Cataluña.
9 Figura en una lámina al frente de la primera edición del Diccionario nacional.
Un lexicógrafo romántico: Ramón Joaquín Domínguez__________ 289
13 La cuna gallega del autor de esta comedia se confirma con algún galleguismo
gramatical típico: uso sistemático del pretérito simple por compuesto («hoy te levan
taste muy temprano», pág. 12; «ya lo sabes [mi nombre], y veo que no te fu e grato»,
pág. 23; «apenas me dio tiempo de hablarle», pág. 28; «no hablará con libertad, por
que le recibisteis tan airado», pág. 30, etc.); uso de la forma -ra para pluscuamper
fecto en construcción no adjetiva («jamás te la preguntara», pág. 21, ‘te la había pre
guntado’); uso exclusivo de -se para pretérito de subjuntivo (creyese, fuese, pág. 14,
etc.). Un galleguismo léxico podría ser lacena ‘alacena’, pág. 38.
13 No he podido ver esta primera edición, que citan Palau (1951: 504), Cejador
(1917: 432) y M. Fabbri (1979: 134).
14 Madrid, Mellado, 1853-1854. Palau dice erróneamente que esta segunda
edición consta, como la primera, de seis volúmenes. Fabbri copia el error. Sigue
igualmente a Palau en la mención de la edición de 1880.
Un lexicógrafo romántico: Ramón Joaquín Domínguez __________ 291
4.a edición que lleva la anterior portada y el que tienen otras es mero accidente, pues
el contenido es exactamente el mismo».
29 Miguel Guijarro, al frente de la 14 * edición, 1878.
30 J. Casares (1950a: 147) critica esta característica en el Diccionario de la Socie
dad Literaria, sin saber que este no es sino plagio del de Domínguez.
31 Un estudio más extenso de este aspecto del Diccionario nacional puede verse
en mi artículo «La definición lexicográfica subjetiva: el Diccionario de Domínguez
(1846)» (Seco, 1983 [= capítulo 16 de este libro]).
32 Casares (1950a: 147) reproduce este artículo tomándolo del Diccionario de la
Sociedad Literaria.
298 Diccionarios anteriores a 1900
Entre los aspectos que Julio Casares señalaba como más dignos
de atención en la tarea lexicográfica figura el que él llamaba «esti
lística subjetiva», esto es, la relación entre la personalidad del lexi
cógrafo y el metalenguaje de la definición. Esta debe ofrecer una
equivalencia del signo analizado, «pero una equivalencia puramente
conceptual, es decir, redactada en términos neutros, lógicos, intelec
tuales, que no hablen al sentimiento ni a la imaginación». Las opinio
nes filosóficas, religiosas, políticas, estéticas, morales del redactor,
sus sentimientos, sus circunstancias personales deben desvanecerse
por completo detrás del tejido verbal de sus enunciados definidores.
«Si a las palabras [en el discurso] — dice Casares — les está per
mitido ser cariñosas, encomiásticas, despectivas o irónicas, al lexicó
grafo no le es lícito imitarlas. En su vida privada, en sus ratos de ocio,
el redactor de un diccionario puede escribir páginas coloristas, in
ventar arriesgadas metáforas, componer versos gongorinos o sentar
plaza de humorista; puede, en suma, dar curso libre y expresión cum
plida a su particular idiosincrasia y crearse un estilo que lleve el sello
inconfundible de la personalidad de su autor; pero todo esto deberá
los publicados hasta el día», pues contiene unas cien mil voces más
que los usuales entonces. El incremento está constituido en su mayor
parte por tecnicismos «de ciencias y artes». Había un precedente es
pañol de la incorporación del tecnicismo al léxico general, en el Dic
cionario de Terreros (cuatro volúmenes, 1786-1793); pero, sin duda,
Domínguez lo supera cuantitativamente. Una segunda singularidad
del diccionario de Domínguez es que constituye el primer diccionario
enciclopédico de nuestra lengua, al incluir en su nomenclatura, no
solo el vocabulario técnico, sino gran número de artículos de tema
histórico y geográfico.
La buena acogida de que disfrutó el Diccionario nacional no solo
se comprueba con el crecido número de ediciones — enriquecidas con
suplementos añadidos por los sucesivos editores— , sino por la inme
diata aparición de otra obra que lo tomó como modelo: el Diccionario
enciclopédico dirigido por Eduardo Chao y editado por Gaspar y
Roig (1853), que fue — por fin— el primero que llevó este título
entre nosotros. Los dos diccionarios, el de Domínguez y el de la
casa Gaspar y Roig, compartieron la exclusividad del género en
España hasta que, casi medio siglo después, fueron desbancados
definitivamente por el importante Diccionario enciclopédico hispa-
no-americano, editado en Barcelona por Montaner y Simón (1887-
1898). Y otro testimonio del éxito de Domínguez está en la prontitud
con que fue objeto de plagio, en ese Nuevo diccionario de la Sociedad
Literaria, que hemos visto al principio.
Hay una tercera singularidad del Diccionario nacional, que es
precisamente la que aquí me interesa examinar: la subjetividad, el in
grediente que señalaba Casares como vitando en toda obra lexico
gráfica. Y cabalmente, como ejemplos para no imitar, citaba Casares
algunas definiciones de los plagiarios de Domínguez, es decir, defini
ciones del propio Domínguez.
Ya queda dicho que los ejemplos de definiciones suyas que — co
mo de la Sociedad Literaria— cita Casares son muestra de una veta
humorística que se parte en dos vertientes: epigramática y caricatu
resca. A los ejemplos de definiciones grotescamente entonadas repro
304 Diccionarios anteriores a 1900
ducidos antes (rayo y cuello) se pueden añadir otros, como los de re
lámpago — también anotado por Casares— y badajo:
r e l á m p a g o : «Súbita y ñilgorosa llamarada de instantáneo lucir
deslumbrador, que sale de las nubes lanzada como eléctrico chispazo,
precediendo regularmente a la explosión del trueno como el siniestro
brillo de las armas ígnicas precede al tiro o atronador disparo».
b a d a j o : «La lengua de las campanas, porque sin é l fueran mu
sino un Don con d mayúscula, como Don Pánfilo, Don Protasio, Do
ña Cucufata, Doña Policarpa, etc., máxime si aquellos gastan un pe
dazo de levita, ira, gabán, etc., o cosa parecida, aunque vendan fósfo
ros, y estas un bosquejo de mantilla con un pedazo de blonda, aunque
vendan castañas».
diente y acendrado cariño que, entusiastas, cobijan hacia ella los pe
chos y los corazones de los buenos patricios, de los bravos y leales
patriotas. También se ha abusado de esta voz, aplicándola cada parti
do político a su modo de ver las cosas con los ojos de su interés,
etc.».
4 Esta práctica es normal en algunos diccionarios; pero suelen señalar sus aporta
ciones por medio de signos especiales.
la definición lexicográfica subjetiva 311
1. I n t r o d u c c ió n
2. E l a l f a b e t o
3. LOS TECNICISMOS
4. Los N O M B R E S P R O P IO S
5. O b s e r v a c io n e s s o b r e l a m ic r o e s t r u c t u r a
6. L a e s t r u c t u r a d e l o s a r t íc u l o s
7. E q u iv a l e n c ia s l a t in a s y n o m b r e s c ie n t íf ic o s
5 No importa que los tres artículos citados correspondan a la parte redactada por
Manrique; el plan de la obra era común.
322 Diccionarios anteriores a 19QQ
8. L a c a l i f i c a c i ó n d e l a s v o c e s
6 Cf. BRAE, 58 (1978), 7 y sigs., 203 y sigs., 385 y sigs, [Sin embargo, en ninguna
de las tres ediciones posteriores, 20.* (1984), 21 “ (1992) y 22* (2001), han aparecido
los nombres científicos].
7 No me refiero aquí a las enciclopedias. Entre las españolas, la primera que lo
ofrece es el Diccionario enciclopédico hispano-americano (1887-98).
fa crítica de Cuervo al Diccionario de la Academia 323
9. M a r c a s dh ám bito
natural, así, que voces como acacia, ascua, estrella, perro, no lleven
nota alguna, y que en cambio la lleven protórax (Zool.), protoplasma
(Biol.), apófisis (Anat.). Pero, si seguimos aplicando ese criterio, no
es fácil comprender por qué oro, plata, plomo, cinc, palabras bastante
conocidas, aparezcan con la nota Quim., mientras que otro elemento
cuyo nombre es menos familiar, cesio, figura sin calificación alguna;
o por qué cometa es término de astronomía y estrella no; o por qué es
voz de los especialistas una palabra como cero, y en cambio se consi
dera de todos epitrito (‘pie de la poesía griega’).
Puede ocurrir que el criterio seguido por la Academia no haya si
do precisamente el que he presentado como «lógico». En todo caso,
no sería justo extremar la severidad al juzgar estas y otras incon
gruencias (algunas quizá solo aparentes) del Diccionario: en primer
lugar, porque en toda obra lexicográfica, mucho más si es extensa,
son inevitables las desigualdades y aun contradicciones metodológi
cas; y, sobre todo, porque estas incoherencias no pueden por menos
de salir a flote en una obra como la académica, que se ha ido forman
do por la yuxtaposición de aportaciones de muchos individuos y de
muchas épocas. La única manera de salvar racionalmente este escollo
seria una revisión general del Diccionario, o más exactamente una re
fundición, con criterios unitarios y rigurosos. Es este, precisamente,
uno de los proyectos más importantes que hoy tiene en cartera la
Academia.
10. M a r c a s g e o g r á f ic a s
11. M a r c a s d ia c r ó n ic a s
12. L a s d e f in ic io n e s
13. E l c ir c u l a r is m o
14. F o r m a d e l a d e f in ic ió n
9 Escalón: «En la escalera de un edificio, cada parte en que se apoya el pie para
subir o bajar». Escalera: «Serie de escalones que sirve para subir o bajar».
10 Véanse algunos ejemplos en Moliner (1966: xiv) y Seco (1971: 94 y nota 2, y
1981 [= capítulo 22 de este libro]).
11 En 1726, este adjetivo se definía: «La Persona que por su natural dócil, suave,
apacible y cariñoso se concilia la común estimación, aprecio y amor. [...] Y también se
extiende y dice de la cosa que es digna de atención y aprecio».
la crítica de Cuervo al Diccionario de la Academia 329
T-
15. L a d e f i n i c i ó n d e v e r b o s t r a n s i t i v o s
13 Porto Dapena (1980: 331) reconoce esta «vacilación a la hora de distinguir los
elemenlos ajenos a la definición»; pero cita un ejemplo, «aludir = hacer referencia [a
una persona o cosa] sin mencionarla directamente», que induce engañosamente a creer
que Cuervo empleó los corchetes para aislar los elementos de contorno. No hay tal co-
332 Diccionarios anteriores a 19qq
16. F in a l
sa: los corchetes están puestos por J. A. Porto, quien ha olvidado advertir que son su
yos.
la crítica de Óuervo al Diccionario de la Academia 333
MENÉNDEZ PIDAL Y
EL DICCIONARIO MANUAL DE LA ACADEMIA*
sión propiamente española que debe sustituirlos. [Cf. Plan, II, 2.°y
5."]. (Academia, 1927: vii-vm).
' [Comunicación leída por el autor, como representante de la Real Academia Es
pañola, en el Primer Coloquio sobre Lexicografía del Español de América, celebrado
en Bogotá del 21 al 25 de marzo de 1988. Se publicó en Boletín de la Real Academia
Española, LXVIII, 1988, 85-98].
El léxico hispanoamericano 363
1 Luis de Salazar y Castro, Jom ada de los coches (1714), cit. por Emilio Cotarelo
(1914: 96).
El léxico hispanoamericano 365
5 Cf. Casares (1950a: 303): «El interés de la Academia por los localismos de to
clase, y de modo especial por los de América, es de fecha relativamente reciente; pero
empezó a crecer con ritmo acelerado en las últimas ediciones del Diccionario grande
hasta culminar en el Manual de 1927, donde la proporción de americanismos es ya
verdaderamente considerable». Véase también Wemer (1984: 530-51, especialmente
544) {y Seco (1993 y 1994)].
El léxico hispanoamericano 369
titud con que, por falta de apoyo oficial, van publicándose sus nutri
das páginas9.
Por sorprendente que pueda parecer a algunos, la misma Acade
mia, involuntariamente, contribuye por otro camino a la confusión de
la información sobre los límites territoriales de unas y otras palabras.
Hasta ahora me he referido a las localizaciones geográficas de las vo
ces americanas. Las regiones españolas también llevan en el Diccio
nario común sus respectivas marcas distintivas10. Pero ¿qué ocurre
con las voces y acepciones que, siendo generales en España, son pri
vativas de ella, desconocidas o no usadas en A m érica?". Esas voces
y acepciones aparecen en el Diccionario con la marca diatópica cero,
exactamente la misma que se asigna a las palabras de uso general en
todo el mundo hispanohablante.
La necesidad de distinguir unas de otras no se ha sentido en los
largos años en que tácitamente se ha considerado el Diccionario de la
Academia Española como el diccionario de los españoles, que solo a
manera de «préstamo» se ponía al servicio de los demás hispanoha
blantes. Pero la creciente conciencia, sobre todo desde Salvá, de que
la lengua es de todos y que la hacemos entre todos ha traído de la ma
no la conciencia de que también el Diccionario es de todos; concien
cia que se ha hecho explícita y hasta podríamos decir que ha tomado
carácter oficial a partir de la creación de la Asociación de Academias
de la Lengua Española12. Y lógica consecuencia de ese sentir debe ser
la exigencia de que las palabras del español de España lleven en el
Diccionario un distintivo, como lo llevan las de Chile o las de Méji
Sombra, 1911: «A los dos días de abierta la taquilla, no había aficionado que
no tuviera su abono en el bolsillo» (DHLE, s.v. abono [2], 3).
aborregar (tr.), «hacer adoptar o llegar a tener modos o características de
borrego o de lo que le es propio. Suele tomarse en mala parte» (DECh),
Ejemplo: «El aborregado mundo estudiantil». No está en el DRAE (aunque
se han incluido ya aborregamiento y aborregarse en las «Enmiendas y adi
ciones» de BRAE, 64 [1984], 101). El uso en España está atestiguado en el
DHLE, 2, desde 1901. No consta el uso transitivo; pero, a pesar de la defini
ción del DECh, tampoco en este se comprueba tal uso. Los textos españoles
corresponden al pronominal aborregarse: Unamuno, 1901: «Sostener, sin
aborregarse, que no acatan las censuras»; o a aborregado: Baroja, e l 929: «El
hombre, por la presión de las masas, parece que tiende a hacerse más aborre
gado, menos individual, más social y, probablemente, más mediocre».
abortero, -ra (m. y f,), «persona que tiene por oficio practicar el aborto.
Ú. m. c. f.» (DECh, 2). A pesar de su ausencia en el DRAE, es término usado
en España: El País, 1979: «Veintisiete años para la abortera» (DEA).
abotagar (tr.), «hinchar. En uso part.» (DECh). Ejemplo: «Los ojos
abotagados y turbios». El hecho de que el DRAE registre solo la forma pro
nominal abotagarse no justificaría suficientemente esta entrada en el DECh,
pues la presentación de ejemplos de uso en participio no demuestra por sí
sola la existencia de un uso personal transitivo. Ahora bien, el DRAE refiere
el verbo abotagarse solo al ‘cuerpo’, limitación que sí parece marcar un
contraste con el uso chileno. El contraste, sin embargo, no responde a la rea
lidad, como ya lo prueba el que el DM de 1983-85 se refiera también a ‘parte
del cuerpo’. Los textos del DHLE, 1, lo certifican en la Península: J. López
Portillo, 1898: «Tenía [...] un párpado abotagado»; Miró, 1916-1917: «Su
cuello abotagado»; Pérez de Ayala, 1912: «Una faz abotagada». Más recien
te, Laforet, 1955: «Aquella mujer con la cara abotagada» (DEA).
abovedamiento, «acción y efecto de abovedar o cubrir con bóveda»
(DECh). No existe esta entrada en el DRAE, aunque los autores sí la encuen
tran en la El. El DHLE, que la registra en otros diccionarios españoles desde
1853, cita varios ejemplos de uso, como M. Gómez Moreno, 1919 y 1934, y
J. Subías Galter, 1943.
abracadabra, «interj. con que magos y prestidigitadores suelen promo
ver la ocurrencia de cierto hecho mágico» (DECh). (El ejemplo que ofrece
escribe en dos palabras, abra cadabra). Aunque el DRAE y los restantes dic
cionarios españoles califican la voz como nombre, con ello no se excluye su
El español de Chile 385
MARÍA MOLINER:
UNA OBRA, NO UN NOMBRE *
objetiva, tan necesaria para el estudio del uso. El otro reparo es que,
en el deseo de introducir un elemento de racionalidad en el conven
cionalismo alfabético de los diccionarios, las palabras — dentro del
abecedario general— aparecen agrupadas en familias etimológicas:
ordenación que, aparte de ser poco sistemática, prácticamente no
aporta nada a los objetivos del diccionario y que, en cambio, incomo
da la consulta de su lector, quien — nos guste o no— cuenta siempre
con el alfabeto como báculo imprescindible para andar por la vida.
Una tercera reserva todavía añadiré, que no es un defecto, sino un ex
ceso: recarga notable e innecesariamente el volumen de la obra al ha
ber incorporado en ella, en sus respectivas entradas, todos los temas
de la gramática española. El uso del subjuntivo o del artículo, la posi
ción del adjetivo, el valor de los tiempos verbales, etcétera, son cues
tiones que se salen abiertamente de la lexicografía.
Entre los diccionarios españoles «de lengua» o «usuales», el de
Moliner es el intento renovador más ambicioso que se ha producido
en nuestro siglo. En él, la intuición y la tenacidad tuvieron que lle
nar el vacío de una tradición previa que hubiera allanado el camino.
Es un esfuerzo digno de toda nuestra admiración; pero, por ley del
quehacer intelectual, no es una meta, sino una etapa, y debe ser toma
do como una incitación, como un poderoso reto por cuantos se dedi
can a la lexicografía. Bien están los elogios emotivos, sonoros y con
fortables; pero la verdadera alabanza al que trabaja es seguir su
ejemplo. Porque María Moliner no es un nombre, sino una obra.
23
LA SEGUNDA EDICIÓN DEL
DICCIONARIO DE USO DEL ESPAÑOL *
servas: «Todo libro, como no sea de los inspirados por Dios, tiene
descuidos, ignorancias y aun barbaridades. Esto es en particular lo
que sucede con obras filológicas. [...] Lo mismo sucederá, pues, en el
Diccionario de la Academia, y sería contra todo buen criterio atri
buirle una infalibilidad absoluta; antes, la naturaleza misma de la obra
y la circunstancia de ser compuesta entre muchos han de despertar
cierto recelo y duda científica para no aceptar todas sus decisiones,
digo mal, para no tomar todas sus palabras como decisiones muy pen
sadas y definitivas» (Cuervo, 1890: 116).
En las veintiuna ediciones producidas desde 1780 hasta 1992, el
Diccionario ha crecido visiblemente en caudal. Las 46.000 entradas
que contenía la primera han llegado a ser 83.500 en la última. Pero el
valor de este desarrollo cuantitativo queda muy desvirtuado si se con
sidera una implacable realidad: desde 1780, fecha de su primera edi
ción, el Diccionario común solo ha sido objeto de retoques parciales,
de correcciones aisladas, de adiciones dispersas; retoques y aumen
tos a veces numerosos, acertados casi siempre; pero nunca con una
visión reformadora general. Nunca se ha tenido el arranque de em
prender una revisión sistemática a fondo, una entera refundición. Con
lo cual, por muchas mejoras sueltas que las sucesivas ediciones vayan
acumulando, esas ediciones siguen siéndolo de un Diccionario de
1780. Y el siglo xxi, que ya está asomando, espera renovaciones más
profundas.
La renovación que el Diccionario común de la Academia necesita
debe partir de una revisión, o más exactamente de una redefinición,
de su carácter normativo. En su primer trabajo, el Diccionario de au
toridades, dejaron claro los académicos que su registro del léxico te
nía la mira puesta en la orientación respecto del buen uso. En esto no
se diferenciaba la actitud de nuestra Corporación frente a la de las
Academias extranjeras contemporáneas suyas. Pero, en contraste con
ellas, no se limitaba a inventariar los usos modélicos, sino que daba fe
de la existencia de otros usos, arcaicos, dialectales, populares y hasta
jergales: eso sí, siempre debidamente etiquetados para evitar cual
quier confusión. Así pues, el Diccionario de autoridades, y, siguien
40 4 Diccionarios del siglo XX
2 * • • • * * • ^
[La ed. de 2001 ha revisado por fin, satisfactoriamente, la definición de paje].
408 Diccionarios del siglo XX
cual dio lugar a una violenta polémica que se extinguió sin conse
cuencias. Cuando, solo cuatro años más tarde, se publicó el Dicciona
rio nacional de Domínguez, que aprovechaba mucho más a fondo el
texto académico y que para mayor oprobio se burlaba reiteradamente
de la Academia y de sus miembros, la docta Casa no reaccionó, y
desde entonces es habitual que los editores consideren perfectamente
normal utilizar con la mayor libertad y sin ningún disimulo la com
pilación académica para la edición de cualquier diccionario privado.
Conviene puntualizar que no toda la dependencia respecto a la
Academia se polariza en tomo al Diccionario común. La presencia
académica también se da, en no pequeña medida, a través del Diccio
nario manual, que, aunque emanado directamente del común, ofrece
una fisonomía innovadora frente a este. En primer lugar, se descarga
de todo el léxico que la Academia califica de anticuado, y segundo,
incorpora multitud de voces y acepciones vivas o novedosas a las que
el Diccionario grande, en su criterio restrictivo, niega la entrada. Este
Diccionario manual, más cercano que el común a la lengua real de
nuestro tiempo, recibe menos atención de lo que merece por parte
de su propia creadora. Por el contrario, los lexicógrafos privados, más
interesados por la lengua moderna que por la clásica, no han desde
ñado seguir de cerca esta segunda y más joven voz de la Academia.
Sería erróneo sacar de aquí la conclusión de que todos los diccio
narios no académicos son mero eco de los académicos. Cada uno
añade al caudal patrimonial aprovechado rasgos particulares que me
joran el original en alguno o algunos de sus aspectos. Además, tam
poco son muy rígidos a la hora de abstenerse de la imitación o de la
copia mutuas, lo cual aumenta la combinatoria de posibilidades.
Hay diccionarios que buscan esas mejoras por el procedimiento
más fácil en el fondo: la amplificación. Basta dejar todo lo que está
en el Diccionario académico y añadir lo que no está, tomándolo de
enciclopedias, diccionarios técnicos y vocabularios dialectales. Así se
crearon, por ejemplo, la Enciclopedia del idioma, de Martín Alonso,
y el Gran Sopeña, obras caudalosas de utilidad innegable, aunque
muchos no se la reconozcan.
412 Diccionarios del siglo XX
piendo con más libertad que otros lexicógrafos los enunciados defi-
nitorios, a veces marcadamente arcaicos, de la Academia. La segunda
novedad importante de Moliner es su división de todo el léxico en dos
niveles: palabras y acepciones usuales y palabras y acepciones no
usuales. Llevada a cabo materialmente esta diferenciación por medios
tipográficos, ofrece en forma plástica una información acerca de las
vigencias léxicas, sumamente útil para los aprendices del vocabulario.
El punto débil de esta información es que se basa en la competen
cia personal de la autora, la cual, por considerable que sea (y creo que
lo es), no deja de constituir una base subjetiva, cuando lo que pide la
lexicografía moderna es la base documental objetiva. Tocamos aquí
con las manos de nuevo la misma carencia que antes señalé en el Dic
cionario académico. Y precisamente la falta de base documental en
los diccionarios privados —-no solo en Moliner, por supuesto— es la
que los empuja a depender de otra base externa, el Diccionario aca
démico, que a su vez, como ya hemos visto, tampoco dispone de los
cimientos exigidos hoy por la técnica lexicográfica.
Esa dependencia hace que los diccionarios particulares, a pesar
del valioso esfuerzo de algunos de sus autores, queden en general
bastante cortos en el registro de la lengua viva oral y escrita, y que
inevitablemente aparezcan contaminados de algunos errores de su
fuente. Voces y acepciones comprobadamente anticuadas aparecen
aquí y allá presentadas como si fuesen del español de hoy, e incluso
fórmulas definidoras dieciochescas todavía se dejan ver de vez en
cuando en esos diccionarios, si bien es cierto que todos han procurado
siempre modernizar el mctalenguaje. En cuanto a la técnica de la de
finición, solo en contados diccionarios, como Vox y sobre todo el es
colar Intermedio, es visible el intento de perfeccionarla.
Hasta aquí, pues, muy resumido, el panorama un tanto gris de los
diccionarios españoles que hoy, en los finales del siglo, ofrecen los
estantes de los libreros. El Diccionario académico y los no académi
cos coinciden en lucir un nivel general más bajo que el que encon
tramos en la producción lexicográfica de otros países europeos de los
que nos sentimos culturalmente hermanos. La sombra de la Academia
414 Diccionarios del siglo X X
Pettorino y redactado sobre un corpus del siglo xx. Las tres obras, a
pesar de la diversidad de su alcance, coinciden en tres rasgos meto
dológicos importantes que las destacan sobre los diccionarios penin
sulares de hoy: 1 ", la orientación básica es descriptiva y no prescrip-
tiva; 2.°, están compiladas exclusivamente sobre documentación de
uso real; y 3.°, todas las definiciones van seguidas de textos en que se
apoyan y que las certifican. Aparte de esto, el uruguayo y el chileno
están guiados por un punto de vista sincrónico, cuya unidad de sin
cronía es el siglo xx.
También de enfoque sincrónico, estrictamente contemporáneo, es
el ambicioso proyecto llamado de la Universidad de Augsburgo, diri
gido por Günther Haensch y Reinhold Wemer, del Nuevo diccionario
de americanismos (cf. Haensch / Wemer, 1978). Consiste el proyecto
en la realización de una serie de diecinueve diccionarios nacionales,
redactados según un método homogéneo, la cual, una vez completa,
se fundirá en un único diccionario general de todo el continente, su
perando por primera vez los desiguales trabajos clásicos de Malaret,
Santamaría, Morínigo y Neves. Tres piezas del conjunto se han publi
cado hasta ahora: los diccionarios de colombianismos, de argentinis
mos y de uruguayismos. Para la redacción de cada uno de estos dic
cionarios la documentación, escrita y oral, está apoyada por una red
de consultores externos.
Tanto los tres diccionarios nacionales que cité antes como los del
Proyecto de Augsburgo tienen en común el carácter contrastivo, to
mando como piedra de toque el español de España. Este sesgo está
justificado por razones de índole práctica: es mucho más abarcable la
tarea si se encuadra dentro de una parcela limitada, el léxico «dife
rencial», en lugar de pretender abrazar todo el léxico general del país,
así el propio como el compartido. Pero esta ventaja realista no va sin
inconvenientes: salvo en los diccionarios de Augsburgo, la informa
ción sobre el léxico de España se basa fundamental o casi exclusiva
mente en el Diccionario de la Academia, el cual, por sus numerosas
insuficiencias, induce a numerosos errores sobre el uso real de la Pe
nínsula (según pude demostrar, en 1988, a propósito del por otra parte
416 Diccionarios del siglo XX
1. O r ig e n d e l p r o y e c t o
2. C a r a c t e r ís t ic a s d e l D ic c io n a r io d e l e s p a ñ o l a c t u a l
3. M a c r o e s t r u c t u r a
4 . M ic r o e s t r u c t u r a
mos situar la locución estar [un hombre] para hacerle padre y darle
las gracias, que significa ‘ser muy atractivo’, y que evidentemente
hay que considerar dentro de la función verbal. Y todavía tendremos
que reservar un quinto apartado al uso que encontramos cuando al
guien informa de que se ha incendiado la casa, y alguien responde:
¡su padre! Se trata, sin duda, de una intelección, expresiva de susto o
de sorpresa desagradable.
Como pueden ver, disponemos cinco apartados dentro del artículo
padre atendiendo a la función sintáctica; pero la función sintáctica
que consideramos no es necesariamente la de la voz padre, sino que
puede ser la de cualquier combinación estable con sentido estable de
la cual padre sea componente. Tan adjetivo es la combinación de pa
dre y muy señor mío en la frase un desayuno de padre y muy señor
mío, como la palabra padre en la frase la vida padre. Agrupamos
siempre en un mismo apartado todas las unidades léxicas, sean uni-
verbales o pluriverbales, comprendidas bajo la entrada, que tengan
una misma función sintáctica. Cuando en un apartado categorial se
dan solo acepciones de la palabra simple, o aparecen, junto con ellas,
expresiones pluriverbales, el apartado lleva la etiqueta correspon
diente a la categoría: «adjetivo», «pronombre», «verbo», etc. Pero si
el apartado está constituido exclusivamente por unidades léxicas plu-
riverbales, usamos la etiqueta «locución adjetiva», «locución verbal»,
etc. Reconozco que bien podríamos haber puesto simplemente «ver
bo», porque depositamos en esta palabra la idea de ‘función verbo’;
pero hemos temido causar cierta perplejidad al lector si ve que lla
mamos «verbo» a toda la expresión no tener padre ni madre ni perro
que le ladre.
No ignoro que la denominación «locución», tal como la emplea
mos nosotros, puede parecerles a algunos abusiva, ya que casos como
las combinaciones que he citado no suelen llamarse sistemáticamente
así en los diccionarios, sino alternando con otros rótulos como «fra
se», «expresión» y «modismo», o bien, como hacen algunos, no dán
doles ningún nombre. Como en nuestro diccionario el empleo de «lo
cución» es unívoco y expresa con apreciable brevedad lo mismo que
434 Diccionarios del siglo X X
5. F in a l
sives des mots, avec un choix d'exemples tirés des écrivains les plus
autorisés,4vo\. [A-Azy], París 1865, 1884, 1885, 1894.
Aitken, A. J., 1971: «Le Dictionnaire d’ancien écossais: apergu de son
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the English Language, Boston.
442 Estudios de lexicografía española
P r im e r a pa r te.
PROBLEMAS Y MÉTODOS
1. Problemas formales de la definición lexicográfica ...............
1. Los dos enunciados en el artículo de diccionario, 2 5 . - 2 . El
primer enunciado. Su normalización, 26. - 3. La estructura del
artículo múltiple, 29. - 4. El segundo enunciado. La «ley de la
sinonimia», 30. —5. Definición «propia» y definición «impro
pia», 33. - 6. Definición de adjetivos, 34. - Definiciones de
adverbios y de nombres, 40. - 8. La definición enciclopédica,
42. - 9. Final, 46.
P á g s.
S e g u n d a p a r t t í.
Págs.
Tercera parte.
Págs.
C uarta parte.