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ENTREVISTA

Andrew Marantz: “Twitter creó el monstruo de


Trump y ahora se desentiende”
Periodista de ‘The New Yorker’, autor de ‘Antisocial’

Imagen del Twitter de Donald Trump

k l s m 10

GEMMA SAURA
BARCELONA
a
24/01/2021 00:33 | Actualizado a 24/01/2021 16:26

Andrew Marantz es judío, vive en Brooklyn y para colmo escribe en The New
Yorker, lo más clásico entre el periodismo clásico. El lector se tira las 500 páginas
de Antisocial (Capitán Swing) temiendo que alguien le rompa sus gafas de
intelectual (salen indemnes).

El reino de las mentiras


“Eliminar la cuenta de Trump es importante, pero hay que
repensar todo el sistema”

Marantz encarna todo lo que odia la extrema derecha pero se codeó tres años con
sus gurús, que le confiaron sus técnicas para emponzoñar la red con mentiras y
hacer avanzar sus intereses.

Arrastrados por lo viral


“Un periodista no debe dedicarse a amplificar todo lo que
encuentra en su ‘feed’”

Sí había aún alguna duda, el asalto al Capitolio rompió definitivamente el sueño


de las redes sociales como portadoras de democracia y verdad a los rincones más
oscuros del planeta. Más bien está siendo lo contrario.

En un apasionante relato a ratos espeluznante, Marantz disecciona cómo ha


ocurrido. Y no apunta sólo a los ultras, sino también a Silicon Valley, los nuevos
guardianes de la información que rehúyen sus responsabilidades. Incluso al
periodismo convencional que, aturdido por sus penurias económicas y su
pérdida de autoridad, se deja arrastrar por el peligroso juego de la viralidad.

Silicon Valley
“No admiten que son los nuevos guardianes de la
información ni asumen su responsabilidad”
a
a

Andrew Marantz, en una imagen reciente (Luke Marantz)

¿Es el asalto al Capitolio el punto de inflexión que obligará a las redes


sociales a replantear su funcionamiento?

De algún modo, sí, pero antes hubo otros que deberían haber provocado una
reflexión pero no lo hicieron. El Brexit debería haber sido un punto de inflexión,
como la elección de Trump o la marcha supremacista blanca en Charlottesville.
Tras cada uno de esos acontecimientos, había presión, prohibían una cuenta o
una página, quizá cambiaban una condición de servicio. Y yo pensaba: es algo,
pero no suficiente. No me refiero a prohibir 8.000 cuentas en lugar de 4.000,
sino a replantear la arquitectura de estas plataformas, las causas fundamentales
que nos han llevado aquí.

¿No es peligroso que empresas privadas fijen los límites de la libertad de


expresión?

Después de Charlottesville me llamaron de Reddit. Comenzaron en el lado del


espectro de la libertad de expresión absoluta, pero fueron reconsiderando su
posición al ver que el mercado de ideas no se autocorregía como ellos creían que
haría. “Vamos a cambiar nuestras reglas y empezar a prohibir cuentas nazis.
¿Quieres venir a mirar cómo lo hacemos?”, me dijeron. Me encontré en una sala
con ingenieros informáticos veinteañeros, que vestían sudaderas y bebían
kombucha, y que decidían qué discurso vive o muere en internet. Es aterrador,
desde luego. Pero si no hacemos nada el panorama que queda aún lo es más.

Gente no sospechosa de ser afín a Trump, como la Unión Americana de


Defensa de las Libertades Civiles o Angela Merkel, dudan de la decisión de
echar al presidente de EE.UU. de las redes.

Puedes creer que Twitter tenía todo el derecho de tomar esta decisión, incluso
que debía tomarla, y al mismo tiempo que es preocupante para una democracia
que oligarcas multimillonarios no electos tengan tanto control sobre el mercado
público de ideas. Son como el dueño de un restaurante que tiene un cliente que
gasta mucho y además trae a mucha gente, pero es un imbécil, que grita y escupe
a
a todo el mundo. Quizá le aguantes un tiempo por todo el dinero que te trae pero
llegará un momento en que le dirás que se largue. Donald Trump no podría
haber sido presidente sin Twitter. Crearon el monstruo de Frankenstein y ahora
se desentienden.

¿Son ingenuos o más bien cínicos?

En el libro pongo a las personas que iniciaron estas plataformas junto a los que se
aprovecharon de ellas, los que vieron antes que nadie que se iba a crear un vacío
de poder y supieron explotarlo. Hay una gama de ingenuidad y cinismo en
ambos lados. En Silicon Valley, los nuevos guardianes ( gatekeepers ), porque
han tomado el relevo de la vigilancia que ejercían los medios tradicionales,
aunque no lo admiten ni asumen la responsabilidad que conlleva, hubo
ingenuidad al principio, cuando el experimento comenzaba y nadie sabía en qué
se convertiría. Tampoco nadie les dio razones para dudar, la sociedad les dijo que
podían ganar todo el dinero que quisieran sin asumir ninguna responsabilidad
cultural, ética o política.

¿Quiénes son los gatecrashers , los intrusos que se han colado?

Hay una amplia gama de motivaciones. Algunos están realmente


comprometidos ideológicamente con las peores ideas del mundo moderno, son
antisemitas, racistas o nazis sin paliativos. A otros les va simplemente trolear y
cabrear a la gente. Otros lo hacen con fines de lucro. Otros son
hipernacionalistas, aunque son mujeres, gais o personas de color. Pero hay una
cuestión más profunda: qué les motiva psicológicamente y también qué les
activa estructural o socialmente.

En el libro, es escalofriante su encuentro con Mike Cernovich, el cerebro de


las noticias falsas sobre la salud de Hillary Clinton que tanto ayudaron a
Trump.

Un abogado de 40 años, de California, instruido e inteligente, con una mujer de


origen iraní. No encaja en el arquetipo. Pero luego ves lo que hace, inventando
rumores de que Clinton tiene Parkinson o asociándola a cualquier noticia
negativa. Va a Periscope y comienza a transmitir en directo. Logra que se unan
unas cien personas. Los excita y se ponen a trabajar a la una. Entonces se van
a
todos a Twitter, descienden sobre Twitter, promueven el hashtag que han ideado
y cuando logran que sea tendencia, todos los periodistas lo ven y comienzan a
promocionarlo. Es posible que no les guste, pero creen que es su trabajo. Me
ocurría a menudo. Pasaba el día mirando lo que alguien estaba haciendo en su
sala de estar, volvía al hotel y cuando cogía el periódico al día siguiente veía una
historia que sólo estaba ahí por lo que aquella persona había hecho en su casa.
Verlo tan de cerca lo saca del reino de la abstracción, donde puedes decir “las
mentiras son malas pero creo en la libertad de expresión” o alguna generalidad
parecida. Entiendes la mecánica que hay detrás, ya sea una mentira sobre una
elección robada, sobre que Hollywood está lleno de pedófilos satánicos o lo que
sea.

Otro personaje es un empresario de la información viral y cazador de clics.


Más allá del empobrecimiento intelectual, ¿la viralidad lleva al
extremismo?

Están relacionados. Es la forma en que recibimos y propagamos información en


internet. Todo va en la misma corriente, en una lucha darwiniana por lograr una
audiencia y ser económicamente viable. Ya sea una historia clickbait sobre
burros en moto, una desinformación política, una manipulación comercial o un
artículo realmente bueno sobre el clima. Todo está ahí, filtrado por el mismo
sistema roto. Trump no es un intelectual pero tiene una intuición para llevar
ideas e imágenes al corazón del ecosistema mediático, habilidad que fue
subestimada. Y no sólo él la tiene, claro.

¿Aferrarse a la libertad de expresión es peligroso?

La Primera Enmienda es preciosa y no hay que ser displicente. Es una libertad


fundamental que debe protegerse. Pero si no nos preocupamos por construir un
ecosistema de información sensato y coherente, quizá caigamos en un escenario
de pesadilla donde las peores personas del mundo, narcisistas y corruptas,
empiecen a llevar a sus países al desastre. Utilizo la metáfora del desafío
climático. Construimos nuestras industrias sin conocer realmente el daño que
infligían al planeta pero ahora lo sabemos. Y no se arregla sólo reciclando o
usando menos el coche. Hay que romper los monopolios corporativos que se
niegan a solucionar el problema, y luego reconstruir todo el sistema de forma
más saludable. Que se elimine la cuenta de Trump es muy importante pero es
a
como sacar un avión del cielo. Lo que arreglará la catástrofe es repensar todo, y
creo que apenas comenzamos a hacerlo.

Reflexiona sobre el dilema del periodista: hablar de los extremistas es


darles la atención que buscan, pero son una amenaza demasiado grave para
ignorarles. ¿Ha resuelto el dilema?

Sí, creo que no podemos permitirnos ignorarles por completo. Pero lo que
puedes hacer es elegir con mucho cuidado, no dedicarte simplemente a
amplificar todo lo que te encuentres en tu feed y asumir que es importante sólo
porque mucha gente está hablando de ello. Requiere una consideración
cuidadosa, saber lo que haces y si decides entrar, hacerlo de un modo que no
glorifique o repita la propaganda.

Muchos de los extremistas que describe en su libro se autocalifican


también como periodistas.

Seguramente tenían más seguidores en Twitter que yo y más probabilidades de


obtener un pase de prensa en la Casa Blanca teniendo en cuenta el inquilino.
Creo que soy mejor, ética y estéticamente, en mi trabajo. Pero es sólo mi opinión.

Los periodistas profesionales hemos sido educados para seguir unas


normas, esa es la diferencia.

Sí, pero eso sólo nos vale mientras sigamos teniendo una audiencia que quiera
pagar por ello, y no está para nada garantizado.

¿Por qué confiaron en usted?

Creo que simplemente quieren atención, sea cual sea. Y yo debía ser realista de
que había una transacción. Y algunos subestimaron o malinterpretaron lo que se
le permite hacer a un periodista real. Estaban tan acostumbrados al periodista-
taquígrafo, que no entendieron que yo iba a contar la historia de la forma en que
quiero contarla, y que iba a informar de hecho inconvenientes y podía hacerles
parecer estúpidos o patéticos.

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