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San Agustin - La Catequecis de Los Principiantes
San Agustin - La Catequecis de Los Principiantes
2. (3) Por lo que a mí toca, ya que nuestro Señor me manda ayudar a cuantos
me ha dado como hermanos por medio del trabajo que pueda realizar gracias
a la generosidad del mismo Señor, me veo obligado a aceptar muy gustoso
tu invitación e incluso a dedicarme a ese trabajo con una voluntad pronta y
servicial, en virtud de la caridad y el servicio que te debo, no sólo a ti
personalmente, sino también de modo general a nuestra madre la
Iglesia. (4) En efecto, en cuanto me doy cuenta de que algunos de mis
hermanos se encuentran en dificultades1 para ese menester, cuanto más
deseo que los tesoros divinos sean distribuidos con largueza2 tanto más debo
yo tratar, en la medida de mis fuerzas, de que puedan llevar a cabo con
facilidad y sin obstáculo lo que ellos persiguen con diligencia e interés.
(6) Con todo, no es posible exteriorizar y, por así decir, grabar en los sentidos
de los oyentes, mediante el sonido de la voz, las huellas que la intuición ha
dejado en la memoria con la misma claridad y evidencia que la expresión de
nuestro rostro: aquellas huellas están dentro de la mente, mientras que la
expresión del rostro está fuera, en el cuerpo. Por lo mismo, podemos darnos
cuenta de cuán diferentes son el sonido de nuestras voces y la claridad
penetrante de la intuición, cuando ni siquiera ésta es semejante a la impresión
misma de la memoria.
(12) Y, sin duda alguna, se nos escucha con mayor agrado cuando también
nosotros nos recreamos en nuestro propio trabajo, porque el hilo de nuestro
discurso vibra con nuestra propia alegría y fluye con más facilidad y
persuasión. (13) Por lo mismo, no es difícil tarea establecer las cosas objeto
de la fe que debemos exponer, desde dónde y hasta dónde deben ser
tratadas; ni cómo hemos de variar la exposición para que unas veces sea
más breve y otra más extensa, con tal que siempre sea plena y perfecta; o
cuándo debemos servirnos de una fórmula breve y cuándo de otra más
extensa. En todo caso, lo que siempre hemos de cuidar sobre todo es ver qué
medios se han de emplear para que el catequista lo haga siempre con alegría,
pues cuanto más alegre esté más agradable resultará. (14) La razón de esta
recomendación es bien clara: si Dios ama al que reparte con alegría las cosas
materiales, ¿con cuánta más razón amará al que distribuye las
espirituales?6 Pero el que esta alegría aparezca en el momento oportuno
corresponde a la misericordia de aquel que nos ordena la generosidad.
(15) Así, pues, de acuerdo con tus deseos, trataremos primero del modo de
la exposición, luego del arte de enseñar y exhortar y, finalmente, de la manera
de conseguir esta alegría, según lo que Dios nos vaya sugiriendo.
PARTE PRIMERA
Del método y teoría de la catequesis
(6) Así como al nacer Jacob sacó fuera del seno materno, en primer lugar, la
mano con que agarraba el pie de su hermano, nacido antes, y luego asomó
la cabeza, e inmediatamente, como es lógico, los demás miembros10; y así
como la cabeza precede en poder y dignidad no sólo a los miembros que
salieron después, sino incluso a la misma mano que le precedió al nacer, y
aunque la cabeza no fue la primera en aparecer, pero sí lo es en el orden de
la naturaleza, (7) así también nuestro Señor Jesucristo, antes de
manifestarse en la carne y, en cierto modo, antes de salir del seno de su
misterio y de presentarse a los ojos de los hombres como mediador ante Dios
y los hombres, Dios que está sobre todos los seres11 y es bendito por los
siglos12, envió previamente, entre los santos patriarcas y profetas, una parte
de su cuerpo, anunciando con ella, como con la mano, su futuro nacimiento.
E incluso aherrojó al pueblo que le había precedido orgullosamente con los
vínculos de la ley, como con cinco dedos, (8) porque al través de los cinco
períodos de la historia no cesó de anunciar y profetizar su venida, y de
acuerdo con esto escribió el Pentateuco por medio de aquel que estableció
la ley13. Y los soberbios, de sentimientos carnales14, deseosos de instaurar
su propia justicia15, no fueron colmados de bendiciones por la mano abierta
de Cristo, sino que se vieron retenidos por la mano cerrada y apretada. Y, en
consecuencia, les fueron atados los pies y cayeron por tierra 16; nosotros, en
cambio, nos levantamos y fuimos encumbrados.
(9) Así, pues, aunque, como he dicho, Cristo el Señor había enviado por
delante una parte de su cuerpo, entre los justos que le precedieron en cuanto
al tiempo de su nacimiento, sin embargo, él es la cabeza de la Iglesia17, y
todos aquellos justos se unieron al mismo cuerpo, cuya cabeza es Cristo,
mediante la fe en aquel que anunciaba. Y no se apartaron de él por haber
nacido antes, sino que fueron incorporados por haberse sometido a su
voluntad. Pues aunque la mano pueda salir antes que la cabeza, su
articulación está dependiendo de la cabeza. (10) Por eso, todo lo que fue
escrito antes lo fue para nuestra enseñanza18 y fue figura de nuestra realidad,
y como símbolo aparecía en ellos; pero, en realidad, fue escrito para
nosotros19, para quienes llega el final de los tiempos20.
(4) Y si esto sucede hasta en los amores ilícitos, ¿cuán más plenamente en
la amistad? Pues ¿qué otra cosa tememos más en las faltas contra la amistad
sino que nuestro amigo piense o que no le amamos o que le amamos menos
de lo que él nos ama? Porque si llegase a creer esto, sería más frío en su
amor, gracias al cual los hombres gozan de la mutua amistad. Y si ese amigo
no es tan débil que se deje enfriar completamente en su amor ante esa
ofensa, se mantendrá en un amor de conveniencia, pero no de gozo.
(5) Realmente merece la pena observar que, si los superiores desean ser
amados por sus inferiores y se alegran de su obsequiosa obediencia, y cuanto
más obedientes los ven tanto más los aprecian, con mucho más amor se
inflama el inferior cuando se da cuenta de que el superior le ama. (6) En
efecto, el amor es tanto más grato cuanto menos se agosta por la sequedad
de la indigencia, y más profusamente fluye de la benevolencia: el primer amor
procede de la miseria; el segundo, de la misericordia. Y si acaso el inferior no
esperaba la posibilidad de ser amado por el superior, se sentirá movido de
modo inefable al amor si aquel espontáneamente se digna manifestarle
cuánto le ama a él, que nunca habría osado esperar un bien tan grande.
(7) ¿Y qué hay más excelso que un Dios que juzga y más desesperado que
un hombre pecador? Éste tanto más se había entregado al yugo y al dominio
de las soberbias potestades, que no pueden hacerlo feliz, cuanto más había
desesperado de poder ser considerado por aquella autoridad, que no desea
distinguirse por la malicia, sino que es sublime en su bondad.
8. La venida de Cristo, prueba del amor de Dios. — (8) Por tanto, si Cristo
vino a este mundo para que el hombre supiera cuánto le ama Dios y
aprendiera a encenderse inflamado en el amor del que le amó primero27, y en
el amor del prójimo, de acuerdo con la voluntad y el ejemplo de quien se hizo
prójimo al amar previamente no al que estaba cerca, sino al que vagaba muy
lejos de él; y si toda la Escritura divina, que ha sido escrita antes de su venida,
ha sido escrita para preanunciar la llegada del Señor28, y si todo cuanto más
tarde fue recogido en las Escrituras y confirmado por la autoridad divina, nos
habla de Cristo y nos invita al amor, es evidente que no sólo toda la Ley y los
Profetas29 —que hasta entonces, cuando el Señor predicaba, constituían la
única Escritura Santa—, sino también todos los libros divinos que más tarde
han sido reconocidos para nuestra salvación y conservados para nuestra
memoria, se apoyan en estos dos preceptos del amor de Dios y del amor del
prójimo. (9) Por esta razón, en el Antiguo Testamento está velado el Nuevo,
y en el Nuevo está la revelación del Antiguo. Según aquella velación, los
hombres materiales, que sólo entienden carnalmente30, están sometidos,
tanto entonces como ahora, al temor del castigo. En cambio, con esta
revelación los hombres espirituales que entienden las cosas espiritualmente
se ven libres gracias al regalo del amor: los de entonces, a los que fueron
reveladas incluso las cosas ocultas porque las buscaban en su piedad, y los
de ahora, que buscan sin soberbia para que no se les oculten las cosas
reveladas.
(10) Como quiera que nada se opone más a la caridad que la envidia, y la
madre de la envidia es la soberbia, el Señor Jesucristo, Dios y hombre, es al
mismo tiempo una prueba del amor divino hacia nosotros y un ejemplo entre
nosotros de humildad humana, para que nuestra más grave enfermedad sea
curada por la medicina contraria. Gran miseria es, en efecto, el hombre
soberbio, pero más grande misericordia es un Dios humilde.
(11) Por consiguiente, teniendo presente que la caridad debe ser el fin de
todo cuanto digas, explica cuanto expliques de modo que la persona a la que
te diriges, al escucharte crea, creyendo espere y esperando ame31.
(7) Pero si, por el contrario, hubiere respondido algo diferente de lo que debe
animar los sentimientos de quien va a ser educado en la religión cristiana,
reprendiéndolo con mucha dulzura y suavidad, como hombre rudo e
ignorante, y demostrando y alabando el fin justísimo de la doctrina cristiana,
con seriedad y brevedad, para no robar tiempo a la futura exposición y para
evitar imponerle cosas para las que todavía no está preparado, hay que obrar
de modo que desee lo que todavía no quería por error o por falsedad.
(4) A partir de aquí debe iniciarse ya la explicación del hecho que Dios creó
todas las cosas muy buenas32, y se debe continuar, como dijimos, hasta los
tiempos actuales de la Iglesia, de manera que expongamos cada una de las
realidades y hechos o acontecimientos que narramos en sus causas y
razones, por medio de las cuales refiramos todo a aquel fin del amor33, del
que no debe apartarse un momento la intención del que habla ni del que
escucha. (5) Si en realidad los que son considerados y llamados buenos
gramáticos intentan sacar alguna utilidad de las fábulas de los poetas, que
son ficticias y formadas al gusto de mentes superficiales, aunque todo esto
no sirva más que para la búsqueda de una vana satisfacción temporal, cuánto
más debemos nosotros estar en guardia para que todo aquello que
exponemos, sin la explicación de sus causas, no sea aceptado por unos
motivos frívolos o por una malsana ansiedad. (6) No por eso debemos
detenernos en estas cosas de manera que, perdido el hilo de nuestro
discurso, nuestro corazón y nuestras palabras se enreden en recovecos de
explicaciones complicadas; antes al contrario, que sea la verdad misma de
nuestros razonamientos como el oro que engasta una serie de piedras
preciosas, sin que con ello se altere de modo desproporcionado el conjunto
ornamental.
8 12. Catequesis de los hombres cultos. — (1) Ahora bien, hay algo que
debes tener en cuenta: cuando se te presenta para recibir la catequesis una
persona muy culta en las artes liberales, y que ha tomado la decisión de
hacerse cristiano y viene precisamente para ello, es casi seguro que posee
un cierto conocimiento de nuestras Escrituras y de nuestros escritores, y que,
instruido en nuestras cosas, viene solamente para participar de nuestros
sacramentos. Estas personas, efectivamente, ya desde antes de hacerse
cristianos, suelen investigar diligentemente todo, comunicando y discutiendo
sus inquietudes con quienes les rodean. (2) Así, pues, con éstos hay que ser
breve, sin enseñarles con pedantería lo que ya conocen, sino resumiendo
discretamente y haciéndoles ver que creemos que ya conocen esta o aquella
verdad, y en consecuencia enumeremos como de pasada lo que debe ser
inculcado a los ignorantes e incultos, de modo que, si la persona instruida ya
lo conoce en parte, no nos escuche como a un maestro, y si es que lo ignora
todavía, lo vaya aprendiendo a medida que vamos enumerando lo que
creíamos ya conocido para él.
(4) Sin duda convendrá que te enteres, por lo que él te diga, acerca de sus
lecturas preferidas, y sobre qué otros autores ha leído con más frecuencia y
que han influido en su decisión de hacerse cristiano. (5) Según lo que nos
haya dicho, si conocemos esos libros o si al menos sabemos, por medio de
otras iglesias, que han sido escritos por algún autor católico notable,
manifestémosle nuestra aprobación y alegría.
(6) Si, por el contrario, cayó en las obras de algún hereje y, sin saber tal vez
que la verdadera fe las rechaza, creyó en ellas por considerarlas escritas por
un cristiano, debemos educarlo con cuidado, presentándole la autoridad de
la Iglesia universal y de los escritores más brillantes sobre el caso particular.
(7) No olvidemos, sin embargo, que incluso algunos católicos que pasaron de
esta vida y legaron a la posteridad algunos escritos, bien porque algunos
pasajes de sus obras no fueron bien interpretados, bien porque ellos mismos,
a causa de la debilidad humana, no fueron capaces de penetrar en algunos
puntos más difíciles con la agudeza de su mente, dieron pie, al alejarse de la
verdad por semejanza con lo verdadero, a que algunos intérpretes más
presuntuosos y audaces concibieran y dieran a luz alguna herejía. (8) Esto
no es de extrañar, ya que, partiendo de los mismos escritos canónicos, donde
cada cosa ha sido dicha justísimamente, aun interpretando el pasaje tal como
el escritor lo expresó o lo exige la misma verdad (pues si sólo hubiera sido
esto, ¿quién no perdonaría con benevolencia la debilidad humana, pronta a
corregirse?), y defendiendo a toda costa animosa y obstinadamente lo que,
por malicia o por error, creyeron, muchos alumbraron diversos dogmas
perniciosos, rompiendo la unidad de nuestra comunión.
(9) Todo esto debe ser tratado, exponiéndolo discretamente, frente al que se
acerca a la comunidad del pueblo de Dios, no como ignorante o idiota, como
ahora dicen, sino como conocedor y erudito en los libros de los sabios,
añadiendo solamente la autoridad del precepto, para que se guarde de los
errores de la presunción, en la medida en que lo permita la humildad que lo
condujo hasta nosotros. (10) Todo lo demás que debe ser narrado o
expuesto, según las reglas de la doctrina de la salvación39, ya sea sobre la
fe, o sobre las costumbres o sobre las tentaciones, debe referirse todo a aquel
camino más excelente40, según el orden que ya indiqué antes.
(3) A estos tales debemos enseñar sobre todo a que escuchen las divinas
Escrituras para que su lenguaje sólido no les resulte despreciable por no ser
altisonante, y no piensen que las palabras y las acciones de los hombres, que
se leen en aquellos libros, envueltos o encubiertos por expresiones carnales,
hayan de ser tomadas a la letra, sino que deben ser explicados e
interpretados para su justa comprensión. Y por lo que se refiere a la utilidad
misma del sentido secreto, de donde también toman su nombre los misterios,
hay que mostrarles mediante la experiencia cuánto valen las tinieblas del
enigma para avivar el amor de la verdad y para alejar el aburrimiento tedioso,
cuando la explicación alegórica de una cosa les descubre algo que antes, tal
como se presentaba a su mente, no les movía. (4) En efecto, a éstos les es
utilísimo saber que los conceptos deben ser preferidos a las palabras, como
el alma al cuerpo. De donde se sigue que, así como deben preferir escuchar
discursos verdaderos que bien elaborados, del mismo modo deben preferir
los amigos prudentes a los hermosos.
(5) Deberán saber también que no hay otra voz para los oídos de Dios que el
afecto del corazón. De esta manera no se reirán cuando se den cuenta de
que algunos obispos y ministros de la Iglesia invocan a Dios con barbarismos
o solecismos, o no entienden o pronuncian de mala manera las palabras que
emplean. (6) Y no es que todo esto no deba corregirse, de modo que el
pueblo responda «amén» a lo que entienda perfectamente, sino que incluso
deben saber tolerarlo los que han aprendido que en la Iglesia lo que cuenta
es la plegaria del corazón, como en el foro cuenta el sonido de las palabras.
Y así la oratoria forense puede algunas veces calificarse de buena dicción,
pero nunca de bendición. (7) En cuanto al sacramento que van a recibir, basta
que los más inteligentes escuchen qué es lo que significa; con los más torpes,
en cambio, deberemos servirnos a veces de una explicación más detallada y
de más ejemplos, para que no desprecien lo que están viendo.
10 14. Remedio contra la primera causa. — (1) Llegados a este punto, tal vez
estás deseando el ejemplo de un discurso que te muestre en la práctica cómo
se debe hacer lo que te he aconsejado. Lo haré ciertamente, con la ayuda de
Dios, lo mejor que pueda. Pero antes, como te prometí, debo hablarte de
cómo adquirir la alegría en la exposición. (2) Ya he cumplido, en la medida
que me ha parecido suficiente, lo que había prometido acerca de las reglas
del discurso explicativo en la catequesis de quien se presenta para hacerse
cristiano. Pero parece fuera de lugar que yo mismo escriba en este libro lo
que he expuesto que debes tú hacer. Si lo hago, será como por añadidura;
pero ¿cómo puedo pensar en aditamentos cuando todavía no he llegado a la
medida de lo debido?
(7) Igualmente sucede algunas veces que el dolor por algún escándalo nos
oprime el alma y, en aquella situación, alguien nos dice: «Ven a hablar con
éste, pues quiere hacerse cristiano». Los que nos dicen esto desconocen qué
es lo que nos atormenta el interior, y como no es oportuno revelarles nuestro
secreto, aceptamos con menos gusto lo que nos piden; y con toda seguridad
nuestro discurso, filtrado al través de la vena ardiente y humeante de nuestro
corazón, ha de resultar lánguido y poco agradable. (8) Por esto, sea cual
fuere entre éstas la causa real de la turbación de nuestra tranquilidad, según
el consejo de Dios, hemos de buscar el remedio para disminuir nuestra
tensión interior y alegrarnos con fervor de espíritu y gozarnos en la
tranquilidad de una buena obra, pues Dios ama al que da con alegría41.
(10) Por más grande que sea la diferencia entre nuestra voz articulada y la
vivacidad de nuestra inteligencia, mucho mayor es la que existe entre la
mortalidad de la carne y la inmutabilidad de Dios. Y con todo, a pesar de
permanecer en su forma, se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo...
hasta la muerte de cruz43. Y esto, ¿por qué causa sino porque se hizo débil
con los débiles a fin de ganar a los débiles?44 (11) Escucha a su imitador, que
nos dice en otro lugar: Si estoy fuera de mí, es por Dios; si me mantengo en
mi sano juicio, lo es por vosotros. La caridad de Cristo, en efecto, nos empuja
a pensar que uno solo murió por todos45. ¿Cómo, pues, habría estado
dispuesto a sacrificarse por la vida de aquéllos46 si hubiera tenido vergüenza
de rebajarse hasta sus mismos oídos?
(12) Por esto se hizo niño en medio de nosotros, como la madre que vela por
sus hijos47. ¿Es que resulta agradable balbucir palabras infantiles y
entrecortadas si a ello no invita el amor? Y, con todo, los hombres desean
tener hijos para hablarles de esa manera. Y la madre se complace más en
dar a su pequeñito trocitos diminutos que en comer ella misma manjares más
sólidos. (13) Por tanto, no se aparte de tu mente la imagen de la gallina que
cubre con sus plumas delicadas los tiernos polluelos y llama con su voz
quebrada a sus crías48 que pían, mientras los otros, huyendo en su soberbia
de sus blandas alas, resultan presa de las aves rapaces. Si a nuestra mente
agrada penetrar en las verdades más recónditas, que no le desagrade
comprender que la caridad, cuanto más obsequiosa se rebaja hasta las cosas
más humildes, tanto más vigorosamente asciende hacia las realidades
íntimas mediante la buena conciencia de no buscar entre aquellos a que se
abajó ninguna otra cosa sino su salvación eterna.
(3) Pero la mayoría de las veces, volviendo nosotros solos sobre lo que
hemos dicho, encontramos algo reprobable y desconocemos cómo ha sido
escuchado cuando lo expusimos; y, cuando nos vemos movidos por la
caridad, sentimos todavía más si ha sido recibido de buen grado, a pesar de
que era falso. Por eso, llegado el momento, así como nos reprendemos a
nosotros mismos en nuestra intimidad, así también debemos preocuparnos
de corregir también a los que cayeron en el error no por las palabras de Dios,
sino, bien al contrario, por las nuestras. (4) Pero si hubiere alguno, obcecado
por la envidia, chismoso, detractor, odioso a los ojos de Dios, que se alegra
de nuestra equivocación49, se nos ofrece la oportunidad de ejercitar la
paciencia y la misericordia, ya que la paciencia de Dios también los conduce
a la penitencia. Porque, ¿qué cosa hay más detestable, qué cosa amontona
más méritos para la ira en el día de la ira50, como el alegrarse del mal ajeno,
imitando y siguiendo en ello la mala voluntad del diablo?
(5) Incluso, no pocas veces, pese a que hayamos dicho todo recta y
acertadamente, hay algo que, por no haber sido bien entendido o porque va
en contra de la opinión y la costumbre de un viejo error, ofende y perturba al
oyente por la aspereza de su misma novedad. Si esto sucediere y el oyente
se presenta dócil al remedio, hemos de subsanar inmediatamente el error
mediante la abundancia de razones de autoridad. (6) Si, por el contrario, la
ofensa permanece escondida en el silencio, queda siempre el recurso a los
remedios divinos. Pero si se cierra en su silencio y rechaza el remedio,
consolémonos con aquel ejemplo del Señor que, ante el escándalo de
algunos por unas palabras suyas y ante la retirada por lo duro del consejo,
les dijo a los que se habían quedado: ¿También vosotros queréis
marcharos?51 (7) Debe quedar bien fijo y asentado en la mente que
Jerusalén, prisionera de la Babilonia de este mundo, con el transcurso del
tiempo, será liberada y no morirá ninguno de los suyos, porque los que
mueran no pertenecían a aquella Jerusalén. Pues el fundamento de Dios
permanece estable y lleva esta señal: el Señor conoce a los que son suyos,
y todo el que pronuncia el nombre del Señor se aleja de la iniquidad52.
(9) Por otra parte, la lectura o la audición de un discurso mejor que nos agrada
hasta el punto de preferirla al discurso que nosotros debemos pronunciar,
cuando hablemos con pereza o desmayo, nos hará más alegres y se
presentará más agradable después de nuestro trabajo. Incluso rogaremos a
Dios con más confianza para que nos hable como deseamos, si aceptamos
con alegría que él hable por medio de nosotros como podamos. Y así resulta
que para los que aman a Dios todas las cosas concurren para su bien54.
12 17. Remedio contra el peligro. — (1) Ahora bien: si nos aburre repetir
muchas veces las mismas cosas, sabidas e infantiles, unámonos a nuestros
oyentes con amor fraterno, paterno o materno, y fundidos a sus corazones,
esas cosas nos parecerán nuevas también a nosotros. En efecto, tanto puede
el sentimiento de un espíritu solidario, que cuando aquéllos se dejan
impresionar por nosotros que hablamos, y nosotros por los que están
aprendiendo, habitamos los unos con los otros: es como si los que nos
escuchan hablaran por nosotros, y nosotros, en cierto modo, aprendiéramos
en ellos lo que les estamos enseñando. (2) ¿Pues no suele ocurrir que,
cuando mostramos a los que nunca los habían visto lugares hermosos y
amenos, de ciudades o de paisajes, que nosotros, por haberlos ya visto,
atravesamos sin ningún interés, se renueva nuestro placer ante su placer por
la novedad? Y esto tanto más cuanto más amigos son, porque al través de
los lazos del amor, cuanto más vivimos en ellos tanto más nuevas resultan
para nosotros las cosas viejas.
(3) Pero cuando ya hemos hecho algún progreso en la contemplación de las
cosas, deseamos que las personas amadas nuestras se gocen y se
maravillen apreciando las obras de los hombres; pero no sólo eso, sino que
deseamos llevarlos hasta la contemplación artística del autor, y que desde
allí se eleven hasta la admiración y alabanza de Dios, creador de todas las
cosas, donde reside el fin del amor más fecundo.
(4) ¡Con cuánta más razón es oportuno que nos alegremos cuando los
hombres aprenden a acercarse a Dios mismo, por el que debe aprenderse
todo lo que merece la pena de ser aprendido; y que nos renovemos en su
novedad, a fin de que, si nuestra predicación resulta de ordinario más fría, se
enfervorice precisamente ante la novedad del auditorio! (5) Contribuirá a
nuestra alegría interior el pensar y considerar cómo de la muerte del pecado
pasa el hombre a la vida de la fe. Si para mostrar el camino a una persona
extraviada y cansada recorremos con benéfica alegría los caminos que nos
son más desconocidos, ¡con cuánta más alegría y gozo debemos caminar
por la doctrina salvífica55, incluso aquella que no es necesaria para nosotros,
cuando conducimos por los caminos de la paz a las almas desgraciadas y
fatigadas por los pecados del mundo bajo las órdenes de quien nos la
encomendó!
(3) También le hemos de preguntar si es que ya había oído antes estas cosas
y quizá no le mueven por ser conocidas y muy corrientes. Y habremos de
obrar de acuerdo con su respuesta, de modo que hablemos más clara y
explícitamente, o bien refutemos las opiniones contrarias, y no expliquemos
más al detalle lo que ya le es conocido, sino que lo resumamos brevemente
y escojamos alguna cosa de las que en forma simbólica se hallan expuestas
en las Sagradas Escrituras, y sobre todo en la narración, que nuestro discurso
puede hacer más agradable mediante la explicación y la revelación. (4) Pero
si el oyente es demasiado obtuso, insensible y refractario a esta clase de
delicadezas, debemos soportarlo con misericordia, y aludiendo brevemente
al resto de la explicación, debemos inculcarle con severidad todo cuanto es
más necesario acerca de la unidad católica, las tentaciones, la vida cristiana,
por lo que se refiere al juicio futuro; y deberemos decir muchas cosas, pero
más a Dios sobre él que a él acerca de Dios.
19. La postura del cuerpo para aprender mejor. — (5) Con frecuencia sucede
también que el que al principio escuchaba con agrado, luego, cansado de
escuchar o de estar tanto tiempo de pie, abre los labios no para alabar
nuestras palabras, sino para bostezar, e incluso nos dice que, aun muy a
pesar suyo, debe marcharse. (6) En cuanto nos demos cuenta de esto,
conviene despertar su atención diciéndole algo adornado con una sana
alegría y adaptado al argumento que estamos exponiendo, o también algo
realmente maravilloso y deslumbrador, o algo que suscite su conmiseración
y sus lágrimas. O mejor todavía, expongamos algo que le toque directamente
a él, de modo que, tocado en su propio interés, preste atención, pero que no
ofenda su pudor con alguna indelicadeza, sino que se vea conquistado por la
familiaridad.
(7) Sin embargo, es muy importante saber si el que se marcha de una gran
asamblea, para recuperar las fuerzas, es uno que ya está unido por la
frecuencia de los sacramentos, o si el que se retira —la mayoría de las veces
no puede por menos de hacerlo, para no caer víctima de un malestar físico—
es uno que debe recibir por primera vez los sacramentos: por vergüenza no
dice por qué se va, y por debilidad no puede permanecer de pie. Te digo esto
por experiencia, pues así me sucedió con un campesino, mientras yo le
instruía. Y de ahí aprendí a ser muy atento en ese punto. (8) Pues ¿quién
puede soportar nuestra arrogancia, cuando no hacemos sentar a nuestro
rededor a los que son hermanos nuestros o, lo que hemos de procurar con
mayor cuidado todavía, a los que deben ser hermanos nuestros, si hasta una
mujer escuchaba, sentada, a nuestro Señor al que asisten los
ángeles?56 (9) Ciertamente, si nuestro discurso va a ser breve y el lugar de la
reunión no lo permite, que escuchen de pie, pero esto cuando son muchos
los oyentes y no de los que deben ser iniciados. (10) Pues si son uno o dos
o unos pocos, que han venido precisamente a hacerse cristianos, es peligroso
hablarles mientras están de pie. Pero, si ya hemos comenzado así, en cuanto
nos demos cuenta del aburrimiento del oyente le hemos de ofrecer un asiento,
e incluso le hemos de obligar a que se siente, y le hemos de decir algo que
le reanime y haga desaparecer de su ánimo la inquietud si es que, por
casualidad, ya se había apoderado de él y había comenzado a distraerle.
(3) Por eso debemos ordenar las cosas que hemos de hacer según nuestro
criterio. Si logramos realizarlas según el orden que establecimos, no por eso
nos alegramos de que las cosas se han hecho según nuestra voluntad, sino
según los decretos de Dios. Si, en cambio, sobreviniere alguna necesidad
que altere nuestro orden, sometámonos fácilmente, y no nos desanimemos,
de modo que el orden que Dios prefirió al nuestro sea también el
nuestro. (4) Es más justo, efectivamente, que nosotros sigamos la voluntad
de Dios que no Dios siga la nuestra. Pues el orden de nuestras acciones, que
deseamos mantener según nuestro criterio, debe ser aprobado, por supuesto,
cuando en él lo más importante ocupa el primer lugar.
(5) ¿Por qué, pues, nos dolemos de que los hombres vayan precedidos de
nuestro Señor, un Dios tan poderoso, de modo que, por el hecho mismo de
amar nuestro orden, deseemos carecer nosotros de orden? Nadie, en efecto,
dispone mejor el orden de lo que va a hacer sino el que se siente más
dispuesto a evitar lo que le prohíbe la autoridad divina que deseoso de llevar
a cabo lo que ha meditado en su mente humana. (6) Es cierto que muchos
son los pensamientos que hay en el corazón del hombre, pero el plan de Dios
permanece para siempre57.
21. Remedio contra los escándalos de los impíos. — (7) Pero si nuestra
mente, turbada por algún escándalo, no se siente en forma para pronunciar
un discurso sereno y agradable, es preciso que la caridad hacia aquellos por
los que murió Cristo, queriendo redimirlos con el precio de su sangre de la
muerte de los pecados del mundo58, sea tan grande que el hecho mismo de
comunicarnos a nosotros, que nos sentimos afligidos, que hay alguien
deseoso de hacerse cristiano, debe servir de consuelo y solución de aquella
nuestra tristeza, como las alegrías de las ganancias suelen aliviar el dolor de
las pérdidas. En realidad, el escándalo no debe entristecernos sino cuando
creemos o vemos morir al autor del escándalo o cuando por él cae alguno
que andaba vacilante. (8) En consecuencia, el que se ha presentado para ser
instruido suavizará el dolor por el que cayó con la esperanza de poder
progresar en la doctrina. Y si incluso, al ver ante tus ojos a muchos por
quienes se producen los escándalos que nos afligen, se vislumbra el temor
de que el prosélito se convierta más tarde en hijo de la gehenna59, eso no
debe llevarnos al desánimo en nuestra exposición, sino más bien debe
estimularnos e incitarnos más y más. (9) Aconsejemos, pues, al que estamos
adoctrinando a que se cuide de imitar a los que son cristianos no en la
realidad, sino sólo de nombre, no sea que, convencido por el gran número de
éstos, pretenda alistarse entre ellos o rechazar a Cristo por su causa, y no
quiera estar en la Iglesia de Dios donde están aquéllos o intente portarse en
ella como se portan aquéllos.
OBSERVACIONES PRELIMINARES
15 23. Adaptación del discurso a los oyentes. — (1) Pero ahora tal vez me
estés exigiendo la deuda de lo que, antes de habértelo prometido, no te debía,
y es que no tarde en exponer y proponer a tu consideración algún ejemplo de
sermón, en el que yo aparezco como catequista. (2) Pero, antes de eso,
quiero que pienses que una es la intención del que dicta algo, pensando en
un lector futuro, y otra la del que habla en presencia directa de un oyente; y,
en este caso, una es la intención del que aconseja en secreto, cuando no hay
ningún otro que pueda juzgar de nuestras palabras, y otra la del que expone
alguna cosa en público, cuando nos rodea una multitud con diversas
opiniones; y, en este caso, es diferente la intención del que instruye a uno
solo, y los demás asisten como para juzgar o confirmar lo que ya conocían, y
otra cuando todos están igualmente atentos a lo que les exponemos; y,
todavía en este caso, una es cuando nos reunimos como en privado para
intercambiar algunas palabras, y otra cuando el pueblo, en silencio, está
escuchando en suspenso a una persona que les habla desde un lugar
elevado. Y también importa mucho, cuando hablamos, si son muchos o pocos
los que escuchan, si doctos o ignorantes, o entremezclados; si son habitantes
de la ciudad o campesinos, o si ambos están mezclados; o si se trata de una
asamblea formada por todo tipo de hombres. (3) Es inevitable, en verdad, que
unos de una manera y otros de otra influyan en el que va a hablar y enseñar,
y que el discurso proferido lleve como la expresión del sentimiento interior del
que lo pronuncia, y que por la misma diversidad impresione de una manera u
otra a los oyentes, ya que éstos se ven influidos, cada uno a su modo, por su
presencia.
(4) Pero ya que ahora estamos tratando de los principiantes que debemos
instruir, yo mismo te puedo asegurar, por lo que a mí respecta, que me siento
condicionado, ya de una manera, ya de otra, cuando ante mí veo a un
catequizando erudito o ignorante, a un ciudadano o a un peregrino, a un rico
o a un pobre, a una persona normal o a otro digno de respeto por el cargo
que ocupa, o a uno de esta o aquella familia, de esta o aquella edad, sexo o
condición, de esta o aquella escuela, formado en una u otra creencia popular;
y así, según la diversidad de mis sentimientos, el discurso comienza, avanza
y llega a su fin, de una manera o de otra. (5) Y como quiera que, a pesar de
que a todos se debe la misma caridad, no a todos se ha de ofrecer la misma
medicina: la misma caridad a unos da a luz67 y con otros sufre68, a unos trata
de edificar69 y a otros teme ofender, se humilla hacia unos y se eleva hasta
otros, con unos se muestra tierna y con otros severa, de nadie es enemiga y
de todos es madre. (6) Y el que no ha tenido la experiencia de lo que estoy
exponiendo, por ese espíritu de caridad, cuando se da cuenta de que estamos
en los labios de todos a causa de ese poco talento que Dios nos ha dado, nos
considera felices; Dios, en cambio, a cuya presencia llegan los gemidos de
los esclavos70, verá nuestra humildad y nuestro esfuerzo, y así perdonará
nuestros pecados71.
PARTE SEGUNDA
Ejemplos prácticos de catequesis
(5) Pues, ¿cuánto dura la vida del hombre, aunque llegue a viejo?72 O cuando
los hombres desean para sí una larga vejez, ¿qué otra cosa están buscando
sino una larga enfermedad? He ahí lo que dice la Sagrada Escritura: Toda
carne es heno, y la gloria del hombre es como flor de heno: Se secó el heno
y la flor cayó; la palabra del Señor, en cambio, permanece para siempre 73.
(6) Por eso el que desee el verdadero descanso y la verdadera felicidad, debe
alejar su esperanza de las cosas que perecen y se marchitan, colocándola en
las palabras del Señor, para que, asiéndose a lo que permanece para
siempre, también él permanezca para siempre.
25. Búsqueda de los bienes imperecederos. — (7) También hay hombres que
no anhelan ser ricos ni aspiran a llegar hasta las vanas pompas de los
honores, sino que prefieren gozar y descansar en borracheras y en
fornicaciones, en los teatros y en los espectáculos frívolos, que en las
grandes ciudades encuentran gratis. (8) Pero de esa forma también ellos
disipan en la lujuria su pobreza, y tras la miseria se dejan conducir más tarde
a los robos, los asaltos y algunas veces, incluso, a los latrocinios, y de pronto
se ven asaltados por muchos y terribles temores. Y los que poco antes
cantaban en las tabernas, luego deliran con sus llantos en la cárcel.
(11) Finalmente, aunque las locas alegrías no son alegrías, con todo,
cualquiera que sea su naturaleza y por más que deleite la ostentación de las
riquezas, el orgullo de los honores, la orgía de las tabernas, los combates de
los teatros y la inmundicia de las fornicaciones74, todo esto desaparece a la
venida de una sola fiebrecilla [y la lascivia de los baños], que es capaz de
arrancarles, todavía en vida, toda aquella falsa felicidad. Sólo queda la
conciencia vacía y atormentada, que ha de tener a Dios como juez, ya que
no quiso tenerlo como protector, y se encontrará con un señor severo a quien
no quiso buscar y amar como dulce padre.
(12) Pero tú, que vienes buscando el verdadero descanso75 prometido a los
cristianos después de esta vida, incluso aquí podrás gozar ese descanso
suave y agradable entre las durísimas dificultades presentes si amas los
preceptos de quien te lo prometió. Muy pronto te darás cuenta de que son
más dulces los frutos de la justicia76 que los de la iniquidad, y verás que el
hombre se goza más sincera y felizmente en su buena conciencia77, entre los
afanes, que en la mala conciencia en medio de los placeres; porque tú no has
venido a inscribirte entre los miembros de la Iglesia para sacar de ahí ninguna
utilidad temporal.
RECTA Y FALSA INTENCIÓN DE CONVERSIÓN
(3) Hay otros con mejor esperanza, aunque no menor peligro, que temen a
Dios y no se burlan del nombre de cristianos, que entran en la Iglesia de Dios
con un corazón sincero, pero ya en esta vida esperan la felicidad, como si
pudieran ser más felices en las cosas de este mundo que los que no adoran
a Dios. Y por esto, al ver que algunos malvados e impíos llegan a gozar de
esta prosperidad mundana de modo extraordinario y llamativo, mientras que
ellos carecen de ella o la han perdido, se intranquilizan como si honrasen a
Dios en vano, y así fácilmente abandonan la fe.
27. El verdadero descanso del cristiano. — (4) Pero el que, por el contrario,
quiere hacerse cristiano por la felicidad eterna y por el descanso sin fin80, que
se ha prometido a los santos después de esta vida, para no caer en el fuego
eterno con el diablo, sino para entrar en el reino eterno con Cristo81, éste es
un verdadero cristiano: en guardia contra toda tentación, para no verse
corrompido por la prosperidad o abatido por la adversidad, es modesto y
sobrio en la abundancia de los bienes terrenos y fuerte y sufrido en las
tribulaciones82. (5) Además, en su progreso, llegará a un estado de ánimo
que le hará amar más a Dios que temer el infierno, hasta tal punto que,
aunque Dios le dijera: «Puedes gozar para siempre de los placeres carnales
y pecar cuanto quieras, porque, pese a todo ello, no morirás ni irás al infierno,
pero no podrás estar en mi compañía», se llenará de horror y de ningún modo
pecará, y no para caer en el castigo que temía, sino para no ofender a aquel
que tanto le ama: solamente en éste se encuentra la paz, que ni ojo vio, ni
oído oyó83, ni pasó por el corazón de hombre alguno, y que Dios tiene
preparada para los que le aman84.
28. Dios, paz eterna para los que le aman. — (6) De esto nos habla
claramente la Escritura, y no pasa en silencio que, desde el comienzo del
mundo, en que hizo Dios el cielo y la tierra y todo cuanto hay en ellos, trabajó
durante seis días y al séptimo descansó85. (7) El Omnipotente podía haber
hecho todo eso en un solo momento. En realidad no había trabajado para
descansar, cuando: Dijo y todo fue hecho; mandó todas las cosas y fueron
creadas86; sino para dar a entender que, después de las seis edades del
mundo, en la séptima, como en el séptimo día, Dios descansará entre sus
santos87, porque éstos descansarán en él después de todas sus obras
buenas con las que le han servido, y que realiza él mismo en ellos, ya que es
él quien les llama y les da órdenes, y perdona sus pecados88 y justifica al que
antes era impío89. (8) Y si podemos afirmar con toda razón que es él el que
obra, cuando los otros obran gracias a su ayuda, del mismo modo, cuando
descansan en él, se dice con toda verdad que Dios también descansa. Por lo
que a él respecta, no tiene necesidad de descanso, porque no conoce la
fatiga. (9) Dios hizo todas las cosas por medio de su Verbo90, y su Verbo es
el mismo Cristo, en el que descansan, en su sagrado silencio, los ángeles y
todos los más puros espíritus celestiales.
30. Narración del paraíso y su pérdida. — (4) Y he aquí que Dios los colocó
en un lugar de perpetua felicidad, que la Sagrada Escritura llama paraíso99, y
les dio una orden, y de no haberla quebrantado, habrían permanecido
siempre en aquella inmortalidad feliz; pero si no la observaban, estarían
sujetos al castigo de la muerte. (5) Y Dios sabía ya que habían de transgredir
aquella orden; pero siendo el creador y autor de todo bien, prefirió crearlos,
al tiempo que creaba también los animales, para colmar la tierra de bienes
temporales. Por supuesto que el hombre, aun pecador, es mejor que las
bestias. (6) Y les dio sobre todo una orden, que no habrían de respetar, para
que no tuvieran excusa100 en el momento del castigo. El hombre, obre como
obre, siempre descubrirá que Dios es muy digno de alabanza en sus obras101,
esto es, si obra bien, lo encuentra glorioso en la concesión de los premios, y
si ha pecado aparecerá loable en la justicia del castigo, y si, confesados sus
pecados, vuelve al recto camino de la vida, descubre la gloria de Dios en la
misericordia del perdón.
(7) ¿Por qué, pues, no había de crear Dios al hombre, aun a sabiendas de
que había de pecar, cuando estaba dispuesto a coronar al que se mantuviese
en pie, o a enderezar al que hubiera caído, o ayudar al que se levantara, él
que siempre y en todas partes aparece glorioso en su bondad, en su justicia
y en su clemencia? Sobre todo, porque también sabía de antemano que de
aquella raza mortal habían de nacer santos varones que no buscarían su
gloria102 sino que trabajarían por la de Dios, y liberados de toda corrupción
mediante su culto, merecerían vivir siempre con los ángeles en una felicidad
perpetua. (8) Dios, que comunicó a los hombres el libre albedrío para que le
adoraran no por una necesidad de esclavos, sino por su libre voluntad,
también se lo dio a los ángeles; por eso el ángel, que con otros espíritus
satélites suyos abandonó la obediencia de Dios y se convirtió en demonio, no
pudo causar mal alguno a Dios, sino a sí mismo.
(9) Dios supo ordenar las almas que le han abandonado, y por medio de su
justa miseria embellecer las partes inferiores de su obra con leyes
sumamente ajustadas a sus creaturas y adaptadas a su admirable
economía. (10) El diablo no pudo dañar a Dios porque, o bien él mismo causó
su caída, o bien sedujo al hombre hacia la muerte103; y el hombre, por sí
mismo, tampoco disminuyó en lo más mínimo la verdad, el poder o la felicidad
de su creador, al dar oídos, por su propia voluntad, a las sugerencias de su
mujer, seducida por el diablo para hacer lo que Dios les había prohibido.
(11) Todos fueron condenados por las justísimas leyes divinas, para la gloria
de Dios por la justicia del castigo, y para ignominia suya por la vergüenza de
su pena, de modo que el hombre alejado de su creador y vencido fuera
sometido al demonio, y éste se viera expuesto a ser vencido por el hombre si
de nuevo se volvía hacia su creador, y de esa manera todos los que hasta el
final estuvieran de acuerdo con el demonio, irían con él a los suplicios
eternos, y cuantos se humillaran ante Dios y, por medio de la gracia divina,
vencieran al demonio merecerían los premios eternos104.
19 31. Las dos ciudades. — (1) Pero no debe inquietarnos el que sean
muchos los que siguen al demonio y pocos los que obedecen a Dios, porque
en comparación también el trigo es mucho menos que la paja. Pero como el
labrador sabe lo que ha de hacer con la excesiva cantidad de paja 105, así
nada es la multitud de los pecadores, pues sabe muy bien qué ha de hacer
de ellos, a fin de que la economía de su reino no se vea turbada y entorpecida
en nada. Y no por eso hemos de creer que haya vencido el demonio, en
cuanto arrastró detrás de sí a muchos, pues él y sus secuaces serán vencidos
por unos pocos. (2) Y así dos ciudades, una de los malvados y otra de los
justos, prosiguen su camino, desde el comienzo del género humano hasta el
fin del mundo, ahora mezcladas con los cuerpos, aunque separadas en las
voluntades, y en el día del juicio también deberán ser separadas en cuanto al
cuerpo.
32. Narración del diluvio. — (6) En realidad, incluso cuando destruyó con el
diluvio a todos, a excepción de un solo justo con su familia, que quiso fueran
salvados en el arca108, sabía ciertamente que no se habían de corregir. No
obstante, durante los cien años en que se construyó el arca109, se les
anunciaba la ira de Dios que iba a descargar sobre ellos, y, caso de que se
convirtieran a Dios, les perdonaría, como perdonó más tarde a la ciudad de
Nínive que hizo penitencia, al anunciarles el profeta la catástrofe que se les
venía encima110.
(7) Esto es lo que hace Dios incluso con los que sabe que están decididos a
perseverar en el mal, y les da un plazo de tiempo para ejercitar nuestra
paciencia y moderarla a ejemplo de la suya, y para que conozcamos cuan
pacientemente debemos tolerar a los malos, ya que no sabemos cómo se
han de portar más tarde, cuando él los perdona y permite que vivan, a pesar
de que sabe lo que va a suceder. (8) Por otro lado, en la figura del diluvio, del
que por medio de un arca de madera fueron salvados los justos111, estaba
anunciada la presencia futura de la Iglesia, a la que su rey, Jesucristo Dios,
salvó del naufragio de este mundo por el misterio de su cruz.
(9) Y Dios sabía muy bien que de quienes habían sido salvados en el arca
también iban a nacer hombres malos, que de nuevo llenarían con sus
crímenes la faz de la tierra. Y a pesar de todo, dio un ejemplo del juicio futuro
y preanunció la salvación de los buenos mediante el misterio del arca. (10) Y,
en efecto, incluso después de estos sucesos, la iniquidad no cesó de
propagarse bajo la acción del orgullo, las pasiones y la sacrílega impiedad,
cuando los hombres, abandonando a su creador, no sólo pecaron en la
creatura que Dios había creado, hasta el punto de adorarla en vez del creador
que la había hecho112, sino que doblegaron su espíritu ante las obras salidas
de las manos de los hombres y ante las invenciones de los artistas, con lo
que el demonio y los espíritus diabólicos obtuvieron un gran triunfo, en su
torpeza. Dichos espíritus se alegran al ser adorados y venerados en esos
ídolos, al tiempo que alimentan sus propios errores con los errores de los
hombres.
(7) Aquel pueblo, como decimos, recibió la ley escrita por el dedo de Dios en
unas tablas de piedra, para significar la dureza de su corazón 138, pues no
habrían de cumplir esa ley. Deseando, sin duda, los dones materiales de
parte del Señor, se veían movidos más por un temor carnal que por la caridad
espiritual, y sabemos que solamente la caridad cumple la ley139. (8) Por esto
se vieron obligados por muchas ceremonias externas con las que se sentían
sometidos al yugo de los esclavos140, tanto en las ordenanzas relativas a los
manjares como en los sacrificios de los animales y en otras mil cosas. Pero
todo eso era símbolo de las cosas espirituales que se referían al Señor
Jesucristo y a su Iglesia, y que entonces pocos santos las entendían como
portadoras de la salvación y las observaban según las posibilidades de la
época, mientras que la masa de los hombres carnales se contentaba con su
cumplimiento, sin entender su sentido.
(6) Todo esto, en sentido figurado, significa que la Iglesia de Cristo, en todos
sus santos, que son los ciudadanos de la Jerusalén celestial152, estaría
sometida como esclava a los reyes de este mundo. (7) Pues dice también la
doctrina apostólica: que todo hombre esté sometido a las supremas
potestades153, y que a cada uno se le devuelva lo suyo: al que tributo, tributo;
al que impuesto, impuesto154, y todo lo demás, excepto el culto que debemos
a nuestro Dios, démoslo a los príncipes de la organización humana, puesto
que el mismo Señor, para ofrecernos ejemplo de esta sana doctrina 155, en
virtud de la persona física de que se había revestido, no desdeñó pagar su
tributo156.
(8) Incluso los siervos cristianos y los buenos fieles han recibido la orden de
que sirvan con equidad y fidelidad a sus señores de este mundo157, a los que
ellos mismos juzgarán si hasta el final se han portado como malvados, o con
ellos han de reinar, todos juntos, si se hubieren convertido al verdadero
Dios. (9) A todos por igual se ordena que sirvan a los poderes humanos de
este mundo, hasta el momento en que, pasado el tiempo fijado de antemano
y simbolizado en los setenta años, la Iglesia se vea libre de la confusión de
este mundo, como lo fue Jerusalén de la cautividad de Babilonia.
(2) Estos momentos de las dos edades aparecen claros en los libros antiguos;
de las otras tres se habla también en el Evangelio, cuando se recuerda el
origen del Señor Jesucristo según la carne166. La tercera, en efecto, va desde
Abrahán hasta el rey David; la cuarta, desde David hasta aquella cautividad,
en que el pueblo de Dios fue deportado a Babilonia167; la quinta, desde
aquella deportación hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo. (3) Y a partir
de esta venida comienza la sexta, durante la cual la gracia espiritual, que
hasta entonces sólo habían conocido unos pocos patriarcas y profetas, se
manifiesta a todas las gentes, de modo que todos adoren a Dios
desinteresadamente, deseando de él no los premios visibles, debidos por su
servicio, y la felicidad de la vida presente, sino solamente la vida eterna, en
la que gozarán de Dios mismo, y así en esta sexta edad la mente humana
será renovada a imagen de Dios168, de la misma forma que el hombre fue
creado el sexto día a imagen del mismo Dios169.
(4) Y durante esa misma edad la ley adquiere su plenitud170, ya que no por
codicia de las cosas temporales, sino por amor de aquel que mandó, se
realizan todas las cosas que mandó. Pues ¿quién no se verá movido a
corresponder al amor de un Dios justísimo y sumamente misericordioso, que
amó primeramente a los hombres injustos y soberbios en extremo hasta el
punto de enviar por su causa a su único Hijo171, por el que hizo todas las
cosas172, que, sin mutación alguna por su parte, sino por la asunción en sí
mismo de la naturaleza humana173, se hizo hombre174, no sólo para poder
vivir con ellos, sino para poder morir por su salvación condenado por ellos
mismos?
(7) Nacido, en efecto, de una madre que, aunque concibió sin obra de varón
y siempre permaneció intacta178 —virgen al concebir, virgen al dar a luz,
virgen al morir—, estaba desposada con un carpintero179, extinguió así todo
el orgullo de la nobleza carnal. (8) Además, nacido en la ciudad de Belén180,
que entre las demás ciudades de Judea era tan pequeña que aun hoy se
llama aldea, no quiso que nadie se gloriara de la nobleza de ninguna ciudad
de este mundo. (9) Y también se hizo pobre181 el que es el dueño de todo y
por quien todo fue creado182, para que ninguno de los que crean en él se
atreva a enorgullecerse de las riquezas de aquí abajo. No quiso que los
hombres le proclamaran rey183, aunque todas las creaturas atestiguan su
reino sempiterno184, porque así mostraba el camino de la humildad a los
desgraciados que la soberbia había separado de su lado.
(2) Esta Ley les fue entregada a los judíos en diez mandamientos, que se
llaman Decálogo208, que, a su vez, se reducen a dos: amar a Dios con toda
el alma, con todo el corazón, con toda la mente, y amar al prójimo como a
nosotros mismos209. Y el mismo Señor dijo en el Evangelio, y lo manifestó
con su ejemplo, que toda la Ley y los profetas se basan en estos dos
preceptos210.
(3) Así como desde el día en que el pueblo de Israel celebró por primera vez,
en figura, la Pascua211, mediante el sacrificio y cena de un cordero, con cuya
sangre se marcaron los dinteles de las puertas para defensa de su propia
vida212, y desde ese día se cumplieron los cincuenta días213 cuando recibieron
la Ley escrita por el dedo de Dios214, palabra con la que, como hemos
indicado, se designa al Espíritu Santo, del mismo modo, a los cincuenta días
de la pasión y resurrección del Señor, que es la verdadera Pascua 215, fue
enviado el Espíritu Santo a los discípulos216, abandonando la imagen de las
tablas de piedra, que simbolizan los corazones endurecidos217. (4) En el
momento en que los discípulos estaban congregados en un mismo lugar en
Jerusalén, vino de repente un ruido del cielo, como si fuera un viento
impetuoso, y aparecieron unas como lenguas de fuego repartidas sobre ellos,
y comenzaron a hablar en diversas lenguas, de forma que cuantos habían
acudido adonde estaban ellos, cada uno reconocía su propia lengua:
recordemos, en efecto, que a aquella ciudad acudían los judíos, provenientes
de todo el mundo, por donde estaban dispersos, y donde habían aprendido
las diferentes lenguas de los diversos pueblos218. Luego, predicando a Cristo
con toda confianza, realizaban muchos milagros en su nombre219, hasta el
punto de que, pasando Pedro, su sombra tocó a un muerto y éste resucitó220.
42. Predicación y conversión de los judíos. — (5) Pero al ver los judíos que
se hacían tantos milagros en nombre de aquel que ellos habían crucificado,
parte por envidia221 y parte por equivocación222, algunos se encarnizaron en
perseguir a los apóstoles que predicaban a Cristo223, mientras que otros,
admirando más todavía que se hicieran tan grandes milagros, en nombre de
quien ellos mismos se habían burlado viéndolo abatido y vencido,
arrepentidos se convirtieron y creyeron en él a millares224.
(7) Y así, mortificando los deseos terrenos del hombre viejo225 y enardecidos
por la novedad de la vida espiritual, tal como les había enseñado el Señor en
el Evangelio226, vendían cuanto tenían y colocaban el precio de sus
posesiones a los pies de los apóstoles, para que éstos lo distribuyeran a cada
uno según sus necesidades227. Y viviendo concordes en la caridad cristiana,
nada llamaban propio228, sino que todo lo tenían en común, con un solo
corazón y una sola alma para Dios229. (8) Más tarde también ellos sufrieron
persecución en su carne de parte de los judíos, sus conciudadanos según la
carne, y fueron dispersados230, de modo que Cristo, gracias a esa dispersión,
fuera predicado más ampliamente y ellos mismos pudieran imitar la paciencia
de su Señor, pues el que por ellos había padecido con mansedumbre, les
ordenaba que ellos a su vez sufrieran por él.
24 44. Expansión de la Iglesia. — (1) Pero aquella vid, que extendía por todo
el orbe de la tierra sus sarmientos cargados de frutos, según lo había
profetizado240 y anunciado el mismo Señor241, multiplicaba sus retoños con
tanto mayor vigor cuanto más era regada con la sangre fecunda de los
mártires. (2) Ante la muerte de éstos, en número incontable por todas las
naciones, en testimonio de la verdad de la fe, hasta los mismos poderes que
los perseguían se doblegaron y se convirtieron al conocimiento y la
veneración de Cristo, abatida su orgullosa cabeza. (3) Pero era necesario,
como tantas veces lo había predicho el Señor, que aquella vid fuera podada
y de ella se arrancaran los sarmientos improductivos242, de los que han
surgido aquí y allí las herejías y los cismas243 de quienes, bajo el nombre de
Cristo, buscan no la gloria de Dios, sino la suya propia244; pero eso sucedía
para que la Iglesia, a causa de su hostilidad, se ejercitara más y más, y fuera
probada y aquilatada su doctrina y su paciencia245.
45. La hora del juicio final. — (4) Todos estos hechos se han cumplido, según
sabemos, tal como habían sido predichos muchísimo antes. Y así como los
primeros cristianos, que no habían visto cumplidas todavía estas profecías,
se veían movidos a creer gracias a los milagros, así nosotros, puesto que
todas estas profecías se han cumplido tal como las leemos en los libros,
escritos mucho antes de que se realizaran, donde se anunciaba como futuro
lo que nosotros vemos ahora presente, nos vemos fortalecidos en nuestra
fe246 para creer, en la esperanza y la perseverancia puesta en el Señor, que
sin duda alguna se cumplirán incluso las promesas que todavía no se han
realizado. (5) En efecto, leemos en los mismos escritos que todavía habrá
tribulaciones247 y tendrá lugar el último día del juicio248, en el que todos los
ciudadanos de aquellas dos ciudades han de resucitar con sus cuerpos y han
de dar cuenta de su vida ante el tribunal de Cristo juez. (6) Vendrá,
efectivamente, en la claridad de su poder249 el que antes se había dignado
venir en la humildad de su humanidad. Y separará a todos los buenos de los
malos, es decir, no sólo los que no quisieron creer en él expresamente, sino
también los que creyeron en él en vano e inútilmente: a los buenos les dará
un reino eterno en su compañía, y a los malos un castigo sin fin al lado del
demonio250.
(7) Pero así como ningún gozo producido por los bienes temporales puede,
en modo alguno, compararse con el gozo de la vida eterna que los santos
han de recibir, del mismo modo ningún tormento ni castigo temporal puede
compararse a los sufrimientos eternos de los malvados.
(3) ¿Y habrá de ser difícil para Dios que, en un instante, arrastra desde lo
escondido montones de nubes y con ellas cubre el cielo en un momento 251,
devolver a tu cuerpo la mole que antes tenía, él que pudo crearla antes de
que existiera? (4) Cree, pues, firme e inquebrantablemente que todas las
cosas que parecen sustraerse a los ojos de los hombres, como si perecieran,
permanecen íntegras e intactas en virtud de la omnipotencia de Dios. Él las
restaurará sin tardanza y sin dificultad alguna cuando quiera, al menos las
que su justicia juzgue que deben ser restauradas, con el fin de que los
hombres den cuenta de sus acciones en los mismos cuerpos con que las
llevaron a cabo, y que en esos cuerpos merezcan los hombres o la
transformación de la incorruptibilidad celestial252, según los méritos de su
piedad, o la condición corruptible del cuerpo según los méritos de mala vida,
condición que no será destruida por la muerte, sino que suministrará materia
a los sufrimientos eternos253.
48. Últimas recomendaciones. — (8) Ten todo esto fijo en tu corazón e invoca
al Dios en quien crees para que te guarde de las tentaciones del demonio, y
cuídate, no sea que por cualquier parte penetre en tu alma aquel enemigo
que, para consuelo perversísimo de su condena, anda buscando compañeros
en su castigo. (9) Porque el demonio se atreve a tentar a los cristianos no
sólo por medio de quienes aborrecen ese nombre y sufren de que todo el
mundo esté ocupado por ese nombre y ansían todavía servir a los ídolos y a
las supersticiones de los demonios, sino a veces también por medio de
aquellos a que nos hemos referido antes, separados de la unidad de la Iglesia
como de una vid podada, es decir, de los herejes y cismáticos. (10) Y algunas
veces trata de tentarlos y de seducirlos, sirviéndose incluso de los judíos.
(11) Pero, sobre todo, se habrá uno de guardar de ser tentado y engañado
por los que están dentro de la Iglesia católica, que ésta mantiene dentro como
la paja hasta el tiempo de ser aventada258. (12) Dios se muestra paciente con
ellos259 para confirmar la fe y la prudencia de sus elegidos, ejercitándolos por
medio de la perversidad de los malos, y porque muchos de entre ellos
avanzan en el buen camino y con denodado esfuerzo se convierten al servicio
de Dios, que se compadece de sus almas. (13) Pues no son todos los que
aumentan la ira para el día tremendo del justo juez, gracias a la paciencia de
Dios260, sino que muchos son conducidos al dolor salubérrimo de la
penitencia gracias a la paciencia divina261. Y hasta que esto suceda, por
medio de ellos se ejercita no sólo la tolerancia, sino también la misericordia
de los que ya caminan por el buen sendero.
(16) Pero te equivocas de plano si has venido con la intención de hacer esas
cosas con seguridad, y no aprovechará de nada el nombre de Cristo cuando
comience a juzgar con toda severidad el que antes se había dignado venir en
tu ayuda con la más amplia misericordia. (17) En efecto, él lo predijo en el
Evangelio con estas palabras: No todo el que dice ¡Señor, Señor! entrará en
el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre. Muchos me
repetirán aquel día: ¡Señor, Señor!, en tu nombre hemos comido y
bebido262. El final de cuantos perseveran en tales actos no es otro que la
condenación263. (18) En consecuencia, cuando veas que muchos no sólo
hacen esas cosas, sino que tratan de justificarse y aconsejan a los demás a
obrar igual, mantente firme en la ley de Dios y no sigas a los prevaricadores.
Ciertamente no vas a ser juzgado según el parecer de éstos, sino conforme
a la verdad de Dios.
(20) Con todo, no debes colocar tu esperanza en esas personas buenas que
te preceden o te acompañan hacia Dios, ya que no debes colocarla ni en ti
mismo, por más progresos que hubieres hecho, sino en aquel264 que, al
justificaros, os hace tales a ti y a los otros. Está seguro de Dios, porque no se
muda265; en cambio, de los hombres nadie puede estar seguro266. (21) Pero
si debemos amar a los que todavía no son justos, para que lo sean un día,
¡cuánto más ardientemente deben ser amados los que ya lo son! Pero una
cosa es amar al hombre y otra poner la esperanza en el hombre, hasta tal
punto que Dios manda lo primero y prohíbe lo segundo267. (22) Y si, después
de haber sufrido insultos y tribulaciones en nombre de Cristo 268, no te has
alejado de la fe ni te has desviado del buen camino, está seguro de que
recibirás un premio más grande, mientras que los que hubieren cedido en
estas cosas a la instigación diabólica, perderán incluso lo poco que
esperaban. (23) Sé humilde delante de Dios para que no permita seas
tentado más allá de tus fuerzas269.
(3) Luego, tomando pie de aquí, se le ha de advertir que, si alguna vez en las
Escrituras oye algo que le suene de modo carnal, aunque no llegue a
comprenderlo, debe aceptar, sin embargo, que algo espiritual, referente a la
santidad de costumbres y a la vida futura, se esconde allí. Y esto lo aprende
tan brevemente que, cuando haya oído alguna cosa de los libros sagrados
que no pueda tener relación con el amor de la eternidad, de la verdad y de la
santidad o con el amor del prójimo, crea que se ha dicho o realizado de una
manera figurada, y se esfuerce en entenderlo de modo que tenga relación
con aquel doble amor270. (4) Pero de tal manera que no entienda al prójimo
de una manera carnal, sino que en esa palabra ha de incluir a todos los que
puedan estar con él en aquella santa ciudad, ya lo estén realmente, ya
puedan estarlo un día. Y no ha de desconfiar de la corrección de ningún
hombre, pues ve que la paciencia de Dios le deja vivir no por otra razón sino
para que sea conducido a la penitencia271, como dice el Apóstol.
51. Ocasión para una explicación más breve. — (5) Si te parece demasiado
largo el discurso con que he instruido, como si estuviera presente un hombre
ignorante, puedes hacerlo de una forma más breve; pero no me parece que
debas hacerlo más extenso. En todo caso, es muy importante ver qué es lo
que aconseja el asunto cuando se expone y cuáles son las impresiones del
auditorio en el caso de aguantar o de desear alguna otra cosa. Pero cuando
se impone la brevedad, observa qué fácilmente se puede exponer todo el
tema.
(6) Supongamos de nuevo que un hombre se acerca con el deseo de hacerse
cristiano, el cual, después de haberle interrogado, contesta como el anterior.
En caso de que así no lo hiciere, se le ha de mostrar que aquélla debió haber
sido su respuesta. A continuación se le presentará el resto de esta manera.
EXPLICACIONES FINALES
54. La vida futura.— (9) Entonces, ¿por qué no se habían de cumplir las
cosas que faltan todavía? Es evidente que, tal como se han realizado las
primeras profecías, también se cumplirán las últimas, incluidas todas las
tribulaciones de los justos que faltan todavía, sin olvidar el día del juicio, que
separará a todos los malos de los justos, en la resurrección de los muertos, y
que apartará para el fuego merecido no sólo a los que están fuera de la
Iglesia, sino incluso a los que forman la paja de la misma Iglesia, que ésta
debe soportar con toda su paciencia hasta el momento final del
aventamiento293.
55. Ultimas exhortaciones.— (12) Por consiguiente, tú, que crees estas
verdades, cuídate de las tentaciones, porque el demonio anda buscando
personas que perezcan con él297: que el enemigo no te seduzca por medio
de los que están fuera de la Iglesia, sean paganos, judíos o herejes. Guárdate
de imitar a los que ves que siguen viviendo mal dentro de la misma Iglesia, o
a los que están entregados a los desordenados placeres del vientre y de la
gula, o a los impúdicos, o a los que se dejan arrastrar por curiosidades vanas
e ilícitas de los espectáculos, o de los sortilegios, o de las adivinaciones
diabólicas, o a los hinchados por la pompa y vanidad de la avaricia y de la
soberbia, o los que se hallan hundidos en cualquier tipo de vida condenada y
castigada por la ley. Por el contrario, busca la compañía de los buenos, que
fácilmente has de encontrar, si también tú fueres bueno, de modo que juntos
honréis y améis a Dios desinteresadamente, porque él mismo será toda
nuestra recompensa, ya que gozaremos de su bondad y de su belleza en
aquella eterna felicidad.
(13) Pero hemos de amarle no como algo que vemos con los ojos, sino como
se ama la sabiduría, la verdad, la santidad, la justicia y la caridad, o cualquiera
otra cosa semejante; y no como estas virtudes se encuentran en los hombres,
sino como se dan en aquella misma fuente de la sabiduría incorruptible e
inmutable. Busca, pues, la compañía de todos aquellos que ves que aman
estas virtudes, de modo que puedas reconciliarte con Dios por medio de
Jesucristo298, que se hizo hombre para ser el mediador de Dios y de los
hombres299. (14) Y no creas que los hombres perversos, aunque se
encuentren dentro de los muros de la Iglesia, han de entrar luego en el Reino
de los cielos: porque a su tiempo serán separados si antes no se convierten
a una vida mejor.
(15) Imita, pues, a los buenos, tolera a los malos y ama a todos, pues no
sabes qué ha de ser mañana el que hoy es malo. Y no ames su injusticia,
sino ámalos a ellos precisamente para que aprendan la justicia: se nos ha
mandado no sólo amar a Dios, sino también amar al prójimo, y en esos dos
mandamientos se funda toda la ley y los profetas300. (16) Y esta ley sólo la
puede cumplir el que haya recibido el don del Espíritu Santo301, igual al Padre
y al Hijo, porque esa Trinidad es un solo Dios y en éste hemos de colocar
toda nuestra esperanza. No pongamos esta esperanza en ningún hombre302,
cualquiera que sea, pues una cosa es aquel que nos justifica y otra aquellos
con los que nos justificamos.
(17) Tengamos presente que el diablo no sólo tienta por medio de nuestros
deseos, sino también por el miedo a las persecuciones, los sufrimientos y a
la misma muerte. Cuanto más haya sufrido un hombre por el nombre de Cristo
y por la esperanza de la vida eterna, si es que supo mantenerse fiel en el
sufrimiento, tanto mayor recompensa recibirá; pero si sucumbiere ante el
diablo, será también condenado con él.
Sábete que las obras de misericordia, junto con la piadosa humildad,
alcanzan del Señor que no permita que sus siervos sean tentados más allá
de lo que puedan soportar303.