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Así como el Cristo tiene tres connotaciones: El Cristo Histórico, el Cristo Íntimo y el
Cristo Cósmico; la Navidad también, por supuesto; ¿cómo puede haber navidad
sin el nacimiento del Cristo?
“Jesús Cristo”, del cual hemos oído hablar, que nació, predicó el “reino de Dios”,
murió y resucitó en la región de Judea hace 20 siglos, es el Cristo Histórico. Título
esgrimido también por Maestros como Hermes Trismegisto, Enoch, Moisés, Juan
el Bautista, Quetzalcóatl, Zoroastro, Krishna, Samael Aun Weor quienes, entre
otros, han sido Cristos Históricos.
Pero de nada me sirve que hayan nacido varios Cristos en diferentes épocas y
lugares de la tierra si no logro que el Cristo nazca en mi corazón. ¿Por qué
hacerlo? Sencillamente porque para llegar al Ser, primero hay que encarnar al
Cristo, así que es el camino obligatorio en nuestra misión.
Pero el Cristo Íntimo es un bebé que nace en Belén (“Torre de Fuego”), que es
nuestra columna vertebral por la que ha ascendido la Kundalini, producto de la
transformación de los diversos mercurios en cada una de las iniciaciones: Primero
el mercurio negro, luego el mercurio blanco seguido del mercurio amarillo y, como
corolario, la corona púrpura. Estos “tres mercurios” son representados por los tres
reyes magos que no son más que el simbolismo del trabajo alquímico en la “Gran
Obra”, el mercurio es el esperma sagrado que en cada iniciación se transforma en
tres niveles.
La estrella que guía a los reyes magos es la Estrella de David, con sus seis
puntas: Un triángulo superior (con su vértice hacia arriba) simbolizando el fuego (el
azufre = la pasión) y uno inferior (con su vértice hacia abajo) simbolizando el agua
(el mercurio = el esperma), en ella el secreto: El fuego sagrado, el fuego del
Espíritu Santo (de la Kundalini), el azufre fecundando el mercurio y formando la
“Estrella de Salomón”.
Es ese el héroe que todos llevamos dentro, que ansiamos vivir para lograr la
verdadera navidad de nuestro corazón: la Encarnación del Cristo Cósmico, para
que luego de otra iniciación, alcancemos, por fin, al Padre del Padre, y nos
unamos con el Ser pudiendo exclamar “Mi Padre y Yo somos Uno”, coronándonos
con el décimo “Aeón”.
El camino es claro, trabajar con los tres factores de la revolución de la Conciencia:
“Morir”, “Nacer” y “Servir a la Humanidad”; he ahí, de manera maravillosamente
simple y completa lo que debemos hacer: Deshacer el yo psicológico, practicar
intensamente la magia sexual y vivir la caridad y el amor conscientes, en particular
brindando el conocimiento trascendental a los demás.