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David González, Resumen 2, Segunda Meditación, Descartes.

El pensamiento es el único atributo que realmente pertenece al hombre, es lo único de lo


que puede estar seguro y de lo cual no puede ser desprendido. De ese modo, “Yo soy, yo
existo”, es necesario en la medida de que si algo piensa es porque algo es. Así pues, cierto
es que se es algo, pero ¿qué cosa?: una cosa pensante.

Para sustentar esta tesis lo primero que ha de hacerse es alejarse de “todo aquello en lo cual
pueda imaginar la menor duda, lo mismo que si supiera que es por completo falso” (p. 247)
hasta encontrar “al menos una cosa que sea cierta e indudable” (p. 247). Ahora bien, puesto
todo en duda, ¿no queda también en duda la propia existencia? La respuesta es no, ya que
“si me he persuadido, o sólo si yo he pensado algo” (p. 249) es porque algo soy. Sin
embargo, supóngase la existencia de un genio maligno capaz de engañar siempre, entonces
¿no podría también engañar acerca de lo anterior? La respuesta nuevamente es no, ya que
“no hay duda de que soy, si me engaña; y que me engañe cuanto quiera, él no podrá nunca
hacer que yo sea nada mientras que yo piense ser algo” (p. 249). Entonces, si bien es
necesariamente verdadero ser algo, ¿qué se es?

En principio podría decirse que se es hombre. Pero, ¿qué es ser hombre? ¿Bastaría con
decir que ser hombre es ser un animal racional? La respuesta es no, ya que “sería necesario
investigar luego lo que es animal y lo que es racional, y así, de una única cuestión,
caeríamos de manera insensible en una infinidad de cuestiones aún más difíciles y
embarazosas” (p. 251).

Quizás entonces se sea el cuerpo. Así que, ¿qué es el cuerpo?: “todo lo que puede ser
delimitado por alguna figura; lo que puede estar comprendido dentro de algún lugar y llenar
un espacio […] lo que puede ser sentido, […] lo que puede ser movido de muchas maneras,
no por sí mismo, sino por alguna otra cosa extraña de la cual sea tocado y de la cual reciba
la impresión” (p. 251). Ahora bien, ¿pueden esos atributos del cuerpo superar la hipótesis
del genio maligno?, es decir ¿se puede estar realmente seguro de ellos? La respuesta
nuevamente es no, ya que “no encuentro ninguna de la cual pueda decir que está en mí” (p.
253).

Quizás entonces se sea el alma. Así que, ¿qué atributos tiene el alma distintos de los del
cuerpo? Acaso ¿el caminar, el comer o más especialmente el sentir? La respuesta sigue
siendo no, ya que ninguno de éstos puede realizarse sin el cuerpo. Entonces, ¿podría ser el
pensar? Y la respuesta esta vez es sí, ya que “encuentro que el pensamiento es un atributo
que me pertenece: solo él no puede ser desprendido de mí” (p. 253). Ergo, “por lo tanto no
soy, hablando con precisión, sino una cosa que piensa, es decir, un espíritu, un
entendimiento o una razón” (p. 253). Pero, ¿y qué es una cosa que piensa? La respuesta es
“una cosa que duda, que concibe, que afirma, que niega, que quiere, que no quiere, que
también imagina y que siente” (p. 255). En suma, “soy yo quien duda, quien entiende y
quien desea, que ahí no hay necesidad de añadir nada para explicarlo […] y esto, tomado
así precisamente, no es otra cosa que pensar” (p. 257).

Pese a lo anterior, parece que en la práctica, las cosas corporales “que encuentro dudosas y
lejanas [son] conocidas por mí más clara y más fácilmente que aquellas que son verdaderas
y ciertas, y que pertenecen a mi propia naturaleza” (p. 257). Sin embargo, si se aplica de
nuevo la razón, se ve que los cuerpos no son más que algo extenso, flexible y mudable. Y,
aunque no sea posible concebir con la imaginación la infinidad de cambios que en éstos
puedan presentarse, cierto es que sí puede concebirse al menos mediante el entendimiento.
De esto se sigue que la percepción de las cosas corporales “no es una visión, ni un tacto, ni
una imaginación, y nunca lo ha sido, aunque antes parecía así, sino únicamente una
inspección del espíritu, que puede ser imperfecta y confusa, como lo era antes, o bien clara
y distinta, como lo es ahora” (p. 261).

En conclusión, se es en cuanto es seguro que se piensa, ya que “puede ser que aquello que
veo no sea en efecto [lo que creo que es]; también puede suceder que ni siquiera tenga ojos
para ver algo; pero no puede ser que cuando veo, o (lo que ya no distingo) cuando pienso
ver, yo, que pienso, no sea algo” (p. 263). Y si el conocimiento de las cosas corporales
resulta mucho más claro y distinto luego de aplicar la razón, “con cuánta más evidencia,
distinción y nitidez debo yo conocerme a mí mismo, puesto que todas las razones que
sirven para conocer y concebir la naturaleza [de los cuerpos], prueban con mucha más
facilidad y más evidencia la naturaleza de mi espíritu” (p. 263).

…..

Esta segunda meditación, personalmente, me resulta muy convincente. Creo que Descartes
la escribió con una -si se me permite- rigurosidad argumentativa que al final todo parece, en
su honor, muy claro y distinto. Es decir, de la tesis, a los argumentos y luego a la
conclusión, todo parece estar dispuesto de una manera que yo diría tan lógica que sería
imposible no estar de acuerdo. Y en efecto lo estoy. Cosa bella -si se me permite de nuevo-
eso desnudar los conceptos, de preguntarse el por qué del por qué del por qué, de ponerlo
todo en duda, de penetrar cada vez más a fondo, de lanzarse a la búsqueda de al menos algo
cierto. Y, pues, como acabo de admitirlo, parece que Descartes lo logró y, yo, no puedo
más que solazarme en su descubrimiento. Me uno a él y me tranquilizo en ello.

Sin embargo, ¡ah, cómo ese preguntarse constante, cómo esa duda permanente, nunca nos
deja en paz! Y es que, aunque toda la segunda meditación en su conjunto, como ya lo dije,
me resultó convincente, hubo un argumento que, secretamente en mi interior, sentía podía
llevárselo hasta otros niveles. Ese argumento es la hipótesis del genio maligno. Con base en
esta hipótesis se decía que aun cuando existiese un genio maligno capaz de engañarnos en
cuanto quisiera, dado que es a nosotros a quienes engaña, pues entonces hemos de ser algo
y no nada, pues no se engaña a nada sino a algo; de modo que, “yo soy, yo existo”, se hace
necesariamente verdadero a pesar de que pueda ser que todo lo externo a mí sea un engaño.
La cuestión que se me presentó, es que la hipótesis del genio maligno se basa en considerar
al genio maligno -como un él- y a mí o a Descartes o a nosotros -como un otro, es decir,
como un algo que existe fuera de él y que existe precisamente en virtud de su pensamiento-.
Ahora bien, ¿y no podría ser además que nuestro pensamiento no fuera más que otro
engaño del genio maligno, de modo que no existiera un tal pensamiento nuestro y en
consecuencia ni un yo ni un nosotros sino simplemente un él, es decir el él del genio
maligno? Algo así como, no si todo esto fuera un sueño creado para nosotros por el genio
maligno, sino que nosotros mismos fuésemos solo un sueño del genio maligno.

No creo imposible que un día de estos yo mismo sueñe por ejemplo con algún amigo y, en
el sueño, él me diga “David, estoy pensando que vivimos en el sueño de alguien” y
entonces yo le responda “No, qué va, no existe tal. Si esto fuera un sueño vos no podrías
afirmar que estás pensando”. ¡Oh, dios! Qué confuso es todo esto. Pese a ello, me iré a
almorzar, sea que en realidad tenga hambre o sea que en el sueño del genio maligno haya
llegado la hora de comer.

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