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~EDIClONES
~ PLURAL
Colección
ESTUDIOS COLOMBIANOS
Comité Editorial:
Armando Martínez - Magal i Carrillo - lsidro Vanegas
Primera edición: 20 17
Impreso en Colombia
Printed in Colombia
PRESENTACIÓN 13
EL LETRADO PARROQUIAL
Luis Ervin Prado Arel/ano 99
Las prolongaciones de la ciudad letrada: la parroquia 101
El letrado parroquial como intelectual 108
Derroteros de letrados palToquiales 11 5
Conclusiones 123
LA SOCIABILIDAD Y LA HISTORIA POLÍTICA DEL SIGLO XIX
Gilberto Loaiza Cano 127
La sociabilidad y el largo siglo XIX colombiano 130
Momentos de sociabilidad en el proceso histórico republicano 135
Los estudios sobre sociabilidad en la historiografía colombiana 152
El siglo XIX fÍJe visto hasta hace poco de manera generalizada como el teatro de
todos los déficits colombianos: caudillismo, fragmentación nacional, debilidad
estatal, baja productividad, aislamiento respecto al Atlántico norte, exclusiones,
entre otras anomalías. Estos presuntos rasgos llegaron a parecer el fruto de ma-
niobras deliberadas o la prueba anticipada de un destino ineludiblemente des-
graciado. La marca de una nación que habría nacido y dado sus primeros pasos
tocada por un maleficio que sólo podría romperse, en el mejor de los casos, con
un nuevo nacimiento, ilusión que durante años constituyó una autorización adi-
cional para que los más diversos actores políticos ensayaran métodos curativos
que incluían la violencia. Se trataba, sin embargo, de una perspectiva que no
habían adoptado todos los que habían tratado de comprender el período. Duran-
te un trecho considerable del siglo XIX los hombres públicos de ambas orillas
políticas se habian sentido orgullosos de los logros de la Nueva Granada y del
lugar que había llegado a ocupar en el concierto de las naciones, incluso cuando
la pensaron respecto a Europa y Estados Unidos.
Las ciencias sociales producidas desde el ámbito universitarío fueron, pues,
las que fijaron la idea de un siglo XIX estéríl y contrahecho, una de cuyas evi-
dencias más protuberantes sería su violencia supuestamente enorme y atípica. En
años recientes algunos investigadores incluso han creído ver zanjado el asunto,
como lo asegura Lma investigadora: "En la historiografía colombiana existe un
acuerdo más o menos explícito sobre el papel desempeñado por la guerra y la
violencia en la configuración de la nación: los referentes de identidad colectiva
se han tejido en tomo del eje de la guerra y las gramáticas bélicas han anudado
los tiempos. Esa idea de permanencia, continuidad y omnipresencia de la gue-
rra en la vida política del país, resuelve a su manera entonces las aporías del
tiempo y logra establecer el difícil vínculo del pasado con el futuro a través del
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El siglo diecinueve colombiano
presente".l No obstante, aserciones corno esta, que a primera vista parecen rigu-
rosas, en realidad no le introducen sino leves aditamentos al relato de la historia
colombiana predominante desde mediados del siglo XX. Relato de una Nueva
Historia que supuso, sin estudios que pudieran corroborarlo, que el siglo inicial
de la nación colombiana había carecido de hechos y de cambios significativos,
de modo que la sociedad neogranadina había continuado siendo básicamente la
misma del periodo monárquico, la misma de antes de su revolución.
La Nueva Historia desde su misma designación había puesto de manifiesto
su voluntad de repudiar no únicamente los relatos precedentes del pasado co-
lombiano, sino incluso ese pasado. Pero esta vocación, a su tumo, carecía de
novedad, pues hundía sus raíces en la obra intelectual y en la actitud política de
lndalecio Liévano Aguirre, hecho en el que no se ha reparado suficientemen-
te. Liévano había desarrollado desde la década de 1940 una exitosa carrera de
historiador, la cual coronaba y reforzaba su carrera de político revolucionario.
Como historiador propuso un relato de la historia colombiana cuyos elementos
centrales radicaban en la calificación de fracaso que le otorgaba a todos los pro-
yectos políticos y todas las iniciativas de modernización, y en la adjudicación de
ese fracaso a las élites, más precisamente a una "oligarquía" que de esta manera
habria conspirado contra la nación. Pero su éxito no se debió simplemente a
sus textos, pues estos son indesligables de una estrategia narrativa que bien po-
dría ser caracterízada como melodramática, por oposición a otra de naturaleza
dramática, especie esta de escenificación donde un autor introduce verdaderos
contradictores que portan ideales respetables y dilemas significativos que justifi-
can que ellos puedan encontrar simpatizantes y que a su vez sugieren preguntas
merecedoras de dilucidación. Liévano, en cambio, desplegó un escenario donde
combaten buenos y perversos, y donde el gesto teatral deja ver sobre todo ma-
niqueísmo, exageraciones y complots, sobre cuyo rol y naturaleza bien valdría
la pena interrogarse, como lo hicieron de manera brillante Richard Hofstadter y
Gordon Wood para el caso estadOlmidense. 2
De aquella senda melodramática en la que se inscribieron muchos periodis-
tas y escritores apenas está saliendo la disciplina histórica colombiana, muchos
de cuyos estudiosos también escogieron ese camino. Pero esta renovación, como
1. Liliana López, "El republicanismo y la nación. Un mapa retórico de las guerras civiles del
siglo XIX colombiano", Estudios Políticos, n° 21, julio-diciembre de 2002, p. 31. Muchos investi-
gadores suscriben esta idea. Véase, por ejemplo, María Teresa Uribe, "Las guerras por la nación en
Colombia durante el siglo XIX", Estudios Politicos, n° 18, enero-junio de 2001, pp. 9-27.
2. Richard Hofstadter, The Paranoid Style in American Politics l/nd Other Essays, Vintage
Books, Nueva York, 1965; Gordon Wood, "Conspiracy and the Paranoid Style: Casuality and De-
ceit in the Eighteenth Century", en The Idea 01 America, The Penguin Press, Nueva York, 2011,
pp. 81-123.
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Presentación
parece natural por las razones expuestas, recibió un primer impulso del exterior,
particularmente de colegas ligados al mundo académico anglosajón, donde más
rápidamente los discursos universitarios lograron desprenderse, no de las inquie-
tudes políticas, sino de las fmmas más estériles del militantismo intelectual. Es
allí, sobre todo, donde en las dos o tres décadas anteriores se han hecho los
esfiJerzos másITuctíferos por comprender de una manera abierta nuestro siglo
XIX. Comenzando con los prolongados esfiJerzos de David Bushnel1 y Malcolm
Deas, y más tarde a través de las obras igualmente innovadoras de Helen Delpar,
David Sowel1, Michael Jimenez, entre otros. Y allí siguen produciéndose traba-
jos importantes, como la investigación de Richard Stoller sobre el liberalismo en
el Socorro, la de James Sanders acerca de la participación popular en el Cauea,
la de Steinar Srether en tomo a la dinámica racial en una región caribeña inmersa
en la revolución. 3
Aunque no necesariamente inspirados en esos trabajos, investigadores co-
lombianos también hemos emprendido desde hace algunos años una labor sis-
temática de estudio del siglo XIX, la cual ha dado ya frutos en un número con-
siderable de libros y de artículos. Así, los estudios sobre este periodo se han
ampliado y cualificado significativamente, logrando que se reduzca en algo la
gran distancia que nos habían tomado incluso los historiadores de muchos países
de América Latina en cuestiones como las revoluciones, la participación ciu-
dadana o la construcción de la nación y el Estado. Sin embargo, aún es poco 10
que ha sido estudiado de manera rigurosa, de manera que en este libro buscamos
proseguir aquella renovación y mostrar al mismo tiempo algunos de los temas y
problemas en que actualmente trabaja, cada uno por su cuenta, el pequeño grupo
de investigadores reunidos aquí.
Este conjlmto de estudios, asimismo, le da un lugar preponderante a lo po-
lítico, no a la política en aquel sentido restrictivo en que fiJe estudiada durante
décadas y que con una buena dosis de razón fue desdeñada por los historiadores
debido a su estrechez de miras. Lo político remite aquí a un conjunto hetero-
géneo de espacios, de lenguajes, de dinámicas en las cuales se juega no sólo el
control del poder del Estado entre actores nítidamente delimitados sino también
la representación y el modeJamiento de la sociedad misma a través de sus mu-
chas tensiones y de la participación de múltiples sujetos. En este sentido -y es
una escogencia que el editor enfatiza- el libro Je otorga un Jugar destacado a
la revolución nmdacional, en la medida que de aquel acontecimiento emergen
vectores que van a marcar poderosamente al conjunto de la sociedad tanto en sus
3. Por contraste, la producción historiográfica francesa sobre Colombia es muy escasa, aunque
goza de notable influencia.
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El siglo diecinueve colomb ian o
líneas de desarrollo corno en sus desafios. Con esta escogencia se busca mostrar,
además, que no es en absoluto en el periodo colombiano, en el liderazgo boliva-
riano y en las grandes batallas de la década de 1820 que comienza la historia na- .
cional neogranadina/colombiana. Con la designación de las primeras repúblicas
como el momento fundacional-lo que yo llamo la Revolución Neogranadina- ,
deseo indicar que es con 1m hecho político, en todo su vasto significado, que
arranca el proyecto de una nueva nación y con ella las instituciones, los lenguajes,
las ilusiones y las decepciones que nos constituyen aún hoya los colombianos.
Del conjunto de trabajos reunidos en este libro emerge, adicionalmente, lID
siglo XIX con mucha más intervención de la sociedad, y particularmente de los
grupos desfavorecidos, de la que con frecuencia se ha admitido. En este sentido
contrasta también con la visión de los historiadores que siguen dibujando un siglo
colmado apenas de exclusiones, un siglo en que el pueblo no habria sido más que
carne de cañón o carne de urna: gente utilizada, sujetos pasivos que habrían ido a
la escena pública sin voluntad y sin beneficios para sí. Aquí, en cambio, se mues-
tra cómo además de la guerra y de los mecanismos establecidos por la ley, en la
Colombia decimonónica se dieron muy variadas formas de participación, desde
la organización gremial, las sociedades filantrópicas y secretas, las fiestas cívicas,
las asociaciones informales, etc., las cuales pueden ser pensadas como otras tantas
formas de ejercicio de la ciudadanía.
En este libro hemos dado cabida a otra reorientación importante: le hemos
adjudicado a ese inmenso conj unto humano denominado el Cauca un lugar menos
accesorio, sombrío y predecible del que normalmente se le reconoce en la histo-
riografia del siglo XIX. Porque el Cauca no solo se extendió por casi la mitad
del territori o nacional, sino también porque allí tuvieron origen varias de las más
significativas movilizaciones políticas y sociales de nuestra historia. No simple-
mente las redadas de caudillos presuntamente omnipotentes que arriaban masas
humanas, sino ante todo las protestas y las iniciativas de hombres y muj eres hu-
mildes pero concretos que se movilizaron en una amplia escala para expresar sus
demandas, sus ideas, sus esperanzas y sus frustraciones, lo cual le introduce a la
visión que nos hemos hecho del siglo XIX lma coloración profundamente distinta.
Este libro no pretende ser un manual, pues no as pira a la fijación de un plmto
de vista o de unos puntos de vista, sino más bien a levantar nuevas preguntas, a
sugerir vías de análisis, a mostrar vacíos. Como editor agradezco inmensamente a
todos los autores, por su entusiasmo en responder afirmativamente a mi convoca-
toria y por su generosa disposición a repensar su propio trabajo.
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REVOLUCIÓN NEOGRANADINA:
LA FELIZ CATÁSTROFE
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Revolución Neogranadina: la feliz catástrofe
fue el eje organizador, en primera instancia, de las tensiones políticas: las fac-
ciones, los partidos, los líderes, se situaron en relación a lo que la Revolución
había hecho y lo que había prometido o amenazado hacer. Pero también fue el eje
organizador de las tensiones sociales, pues los grupos en que se inscribieron los
hombres y que trataron de representar sus afinidades y sus antagonismos, fueron
en gran medida forjados, delimitados, con base en las ilusiones y los temores
que había provocado la Revolución. Sin embargo, con el tiempo, especialmente
en la segunda mitad del siglo XX, la Revolución fue siendo desestimada como
potencia creadora en la vida pública colombiana en la misma proporción que
una nueva revolución, de otro orden y cargada con todas las promesas, ganaba el
espíritu de los intelectuales.
Así pues, en la actualidad la Revolución Neogranadina, que bien podría ser
el hito fundacional de la nación4 de los colombianos, le genera a estos sobre
todo lástima de sí mismos, los empuja más a la autocompasión que a algún tipo
de movilización para devenir mejores. Por contraste, las revoluciones angloa-
mericana y francesa siguen conservando, pese a la mala hora del universalismo
liberal o al declive de la idea de nación, una gran capacidad creadora, un rol de
referente de la vida en común de los ciudadanos de esos países. Esas revolucio-
nes siguen siendo un poderoso elemento de identidad, un estímulo al civismo
y un reto intelectual. Un recurso primordial en la creación de respuestas a los
grandes desafíos que también ellos siguen confrontando.
El presente texto ofrece una síntesis de las principales transformaciones ge-
neradas por la Revolución Neogranadina, de las etapas que recorrió y de la forma
como ha sido estudiada. Está basado en la investigación del autor acerca del
acontecimiento revolucionario,5 de ahí que en muchos casos no se detenga a ha-
cer citas específicas. No obstante, al final espero haber justifícado el apelativo de
Revolución Neogranadina que propongo para el gran drama que intento ayudar
a comprender.
4. En América Latina la cuestión nacional parece saldada, en su contra, sin la más leve dis~
eusión. Una perspectiva compleja del asunto en Pierre Manent, La raisan des nations, Gallirnard,
París, 2006.
5. Particulmmente: Isidro Vanegas, La Revolución Neogranadina, Ediciones Plural, Bogotá, 2013.
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Isidro Vanegas
tos. Esta situación contrasta con el pobre conocimiento social de aquel complejo
de eventos, a pesar de lo mucho que ellos han sido evocados en los mllseos, en
los discursos e incluso en las pantallas de televisión, a raíz de la celebración del
bicentenario 6 Porque en las columnas de prensa, en la literatura, en la escuela e
incluso en algunos círculos académicos prevalece un relato de gran simplicidad
sobre la revolución. Pareciera que para intervenir públicamente respecto a los
orígenes nacionales bastara con los aprendizajes infantiles y que dichas opinio-
nes nada perdieran de valor al ignorar los resultados de las investigaciones aca-
démicas que se han publicado en años recientes.
Esa tosquedad interpretativa no emerge, sin embargo, ni del acontecimien-
to revolucionaría ni de sus actores. Estos, por el contrario, pensaron aquellas
agitaciones a partir de lm conocimiento propio y sutil de la ciencia política de
su época, en cuyo corazón yacía la noción de régimen político, proveniente de
la filosofia política clásica pero transformada por el pensamiento modern0 7 El
esfuerzo por encontrarle un significado a la revolución arrancó, en efecto, con
los eventos mismos y tuvo un recorrido accidentado y productivo debido en gran
medida a que permaneció ligado ti las disputas políticas, sin que nunca llegara
a cristalizarse una interpretación canónica de los orígenes de la nación. En el
siglo XIX ni siquiera la ambiciosa obra de José Manuel Restrepo gozó de una
autoridad considerable entre aquellos que intentaron descifrar el momento nm-
dacional, y no fue por tanto mediante su Historia de la revolución que los padres
de la patria constmyeron su mito y la Nueva Granada su imagen de sí misma
como asociación política. En lugar de una obra cuya supuesta impronta poderosa
y estéril habría forjado por sí sola la imagen que los colombianos se hicieron de
la Revolución, lo que encontrarnos son relatos en choque sobre la naturaleza del
evento, sobre sus consecuencias y sobre el rol de los actores centrales. En medio
de esa querella interpretativa fueron llevados a la escena pública trabajos muy
diversos que contenían elementos de análisis complejos que siguen teniendo uti-
lidad para comprender el tipo de transformaciones que se dieron, las alteraciones
que estas significaron en la vida de las personas y de la nueva nación, así corno
el carácter del antiguo orden con el cual chocó la revolución. En los mejores
ejemplos de esa historiografIa, el escaso entusiasmo por las batallas y los héroes
6. En 2009 una encuesta encontró que sólo el 35% de los colombianos sabía de que país nos
habíamos independizado ("¿De quién nos independizamos?", Letras libres, nO 141, septiembre de
2010, México DF, p. 108).
7. Un estudio sistemático de la ciencia política de los revolucionarios neogranadinos sería de
gran utilidad para comprender mejor todo el acontecimiento. Gordoo Wood ofrece un ejercicio
descollante para el caso angloamericano en La création de la république américaine, Éditions
Belin, Paris, 1991, pp. 681-706.
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Revolución Neogranadina: la feliz catástrofe
contrasta con el interés por los diseños institucionales, las ideas, e incluso los
lenguajes que fOljaron y expresaron los cambios.'
Aquella vivaz imagen de la Revolución Neogranadina sufrió un cambio de-
cisivo desde el inicio mismo del siglo XX. La Academia Colombiana de Historia
desarrolló y terminó imponiendo una especie de síntesis republicana, esto es,
una interpretación en la que el acontecimiento quedó colocado por encima de
las pasiones políticas y las fuerzas sociales. Un relato que cultivó el amor por la
patria y las virtudes cívicas en un país entonces avergonzado de la pllgnacidad
destructiva de sus partidos. Con razón también enalteció la obra de los líderes
de las primeras repúblicas, pero lo hizo al precio de sacarlos del marco en que se
fragua la vida humana, haciéndolos más bien ídolos paganos o santos católicos.
Como parte de aquel mismo objetivo concilió artificialmente tanto los actores in-
dividuales de la revolución -haciendo parecer que siempre habían actuado con
la más perfecta armonía- como los grupos sociales neogranadinos, declarando
que entre estos no habían existido diferencias ni tensiones importantes. Aquella
historia de bronce también empobreció la Revolución por otras vías. La redujo a
la independencia, 10 que cuadraba con su pulsión heroizante, e hizo de la repú-
blica un fruto secundario, dando de ella una definición anodina y conformista.
Asimismo, desfiguró la dinámica de los acontecimientos revolucionarios no sólo
afirmando que los impulsos creadores habían provenido del centro santafereño,
que personificó en Antonio Nariño, sino censurando el federalismo como un ex-
travío. Además, concilió la América española con su metrópoli pero mediante
una operación paradójica, pues al tiempo suscribía un crudo teleologismo según
el cual las naciones americanas preexistían a la independencia, la cual por tanto
era inexorable.'
Uno de los primeros en enfrentarse sistemáticamente a aquel relato de la
Academia y en tratar de comprender el periodo revolucionario y la historia co-
lombiana en general a partir de las luchas sociales y económicas, fue lndalecio
Liévano Aguirre. Su trabajo, emotivo y moralizante, debió en buena medida su
enorme éxito al énfasis que puso en denunciar a una presunta oligarquía que ha-
bría envuelto sus perversos designios y su inautenticidad en declaraciones bien-
intencionadas. 1O Aquel ejercicio, maniqueo y complotista, guardaba sin embargo
8. Isidro Vanegas, "La fuga imaginaria de Germán Colmenares", Anuario Colombiano de His-
toria Social y de la Cultura, voL 42, nO 1, enero-junio de 201 S, Bogotá, pp, 275-307,
9. El libro de Jesús María Herrao y Gerardo Arrubla (Historia de Colombia, Escuela Tipo-
gráfica Salesiana, Bogotá, 1911) sintetizó tempranamente sus rasgos y sus ambiciones. Pero una
elaboración universitaria solo vino a hacerse tardíamente, mediante el trabajo de Javier Ocampo:
El proceso ideológico de la emancipación en Colombia, Colcultura, Bogotá, 1980.
10. Cuán perdurable es esta idea entre los intelectuales que se reclaman parte de "los venci-
dos", eso puede verse en "La Historia de Colombia y sus oligarquías" que escribe con tanto éxito
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Isidro Vanegas
como profundidad intelectual Antonio Caballero. Este y Liévano Aguirre han llevado el melodra-
ma histórico a un altísimo nivel.
11. Una sólida crítica al paradigma estructuralista en Roger Chartier, "L'histoire entre récit
et conaissance", en Al! bord de lafalaise. LJhisloire entre certitudes el inquiétude, Albin Michel,
París, 2009, pp. 99-123.
12. Las obras más significativas sobre esta etapa son, a mi juicio: Daniel Gutiérrez, Un nuevo
reino. Geografia política, pactismo y diplomacia durante el interregno en Nueva Granada, 1808-
1816, Universidad Externado, Bogotá, 2010; Y Steinar Srether, Identidades e independencia en
Santa Marta y Riohacha, /750-1850, ICANH, Bogotá, 2005. El trabajo de Clément Thibaud (Re-
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Revolución Neogranadina: la feliz catástrofe
públicas en armas, Planeta, Bogotá, 2003) pierde algo de su valor con su pobre indagación acerca
de las primeras repúblicas. Por otro lado, se cuenta también con una amplia cantidad de artículos
serios, que ratifican el buen momento por el que comienza a pasar el tema.
13. Un acercamiento tanto a su obra como a su lugar en la historiografia española, en Mona
Ozouf, "Fraoyois Furet", y Antonio Morales, "La recepción de Fraoyois Furet en España", en La
historiografía fi'ancesa del siglo XX y su acogida en España, Benoit Pellistrandi, ed., Casa de
Velásquez, Madrid, 2002.
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14. Entre la amplia producción de Franyois-Xavier Guerra en torno a las revoluciones, sobre-
salen: ÑJodernidad e independencias [1992], Mapfre / Fondo de Culhlra Económica, México DF,
200 t; Y "Lógicas y ritmos de las revoluciones hispánicas", en Revoluciones hispánicas. Indepen-
dencias americanas y liberalismo español, Editorial Complutense, Madrid, 1995, pp. 13-46.
15. Una de las pocas críticas bien fundadas que ha tenido la obra de Guerra ha corrido por
cuenta de Elías Palti en El tiempo de la política. El siglo XIX reconsiderado, Siglo XXI Editores,
Buenos Aires, 2007, pp. 18-56.
16. Franyois-Xavier Guerra, lvfodernidad e independencias, ob. cit., pp. 61-62, 72,169-170;
Franyois-Xavier Guerra, "Las metamorfosis de la representación en el siglo XIX", en Democra-
cias posibles. El desafio latinoamericano, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 1993, pp.
44,61-62; Franyois-Xavier Guerra, "Lógicas y ritmos de las revoluciones hispánicas", arto cit., p.
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Revolución Neogranadina: la feliz catástrofe
limitado del vacio de poder, el cual usa además de manera iudiscriminada para
definir lo que supuestamente acaece de manera automática y generalizada en
toda la monarquía española con la ausencia de Fernando VII. Claude Lefort y
Franyois Furet,17 quienes más reflexionaron en Francia acerca de la situación en
que acontece tm desplazamiento en el lugar que ocupa el poder, pensaron este
estado de la sociedad no como un simple desconcierto de la máquina adminis-
trativa o de la autoridad, a lo cual reduce Guerra el asunto y que lo llevó a trazar
un itinerario erróneo de las revoluciones, sobre todo en la parte americana de la
monarquía." Porque en gran parte de esta, la sustracción de la cabeza de la socie-
dad, el rey, no prodtuo de inmediato una crisis de autoridad y ni siquiera generó
interrogantes desestabilizadores sobre la naturaleza del orden.
Guerra, por lo demás, es el progenitor de la idea según la cual las revolu-
ciones de la América española introdujeron una soberanía popular mutilada o
cuando menos singular -supuestamente indecisa entre los pueblos y el pueblo
abstracto--- respecto al prototipo francés, y más bien expresiva de tma socie-
dad cuyos rasgos tradicionales habrían permanecido sin mayores alteraciones. 19
Guerra falla en la elucidación de este problema, pues coloca en un mismo orden
explicativo las dos formas de existencia del pueblo en los regímenes democrá-
ticos: como "pueblo principio", esto es, como fundamento de la legitimidad, y
como "pueblo sociológico", pueblo este con todas sus divisiones, siempre en
constmcción a la luz de la disputa por la representación. Un pueblo principio
que solo puede ser pensado en la unidad y un pueblo múltiple, irreductible a la
unificación. 20 Así pues, la idea según la cual los pueblos, como comunidades po-
líticas aparentemente unificadas, fueron titulares de la soberanía -junto al pue-
17. Fraoyois Furet, Penser la Révolution franr;aise, Gallimard, Paris, 1978; Claude Lefort,
Essais sur le politique, ob. cit., espec. pp. 17-32; Claude Lefort, L'invention démocratique, ob.
cit.• espec. pp. 159-176.
18. Fraoyois-Xavier Guerra, lviodernidad e independencias, ob. cit., espec. pp. 43-44, 122-123;
Fraoyois-Xavier Guerra, "El pueblo soberano: fundamento y lógica de una ficción", en Figuras
de la modernidad. Hispanoamérica siglos X/X-..:,(X, Universidad Externado, Bogotá, 2012, p. 49.
19. Fraoyois-Xavier Guerra, "El soberano y su reino. Reflexiones sobre la génesis del ciudada-
110 en América Latina", en Ciudadanía política y formación de las naciones, El Colegio de México
I Fondo de Cultura Económica, México DF, 1999, pp. 33-61. Antonio Aninno copió de Guerra y
desplegó el argumento para el caso de México, pero además quiso hacerlo peltinente para toda la
. América española: "Soberanías en lucha"; "Pueblos, liberalismo y nación en México", en F.-X
Guerra y A. Annino, coords., Inventando la nación, Fondo de Cultura Económica, México DF,
2003, pp. 152-184,399-430.
20. Acerca del pueblo en esta doble condición: Claude Lefort, L 'Invention démocratique, Fa-
yard, París, 1981, espec. pp. 159-176; Alain Pessin, Le Mythe du peuple et la société franr;aise dll
JClX! si¿cle, PUF, París, 1992; Pierre Rosanvallon, El pueblo inalcanzable, Instituto Mora, México
DF,2004.
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Isidro Vanegas
blo soberano--, no pasa de ser una confusión respecto a las formas del pueblo
sociológico, que bajo la forma de pueblos en su sentido administrativo o gremios
o castas fue invocado para tratar de darle materialidad a esa autoridad soberana
que nacía del pueblo concebido como principio fundador de la legitimidad en el
nuevo orden,
Vale la pena asimismo prestar atención a un déficit interpretativo importan-
te del paradigma de Guerra, cual es la definición del cambio provocado por el
acontecimiento revolucionario. En efecto, él aprehende con perspicacia la con-
ciencia que los actores de este tuvieron de estar entrando en una nueva época
en la medida que estaban redefiniendo el hombre, la sociedad y la política, y él
mismo define el acontecimiento como la "desintegración de la monarquía" y el
advenimiento de un "nuevo régimen". Pero al tiempo que reconoce la ocurrencia
de un cambio nítido y profundo en los ejes del orden político debido a la revolu-
ción, concluye que lo nuevo en realidad apenas 10 es, caracterizando al "nuevo
régirnen" -el cual denomina "modernidad politica"- como algo esencialmente
vago y más bien arcaico desde su nacimiento. Al descuidar el significado de la
noción de régimen político, Guerra automáticamente se endosa una limitación
considerable, dado que ella fue fundamental en la experiencia revolucionaria
como una clave con la que todos los actores de la revolución leyeron su actua-
ción y la de sus adversmios, creyendo que una determinada comunidad políti-
ca era el conjunto primordial en que los hombres podían vivir en sociedad de
manera plena y en que podían alcanzar los fines de la existencia humana. Otra
consecuencia de rehuir la ciencia política de la época es que deja de captar el rol
tan importante que tuvo el monarca español, quien en lugar de simple potencia
gubemativa fue a los ojos de los súbitos la figura que sintetizaba y preservaba los
valores que fundaban el orden.
En fin, los estudios sobre las revoluciones del mundo hispánico inspirados
en Franyois-Xavier Guerra han arrojado nuevas luces sobre fenómenos como la
representación política o la nación, así como sobre nociones e ideas decisivas en
los acontecimientos. Sin embargo, la cuestión de los alcances de esas revolucio-
nes prácticamente no ha sido abordada y los investigadores parecen conformarse
con las líneas generales propuestas por él. Uno de los problemas que conlleva
esta actitud es que sus conclusiones respecto a la trascendencia de aquella muta-
ción están imbuidas de la certitud del fracaso de que parten hace mucho tiempo
los estudiosos locales y extranjeros de la historia latinoamericana, la cual com-
porta, sin embargo, una elucidación mutilada de los hechos. En efecto, Guerra
en lugar de preguntarse por la solidez de la oscura imagen predominante sobre el
siglo XIX latinoamericano, en la que sobresalía el clientelismo, la violencia, la
exclusión, el caudillismo, entre otras anomalías, puso sus conclusiones en sinto-
27
Revolución Neogranadina: la feliz catástrofe
nía con esos prejuicios. En contraste con esta negatividad con que caracterizó la
América Latina, Guerra no cesó de definir a Europa, particularmente a Francia,
como el modelo del cambio revolucionario y de la "modernidad política".
La obra de Guerra, en otras palabras, está basada en un comparatismo sesga-
do que parte de diversos lugares comunes infundados sobre Europa y América
Latina. La imagen de esta como antimoderna, antiliberal y caótica ha venido
empero a ser desmentida en muchos aspectos en los últimos años. El liderazgo de
los caudillos es caracterizado como más consensuado y civilista, según lo reve-
lan diversos estudios en torno al ro sismo rioplatense, por ejemplo;2l la participa-
ción popular es mucho más decisiva y autónoma, como lo muestra por ejemplo
James Sanders para el caso eaucano;22 la sociedad civil es mucho más dinámica,
como lo pone de manifiesto Carlos Forment para México y Perú. 23 Pero también
esa Francia que más o menos veladamente es el modelo de la "modernidad polí-
tica", en realidad participaba en el siglo XIX de sinsalidas, de formas de arcaís-
mo político y de exclusión semejantes a las de América Latina. Ya en tiempos de
Franyois-Xavier Guerra lo mostraban historiadores como Pierre Rosanvallon o
Patriee Gueniffey, entre otros."
21. Pilar González, Civilidad y política en los orígenes de la nación Argentina: las sociabilida-
des en Buenos Aires, 1829-1862, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2008; Raúl Fradkin,
La historia de Una montonera. Bandolerismo y caudillismo en Buenos Aires, 1826, Siglo XXI
Editores, Buenos Aires, 2006; Ariel de la Fuente, Los hijos de Facundo. Caudillos y montoneras
en la provincia de la Rioja durante el proceso deformación del Estado Nacional argentino (1853-
1870), Prometeo Libros, Buenos Aires, 2007.
22. James Sanders, Contentious republicans. Popular Politics, Roce, and Class in Nineteenth-
Century Colombia, Duke University Press, Durham, 2004. La valoración de la intervención
campesina e indígena en la construcción nacional y estatal latinoamericana ha sufrido un vuelco
completo y ha dado lugar a un amplio número de trabajos.
23. Carlos A. Forment, Democracy in Latin America, 1760-1900, The University of Chicago
Press, Chicago, 2003.
24. Pierre Rosanvallon, Le sacre du citoyen. Histoire du suffrage universel en France, Galli-
mard, Paris, 1992; Patrice Gueniffey, Le nombre et la raison. La Révolution franr;aise el les élec-
tions, Éditions de L'École des Hautes Études en Sciences Sociales, Paris, 1993.
28
Isidro Vanegas
25. Isidro Vanegas, "La revolución: un delirio criminal. Nueva Granada 1780-1808", en La
sociedad monárquica en la América hispánica, Ediciones Plural, Bogotá, 2009, pp. 227-278.
26. Camilo Torres, "Representación del Cabildo de Bogotá Capital del Nuevo Reino de Gra-
nada a la Suprema Junta Central de España, en el año de 1809", Imprenta de Nicomedes Lora,
Bogotá, 1832, p. 9.
29
Revolución Neogranadina: la feliz catástrofe
27, Isidro Vanegas, "De la actualización del poder monárquico al preludio de su disolución:
Nueva Granada 1808~09", En el umbral de las revoluciones hispánicas: el bienio 1808-1810, Ro-
berto Breña, ed., El Colegio de México I Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, México
DF, 2010, pp. 365-397; Isidro Vanegas, comp., Plenitudy disolución del poder monárquico en la
Nueva Granada, 2 vols., Universidad Industrial de Santander, Bucaramanga, 2010.
30
Isidro Vanegas
28. lsidro Vanegas, "De la actualización del poder monárquico al preludio de su disolución",
atto cit.
31
Revolución Neogranadina: lafeliz catástrofe
monarca era una máscara que encubría los deseos de separarse de la metrópoli
y de instaurar tilla forma de gobierno distinta. Los líderes revolucionarios que
vinieron a predominar en la escena pública ciertamente siguieron hablando y
haciendo levas en nombre del rey, siguieron usando por un tiempo sus armas y
sus sellos en los documentos oficiales, pero progresivamente fueron afirmando
su convicción de que la única forma de gobierno que colmaba sus aspiraciones
era tilla democracia representativa, la que por supuesto entrañaba un principio
fundante del poder distinto al monarca: el principio del pueblo soberano.
En la tercera y definitiva etapa de la Revolución Neogranadina -de comien-
zos de 1811 en adelante-, los novadores, es decir, quienes venían demandando
cambios y expresando inconformismo en nombre de la mejor defensa del rey y
de España, devinieron revolucionarios. En esta fase no sólo se produce una lucha
intensa contra quienes son considerados enemigos de la independencia respecto
a la antigua metrópoli sino que se afirma la escogencia de una forma de gobierno
democrático representativo como el único futuro de la comunidad política que
inicia. En un sentido estricto ya se puede hablar de la Revolución Neogranadi-
na. En el doble sentido de que es revolución y es neogranadina. Es revolución
porque la dinámica de los cambios y los agentes de esos cambios quedan al
mando de la situación, y además los revolucionarios se autodesignan como tales
y actúan en conformidad. La revolución es neogranadina porque el curso de los
acontecimientos es notoriamente distinto respecto a la antigua metrópoli y a la
mayor parte de la América española, y porque la dinámica tiende a hacerse endó-
gena y a circunscribirse al área del antiguo Nuevo Reino. lO
El itinerario que acabo de presentar, admite por supuesto diversas variantes
y precisiones. Por ejemplo, toda una etapa puede estar constituida por el abierto
repudio del monarca que tiene lugar desde mediados del año 1813; o todo un ci-
clo lo puede constituir el reajuste del esquema federativo una vez percatados los
líderes revolucionarios de las dificultades para gobernar; o bien se puede com-
prender en una sola fase el hostigamiento y la caída de las primeras repúblicas
ante el embate reconquistador. En cualquier caso, la determinación del curso del
acontecimiento revolucionario neogranadino además de enriquecer el análisis y
las posibilidades comparativas incita a hacerse nuevos interrogantes en tomo a
la naturaleza del cambio producido.
Este cambio, en revancha, sólo es posible verlo en el trayecto completo del
acontecimiento revolucionario, e incluso sería necesario ir un poco antes y un
poco después para poderlo sopesar en toda su complejidad. Porque la mutación
que entrañó la Revolución tuvo un carácter doble que concierne a las dos grandes
29. Isidro Vanegas, La Revolución Neogranadina, ob. cit., espec. pp. 86-100.
32
Isidro Vanegas
30. Véase, por ejemplo, Manuel Ancízar, "Profesión de fe", El Neo Granadino, n° 1, agosto 4
de 1848, Bogotá; Florentino González, "Programa del partido moderado", "Reforma constitucio-
nal, Primer artículo", El Siglo, n° 3, 6, junio 29, julio 20 de 1848, Bogotá.
33
Revolución Neogranadina: la feliz catástrofe
panda Dios el escalón más alto de todas las virtudes y potencias, la desigualdad
adquiría la fuerza de lo natural y lo evidente. En esa sociedad monárquica, por
lo tanto, la idea de igualdad política no sólo resultaba extraña sino repugnante:
era una quimera, un delirio que contrariaba tanto la razón y la experiencia como
la sabiduría divina. Un sistema de igualdad era sinónimo de anarquía, y pudo
incluso ser pensado como un castigo de Dios para romper los vínculos entre los
hombres. En contraste con ese orden monárquico en el cual la desigualdad apa-
recía como un principio natural, la Revolución Neogranadina vino a instaurar el
"principio de la igualdad". Una igualdad que se muestra con mayor evidencia en
el orden juridico, donde las diversas constituciones acordaron la equivalencia a
todos los ciudadanos, que como sujetos iguales y abstractos podrían en adelante
intervenir en la designación de los gobernantes y en la creación de la ley. De esa
igualdad ante la ley se desprendía el precepto según el cual todos debían ser pre-
miados y castigados con la misma medida, debiendo ser abolidas las distinciones
por razones distintas a las virtudes y los servicios prestados a la república. En el
nuevo régimen, pues, la desigualdad vino a quedar convertida en algo antinatural
e inmoral, y aunque en un principio se avanzó apenas modestamente en derribar
las enormes asimetrías de estatus y de fortuna, así como las formas corporativas
de organización de la sociedad, a partir de la mutación revolucionaria las ex-
presiones de la desigualdad pudieron ser vistas como algo anormal, con lo cual
fueron alentados de manera constante los reclamos por la vigencia y ampliación
de los derechos y libertades 3l
Con la Revolución Neogranadina, en segundo lugar, ocurre una precariza-
ción crónica de la autoridad. Antes de este acontecimiento, la figura de la au-
toridad suprema -el rey- no sólo había gozado de un denso reconocimiento
formal sino que había suscitado el acatamiento y el respeto de los neogranadinos
más diversos. La potencia de esa autoridad no había radicado en el temor sino en
el carácter superlativo, casi divino, que revestía el monarca, de quien emanaba
todo el gobierno que regía los destinos de sus súbditos. La autoridad en el orden
monárquico había tenido el carácter de lo dado y aceptado de antemano, un rasgo
que la Revolución vino a invalidar, al introducir el principio según el cual la au-
toridad legítima no podía tener su origen sino en el libre consentimiento, iniciado
mediante un pacto y renovado periódicamente mediante algún tipo de elección.
Dejaba entonces de tener curso forzoso la idea según la cual Dios podía encargar
a un hombre de gobernar a una sociedad política que debía por este motivo obe-
decerle. El gobierno ahora es concebido como un vínculo limitado de sl~eción
que se origina en la voluntad de quienes conforman la comunidad política. Es
31. Isidro Vanegas, La Revolución Neogranadina, ob. cit., espec. pp. 364-375.
34
Isidro Vanegas
en la sociedad misma donde se forjan los lazos que unen a los hombres, siendo
uno de esos vínculos el vínculo de autoridad. Eso significa que la sociedad no
"recibe" la autoridad sino que "se da" la autoridad. En lugar de un rey al que sólo
hay que aclamar, ahora la autoridad la ejercen fi.mcionarios de diversas Tamas del
poder público, elegidos de entre sus conciudadanos por lm periodo limitado. Así,
los deberes que los ciudadanos aceptan pueden ser pensados como emanaciones
de su propia voltmtad y no como reglas dispuestas por un poder superior a esos
ciudadanos. Una consecuencia fundamental de reconocer como legítima apenas
la autoridad originada en el consentimiento es que, dado que este consentimiento
debe ser constantemente actualizado, mediante el procedimiento de la represen-
tación, las autoridades pueden ser impugnadas de manera incesante debido al
carácter esencialmente controvertible de esa representación política. La nueva
autoridad, por lo tanto, ya no puede rodearse de un halo de superioridad y de
mistetio sino que debe hablar un lenguaje directo y austero y estar dispuesta a
que todos sus actos sean escmtados y puestos a debate en la escena pública. La
publicidad de los actos del nuevo gobierno se hizo por tanto necesaria, y la crí-
tica de ellos pudo incluso verse como una muestra del vigor de la república. Las
presiones, críticas e incluso vejámenes a que se vieron sometidas las autoridades
durante el periodo revolucionario no eran algo nuevo, pero sí era nuevo el hecho
de que se desatara una desconfianza permanente y generalizada hacia las autori-
dades, siendo esa desconfianza un elemento normal del nuevo orden. 32
Una tercera transformación decisiva que produce la Revolución Neogranadi-
na y que también nos habla del inicio del régimen democrático es el cambio en la
fi.mdamentación de la verdad. Antes de la Revolución, el monarca era esencial en
la institución de lo verdadero. No tanto por el control que detentaba de los recur-
sos materiales necesarios para adelantar una determinada empresa intelectual, ni
por su capacidad para regular la educación y establecer las normas jurídicas, sino
ante todo porque el rey encarnaba la verdad. El rey aparecía como quien mejor
podía discernir lo conveniente para el reino y sus súbditos, o como aquel que
conocía las vías más prometedoras de la felicidad pública y de la prosperidad. El
rol del monarca no se limitaba, sin embargo, a ser patrocinador e inspirador de
las actividades científicas que debían darle mayor gloria a él y a la nación. Sin
que pareciera absurdo se podía decir que al rey pertenecía el conocimiento, como
lo indicó en 1805 el director del Jardín Botánico de Madrid, el neogranadino
Francisco Antonio Zea, cuando escribió que la botánica, Dios se la "concedió
como el más precioso don al Rey privilegiado, a quien quiso colmar de luces y
grandeza". El rol del rey en la institución de lo verdadero era cmcial puesto que
35
Revolución Neogranadina: la feliz catástrofe
él portaba la luz de la verdad de Dios, en tanto que potencia mediadora entre los
hombres y la divinidad. La situación es enteramente distinta en la comlmidad
política que inicia la Revolución Neogranadina, puesto que en el régimen demo-
crático no hay ni puede haber "una verdad". Tal imposibilidad se origina en el
hecho de que el pueblo viene a reemplazar en el rol de soberano a aquella figura
que había sido erigida en garante de "una verdad". El nuevo soberano, a cuya
imagen se organiza la naciente sociedad democrática, está impedido por natu-
raleza para jugar aquel rol de garante de una verdad, puesto que por definición
tiende a lo múltiple y a ser centrífugo, y de esto se derivan fracturas insalvables
de todo orden, las cuales libran a la sociedad a una situación en la cual la diver-
sidad de pensamientos y de sensibilidades no puede ser conducida hacia ningún
orden canónico. En la democracia, el poder no puede reclamarse detentador de
una verdad puesto que la verdad se desacraliza, deja de estar ligada a una figura
de naturaleza superior a la sociedad, la cual por añadidura había portado la marca
de la divinidad. Ahora el poder nace de hombres corrientes y prosaicos, de seres
falibles, por lo que resulta mtil pretender la elevación de alguna verdad al rango
de lo indiscutible, y resulta delirante pensar que puedan instituirse unos agentes
que controlen o dispensen esa verdad. En el régimen democrático la verdad por
principio no tiene límites: por eso, dicho régimen puede llegar a ser asociado tan
nlertemente a la demagogia. En la monarquía el rey había sido instituido para de-
fender a la sociedad de sus propias equivocaciones, mientras que en la república
popular o democrática que inicia su marcha con la Revolución Neogranadina, la
sociedad está huérfana, librada a sus propias decisiones y sus eventuales equivo-
caciones. En la monarquía de 10 que se trataba era de aproximarse a una verdad
preexistente, de recuperar y hacer brillar una verdad dada, mientras que en la
democracia la verdad es ante todo una creación sin resultados predeterminados. 33
Si bien la Revolución Neogranadina inicia el régimen democrático, eso no
significa que la democracia que desde allí comienza a desarrollarse sea un orden
al cual solo le podamos dirigir alabanzas. Todo lo contrario. Porque la demo-
cracia genera una insatisfacción permanente con sus propios postulados y una
búsqueda ilimitada de libertad e igualdad.
El giro neogranadino
Contra indicios muy diversos ha venido a prevalecer lma nlerte homogenización
del relato de las revoluciones de la América española. Una suerte de aplana-
miento, en la medida que se tiende a pensar en una única revolución en el mlmdo
36
Isidro Vanegas
34. Franyois-Xavier Guerra, Modernidad e independencias, ob. cit., pp. 46-50. En otro artículo
("Lógicas y ritmos de las revoluciones hispánicas", pp. 44-45), Guerra expone el mismo argumen-
to, pero se trata básicamente de lo dicho en lvJodernidad e independencias.
35. Franyois-Xavier Guerra, Modernidad e independencias, ob. cit.
36. Véase: Manuel Chust, coord., Doceañismos, constituciones e independencias. La constitu-
37
Revolución Neogranadina: la feliz catástrofe
los casos del Río de la Plata, Venezuela y Nueva Granada,37 y podría ser puesta
en duda para otros ámbitos, pero importa sobre todo tornar nota de cómo eso que
he dado en llamar la hispanización de las revoluciones de la América española
las ha cargado con no poco provincianismo. En el sentido que ha conllevado
una injustificada postergación del vínculo de los americanos meridionales con
Estados Unidos y la Europa de más allá de los Pirineos. Estarnos, en efecto, ante
una nueva tentativa de hispanizar las revoluciones, que corno en el caso de la an-
terior -que vio surgir la obra de Carlos Stoetzer, y en el caso colombiano la de
Rafael Gómez Hoyos-, busca elevar a algún agente español-metropolitano al
nivel de primum movens de lo moderno latinoamericano: bien sean los jesuitas,
la escolástica del siglo de oro o la Constitución de Cádiz. 38
La homogenización de las revoluciones hispanoamericanas, por lo demás, se
ha expresado también a través de la idea según la cual sus resultados pueden ser
leídos de manera adecuada a la luz del caso mexicano. En otras palabras, se ha
elevado la revolución de la Nueva España al rango de canon del acontecimiento
revolucionario de la América españo la, extrayéndose de ese caso conclusiones
que se quieren hacer valer sobre el conjunto de la región. Ese procedimiento,
que refuerza y es reforzado por el gaditanismo, se adecúa al hecho de que esos
dominios siguieron efectivamente la dinámica peninsular de manera más pro-
nmda y más larga que en zonas como la Costa firme. Él conduce, no obstante,
a limitar la reflexión en lo relativo a elementos interpretativos importantes que
han sido postulados en las últimas décadas -soberanía de los pueblos, pactismo,
vacío de poder, entre otros- pero que han sido pobremente dilucidados, en parte
debido a la aceptación apresurada de los télminos en que han sido propuestos.
Así, el arquetipo mexicano ha permitido generalizar ideas como aquella según la
cual las revoluciones de la década de 1810 dieron por doquier como lmo de sus
ción de 1812 y América, Fundación Mapfre, Madrid, 2006; Roberto Breña, El primer liberalismo
español y los procesos de emancipación de América, 1808-1824, El Colegio de México, México
DF, 2006. Contra toda evidencia también en Colombia se ha hecho a la Constitución de Cádiz la
fuente de nuestro constitucionalismo. Véase, entre otros el artículo del entonces magistrado de la
COlte Constitucional, Mauricio González: "Dos siglos de la Constitución de Cádiz", El Tiempo,
marzo 19 de 2012.
37. Allan R. Brewer-Carías, "El paralelismo entre el constitucionalismo venezolano y el cons-
titucionalismo de Cádiz (o de cómo el de Cádiz no influyó en el venezolano)", en La constitución
de Cádiz de 1812, Universidad Católica Andrés Bello, Caracas, 2004, pp. 223-332; Noemí Gold-
man, "El concepto de constitución en el Río de la Plata", Araucaria, nO 17, 2007, pp. 169-186.
38. Véase Orto Carlos Stoetzer, El pensamiento político en la América española durante el
período de la emancipación (1789-1825), 2 vols., Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1966.
Véase también la aguda crítica que le hace Juan Carlos Rey: "El pensamiento político en España
y sus provincias americanas durante el despotismo ilustrado (1759-1808)", en Gual y España. La
independencia frustrada, Fundación Empresas Polar, Caracas, 2007, pp. 69-92.
38
Isidro Vanegas
39. María Teresa Uribe, "Órdenes complejos y ciudadanías mestizas", en Nación, ciudadano y
soberano, Corporación Región, Medellín, 2001, pp. 195~214.
40. Franryois-Xavier Guerra, A10dernidad e independencias, ob. cit., pp. 360-363; Fran~ois
Xavier Guerra, "Las metamorfosis de la representación en el siglo XIX", arto cit.
41. Antonio Annino, "Soberanías en lucha", en Inventando la nación, ob. cit., pp. 152-184.
42. Rafael Rojas, Las repúblicas de aire. Utopía y desencanto en la revolución de Hispa-
noamérica, Taurus, México DF, 2009.
43. José Antonio Aguilar, En pos de la quimera. Reflexiones sobre el experimento constitucio-
nal atlántico, FCE I CIDE, México DF, 2000.
39
Revolución Neogranadina: la feliz catástrofe
la democracia representativa como el único orden dentro del cual pueden ser
satisfechas sus esperanzas. El constitucionalismo, tan rupturista y tan prolijo que
se desarrolló en territorio neogranadino, expresa asimismo la obsesión por re-
fundarlo todo que se toma a los líderes políticos que ocupan completamente la
escena pública desde mediados de 1810 en todo el Nuevo Reino'4 Además de
ese constitucionalismo excepcional en el conjunto hispanoamericano, la ampli-
tud de la representación política, el repudio directo y tajante del monarca, el
afán por romper con la metrópoli, son otros indicios de la especificidad de esta
revolución.
De manera que el relato de las revoluciones de la América española como
algo uniforme y en buena parte exógeno a su propia experiencia debería ser
confrontado con exploraciones sistemáticas y particulares que dejen ver también
sus ritmos temporales y sus diferencias "regionales". En este sentido, el estudio
de la Revolución Neogranadina incita a tomarse en serio algo que, como había
indicado, percibió entre otros Fran<;ois-Xavier Guerra, quien no le dio mayor im-
portancia: la existencia de dos tipos de revolución en la América hispánica, dis-
tinguibles según esas mutaciones fueron más o menos endógenas respecto a los
sucesos de la metrópoli. Un primer tipo de revolución, que tuvo como escenarios
paradigmáticos a México y Perú, donde los acontecimientos dependieron de ma-
nera profunda y larga del ritmo de los eventos peninsulares, y donde se produjo
una ruptura bastante sinuosa con la nación y la monarquía españolas. Un segun-
do tipo de revolución, que tuvo como escenarios paradigmáticos a Venezuela y
la Nueva Granada, donde el ritmo de las novedades se desligó muy pronto de los
acontecimientos de la península española, y donde el horizonte republicano y la
independencia adquirieron una nitidez precoz si se hace lma comparación con
el resto de la región. En el primer caso es perceptible una mayor duración del
impulso "exógeno" y una mayor longevidad de la figura del rey como articulador
del orden social. En el segundo, una más rápida transformación de la revolución
en un proceso "endógeno" y una más rápida afirmación de una forma de gobier-
no democrática en su variante representativa.
Así, la Revolución Neogranadina debería tomar un lugar menos secundario
en el conjunto de las revoluciones de la América española. No por simples razo-
nes de amor patrio sino debido a que constituye un tipo particular de itinerario de
los cambios fundamentales que ocurrieron en esta parte del mundo en la década
de 1810. De seguirla dejando de lado, los historiadores que aspiran a una mirada
de conjunto sobre la América Latina se privarán de un valioso elemento de aná-
lisis. Pero para afrontar desde aquí ese desafio es preciso abandonar el complejo
40
Isidro Val1egas
41
PUEBLO, JUNTAS Y REVOLUCIÓN
Magali Carril/al
43
Pueblo,juntasy Revolución
es el sujeto que debe ejercer ese nuevo régimen de autoridad. Se instaura así
una tensión política y sociológica que es común a todos los regímenes basados
en la soberanía del pueblo. La tensión entre el pueblo-principio y el pueblo-
sociológico, como la denomina Pierre Rosanvallon.' Tensión entre un principio
político que tiende a unificar lo social, a anular los atributos particulares, y un
principio sociológico que intenta afianzar la existencia y la expresión de las
particularidades sociales. Con esto emerge la pugna entre 10 uno y 10 múltiple,
entre la unidad y la diversidad, característica primordial de los regímenes de-
mocráticos.
En la Nueva Granada, la concepción política del pueblo, que se había insi-
nuado de manera tímida a través de algunos publicistas en los últimos años del
siglo XVIII, solo adquiere forma con la crisis de la monarquía hispánica abierta
en 1808 tras las abdicaciones de Bayona y el llamado a ejercer la representación
política del rey en su ausencia. Poco a poco ese pueblo soberano irá ganando
terreno, aunque 10 hará de manera ambigua y hasta contradictoria. Un espacio
privilegiado para estudiar esa transformación es el momento juntista, es decir,
el momento en que son creadas las diferentes juntas en las provincias neogra-
nadinas, puesto que es allí, a mediados de 1810, que se comienza a hablar del
pueblo como soberan0 3 Y aunque sabemos que en medio de la erección de esas
juntas aparece una nueva concepción de pueblo, no sabemos a qué pueblo es
que ellas se refieren. Antes de intentar resolver este interrogante es preciso co-
nocer los intentos de formar juntas que tuvieron lugar en 1809, para comprender
la dinámica de 1810 dado que esta no es ni espontánea ni una simple copia de
otros lugares. A esto consagraré la primera parte de este texto. En la seglmda,
intentaré dar cuenta de la importancia de las juntas creadas en el virreinato en
1810, señalando las motivaciones y justificaciones que utilizaron algunas ciuda-
des para su establecimiento, y mostrando cómo fue entendido el pueblo en ese
momento. En la tercera parte haré un análisis acerca de cómo fiJe concebida la
soberanía en el mismo periodo.
44
Magali Carrillo
4. Quien primero llamó la atención sobre este periodo fue Franyois-Xavier Guerra en su clá-
sico lvfodernidad e independencias, Mapfre / FCE, México DF, 2001 [1992J, pp. 115-225. Véase
también: Roberto Breña, ed., En el umbral de las revoluciones hispánicas: el bienio 1808-1810,
El Colegio de México I CEPC, México DF, 2010; Isidro Vanegas, La Revolución Neogranadina,
Ediciones Plural, Bogotá, 2013.
5. Archivo Histórico Nacional (AHN), Estado, 69A, documento 9. Este reglamento, expedido
en Sevilla el 10 de enero de 1809, estaba destinado ti organizar las juntas subalternas o de partido
creadas en la península, aunque fue enviado a todos los reinos españoles de ambas orillas del At-
lántico. Así, los neogranadinos conocieron el texto en mayo de ese año, lo que abrió la discusión
en el vilTeinato acerca de la legitimidad o no de crear juntas provinciales en América.
6. Una reflexión en tomo a esta separación en Claude Lefort, "La question de la démocratie",
en Essais sur le politique, XIXe-/(){e s¡(xles, Seuil, París, 1986, pp. 17-32.
45
Pueblo, juntas y Revolución
7. Esto no quiere decir que la promulgación de este decreto sea la "causa" de la desintegración
monárquica, sino más bien que el decreto expresa la situación revolucionaria por la que atravesaba
el imperio español. Ver al respecto Isidro Vanegas, La Revolución Neogranadina, ob. cit.
8. Carta de Camilo Torres a Santiago Pérez de Valencia, junio 5 de 1809, en "Cartas de Camilo
Torres", Repertorio Colombiano, vol. XVIII, nO 2, junio de 1898, Bogotá, pp. 84-87. Más que una
junta provincial en el sentido de las que habían instalado en la península, lo que Torres está propo-
niendo es una "Junta Central" con representación de todo el Reino.
9. Acta del cabildo de Popayán, agosto 20 de 1809, en Archivo Central del Cauea (ACC), libro
capitular de Popayán, t. 55, ff. 26v-29v; Carta de Joaquín de Caicedo y Cuero a Santiago PérezArroyo
y Valencia, agosto 28 de 1809, en "Para la historia. Documentos inéditos", Popayán, año JI, n° XVII,
diciembre de 1908, Popayán, p. 269; Auto y proclama del cabildo de Pasto relativo a los sucesos de
Quito, agosto 29 de 1809, en Gustavo S. Guerrero, comp., Documentos históricos de los hechos ocu-
rridos en Pasto en la guerra de independencia, Imprenta del Departamento, Pasto, 1912, pp. 9-12.
46
Magali Carrillo
1O. Resumen de los oficios dirigidos desde Santafé a la península, febrero 19 de 1810, en Ar-
chivo General de Indias (AGl), Audiencia de Santafé, legajo 747,
11. Voto del Procurador General, José Gregario Gutiérrez, en la junta sostenida en Santafé el
11 de septiembre de 1809 con motivo de los sucesos de Quito, en BN, Fondo Antiguo, Manuscri-
tos, Libro 184, ff. 44r-45v.
47
Pueblo, jun tasy Revolución
12. Carta de Frutos Joaquín Gutiérrez a Manuel MartÍnez Mansilla, septiembre 22 de 1809, en
Archivo General de la Nación (AGN), Sección Colonia, Fondo Miscelánea, t. 111, f. 811rv.
13. En 1810 el Síndico Procurador de Santafé, Ignacio Herrera, también esgrimirá este argu-
mento al plantear que la solicitud de instalar unajunta provincial se hizo con el fin de contrarrestar
la influencia de los afrancesados en el Nuevo Reino. Informe del Síndico Procurador General a la
Junta Central, enero 15 de 1810, en Sergio Elías Ortiz, comp., Colección de documentos para la
historia de Colombia, t. n, Editorial Kelly, Bogotá, 1965, p. 96.
14. Acta del cabildo de Santafé, octubre 6 de 1809, en AGN, Sección Archivo Anexo, Fondo
Consultas, t. 1, t 85.
48
Magali Carrillo
J 5. Carta de Diego Martín Tanco a Camilo Torres, octubre 25 de 1809, en AH), Fondo Camilo
Torres, carpeta 33, ff. 95r~97r.
16. Para una ampliación del tema ver Magali CatTillo, 1809: Todos los peligros y esperanzas,
t. 1, Universidad Industrial de Sat1tander, Bucaramanga, 2011, pp. 12-28.
¡ 7. Denuncia de conspiración hecha al alcalde de primer voto de San Gil, Clemente Sarmiento,
noviembre 17 de 1809, en AGN, Sección Archivo Anexo, Fondo Historia, t. 16, f. 503v.
18. Oficio reservado de Vicente Talledo al virrey, noviembre 13 de 1809, en Manuel Ezequiel
Corrales, comp., Documentos para la Historia de la Provincia de Cartagena, t. L, Imprenta de
Medardo Rivas, Bogotá, 1883, pp. 20-21.
19. Resumen de algunos oficios dirigidos desde Santafé a la península, julio 11 de 1810, en
AGI, Audiencia de Santafé, legajo 747. Este denuncio tiene que ver con los conspiradores reunidos
en tomo al cura Andrés María Rosillo desde el mes de septiembre.
49
Pueblo, juntas y Revolución
20. Carta de Camilo Torres a su tío Ignacio Tenorio, mayo 20 de 1810, en Guillermo Hemán-
dez, comp., Proceso histórico del 20 de Julio de 1810, Banco de la República, Bogotá, 1960, p. 59.
21. Guillermo Hernández, comp., Proceso histórico del 20 de Julio de 1810, ob. cit., p. 55.
22. Gtüllermo Hernández, comp., Proceso histórico del 20 de Julio de 1810, ob. cit., p. 60.
50
MagaN Carrillo
había vuelto todo poder y toda autoridad por ser su primitivo origen.
Camilo Torres en este momento entiende al pueblo como la masa de la na-
ción, es decir, alude a un pueblo que como totalidad de habitantes de una co-
munidad política reclama la soberanía y la reasume. Sin embargo, no es en la
nación española en 10 que piensa, como se aprecia en su misma carta, donde
indica que los reinos y provincias americanas deberían organizarse por sí solos
como naciones independientes, y darse el gobierno que mejor se acomode a
~'sus necesidades, sus deseos, su situación, sus Iniras políticas, sus grandes inte-
reses y según el genio, carácter y costumbres de sus habitantes. 23
En el mismo mes en que Torres escribe esta carta, comienzan a aparecer
las juntas en el virreinato. Efectivamente, a partir de mayo de 1810 estas serán
creadas en lugares como Cartagena, Socorro, Santafé, Pamplona, Tunja o Popa-
yán -por nombrar solo algunas-, a medida que la noticia de la ocupación de
España por el ejército francés se vaya expandiendo, y que la confrontación con
las autoridades virreinales llegue a niveles insostenibles.
23. Guillermo Hernández, comp., Proceso histórico de/20 de Julio de 1810, ob. cit., pp. 66-67.
24. Ver los trabajos recopilados en el libro coordinado por Manuel Chust, 1808. La eclosión
juntera en el mundo hispánico, El Colegio de México I FCE, México DF, 2007.
51
Pueblo,juntasy Revolución
por muchos como la impulsora de las que serán creadas ese año, a pesar de que
en sentido estricto no fue la primera del virreinato, pues ya había sido creada
la de Quito." La junta cartagenera se formó tras la llegada allí del enviado del
Consejo de Regencia, Antonio Villavicencio, pues ante él estallaron las friccio-
nes que venían presentándose entre el Gobernador y algunos cabildantes de la
ciudad. 26 En medio de estas tensiones, el cabildo creó el 22 de mayo la Junta
de Gobierno y Seguridad al estilo de "la establecida últimamente en Cádiz",
aunque se aclaró que mientras se lograba su pleno establecimiento se constitui-
ría un gobierno provisional. Esta junta -que podríamos llamar un triunvirato,.
ya que al Gobernador de la provincia, Francisco Montes, se le colocaron dos
ca-administradores que compartieron su poder-, contó con el beneplácito de
Villavicencio, quien no solo participó en todas las reuniones previas a su esta-
blecimiento, sino que intentó impulsar la formación de entes similares en todo
el virreinato. 27 El cabildo cartagenero le asignó a esa Junta unas funciones im-
precisas, pues en un comienzo acordó que el gobierno provisional tendría a su
cargo el despacho de "los negocios pertenecientes a su destino", exceptuados
los que correspondieran a todo el ayuntamiento, pero pronto aclaró que este
nuevo gobierno carecía de funciones de justicia y patronato real, tareas que que-
daban reservadas al Gobernador Montes." Esta división de tareas, sin embargo,
no logró superar los desacuerdos entre el gobernador y sus coadministradores,
por lo cual Montes fhe depuesto el 14 de junio con anuencia del comisario re-
gio, los coadministradores y el diputado a cortes." Después de casi tres meses
de esta coadministración, la Junta Suprema Provincial Gubernativa de Cartage-
25. Puede decirse que solo en Quito había sido formada una junta en este momento, pues entre
las 20 provincias integrantes del vilTeinato neogranadino en 1809 no encontrarnos ninguna de la
capitanía de Venezuela, lo cual significa que no se deben tener en cuenta las juntas que ya habían
sido creadas en Caracas, Cumaná, Margarita, Barinas y Guayana.
26. Oficio del gobernador de Cartagena a los alcaldes ordinarios y respuesta de estos, mayo
1S de 1810, en Manuel Ezequiel Corrales, comp., Documentos para la historia de la Provincia de
Cartagena, ob. cit., t. 1, pp. 65-66.
27. El comisario regio consideraba la creación de las juntas como una medida "sabia, conve-
niente e indispensable", por lo cual incluso llegó a proponerle al virrey la formación de una junta
superior en Santafé quedando como subalternas todas las demás que se ronnaran. Nota muy reser-
vada del virrey a Antonio Villavicencio, junio 19 de 1810, en Manuel Ezequiel Corrales, comp.,
Documentos para la historia de la Provincia de Cartagena, ob. cit., t. 1, pp. 115-116.
28. "Bando publicado por el Muy Ilustre Cabildo de esta Ciudad de Cartagena de Indias", ob.
cit.
29. Montes fue reemplazado por el Teniente del rey, BIas de Soria, quien asumió el cargo de
comandante político y militar de Cmtagena y su provincia. Así, el nuevo gobierno pasó a ser diri-
gido por tres personas nombradas por el cabildo. Acta de la sesión del cabildo de Cartagena, junio
14 de 1810, en Manuel Ezequiel Corrales, comp., Documentos para la historia de la Provincia de
Cartagena, ob. cit., t. 1, pp. 81-91.
52
Magali Carrillo
30. Para un recuento de esta instalación ver las actas del cabildo de 9 y 14 de agosto, en Jaifa
Gutiérrez y Annando Martínez, comps., La visión del Nuevo Reino de Granada en las Cortes
de Cádiz (1810-1813), Academia Colombiana de Historia I Universidad Industrial de Santander,
Bogotá, 2008, pp. 61-67.
31. Ley 2, título 7 del libro cuarto, Recopilación de Leyes de los Reinos de las Indias, t. 2,
Antonio Pérez de Soto, Madrid, 1774, p. 91; Real orden de 31 dejulio de 1809, "Por el Excmo. Sr.
D. Martín de Garay se ha comunicado a todas las autoridades del Reino la real orden siguiente",
Gazefa del Gobierno, nO 4, agosto 10 de 1809, Sevilla, p. 34; Ley 13, título 2 del libro segundo,
Recopilación de Leyes de los Reinos de las Indias, t. 1, Antonio Balbas, Madrid, 1756, p. 136.
32. "Bando publicado por el Muy Tlustre Cabildo de esta Ciudad de Cartagena de Indias", ab.
cit.
33. "Relación de las Providencias que se han dado por el M. 1. C. de Cartagena de Indias en
vista de las Reales Órdenes y otros avisos oficiales comunicados a esta Plaza a efecto de que se to-
mase todas las precauciones convenientes contra los arbitrios y asechanzas de que se está valiendo
el gobierno francés para subjugar a las Américas", Imprenta del Real Consulado, Cartagena, 1810.
34. En otro escrito, Narváez precisa que la propuesta de formar una junta provincial había
surgido del cabildo pero que el pueblo finalmente había aceptado como suya su formación. Voto
de Antonio de Narváez en el cabildo celebrado el 22 de mayo de IS10, enAGN, Sección Archivo
Anexo, Fondo Gobierno, t. 17, f. 41Sv.
35. Oficio de Antonio Narváez al virrey, Cartagena, junio 19 de 1810, en Archivo Histórico
José Manuel Restrepo (AHJMR), fondo 1, vol. 1, ff. 77r-78.
53
Pueblo,juntasy Revolución
y así "ser electores y aún elegidos".36 Podemos suponer por estos escritos, que
Narváez considera al pueblo como los habitantes de la ciudad sin distinción de
estado, condición o actividad.
Tras Cartagena, la siguiente junta en ser creada fue la de la Villa del Soco-
rro, ellO de julio de 1810, la cual fue el resultado de una serie de desacuerdos
entre el cabildo y el corregidor José Valdés por el llamado de las autoridades
virreinales a reconocer y jurar obediencia al Consejo de Regencia. En efecto, el
2 de junio, cuando el corregidor informa de la instalación de aquella suprema
autoridad en la metrópoli, y del llamado a elegir diputados a cortes, el Cabildo
se niega a reconocer al Consejo de Regencia ya prestarle obediencia, alegan-
do que en los pliegos enviados por el virrey y entregados por el corregidor no
aparecía la diligencia de obedecimiento ni del uno ni del otro. Argumentaron,
igualmente, que al ser el acto de obedecimiento un juramento de fidelidad y
vasallaje, debía ser la nación entera la que consintiera en esa transmisión de
la "Soberana autoridad" al Consejo de Regencia, considerándose ellos sin la
suficiente "personería", es decir, sin la legitimidad necesaria para representar la
voluntad de los pueblos de su distrito. Los capitulares pidieron por 10 tanto al
virrey autorización para celebrar cabildos abiertos en esa villa y demás lugares
cabezas de partido o provincia, a los cuales concurrirían diputados elegidos
por los pueblos para deliberar sobre la forma de prestar reconocimiento y obe-
diencia al Consejo de Regencia, "resolviendo 10 que se estimase por más justo
y conveniente".37 Los fiscales de la Real Audiencia negaron la solicitud y le
manifestaron a los cabildantes del Socorro que ellos ya habían obedecido la real
cédula del Consejo de Regencia y que no era necesario hacer cabildos abiertos,
puesto que eso no estaba previsto en los pliegos enviados desde la península."
Entretanto se recibía esta respuesta, las relaciones entre el corregidor y el ca-
bildo del Socorro se deterioraron gravemente por recelos mutuos, de manera
que mientras el primero quería procesar a los alcaldes por desacato, el cabildo
quería que el virrey separara al corregidor de su mando por sus supuestos exce-
SOS39 Así, las confrontaciones estallaron a comienzos de julio, llevando a que el
36. Todo hombre en la sociedad monárquica poseía una serie de cualidades que ponía de pre-
sente al momento de ser presentado. Estas incluían la calidad o condición, la edad, el sexo, el
estado, la naturaleza y la actividad. Un análisis de la condición de plebeyo a finales del siglo
XVIII en Magali Carrillo, "El pueblo neogranadino antes de la crisis monárquica de 1808-1809",
La sociedad monárquica en la América hispánica, Ediciones Plural, Bogotá, 2009, pp. 175-226.
37. Oficio del cabildo del Socorro al virrey, junio 8 de 1810, en AON, Sección Colonia, Fondo
Cabildos,1. 6, f. l013v-1014r.
38. Respuesta de los fiscales de la Real Audiencia al cabildo del Socorro, Santafé, julio 2 de
1810, enAGN, Sección Colonia, Fondo Cabildos, t. 6, f. 1017r.
39. Carta de José Gregario Gutiérrez a su hermano Agustín, Santafé,julio 19 de 1810, en Isidro
54
Magali Carrillo
Vanegas, Dos vidas, una revolución. Epistolario de José Gregario y Agustín Gutiérrez Al/areno
(1808-1816), Universidad del Rosario, Bogotá, 2011, pp. 123-125.
40. Acta de la Junta de Gobierno, impreso, Socorro, julio 16 de 1810, en Biblioteca Nacional,
Fondo Pineda 166, pza. 7.
41. Armando Mart(nez, "El camino de una constitución en [a Provincia del Socorro", La Revo-
lución Neogranadina (revista electrónica), nO 1,2011, p. 88.
42. Bases constitucionales del Socorro, agosto 15 de 1810, en Horacio Rodríguez Plata, La
antigua Provincia del Socorro y la independencia, Academia Colombiana de Historia, Bogotá,
1963, pp. 46-50. Estas bases constitucionales también establecen una división de poderes. Lajunta
tendría el poder legislativo y ejecutivo. El judicial estaría a cargo de los dos alcaldes ordinarios.
55
Pueblo, juntas y Revolución
un llamado para que en las elecciones que se están realizando en los pueblos de
la jurisdicción para elegir presidente de la Junta y diputado de la provincia ante
el congreso general, se dé participación no solo al juez, al cura y a un vecino,
sino a los electores que el pueblo haya escogido. Alega que no se puede ceñir la
vohmtad de los vecindarios de los pueblos y parroquias a un solo voto, pues así
"se viola la igualdad que debe haber en semejantes elecciones". Su propuesta
consiste en que de cada lugar o población concurran cuatro electores, que se
haga elección anual de todos los miembros del cabildo y que a partir de ese mo-
mento se elijan también los jueces, ya que el gobierno de la provincia es "libre
y popular"."
Otra de las juntas formadas en el Nuevo Reino de Granada fue la de Pam-
plona. Y si en sentido estricto esta no fue la tercera sino la quinta (después de
Cartagena, Socorro, Santafé y Tunja), por los hechos ocurridos allí a comienzos
de julio es considerada un referente para las juntas creadas en el virreinato,
especialmente la de la capital. En efecto, el hecho de que el4 de julio el cabil-
do depusiera y encarcelara al corregidor, Juan Bastus y Falla, fue considerado
como un ejemplo a seguir. Sin embargo, solo fÍJe hasta el 31 del mismo mes que
se formó una junta en la ciudad de Pamplona, la cual fue considerada provisio-
nal mientras eran llamados los representantes de los demás cabildos de la pro-
vincia. La junta se instaló con el fin de ejercer la autoridad suprema en represen-
tación de Fernando VII y reconoció su subordinación al Consejo de Regencia,
pero aclaró que aceptaría las determinaciones que tuviese por conveniente la
"Confederación General" que más adelante debería formarse en Santafé, con lo
cual abría la posibilidad de cambiar de parecer en asuntos de tanta trascenden-
cia. En Pamplona, de todas formas, los principales cuerpos civiles, religiosos y
militares junto a la mayor parte de la población reconocieron y juraron la junta
en presencia de la imagen del rey, para lo cual invocaron la conservación de la
religión, la obediencia a Fernando VII, la adhesión a la causa de toda la Nación
y la absoluta independencia de América de todo yugo extranjero. Es de anotar,
cómo en esta junta el pueblo no es considerado soberano, pues solo reasume la
autoridad del monarca "por su ausencia"."
Posteriormente se formó la junta de la capital virreinal, la cual se había es-
tado solicitando abiertamente desde septiembre de 1809, y en la cual se había
insistido con vehemencia y con un carácter más abierto desde mayo de 1810.
Su creación no solo fue pedida por el Síndico Procurador Ignacio Herrera, sino
43, Parecer del Síndico Procurador General, Socorro, noviembre 6 de 1810, enAGN, Sección
Archivo Anexo, Fondo Historia, 1. 11, fE 262r-278r.
44. Actas de creación de lajuntade Pamplona,julio 31 de 1810, en CMVJ, Manuscritos Quinta
de Bolívar, t. 1, ff. 599r-602r.
56
Magali Carrilla
por diversas personas como José María Castillo o José Acevedo, y por corpo-
raciones como el cabildo de Santafé. Finalmente fue creada la noche del 20 de
julio, en calidad de provisional, y los representantes de los cuerpos de la ciudad
debieron jurar que la reconocían y obedecerían como nuevo gobierno, y que
cumplirían la voluntad del pueblo." Esta, por lo tanto, fue una de las juntas
que apeló al pueblo como soberano para justificar tanto su formación como
la destitución de los fimcionarios del antiguo gobierno y el nombramiento de
otros nuevos. Se trataba de un pueblo difilso, un pueblo que no alcanzaba a ser
definido muy bien, almque podemos ver la existencia de dos momentos dife-
rentes en la utilización del pueblo como justificación de las novedades. En un
primer momento, al pueblo le es asignado un papel central en los sucesos de la
noche del 20, pues se dice que ha reasumido sus derechos, que tiene la potestad
de nombrar a sus representantes y que es soberano en reemplazo del rey. En
un segundo momento, se nota un cambio en el lenguaje y una reinstalación de
Fernando VII como soberano. Sin embargo, es como si en este último momento
hubiera existido una soberanía dual, una soberanía compartida entre el rey y el
pueblo, pues este último siempre es llamado a la calma para que no se convierta
en un "monstmo de dos cabezas", es decir, para que no quiera mandar y obede-
cer al mismo tiempo." Es por esto que en los días siguientes a la formación de
la Junta, esta prefiere utilizar el término de público y no de pueblo para designar
a ese actor cuya actuación intranquiliza la ciudad y al cual hay que apaciguar.';
Así, la junta habla de "verdadero público", de "clamores del público", "a nom-
bre del público", para referirse al pueblo a quien vuelven a nombrar en muy
pocas ocasiones. De todas formas, con el pasar de los días no deja de existir
una duplicidad en la soberanía, pues tanto a Fernando como al pueblo se sigue
aludiendo como soberanos.
En Popayán, por su parte, file creada la Junta Provisional de Salud y Se-
guridad Pública en medio de tensiones importantes dentro de la provincia. En
efecto, no solo existía una pugna entre las dos ciudades principales -Popayán
y Cali- en torno al reconocimiento del Consejo de Regencia, sino que esta
división se reproducía al interior de cada una de estas ciudades. Así, la junta se
57
Pueblo,juntasy Revolución
48. Después de la llegada de Carlos Montúfar aPopayán, el gobernador Miguel Tacón convocó
a una "Junta de Autoridades" e12 de agosto para saber si debía seguir dirigiendo la provincia o no,
pues según Montt'ifar, quien aprobó y participó en esta reunión, era ineludible oír "de un congreso
de lo principal del lugar el concepto de su Gobierno". Sin embargo, para algunos religiosos, esta
junta estaba marcada por el signo de la insurrección e iba a ser Ulla repetición de lo ocurrido en
Caracas. Carta de Antonio Arboleda a Camilo Torres, agosto 5 de 1810, en Archivo Histórico Ja-
veriano (AHJ), Fondo Camilo Torres, carpo 14, ff. 35r-36r.
49. Acta sobre la formación de una Junta Provisional de Salud y Seguridad pública en Po-
payán, agosto 11 de 1810, en Archivo Histórico Cipriano Roddguez Santa María (AHCRSM),
Universidad de la Sabana, Fondo David Mejía Velilla, caja 28, carpo 3, ff. 6-9.
58
MagaN Carrillo
50. Oficio de la Suprema Junta de Santafé al Alcalde Comisario del Barrio Santa Bárbara,
septiembre 7 de J 8 ¡ 0, en "Documentos de la independencia", Boletín de Historia y Anligüedades,
nO 543-544, voL XLVII, enero-febrero de 1960, Bogotá, pp. 99-102.
51. Proceso contra Ignacio Vargas, Santafé, septiembre 20 de 1810, en AGN, Sección Archivo
Anexo, Fondo Justicia, t. 8, f. 637v.
59
Pueblo, juntas y Revolución
algunos "de poca mayor esfera" como tenderos y revendedores. Para él, estos
sectores medios fueron los que azuzaron al "populacho" y al "vulgo" que iba
pasando para que concurriese a la plaza y secundase las decisiones que se iban
tomando en este lugar. 52 En Cartagena, el comandante del apostadero de la
ciudad, Andrés Orive, igualmente reconoció que el pueblo había participado
en la conformación de la junta, pero de una forma incorrecta, dado que solo
habían sido los alcaldes ordinarios junto a algunos regidores del cabildo quie-
nes apoyándose en el "vulgo ignorante e incauto", habían conseguido imponer
sus deseos. Al respecto expresó en el oficio que le envió al Consejo de Regen-
cia que el pueblo estaba dividido en partidos, pues mientras unos apetecían y
pedían la creación de la junta a través de pasquines, otros se oponían a ella,
siendo los primeros protegidos por los alcaldes y la mayoría de los regidores,
"y aun por ellos proyectada esta novedad". Como "el público" se hallaba cons-
ternado temiendo una conmoción, Orive solicitaba al Consejo de Regencia que
removiera de su cargo al gobernador Montes, pues lo responsabilizaba de lo
sucedido en la ciudad. Esta remoción y el nombramiento de alguien de "carác-
ter e integridad" harían, según el comandante del apostadero, que se conciliase
la voluntad del pueblo, pues así estaría protegido y se administraría justicia con
imparcialidad, únicas cosas que el pueblo necesitaba para ser feliz. 53
52. Relato del segundo archivero de la secretaría del virreinato, Manuel María Farto, sin fecha,
en Guillel1llo Hernández, comp., "El 20 de Julio de 1810 (Versión de un español)", Boletín de
Historia y Antigüedades, voL XX, n° 231/232, junio-julio de 1933, Bogotá, pp. 403-407.
53. Oficio de Andrés Orive a Antonio Escaño, mayo 30 de 1810, en José Dolores Monsalve,
Antonio de Villavicencio (el Protomártir) y la Revolución de Independencia, t. 1, Academia de
Historia, Bogotá, 1920, pp. 344-345.
54. Un análisis del poder soberano en Claude Lefort, Ensayos sobre lo político, Editorial Uni-
versidad de Guadalajara, Guadalajara, 1991, espec. pp. 17-29.
60
Magali Carrillo
cipio, es decir, entre el ejercicio del poder (la autoridad soberana) y su fuente
(el poder soberano).55
Con la crisis monárquica de 1808, los súbditos españoles habían recono-
cido a las diferentes juntas creadas en la península corno depositarias de la
autoridad soberana hasta que el rey se restituyera al trono. Los hombres de la
época consideraban que la autoridad emanaba del monarca, quien a pesar de
SU cautiverio, le daba legitimidad a esos nuevos gobiernos. Corno dice Isidro
Vanegas, "en muchos lugares de la Península tan pronto estalla la crisis monár-
quica la autoridad es asumida por organismos nacidos de la sociedad, aunque
no por ello el poder pasó a manos de la sociedad, dado que el rey siguió siendo
reconocido como el nmdamento del orden".56 Pero en 1810, en el momento
de la creación de las juntas en América, ya no son solo estas las depositarias
de la autoridad soberana sino que también al pueblo se le empieza a asignar
este rol. Los acontecimientos hacen que ante la ausencia del rey, se dé una
transferencia de su autoridad, primero a las juntas peninsulares, luego a las jun-
tas americanas y posteriormente al pueblo. Quien primero afirma en el Nuevo
Reino de Granada que el pueblo debe asumir la autoridad soberana es Camilo
Torres en mayo de 1810, al plantearle a su tío Ignacio Tenorio la necesidad de
establecer juntas en los reinos de América, las cuales deberían ser convocadas
por el pueblo ya que a él había vuelto la autoridad que había radicado en las
autoridades virreinales. 57 Por su parte el síndico de Cali, Antonio Camacho,
expresó en junio de ese año que solo el pueblo podía decidir la resignación de
la autoridad, pues era el único que tenía el privilegio de cambiar los gobiernos
en ausencia del soberano." También la junta de Pamplona expresó esta misma
idea al indicar que se instalaba en representación de Fernando VII con el fin de
ejercer la autoridad suprema que residía en él, pero que por su ausencia, recaía
en "el mismo Pueblo que se la confió".59 Escucharnos, sin embargo, voces lla-
mando a la prudencia, en la medida que se podía caer en la anarquía si el pueblo
55. Un año más tarde tendrá lugar en la Nueva Granada una discusión importante en torno al
significado de cada una de estas funciones de la soberanía. En un informe de la Sala de Gobierno
de Santafé se expresa que el pueblo es el soberano y que el gobierno es quien detenta su autoridad
para gobernar. Este último es concebido como "un cuerpo intermedio establecido entre los súbdi-
tos, y el Soberano" (AGN, Sección Archivo Anexo, Fondo Gobierno, t. 19, f. 952r).
56. Isidro Vanegas, La Revolución Neogranadina, ob. cit., p. 412.
57. Carta de Camilo Torres a su tío Ignacio Tenorio, mayo 29 de 1810, en GuiHenno Hernan-
dez, Proceso histórico, ob. cit., p. 63.
58. Reflexión de Antonio Camacho sobre lo ocurrido en la ciudad,junio 28 de 1810, en AGN,
Sección Archívo Anexo, Fondo Gobierno, t. 18, ff. 888r-899v.
59. Actas de creación de lajunta de Pamplona, j ulio 31 de 1810, en CMVJ, Manuscritos Quinta
de Bolivar, t. 1, ff. 599r-602r.
61
Pueblo, juntas y Revolución
asumía la autoridad del monarca. Una de estas voces es la del cura Rafael Lasso
de la Vega, quien en un intercambio epistolar con su amigo Santiago Arroyo se
cuestiona si el depósito que el pueblo había hecho de la autoridad en las juntas
no podría ser recobrado arbitrariamente por cualquiera, dado que estas habían
sido erigidas por tumultos populares 60
Es importante resaltar que en el momento que al pueblo se le asigna la auto-
ridad soberana pareciera que la sociedad comienza a estar separada del monar-
ca, pues a ella se apela también para justificar los cambios que se están introdu-
ciendo. Esto se pone en evidencia en la afirmación de que la autoridad asumida
por el pueblo y las juntas no nacía solamente del rey sino también del público
que había autorizado la formación de juntas y de constituciones. Lo exponen,
por ejemplo, los diputados del Socorro cuando van a sancionar su constitución
el 15 de agosto de 1810 Y afirman que la junta está revestida "de la autoridad
pública, que debe ordenar lo que convenga, y corresponda a la sociedad civil
de la Provincia, y lo que cada ciudadano debe efectuar en ella".61 Igual idea
es manifestada en la parroquia de Garzón, jurisdicción de la villa de Timaná,
donde el cabildo aprueba una serie de medidas respecto a su nuevo gobierno,
considerando que tanto la autoridad como la 'Jurisdicción mixta suprema" les
habían sido conferidas por el público." Parece como si la autoridad del monarca
hubiera sido transferida al menos parcialmente a la sociedad y esta fuera ahora
la encargada de delegársela a sí misma.
y aunque en estos meses se acepta con facilidad que las juntas y el pueblo
han asumido la autoridad soberana, al mismo tiempo comienza a aparecer la
posibilidad de que alguien distinto al rey haya asumido igualmente el poder
soberano, el poder fundante del orden, aunque esta posibilidad aparece inicial-
mente con muchas reservas. En efecto, las discusiones alrededor del poder so-
berano aparecen en el Nuevo Reino de Granada cuando es conocida la creación
del Consejo de Regencia, en razón de que la Junta Central en su manifiesto de
enero 29 de 1810 había indicado que resignaba tanto la autoridad como el poder
en el nuevo cuerpo representativo. Esta afirmación generó un fuerte rechazo en
el Nuevo Reino, pues se argumentó que si en la Junta Central estaba depositado
el poder soberano por el consentimiento unánime de los pueblos peninsula-
60. Cartas de Rafael Lasso de la Vega a Santiago Arroyo del 19 de septiembre, 21 de noviem-
bre y 6 de diciembre, en AHCRSM, Universidad de la Sabana, Fondo David Mejía Velilla, caja 7,
carpo 3, ff. 59-60v.
61. Bases constitucionales del Socorro, agosto 15 de 1810, en Horacio Rodríguez Plata, La
antigua Provincia del Socorro y la Independencia, ob. cit., pp. 46-50.
62. Actas del cabildo de Garzón de la villa de Timaná, septiembre 6 de 1810, en AGN, Sección
Archivo Anexo, Fondo Historia, t. 11, ff. 8-33v.
62
Magali Carrillo
res y americanos, dicha Junta no estaba autorizada para transmitir este poder
a ningún otro cuerpo.63 Así pues, Joaquín Caicedo argumentó desde Cali que
la creación de la regencia era ilegítima al carecer la Junta Central de cualquier
tipo de autoridad "para trasmitir el poder soberano"64 Por su parte el Síndico
Procurador de aquella misma ciudad, Antonio Camacho, consideró que pese a
que la discusión no podía centrarse en si estaba o no legítimamente erigido el
Consejo de Regencia, sí existían varias nulidades en su formación. La princi-
pal radicaba en que si bien la Jtmta Central era la depositaria de la soberanía
por los votos de la nación española, en ningún momento la misma nación la
había autorizado, "para que transmitiese el poder Soberano en otro cuerpo sin
su consentimiento"." Un argumento similar utilizó Fray Diego Padilla, quien
en su periódico Aviso al público expresó que no era ninguna injusticia ni delito
negarle la obediencia a la Regencia, puesto que era un tribunal ilegítimo que
se había arrogado la soberanía del monarca contra el dictamen de la nación, la
voluntad del rey y la libertad de los pueblos."
En medio de estas discusiones es que aparece la posibilidad de que el mo-
narca no sea el único soberano, sino que también el pueblo haya asumido esta
función. Y es que si bien la mayoría de juntas consideró que el soberano seguía
siendo Fernando VII, algunas, como la del Socorro y Santafé, plantearon que
como tal podía ser considerado también el pueblo.
En efecto, la junta del Socorro fue una de las pocas que habló abiertamente
a nombre del pueblo que pretendía representar, aunque en este momento inicial
ella pensó la soberanía encamada en el rey -su "legítimo soberano" como
dicen-, aunque aceptó que durante su ausencia fuera creado un congreso na-
cional en el cual se depositara provisionalmente la soberanía. Esta es una de las
propuestas audaces de aquella Junta, pues aunque designan al rey como sobera-
no, al depositar los derechos de igualdad, propiedad y libertad en sí mismos le
están quitando a Fernando VII parte de sus atributos como monarca. Su actitud
ante el soberano por lo tanto se transforma, pues de ahora en adelante van a
consignarle solo una parte, y no la totalidad, de sus derechos. Desde esta pers-
pectiva, cualquiera sea el nuevo soberano -el antiguo monarca u otro que salga
de la reunión de la nación en congreso--, él va a retener sólo parcialmente lo
que los socorranos llaman "sus derechos". Esta ambivalencia respecto al poder
63. Oficio del cabildo de! Socorro,junio 8 de 1810, enAGN, Sección Colonia, Fondo Cabildos, t 6, f. 1013r.
64. Carta de Joaquín Caicedo a Santiago Arroyo, junio 29 de 1810, en AHCRSM, Universidad
de la Sabana, Fondo David Mejía Velilla, caja 5, carpo 4, ff. 48rv.
65. Antonio Camacha, junio 28 de 1810, en AGN, Sección Archivo Anexo, Fondo Gobierno,
t. 18, lf. 888r-899v.
66. Fray Diego Padilla, Aviso al público, n° 7, noviembre 10 de 1810, Santafé de Bogotá.
63
Pueblo, juntas y Revolución
67. Oficio de José Ignacio Plata al vocal Lorenzo Plata, septiembre 28 de 1810, en AGN, Sec-
ciónArchivoAnexo, Fondo Historia, t. 11, f.249r.
68. Acta del "Cabildo extraordinario", en Diario de Cundinamarca, n° 775, julio 20 de 1872,
Bogotá. Según algunos sujetos, la autoridad del virrey había cesado desde que el pueblo había rea-
sumido sus derechos y los había depositado en personas de su confianza. Esta afirmación sorpren-
dió a José Acevedo y Gómez, quien la escuchó en boca de "gentes al parecer ignorantes". Carta de
José Acevedo Gómez a Miguel Tadeo Gómez, julio 21 de 1810, en Adolfo León Gómez, comp., El
Tribllno de 1810, Biblioteca de H¡storia Nacional, Bogotá, 1910, pp. 46-49.
69. Esta actitud se plasmará claramente en la primera Constitución de Cundinamarca en 1811,
en la que el reyes solo un magistrado, mas no el soberano.
64
Magali Carrillo
Con el correr de los días se manifestará en Santafé una dualidad entre el rey
y el pueblo con respecto a la soberanía, pues mientras se sigue afirmando que lo
actuado es en defensa de su legítimo soberano Fernando VII, a la par encontra-
mos referencias al pueblo como soberano. Alguien tan fiel al monarca como el
bayamés Manuel del Socorro Rodríguez, por ejemplo, acepta que el pueblo ha
usado de su derecho a la soberanía cuando nombró a los vocales de la Junta. 70
y los editores del Diario Politico, .José Joaquín Camacho y Francisco José de
Caldas, consideran que el pueblo ha pasado de oprimido a soberano, cuando
afirman: "¡Sombras ilustres de Cadena y Rosillo, recibid las lágrimas y los sus-
piros de este Pueblo entonces oprimido y hoy SOBERANO! "71 En definitiva, la
soberanía del pueblo es la que justifica la formación de la junta, la destitución
de los funcionarios del antiguo gobierno y el nombramiento de nuevos funcio-
narios públicos. Sin embargo, para algunos la soberanía no podía ser otorgada
al pueblo, pues no le pertenecía. Esto 10 asevera, entre otros, el abogado de
Charalá, Ignacio Vargas, quien afirma que el pueblo no le puede arrebatar al rey
la soberanía, y que sólo podría tenerla en el caso de que la dinastía gobernante
desde Don Pelayo se extinguiera. Argumenta que como este no es el caso -
pues existen individuos de la casa reinante y Fernando VII solo está impedido
para ejercer sus funciones-, la soberanía sigue residiendo en el monarca. El
propio Vargas no obstante da, a pesar suyo, las claves de lo que está ocurriendo:
plantea que esta potestad se halla en el príncipe mientras dure "el imperio Mo-
nárquico" y no se haya establecido otro como el democrático. En este sentido,
podemos preguntarnos si en ese momento no se está cambiando ya de régimen,
ante lo cual los propios argumentos de Vargas nos sugieren elementos de res-
puesta, pues sus palabras están imbuidas de un nuevo lenguaje y de una nueva
forma de concebir la sociedad. Nuestro abogado deja de lado los principios
que organizaban la monarquía, como la desigualdad y las jerarquías, y pide la
absoluta igualdad, y reciprocidad entre la España y las Américas al elogiar la
representación que Camilo Torres había escrito en noviembre del año anterior.
Por qué pedir igualdad si no se está dejando de lado el imperio monárquico?72
70. En ell'elato que hace de los acontecimientos del 20 de julio, Rodríguez expresa que la
"asamblea numerosa que se había congregado en la Sala Consistorial, compuesta ya de los Vocales
que el Pueblo había elegido por el derecho de su Soberanía" (Manuel del Socorro Rodríguez, La
Constitución Feliz, nO 1, agosto 17 de 1810, Santafé de Bogotá).
71. "Se continúa la historia de nuestra revolución", Diario Politico de SantaJé de Bogotá, nO
3, agosto 31 de 1810.
72. Otro de los que argumenta en contra de la soberanía del pueblo es el cura Rafael Lasso de la
Vega, quien plantea que el vasallaje implica la defensa del rey y del reino, y al devolverle la auto-
ridad al pueblo, cada uno solo velaría por sus intereses y el Reino se fragmentaría. Carta de Rafael
Lasso de la Vega a Santiago Arroyo, Santafé, noviembre 21 de 1810, en AHCRSM, Universidad
65
Pueblo,juntas y Revolución
66
Magali Carrillo
67
Pueblo, juntas y Revolución
primera vez en Filadelfia en 1799. En ella, el cura peruano plantea que los reyes
habían aspirado a un poder absoluto, abusivo, arbitrario y despótico, del cual los
españoles se habían protegido mediante las cortes. Vis cardo añade que fueron
los españoles quienes decidieron que fueran las cortes las que representaran a la
nación "en sus diferentes clases", y que fueran las depositarias y guardianas de
los derechos del pueblo. Según él, la decadencia sufrida por España había sido
el producto del poder absoluto "usurpado" por los soberanos, ya que "el poder
absoluto, al cual se junta siempre el arbitrario, es la ruina de los Estados".8I Esta
idea bastante rupturista se mantendrá en el Nuevo Reino de Granada a partir de
este momento.
Conclusiones
Las juntas creadas en el Nuevo Reino de Granada tuvieron distintas motiva-
ciones y justificaciones, las cuales irán cambiando con el tiempo. Si en 1809 el
reclamo de formar juntas en el virreinato había estado claramente sustentado en
la defensa del rey y de la patria, las primeras j untas creadas en 1810 se justifican
en el rey, en las leyes de la monarquía, y de manera poco clara, en el pueblo
soberano. En este año se comienza a adjetivar el concepto de soberano, pues se
pasa de hablar del soberano refiriéndose a Fernando séptimo, a un conjunto de
términos como pueblo soberano, gobierno soberano, cuerpo soberano, poder
soberano, derechos soberanos del hombre, autoridad soberana, etc. Es como si
el soberano explosionara en múltiples partes, yendo a estar en muchos lugares
al mismo tiempo.
Otra de las conclusiones que podemos sacar es que desde 1810 las acciones
de los hombres neogranadinos van a justificarse cada día más en la igualdad
política. Esta igualdad, que se la ve abriéndose camino desde los comienzos de
la revolución, es una de las justificaciones que utilizaron los cabildos para crear
sus juntas, pues consideraban que todas las partes de la monarquía española
debían gozar de unas mismas condiciones para no poner en riesgo la integridad
del reino. Cartagena, Socorro o Santafé consideraron que los vínculos que las
articulaban con la península ya no eran cadenas, y solo la igualdad y la justicia
podrían unirlos permanentemente. Las juntas habían sido formadas para asumir
los derechos del pueblo, lo cual segtm las juntas neogranadinas ya habían hecho
las provincias de la península, pero a ellas se les había negado eso mismo "aun
81. "Carta dirigida a los Españoles Americanos por uno de sus compatriotas", Adición al Aviso
público n° 5, noviembre 2 de 1810, Santafé de Bogotá.
68
Magali Carrillo
82. "Acta de la Suprema Junta", impreso, Santafé de Bogotá, julio 26 de 1810, en AHJMR,
fondo 1, voL 4, ff. 55-56v; "A todos los estantes y habitantes de esta plaza y su Provincia", impreso,
Cartagena, noviembre 9 de 1810, en AHJMR, fondo 1, t. 9, ff 5r-lOr; Bases constitucionales del
SOCOITO, agosto 15 de 1810, en Horacio Rodríguez Plata, La antigua Provincia del Socorro y la
Independencia, ob. cit., pp. 46-50.
83. "Prospecto", Diario Politico de Santafé de Bogotá, n° 1, agosto 27 de 1810.
69
EL MOMENTO AGÓNICO
DE LA REPÚBLICA DE COLOMBIA
71
El momento agónico de la República de Colombia
2. Ver sobre este tema los libros de Raimundo Rivas, Relaciones internacionales entre Colom-
bia y los Estados Unidos (1810-1850), Imprenta Nacional, Bogotá, 1915 e Historia diplomática
de Colombia (1810-1934), Ministerio de Relaciones Exteriores, Bogotá, 1961 y PedroA. Zubieta,
Apuntaciones sobre las primel'Gs misiones diplomáticas de Colombia (Primero y segundo perío-
dos 1809-1819-1830), Imprenta Nacional, Bogotá, 1924.
3. Clément Thibaud, "Entre les cités et l'EtaL Caudillos et pronunciamientos en Grande Co-
lombie", Geneses, n° 62, 2006, p. l6.
4. José Manuel Restrepo, Historia de la revolución de la República de Colombia, t. 3, José
Jacquin, Besanzón, 1858, pp. 497 -5l5; José Joaquín Guerra, La Convención de Ocaña, Imprenta
Nacional, Bogotá, 1908, pp. 20-33; David Bushnell, Simón Bolívar, proyecto de América, Univer-
sidad Externado de Colombia, Bogotá, 2007, pp. 25l-260.
72
Daniel Gutiérrez
5. Sobre la Constitución boliviana y su adopción en el Perú, ver Mariano Felipe Paz Soldán,
Historia del Perú Independiente ... , segundo período, 1822-1827, t. 2, fmprenta A. Lemale Ainé,
El Havre, 1874, pp. 70-110, así como las cm1as de Andrés de Santa Cruz a Bolívar ya La Fuente
(Lima, 12, 19 Y 28 de septiembre y 8 Y 23 de octubre de 1826), en: Andrés de Santa-Cruz Schu-
hkrafft, Archivo histórico del A1ariscal Andrés de Santa Cruz, Universidad Mayor de San Andrés,
La Paz, 1976, pp. 207-210, 214-216 Y 218-219.
6. José Manue! Restrepo, Historia de la revolución, oh. cit., t. 3, pp. 527-528; Luis Vargas Te-
jada, Recuerdo histórico, Academia Colombiana de Historia, Bogotá, 1978, p. 33. Resulta esencial
igualmente sobre estas materias el libro de Carlos A. Villanueva, La monarquía en América. El
lmper¡o de los Andes, Librería Paul Ollendorf, París, s. f.
7. Discurso de Miguel Uribe ante e! senado de 1827 (Documentos relativos a la vida pública
del Libertador de Colombia y del PerlÍ. Simón Bolivar, 1. X, Imprenta de Devisme hermanos,
Caracas, 1828, pp. 1[6-117); José Manuel Restrepo, Diario politico y militar, t. 1, Presidencia
de la República, Bogotá, 1954, pp. 299, 304-305 Y 307; José Manuel Restrepo, Historia de la
revolución, ob. cit., 1. 3, pp. 529-535 Y 655-656; Luis Vargas Tejada, Recuerdo histórico, ob. cit.,
pp. 16-17; Francisco Soto, "Memorias de 1827", en !vfis padecimientos y mi conducta pública,
Academia Colombiana de Historia, Bogotá, 1978, pp. 121-123; Ángel y Rufino José Cuervo, Vida
de Rufino Cuervo y noticias de su época, Instituto Caro y Cuervo, Bogotá, 2012, pp. 50-66; José
Joaquín Guerra, La Convención de Ocaña, ob. cit., pp. 77-84; David Bushnell, Simón Bolivar, ob.
cit., pp. 264-266.
73
El momento agónico de la República de Colombia
las actas emitidas por las juntas populares de Guayaquil, Ecuador y Azuay en las
cuales se le habían conferido explícitamente.' A continuación, Bolívar se dirigió a
Bogotá (14 de noviembre) y nueve días más tarde hacia Venezuela con el objeto de
restablecer la concordia. Para entonces, todos los departamentos de la república,
excepto tres, se habían pronunciado a favor de una reforma de las instituciones.
Empero, Antonio Leocadio Guzmán había fracasado en Caracas en su misión de
promover la adopción de la Constitución boliviana y causado por ello un "extraño
disgusto" a Bolívar, según refiere José Manuel Restrepo, que fue informado p1m-
tuahnente de la rabieta.' En Venezuela, el Libertador contemporizó con los rebeldes,
ofreciéndoles amnistia y comprándolos con puestos. Páez fue así confirmado como
')efe superior de Venezuela", otros revoltosos como Francisco Carabaño y Andrés
Torrellas recibieron ascensos y el dominicano José Núñez de Cáceres obtuvo el
juzgado de Maturín. Entre tanto, los hombres que se habían mantenido fieles a las
leyes y defendido el orden constitucional permanecieron en su sitio, sin ningím tipo
de reconocimiento. lo
En Maracaibo, camino hacia Caracas, Bolívar había expedido Lm decreto ilegal
el19 de noviembre de 1826, en virtud del cual ofreció convocar los colegios elec-
torales de la república para que decidieran cuándo, cómo y en qué términos debía
instalarse la convención nacional. No obstante, dos meses después, graves sucesos
en el Sur frustraron toda posibilidad de uniformar las instituciones de Colombia con
las de Perú y Bolivia. En efecto, el 26 de enero 1ma revolución en Lima, en la que
participaron las tropas colombianas allí estacionadas, derogó la Constitución boli-
viana que apenas regía en el país desde el mes de diciembre. La revuelta se extendió
a Guayaquil y aún a Bolivia, donde comenzó a vacilar también la autoridad de
Sucre l l En consecuencia, fracasó el proyecto de establecer la gigantesca confede-
ración de los Andes y simultáneamente las tentativas de imponer en Colombia, me-
diante asambleas tumultuarias, el código de la presidencia vitalicia. 12 En adelante,
la reforma constitucional había de llevarse a cabo siguiendo vías menos expeditas.
8. José Manuel Restrepo, Diario político y militar, ob. cit., 1. 1, p. 307; José Manuel Restrepo,
Historia de la Revolución, ob. cit., t. 3, p. 550. Coinciden esencialmente en el análisis Miguel Uri-
be en su discurso ya citado al senado de 1827 (pp. 115-116) Y Vargas Tejada, Recuerdo histórico,
ob. cit., pp. 24-25. Ver también, David Bushnell, Simón Bolívar, ob. cit., pp,266-268.
9. José Manuel Restrepo, Diario político y militar, ob. cit., 1. 1, pp. 312 Y 315~316.
10. David Bushnell, Simón Bolivar, ob. cit., pp. 271~276.
11. José Manuel Restrepo, Historia de la Revolución, ob. Gil., t. 3, pp. 579~593 Y t. 4, pp. 7~ 17;
José Manuel Restrepo, Diario politico y militar, ob. cit., t. 1, pp. 322, 324 Y 325; Luis Vargas Te~
jada, Recuerdo histórico, oh. cit., pp. 49~55.
12. Acerca de la gran confederación proyectada por Bolívar, ver los documentos publicados
por Vicente Lecuna, Documentos referentes a la creación de Bolivia ... , t. 2, Comisión Nacional del
Bicentenario del Gran Mariscal Sucre, Caracas, 1995, pp. 365~402.
74
Daniel Gutiérrez
13. Sir Robert Key Porter, Diario de un diplomático británico en Venezuela, Fundación Polar,
Caracas. 1997, pp. 221, 223 Y 225.
14. José Manuel Restrepo, Diario político y militar, ob. cit., t. 1, p. 336 Y sobre todo Luis
Vargas Tejada, ReclIerdo histórico, ob. cit., pp. 58-64; Francisco Soto, "Memorias de 1827", ob.
cit., pp. 129-145.
15. Luis Vargas Tejada, Recuerdo histórico, ob. cit., pp. 56-58 Y 86-87; José Joaquín Guena,
La Convención de Ocaña, ob. cit., pp. 199-221,254-259; José Manuel Restrepo, Historia de la
Revolución, ob. cit., t. 4, pp. 53-56.
75
El momento agónico de la República de Colombia
16. Artículo 40 de la "Lei reglamentando las elecciones de los diputados a la Gran Conven~
ción", 29 de agosto de 1827, en Gaceta de Colombia, n° 310, septiembre 23 de 1827, Bogotá.
17. María Teresa Calderón, "Un gobierno bacilante arruina para siempre. La crisis de legiti-
midad que acompaña la emergencia del poder de la opinión en Colombia, 1826~ 183 t", Revista de
Historia, nO 153, diciembre de 2005, pp. 181~223.
18. José Manuel Restrepo, Diario político y militar, ob. cit., t. 1, pp. 350~351 y Luis Vargas
Tejada, Recuerdo histórico, ob. cit., p. 67.
19. "Memorias sobre el origen, causas y progreso de las desavenencias entre el presidente de
la República de Colombia, Simón Bolívar, y el vicepresidente de la misma, Francisco de Paula
Santander, escritas por un colombiano en 1829", en: Francisco de Paula Santander, Escritos auto-
biográficos, 1820-1840, Presidencia de la República, Bogotá, 1988, p. 70.
20. Luis Vargas Tejada, Recuerdo histórico, ob. cit., pp. 74~ 76 Y 100-103; José Manuel Restre~
po, Diario político y militar, ob. cit., t. 1, pp. 363~364 Y 373; Joaquín Posada Gutiérrez, A;femorias
histórico-políticas, 1. 1, Imprenta a cargo de Foción Mantilla, 1865, pp. 82~83.
21. José Joaquín Guerra, La Convención de Ocaña, ob. cit., pp. 225~236.
76
Daniel Gutiérrez
ambiente político estaba dominado por la zozobra, las arcas públicas se hallaban
exhaustas, el ejército resultaba amenazante por su tamaño, por sus pretensiones
y por sus excesos, y los fundadores de la república se habían dividido en tomo a
las figuras de Francisco de Paula Santander y Simón Bolívar. El primero, elegido
como diputado por Cundinamarca a la convención, se convirtió naturalmente
en el jefe de un gmpo que se consideraba como el defensor de las instituciones
democráticas y se daba el epíteto de "liberal"." El segundo no se abstuvo tam-
poco de intervenir en los debates y se instaló en Bucaramanga para seguirlos de
cerca e influenciarlos, gracias al correo semanal que desde Ocaña iba hasta su
residencia. 23 En derredor suyo se hallaba la generalidad de la alta y mayoritaria
oficialidad venezolana, los extranjeros al servicio de Colombia y "patriotas anti-
guos" que creían de buena fe en la necesidad de un Poder Ejecutivo enérgico."
Las disensiones abrían de nuevo la cuestión del sistema de gobierno más propi-
cio para edificar en la Tierra Filme una sociedad feliz e ilustrada: las vacilaciones
en tomo al federalismo y las tentaciones autoritarias, cortadas desde 1819 por la
guerra con España, volvieron a emerger con inusitada fuerza.
77
El momento agónico de la República de Colombia
26. Lo mismo decían los jefes de la insurrección en Venezuela y tal era también la opinión
del cónsul británico en Caracas, Sir Robert Key Porter, Diario de un diplomático, ob. cit., p. 193.
Restrepo desestima la acusación en su Historia y afinna que el gabinete al que perteneció él mis-
mo estaba compuesto por "hombres de integridad pura y de integridad conocida" (Historia de la
Revolución, ob. cit., t. 3, p. 632).
27. "Le général Balivar sera roi, mais plus sage que César, il se contentera de vouloir 1'étre de
[ait, saos en prendre le titre", Buchet Martigny a sus comitentes (Bogotá, 18 de agosto de 1826),
AMAE, Correspondance consulaire et commerciale, 1. 1, ff. 26~29, Ver también el oficio dirigido
al ministerio de relaciones exteriores de Francia el 20 de mayo de 1828, Correspondance Politique
Colombie (en adelante CPC). t. 4, ff. 8-9.
28. Buchet Martigny a sus comitentes (Bogotá, 19 de septiembre y 15 Y 28 de octubre de
1826), AMAE, CPC, t. 3, ff. 63-64, 69-70 Y 75-76.
78
Daniel Gutiérrez
29. Buchet Martigny a sus comitentes (Bogotá, 23 de enero de 1827), AMAE, cpe, t. 3, ff.
122-125.
30. Buchet Martigny al ministro de relaciones exteriores de Francia (Bogotá, 20 de noviembre
de 1826), AMAE, CPC, t. 3, ff. 84-85.
31. Buchet Martigny al ministro de relaciones exteriores de Francia (Bogotá, 25 de noviembre
de 1826), M1AE, cpe, t. 3, ff. 88-89. El diagnóstico del cónsul británico en Caracas era prác-
ticamente el mismo. El 28 de febrero de 1827, al enterarse de la adopción de la Constitución de
Bolivia en Perú, anotó que pronto sucedería lo mismo en Colombia y que entonces Bolívar se haría
"Protector de las Repúblicas federadas, y luego Soberano o Monarca constitucional, sin nobleza,
cosa que es más bien nueva" (Diario de un diplomático británico en Venezuela. oh. cit., p. 196).
79
El momento agónico de la República de Colombia
librea republicana", para emplear las propias palabras del agente. 32 Ello quiere
decir que la asamblea revisora de 1828 significó, desde tal punto de vista, un
tercer fracaso. ¿Cómo explicar tan repetidos y fatales tropiezos en un hombre
que, en opinión de Buchet Martigny, se encontraba muy por encima del resto de
sus conciudadanos? La respuesta del comisionado francés es también persistente
e invariable desde las primeras comunicaciones oficiales que remitió a París en
1826: el alto precio que Bolívar concedía a su propia gloria, edificada sobre su
condición de héroe antimonárquico, le habría impedido presentar y promover
abiertamente sus proyectos y sus aspiraciones. Por lo tanto, cuando la adopción
por vía legal de sus diseños institucionales resultó imposible, se contentó con
ejercer una dictadura limitada en el tiempo y, por lo mismo, ineficaz. 33
¿Vio Bolívar en la convocatoria de la Gran Convención de 1828 un meca-
nismo capaz de imponer a Colombia la Constitución boliviana? Tal es la opinión
de Buchet Martigny, que tuvo a bien recordar en su correspondencia que el pre-
sidente mismo había asestado varios golpes letales a la carta de Cúcuta al pro-
meter en una proclama a los venezolanos la convocatoria de una nueva asamblea
constituyente (en contravía con lo estipulado por las leyes fundamentales) y al
premiar a Páez y sus aliados con ascensos y favores." Las miras del Libertador
habrían apuntado, en última instancia, a la creación de una vasta confederación
que se extendería desde Colombia hasta el Perú y Bolivia. 35
Se ha visto cómo, en opinión del comisionado francés, los planes de Bolí-
var habrían fallado por la timidez con que emprendió su ejecución. ¿Cómo se
tradujo esto en la práctica? Las controvertidas acciones del presidente desde su
retorno del Perú despertaron las mayores suspicacias en Bogotá y llevaron al
establecimiento de un "partido" estmcturado alrededor del vicepresidente San-
tander. Según Buchet Martigny, éste estaba compuesto esencialmente por "al-
tos funcionarios" adictos a la más pura democracia, mientras que los apoyos de
Bolívar pertenecían en su mayoría al ejército y al clero y luchaban por imponer
instituciones de corte monárquico, que no parecían ser contrarias, por 10 demás,
al querer de la plebe. 36 Aparentemente, ambos partidos se habrían comportado de
80
Daniel Gutiérrez
Un campo de batalla
La información que ofrece el recuento oficial de la Convención es desalentadora:
varias transcripciones manuscritas de las sesiones no pasan de ser imperfectos
borradores y, a pesar de la presencia de taquígrafos, los debates son consignados
con una laconismo desesperante que se abate corno un telón entre los diputa-
dos y nosotros. Resulta entonces imposible comprender a través de una filente
semejante la conformación y el dinamismo de los bandos en pugna, seguir el
37. José Manuel Restrepo, Historia de la Revolución, ob. cit., t. 4, p. 83; Eladio Urisarri, Car-
tas contra Santander. Réplica a las memorias del "Hombre de las Leyes" [1838J, Planeta, Bogotá,
2000, p. 91; Joaquín Posada Gutiérrez, Memorias histórico-políticas, ob. cit., t. 1, pp. 76 Y 80;
José Manuel Groot, Historia eclesiástica y civil de Nueva Granada, t. 5, Ministerio de Educación
Nacional, Bogotá, 1953, pp. 307-309. Ver también, David Bushnell, Simón Bolívar, ob. cit., pp.
281-282.
38. Luis Vargas Tejada, Recuerdo histórico, ob. cit., pp. 77-78.
39. En la primera vuelta, de los tres mil electores del cantón de Bogotá sólo 200 se presentaron
a votar y lo hicieron siempre a favor de candidatos "liberales", Buchet Martigny al ministro de re-
laciones exteriores (Bogotá, 21 de diciembre de 1827 y 2 de enero de 1828), AMAE, CPC, t. 3, ff.
271-272 y 274-275 Y Sir Robert Key P0l1er, Diario de un diplomático, ob. cit., p. 296. Un impreso
de la época confinna las afirmaciones del agente francés, Aparentemente, sólo 8.000 individuos
habrían tomado parte en las elecciones en la totalidad de la república, Jerónimo Torres, Observa-
ciones políticas dirigidas a la gran convención de Colombia por el ciudadano que las suscribe,
Imprenta de N. Lora, por J. N. Barros, Bogotá, 1828.
40. Luis Vargas Tejada, Recuerdo histórico, ob. cit., pp. 79-80. No hay ningún análisis siste-
mático del grupo de los diputados de Ocaña. Algunos estudios someros y de desigual calidad se
encuentran en José M. de Mier, comp., Segundo congreso Grancolombiano de Historia. Sesqui-
centenario de la Convención de Ocaña, Academia Colombiana de Historia, Bogotá, 1978. Ver
también, Víctor Manuel Uribe Urán, Vidas honorables. Abogados, familia y politica en Colombia,
1780-1850, EAFlT / Banco de la República, Bogotá, 2008, pp. 216-219.
81
El momento agónico de la República de Colombia
41. Documentos acerca de la traslación a Ocaña de los diputados Francisco Javier Cuevas, José
J. Suárez y Miguel Saturnino Uribe, AGN, AHL, COlTespondencia oficial, t. 20, ff. 1 Y 23-26; Luis
Vargas Tejada, Recuerdo histórico, ob. cit., pp. 85-88 Y 102; José Joaquín Gori a J. M. Restrepo
(Ocaña, 24 de marzo de 1828), en Vicky Pineda, Alicia Epps y Javier Caicedo, comps., La Con-
vención de Ocaña, ob. cit., t. 3, pp. 221-222; Francisco de Paula Santander, "Memorias sobre el
origen", ob. cit., p. 78. Oficios de Francisco Soto al secretario de Hacienda (Ocaña, 10 de marzo de
1828), AGN, Congreso, 1. 8, ff. 955-957. Dice O'Leary en sus memorias que salió de Bogotá el 4
de marzo para Ocaña "con orden [del Libertador] de pennanecer allí mientras duraren las sesiones,
para darle cuenta de lo que ocurriera" (Memorias del General O 'Lemy, ob. cit., t. III, Apéndice, p.
156). Lynch también anota que O'Leary era "el observador persona! de Bolívar en la convención"
y recuerda que "detestaba a Santander", a quien veía como un hombre mediocre e inmoral (John
Lynch, Simón Bolivar. A lije, Yale University Press, New Haven-Londres, 2006, p. 236).
42. Daniel Florencio O'Leary, lvfernorias del General O'Lemy, ob. cit., t. UI, Apéndice, p. 202.
82
Daniel Gutiérrez
43. Informe de la comisión encargada de infOllTIar sobre las representaciones de varios cuer-
pos civiles y militares y padres de familia, elevadas a la Gran Convención por el Jefe Superior de
Venezuela con oficios de [5 y 21 de marzo (Ocaña, 24 de abril de 1828), AGN, .ARL, Informes
comisiones, 1. 52, ff. 36-47; Joaquín Mosquera, "Exposición sucinta de! drama de la disolución de
la República de Colombia en el año de 1830", en Luis Ervin Prado y David Fernando Prado, eds.,
Recuerdos de dos payaneses sobre la guerra de independencia y la disolución de Colombia, VIS,
Bucaramanga, 2012, p. 87; Luis Vargas Tejada, Recuerdo histórico, ob. cit., p. 90; León Febres
Cordero a los secretarios de la Gran Convención (Ocaña, 12 y 23 de mayo de 1828), AGN, AHL,
Correspondencia oficia!, 1. 20, tI. 20 Y 89.
44. Ejemplos numerosos de las actas remitidas a la asamblea por militares y municipalidades
se encuentmn en: Vicky Pineda, Alicia Epps y Javier Caiceda, comps., La Convención de Ocaña,
ob. cit., 1. 1 Y 2. Al recibir y examinar las de Venezuela y las del Ejército del Sur, las autoridades
de la Convención las remitieron a Bolívar (29 de abril y 30 de mayo) "como a quien corresponde
mantener el orden público y la disciplina militar", AGN, Congreso, 1. 28, tI 359-360 Y 408-410.
45. José Manuel Graot, Historia eclesiástica y civil, ob, cit., t. 5, pp. 312 Y 314; José Joaquín
Guerra, La Convención de Ocaña, ob. cit., p. 294.
46. "Opinión de Francisco de Paula Santander acerca de la reforma del gobierno" y Francisco
Montaya a J. M. Restrepo (Ocaña, 10 de abril de 1828), en Vicky Pineda, Alicia Epps y Javier
Caicedo, comps., La Convención de Ocaña, ob. cit., t. 2, p. 197 Y 1. 3, pp. 233-234.
47. Luis Vargas Tejada, Recuerdo histórico, ob. cit., pp. 145-147.
48. Rafael María Baralt y Ramón Díaz, Resumen de la historia de Venezuela, ob. dI., 1. 2, pp.
271 Y 274.
83
El momento agónico de la República de Colombia
49. David Bushnell, "La última dictadura de Simón Bolívar: ¿abandono o consumación de
su misión histórica?", en Ensayos de Historia Política de Colombia, siglos XIXy XX, La Carreta
Editores, MedeIlín, 2006, p. 59. Este artículo fue publicado por primera vez en Hispanic American
Historical RevieJA/ en febrero de 1983.
50. "El gobierno de esta provincia, invitado por la filantropía y conocimientos prácticos del Sr.
Secretario de Estado y del despacho del Interior, tiene el honor de ofrecer a la consideración de V.
S muy ilustre la adjunta representación impresa que manifiesta bastantemente su objeto, para que,
participándola a los ciudadanos honrados y beneméritos de este cantón, si mereciese la aprobación
universal, se transcriba y se [¿firme?], devolviéndola a este gobierno para dirigirla oportunamen~
te", Circular dirigida por Tomás Escobar y Rivas a las municipalidades de la provincia de Neiva
(Neiva,5 de abril de 1828),AGN, Sección República, Fondo Historia, t. 7, f. 131.
51. Tomás Escobar y Rivas al Secretario del Interior (Neiva, 6 de mayo de 1828), Archivo
General de la Nación (en adelante AGN), Sección República, Fondo Historia, t. 7, f. 130.
84
Daniel Glltiérrez
tá, marzo 21 de 1828, 18°") Y se les reemplazó en el costado con la pluma, antes
de agregar las firmas de los vecinos. Así sucedió en Purificación ellO de abril y
en El Espinal cuatro días más tarde. A otros lugares llegó un traslado manuscrito
del acta a la que solo restaba agregar el día, el nombre del poblado y, por supues-
to, las rúbricas de los padres de familia: tal fue el caso de Dolores y Alpujarra,
donde fueron suscritas respectivamente el 20 y el 21 del mes citado. Al cotejar
una con otra, resulta innegable que una única y misma mano elaboró las copias,
10 que confirma el origen exógeno de la iniciativa. Se presentó también un tercer
caso, en el que el acta fue remitida manuscrita incluyendo el lugar y la fecha
originales, de modo que fue necesario corregirlos chapuceramente por encima:
ello aconteció en Prado, Natagaima y Coyaima que revalidaron todos el acta el
21 de abril. 52
Cuando el secretario Restrepo recibía las actas que propiciaba con tanta dili-
gencia, las enviaba a diputados de su partido en Ocaña con el fin de que a su vez
las presentasen en la asamblea. 53 No obstante, se sabe que no todas las municipa-
lidades entraron en la combinación. En una carta escrita desde Ocaña, Santander
refirió a un corresponsal en Popayán que poblaciones como Girón y San Gil
se habían resistido abiertamente a ejecutar lo que se les mandaba." Aunque no
he podido dar con documentos sobre estos dos casos, sí encontré 1m acta de la
municipalidad de Arauca de naturaleza semejante. En ella se lee que tras haber
recibido de manos del jefe político y militar una comunicación del gobernador
de la provincia instándolos a que manifestasen a la Gran Convención "su opinión
acerca del sistema de gobierno más conveniente", los capitulares se negaron a
pronunciarse sobre el particular "supuesto que han depositado su confianza en
los miembros de aquella respetable corporación y que han sometido su voluntad
a la de aquellos, que los consideran con el patriotismo, luces y demás necesario
para mirar por la felicidad de Colombia"."
¿Quiere esto decir que la coacción no era tan te¡minante y que por consi-
guiente las actas enviadas a Ocaña desde muy diversos rincones de la república
deben leerse como una adhesión sincera al sistema central y a la permanencia
del Libertador en el poder? En realidad, los casos de San Gil, Girón y Arauca re-
sultan verdaderamente excepcionales y en ese sentido parecen sugerir más bien
52. AGN, AHL, Asuntos varios, 1. 70, ff. 238, 275-276, 277-278, 281-283, 284-285, 294-206,
297-298.
53. Gori a Restrepo (Ocaña, 1° de mayo de 1828), en Vicky Pineda, Alicia Epps y Javier Cai-
cedo, comps., Lel Convención de Ocaña, oh. cit., t. 3, pp. 257-259.
54. Santander a Rufino Cuervo (Ocaña, 10 de mayo de 1828), en Vicky Pineda, Alicia Epps y
Javier Caicedo, comps., La Convención de Ocaña, ob. cit, t. 3, pp. 251-253.
55. Acta sin fecha de la municipalidad de Arauca, AGN, Negocios Administrativos (en ade-
lante NA), 1. 2, f. 642.
85
El momento agónico de la República de Colombia
86
Daniel Gutiérrez
se la "Memoria relativa a la Convención de Ocaña" del diputado José Santiago Rodríguez, Boletín
de la Academia Nacional de la Historia, n° 66, abril-junio de 1934, pp. 162-164. Finalmente, Bu-
chet Martigny al ministro francés de relaciones exteriores (Bogotá, 13 de junio de 1828), A.l\1AE,
CPC, t. 4, ff. 24-25.
58. José Manuel Restrepo, Diario político y militar, ob. cit., t. 1, p. 380. Ambos proyectos
de constitución han sido publicados en múltiples ocasiones (por ejemplo: José Joaquín Guerra,
La Convención de Ocaña, ob. cit., pp. 321-362 y 368-402; Vicky Pineda, Alicia Epps y Javier
Caicedo, comps., La Convención de Ocaña, ob. cit., 1. 2, pp. 107-145 y 157-192). Ver, por último
el "Informe de la comisión de reformas a la Constitución al presentar su b.·abajo" (21 de mayo de
1828), en Vicky Pineda, Alicia Epps y Javier Caicedo, comps., La Convención de Ocaña, oh. cit.,
t. 2, pp. 99-106.
59. O'Leary a su esposa Soledad Soublette (Bucaramanga, 14 de mayo de 1828), en Diego
Carbonell, ed., Generala 'Lemy, Íntimo (correspondencia con su esposa), Editorial Élite, Caracas,
1937, pp. 173·174. Gori a Restrepo (Ocaña, 10 de mayo de 1828), en Vicky Pineda, Alicia Epps y
Javier Caicedo, comps., La Convención de Ocaña, ob. cit., 1. 3, pp. 271-272.
60. Bolívar a Rafael Urdaneta, José María Castillo, José Rafael Arboleda y José Antonio Páez
(Bucaramanga, 14 y 15 de mayo y 1° y 2 de junio de 1828), en: Daniel Florencia O'Leary, Memo-
rias del General O 'Leary, ob. cit., t. 1II, Apéndice, pp. 290-292, 293-294 Y 315-319.
61. Francisco de Paula Santander, "Memorias sobre el origen", ob. cit., pp. 80-81; José Rafael
87
El momento agónico de la República de Colombia
Sañudo demuestra con abundamiento el punto, Estudios sobre la vida de Bolívar, [Pasto, 1925).
Planeta, Bogotá, 1995, pp. 444-456. Restrepo sostiene lo contrario en su Historia y afirma, sin
allegar pmebas, que se trata de una "calumnia" encaminada a despedazar 'Iel honor del Libertador"
(ob. cit., t. 4, p. 593). El General Posada Gutiérrez en sus lvfemorias histórico-políticas coincide
con él, basándose en las conversaciones que tuvo posteriormente con José María Castillo y Rada y
el propio Bolívar sobre el asunto. Tales evidencias son, por supuesto, del todo insatisfactorias (ob.
cit., pp. 102 Y 107-108). Lynch también supone que Bolívar era ajeno a la decisión de establecer
una dictadura (Simón Bolívar, ob. cit., p. 237).
62. A mediados de mayo tan sólo entre 16 y 18 diputados habían tomado semejante resolución,
Briceño Méndez a Bolívar (Ocaña, 15 de mayo de 1828), Daniel Florencia O'Leary, Memorias del
General O'Leary, ob. cit., t. IlI,Apéndice, pp. 297-299.
63. Oficio citado de Buchet Martigny delUde junio de 1828.
64. Vicky Pineda, Alicia Epps y Javier Caicedo, comps., La Convención de Ocaña, ob. cit., t.
2, pp. 221-224.
65. Rafael María Baralt y Ramón Díaz, Resumen de la historia de Venezuela, ob. cit., t. 2, p.
278.
88
Daniel Gutiérrez
Campino veía, pues, en la figura de Bolívar, una garantía de estabilidad que con-
venía conservar y, al mismo tiempo, en caso de excluirlo del mando, una ame-
naza formidable para Colombia. En tales circunstancias, le parecía que la única
manera de preservar la república era un pacto que engatusara al caudillo. ¿Era
posible tal cosa? Para el mes de septiembre, cuando Campino se enteró de la
declaración de guerra de Colombia al Perú y renacieron sus temores de que Bo-
lívar estuviese buscando conformar lm imperio de tipo napoleónico en América
del Sur, su respuesta al interrogante anterior se hizo terminantemente negativa:
66. Campino a sus comitentes (Baltimore, 10 de agosto de 1828), Archivo Histórico Nacional
de Chile, Fondo Ministerio de Relaciones Exteriores, t. 22, fr. 31-44.
89
El momento agónico de la República de Colombia
Pronunciamientos y dictadura
Corno se ha visto, la agonía de la Gran Convención comenzó el 2 de junio de
1828 con la defección de 19 diputados y se prolongó por nueve días más hasta su
clausura definitiva, habiendo resultado inútiles todas las tentativas de concilia-
ción." La reunión se cerró, pues, con un rotundo fracaso, y costó a la quebrada
república de Colombia 200.000 pesos. 69 En el proceso, el partido santanderista,
que había controlado las elecciones del año anterior y gozado en Ocaña de una
mayoría tan indisputable corno precaria, perdió el control de la situación en be-
neficio de las autoridades bolivianas de Bogotá. El 13 de junio, aprovechando la
ausencia de los principales líderes del partido opositor, y acudiendo al llamado
del intendente de la capital (el coronel Pedro Alcántara Herrán), "la mayor parte
de las autoridades civiles, judiciales y eclesiásticas", respaldadas por un "gran
concurso de ciudadanos principales y del pueblo", retiraron los poderes que la
provincia había dado a sus diputados en la Gran Convención y depositaron en
Simón Bolívar toda la autoridad pública 70
Lejos de ser un acto espontáneo, la movida había sido preparada con caute-
la en "varias reuniones de personas notables"," que obraban de consuno y por
medio de estafetas, tanto con Simón Bolívar, como con los diputados bolivianos
de Ocaña. En efecto, la maniobra no podía más que ser una consecuencia de la
disolución previamente discutida y acordada de la asamblea y del beneplácito
(tácito o expreso) del Libertador a asumir la dictadura. A pesar de que, según
José Manuel Restrepo, el Consejo de Gobierno "aprobó el acta bajo su responsa-
67. Campino a sus comitentes (Baltimore, 3 de septiembre de 1828), Id., ff. 48-52.
68. José Joaquín Guerra, La Convención de Ocaña, ob. cit., p. 424-432; José Santiago Rodrí-
guez, "Memoria relativa", ob. cit., pp. 168-171,
69. Sir Robert Key Porter, Diario de U/1 diplomático, ob. cit., p. 336.
70. Buchet Martigny al ministro francés de relaciones exteriores (Bogotá, 13 de junio de
1828), AMAE, cpe, t. 4, ff. 24-25. Ver también la narración de Posada Gutiérrez sobre el parti-
cular, .Memorias histórico-políticas, oh. cit., t. 1, p. 107. El Acta de Pronunciamiento de Bogotá
puede leerse en Vicky Pineda, Alicia Epps y Javier Caicedo, comps., La Convención de Ocaña,
ob. cit., 1. 2, pp. 283-286.
71. José Manuel Restrepo, Diario político y militar, ob. cit., t. 1, pp. 380-381; José Manuel
Oroot, Historia eclesiástica y civil, ob. cit., 1. 5, pp. 325-326.
90
Daniel Gutiérrez
72. José Manuel Restrepo, Dia/'io político y militar, ob. cit., t. 1, p. 381.
73. Véase lo afirmado al respecto por Restrepo, que jugó un papel fundamental en la adopción
de la estrategia: "Adoptóse, pues, la base de que era útil, conveniente y aun necesario hacer todo
lo posible para que la Convención de Ocaña no diera constitución alguna. Como no había otro
arbitrio que escoger entre males harto graves, éste pareció menor", Historia de la Revolución. ob.
cit., t. 4, p. 103. Ver también José Rafael Sañudo, Estudios sobre la vida de Bolivm; abo cit., pp.
450-455.
74. David Bushnell, "La última dictadura de Simón Bolívar", ob. cit., pp. 59-60.
75. Ejemplos numerosos de estas actas se hallan enAGN, NA, t. 1 (provincia de Antioquia), 2
(Pore, Chire, Santiago de las Atalayas), 3 (Guayana), 5 (Medellin), 6 (Zipaquirá), 10 (Socorro) y
11 (antigua Venezuela). Algunas de éstas y otras más fueron reproducidas en Vicky Pineda, Alicia
Epps y Javier Caicedo, comps., La Convención de Ocaña, ob. cit., t 2 Y 3.
76. Clément Thibaud, "Entre les cités et l'Etat", arto cit., p. 17. Más particularmente, María Te-
resa Calderón ha señalado que tras la disolución de la Convención de Ocaña la disyuntiva entre la
pluralidad de los pueblos y la necesaria singularidad de la soberanía del pueblo se resolvió a través
de la figura del Libertador ("Un gobierno bacilante", ari. cit., pp. 210-211).
77. "Las autoridades constituidas y todos los colombianos, debemos cooperar con Su Excelen-
cia [el Libertador] [ ... ] manifestando la ilimitada confianza que tenemos de sus virtudes, y nuestro
profundo reconocimiento por los eminentes servicios que ha prestado a la patria". Circular dirigida
por José Manuel Restrepo a los intendentes (Bogotá, 21 de junio de 1828), en Vicky Pineda, Alicia
Epps y Javier Caicedo, comps., La Convención de Ocaña, ob. cit., t. 3, pp. 19-20.
91
El momento agónico de la República de Colombia
las órdenes recibieron un diligente acatamiento y que los ciudadanos de las dife-
rentes provincias fueron convocados no tanto para deliberar corno para refrendar
y suscribir. Mírese, si no, la manera en que el gobernador de Guayana se permitió
convocar una de las asamblea de notables:
"Necesitamos ya de nuestros propios esfuerzos. La misma energía que
nos inspiró el deseo de sacudir la tiranía de los antiguos opresores, nos
manda hoy autOlizar al más grande de los héroes, al imnortal Bolívar,
con los más amplios poderes, para que nos liberte del abismo que nos
amenaza".78
78. Proclama del comandante del Orinoco (30 de julio de 1828), en Vicky Pineda, Alicia Epps
y Javier Caicedo, comps., La Convención de Ocaña, ob. cit., t. 3, pp.,87-88. Con respecto al De-
partamento de Maturín y a la provincia de Apure, pp. 98-99 Y 117-] 18.
79. Montilla a Federico Adlercreutz (Cartagena, 25 de junio de 1828), en Caracciolo Parra
Pérez, ed., La cartera del Coronel conde de Adlercreutz, Excelsior, París, 1928, pp. 56-57.
80. Joaquín Mosquera, "Exposición sucinta", ob. cit., pp. 86-87.
81. Buchet Martigny al ministro francés de relaciones exteriores (Bogotá, 28 de septiembre de
1829), AMAE, CPC, t. 4, ff. 286-287.
82. Córdoba a Bolívar (Medellín, 22 de septiembre de 1829), AGN, Sección República, Fondo
Historia, t. 1, ff. 133-142.
83. José Manuel Groot, Historia eclesiástica y civil, ob. cit., 1. 5, p. 328.
84. Hermes Tovar Pinzón, "Problemas de la transición del Estado colonial al Estado nacional",
en Jean-Paul Deler e Yves Saint-Geours, comps., Estados y naciones en los Andes, hacia una his-
toria comparativa: Bolivia-Colombia-Ecuador-Perú, t. 2, IEP I IFEA, Lima, pp. 382-388.
92
Daniel Gutiérrez
85. Actas de Santa Rosa de Osos (30 de junio), Rionegro y Marinilla (1 0 de junio), Antioquia
(3 de junio), en Archivo Histórico de Antioquia, t. 43, doc. 13 73-1377.
93
El momento agónico de la República de Colombia
Conclusiones
Según Restrepo, la Convención de Ocaña estaba conformada por hombres de
luces, experiencia y patriotismo, en todo comparables a los que expidieron en
Cúcuta la Constitución de 1821. ¿Por qué, pues, no lograron como aquéllos ha-
llar un compromiso entre las diferentes tendencias? La respuesta del historiador,
según la cual muchos de los diputados de 1828 estaban dominados por "vio-
lentas pasiones", resulta hoy enteramente insatisfactoria. 90 Si los miembros de
la Convención fi\eron incapaces de fundar la concordia en tomo a las premisas
concurrentes del orden y la libertad, o de hallar un justo medio entre el centra-
lismo y el federalismo file, antes que nada, porque el espíritu de unión del grupo
de los fundadores de la república se fue relajando a medida que se perfilaba el
desenlace de la guerra de independencia. El agente francés en Colombia Beno!t
86. La acusación la hace Restrepo y parece confirmada por El diario de Bucaramanga (ob. cit.,
entrada del 26 de junio) y por los posteriores levantamientos de José Hilario López y José María
Obando en Popayán y de José María Córdoba en Antioquia (Historia de la Revolución, oh. cit., t.
4, p. 102).
87. Rafael María Baralt y Ramón Díaz, Resumen de la historia de Venezuela, oh. cit., t. 2, pp.
289-290.
88. José Manuel Restrepo, Historia de la Revolución, ob. cit., t. 4, pp. 116-123.
89. Sobre la República de Colombia durante el gobierno dictatorial de Bolívar (1828-1830),
ver el excelente artículo de David Bushnell, "La última dictadura de Simón Bolívar", ob. cit., pp.
57-116.
90. José Manuel Restrepo, Historia de la Revolución, ob. cit., t. 4, pp. 91-94.
94
Daniel Gutiérrez
91. Apen;u de la situation de la République de C%mbie. sur les rapports politiques, écono-
miques et commerciaux a lafin de 1'année J822. pp. 26-27, Archives Nationales de Franee, AE/B/
1II/456,
92. David Bushnell, El régimen de Santander en la Gran Colombia. Ediciones Tercer Mundo
I Facultad de Sociología de la Universidad Nacional, Bogotá, 1966, pp. 33-34.
93. La expresión es de Posada Gutiérrez, Alemorias histórico-políticas, ob. cit.. t. 1, p. 72.
95
El momento agónico de la República de Colombia
94. Luis Vargas Tejada, Recuerdo histórico, ob. cit., pp. 21-22, 45-46 Y 167.
96
Daniel Gutiérrez
97
EL LETRADO PARROQUIAL
En 1984 el umguayo Ángel Rama publicó La ciudad letrada, libro muy influ-
yente que otorgaba un lugar privilegiado a la letra y al letrado en la formación de
la ciudad yen el dominio hispano del Nuevo Mundo. La novedad de su trabajo
radicaba en su distanciamiento frente a quienes entendían el alfabeto y la alfabe-
tización como una tecnología, como un artefacto cultural neutral, expresión del
evolucionismo hacia un pensamiento racional y superior, que se habría plasmado
de preferencia en el mundo occidental. Rama, por el contrario, consideraba a la
escritura como tma tecnología de poder, puesto que "es la sociedad y no la nota-
ción la que decide quién lee y cómo". De esta manera, pelmitía ver la notación
alfabética como un vehículo esencial de la dominación imperial,' y entraba a for-
mar parte de los pioneros en la reflexión teórica de las ciencias sociales, que por
entonces le habían empezado a conceder centralidad al lenguaje en la construc-
ción de la realidad sociaJ.3 La ciudad letrada señalaba al mismo tiempo algo que
99
El letrado parroquial
100
Luis Ervin Prado
5. Marta Zambrano, "La impronta de la ley", art. cit., pp. 152-155. Puede verse también Eric
Van Young, La otra rebelión. La lucha por la independencia de fvféxico, 1810-1821, Fondo de
Cultura Económica, México DF, 2006, p. 784.
6. En efecto, algunos negros esclavos que eran capitanes de minas en la costa del Pacífico te-
nían cierta destreza en el oficio de la pluma, lo que les pellnitía cOlmmicarse con los propietarios.
A propósito ver: Luis Ervin Prado Arellano, "El consenso trastocado. Esclavismo y sedición en
las cuadrillas mineras del Pacífico, Popayán 1810-1840", Reflexión política, vol. 16, n° 32, 2014,
pp. 142-156.
101
El letrado parroquial
7. En el caso de Buenos Aires, luego del derrocamiento de las autoridades coloniales, en 1810,
se hizo necesario constituir un nuevo orden político y en ello fueron centrales Jos funcionarios
locales, quienes fueron dotados de amplios poderes, de los cuales en muchos casos terminaron
abusando. Véase Tulio Halperin Donghi, "La militarización revolucionaria de Buenos Aires, 1806~
1815", El ocaso del orden colonial en Hispanoamérica, Editorial Sudamericana, Buenos Aires
1978, pp. 149-151; Tulio Halperin Donghi, Revolución y guerra. Formación de una élite dirigente
en la Argentina criolla, Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 1972. Una mirada de larga duración a la
construcción del poder político en Juan Maiguashca, "Dirigentes, políticos y burócratas: el Estado
como institución en los países andinos, entre 1830 y 1890", en Historia de América Andina, voL 5,
Universidad Andina Simón Bolívar / Libresa, Quito, pp. 217-273.
8. Para el caso del Nuevo Reino de Granada un ejemplo en Guillenno Sosa Abe!la, Repre-
sentación e independencia, 1810-1816, ICANH / Fundación Carolina, Bogotá, 2006, pp. 50-56.
Sobre la importancia de los funcionarios en la constitución del Estado republicano en la antigua
gobernación de Popayán: Luis Ervin Prado Arellano, "Redes, movilización y bases de autoridad en
el valle del Patía, 1820-1851", Historia Caribe, vol. 8, nO 22, 2013, pp. 75-103; Luis Ervin Prado
Arellano, "Bandidos, milicianos y funcionarios: control social republicano en las provincias del
Cauca, 1830-1850", Historia Caribe, vol. 5, n° 15, 2010, pp, 143-166.
9. Carlos Altamirano, "Introducción general", en Historia de los intelectuales en América La-
tina, vol. 1, Katz Editores, Buenos Aires, 2008, p. 9.
102
Luis Ervin Prado
mer siglo de vida republicana los discursos que legitimaron el orden político
y conectaron a los '''ciudadanos'' con la patria. Pero en ellos en general no se
produjo un claro deslinde de la esfera política con la esfera de la cultura, algo
que sólo empezará a verse con claridad a fines del siglo XIX. Un ejemplo de la
funcionalidad de las élites letradas puede verse en los clérigos, quienes prestaron
su pluma y su voz en el púlpito para hacer proselitismo a favor de la república. 10
Pero en el siglo XIX la relevancia del letrado no quedó circunscrita al ámbito
de los principales centros urbanos, donde se albergaban las oficinas de gobierno.
La república necesitó institucionalizar los nuevos poderes en poblados mucho
más modestos: las parroquias y demás caseríos dispersos a lo largo y ancho de
la geografía hispanoamericana." Por eso los nuevos Estados debieron aumentar
el ejército burocrático a cotas nunca antes vistas durante el dominio español.
La alta demanda de funcionarios se fundó en la urgente necesidad de organizar
y legitimar el orden político, que desde el centro debía ser irradiado hasta las
parroquias, pasando por los centros urbanos secundarios y terciarios. Para que el
Estado pudiera penetrar la periferia territorial se necesitaba un personal letrado
versado en asuntos jurídicos, contables y administrativos.
10. Sobre la importancia del clero en la construcción de la legitimidad de las nuevas repú-
blicas: Carlos Gálvez-Peña, "'El rey, la constitución y la patria. Prédica y cultura política en Perú
durante la primera mitad del siglo XIX", en Carmen Me Evoy, et a11, El nudo del imperio. Inde-
pendencia y democracia en el Perú, IEP I IFEA, Lima, 2012, pp. 151-170; Luis Ervio Prado Are-
llano, "Clérigos y control social en la cimentación del orden republicano, Popayán 1810-1830",
Reflexión política, vol. 13, n° 25, 2011, pp. 152-] 63; Margarita Garrido, "Los sennones patrióticos
y el nuevo orden en Colombia, 1819-1820", Boletín de Historia y Antigüedades, vol. XCI, n° 826,
2004, pp. 461-483; Carlos Altamirano, "Introducción general", en Historia de los intelectuales,
vol. 1, ob. cit., pp. 11-12.
11. En el siglo XIX la parroquia fue una unidad político-administrativa muy relacionada con la
administración eclesiástica. Las ciudades en sí mismas estaban divididas en parroquias, en el sentido
que una iglesia con su clérigo se encargaba de dar el pan espiritual a un sector de la urbe (los barrios
o cuarteles) y dependiendo de su tamaño, se constihlía el número de parroquias con sus respectivas
iglesias. En el caso de las poblaciones más pequeñas, las que tenían el número suficiente de habi-
tantes eran una parroquia, la cual contaba con una iglesia encargada de la administración y control
religioso de la población. En el caso de la Nueva Granada, después de (8321a división administra-
tiva tomó como unidad básica la parroquia (distrito palToquial), a su vez varios distritos constituían
un cantón y varios cantones una provincia. El distrito parroquial se convirtió así en la unidad básica
de la división loca! político-administrativa, y cada distrito contaba en su interior con vice-parroquias
y sitios, pequeños caseríos que no contaban con recursos para financiar un clérigo y el culto. Por
lo general las vicepan'oquias contaban con una pequeña capilla en la que en ciertas temporadas del
año el cura visitaba la localidad, oficiaba misa, bautizaba, hacía casamientos y otras liturgias propias
del catolicismo. En síntesis, el distrito parroquial tenía una modulación eclesiástica y sobre dicha
división religiosa el Estado yuxtapuso la división político-administrativa con sus funcionarios res-
pectivos, que por lo general eran alcaldes, alguaciles palToquiales y recaudadores de rentas.
103
El letrado parroquial
Las letras de la ciudad tuvierou que extenderse hasta las aldeas, donde tam-
bién era necesario que la república tuviera representantes. Personas hábiles en el
oficio de la escritura y la lectura, y en menor medida, pero no por ello secunda-
rio, en teneduría de libros. De hecho, no se puede entender la construcción de los
Estados latinoamericanos en el siglo XIX, sin aquellos letrados que ejercieron
los cargos burocráticos en los pueblos: alcaldes, jueces, tesoreros o administra-
dores de rentas parroquiales, que junto con los clérigos fueron la punta de lanza
de la penetración estatal en el mundo rural. 12 La diseminación del letrado hacía
parte del proceso de construcción de las nuevas repúblicas, las cuales retornaron,
mmque re-significándolo, parte del sistema administrativo colonial, de manera
que continuaron usando hasta bien entrado el siglo XIX ciertos códigos de leyes
castellanas, su tradición jurídico-política, el papel sellado, la declaración jura-
mentada y firmada ante un juez, entre otros instrumentos, que formaban parte de
las ritualidades del ejercicio legal y administrativo del Estado moderno.
En las parroquias, la antigua legitimidad y sacralidad del documento escrito
tuvo expresión en muchas prácticas políticas republicanas. Diversos actos del
ejercicio político debían pasar por un documento que era leído a viva voz en
las plazas públicas, por ejemplo cuando se promulgaba una constitución o un
decreto, cuando se hacía un pronunciamiento o una declaración pública, entre
otros casos. Así, el 8 de marzo de 1832 el Comandante de Armas del Cantón de
Alrnaguer comunicó al gobernador de la provincia de Popayán, Rafael Diago
Ángulo, que el26 de febrero anterior se había publicado el acta de incorporación
del territorio de su jurisdicción a la Nueva Granada. 13
12. Esta dinámica es mostrada claramente por diversos estudios: María E. Bemal y Raúl O.
Fradkin, "Pueblos y construcción del poder estatal en la campaña de Bonaerense (1785-1836)", en
Raúl O. Fradkin, comp., El poder y la vara. Estudios sobre justicia y la construcción del Estado
en el Buenos Aires rural, Prometeo Ediciones, Buenos Aires, 2007, pp. 25-47; Juan Carlos Gara-
vaglia, "El despliegue del Estado en Buenos Aires: de Rosas a Mitre", Desarrollo Económico, vol.
44, n° 175,2004, pp. 415-445; Juan Carlos Garavaglia, "Ejército y milicia: los campesinos bonae-
renses y el peso de las exigencias militares, 1810-1860", Anuario IEHS, n° 18, 2003, pp. 153-187.
13. Debido al golpe de Estado que dio en Bogotá el general Rafael Urdaneta, el departamento
del Cauca, que constituía todo el occidente colombiano, desde Pasto al sur hasta Chocó al nm1e,
optó por agregarse a finales de 1830 al Ecuador y desde esa posición, sus élites regionales hicieron
la guerra a Urdaneta, lo cual culminó con su salida del país y el llamado a una nueva convención
constituyente que sancionó la nueva carta magna en marzo de 1832. Restablecido el orden cons-
titucional en el centro del país, Popayán decidió volverse agregar a Colombia, ahora denominada
Nueva Granada.
104
Luis Ervin Prado
14. Archivo Central del Callea, Archivo Muelto -en adelante ACC, AM-, 1832, paquete 21,
legajo 9.
105
El letrado parroquial
106
Luis Ervin Prado
obstante, casos de alcaldes analfabetos, aunque ellos contaban con una persona
de su confianza que se encargaba de leer y redactar los documentos. Así 10 señaló
Manuel José Guevara, alcalde parroquial de Tejares, poblado anexo al suroriente
de la ciudad de Popayán, quien ellO de junio de 1851 le describía de esta manera
al gobernador su manera de ejercer la autoridad:
"desde el año de 1849 me hallo ejerciendo el destino de alcalde parro-
quial, sin tener en mi auxilio otro apoyo que un hijo llamado José Cipria-
no Guevara, el que como corresponde a la quinta compañia de Calicanto,
se lo llevaron y se halla en la de Pasto, con tal motivo me encuentro en
la presente sin poder desempeñar el indicado destino, ya por mi edad
avanzada, ya porque carezco de lo principal que es saber leer y escribir,
y por supuesto tengo que echar mano de indiVIduos que no debían impo-
nerse de órdenes o providencias que se me manda a cumplir. Además Sr.
Gobernador soy quebrado, cuya enfermedad como es público me impide
para continuar en el referido destino, por tales razones suplico a usted se
sirva admitinne mi renlillcia",19
La centralidad del letrado en la vida parroquial fue tal que los mismos vecinos
de las localidades tuvieron conciencia de su importancia, llegando a reconocer
que su ausencia era un obstáculo para lograr objetivos como el de constituirse en
distrito parroquial. Así lo expresaron el 5 de septiembre de 1850 los vecinos de
la viceparroquia de Potosí, en el cantón de Ipiales, al enviar nna representación a
los diputados de la cámara provincial de Túquerres:
"en virtud del derecho que les concede el artículo 164 de la constitución,
expresan que el distrito parroquial creado por la cámara provincial en las
sesiones ordinarias de 1848 con Potosí, Janunal y las Lajas, expresan que
es gravoso porque la mayor parte es población indígena y los blancos son
pocos y no todos saben leer y escribir y no hay por 10 tanto para suplir
todos los años los cargos concejiles".20
En las parroquias, los letrados incluso fueron considerados como lma especie de
capital cultural que ayudaba ajustificar las pretensiones de un pueblo a ser eleva-
do a una mejor categoría administrativa. El hecho de que un determinado pueblo
tuviera en su seno individuos letrados le permitía mostrar que contaba con un
número suficiente de alfabetos que podían rotarse los cargos parroquiales duran-
te el año y así ejercer eficazmente el tren administrativo exigido por el Estado."
107
El letrado parroquial
22. Luis Ervin Prado AreUano, "El jefe natural: poder y autoridad en el valle del Patía,
1810-1850", Historia y Sociedad, nO 23, 2012, pp. 243-265. En la tradición cultural patiana, los
e'mpautados son aquellos hombres que han hecho pacto con el demonio. Al norte del actual de-
partamento de Nariño, región estrechamente vinculada al Valle del Patía, se les denomina "com-
pactados".
23. Sobre la promoción de la educación primaria y los colegios superiores, véase: David Bus-
hnell, El régimen de Santander en la Gran Colombia, El Áncora Editores, Bogotá, 1984; Frank
Safford y Marco Palacios, Colombia país fragmentado y sociedad dividida. Su historia, Editorial
Nonna, Bogotá, 2005, pp. 237-239.
108
Luis Ervin Prado
asunto excepcional que varió poco a lo largo del siglo. Para tener una dimensión
de la situación puede servimos el informe que en 1837 envió el alcalde parro-
quial de Tunía al cabildo municipal de Popayán sobre las personas alfabetas de
su localidad. En él indicaba que en la cabecera del distrito había nueve indivi-
duos letrados, incluyéndose él mismo, mientras que los sitios de Patuco, Ovejas
y sus alrededores contaban cada uno con seis. Cruzadas estas cifras, con todas las
reservas que podamos tener frente a ellas, con la información que arrojó el cen-
so general elaborado en 1835 el cual dio para el distrito en cuestión un total de
2.544 personas, tendríamos que en la década de 1830 el porcentaje de alfabetos
en todo el distrito parroquial era del 0.85% de la población total."
El ejemplo anterior es un indicador de los bajos niveles de alfabetismo en los
distritos parroquiales de las provincias suroccidentales de la Nueva Granada en
la primera mitad del siglo XIX. Eso no significa que en otros distritos esa tasa no
hubiera podido ser más elevada, y de hecho no disponemos hasta el momento de
información. Aquella posibilidad es verosimil, puesto que se ha podido saber que
entre las décadas de 1830 y 1850 fueron establecidas escuelas de primeras letras
en varias parroquias, las cuales algún impacto debieron tener en la elevación de
las tasas de alfabetización." Aún así, estamos frente a sociedades con muy bajos
niveles de escolaridad en las que, por ello, tuvo el letrado una posición central.
Por su oficio de la pluma y el baj o número de alfabetos en las parroquias, el
individuo letrado terminó ocupando reiteradas veces los puestos parroquiales:
alcalde, juez parroquial, administrador de rentas, mayordomo de fábrica, entre
otros. Tal regularidad lo dotó de cierta dignidad, mucho más en las sociedades
de tradición hispánica, donde para ser elegido en un cargo público era necesario
tener ciertas calidades propias de las sociedades estamentales y corporativas.
De esta forma se fue patrimonial izando la administración estatal parroquial y
naturalizándose el poder mismo." Esto lo expresó en 1864 el presidente interino
24. El informe del alcalde parroquial sobre la población capaz de leer y escribir enACC, Repú-
blica, Cabildo 1837; el censo enACC,AlvI, 1835, paquete 25, legajo 21. Ahora bien, si de la pobla-
ción total sacáramos el 50% por considerarlo población femenina, que por su condición de género
tenía vedado el ejercicio de los cargos públicos, el porcentaje de alfabetos se elevaría a11.7%, con
tendencia a alcanzar casi el 3% si descartáramos además la población mascuHna menor de 18 años.
25. Sobre la difusión de la instrucción pública a nivel rural tanto en las parroquias de mestizos
como en las de indios en la provincia de Popayán durante la primera mitad del siglo XIX, véase
Luis Ervin Prado Arellano, "Escuelas en la tormenta parroquiaL Contlicto y disputa local en la
provincia de Popayán, 1832-1851", artículo inédito, diciembre de 2014.
26. En el siglo XVIII las autoridades parroquiales debían tener ciertas calidades que las in-
vestía de legitimidad, como tener una vida pública intachable y pasar por blanco, entre otras. En
síntesis, asumir las llamadas "varas de la autoridad" era un signo de prestigio y capital social que se
adhería a los sujetos que. encarnaban los cargos (Margarita Garrido, Reclamos y representaciones:
variaciones sobre la política en el Nuevo Reino de Granada, 1770-1815, Banco de la República,
109
El letrado parroquial
Bogotá, 1994). Sobre la importancia de los cargos locales de corte religioso, en el caso de las
comunidades indígenas mesoamericanas, véase Joho K. Chaoce y William B. Taylor, "Cofradias
aod cargos: An historical perspective of the Mesoamerican Civil-ReligioLls hierarchy", American
Ethnologist, vol. 12, n° 1, 1985, pp. 1-26.
27. Citado en Gustavo Otero Muñoz, Wilches y su época, Imprenta Deprutamental, Bucara-
manga, 1990, p. 93.
28. Malcolm Deas, "La presencia de la política nacional", en Del poder y la gramática, ob. cit.,
pp. 175-206; Alonso Valencia Llano, Las luchas sociales y politicas del periodismo en el Estado
Soberano del Cauca, Imprenta Departamental, Cali, 1994; Jorge Conde Calderón, Buscando la na-
110
Luis Ervin Prado
ción. Ciudadanía, clase y tensión racial en el caribe colombiano, J821--1855, La Carreta Histórica
I Universidad del Atlántico, Medellín, 2009, pp. 71-74. Una visión general del problema en Pilar
González Bernaldo, Civilidad y política en los orígenes de la nación argentina. Las sociabilidades
de Buenos Aires 1829-1862, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2008.
29. Por politización de la v;da cotidiana entiendo la dinámica a través de la cual la vida política
nacional termina permeando la cotidianidad de las poblaciones, al punto que terminan leyendo los
conflictos locales desde la perspectiva política nacional. Al respecto, véase MaIta Irurozqui, "The
sound ofthe Patutos. Po1iticisation and indigenolls rebeUions in Bolivia", Journal ofLatinAmeri-
can Studies, vol. 13, n° 1, 2000, pp. 85-114.
30. Hasta hace poco en los pueblos colombianos el tinterillo era la persona que poseía ciertos
rudimentos jurídkos, que conocía las formalidades para redactar una carta o un alegato legal, entre
otros. En razón de dichas habilidades eran requeridos para redactar documentos o representar a
un grupo o a una persona ante ciertas instancias estatales. El tinterillo en muchos casos llevó por
primera vez la máquina de escribir. Una de las críticas más conocidas a las figuras constihttivas del
poder local en el siglo XIX la hizo José María Samper ("El triunvirato parroquial"), en lvfiscelania
o colección de articulas escogidos de costumbres, bibliografía, variedades y necrología, Librería
Española de E. Denné Schmitz, París, 1869, pp. 78-9l.
31. Diversos clérigos por iniciativa personal fomentaron la instn¡cción pública en sus parroquias
durante el periodo republicano, y comportamientos similares se habían presentado antes de la inde-
pendencia. Por ejemplo, el clérigo payallés Manuel María Alaix promovió con sus propios recursos
la educación pública en las parroquias donde desempeñó su beneficio, tales como Quibdó, Pancitará
y Puracé. Ver "Propuesta que el gobernador del obispado de la provincia de Popayán, hace para
la provisión siguiente del curato de Puracé, vacante por muerte de Pedro Pablo Salamanca, que lo
servía en propiedad, Popayán 7 de diciembre de 1843", en ACC, AM, 1843, paquete 37, legajo 76.
l1l
El letrado parroquial
112
Luis Ervin Prado
el hecho de que los curas tenían libros y los prestaban a un interesado feligrés.
Debe agregarse que se han identificado casos en que vecinos de las parroquias
solicitaban con asiduidad a sus contactos en las ciudades ciertos títulos de li-
bros.J(, Finalmente, a medida que se fueron difimdiendo las imprentas al igual
que los semanarios y otros impresos, algunos papeles de esos debieron circular
en los pueblos con mayor frecuencia, los cuales tal vez fileron leídos y discutidos
en espacios de concurrencia pública.
Pese a todas las salvedades, los letrados parroquiales no debieron contar con
vastas bibliotecas, mucho más si tenemos en cuenta que por aquellos tiempos la
adquisición de libros era un consumo de tipo suntuario. Pero debemos aceptar
que efectivamente sí circularon libros y otros impresos en los pueblos. Además,
los letrados parroquiales leyeron en muchos casos textos para adquirir conoci-
mientos prácticos, como sucedía con los tinterillos, quienes tenían conocimien-
tos básicos de derecho y de los códigos con los cuales se impartíajusticia. 37
Los letrados parroquiales diferían también del letrado de ciudad en que este
generalmente había tenido acceso a la educación superior y universitaria y podía
acceder más fácilmente a bienes de consumo cultural, libros, periódicos, revis-
tas, bibliotecas, asociaciones, ateneos, entre otras. Además, por sus cercanías a
los centros de poder, pudieron animar con su pluma, y por medio de la prensa,
los debates entre las facciones políticas."
36. El cura del Trapiche, Domingo Belisario Gómez, por ejemplo, solicitaba con cierta fre ..
cuencia a sus amigos de la familia Arroyo de Popayán, que le consiguieran libros. Véanse sus
cartas de diciembre 12 de 1808, noviembre 7 de 1836, mayo 22 y julio 3 de 1837 y junio 9 de 1845,
en Fundación CaLleana de Patrimonio Intelectual, comps., Domingo Belisario GÓmez. Archivo
Documental Histórico, edición digital, 2010, pp. 13,305,364,378,596. Sobre la circulación y
préstamo de libros en las zonas rurales del Cauca se encuentran algunas referencias en el Archivo
Mosquera. Ver, por ejemplo, cartas de Antonio Arboleda a Tomás Cipriano de Mosquera, Mata-
redonda, noviembre 25 de 1816, enero 11 y febrero 17 y 28 de 1817, en ACC, Sala Mosquera,
signaturas DI, D9, 010, DI!.
37. Toda afirmación en este sentido es provisional. Es necesario contar con los registros de los
inventarios de bienes en los procesos de sucesión (mortuorias) en los que se incluía los libros. Ade-
más, se debería contar con estudios de las imprentas, los impresores y comerciantes de libros, los
suscriptores de periódicos, entre otros factores, para llegar a conclusiones finnes en el tema de la
lectura en los mundos rurales y parroquianos de la primera mitad del siglo XIX. Un ejemplo de la
investigación aludida sobre el libro y la lectura en todo su contexto es Robert Damton, El negocio
de la ilustración. Historia editorial de la Encyclopédie, 1775-1800, Fondo de Cultura Económica,
México DF, 2006. Una síntesis de su propuesta en Robert Darnton, "¿Qué es la historia del libro?",
El beso de Lamourette. Reflexiones sobre historia cultural, Fondo de Cultura Económica, México
DF, 2010, pp. 117-145.
38. Jorge Myers, "Introducción al volumen I. Los intelectuales latinoamericanos desde la co-
lonia hasta el inicio del siglo XX", en Historia de los intelectuales en América Latina, vol. 1, ob.
cit., pp. 44-46.
113
El letrado parroquial
Ello no significa que los letrados parroquiales hubieran tenido un papel secun-
dario en la política. En su contexto fungieron como intelectuales, de la misma for-
ma que Florencia Mallon 10 ha mostrado en su libro Campesinos y nación. 39 En mi
caso, considero como intelectuales únicamente a aquellos que fueron letrados, que
poseyeron habilidades de 1ecto-escritura y que al asumir los cargos parroquiales se
convirtieron en representantes de su comunidad ante las autoridades provinciales y
nacionales. Al ser parte de la burocracia local fueron de facto los representantes del
Estado y los encargados de llevar a cabo la penetración estatal mediante la aplica-
ción de las leyes orgánicas que reglamentaban la administración de los distritos pa-
rroquiales. Fueron intelectuales porque ayudaron a traducir los signos lingüísticos
de los impresos y porque interpretaron las disposiciones del Estado condensadas
en los decretos que llegaban en las gacetas. También porque fueron los encargados
de redactar las representaciones en las que la población se quejaba o reclamaba
contra ciertas medidas gubernamentales. Finalmente, porque ejercieron el cargo
de maestros cuando empezó a difi.mdirse la instrucción pública en las parroquias,
convirtiéndose así en uno de los modeladores de la subjetividad de sus coterráneos.
De este modo y por su condición de funcionarios o maestros, terminaron for-
mando parte de las facciones políticas locales. Desde la posición de una facción
y de la mano de la lectura de semanarios y otros impresos, dotaron a sus paisanos
de las nociones republicanas en boga, las cuales terminaban siendo usadas en las
luchas locales. Por medio de ellos, conceptos como ciudadanía, república, demo-
cracia, cacique, Estado, Nación, etc., fueron dotados de sentido y resignificados a
la luz de las experiencias comlmales, parroquiales y de partido de cada intelectual
parroquial. Al respecto, James Sanders ha mostrado cómo durante la segunda mi-
tad del siglo XIX en las provincias del Cauca los grupos sociales bajos constitu-
yeron republicanismos subalternos permeados por sus propios intereses. De esta
manera el liberalismo y el conservatismo eran asimilados, pero re-significados y
re-interpretados a partir de las experiencias vitales de cada grupo subalterno. In-
dudablemente la politización de los subalternos se dio de la mano de los letrados
parroquiales, seglares y religiosos. Sin ellos, el proceso de asimilación de las no-
ciones republicanas hubiese sido más tortuoso. 40
39. Mallan sostiene que: "En los pueblos, los intelectuales locales eran aquellos que intentaban
reproducir y rearticular la historia y las memorias locales, y conectar los discursos locales de iden-
tidad comunal a los cambiantes proyectos de poder, solidaridad y consenso. Políticos, maestros,
ancianos y curanderos ----ellos tenían conocimiento del cual necesitaría la comunidad en tiempos
de cambio o de crisis-o Ellos sabían mediar con el exterior y supervisar los procesos hegemónicos
comunales, organizando y moldeando los diferentes niveles de diálogo y conflicto comunal". Flo-
rencia Mallon, Campesinos y nación. La consfrucc;ón del México y Perú posc%nia/es, CIESAS I
El Colegio de San Luis I El Colegio de Michoacán, México DF, 2003, p. 95 Y ss.
40. James Sanders, Contentiolls Republicans. Popular politics, mee and class in nineteenth---
114
Luis Ervin Prado
Century Colombia, Duke University Press, Durham and Landon, 2004, pp. 23-47. Sobre la im-
portancia de los letrados a nivel10cal y su rol de difusores de proyectos políticos en el caso pe-
ruano: Carmen Me Evoy, "Estampillas y votos: el rol del correo político en una campaña electoral
decimonónica", en Forjando la nación. Ensayos de historia republicana, Pontificia Universidad
Católica del Perú I The University ofthe South, Lima I Sewanee, 1999, pp. 119-168.
41. Un buen ejemplo de cómo fueron resignificados los conceptos republicanos, como ciuda-
danía, en las comunidades rurales mexicanas tempranamente en el siglo XIX: Antonio Annino,
"Ciudadanía 'versus' gobemabilidad republicana en México. Los orígenes de un dilema", en Hilda
Sábato, coord., Ciudadanía politica y formación de las naciones. Perspectivas históricas de Amé-
rica Latina, El Colegio de México I Fondo de Cultura Económica, México DF, 1999, pp. 62-93.
También se puede consultar el estudio del rol que tuvieron los letrados pueblerinos en la revolución
mexicana, quienes fueron verdaderos intelectuales orgánicos, más efectivos que los intelectuales
de clase media, en dar consistencia e ideología a los diversos movimientos rurales que emergieron
a partir de 1910 (Alan Knight y María Urquidi, "Los intelectuales en la revolución mexicana",
Revista /vlexicana de Sociología, vol. 51, nO 2, 1989, pp. 25-65).
42. Joaquín María Córdova era amigo de Manuel María Córdova Muñoz, quien fue uno de los
testigos en el momento de elaborar su testamento en 1834, cuando declaró que tenía más de 40
años (ACC, Notarial, 1834, t. 84).
43. ACC, AM, 1843, paquete 36, legs,jo 19, varios; ACC, AM, 1843, paquete 37, legajo 72, 74
115
El letrado parroquial
que gente del común dirigió a las autoridades sobre diversos asuntos. En agosto
de 1851, por ejemplo, redactó la solicitud de unos indígenas de La Sierra para
que se les eximiese de la contribución destinada al sostenimiento de la escuela,
aduciendo ser extremadamente pobres para cancelar la contribución que se les
exigía mensualmente. 44
Varona, de hecho, fungió de tinterillo en los distritos parroquiales de La
Sierra y La Vega. Además, como toda personalidad parroquial notable del siglo
XIX terminó involucrándose en los conflictos políticos. Durante la guerra de
los supremos formó parte de la oficialidad del ejército constitucional, en calidad
de alférez 1°, en una de las compañías que constituía el batallón 10 de Guar-
dia Nacional Auxiliar de la provincia de Popayán. Luego, durante la rebelión
conservadora de 1851, estuvo bajo sospecha de las autoridades por su filiación
política conservadora, y en febrero fue procesado bajo la acusación de haber
violado un correo, sumario del cual salió airoso a las pocas semanas." Pero
Varona no se comprometió solamente en conflictos políticos de orden nacional.
En febrero de 1843 mientras desempeñaba el cargo de preceptor de primeras
letras en La Sierra fue "despojado violentamente" del puesto, junto con el maes-
tro de la escuela de La Horqueta, por instigaciones del clérigo Buenaventura
Paz, el presidente del cabildo de La Sierra y otras "varas" del cabildo, quienes
buscaban hacer nombrar a personas de su facción política (Francisco Flores y
Julián Bedoya). En octubre de aquel año Varona denunció el hecho reclamando
además los salarios que se le adeudaban por los meses en que había desempe-
ñado el puesto. En el proceso que entabló queda corroborado cómo el clérigo
y los demás funcionarios comprometidos en la iniciativa contra Varona eran de
la facción política contraria a la de este, la cual había resultado derrotada en
la guerra civil concluida meses antes. Esto se infiere de la participación de los
dos preceptores sustitutos en las filas rebeldes y de que uno de ellos, Bedoya,
había incluso recibido un indulto por sus compromisos políticos. Por ello, am-
bos estaban inhabilitados para ejercer cualquier cargo público, situación que no
afectaba a Varona, quien corno ya lo señalé había luchado a favor del gobierno
en calidad de alférez. Corno vemos, Varona había sido removido de su cargo
por una camarilla parroquial de la cual no formaba parte. El asunto finalizó
cuando la gobernación determinó que si los preceptores destituidos (Varona y
Murgueitío) habían pasado los correspondientes exámenes, fueran restituidos a
sus cargos. Pero en el futuro, para evitar inconvenientes, ordenó que los puestos
fueran considerados vacantes y que se hiciesen nuevas oposiciones, en las que
varios documentos; ACC, AM, 1851, paquete 51, legajos 57, 62.
44. ACC, AM, 1851, paquete 51, legajo 62.
45. ACC, AM, 1851, paquete 51, legajo 58.
116
Luis Ervin Prado
tampoco pat1iciparían los nombrados por el cabildo de La Sierra por sus víncu-
los con la rebelión que antecedió."
José María Agredo fue otro letrado parroquial, pero su caso es un tanto
diferente. Era vecino de Timbío, parroquia aledaña al sur de Popayán, exacta-
mente a media jornada de camino. En la década de 1820 fue administrador de
las haciendas Coconuco y Poblazón, de la familia Mosquera, gracias a que su
pluma era legible y a que era hábil haciendo las cuentas, conocimientos indis-
pensables para ser tenedor de los libros de las haciendas." Fue también alcalde
parroquial de Timbío (1849), sieodo al mismo tiempo el rematador de diezmos
de la localidad." Al igual que Varona, se involucró en los conflictos políticos
de la época. Apoyó al gobierno durante la guerra de los supremos (1839-1842),
desempeñándose como oficial-alférez 2°_ de una de las compañías de Guar-
dia Nacional que el sargento mayor Jacinto Córdova organizó en su localidad.
Concluida la guerra, continúo desempeñándose como alférez de una de las com-
pañías de milicias de la provincia de Popayán hasta el año de 1847. Es de anotar
que los ascendidos a alférez por lo general debían tener habilidades sobre todo
en lecto-escritura, pues desde este grado en adelante eran requeridos como au-
xiliares, pagadores o miembros del Estado Mayor, donde el manejo de papeles
administrativos, cuentas y el recibo de órdenes escritas, era frecuente. Afiliado
a mediados de siglo al conservatismo, Agredo se comprometió en la rebelión
conservadora que se levantó en la región entre abril y junio de 1851, pero de-
bido a los reveses sufridos se entregó a las autoridades el 24 de julio de este
año, recibiendo del alcalde parroquial de Arbela" un salvoconducto para que
se presentara ante el gobernador de la provincia, quien finalmente le otorgó un
46. ACC, AM, J 844, paquete 38, legajo 55;ACC, AM, [847, paquete 43, legajo 82;ACC, AM,
[847. sin índice; ACC, AM, 1848, paquete 44, legajo 64; ACC, AM, 1850, paquete 48, legajo 64;
ACC, AM, 1851. paquete 51, legajos 57, 62.
47. Una de las capacidades que debía tener un mayordomo o administrador de hacíenda era
saber leer y escribir, así como ciertas nociones de contabilidad, ya que era indispensable llevar los
libros de cargo y data donde se apuntaban las cuentas de la estancia. De hecho, una de las condicio··
nes por las cuales José María Agredo fue mayordomo de la Hacienda Coconuco, era su caligrafía,
pues del anterior mayordomo le escribía José María Mosquera a su hijo Tomás Cipriano en 1824
que: "su manejo de pluma [era] pésimo". Véase: Viviana Cruz Tabares, Del cantón de Popayán al
cantón de Caloto: un recorrido por sus haciendas, 1800-1850, monografía de grado en historia,
Universidad del Cauca, Popayán, 20 14, p. 84. Ver también ACC, Sala Mosquera, Correspondencia,
D 1388, Popayán, noviembre 5 de 1824 (Sr. Tomás C. Mosquera).
48. ACC, AM, 1849, paquete 46, legajo 71; ACC, AM, 1849, paquete 47, legajo 84 bis; ACC,
Alv!, 1851, paquete 50, legajo 37.
49. Arbela era un distrito parroquial constituido a mediados del siglo XIX desagregando una
parte del distrito parroquial de La Vega, para constituir uno independiente. Ambos formaban parte
del cantón de Almaguer, provincia de Popayán.
117
El letrado parroquial
50. ACC,AM, 1840, paquete 31, legajo 47; ACC, AM, 1842, paquete 35, legajo 44; ACC, AM,
1843, paquete 37, legajo 72 varios; ACC, AM, 1843, documentos de diversa dependencia del ramo
militar; ACC, AM, 1847, sin índice; ACC, AM, 1848, paquete 44, legajo 64.
51. Almaguer era un cantón perteneciente a lajurisdícción de la provincia de Popayán y estaba
constituido a mediados del siglo XIX por cuatro distritos parroquiales: Almaguer, Trapiche (hoy
Bolívar, Cauea), La Cruz, La Vega y Arbela.
52. Sobre el personaje, véase: ACC, AM, 1846, paquete 40, legajo 45; ACC, AM, 1846, pa-
quete 41, legajo 75; ACC, AM, 1847, paquete 42, legajo 70; ACC, AM, 1847, paquete 43, legajo
82 bis; ACC,AM, 1849, paquete 47, legajo 84; ACC,AM, 1850, paquete 48, legajo 59; ACC, AM,
1849, paquete 49, legajo 82; ACC, AM, 1851, paquete 51, legajo 57. Uno de los mejores estudios
que hasta el momento existe sobre los abogados en Colombia es Víctor Manuel Uribe, Vidas ho-
norables. Abogados, familia y política en Colombia, 1780-1850, EAFIT I Banco de la República,
Medellín,2010.
53. Esta afinnación se fundamenta en la regularidad de las finnas, pues los nombramientos de
miembros de esa red fi'ecuentemente aparecen en las cartas firmadas por Fontal, quien de hecho re-
comendaba al gobernador los nombramientos, Rafael Gómez, fonnó parte de la municipalidad de
Almaguer, en el periodo que la presidió Vicente Camilo Fontal, entre las décadas de 1830 y 1850.
118
Luis Ervin Prado
54. La información acerca de Vicente Camilo Fontal, así como la de los otros funcionarios
públicos fonna parte de una base prosopográfica que en la actualidad elabora el autor. Sobre el
personaje, consultar: Gustavo Arboleda, Historia contemporánea de Colombia, ob. cit., t. VII, pp.
107-·108; ACC, AM, 1826, sin índice; ACC, AM, 1827, sin índice; ACC, AM, 1828, sin índice;
ACC, AM, 1829, sin índice; ACC, A1v1, 1837, sin índice, eclesiásticos diezmos; ACC, AM, 1837,
sin índice; ACC, AM, 1840, paquete 31, legajo 46; ACC, AM, 1841, paquete 33, legajo 63; ACC,
AM, 1841, paquete 33, legajo 72; ACC, AM, 1842, paquete 34, legajo 40; ACC, AM, 1841, pa-
quete 33, legajo 73; ACC, AM, 1842, paquete 35, legajo 42; ACC, AM, 1842, paquete 35, legajo
44, legajo 47, ACC, AM, 1843, paquete 36, legajo 24; ACC,AM, 1843, paquete 37, legajo 66,74;
ACC, AM, 1844, paquete 38, legajo 26; ACC, AM, 1846, paquete 40, legajo 65; ACC, AM, 1846,
paquete 41, legajo 94; ACC, AM, 1847, paquete 42, legajo 69; ACC,AM, 1848, paquete 45, legajo
67bis; ACC, AM, 1848, sin índice; ACC, AM, 1849, paquete 46, legajo 71; ACC, AM, 1850, pa..
quete 48, legajo 17; ACC, AM, 1849, paquete 47, legajo 84 varios; ACC, MI, 1850, paquete 49,
legajo 81; 82, 84 varios; ACC, AM, 1851, Administración de Correos; ACC, AM, 1851, paquete
50, legajo 37, 50; ACC, AM, 1851, paquete 51, legajo 57 varios documentos.
119
El letrado parroquial
pues, ante un letrado proveniente de lma familia notable de una ciudad margi-
nada, quien no tuvo formación universitaria pero posiblemente sí una educación
formal que le permitió adquirir ciertas habilidades en el oficio de la pluma y la
teneduría de libros. Su habilidad para leer la escena política regional-nacional le
permitió ir constituyendo una red en la que articuló "letrados-parroquiales", con
quienes terminó constituyendo una facción política regional -Joaquín María
Guzmán, Juan Nepomuceno Muñoz, Agustín Paz, Lino Gómez, entre otros-,
la cual a mediados del siglo XIX terminó afiliándose al liberalismo. Al asmnir
un compromiso partidista, Fontaljunto a ese grupo ligaron su suerte política a la
suerte del partido. Esto se vio claramente en 1851 cuando en calidad de jefe po-
lítico de Almaguer apoyó al gobierno liberal contra la rebelión conservadora. Y
en 1854 cuando apoyó la dictadura del general liberal J osé María Mela, promo-
viendo un levantamiento en Almaguer, si bien el fracaso melista en el conjunto
neogranadino así como la reacción local que esa dictadura incitó, condujeron a
Fontal a un ostracismo político que durará hasta inicios de la década de 1860.
La vida pública de Fontal permite ver cómo a mediados del siglo XIX el
ejercicio político a nivel local se complicó, en el sentido que la constitución de
los partidos liberal y conservador obligó a las redes parroquiales a afiliarse a una
agrupación política. En efecto, de 1848 en adelante la porosidad de los facciona-
lismos políticos tendió a desaparecer, dificultando el juego político de moverse
en varias aguas, como lo había practicado hasta el momento Fontal. Si entre
1821 y 1845 más o menos, Vicente Camilo Fontal había mantenido una hege-
monía política en el cantón de Almaguer, eso se había debido en buena medida a
su capacidad para circular entre las diferentes agrupaciones políticas existentes
en esos años: bolivarianos y santanderistas, urdanetistas y moderados, exaltados
y ministeriales. Estar en lm bando y después en otro, era posible por entonces, a
pesar de lo convulsionado del escenario político, situación que de mediados de
siglo en adelante se hizo menos fácil.
Los derroteros de los letrados que he seleccionado, junto con lo señalado
previamente, sugieren tres cuestiones que quiero resaltar.
Primera, que por su condición de letrados ciertos personajes terminaron des-
empeñando los cargos parroquiales en los poblados de los cuales eran vecinos.
Debido a ese estatus de letrado/funcionario local se convirtieron de facto en los
mediadores culturales entre su comunidad y el Estado, tanto a nivel provincial
corno nacional. Para los vecinos, las funciones de tinterillo que muchos de ellos
realizaron fueron fundamentales pues les permitió tramitar reclamos ante las au-
toridades provinciales, o ser asesorados en litigios.
Segunda, su conexión con el mundo burocrático fue una vía que los llevó al
compromiso con las facciones políticas locales, que a su vez estaban conectadas
120
Luis Ervin Prado
Lo expresado por Mosquera muestra la necesidad que tenían los grandes polí-
ticos nacionales de contar con conexiones locales para sacar adelante sus can-
didaturas. Si bien la carta alude a una elección en el nivel secundario, en la que
ya se habían elegido Jos electores, es de sospechar que buena parte de aquellos
electores eran letrados parroquiales con los cuales había que "coquetear" para
granjearse su voto y quienes a su vez esperaban beneficios no sólo individuales
sino también colectivos para sus facciones locales o su misma comunidad. De
esta manera, el letrado parroquial era una bisagra que abría la puerta a la política
de la localidad, siendo indispensable contar con su apoyo, por la influencia y la
autoridad que tenía en su ámbito espacial.
Tercera cuestión. Varios de los letrados de los pueblos nmgieron como inte-
lectuales parroquiales. Su condición de letrado y de funcionario los colocó en
el entramado parroquial en unas funciones que muy posiblemente no buscaron
pero que los hizo actores primordiales en el modelamiento de las subjetividades
55. Joseph León Helguera y Robert Davis, comps., Archivo Epistolar del General Alosquera,
correspondencia con el general Pedro Alcántara Herrán, 1827-1840, t. 1, Editorial Kelly, Bogotá,
1972, pp. 235-236.
121
El letrado parroquial
56. Un ejemplo es la experiencia de las sociedades democráticas en varias localidades del Valle,
donde ciertos letrados parroquiales ayudaron a difundir los principios republicanos y una que otra
idea radical. Este fue el caso de Ramón Zorrilla, residente en el caserío del Bolo en las inmediacio-
nes de Palmira, quien se comprometió en diversos levantamientos almadas como la guerra de los
supremos (1839-1841), en la rebelión del indígena de Lorenzo ¡bito que tuvo sus prolongaciones en
el Valle (1842) y en la rebelión afro liderada por un personaje de apellido Tascón en Caloto (1842-
1843). En todas ellas incitó a los esclavos a levantarse aduciendo que irían a luchar por su libertad.
Finalmente, a mediados de siglo fue uno de los principales animadores de la Sociedad Democrática
de Palmira y uno de los líderes del derribamiento de cercos y el saqueo de varias haciendas en la
región. ACC, AM, 1834, paquete 24, legajo 25; ACC, AM, 1841, paquete 32, legajo 53; ACC, AM,
1842, paquete 35, legajo 42,43; ACC, AM, 1851, paquete 50, legajo 50; ACC, AM, 1851, paquete
51, legajo 57. Sobre las sociedades democráticas en el valle, particularmente el caso de Cali ver:
Margarita Pacheco, Lajiesta liberal en Cali, Universidad del Valle, Cali, 1992. Algunas referencias
al tema en: Francisco Gutiérrez Sanin, Curso y discurso del movimiento plebeyo, 1849--1854, IEPRI
/ El Áncora Editores, Bogotá, 1995; James Sanders, Contentious Republicans, ob. cit., p. 63 Yss.
57. Jorge Conde Calderón, Buscando la Nación, ob. cit., pp. 179-197; Aline Helg, Libertad e
igualdad en el COl'ibe Colombiano, 1770-1835, EAFIT I Banco de la República, Bogotá, 2011,
p. 323 Y ss.
58. Julius Sherrard Scott, The comrnon wind: currents afro-american communication in the era
ofthe Haitian revolution, tesis de doctorado, Duke University, 1986; Alejandro E. Gómez "Del
Affaire de los mulatos al asunto de los pardos", en María Teresa Calderón y Clément Thibaud, eds.,
Las revoluciones en el mundo atlántico, Taurus I Universidad Externado de Colombia I Fundación
Carolina, Bogotá, 2006, pp. 301-321.
122
Luis Ervin Prado
Conclusiones
El presente texto buscó inicialmente polemizar con los planteamientos semina-
les de Ángel Rama acerca del lugar del letrado en la ciudad hispanoamericana.
Rama privilegió el sitio por excelencia del letrado, la ciudad, desconociendo
que desde los mismos tiempos coloniales las pequeñas localidades tuvieron
hombres con capacidad de lecto-escritura que eran indispensables para mover-
se en las oficinas jurídico administrativas del imperio. Además, si bien el ejer-
cicio de la pluma fue considerado un oficio noble, eso no significó que sectores
sociales bajos carecieran de acceso a él y que en muchos casos lo pusieran en
práctica para sus propias necesidades o para las de terceros.
En este marco es que hay que considerar la existencia, desde los primeros
años del periodo republicano, de los letrados parroquiales, categoría con la que
he buscado resaltar la existencia de aquellas personalidades que en las aldeas
tllvieron el conocimiento de la lecto-escritura, saber que los dotó de un capital
cultural nmdamental que los hizo mediadores culturales de sus pueblos y les
pennitió ocupar los cargos parroquiales. Ellos tuvieron una importancia nodal
en la irrigación de la vida política nacional al nivel local, pues contribuyeron
a difundir los contenidos de los semanarios e impresos que generalmente se
ocupaban de temas políticos, le hicieron eco a los debates entre los líderes po-
líticos, a los manifiestos, las proclamas, entre otros. Así, dotaron a sus vecinos
de un conjunto de Dociones republicanas (ciudadanía, soberanía popular, repre-
sentación, etc.), que fueron re-significados a la luz de las propias experiencias
123
El letrado parroquial
124
LA SOCIABILIDAD Y LA HISTORIA
POLÍTICA DEL SIGLO XIX
127
La saciabilidady la historia política del siglo XIX
embargo, muy curioso, no hay entre tantos estudiosos del asunto un consenso
acerca de una definición del propio término; es decir, la sociabilidad parece re-
ferir un universo muy difuso que va más allá de las formas más visibles de vida
asociativa. Eso sí, en su mayoría los investigadores suelen mostrar dos formas
de aproximación a la sociabilidad; ya sea por el estudio de casos muy específicos
concentrados en determinadas formas de sociabilidad, ya sea por inventarios de
largo aliento que pretenden dar cuenta de un paisaje asociativo muy cambiante a
través del tiempo. Debido a eso, en esta primera parte del texto vaya atreverme
a presentar una propuesta de definición basada tanto en aquellos autores que
brindaron los primeros paradigmas en esta zona de estudios históricos como en
la propia experiencia que hemos podido acumular hasta ahora. Una tentativa de
definición de la sociabilidad como objeto historiográfico podría ayudamos -su-
posición y deseo-- a saber qué hemos hecho y qué queda por hacer, y también a
entender qué puede incluir.
La sociabilidad estudia el universo cambiante de las relaciones entre los indi-
viduos. La permanencia y los cambios en el modo de relacionarse puede deberse
a muchos factores; tal vez los más importantes son: la tradición, las costumbres,
las mutaciones drásticas en las formas de gobierno, las prácticas cotidianas, las
identidades de grupos. Pueden intervenir, principahnente, los individuos con in-
tereses muy particulares; instituciones como la escuela, los partidos políticos, las
iglesias de cualquier denominación y, por supuesto, el Estado. La conversación
entre todos esos elementos, y según las hegemonías transitorias que unos alcan-
cen sobre otros, irán definiendo momentos de sociabilidad que, en consecuencia,
incidirán en la composición de la vida pública, en su dinamismo, en su estan-
camiento, en su pasividad, en fin. Todo esto conduce a decir que la sociabilidad
es un factor muy importante en la construcción del campo político, en las reglas
con que lma sociedad discute o establece disputas. La sociabilidad ha sido, y
será, un factor apreciable de la acción colectiva, una forma muy visible en que
la sociedad o fragmentos de ella han decidido organizarse, así sea de modo mo-
mentáneo.
La sociabilidad está hecha de por lo menos dos grandes dimensiones, cada
una muy abarcadora. De un lado, la sociabilidad asociativa que reúne todo aquel
universo de asociaciones formales e informales que son indicadoras de la expan-
sión de la vida colectiva organizada, de la discusión pública, de la ampliación
o restricciones de la esfera pública. Sociabilidad hecha a base de la voluntad de
grupos más o menos organizados de individuos que se reúnen con fines muy
particulares o inspirados por una ambición de universalidad. Esa sociabilidad
asociativa se vuelve visible en las disputas por el control hegemónico del espa-
cio público de opinión, en la lucha por acceder al poder político, por definir las
128
Gilberto Loaiza
129
La sociabilidady la historia política del siglo XIX
130
Gilberto Loaiza
3. Señalo por ahora dos contribuciones que desde diferentes plintos de partida y con distintos
resultados, coinciden en mostrar el peso de los agentes letrados en la definición del hecho político
revolucionariu que dio origen al sistema político representativo en lo que había sido el Nuevo
Reino de Granada. Me refiero a: Mauricio Nieto Olarte, Orden natural y orden social. C;encia y
política en el Semanario del Nuevo Reyno de Granada, Uniandes, Bogotá, 2007; Isidro Vanegas,
La Revolución Neogranadina, Ediciones Plural, Bogotá, 2013. Sin despreciar un estudio pionero
y lejano que dio cuenta del vínculo entre Ilustración y política: Renán Silva, Prensa y revolución a
finales del siglo XVIII. Contribución a un análisis de ¡aformación de la ideología de Independen-
cia nacional, Banco de la República, Bogotá, 1988.
131
La sociabilidady la historia política del siglo XIX
el individuo mejor dotado para las tareas de gobierno, y la crisis monárquica fue
la oportunidad para anunciar las virtudes ordenadoras del sistema representativo
que 10 colocaba en la cúspide. Tanto en su variante laica como confesional, el
individuo letrado participó del diseño de las primeras constituciones políticas y
exaltó las virtudes del legislador, conocedor de las leyes; en apariencia, lo sufi-
cientemente sabio y neutro para crear las premisas de un nuevo orden polític0 4
Es indudable que las revoluciones de independencia en los antiguos domi-
nios del imperio español en América movilizaron gmpos sociales que hallaron
en aquel proceso una oportunidad inmejorable para ocupar un lugar privilegia-
do en la tentativa de organizar y discutir las premisas de un nuevo orden. Ese
nuevo orden político fhe diseñado, primordialmente, en todos esos lugares, por
individuos que reunían antecedentes y capacidades para redactar constituciones
políticas, para legislar en nombre del pueblo, para ejercer una labor publicitaria
casi permanente mediante la difusión de documentos impresos, principalmente
los periódicos. Esas revoluciones fueron, en definitiva, un hecho político e inte-
lectual que los historiadores contemporáneos apenas ahora estamos dilucidando
con alglma exhaustividad 5
Ahora bien, urge precisar en este ensayo la estmctura temporal que concier-
ne, en el caso colombiano, al predominio de esa cultura letrada instaurada desde
los estertores del proceso de independencia. Mientras esa cultura letrada haya
132
Gilberto LoaÍza
sido la matriz reguladora y ordenadora del sistema político, mientras haya tenido
preeminencia en el espacio público de opinión, mientras haya sido la principal
y a veces exclusiva productora de todas las fonnas discursivas del orden, pode-
mos hablar de una unidad temporal con una personalidad histórica más o menos
bien definida. Esa cultura letrada sustentó su expansión hegemónica mediante el
control de la producción, la circulación y el consumo de impresos; su existencia
como prominente agente social de la política tuvo correlato en la multiplicación
de talleres de imprenta, de librerías, de asociaciones de diverso tipo que dotaron
de consistencia a un personal político y leh·ado. Hombres de palabra y de tribu-
na, también dispuestos al uso de las annas en los recurrentes episodios bélicos,
fÍJeron los individuos que dominaron el espacio de discusión pública acerca de
los elementos constitutivos del orden republicano; ellos redactaron constitucio-
nes, manuales de ciudadanía, manuales de buenas maneras, tratados de psico-
logía y filosofia, fundamentos de ciencia administrativa, infonnes geográficos,
textos escolares, manuales de gramáticas, elaboraron mapas, fundaron escuelas
y lmiversidades, dirigieron y escribieron periódicos y un largo etcétera. Todas
esas modalidades de la prosa y de la construcción de un orden que exhibían la
búsqueda, muchas veces infructuosa, de una annonía política y social, de ideales
de vida en común.
Mientras la cultura letrada haya sido el elemento nmdamental de constitu-
ción del campo político, de difusión de ideas, de construcción del espacio pú-
blico de opinión, estamos ante una unidad histórica. Mientras el taller de im-
prenta, el periódico y el libro hayan sido los medios de expansión hegemónica
más relevantes, estamos ante una etapa bien definida dentro del sistema político
republicano. Es un momento histórico definido, en muy buena medida, por su
condición discursiva, por el modo predominante de enunciación de la política;
la política transcurrió, principalmente, según los cánones del personal letrado;
la comunidad politica se asemejó a la metáfora de la ciudad letrada que hace
buen tiempo intentó desentrañar Ángel Rama.' La pertenencia a la comunidad
política estuvo, por lo tanto, signada por los principios reguladores del circuito
letrado; poder leer y escribir o, mejor, participar de alguna modalidad de lechlra
y de escrihlra, aun en aquellas personas consideradas analfabetas, nle premisa
6. Puede ser que las metáforas que rodean su libro, empezando por el mismo título, cuya
primera edición data de 1984, no sean afortunadas del todo, pero eso no ensombrece el énfasis
de su reflexión en el valor concedido a la palabra escrita y sus administradores, "en oposición a
la palabra hablada". La palabra escrita proporcionaba el fundamento del "discurso ordenado" que
quiso imponerse desde los tiempos de la dominación colonial y que prevaleció según la "función
escrituraria" auto-conferida por los criollos. Ángel Rama, La ciudad letrada, Tajamar Editores,
Santiago de Chile, 2004 [1984].
133
La sociabilídady la historia política del siglo XIX
134
Gilberto Loaiza
con altibajos y zigzagueas, desde 1810 hasta por lo menos el decenio de 1920.
Entre las décadas de 1920 y 1950 tenemos una zona tensa de transición modema
que llevó a la sociedad colombiana a nuestro cercano y traumático siglo veinte.
El momento ilustrado
Varios autores ya 10 han constatado, el pueblo estuvo marginado de las primeras
prácticas asociativas de los regímenes republicanos en la América española; esta
sociabilidad exclusiva de las élites tuvo que ser expresión genuina de un primer
republicanismo muy excluyente. J Primero predominó Lma sociabilidad de élites
y para las élites constmctoras del mundo republicano, dispuestas por iniciativa
privada a reproducir un consenso en tareas básicas del Estado, y luego se fhe
produciendo la mezcla y la diversidad de prácticas asociativas que dieron origen
a identidades partidistas o que al menos reunieron elementos sociales más hete-
rogéneos. Por eso es muy difícil hallar, en el decenio 1820 y aun en el siguiente,
asociaciones que fomlalizaran alianzas entre el notablato y sectores populares.
En la Nueva Granada, hasta bien entrado el decenio de 1830, se insistió en la
necesidad de limitar cualquier ejercicio pleno de la soberanía del pueblo y poner
toda la fuerza de la legitimidad del nuevo orden en la representación política. El
punto de partida de la reflexión era la división inevitable de la sociedad en indivi-
135
La sociabilidady la historia política del siglo x/x
duos capacitados e individuos poco aptos para las tareas de gobierno. El pueblo
como la masa total de los individuos no era el elemento más apropiado para
tomar decisiones fimdamentales. En El Argos Americano de 1810 se afmnaba:
"Son muy arriesgadas las elecciones que emanan directamente del pueblo, por-
que este en primer lugar no se halla en estado de discernir cuáles sean los indivi-
duos más dignos de ejercer tan arduo y delicado ministerio"8 Los escritores del
decenio de 1820 fueron más aplicados en determinar los límites de la soberanía;
por ejemplo, en los periódicos La Indicación. de 1822, y la Bandera tricolor,
de 1826, se hizo una sistemática diferenciación entre "la soberanía radical y
primitiva", momento único de superioridad del pueblo como principio fundador
de un orden político, y "la soberanía actual o de ejercicio", que era el resultado
del "pacto representativo".' Dicho de otro modo, con ayuda sin duda de autores
como Emanuel-Joseph Sieyes se estaba elaborando en el decenio de 1820 una
distinción necesaria para quienes pretendían tener el control del orden político;
la soberanía popular era un ejercicio efímero -aunque fundador-, porque en
la práctica gubernativa funcionaba una soberanía de ejercicio, como resultado de
la delegación de esa soberanía primitiva en representantes que habían sabido de-
mostrar las virhldes y los talentos necesarios para ocupar ese lugar en el sistema
de gobierno. Por eso, más drástica y claramente, los escritores políticos hablaron
de un nuevo principio en el régimen representativo, y era aquel según el cual "el
ejercicio de la soberanía no reside en la nación, sino en las personas a quienes la
nación lo ha delegado". 10
Según las Observaciones sobre el gobierno representativo, publicadas en
Caracas en 1825, este principio apareció como el intento de solución de un dile-
ma que ponía como opuestos dos principios: el democrático y el representativo.
El democrático conducía a la intervención constante de la peligrosa "masa total"
del pueblo; el representativo conducía al sosegado poder de los representantes. l1
Remplazar al pueblo o, mejor quizás, desplazar al pueblo de lma constante pre-
sencia en la vida pública era la solución ofrecida por el pacto representativo. El
único gran momento democrático admisible, el único momento en que el pue-
blo recobraba su soberanía radical y primitiva era el de las elecciones; en otras
8. José Fernández Madrid, "Continúan las reflexiones sobre nuestro estado", El Argos Ameri-
cano, nO 11, diciembre 10 de 1810, Cartagena, p. 48.
9. Un autor central en este decenio y en estos periódicos, como difusor de las virtudes del
sistema representativo, fue Vicente Azuero (1787-1844).
10. "Continúan las reflexiones sobre la autoridad del pueblo &c.", La Indicación, nO 5, agosto
24 de 1822, Bogotá, p. 20.
11. Francisco Jav¡er Y ánes, Observaciones sobre el gobierno representativo, Devisme Herma-
nos, Caracas, 1825. La precisión sobre la autoría de este texto la debo al profesor Isidro Vanegas.
Véase también: La Indicación, n° 3-6, agosto 17,24 Y 31 de 1822.
136
Gilberto LoaÍza
12. Francisco Javier Yánes, Observaciones sobre el gobierno representativo, ob. cit., pp. 21-
40.
137
La sociabilidady la historia política del siglo XIX
138
Cilberto Loaiza
Nicolás Calvo y Quijano, Santafé de Bogotá, 1811, título XIV, arts. 5 y 6, pp. 44-45,
15. Consti!ucíón de la República de Tunja, sancionada en plena Asamblea de los Represen-
tantes de toda la Provincia, en sesiones continuas desde 2 J de Noviembre hasta 9 de Diciembre de
J8ll, Imprenta de D. Bruno Espinosa, Santafé de Bogotá, 1811, sección preliminar, art. 21, p. 8.
16. Constitución del Estado de Cartagena de Indias sancionada en 14 de Junio de 1812, Im-
prenta del Ciudadano Diego Espinosa, Cartagena, 1812, título 1, art. 26, p. 13.
17. Constitución del Estado de Cartagena, ob. cit., título 1, arto 27 y titulo XIII, arto 10, pp.
13, 117.
139
La sociabilidady la historia política del siglo XIX
18. Diálogo entre el ciudadano preocupado y un patriota verdadero, Imprenta de Diego Espi-
nosa, Cartagena, l812.
140
Gilberto Loaiza
141
La sociabilidady la historia política del siglo XIX
21. Al respecto, una pequeña colección del periódico Los Sastres, noviembre y diciembre de
1839, Bogotá.
22. El Fondo Pineda 470, de la Biblioteca Nacional de Colombia, es particularmente rico en
hojas sueltas que revelan el funcionamiento de un sistema electoral censitario e indirecto compues-
to de listas de sufragantes y asambleas de electores, principalmente. Según la ley electoral del 2 de
abril de 1832, los sufragantes en cada parroquia tenían derecho a votar por uno o varios electores
que con'espondían a ese distrito parroquiaL A su vez, los electores ejercían la representación de la
"soberanía del pueblo" para votar en favor de talo cual candidato.
23. Anónimo, "Libertad de las elecciones populares", Impreso por E. Hemández, Cartagena,
julio 18 de 1836. La frase copiada es una transcripción de otro papel publicado en Bogotá y reim-
preso en Cartagena en el que, al parecer, se apoyaba la candidatura de Obando.
142
Gilberto Loaiza
143
La sociabilidady la historia política del siglo XIX
Ese fue el caso de uu autor y uu libro que hacia 1838 aparecía en los anuncios de
novedades bibliográficas: se trataba del Libro del pueblo, por Felicité Lamennais
(en el decenio siguiente llegaría El pueblo, por Jules Michelet). En definitiva,
antes de 1839 ya había indicios de uu cambio en las condiciones de circulación
del lenguaje político; el pueblo, con su llaneza, iba a comenzar a hablar de poli-
tica, iba a participar de asociaciones formales e iba a plasmar sus concepciones
del mundo en periódicos cuyos títulos sugerían la índole de sus escritores: El
Pueblo, El Sufragante, El Artesano, El Pobre. Así, después de la Guerra de Los
Supremos, la presencia activa del pueblo iba a comenzar a dejar huella en la vida
pública.
Este momento asociativo tuvo su punto culminante en la coyuntura 1848-
1851. 25 En esos años hubo una expansión asociativa sin precedentes que le dio
sustento a la formación de una estructura nacional del partido liberal; el patricia-
do liberal tornó la iniciativa en medidas democratizadoras tales corno la ley de
libertad absoluta de opinión o la abolición de la esclavitud. Fueron los liberales
quienes promovieron el sufragio universal masculino, y quienes alentaron una re-
lación muy volátil con grupos de artesanos que, plasmada en más de lm centenar
de clubes políticos, propició un ambiente igualitario que desbordó rápidamente
los cálculos de la élite que había patrocinado ese auge de clubes. Pero pronto
se pasó del orgullo de haberle dado la palabra al pueblo al temor de un desbor-
damiento popular. Del lado de los artesanos se pasó de una ilusión igualitaria a
una profunda decepción y desconfianza que marcó [as relaciones futuras entre
las organizaciones artesanales y la dirigencia del liberalismo colombiano. Más
temprano que tarde, el notablato liberal se percató del error de haber promovido
una "política tumultuaria", corno 10 reconoció luego uno de los protagonistas,
el veleidoso José María Samper. El 25 de septiembre de 1850 fue fundado, en
Bogotá, el club Escuela Republicana compuesto por aquellos que habían auspi-
ciado, un par de años antes, la formación de la Sociedad Democrática de Bogotá
con el fin de sustraer a los artesanos del influjo del clero y los conservadores y,
según recuerda el mismo Samper, "se creyó que lo más eficaz para el logro de
este fin era halagar sus pasiones (porque ideas no tenían), hablándoles de eman-
cipación, igualdad y derechos Gamás de deberes), y su amor propio, con la pers-
pectiva de convertirse ellos, a su vez, en uua potencia política y social, mediante
25. "La gloria del partido liberal se detuvo en 1851 ", fue la sentencia de José María Samper,
quien había auspiciado al inicio la implantación de sociedades democráticas. Samper transmitía el
arrepentimiento y la aprensión del notablato liberal ante los alcances de una sociabilidad que había
escapado de su control. Carta de José María Samper a Victoriano de Diego Paredes, Ambalema,
septiembre 16 de 1852, Archivo General de la Nación, sección Academia Colombiana de Historia.
144
Cilberto Loaiza
26. José Maria Samper, Historia de una alma. iYfemorias intimas y de historia contemporánea,
Imprenta de Zalamea Hennanos, Bogotá, 1881, p. 190.
27. Para una visión detallada del devenir de los clubes políticos liberales, tanto en la coyuntura
de mitad de siglo como en décadas posteriores: Gilberto Loaiza Cano, Sociabilidad, religión y
política en la definición de la nar:ión, ob. cit., pp. 79-1 13.
145
La sociabilidad y la historia política del siglo XIX
146
Cilberto Loaiza
desde el hogar influyeron en que sus esposos, algunos de ellos episódicos mi-
litantes del liberalismo radical o de la masonería, se retractaran y retornaran a
las filas de la devoción católica. Gracias a un mercado lector femenino asiduo,
especialmente en Bogotá, fue posible garantizar el público que permitió el rápido
éxito editorial de la novela Maria (1867), de Jorge Isaacs, compendio simbólico
del catolicismo triunfante y de la sacralización de la mujer en la órbita proseli-
tista del dogma católico. La renovación del culto mariano, aupada por el pon-
tificado de Pío IX, contribuyó a adjudicarle un lugar preponderante a la mujer
en el conjunto de actividades públicas de la Iglesia católica en el mundo. En el
caso colombiano, en la segunda mitad del siglo XIX hubo la formación de una
dirigencia laica permanente, entregada, en el caso femenino, a la difusión de las
prácticas caritativas. La caridad misma se alimentó, además, de lma iconografia
femenina que colocó en el centro de la acción a la mujer militante.
Otro factor que coadyuvó al ascenso asociativo conservador fue la eficacia
publicitaria de los principales ideólogos del tradicionalismo católico en Colom-
bia. Por ejemplo, fue entre los escritores conservadores que se notaron los pri-
meros rastros del influjo del positivismo de Saint-Simon y Comte. Fueron José
Eusebio Caro, en 1838, y luego Manuel María Madiedo quienes se interesaron
en formular los principios de una ciencia social. Aquel dejó al menos las inquie-
tudes iniciales que después expuso cabalmente Madiedo en sus obras Teoría
social (1855) y La ciencia social (1863). Madiedo fÍJe el principal punto de con-
tacto con la obra de Félicité de Lamennais. Como otros escritores conservadores
de la época, condenó los excesos de la doctrina comunista, pero a diferencia de
un José Manuel Groot o de un José Maria Vergara y Vergara, se deluvo en La-
mennais para exaltar la presencia activa del pueblo en la vida republicana. En
su Teoría social decía que "la teoría de la expansión individual de la soberanía
del yo, que es la verdadera teoría cristiana, rechaza esas fonnas toscas de una
comunidad de mujeres, de propiedades".'"
El propósito más evidente de Madiedo fÍJe tratar de alejar a los artesanos de
la dirigencia liberal radical, a la que consideró enemiga de los principios cris-
tianos. En La ciencia social o el socialismo filosófico. Derivación de las gran-
des armonias morales del cristianismo y El catolicismo i la libertad (ca. 1863),
Madiedo presentó lo que él consideraba las bases científicas de una "política
social" que encontraba sus fundamentos, entre otros autores, en Lamennais y
su exaltación de las virtudes del pueblo laborioso; por eso afirmaba que "las
masas populares son el cimiento del orden social" y, agregaba, "los verdaderos
patriotas son los hombres que cultivan los campos, que animan los talleres, que
28. Manuel María Madiedo, Teoría social, Imprenta de Francisco Torres Amaya, Bogotá, 1855, p. 25.
147
La sociabilidady la historia política del siglo XIX
29. Manuel María Madiedo, La ciencia social o el socialismo filosófico. Derivación de las
grandes armonías morales del cristianismo, Imprenta de Nicolás Pontón, Bogotá, 1863, p. 296,
30. Manuel María Madiedo, El catolicismo i la libertad, s.e., 1863, p. 10, en Biblioteca Nacio-
nal, Fondo Pineda 664, pza. 6.
148
Cílberto Loaiza
149
La sociabilidady la historia política del siglo XIX
se propuso y logró publicar, entre los decenios 1860 y 1870, las obras fimdamen-
tales del pensamiento conservador colombiano del siglo XIX. Sus obrasfileron,
en buena medida, compendios de apologías a la Iglesia católica, prolongación
de polémicas religiosas y tentativas pioneras de una historiografia conservadora
basada en un acervo documeutal importante. Fueron una mezcla de anticuarios
e historiadores, de polemistas religiosos, de institutores, de periodistas y, seg(m
la denominación más frecuente de la época, de literatos 3l Valga destacar, entre
ellos, a José Manuel Groot, un intelectual autodidacta que repartió su tiempo
entre la política, la pintura, la enseñanza, el periodismo y la historia. A los vein-
te años, en 1820, había militado en la logia Fraternidad Bogotana; en 1839,
comenzó su carrera de polemista religioso con la publicación del artículo Las
impíos con la cabeza cortada, una diatriba lanzada contra aquellos que se opo-
nían al retomo de la Compañía de Jesús. Lo más interesante es que Groot, que
acababa de ser elegido como senador, decidió, en 1856, retirarse de la política
para consagrarse definitivamente a la redacción de su principal obra, la Historia
eclesiástica y civil de la Nueva Granada, publicada finalmente en 1869. En esta
obra de tres tomos, sostenía que todo lo que podía ser civilización en el país era
obra exclusiva del clero católico. Antes de la publicación de esta obra, Groot fue
el principal -y quizás el único-- escritor colombiano que mantuvo tma polé-
mica con la controvertida obra de Emest Renan, La vie de Jésus (1863), y como
continuación de ella Groot publicó en 1865 su Rejittación analítica del libro de
Mr. Renan. En 1876, poco antes de su muerte, adelantó una postrera polémica
con el misionero presbiteriano Henry Prat!.
Otro escritor conservador, José María Vergara y Vergara, fue acumulando
la autoridad suficiente para erigirse en autoridad dentro del círculo de escrito-
res bogotanos, al punto de convertirse en el fimdador de la filial colombiana
de la Academia de la Lengua. Vergara y Vergara, quien file el responsable de la
desaprobación y aprobación de las novelas Manuela y María, publicó en 1867
su Historia de la literatura en Nueva Granada en cuyo prólogo advertía que
quien "no gusta de escritos católicos, debe abandonarlo desde esta página". Al
propósito de exaltar el papel histórico de la Iglesia católica y, mejor aún, de con-
siderar indispensable un orden moral fimdado en el dogma católico como pre-
150
Gilberto Loa iza
32. José María Vergara y Vergara, en su "Prólogo" a la novela Manuela, en El Mosaico, n" 2,
enero 1 de 1859, Bogotá, p. 16.
151
La sociabi/idady la historia política del siglo XIX
liberal, aunque sus prácticas asociativas fuesen las propias de un espacio público
moderno. En nombre de la defensa de la tradición, la Iglesia católica colombia-
na, como sucedió en otras partes del mundo, apeló a los instrumentos modernos
de la prensa y las asociaciones, y lo hizo en nuestro caso con mejores resultados
hegemónicos que sus rivales liberales; adoptó instrumentos de la modernidad
mientras luchaba contra la modernidad que la asediaba. 33 A pesar de la derrota
en la guerra civil de 1876, entre otras cosas promovida audazmente por las so-
ciedades católicas, la sociabilidad conservadora supo avanzar hacia una alianza
con la facción moderada del liberalismo e impuso las condiciones políticas e
ideológicas que dieron origen a la Regeneración, a la Constitución de 1886 y,
sobre todo, a un universo asociativo controlado por la institucionalidad católica,
algo que tuvo prolongación hasta por lo menos bien entrado el decenio de 1920.
33. Valga destacar que la Iglesia católica ha sido pionera en las actividades publicitarias con
apoyo de la imprenta, y ha tenido una tradición asociativa atada a la reafinnación de adhesiones a
su dogma. Ver, en todo caso, Émile Poulat, Église contre bourgeoisie (introduction au devenir du
catholicisme actuel), Castelman, Bruxelles, 1977.
152
Gilberto Loaiza
34. David Sowell, Artesanos y política en Bogotá, J832- J919, Ediciones Pensamiento Crítico,
Bogotá, 2006; Gloria Mercedes Arango, Sociabilidades católicas, entre la tradición y la moderni-
dad. Antioquia, 1870-1930, Universidad Nacional, Medellín, 2004.
35. Adrián Alzate, Asociaciones, prensa y elecciones. Sociabilidades modernas y participa-
ción política en el régimen radical colombiano (1863-1876), tesis de maestría en historia, Univer-
sidad Nacional, sede Medellín, 2010, bajo la dirección de Luis Javier Ortiz.
36. Gabriel David Samacá, El Centro de Historia de Santander: Historia de l/na sociabilidad
formal (1929-1946), tesis de maestría en historia, Universidad Industrial de Santander, Bucara-
manga, 2013, bajo la dirección de Armando Martínez Garnica.
37. Además, el uso del ténnino mismo ha sido más bien tímido. Habría que destacar, como
excepciones, además del estudio mencionado de Loaiza Cano, los ensayos primigenios de Fabia
Zambrana y el estudio de Gloria Mercedes Arango, Sociabilidades católicas, entre la tradición y
la modernidad, ob. cit.
153
La sociabilidady la historia política del siglo XIX
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Cilberto LoaÍza
155
La sociabilidady la historia política del siglo XIX
asociativas el mejor instrumento para colmar los vacíos del control social o,
dicho mejor, las asociaciones son vistas como vehículos apropiados de la co-
municación política entre el Estado y la sociedad civil?
Son muchos los dilemas inherentes a los estudios históricos sobre sociabi-
lidad. En Colombia se trata de una zona de estudios todavía incipiente, aunque
indispensable en la comprensión del proceso histórico de la vida pública.
156
FIDELIDADES Y CONSENSOS EN CONFLICTO:
LA NATURALEZA DEL ASOCIACIONISMO
POLÍTICO EN EL PERÍODO FEDERAU
1. Una primera versión de este texto apareció publicada en la revista Historia y Sociedad, nO
18, enero--junio de 2010, Medellín, pp. 43~64. El artículo original llevaba el título de "Una mirada
a las asociaciones políticas colombianas de las décadas de 1860 y 1870. Fidelidades, rivalidades,
conflictos internos y mutaciones", y sintetizaba aspectos esenciales del tercer capítulo de mi tesis
de maestría. Desde entonces, tanto el texto como yo hemos recorrido un largo camino. Durante
estos años tuve la oportunidad de presentar el artículo ante diferentes públicos y someterme al
juicio de distintos lectores. Como resultado de ello, sus argumentos han sido larga y progresiva~
mente re~evaluados, transformados y enriquecidos. La presente versión conserva, con alguna que
otra ampliación, el cuerpo del trabajo original. La introducción, las conclusiones, y en general los
aspectos más analíticos del mismo presentan, en cambio, modificaciones sustanciales. Agradezco
enormemente los aportes de los profesores Ricardo Salvatore y Víctor M. Uribe~UráTl, así como a
las siempre oportunas sugerencias de mi colega y amiga Juliana Jaramillo.
2. Estudiante del Doctorado en Historia Atlántica de la Florida International University, Miami.
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La naturaleza del asociacionismo político
3. Una detallada descripción de este último tipo de actores colectivos durante el período puede
encontrarse en James Sanders, Contentiolls Repuhlicans: Popular Polities, Race, and Class in
Nineteenth-Century Colombia, Duke University Press, Durham, 2004.
4. Helen Delpar, Rojos contra azules: el Partido Liberal en la política colombiana, J863-1899,
Procultura, Bogotá, 1994; James W. Park, Rafael Nuñez and the Polities of Colombian Regiona-
lism: 1863-1886, Louisiana State University Press, Baton Rouge, 1985; Alonso Valencia Llano,
Estado Soberano del Cauca: federaUsmo y regeneración, Banco de la República, Bogotá, 1988;
Fernán González, Para leer la politica: ensayos de historia política colombiana, CINEP, Bogotá,
1997; Malcolm Deas, "Del poder y la gramática" y otros ensayos sobre historia, politica y litera-
tura colombiana, Taums, Bogotá, 2006; Eduardo Posada Carbó, El desafio de las ideas: ensayos
de historia intelectual y política en Colombia, Banco de la República I Universidad EAFIT, Me-
dellín, 2003; Gilberto Loaiza Cano, Sociabilidad, religión y politfca en la definición de la nación,
Colombia, 1820-1886, Universidad Externado de Colombia, Bogotá, 2011; James Sanders, Con-
tentious Republicans, ob. cit.
160
Adrián Alza te
161
La naturaleza del asociacionismo político
ticas del período en cuestión hacían parte de una ya larga y arraigada tradición
asociativa. Estas sociedades políticas y e1eccionarias, al igual que las diversas
sociedades económicas, de ayuda mutua, cívicas, científicas, educativas y reli-
giosas que florecieron durante gran parte del siglo XIX, fueron expresión de un
impulso asociacionista que tuvo sus raíces en épocas previas a la independencia
y alcanzó uno de sus mayores puntos a mediados de la década de 1850 en el con-
texto de la llamada "revolución del medio siglo". Este impulso tuvo sus primeras
manifestaciones en el asociacionismo mutualista del artesanado colonial y en las
cofradías católicas, y experimentaría importantes transformaciones en los años
posteriores a la independencia.
En efecto, las primeras dos décadas de vida independiente conocieron im-
portantes esfuerzos asociativos tendientes a fomentar la instmcción pública, la
fOlmación patriótica y el desarrollo económico, así corno a consolidar redes y
relaciones de fidelidad política. Las sociedades patrióticas, las sociedades econó-
micas de amigos del país y las logias masónicas fueron las modalidades asocia-
tivas más representativas de esta etapa.' Entre la década de 1830 y principios del
decenio de 1850, la consolidación de las prácticas electorales y la creciente com-
petencia por los puestos de elección pública traerían consigo el surgimiento de
diversas asociaciones destinadas a fomentar la participación electoral, así como
a formar y movilizar bases partidistas. 6 Las formas de asociación más comunes
de esta época fueron las sociedades democráticas, las sociedades republicanas
y las sociedades de artesanos, todas ellas claves en las victorias electorales y
bélicas del liberalismo entre 1849 y 1853. Una caracteristica esencial de muchas
de estas asociaciones liberales -al igual que de varias de sus contrapartes con-
servadoras, como las sociedades populares- fue su apertura a la participación
de públicos heterogéneos y gentes de distintas clases sociales. Aunque mayorita-
riamente controladas por miembros de la élite liberal-notables, jefes políticos
regionales, oficiales del ejército y nmcionarios públicos, entre otros-, muchas
de estas asociaciones acogieron en su seno a artesanos, agricultores, afrodescen-
dientes, pequeños propietarios y miembros de la clases trabajadoras. La década
de 1850 también conocería el florecimiento de distintas asociaciones de carácter
cultural, educativo y científico, animadas por el espíritu progresista, ilustrado y
civilizatorio de la é1ite liberal del períod0 7
5. Gilberto Loaiza Cano, Sociabilidad, religión y política, ob. cit., pp. 29-30.
6. Gilberto Loaiza Cano, Sociabilidacl, religión y política, ob. cit., pp. 30-31.
7. Para un panorama de estas asociaciones culturales, véase el capítulo 6 de Gilberto Loaiza
Cano, Manuel Ancízar y su época: biografía de un político hispanoamericano del siglo XIX, Uni-
versidad de Antioquia, Medellín, 2004.
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La naturaleza del asociacionismo político
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17. Aquilea Parra, Memorias de Aquilea Parra, Editorial Incunables, Bogotá, 1983, pp. 485-
493.
18. James W. Park, Rafael Nuñez and the Politics ofColombian Regionalism, ob. cit., pp. 24-
25.
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19. James W. Park, Rafael Nuñez and the Politics ofCo/amblan Regionalism, ob. cit. pp. 153-
155.
20. Gilberto Loaiza Cano, Sociabilidad, religión y política, ob. cit., pp. 73, 84-84, 106.
167
La naturaleza del asociacionismo político
como Eliseo Payán, y caudillos de gran ascendencia popular como David Peña.'l
Durante el período federal, la Democrática habría de funcionar como uno de los
más importantes centros de coordinación de los trabajos del liberalismo caucano,
dirigiendo los esfuerzos de numerosas asociaciones políticas y eleccionarías, y
poniendo al servicio de sus candidatos un caudal de votos que, en no pocas oca-
siones, serviría para asegurarles cómodos triunfos en las urnas.
La asociación surgió por iniciativa del abogado Juan Nepomuceno Núñez
Conto, y, como otras democráticas de su tiempo, fhe concebida como una or-
ganización eleccionaria creada y dirigida por la élite liberal para respaldar el
gobierno de José Hilario López (1849-1853).22 Durante el gobierno de López,
la Sociedad actuó como espacio para el fortalecimiento del liberalismo en la
región, la ampliación y formación de sus bases políticas, y la popularización
del programa liberal entre las clases inferiores. En el período del medio siglo, la
Democrática abrió sus puertas a distintos sectores populares y actuó entre otras
cosas como vocera, representante y defensora de los intereses económicos de
afrodescendientes, pequeños propietarios y trabajadores sin tierra. A diferencia
de otras democráticas del país, compuestas mayoritariamente por miembros de
la élite, oficiales del ejército y notables locales, la Sociedad Democrática de Cali
tenía una composición predominantemente popular, y sus filas estaban confor-
madas en su mayor parte por afrocolombianos y gentes pobres tanto del campo
como de la ciudad. 23 Su composición mayoritariamente subalterna y su papel de
plataforma para la acción política popular, sin embargo, no desviaron a la aso-
ciación de su propósito fundacional: sostener al partido liberal en sus distintas
contiendas tanto electorales como bélicas."
Las labores de apoyo político al liberalismo llevadas a cabo por la democráti-
ca caleña tomaron múltiples formas, como ocurrió con la mayoría de sociedades
democráticas de la época. Más allá de los compromisos eleccionarios con uno
o varios candidatos en particular, estas asociaciones llevaban a cabo distintas
iniciativas para defender y legitimar ante la opinión pública la gestión de un
gobernante, los trabajos de un funcionario, o los actos de algún líder o figura par-
tidista. Según las circunstancias, estas iniciativas solían tomar la forma de con-
gratulaciones públicas; manifiestos de apoyo; declaraciones públicas de lealtad;
compromisos de defensa; ofensivas periodísticas contra los adversarios de tumo
21. Gilberto Loaiza Cano, Sociabilidad, religión y política, ob. cit., pp. 82-84; James Sanders,
The Vanguard 01 the Atlantic World. Creating Modernity, Nation, and Democracy in Nineteenth-
Centwy Latin America, Duke University Press, Durham, 2014, pp. 163-164.
22. Gilberto Loaiza Cano, Sociabilidad, religión y política, ob. cit., pp. 82-83.
23. James Sanders, Canten/ious Republicans, ob. cit., pp. 47, 54, 66-67,133,
24. James Sanders, Contentious Republicans, ob. cit., pp. 120, 133.
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25. James Sanders, The Vanguard oftheAtlantic World, ob. cit., p. 163; Alonso Valencia Llano,
Estado Soberano del Cauea, ob. cit., pp. 74, 130.
26. Alonso Valencia Llano, Estado Soberano del Callca, ob. cit., p. 74.
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46. Francisco Gutiérrez Sanín, Curso y discurso del movimiento plebeyo (1849-1854), El Án-
cora Editores I Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales, Bogotá, 1995, pp. 194,
195.
47. "Una representación - Sociedad Republicana de Artesanos", mayo 6 de 1868, Palmira, en
Biblioteca Nacional de Colombia, sala 13 , documento 14670.
48. David Sowell, The Early Colombian Labor Afovement: Artisans and Polities in Bogotá,
1832-1919, Temple University Press, Filadelfia, 1992, pp. 35-37.
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65. David Sowell, The Early Colombian Labor iVlovement, ob. cit., pp. 31-32; Gilberto Loaiza
Cano, Sociabilidad, religión y política, ob. cit., pp. 74-75.
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66. David Sowell, The Early Colombian Labor i'vJovement, ob. cit., pp. 85, 89-90; Gilberto
Loaiza Cano, Sociabilidacl, religión y politica, ob. cit., pp. 242-243.
67. Gilberto Loaiza Cano, Sociabilidad, religión y pOlÍtica, ob. cit., p. 111.
68. La Alianza, octubre 1 de 1866, Bogotá.
69. La Alianza, febrero 20 de 1867, Bogotá; La Alianza, marzo 4 de 1.867, Bogotá.
70. La Alianza, enero 18 de 1868, Bogotá; La Alianza, abril 4 de 1868, Bogotá.
71. La Alianza, octubre 20 de 1866, Bogotá.
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Adrián Alzate
do, pues las disputas políticas invadieron de nuevo la Sociedad hasta el punto
de forzar una nueva disolución."
En enero de 1868, tras un par de reuniones preparatorias, la Sociedad Unión
de Artesanos reanudó oficialmente sus labores. Empeñados en evitar una nueva
politización de sus filas, sus líderes incorporaron a su reglamento lilla dispo-
sición que ordenaba a sus miembros sufragar únicamente por candidatos que
fueran artesanos o agricultores. Dicha medida, a juicio de los redactores del
periódico, no era más que un "dique" a los "traficantes en política". Sin éste,
"muchos ambiciosos que no tienen otro comercio que la política" habrían bus-
cado medios de "formarse círculos para obtener votos, si no de la sociedad en
masa, por 10 menos de una gran parte de ella, lo cual vendría a viciarla, puesto
que se convertiría en instrumento de los mismos hombres de quienes ha tratado
de separarse",7S Esto, sin embargo, no sería suficiente para contener la nueva
crisis que habría de afectar a La Alianza hacia fines de mayo del mismo año,
cuando comenzaron a revelarse serios conflictos entre la asociación y varios de
sus miembros. Sería el caso, por ejemplo, de Rafael Tapia, a quien se acusaría
de buscar, mediante "proposiciones subversivas", la disolución de la Sociedad
bajo el pretexto de que ésta "no trabajaba de acuerdo con los intereses de un
partido". Esta misma persona, según una denuncia de La Alianza, había logra-
do "inducir a uno de los miembros de la junta [directiva] para que trabajara en
las elecciones por los miembros de su partido", e incluso había "reunido diez
firmas inclusive la suya, y protestado contra la sociedad y el periódico que le
sirve de órgano".79
El de Tapia no sería el único caso alarmante de disidencia. Junto éste había
un señor Díaz, "empleado respetable de la sociedad", quien había publicado
en el periódico conservador La Prensa una nota en la que aparecía "como pre-
sidente de una reunión de muy distinto carácter". Una de sus coasociados, de
apellido Olaya, sería acusado de renegar contra la asociación, a pesar de haber
accedido al concejo municipal de la capital con su apoyo eleccionario." Otros
miembros serían acusados de contravenir los principios rectores de la Sociedad.
Tal fue el caso, por ejemplo, de los señores V ásquez, Monroy, Lugo, Carrizosa,
Romero y Silvestre, muchos de ellos integrantes de la junta directiva de La
Alianza, quienes luego de finnar el reglamento de la Sociedad, con su juramen-
to incluido, "votaron y trabajaron en la última elección por listas de partido,
procedimiento que se opone al espírítu" de la asociación. Tales acciones les
183
La naturaleza del asociacionismo político
Conclnsiones
El examen de las experiencias precedentes constituye mucho más que un mero
compendio de anécdotas sobre el complicado curso de algunas asociaciones po-
líticas del período federal en Colombia. Los casos de estas asociaciones, con
sus fidelidades inestables, sus conflictos internos, sus distintas rupturas y sus
destinos truncados, arrojan importantes luces no sólo sobre la naturaleza del fe-
nómeno asociativo del período sino sobre algunas características esenciales de la
vida y la cultura política colombiana de la época.
Flmdamentales para la marcha de la vida política así como para el desarrollo
y sostenimiento del sistema partidista, estas asociaciones fueron a la vez actores
y escenarios claves del juego político de su tiempo. Como tales, las sociedades
en cuestión habrían de expresar, en su funcionamiento, los múltiples conflictos,
divisiones, mutaciones y re-acomodamientos que habrían de caracterizar la po-
184
Adrián Alzate
lítica colombiana de las décadas de 1860 y 1870. De esto dan cuenta no sólo los
sucesivos virajes de la Sociedad Democrática de Cali, sino también los diferentes
problemas que entorpecieron las labores de las demás asociaciones aquí estudia-
das. En la Colombia del período federal, el conflicto político no sólo se libraba
entre partidos: también tenía lugar en cada partido y, más importante aún, en el
seno de las distintas organizaciones partidistas. En el campo de las asociaciones
políticas nada parecía estar fijo o asegurado de antemano. Las alineaciones ideo-
lógicas o programáticas más gruesas -ser liberal, ser conservador- parecían
fimcionar como un referente de identidad y organización más o menos estable.
Más allá de estas afiliaciones genéricas, no obstante, pocos elementos en la prác-
tica asociativa parecían ser fijos. Los casos aquí estudiados sugieren la existencia
de un fenómeno asociacionista marcado por la mutabilidad y la imprevisibilidad,
con sociedades que en la práctica se ven forzadas a redefinir sus propósitos y
objetivos fundacionales, a replantear sus alineaciones banderizas originales, y a
enfrentar la imlpción de disidencias y secesiones.
Como organizaciones políticas, pero también como formas de acción colec-
tiva e intervención en la esfera pública, las asociaciones político-eleccionarías
de la época parecieron ser comunidades susceptibles de redefinir una y otra vez
el sentido de sus acciones y los objetos de sus fidelidades. En el contexto aquí
considerado, esta variabilidad da cuenta de un constante proceso de adaptación
de las asociaciones a los frecuentes cambios en los balances de poder nacional
y regional, que trasladados al campo societario estimularon alteraciones en las
expectativas políticas y burocráticas de un grupo, en los equilibrios de fuerzas
entre sus bandos integrantes, o en las simpatías políticas y personales de sus
miembros. En este sentido, los virajes de la Sociedad Democrática de Cali no
deben ser interpretados como meros actos de inconsecLwncia programática o de
oportunismo político. Antes bien, merecen ser entendidos como indicadores de
la adaptabilidad de estas asociaciones, así como de su capacidad para interpretar
su cambiante contexto y redefinir sus agendas y direccionamientos en función
del mismo. En una situación de balances inestables, frecuentes relevos de po-
der y altas dosis de conflicto partidista, estas asociaciones fileron entidades más
bien plásticas que intentaron responder, mediante la flexibilidad y el recurso a
alianzas estratégicas, a las contingencias e imprevisibilidades de su medio. El
caso de la Democrática caleña, con su interés en no perder su influencia política
y burocrática en la región a pesar de los relevos en la dirección del Estado del
Cauca, no es algo único en este sentido. La coyuntura del medio siglo ya había
conocido los virajes, dentro del partido liberal, de distintas sociedades democrá-
ticas de artesanos que, en defensa de su agenda económica, dejaron de apoyar la
facción "gólgota", germen del liberalismo radical, y cerraron filas alrededor del
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La naturaleza del asociacionismo político
85. Gilberto Loaiza Cano, Sociabilidad, religión y política, ob. cit., pp. 99-102.
186
Adrián Alzate
McGraw, Marixa Lasso, Jorge Conde Calderón, Aline Helg, o Brenda Escobar,
entre otros, conserva todavía muchos vacios. 86
En materia de actores políticos, casos corno el de la Sociedad Unión de Arte-
sanos sugieren, adicionalmente, la existencia de cierta particularidad en la prác-
tica asociativa de la época. Durante su trayectoria, La Alianza estuvo sometida
a una tensión constante entre dos fÍJerzas: de un lado, lma práctica asociativa
que pretendia mantenerse al margen de la política tradicional; de otro lado, lma
militancia política de cierta manera auspiciada y amparada por los partidos tradi-
cionales. Camacho, López, Sánchez y otras cabezas de la asociación pretendían
mantener al artesanado bogotano "a salvo" de la intervención de agentes políti-
cos; pero ellos, al mismo tiempo, hacían parte de esta misma categoría. Figuras
corno Camacho y López debían sus carreras políticas más a sus relaciones con
líderes partidistas locales y nacionales que a su experiencia corno líderes artesa-
nales. Ellos, a su manera, también eran "traficantes en política".
En ese sentido, ¿cuál podía haber sido el significado de las campañas de La
Alianza contra la intervención de agentes partidistas en el seno de la sociedad?
Al respecto podrían sugerirse al menos dos hipótesis no necesariamente exclu-
yentes: un interés de la dirigencia de La Alianza por conservar el monopolio de
la movilización política del artesanado capitalino; o un esfuerzo por mantener el
liderazgo de dicha movilización dentro de los mismos límites de la comunidad
artesana. La tensión entre unos ideales de independencia o aislacionismo político
y una práctica asociativa incapaz de resistir la politización no fÍJe solo caracte-
rística de la Sociedad Unión de Artesanos: también puede apreciarse en el caso
de la Sociedad de la Juventud Unida. ¿Cómo comprender esta tensión? ¿Acaso
su desenlace, en ambos casos similar, da cuenta de la imposibilidad de escapar
a la politización de la época, o de proponer alternativas a la lógica partidista
tradicional? Valdría la pena sugerir una respuesta distinta, y proponer que estas
asociaciones, a pesar de sus intenciones iniciales, surgieron desde un principio
como asociaciones políticas, o al menos como organizaciones políticamente
orientadas. La independencia partidista de La Alianza puede ser leída como un
intento por movilizar al artesanado capitalino sobre la base de la memoria del
86. Véanse al respecto las dos obras citadas de James Sanders, al igual que Jasan McGraw,
The Work 01 Recognition. Caribbean Colombia and the Postemancipation Struggle for Citizen-
ship, The North Carolina University Press, Chapel Hill, 2014; Marixa Lasso, lvJitos de armonía
racial: raza y repuhlicanismo durante la era de la revolución, Colombia, 1795-1831, Universidad
de los Andes, Bogotá, 2013; Jorge Conde Calderón, Buscando la nación: ciudadanía, clase y ten-
sión racial en el caribe colombiano, 1821-1855, La Caneta Editores, Medellín, 2009; Aline Helg,
Libertad e igualdad en el Caribe colombiano, 1770-1835, Universidad EAFIT, Medellín, 2011;
Brenda Escobar Guzmán, De los conflictos locales a la guerra civil: Tolima afines del siglo XIX,
Academia Colombiana de Historia, Bogotá, 2013.
187
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87. Véase, Gilberto Loaiza Cano, Sociabilidad, religión y política, oh. cit., especialmente el
segundo capítulo de la primera parte.
88. David Sowell, The Early Calambian Labar Mavement, ob. cit., pp. 1OO~ t 05.
189
LOS INDÍGENAS DE PASTO Y LA CONSTRUCCIÓN
DEL ESTADO. TIERRAS DE RESGUARDO Y
DISPUTAS LEGALES, 1850-1885
Fernanda Muñoz 1
l. Estudiante del Doctorado en Historia (generación 20 15~20 18) del Colegio de México.
2. Algunos autores que han trabajado esta temática son: Nelson Manrique, Campesinado y
nación: las guerrillas indígenas en la guerra con Chile, Centro de investigación y capacitación,
Lima, 1981; Florencia Mallan, Peasant and nation. The making olpostcoloniallvfexico and Peru,
University ofCaliforniaPress, Berkeley, 1995; Peter F. Guardina, Campesinos y política en lafor-
mación del Estado nacional en lvJé}cico: Guerrero, 1800-1857, Instituto de Estudios Parlamenta-
rios Eduardo Neri, México DF, 2001; James Sanders, Contentious Republicans: Popular Politics,
Race, and Class in Nineteenth-Centwy Colombia, Duke University Press, Durham, 2004.
3. Durante la segunda mitad del siglo XIX Pasto usualmente perteneció en ténninos político-
administrativos al Cauca. La República de la Nueva Granada que se formó en el año de 1853
estaba conformada por 36 provincias, entre las cuales se encontraban Pasto y Túquerres. Pos-
teriormente, a la Provincia de Pasto se le incluyó Túquerres y Barbacoas. Luego, la ley del 5 de
junio de 1857 dividió el territorio de la república en Estados y ahí se instituyó el Estado del Canea,
191
Los indígenas de Pasto y la construcción del Estado
siglo XIX retoma los postulados del enfoque denominado de la "formación del
estado'" en cuanto conferimos relevancia a las formas de autoridad y gobierno
y desplazamos la mirada hacia una concepción ampliada de lo político intere-
sada en conocer cómo se gobierna.' En cuanto al análisis de las representacio-
nes nos proponemos prestar atención a la relación entre la política y lo político,
según la propuesta de Pierre Rosanvallon, para quien la política es aquello
que limita y permite en la práctica la realización de lo político. Rosanvallon
designa la política como "el campo inmediato de la competencia partidaria por
el ejercicio del poder, de la acción gubernamental del día a día y de la vida
ordinaria de las instituciones".6 La política, en este caso, hace referencia a las
normas que regulan la posesión de la tierra comunal, mientras que 10 político
abarca la manera como los individuos y gmpos elaboran su comprensión de las
situaciones, de los aspectos que rechazan o incorporan en la formulación de
sus objetivos.' A partir del estudio de las solicitudes, precisamente, es que bus-
caremos identificar los elementos formales -legales- e informales -como
las relaciones de amistad, servidumbre o parentesco- que mediaban en el
conflicto por las tierras de resguardo.
Siguiendo una perspectiva de análisis que aboga por evidenciar la partici-
pación de los sectores populares en la constmcción estatal a partir de la coti-
dianidad, los conflictos y las relaciones tejidas día a día, este trabajo asume una
concepción del Estado más cercana a la vida y a los hombres de carne y hueso.
Se asume que tal constmcción se generó no sólo desde la lógica arriba-abajo,
sino que la experiencia de los grupos no pertenecientes al poder aportó otros
que ahora se componía de las provincias de Buenaventura, Chocó, Pasto, Cauea y Popayán, más
el territorio del Caquetá y los distritos de Huila, lnzá y Paéz. Finalmente, con el establecimiento
de los Estados Unidos de Colombia, se formó el Estado Soberano de! Cauea conformado por 16
municipios -entre estos el de Pasto-, y un territorio -el Caquetá-, subdivididos a su vez en
distritos, aldeas y corregimientos. Rafael Rocha, Estadística de Colombia, Imprenta de Medardo
Rivas, Bogotá, 1876, pp. 3, 49.
4. Los pioneros de esta perspectiva desde la sociología histórica y la ciencia política son,
respectivamente: Philip Corrigan y Derek Sayer, The Great Arch: English State Formation as
Cultural Revolution, Blackwell Publisher, Oxford, 1985; y, Theda Skocpol, Peter Evans y Dietrich
Rueschemeyer, Bringing the State Back in, Cambridge University Press, New York and Cambrid-
ge, 1985.
5. Véase Philip Corrigan, "La formación del estado", prólogo a Aspectos cotidianos de lafor-
mación del estado. La revolución y la negociación del mando en el México moderno, Gilbert M.
Joseph y Daniel Nugent, comps., Ediciones Era, México DF, 2002, p. 25.
6. Pierre Rosanvallon,Por una historia conceptual de lo político, Fondo de Cultura Económi-
ca, Buenos Aires, 2003, pp. 30, 20.
7. Pierre Rosanvallon, Por una historia conceptual, ob. cit., p. 26.
192
Fernando Muñoz
8. Romana Falcón, '''Jamás se nos ha oído en justicia ... '. Disputas plebeyas frente al Estado
nacional en la segunda mitad del siglo XIX", en La arquitectura histórica del poder. Naciones,
nacionalismos y estados en América Latina, Antonio Escobar, Romana Falcón y Raymond Buve,
coords., Centro de Estudios y Documentación Latinoamericana, México DF, 2010, pp. 255-256.
9. Norberto Bobbio y Michelangelo Bovero, Sociedad y Estado en lafilosofia política mo-
derna. El modelo iusnaturalista y el modelo hegeliuno-marxiano, Fondo de Cultura Económica,
México DF, 1986, p. 58.
10. Antonio Escobar, Romana Falcón y Raymond Buve, "El espejismo del Estado y la negocia-
ción fina y cotidiana", introducción a La arquitectura histórica del poder, ob. cit., p. 16.
11. Apreciación tomada de Robert J. Knowlton, "La división de las tierras de los pueblos du-
rante el siglo XIX: el caso de Michoacán", en Problemas agrarios y propiedad en Nféxico. siglos
XVIII y XIX, Margarita Menegus, comp., El Colegio de México, México DF, 1995, p, 122.
12. El proceso de homogenización que se emprendió con la construcción de los Estados-nación
fue un proyecto en el que estuvieron involucradas todas las naciones modernas durante el siglo
XIX, de manera que no sólo fue una experiencia latinoamericana. Para el caso colombiano y de
América Latina véase Jairo Gutiérrez, "El proyecto de incorporación de los indios a la Nueva Gra-
nada (1810-1850)", Anuario de Historia Social y de las Fronteras, n° 6, 2001, pp. 203~222; Leticia
Reina, coord" La reindianización de América, Siglo XIX, Siglo XXI Editores, México DF, J 997;
Antonio Escobar, Romana Falcón y Raymond Buve, coords., La arquitectura histórica del poder,
ob. cit.; Iván Jaksic y Eduardo Posada Carbó, eds., Liberalismo y poda Latinoamérica en el siglo
XIX, Fondo de Cultura Económica, Santiago de Chile, 2011.
193
Los indígenas de Posta y la construcción del Estado
13. Nicola Miller, "The historiography ofnationalism and national identity in LatinAmerica",
Na/ians and Nationalism, vol. 12, nO 2, 2006, p. 211.
14. Los cumbales, por ejemplo, se organizaron para recuperar ~por vías de hech()-----las pro-
piedades de resguardo que a causa del terremoto de 1923 habían sido usurpadas por mestizos, y así
en 1975 recuperaron una propiedad. Véase Joanne Rappaport, "La recuperación de la historia en el
gran Cumbal", Revista de Antropología, nO 3, 1987, p. 6.
194
Fernanda Muñoz
15. 1airo Gutiérrez, Los indios de Pasto contra la República (1809-1824). Las rebeliones anti-
rrepublicanas de los indios de Pasto durante la guerra de independencia, ICANH, Bogotá, 2012,
p.32.
16. Jairo Gutiérrez, "Acción política y redes de solidaridad étnica entre los indios de Pasto en
tiempos de la Tndependencia", Historia Crítica, n° 33, 2007, pp. 18-19.
17. Decreto de 29 de diciembre de 1837 "suspendiendo el repartimiento de los resguardos de
indíjenas de los cantones de Pasto i Túquerres", en "Parte oficial. Decretos del poder ejecutivo",
Gaceta de la Nueva Granada, n° 330, enero 7 de 1838, Bogotá.
18. "Lei 3. Junio 2 de 1834. Adicional á las leyes sobre repartimiento de los resguardos de
indijenas", en Lino de Pamba, Recopilación de leyes de la Nueva Granada. Imprenta de Zoilo
Salazar, Bogotá, 1845. pp. 101··102.
19. Caso contrario aconteció en la Provincia de Bogotá donde si se ingresó en el proceso de
división de los resguardos desde la primera mitad del siglo XIX. Véase, por ejemplo, Lina del
Castillo, '''Prefiriendo siempre á los agrimensores científicos'. Discriminación en la medición y el
reparto de resguardos indígenas en el altiplano cundiboyacense, 182l-1854", Historia Crítica, n°
32,julio-diciembre de 2006, pp. 68-93.
195
Los indígenas de Posta y lo construcción del Estado
20. Nancy Appelbaum, Dos plazas y una nación: raza y colonización en RioSlICio, Caldas,
(1846-1948), ICANH I Universidad de los Andes I Universidad del Rosario, Bogotá, 2007, p. 108.
En México, la defensa de la tierra comunal tampoco fue generalizada: Margarita Menegus, "Oco-
yoacac: una comunidad agraria en el siglo XIX", en Problemas agrarios y propiedad en Jvféxico,
siglos XVIII y XIX, ab. cit. , p. 151.
21 . Nancy Appelbaum, Dos plazas y una nación, ob. cit., p. 143.
22 . Nancy Appelbaum, Dos plazas y una nación, ob. cit., pp. 146~ 161.
196
Fernando Muñoz
197
Los indígenas de Pasto y la construcción del Estado
26. James Sanders, "Pertenecer a la gran familia granadina. Lucha partidista y construcción de
la identidad indígena y política en el Cauea, Colombia, 1849-1890", Revista de Estudios Sociales,
n" 26, 2006, pp. 36-37.
27. Constitución política de la Nueva Granada, sancionada el año de 1853, Imprenta de Eche-
verría Hermanos, Bogotá, 1853, pp. 4-5.
28. Constitución política de la Nueva Granada, sancionada el año de 1853, ob. cit., p. 9.
29. James Sanders, "Pertenecer a la gran familia granadina", arto cit., p. 38.
30. Los conservadores estuvieron en el poder nacional desde 1855, cuando tras la guerra contra
el general Melo se retomó a la nonnalidad política y se posesionó a Manuel María Mallarino como
presidente de la República. En las elecciones de 1856, en contra de la candidatura del General
Mosquera, quien representaba al Pmtido Nacional-producto de una alianza entre liberales y con-
servadores-, un conservador intransigente, Mariano Ospina Rodríguez, ganó las elecciones presi-
denciales. Tras las desavenencias con el gobierno de Ospina, Mosquera y los liberales se acercaron
dando lugar a la aprobación de un sistema federal, alianza que se extenderá hasta la guerra civil de
1860-1862, y el triunfo de Mosquera sobre los conservadores. Véase respectivamente, María Tere-
sa Uribe y Liliana María López, Las palabras de la guerra. Un estudio sobre las memorias de las
guerras civiles en Colombia, La Carreta J Instituto de Estudios Políticos Universidad de Antioquia,
Medellín, 2010, p. 205; y, Alonso Valencia, "La guerra de 1851 en el Cauca", en lvfemorias de la
JJ cátedra anual de Historia Ernesto Restrepo Tirado: las guerras civiles de 1830 y su proyección
en el siglo xx, Museo Nacional de Colombia, Bogotá, 2001, pp. 86, 94-102.
198
Fernanda Muñoz
31. James Sanders, "Pertenecer a [a gran familia granadina", arto cit., p. 38.
32. Se alude al decreto del 30 de enero de J 863. Véase Roque Roldan, comp., Fuero indígena
colombiano: normas nacionales, regionales e internacionales, jurisprudencia, conceptos adminis-
trativos y pensamiento jurídico indigena, Presidencia de la República, Bogotá, 1990, pp. 34-36.
33. Cifra extraída del acta de visitas efectuadas en el Distrito de Pasto en el año de 1871. Véase
"Libro de actas de las visitas hechas en los pueblos correspondientes al Distrito de Pasto, abie110
hoy 24 de julio del año de 1871 ", Pasto, 1871, en Archivo Histórico de Pasto (en adelante AHP),
Fondo Cabildo de Pasto, Sección República, caja 52, años 1870-1871, libro 3, ff. 1r-13rv.
34. Luis Ospina, Industria y protección en Colombia, 1810-1930, 2a ed., Editorial La Oveja
Negra. Bogotá. 1974, p. 42.
35. Jairo Gutiérrez, "Acción política y redes de solidaridad", arto cit., p. 19.
199
Los indígenas de Pasto y la construcción del Estado
36. "Ordenanza No. 7 expedida por la legislatura provincial de Pasto", Pasto, octubre 15 de
1855, enAHP, Fondo Cabildo de Pasto, Sección República, caja 31, 1. 2, f. 16rv.
200
Fernanda Muñoz
37. Fernando Humberto Mayorga y Mónica Patricia Martini, "Los derechos de los pueblos
originarios sobre sus tierras de comunidad: del Nuevo Reino de Granada a la República de Colom-
bia", en Un gil/dice e due leggi. PluraUsmo normativo e conftitti agror! in Sud América, Mario G.
Losana, dir., Giuffre, Milán, 2004, pp. 35-75.
201
Los indígenas de Pasto y la construcción del Estado
38. Jamondino era una parcialidad indígena correspondiente al Distrito de Pasto, cuya entidad
mayor era el Municipio de Pasto. Información tomada del "Libro de actas de las visitas hechas en
los pueblos correspondientes al Distrito de Pasto", Pasto, 1871, en AHP, Fondo Cabildo de Pasto,
Sección República, caja 52, libro 3, f. 5rv.
39. Espediente de Juan Ynsandoran de terrenos de resguardos, 1876", Pasto, abril 20 de 1876,
en AHP, Fondo Provincia de Pasto, Serie Correspondencia, caja 24, f.3r.
40. "Espediente de Juan Ynsandoran de terrenos de resguardos, 1876", Pasto, abril 20 de 1876,
en AHP, Fondo Provincia de Pasto, Serie Correspondencia, caja 24, f. 3v.
202
Fernando Muñoz
Almque para el año de 1876 regía otra ley que estipulaba la división de los
resguardos, sus disposiciones no contrariaban los artículos citados por Ynsan-
doran." Ahora bien, además de acogerse a las disposiciones de la Ley 90, este
indígena invocó el deber que tenía la autoridad de hacer respetar la propiedad,
de manera que al final de su representación no sólo manifestó su esperanza de
que el jefe municipal le devolviera el terreno sino que pidió que amonestara
a los alcaldes para que se abstuvieran de "cometer actos atentatorios de la
propiedad"."
Los argumentos expuestos por este indígena permiten apreciar que la peti-
ción encaminada a recuperar su terreno, además de insertarse en el marco legal
caucano también era justificada por el principio liberal que abogaba por la de-
fensa de la propiedad. Si bien los principios liberales se basaban en la protec-
ción de la propiedad individual, este indígena resignificó dicho principio con
el objetivo de obtener la restitución de un pedazo de terreno ubicado dentro de
la propiedad comunal. Señalar el mal proceder del alcalde distrital, ampararse
en la Ley 90 y resignificar el principio de protección de la propiedad, fueron
las estrategias que este indígena empleó para obtener una respuesta favorable
del jefe municipal.
En los años 1881 y 1884 la Ley 90 continuaba siendo la normativa a la
cual se acogían tanto indígenas como autoridades. Al momento de reclamar la
devolución de un terreno, el solicitante o su apoderado acudían a las disposi-
ciones de esta ley, e igualmente, a la hora de emitir sus fallos, las autoridades
locales se basaban en los preceptos establecidos en dicha ley. La norma en la
que sustentaron sus argumentos seguía vigente? O, ambos actores sociales la
usaron según su conveniencia? La litis iniciada en 1881 entre los indígenas
Francisco Montilla y Benito Paguatián muestra el uso que estos y las autori-
dades locales le dieron a la normativa. El pleito surgió debido a la venta de un
terreno que el hijo del primero efectuó a Paguatián. Para solicitar la restitución
del terreno, el apoderado de Montilla apeló a un artículo de la Ley 90 de 1859,
203
Los indígenas de Pasto y la construcción del Estado
según el cual el Cabildo debía impedir "que ningun indíjena, venda, arriende
o hipoteque porcion alguna del resguardo"." Basándose en este argumento,
tanto el alcalde del distrito como el jefe municipal declararon nula la compra y
devolvieron el terreno a su antiguo poseedor." Fue adecuado el uso que hicie-
ron de la ley? En asuntos de terrenos de resguardo, para el año de 1881 regía
la Ley 41 de 1879 cuyas disposiciones impedían la venta de tierras comunales.
Uno de los aspectos que había tenido en cuenta el gobierno para expedir esa
ley había sido evitar que se despojara a los indígenas "so pretesto de compras
o arrendamientos". Si bien esta ley, a diferencia de la Ley 90, no prohibía la di-
visión de los resguardos, sí impedía su venta. Y como el artículo 11 estipulaba
que se mantenía vigente la Ley 90 en todos los aspectos que no se opusieran
a la nueva,46 efectivamente, tanto el apoderado como las autoridades locales,
usaron adecuadamente la normativa.
Ahora bien, las resoluciones de las autoridades civiles no implicaban ne-
cesariamente que los conflictos se solucionaran. El cambio de funcionarios
podía involucrar una re apertura de las disputas y la visibilización de elementos
por fuera del marco legal que también intervenían en los litigios. El conflicto
entre los indígenas Francisco Montilla y Benito Paguatián refleja esta situa-
ción. Tres años después del fallo de la autoridad municipal que había declarado
nula la compra y devuelto el terreno al antiguo poseedor, nuevamente, Fran-
cisco Montilla solicitó la restitución del terreno. Esta vez la argumentación de
su apoderado se concentró en resaltar los agravios que el Juez distrital había
cometido contra las disposiciones legislativas y el abuso de autoridad. Este
funcionario, "atribuyéndose facultades que no le correspondían", obligó a su
representado a vender el terreno y la arboleda frutal, "ultraj ando" así la norma-
tiva que prohibía su venta. Al otorgarle el terreno a Paguatián, esta autoridad
judicial no sólo había desobedecido las órdenes de los funcionarios superiores
-del jefe municipal de 1881-, sino que además, había ejercido una función
cuya potestad recaía en el pequeño cabildo. Con el propósito de reforzar su
argumentación, el apoderado de Montilla también expuso razones por fuera
44. "Lei No. 90 (de 19 de octubre de 1859)", p. 2. En 1881 si bien en materia de resguardos
regía la Ley 41 de 1879, que establecía la división de los terrenos comunales, la prohibición de su
venta seguía vigente, de acuerdo a lo señalado por la Ley 90. Aquella ley de 1879 en: "Lei Número
41 (de 4 de octubre de 1879), sobre protección de indíjenas", Rejistro Oficial, octubre 2S de 1879,
Popayán, pp. 1-2.
45. "Legajo N° 36. Reclamo de un pedazo de terreno denominado Caracha, propuesto por Ma-
nuel R. Delgado apoderado del indígena Francisco Montilla en el DttO de Buesaco. Año de 1884",
Pasto, junio 13 de 1881, en AHP, Fondo Provincia de Pasto, serie cOlTespondencia, caja 34, f. Ir.
46. "Lei Número 41 (de 4 de octubre de 1879), sobre protección de indijenas", Rejistro Oficial,
octubre 25 de 1879, Popayán, pp. 1-2.
204
Fernanda Muñoz
del marco legal. Señaló aspectos relacionados con la moralidad y el deber ser
de las autoridades. Según él, el proceder del funcionario cuestionado que había
introducido la "desmoralización" no se comparaba con el actuar del antiguo al-
calde distrital, el "muy honorable y honrado ciudadano Sr. Manuel Zambrano",
de quien no se tenía queja por sus procedimientos. 47
Para recuperar el terreno, el apoderado de Montilla recurrió tanto a argu-
mentos elementos legales como al cuestionamiento de los procedimientos por
parte de las autoridades civiles de 1884, tales como la falta de respeto a la ley,
el ejercicio de funciones que no les correspondian y la inmoralidad. El alcalde
o el juez. distrital" actuaron por fuera del marco legislativo o abusaron de su
poder como autoridades? O bien, tales apreciaciones sólo constituían una in-
vención del apoderado? La inexistencia de una constancia documentada del fa-
llo contra el indígena Montilla indicaría que la resolución de las autoridades no
se había ajustado a los procedimientos nonnativos. Según el alcalde distrital,
no había constancia escrita del conflicto debido a que los litigantes, "parecio
se arreglaron amigablemente". La única prueba que existía era un recibo en
el cual se evidenciaba que Montilla había vendido a Paguatián una arboleda
frutal. Tal comprobante constituyó la base para que tanto el juez distrital como
el Cabildo aprobaran la venta y posesionaran al comprador."
A pesar de la falta de una constancia escrita del fallo, las autoridades otor-
garon el terreno a Paguatián. No se sabrá con certeza si efectivamente los im-
plicados en el conflicto se arreglaron amistosamente. No obstante, el acta de
posesión aclaraba Lm aspecto relevante: se vendían los sembrados, mas no el
terreno. Y a pesar de este hecho, el pequeño cabildo, asociado del alcalde, el
procurador y el secretario, le adjudicaron el terreno al comprador. 50 Al parecer
tales autoridades -tanto civiles como indígenas- no se ajustaron al marco
legal para otorgar un terreno, sino que su proceder se basó en otras conside-
raciones. Cuáles? Según el apoderado, era usual que los alcaldes distritales
cometieran abusos, "quitando injustamente a los que no son de su gremio y
dando al que se le antoja con tal de que les preparen y los festejen con un poco
de chicha ... ".51 En este caso, entonces, los nmcionarios más que apegarse a la
47. "Legajo N° 36. Reclamo de un pedazo de terreno denominado Caracho", Pasto, abril 25 de
1884, en AHP, Fondo Provincia de Pasto, serie correspondencia, caja 34,1'. 4rv.
48. En la documentación se habla indistintamente del alcalde distrital y del juez del distrito.
49. "Legajo N° 36. Reclamo de un pedazo de terreno denominado Caracho", Buesaco, mayo 6
de 1884, en AHP, Fondo Provincia de Pasto, serie correspondencia, caja 34, ff. 7v-8rv.
50. "Legajo N° 36. Reclamo de un pedazo de teneno denominado Caracha", Buesaco, mayo
15 de 1884, en AHP, Fondo Provincia de Pasto, serie correspondencia, caja 34, ff. 13v-14rv.
51. "Legajo N° 36. Reclamo de un pedazo de terreno denominado Caracha", Pasto, mayo 21 de
1884, en AHP, Fondo Provincia de Pasto, serie correspondencia, caja 34, f. l6rv.
205
Los indígenas de Pasto y la construcción del Estado
52. Para esta fecha regía la Ley 41 de 1879, y respecto a la prohibición de vender terrenos comu-
nales, mantuvo lo dispuesto por la Ley 90, Véase "Lei No. 41 (de 4 de octubre de 1879)", pp. 1-2.
53. "Lei No. 90 (de 19 de octubre de 1859)", p. 2.
54. "Legajo N° 36. Reclamo de un pedazo de terreno denominado Caracha", Pasto, mayo 27 de
1884, en AHP, Fondo Provincia de Pasto, serie correspondencia, caja 34, f. 17rv.
55. "Legajo n° 3. Solicitudes de varios indígenas sobre resguardos, 1885", ObOl1UCO, abril 29
206
Fernanda Muñoz
de 1885, en AHP, Fondo Provincia de Pasto, serie correspondencia, caja 35, años 1884-1885, s.f.
56. "Legajo nO 3. Solicitudes de varios indígenas sobre resguardos, 1885", Obonuco, mayo 30
de 1885, en AHP, Fondo Provincia de Pasto, serie correspondencia, caja 35, S.f.
207
Los indígenas de Pasto y la construcción del Estado
que el marco legal, fueron los argumentos esgrimidos en tales disputas. Las re-
laciones de parentesco entre los miembros del cabildo y los indígenas litigan-
tes muestran los factores informales que tenían influencia en la vida política
comunal. Así 10 deja ver la representación que el indígena Antonio Popayán
presentó para recuperar un pedazo de terreno que había sido otorgado por el
pequeño cabildo a la indígena Josefa Pacer. La argumentación de este indígena
se concentró en dos aspectos. El primero, la falsa documentación que dicha
indígena había presentado para probar que babía sido despojada de su terreno.
El segundo, la relación de parentesco existente entre Pacer y los miembros del
cabildo, que según Popayán era "todo de la misma familia de Josefa Pacer".57
La reacción del pequeño cabildo ante tales afirmaciones fue, como era de
esperarse, negativa. Sus miembros mostraron la injusticia de la pretensión de
Popayán, quien, valiéndose de "falsos pretextos" no sólo señalaba que la cor-
poración indiana era intrusa sino que había conseguido despojar del terreno
a una viuda. Según dijeron, el proceder de Antonio Popayán era injusto pues
tenía el terreno suficiente para suplir sus necesidades, y aún así, quería obtener
otro. Considerando injusta dicha pretensión y teniendo en cuenta que la ley
debía proteger a las viudas de tributarios otorgándoles el terreno donde había
trabajado su finado esposo, el pequeño cabildo declaró sin lugar la solicitud de
Popayán y dispuso que se restituyese la posesión a la india María Josefa Pa-
cer. 58 Era el pequeño cabildo de indígenas familia de Pacer, y por eso resolvió
a su favor? Es una duda que no se resolverá certeramente. Si efectivamente era
así, este caso muestra la intervención de la corporación indiana no sólo en ayu-
dar a construir una documentación falsa que favoreciera a su parentela, sino
que evidencia el poder del que estaban investidos los miembros del pequeño
cabildo y su capacidad de maniobra a la hora de distribuir terrenos comunales.
Aquí, al basarse en la ley y en una concepción de justicia -igualmente justifi-
cada en el marco legal- que pretendía que cada cual tuviese la tierra suficiente
para suplir sus necesidades, el cabido justificó su proceder tanto en las reglas
formales como en las informales.
57. Usualmente los lazos de parentesco entre miembros del pequeño cabildo de indígenas y
sus beneficiarios fueron delatadas por los indígenas que se veían perjudicados. Otro ejemplo al
respecto es la comunicación que María Asunción Yles, natural y vecina de Gualmatán, envió al
jefe municipal. Según ella, el pequeño cabildo la había despojado de su terreno para adjudicárselo
a José Antonio Maigual, quien era cuñado de uno de los integrantes de! Cabildo. Véase "Legajo
nO 3. Solicitudes de varios indígenas sobre resguardos, 1885", Pasto, febrero 6 de 1885, en AHP,
Fondo Provincia de Pasto, serie correspondencia, caja 35, s.f.
58. (Tomás [ilegible] (Gobernador de indígenas), Silvestre Miramá (regidor mayor. Firmó José
Córdova), Mariano Quetamá (regidor segundo. Firmó Juan María Guerrero), Antonio Minganque~
ra (regidor tercero), Funes, agosto 5 de 1863, f. 84rv.
208
Fernanda Muñoz
209
Los indígenas de Pasto y la construcción del Estado
210
Fernanda Muñoz
65. Lina del Castillo, "'Prefiriendo siempre á los agrimensores científicos"', arto cit., p. RO.
66. Nancy Appelbaum, Dos plazas y una nación, ob. eh, pp. 269-270.
67. "Lei No. 90 (de 19 de octubre de 1859)", p. 2.
68. "Legajo 3. Representaciones de indígenas", Pasto, febrero 24 de 1881, en AHP, Fondo
Provincia de Pasto, serie correspondencia, caja 29, f. t Ir.
21 I
Los indígenas de Pasto y la construcción del Estado
69. Martín Sánchez y María Oarcía, "Reformismo liberal y faccionalismo en una comunidad
indígena de la Ciénega de Chapala", en Poder y legitimidad en México en el siglo .XIX Institu-
ciones y cultura política, Brian F. Connaughton, coord., Universidad Autónoma Metropolitana,
México DF, 2003, p. 497.
212
Fernanda Muñoz
70. Femanda Muñoz, "De tierras de resguardo, solicitudes y querellas: participación política
de indígenas caucanos en la construcción estatal (1850-1885)", Historia Critica, nO 55, 2015, pp.
174-175.
213
Los indígenas de Pasto y la construcción del Estado
legales- ante las políticas que los afectaban. En este caso concreto apelaron
a los marcos normativos para obtener fallos favorables a sus peticiones. Así,
la reacción de los pobladores indígenas ante las políticas gubernamentales no
sólo refleja el uso de los marcos institucionales sino que visibiliza los reitera-
dos conflictos y las relaciones sociales de poder que atravesaban la vida local
y comunal, mostrando así otra perspectiva del involucramiento de los sectores
populares en el complejo proceso de construcción estatal durante la segunda
mitad del siglo XIX.
214
LA GUERRA DE LOS MIL DÍAS
O MIL CONFLICTOS FRAGMENTADOS1
Introducción
El 12 de febrero de 1899 varios líderes liberales firmaron en Bucaramanga un
pacto:
"Los suscritos liberales, convencidos de que el restablecimiento de
la república, no se obtendrá sino por medio de la guerra, prometemos
solemnemente levantamos en armas contra el Gobierno actual, en la
fecha exacta que fije el director del partido en Santander, y obedece"
remos las instrucciones precisas que dicho director nos comunique.
El Director, a su turno, se compromete a no dar la orden de alzamiento
sin tener en su poder los documentos comprobantes de que un número
suficiente, por su cuantia y responsabilidad, de Jefes liberales,
secundará el movimiento en la mayor parte de la República; contando
también con que pondrá en juego todos los elementos que permitan
l. Las principales ideas de este artículo han sido desarrolladas con más detalle en mi libro De
los conflictos locales a la guerra dvi/. Tolima a finales de! siglo XIX, Academia Colombiana de
Historia, Bogotá, 2013.
2. Docente de planta, Escuela de Historia de la Universidad Industrial de Santander.
3. Miguel Ángel Centeno, Sangre y deuda. Ciudades, Estado y construcción de nación en
América Latina, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 2014, p. 111.
217
La guerra de los mil días
Los firmantes estaban encabezados por Paulo E. Villar, el director del libera-
lismo en Santander que se mencionaba en el pacto, seguido por Rafael Uribe
Uribe, gran adalid de la causa belicista dentro del partido, Zenón Figueredo,
José María Ruiz, Justo L. Durán, Antonio Suárez, entre otros. Todos ellos eran
líderes liberales, principalmente de Santander y Cundinamarca, que, como se
lee en el documento, defendían la necesidad de hacer una guerra al gobierno. Se
oponían así a los miembros del Directorio Nacional del liberalismo, comandado
por el veterano Aquilea Parra, quienes defendían la posibilidad de que se llegara
a acuerdos con el gobierno de la Regeneración para realizar reformas, antes que
adelantar una nueva guerra en su contra.
Pero cuando Paulo Villar, tal corno lo habían acordado los belicistas, fijó la
fecha de inicio de la guerra para octubre de ese año, algunos de los firmantes,
entre ellos Rafael Uribe Uribe y Zenón Figueredo, consideraron que aún no era
el momento adecuado para hacer el levantamiento. Con el fin de contrarrestar las
órdenes de Villar, trataron de poner sus intenciones de levantamiento al descu-
bierto, enviándole este telegrama no confidencial e15 de octubre: "Es voz común
en el Gobierno y en el público que el 20 [de octubre1estallará movimiento revo-
lucionario encabezado por usted como Director de Santander. Autorícenos para
desmentir especie".
La respuesta no se hizo esperar. El 6 de octubre, también en telegrama abier-
to, Villar escribió: "Ignoraba la especie; autorízolos formalmente para desmen-
tirla; afortunadamente, su misma publicidad la anula; y el país sabe a qué ateuer-
se, por dolorosa experiencia, respecto de esta clase de anuncios".5
En efecto, varios gmpos de liberales comenzaron a pronunciarse en San-
tander desde el 18 de octubre, dando inicio a la larga confrontación armada que
posteriormente seria denominada "Guerra de los Mil Días".
Tras la derrota del partido liberal vinieron las polémicas sobre las razones de
su fracaso. Y contra Uribe Uribe, como lmo de los más entusiastas promotores
de la guerra, llovieron las recriminaciones. Una de ellas se refería a aquel "tele-
grama mortal", calificado como un documento que marcó el inicio de la derrota
liberal, sin siquiera haber empezado la guerra, en tanto generó confÍJsión entre
los liberales, que no supieron a quién obedecer, ni cuándo debían alzarse en
4. Carlos Adolfo Umeta, ed., Documentos militares y politkas relativos a las campañas del
General Rafael Uribe Uribe, Imprenta de Vapor, Bogotá, 1904, pp. XXV-XXVI.
5. Carlos Adolfo Urueta, ed., Documentos militares y políticos, ob. cit., pp. XV-XVI.
218
Brenda Escobar
armas. Pero Uribe Uribe, buscando siempre salvar su imagen de gran liberal, se
defendía de las acusaciones diciendo que Vi llar había roto el pacto, en la medida
que en este se declaraba que el establecimiento de una fecha para el inicio de la
guerra debía hacerse solamente cuando se tuviera seguridad de que "un número
suficiente" de jefes liberales secundaría el movimiento "en la mayor parte de la
república".6
Pero tal discusión era vacua, porque establecer ese "número suficiente" de
liberales, "por su cuantía y responsabilidad", era una cuestión muy subjetiva. Se
puede de hecho plantear aquí esta pregunta: ¿Cuál era la capacidad efectiva de
los líderes principales del partido liberal para convencer a copartidarios en otras
regiones (más allá de Santander, que era donde se habían concentrado los líderes
belicistas) de la conveniencia y aun la urgencia de tomar las armas en pro de su
partido? Lo que intentaré mostrar, analizando específicamente la guerra de los
Mil Días, es que si bien durante el siglo XIX hubo diferentes conflictos armados
internos en que se enfrentaron los dos grandes partidos, liberal y conservador,
y mmque un "número suficiente" de personas en diferentes partes del territorio
se integraron a ellos, en muchas ocasiones no lo hicieron por su identificación
con esos partidos, ni por la fuerza persuasiva de sus líderes, sino por razones que
aparecían en la coyuntura de las guerras.
En este ensayo se estudiará el proceso de conformación de las fuerzas re-
beldes liberales en Tolima durante la guerra de los Mil Días mirando sus formas
de cohesión y de dominio territorial. Esos temas permitirán la exploración de
los móviles de quienes participaron del lado liberal en la guerra de los Mil Días
y matizar la idea de que habría sido su compromiso partidista y el descontento
generalizado con respecto al gobierno lo que habría llevado a estas personas a to-
mar parte en la guerra. A partir de esa descripción, el análisis buscará hacer unas
reflexiones generales sobre lo que significaba una "guerra civil" en el contexto
de conformación del Estado nación en Colombia en el siglo XIX.
6. Carlos Adolfo Urueta, ed" Documentos militares y políticos, ob. cit., p. XXVI.
219
La guerra de los mil días
7. María Teresa Uribe y Liliana María López, Las palabras de la guerra. Un estudio sobre las
memorias de las guerras civiles en Colombia, La Carreta, Medellín, 2006.
8. Sobre la construcción discursiva del casus belli en general: ¡bid., pp. 19-21. Durante el
desarrollo del libro, las autoras analizan extensamente los discursos de cada una de las guerras
estudiadas. Un análisis más resumido de todo el proceso de construcción discursiva de las guerras
del siglo XIX desde la situación prebélica hasta el momento de los pactos de paz se encuentra en
María Teresa Uribe, "Las guerras por la Nación en el siglo XIX", Estudios Políticos, nO 18, 2001,
pp. 8-27.
9. Charles Bergquist, Café y conflicto en ColomNa. 1886-1910. La guerra de los Jl¡fil Días: sus
antecedentes y consecuencias, Banco de la República, Bogotá, 1999, [la ed. 1978], pp. 138-159.
220
Brenda Escobar
en el poder. Los intentos de acuerdos pacifistas para salir de la crisis, como los
emprendidos por el directorio del partido liberal, estaban condenados al fracaso.
Ya se habían agotado todos los recursos democráticos y sólo aparecía una salida
posible: la guerra. 10
Lo que puede observarse es que Uribe Uribe tenía muy clara la idea de que
la guerra era necesaria. También entre los otros líderes belicistas firmantes del
pacto citado arriba había ese consenso de que "el restablecimiento de la repúbli-
ca, no se obtendrá sino por medio de la guerra"; pero ¿podían estos líderes con
cartas y telegramas, o a través de sus periódicos o comunicados, despertar el afán
guerrero en regiones lejanas (y aun en las más cercanas) y convencer a otros de
que tomaran las armas en favor de los intereses de su partido? Según supone Ber-
gquist, esta no era una tarea dificil en tanto Uribe Uribe "interpretaba fielmente
los sentimientos de la mayoría del partido liberal, que se inclinaba desde hacía
tiempos a poner un remedio violento a los males liberales"." ¿Puede suscribirse
algo así?
Veamos cómo se expande el discurso belicista en la región del ToJima. Cartas
de liberales tolimenses enviadas a líderes de renombre nacional como Aquilea
Parra, Juan E. Manríque, Uribe Uribe, evidencian que el discurso belicista efec-
tivamente llegaba a la provincia y generaba reacciones entusiastas, adhesiones y
aun declaraciones de compromiso." Incluso durante la guerra, varios de aquellos
entusiastas tomaron las armas e impulsaron a otros para que los siguieran: Tulio
Varón fue un importante jefe de la zona aledaña a ¡bagué, Clodomiro Castillo
también tomó armas y se movió por los lados de Honda, Max Carriazo impulsó
un contingente de hombres incluso después de 1901, cuando ya entre las directi-
vas liberales el discurso belicista había dado paso al discurso de la necesidad de
dejar las armas.
Bergquist hace énfasis en este tipo de testimonios como ejemplos de un
"violento exclusivismo político característico de las áreas filIales y los pueblos
pequeños, donde vivía la gran mayoría de los colombianos". Además Bergquist
10. Charles Bergquist, Caféy cOJ?fiicto en Colombia, ob. cit" pp. 137-142.
11. Charles Bergquist, Caje y conflicto en Colombia, ob. cit., p. 140.
12. El líder tolimense Tulio Varón responde a una circular de Uribe Uribe en septiembre de
1899 diciendo que estaba dispuesto a prestar su "pequeño contingente" para apoyar "la empresa"
impulsada por él: Archivo General de la Nación (en adelante AGN), Fondo Academia Colombiana
de Historia (en adelante ACH), Rafael Uribe Uribe, cj. 6, ff. 2827-2828. Otro líder de Girardot,
Max Carriazo, le proponía incluso un plan de guerra para tomarse el río Magdalena: AGN, ACH,
Uribe Uribe, ej. 5, ff. 2382-2390v. Varios hondanos, encabezados por Clodomiro Castillo le remi-
tieron a Uribe Uribe una carta que habían escrito a la dirección del partido en la que prometían
apoyar los afanes belicistas de Uribe Uribe y desobedecer los mandatos del Directorio Liberal:
AGN, ACH, Rafael Uribe Uribe, ej. 5, ff.2351-2354.
221
La guerra de los mil días
222
Brenda Escabar
la embriaguez"; que hubo intentos de tomas a Honda y Ambalema; y que el jefe militar de Honda
dejó el puesto por miedo a los ataques.
16. Para los primeros días de la guerra se prohíbe la publicación de periódicos y solo circula,
desde noviem bre, el periódico oficial El Orden Público. Artículos sobre primeros combates en
Tolima: Toma de Tulio Varón a Girardot: 15111/1899, p. 5; combates en Rioblanco: 29/12/1899,
p.155.
17. Relatos de las tornas de Vicente Carrera a San Luis (noviembre de 1900) y de Ramón
Chaves a Mirafiores (enero de 1900) se encuentran en Fabio Lozano, "Estudio sobre el general Ra-
món Chaves", en José Manuel Pérez, ed., La guerra en el Tolima, 1899-1903, Imprenta de Vapor,
Bogotá, 1904, pp. 88-91. Sobre la toma de Joaquín Caicedo a Ortega (noviembre de 1899) véase
"Campaña de Caicedo", en José Manuel Pérez, ed., La guerra en el Tolima, ob. cit., pp. 107~109.
Sobre tomas de Ramón Marío a Honda (febrero de 1900) véase Tomás S. Restrepo, Impresiones y
recuerdos. Compilación de episodios vinculados a Honda desde sufundación hasta hoy, Escuela
Tipográfica Salesiana, Bogotá, 1922, pp. 134-135.
223
La guerra de los mil días
Obsérvese que es en el curso de la guerra que se van perfilando los bandos. Es-
tos mineros por ejemplo, que nleron los hombres que se unieron al reconocido
líder Ramón Marín ("el Negro Marín"), habían tratado de continuar con sus la-
bores cotidianas por medio de salvoconductos que posiblemente habían pagado
sus patrones por medio de fianzas. No era su interés ir a defender un partido.
Pero las circunstancias de la guerra los obligaron a ello. Igualmente los cientos
de conscriptos que debieron ser agrupados por los alcaldes de las diferentes loca-
lidades se convertían en progobiernistas por pertenecer a los ejércitos estatales,
no porque sintieran preferencia por ese bando.
Pero también los rebeldes se ven obligados a ampliar su gmpo de comba-
tientes y en esa labor encuentran dificultades similares. Carlos Eduardo Jara-
millo sostiene que en la guelTa de los Mil Días, a diferencia de las tropas con-
18. Respectivamente Archivo Histórico de Ibagué (en adelante AHI), ej. 307, ff. 155-155v;
ej. 321, ff. 231-231 v; ej. 341, f. 416. Órdenes similares al alcalde de Ibagué para que consiguiera,
entre quien los tuviera, alimentos, ropa, caballos, medicamentos, para proveer a las tropas en: AHI,
ej. 341, ff. 304, 306, 383, 387, 428.
19. Public Record Office, ahora Nationa! Archives (en adelante PRO) 135/254-197863, vice-
cónsul John Gillies a cónsul George E. \Velby, 19/01/1900, traducción propia. Otros mineros como
Thomas Shannan y Thomas Bevan se quejaron de conscripciones similares en sus minas: PRO
135/255-197863, Thomas Sharman a cónsul George E. Welby, 07/02/1900; PRO 135/255-19786,
informe de Thomas Bevan, 19/11/1900.
224
Brenda Escobar
20. Carlos Eduardo Jaramillo, Los guerrilleros del novecientos, CEREC, Bogotá, 1991, p. 45.
21. "Campaña de Caicedo", en José Manuel Pérez, ed., La guerra en el Tolima, ob. cit., pp.
105-107.
22. Véase AGN, Ministerio de Gobierno, Correspondencia Guerra de los Mil Días, t. 12, ff.
2\\,223.
225
La guerra de los mil días
23. Sobre conflictos entre líderes liberales, ver José Manuel Pérez, ed., La guerra en el ToUma,
ob. cit., pp. 162, 170, 174, 178, 181-182,206.
24. Véase La Opinión, 12/01/1901, p. 462; "Campaña de lbáñez", en José Manuel Pérez, ed.,
La guerra en el ToUma, ob. cit., p. 210; Carlos Eduardo Jaramillo, Los guerrilleros del novecien-
tos, ob. cit., p. 103, n. 44.
25. En el Archivo Histórico de Ibagué (caja 321) se conserva la transcripción de 279 interroga-
torios hechos en la Alcaldía de Ibagué a los "prisioneros políticos" que estuvieron confinados allí
durante el año 1901 (entre el20 de marzo y el26 de diciembre). Los prisioneros eran hombres, y
en menor medida mujeres, que habían sido capturados en combates en Tolima o de quienes se sabía
o se sospechaba que habían pertenecido a tropas liberales. A partir de estos interrogatorios ofrezco
un análisis sociológico de los combatientes liberales del Tolima en: De los conflictos locales a la
guerra civil, ob. cit., pp. 237-247.
226
Brenda Escobar
227
La guerra de los mil días
Formaciones guerrilleras
En últimas, la formación que primó entre los liberales del Tolima fue la me-
nospreciada guerrilla, a pesar de que se le hiciera mala prensa como forma de
guerra indigna de caballeros. En efecto, en el siglo XIX tomar las armas para
defender el partido era una acción digna de un verdadero ciudadano, de hecho
las virtudes guerreras fueron glorificadas como cualidad primordial para hacerse
merecedor de ese título de "ciudadano": "La representación del ciudadano activo
comprendía la idea del uso de la violencia contra el adversario político".33 Pero
esa disposición a la violencia y aun a la guerra como medio legítimo de acción
política, debía ser traducida siguiendo unos códigos de cortesía y honor. Para
hacer la guerra había que formarse en ejércitos, bajo una dirección centralizada y
anunciar públicamente la intención de hacer la guerra (como lo hacía Uribe Uri-
32. A pesar de la abundancia de estudios sobre la guerra de los Mil Días, puede decirse que
sigue predominando una mirada muy ideologizada del conflicto y permanecen sin estudiar diná-
micas locales que van más allá del bipartidismo y que pueden explicar el desigual desarrollo de la
guerra en el territorio.
33. Michael Riekenberg, Gewaltsegrnente. Über einen Ausschnitt der Gewalt in Lateinameri-
ka, Universitatsverlag, Leipzig, 2003, p, 58. Traducción propia.
228
Brenda Escobar
De ahí la importancia que dio un líder liberal tan influyente como Rafael Uri-
be Uribe a denominar "ejércitos" a los grupos que formó durante la guerra y
a difundir por medios escritos la justeza de su causa, las descripciones de su
organización, la coordinación de las batallas emprendidas, la planeación de su
estrategia. 35 Las guerrillas, por el contrario, eran fuerzas que se salían de ese or-
den soñado, por eso el ténnino "guerrilla" tenía una connotación peyorati va y era
considerada como una fuerza militar degenerada, no como una forma alternativa
de guerra.
Pero como lo evidencian las nlentes, en el Tolima primó este tipo de for-
mación. Los rebeldes tolimenses estuvieron obligados a recurrir a formas de
guerra por nlera de lo que indicaban las normas sociales de aquel tiempo: rehuir
las batallas frontales, atacar por sorpresa, replegarse después del ataque, hacer
escaramuzas. Estas formas de combate les fueron dictadas por las condiciones
a las cuales se enfrentaron: pocos recursos, enemigo mayor en número y mejor
equipado, conocimiento de su territorio, armamento escaso. Y este es otro as-
pecto importante de la formación en guerrillas: la necesidad de armamento nle
medianamente suplida por armas viejas de propiedad privada, o las que podían
tomar a los enemigos en combate, pero el machete fue el arma generalizada, en
tanto era también la herramienta común de trabajo de la gente del campo." El
empleo generalizado del machete entre las fuerzas liberales (aunque también
llegaron a usarlo los conservadores) fue objeto de constantes críticas por parte
del gobierno, que acusaba a los rebeldes de sanguinarios y crueles. En efecto, el
uso del machete exigía el combate cuerpo a cuerpo y propinar al rival terribles
34. Iván Orozco Abad, Combatientes, rebeldes y terroristas. Guerra y Derecho en Colombia,
lEPRI I TEMIS, Bogotá, 1992, p. 103. Ver también Mario Aguilera, "El delincuente político y la
legislación irregular", en Gonzalo Sánchez y Mario Aguilera, eds., lvJemoria de un país en gllerra.
Los Mil Días: 1899-1902, Editorial Planeta. Bogotá, 2001, pp. 314-315.
35. Su compilación Documentos militares y políticos busca precisamente este objetivo de mos-
trar que sus tropas se ceñían al deber ser de la guerra caballeresca.
36. Sobre las dificultades de los liberales con el armamento véase Carlos Eduardo Jararnillo,
Los guerrilleros del novecientos, ob. cit., pp. 192-214.
229
La guerra de los mil días
heridas. Pero como 10 señala Stathis Ka1yvas, el uso del machete solo indica que
los contendores son pobres, no que son bárbaros. 37 Como tampoco eran bárbaras
o incivilizadas las guerrillas: esta formación simplemente era la que mejor se
acomodaba a las condiciones de los rebeldes y en últimas la que puede esperarse
de sociedades fragmentadas como la que caracterizaba al Tolima y a otros depar-
tamentos colombianos en la época, donde el poder estaba poco concentrado y en
cambio había un acceso relativamente fácil a instrumentos y acciones generado-
res de violencia, pero de baja intensidad.
Otro aspecto a señalar es que las guerrillas, como formaciones laxas e iti-
nerantes, no requieren que las tropas estén identificadas con la causa de sus lí-
deres. Ya veíamos en las fuentes citadas, cómo la gente se ve envuelta en la
coyuntura de la guerra y actúa según sus posibilidades: huir, enrolarse con los
gobiemistas, hacer parte de un gmpo rebelde, o incluso colaborar a unos y a
otros. Los testimonios de los prisioneros de guerra nos hablan todo el tiempo
de este tipo de reacciones acomodadas, conducentes a salvar la vida propia y
de la familia, más que a defender unas ideologías ajenas a sus preocupaciones.
Incluso en algunos de estos interrogatorios se manifiesta el desinterés por el tema
ideológico. A algunos de los detenidos en Ibagué en 1901 les preguntaron por su
opinión política. Varios dieron respuestas de este tipo: "No tengo más opinión
que trabajar"; "No tengo ninguna opinión, tengo la dicha de no haberle servido
a ningún partido, he vivido de mi trabajo y nada más"; "No tengo política, soy
amiga del trabajo"; "[No tengo1Ninguna, porque opinión no da qué comer"; "No
tengo opinión ninguna porque en ambos partidos tengo miembros de familia"."
De nuevo se podria refutar la validez de estas respuestas teniendo en cuenta el
contexto represivo en el que fueron emitidas, pero encuentro que son posiciones
plausibles de personas del común, que tienen unas preocupaciones vitales que se
superponen a la cuestión sobre la identidad de partido. 39
Stathis Kalyvas, recopilando información sobre un gran número de guerras
civiles acaecidas en el mundo entero, llega a una conclusión similar: la forma-
ción de los bandos en una guerra no funciona como las elecciones. La gente no
se alinea según su preferencia política (si es que la tiene) sino según las circuns-
tancias de la propia guerra. Si al menos una minoria comprometida logra ejercer
control político sobre un determinado territorio, puede conseguir que la pobla-
ción civil colabore con ella. Su ingreso a la guerra no obedecerá a unas preferen-
37. Stathis Kalyvas, The Logic ofViolence in Civil War, Cambridge University Press, Nueva
York,2006,p.53,n.3.
38. AH!, cj. 321, ff. 620, 625v, 597, 681, 607v respectivamente.
39. Realizo un análisis de estas respuestas a la pregunta sobre la opinión política en De los
conflictos locales a la guerra civil, ob. cit., pp. 243-244.
230
Brenda Escobar
cias políticas, sino a una mezcla de miedo y oportunismo, aunque puede darse,
con el tiempo, que los combatientes lleguen a identificarse con las luchas de sus
compañeros. Pero tal identificación se genera entonces como consecuencia de la
propia guerra, no como su causa. 40
El también especialista en guerras civiles, Gabriele Ranzato, apunta en la
misma dirección cuando dice que las guerras civiles se convierten en "guerras
totales", en el sentido que no reconocen no-beligerantes, o neutrales, pues los
"neutrales" son beligerantes en potencia, que ayudarán al bando que los requiera
con tal de salvar su vida. Así, en estas guerras reina "un ambiente enemigo para
ambas partes adversarias, en el que [la gente], privada de otros instrumentos, se
defiende de ambos con el arma de los débiles, la traición y el doble juego". 41 De
modo que si estos "neutrales" colaboran, no lo están haciendo por una identidad
con la causa ni porque sean partidarios de la guerra, ni porque en la provincia
reine un "exclusivismo político", sino porque están buscando subsistir en medio
de los fuegos cruzados y deben condicionar su vida temporalmente a los avatares
de ese conflicto.
Mi tesis, entonces, es que no había unas convicciones partidistas polarizadas
que se extendieran por todo el territorio y que llevaran a la gente cada cierto
tiempo a enfrentarse entre sí por medio de las armas; aquella nación escindida
históricamente en dos partidos de la que habla Bergquist, entre varios otros."
Desde la perspectiva de lo ocurrido en el Tolima, y que muy posiblemente se
repita en otras regiones del país, se trata más bien de acciones orientadas por di-
námicas locales y no por el gran objetivo del partido liberal de tomarse el poder
nacional. Ni siquiera aparece como el interés de los rebeldes del Tolima tomar
el control del poder departamental. Así como cada grupo adelantó sus acciones
siguiendo intereses propios, se dio un control fragmentado del territorio, lo cual
habla de cómo la dinámica local influye en el desarrollo de la guerra. Más aún,
esta constatación nos debe conducir a ver los conflictos del siglo XIX sin que
prime la perspectiva de un centro nacional polarizado por los partidos, que su-
puestamente tiene el poder de comandar las acciones de las regiones y de sus
40. Stathis Kalyvas, The Logic 01 Violence in Civil War, ob. cit., pp. 92-94 Ypassim.
41. Gabriele Ranzato, "Un evento antico e un nuovo oggetto di riflessione", en Gabriele Ran-
zato, ed., Guerre fratricide. Le guerre civm in eta contemporanea, Bollati Boringhieri, Turín,
1994, p. L. Traducción propia.
42. Por ejemplo Femán González, Partidos, guerras e Iglesia en la construcción del Estado
Nación en Colombia (1830-1900), La CmTeta, 2006, Medel1ín, p. 22; Álvaro Tirado, "Colombia:
siglo y medio de bipatiidismo", en Jorge Orlando Mela, ed., Colombia hoy, Banco de la República,
Bogotá, 1978, cap. 3; Gonzalo Sánchez, "Los estudios sobre la violencia: balance y perspectivas",
en Gonzalo Sánchez y Ricardo Peñaranda, eds., Pasado y presente de la violencia en Colombia,
La Carreta, Medellín, 2007 [1" ed. 19861, pp. 17-32.
231
La guerra de los mil días
líderes, como si fÍJeran simple eco de las iniciativas de aquel centro. Es esto lo
que nos proponernos mostrar en el siguiente acápite.
43. Sobre la dinámica de estas zonas antes y durante la guerra, véase Brenda Escobar, De los
corif!ictos locales a la guerra civil, ob. cit., pp. 250-267.
232
Breada Escobar
disputado entre los mismos rebeldes," pero un jefe que logró cierta contimlidad
allí fue Ramón Chaves (aunque finalmente fue fusilado por los gobiernistas en
noviembre de 1902). Este antioqueño había llegado al Tolima con la ola coloni-
zadora antioqueña y había ejercido en la región diferentes oficios: sastre, capataz
de peones en una hacienda, recolector de rentas en [bagué. Al comenzar la guerra
se levantó pronto en armas y participó de los primeros intentos de organizar un
ejército liberal en el Tolima." Pero tras los fracasos, se concentró en esta zona
de la cordillera central, en la que, para imponerse, usó sus buenas relaciones con
algunos hacendados, ciertas garantías de subsistencia para sus seguidores, pero
sobre todo la violencia. José de los Santos Durán, un joven que estuvo por algún
tiempo en las fuerzas de Chaves, relataba varios episodios en que se observa esa
mezcla de diplomacia y violencia: "Chaves echaba un comparto [orden de pago l,
corno una res, dos marranos, cincuenta pesos, y si no lo pagaban al momento, les
sacaba el doble, o mandaba que arriaran lo que toparan y les daba palo a los que
cogia, al hijo o al que cogiera de la familia". Pero al mismo tiempo procuraba
proteger a los que pagaban. Por ejemplo, alglma vez Chaves mandó castigar a
un subalterno suyo que pretendió llevarse ganado de un hacendado que había
pagado con regularidad sus impuestos de guerra a los liberales. Con respecto
al "pago" para sus hombres, Durán contaba: "A nosotros no nos daban dinero,
carne y sal nada más y las uñas libres"."
Los habitantes de Anaime, si querían continuar viviendo allí, tenían que
adaptarse al régimen impuesto por las fuerzas liberales. Así lo describía alguno:
"Nos decían: 'Todo el que sea amigo de la libertad tiene que servir por la fuerza,
o dar cincuenta pesos mensuales hasta que se acabe la guerra. Todos los hom-
bres, de doce años para arriba, basta sesenta, tienen que servir"'." Así, la gente
terminaba colaborando, bien fuera entregando, o dejándose arrebatar, sus pro-
ductos para la subsistencia de los guerrilleros, o directamente tomando armas en
sus grupos. Esa colaboración los llevaría luego a ser apresados corno "miembros
de la guerrilla". Esto le pasó por ejemplo a Juan López. Según su testimonio,
Ramón Chaves se había apoderado de la región de Anaime, "no permitiendo
a ningún ciudadano el salir". López aseguraba que él habia llegado a Anaime
44. Según el relato de Ambrosio Díaz, al menos cuatro jefes habían tomado el control de
Anaime hasta 190 1: AHI, ej. 321, .tI 480v~483. Había además jefes que tenían jurisdicción sobre
localidades especificas. Telésfafo Rojas, por ejemplo, tenía su base también cerca a Anaime. Rojas
estaba en comunicación pellnanente con Chaves y actuaban a veces conjuntamente, pero la gente
de Rojas le obedecía solo a él, no a Chaves: AHI, ej. 321, f. 677v.
45. Ver Fabla Lozano, "Estudio sobre el general Ramón Chaves", en José Manuel Pérez, ed.,
La guerra en el Tolima, ob. cit., pp. 74-105.
46. AH!, ejo 321, ff. 674-680.
47. AHl, ej. 321, tI 676-678v.
233
La guerra de los mil días
solo para llevarse a su esposa a otro lugar, pero luego no había podido salir del
territorio debido al filerte control que ejercía Chaves "con el modesto título de
general". Finalmente el territorio file "liberado" cuando los gobiemistas propi-
naron una derrota a Chaves. Pero entonces López fue apresado ¡como liberal
colaborador de Chaves!" ¿Realmente lo era? Según su relato, no había optado
por pertenecer a ese grupo para defender una ideología, sino que había quedado
encerrado en ese territorio de dominio liberal. Se llegaba así a la situación indi-
cada por Kalyvas: una minoría entusiasta logra ejercer un control político sobre
un territorio, haciendo que, por las buenas o por las malas, la población civil
colabore para ellos.
En Doima, al oriente de ¡bagué, se formó de manera similar otra importante
fuerza liberal en tomo a Tulio Varón. Tras sus intentos de conformar, junto a
otros jefes, un ejército liberal en el Tolima, Varón volvió a Doima, donde tenía
haciendas ganaderas, e hizo una campaña más local, basada en las posibilidades
comerciales que ofrecía esta zona. Esta localidad pertenecía a lbagué pero estaba
alejada del casco urbano, extendiéndose casi hasta el río Magdalena. Doima, que
estaba constituida por tierras áridas en las que predominaban fincas ganaderas,
se constituyó en una zona de tránsito del comercio clandestino entre ¡bagué y
los puertos del Magdalena bajo el control liberal. Estos pudieron sostener allí
una importante fiJerza que controlaba este comercio. Alguien que estuvo tempo-
ralmente entre los hombres de Varón describe cómo la economía de Doima era
puesta al servicio de esas fuerzas: "expropian cueros, café, anís, tabaco, ropa,
ganados y bestias. Todo esto lo venden y lo reducen a dinero. Los mejores mer-
cados para sus ventas son Ambalema, Piedras y La Vega" (poblaciones que lin-
daban con el río Magdalena). De nuevo aquí se observa una zona que, aunque
con tierras menos fértiles que las de Anaime, tenía un comercio local de mucho
movimiento, gracias a su conexión con el río Magdalena y su relativo aislamien-
to de las rutas controladas por las fuerzas del Estado. Pero estas fuerzas también
usaban mecanismos más violentos para lucrarse, como el aprisionamiento de
personas pudientes, a quienes se les exigían determinadas cantidades de dinero
para dejarlos en libertad. Al igual que las tropas de Anaime, las de Doima te-
nían permiso para "proveerse en las poblaciones donde entran". "Los saqueos
también les han dado dinero bastante y especialmente vestuarios", monturas y
sombreros, según contaba el mismo testigo. 49 En otros casos también tomaban a
la nlerza alimentos, artículos y dinero en los mercados de la región. 50 Por medio
de todas estas actividades lucrativas, las nlerzas liberales de Doima consiguieron
234
Brenda Escobar
medios para financiar a las tropas, a las que podían racionar con carne y sal, e
incluso, a veces, con dinero. Doima se convirtió así en un refltgio de Tulio Varón
y sus fuerzas, que era casi impenetrable para las autoridades. Incluso surgieron
varias leyendas sobre macabras prácticas que realizaban estas fuerzas contras
los gobiemistas que se atrevían a entrar a esas tierras. 51 Pero tras la muerte de
Varón, acaecida en una torna fallida a lbagué que emprendieron sus tropas en
septiembre de 1901, estas fuerzas entraron en caos. 52 Posteriormente las flterzas
continuaron actuando, pero al mando de diferentes jefes. 53 En declaraciones de
mediados de 1902 se decía que las flterzas de Doima conformaban un grupo
numeroso ya solo dedicado a robar víveres, aguardiente y animales de carga a
quienes transitaban por la zona." Además, las fuerzas se atomizaron en extre-
mo: cuando los ejércitos gobiemistas dirigidos por Toribio Rivera comenzaron
a dominar el ToUma y a proponer la firma de pactos de paz en agosto de 1902,
tuvieron que hacer acuerdos con al menos cuatro jefes."
Otra zona de dominio liberal en la que puede observarse el peso de lo local
en la dinámica de la guerra flte Santana, comandada por Ramón Marín. Estas
flterzas atacaron en varias ocasiones a Honda y Ambalema, que, como puertos
sobre el Magdalena, almacenaban cantidades grandes de mercancías. Así mismo
asaltaron con frecuencia el camino hacia Manizales y el ferrocarril que enlazaba
a Honda con la Costa Atlántica. Pero el éxito de las fllerzas de Marín se basó
principalmente en el asocio que mantuvieron con hacendados y mineros de la
zona, lo cual remite de nuevo al hecho de que el Estado colombiano tenía poca
presencia en estos lugares y en cambio existían grupos con intereses privados
que podían extraer un provecho económico del territorio, casi sin el control de
las autoridades nacionales. Una fltente privilegiada para comprender la alianza
de Marín con mineros y hacendados son los infonnes del vicecónsul inglés John
Gillies, radicado en Honda, quien rendía informes periódicos al cónsul inglés en
Bogotá, los cuales se encuentran ahora en los Archivos Nacionales de Londres.
En estos informes se habla de las constantes acusaciones de agentes locales del
Estado contra los ingleses por ayndar a Jos rebeldes. Los hombres de Marín
trabajaban en ocasiones en las minas, pero también las usaban para esconderse
51. Gonzalo París Lozano, Guerrilleros del Tolima, El Áncora Editores, Bogotá, 1984 [1" ed.
1937J, pp. 80-83.
52. Descripciones de esta toma enAHl, ej . .321, ff. 607-674 Y en Gonzalo París Lozano, Gue-
rrilleros del Tolima, ob. cit., pp. 128-140.
53. Gonzalo París Lozano, Guerrilleros del To/ima, 06. cit., pp. 142~19S; AHl, ej. 342, ff,
485-486.
54. Ver AH!, ej. 341, ff. 485-486, 489v-490.
55. AH!, ej. 341, f. 265.
235
La guerra de los mil días
56. Sobre el uso de los socavones de las minas como escondites, véase La Opinión 02/11/1900,
p. 251. Sobre acusaciones contra un minero inglés por prestar ayuda a las fuerzas liberales: Archi-
vo Histórico de Honda, paquete 7246, legajo 2, telegramas de Abel Paúl, 01106/1900, 04/05/1900
Y Rafael S. Restrepo, 18/0911901; PRO 135/254-197863, James Jones a vicecónsul, 21/0611900;
135/259-197958, vicecónsul a cónsul, 28/0111901, 31/0111901, 14/0611901, 03/0711901,
04/0711901; 135/260-197863, general Luis M. Arango G. a James Jones, 04/0511901. Acusa-
ciones similares contra el hacendado Jolm Vaughan: PRO 135/261-197958, Vaughan a cónsul,
27/06/1900,08110/1900. Acusaciones contra empleado inglés de minas de Frías: PRO 135/259-
197958, vicecónsul a cónsul, 22/07/1901. Sobre rechazo a agentes del gobierno en las minas: PRO
135/254-197863, cónsul 30/10/1900; 135/255-197863, Thomas Bevan a vicecónsul, 31/10/1900.
Sobre propiedades de liberales a nombre de los ingleses: PRO 135/251-198061, cónslJI a Lord Sa-
lisbury en Inglaterra, 16/04/1900; 135/258-198153, cónsul al marqués Lans-Downe en Inglaterra,
20/06/1901.
57. PRO 135/267-XCI98190, 12/04/1902. Traducción propia.
236
Brenda Escobar
Esta alianza de Marín y sus hombres con los mineros ingleses les permitió
escapar de los muchos intentos gobiernistas de derrotarlo. A pesar de que te-
nían que estar desplazándose continuamente por la zona, el grupo comandado
por Marín fue uno de los que más tiempo resistió en la guerra y este, además,
logró salir con vida de la contienda. Aquí se observa de nuevo que el poder
alcanzado por las fuerzas liberales en la zona de Santana obedeció a factores
distintos a una cuestión de identidad partidista. Si bien Marín pudo haber sido
lm liberal comprometido, para sus tropas debieron ser más importantes las
garantías de subsistencia y aun las buenas condiciones que les ofrecía. Ante la
perspectiva de ir a luchar lejos de su tierra, en pro de un gobierno con el que
no se sentían identificados, debía ser mucho más atractiva la opción de per-
manecer en la zona donde vivían, generalmente trabajando, a pesar del riesgo
inminente que existía de tener que tomar a veces las armas o tener que escapar
cuando los ejércitos gobiernistas llegaban a hostigar.
En las tres zonas anteriormente analizadas, a pesar de los distintos modos
de acción de las guerrillas, encontramos características similares. Se trataba
de regiones que se habían desarrollado económicamente por medio de em-
presas particulares, cOn poca intervención estatal. Además, los grupos que
ejercían un poder local, estaban dispuestos a apoyar o incluso a dirigir fuerzas
que se contrapusieran a ese Estado, que en las circunstancias de la guerra se
hacía más fuerte, desequilibrando el reparto de poder tradicional y actuando
corno un invasor.
En los tres casos presentados, líderes liberales alcanzaron durante la gue-
rra un control casi hegemónico en territorios específicos por tiempos largos.
Estos se aprovecharon de las rutas comerciales existentes, garantizando el
funcionamiento de la economía local y con ello la prosperidad de la zona,
procuraron además una cierta tranquilidad, y fueron eficaces para imponer
castigos, un orden no muy distante, incluso quizás más efectivo, que el que
podía imponer el Estado."
237
La guerra de los mil días
Este tipo de orden local ha sido estudiado para otras guerras civiles por me-
dio de la figura de los warlords, líderes locales no necesariamente reconocidos
por el Estado central, que se imponen militarmente sobre zonas de débil poder
estatal para configurar un orden privado del que sacan provecho económico. En
esas zonas, según el sociólogo Peter Waldmann, "llenan las lagunas de poder al
asumir a bajo nivel fimciones similares a las del Estado" fimgiendo al mismo
tiempo de empresarios y líderes políticos. La guerra es el escenario que más se
presta para el surgimiento y la subsistencia de estos líderes, puesto que es un
período en que se desequilibran los poderes tradicionalmente establecidos. Por
ello, no están interesados en la paz, antes bien, les conviene prolongar el estado
de inseguridad. Pero tampoco es su interés la toma del poder estatal pues su
capacidad de dominio no es tan grande y localmente puede suplir ampliamente
sus necesidades. 60
Ese dominio local implica el control sobre la población, la cual se ve en-
vuelta en conflictos que en gran medida le son ajenos. Así mismo en el Tolima,
quienes quedaron bajo dominio de esos líderes que se oponían al creciente po-
der estatal, terminaron siendo parte del bando rebelde, de las "guerrillas libera-
les", pero no por una elección que respondiera a una determinada adscripción
política. 61
tenido con las instituciones estatales. Ver Femán González, et al. Violencia política en Colombia.
De la nación fragmentada a la construcción del Estado, CINEP, Bogotá, 2003, pp. 226-236; Y
Fernán González, Poder y violencia en Colombia, CINEP, Bogotá, 2014, cap. 1. Clara Inés García
ofrece un análisis de los estudios recientes que investigan la importancia de los órdenes locales en
el contexto de conflictos almadas y del colombiano en particular: Clara Inés Garda, "Los estudios
sobre órdenes locales. Enfoques, debates y desafíos", Análisis Político, n° 73, 2011, pp. 55-78.
Encuentro que para los conflictos del siglo XIX falta aún una mayor exploración sobre la influencia
en ellos de las dinámicas locales.
60, Peter Waldmann, "Guerra civil: aproximación a un concepto difícil de formular", en Peter
Waldmann y Fernando Reinares, eds., Sociedades en guerra civil, Conflictos violentos de Europa
y América Latina, Paidós, Barcelona, 1999, pp. 27-44 (cita en p. 42). Para Waldmann, este tipo
de líderes locales caracterizan las guerras civiles de la actualidad, pero, como 10 observamos en
nuestro análisis, también abundaron en las del XIX.
61, Esta conclusión concuerda con la que ofrece el sociólogo Fernando Escalante haciendo un
barrido rápido por los diferentes conflictos civiles en México tanto del siglo XIX como del XX:
"Se adivina siempre, sin dificultad, bajo la aparatosa retórica de la gran causa, la trama menuda
de los intereses locales, la influencia de los caciques y el arreglo improvisado, dudoso, también
cambiante, provisional, que define a los dos bandos". Fernando Escalante, "El orden de la extor-
sión: las formas del conflicto político en México", en Peter Waldmann y Fernando Reinares, eds"
Sociedades en guerra civil, ob. cit., pp. 297-323 (cita en p, 306).
238
Brenda Escobar
62. María Teresa Uribe y Liliana María López, Las palabras de la guerra, ob. cit., p. 31.
63. La pregunta ha sido planteada ya varias veces en el contexto del conflicto colombiano de
los últimos años. Una panorámica de diferentes posiciones al respecto en: "Guerra civil. Debate",
Revista de Estudios Sociales, n° 14, febrero de 2003, pp. 119-126; Y"Respuesta al debate 14: gue ..
rra civil", Revista de Estudios Sociales, nO 1S,junio de 2003, pp. 157-164.
64. Ver, por ejemplo, Peter Waldmann y Fernando Reinares, eds., Sociedades en guerra civil,
ob. cit., "Introducción", pp. 11-23.
65. Mar1in Van Creveld, The Tran:-,formation ofWar, The Free Press, Nueva York, 1991, cap.
n.
239
La guerra de los mil días
por encima de la población y fuera ajeno a los intereses particulares de los pobla-
dores, ni mucho menos contaba con unos agentes neutros constituidos en ejército
que lograran mantener como única opción el tipo de orden que deseaba instaurar
ese Estado. Así mismo, y esto se ha hecho mucho más evidente a partir del análi-
sis que anteriormente hemos ofrecido, si bien había grupos que se oponían a los
gobiernos de tumo, no constituían sectores realmente amplios de la población,
que pudieran plantear un nuevo orden y lograran atraer numerosos seguidores
a ese proyecto, formándolos como ejércitos sólidos que lucharan por la meta de
instaurar ese nuevo orden y que pudieran así poner en peligro el orden vigente. De
hecho, el poder del Estado fue tradicionalmente débil y esto hacía que la pobla-
ción no estuviera tan necesitada, ni tan dispuesta, a tomar las armas en su contra.
Claramente hubo intentos de los líderes de los partidos por configurar su opo-
sición frente al gobierno de tumo tratando de hacer guerras de tipo clásico, for-
mando ejércitos, buscando dominar territorios paulatinamente hasta la conquista
del poder nacional, y acogiendo el derecho de gentes que regía las guerras inter-
nacionales y juzgaba a los rebeldes que actuaran bajo esa lógica, como beligeran-
tes y no como criminales. 66 Como lo he indicado, Rafael Uribe Uribe y los otros
liberales belicistas concebían así la guerra. No obstante, esa no fue la manera
como se llevó a cabo la guerra, pues en la provincia no nle posible configurar
"ejércitos liberales".67 Como 10 advierte Iván Orozco, estos intentos de adoptar
el derecho de gentes como el estatuto para regir las guerras internas "no era lID
simple reflejo de lo que 'era', sino, ante todo, norma de lo que 'debía ser"'.68 Si
bien esas guerras podían plantearse en el discurso como guerras interestatales,
no se desarrollaron de ese modo pues no había dos soberanías en conflicto ni se
enfrentaban dos ejércitos, cada uno en defensa de unos ideales claramente con-
trapuestos.
66, Iván Orozco Abad ofrece un documentado ensayo sobre cómo funcionaba ese ideal de
guerra propuesto por el derecho de gentes, y cómo este estatuto fue adoptado en el país como
consecuencia de la guerra de 1859-1861. La estrategia seguida por el líder y triunfador de esa
guerra, Tomás Cipriano de Mosquera, ejemplifica bien la concepción de guerra, basada en las
guerras internacionales, que mantuvo este líder: ir ocupando y acumulando territorio, declarar en
esos ten'itorios "liberarlos" una nueva soberanía, finalmente por acumulación de territorios sobe-
ranos poner en vilo la soberanía del Estado establecido por la nueva estatalidad instaurada por los
rebeldes. Véase Iván Orozco Abad, Combatientes, rebeldes y terroristas, ob. cit., especialmente
pp. 94-98, IOI-II!.
67. Incluso el propio Ejército Liberal en Santander nunca dejó de ser un mero conglomerado
de pequeños grupos que seguían cada uno a su jefe y no pudo actuar de manera coordinada bajo
un solo mando. Sobra decir que los ejércitos gobiernistas tampoco fueron modelo de coordinación.
Véase Brenda Escobar, De los conflictos locales a la guerra civil, ob. cit., pp. 181 ~ 191.
68. Iván Orozco Abad, Combatientes, rebeldes y terroristas, ob. cit., p. 104.
240
8renda Escobar
Esta observación nos conduce a la siguiente: los actores de las guerras civiles
colombianas del XIX no siempre buscaron controlar el poder nacional, ni aun
regional. Aquí me estoy oponiendo a una noción también expandida en la biblio-
grafía sobre guerras civiles que afirma que una de sus características definitorias
es que los rebeldes buscan la conquista del poder estata!.69 De este modo distin-
guen el fenómeno "guerra civil" de otros conflictos intemos, por ejemplo los que
se presentan cuando hay gmpos dentro de los Estados que aprovechan espacios
en los que esos Estados no tienen el monopolio de la violencia, aunque no buscan
imponer completamente un nuevo monopolio, como es el caso de las mafias.
Igualmente se excluyen de esa categoría los desórdenes, el crimen, el bandidaje
en pequeña escala, las protestas campesinas o urbanas pasajeras, en cuanto tam-
poco buscan el control del Estado. Pero ¿qué se observa en el conflicto analizado
desde el Tolima? Líderes, tipo warlords, que se aprovechan de espacios en los
que el Estado tiene un control menor o casi nulo, bandidaje en pequeña escala,
desórdenes temporales, combates por la defensa de intereses privados, acciones
conducentes a aprovechar los muchos vacíos del poder estatal. En la medida que
el Estado se caracterizaba más bien por su fragilidad, se hacía innecesario con-
traponerle unos ejércitos de estilo estatal que le hicieran resistencia. Ya solo con
el ejercicio del control económico sobre algunas zonas y la coacción física sobre
sus habitantes, aprovechando el desorden generado por la guerra, se podían sacar
unas ventajas imnediatas provechosas, que resultaban más atractivas que perse-
guir fines a largo plazo o utópicos. Es necesario aceptar que tales actividades ha-
cían parte de la guerra civil, aunque no se encuadraran dentro del ideal de guerra
que querían difundir sus promotores. Si bien desde Bogotá y Santander, como lo
vemos en el pacto firmado por los belicistas, estos pretendían una guerra orga-
nizada bajo unos ideales que abarcaran a los combatientes del territorio entero,
en la práctica, y acorde con un territorio y una población segmentados, se daban
conflictos fragmentados que obedecían cada uno a circunstancias muy locales.
El otro aspecto ya anunciado y que se desprende de 10 dicho anteriormente,
es que las guerras del XIX no fueron conflictos que se redujeran a motivaciones
ideológicas. En un intento por darle un carácter político a esos conflictos, María
Teresa Uribe y Liliana López afirman que "las guerras civiles del siglo XIX en
Colombia fheron guerras entre ciudadanos por la definición del Estado, lo públi-
co y la ciudadanía". Y que: "las guerras civiles colombianas del siglo XIX eran
69. Gabriele Ranzato, ed., Guerre fratricide, ob. cit., p. XXXVI; Stathis Kalyvas, Tite LogÍc
of Violence in Civil War, ob. cit" p. 19. Peter Waldmann no comparte esla caracterización de la
guen'a civil, haciendo notar que los warlords, que para él son el tipo de líder predominante en las
guerras civiles actuales, no buscan el control del poder central. Peter Waldmann, "Guerra civil", en
Sociedades en guerra civil, ob. cit., pp. 40-43.
241
La guerra de los mil días
70. María Teresa Uribe y Liliana María López, Las palabras de la guerra, ob. cit., pp. 30, 37.
71. Miguel Ángel Centeno evalúa críticamente a estos teóricos y su idea de la conexión entre
guerra y formación de Estado a partir de las diferencias con las guerras en Latinoamérica en el
siglo XIX: "¿Qué podemos aprender acerca de la naturaleza general de la constnlcción de Estado
y la nación a partir de los casos latinoamericanos? Quizás la lección más importante es que la for~
mación de los Estados-nación no es inevitable. El establecimiento de una autoridad política exitosa
sobre extensos tenitorios es la excepción y no la regla". Miguel Ángel Centeno, Sangre y deuda,
ob. cit., p. 388 Ypassim.
72. María Teresa Uribe y Liliana María López, Las palabras de la guerra, ob. cit., p. 30. Iván
Orozco Abad sostiene una idea similar en Combatientes, rebeldes y terroristas, ob. cit., pp. 91 ~94.
73. En ese sentido, habría que revaluar en qué medida el Tratado político de Wisconsin puede
catalogarse como el acontecimiento que pone fin a la guerra de los Mil Días. Pienso que falta ex~
pIorar las formas como localmente se fue extinguiendo la guerra.
242
Brenda Escobar
74. Término muy cercano al que propone Michael Riekenberg de "guerras segmentarias"
("segmentare Kriege") para entender las guerras internas en Latinoamérica. Riekenberg, 0V cit.,
caps. 1 y 2. Sobre este concepto ver también Brenda Escobar, De los cOf!flictos locales a la guerra
civil, ob. cit., pp. 165-172.
243