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Isidro Vanegas Useche, editor

El siglo diecinueve colombiano

Magali Carrillo - Daniel Gutiérrez


Luis Ervin Prado - Gilberto Loaiza
Adrián Serna - Fernanda Muñoz
Brenda Escobar

~EDIClONES
~ PLURAL
Colección
ESTUDIOS COLOMBIANOS

Comité Editorial:
Armando Martínez - Magal i Carrillo - lsidro Vanegas

ISBN 978-95 8-48-0 120-3

© 20 17, ISIDRO VANEGAS USECHE


© 2017, EDICIONES PLURAL
Calle 16 N° 4-64, Bogotá
edicionespl ural@gmail.com

Primera edición: 20 17

Imagen de cubierta: Ramón Torres Méndez, La montada en corrida de toros


Diseño de la colección: Blanca Irene Castilla
Impresión: Editorial Kimpres S.A.S.
Tiraj e de 1 a 1000 ejemplares

Impreso en Colombia
Printed in Colombia

Prohibida la reproducción o cita impresa o electrónica total o parcial de esta


obra, sin autorización expresa y por escrito de Ediciones Plural. Las opiniones
expresadas en esta obra son responsabilidad de los autores.
TABLA DE CONTENIDO

PRESENTACIÓN 13

REVOLUCIÓN NEOGRANADINA: LA FELIZ CATÁSTROFE


Isidro Vanegas Useche 19
La Revolución, arena de interpretaciones 20
Itinerario y alcances de la Revolución Neogranadina 28
El giro neogranadino 36

PUEBLO, JUNTAS Y REVOLUCIÓN


Magali Carrillo 43
Intentos fallidos de fonnar juntas 44
El pueblo en las primeras juntas provinciales 51
La soberanía dual entre el rey y el pueblo 60
Conclusiones 68

EL MOMENTO AGÓNICO DE LA REPÚBLlCA DE COLOMBIA


Daniel Gutiérrez Ardila 71
La muerte del "principio de legalidad" 71
La convocatoria de la Gran Convención 77
Un campo de batalla 81
Pronunciamientos y dictadura 90
Conclusiones 94

EL LETRADO PARROQUIAL
Luis Ervin Prado Arel/ano 99
Las prolongaciones de la ciudad letrada: la parroquia 101
El letrado parroquial como intelectual 108
Derroteros de letrados palToquiales 11 5
Conclusiones 123
LA SOCIABILIDAD Y LA HISTORIA POLÍTICA DEL SIGLO XIX
Gilberto Loaiza Cano 127
La sociabilidad y el largo siglo XIX colombiano 130
Momentos de sociabilidad en el proceso histórico republicano 135
Los estudios sobre sociabilidad en la historiografía colombiana 152

FIDELIDADES Y CONSENSOS EN CONFLICTO: LA NATURALEZA DEL


ASOCIACIONISMO POLÍTICO EN EL PERÍODO FEDERAL
Adrián Alzate García 159
Fenómenos asociativos y balances regionales de poder 161
La volátil naturaleza de las fidelidades políticas 167
La unidad imposible: fragilidad interna de las asociaciones políticas 174
La unidad gremial frente al divisionismo partidista 180
Conclusiones 184

LOS INDÍGENAS DE PASTO Y LA CONSTRUCCIÓN DEL ESTADO.


TIERRAS DE RESGUARDO Y DISPUTAS LEGALES, 1850-1885
Fernanda Muñoz 191
Accionar indígena, legislación y propiedad comunal 194
Devenir del conflicto 200
A manera de cierre: la cara cotidiana de la formación del Estado 212

LA GUERRA DE LOS MIL DÍAS O MIL CONFLICTOS FRAGMENTADOS


Brenda Escobar Guzmán 217
Introducción 217
La difusión del sentimiento belicista 219
Las dificultades de los levantamientos 222
El sueño de un "Ejército Liberal del Tolima" 225
Formaciones guerrilleras 228
Formas de control territorial de los rebeldes 232
¿De qué hablamos cuando hablamos de "guerra civil" en el siglo XIX? 239
PRESENTACIÓN

El siglo XIX fÍJe visto hasta hace poco de manera generalizada como el teatro de
todos los déficits colombianos: caudillismo, fragmentación nacional, debilidad
estatal, baja productividad, aislamiento respecto al Atlántico norte, exclusiones,
entre otras anomalías. Estos presuntos rasgos llegaron a parecer el fruto de ma-
niobras deliberadas o la prueba anticipada de un destino ineludiblemente des-
graciado. La marca de una nación que habría nacido y dado sus primeros pasos
tocada por un maleficio que sólo podría romperse, en el mejor de los casos, con
un nuevo nacimiento, ilusión que durante años constituyó una autorización adi-
cional para que los más diversos actores políticos ensayaran métodos curativos
que incluían la violencia. Se trataba, sin embargo, de una perspectiva que no
habían adoptado todos los que habían tratado de comprender el período. Duran-
te un trecho considerable del siglo XIX los hombres públicos de ambas orillas
políticas se habian sentido orgullosos de los logros de la Nueva Granada y del
lugar que había llegado a ocupar en el concierto de las naciones, incluso cuando
la pensaron respecto a Europa y Estados Unidos.
Las ciencias sociales producidas desde el ámbito universitarío fueron, pues,
las que fijaron la idea de un siglo XIX estéríl y contrahecho, una de cuyas evi-
dencias más protuberantes sería su violencia supuestamente enorme y atípica. En
años recientes algunos investigadores incluso han creído ver zanjado el asunto,
como lo asegura Lma investigadora: "En la historiografía colombiana existe un
acuerdo más o menos explícito sobre el papel desempeñado por la guerra y la
violencia en la configuración de la nación: los referentes de identidad colectiva
se han tejido en tomo del eje de la guerra y las gramáticas bélicas han anudado
los tiempos. Esa idea de permanencia, continuidad y omnipresencia de la gue-
rra en la vida política del país, resuelve a su manera entonces las aporías del
tiempo y logra establecer el difícil vínculo del pasado con el futuro a través del

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El siglo diecinueve colombiano

presente".l No obstante, aserciones corno esta, que a primera vista parecen rigu-
rosas, en realidad no le introducen sino leves aditamentos al relato de la historia
colombiana predominante desde mediados del siglo XX. Relato de una Nueva
Historia que supuso, sin estudios que pudieran corroborarlo, que el siglo inicial
de la nación colombiana había carecido de hechos y de cambios significativos,
de modo que la sociedad neogranadina había continuado siendo básicamente la
misma del periodo monárquico, la misma de antes de su revolución.
La Nueva Historia desde su misma designación había puesto de manifiesto
su voluntad de repudiar no únicamente los relatos precedentes del pasado co-
lombiano, sino incluso ese pasado. Pero esta vocación, a su tumo, carecía de
novedad, pues hundía sus raíces en la obra intelectual y en la actitud política de
lndalecio Liévano Aguirre, hecho en el que no se ha reparado suficientemen-
te. Liévano había desarrollado desde la década de 1940 una exitosa carrera de
historiador, la cual coronaba y reforzaba su carrera de político revolucionario.
Como historiador propuso un relato de la historia colombiana cuyos elementos
centrales radicaban en la calificación de fracaso que le otorgaba a todos los pro-
yectos políticos y todas las iniciativas de modernización, y en la adjudicación de
ese fracaso a las élites, más precisamente a una "oligarquía" que de esta manera
habria conspirado contra la nación. Pero su éxito no se debió simplemente a
sus textos, pues estos son indesligables de una estrategia narrativa que bien po-
dría ser caracterízada como melodramática, por oposición a otra de naturaleza
dramática, especie esta de escenificación donde un autor introduce verdaderos
contradictores que portan ideales respetables y dilemas significativos que justifi-
can que ellos puedan encontrar simpatizantes y que a su vez sugieren preguntas
merecedoras de dilucidación. Liévano, en cambio, desplegó un escenario donde
combaten buenos y perversos, y donde el gesto teatral deja ver sobre todo ma-
niqueísmo, exageraciones y complots, sobre cuyo rol y naturaleza bien valdría
la pena interrogarse, como lo hicieron de manera brillante Richard Hofstadter y
Gordon Wood para el caso estadOlmidense. 2
De aquella senda melodramática en la que se inscribieron muchos periodis-
tas y escritores apenas está saliendo la disciplina histórica colombiana, muchos
de cuyos estudiosos también escogieron ese camino. Pero esta renovación, como

1. Liliana López, "El republicanismo y la nación. Un mapa retórico de las guerras civiles del
siglo XIX colombiano", Estudios Políticos, n° 21, julio-diciembre de 2002, p. 31. Muchos investi-
gadores suscriben esta idea. Véase, por ejemplo, María Teresa Uribe, "Las guerras por la nación en
Colombia durante el siglo XIX", Estudios Politicos, n° 18, enero-junio de 2001, pp. 9-27.
2. Richard Hofstadter, The Paranoid Style in American Politics l/nd Other Essays, Vintage
Books, Nueva York, 1965; Gordon Wood, "Conspiracy and the Paranoid Style: Casuality and De-
ceit in the Eighteenth Century", en The Idea 01 America, The Penguin Press, Nueva York, 2011,
pp. 81-123.

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Presentación

parece natural por las razones expuestas, recibió un primer impulso del exterior,
particularmente de colegas ligados al mundo académico anglosajón, donde más
rápidamente los discursos universitarios lograron desprenderse, no de las inquie-
tudes políticas, sino de las fmmas más estériles del militantismo intelectual. Es
allí, sobre todo, donde en las dos o tres décadas anteriores se han hecho los
esfiJerzos másITuctíferos por comprender de una manera abierta nuestro siglo
XIX. Comenzando con los prolongados esfiJerzos de David Bushnel1 y Malcolm
Deas, y más tarde a través de las obras igualmente innovadoras de Helen Delpar,
David Sowel1, Michael Jimenez, entre otros. Y allí siguen produciéndose traba-
jos importantes, como la investigación de Richard Stoller sobre el liberalismo en
el Socorro, la de James Sanders acerca de la participación popular en el Cauea,
la de Steinar Srether en tomo a la dinámica racial en una región caribeña inmersa
en la revolución. 3
Aunque no necesariamente inspirados en esos trabajos, investigadores co-
lombianos también hemos emprendido desde hace algunos años una labor sis-
temática de estudio del siglo XIX, la cual ha dado ya frutos en un número con-
siderable de libros y de artículos. Así, los estudios sobre este periodo se han
ampliado y cualificado significativamente, logrando que se reduzca en algo la
gran distancia que nos habían tomado incluso los historiadores de muchos países
de América Latina en cuestiones como las revoluciones, la participación ciu-
dadana o la construcción de la nación y el Estado. Sin embargo, aún es poco 10
que ha sido estudiado de manera rigurosa, de manera que en este libro buscamos
proseguir aquella renovación y mostrar al mismo tiempo algunos de los temas y
problemas en que actualmente trabaja, cada uno por su cuenta, el pequeño grupo
de investigadores reunidos aquí.
Este conjlmto de estudios, asimismo, le da un lugar preponderante a lo po-
lítico, no a la política en aquel sentido restrictivo en que fiJe estudiada durante
décadas y que con una buena dosis de razón fue desdeñada por los historiadores
debido a su estrechez de miras. Lo político remite aquí a un conjunto hetero-
géneo de espacios, de lenguajes, de dinámicas en las cuales se juega no sólo el
control del poder del Estado entre actores nítidamente delimitados sino también
la representación y el modeJamiento de la sociedad misma a través de sus mu-
chas tensiones y de la participación de múltiples sujetos. En este sentido -y es
una escogencia que el editor enfatiza- el libro Je otorga un Jugar destacado a
la revolución nmdacional, en la medida que de aquel acontecimiento emergen
vectores que van a marcar poderosamente al conjunto de la sociedad tanto en sus

3. Por contraste, la producción historiográfica francesa sobre Colombia es muy escasa, aunque
goza de notable influencia.

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El siglo diecinueve colomb ian o

líneas de desarrollo corno en sus desafios. Con esta escogencia se busca mostrar,
además, que no es en absoluto en el periodo colombiano, en el liderazgo boliva-
riano y en las grandes batallas de la década de 1820 que comienza la historia na- .
cional neogranadina/colombiana. Con la designación de las primeras repúblicas
como el momento fundacional-lo que yo llamo la Revolución Neogranadina- ,
deseo indicar que es con 1m hecho político, en todo su vasto significado, que
arranca el proyecto de una nueva nación y con ella las instituciones, los lenguajes,
las ilusiones y las decepciones que nos constituyen aún hoya los colombianos.
Del conjunto de trabajos reunidos en este libro emerge, adicionalmente, lID
siglo XIX con mucha más intervención de la sociedad, y particularmente de los
grupos desfavorecidos, de la que con frecuencia se ha admitido. En este sentido
contrasta también con la visión de los historiadores que siguen dibujando un siglo
colmado apenas de exclusiones, un siglo en que el pueblo no habria sido más que
carne de cañón o carne de urna: gente utilizada, sujetos pasivos que habrían ido a
la escena pública sin voluntad y sin beneficios para sí. Aquí, en cambio, se mues-
tra cómo además de la guerra y de los mecanismos establecidos por la ley, en la
Colombia decimonónica se dieron muy variadas formas de participación, desde
la organización gremial, las sociedades filantrópicas y secretas, las fiestas cívicas,
las asociaciones informales, etc., las cuales pueden ser pensadas como otras tantas
formas de ejercicio de la ciudadanía.
En este libro hemos dado cabida a otra reorientación importante: le hemos
adjudicado a ese inmenso conj unto humano denominado el Cauca un lugar menos
accesorio, sombrío y predecible del que normalmente se le reconoce en la histo-
riografia del siglo XIX. Porque el Cauca no solo se extendió por casi la mitad
del territori o nacional, sino también porque allí tuvieron origen varias de las más
significativas movilizaciones políticas y sociales de nuestra historia. No simple-
mente las redadas de caudillos presuntamente omnipotentes que arriaban masas
humanas, sino ante todo las protestas y las iniciativas de hombres y muj eres hu-
mildes pero concretos que se movilizaron en una amplia escala para expresar sus
demandas, sus ideas, sus esperanzas y sus frustraciones, lo cual le introduce a la
visión que nos hemos hecho del siglo XIX lma coloración profundamente distinta.
Este libro no pretende ser un manual, pues no as pira a la fijación de un plmto
de vista o de unos puntos de vista, sino más bien a levantar nuevas preguntas, a
sugerir vías de análisis, a mostrar vacíos. Como editor agradezco inmensamente a
todos los autores, por su entusiasmo en responder afirmativamente a mi convoca-
toria y por su generosa disposición a repensar su propio trabajo.

Isidro Vanegas Usech e

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REVOLUCIÓN NEOGRANADINA:
LA FELIZ CATÁSTROFE

Isidro Vanegas Useche 1

Para la mayor parte de los colombianos, incluso aquellos cultivados intelectual-


mente, la llamada "revolución de independencia" sigue teniendo un significado
oscuro. Si la masa de ciudadanos encuentra representación de alglma forma en
los columnistas de prensa o en los escritores, eso es lo que puede deducirse al ver
cómo un número importante de estos, o bien sigue celebrando héroes y hechos de
guerra inmarcesibles en el arcaico estilo de la historia de bronce, o bien se yergue
contra una revolución inocua que ellos mismos reducen al 20 de julio, viendo en
esta jornada apenas un banal bochinche 2
La Revolución Neogranadina fue muy otra cosa, y se le han concedido otros
significados menos triviales. Desde el momento mismo de los eventos revolu-
cionarios de la década de 1810 los individuos atentos a los asuntos públicos
percibieron que algo profundo y dramático había sucedido no solo a nivel de la
colectividad en que vivían sino en sus propias vidas. Desde entonces y a 10 largo
del siglo XIX muchos hombres de letras neogranadinos calificaron aquella revo-
lución como un acontecimiento que había transformado todos los ámbitos de la
experiencia social, sacudimiento que hallaba su centro generador en la política,
esto es, en la forma como se instituye y se ejerce el poder.' De esta manera, ella

1. Docente Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia - Tunja.


2. Véase, entre muchos otros artículos de prensa: "El camino a la República", El Espectador,
julio 13 de 2010, Bogotá; Juan Esteban Constaín, "Flores a Llorente", El Tiempo, juHo 19 de 2012,
Bogotá; María Teresa Ronderos, '''Nos cansamos de la muerte"', El Espectador, julio 20 de 2012;
Mauricio García Villegas, "El fin de la Patria Boba", El Espectador, julio 18 de 2014.
3. Sobre la cuestión del poder, véase Claude Lefort, Essais sur le politique, Seuil, París, 1986;
Claude Lefort, L 'invention démocratique, Fayard, París, 1994.

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Revolución Neogranadina: la feliz catástrofe

fue el eje organizador, en primera instancia, de las tensiones políticas: las fac-
ciones, los partidos, los líderes, se situaron en relación a lo que la Revolución
había hecho y lo que había prometido o amenazado hacer. Pero también fue el eje
organizador de las tensiones sociales, pues los grupos en que se inscribieron los
hombres y que trataron de representar sus afinidades y sus antagonismos, fueron
en gran medida forjados, delimitados, con base en las ilusiones y los temores
que había provocado la Revolución. Sin embargo, con el tiempo, especialmente
en la segunda mitad del siglo XX, la Revolución fue siendo desestimada como
potencia creadora en la vida pública colombiana en la misma proporción que
una nueva revolución, de otro orden y cargada con todas las promesas, ganaba el
espíritu de los intelectuales.
Así pues, en la actualidad la Revolución Neogranadina, que bien podría ser
el hito fundacional de la nación4 de los colombianos, le genera a estos sobre
todo lástima de sí mismos, los empuja más a la autocompasión que a algún tipo
de movilización para devenir mejores. Por contraste, las revoluciones angloa-
mericana y francesa siguen conservando, pese a la mala hora del universalismo
liberal o al declive de la idea de nación, una gran capacidad creadora, un rol de
referente de la vida en común de los ciudadanos de esos países. Esas revolucio-
nes siguen siendo un poderoso elemento de identidad, un estímulo al civismo
y un reto intelectual. Un recurso primordial en la creación de respuestas a los
grandes desafíos que también ellos siguen confrontando.
El presente texto ofrece una síntesis de las principales transformaciones ge-
neradas por la Revolución Neogranadina, de las etapas que recorrió y de la forma
como ha sido estudiada. Está basado en la investigación del autor acerca del
acontecimiento revolucionario,5 de ahí que en muchos casos no se detenga a ha-
cer citas específicas. No obstante, al final espero haber justifícado el apelativo de
Revolución Neogranadina que propongo para el gran drama que intento ayudar
a comprender.

La Revolución, arena de interpretaciones


La actual historiografía del periodo revolucionario no se siente atraída por los
próceres y las gestas militares, como tampoco por la exaltación de los patricios
y las instituciones. Se interesa, antes que por movilizar las virtudes cívicas, por
dilucidar los variados asuntos humanos que explican y componen aquellos even-

4. En América Latina la cuestión nacional parece saldada, en su contra, sin la más leve dis~
eusión. Una perspectiva compleja del asunto en Pierre Manent, La raisan des nations, Gallirnard,
París, 2006.
5. Particulmmente: Isidro Vanegas, La Revolución Neogranadina, Ediciones Plural, Bogotá, 2013.

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Isidro Vanegas

tos. Esta situación contrasta con el pobre conocimiento social de aquel complejo
de eventos, a pesar de lo mucho que ellos han sido evocados en los mllseos, en
los discursos e incluso en las pantallas de televisión, a raíz de la celebración del
bicentenario 6 Porque en las columnas de prensa, en la literatura, en la escuela e
incluso en algunos círculos académicos prevalece un relato de gran simplicidad
sobre la revolución. Pareciera que para intervenir públicamente respecto a los
orígenes nacionales bastara con los aprendizajes infantiles y que dichas opinio-
nes nada perdieran de valor al ignorar los resultados de las investigaciones aca-
démicas que se han publicado en años recientes.
Esa tosquedad interpretativa no emerge, sin embargo, ni del acontecimien-
to revolucionaría ni de sus actores. Estos, por el contrario, pensaron aquellas
agitaciones a partir de lm conocimiento propio y sutil de la ciencia política de
su época, en cuyo corazón yacía la noción de régimen político, proveniente de
la filosofia política clásica pero transformada por el pensamiento modern0 7 El
esfuerzo por encontrarle un significado a la revolución arrancó, en efecto, con
los eventos mismos y tuvo un recorrido accidentado y productivo debido en gran
medida a que permaneció ligado ti las disputas políticas, sin que nunca llegara
a cristalizarse una interpretación canónica de los orígenes de la nación. En el
siglo XIX ni siquiera la ambiciosa obra de José Manuel Restrepo gozó de una
autoridad considerable entre aquellos que intentaron descifrar el momento nm-
dacional, y no fue por tanto mediante su Historia de la revolución que los padres
de la patria constmyeron su mito y la Nueva Granada su imagen de sí misma
como asociación política. En lugar de una obra cuya supuesta impronta poderosa
y estéril habría forjado por sí sola la imagen que los colombianos se hicieron de
la Revolución, lo que encontrarnos son relatos en choque sobre la naturaleza del
evento, sobre sus consecuencias y sobre el rol de los actores centrales. En medio
de esa querella interpretativa fueron llevados a la escena pública trabajos muy
diversos que contenían elementos de análisis complejos que siguen teniendo uti-
lidad para comprender el tipo de transformaciones que se dieron, las alteraciones
que estas significaron en la vida de las personas y de la nueva nación, así corno
el carácter del antiguo orden con el cual chocó la revolución. En los mejores
ejemplos de esa historiografIa, el escaso entusiasmo por las batallas y los héroes

6. En 2009 una encuesta encontró que sólo el 35% de los colombianos sabía de que país nos
habíamos independizado ("¿De quién nos independizamos?", Letras libres, nO 141, septiembre de
2010, México DF, p. 108).
7. Un estudio sistemático de la ciencia política de los revolucionarios neogranadinos sería de
gran utilidad para comprender mejor todo el acontecimiento. Gordoo Wood ofrece un ejercicio
descollante para el caso angloamericano en La création de la république américaine, Éditions
Belin, Paris, 1991, pp. 681-706.

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Revolución Neogranadina: la feliz catástrofe

contrasta con el interés por los diseños institucionales, las ideas, e incluso los
lenguajes que fOljaron y expresaron los cambios.'
Aquella vivaz imagen de la Revolución Neogranadina sufrió un cambio de-
cisivo desde el inicio mismo del siglo XX. La Academia Colombiana de Historia
desarrolló y terminó imponiendo una especie de síntesis republicana, esto es,
una interpretación en la que el acontecimiento quedó colocado por encima de
las pasiones políticas y las fuerzas sociales. Un relato que cultivó el amor por la
patria y las virtudes cívicas en un país entonces avergonzado de la pllgnacidad
destructiva de sus partidos. Con razón también enalteció la obra de los líderes
de las primeras repúblicas, pero lo hizo al precio de sacarlos del marco en que se
fragua la vida humana, haciéndolos más bien ídolos paganos o santos católicos.
Como parte de aquel mismo objetivo concilió artificialmente tanto los actores in-
dividuales de la revolución -haciendo parecer que siempre habían actuado con
la más perfecta armonía- como los grupos sociales neogranadinos, declarando
que entre estos no habían existido diferencias ni tensiones importantes. Aquella
historia de bronce también empobreció la Revolución por otras vías. La redujo a
la independencia, 10 que cuadraba con su pulsión heroizante, e hizo de la repú-
blica un fruto secundario, dando de ella una definición anodina y conformista.
Asimismo, desfiguró la dinámica de los acontecimientos revolucionarios no sólo
afirmando que los impulsos creadores habían provenido del centro santafereño,
que personificó en Antonio Nariño, sino censurando el federalismo como un ex-
travío. Además, concilió la América española con su metrópoli pero mediante
una operación paradójica, pues al tiempo suscribía un crudo teleologismo según
el cual las naciones americanas preexistían a la independencia, la cual por tanto
era inexorable.'
Uno de los primeros en enfrentarse sistemáticamente a aquel relato de la
Academia y en tratar de comprender el periodo revolucionario y la historia co-
lombiana en general a partir de las luchas sociales y económicas, fue lndalecio
Liévano Aguirre. Su trabajo, emotivo y moralizante, debió en buena medida su
enorme éxito al énfasis que puso en denunciar a una presunta oligarquía que ha-
bría envuelto sus perversos designios y su inautenticidad en declaraciones bien-
intencionadas. 1O Aquel ejercicio, maniqueo y complotista, guardaba sin embargo

8. Isidro Vanegas, "La fuga imaginaria de Germán Colmenares", Anuario Colombiano de His-
toria Social y de la Cultura, voL 42, nO 1, enero-junio de 201 S, Bogotá, pp, 275-307,
9. El libro de Jesús María Herrao y Gerardo Arrubla (Historia de Colombia, Escuela Tipo-
gráfica Salesiana, Bogotá, 1911) sintetizó tempranamente sus rasgos y sus ambiciones. Pero una
elaboración universitaria solo vino a hacerse tardíamente, mediante el trabajo de Javier Ocampo:
El proceso ideológico de la emancipación en Colombia, Colcultura, Bogotá, 1980.
10. Cuán perdurable es esta idea entre los intelectuales que se reclaman parte de "los venci-
dos", eso puede verse en "La Historia de Colombia y sus oligarquías" que escribe con tanto éxito

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Isidro Vanegas

muchos parecidos con el que había conducido a la Academia Colombiana de


Historia a su relato cándido, el cual Liévano se interesó menos en dilucidar que
en abominar. La insignificancia que en Liévano siguió revistiendo la revolución
iría a ser reforzada por los historiadores universitarios posteriores a él y que con
más o menos pertinencia pueden ser asociados al paradigma estmcturalista. Es-
tos, no se interesaron por buscarle ningún sentido a la Revolución, pues dieron
por sentado que consistía en esos bronces exangües que la Academia de Historia
había bmñido y que Restrepo supuestamente había erigido. Su desdén por la Re-
volución era la consecuencia necesaria de concebirla como 1m simple hecho po-
lítico, y de concebir la política como una superestmctura calcada del orden eCo-
nómico que por añadidura era sinónimo de opresión de clase, de mero control de
los gmpos privilegiados sobre el resto de la sociedad." Así como había sucedido
en Francia, las revoluciones "liberales" fueron vistas como acontecimientos que
remitían a lo fugaz e intrascendente, mientras el estmcturalismo buscaba captar
lo duradero y 10 supuestamente decisivo en la conformación del carácter de 10la
sociedad. La anulación de las llamadas revoluciones de independencia fue, pues,
consecuencia tanto de aquellas premisas como de la ilusión que pusieron, y que
fue compartida por la mayoría de intelectuales de la época, en una revolución por
venir, en una revolución "verdadera" que seria la conclusión y la superación de
las "revoluciones burguesas",
En contraste con este panorama yermo, desde la última década del siglo XX
el estudio del periodo revolucionario ha venido enriqueciéndose y diversificán-
dose, de manera que la historia anecdótica o la historia batalla vinieron a ocupar
1m lugar muy marginal. Ese tipo de historia, pero también aquella cuyo núcleo
era lo socio-económico, han sido enteramente desplazadas por trabajos cuidado-
sos de los conceptos, interesados por los actores y las movilizaciones sociales,
rigurosos en el manejo de las fuentes. Este desplazamiento en parte corresponde
a un menor interés por la década de 1820 -las grandes batallas contra los espa-
ñoles y la obra de Simón Bolívar-, habiéndose ganado la centralidad la década
de 1810, que corresponde al origen de las repúblicas, la obra constitucional, la
experiencia representativa, el inicio de la nación de ciudadanos."

como profundidad intelectual Antonio Caballero. Este y Liévano Aguirre han llevado el melodra-
ma histórico a un altísimo nivel.
11. Una sólida crítica al paradigma estructuralista en Roger Chartier, "L'histoire entre récit
et conaissance", en Al! bord de lafalaise. LJhisloire entre certitudes el inquiétude, Albin Michel,
París, 2009, pp. 99-123.
12. Las obras más significativas sobre esta etapa son, a mi juicio: Daniel Gutiérrez, Un nuevo
reino. Geografia política, pactismo y diplomacia durante el interregno en Nueva Granada, 1808-
1816, Universidad Externado, Bogotá, 2010; Y Steinar Srether, Identidades e independencia en
Santa Marta y Riohacha, /750-1850, ICANH, Bogotá, 2005. El trabajo de Clément Thibaud (Re-

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Revolución Neogranadina: la feliz catástrofe

Esta renovación historiográfica, y no solo en el ámbito colombiano, recibió


de la obra de Franyois-Xavier Guerra un impulso decisivo. Guerra cuestionó
diversas ideas fuertemente arraigadas y propuso en su lugar una interpretación
rigurosa e innovadora que en el despoblado campo de los estudios sobre el pe-
riodo 10 llevó rápidamente a convertirse en el paradigma interpretativo. Guerra,
además, inspiró a un considerable número de historiadores que han ayudado a
reavivar el estudio no solo del periodo revolucionario sino también de la historia
latinoamericana, particularmente el siglo XIX. Para aprehender mejor su obra
hay que tener en cuenta que él participó del movimiento renovador que a finales
de la década de 1980 estaban impulsando algunos historiadores franceses, par-
ticularmente Franyois Furet, el cual tendría repercusiones importantes sobre el
campo de la historia de 10 político en diversas partes del mundo. 13 En este marco,
el trabajo de Franyois-Xavier Guerra fue muy importante para que en América
Latina la historia política perdiera su complejo de inferioridad respecto a un tipo
de historia que reclamaba ser auténticamente cientifica y para que los historiado-
res se lanzaran a indagar nuevos problemas y buscaran hacerse a nuevos métodos
y herramientas.
Ahora bien, entre los aportes de Guerra al campo específico del estudio de
las revoluciones en el mundo hispánico vale la pena subrayar cuatro. En primer
lugar, haberle devuelto su centralidad al acontecimiento revolucionario de la dé-
cada de 1810, tema que durante gran parte del siglo había sido más un motivo
para la retórica comnemorativa que un tema de investigación académica y que
por ello había contado con muy pocos estudiosos relevantes. Su segundo gran
aporte consistió en la indagación, así como la debida importancia que le dio a
algo cmcial que diversos intelectuales del siglo XIX, e incluso los propios acto-
res de las revoluciones, habían captado: el carácter hispánico del conjunto en el
que ocurrieron las conmociones. Desde el punto de vista del relato patriótico, las
revoluciones de la América española habían tenido lugar como eventos básica-
mente separados tmos de otros, y como rebeliones contra una metrópoli con la
cual a los americanos supuestamente nada unía. Aunque se creía que esa Amé-
rica tenía unas raíces y un destino comunes, las revoluciones eran estudiadas
como procesos que apenas se tocaban tangencialmente, pues cada nación estaba

públicas en armas, Planeta, Bogotá, 2003) pierde algo de su valor con su pobre indagación acerca
de las primeras repúblicas. Por otro lado, se cuenta también con una amplia cantidad de artículos
serios, que ratifican el buen momento por el que comienza a pasar el tema.
13. Un acercamiento tanto a su obra como a su lugar en la historiografia española, en Mona
Ozouf, "Fraoyois Furet", y Antonio Morales, "La recepción de Fraoyois Furet en España", en La
historiografía fi'ancesa del siglo XX y su acogida en España, Benoit Pellistrandi, ed., Casa de
Velásquez, Madrid, 2002.

24
Isidro Vanegas

supuestamente constituida y delimitada mucho antes de dichos sucesos. El re-


descubrimiento que Guerra hace del orbe español como un conjunto cohesiona-
do en su di versidad le pemútió poner fin al lugar común que había prolongado
el mito según el cual en la América española las naciones habían precedido a sus
respectivas revoluciones, cuando en realidad las naciones fueron el resultado de
la conmoción revolucionaria. En tercer lugar, mientras que el relato tradicional
veía las revoluciones del mundo hispánico como el producto de la difilsión y la
copia de la ilustración francesa y de las ideas estadounidenses, Guerra insertó de
manera fructífera aquellas revoluciones en la tradición jurídica y política espa-
ñola. En cuarto lugar, contribuyó a pensar de una manera nueva algunos aspec-
tos centrales del tipo de orden anterior a la revolución, subrayando el carácter
corporativo de la sociedad, el rol de las ciudades como centro de lo político, la
singularidad del orden administrativo monárquico. u
Pero esos aportes de Franl'ois-Xavier Guerra a la comprensión de las revo-
luciones del orbe hispánico, tan significativos como son, están atravesados por
fallas y vacíos no menos sobresalientes, que han pasado desapercibidos debido
en buena medida al temor reverencial con que son asumidos los discursos acadé-
micos provenientes de Europa y Estados Unidos. \S
Una de esas fallas es haber convertido el pactismo en una noción medular del
orden anterior a las revoluciones y haber supuesto que los pueblos de la monar-
quía española retomaron maquinalmente aquel ideal pactista una vez producida
la retención del monarca y su familia en 1808. Se trata de una falla, puesto que
ningún estudio documentado ha mostrado hasta ahora que los súbditos españoles
de Europa y América hubieran soñado en las décadas previas a la revolución con
un orden basado en un pacto, ni que el pactismo hubiera sido una consecuencia
inmediata e inevitable de la crisis. Guerra, por lo demás, tampoco aprehendió de
forma conceptualmente satisfactoria el pactismo, pues utilizó de manera indife-
renciada tres nociones distintas. 16 Otra falla suya consiste en utilizar un concepto

14. Entre la amplia producción de Franyois-Xavier Guerra en torno a las revoluciones, sobre-
salen: ÑJodernidad e independencias [1992], Mapfre / Fondo de Culhlra Económica, México DF,
200 t; Y "Lógicas y ritmos de las revoluciones hispánicas", en Revoluciones hispánicas. Indepen-
dencias americanas y liberalismo español, Editorial Complutense, Madrid, 1995, pp. 13-46.
15. Una de las pocas críticas bien fundadas que ha tenido la obra de Guerra ha corrido por
cuenta de Elías Palti en El tiempo de la política. El siglo XIX reconsiderado, Siglo XXI Editores,
Buenos Aires, 2007, pp. 18-56.
16. Franyois-Xavier Guerra, lvfodernidad e independencias, ob. cit., pp. 61-62, 72,169-170;
Franyois-Xavier Guerra, "Las metamorfosis de la representación en el siglo XIX", en Democra-
cias posibles. El desafio latinoamericano, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 1993, pp.
44,61-62; Franyois-Xavier Guerra, "Lógicas y ritmos de las revoluciones hispánicas", arto cit., p.
20.

25
Revolución Neogranadina: la feliz catástrofe

limitado del vacio de poder, el cual usa además de manera iudiscriminada para
definir lo que supuestamente acaece de manera automática y generalizada en
toda la monarquía española con la ausencia de Fernando VII. Claude Lefort y
Franyois Furet,17 quienes más reflexionaron en Francia acerca de la situación en
que acontece tm desplazamiento en el lugar que ocupa el poder, pensaron este
estado de la sociedad no como un simple desconcierto de la máquina adminis-
trativa o de la autoridad, a lo cual reduce Guerra el asunto y que lo llevó a trazar
un itinerario erróneo de las revoluciones, sobre todo en la parte americana de la
monarquía." Porque en gran parte de esta, la sustracción de la cabeza de la socie-
dad, el rey, no prodtuo de inmediato una crisis de autoridad y ni siquiera generó
interrogantes desestabilizadores sobre la naturaleza del orden.
Guerra, por lo demás, es el progenitor de la idea según la cual las revolu-
ciones de la América española introdujeron una soberanía popular mutilada o
cuando menos singular -supuestamente indecisa entre los pueblos y el pueblo
abstracto--- respecto al prototipo francés, y más bien expresiva de tma socie-
dad cuyos rasgos tradicionales habrían permanecido sin mayores alteraciones. 19
Guerra falla en la elucidación de este problema, pues coloca en un mismo orden
explicativo las dos formas de existencia del pueblo en los regímenes democrá-
ticos: como "pueblo principio", esto es, como fundamento de la legitimidad, y
como "pueblo sociológico", pueblo este con todas sus divisiones, siempre en
constmcción a la luz de la disputa por la representación. Un pueblo principio
que solo puede ser pensado en la unidad y un pueblo múltiple, irreductible a la
unificación. 20 Así pues, la idea según la cual los pueblos, como comunidades po-
líticas aparentemente unificadas, fueron titulares de la soberanía -junto al pue-

17. Fraoyois Furet, Penser la Révolution franr;aise, Gallimard, Paris, 1978; Claude Lefort,
Essais sur le politique, ob. cit., espec. pp. 17-32; Claude Lefort, L'invention démocratique, ob.
cit.• espec. pp. 159-176.
18. Fraoyois-Xavier Guerra, lviodernidad e independencias, ob. cit., espec. pp. 43-44, 122-123;
Fraoyois-Xavier Guerra, "El pueblo soberano: fundamento y lógica de una ficción", en Figuras
de la modernidad. Hispanoamérica siglos X/X-..:,(X, Universidad Externado, Bogotá, 2012, p. 49.
19. Fraoyois-Xavier Guerra, "El soberano y su reino. Reflexiones sobre la génesis del ciudada-
110 en América Latina", en Ciudadanía política y formación de las naciones, El Colegio de México
I Fondo de Cultura Económica, México DF, 1999, pp. 33-61. Antonio Aninno copió de Guerra y
desplegó el argumento para el caso de México, pero además quiso hacerlo peltinente para toda la
. América española: "Soberanías en lucha"; "Pueblos, liberalismo y nación en México", en F.-X
Guerra y A. Annino, coords., Inventando la nación, Fondo de Cultura Económica, México DF,
2003, pp. 152-184,399-430.
20. Acerca del pueblo en esta doble condición: Claude Lefort, L 'Invention démocratique, Fa-
yard, París, 1981, espec. pp. 159-176; Alain Pessin, Le Mythe du peuple et la société franr;aise dll
JClX! si¿cle, PUF, París, 1992; Pierre Rosanvallon, El pueblo inalcanzable, Instituto Mora, México
DF,2004.

26
Isidro Vanegas

blo soberano--, no pasa de ser una confusión respecto a las formas del pueblo
sociológico, que bajo la forma de pueblos en su sentido administrativo o gremios
o castas fue invocado para tratar de darle materialidad a esa autoridad soberana
que nacía del pueblo concebido como principio fundador de la legitimidad en el
nuevo orden,
Vale la pena asimismo prestar atención a un déficit interpretativo importan-
te del paradigma de Guerra, cual es la definición del cambio provocado por el
acontecimiento revolucionario. En efecto, él aprehende con perspicacia la con-
ciencia que los actores de este tuvieron de estar entrando en una nueva época
en la medida que estaban redefiniendo el hombre, la sociedad y la política, y él
mismo define el acontecimiento como la "desintegración de la monarquía" y el
advenimiento de un "nuevo régimen". Pero al tiempo que reconoce la ocurrencia
de un cambio nítido y profundo en los ejes del orden político debido a la revolu-
ción, concluye que lo nuevo en realidad apenas 10 es, caracterizando al "nuevo
régirnen" -el cual denomina "modernidad politica"- como algo esencialmente
vago y más bien arcaico desde su nacimiento. Al descuidar el significado de la
noción de régimen político, Guerra automáticamente se endosa una limitación
considerable, dado que ella fue fundamental en la experiencia revolucionaria
como una clave con la que todos los actores de la revolución leyeron su actua-
ción y la de sus adversmios, creyendo que una determinada comunidad políti-
ca era el conjunto primordial en que los hombres podían vivir en sociedad de
manera plena y en que podían alcanzar los fines de la existencia humana. Otra
consecuencia de rehuir la ciencia política de la época es que deja de captar el rol
tan importante que tuvo el monarca español, quien en lugar de simple potencia
gubemativa fue a los ojos de los súbitos la figura que sintetizaba y preservaba los
valores que fundaban el orden.
En fin, los estudios sobre las revoluciones del mundo hispánico inspirados
en Franyois-Xavier Guerra han arrojado nuevas luces sobre fenómenos como la
representación política o la nación, así como sobre nociones e ideas decisivas en
los acontecimientos. Sin embargo, la cuestión de los alcances de esas revolucio-
nes prácticamente no ha sido abordada y los investigadores parecen conformarse
con las líneas generales propuestas por él. Uno de los problemas que conlleva
esta actitud es que sus conclusiones respecto a la trascendencia de aquella muta-
ción están imbuidas de la certitud del fracaso de que parten hace mucho tiempo
los estudiosos locales y extranjeros de la historia latinoamericana, la cual com-
porta, sin embargo, una elucidación mutilada de los hechos. En efecto, Guerra
en lugar de preguntarse por la solidez de la oscura imagen predominante sobre el
siglo XIX latinoamericano, en la que sobresalía el clientelismo, la violencia, la
exclusión, el caudillismo, entre otras anomalías, puso sus conclusiones en sinto-

27
Revolución Neogranadina: la feliz catástrofe

nía con esos prejuicios. En contraste con esta negatividad con que caracterizó la
América Latina, Guerra no cesó de definir a Europa, particularmente a Francia,
como el modelo del cambio revolucionario y de la "modernidad política".
La obra de Guerra, en otras palabras, está basada en un comparatismo sesga-
do que parte de diversos lugares comunes infundados sobre Europa y América
Latina. La imagen de esta como antimoderna, antiliberal y caótica ha venido
empero a ser desmentida en muchos aspectos en los últimos años. El liderazgo de
los caudillos es caracterizado como más consensuado y civilista, según lo reve-
lan diversos estudios en torno al ro sismo rioplatense, por ejemplo;2l la participa-
ción popular es mucho más decisiva y autónoma, como lo muestra por ejemplo
James Sanders para el caso eaucano;22 la sociedad civil es mucho más dinámica,
como lo pone de manifiesto Carlos Forment para México y Perú. 23 Pero también
esa Francia que más o menos veladamente es el modelo de la "modernidad polí-
tica", en realidad participaba en el siglo XIX de sinsalidas, de formas de arcaís-
mo político y de exclusión semejantes a las de América Latina. Ya en tiempos de
Franyois-Xavier Guerra lo mostraban historiadores como Pierre Rosanvallon o
Patriee Gueniffey, entre otros."

Itinerario y alcances de la Revolución Neogranadina


La Revolución Angloamericana toma cuerpo mediante sucesivas etapas que van
de la incubación de la tensión con Inglaterra, el desencadenamiento de las hos-
tilidades militares, la declaración de independencia y el establecimiento de la
confederación, hasta el remodelamiento de la Constitución y del gobierno que
cierra el ciclo de inestabilidad que había durado cerca de diez años. La Revolu-
ción Francesa tiene más marcadas alm sus etapas: 1789, la república jacobina,

21. Pilar González, Civilidad y política en los orígenes de la nación Argentina: las sociabilida-
des en Buenos Aires, 1829-1862, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2008; Raúl Fradkin,
La historia de Una montonera. Bandolerismo y caudillismo en Buenos Aires, 1826, Siglo XXI
Editores, Buenos Aires, 2006; Ariel de la Fuente, Los hijos de Facundo. Caudillos y montoneras
en la provincia de la Rioja durante el proceso deformación del Estado Nacional argentino (1853-
1870), Prometeo Libros, Buenos Aires, 2007.
22. James Sanders, Contentious republicans. Popular Politics, Roce, and Class in Nineteenth-
Century Colombia, Duke University Press, Durham, 2004. La valoración de la intervención
campesina e indígena en la construcción nacional y estatal latinoamericana ha sufrido un vuelco
completo y ha dado lugar a un amplio número de trabajos.
23. Carlos A. Forment, Democracy in Latin America, 1760-1900, The University of Chicago
Press, Chicago, 2003.
24. Pierre Rosanvallon, Le sacre du citoyen. Histoire du suffrage universel en France, Galli-
mard, Paris, 1992; Patrice Gueniffey, Le nombre et la raison. La Révolution franr;aise el les élec-
tions, Éditions de L'École des Hautes Études en Sciences Sociales, Paris, 1993.

28
Isidro Vanegas

Temlidor, el consulado, el imperio, pueden ser algunas de ellas. En uno y otro


caso lo que deja ver ese curso desagregado, antes que algún tipo de consenso
interpretativo, es que el acontecimiento está atravesado por dilemas, tensiones,
lenguajes, actores que pugnan por imprimirle un significado particular e instan al
estudioso a mover continuamente su lente para encontrar lo que hay de particular
en cada situación. No sucede así con la Revolución Neogranadina, cuyo relato
ignora tales diferenciaciones. Ella, en efecto, ha sido empobrecida al ser vista
como un bloque acontecimental que gira en tomo al 20 de julio de 1810, ante lo
cual el historiador se ve tentado a darle un vuelco a la indagación para precisar
y hallarle sentido no sólo a los incidentes sino también a los lenguajes, actores y
encrucijadas del drama revolucionario.
Es preciso, para empezar, deshacemos de la presunción según la cual todo
comenzó en aquel momento juntista de 1810 al cual supuestamente ya llegan los
notables criollos con todo el bagaje de ideas, sentimientos e instituciones nuevas,
listos para hacer de la Nueva Granada Lma república y una nación distintas a la
metrópoli española. Cuando aceptamos esta caracterización tan inexacta de los
hechos nos impedimos hacemos preglmtas fundamentales acerca del aconteci-
miento revolucionario. Porque, en contra de aquel mito forjado por la revolución
misma, antes de la crisis monárquica de 1808-1809 los neogranadinos habían
sido profundamente refractarios a la idea de revolución y a cualquier ideal de
cambio súbito." Aquella crisis, que se desencadena con la invasión de los ejérci-
tos napoleónicos a la península es, propiamente hablando, el punto de arranque
de la revolución en todo el mlmdo español y es el inicio de una gran conmoción
justamente porque los americanos viven esa agresión desde un sentimiento de
pertenencia a la nación española, el cual queda bien evidenciado en esta conoci-
da frase de Camilo TOlTes en 1809: "Tan españoles somos como los descendien-
tes de Don Pelayo, y tan acreedores por esta razón a las distinciones, privilegios
y prerrogativas del resto de la nación, como los que, salidos de las montañas,
expelieron a los moros y poblaron sucesivamente la Península".26
Es aquella adhesión al monarca y a la nación españolas la actitud práctica-
mente unánime que encontramos en la primera etapa de la Revolución Neogra-
nadina, la cual va de mediados de 1808 a mediados de 1809. En este, que bien
puede ser denominado el "momento femandino", no encontramos sino fieles
vasallos que con una gran intensidad emocional expresan su compromiso con

25. Isidro Vanegas, "La revolución: un delirio criminal. Nueva Granada 1780-1808", en La
sociedad monárquica en la América hispánica, Ediciones Plural, Bogotá, 2009, pp. 227-278.
26. Camilo Torres, "Representación del Cabildo de Bogotá Capital del Nuevo Reino de Gra-
nada a la Suprema Junta Central de España, en el año de 1809", Imprenta de Nicomedes Lora,
Bogotá, 1832, p. 9.

29
Revolución Neogranadina: la feliz catástrofe

la resistencia a los franceses y con la defensa de la nación y de la monarquía es-


pañolas, que ellos ven amenazadas por Napoleón Bonaparte. El corso sintetiza la
Revolución Francesa, pero esta, al contrario de lo que supone cierta historiogra-
fia, no incita a los neogranadinos sino a pensar en desastres: violencia, desorden,
irreligión, regicidio. Visto el mundo hispánico en su conjunto, en este primer
momento vemos suceder una sola revolución: esto es, un sacudimiento a lo largo
de las Españas en el que los lenguajes, los sentimientos, las expectativas guardan
una enorme similitud. Las miradas de los españoles europeos y de los españoles
americanos -esa es la designación precisa en este momento-- convergen hacia
un mismo punto: el trono del ausente y bienamado Fernando 7".27 Puesto que
los neogranadinos se sentían integrados en aquel cuerpo político que tenía por
cabeza al rey español, cuerpo tanto más coherente cuanto más heterogéneo, es
impropio hablar de lma revolución importada o de segundo grado. Sólo subesti-
mando la existencia de tal conjunto coherente se podria decir que la revolución
fue importada, puesto que a la Nueva Granada el aliento revolucionario no le
llegó de un lugar que pudiera considerarse externo a ella sino de su centro mis-
mo. Tampoco es pertinente hablar en este momento de un vacío de poder, como
se ha venido repitiendo después de Franyois-Xavier Guerra. Tal situación habría
arribado si el rey hubiera perdido su carácter de piedra angular del orden, su rol
hipereminente en la comunidad política. Lo que ocurrió en dicho momento en la
Nueva Granada fue todo lo contrario. El poder monárquico adquirió una supre-
macía y un brillo aún más intensos que los que había tenido hasta entonces. No
se trató solamente de que el rey hubiera seguido siendo venerado en todas las
clases de la sociedad y en todos los lugares, que el orden social se mantuviera
incólume, que nadie hablara de desconocer a Fernando o de renegar de su jma-
mento de lealtad. Es que, tanto más Bonaparte ocultaba al rey español, tanto más
este parecía cobrar proximidad y ascendencia sobre sus súbditos neogranadinos.
Una segunda etapa -que va de mediados de 1809 a comienzos de 1811-
supone varios desafios analíticos. Comenzando por el hecho de que la revolución
única, la revolución que en toda la monarquía abraza un mismo lenguaje y unos
mismos objetivos, da paso, desde la perspectiva neogranadina, a una revolución
plmal, en el sentido que estos territorios se lanzan a una aventura particular por
unas vías específicas. Subrayemos. La observación de los acontecimientos revo-
lucionarios neogranadinos incita a establecer una diferenciación analítica entre

27, Isidro Vanegas, "De la actualización del poder monárquico al preludio de su disolución:
Nueva Granada 1808~09", En el umbral de las revoluciones hispánicas: el bienio 1808-1810, Ro-
berto Breña, ed., El Colegio de México I Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, México
DF, 2010, pp. 365-397; Isidro Vanegas, comp., Plenitudy disolución del poder monárquico en la
Nueva Granada, 2 vols., Universidad Industrial de Santander, Bucaramanga, 2010.

30
Isidro Vanegas

la revolución, en singular, que en un primer momeuto tiene lugar en el mundo


hispánico, y las revoluciones que le suceden y que asumen rasgos cada vez más
diferenciados. En este punto se echan de menos las historias generales, y reno-
vadas, de las distintas revoluciones "nacionales" de la América española. Porque
cuando se mira el conjunto de los trabajos en tomo al periodo revolucionario se
tiene la impresión de que los historiadores dan por hecho que la pintura general
-la del orbe hispánico-- está concluida, y que en ella lo "nacional" o "regional"
solo entra como un detalle que se puede agregar o que sirve para dar un retoque.
Diversos choques de los amigos de las novedades políticas -recién apareci-
dos- con las autoridades vilTeinales marcan esta segunda etapa, la cual recibe
de allí su tono característico, puesto que esos roces expresan la aparición de al-
gunas ambigüedades respecto al poder monárquico. Es en este momento de tran-
sición que se hace pensable que la América española pueda estar separada de la
metrópoli e incluso que sea antagónica a ella, se hace posible que la Revolución
Francesa evoque no sólo temores sino también algunas tímidas ilusiones, se pue-
de concebir la existencia de una autoridad dual en el vilTeinato y no solamente la
autoridad del vilTey. Y sobre todo, se hace imaginable que el pueblo pueda deten-
tar la soberanía y que el monarca no sea ya la única basa sobre la cual sea posible
hacer reposar un orden alTllonioso. Aunque los contemporáneos crean estar ya
ante una revolución -eso sucede sobre todo en la metrópoli españoJa- sólo a
posteriori se puede ver aquí una escena de una verdadera revolución y no una
escaramuza propia de un simple cambio de gobernantes. En este punto, además,
la revolución en la Nueva Granada no parece estar siendo adelantada, y casi ni
siquiera preparada, por quienes bien pronto se convertirán en revolucionarios en
un sentido estricto. La voz de los amigos de los cambios es muy tenue, sus de-
mandas muy modestas, su lenguaje muy comedido. Sin embargo, una situación
apenas potencialmente revolucionaria va a convertirse en una situación revolu-
cionaria; un desajuste grave del orden, aunque no necesariamente demoledor de
él, va a dar paso a una impugnación y un desbarajuste completo de dicho orden."
Con el movimiento juntista de mediados de 1810 la revolución gana en
dinamismo y aparece con toda su fuerza en la superficie. Es cierto que en algunos
lugares la mptura es imaginada como algo modesto, y nos vemos compelidos
a pensar que se actúa con un genuino interés de resguardar los dominios de
Fernando, aunque se quieran introducir algunos ajustes. En otros lugares, empero,
no sólo se le niega acatamiento a la Regencia y se expulsa a las autoridades
sino que diversos monarquistas pudieron sospechar que la invocación del

28. lsidro Vanegas, "De la actualización del poder monárquico al preludio de su disolución",
atto cit.

31
Revolución Neogranadina: lafeliz catástrofe

monarca era una máscara que encubría los deseos de separarse de la metrópoli
y de instaurar tilla forma de gobierno distinta. Los líderes revolucionarios que
vinieron a predominar en la escena pública ciertamente siguieron hablando y
haciendo levas en nombre del rey, siguieron usando por un tiempo sus armas y
sus sellos en los documentos oficiales, pero progresivamente fueron afirmando
su convicción de que la única forma de gobierno que colmaba sus aspiraciones
era tilla democracia representativa, la que por supuesto entrañaba un principio
fundante del poder distinto al monarca: el principio del pueblo soberano.
En la tercera y definitiva etapa de la Revolución Neogranadina -de comien-
zos de 1811 en adelante-, los novadores, es decir, quienes venían demandando
cambios y expresando inconformismo en nombre de la mejor defensa del rey y
de España, devinieron revolucionarios. En esta fase no sólo se produce una lucha
intensa contra quienes son considerados enemigos de la independencia respecto
a la antigua metrópoli sino que se afirma la escogencia de una forma de gobierno
democrático representativo como el único futuro de la comunidad política que
inicia. En un sentido estricto ya se puede hablar de la Revolución Neogranadi-
na. En el doble sentido de que es revolución y es neogranadina. Es revolución
porque la dinámica de los cambios y los agentes de esos cambios quedan al
mando de la situación, y además los revolucionarios se autodesignan como tales
y actúan en conformidad. La revolución es neogranadina porque el curso de los
acontecimientos es notoriamente distinto respecto a la antigua metrópoli y a la
mayor parte de la América española, y porque la dinámica tiende a hacerse endó-
gena y a circunscribirse al área del antiguo Nuevo Reino. lO
El itinerario que acabo de presentar, admite por supuesto diversas variantes
y precisiones. Por ejemplo, toda una etapa puede estar constituida por el abierto
repudio del monarca que tiene lugar desde mediados del año 1813; o todo un ci-
clo lo puede constituir el reajuste del esquema federativo una vez percatados los
líderes revolucionarios de las dificultades para gobernar; o bien se puede com-
prender en una sola fase el hostigamiento y la caída de las primeras repúblicas
ante el embate reconquistador. En cualquier caso, la determinación del curso del
acontecimiento revolucionario neogranadino además de enriquecer el análisis y
las posibilidades comparativas incita a hacerse nuevos interrogantes en tomo a
la naturaleza del cambio producido.
Este cambio, en revancha, sólo es posible verlo en el trayecto completo del
acontecimiento revolucionario, e incluso sería necesario ir un poco antes y un
poco después para poderlo sopesar en toda su complejidad. Porque la mutación
que entrañó la Revolución tuvo un carácter doble que concierne a las dos grandes

29. Isidro Vanegas, La Revolución Neogranadina, ob. cit., espec. pp. 86-100.

32
Isidro Vanegas

cuestiones de toda asociación política: su régimen y su forma de fimcionamiento.


En nuestro caso, pasar de la inserción en un régimen monárquico y en un im-
perio a estar integrados en lma república democrática y en tma nación. Desde la
perspectiva actual es un tanto dificil acceder a la comprensión de estas rupturas
en la medida que en el siglo XX se tendió a desvalorizar los alcances de la Re-
volución, viéndosela casi exclusivamente como un hito, más bien malogtado,
en la construcción de la nación colombiana. De ahí el nombre con el que se la
conoce: "Revolución de Independencia". Sin embargo, y como lo captaron con
lucidez los más diversos publicistas en el siglo XIX, el carácter independentista
de la revolución en realidad sólo es una de sus dos dimensiones fimdamentales. 30
Como inicio del proyecto de construcción de una nación, la Revolución Neo-
gtanadina dejó tal vez diversas cuentas pendientes, mas no aquellas comlmmente
señaladas con la perezosa designación de "patria boba". Esos déficits, es preciso
indicarlo, no pueden ser entendidos si no se toma en cuenta el sustrato admi-
nistrativo monárquico a que se vieron confiontados los revolucionarios, pero
también, y más aún, los ideales predominantes en el proyecto revolucionario
y que están en la base de las grandes rupturas que propició. Pero dado que esta
vertiente de la mutación es menos extraña, me ocuparé de mostrar en qué sentido
fue que la Revolución constituyó el inicio del régimen democrático, y para ello
enunciaré tres elementos reveladores de la transformación que ocurrió con el
paso de un orden monárquico a un orden democrático.
En primer lugar, con la Revolución Neogtanadina se produce la instauración
del principio de igualdad. Para comprender este hecho hay que advet1ir que la
sociedad monárquica española estuvo organizada como una bien tejida trama de
cuerpos que, desde la cima encarnada en el rey, iba agrupando en forma descen-
dente hasta a los últimos agrupamientos sociales. El rey, por sobre quien apenas
se ubicaba Dios, detentaba una posición de tal manera eminente que entre él y
la sociedad había un profundo foso, pero a los pies del monarca no se hallaba
un conglomerado de iguales sino una abigarrada sucesión de gtupos sociales
que permitían conectar, subordinadamente, hasta a los menos privilegiados de
la periferia. Esos cuerpos indispensables entre sí a la vez que desiguales en con-
diciones y prelTogativas formaban con el sostén del rey, que era su cabeza, un
bien ordenado sistema. El monarca, en su lugar supremo, era la constatación de
la excelencia de dicho orden. A los ojos de los súbditos, la trama jerárquica de
la sociedad que culminaba en el príncipe secular no sólo reproducía sino que
ratificaba la perfecta sabiduría con que estaba concebida la creación divina. Ocu-

30. Véase, por ejemplo, Manuel Ancízar, "Profesión de fe", El Neo Granadino, n° 1, agosto 4
de 1848, Bogotá; Florentino González, "Programa del partido moderado", "Reforma constitucio-
nal, Primer artículo", El Siglo, n° 3, 6, junio 29, julio 20 de 1848, Bogotá.

33
Revolución Neogranadina: la feliz catástrofe

panda Dios el escalón más alto de todas las virtudes y potencias, la desigualdad
adquiría la fuerza de lo natural y lo evidente. En esa sociedad monárquica, por
lo tanto, la idea de igualdad política no sólo resultaba extraña sino repugnante:
era una quimera, un delirio que contrariaba tanto la razón y la experiencia como
la sabiduría divina. Un sistema de igualdad era sinónimo de anarquía, y pudo
incluso ser pensado como un castigo de Dios para romper los vínculos entre los
hombres. En contraste con ese orden monárquico en el cual la desigualdad apa-
recía como un principio natural, la Revolución Neogranadina vino a instaurar el
"principio de la igualdad". Una igualdad que se muestra con mayor evidencia en
el orden juridico, donde las diversas constituciones acordaron la equivalencia a
todos los ciudadanos, que como sujetos iguales y abstractos podrían en adelante
intervenir en la designación de los gobernantes y en la creación de la ley. De esa
igualdad ante la ley se desprendía el precepto según el cual todos debían ser pre-
miados y castigados con la misma medida, debiendo ser abolidas las distinciones
por razones distintas a las virtudes y los servicios prestados a la república. En el
nuevo régimen, pues, la desigualdad vino a quedar convertida en algo antinatural
e inmoral, y aunque en un principio se avanzó apenas modestamente en derribar
las enormes asimetrías de estatus y de fortuna, así como las formas corporativas
de organización de la sociedad, a partir de la mutación revolucionaria las ex-
presiones de la desigualdad pudieron ser vistas como algo anormal, con lo cual
fueron alentados de manera constante los reclamos por la vigencia y ampliación
de los derechos y libertades 3l
Con la Revolución Neogranadina, en segundo lugar, ocurre una precariza-
ción crónica de la autoridad. Antes de este acontecimiento, la figura de la au-
toridad suprema -el rey- no sólo había gozado de un denso reconocimiento
formal sino que había suscitado el acatamiento y el respeto de los neogranadinos
más diversos. La potencia de esa autoridad no había radicado en el temor sino en
el carácter superlativo, casi divino, que revestía el monarca, de quien emanaba
todo el gobierno que regía los destinos de sus súbditos. La autoridad en el orden
monárquico había tenido el carácter de lo dado y aceptado de antemano, un rasgo
que la Revolución vino a invalidar, al introducir el principio según el cual la au-
toridad legítima no podía tener su origen sino en el libre consentimiento, iniciado
mediante un pacto y renovado periódicamente mediante algún tipo de elección.
Dejaba entonces de tener curso forzoso la idea según la cual Dios podía encargar
a un hombre de gobernar a una sociedad política que debía por este motivo obe-
decerle. El gobierno ahora es concebido como un vínculo limitado de sl~eción
que se origina en la voluntad de quienes conforman la comunidad política. Es

31. Isidro Vanegas, La Revolución Neogranadina, ob. cit., espec. pp. 364-375.

34
Isidro Vanegas

en la sociedad misma donde se forjan los lazos que unen a los hombres, siendo
uno de esos vínculos el vínculo de autoridad. Eso significa que la sociedad no
"recibe" la autoridad sino que "se da" la autoridad. En lugar de un rey al que sólo
hay que aclamar, ahora la autoridad la ejercen fi.mcionarios de diversas Tamas del
poder público, elegidos de entre sus conciudadanos por lm periodo limitado. Así,
los deberes que los ciudadanos aceptan pueden ser pensados como emanaciones
de su propia voltmtad y no como reglas dispuestas por un poder superior a esos
ciudadanos. Una consecuencia fundamental de reconocer como legítima apenas
la autoridad originada en el consentimiento es que, dado que este consentimiento
debe ser constantemente actualizado, mediante el procedimiento de la represen-
tación, las autoridades pueden ser impugnadas de manera incesante debido al
carácter esencialmente controvertible de esa representación política. La nueva
autoridad, por lo tanto, ya no puede rodearse de un halo de superioridad y de
mistetio sino que debe hablar un lenguaje directo y austero y estar dispuesta a
que todos sus actos sean escmtados y puestos a debate en la escena pública. La
publicidad de los actos del nuevo gobierno se hizo por tanto necesaria, y la crí-
tica de ellos pudo incluso verse como una muestra del vigor de la república. Las
presiones, críticas e incluso vejámenes a que se vieron sometidas las autoridades
durante el periodo revolucionario no eran algo nuevo, pero sí era nuevo el hecho
de que se desatara una desconfianza permanente y generalizada hacia las autori-
dades, siendo esa desconfianza un elemento normal del nuevo orden. 32
Una tercera transformación decisiva que produce la Revolución Neogranadi-
na y que también nos habla del inicio del régimen democrático es el cambio en la
fi.mdamentación de la verdad. Antes de la Revolución, el monarca era esencial en
la institución de lo verdadero. No tanto por el control que detentaba de los recur-
sos materiales necesarios para adelantar una determinada empresa intelectual, ni
por su capacidad para regular la educación y establecer las normas jurídicas, sino
ante todo porque el rey encarnaba la verdad. El rey aparecía como quien mejor
podía discernir lo conveniente para el reino y sus súbditos, o como aquel que
conocía las vías más prometedoras de la felicidad pública y de la prosperidad. El
rol del monarca no se limitaba, sin embargo, a ser patrocinador e inspirador de
las actividades científicas que debían darle mayor gloria a él y a la nación. Sin
que pareciera absurdo se podía decir que al rey pertenecía el conocimiento, como
lo indicó en 1805 el director del Jardín Botánico de Madrid, el neogranadino
Francisco Antonio Zea, cuando escribió que la botánica, Dios se la "concedió
como el más precioso don al Rey privilegiado, a quien quiso colmar de luces y
grandeza". El rol del rey en la institución de lo verdadero era cmcial puesto que

32. Isidro Vanega'3, La Revolución Neogranadina, oh cit., pp. 387-397.

35
Revolución Neogranadina: la feliz catástrofe

él portaba la luz de la verdad de Dios, en tanto que potencia mediadora entre los
hombres y la divinidad. La situación es enteramente distinta en la comlmidad
política que inicia la Revolución Neogranadina, puesto que en el régimen demo-
crático no hay ni puede haber "una verdad". Tal imposibilidad se origina en el
hecho de que el pueblo viene a reemplazar en el rol de soberano a aquella figura
que había sido erigida en garante de "una verdad". El nuevo soberano, a cuya
imagen se organiza la naciente sociedad democrática, está impedido por natu-
raleza para jugar aquel rol de garante de una verdad, puesto que por definición
tiende a lo múltiple y a ser centrífugo, y de esto se derivan fracturas insalvables
de todo orden, las cuales libran a la sociedad a una situación en la cual la diver-
sidad de pensamientos y de sensibilidades no puede ser conducida hacia ningún
orden canónico. En la democracia, el poder no puede reclamarse detentador de
una verdad puesto que la verdad se desacraliza, deja de estar ligada a una figura
de naturaleza superior a la sociedad, la cual por añadidura había portado la marca
de la divinidad. Ahora el poder nace de hombres corrientes y prosaicos, de seres
falibles, por lo que resulta mtil pretender la elevación de alguna verdad al rango
de lo indiscutible, y resulta delirante pensar que puedan instituirse unos agentes
que controlen o dispensen esa verdad. En el régimen democrático la verdad por
principio no tiene límites: por eso, dicho régimen puede llegar a ser asociado tan
nlertemente a la demagogia. En la monarquía el rey había sido instituido para de-
fender a la sociedad de sus propias equivocaciones, mientras que en la república
popular o democrática que inicia su marcha con la Revolución Neogranadina, la
sociedad está huérfana, librada a sus propias decisiones y sus eventuales equivo-
caciones. En la monarquía de 10 que se trataba era de aproximarse a una verdad
preexistente, de recuperar y hacer brillar una verdad dada, mientras que en la
democracia la verdad es ante todo una creación sin resultados predeterminados. 33
Si bien la Revolución Neogranadina inicia el régimen democrático, eso no
significa que la democracia que desde allí comienza a desarrollarse sea un orden
al cual solo le podamos dirigir alabanzas. Todo lo contrario. Porque la demo-
cracia genera una insatisfacción permanente con sus propios postulados y una
búsqueda ilimitada de libertad e igualdad.

El giro neogranadino
Contra indicios muy diversos ha venido a prevalecer lma nlerte homogenización
del relato de las revoluciones de la América española. Una suerte de aplana-
miento, en la medida que se tiende a pensar en una única revolución en el mlmdo

33. Isidro Vanegas, La Revolución Neogranadina, ob. cit., pp. 398-407.

36
Isidro Vanegas

hispánico, idea que se ampara en la obra de Fran,ois-Xavier Guerra, aun cuando


este señala cómo en las llamadas zonas insurgentes americanas hay un momen-
to en que se empiezan a invocar referentes y aspiraciones que no provienen de
la península y que señalan hacia lilla diversificación del curso de los aconteci-
mientos. 34 Guerra, desafortunadamente, 110 se interesó en detallar esta segunda
etapa de las revoluciones y su investigación en torno al tema se concentró en el
momento en que la América española siguió estando unida a su metrópoli en el
rechazo de la invasión francesa. Esta escogencia facilitó aquel aplanamiento de
las revoluciones pero a esto contribuyó igualmente el conocimiento menos fino
que su investigación desplegó tanto de la América en comparación con la penín-
sula, como de la América insurgente respecto a la América lealista.
Guerra, en efecto, subrayó cómo al momento de desencadenarse la crisis
monárquica esta América era, con todas sus implicaciones, una parte integrante
de la corona española y cómo es por tanto en el marco de ese gran conjunto
que es preciso estudiar esos acontecimientos, pues él determina las opciones y
los horizontes que, efectivamente, se ponen en juego." Pero Jos grandes trazos
que da de los eventos en aquellos territorios tan amplios permiten suponer que
la revolución del orbe español continuó siendo básicamente una sola durante
todo el tiempo de las conmociones. Su relato, pues, abre las puertas a una doble
homogenización. Por un lado, a una cohesión geopolítica artificial, esto es, a la
suposición de que los sucesos y las creaciones políticas e institucionales emergen
de la Península y siguen siendo idénticos a los de esa supuesta fuente. Por otro
lado, propicia una homogeneidad temporal, en cuanto hace aparecer las revolu-
ciones como una sola unidad, sin cambios ni pnntos de mptura.
Aquella inclinación a supeditar las revoluciones de la América española toda
a los eventos e ideas de su metrópoli, que en Guerra apenas se insinuaba, adqui-
rió en años recientes una f~uerza considerable debido en buena medida al protago-
nismo que en el ámbito latinoamericano han alcanzado las universidades e histo-
riadores españoles. El recurso principal con que se reclama tal preponderancia es
el constitucionalismo y el liberalismo gaditanos, pues desde esta perspectiva los
debates y los discursos producidos alrededor de las Cortes de Cádiz en los años
1810-1814 habrían iniciado y dado cuerpo al pensamiento político modemo que
en una medida u otra se habría desarrollado en los antiguos dominios americanos
de la monarquía. 36 Tal idea puede ser desmentida explícitamente al menos para

34. Franyois-Xavier Guerra, Modernidad e independencias, ob. cit., pp. 46-50. En otro artículo
("Lógicas y ritmos de las revoluciones hispánicas", pp. 44-45), Guerra expone el mismo argumen-
to, pero se trata básicamente de lo dicho en lvJodernidad e independencias.
35. Franyois-Xavier Guerra, Modernidad e independencias, ob. cit.
36. Véase: Manuel Chust, coord., Doceañismos, constituciones e independencias. La constitu-

37
Revolución Neogranadina: la feliz catástrofe

los casos del Río de la Plata, Venezuela y Nueva Granada,37 y podría ser puesta
en duda para otros ámbitos, pero importa sobre todo tornar nota de cómo eso que
he dado en llamar la hispanización de las revoluciones de la América española
las ha cargado con no poco provincianismo. En el sentido que ha conllevado
una injustificada postergación del vínculo de los americanos meridionales con
Estados Unidos y la Europa de más allá de los Pirineos. Estarnos, en efecto, ante
una nueva tentativa de hispanizar las revoluciones, que corno en el caso de la an-
terior -que vio surgir la obra de Carlos Stoetzer, y en el caso colombiano la de
Rafael Gómez Hoyos-, busca elevar a algún agente español-metropolitano al
nivel de primum movens de lo moderno latinoamericano: bien sean los jesuitas,
la escolástica del siglo de oro o la Constitución de Cádiz. 38
La homogenización de las revoluciones hispanoamericanas, por lo demás, se
ha expresado también a través de la idea según la cual sus resultados pueden ser
leídos de manera adecuada a la luz del caso mexicano. En otras palabras, se ha
elevado la revolución de la Nueva España al rango de canon del acontecimiento
revolucionario de la América españo la, extrayéndose de ese caso conclusiones
que se quieren hacer valer sobre el conjunto de la región. Ese procedimiento,
que refuerza y es reforzado por el gaditanismo, se adecúa al hecho de que esos
dominios siguieron efectivamente la dinámica peninsular de manera más pro-
nmda y más larga que en zonas como la Costa firme. Él conduce, no obstante,
a limitar la reflexión en lo relativo a elementos interpretativos importantes que
han sido postulados en las últimas décadas -soberanía de los pueblos, pactismo,
vacío de poder, entre otros- pero que han sido pobremente dilucidados, en parte
debido a la aceptación apresurada de los télminos en que han sido propuestos.
Así, el arquetipo mexicano ha permitido generalizar ideas como aquella según la
cual las revoluciones de la década de 1810 dieron por doquier como lmo de sus

ción de 1812 y América, Fundación Mapfre, Madrid, 2006; Roberto Breña, El primer liberalismo
español y los procesos de emancipación de América, 1808-1824, El Colegio de México, México
DF, 2006. Contra toda evidencia también en Colombia se ha hecho a la Constitución de Cádiz la
fuente de nuestro constitucionalismo. Véase, entre otros el artículo del entonces magistrado de la
COlte Constitucional, Mauricio González: "Dos siglos de la Constitución de Cádiz", El Tiempo,
marzo 19 de 2012.
37. Allan R. Brewer-Carías, "El paralelismo entre el constitucionalismo venezolano y el cons-
titucionalismo de Cádiz (o de cómo el de Cádiz no influyó en el venezolano)", en La constitución
de Cádiz de 1812, Universidad Católica Andrés Bello, Caracas, 2004, pp. 223-332; Noemí Gold-
man, "El concepto de constitución en el Río de la Plata", Araucaria, nO 17, 2007, pp. 169-186.
38. Véase Orto Carlos Stoetzer, El pensamiento político en la América española durante el
período de la emancipación (1789-1825), 2 vols., Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1966.
Véase también la aguda crítica que le hace Juan Carlos Rey: "El pensamiento político en España
y sus provincias americanas durante el despotismo ilustrado (1759-1808)", en Gual y España. La
independencia frustrada, Fundación Empresas Polar, Caracas, 2007, pp. 69-92.

38
Isidro Vanegas

resultados un tipo de ciudadanía arcaica, el "ciudadano-vecino", como lo afirma


sin ningún estudio María Teresa Uribe para el caso neogranadino. 39 También ha
llevado a presentar las revoluciones como acontecimientos escasamente mptu-
ristas, con lo cual se le transfiere lm grave defecto a su elucidacióu pues, como
10 muestra al menos la revolución de la Costa Firme, el cambio que se operó en
todos los ámbitos fue radical en muchos sentidos.
La centralidad de la revolución novohispana y de la historia política mexi-
cana del siglo XIX ha predispuesto, pues, a los historiadores a admitir con de-
masiada facilidad el fracaso de todo el experimento republicano de la América
Latina. Franyois-Xavier Guerra 10 avaló de manera condescendiente en varios
apartes'O Antonio Annino, por su parte, pretende caracterizar como contrahecha
la naciente soberanía del pueblo en toda la América española." Rafael Rojas
puebla con liviandad toda la región con caudillos, "repúblicas aéreas" y decep-
ciones." José Antonio Aguílar pretende cuestionar ciertos lugares comunes so-
bre la historia constitucional latinoamericana pero toma como punto de partida
el más protuberante lugar común: "el atraso político de Hispanoamérica" en el
siglo XIX.'" Y es que una parte considerable de los relatos académicos de las
revoluciones de la América española están marcados tanto por su sofisticación
y variedad interpretativa como por una aguda persistencia de la idea de fracaso.
Idea esta cuya rusticidad suele quedar encubielta con cierta complejidad argu-
mentativa y que resiste muy bien a las conclusiones de diversas investigaciones
recientes que si no la impugnan enteramente al menos la matizan muy seriamen-
te. Y que, sobre todo, deberían significar un replanteamiento importante de los
términos de la indagación.
Es esto lo que, a mi juicio, incitan a hacer diversos estudios en tomo a la re-
volución de la Nueva Granada. Porque si esta es observada con cuidado, resulta
forzoso poner en cuestión aquel relato homogenizante que emerge del paradigma
predominante. En el Nuevo Reino, si bien durante el primer año de su revolución
hay plena sintonía con el resto del mundo hispánico en su afirmación españolista
y monarquista, muy rápidamente van a an'aigar 1m lenguaje, unas expectativas
y unas movilizaciones sociales que rompen con el orden monárquico y que ven

39. María Teresa Uribe, "Órdenes complejos y ciudadanías mestizas", en Nación, ciudadano y
soberano, Corporación Región, Medellín, 2001, pp. 195~214.
40. Franryois-Xavier Guerra, A10dernidad e independencias, ob. cit., pp. 360-363; Fran~ois­
Xavier Guerra, "Las metamorfosis de la representación en el siglo XIX", arto cit.
41. Antonio Annino, "Soberanías en lucha", en Inventando la nación, ob. cit., pp. 152-184.
42. Rafael Rojas, Las repúblicas de aire. Utopía y desencanto en la revolución de Hispa-
noamérica, Taurus, México DF, 2009.
43. José Antonio Aguilar, En pos de la quimera. Reflexiones sobre el experimento constitucio-
nal atlántico, FCE I CIDE, México DF, 2000.

39
Revolución Neogranadina: la feliz catástrofe

la democracia representativa como el único orden dentro del cual pueden ser
satisfechas sus esperanzas. El constitucionalismo, tan rupturista y tan prolijo que
se desarrolló en territorio neogranadino, expresa asimismo la obsesión por re-
fundarlo todo que se toma a los líderes políticos que ocupan completamente la
escena pública desde mediados de 1810 en todo el Nuevo Reino'4 Además de
ese constitucionalismo excepcional en el conjunto hispanoamericano, la ampli-
tud de la representación política, el repudio directo y tajante del monarca, el
afán por romper con la metrópoli, son otros indicios de la especificidad de esta
revolución.
De manera que el relato de las revoluciones de la América española como
algo uniforme y en buena parte exógeno a su propia experiencia debería ser
confrontado con exploraciones sistemáticas y particulares que dejen ver también
sus ritmos temporales y sus diferencias "regionales". En este sentido, el estudio
de la Revolución Neogranadina incita a tomarse en serio algo que, como había
indicado, percibió entre otros Fran<;ois-Xavier Guerra, quien no le dio mayor im-
portancia: la existencia de dos tipos de revolución en la América hispánica, dis-
tinguibles según esas mutaciones fueron más o menos endógenas respecto a los
sucesos de la metrópoli. Un primer tipo de revolución, que tuvo como escenarios
paradigmáticos a México y Perú, donde los acontecimientos dependieron de ma-
nera profunda y larga del ritmo de los eventos peninsulares, y donde se produjo
una ruptura bastante sinuosa con la nación y la monarquía españolas. Un segun-
do tipo de revolución, que tuvo como escenarios paradigmáticos a Venezuela y
la Nueva Granada, donde el ritmo de las novedades se desligó muy pronto de los
acontecimientos de la península española, y donde el horizonte republicano y la
independencia adquirieron una nitidez precoz si se hace lma comparación con
el resto de la región. En el primer caso es perceptible una mayor duración del
impulso "exógeno" y una mayor longevidad de la figura del rey como articulador
del orden social. En el segundo, una más rápida transformación de la revolución
en un proceso "endógeno" y una más rápida afirmación de una forma de gobier-
no democrática en su variante representativa.
Así, la Revolución Neogranadina debería tomar un lugar menos secundario
en el conjunto de las revoluciones de la América española. No por simples razo-
nes de amor patrio sino debido a que constituye un tipo particular de itinerario de
los cambios fundamentales que ocurrieron en esta parte del mundo en la década
de 1810. De seguirla dejando de lado, los historiadores que aspiran a una mirada
de conjunto sobre la América Latina se privarán de un valioso elemento de aná-
lisis. Pero para afrontar desde aquí ese desafio es preciso abandonar el complejo

44. Isidro Vanegas, El constitucionalismofimdacional, Ediciones Plural, Bogotá, 2012.

40
Isidro Val1egas

de inferioridad que impide proponer conceptualizaciones sobre el conjunto del


acontecimiento revolucionario; rehusar de fmma práctica la existencia de una
especie de división internacional del trabajo intelectual según la cual en Europa y
Estados Unidos se hacen las generalizaciones, mientras que al sur le corresponde
la minucia. En esta perspectiva, sería preciso atreverse a comparar las revolucio-
nes de la América española con las grandes revoluciones de Occidente, pues no
de otra manera dejaremos de ver nuestra historia como una anomalía o un caso
aislado. Esto puede enriquecer el análisis, abrir nuevos interrogantes, obligamos
a sopesar otras preguntas y métodos. En el temor que subyace a la supuesta in-
significancia de nuestros eventos hay un lastre que bloquea nuestro pensamien-
to. En esto tienen mucho que enseñarnos los intelectuales del siglo XIX, que
llegaron a afirmar que la neogranadina era lilla revolución que había conllevado
más transformaciones que la más distinguida de las revoluciones de la época: la
angloamericana. Ingenuidad, exceso de optimismo o lucidez. La cuestión vale la
pena ser reflexionada.

41
PUEBLO, JUNTAS Y REVOLUCIÓN

Magali Carril/al

Con la revolución del mundo hispánico el pueblo se convierte en el principio


político que articula la nueva sociedad. Deja de ser considerado como súbdito
de un soberano para pasar a ser contemplado como soberano en sí mismo. Pero
cuando en la Nueva Granada en el año de 1810 se comienza a hablar de pueblo
soberano, de qué pueblo se está hablando? Podría afirmarse que allí existe un
pueblo soberano? Saber quién es ese pueblo deviene un asunto fundamental.
Esta, sin embargo, es una pregunta cuya respuesta siempre está siendo reformu-
lada y respondida según la perspectiva de los aclares del régimen democrático.
Porque la cuestión del pueblo parece evidente, pero un ejercicio que a prime-
ra vista se considera sencillo comienza a complicarse desde el momento en
que intentamos definir e identificar el sujeto del cual hablamos. Las múltiples
acepciones que encontramos del vocablo pueblo nos dan prueba de ello, como
también las sutilezas que comienzan a aparecer en el lenguaje de los actores de
la escena pública, sutilezas que pueden parecemos duplicidades o mera retórica.
Hay que tener en cuenta, sin embargo, que en el momento revolucionario -es
decir entre 1808 y 1816-, se pasa de una lealtad incondicional al rey Fernando
VII a una separación no solo respecto al rey sino respecto a la monarquía en la
mayor parte del territorio neogranadino, mptura que lleva consigo cambios im-
portantes en la manera de concebir muchas instituciones, prácticas y nociones,
entre ellas la de pueblo.
El cambio fundamental a que se ve sometido el pueblo radica en el nuevo
rol que asume como soberano, el cual conlleva una doble función: por un lado,
es el principio que legitima y organiza la nueva forma de sociedad; por el otro,

l. Investigadora independiente. Miembro del "Grupo de Investigaciones Históricas" GIHistor.

43
Pueblo,juntasy Revolución

es el sujeto que debe ejercer ese nuevo régimen de autoridad. Se instaura así
una tensión política y sociológica que es común a todos los regímenes basados
en la soberanía del pueblo. La tensión entre el pueblo-principio y el pueblo-
sociológico, como la denomina Pierre Rosanvallon.' Tensión entre un principio
político que tiende a unificar lo social, a anular los atributos particulares, y un
principio sociológico que intenta afianzar la existencia y la expresión de las
particularidades sociales. Con esto emerge la pugna entre 10 uno y 10 múltiple,
entre la unidad y la diversidad, característica primordial de los regímenes de-
mocráticos.
En la Nueva Granada, la concepción política del pueblo, que se había insi-
nuado de manera tímida a través de algunos publicistas en los últimos años del
siglo XVIII, solo adquiere forma con la crisis de la monarquía hispánica abierta
en 1808 tras las abdicaciones de Bayona y el llamado a ejercer la representación
política del rey en su ausencia. Poco a poco ese pueblo soberano irá ganando
terreno, aunque 10 hará de manera ambigua y hasta contradictoria. Un espacio
privilegiado para estudiar esa transformación es el momento juntista, es decir,
el momento en que son creadas las diferentes juntas en las provincias neogra-
nadinas, puesto que es allí, a mediados de 1810, que se comienza a hablar del
pueblo como soberan0 3 Y aunque sabemos que en medio de la erección de esas
juntas aparece una nueva concepción de pueblo, no sabemos a qué pueblo es
que ellas se refieren. Antes de intentar resolver este interrogante es preciso co-
nocer los intentos de formar juntas que tuvieron lugar en 1809, para comprender
la dinámica de 1810 dado que esta no es ni espontánea ni una simple copia de
otros lugares. A esto consagraré la primera parte de este texto. En la seglmda,
intentaré dar cuenta de la importancia de las juntas creadas en el virreinato en
1810, señalando las motivaciones y justificaciones que utilizaron algunas ciuda-
des para su establecimiento, y mostrando cómo fue entendido el pueblo en ese
momento. En la tercera parte haré un análisis acerca de cómo fiJe concebida la
soberanía en el mismo periodo.

Intentos fallidos de formar juntas


Uno de los reclamos que levantaron en el momento revolucionario los hombres
neogranadinos interesados en los asuntos públicos fue la formación de juntas

2. Pierre Rosanvallon, Le peuple introllvable. Histoire de la représentation démocratique en


France, Editions Gallimard, Paris, 1998.
3. Un panorama del momento juntista en Daniel Gutiérrez, Un Nuevo Reino. Geogl'afia poli-
tica, pactismo y diplomacia durante el interregno en Nueva Granada (1808-1816), Universidad
Externado, Bogotá, 2010, pp. 111-234.

44
Magali Carrillo

en las diferentes provincias, el cual comienza a manifestarse al menos desde


junio de 1809, aunque no serán creadas sino a partir de mayo de 1810. Estudios
recientes han precisado que el bienio 1808-1809 es esencial para comprender la
crisis de la monarquía española y lo que de ella resultará:' Sin embargo, 1809 ha
sido pensado como el año del llamado a los americanos a elegir diputados para
formar parte de la Junta Central Suprema y Gubernativa de España e Tndias,
pero en el vilTeinato de la Nueva Granada al mismo tiempo que se efectuaba la
elección del diputado del Reino surgía la pregunta sobre la pertinencia de for-
mar una junta provincial a semejanza de las que habían sido creadas en la me-
trópoli. En el ambiente de zozobra vivido a 10 largo de dicho año, esa exigencia
de una junta provincial no hizo sino acrecentarse, tanto así que al conocerse en
Santafe los sucesos quiteños de agosto y estando los novadores neogranadinos
seguros de que el vilTey "entregaría" el Reino a los franceses, se empecinaron
en la formación de una junta del Reino, pues en ella centraban las esperanzas
de reencontrar la quietud perdida y salvar esta parte de la monarquía española.
¿De dónde surge esa exigencia de formar una junta provincial? En primer
lugar de la propia península, pues como sabemos, la Junta Central expidió un
reglamento sobre las Juntas Provinciales de Observación y Defensa, que si bien
prohibía su creación, al mismo tiempo planteaba que ellas serian "utilísimas" y
aun fOlTllarían "una especie de cuerpos intermediarios entre el pueblo y las au-
toridades de las provincias, e influirán con una saludable vigilancia en que todos
llenen sus respectivos deberes".5 De esta manera, su propuesta era muy revo-
lucionaria, pese a que no fuera tal su objetivo, pues por primera vez proponían
la separación del poder y la sociedad, es decir, del rey respecto a su pueblo, ya
que reconocer a las juntas provinciales como cuerpos intermediarios implicaba
instituir una separación que no había existido hasta el momento. 6 El reglamento
igualmente introdujo una gran novedad en el imaginario político de los reinos
americanos cuando expresó que existía una perfecta igualdad política entre la

4. Quien primero llamó la atención sobre este periodo fue Franyois-Xavier Guerra en su clá-
sico lvfodernidad e independencias, Mapfre / FCE, México DF, 2001 [1992J, pp. 115-225. Véase
también: Roberto Breña, ed., En el umbral de las revoluciones hispánicas: el bienio 1808-1810,
El Colegio de México I CEPC, México DF, 2010; Isidro Vanegas, La Revolución Neogranadina,
Ediciones Plural, Bogotá, 2013.
5. Archivo Histórico Nacional (AHN), Estado, 69A, documento 9. Este reglamento, expedido
en Sevilla el 10 de enero de 1809, estaba destinado ti organizar las juntas subalternas o de partido
creadas en la península, aunque fue enviado a todos los reinos españoles de ambas orillas del At-
lántico. Así, los neogranadinos conocieron el texto en mayo de ese año, lo que abrió la discusión
en el vilTeinato acerca de la legitimidad o no de crear juntas provinciales en América.
6. Una reflexión en tomo a esta separación en Claude Lefort, "La question de la démocratie",
en Essais sur le politique, XIXe-/(){e s¡(xles, Seuil, París, 1986, pp. 17-32.

45
Pueblo, juntas y Revolución

península y América. Situar en el mismo plano a las provincias y los pueblos


de toda la monarquía hispánica, prometiéndoles a todos unos mismos derechos,
constituía un gran trastorno en el funcionamiento de la sociedad monárquica,
de manera que si la Junta Central quería evitar las intrigas de Napoleón y con-
solidar la unión del imperio español, lo que hizo fue acelerar su propia desin-
tegración 7
Este discurso de las autoridades peninsulares fue rápidamente apropiado
por los novadores neogranadinos, que en la situación de desconfianza prevale-
ciente comenzaron a demandar la creación de una junta del Reino. La primera
solicitud conocida en este sentido la elaboró Camilo Torres un mes después de
saberse del reglamento, en junio de 1809, cuando hizo una propuesta sobre el
contenido de las instrucciones para el diputado del Reino ante la Junta Central.
Partiendo de una exigencia de igualdad entre América y la península, Torres
planteó que debían ser creadas juntas provinciales permanentes en las capita-
les de los reinos y capitanías generales, las cuales debían estar compuestas de
representantes de todos los cabildos, al menos hasta que en la Junta Central no
hubiera igual número de diputados americanos y españoles. Justificando su pro-
puesta en una razón práctica -la agilidad en las respuestas de cada uno de los
reinos y capitanías de América a la Junta Central-, Torres ponía en aprietos a
esta al proponer una representación provincial independiente del poder central. 8
La solicitud de crear juntas provinciales en la Nueva Granada sin duda fue
potenciada también por la creación de una Junta Suprema en Quito ellO de
agosto de ese año. Con el llamado del Marqués de Selva Alegre a los cabildos
de Popayán, Pasto y Santafé a reconocer la nueva autoridad formada en aquella
ciudad, la inquietud de crear una junta provincial por parte de los novadores
neogranadinos se irradió por todo el Reino, aunque ciertamente no en todas
partes tuvo buena acogida esa propuesta, pues en Popayán, Pasto y Cali, los
cabildos se apresuraron a objetar la acción de Quito.'

7. Esto no quiere decir que la promulgación de este decreto sea la "causa" de la desintegración
monárquica, sino más bien que el decreto expresa la situación revolucionaria por la que atravesaba
el imperio español. Ver al respecto Isidro Vanegas, La Revolución Neogranadina, ob. cit.
8. Carta de Camilo Torres a Santiago Pérez de Valencia, junio 5 de 1809, en "Cartas de Camilo
Torres", Repertorio Colombiano, vol. XVIII, nO 2, junio de 1898, Bogotá, pp. 84-87. Más que una
junta provincial en el sentido de las que habían instalado en la península, lo que Torres está propo-
niendo es una "Junta Central" con representación de todo el Reino.
9. Acta del cabildo de Popayán, agosto 20 de 1809, en Archivo Central del Cauea (ACC), libro
capitular de Popayán, t. 55, ff. 26v-29v; Carta de Joaquín de Caicedo y Cuero a Santiago PérezArroyo
y Valencia, agosto 28 de 1809, en "Para la historia. Documentos inéditos", Popayán, año JI, n° XVII,
diciembre de 1908, Popayán, p. 269; Auto y proclama del cabildo de Pasto relativo a los sucesos de
Quito, agosto 29 de 1809, en Gustavo S. Guerrero, comp., Documentos históricos de los hechos ocu-
rridos en Pasto en la guerra de independencia, Imprenta del Departamento, Pasto, 1912, pp. 9-12.

46
Magali Carrillo

En contraste, en otros sitios como Santafé de Bogotá, el Socorro y Mompós,


las acciones de los quiteños impulsaron la idea de formar una junta provincial,
idea que contenía la esperanza de recuperar la tranquilidad en un momento de
bastante inestabilidad, y de conservarle el Reino a Fernando VII. En la capital
virreinal, cuando llegaron los oficios enviados por la Junta de Quito instando
a reconocer las nuevas autoridades, el virrey decidió entregarlos al cabildo -
después de consultarlo con la Real Audiencia-, pues los capitulares ya co-
nocían de su existencia. 10 Una vez leídos los pliegos, los regidores solicitaron
insistentemente a Amar la formación de una junta compuesta de las principales
autoridades y cuerpos de la ciudad, la cnal resolviera 10 que debía contestársele
al Marqués de Selva Alegre, pues un astmto de tanta gravedad no podía ser so-
lucionado sin el concurso del público. El virrey entonces acordó, no sin recelos
frente a la posible alteración de la tranquilidad en la capital, convocar una junta
de notables similar a la que había citado en septiembre del año anterior. La
reunión, que se desarrolló los días 6 y 11 de septiembre en el palacio virreinal,
giró básicamente en torno a dos puntos. En primer lugar, si el cabildo debía o
no contestarle al Marqués de Selva Alegre y en qué términos, cuestión que se
consideró como deliberativa. Y en segundo lugar, las medidas que se debían
tomar para reprimir a los quiteños, punto considerado como consultivo, pues la
determinación final la debía tomar el Real Acuerdo. Los capitulares, por su par-
te, también llegaron a estas reuniones con bastante desconfianza, dado el temor
a Bonaparte y a que los españoles europeos le entregaran el Reino, 10 cual los
hacía supremamente cautelosos con las autoridades virreinales. En un ambiente
enrarecido y tenso, una de las primeras propuestas que se escuchó fiJe la de for-
mar una jtmta provincial similar a la de Quito, con el objeto, decían los novado-
res, de reconstruirle la legitimidad a quienes tenían en sus manos las riendas del
gobierno, pues una de las principales justificaciones de los rebeldes había sido
su desconfianza ante las autoridades superiores. Esta argumentación partió del
Síndico Procurador General, José Gregario Gutiérrez, quien afirmó que las sos-
pechas de los quiteños hacia sus gobernantes se habían ahondado precisamente
porque "no se ha verificado el plan de las Juntas Provinciales mandado circu-
larmente por la Suprema Central Gubernativa a nombre del Sr. D. Fernando 7"
(que Dios guarde) en su Real Cédula de 1" de Enero de este año"."

1O. Resumen de los oficios dirigidos desde Santafé a la península, febrero 19 de 1810, en Ar-
chivo General de Indias (AGl), Audiencia de Santafé, legajo 747,
11. Voto del Procurador General, José Gregario Gutiérrez, en la junta sostenida en Santafé el
11 de septiembre de 1809 con motivo de los sucesos de Quito, en BN, Fondo Antiguo, Manuscri-
tos, Libro 184, ff. 44r-45v.

47
Pueblo, jun tasy Revolución

La apelación a este decreto de la Junta Central fiJe recurrente en varios de


los asistentes a la reunión de Santafé. Frutos Joaquín Gutiérrez, catedrático del
Colegio de San Bartolomé, relató cómo en la segunda sesión algunos eclesiásti-
cos se declararon por la erección de una junta provincial, "conforme al modelo
de las de España, detallado en Real Orden de 10 de Enero de este año". 12 Algu-
nos llegaron incluso a proponer la erección de una junta provincial que tuviera
al virrey como presidente, así como un vice-presidente que hiciera las veces de
intermediario entre el virrey y los ministros togados, dos de los cuales debían
ser vocales. El Síndico Procurador en el voto que presentó ese día no solo ex-
presó el temor de los quiteño s a ser entregados a los franceses, sino también el
de los neogranadinos, pues según su argumentación era claro que los principa-
les magistrados, al oponerse a la formación de una junta, no daban muestras
sino de querer cederle el Reino a José Bonaparte 13 Gutiérrez agregaba que el no
obedecimiento de un decreto de la Junta Central podría ser considerado como
la prueba de su desaparición, pues nada podía evidenciar que ella aún existía en
el "mismo grado de autoridad y representación en que le juramos obediencia",
argumento utilizado igualmente por los quiteños. En cambio, si se creaba una
junta provincial -la autoridad intermedia entre el gobierno y el pueblo--- se
calmarían los recelos de un pueblo inquieto al que así se le demostraría que la
Junta Central existía, pues sus órdenes eran cumplidas. Finalmente, a pesar de
que en las reuniones de septiembre hubo veintiocho votos a favor de la creación
de una junta provincial en el Nuevo Reino, no se resolvió afirmativamente su
establecimiento pues, por el carácter consultivo de la reunión, la decisión final
dependía del Real Acuerdo. El 5 de octubre estos definieron que el Cabildo de
Santafé respondiera los pliegos de los quiteños, "a su entero y libre arbitrio",
mientras que el establecimiento de una junta provincial de defensa semejante a
las establecidas en España, fue rechazado por Amar. 14
Ciertamente no todos los asistentes a estas reuniones estuvieron a favor
de la creación de una junta provincial. Algunos, sin oponerse abiertamente,
estuvieron en completo desacuerdo -como lo confesaron meses después-,
ya que consideraban que si las juntas en la península podían ser justas y

12. Carta de Frutos Joaquín Gutiérrez a Manuel MartÍnez Mansilla, septiembre 22 de 1809, en
Archivo General de la Nación (AGN), Sección Colonia, Fondo Miscelánea, t. 111, f. 811rv.
13. En 1810 el Síndico Procurador de Santafé, Ignacio Herrera, también esgrimirá este argu-
mento al plantear que la solicitud de instalar unajunta provincial se hizo con el fin de contrarrestar
la influencia de los afrancesados en el Nuevo Reino. Informe del Síndico Procurador General a la
Junta Central, enero 15 de 1810, en Sergio Elías Ortiz, comp., Colección de documentos para la
historia de Colombia, t. n, Editorial Kelly, Bogotá, 1965, p. 96.
14. Acta del cabildo de Santafé, octubre 6 de 1809, en AGN, Sección Archivo Anexo, Fondo
Consultas, t. 1, t 85.

48
Magali Carrillo

convenientes, en América eran inconvenientes y contraproducentes, pues las


"circunstancias deciden de lo conveniente o perjudicial que es la introducción
de novedades en las fono as de Gobierno". 15
Pese a estas opiniones y a la negativa de las autoridades, la solicitud de
establecer una junta provincial se fue difimdiendo poco a poco por el resto del
Reino neogranadino. A esto ayudó la conspiración que el CUIa Andrés María
Rosillo impulsó desde Santafé hacia septiembre de 1809, Y cuyos miembros en
su mayoría eran de filera de la capital. 16 La diversidad de patrias de los conspi-
radores penoitió que la propuesta de crear juntas provinciales se difundiera con
cierta amplitud, de fonoa que en sus planes estaba la creación de una junta en
Santafé y el nombramiento en los demás sitios de vocales que fonoaran parte
de la misma. Así, a comienzos de noviembre file enviado Juan José Monsalve al
Socorro a tratar de convencer a sus alcaldes ordinarios de que colaboraran en el
establecimiento de una junta en Santafé, "en inteligencia que si de la Capital se
elegían tres Vocales, otros tantos habian de nombrarse de la Villa del Socorro, y
de todos estos se compondría la referida Junta".!7 Según la persona de San Gil
que denunció la conspiración, los alcaldes ordinarios estuvieron de acuerdo con
la propuesta, conviniendo en secundar su establecimiento y en enviar sus voca-
les a Santafé. y si bien en esta ciudad no se fonnó lajunta debido a la prisión de
la mayoría de los interesados, en diversos lugares esa propuesta ayudó a aumen-
tar las inquietudes. Desde Mompós, por ejemplo, Vicente Talledo le infonoó al
virrey que los capitulares querían fonoar una junta provincial, en consonancia
con sus "ideas libres y criminales", y que creyendo que el proyecto de Quito ya
estaba realizado, podrían imitarlos, "y aun fonoar en este villorrio el centro de
un gobierno semejante"." Durante el resto del año, las autoridades virreinales
continuarán temiendo que los novadores constituyan juntas provinciales, lo cual
es denunciado en varias oportunidades.!9

J 5. Carta de Diego Martín Tanco a Camilo Torres, octubre 25 de 1809, en AH), Fondo Camilo
Torres, carpeta 33, ff. 95r~97r.
16. Para una ampliación del tema ver Magali CatTillo, 1809: Todos los peligros y esperanzas,
t. 1, Universidad Industrial de Sat1tander, Bucaramanga, 2011, pp. 12-28.
¡ 7. Denuncia de conspiración hecha al alcalde de primer voto de San Gil, Clemente Sarmiento,
noviembre 17 de 1809, en AGN, Sección Archivo Anexo, Fondo Historia, t. 16, f. 503v.
18. Oficio reservado de Vicente Talledo al virrey, noviembre 13 de 1809, en Manuel Ezequiel
Corrales, comp., Documentos para la Historia de la Provincia de Cartagena, t. L, Imprenta de
Medardo Rivas, Bogotá, 1883, pp. 20-21.
19. Resumen de algunos oficios dirigidos desde Santafé a la península, julio 11 de 1810, en
AGI, Audiencia de Santafé, legajo 747. Este denuncio tiene que ver con los conspiradores reunidos
en tomo al cura Andrés María Rosillo desde el mes de septiembre.

49
Pueblo, juntas y Revolución

En 1810 la certeza que asumen ciertos notables neogranadinos de que no


existe "gobierno alguno" y que la monarquía se ha disuelto, será el detonante
para la proliferación de juntas en el virreinato. En ese contexto es que surge la
primera referencia explícita al pueblo como soberano. Quien la expresa es Ca-
milo Torres, en mayo de 1810, en una carta a su tío Ignacio Tenorio en la que
le cuestiona su propuesta de establecer una Regencia en América que supuesta-
mente ayudaría a los reinos americanos a salir del caos en que se encontraban
por la ausencia del monarca. Para Torres, la propuesta de su pariente no sólo
era impracticable -por los tiempos, las distancias y los celos que se generarían
en los diferentes reinos-, sino también perjudicial debido a las restricciones
que se le colocarian a "los derechos sagrados de un pueblo libre que se reúne
por medio de sus representantes para formar y organizar el Gobierno que mejor
le convenga a sus más preciosos intereses"2o Agregaba Torres que el pueblo
no podía ser destituido de esa libertad que había recuperado, pues ella estaba
basada en sus derechos naturales, racionales y justos. El goce pleno de dicha
libertad, sin embargo, requería que los "buenos patriotas" cultivaran la razón y
perfeccionaran las costumbres, de forma que se hicieran conocedores y defen-
sores de sus derechos. Cuando esto ocurriera, se declararía y reconocería "que
somos hombres, que somos Ciudadanos y que formamos un pueblo soberano".'l
Torres planteaba que en la situación en que se encontraban los reinos espa-
ñoles en ese momento de mediados de 1810 solo existían dos posibilidades: o
Fernando VII seguía siendo su rey, independientemente de que estuviera preso,
y en tal caso no debería cambiarse ni el orden, ni las autoridades, ni los fun-
cionarios públicos; o por el contrario, Fernando ya no "existía" como rey -lo
cual implicaba que la monarquía se había disuelto y los lazos que los unían con
la metrópoli se habían roto-, y por lo tanto las deliberaciones, las juntas y los
gobiernos elegidos no debían hacerse "a nombre de un duende o un fantasma",
pues la soberanía "que reside esencialmente en la masa de la nación la ha re-
asumido ella y puede depositarla en quien quiera, y administrarla como mejor
acomode a sus grandes intereses"." Hablando en futuro, Torres planteaba que
los pueblos libres tenían el derecho de modificar su gobierno y reformar su
constitución, para 10 cual se debería tomar como modelo el gobierno de los nor-
teamericanos. Su propuesta inmediata incluía formar una Junta Suprema per-
manente en cada reino, la cual estaría integrada por representantes de distintas
juntas provinciales cuyos diputados serían convocados por el pueblo, pues a él

20. Carta de Camilo Torres a su tío Ignacio Tenorio, mayo 20 de 1810, en Guillermo Hemán-
dez, comp., Proceso histórico del 20 de Julio de 1810, Banco de la República, Bogotá, 1960, p. 59.
21. Guillermo Hernández, comp., Proceso histórico del 20 de Julio de 1810, ob. cit., p. 55.
22. Gtüllermo Hernández, comp., Proceso histórico del 20 de Julio de 1810, ob. cit., p. 60.

50
MagaN Carrillo

había vuelto todo poder y toda autoridad por ser su primitivo origen.
Camilo Torres en este momento entiende al pueblo como la masa de la na-
ción, es decir, alude a un pueblo que como totalidad de habitantes de una co-
munidad política reclama la soberanía y la reasume. Sin embargo, no es en la
nación española en 10 que piensa, como se aprecia en su misma carta, donde
indica que los reinos y provincias americanas deberían organizarse por sí solos
como naciones independientes, y darse el gobierno que mejor se acomode a
~'sus necesidades, sus deseos, su situación, sus Iniras políticas, sus grandes inte-
reses y según el genio, carácter y costumbres de sus habitantes. 23
En el mismo mes en que Torres escribe esta carta, comienzan a aparecer
las juntas en el virreinato. Efectivamente, a partir de mayo de 1810 estas serán
creadas en lugares como Cartagena, Socorro, Santafé, Pamplona, Tunja o Popa-
yán -por nombrar solo algunas-, a medida que la noticia de la ocupación de
España por el ejército francés se vaya expandiendo, y que la confrontación con
las autoridades virreinales llegue a niveles insostenibles.

El pueblo en las primeras juntas provinciales


Los historiadores tradicionalmente habían pensado que el periodo juntista de
1810 no sólo era el comienzo de la revolución sino que él condensaba toda la
revolución. Estudios recientes han precisado cómo allí no comienza la revo-
lución --la revolución comienza en 1808-, pero algunos de estos trabajos le
han quitado a la formación de las juntas la importancia que merece, aduciendo
que la mayoría de eUas fÍJeron creadas a nombre del rey y que por 10 tanto este
episodio carece de significación en el sentido que no operó ninguna ruptura sig-
nificativa." Es cierto que las juntas se fOlmaron a nombre del monarca -aun-
que como veremos enseguida esto admite matices importantes-, pero ellas no
fueron una simple ratificación de la lealtad a él y a la nación española sino que
en sus manifiestos, sus actitudes y sus determinaciones es posible ver cambios
importantes respecto al antiguo orden político. Cambios sutiles aunque signifi-
cativos respecto al soberano, los cuales además tuvieron variaciones importan-
tes de unas provincias a otras.
La primera junta del vin'einato neogranadino fue la de Cartagena, el 22 de
mayo, cuya formación se estaba solicitando abiertamente desde el 26 de abril
por parte de algunos capitulares y notables de la ciudad, siendo ella considerada

23. Guillermo Hernández, comp., Proceso histórico de/20 de Julio de 1810, ob. cit., pp. 66-67.
24. Ver los trabajos recopilados en el libro coordinado por Manuel Chust, 1808. La eclosión
juntera en el mundo hispánico, El Colegio de México I FCE, México DF, 2007.

51
Pueblo,juntasy Revolución

por muchos como la impulsora de las que serán creadas ese año, a pesar de que
en sentido estricto no fue la primera del virreinato, pues ya había sido creada
la de Quito." La junta cartagenera se formó tras la llegada allí del enviado del
Consejo de Regencia, Antonio Villavicencio, pues ante él estallaron las friccio-
nes que venían presentándose entre el Gobernador y algunos cabildantes de la
ciudad. 26 En medio de estas tensiones, el cabildo creó el 22 de mayo la Junta
de Gobierno y Seguridad al estilo de "la establecida últimamente en Cádiz",
aunque se aclaró que mientras se lograba su pleno establecimiento se constitui-
ría un gobierno provisional. Esta junta -que podríamos llamar un triunvirato,.
ya que al Gobernador de la provincia, Francisco Montes, se le colocaron dos
ca-administradores que compartieron su poder-, contó con el beneplácito de
Villavicencio, quien no solo participó en todas las reuniones previas a su esta-
blecimiento, sino que intentó impulsar la formación de entes similares en todo
el virreinato. 27 El cabildo cartagenero le asignó a esa Junta unas funciones im-
precisas, pues en un comienzo acordó que el gobierno provisional tendría a su
cargo el despacho de "los negocios pertenecientes a su destino", exceptuados
los que correspondieran a todo el ayuntamiento, pero pronto aclaró que este
nuevo gobierno carecía de funciones de justicia y patronato real, tareas que que-
daban reservadas al Gobernador Montes." Esta división de tareas, sin embargo,
no logró superar los desacuerdos entre el gobernador y sus coadministradores,
por lo cual Montes fhe depuesto el 14 de junio con anuencia del comisario re-
gio, los coadministradores y el diputado a cortes." Después de casi tres meses
de esta coadministración, la Junta Suprema Provincial Gubernativa de Cartage-

25. Puede decirse que solo en Quito había sido formada una junta en este momento, pues entre
las 20 provincias integrantes del vilTeinato neogranadino en 1809 no encontrarnos ninguna de la
capitanía de Venezuela, lo cual significa que no se deben tener en cuenta las juntas que ya habían
sido creadas en Caracas, Cumaná, Margarita, Barinas y Guayana.
26. Oficio del gobernador de Cartagena a los alcaldes ordinarios y respuesta de estos, mayo
1S de 1810, en Manuel Ezequiel Corrales, comp., Documentos para la historia de la Provincia de
Cartagena, ob. cit., t. 1, pp. 65-66.
27. El comisario regio consideraba la creación de las juntas como una medida "sabia, conve-
niente e indispensable", por lo cual incluso llegó a proponerle al virrey la formación de una junta
superior en Santafé quedando como subalternas todas las demás que se ronnaran. Nota muy reser-
vada del virrey a Antonio Villavicencio, junio 19 de 1810, en Manuel Ezequiel Corrales, comp.,
Documentos para la historia de la Provincia de Cartagena, ob. cit., t. 1, pp. 115-116.
28. "Bando publicado por el Muy Ilustre Cabildo de esta Ciudad de Cartagena de Indias", ob.
cit.
29. Montes fue reemplazado por el Teniente del rey, BIas de Soria, quien asumió el cargo de
comandante político y militar de Cmtagena y su provincia. Así, el nuevo gobierno pasó a ser diri-
gido por tres personas nombradas por el cabildo. Acta de la sesión del cabildo de Cartagena, junio
14 de 1810, en Manuel Ezequiel Corrales, comp., Documentos para la historia de la Provincia de
Cartagena, ob. cit., t. 1, pp. 81-91.

52
Magali Carrillo

na fue finalmente instalada, el 13 de agosto, asumiendo funciones gubernativas


y de vicepatronato real. 30
Los capitulares cartageneros le adjudicaron legitimidad a este nuevo gobier-
no con base en dos justificaciones. En primer lugar, y principalmente, se apo-
yaron en las leyes de la propia monarquía, más exactamente en la Recopilación
de las Leyes de Indias y en algunas reales órdenes promulgadas por la Junta
Central. 3l La segunda justificación consistió en apelar al pueblo, aunque de una
manera ambigua, corno se ve, por ejemplo, en el bando sobre la necesidad de
establecer un nuevo gobierno, donde afilmaron hacerlo por el bien del pueblo y
en confonnidad con sus deseos, aunque sin aclarar a cuáles deseos se referían. E
El Síndico Procurador, José Antonio de Ayos, por su parte, invocó varias veces
en su manifiesto los "derechos del pueblo", pero sin explicar a qué se refería
específicamente." También Antonio Narváez afinnó que el pueblo había con-
sentido la fonnación de la Junta, en la medida que ella le podría garantizar su
seguridad y prosperidad, de manera que era imposible chocar con la opinión
general de ese mismo pueblo, pues se podrían causar graves "inconvenientes".34
Según él, la ley suprema era la salud del pueblo, y por 10 tanto debía ser respeta-
da su voluntad." Sin embargo, el exdiputado del Reino admitía que la apelación
al pueblo podría ser problemática, ya que la cualidad de padres podría llevar a
muchos a reclamar el "peligroso" derecho de entrar en las asambleas primarias

30. Para un recuento de esta instalación ver las actas del cabildo de 9 y 14 de agosto, en Jaifa
Gutiérrez y Annando Martínez, comps., La visión del Nuevo Reino de Granada en las Cortes
de Cádiz (1810-1813), Academia Colombiana de Historia I Universidad Industrial de Santander,
Bogotá, 2008, pp. 61-67.
31. Ley 2, título 7 del libro cuarto, Recopilación de Leyes de los Reinos de las Indias, t. 2,
Antonio Pérez de Soto, Madrid, 1774, p. 91; Real orden de 31 dejulio de 1809, "Por el Excmo. Sr.
D. Martín de Garay se ha comunicado a todas las autoridades del Reino la real orden siguiente",
Gazefa del Gobierno, nO 4, agosto 10 de 1809, Sevilla, p. 34; Ley 13, título 2 del libro segundo,
Recopilación de Leyes de los Reinos de las Indias, t. 1, Antonio Balbas, Madrid, 1756, p. 136.
32. "Bando publicado por el Muy Tlustre Cabildo de esta Ciudad de Cartagena de Indias", ab.
cit.
33. "Relación de las Providencias que se han dado por el M. 1. C. de Cartagena de Indias en
vista de las Reales Órdenes y otros avisos oficiales comunicados a esta Plaza a efecto de que se to-
mase todas las precauciones convenientes contra los arbitrios y asechanzas de que se está valiendo
el gobierno francés para subjugar a las Américas", Imprenta del Real Consulado, Cartagena, 1810.
34. En otro escrito, Narváez precisa que la propuesta de formar una junta provincial había
surgido del cabildo pero que el pueblo finalmente había aceptado como suya su formación. Voto
de Antonio de Narváez en el cabildo celebrado el 22 de mayo de IS10, enAGN, Sección Archivo
Anexo, Fondo Gobierno, t. 17, f. 41Sv.
35. Oficio de Antonio Narváez al virrey, Cartagena, junio 19 de 1810, en Archivo Histórico
José Manuel Restrepo (AHJMR), fondo 1, vol. 1, ff. 77r-78.

53
Pueblo,juntasy Revolución

y así "ser electores y aún elegidos".36 Podemos suponer por estos escritos, que
Narváez considera al pueblo como los habitantes de la ciudad sin distinción de
estado, condición o actividad.
Tras Cartagena, la siguiente junta en ser creada fue la de la Villa del Soco-
rro, ellO de julio de 1810, la cual fue el resultado de una serie de desacuerdos
entre el cabildo y el corregidor José Valdés por el llamado de las autoridades
virreinales a reconocer y jurar obediencia al Consejo de Regencia. En efecto, el
2 de junio, cuando el corregidor informa de la instalación de aquella suprema
autoridad en la metrópoli, y del llamado a elegir diputados a cortes, el Cabildo
se niega a reconocer al Consejo de Regencia ya prestarle obediencia, alegan-
do que en los pliegos enviados por el virrey y entregados por el corregidor no
aparecía la diligencia de obedecimiento ni del uno ni del otro. Argumentaron,
igualmente, que al ser el acto de obedecimiento un juramento de fidelidad y
vasallaje, debía ser la nación entera la que consintiera en esa transmisión de
la "Soberana autoridad" al Consejo de Regencia, considerándose ellos sin la
suficiente "personería", es decir, sin la legitimidad necesaria para representar la
voluntad de los pueblos de su distrito. Los capitulares pidieron por 10 tanto al
virrey autorización para celebrar cabildos abiertos en esa villa y demás lugares
cabezas de partido o provincia, a los cuales concurrirían diputados elegidos
por los pueblos para deliberar sobre la forma de prestar reconocimiento y obe-
diencia al Consejo de Regencia, "resolviendo 10 que se estimase por más justo
y conveniente".37 Los fiscales de la Real Audiencia negaron la solicitud y le
manifestaron a los cabildantes del Socorro que ellos ya habían obedecido la real
cédula del Consejo de Regencia y que no era necesario hacer cabildos abiertos,
puesto que eso no estaba previsto en los pliegos enviados desde la península."
Entretanto se recibía esta respuesta, las relaciones entre el corregidor y el ca-
bildo del Socorro se deterioraron gravemente por recelos mutuos, de manera
que mientras el primero quería procesar a los alcaldes por desacato, el cabildo
quería que el virrey separara al corregidor de su mando por sus supuestos exce-
SOS39 Así, las confrontaciones estallaron a comienzos de julio, llevando a que el

36. Todo hombre en la sociedad monárquica poseía una serie de cualidades que ponía de pre-
sente al momento de ser presentado. Estas incluían la calidad o condición, la edad, el sexo, el
estado, la naturaleza y la actividad. Un análisis de la condición de plebeyo a finales del siglo
XVIII en Magali Carrillo, "El pueblo neogranadino antes de la crisis monárquica de 1808-1809",
La sociedad monárquica en la América hispánica, Ediciones Plural, Bogotá, 2009, pp. 175-226.
37. Oficio del cabildo del Socorro al virrey, junio 8 de 1810, en AON, Sección Colonia, Fondo
Cabildos,1. 6, f. l013v-1014r.
38. Respuesta de los fiscales de la Real Audiencia al cabildo del Socorro, Santafé, julio 2 de
1810, enAGN, Sección Colonia, Fondo Cabildos, t. 6, f. 1017r.
39. Carta de José Gregario Gutiérrez a su hermano Agustín, Santafé,julio 19 de 1810, en Isidro

54
Magali Carrillo

gobernador fuera destituido y apresado el día 10, Y el gobierno fuera depositado


provisionalmente en lma Junta de Gobierno compuesta por todos los miembros
del Cabildo en asocio de seis individuos nombrados por ellos. Una vez formada,
la Junta determinó en cabildo abierto llamar a los cabildos de la ciudad de Vélez
y de la Villa de San Gil, para que cada uno nombrara dos diputados con los cua-
les formarían una junta provincial 40 La Junta Suprema Provincial Gubernativa
sin embargo se instaló con los diputados del Socorro y San Gil solamente, el 15
de agosto de 1810, pues los de Vélez se retiraron al estar en desacuerdo con las
bases constihlcionales sancionadas ese día. 41
Respecto a la concepción de pueblo expresada en estos acontecimientos,
los miembros de la Junta alegaron que con la creación de esta, al pueblo del
Socorro se le restituían los derechos naturales e imprescriptibles del hombre,
ya que al romperse el vínculo social que los había mantenido unidos, el pueblo
recobraba los derechos de libertad, igualdad y propiedad, los cuales depositaba
en adelante en la Junta. Afirmaban que esto se debía a que la Junta había sido
establecida por el plleblo, y al ser eIJa su representante, podía determinar la
clase de gobierno que más le conviniese y defender los intereses del cuerpo so-
cial, lo que incluía acordar unas bases fundamentales de su constitución. Así, la
creación de la Junta del Socorro buscó ser legitimada en el pueblo, aunque este
pareciera ser un pueblo totalidad, es decir, el conjunto de habitantes de toda la
provincia. De allí la insistencia en que la Junta contara con la presencia de los
diputados de sus otras jurisdicciones.
Las bases constitucionales de la provincia del Socorro le dieron al pueblo
la potestad de establecer o reconocer la autoridad que a bien tuvieran darse,
debido a que era el pueblo quien había elevado a los representantes de la Junta
a su alta dignidad. En los actos de los socorranos vemos, por lo demás, cómo el
principio de igualdad comienza a obrar en la sociedad, pues según los miembros
de la Junta, las provincias eran iguales, se reunirían en igualdad y formarían ''¡m
imperio cimentado en la igualdad"." Es a este principio de igualdad que el pro-
curador general, Isidoro José Estévez, se refiere cuando el 6 de noviembre hace

Vanegas, Dos vidas, una revolución. Epistolario de José Gregario y Agustín Gutiérrez Al/areno
(1808-1816), Universidad del Rosario, Bogotá, 2011, pp. 123-125.
40. Acta de la Junta de Gobierno, impreso, Socorro, julio 16 de 1810, en Biblioteca Nacional,
Fondo Pineda 166, pza. 7.
41. Armando Mart(nez, "El camino de una constitución en [a Provincia del Socorro", La Revo-
lución Neogranadina (revista electrónica), nO 1,2011, p. 88.
42. Bases constitucionales del Socorro, agosto 15 de 1810, en Horacio Rodríguez Plata, La
antigua Provincia del Socorro y la independencia, Academia Colombiana de Historia, Bogotá,
1963, pp. 46-50. Estas bases constitucionales también establecen una división de poderes. Lajunta
tendría el poder legislativo y ejecutivo. El judicial estaría a cargo de los dos alcaldes ordinarios.

55
Pueblo, juntas y Revolución

un llamado para que en las elecciones que se están realizando en los pueblos de
la jurisdicción para elegir presidente de la Junta y diputado de la provincia ante
el congreso general, se dé participación no solo al juez, al cura y a un vecino,
sino a los electores que el pueblo haya escogido. Alega que no se puede ceñir la
vohmtad de los vecindarios de los pueblos y parroquias a un solo voto, pues así
"se viola la igualdad que debe haber en semejantes elecciones". Su propuesta
consiste en que de cada lugar o población concurran cuatro electores, que se
haga elección anual de todos los miembros del cabildo y que a partir de ese mo-
mento se elijan también los jueces, ya que el gobierno de la provincia es "libre
y popular"."
Otra de las juntas formadas en el Nuevo Reino de Granada fue la de Pam-
plona. Y si en sentido estricto esta no fue la tercera sino la quinta (después de
Cartagena, Socorro, Santafé y Tunja), por los hechos ocurridos allí a comienzos
de julio es considerada un referente para las juntas creadas en el virreinato,
especialmente la de la capital. En efecto, el hecho de que el4 de julio el cabil-
do depusiera y encarcelara al corregidor, Juan Bastus y Falla, fue considerado
como un ejemplo a seguir. Sin embargo, solo fÍJe hasta el 31 del mismo mes que
se formó una junta en la ciudad de Pamplona, la cual fue considerada provisio-
nal mientras eran llamados los representantes de los demás cabildos de la pro-
vincia. La junta se instaló con el fin de ejercer la autoridad suprema en represen-
tación de Fernando VII y reconoció su subordinación al Consejo de Regencia,
pero aclaró que aceptaría las determinaciones que tuviese por conveniente la
"Confederación General" que más adelante debería formarse en Santafé, con lo
cual abría la posibilidad de cambiar de parecer en asuntos de tanta trascenden-
cia. En Pamplona, de todas formas, los principales cuerpos civiles, religiosos y
militares junto a la mayor parte de la población reconocieron y juraron la junta
en presencia de la imagen del rey, para lo cual invocaron la conservación de la
religión, la obediencia a Fernando VII, la adhesión a la causa de toda la Nación
y la absoluta independencia de América de todo yugo extranjero. Es de anotar,
cómo en esta junta el pueblo no es considerado soberano, pues solo reasume la
autoridad del monarca "por su ausencia"."
Posteriormente se formó la junta de la capital virreinal, la cual se había es-
tado solicitando abiertamente desde septiembre de 1809, y en la cual se había
insistido con vehemencia y con un carácter más abierto desde mayo de 1810.
Su creación no solo fue pedida por el Síndico Procurador Ignacio Herrera, sino

43, Parecer del Síndico Procurador General, Socorro, noviembre 6 de 1810, enAGN, Sección
Archivo Anexo, Fondo Historia, 1. 11, fE 262r-278r.
44. Actas de creación de lajuntade Pamplona,julio 31 de 1810, en CMVJ, Manuscritos Quinta
de Bolívar, t. 1, ff. 599r-602r.

56
Magali Carrilla

por diversas personas como José María Castillo o José Acevedo, y por corpo-
raciones como el cabildo de Santafé. Finalmente fue creada la noche del 20 de
julio, en calidad de provisional, y los representantes de los cuerpos de la ciudad
debieron jurar que la reconocían y obedecerían como nuevo gobierno, y que
cumplirían la voluntad del pueblo." Esta, por lo tanto, fue una de las juntas
que apeló al pueblo como soberano para justificar tanto su formación como
la destitución de los fimcionarios del antiguo gobierno y el nombramiento de
otros nuevos. Se trataba de un pueblo difilso, un pueblo que no alcanzaba a ser
definido muy bien, almque podemos ver la existencia de dos momentos dife-
rentes en la utilización del pueblo como justificación de las novedades. En un
primer momento, al pueblo le es asignado un papel central en los sucesos de la
noche del 20, pues se dice que ha reasumido sus derechos, que tiene la potestad
de nombrar a sus representantes y que es soberano en reemplazo del rey. En
un segundo momento, se nota un cambio en el lenguaje y una reinstalación de
Fernando VII como soberano. Sin embargo, es como si en este último momento
hubiera existido una soberanía dual, una soberanía compartida entre el rey y el
pueblo, pues este último siempre es llamado a la calma para que no se convierta
en un "monstmo de dos cabezas", es decir, para que no quiera mandar y obede-
cer al mismo tiempo." Es por esto que en los días siguientes a la formación de
la Junta, esta prefiere utilizar el término de público y no de pueblo para designar
a ese actor cuya actuación intranquiliza la ciudad y al cual hay que apaciguar.';
Así, la junta habla de "verdadero público", de "clamores del público", "a nom-
bre del público", para referirse al pueblo a quien vuelven a nombrar en muy
pocas ocasiones. De todas formas, con el pasar de los días no deja de existir
una duplicidad en la soberanía, pues tanto a Fernando como al pueblo se sigue
aludiendo como soberanos.
En Popayán, por su parte, file creada la Junta Provisional de Salud y Se-
guridad Pública en medio de tensiones importantes dentro de la provincia. En
efecto, no solo existía una pugna entre las dos ciudades principales -Popayán
y Cali- en torno al reconocimiento del Consejo de Regencia, sino que esta
división se reproducía al interior de cada una de estas ciudades. Así, la junta se

45. "Cabildo extraordinario", Diario de Cundinamarca, nO 775, julio 20 de 1872, Bogotá.


46. Proclama del 25 de julio, en AHJTvIR, fondo 1, vol. 8, f. 3rv.
47. Sabemos por otros documentos que el "pueblo soberano" se tomó las calles de Santafé en
esos días y al clamor de! pueblo pide, el pueblo dice, el pueblo quiere, la ciudad estuvo en cons-
tante agitación. Ver la carta que José Gregorio Gutiérrez le envía a su hermano Agustín, julio 26
de 1810 (Isidro Vanegas, comp., Dos vidas, una revolución, ob. cit., pp. 126-132). Igualmente los
documentos publicados por la Junta Suprema, Bando de 23 de julio, en AHJl\1R, fondo 1, vol. 4, f.
52rv; la proclama del25 de julio, en AHJMR, fondo 1, vol. 8, f. 3rv; y el bando de 25 de julio, en
AHJMR, fondo 1, vol. 4, L 54!'.

57
Pueblo,juntasy Revolución

instala el 11 de agosto, luego de que el comisario regio, Carlos Montúfar, hu-


biera recibido varios documentos que comprobaban la creación de la Junta en
Santafé, y que el gobernador Miguel Tacón -con acuerdo del cabildo- orde-
nara la congregación de uu cabildo abierto extraordinario con asistencia de los
principales cuerpos, autoridades y vecinos de la ciudad. 48 Este cabildo decidió
no acoger las decisiones de la capital virreinal, y puesto que, según dijeron, Po-
payán se hallaba "con iguales derechos que Santafé, para hacer las alteraciones,
y restricciones que le convengan", decidieron crear una Junta provisional de
salud y seguridad pública. Esta se constituyó con un presidente, un representan-
te del ayuntamiento, uno del clero, otro de la nobleza y dos del "pueblo", y se
propuso examinar cuál era la fonna de gobierno que debía adoptar la provincia
para garantizar la unión e intereses comunes, proponiéndose, además, el esta-
blecimiento de una junta central provincial de común acuerdo con los cabildos
subalternos. Además, se planteó como uno de sus principales objetivos el man-
tenimiento de la unión "en obsequio de los imprescriptibles derechos del Señor
Don Fernando Séptimo".49 y es la defensa del rey la justificación que la Junta
siempre invocará antes de que sea disuelta en el mes de diciembre en medio de
fuertes tensiones con el gobernador, el cabildo y las ciudades del norte de la
provincia. Es preciso resaltar cómo durante estos meses del segundo semestre
de 1810, en Popayán el pueblo nunca es designado corno principio que motiva
las acciones de la Junta, puesto que esta siempre justifica sus actos en la defensa
del rey y en la pennanencia de los territorios neogranadinos dentro de la corona
española.
Las distintas juntas que acabo de mencionar no fueron las únicas creadas en
1810, pero este rápido panorama nos pennite ver cómo fue concebido el pueblo
en este momento central de la revolución. Como hemos indicado, casi todas
las juntas se fonnaron en defensa del rey y la continuidad de su poder, aunque
algunas ciudades las instalaron a nombre del pueblo, corno el Socorro o Santafé.
Pero de qué pueblo están hablando?

48. Después de la llegada de Carlos Montúfar aPopayán, el gobernador Miguel Tacón convocó
a una "Junta de Autoridades" e12 de agosto para saber si debía seguir dirigiendo la provincia o no,
pues según Montt'ifar, quien aprobó y participó en esta reunión, era ineludible oír "de un congreso
de lo principal del lugar el concepto de su Gobierno". Sin embargo, para algunos religiosos, esta
junta estaba marcada por el signo de la insurrección e iba a ser Ulla repetición de lo ocurrido en
Caracas. Carta de Antonio Arboleda a Camilo Torres, agosto 5 de 1810, en Archivo Histórico Ja-
veriano (AHJ), Fondo Camilo Torres, carpo 14, ff. 35r-36r.
49. Acta sobre la formación de una Junta Provisional de Salud y Seguridad pública en Po-
payán, agosto 11 de 1810, en Archivo Histórico Cipriano Roddguez Santa María (AHCRSM),
Universidad de la Sabana, Fondo David Mejía Velilla, caja 28, carpo 3, ff. 6-9.

58
MagaN Carrillo

Si en la sociedad monárquica las diferentes concepciones de pueblo habían


estado articuladas alrededor de la figura del monarca, con el advenimiento de
la revolución, el pueblo pierde toda la consistencia que lo había caracterizado
hasta el momento. En efecto, el pueblo al dejar de estar vinculado al cuerpo del
monarca y convertirse en el centro de la nueva comunidad política, comienza a
estar marcado por una indeterminación característica de todo régimen basado
en la soberanía popular. De esta forma, el pueblo en este periodo parece ser
concebido básicamente de dos maneras. Una como la totalidad de los habitan-
tes, y otra como la parte baja de esa misma sociedad. La primera concepción de
pueblo lleva implícita una problemática, pues al definirlo como la totalidad de
los habitantes, siempre será visto como carente de legitimidad dado que nunca
podría reunirse todo el pueblo de una villa, ciudad o provincia cualquiera para
tomar una decisión. Por esto es que a las juntas les parece imposible satisfacer
los deseos de una parte del pueblo, en la medida que según ellos, esos deseos
no pueden pasar de ser la demanda de una facción, de un individuo o un parti-
do, y no la voz que puede reclamar legítimamente por el interés común. Así, lo
que algunas juntas temen es que se abuse o se usurpe de su nombre a través de
"Asambleas tumultuosas" para conseguir fines particulares. 5o
La segunda manera de concebir al pueblo en realidad no es tal, pues si
algunas personas aluden a él como los pobres, la "plebe" o el "populacho", es
más bien para denunciar una suplantación del verdadero pueblo, es decir, de la
totalidad de habitantes de la ciudad. Estos reclamos se presentan especialmente
en Santafé y Cartagena, donde se escuchan voces en rechazo de la usurpación
del nombre del pueblo, voces que refutan la idea según la cual el "vulgo", el
"pueblo ignorante", "la gente baja", "la infame plebe", puede representar a ese
pueblo. Así, en aquellos lugares donde se alude al pueblo como soberano se
piensa que quienes se habían reunido para formar las juntas no podían ser lla-
mados verdaderamente pueblo, pues había sido solo una parte de la población la
que se había congregado, y en muchas ocasiones esa fracción ni siquiera estaba
compuesta, en palabras de los denunciantes, por las personas principales del
lugar. Como lo afirmó el abogado Ignacio Vargas en Santafé, "la SlUna potestad
reside en todo el Pueblo" y no en una parte de él." De manera similar pensaba
el peninsular Manuel María Farto, quien aseveró en su relato de los SLtCeSOs
santafereños de julio, que los participantes en esa noche fueron la plebe junto a

50. Oficio de la Suprema Junta de Santafé al Alcalde Comisario del Barrio Santa Bárbara,
septiembre 7 de J 8 ¡ 0, en "Documentos de la independencia", Boletín de Historia y Anligüedades,
nO 543-544, voL XLVII, enero-febrero de 1960, Bogotá, pp. 99-102.
51. Proceso contra Ignacio Vargas, Santafé, septiembre 20 de 1810, en AGN, Sección Archivo
Anexo, Fondo Justicia, t. 8, f. 637v.

59
Pueblo, juntas y Revolución

algunos "de poca mayor esfera" como tenderos y revendedores. Para él, estos
sectores medios fueron los que azuzaron al "populacho" y al "vulgo" que iba
pasando para que concurriese a la plaza y secundase las decisiones que se iban
tomando en este lugar. 52 En Cartagena, el comandante del apostadero de la
ciudad, Andrés Orive, igualmente reconoció que el pueblo había participado
en la conformación de la junta, pero de una forma incorrecta, dado que solo
habían sido los alcaldes ordinarios junto a algunos regidores del cabildo quie-
nes apoyándose en el "vulgo ignorante e incauto", habían conseguido imponer
sus deseos. Al respecto expresó en el oficio que le envió al Consejo de Regen-
cia que el pueblo estaba dividido en partidos, pues mientras unos apetecían y
pedían la creación de la junta a través de pasquines, otros se oponían a ella,
siendo los primeros protegidos por los alcaldes y la mayoría de los regidores,
"y aun por ellos proyectada esta novedad". Como "el público" se hallaba cons-
ternado temiendo una conmoción, Orive solicitaba al Consejo de Regencia que
removiera de su cargo al gobernador Montes, pues lo responsabilizaba de lo
sucedido en la ciudad. Esta remoción y el nombramiento de alguien de "carác-
ter e integridad" harían, según el comandante del apostadero, que se conciliase
la voluntad del pueblo, pues así estaría protegido y se administraría justicia con
imparcialidad, únicas cosas que el pueblo necesitaba para ser feliz. 53

La soberanía dual entre el rey y el pueblo


Una novedad importante del momento jlmtista neogranadino consistió en que,
con la ausencia del rey, la mayoría de juntas asumió la autoridad soberana que
antes detentaba el monarca. Esto requiere una precisión conceptual, dado que
la soberanía posee dos vertientes claramente diferenciadas: la autoridad y el
poder. La autoridad remite al derecho a mandar y hacerse obedecer, así como
al uso y la instihlcionalización de este derecho. El poder es el nmdamento del
orden, la potencia que le da forma a una sociedad determinada mediante unas
convenciones reconocidas y no solamente impuestas. 54 De aquí nace una dife-
rencia importante entre la soberanía como gobierno y la soberanía como prin-

52. Relato del segundo archivero de la secretaría del virreinato, Manuel María Farto, sin fecha,
en Guillel1llo Hernández, comp., "El 20 de Julio de 1810 (Versión de un español)", Boletín de
Historia y Antigüedades, voL XX, n° 231/232, junio-julio de 1933, Bogotá, pp. 403-407.
53. Oficio de Andrés Orive a Antonio Escaño, mayo 30 de 1810, en José Dolores Monsalve,
Antonio de Villavicencio (el Protomártir) y la Revolución de Independencia, t. 1, Academia de
Historia, Bogotá, 1920, pp. 344-345.
54. Un análisis del poder soberano en Claude Lefort, Ensayos sobre lo político, Editorial Uni-
versidad de Guadalajara, Guadalajara, 1991, espec. pp. 17-29.

60
Magali Carrillo

cipio, es decir, entre el ejercicio del poder (la autoridad soberana) y su fuente
(el poder soberano).55
Con la crisis monárquica de 1808, los súbditos españoles habían recono-
cido a las diferentes juntas creadas en la península corno depositarias de la
autoridad soberana hasta que el rey se restituyera al trono. Los hombres de la
época consideraban que la autoridad emanaba del monarca, quien a pesar de
SU cautiverio, le daba legitimidad a esos nuevos gobiernos. Corno dice Isidro
Vanegas, "en muchos lugares de la Península tan pronto estalla la crisis monár-
quica la autoridad es asumida por organismos nacidos de la sociedad, aunque
no por ello el poder pasó a manos de la sociedad, dado que el rey siguió siendo
reconocido como el nmdamento del orden".56 Pero en 1810, en el momento
de la creación de las juntas en América, ya no son solo estas las depositarias
de la autoridad soberana sino que también al pueblo se le empieza a asignar
este rol. Los acontecimientos hacen que ante la ausencia del rey, se dé una
transferencia de su autoridad, primero a las juntas peninsulares, luego a las jun-
tas americanas y posteriormente al pueblo. Quien primero afirma en el Nuevo
Reino de Granada que el pueblo debe asumir la autoridad soberana es Camilo
Torres en mayo de 1810, al plantearle a su tío Ignacio Tenorio la necesidad de
establecer juntas en los reinos de América, las cuales deberían ser convocadas
por el pueblo ya que a él había vuelto la autoridad que había radicado en las
autoridades virreinales. 57 Por su parte el síndico de Cali, Antonio Camacho,
expresó en junio de ese año que solo el pueblo podía decidir la resignación de
la autoridad, pues era el único que tenía el privilegio de cambiar los gobiernos
en ausencia del soberano." También la junta de Pamplona expresó esta misma
idea al indicar que se instalaba en representación de Fernando VII con el fin de
ejercer la autoridad suprema que residía en él, pero que por su ausencia, recaía
en "el mismo Pueblo que se la confió".59 Escucharnos, sin embargo, voces lla-
mando a la prudencia, en la medida que se podía caer en la anarquía si el pueblo

55. Un año más tarde tendrá lugar en la Nueva Granada una discusión importante en torno al
significado de cada una de estas funciones de la soberanía. En un informe de la Sala de Gobierno
de Santafé se expresa que el pueblo es el soberano y que el gobierno es quien detenta su autoridad
para gobernar. Este último es concebido como "un cuerpo intermedio establecido entre los súbdi-
tos, y el Soberano" (AGN, Sección Archivo Anexo, Fondo Gobierno, t. 19, f. 952r).
56. Isidro Vanegas, La Revolución Neogranadina, ob. cit., p. 412.
57. Carta de Camilo Torres a su tío Ignacio Tenorio, mayo 29 de 1810, en GuiHenno Hernan-
dez, Proceso histórico, ob. cit., p. 63.
58. Reflexión de Antonio Camacho sobre lo ocurrido en la ciudad,junio 28 de 1810, en AGN,
Sección Archívo Anexo, Fondo Gobierno, t. 18, ff. 888r-899v.
59. Actas de creación de lajunta de Pamplona, j ulio 31 de 1810, en CMVJ, Manuscritos Quinta
de Bolivar, t. 1, ff. 599r-602r.

61
Pueblo, juntas y Revolución

asumía la autoridad del monarca. Una de estas voces es la del cura Rafael Lasso
de la Vega, quien en un intercambio epistolar con su amigo Santiago Arroyo se
cuestiona si el depósito que el pueblo había hecho de la autoridad en las juntas
no podría ser recobrado arbitrariamente por cualquiera, dado que estas habían
sido erigidas por tumultos populares 60
Es importante resaltar que en el momento que al pueblo se le asigna la auto-
ridad soberana pareciera que la sociedad comienza a estar separada del monar-
ca, pues a ella se apela también para justificar los cambios que se están introdu-
ciendo. Esto se pone en evidencia en la afirmación de que la autoridad asumida
por el pueblo y las juntas no nacía solamente del rey sino también del público
que había autorizado la formación de juntas y de constituciones. Lo exponen,
por ejemplo, los diputados del Socorro cuando van a sancionar su constitución
el 15 de agosto de 1810 Y afirman que la junta está revestida "de la autoridad
pública, que debe ordenar lo que convenga, y corresponda a la sociedad civil
de la Provincia, y lo que cada ciudadano debe efectuar en ella".61 Igual idea
es manifestada en la parroquia de Garzón, jurisdicción de la villa de Timaná,
donde el cabildo aprueba una serie de medidas respecto a su nuevo gobierno,
considerando que tanto la autoridad como la 'Jurisdicción mixta suprema" les
habían sido conferidas por el público." Parece como si la autoridad del monarca
hubiera sido transferida al menos parcialmente a la sociedad y esta fuera ahora
la encargada de delegársela a sí misma.
y aunque en estos meses se acepta con facilidad que las juntas y el pueblo
han asumido la autoridad soberana, al mismo tiempo comienza a aparecer la
posibilidad de que alguien distinto al rey haya asumido igualmente el poder
soberano, el poder fundante del orden, aunque esta posibilidad aparece inicial-
mente con muchas reservas. En efecto, las discusiones alrededor del poder so-
berano aparecen en el Nuevo Reino de Granada cuando es conocida la creación
del Consejo de Regencia, en razón de que la Junta Central en su manifiesto de
enero 29 de 1810 había indicado que resignaba tanto la autoridad como el poder
en el nuevo cuerpo representativo. Esta afirmación generó un fuerte rechazo en
el Nuevo Reino, pues se argumentó que si en la Junta Central estaba depositado
el poder soberano por el consentimiento unánime de los pueblos peninsula-

60. Cartas de Rafael Lasso de la Vega a Santiago Arroyo del 19 de septiembre, 21 de noviem-
bre y 6 de diciembre, en AHCRSM, Universidad de la Sabana, Fondo David Mejía Velilla, caja 7,
carpo 3, ff. 59-60v.
61. Bases constitucionales del Socorro, agosto 15 de 1810, en Horacio Rodríguez Plata, La
antigua Provincia del Socorro y la Independencia, ob. cit., pp. 46-50.
62. Actas del cabildo de Garzón de la villa de Timaná, septiembre 6 de 1810, en AGN, Sección
Archivo Anexo, Fondo Historia, t. 11, ff. 8-33v.

62
Magali Carrillo

res y americanos, dicha Junta no estaba autorizada para transmitir este poder
a ningún otro cuerpo.63 Así pues, Joaquín Caicedo argumentó desde Cali que
la creación de la regencia era ilegítima al carecer la Junta Central de cualquier
tipo de autoridad "para trasmitir el poder soberano"64 Por su parte el Síndico
Procurador de aquella misma ciudad, Antonio Camacho, consideró que pese a
que la discusión no podía centrarse en si estaba o no legítimamente erigido el
Consejo de Regencia, sí existían varias nulidades en su formación. La princi-
pal radicaba en que si bien la Jtmta Central era la depositaria de la soberanía
por los votos de la nación española, en ningún momento la misma nación la
había autorizado, "para que transmitiese el poder Soberano en otro cuerpo sin
su consentimiento"." Un argumento similar utilizó Fray Diego Padilla, quien
en su periódico Aviso al público expresó que no era ninguna injusticia ni delito
negarle la obediencia a la Regencia, puesto que era un tribunal ilegítimo que
se había arrogado la soberanía del monarca contra el dictamen de la nación, la
voluntad del rey y la libertad de los pueblos."
En medio de estas discusiones es que aparece la posibilidad de que el mo-
narca no sea el único soberano, sino que también el pueblo haya asumido esta
función. Y es que si bien la mayoría de juntas consideró que el soberano seguía
siendo Fernando VII, algunas, como la del Socorro y Santafé, plantearon que
como tal podía ser considerado también el pueblo.
En efecto, la junta del Socorro fue una de las pocas que habló abiertamente
a nombre del pueblo que pretendía representar, aunque en este momento inicial
ella pensó la soberanía encamada en el rey -su "legítimo soberano" como
dicen-, aunque aceptó que durante su ausencia fuera creado un congreso na-
cional en el cual se depositara provisionalmente la soberanía. Esta es una de las
propuestas audaces de aquella Junta, pues aunque designan al rey como sobera-
no, al depositar los derechos de igualdad, propiedad y libertad en sí mismos le
están quitando a Fernando VII parte de sus atributos como monarca. Su actitud
ante el soberano por lo tanto se transforma, pues de ahora en adelante van a
consignarle solo una parte, y no la totalidad, de sus derechos. Desde esta pers-
pectiva, cualquiera sea el nuevo soberano -el antiguo monarca u otro que salga
de la reunión de la nación en congreso--, él va a retener sólo parcialmente lo
que los socorranos llaman "sus derechos". Esta ambivalencia respecto al poder

63. Oficio del cabildo de! Socorro,junio 8 de 1810, enAGN, Sección Colonia, Fondo Cabildos, t 6, f. 1013r.
64. Carta de Joaquín Caicedo a Santiago Arroyo, junio 29 de 1810, en AHCRSM, Universidad
de la Sabana, Fondo David Mejía Velilla, caja 5, carpo 4, ff. 48rv.
65. Antonio Camacha, junio 28 de 1810, en AGN, Sección Archivo Anexo, Fondo Gobierno,
t. 18, lf. 888r-899v.
66. Fray Diego Padilla, Aviso al público, n° 7, noviembre 10 de 1810, Santafé de Bogotá.

63
Pueblo, juntas y Revolución

soberano la palpa el cura de Simacota y miembro de la junta provisional, José


Ignacio Plata, quien -al recibir la orden de publicar la nueva constitución y ha-
cerle entender al pueblo la obligación de defenderla-, responde que no puede
publicar un documento que está destronando a Fernando VII y contiene afirma-
ciones que nunca hubieran pasado por la imaginación de sus feligreses. El padre
Plata precisa que si los habitantes de Simacota "tomaron las armas a la voz de
la Junta y sacrificaron sus inocentes vidas, fue para conservar este suelo a su
legítimo soberano; y no para destronarle, como en ella misma se estampa".67
La junta de Santafé, por su parte, tiene dos momentos diferenciados en su
actitud respecto a la soberanía, como ya lo habíamos mencionado: un primer
momento más radical en el cual se considera al pueblo como soberano en rem-
plazo del rey; y un segundo momento en que se reinstala a Fernando como
soberano sin que deje de serlo el pueblo. Ese momento inicial es importante de
resaltar, pues los primeros documentos elaborados por la Junta son contunden-
tes en adjudicarle la soberanía al pueblo y no al rey. En los documentos de ins-
talación, por ejemplo, solo en tres ocasiones se habla del soberano y siempre es
al pueblo a quien se refieren. En primer lugar cuando plantean que no abdicarán
sino a Fernando VII "los derechos imprescriptibles de la soberanía del pueblo";
en segundo lugar cuando el síndico procurador afirma que "el pueblo sobera-
no tenía manifestada su voluntad por el acto más solemne y augusto con que
los pueblos libres usan de sus derechos, para depositarlos en aquellas personas
que merezcan su confianza"; y en tercer lugar éuando varios vocales afirman
que era "un delito de lesa majestad y alta traición el sujetar o pretender sujetar
la soberana voluntad del pueblo, tan expresamente declarada en este día, a la
aprobación o improbación de un Jefe [el virrey Amar] cuya autoridad ha cesado
desde el momento en que este pueblo ha reasumido en este día sus derechos y
los ha depositado en personas conocidas y determinadas"." Fernando VII en
cambio solo es nombrado como el monarca en estos documentos a condición
de que venga a reinar al Nuevo Reino, y nunca se refieren a él como soberano. 69

67. Oficio de José Ignacio Plata al vocal Lorenzo Plata, septiembre 28 de 1810, en AGN, Sec-
ciónArchivoAnexo, Fondo Historia, t. 11, f.249r.
68. Acta del "Cabildo extraordinario", en Diario de Cundinamarca, n° 775, julio 20 de 1872,
Bogotá. Según algunos sujetos, la autoridad del virrey había cesado desde que el pueblo había rea-
sumido sus derechos y los había depositado en personas de su confianza. Esta afirmación sorpren-
dió a José Acevedo y Gómez, quien la escuchó en boca de "gentes al parecer ignorantes". Carta de
José Acevedo Gómez a Miguel Tadeo Gómez, julio 21 de 1810, en Adolfo León Gómez, comp., El
Tribllno de 1810, Biblioteca de H¡storia Nacional, Bogotá, 1910, pp. 46-49.
69. Esta actitud se plasmará claramente en la primera Constitución de Cundinamarca en 1811,
en la que el reyes solo un magistrado, mas no el soberano.

64
Magali Carrillo

Con el correr de los días se manifestará en Santafé una dualidad entre el rey
y el pueblo con respecto a la soberanía, pues mientras se sigue afirmando que lo
actuado es en defensa de su legítimo soberano Fernando VII, a la par encontra-
mos referencias al pueblo como soberano. Alguien tan fiel al monarca como el
bayamés Manuel del Socorro Rodríguez, por ejemplo, acepta que el pueblo ha
usado de su derecho a la soberanía cuando nombró a los vocales de la Junta. 70
y los editores del Diario Politico, .José Joaquín Camacho y Francisco José de
Caldas, consideran que el pueblo ha pasado de oprimido a soberano, cuando
afirman: "¡Sombras ilustres de Cadena y Rosillo, recibid las lágrimas y los sus-
piros de este Pueblo entonces oprimido y hoy SOBERANO! "71 En definitiva, la
soberanía del pueblo es la que justifica la formación de la junta, la destitución
de los funcionarios del antiguo gobierno y el nombramiento de nuevos funcio-
narios públicos. Sin embargo, para algunos la soberanía no podía ser otorgada
al pueblo, pues no le pertenecía. Esto 10 asevera, entre otros, el abogado de
Charalá, Ignacio Vargas, quien afirma que el pueblo no le puede arrebatar al rey
la soberanía, y que sólo podría tenerla en el caso de que la dinastía gobernante
desde Don Pelayo se extinguiera. Argumenta que como este no es el caso -
pues existen individuos de la casa reinante y Fernando VII solo está impedido
para ejercer sus funciones-, la soberanía sigue residiendo en el monarca. El
propio Vargas no obstante da, a pesar suyo, las claves de lo que está ocurriendo:
plantea que esta potestad se halla en el príncipe mientras dure "el imperio Mo-
nárquico" y no se haya establecido otro como el democrático. En este sentido,
podemos preguntarnos si en ese momento no se está cambiando ya de régimen,
ante lo cual los propios argumentos de Vargas nos sugieren elementos de res-
puesta, pues sus palabras están imbuidas de un nuevo lenguaje y de una nueva
forma de concebir la sociedad. Nuestro abogado deja de lado los principios
que organizaban la monarquía, como la desigualdad y las jerarquías, y pide la
absoluta igualdad, y reciprocidad entre la España y las Américas al elogiar la
representación que Camilo Torres había escrito en noviembre del año anterior.
Por qué pedir igualdad si no se está dejando de lado el imperio monárquico?72

70. En ell'elato que hace de los acontecimientos del 20 de julio, Rodríguez expresa que la
"asamblea numerosa que se había congregado en la Sala Consistorial, compuesta ya de los Vocales
que el Pueblo había elegido por el derecho de su Soberanía" (Manuel del Socorro Rodríguez, La
Constitución Feliz, nO 1, agosto 17 de 1810, Santafé de Bogotá).
71. "Se continúa la historia de nuestra revolución", Diario Politico de SantaJé de Bogotá, nO
3, agosto 31 de 1810.
72. Otro de los que argumenta en contra de la soberanía del pueblo es el cura Rafael Lasso de la
Vega, quien plantea que el vasallaje implica la defensa del rey y del reino, y al devolverle la auto-
ridad al pueblo, cada uno solo velaría por sus intereses y el Reino se fragmentaría. Carta de Rafael
Lasso de la Vega a Santiago Arroyo, Santafé, noviembre 21 de 1810, en AHCRSM, Universidad

65
Pueblo,juntas y Revolución

Es interesante resaltar cómo a partir de agosto de 1810, cuando comienza a


pensarse al pueblo corno soberano, en quienes recae la materialización de esa
función es en los diputados de las diferentes provincias al congreso del Reino,
convocado por la Junta de Santafé para diciembre de 1810 y cuyo desarrollo
estuvo marcado por múltiples contratiempos.73 Es en ese momento que se opera
una especie de encarnación del pueblo en sus representantes, la cual está media-
da por la rápida aprobación del gobierno representativo. En efecto, esta idea se
extiende por la mayor parte del virreinato, con lo cual se acepta que aquellos de-
legados son los representantes del pueblo, y corno tales, los llamados a asumir
el poder del monarca. Los hombres públicos, desde las diferentes provincias,
consideran que el congreso general debe representar a todo el Reino, de manera
que a través de esa delegación el poder iría a recaer en el propio congreso y
sus diputados. Así, desde Santafé o Cartagena se veía a los representantes en
ese congreso como los encargados de asumir el poder soberano, para adoptar
"el depósito legítimo de los derechos sociales", y así restablecer las relacio-
nes entre las diferentes provincias. La Junta de Santafé, por ejemplo, pensaba
que era necesaria la participación de las provincias para perfeccionar la "obra
grande de nuestra libertad" que se había comenzado, lo cual pasaba porque sus
diputados reasumieran el poder soberano, dictaran leyes en beneficio de todos
y pusieran las bases de un gobierno "paternal". Por lo tanto invitaron a las otras
juntas a que entre todos los escogidos por las provincias fÍJeran a "reasumir el
poder soberano"." El Síndico Procurador General de Santafé, Ignacio Herrera,
pensaba asimismo que debía colocarse el poder supremo en manos de los di-
putados de todas las provincias, para así tranquilizar a los espíritus débiles. 75
Igualmente desde Cartagena, José Luis Fernández Madrid, consideraba que en
las circunstancias que vivía el Reino era necesario constituir un poder soberano
con los diputados nombrados por las juntas provinciales al congreso general, el
cual debía restablecer las relaciones entre las provincias, que se habían disuelto
desde el 26 de julio. 76 Y alguien corno el catedrático Fmtos Joaquín Gutiérrez,
creía que solo el envío de los diputados de las provincias al congreso del Reino,

de la Sabana, Fondo David Mejía Velilla, caja 7, carpo 3, ff. 61-63.


73. Para una ampliación del tema, véase Daniel Gutiérrez, Un Nuevo Reino, ob. cit., pp. 216-
229.
74. Oficio de la Junta de Santafé al cabildo de Cali comunicándole su instalación, agosto 3
de 1810, en Demetrio García, Los hacendados de la otra banda y el Cabildo de Cali, Imprenta
Gutiérrez. Cali, 1928, pp. 263-264.
75. Ignacio de Herrera, "Exmo, Sr.", septiembre 22 de 1810, Santafé de Bogotá, en Biblioteca
Nacional, Fondo Pineda 166, pza. 5.
76. José Luis Femández Madrid, "Reflexiones sobre nuestro estado", El Argos Americano, nO
10 suplemento, diciembre 3 de 1810, Cartagena, p. 45.

66
Magali Carrillo

"revestidos del poder soberano", podría unir en un centro la voluntad general


para la felicidad del Reino,77
En el momento en que se habla de depositar el poder soberano en los diputa-
dos de las provincias al congreso general, es como si se ilegitimara del todo a la
regencia y el poder comenzara a emanar del pueblo y no del monarca, Es decir,
el poder no va a quedar depositado simplemente en el congreso general sino
que va a emanar de la propia sociedad, Es como si del poder del rey se pasara
al poder de la nación para llegar al poder del pueblo, Si el poder no estaba en
la regencia sino en la nación entera que se lo había anancado de las manos, era
posible ponerlo de ahora en adelante en manos del pueblo, Esta acción es jus-
tificada en las sucesivas traslaciones de la soberanía que se dan en la península
sin la consulta del "voto general de los Pueblos Americanos" y que llevan a la
convicción de que el gobierno se ha disuelto, Se vuelve así al pueblo, "fuente
primitiva" ya que no existen autoridades naturales con legítima representación,
como lo exponen en Popayán,"
Este viraje tiene que ver con un cambio importante que es posible observar
a partir de noviembre, aproximadamente, y es que el poder que supuestamente
detentaba la regencia empieza a ser considerado públicamente como un po-
der absoluto y despótico, 10 mismo que el de los reyes, Lo afinna la Junta de
Cartagena al publicar un manifiesto dirigido a los habitantes de esa plaza y
provincia, en el cual plantean que el poder de la regencia es "absoluto y despó-
tico" por no obrar bajo los principios de justicia y pmdencia con las provincias
americanas," Esta alusión al despotismo y la tiranía también se manifestó en
Popayán en diciembre del mismo año cuando un payanés anónimo, apoyándose
en Santo Tomás, declaró que la potestad del rey debía ser controlada para que
no se convirtiera en tirania 80 Idea que comienza a circular en el Nuevo Reino
al volverse a imprimir a finales de 1810 la carta del jesuita Juan Pablo Viscardo
y Guzmán dirigida a los españoles americanos, y que había sido publicada por

77. Frutos Joaquín Gutién"ez, "Señores", ob. cit., p, 2,


78. "Apuntamientos para las instrucciones del Representante del Cabildo de Popayán en el
congreso Provincial, y formación del Cuerpo Municipal", s.f., citado en Jolm F. Wilhite, The en-
lightenment Gnd education in New Granada, 1760-1830. tesis doctorado University ofTennessee,
Knoxville, 1976, pp, 577-584,
79, "A todos los estantes y habitantes de esta plaza y su Provincia", impreso, Cartagena, no-
viembre 9 de 1810, enAHJMR, fondo 1, 1. 9, ff. 5r-l0r.
80. Manifestación de la legitimidad con que se han establecido juntas provinciales de gobierno
en la actual crisis del Nuevo Reino de Granada, diciembre 20 de 1810, en Rafael Gómez Hoyos,
La revolución granadina de 1810. Ideario de l/na generación Ji de una época 1781-1821,1. n, Edi-
torial Kelly, Bogotá, 1982, pp. 252-263. Hasta el momento se asociaba la tiranía a los franceses, a
las autoridades afrancesadas, a los malos españoles, al gobierno español, pero no al rey.

67
Pueblo, juntas y Revolución

primera vez en Filadelfia en 1799. En ella, el cura peruano plantea que los reyes
habían aspirado a un poder absoluto, abusivo, arbitrario y despótico, del cual los
españoles se habían protegido mediante las cortes. Vis cardo añade que fueron
los españoles quienes decidieron que fueran las cortes las que representaran a la
nación "en sus diferentes clases", y que fueran las depositarias y guardianas de
los derechos del pueblo. Según él, la decadencia sufrida por España había sido
el producto del poder absoluto "usurpado" por los soberanos, ya que "el poder
absoluto, al cual se junta siempre el arbitrario, es la ruina de los Estados".8I Esta
idea bastante rupturista se mantendrá en el Nuevo Reino de Granada a partir de
este momento.

Conclusiones
Las juntas creadas en el Nuevo Reino de Granada tuvieron distintas motiva-
ciones y justificaciones, las cuales irán cambiando con el tiempo. Si en 1809 el
reclamo de formar juntas en el virreinato había estado claramente sustentado en
la defensa del rey y de la patria, las primeras j untas creadas en 1810 se justifican
en el rey, en las leyes de la monarquía, y de manera poco clara, en el pueblo
soberano. En este año se comienza a adjetivar el concepto de soberano, pues se
pasa de hablar del soberano refiriéndose a Fernando séptimo, a un conjunto de
términos como pueblo soberano, gobierno soberano, cuerpo soberano, poder
soberano, derechos soberanos del hombre, autoridad soberana, etc. Es como si
el soberano explosionara en múltiples partes, yendo a estar en muchos lugares
al mismo tiempo.
Otra de las conclusiones que podemos sacar es que desde 1810 las acciones
de los hombres neogranadinos van a justificarse cada día más en la igualdad
política. Esta igualdad, que se la ve abriéndose camino desde los comienzos de
la revolución, es una de las justificaciones que utilizaron los cabildos para crear
sus juntas, pues consideraban que todas las partes de la monarquía española
debían gozar de unas mismas condiciones para no poner en riesgo la integridad
del reino. Cartagena, Socorro o Santafé consideraron que los vínculos que las
articulaban con la península ya no eran cadenas, y solo la igualdad y la justicia
podrían unirlos permanentemente. Las juntas habían sido formadas para asumir
los derechos del pueblo, lo cual segtm las juntas neogranadinas ya habían hecho
las provincias de la península, pero a ellas se les había negado eso mismo "aun

81. "Carta dirigida a los Españoles Americanos por uno de sus compatriotas", Adición al Aviso
público n° 5, noviembre 2 de 1810, Santafé de Bogotá.

68
Magali Carrillo

después del renacimiento de la libertad Nacional"." Así a partir de ese momen-


to, los principios de igualdad y libertad comienzan a estar ligados íntimamente.
Sin embargo, la igualdad también traía consigo efectos que podían ser con-
siderados negativos, como la inestabilidad de la sociedad. Una de las caracte-
rísticas de la sociedad monárquica había sido la gran estabilidad y tranquilidad
que habían gozado los súbditos debido a la jerarquización, quietud que ahora
parece perderse, pues ya no es posible que cada cual ocupe un lugar predeter-
minado, como lo claman Francisco José de Caldas y José Joaquín Camacho en
el prospecto del Diario Politico cuando incitan a cada provincia a ocupar su
lugar, a "que la Capital sea Capital, y que la Provincia sea Provincia"," lo cual
nadie quiere acatar. En este año de 1810, la relación con el otro se confunde, al
hacerse inestable el lugar que a cada uno le había correspondido en la sociedad
monárquica.
Si en este momento juntista no se afirma categóricamente la existencia de
un pueblo soberano, pareciera existir, sin embargo, una soberanía dual entre el
rey y el pueblo. El pueblo poco a poco está dejando de ser súbdito de un monar-
ca para ir convirtiéndose en soberano de la nueva comunidad política, lo cual
implica instituirlo como sujeto político, unificarlo y reconocer que aunque ese
pueblo se convierte en el principio del cual se desprenden todos los poderes, al
mismo tiempo es una realidad sociológica enigmática. En ese sentido podemos
afirmar que el pueblo soberano más que una realidad concreta es un concepto
impreciso y equívoco que sólo existe en la medida que es dotado de sentido y
limitado. Yeso es precisamente lo que intentan hacer los novadores neograna-
dinos desde 1810.

82. "Acta de la Suprema Junta", impreso, Santafé de Bogotá, julio 26 de 1810, en AHJMR,
fondo 1, voL 4, ff. 55-56v; "A todos los estantes y habitantes de esta plaza y su Provincia", impreso,
Cartagena, noviembre 9 de 1810, en AHJMR, fondo 1, t. 9, ff 5r-lOr; Bases constitucionales del
SOCOITO, agosto 15 de 1810, en Horacio Rodríguez Plata, La antigua Provincia del Socorro y la
Independencia, ob. cit., pp. 46-50.
83. "Prospecto", Diario Politico de Santafé de Bogotá, n° 1, agosto 27 de 1810.

69
EL MOMENTO AGÓNICO
DE LA REPÚBLICA DE COLOMBIA

Daniel Gutiérrez Ardila'

La República de Colombia fue la concreción de un sueño compartido durante el


interregno por los revolucionarios del Nuevo Reino y Venezuela, y su abrupto
nacimiento en diciembre de 1819, consecuencia de la campaña libertadora y de
la preponderancia del estamento militar. Dos años más tarde, el Congreso de CÚ-
cuta confirmó, no sin vacilaciones, su existencia, que facilitó la derrota definitiva
de los ejércitos realistas en el subcontinente. Curiosamente, el momento en que
cesaron las mayores amenazas fue también el inicio de una larga crisis que había
de llevar a la disolución de Colombia. ¿Cómo y por qué se produjo este des-
enlace aparentemente extemporáneo? Apartándose de la visión tradicional, este
artículo insiste en la responsabilidad que incmnbe a Simón Bolívar y a sus más
inmediatos colaboradores por socavar por todos los medios la institucionalidad
republicana con el fin de nmdar un régimen que desvirtuaba las bases mismas de
la lucha revolucionaria.

La muerte del "principio de legalidad"


Al comenzar el año de 1826 el porvenir de Colombia generaba confianza dentro y
fuera del país. Aunque inquietaba la presencia de España en Cuba y Puerto Rico,
con la rendición de El Callao, a finales del mes de enero, la antigua metrópoli
fue expulsada definitivamente del Perú. Además, la pugna por el reconocimiento
parecía resolverse también de manera satisfactoria, pues la república mantenía
relaciones diplomáticas con los Estados Unidos y Gran Bretaña y estaba ligada

l. Centro de Estudios en Historia (CEHIS), Universidad Externado de Colombia.

71
El momento agónico de la República de Colombia

por tratados solemnes con la mayor parte de los Estados hispanoamericanos.'


El congreso constitucional se venía reuniendo regularmente desde 1823 y podía
pensarse que los conflictos civiles que atormentaban a los Estados vecinos ba-
bían sido definitivamente superados.
No obstante, en el mes de febrero la casa Goldschmidt de Londres se de-
claró en bancarrota, arruinando el crédito y las finanzas de Colombia. El 30 de
abril, pocos días después de conocerse en Valencia la decisión del Congreso de
suspender al influyente militar José Antonio Páez de la comandancia general de
Venezuela y de llamarlo a juicio, se originó una revolución que se extendió muy
pronto a las provincias de Caracas, Carabobo y Apure. El movimiento desembo-
có en la sustracción de estos territorios a la autoridad del gobierno de Bogotá, en
la designación de Páez en el ejercicio de una magistratura extraordinaria con el
título de "jefe civil y militar de Venezuela" y en la decisión de remitir al Perú un
diputado que solicitase a Bolívar su regreso a la república y sus buenos oficios
para que facilitase con su influjo la reunión de una convención capaz de reformar
la constitución. Para legitimar estas actuaciones, se acudió a un expediente que
había de gozar en los años sucesivos de gran popularidad: la redacción de actas
en que supuestamente se consignaba la voluntad de los diferentes vecindarios.
Corno ha anotado Clément Thibaud, esta práctica "permitía, en períodos de cri-
sis, afincar alternativamente la soberanía" y constituía "un poder constituyente
capaz de ser movilizado en cualquier momento contra el poder ejecutivo".J Con-
viene con todo, anotar que el descontento del territorio de la antigua Capitanía
General con el gobierno y las leyes de Colombia venía incubándose desde la
creación misma de la república y se había manifestado previamente por medio
de una comisión que ofreció a Bolívar una corona bonapartista. El incidente de
la suspensión de Páez fue visto entonces corno una ocasión inmejorable para
manifestar con vigor, en un primer momento, un separatismo genuino, y para
proclamar, más adelante, el sistema federal 4

2. Ver sobre este tema los libros de Raimundo Rivas, Relaciones internacionales entre Colom-
bia y los Estados Unidos (1810-1850), Imprenta Nacional, Bogotá, 1915 e Historia diplomática
de Colombia (1810-1934), Ministerio de Relaciones Exteriores, Bogotá, 1961 y PedroA. Zubieta,
Apuntaciones sobre las primel'Gs misiones diplomáticas de Colombia (Primero y segundo perío-
dos 1809-1819-1830), Imprenta Nacional, Bogotá, 1924.
3. Clément Thibaud, "Entre les cités et l'EtaL Caudillos et pronunciamientos en Grande Co-
lombie", Geneses, n° 62, 2006, p. l6.
4. José Manuel Restrepo, Historia de la revolución de la República de Colombia, t. 3, José
Jacquin, Besanzón, 1858, pp. 497 -5l5; José Joaquín Guerra, La Convención de Ocaña, Imprenta
Nacional, Bogotá, 1908, pp. 20-33; David Bushnell, Simón Bolívar, proyecto de América, Univer-
sidad Externado de Colombia, Bogotá, 2007, pp. 25l-260.

72
Daniel Gutiérrez

Mientras esto sucedía, Simón Bolívar lograba que comenzara a gestionarse


en el Perú la adopción del proyecto de Constitución que había redactado espe-
ciahnente para la república de Bolivia y que, entre otras cosas, preveía la crea-
ción de una presidencia vitalicia e irresponsables Al recibir las noticias de Vene-
zuela, y en lugar de esforzarse por defender el orden constitucional, el Libertador
aprovechó la situación para promover también en Colombia la adopción de la
carta y encargó a un amigo personal que la llevase a Bogotá, la reimprimiese y
la circulase profusamente.' Los temores abrigados por los "hombres liberales"
de Colombia, según los cuales el Libertador había modificado sus ideas políticas
en el Perú y cortejaba ahora la corona, parecieron confirmarse cuando las ciuda-
des de Guayaquil, Quito, Cuenca, Panamá, Cartagena y Maracaibo, expidieron
actas por medio de las cuales le conferían facultades dictatorias y 10 llamaban
a ejecutar la variación del sistema. Para colmo, detrás de aquellos tumultos, se
descubrieron instancias puntuales de diferentes emisarios de Bolívar (el general
Salom, el coronel Demarquet y, sobre todo, Antonio Leocadio Guzmán) y hasta
cartas de éste, que circularon entonces lIlanuscritas. 7
Bolívar regresó por aquel tiempo a Colombia luego de tres años de residencia
en el Perú y desde su llegada a Guayaquil (12 de septiembre) su comportamiento
fue contrario a la Constitución. En efecto, usando de una "autoridad de dictador"
que prescindió de reivindicar, promovió oficiales comprometidos en las actas de
la dictadura, derogó sentencias ejecutoriadas en la corte marcial y dispuso a su
antojo de los caudales públicos. Semejantes facultades sólo podían proceder de

5. Sobre la Constitución boliviana y su adopción en el Perú, ver Mariano Felipe Paz Soldán,
Historia del Perú Independiente ... , segundo período, 1822-1827, t. 2, fmprenta A. Lemale Ainé,
El Havre, 1874, pp. 70-110, así como las cm1as de Andrés de Santa Cruz a Bolívar ya La Fuente
(Lima, 12, 19 Y 28 de septiembre y 8 Y 23 de octubre de 1826), en: Andrés de Santa-Cruz Schu-
hkrafft, Archivo histórico del A1ariscal Andrés de Santa Cruz, Universidad Mayor de San Andrés,
La Paz, 1976, pp. 207-210, 214-216 Y 218-219.
6. José Manue! Restrepo, Historia de la revolución, oh. cit., t. 3, pp. 527-528; Luis Vargas Te-
jada, Recuerdo histórico, Academia Colombiana de Historia, Bogotá, 1978, p. 33. Resulta esencial
igualmente sobre estas materias el libro de Carlos A. Villanueva, La monarquía en América. El
lmper¡o de los Andes, Librería Paul Ollendorf, París, s. f.
7. Discurso de Miguel Uribe ante e! senado de 1827 (Documentos relativos a la vida pública
del Libertador de Colombia y del PerlÍ. Simón Bolivar, 1. X, Imprenta de Devisme hermanos,
Caracas, 1828, pp. 1[6-117); José Manuel Restrepo, Diario politico y militar, t. 1, Presidencia
de la República, Bogotá, 1954, pp. 299, 304-305 Y 307; José Manuel Restrepo, Historia de la
revolución, ob. cit., 1. 3, pp. 529-535 Y 655-656; Luis Vargas Tejada, Recuerdo histórico, ob. cit.,
pp. 16-17; Francisco Soto, "Memorias de 1827", en !vfis padecimientos y mi conducta pública,
Academia Colombiana de Historia, Bogotá, 1978, pp. 121-123; Ángel y Rufino José Cuervo, Vida
de Rufino Cuervo y noticias de su época, Instituto Caro y Cuervo, Bogotá, 2012, pp. 50-66; José
Joaquín Guerra, La Convención de Ocaña, ob. cit., pp. 77-84; David Bushnell, Simón Bolivar, ob.
cit., pp. 264-266.

73
El momento agónico de la República de Colombia

las actas emitidas por las juntas populares de Guayaquil, Ecuador y Azuay en las
cuales se le habían conferido explícitamente.' A continuación, Bolívar se dirigió a
Bogotá (14 de noviembre) y nueve días más tarde hacia Venezuela con el objeto de
restablecer la concordia. Para entonces, todos los departamentos de la república,
excepto tres, se habían pronunciado a favor de una reforma de las instituciones.
Empero, Antonio Leocadio Guzmán había fracasado en Caracas en su misión de
promover la adopción de la Constitución boliviana y causado por ello un "extraño
disgusto" a Bolívar, según refiere José Manuel Restrepo, que fue informado p1m-
tuahnente de la rabieta.' En Venezuela, el Libertador contemporizó con los rebeldes,
ofreciéndoles amnistia y comprándolos con puestos. Páez fue así confirmado como
')efe superior de Venezuela", otros revoltosos como Francisco Carabaño y Andrés
Torrellas recibieron ascensos y el dominicano José Núñez de Cáceres obtuvo el
juzgado de Maturín. Entre tanto, los hombres que se habían mantenido fieles a las
leyes y defendido el orden constitucional permanecieron en su sitio, sin ningím tipo
de reconocimiento. lo
En Maracaibo, camino hacia Caracas, Bolívar había expedido Lm decreto ilegal
el19 de noviembre de 1826, en virtud del cual ofreció convocar los colegios elec-
torales de la república para que decidieran cuándo, cómo y en qué términos debía
instalarse la convención nacional. No obstante, dos meses después, graves sucesos
en el Sur frustraron toda posibilidad de uniformar las instituciones de Colombia con
las de Perú y Bolivia. En efecto, el 26 de enero 1ma revolución en Lima, en la que
participaron las tropas colombianas allí estacionadas, derogó la Constitución boli-
viana que apenas regía en el país desde el mes de diciembre. La revuelta se extendió
a Guayaquil y aún a Bolivia, donde comenzó a vacilar también la autoridad de
Sucre l l En consecuencia, fracasó el proyecto de establecer la gigantesca confede-
ración de los Andes y simultáneamente las tentativas de imponer en Colombia, me-
diante asambleas tumultuarias, el código de la presidencia vitalicia. 12 En adelante,
la reforma constitucional había de llevarse a cabo siguiendo vías menos expeditas.

8. José Manuel Restrepo, Diario político y militar, ob. cit., 1. 1, p. 307; José Manuel Restrepo,
Historia de la Revolución, ob. cit., t. 3, p. 550. Coinciden esencialmente en el análisis Miguel Uri-
be en su discurso ya citado al senado de 1827 (pp. 115-116) Y Vargas Tejada, Recuerdo histórico,
ob. cit., pp. 24-25. Ver también, David Bushnell, Simón Bolívar, ob. cit., pp,266-268.
9. José Manuel Restrepo, Diario político y militar, ob. cit., 1. 1, pp. 312 Y 315~316.
10. David Bushnell, Simón Bolivar, ob. cit., pp. 271~276.
11. José Manuel Restrepo, Historia de la Revolución, ob. Gil., t. 3, pp. 579~593 Y t. 4, pp. 7~ 17;
José Manuel Restrepo, Diario politico y militar, ob. cit., t. 1, pp. 322, 324 Y 325; Luis Vargas Te~
jada, Recuerdo histórico, oh. cit., pp. 49~55.
12. Acerca de la gran confederación proyectada por Bolívar, ver los documentos publicados
por Vicente Lecuna, Documentos referentes a la creación de Bolivia ... , t. 2, Comisión Nacional del
Bicentenario del Gran Mariscal Sucre, Caracas, 1995, pp. 365~402.

74
Daniel Gutiérrez

Por las dificultades que se presentaron para completar el quórum, el congre-


so constitucioual colombiano tuvo que instalarse en la ciudad de Tunja en torno
a un senador moribundo y con una tardanza de cuatro meses. Según apuntó José
Manuel Restrepo en su Diario político y militar, desde el comienzo de la legisla-
tura se perfilaron dos grandes partidos: el de los "militares-aristócratas" y el de los
"republicanos exaltados". El examen de las renuncias presentadas a la corporación
por el presidente y el vicepresidente demuestra que ya para entonces la figura de
Bolívar constituía una línea de fractura, pues 24 de los 74 congresistas se manifes-
taron a favor de su retiro. En cualquier caso, el Libertador, a la sazón en Caracas,
explicaba sin recelos en sus conversaciones privadas que su dimisióu no era sincera
y que con ella sólo buscaba que se le entregase el mando supremo, sin st~eción a
la Constitución. 13 Santander, por su parte, suscitaba menos resistencia en el legis-
lativo en ese momento, como parece indicarlo el hecho de que su continuación
en el gobierno fÍJese decidida por una aplastante mayoria de 70 votos a favor. Jo< El
principal cometido del Congreso constitucional de 1827 fhe decidir la cuestión de
la convocatoria a la convención revisora, que se veía obstaculizada por el artículo
191 de la Constitución en vigor. En efecto, éste preveía que tan sólo cuando una
práctica de "diez o más años" hubiera descubierto los inconvenientes o ventajas de
la carta promulgada en Cúcuta podría convocarse una asamblea que la examinase
o reformase en su totalidad. Mediante tilla interpretación abusiva y tras acaloradas
discusiones, el congreso fijó a finales de julio la fecha de la reunión (2 de marzo de
1828) y eligió como sede de ella a la ciudad de Ocaña, por tener ésta una situación
geográfica favorable a los desplazamientos de los diputados venezolanos y porque
los antibolivianos pensaban que allí podría deliberarse con mayor libertad que en la
capital I5 El empeño de los santanderistas por salvaguardar las bases del gobierno
republicano representativo los llevó a conseguir que se exigiese a los diputados de
la Convención un juramento previo, que devela sus temores de que se aprovechase
la reunión para instaurar un protectorado, una corona o una presidencia vitalicia:

')uro a Dios Nuestro Señor sobre estos santos evangelios, y prometo a


la República de Colombia [ ... ] no promover nada que sea contrario a su
integridad e independencia de otra potencia o dominación extranjera, ni
que sea en tiempo alguno el patrimonio de ninglma familia ni persona,

13. Sir Robert Key Porter, Diario de un diplomático británico en Venezuela, Fundación Polar,
Caracas. 1997, pp. 221, 223 Y 225.
14. José Manuel Restrepo, Diario político y militar, ob. cit., t. 1, p. 336 Y sobre todo Luis
Vargas Tejada, ReclIerdo histórico, ob. cit., pp. 58-64; Francisco Soto, "Memorias de 1827", ob.
cit., pp. 129-145.
15. Luis Vargas Tejada, Recuerdo histórico, ob. cit., pp. 56-58 Y 86-87; José Joaquín Guena,
La Convención de Ocaña, ob. cit., pp. 199-221,254-259; José Manuel Restrepo, Historia de la
Revolución, ob. cit., t. 4, pp. 53-56.

75
El momento agónico de la República de Colombia

antes bien sostendré en cnanto esté de mi parte la soberanía de la nación,


la libertad civil y política, y la fOlma de su gobierno popular represen-
tativo, electivo y alternativo; que sus magistrados y oficiales investidos
de cualquier especie de autoridad sean siempre responsables a ella de su
conducta política; y que el poder supremo se conserve siempre dividido,
para su administración, en legislativo, ejecutivo y judicial".'

El decreto del congreso no calmó los ánimos ni distendió el ambiente, en bue-


na medida porque ya para entonces había llegado a su fin la feliz cooperación
entre el presidente y el vicepresidente, y con ella la asociación del carisma y la
legalidad, que tauto había facilitado la marcha de la república. 17 Francisco de
Paula Santander actuaba desde hacía varios meses como "cabeza de facción",
alentando proyectos separatistas y publicando artículos contra el presidente en
la gaceta ministerial. Bolívar, por su parte, ordenaba movimientos de tropas y
continuaba otorgando ascensos militares y licencias a diversos oficiales, a pesar
de no haber prestado juramento ni tomado posesión aún como máxima autoridad
de la república." Como si esto fuera poco, los coroneles Arismendi y Fergusson
recorrieron las provincias de Socorro y Tunja por órdenes suyas con el fin de pro-
mover en ellas la redacción de actas semejantes a las de Venezuela, yel coronel
Pedro Alcántara Herrán hizo gestiones en el mismo sentido con los regidores de
Bogotá 19 Además, varios militares del séquito del Libertador agredieron públi-
camente a periodistas comprometidos con la defensa del orden constitucional y
cuya cercanía con el vicepresidente era de conocimiento público. 20 Ni siquiera el
congreso escapaba a la exaltación general, pues algunos de su miembros trataron
a Bolívar de "gran criminal" o lo compararon con César o Bonaparte, mien-
tras que otros atacaron a Santander, acusándolo de corrupto." En otras palabras,
cuando los diputados de la Gran Convención comenzaron a llegar a Ocaña, el

16. Artículo 40 de la "Lei reglamentando las elecciones de los diputados a la Gran Conven~
ción", 29 de agosto de 1827, en Gaceta de Colombia, n° 310, septiembre 23 de 1827, Bogotá.
17. María Teresa Calderón, "Un gobierno bacilante arruina para siempre. La crisis de legiti-
midad que acompaña la emergencia del poder de la opinión en Colombia, 1826~ 183 t", Revista de
Historia, nO 153, diciembre de 2005, pp. 181~223.
18. José Manuel Restrepo, Diario político y militar, ob. cit., t. 1, pp. 350~351 y Luis Vargas
Tejada, Recuerdo histórico, ob. cit., p. 67.
19. "Memorias sobre el origen, causas y progreso de las desavenencias entre el presidente de
la República de Colombia, Simón Bolívar, y el vicepresidente de la misma, Francisco de Paula
Santander, escritas por un colombiano en 1829", en: Francisco de Paula Santander, Escritos auto-
biográficos, 1820-1840, Presidencia de la República, Bogotá, 1988, p. 70.
20. Luis Vargas Tejada, Recuerdo histórico, ob. cit., pp. 74~ 76 Y 100-103; José Manuel Restre~
po, Diario político y militar, ob. cit., t. 1, pp. 363~364 Y 373; Joaquín Posada Gutiérrez, A;femorias
histórico-políticas, 1. 1, Imprenta a cargo de Foción Mantilla, 1865, pp. 82~83.
21. José Joaquín Guerra, La Convención de Ocaña, ob. cit., pp. 225~236.

76
Daniel Gutiérrez

ambiente político estaba dominado por la zozobra, las arcas públicas se hallaban
exhaustas, el ejército resultaba amenazante por su tamaño, por sus pretensiones
y por sus excesos, y los fundadores de la república se habían dividido en tomo a
las figuras de Francisco de Paula Santander y Simón Bolívar. El primero, elegido
como diputado por Cundinamarca a la convención, se convirtió naturalmente
en el jefe de un gmpo que se consideraba como el defensor de las instituciones
democráticas y se daba el epíteto de "liberal"." El segundo no se abstuvo tam-
poco de intervenir en los debates y se instaló en Bucaramanga para seguirlos de
cerca e influenciarlos, gracias al correo semanal que desde Ocaña iba hasta su
residencia. 23 En derredor suyo se hallaba la generalidad de la alta y mayoritaria
oficialidad venezolana, los extranjeros al servicio de Colombia y "patriotas anti-
guos" que creían de buena fe en la necesidad de un Poder Ejecutivo enérgico."
Las disensiones abrían de nuevo la cuestión del sistema de gobierno más propi-
cio para edificar en la Tierra Filme una sociedad feliz e ilustrada: las vacilaciones
en tomo al federalismo y las tentaciones autoritarias, cortadas desde 1819 por la
guerra con España, volvieron a emerger con inusitada fuerza.

La convocatoria de la Gran Convención


El testimonio del agente francés Claude Buchet Martigny resulta muy valioso
para el estudio de la Gran Convención. Nacido en Sury-en-Vaux (departamento
de Cher) en 1795, Buchet Martigny comenzó su carrera como agregado de la
legación francesa en Estados Unidos y fue nombrado como representante de su
país en Colombia tras haber administrado los asuntos consulares en Charleston,
Norfolk y Filadelfia (1816-1822). A Bogotá llegó primeramente como "agente
superior de comercio" a principios de agosto de 1826, antes de convertirse en
"inspector de comercio" y, en abril de 1827, en cónsul generaL 25
Desde su llegada a Colombia, Buchet Martigny se forjó una visión de con-
junto de la situación del país que se modificó muy poco durante los siete años de
su permanencia en Bogotá yen cuya comprensión la Convención de Ocaña ocu-

22. José Manuel Restrepa, Historia de la Revolución, ob. cit., t. 4, p. 83.


23. Daniel Florencia ü'Leary, Memorias del General O'Lemy, t. lII, Apéndice, Imprenta de
"El Monitor", Caracas, 1883, p. 210. Además de este libro, la mejor fuente sobre la estancia de
Bolívar en aquella pequeña villa es El Diario de BUCC/I'amanga de Luis Perú de Lacroix. Sigo aquí
la edición de Comelio Hispano, Librería Colombiana Camacho Roldán, Bogotá, 1945.
24. Rafael María Saralt y Ramón Díaz, Resumen de la historia de Venezuela desde el año de
1797 hasta el de 1830, t. 2, Desclée De Brouwer, Brujas-París, 1939, pp. 266-268.
25. Archives du Ministere des Affaires Etrangeres (en adelante AMAE), Dossiers du person-
oel, premiere série, n" 676.

77
El momento agónico de la República de Colombia

pa una parte esencial. En opinión del representante francés, la república ofrecía


pocas posibilidades de consolidación y estabilidad, si Simón Bolívar dimitía
o era derribado. Si hemos de creer en sus repetidas denuncias, la administra-
ción del vicepresidente Santander era corrupta, los legisladores, ignorantes, y
los jueces, prevaricadores. 26 Los prejuicios políticos y nacionales de Buchet
Martigny lo llevaron a ver en el libertador-presidente un aliado potencial de
las Restauraciones europeas y del principio del orden contra el espíritu dema-
gógico. En consecuencia, Francia y sus aliados continentales debían apoyar
los proyectos de transformación de las instituciones colombianas que Bolívar
venía promoviendo desde el Perú y que en concepto de Buchet Martigny apun-
taban claramente a la fundación de un sistema muy próximo a la monarquía
constitucional, mediante la adopción de una presidencia vitalicia e irresponsa-
ble. "El general Bolívar será rey", aseguraba el agente francés, "mas superior
en sabiduría a César, se contentará con serlo de hecho sin tornar el título".27
Por lo menos desde mediados de agosto de 1826, Buchet Martigny se mostró
convencido en su correspondencia de que las pretensiones de Bolívar apun-
taban en esa dirección. ¿Acaso no había visto el Libertador en la revuelta de
Páez una ocasión inmejorable para modificar las instituciones de Colombia? Y
si en un primer momento el representante francés desestimaba la posibilidad de
que Bolívar estuviese detrás de las actas de diversas capitales departamentales,
para finales de octubre había adquirido la certeza de que tales movimientos
hacían parte de sus maquinaciones." Es conveniente en este punto citar un
extracto de la correspondencia:
"parece fuera de toda duda que Bolívar mismo fomentó los movimien-
tos de Venezuela, así como los de Quito, Guayaquil, Quito, Panamá,
Cartagena, Santa Marta, Maracaibo, etc. Había enviado emisarios a to-
das aquellas partes de la república para que sugírieran reformas en el
gobierno, así como para hacerse nombrar dictador y proponer un plan
modificado de la Constitución de Bolivia, gracias a cuya adopción se

26. Lo mismo decían los jefes de la insurrección en Venezuela y tal era también la opinión
del cónsul británico en Caracas, Sir Robert Key Porter, Diario de un diplomático, ob. cit., p. 193.
Restrepo desestima la acusación en su Historia y afinna que el gabinete al que perteneció él mis-
mo estaba compuesto por "hombres de integridad pura y de integridad conocida" (Historia de la
Revolución, ob. cit., t. 3, p. 632).
27. "Le général Balivar sera roi, mais plus sage que César, il se contentera de vouloir 1'étre de
[ait, saos en prendre le titre", Buchet Martigny a sus comitentes (Bogotá, 18 de agosto de 1826),
AMAE, Correspondance consulaire et commerciale, 1. 1, ff. 26~29, Ver también el oficio dirigido
al ministerio de relaciones exteriores de Francia el 20 de mayo de 1828, Correspondance Politique
Colombie (en adelante CPC). t. 4, ff. 8-9.
28. Buchet Martigny a sus comitentes (Bogotá, 19 de septiembre y 15 Y 28 de octubre de
1826), AMAE, CPC, t. 3, ff. 63-64, 69-70 Y 75-76.

78
Daniel Gutiérrez

convertiría en presidente vitalicio e irresponsable de las repúblicas de


Colombia, Perú ~ Bolivia que, según se rumora, planea reunir en un
mismo imperio".-9

Las opiniones de Buchet Martigny se afianzaron con la llegada de Simón Bolí-


var a Bogotá después de una larga ausencia en el Perú y, más que nada, con la
audiencia en la que tuvo la opornmidad de conocerlo personalmente. Durante
la entrevista, ocurrida el 20 de noviembre de 1826, el Libertador se expresó
en francés en presencia del vicepresidente Santander y observó con franqueza
"que el gobierno republicano no era conforme a las costumbres, los hábit.os,
la educación o el genio de los habitantes de la América meridional", antes de
recordar que tiempo atrás, ante el congreso reunido en Angostura, había anun-
ciado ya esta verdad, a sus ojos incontrovertible. El mensaje tácito era claro:
los males padecidos recientemente por el país hallaban su origen en la porfiada
inadvertencia del oráculo y se originaban exclusivamente en la naturaleza de
las instituciones republicanas. Habiéndose apresurado Buchet Martigny a re-
frendar el diagnóstico, basado en su corta experiencia en Colombia, Bolívar
agregó que una monarquía tampoco era conveniente "porque el país era dema-
siado pobre para mantener un rey y lm gobierno real". El único remedio, en pa-
labras del propio Bolívar, era, pues, la dictadura, capaz de obviar a un tiempo
los inconvenientes suscitados por uno y otro sistema 30 Cinco días más tarde,
en medio de una cena ofrecida por el representante británico en Bogotá, Bolí-
var hizo un brindis en el que renovó su fe política y envió nuevamente señales
claras de sus proyectos, declarando que Francia poseía "el mejor gobierno de
su historia y que se encaminaba a pasos redoblados hacia el último grado de la
prosperidad".31
En otras palabras, la Convención de 1828 habría sido, según Buchet Mar-
tigny, un recurso imaginado por ellibertador··presidente para modificar de ma-
nera solapada las instituciones de Colombia. Ocaña, pues, fue, en opinión del
representante francés, un nuevo intento -después de Angostura y Cúcuta-
por crear en el país una monarquía constitucional disfrazada, una "realeza con

29. Buchet Martigny a sus comitentes (Bogotá, 23 de enero de 1827), AMAE, cpe, t. 3, ff.
122-125.
30. Buchet Martigny al ministro de relaciones exteriores de Francia (Bogotá, 20 de noviembre
de 1826), AMAE, CPC, t. 3, ff. 84-85.
31. Buchet Martigny al ministro de relaciones exteriores de Francia (Bogotá, 25 de noviembre
de 1826), M1AE, cpe, t. 3, ff. 88-89. El diagnóstico del cónsul británico en Caracas era prác-
ticamente el mismo. El 28 de febrero de 1827, al enterarse de la adopción de la Constitución de
Bolivia en Perú, anotó que pronto sucedería lo mismo en Colombia y que entonces Bolívar se haría
"Protector de las Repúblicas federadas, y luego Soberano o Monarca constitucional, sin nobleza,
cosa que es más bien nueva" (Diario de un diplomático británico en Venezuela. oh. cit., p. 196).

79
El momento agónico de la República de Colombia

librea republicana", para emplear las propias palabras del agente. 32 Ello quiere
decir que la asamblea revisora de 1828 significó, desde tal punto de vista, un
tercer fracaso. ¿Cómo explicar tan repetidos y fatales tropiezos en un hombre
que, en opinión de Buchet Martigny, se encontraba muy por encima del resto de
sus conciudadanos? La respuesta del comisionado francés es también persistente
e invariable desde las primeras comunicaciones oficiales que remitió a París en
1826: el alto precio que Bolívar concedía a su propia gloria, edificada sobre su
condición de héroe antimonárquico, le habría impedido presentar y promover
abiertamente sus proyectos y sus aspiraciones. Por lo tanto, cuando la adopción
por vía legal de sus diseños institucionales resultó imposible, se contentó con
ejercer una dictadura limitada en el tiempo y, por lo mismo, ineficaz. 33
¿Vio Bolívar en la convocatoria de la Gran Convención de 1828 un meca-
nismo capaz de imponer a Colombia la Constitución boliviana? Tal es la opinión
de Buchet Martigny, que tuvo a bien recordar en su correspondencia que el pre-
sidente mismo había asestado varios golpes letales a la carta de Cúcuta al pro-
meter en una proclama a los venezolanos la convocatoria de una nueva asamblea
constituyente (en contravía con lo estipulado por las leyes fundamentales) y al
premiar a Páez y sus aliados con ascensos y favores." Las miras del Libertador
habrían apuntado, en última instancia, a la creación de una vasta confederación
que se extendería desde Colombia hasta el Perú y Bolivia. 35
Se ha visto cómo, en opinión del comisionado francés, los planes de Bolí-
var habrían fallado por la timidez con que emprendió su ejecución. ¿Cómo se
tradujo esto en la práctica? Las controvertidas acciones del presidente desde su
retorno del Perú despertaron las mayores suspicacias en Bogotá y llevaron al
establecimiento de un "partido" estmcturado alrededor del vicepresidente San-
tander. Según Buchet Martigny, éste estaba compuesto esencialmente por "al-
tos funcionarios" adictos a la más pura democracia, mientras que los apoyos de
Bolívar pertenecían en su mayoría al ejército y al clero y luchaban por imponer
instituciones de corte monárquico, que no parecían ser contrarias, por 10 demás,
al querer de la plebe. 36 Aparentemente, ambos partidos se habrían comportado de

32. Buchet Martigny al ministro de relaciones exteriores de Francia (Bogotá, 18 de noviembre


de 1826), AMAE, CPC, t. 3, ff. 82-83.
33. Buchet Martigny al ministro de relaciones exteriores de Francia (Bogotá, 18, 20 Y 25 de
noviembre de 1826), AMAE, CPC, t. 3, II 82-85 Y 88-89.
34. Buchet Martigny al ministro de relaciones exteriores de Francia (Bogotá, 23 de enero y 6
de marzo de 1827), AMAE, CPC, t. 3, fr. 122-125 y 161-162.
35. Buchet Martigny al ministro de relaciones exteriores de Francia (Bogotá, 27 de mayo de
1828), AMAE, CPC, t. 4, ff. 10-13.
36. Buchet Martigny al ministro de relaciones exteriores de Francia (Bogotá, 14 de septiembre
y 18 de noviembre de 1826), AMAE, CPC, t. 3, ff. 58-62 Y 82-83.

80
Daniel Gutiérrez

modo diametralmente distinto durante las elecciones. Escritores como Restrepo,


Urisarri, Posada Gutiérrez y Groot sostienen que el Libertador cometió el error
de ordenar a los intendentes y gobemadores mantenerse alejados de las eleccio-
nes, mientras que el vicepresidente escribía "cien cartas en cada correo" con el
propósito de asegurar su designación y la de sus partidarios." Muy distinta es
en este punto la opinión de Vargas Tejada, quien afirma que los bolivianos parti-
ciparon activamente en las elecciones y hasta repartieron a través de los depar-
tamentos y provincias listas destinadas a las asambleas electorales." Sea como
fuere, lo cierto es que los comicios presentaron en ambas rondas una abstención
fortísima 39 y fueron dominados en la Nueva Granada por los santanderistas y en
la antigua presidencia de Quito, el departamento del Magdalena y algunas partes
de Venezuela por los candidatos afines al Libertador."

Un campo de batalla
La información que ofrece el recuento oficial de la Convención es desalentadora:
varias transcripciones manuscritas de las sesiones no pasan de ser imperfectos
borradores y, a pesar de la presencia de taquígrafos, los debates son consignados
con una laconismo desesperante que se abate corno un telón entre los diputa-
dos y nosotros. Resulta entonces imposible comprender a través de una filente
semejante la conformación y el dinamismo de los bandos en pugna, seguir el

37. José Manuel Restrepo, Historia de la Revolución, ob. cit., t. 4, p. 83; Eladio Urisarri, Car-
tas contra Santander. Réplica a las memorias del "Hombre de las Leyes" [1838J, Planeta, Bogotá,
2000, p. 91; Joaquín Posada Gutiérrez, Memorias histórico-políticas, ob. cit., t. 1, pp. 76 Y 80;
José Manuel Groot, Historia eclesiástica y civil de Nueva Granada, t. 5, Ministerio de Educación
Nacional, Bogotá, 1953, pp. 307-309. Ver también, David Bushnell, Simón Bolívar, ob. cit., pp.
281-282.
38. Luis Vargas Tejada, Recuerdo histórico, ob. cit., pp. 77-78.
39. En la primera vuelta, de los tres mil electores del cantón de Bogotá sólo 200 se presentaron
a votar y lo hicieron siempre a favor de candidatos "liberales", Buchet Martigny al ministro de re-
laciones exteriores (Bogotá, 21 de diciembre de 1827 y 2 de enero de 1828), AMAE, CPC, t. 3, ff.
271-272 y 274-275 Y Sir Robert Key P0l1er, Diario de un diplomático, ob. cit., p. 296. Un impreso
de la época confinna las afirmaciones del agente francés, Aparentemente, sólo 8.000 individuos
habrían tomado parte en las elecciones en la totalidad de la república, Jerónimo Torres, Observa-
ciones políticas dirigidas a la gran convención de Colombia por el ciudadano que las suscribe,
Imprenta de N. Lora, por J. N. Barros, Bogotá, 1828.
40. Luis Vargas Tejada, Recuerdo histórico, ob. cit., pp. 79-80. No hay ningún análisis siste-
mático del grupo de los diputados de Ocaña. Algunos estudios someros y de desigual calidad se
encuentran en José M. de Mier, comp., Segundo congreso Grancolombiano de Historia. Sesqui-
centenario de la Convención de Ocaña, Academia Colombiana de Historia, Bogotá, 1978. Ver
también, Víctor Manuel Uribe Urán, Vidas honorables. Abogados, familia y politica en Colombia,
1780-1850, EAFlT / Banco de la República, Bogotá, 2008, pp. 216-219.

81
El momento agónico de la República de Colombia

rastro a las principales disputas o confrontar argumentaciones, réplicas y con-


trarréplicas. Limitarse, pues, al solo registro oficial de la asamblea, impide ver
la Convención de Ocaña como el "campo de batalla" y el escenario de largos
y acalorados debates, de que hablan contestes otras fuentes contemporáneas.
Para tener alguna idea de los desacuerdos y las polémicas generadas en el seno
de la asamblea es preciso remitirse a otras nientes. Por ejemplo, a los oficios de
Buchet Martigny que he utilizado ya, combinados con escritos de la época y, en
particular, con el Diario político y militar de José Manuel Restrepo.
Para llegar a Ocaña, los primeros diputados se hallaron desprovistos de
toda clase de auxilios pecuniarios y debieron sufragar de su propio bolsillo los
gastos de viaje, los "útiles indispensables para el despacho" y la "conducción
de algunos muebles para la asamblea y conclusión del local de las sesiones".
La guerra había golpeado duramente a la ciudad, que se hallaba comlmicada
con el resto de la república a través de caminos deficientes, por lo que todo
escaseaba o alcanzaba precios muy altos. Las dificultades de los vocales se
acrecentaban por la falta de pago de las dietas, la interceptación o extravío de
la correspondencia y la presencia constante de agentes y espías de Bolívar, y
particularmente del coronel ü'Leary.41
Tanto el representante francés corno José Manuel Restrepo coincidieron
en pronosticar desde el comienzo que la Convención sería el escenario de una
violenta confrontación de partidos. El encabezado por Santander estaba mucho
más organizado: a tal punto, que ü'Leary lo deScribe corno una "máquina"
movida por un solo resorte. De hecho, sus miembros se reunían habitualmente
en una fonda y no entraban a la Convención sin saber primero "10 que han de
hacer, 10 que van a proponer, quién ha de hacer la moción, quién debe apoyarla,
etc., etc.".42 La serenidad estuvo ciertamente ausente desde el principio y los
espíritus tendieron a caldearse aún más por la recepción en Ocaña de "muchas
actas insultantes de los cuerpos de ejército del Sur y el Norte de Colombia"

41. Documentos acerca de la traslación a Ocaña de los diputados Francisco Javier Cuevas, José
J. Suárez y Miguel Saturnino Uribe, AGN, AHL, COlTespondencia oficial, t. 20, ff. 1 Y 23-26; Luis
Vargas Tejada, Recuerdo histórico, ob. cit., pp. 85-88 Y 102; José Joaquín Gori a J. M. Restrepo
(Ocaña, 24 de marzo de 1828), en Vicky Pineda, Alicia Epps y Javier Caicedo, comps., La Con-
vención de Ocaña, ob. cit., t. 3, pp. 221-222; Francisco de Paula Santander, "Memorias sobre el
origen", ob. cit., p. 78. Oficios de Francisco Soto al secretario de Hacienda (Ocaña, 10 de marzo de
1828), AGN, Congreso, 1. 8, ff. 955-957. Dice O'Leary en sus memorias que salió de Bogotá el 4
de marzo para Ocaña "con orden [del Libertador] de pennanecer allí mientras duraren las sesiones,
para darle cuenta de lo que ocurriera" (Memorias del General O 'Lemy, ob. cit., t. III, Apéndice, p.
156). Lynch también anota que O'Leary era "el observador persona! de Bolívar en la convención"
y recuerda que "detestaba a Santander", a quien veía como un hombre mediocre e inmoral (John
Lynch, Simón Bolivar. A lije, Yale University Press, New Haven-Londres, 2006, p. 236).
42. Daniel Florencio O'Leary, lvfernorias del General O'Lemy, ob. cit., t. UI, Apéndice, p. 202.

82
Daniel Gutiérrez

que buscaban que se confiriese a Bolívar un "poder discrecional sin límites"


y amenazaban con no aceptar decisión alguna contraria a estos deseos." Ade-
más, numerosas municipalidades de la república remitieron representaciones
a la convención, abogando en su mayoría por la permanencia de Bolívar en
el mando y por el establecimiento de un gobierno fuerte." Sería mndo ver
en semejante movimiento lma expresión espontánea o concluir, como hicieron
apresuradamente José Manuel Groot y José Joaquín Guerra, que tal era la opi-
nión unánime del país." Con toda razón los diputados Santander y Montoya
denunciaron la incoherencia que había entre algunas de aquellas manifesta-
ciones y las que tan sólo unos meses atrás habían suscrito los vecinos de los
mismos pueblos a favor de la federación." Más convincente resulta por ello el
análisis del diputado Vargas Tejada cuando afirma que se trataba en realidad de
una confonnidad facticia, producida por una "causa extrínseca e independiente
de la voluntad pública"Y En el mismo sentido, Rafael María Baralt y Ramón
Díaz aludieron a la inconsecuencia de los pronunciamientos expedidos por las
municipalidades antes y después de las elecciones a la Gran Convención y no
dudaron en atribuirla a la interesada influencia de los bolivianos." Por su parte,
David Bushnell señaló en 1983 que con frecuencia las peticiones habían sido
"preparadas de antemano en formularios impresos listos para ser enviados a la
convención" y que había incluso manifiestos en los cuales "el lugar de origen

43. Informe de la comisión encargada de infOllTIar sobre las representaciones de varios cuer-
pos civiles y militares y padres de familia, elevadas a la Gran Convención por el Jefe Superior de
Venezuela con oficios de [5 y 21 de marzo (Ocaña, 24 de abril de 1828), AGN, .ARL, Informes
comisiones, 1. 52, ff. 36-47; Joaquín Mosquera, "Exposición sucinta de! drama de la disolución de
la República de Colombia en el año de 1830", en Luis Ervin Prado y David Fernando Prado, eds.,
Recuerdos de dos payaneses sobre la guerra de independencia y la disolución de Colombia, VIS,
Bucaramanga, 2012, p. 87; Luis Vargas Tejada, Recuerdo histórico, ob. cit., p. 90; León Febres
Cordero a los secretarios de la Gran Convención (Ocaña, 12 y 23 de mayo de 1828), AGN, AHL,
Correspondencia oficia!, 1. 20, tI. 20 Y 89.
44. Ejemplos numerosos de las actas remitidas a la asamblea por militares y municipalidades
se encuentmn en: Vicky Pineda, Alicia Epps y Javier Caiceda, comps., La Convención de Ocaña,
ob. cit., 1. 1 Y 2. Al recibir y examinar las de Venezuela y las del Ejército del Sur, las autoridades
de la Convención las remitieron a Bolívar (29 de abril y 30 de mayo) "como a quien corresponde
mantener el orden público y la disciplina militar", AGN, Congreso, 1. 28, tI 359-360 Y 408-410.
45. José Manuel Graot, Historia eclesiástica y civil, ob, cit., t. 5, pp. 312 Y 314; José Joaquín
Guerra, La Convención de Ocaña, ob. cit., p. 294.
46. "Opinión de Francisco de Paula Santander acerca de la reforma del gobierno" y Francisco
Montaya a J. M. Restrepo (Ocaña, 10 de abril de 1828), en Vicky Pineda, Alicia Epps y Javier
Caicedo, comps., La Convención de Ocaña, ob. cit., t. 2, p. 197 Y 1. 3, pp. 233-234.
47. Luis Vargas Tejada, Recuerdo histórico, ob. cit., pp. 145-147.
48. Rafael María Baralt y Ramón Díaz, Resumen de la historia de Venezuela, ob. dI., 1. 2, pp.
271 Y 274.

83
El momento agónico de la República de Colombia

se había dado como 'Bogotá' o 'Cartagena' y luego se había corregido para


inscribir el nombre en un lugar diferente","
Recientemente, he encontrado evidencia en los archivos que demuestra que
el propio Restrepo, en su calidad de secretario del Interior, empleó toda su in-
fluencia para presionar a los diputados de la Gran Convención, Para conseguirlo,
envió a las autoridades provinciales una representación impresa, encargándoles
comunicarla a los diferentes cabildos para que éstos la transcribieran, la firmaran
y la remitiesen a Ocaña,5O Tal fue, cuando menos, lo que sucedió en Neiva, como
lo demuestra la carta escrita por Tomás Escobar y Rivas al secretario del Interior,
a comienzos del mes de mayo de 1828:
"Cuando vi ahora en la gaceta número 341 la instalación de la Gran Con-
vención, no pude menos de recordar la recomendación de Vuestra Seño-
ría, y aunque desde el día 5 del mes pasado abril participé a los cabildos
de los cuatro cantones de que se compone esta provincia (La Plata, Tima-
ná, Neiva y Purificación) la conveniencia de dar el paso que Vuestra Se-
ñoría tuvo la bondad de indicar, relativo a la forma de gobierno en aquella
asamblea, hoy tengo el dolor de avisar a Vuestra Señoría que, excepto el
de Purificación, de los demás, ningl.mo ha acusado recibo, e ignoro cuál
haya sido la causa de su morosidad: me considero en la obligación de
anunciarlo a Vuestra Señoría para que por ningún caso se persuada que
puedo tener parte en la tardanza, y mucho menos que yo sea de contraria
opinión, Esperaba las contestaciones para reunir la municipalidad de esta
capital con su vecindario y obtener sus firmas después de representarles
las ventajas de esta medida, pero ya queda informado el señor comandan-
te Silverio José Abondano, que me ha sucedido, para tomar las providen-
cias conducentes y verificar la remisión a Ocaña".51

La representación compuesta en la capital de la república circuló impresa efec-


tivamente por la provincia de Neiva y fue adoptada por los diferentes pueblos
mediante un procedimiento tan sencillo como burdo: a punta de tachones se disi-
muló el lugar y la fecha de expedición que aparecían en letras de molde ("Bogo-

49. David Bushnell, "La última dictadura de Simón Bolívar: ¿abandono o consumación de
su misión histórica?", en Ensayos de Historia Política de Colombia, siglos XIXy XX, La Carreta
Editores, MedeIlín, 2006, p. 59. Este artículo fue publicado por primera vez en Hispanic American
Historical RevieJA/ en febrero de 1983.
50. "El gobierno de esta provincia, invitado por la filantropía y conocimientos prácticos del Sr.
Secretario de Estado y del despacho del Interior, tiene el honor de ofrecer a la consideración de V.
S muy ilustre la adjunta representación impresa que manifiesta bastantemente su objeto, para que,
participándola a los ciudadanos honrados y beneméritos de este cantón, si mereciese la aprobación
universal, se transcriba y se [¿firme?], devolviéndola a este gobierno para dirigirla oportunamen~
te", Circular dirigida por Tomás Escobar y Rivas a las municipalidades de la provincia de Neiva
(Neiva,5 de abril de 1828),AGN, Sección República, Fondo Historia, t. 7, f. 131.
51. Tomás Escobar y Rivas al Secretario del Interior (Neiva, 6 de mayo de 1828), Archivo
General de la Nación (en adelante AGN), Sección República, Fondo Historia, t. 7, f. 130.

84
Daniel Glltiérrez

tá, marzo 21 de 1828, 18°") Y se les reemplazó en el costado con la pluma, antes
de agregar las firmas de los vecinos. Así sucedió en Purificación ellO de abril y
en El Espinal cuatro días más tarde. A otros lugares llegó un traslado manuscrito
del acta a la que solo restaba agregar el día, el nombre del poblado y, por supues-
to, las rúbricas de los padres de familia: tal fue el caso de Dolores y Alpujarra,
donde fueron suscritas respectivamente el 20 y el 21 del mes citado. Al cotejar
una con otra, resulta innegable que una única y misma mano elaboró las copias,
10 que confirma el origen exógeno de la iniciativa. Se presentó también un tercer
caso, en el que el acta fue remitida manuscrita incluyendo el lugar y la fecha
originales, de modo que fue necesario corregirlos chapuceramente por encima:
ello aconteció en Prado, Natagaima y Coyaima que revalidaron todos el acta el
21 de abril. 52
Cuando el secretario Restrepo recibía las actas que propiciaba con tanta dili-
gencia, las enviaba a diputados de su partido en Ocaña con el fin de que a su vez
las presentasen en la asamblea. 53 No obstante, se sabe que no todas las municipa-
lidades entraron en la combinación. En una carta escrita desde Ocaña, Santander
refirió a un corresponsal en Popayán que poblaciones como Girón y San Gil
se habían resistido abiertamente a ejecutar lo que se les mandaba." Aunque no
he podido dar con documentos sobre estos dos casos, sí encontré 1m acta de la
municipalidad de Arauca de naturaleza semejante. En ella se lee que tras haber
recibido de manos del jefe político y militar una comunicación del gobernador
de la provincia instándolos a que manifestasen a la Gran Convención "su opinión
acerca del sistema de gobierno más conveniente", los capitulares se negaron a
pronunciarse sobre el particular "supuesto que han depositado su confianza en
los miembros de aquella respetable corporación y que han sometido su voluntad
a la de aquellos, que los consideran con el patriotismo, luces y demás necesario
para mirar por la felicidad de Colombia"."
¿Quiere esto decir que la coacción no era tan te¡minante y que por consi-
guiente las actas enviadas a Ocaña desde muy diversos rincones de la república
deben leerse como una adhesión sincera al sistema central y a la permanencia
del Libertador en el poder? En realidad, los casos de San Gil, Girón y Arauca re-
sultan verdaderamente excepcionales y en ese sentido parecen sugerir más bien

52. AGN, AHL, Asuntos varios, 1. 70, ff. 238, 275-276, 277-278, 281-283, 284-285, 294-206,
297-298.
53. Gori a Restrepo (Ocaña, 1° de mayo de 1828), en Vicky Pineda, Alicia Epps y Javier Cai-
cedo, comps., Lel Convención de Ocaña, oh. cit., t. 3, pp. 257-259.
54. Santander a Rufino Cuervo (Ocaña, 10 de mayo de 1828), en Vicky Pineda, Alicia Epps y
Javier Caicedo, comps., La Convención de Ocaña, ob. cit, t. 3, pp. 251-253.
55. Acta sin fecha de la municipalidad de Arauca, AGN, Negocios Administrativos (en ade-
lante NA), 1. 2, f. 642.

85
El momento agónico de la República de Colombia

la residencia en dichas pohlaciones de delegados del poder ejecutivo afines a los


liberales o menores posibilidades locales de constreñimiento.
Para el 14 de abril de 1828, Buchet Martigny juzgaba ya inútil esperar al-
gtill resultado de la asamblea. No obstante, al conocer que el antiguo secretario
de hacienda José María del Castillo había derrotado al general Santander por
lm estrechísimo margen en la elección por la presidencia de la corporación, al-
canzó a ilusionarse a finales de mayo con lm triunfo del partido boliviano y el
establecimiento de "instituciones más adecuadas con el Estado moral" del país.
Esta tendencia pareció confirmarse, además, por la derrota de los proyectos fe-
derales que propusieron dividir la república en ocho pequeños Estados o en tres
de mayor tamaño. 56 Restrepo comentó también la apurada elección de Castillo
y agregó en su diario que los cuatro secretarios designados eran "enemigos de
Bolívar", Basado en esta evidencia, auguró que Ocaña iba a convertirse en "un
campo de batalla" en el que se opondrían dos partidos, y señaló que los pocos
diputados "moderados" o "independientes" que allí había (y particularmente los
antioqueños y dos miembros de la poderosa casa Mosquera de Popayán) tendrían
un papel decisivo en la contienda. En cuanto a la alternativa federal, Restrepo
criticó la inconsecuencia de Santander, que había abandonado su entusiasmo
por el "gobierno central" sólo para oponerse a Bolívar, y dio cifras concretas
de su derrota del 28 de abril: 42 votos contra 22. Así mismo, Restrepo tuvo la
oportunidad de revisar 34 artículos del proyecto de Constitución presentado a la
convención por una comisión de cinco miembros nombrada para tal efecto y 10
calificó con dureza de "miserable reglamento" porque en su opinión debilitaba la
acción del ejecutivo. Por el Diario polftico y militar se sabe, además, que Bolívar
se disgustó con el proyecto de los santanderistas y que amenazó con retirarse a
Venezuela. Sus partidarios en Ocaña quisieron entonces presentar una moción
para que se le llamase y se acordase con él el perfil de las nuevas instituciones.
Pedro Briceño Méndez quedó encargado de enunciarla una vez que se hubieran
conseguido con certeza los votos precisos para su aprobación. Se trataba, evi-
dentemente, de ahorrar al Libertador una afrenta innecesaria. Según se dijo, 38
diputados, entre los cuales se contaba el mismísimo general Santander, ofrecie-
ron apoyar la iniciativa. No obstante, el14 de mayo la moción fue rechazada por
40 votos contra 28".57

56. Buchet Martigny al ministro francés de relaciones exteriores (Bogotá, 14 de abril y 20 de


mayo de 1828), AMAE, CPC, t 4, ff 3-4 y 8-9.
57. José Manuel Restrepo, Diario político y militar, ob. cit., t. 1, pp. 377~380; José Manuel
Restrepo, Historia de la Revolución, ob. cit., t. 4, pp. 96-98 Y 592-593. Ver también las cartas de
José María del Castillo y José Joaquín Gori a José Manuel Restrepo (Ocaña, 10 Y 17 de mayo de
1828), publicadas por José Joaquín Guerra en su obra, pp. 307-309, 312-313 Y 321-362. Consúlte-

86
Daniel Gutiérrez

En los días siguientes (22-28 de mayo), el combate giró en tomo a la nue-


va constitución propiamente dicha, mediante la oposición de dos proyectos: el
uno, formado esencialmente por Vicente Azuero, buscaba debilitar el ejecutivo,
particularmente mediante el aumento del número de los departamentos (de 12 a
20) y el establecimiento en cada uno de ellos de asambleas con amplias atribu-
ciones; el otro, redactado por José María Castillo, se afanaba, por el contrario,
en darle fuerza, ampliando, por ejemplo, el período presidencia!.58 Si bien ambos
borradores comenzaron a discutirse al mismo tiempo, el segundo fhe admitido
tan sólo como una modificación del primero y, por lo demás, había quedado muy
claro quién poseía la mayoría en la Gran Convención.
A pesar de que para entonces habían llegado algunos representantes más, la
preponderancia santanderista se mantuvo. Bolívar escribió, en consecuencia, a
un convencionista pariente suyo (Briceño Méndez) para manifestar su disgusto y
amenazó con "no firmar las reformas" que se decretasen y con abandonar el país.
Alarmados con la noticia, los llamados serviles despacharon al coronel O'Leary
a Bucaramanga con la intención de que acordase con el Libertador una estrategia
para lo venidero." Consta que desde mediados de mayo Bolívar había recibido
con satisfacción y corno una "profecía" que deseaba "ver cumplir" las protestas
de los diputados que le eran adictos, según las cuales éstos estaban resueltos "a
no firmar ni votar cosa que no sea excelente, y que más bien abandonar[í]an el
campo a los facciosos, retirándose de Ocaña y denunciándolos a la nación corno
perturbadores y enemigos públicos"60 En otras palabras, es imposible salvar la
responsabilidad del presidente de la república en lo sucedido a continuación.'!

se la "Memoria relativa a la Convención de Ocaña" del diputado José Santiago Rodríguez, Boletín
de la Academia Nacional de la Historia, n° 66, abril-junio de 1934, pp. 162-164. Finalmente, Bu-
chet Martigny al ministro francés de relaciones exteriores (Bogotá, 13 de junio de 1828), A.l\1AE,
CPC, t. 4, ff. 24-25.
58. José Manuel Restrepo, Diario político y militar, ob. cit., t. 1, p. 380. Ambos proyectos
de constitución han sido publicados en múltiples ocasiones (por ejemplo: José Joaquín Guerra,
La Convención de Ocaña, ob. cit., pp. 321-362 y 368-402; Vicky Pineda, Alicia Epps y Javier
Caicedo, comps., La Convención de Ocaña, ob. cit., 1. 2, pp. 107-145 y 157-192). Ver, por último
el "Informe de la comisión de reformas a la Constitución al presentar su b.·abajo" (21 de mayo de
1828), en Vicky Pineda, Alicia Epps y Javier Caicedo, comps., La Convención de Ocaña, oh. cit.,
t. 2, pp. 99-106.
59. O'Leary a su esposa Soledad Soublette (Bucaramanga, 14 de mayo de 1828), en Diego
Carbonell, ed., Generala 'Lemy, Íntimo (correspondencia con su esposa), Editorial Élite, Caracas,
1937, pp. 173·174. Gori a Restrepo (Ocaña, 10 de mayo de 1828), en Vicky Pineda, Alicia Epps y
Javier Caicedo, comps., La Convención de Ocaña, ob. cit., 1. 3, pp. 271-272.
60. Bolívar a Rafael Urdaneta, José María Castillo, José Rafael Arboleda y José Antonio Páez
(Bucaramanga, 14 y 15 de mayo y 1° y 2 de junio de 1828), en: Daniel Florencia O'Leary, Memo-
rias del General O 'Leary, ob. cit., t. 1II, Apéndice, pp. 290-292, 293-294 Y 315-319.
61. Francisco de Paula Santander, "Memorias sobre el origen", ob. cit., pp. 80-81; José Rafael

87
El momento agónico de la República de Colombia

Corno estaba previsto, los bolivianos decidieron retirarse masivamente de la


asamblea sólo cuando estuvieron seguros de que, al dejar de concurrir a las se-
siones, ya no podría alcanzarse el quórum preciso. 62 Es importante señalar que el
gmpo de los disidentes tenía una clara cohesión regional, corno que lo formaban
todos los diputados del Sur (9), seis de la antigua Venezuela, cuatro del departa-
mento del Magdalena y uno del de Cundinamarca. En otras palabras, se trataba
de individuos que debían su elección a los "jefes superiores" Páez y Flores y al
intendente Montilla, y que representaban, en consecuencia, los intereses de los
oficiales del ejército colombiano. Mediante el arbitrio escogido de la deserción
masiva, el gobierno de la república debía quedar luego en manos de Bolívar, a
quien se declararía dictador en Bogotá. Y corno las principales poblaciones de
Colombia habían de replicar el acto, comenzaron a tornarse de inmediato las
medidas apropiadas."
Antes de resignarse a disolver la Convención, los diputados liberales inten-
taron aprobar mm cuando fuera un "acto adicional" a la Constitución de 1821.
Compuesto de 19 artículos, él puede verse corno la expresión más sencilla de
sus reivindicaciones, y apuntaba particularmente a regular con claridad las atri-
buciones del poder ejecutivo en casos de conmoción interior y a garantizar las
reivindicaciones de los federalistas mediante la creación de las asambleas pro-
vinciales. 64 Dicho de otro modo, se trataba de poner coto al influjo de Bolívar.
¿Abusó el partido santanderísta de la mayoría con que contaba en la asam-
blea? Tal acusación, enunciada por los historiadoresBaralt y Díaz en su Resumen
de la historia de Venezuela, merece ser tenida en cuenta. 65 Para abordar la cues-
tión viene corno anillo al dedo la correspondencia oficial de Joaquín Campino,
ministro de Chile en los Estados Unidos, quien siguió muy de cerca los trabajos

Sañudo demuestra con abundamiento el punto, Estudios sobre la vida de Bolívar, [Pasto, 1925).
Planeta, Bogotá, 1995, pp. 444-456. Restrepo sostiene lo contrario en su Historia y afirma, sin
allegar pmebas, que se trata de una "calumnia" encaminada a despedazar 'Iel honor del Libertador"
(ob. cit., t. 4, p. 593). El General Posada Gutiérrez en sus lvfemorias histórico-políticas coincide
con él, basándose en las conversaciones que tuvo posteriormente con José María Castillo y Rada y
el propio Bolívar sobre el asunto. Tales evidencias son, por supuesto, del todo insatisfactorias (ob.
cit., pp. 102 Y 107-108). Lynch también supone que Bolívar era ajeno a la decisión de establecer
una dictadura (Simón Bolívar, ob. cit., p. 237).
62. A mediados de mayo tan sólo entre 16 y 18 diputados habían tomado semejante resolución,
Briceño Méndez a Bolívar (Ocaña, 15 de mayo de 1828), Daniel Florencia O'Leary, Memorias del
General O'Leary, ob. cit., t. IlI,Apéndice, pp. 297-299.
63. Oficio citado de Buchet Martigny delUde junio de 1828.
64. Vicky Pineda, Alicia Epps y Javier Caicedo, comps., La Convención de Ocaña, ob. cit., t.
2, pp. 221-224.
65. Rafael María Baralt y Ramón Díaz, Resumen de la historia de Venezuela, ob. cit., t. 2, p.
278.

88
Daniel Gutiérrez

de la Gran Convención, y quien juzgaba que los diputados liberales cometieron


un error al no lisonjear y capitular con el Libertador, "respecto a que le recono-
cian intención, poder e influjo bastante para frustrar sus deliberaciones, proce-
diendo en guerra abierta":
"¿Esperaban acaso estos diputados que un hombre lleno de gloria, extre-
madamente celoso de ella y con bastante poder para sostenerse, inclinase
la cabeza y permitiese aparecer ante el mundo, declarado criminal por
esta misma convención? ¿No conocían estos representantes que el único
modo de salvar a su país era legitimar y dar opinión al poder y fuerza de
hecho que Bolívar tenía, y asegurar la obediencia y cumplimiento de las
deliberaciones de la Convención con el apoyo y el poder de aquel? [ ... ]
Aquellos liberales parece que no conocieron la alhaja preciosa y el valor e
importancia que tiene en un país, y más en una revolución como la nues-
tra, un ciudadano que haya logrado reunir un tan gran capital de infll~o,
ascendiente, poder y opinión si se le da a ésta una dirección conveniente.
En mi concepto la exaltación o terquedad de los liberales de Colombia ha
perjudicado a la causa de la libertad, y puesto a Bolívar en la necesidad
de pasar sobre ella"."

Campino veía, pues, en la figura de Bolívar, una garantía de estabilidad que con-
venía conservar y, al mismo tiempo, en caso de excluirlo del mando, una ame-
naza formidable para Colombia. En tales circunstancias, le parecía que la única
manera de preservar la república era un pacto que engatusara al caudillo. ¿Era
posible tal cosa? Para el mes de septiembre, cuando Campino se enteró de la
declaración de guerra de Colombia al Perú y renacieron sus temores de que Bo-
lívar estuviese buscando conformar lm imperio de tipo napoleónico en América
del Sur, su respuesta al interrogante anterior se hizo terminantemente negativa:

"Mucho me equivocaba yo cuando creía que una conducta lisonjera hacia


aquel por parte de la última convención habría servido a contenerlo en los
límites de la moderación y la justicia. Sus planes eran resueltos. Si la con-
vención no los hubiese autorizado y aprobado, ella habria sido concluida
del mismo modo que lo ha sido. Sin embargo, en mi opinión, aquellos
representantes habían estado en la obligación de capitular con él, y esta
conducta política y generosa de su parte, habría recomendado más su cau-
sa, y puesto más en descubierto y descrédito los planes y miras de Bolívar.
Pero los tales representantes liberales de la convención se han manejado
de un modo muy imprudente y apasionado en su conducta con éste, y des-
pués muy imbéciles y pusilánimes para sostener sus propias pretensiones,
abandonando el campo por la sola retirada ilegal de una corta minoría, sin
haber hecho la menor gestión ni insistencia por sostenerse, ni haber dado
la menor muestra de energía. Ellos han proporcionado a Bolívar con su

66. Campino a sus comitentes (Baltimore, 10 de agosto de 1828), Archivo Histórico Nacional
de Chile, Fondo Ministerio de Relaciones Exteriores, t. 22, fr. 31-44.

89
El momento agónico de la República de Colombia

terca e impmdente conducta al principio, y con este abandono posterior


que hicieron del poder, pretextos para colorir la necesidad de investirse
del mando supremo para no dejar la nación acéfala y entregada a todas
las facciones".67

Pronunciamientos y dictadura
Corno se ha visto, la agonía de la Gran Convención comenzó el 2 de junio de
1828 con la defección de 19 diputados y se prolongó por nueve días más hasta su
clausura definitiva, habiendo resultado inútiles todas las tentativas de concilia-
ción." La reunión se cerró, pues, con un rotundo fracaso, y costó a la quebrada
república de Colombia 200.000 pesos. 69 En el proceso, el partido santanderista,
que había controlado las elecciones del año anterior y gozado en Ocaña de una
mayoría tan indisputable corno precaria, perdió el control de la situación en be-
neficio de las autoridades bolivianas de Bogotá. El 13 de junio, aprovechando la
ausencia de los principales líderes del partido opositor, y acudiendo al llamado
del intendente de la capital (el coronel Pedro Alcántara Herrán), "la mayor parte
de las autoridades civiles, judiciales y eclesiásticas", respaldadas por un "gran
concurso de ciudadanos principales y del pueblo", retiraron los poderes que la
provincia había dado a sus diputados en la Gran Convención y depositaron en
Simón Bolívar toda la autoridad pública 70
Lejos de ser un acto espontáneo, la movida había sido preparada con caute-
la en "varias reuniones de personas notables"," que obraban de consuno y por
medio de estafetas, tanto con Simón Bolívar, como con los diputados bolivianos
de Ocaña. En efecto, la maniobra no podía más que ser una consecuencia de la
disolución previamente discutida y acordada de la asamblea y del beneplácito
(tácito o expreso) del Libertador a asumir la dictadura. A pesar de que, según
José Manuel Restrepo, el Consejo de Gobierno "aprobó el acta bajo su responsa-

67. Campino a sus comitentes (Baltimore, 3 de septiembre de 1828), Id., ff. 48-52.
68. José Joaquín Guerra, La Convención de Ocaña, ob. cit., p. 424-432; José Santiago Rodrí-
guez, "Memoria relativa", ob. cit., pp. 168-171,
69. Sir Robert Key Porter, Diario de U/1 diplomático, ob. cit., p. 336.
70. Buchet Martigny al ministro francés de relaciones exteriores (Bogotá, 13 de junio de
1828), AMAE, cpe, t. 4, ff. 24-25. Ver también la narración de Posada Gutiérrez sobre el parti-
cular, .Memorias histórico-políticas, oh. cit., t. 1, p. 107. El Acta de Pronunciamiento de Bogotá
puede leerse en Vicky Pineda, Alicia Epps y Javier Caicedo, comps., La Convención de Ocaña,
ob. cit., 1. 2, pp. 283-286.
71. José Manuel Restrepo, Diario político y militar, ob. cit., t. 1, pp. 380-381; José Manuel
Oroot, Historia eclesiástica y civil, ob. cit., 1. 5, pp. 325-326.

90
Daniel Gutiérrez

bilidad y sin órdenes o instrucciones" de Bolívar," pensar en una manifestación


improvisada y aislada de las autoridades de Bogotá resulta tan absurdo como
suponer que pudo tratarse de un movimiento unánime del pueblo. Por el contra-
rio, la creación de la dictadura enjlmio de 1828, antes de que se conocieran en
Bogotá las noticias de la disolución de la Gran Convención, debe ser vista como
una respuesta del partido boliviano a la preponderancia santanderista en Ocaña. 73
No hay que olvidar que, pocos meses después, el intendente Pedro Alcántara
Herrán recibió el grado de general en reconocimiento a los importantes servicios
prestados. 74
El acta de Bogotá fue replicada en toda la República de Colombia con una
rapidez y una efectividad asombrosas. En cuatro días se consiguió la adhesión
del Socorro, en diez la de Cartagena y en menos de tres semanas la de Antio-
quia y Panamá. 75 El proceso encaja muy bien en la definición de Thibaud de
los pronunciamientos, a los que ve corno mecanismos de "reproducción de los
consensos políticos", menos deliberativos que duplicativos. 76 No obstante, si
se repara en la trastienda, surge en alto relieve una poderosa y bien articulada
red que sustentaba las pretensiones bolivianas. Por 10 demás, éstas recibieron
el apoyo oportuno del Secretario del Interior, que se dirigió por escrito a todos
los intendentes de la república para solicitarles que se encargasen de reproducir
en el territorio de su mando una declaración semejante a la de los vecinos de la
capital. 77 Afortunadamente, se han conservado documentos que demuestran que

72. José Manuel Restrepo, Dia/'io político y militar, ob. cit., t. 1, p. 381.
73. Véase lo afirmado al respecto por Restrepo, que jugó un papel fundamental en la adopción
de la estrategia: "Adoptóse, pues, la base de que era útil, conveniente y aun necesario hacer todo
lo posible para que la Convención de Ocaña no diera constitución alguna. Como no había otro
arbitrio que escoger entre males harto graves, éste pareció menor", Historia de la Revolución. ob.
cit., t. 4, p. 103. Ver también José Rafael Sañudo, Estudios sobre la vida de Bolivm; abo cit., pp.
450-455.
74. David Bushnell, "La última dictadura de Simón Bolívar", ob. cit., pp. 59-60.
75. Ejemplos numerosos de estas actas se hallan enAGN, NA, t. 1 (provincia de Antioquia), 2
(Pore, Chire, Santiago de las Atalayas), 3 (Guayana), 5 (Medellin), 6 (Zipaquirá), 10 (Socorro) y
11 (antigua Venezuela). Algunas de éstas y otras más fueron reproducidas en Vicky Pineda, Alicia
Epps y Javier Caicedo, comps., La Convención de Ocaña, ob. cit., t 2 Y 3.
76. Clément Thibaud, "Entre les cités et l'Etat", arto cit., p. 17. Más particularmente, María Te-
resa Calderón ha señalado que tras la disolución de la Convención de Ocaña la disyuntiva entre la
pluralidad de los pueblos y la necesaria singularidad de la soberanía del pueblo se resolvió a través
de la figura del Libertador ("Un gobierno bacilante", ari. cit., pp. 210-211).
77. "Las autoridades constituidas y todos los colombianos, debemos cooperar con Su Excelen-
cia [el Libertador] [ ... ] manifestando la ilimitada confianza que tenemos de sus virtudes, y nuestro
profundo reconocimiento por los eminentes servicios que ha prestado a la patria". Circular dirigida
por José Manuel Restrepo a los intendentes (Bogotá, 21 de junio de 1828), en Vicky Pineda, Alicia
Epps y Javier Caicedo, comps., La Convención de Ocaña, ob. cit., t. 3, pp. 19-20.

91
El momento agónico de la República de Colombia

las órdenes recibieron un diligente acatamiento y que los ciudadanos de las dife-
rentes provincias fueron convocados no tanto para deliberar corno para refrendar
y suscribir. Mírese, si no, la manera en que el gobernador de Guayana se permitió
convocar una de las asamblea de notables:
"Necesitamos ya de nuestros propios esfuerzos. La misma energía que
nos inspiró el deseo de sacudir la tiranía de los antiguos opresores, nos
manda hoy autOlizar al más grande de los héroes, al imnortal Bolívar,
con los más amplios poderes, para que nos liberte del abismo que nos
amenaza".78

Las instmcciones que el intendente Mariano Montilla dirigió al coronel Adler-


creutz para que éste consiguiese en Mompox el acta apropiada, incluso con de-
rramamiento de sangre, si fuere necesario, son aún más elocuentes. 79 Con seme-
jantes auxilios, no es de extrañar que en todas las provincias (salvo en Manabí y
Coro, que creyeron necesario ir más allá y dar al Libertador un poder ilimitado
"para constituir a Colombia corno le pareciese"SO) se refrendase, ya por miedo,
ya de buena fe, lo establecido en la capital. El general José María Córdoba, que
había sido tmo de los principales promotores del acta del 13 de junio en Bogotá,8l
sabía, pues, de qué hablaba al denunciar posteriormente aquellas ceremonias,
recordando que el acta se preparaba de antemano y que sólo concurrían y tenían
licencia para hablar en las reuniones los sujetos más conocidos por sus ideas
"antiliberales"." En síntesis, ver en las muy numerosas réplicas del acta de Bo-
gotá del 13 de junio un "pronunciamiento general y uniforme corno nunca se
había visto,,8J o un "movimiento plebiscitario"" a favor del Libertador resulta un
poco traído de los cabellos.
Con todo, el estudio de las actas antioqueñas sugiere que temores enteramen-
te justificados jugaron en ocasiones un papel tan destacado corno el constreñi-

78. Proclama del comandante del Orinoco (30 de julio de 1828), en Vicky Pineda, Alicia Epps
y Javier Caicedo, comps., La Convención de Ocaña, ob. cit., t. 3, pp.,87-88. Con respecto al De-
partamento de Maturín y a la provincia de Apure, pp. 98-99 Y 117-] 18.
79. Montilla a Federico Adlercreutz (Cartagena, 25 de junio de 1828), en Caracciolo Parra
Pérez, ed., La cartera del Coronel conde de Adlercreutz, Excelsior, París, 1928, pp. 56-57.
80. Joaquín Mosquera, "Exposición sucinta", ob. cit., pp. 86-87.
81. Buchet Martigny al ministro francés de relaciones exteriores (Bogotá, 28 de septiembre de
1829), AMAE, CPC, t. 4, ff. 286-287.
82. Córdoba a Bolívar (Medellín, 22 de septiembre de 1829), AGN, Sección República, Fondo
Historia, t. 1, ff. 133-142.
83. José Manuel Groot, Historia eclesiástica y civil, ob. cit., 1. 5, p. 328.
84. Hermes Tovar Pinzón, "Problemas de la transición del Estado colonial al Estado nacional",
en Jean-Paul Deler e Yves Saint-Geours, comps., Estados y naciones en los Andes, hacia una his-
toria comparativa: Bolivia-Colombia-Ecuador-Perú, t. 2, IEP I IFEA, Lima, pp. 382-388.

92
Daniel Gutiérrez

miento y las amenazas. En efecto, en dicha provincia la compulsión no parece


haber sido determinante, aunque en cada caso las reuniones de los padres de fa-
milia fueron convocadas y presididas por el jefe político municipal. Así mísmo,
las discusiones estuvieron precedidas siempre por la lectura del pronunciamiento
de Bogotá y de notas escritas por el gobernador, el intendente de Cundinamarca
y el comandante de armas de la provincia, cuya intención era claramente con-
seguir una réplica obediente del acta de la capital de la república. Por último,
resulta claro que las noticias que se tenían en Antioquia de lo sucedido en Ocaña
eran escasas e imprecisas, por lo que la deliberación de los vecindarios estaba
viciada desde el inicio. Y no obstante, en ninguno de los centros urbanos im-
portantes (salvo en Marinilla, que fue incluso más allá al confiar al Libertador
un mandato vitalicio) hubo adhesión ciega a las instrucciones de las máximas
autoridades civiles y militares de Colombia. Ciertamente, en cada caso se pro-
testó no obedecer a las disposiciones de la Convención y en cada caso también
se otorgaron plenas facultades a Bolívar. Empero, la asamblea de la ciudad de
Antioquia se negó a revocar, como 10 hicieron las demás, los poderes de los di-
putados de la provincia, tanto porque juzgaba que no había habido "nulidad en
sus nombramientos", como porque los representantes no habían "desmerecido su
confianza". Lo interesante del caso antioqueño es entonces que en aquellas actas
se nota una angustia verdadera, ligada no sólo al fantasma de la anarquía y la
guerra civil, sino también a un inminente enfrentamiento militar con el Perú y a
una probable invasión española. Este sentimiento, incrementado por la impreci-
sión y la escasez de las noticias, fue hábilmente aprovechado por los bolivianos.
De ahí que las firmas sean copiosas en las ciudades de Antioquia y Rionegro,
población esta última donde el entusiasmo habría sido tan grande que "cada cual
quería firmar primero", premura que puede percibirse allTI hoy porque la tinta se
COlTió y los pliegos quedaron en parte "aborronados".85
No obstante, el triunfo obtenido por los bolivianos mediante la generaliza-
ción del pronunciamiento de Bogotá era tan frágil como el de los santanderistas
del año anterior. Dos partidos se habían insinuado a partir de las maniobras de
Bolívar en el Perú y en Venezuela, se perfilaron durante las elecciones a la Gran
Convención y se consolidaron en la liza de Ocaña. Ambos tenían una dimensión
semejante al territorio de la república y sus nervaduras respectivas se extendían
por ciudades, villas y pueblos. No en vano, el uno se beneficiaba de las clien-
telas construidas por Francisco de Paula Santander a lo largo de los ocho años
en que se desempeñó como vicepresidente de Cundinamarca y presidente del

85. Actas de Santa Rosa de Osos (30 de junio), Rionegro y Marinilla (1 0 de junio), Antioquia
(3 de junio), en Archivo Histórico de Antioquia, t. 43, doc. 13 73-1377.

93
El momento agónico de la República de Colombia

poder ejecutivo de Colombia y el segundo fimdaba su fÍJerza no sólo en la muy


promovida figura del Libertador, sino también en los secretarios del despacho y
en las poderosas jerarquías militar y eclesiástica. En consecuencia, la alternativa
de la dictadura no podía ser aceptada dócilmente por el partido perdedor, que
aprovechó los últimos días en Ocaña para preparar una revolución que debía es-
tallar simultáneamente en diferentes provincias. 86 El gobierno tampoco tardó en
perseguir y expatriar a muchos de los convencionistas antibolivianos, a pesar de
que la ley los declaraba irresponsables. 87 El diferendo político con que se cerró
la Gran Convención estimuló también en el mes de septiembre a varios jóvenes
a planear y a acometer un atentado homicida contra Bolívar. El crimen no pudo
concretarse, los cómplices fueron apresados y castigados, y Santander, que tuvo
noticia de la trama y se abstuvo de denunciarla, fue condenado a muerte, pena
que se le conmutó después por la de destierro. 88 Colombia, no obstante, había
salido de Ocaña agonizante y tenía para entonces los días contados."

Conclusiones
Según Restrepo, la Convención de Ocaña estaba conformada por hombres de
luces, experiencia y patriotismo, en todo comparables a los que expidieron en
Cúcuta la Constitución de 1821. ¿Por qué, pues, no lograron como aquéllos ha-
llar un compromiso entre las diferentes tendencias? La respuesta del historiador,
según la cual muchos de los diputados de 1828 estaban dominados por "vio-
lentas pasiones", resulta hoy enteramente insatisfactoria. 90 Si los miembros de
la Convención fi\eron incapaces de fundar la concordia en tomo a las premisas
concurrentes del orden y la libertad, o de hallar un justo medio entre el centra-
lismo y el federalismo file, antes que nada, porque el espíritu de unión del grupo
de los fundadores de la república se fue relajando a medida que se perfilaba el
desenlace de la guerra de independencia. El agente francés en Colombia Beno!t

86. La acusación la hace Restrepo y parece confirmada por El diario de Bucaramanga (ob. cit.,
entrada del 26 de junio) y por los posteriores levantamientos de José Hilario López y José María
Obando en Popayán y de José María Córdoba en Antioquia (Historia de la Revolución, oh. cit., t.
4, p. 102).
87. Rafael María Baralt y Ramón Díaz, Resumen de la historia de Venezuela, oh. cit., t. 2, pp.
289-290.
88. José Manuel Restrepo, Historia de la Revolución, ob. cit., t. 4, pp. 116-123.
89. Sobre la República de Colombia durante el gobierno dictatorial de Bolívar (1828-1830),
ver el excelente artículo de David Bushnell, "La última dictadura de Simón Bolívar", ob. cit., pp.
57-116.
90. José Manuel Restrepo, Historia de la Revolución, ob. cit., t. 4, pp. 91-94.

94
Daniel Gutiérrez

Chassériau indicaba ya en uno de sus infonnes de 1821 las trágicas consecuen-


cias de una victoria quizás demasiado rápida contra los españoles, al señalar
que ésta iba generando el surgimiento de las "pretensiones particulares" en de-
trimento de los "intereses generales", Aparentemente, los hombres sensatos del
país comenzaron a temer desde entonces las paradójicas consecuencias de una
liberación demasiado abrupta,9\
En su estudio clásico sobre el período, David Bushnell recuerda que la adop-
ción del régimen central en 1821 contó aun con el voto de federalistas convenci-
dos, y que ello no se debió a la intimidación de los militares, sino a la convicción
sincera de que el primer sistema era más apropiado para continuar la lucha contra
España y de que su elección no impedía que en tiempos de paz se hiciesen las
refonnas convenientes, Es por eso que, en opinión de Bushnell, la decisión de
convocar constitucionalmente una convención al cabo de diez años, puede con-
siderarse como el "gran compromiso" del Congreso de Cúcuta 92 La revolución
de Venezuela de 1826 y los desórdenes promovidos por el propio Bolívar en el
resto de la república abreviaron la vida de un pacto de suyo brevísimo y extrema-
damente frágil, Peor aún, los acontecimientos que tuvieron lugar desde entonces
y hasta la instalación de la Gran Convención en Ocaña contribuyeron a conso-
lidar dos partidos cuyas orientaciones políticas hacían prácticamente imposible
cualquier acuerdo, La figura de Bolívar constituía ciertamente el mayor escollo,
puesto que para los primeros su pennanencia al frente del poder ejecutivo no
sólo era necesaria sino indispensable para la pervivencia de Colombia, mientras
que los segundos veían en el Libertador a un hombre poseído por la ambición y
a un enemigo de las instituciones republicanas, Las numerosas actas expedidas
por las municipalidades para exigir la adopción del sistema federal, conceder
facultades omnimodas a Bolívar o presionar a la Convención; la intervención en
los desórdenes de jefes militares, secretarios del despacho y agentes del Liberta-
dor, y la obligación en que se vio el Congreso de anticipar la convocatoria de la
Convención -prevista en principio por la Constitución para el año de 1831-
sentaron un precedente gravisimo, al dar muerte al "principio de legalidad"93 y
abrir la puerta a las vias de hecho,
Una vez quebrantado el "gran compromiso de Clicuta", ¿era posible acaso
fundar otro? La respuesta es a todas luces negativa, Luis Vargas Tejada, hombre

91. Apen;u de la situation de la République de C%mbie. sur les rapports politiques, écono-
miques et commerciaux a lafin de 1'année J822. pp. 26-27, Archives Nationales de Franee, AE/B/
1II/456,
92. David Bushnell, El régimen de Santander en la Gran Colombia. Ediciones Tercer Mundo
I Facultad de Sociología de la Universidad Nacional, Bogotá, 1966, pp. 33-34.
93. La expresión es de Posada Gutiérrez, Alemorias histórico-políticas, ob. cit.. t. 1, p. 72.

95
El momento agónico de la República de Colombia

cercano a Santander y diputado como éste en Ocaña, se lamentó tardíamente del


apego mostrado por los hombres liberales de la Nueva Granada a las leyes fun-
damentales de la república hasta 1828 y de su incapacidad para comprender que
en la alianza con los federalistas de Venezuela se encontraba la clave para vencer
las pretensiones de Bolívar y salvar la existencia de Colombia 9 " No obstante,
su lamentación parece vana porque no se ve cómo hubieran podido luchar los
civiles de ambos territorios contra un estamento militar tan poderoso y celoso de
sus prerrogativas. La historia de la Nueva Granada, Ecuador y Venezuela en las
décadas siguientes demuestra la capacidad palpable que poseían los oficiales del
ejército libertador para corunover rápidamente sus regiones de influencia y poner
en entredicho el orden constitucional.
Tampoco puede pensarse que el respeto del statu qua hubiera sido una ga-
ranlÍa de estabilidad y de paz. De hecho, la existencia de Colombia no hubiera
podido prolongarse por mucho tiempo porque sus instituciones deprimían gra-
vemente los intereses de los departamentos del Sur y el N arte de la república (es
decir, de la antigua Capitanía General de Venezuela y de la desaparecida Presi-
dencia de Quito l. Sólo el federalismo podía remediar esas contradicciones, pero
el partido boliviano se empeñaba en ver en él un sinónimo de anarquía, muy a
pesar de que en la práctica no eran otra cosa las amplias facultades con que obra-
ban los llamados "jefes civiles y militares", los intendentes y el mismo Bolívar,
en uso de sus atribuciones extraordinarias.
¿Qué decir, finalmente, del establecimiento de una magistratura personal de
amplias facultades en la que los bolivianos cifraban el porvenir de Colombia? La
premisa reiterada de la incapacidad de los habitantes de la república de gozar de
la libertad de su siglo fue leída con razón como una apostasía y como un atentado
contra el más fundamental de los acuerdos: el sistema republicano de gobierno.
No hay ninguna duda de que los liberales temieron sinceramente entre 1826 y
1830 la creación de una corona, de un protectorado o cuando menos de un con-
sulado vitalicio en Colombia. Dificilmente puede reprochárseles que vieran en
ello un insulto a la causa revolucionaria.
¿Qué concluir, en suma, de la Convención de las discordias? ¿Cómo evitar
decir tan sólo una verdad de Perogrullo que corrobore, por ejemplo, que la asam-
blea se disolvió por falta de acuerdos? El análisis de los antecedentes de la asam-
blea y de los debates que en ella tuvieron lugar permite, en primer lugar, com-
prender que la narración hmdacional de José Manuel Restrepo en su Historia
de la revolución, acerca de lo sucedido en Ocaña, es eminentemente partidista.
Los hechos que oculta o disimula el autor acerca de su propio accionar, así como

94. Luis Vargas Tejada, Recuerdo histórico, ob. cit., pp. 21-22, 45-46 Y 167.

96
Daniel Gutiérrez

del Libertador y sus capartidarios, tienen, en últimas, la intención de justificar la


dictadura y deben leerse en ese sentido." En otras palabras, las "pasiones" que
el historiador fi.lstiga como causantes del fracaso de la Convención no pueden
atribuirse exclusivamente a los santanderistas. La asamblea de Ocaña se disolvió
ciertamente por falta de acuerdos, pero éstos no se debieron a la ceguera intere-
sada de unos cuantos, sino a la desaparición de los consensos más elementales
acerca del sistema republicano.
En segundo lugar, los acontecimientos de Ocaña escenifican una oposición
fi.mdamental acerca de la legítima expresión de la voluntad popular. En efecto,
aquellos que se titulaban liberales insistieron en ver en las elecciones y en el
sistema representativo la voz natural de la soberanía instaurada por la revolución
de independencia. Los bolivianos, entre tanto, fustigaron la manipulación de los
comicios y apoyaron "sus pretensiones en el legajo de papeles enviados a la
convención con el carácter de expresión libre del pueblo"." Corno se ha visto,
estas actas no pueden tomarse tampoco como una manifestación espontánea y
cierta de los ciudadanos (pasivos o activos) de la república, y los defectos evi-
dentes que las invalidaban (y que la investigación confirma) fueron denunciados
oportunamente por los santanderistas. 97 Luego, ¿se trataría en últimas de dos
manipulaciones concurrentes del mismo calibre? Forzoso es reconocer que no,
puesto que mientras la primera se atenía a las reglas de juego, la segunda no sóio
las infringía sino que hacía posible su eterno cuestionamiento.

95. La interpretación de Restrepo ha tenido un infinito número de seguidores y cabe calificarla


como preponderante. Recientemente, por ejemplo, John Lynch, al abordar rápidamente la Conven-
ción de Ocafia escribió sin mbor: "Most delegates agreed on the neeJ for constitlltional reform,
thollgh oot on the details. But while the Bolivarians were determined to behave correctly, free of
party spirit, the 'anarquists' fonned a tied group, eating and living together, and coordinating their
tactics, all targeted 011 weakening the executive" (Simón Bolívar, ob. cit., p. 236).
96. Francisco de Paula Santander, "Memorias sobre el origen", ob. cit., p. 79.
97. En mi opinión es imposible, pues, atribuir a estos pronunciamientos una "legitimidad igual
o superior a la de los poderes ejecutivo y legislativo nacionales" o tenerlos por un sinónimo "in-
equívoco del bien común", para retomar los términos empleados por Clément Thibaud, "Entre les
cités et l'Etat", arto cit., p. 18.

97
EL LETRADO PARROQUIAL

Luis Ervin Prado Arellano1

En 1984 el umguayo Ángel Rama publicó La ciudad letrada, libro muy influ-
yente que otorgaba un lugar privilegiado a la letra y al letrado en la formación de
la ciudad yen el dominio hispano del Nuevo Mundo. La novedad de su trabajo
radicaba en su distanciamiento frente a quienes entendían el alfabeto y la alfabe-
tización como una tecnología, como un artefacto cultural neutral, expresión del
evolucionismo hacia un pensamiento racional y superior, que se habría plasmado
de preferencia en el mundo occidental. Rama, por el contrario, consideraba a la
escritura como tma tecnología de poder, puesto que "es la sociedad y no la nota-
ción la que decide quién lee y cómo". De esta manera, pelmitía ver la notación
alfabética como un vehículo esencial de la dominación imperial,' y entraba a for-
mar parte de los pioneros en la reflexión teórica de las ciencias sociales, que por
entonces le habían empezado a conceder centralidad al lenguaje en la construc-
ción de la realidad sociaJ.3 La ciudad letrada señalaba al mismo tiempo algo que

1. Docente Departamento de Historia Universidad del Canea. Candidato a doctor en historia


latinoamericana, Universidad Andina Simón Bolívar, Quito.
2. Ángel Rama, La ciudad letrada, Ediciones del Norte, Hanover, 1984; Marta Zambrano, "La
impronta de la ley: escritura y poder en la cultura colonial", en Cristóbal Gneeco y Marta Zambra-
no, Memorias hegemónicas y memorias disidentes. El pasado como política de la historia, ICANH
I Universidad del Cauea, Bogotá, 2000, pp. 155-156.
3. En el momento que se editó La ciudad letrada, la historia social estaba entrando al deno-
minado giro lingüístico, iniciado por un conjunto de historiadores anglosajones provenientes de
la historia del trabajo, quienes se interesaron por el lenguaje y su peso en la explicación de las
identidades y la configuración de la experiencia de clase. Así, cuestionaron las formas interpreta-
tivas clásicas de la historia y dieron apertura a los planteamientos gestados desde la "teoría de la
cultura", Véase Simón Gunn, Historia y teoría cultural, Prensas Universitarias de Valencia, Va-
lencia, 2011, pp. 19-43; GeoífEley y Keith Nield, Eljitturo de la clase en la historia ¿Qué queda
de lo social?, Prensas Universitarias de Valencia, Valencia, 2010, pp. 37-75; loan Wallach Scott,

99
El letrado parroquial

diversos historiadores ya habían afirmado, esto es, que en la América española la


ciudad había sido ellocus por excelencia del poder. En su caso, sin embargo, la
importancia de este hecho radicaba en que había sido el lugar de residencia del
letrado, figura a la cual Rama le otorgó una centralidad tal vez desmedida en la
constitución del poder colonial, mediante el dominio del ejercicio de la pluma.
En su argumento, en efecto, tiende a anatematizar al letrado, sin entender que
este sujeto por su saber, era un funcionario indispensable en la constitución de
cualquier organización estatal moderna, independientemente de la calificación
ideológica que se le quiera dar.
Este texto indaga acerca del rol del letrado en la organización del Estado
republicano en el ámbito provincial caucano de la primera mitad del siglo XIX.
En él se parte de los planteamientos de Rama pero se toma distancia de su ca-
racterización del letrado como un sujeto con presencia exclusivamente urbana.
Argumento, por el contrario, que la ciudad letrada tuvo sus elongaciones en las
parroquias, donde, al igual que en las ciudades, los sujetos letrados encargados
del ejercicio del poder local constituyeron un monopolio. Por otro lado, retomo
los planteamientos seminales de Malcolm Deas respecto a la vida política en la
Colombia rural y pueblerina del siglo XIX. Se trata, a mi modo de ver, de un
agudo escrito que ha tenido pocos seguidores en la historiografla colombiana.
Deas señaló allí que no se puede entender cómo operó la vida política en las
parroquias del siglo XIX si no tomamos en cuenta la centralidad de los letrados,
no sólo en razón de los puestos públicos que desempeñaron sino también porque
constituyeron un mecanismo privilegiado para la politización de la vida rural
incluso en las aldeas más recónditas de la geografía nacional.'
El fenómeno se hizo evidente en el siglo XIX con la emergencia del Estado-
nación, que, anémico de funcionarios públicos debió recurrir a los letrados de
las parroquias para que se encargaran del ejercicio administrativo en las loca-
lidades. En este sentido planteo que debido a que la práctica de lecto-escritura
era un dominio de pocos en los pueblos, la república se vio obligada a recurrir
a dichos letrados para que ocupasen de manera reiterada los puestos públicos.
Se convirtieron, de esta manera, en los "dueños del poder local". Critico por lo
tanto las interpretaciones que han sostenido que el nepotismo y la venalidad son
los factores explicativos de la constitución de las "roscas parroquiales" y de los
gamonalismos tantas veces denunciados por los pensadores liberales a finales

Género e historia, Fondo de Cultura Económica / Universidad Autónoma de Ciudad de México,


México DF, 2011.
4. Malcolm Deas, "La presencia de la política nacional, en la vida provinciana, pueblerina y m-
raI de Colombia en el primer siglo de la república", en Del poder y la gramática y otros ensayos so-
bre historia, política y literatura colombianas, Tercer Mundo Editores, Bogotá, 1993, pp. 175-206.

100
Luis Ervin Prado

de la centuria decimonónica corno 1m serio obstáculo a la democracia electoral.


Considero que fue más bien el oficio de la pluma, el que permitió constituir esas
bases de poder local, ante la insuficiencia de personal capacitado para ocupar los
cargos públicos en las parroquias.

Las prolongaciones de la ciudad letrada: la parroquia


Rama situó el monopolio del ejercicio de la pluma en las ciudades, centros de las
principales instituciones políticas castellanas que rigieron los destinos de His-
panoamérica desde el siglo XVI hasta el XIX. Desconoció que la centralidad de
los signos lingüísticos obligó a los sectores no privilegiados a buscar la forma
de acceder a dicho conocimiento. De hecho, la principal crítica que tal vez se le
pueda hacer a La ciudad letrada es justamente no mostrar esos espacios inters-
ticiales donde cientos de hombres y mujeres lograron acceder al aprendizaje de
los códigos del alfabeto castellano. Y si bien no hay registros claros de cómo se
logró eso, sí podernos señalar que la impronta de la ley y las prácticas notariales
obligaron a los subalternos a buscar fOlmas de aprender la lecto-escritura. Su
acceso les pernlitió hacer reclamos directamente ante las autoridades, llevando
literalmente los mismos protocolos jurídicos, corno lo ha señalado Marta Zam-
brano para el caso del cacique de Turmequé en el siglo XVI,5 caso este que no
fiJe excepcional sino más bien una constante en las sociedades coloniales. La
existencia de tales letrados marginales, por así decirlo, se demuestra en los di-
versos escritos sepultados en los archivos, entre cientos de documentos, que de
vez en cuando surgen con sus trazos rústicos y erráticos, muchas veces con los
giros propios de una oralidad (heteroglosia), que estaba por fuera de la ciudad
letrada. 6 Generalmente son escritos de tipo legal, hechos a petición de una co-
munidad o un individuo que debía hacer frente a un pleito, los cuales esconden
un conjunto de personalidades que emergieron corno mediadores de sus grupos
sociales, y quienes junto a los clérigos fueron los encargados de redactar repre-
sentaciones a las autoridades.

5. Marta Zambrano, "La impronta de la ley", art. cit., pp. 152-155. Puede verse también Eric
Van Young, La otra rebelión. La lucha por la independencia de fvféxico, 1810-1821, Fondo de
Cultura Económica, México DF, 2006, p. 784.
6. En efecto, algunos negros esclavos que eran capitanes de minas en la costa del Pacífico te-
nían cierta destreza en el oficio de la pluma, lo que les pellnitía cOlmmicarse con los propietarios.
A propósito ver: Luis Ervin Prado Arellano, "El consenso trastocado. Esclavismo y sedición en
las cuadrillas mineras del Pacífico, Popayán 1810-1840", Reflexión política, vol. 16, n° 32, 2014,
pp. 142-156.

101
El letrado parroquial

La crisis de la monarquía católica que culmina con la disolución del imperio


y la fonnación de los Estados nacionales en Hispanoamérica, coloca las realida-
des políticas en unas coordenadas inéditas. La nueva situación que inicia con la
invasión napoleónica de la península Ibérica (1808) y culmina más o menos en-
tre 1812 y 1814, con las declaraciones de independencia de varias jurisdicciones
coloniales americanas, marcó también los primeros esfuerzos por constituir un
andamiaje político-administrativo que respondiera especialmente a las necesi-
dades bé1icas 7 Así, se hizo preciso controlar amplias áreas filra1es, para 10 cual
fueron nombrados nmcionarios adeptos al nuevo régimen pero con influencia en
los poblados. De esta fonna, las parroquias junto con otros poblados menores
cobraron importancia en la construcción del nuevo orden político, pues al ex-
tender las ciudades su área de influencia se ampliaba la extracción de recursos
económicos y humanos al tiempo que se hacía necesario integrarlas en el nuevo
orden y nombrar funcionarios que cumplieran las tareas administrativas.'
Si bien la tendencia general en los movimientos autonómicos de la América
hispana, como 10 han señalado varios autores, tuvo origen en los militares, las
élites letradas fueron nmciona1es a las novedades políticas, como 10 sostiene
Carlos Altamirano: "juristas y escritores pusieron sus conocimientos y sus com-
petencias literarias al servicio de los combates políticos, tanto en las polémicas
como en el curso de las guerras, a la hora de redactar proclamas o de conce-
bir constituciones, actuar de consejeros de quienes ejercían el poder político o
ejercerlo en persona".' Los letrados, pues, independientemente de que el poder
estuviera en manos de civiles o de militares, suministraron durante todo el pri-

7. En el caso de Buenos Aires, luego del derrocamiento de las autoridades coloniales, en 1810,
se hizo necesario constituir un nuevo orden político y en ello fueron centrales Jos funcionarios
locales, quienes fueron dotados de amplios poderes, de los cuales en muchos casos terminaron
abusando. Véase Tulio Halperin Donghi, "La militarización revolucionaria de Buenos Aires, 1806~
1815", El ocaso del orden colonial en Hispanoamérica, Editorial Sudamericana, Buenos Aires
1978, pp. 149-151; Tulio Halperin Donghi, Revolución y guerra. Formación de una élite dirigente
en la Argentina criolla, Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 1972. Una mirada de larga duración a la
construcción del poder político en Juan Maiguashca, "Dirigentes, políticos y burócratas: el Estado
como institución en los países andinos, entre 1830 y 1890", en Historia de América Andina, voL 5,
Universidad Andina Simón Bolívar / Libresa, Quito, pp. 217-273.
8. Para el caso del Nuevo Reino de Granada un ejemplo en Guillenno Sosa Abe!la, Repre-
sentación e independencia, 1810-1816, ICANH / Fundación Carolina, Bogotá, 2006, pp. 50-56.
Sobre la importancia de los funcionarios en la constitución del Estado republicano en la antigua
gobernación de Popayán: Luis Ervin Prado Arellano, "Redes, movilización y bases de autoridad en
el valle del Patía, 1820-1851", Historia Caribe, vol. 8, nO 22, 2013, pp. 75-103; Luis Ervin Prado
Arellano, "Bandidos, milicianos y funcionarios: control social republicano en las provincias del
Cauca, 1830-1850", Historia Caribe, vol. 5, n° 15, 2010, pp, 143-166.
9. Carlos Altamirano, "Introducción general", en Historia de los intelectuales en América La-
tina, vol. 1, Katz Editores, Buenos Aires, 2008, p. 9.

102
Luis Ervin Prado

mer siglo de vida republicana los discursos que legitimaron el orden político
y conectaron a los '''ciudadanos'' con la patria. Pero en ellos en general no se
produjo un claro deslinde de la esfera política con la esfera de la cultura, algo
que sólo empezará a verse con claridad a fines del siglo XIX. Un ejemplo de la
funcionalidad de las élites letradas puede verse en los clérigos, quienes prestaron
su pluma y su voz en el púlpito para hacer proselitismo a favor de la república. 10
Pero en el siglo XIX la relevancia del letrado no quedó circunscrita al ámbito
de los principales centros urbanos, donde se albergaban las oficinas de gobierno.
La república necesitó institucionalizar los nuevos poderes en poblados mucho
más modestos: las parroquias y demás caseríos dispersos a lo largo y ancho de
la geografía hispanoamericana." Por eso los nuevos Estados debieron aumentar
el ejército burocrático a cotas nunca antes vistas durante el dominio español.
La alta demanda de funcionarios se fundó en la urgente necesidad de organizar
y legitimar el orden político, que desde el centro debía ser irradiado hasta las
parroquias, pasando por los centros urbanos secundarios y terciarios. Para que el
Estado pudiera penetrar la periferia territorial se necesitaba un personal letrado
versado en asuntos jurídicos, contables y administrativos.

10. Sobre la importancia del clero en la construcción de la legitimidad de las nuevas repú-
blicas: Carlos Gálvez-Peña, "'El rey, la constitución y la patria. Prédica y cultura política en Perú
durante la primera mitad del siglo XIX", en Carmen Me Evoy, et a11, El nudo del imperio. Inde-
pendencia y democracia en el Perú, IEP I IFEA, Lima, 2012, pp. 151-170; Luis Ervio Prado Are-
llano, "Clérigos y control social en la cimentación del orden republicano, Popayán 1810-1830",
Reflexión política, vol. 13, n° 25, 2011, pp. 152-] 63; Margarita Garrido, "Los sennones patrióticos
y el nuevo orden en Colombia, 1819-1820", Boletín de Historia y Antigüedades, vol. XCI, n° 826,
2004, pp. 461-483; Carlos Altamirano, "Introducción general", en Historia de los intelectuales,
vol. 1, ob. cit., pp. 11-12.
11. En el siglo XIX la parroquia fue una unidad político-administrativa muy relacionada con la
administración eclesiástica. Las ciudades en sí mismas estaban divididas en parroquias, en el sentido
que una iglesia con su clérigo se encargaba de dar el pan espiritual a un sector de la urbe (los barrios
o cuarteles) y dependiendo de su tamaño, se constihlía el número de parroquias con sus respectivas
iglesias. En el caso de las poblaciones más pequeñas, las que tenían el número suficiente de habi-
tantes eran una parroquia, la cual contaba con una iglesia encargada de la administración y control
religioso de la población. En el caso de la Nueva Granada, después de (8321a división administra-
tiva tomó como unidad básica la parroquia (distrito palToquial), a su vez varios distritos constituían
un cantón y varios cantones una provincia. El distrito parroquial se convirtió así en la unidad básica
de la división loca! político-administrativa, y cada distrito contaba en su interior con vice-parroquias
y sitios, pequeños caseríos que no contaban con recursos para financiar un clérigo y el culto. Por
lo general las vicepan'oquias contaban con una pequeña capilla en la que en ciertas temporadas del
año el cura visitaba la localidad, oficiaba misa, bautizaba, hacía casamientos y otras liturgias propias
del catolicismo. En síntesis, el distrito parroquial tenía una modulación eclesiástica y sobre dicha
división religiosa el Estado yuxtapuso la división político-administrativa con sus funcionarios res-
pectivos, que por lo general eran alcaldes, alguaciles palToquiales y recaudadores de rentas.

103
El letrado parroquial

Las letras de la ciudad tuvierou que extenderse hasta las aldeas, donde tam-
bién era necesario que la república tuviera representantes. Personas hábiles en el
oficio de la escritura y la lectura, y en menor medida, pero no por ello secunda-
rio, en teneduría de libros. De hecho, no se puede entender la construcción de los
Estados latinoamericanos en el siglo XIX, sin aquellos letrados que ejercieron
los cargos burocráticos en los pueblos: alcaldes, jueces, tesoreros o administra-
dores de rentas parroquiales, que junto con los clérigos fueron la punta de lanza
de la penetración estatal en el mundo rural. 12 La diseminación del letrado hacía
parte del proceso de construcción de las nuevas repúblicas, las cuales retornaron,
mmque re-significándolo, parte del sistema administrativo colonial, de manera
que continuaron usando hasta bien entrado el siglo XIX ciertos códigos de leyes
castellanas, su tradición jurídico-política, el papel sellado, la declaración jura-
mentada y firmada ante un juez, entre otros instrumentos, que formaban parte de
las ritualidades del ejercicio legal y administrativo del Estado moderno.
En las parroquias, la antigua legitimidad y sacralidad del documento escrito
tuvo expresión en muchas prácticas políticas republicanas. Diversos actos del
ejercicio político debían pasar por un documento que era leído a viva voz en
las plazas públicas, por ejemplo cuando se promulgaba una constitución o un
decreto, cuando se hacía un pronunciamiento o una declaración pública, entre
otros casos. Así, el 8 de marzo de 1832 el Comandante de Armas del Cantón de
Alrnaguer comunicó al gobernador de la provincia de Popayán, Rafael Diago
Ángulo, que el26 de febrero anterior se había publicado el acta de incorporación
del territorio de su jurisdicción a la Nueva Granada. 13

"El alcalde convocó a los ss. sacerdotes, los empleados de hacienda, y


demás vecinos, los que se relIDieron en la casa del cabildo y habiendo he-
cho leer dicho señor alcalde, las actas de reincorporación a la Nueva Gra-
nada: tomándose la palabra le hizo saber a todos los vecinos el objeto de

12. Esta dinámica es mostrada claramente por diversos estudios: María E. Bemal y Raúl O.
Fradkin, "Pueblos y construcción del poder estatal en la campaña de Bonaerense (1785-1836)", en
Raúl O. Fradkin, comp., El poder y la vara. Estudios sobre justicia y la construcción del Estado
en el Buenos Aires rural, Prometeo Ediciones, Buenos Aires, 2007, pp. 25-47; Juan Carlos Gara-
vaglia, "El despliegue del Estado en Buenos Aires: de Rosas a Mitre", Desarrollo Económico, vol.
44, n° 175,2004, pp. 415-445; Juan Carlos Garavaglia, "Ejército y milicia: los campesinos bonae-
renses y el peso de las exigencias militares, 1810-1860", Anuario IEHS, n° 18, 2003, pp. 153-187.
13. Debido al golpe de Estado que dio en Bogotá el general Rafael Urdaneta, el departamento
del Cauca, que constituía todo el occidente colombiano, desde Pasto al sur hasta Chocó al nm1e,
optó por agregarse a finales de 1830 al Ecuador y desde esa posición, sus élites regionales hicieron
la guerra a Urdaneta, lo cual culminó con su salida del país y el llamado a una nueva convención
constituyente que sancionó la nueva carta magna en marzo de 1832. Restablecido el orden cons-
titucional en el centro del país, Popayán decidió volverse agregar a Colombia, ahora denominada
Nueva Granada.

104
Luis Ervin Prado

dicha reunión y que en atención a residir la soberanía de todos los pueblos


y en uso de los derechos que les confiere la ley les correspondía a ellos
el mirar por su suerte fÍJtura [rotal pronuncia en libremento a qué estado
se someten [rotal al del Ecuador, o al de la Nueva Granada [ilegible1 ...
En este concurso publicaron sus pensamientos todos con la mayor liber-
tad y fundándose en muy poderosas razones, uniendo sus votos con e]
Ilustre Pueblo de Popayán, se pronunciaron libremente reincorporándose
al Estado de la Nueva Granada, haciendo este tiempo muchas demos-
traciones de regocijo, aclamando con vivas a S. E. el Sr. Vicepresidente
del Estado José María Obando, a cuyo tiempo se hicieron descargas y
concluyendo este acto de tanta gloria para este cantón y de satisfacción
para V S. y la Nueva Granada, saliendo de dicba reunión los oficiales y
demás soldados de la milicia con la música a dejarme a mi alojamiento,
repitiendo vivas con el mayor regocijo y luego ofrecieron nuevamente
sus servicios a mí para q. yo les ofreciese a V. S. y que V S. los ofreciese
a S. E el vice presidente de la Nueva Granada, y por la noche se pusieron
luminarias en la plaza, música y demás regocijos.
Al día siguiente el Sr. Alcalde circuló a todas las parroquias la acta cele-
brada en esta ciudad para que en su conocimiento se pronunciasen por el
estado que quisiesen y dentro de ocho días estarán aquí todos reunidos en
esta ciudad, para remitirla por la posta a donde V S. para su conocimien-
to, según me lo ha dicho el señor alcalde el que por su conducta, por sus
sentimientos patrióticos merece las consideraciones de V. S. y de nuestro
supremo gobierno. Todo 10 que con mayor satisfacción y regocijo y que
siempre se tenga a la vista a todos estos vecinos, 10 que por estas virtudes
y patriotismo, merecen las mayores consideraciones de nuestro gobierno
[rotal V S. su más obediente servidor". \4

La carta muestra la necesidad en que se encontraban las autoridades locales de


hacer un cabildo abierto para leer las actas oficiales y así enterar a la población
tanto de la cabecera cantonal como de las parroquias, de la determinación de
agregar a la Nueva Granada el territorio de Almaguer, adherido al Ecuador hacía
un año por las convulsiones políticas generadas a raíz de la dictadura de Rafael
Urdane!a. Era necesario un acto público para que la acción adquiriera legalidad y
para que una decisión tornada de antemano y desde arriba, se convirtiera en una
especie de plebiscito.
Así corno se necesitaba un acta para darle legalidad a una detetminación, era
necesario hacer un documento semejante para pasar a la ilegalidad. Las guerras
civiles en la Nueva Granada y en América Latina se caracterizaron por comenzar
con un pronunciamiento, acto público y escrito que hacía una facción política
cuando se rebelaba contra el gobierno. El pronunciamiento, primer acto de la
rebelión, era leído en la plaza pública y con él se buscaba justificar la separa-
ción del cuerpo político y se declaraba formahnente la sedición abierta contra el

14. Archivo Central del Callea, Archivo Muelto -en adelante ACC, AM-, 1832, paquete 21,
legajo 9.

105
El letrado parroquial

gobierno. Dicho documento finalizaba con las firmas de los declarantes, en un


claro procedimiento notarial. Firmar el pronunciamiento era tan normal que el
presidente José Ignacio de Márquez en un indulto de febrero de 1840 a favor de
los rebeldes en la guerra civil que por entonces azotaba al país, excluía de los be-
neficios a los cinco primeros firmantes en los pronunciamientos, por considerar
que eran los principales promotores del levantamiento. 15
Así pues, leer y escribir eran destrezas importantes para cualquier nmciona-
rio parroquial. Los jueces necesitaban de ellas para levantar los sumarios y las
declaraciones por los delitos que ocurrían en sus pueblos; 16los alcaldes requerían
igual experticia para remitir los informes solicitados por las autoridades provin-
ciales sobre la situación de orden público, las estadísticas, los asuntos adminis-
trativos, etc. 17 De hecho, e independientemente de la forma discrecional como
algunas autoridades parroquiales ejercieron sus funciones, la pluma era indis-
pensable para la legalidad de los actos político-administrativos ejecutados en sus
aldeas. No es extraño, por lo tanto, que muchos empleados parroquiales enviaran
cartas a las gobernaciones solicitando la remisión de la Gaceta de la Nueva Gra-
nada o la gaceta provincial donde eran publicados los decretos orgánicos, leyes
y ordenanzas, indispensables para desarrollar la labor administrativa."
En resumen, era necesario contar con funcionarios capaces de leer y escribir,
pues sólo sobre tales competencias se sostenía el régimen de legalidad. Hubo, no

15. Gustavo Arboleda, Historia contemporánea de Colombia, t. n, Banco Central Hipotecario,


Bogotá, 1990, p. 352. Dicho indulto fue cambiado el 8 de mayo de 1841, pocos días después de
posesionarse en la presidencia el general Pedro A. Herrán, quien amplió el indulto para incluir a
todos los firmantes (Gustavo Arboleda, Historia contemporánea de Colombia, ob. cit., t. III, p. 6).
16. Toda la información encontrada sobre jueces parroquiales demuestra fehacientemente su
capacidad de ¡ecto-escritura. La afirmación se basa en el cotejo de la letra de los documentos con
la firma del juez, en los cuales lo que varía son los trazos y las fonnas de construcción gramaticaL
Un estudio detallado pennitiría determinar los grados de habilidad en el oficio de la pluma.
17. Es a partir de los oficios de los alcaldes remitiendo infonnes a las autoridades provinciales
y cantonales que he logrado identificar a tales personalidades. De otra manera hubiese sido impo~
sible, pues los archivos parroquiales se caracterizan por los pocos rastros documentales del siglo
XIX. Con base en esta información conservada pueden ser identificadas las diversas actividades
ejercidas por los alcaldes.
18. En las cartas de los funcionarios públicos es frecuente que aludan a la Gaceta de la Nueva
Granada como su fuente de conocimiento de los acontecimientos políticos del país, así como de
base para ciertas decisiones estrictamente administrativas. Por ejemplo, el 2 de octubre de 1833
las autoridades de Buga solicitaron al gobierno de Popayán la remisión de los números faltantes
del Constitucional, pues ahí estaban publicados los decretos que debían cumplir los funcionarios
(ACC, AM, 1833, paquete 23, legajo 15). Yen carta de la jefatura política de Popayán de marzo
8 de 1837 se remite a la Gaceta de la Nueva Granada sobre la detenninación de si es la provincia
o el gobierno nacional quien debe costear la remisión de unos reclusos condenados a servir en el
ejército en el puerto de Cartagena: ACC, AM, 1837, paquete 27, legajo 4.

106
Luis Ervin Prado

obstante, casos de alcaldes analfabetos, aunque ellos contaban con una persona
de su confianza que se encargaba de leer y redactar los documentos. Así 10 señaló
Manuel José Guevara, alcalde parroquial de Tejares, poblado anexo al suroriente
de la ciudad de Popayán, quien ellO de junio de 1851 le describía de esta manera
al gobernador su manera de ejercer la autoridad:
"desde el año de 1849 me hallo ejerciendo el destino de alcalde parro-
quial, sin tener en mi auxilio otro apoyo que un hijo llamado José Cipria-
no Guevara, el que como corresponde a la quinta compañia de Calicanto,
se lo llevaron y se halla en la de Pasto, con tal motivo me encuentro en
la presente sin poder desempeñar el indicado destino, ya por mi edad
avanzada, ya porque carezco de lo principal que es saber leer y escribir,
y por supuesto tengo que echar mano de indiVIduos que no debían impo-
nerse de órdenes o providencias que se me manda a cumplir. Además Sr.
Gobernador soy quebrado, cuya enfermedad como es público me impide
para continuar en el referido destino, por tales razones suplico a usted se
sirva admitinne mi renlillcia",19

La centralidad del letrado en la vida parroquial fue tal que los mismos vecinos
de las localidades tuvieron conciencia de su importancia, llegando a reconocer
que su ausencia era un obstáculo para lograr objetivos como el de constituirse en
distrito parroquial. Así lo expresaron el 5 de septiembre de 1850 los vecinos de
la viceparroquia de Potosí, en el cantón de Ipiales, al enviar nna representación a
los diputados de la cámara provincial de Túquerres:
"en virtud del derecho que les concede el artículo 164 de la constitución,
expresan que el distrito parroquial creado por la cámara provincial en las
sesiones ordinarias de 1848 con Potosí, Janunal y las Lajas, expresan que
es gravoso porque la mayor parte es población indígena y los blancos son
pocos y no todos saben leer y escribir y no hay por 10 tanto para suplir
todos los años los cargos concejiles".20

En las parroquias, los letrados incluso fueron considerados como lma especie de
capital cultural que ayudaba ajustificar las pretensiones de un pueblo a ser eleva-
do a una mejor categoría administrativa. El hecho de que un determinado pueblo
tuviera en su seno individuos letrados le permitía mostrar que contaba con un
número suficiente de alfabetos que podían rotarse los cargos parroquiales duran-
te el año y así ejercer eficazmente el tren administrativo exigido por el Estado."

19. ACC, Alvl, 1850, paquete 48, legajo 64.


20. Representación a los diputados de la cámara provincial de Túquerres, Potosí, septiembre 5
de 1850, en ACC, AM, 1850, paquete 48, legajo 32.
21. Representación de los vecinos de La Sierra al jefe político de Popayán, La Sierra, enero 15
de 1848, en ACC, AM, 1848, paquete 44, legajo 64.

107
El letrado parroquial

El letrado parroquial como intelectual


El letrado parroquial fue el representante de la ciudad letrada en los mundos
rurales. Su poder descansó en la comprensión de los signos lingüísticos, lo cual
le naturalizó como el representante por antonomasia de la autoridad republi-
cana en los pueblos. Se debe precisar, no obstante, que si el oficio de la phnna
le otorgó a esos letrados la legitimidad para ejercer los cargos públicos, ellos
fueron también hombres que en su contexto poseyeron otros capitales simbó-
licos, indispensables para su efectivo ejercicio de poder. No era suficiente ser
letrado. Su autoridad también descansó en que por lo general formaban parte de
las familias principales de la localidad, en que tenían acceso a ciertos recursos,
formaban parte de redes de adscripción y en algunos casos poseían ciertos valo-
res culturales que sólo pueden ser entendidos dentro de su entramado social. En
otras palabras, el oficio de la pluma era indispensable para ocupar los cargos pa-
rroquiales, pero en muchos casos eso no era suficiente para alcanzar legitimidad
en su entramado socio-cultural, siendo necesarios otros elementos legitimadores
que los otorgaba su parentela, sus recursos y otros valores. En el caso del valle
del Patía, un segmento considerable de los letrados que se ha logrado identificar
fueron además oficiales de milicias, grados que obtuvieron en el campo de bata-
lla, donde demostraron su capacidad de mando y de lucha, valores fuertemente
apreciados en aquella sociedad. Algunos de ellos también estaban investidos de
ciertas capacidades mágicas, como ser e'mpautados. 22
Aquel letrado tuvo una centralidad indisputada en las aldeas, debido en gran
medida al bajo nivel de alfabetismo que caracterizó a la población neogranadina
de la primera mitad del siglo XIX. Ese monopolio de los pocos hombres letra-
dos con que contaban las parroquias tendió sin embargo a ser erosionado por la
promoción y la difusión de la instrucción pública que adelantó el Estado republi-
cano, tanto a nivel básico como en los llamados colegios mayores. 23 Esa amplia-
ción de la educación tuvo, ciertamente, un impacto comparativamente menor en
los pueblos y sus contornos rurales respecto a las ciudades, de manera que puede
decirse que en el mundo parroquial el ejercicio de la lectma y la escritura fue un

22. Luis Ervin Prado AreUano, "El jefe natural: poder y autoridad en el valle del Patía,
1810-1850", Historia y Sociedad, nO 23, 2012, pp. 243-265. En la tradición cultural patiana, los
e'mpautados son aquellos hombres que han hecho pacto con el demonio. Al norte del actual de-
partamento de Nariño, región estrechamente vinculada al Valle del Patía, se les denomina "com-
pactados".
23. Sobre la promoción de la educación primaria y los colegios superiores, véase: David Bus-
hnell, El régimen de Santander en la Gran Colombia, El Áncora Editores, Bogotá, 1984; Frank
Safford y Marco Palacios, Colombia país fragmentado y sociedad dividida. Su historia, Editorial
Nonna, Bogotá, 2005, pp. 237-239.

108
Luis Ervin Prado

asunto excepcional que varió poco a lo largo del siglo. Para tener una dimensión
de la situación puede servimos el informe que en 1837 envió el alcalde parro-
quial de Tunía al cabildo municipal de Popayán sobre las personas alfabetas de
su localidad. En él indicaba que en la cabecera del distrito había nueve indivi-
duos letrados, incluyéndose él mismo, mientras que los sitios de Patuco, Ovejas
y sus alrededores contaban cada uno con seis. Cruzadas estas cifras, con todas las
reservas que podamos tener frente a ellas, con la información que arrojó el cen-
so general elaborado en 1835 el cual dio para el distrito en cuestión un total de
2.544 personas, tendríamos que en la década de 1830 el porcentaje de alfabetos
en todo el distrito parroquial era del 0.85% de la población total."
El ejemplo anterior es un indicador de los bajos niveles de alfabetismo en los
distritos parroquiales de las provincias suroccidentales de la Nueva Granada en
la primera mitad del siglo XIX. Eso no significa que en otros distritos esa tasa no
hubiera podido ser más elevada, y de hecho no disponemos hasta el momento de
información. Aquella posibilidad es verosimil, puesto que se ha podido saber que
entre las décadas de 1830 y 1850 fueron establecidas escuelas de primeras letras
en varias parroquias, las cuales algún impacto debieron tener en la elevación de
las tasas de alfabetización." Aún así, estamos frente a sociedades con muy bajos
niveles de escolaridad en las que, por ello, tuvo el letrado una posición central.
Por su oficio de la pluma y el baj o número de alfabetos en las parroquias, el
individuo letrado terminó ocupando reiteradas veces los puestos parroquiales:
alcalde, juez parroquial, administrador de rentas, mayordomo de fábrica, entre
otros. Tal regularidad lo dotó de cierta dignidad, mucho más en las sociedades
de tradición hispánica, donde para ser elegido en un cargo público era necesario
tener ciertas calidades propias de las sociedades estamentales y corporativas.
De esta forma se fue patrimonial izando la administración estatal parroquial y
naturalizándose el poder mismo." Esto lo expresó en 1864 el presidente interino

24. El informe del alcalde parroquial sobre la población capaz de leer y escribir enACC, Repú-
blica, Cabildo 1837; el censo enACC,AlvI, 1835, paquete 25, legajo 21. Ahora bien, si de la pobla-
ción total sacáramos el 50% por considerarlo población femenina, que por su condición de género
tenía vedado el ejercicio de los cargos públicos, el porcentaje de alfabetos se elevaría a11.7%, con
tendencia a alcanzar casi el 3% si descartáramos además la población mascuHna menor de 18 años.
25. Sobre la difusión de la instrucción pública a nivel rural tanto en las parroquias de mestizos
como en las de indios en la provincia de Popayán durante la primera mitad del siglo XIX, véase
Luis Ervin Prado Arellano, "Escuelas en la tormenta parroquiaL Contlicto y disputa local en la
provincia de Popayán, 1832-1851", artículo inédito, diciembre de 2014.
26. En el siglo XVIII las autoridades parroquiales debían tener ciertas calidades que las in-
vestía de legitimidad, como tener una vida pública intachable y pasar por blanco, entre otras. En
síntesis, asumir las llamadas "varas de la autoridad" era un signo de prestigio y capital social que se
adhería a los sujetos que. encarnaban los cargos (Margarita Garrido, Reclamos y representaciones:
variaciones sobre la política en el Nuevo Reino de Granada, 1770-1815, Banco de la República,

109
El letrado parroquial

del Estado de Santander, Rafael Otero, ante la asamblea legislativa de aquella


sección cuando señaló la necesidad de establecer una lmiversidad en la región,
pues la escasez de expertos en temas jurídicos hacía que
"se sirvan por hombres que aunque honrados, no conocen suficientemente
la jurisprudencia, y para conseguir la altemabilidad, si es que ello es nece-
sario como garantía de buen manejo en los puestos público. Si se quiere
disminuir los males de un monopolio de hecho circunscrito a los pocos
hombres que hay titulados, el mejor provecho es aumentar el número de
personas que saquen provecho de él para que se haga competencia. No
basta que la constitución diga que todos los colombianos son elegibles:
es preciso que la ley ayude a formar los hombres que han de ocupar los
puestos públicos, para que el gobierno sea bueno en el ramo de la admi-
nistración de justicia, que es el que más se roza con las necesidades socia-
les. Por hoy no existe más escuela de jurisprudencia que el rabulismo en
los juzgados: qué bien puede considerarse la clase de jurisperitos que se
formarán en esta única escuela, para ser luego árbitros de los derechos de
los ciudadanos, como jueces, como directores de pleitos"Y

La necesidad expresada por el presidente Otero de abogados titulados para que


en las localidades santandereanas ejercieran las judicaturas, las cuales en el me-
jor de los casos eran ocupadas reiteradamente por un mismo personaje, y en los
peores, por simples tinterillos que "no conocen suficientemente la jurispruden-
cia", es claramente extrapolable a aquellos cargos parroquiales que si bien no re-
querían de profesionales universitarios, sí requerian de individuos que supieran
leer y escribir.
Por otra parte, la habilidad con la pluma convirtió de facto al letrado parro-
quial en un intermediario cultural, lo hizo una especie de demiurgo encargado
de traducirle a su comunidad los signos impresos que por diversos medios le
llegaban: semanarios, periódicos, cartas, folletos, etc. Como lo han demostrado
diversos autores, aunque en su mayoría la gente era analfabeta eso no significaba
que dejaran de enterarse de los eventos políticos nacionales y de otros asuntos.
Para esto hubo diversos mecanismos. Uno de ellos file la lectura de los periódi-
cos, por ejemplo, que los letrados le hacían a los vecinos en los sitios públicos:
chicherías, pulperías, galleras o simples reuniones." El letrado fue por lo tanto

Bogotá, 1994). Sobre la importancia de los cargos locales de corte religioso, en el caso de las
comunidades indígenas mesoamericanas, véase Joho K. Chaoce y William B. Taylor, "Cofradias
aod cargos: An historical perspective of the Mesoamerican Civil-ReligioLls hierarchy", American
Ethnologist, vol. 12, n° 1, 1985, pp. 1-26.
27. Citado en Gustavo Otero Muñoz, Wilches y su época, Imprenta Deprutamental, Bucara-
manga, 1990, p. 93.
28. Malcolm Deas, "La presencia de la política nacional", en Del poder y la gramática, ob. cit.,
pp. 175-206; Alonso Valencia Llano, Las luchas sociales y politicas del periodismo en el Estado
Soberano del Cauca, Imprenta Departamental, Cali, 1994; Jorge Conde Calderón, Buscando la na-

110
Luis Ervin Prado

un articulador de la vida comunal con la provincial y nacional. Ayudó a imaginar


la nación en los mundos rurales hispanoamericanos, como también ayudó a po-
litizar la vida parroquial y rural. 29 No es gratuito que las figuras políticas locales
más odiadas por el liberalismo decimonónico -que las consideró 1m obstáculo a
la democracia- hubieran sido el gamonal, el manzanillo, el cura o el tinterillo,
letrados en su mayor parte. JO
Pero el letrado parroqLtial no es el letrado de la ciudad. Entre uno y otro exis-
ten matices que en algunos puntos resultan capitales. Los primeros seguramente
adquirieron el oficio de la pluma por medios educativos no formales. Tal afir-
mación parte del hecho que en las "provincias del Cauca" sólo en la década de
1820 se empezó a difundir la educación pública y ella se concentró inicialmente
en los principales centros urbanos, para después extenderse tímidamente a partir
de la década de 1830 en las cabeceras parroquiales. Por tal razón, la instrucción
pública formal puede ser descartada como el espacio cultural de alfabetización
que tuvieron estas personalidades. Así, debieron ser otras las vías de acceso al
conocimiento de los signos lingüísticos. Tal vez la instrucción que algún hacen-
dado impartió a un individuo para que se encargara de la administración de sus
bienes, o la enseñanza de los primeros rudimentos de lectura y escritura por parte
de los clérigos 31 Es posible también que algunos hubieran aprendido el oficio

ción. Ciudadanía, clase y tensión racial en el caribe colombiano, J821--1855, La Carreta Histórica
I Universidad del Atlántico, Medellín, 2009, pp. 71-74. Una visión general del problema en Pilar
González Bernaldo, Civilidad y política en los orígenes de la nación argentina. Las sociabilidades
de Buenos Aires 1829-1862, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2008.
29. Por politización de la v;da cotidiana entiendo la dinámica a través de la cual la vida política
nacional termina permeando la cotidianidad de las poblaciones, al punto que terminan leyendo los
conflictos locales desde la perspectiva política nacional. Al respecto, véase MaIta Irurozqui, "The
sound ofthe Patutos. Po1iticisation and indigenolls rebeUions in Bolivia", Journal ofLatinAmeri-
can Studies, vol. 13, n° 1, 2000, pp. 85-114.
30. Hasta hace poco en los pueblos colombianos el tinterillo era la persona que poseía ciertos
rudimentos jurídkos, que conocía las formalidades para redactar una carta o un alegato legal, entre
otros. En razón de dichas habilidades eran requeridos para redactar documentos o representar a
un grupo o a una persona ante ciertas instancias estatales. El tinterillo en muchos casos llevó por
primera vez la máquina de escribir. Una de las críticas más conocidas a las figuras constihttivas del
poder local en el siglo XIX la hizo José María Samper ("El triunvirato parroquial"), en lvfiscelania
o colección de articulas escogidos de costumbres, bibliografía, variedades y necrología, Librería
Española de E. Denné Schmitz, París, 1869, pp. 78-9l.
31. Diversos clérigos por iniciativa personal fomentaron la instn¡cción pública en sus parroquias
durante el periodo republicano, y comportamientos similares se habían presentado antes de la inde-
pendencia. Por ejemplo, el clérigo payallés Manuel María Alaix promovió con sus propios recursos
la educación pública en las parroquias donde desempeñó su beneficio, tales como Quibdó, Pancitará
y Puracé. Ver "Propuesta que el gobernador del obispado de la provincia de Popayán, hace para
la provisión siguiente del curato de Puracé, vacante por muerte de Pedro Pablo Salamanca, que lo
servía en propiedad, Popayán 7 de diciembre de 1843", en ACC, AM, 1843, paquete 37, legajo 76.

l1l
El letrado parroquial

porque en su niñez habían vivido en un centro urbano y habían tenido acceso a la


escuela fonnal o porque alguno de sus padres le hubiese enseñado. En todo caso
es dificil detenninar la fonna como adquirieron dichas destrezas cognitivas, pero
es indudable que en las primeras décadas del siglo XIX la escuela fonnal no fue
el lugar de aprendizaje de estos hombres.
Podemos igualmente lanzar la conjetura de que los letrados del mundo pa-
rroquial fueron personas de pocas lecturas y de una fonnación intelectual autodi-
dacta. Eso no significa que en aquellos mundos parroquiales no hubiese lectores.
Manuel Antonio Córdova Muñoz, por ej emplo, fue un vecino de La Horqueta"
que alcanzó el grado de capitán de milicias y ejerció en las décadas de 1820 y
1830 la alcaldía parroquial de La Sierra y La Horqueta. En su testamento de
1834, Córdova señaló en su inventario de bienes la existencia de libros. 33 Su
hermano, Jacinto Córdova Muñoz, quien llegó al grado de general de milicias al
final de su vida, fue requerido en varias ocasiones por la comandancia de Annas
de Popayán para que fonnara parte de triblmales militares en las décadas de 1840
y 1850. Su elección indica que debía ser un conocedor de las ordenanzas y có-
digos militares para que su estamento socio-profesional 10 requiriera en aquellas
instancias. 34
Sabemos, asimismo, que en ciertos ámbitos mrales fue frecuente el comer-
cio de libros. Por ejemplo, a inicios de la década del treinta el científico francés
Jean-Baptiste Boussingault en su marcha a Quito por el valle del Patía, contó
que un mercader que recientemente había pasado por la región había vendido
varios ejemplares de la obra Telémaco. 35 Tampoco debemos pasar desapercibido

32. La Horqueta era una viceparroquia perteneciente al distrito parroquial de La Sierra y se


encontraba al sur de la ciudad de Popayán, a dos días de camino. La infonnación de los itinerarios
fue extraída de "Itinerario de marcha del batallón N. l° en el tránsito de Pasto a esta plaza, por los
pueblos de esta provincia, con expresión de la fecha que deben llegar cada uno de ellos", ACC,
AM, 1843, paquete 34, legajo 36.
33. El inventario de bienes de Manuel María Córdova en ACC, Notarial, 1834,1. 84.
34. Por ejemplo, el 11 de septiembre de 1844 fue encargado por la Comandancia de Annas
de Popayán del conocimiento de una causa que en segunda instancia se le seguía a un soldado;
en mayo de 1847 fue llamado a despachar varias causas en la corte marcial, lo cual no aceptó por
hallarse convaleciente de lma caída de caballo; el 12 de noviembre de 1848 y e128 de febrero de
1849 aceptó ser conjuez de causas judiciales para militares, por lo que solicitó se le diese la fecha
en que debía ir a Popayán. Esta misma actividad, de ser parte de los consejos de guerra, lo siguió
desempeñando en 1850, y en uno de ellos, de julio, se disculpó por no asistir debido a problemas
de salud. Véase ACC, AM, 844, paquete 38, legajo 26; ACC, AM, 1847, paquete 43, legajo 82 bis;
ACC, AM, 1848, paquete 44, legajo 64; ACC, AM, 1848, paquete 45, legajo 72; ACC, AM, 1849,
paquete 46, legajo 50; ACC, AM, 1850, paquete 49, legajos 80, 81.
35. Jean-Baptiste Boussingault, JVemorias, 1. 2, Banco de la República I Colcultura, Bogotá,
1994, pp. 303-304.

112
Luis Ervin Prado

el hecho de que los curas tenían libros y los prestaban a un interesado feligrés.
Debe agregarse que se han identificado casos en que vecinos de las parroquias
solicitaban con asiduidad a sus contactos en las ciudades ciertos títulos de li-
bros.J(, Finalmente, a medida que se fueron difimdiendo las imprentas al igual
que los semanarios y otros impresos, algunos papeles de esos debieron circular
en los pueblos con mayor frecuencia, los cuales tal vez fileron leídos y discutidos
en espacios de concurrencia pública.
Pese a todas las salvedades, los letrados parroquiales no debieron contar con
vastas bibliotecas, mucho más si tenemos en cuenta que por aquellos tiempos la
adquisición de libros era un consumo de tipo suntuario. Pero debemos aceptar
que efectivamente sí circularon libros y otros impresos en los pueblos. Además,
los letrados parroquiales leyeron en muchos casos textos para adquirir conoci-
mientos prácticos, como sucedía con los tinterillos, quienes tenían conocimien-
tos básicos de derecho y de los códigos con los cuales se impartíajusticia. 37
Los letrados parroquiales diferían también del letrado de ciudad en que este
generalmente había tenido acceso a la educación superior y universitaria y podía
acceder más fácilmente a bienes de consumo cultural, libros, periódicos, revis-
tas, bibliotecas, asociaciones, ateneos, entre otras. Además, por sus cercanías a
los centros de poder, pudieron animar con su pluma, y por medio de la prensa,
los debates entre las facciones políticas."

36. El cura del Trapiche, Domingo Belisario Gómez, por ejemplo, solicitaba con cierta fre ..
cuencia a sus amigos de la familia Arroyo de Popayán, que le consiguieran libros. Véanse sus
cartas de diciembre 12 de 1808, noviembre 7 de 1836, mayo 22 y julio 3 de 1837 y junio 9 de 1845,
en Fundación CaLleana de Patrimonio Intelectual, comps., Domingo Belisario GÓmez. Archivo
Documental Histórico, edición digital, 2010, pp. 13,305,364,378,596. Sobre la circulación y
préstamo de libros en las zonas rurales del Cauca se encuentran algunas referencias en el Archivo
Mosquera. Ver, por ejemplo, cartas de Antonio Arboleda a Tomás Cipriano de Mosquera, Mata-
redonda, noviembre 25 de 1816, enero 11 y febrero 17 y 28 de 1817, en ACC, Sala Mosquera,
signaturas DI, D9, 010, DI!.
37. Toda afirmación en este sentido es provisional. Es necesario contar con los registros de los
inventarios de bienes en los procesos de sucesión (mortuorias) en los que se incluía los libros. Ade-
más, se debería contar con estudios de las imprentas, los impresores y comerciantes de libros, los
suscriptores de periódicos, entre otros factores, para llegar a conclusiones finnes en el tema de la
lectura en los mundos rurales y parroquianos de la primera mitad del siglo XIX. Un ejemplo de la
investigación aludida sobre el libro y la lectura en todo su contexto es Robert Damton, El negocio
de la ilustración. Historia editorial de la Encyclopédie, 1775-1800, Fondo de Cultura Económica,
México DF, 2006. Una síntesis de su propuesta en Robert Darnton, "¿Qué es la historia del libro?",
El beso de Lamourette. Reflexiones sobre historia cultural, Fondo de Cultura Económica, México
DF, 2010, pp. 117-145.
38. Jorge Myers, "Introducción al volumen I. Los intelectuales latinoamericanos desde la co-
lonia hasta el inicio del siglo XX", en Historia de los intelectuales en América Latina, vol. 1, ob.
cit., pp. 44-46.

113
El letrado parroquial

Ello no significa que los letrados parroquiales hubieran tenido un papel secun-
dario en la política. En su contexto fungieron como intelectuales, de la misma for-
ma que Florencia Mallon 10 ha mostrado en su libro Campesinos y nación. 39 En mi
caso, considero como intelectuales únicamente a aquellos que fueron letrados, que
poseyeron habilidades de 1ecto-escritura y que al asumir los cargos parroquiales se
convirtieron en representantes de su comunidad ante las autoridades provinciales y
nacionales. Al ser parte de la burocracia local fueron de facto los representantes del
Estado y los encargados de llevar a cabo la penetración estatal mediante la aplica-
ción de las leyes orgánicas que reglamentaban la administración de los distritos pa-
rroquiales. Fueron intelectuales porque ayudaron a traducir los signos lingüísticos
de los impresos y porque interpretaron las disposiciones del Estado condensadas
en los decretos que llegaban en las gacetas. También porque fueron los encargados
de redactar las representaciones en las que la población se quejaba o reclamaba
contra ciertas medidas gubernamentales. Finalmente, porque ejercieron el cargo
de maestros cuando empezó a difi.mdirse la instrucción pública en las parroquias,
convirtiéndose así en uno de los modeladores de la subjetividad de sus coterráneos.
De este modo y por su condición de funcionarios o maestros, terminaron for-
mando parte de las facciones políticas locales. Desde la posición de una facción
y de la mano de la lectura de semanarios y otros impresos, dotaron a sus paisanos
de las nociones republicanas en boga, las cuales terminaban siendo usadas en las
luchas locales. Por medio de ellos, conceptos como ciudadanía, república, demo-
cracia, cacique, Estado, Nación, etc., fueron dotados de sentido y resignificados a
la luz de las experiencias comlmales, parroquiales y de partido de cada intelectual
parroquial. Al respecto, James Sanders ha mostrado cómo durante la segunda mi-
tad del siglo XIX en las provincias del Cauca los grupos sociales bajos constitu-
yeron republicanismos subalternos permeados por sus propios intereses. De esta
manera el liberalismo y el conservatismo eran asimilados, pero re-significados y
re-interpretados a partir de las experiencias vitales de cada grupo subalterno. In-
dudablemente la politización de los subalternos se dio de la mano de los letrados
parroquiales, seglares y religiosos. Sin ellos, el proceso de asimilación de las no-
ciones republicanas hubiese sido más tortuoso. 40

39. Mallan sostiene que: "En los pueblos, los intelectuales locales eran aquellos que intentaban
reproducir y rearticular la historia y las memorias locales, y conectar los discursos locales de iden-
tidad comunal a los cambiantes proyectos de poder, solidaridad y consenso. Políticos, maestros,
ancianos y curanderos ----ellos tenían conocimiento del cual necesitaría la comunidad en tiempos
de cambio o de crisis-o Ellos sabían mediar con el exterior y supervisar los procesos hegemónicos
comunales, organizando y moldeando los diferentes niveles de diálogo y conflicto comunal". Flo-
rencia Mallon, Campesinos y nación. La consfrucc;ón del México y Perú posc%nia/es, CIESAS I
El Colegio de San Luis I El Colegio de Michoacán, México DF, 2003, p. 95 Y ss.
40. James Sanders, Contentiolls Republicans. Popular politics, mee and class in nineteenth---

114
Luis Ervin Prado

En efecto, diversos estudios de América Latina han señalado la importancia de


los letrados en las parroquias, como difusores de los ideales republicanos, como
agentes que dotaron de herramientas políticas-cognitivas a sus vecinos. Muestran
cómo fue de su mano que la vida política nacional penetró en las aldeas y cómo en
muchos casos fueron ellos quienes promovieron diversas formas de movilización,
ya en las guerras civiles, ya adelantando pleitos ante las autoridades nacionales o
enviando representaciones donde manifestaban a las autoridades la inconfOlmidad
de la gente."

Derroteros de letrados parroquiales


José Joaquín Varona, natural de Almaguer e hijo legítimo de Vicente Varona, de
Cali, y de Micaela Sotelo, de Almaguer, había nacido a finales del siglo XVIII.
Entre las décadas de 1830 y 1850 residió en varias parroquias ---La Sierra, Tim-
bio, Popayán y en los años cincuenta en La Vega y Pancitará-, y mantuvo buenas
relaciones con las familias notables de la región comprendida entre Timbio (sur de
Popayán) y Almaguer, entre ellas los Córdova Muñoz, la familia más importante
del distrito parroquial de La Sierra y que terminó afiliada al partido conservador."
Varona fue un letrado y un intelectual, no sólo porque desempeñó cargos públicos
a nivel parroquial, como alcalde de La Sierra (1843 Y 1847) y de La Vega (1850),
sino porque demás se desempeñó como preceptor de primeras letras, tanto en La
Sierra (octubre de 1842 a febrero de 1843), como en el pueblo de indios de Panci-
tará (1851 ).43 Además, en varias ocasiones se encargó de redactar representaciones

Century Colombia, Duke University Press, Durham and Landon, 2004, pp. 23-47. Sobre la im-
portancia de los letrados a nivel10cal y su rol de difusores de proyectos políticos en el caso pe-
ruano: Carmen Me Evoy, "Estampillas y votos: el rol del correo político en una campaña electoral
decimonónica", en Forjando la nación. Ensayos de historia republicana, Pontificia Universidad
Católica del Perú I The University ofthe South, Lima I Sewanee, 1999, pp. 119-168.
41. Un buen ejemplo de cómo fueron resignificados los conceptos republicanos, como ciuda-
danía, en las comunidades rurales mexicanas tempranamente en el siglo XIX: Antonio Annino,
"Ciudadanía 'versus' gobemabilidad republicana en México. Los orígenes de un dilema", en Hilda
Sábato, coord., Ciudadanía politica y formación de las naciones. Perspectivas históricas de Amé-
rica Latina, El Colegio de México I Fondo de Cultura Económica, México DF, 1999, pp. 62-93.
También se puede consultar el estudio del rol que tuvieron los letrados pueblerinos en la revolución
mexicana, quienes fueron verdaderos intelectuales orgánicos, más efectivos que los intelectuales
de clase media, en dar consistencia e ideología a los diversos movimientos rurales que emergieron
a partir de 1910 (Alan Knight y María Urquidi, "Los intelectuales en la revolución mexicana",
Revista /vlexicana de Sociología, vol. 51, nO 2, 1989, pp. 25-65).
42. Joaquín María Córdova era amigo de Manuel María Córdova Muñoz, quien fue uno de los
testigos en el momento de elaborar su testamento en 1834, cuando declaró que tenía más de 40
años (ACC, Notarial, 1834, t. 84).
43. ACC, AM, 1843, paquete 36, legs,jo 19, varios; ACC, AM, 1843, paquete 37, legajo 72, 74

115
El letrado parroquial

que gente del común dirigió a las autoridades sobre diversos asuntos. En agosto
de 1851, por ejemplo, redactó la solicitud de unos indígenas de La Sierra para
que se les eximiese de la contribución destinada al sostenimiento de la escuela,
aduciendo ser extremadamente pobres para cancelar la contribución que se les
exigía mensualmente. 44
Varona, de hecho, fungió de tinterillo en los distritos parroquiales de La
Sierra y La Vega. Además, como toda personalidad parroquial notable del siglo
XIX terminó involucrándose en los conflictos políticos. Durante la guerra de
los supremos formó parte de la oficialidad del ejército constitucional, en calidad
de alférez 1°, en una de las compañías que constituía el batallón 10 de Guar-
dia Nacional Auxiliar de la provincia de Popayán. Luego, durante la rebelión
conservadora de 1851, estuvo bajo sospecha de las autoridades por su filiación
política conservadora, y en febrero fue procesado bajo la acusación de haber
violado un correo, sumario del cual salió airoso a las pocas semanas." Pero
Varona no se comprometió solamente en conflictos políticos de orden nacional.
En febrero de 1843 mientras desempeñaba el cargo de preceptor de primeras
letras en La Sierra fue "despojado violentamente" del puesto, junto con el maes-
tro de la escuela de La Horqueta, por instigaciones del clérigo Buenaventura
Paz, el presidente del cabildo de La Sierra y otras "varas" del cabildo, quienes
buscaban hacer nombrar a personas de su facción política (Francisco Flores y
Julián Bedoya). En octubre de aquel año Varona denunció el hecho reclamando
además los salarios que se le adeudaban por los meses en que había desempe-
ñado el puesto. En el proceso que entabló queda corroborado cómo el clérigo
y los demás funcionarios comprometidos en la iniciativa contra Varona eran de
la facción política contraria a la de este, la cual había resultado derrotada en
la guerra civil concluida meses antes. Esto se infiere de la participación de los
dos preceptores sustitutos en las filas rebeldes y de que uno de ellos, Bedoya,
había incluso recibido un indulto por sus compromisos políticos. Por ello, am-
bos estaban inhabilitados para ejercer cualquier cargo público, situación que no
afectaba a Varona, quien corno ya lo señalé había luchado a favor del gobierno
en calidad de alférez. Corno vemos, Varona había sido removido de su cargo
por una camarilla parroquial de la cual no formaba parte. El asunto finalizó
cuando la gobernación determinó que si los preceptores destituidos (Varona y
Murgueitío) habían pasado los correspondientes exámenes, fueran restituidos a
sus cargos. Pero en el futuro, para evitar inconvenientes, ordenó que los puestos
fueran considerados vacantes y que se hiciesen nuevas oposiciones, en las que

varios documentos; ACC, AM, 1851, paquete 51, legajos 57, 62.
44. ACC, AM, 1851, paquete 51, legajo 62.
45. ACC, AM, 1851, paquete 51, legajo 58.

116
Luis Ervin Prado

tampoco pat1iciparían los nombrados por el cabildo de La Sierra por sus víncu-
los con la rebelión que antecedió."
José María Agredo fue otro letrado parroquial, pero su caso es un tanto
diferente. Era vecino de Timbío, parroquia aledaña al sur de Popayán, exacta-
mente a media jornada de camino. En la década de 1820 fue administrador de
las haciendas Coconuco y Poblazón, de la familia Mosquera, gracias a que su
pluma era legible y a que era hábil haciendo las cuentas, conocimientos indis-
pensables para ser tenedor de los libros de las haciendas." Fue también alcalde
parroquial de Timbío (1849), sieodo al mismo tiempo el rematador de diezmos
de la localidad." Al igual que Varona, se involucró en los conflictos políticos
de la época. Apoyó al gobierno durante la guerra de los supremos (1839-1842),
desempeñándose como oficial-alférez 2°_ de una de las compañías de Guar-
dia Nacional que el sargento mayor Jacinto Córdova organizó en su localidad.
Concluida la guerra, continúo desempeñándose como alférez de una de las com-
pañías de milicias de la provincia de Popayán hasta el año de 1847. Es de anotar
que los ascendidos a alférez por lo general debían tener habilidades sobre todo
en lecto-escritura, pues desde este grado en adelante eran requeridos como au-
xiliares, pagadores o miembros del Estado Mayor, donde el manejo de papeles
administrativos, cuentas y el recibo de órdenes escritas, era frecuente. Afiliado
a mediados de siglo al conservatismo, Agredo se comprometió en la rebelión
conservadora que se levantó en la región entre abril y junio de 1851, pero de-
bido a los reveses sufridos se entregó a las autoridades el 24 de julio de este
año, recibiendo del alcalde parroquial de Arbela" un salvoconducto para que
se presentara ante el gobernador de la provincia, quien finalmente le otorgó un

46. ACC, AM, J 844, paquete 38, legajo 55;ACC, AM, [847, paquete 43, legajo 82;ACC, AM,
[847. sin índice; ACC, AM, 1848, paquete 44, legajo 64; ACC, AM, 1850, paquete 48, legajo 64;
ACC, AM, 1851. paquete 51, legajos 57, 62.
47. Una de las capacidades que debía tener un mayordomo o administrador de hacíenda era
saber leer y escribir, así como ciertas nociones de contabilidad, ya que era indispensable llevar los
libros de cargo y data donde se apuntaban las cuentas de la estancia. De hecho, una de las condicio··
nes por las cuales José María Agredo fue mayordomo de la Hacienda Coconuco, era su caligrafía,
pues del anterior mayordomo le escribía José María Mosquera a su hijo Tomás Cipriano en 1824
que: "su manejo de pluma [era] pésimo". Véase: Viviana Cruz Tabares, Del cantón de Popayán al
cantón de Caloto: un recorrido por sus haciendas, 1800-1850, monografía de grado en historia,
Universidad del Cauca, Popayán, 20 14, p. 84. Ver también ACC, Sala Mosquera, Correspondencia,
D 1388, Popayán, noviembre 5 de 1824 (Sr. Tomás C. Mosquera).
48. ACC, AM, 1849, paquete 46, legajo 71; ACC, AM, 1849, paquete 47, legajo 84 bis; ACC,
Alv!, 1851, paquete 50, legajo 37.
49. Arbela era un distrito parroquial constituido a mediados del siglo XIX desagregando una
parte del distrito parroquial de La Vega, para constituir uno independiente. Ambos formaban parte
del cantón de Almaguer, provincia de Popayán.

117
El letrado parroquial

indulto. En septiembre de 1851, sin embargo, el juez letrado de Popayán ordenó


su captura para seguirle un proceso por rebelión pero finalmente nle liberado y
exonerado del juicio, al determinarse que estaba entre las personas indultadas
por el gobierno nacional, por decreto ejecutivo de 14 de agosto del mismo. 50
Otro caso es el de Rafael Gómez, quien posiblemente había nacido en Alma-
guer en las dos últimas décadas del siglo XVIII, y quien representa ese conjunto
de letrados parroquiales que recibió cierto grado de formación educativa formal,
como puede inferirse de varias circunstancias. Gómez fue nombrado jefe políti-
co de Almaguer -de noviembre de 1846 a noviembre de 1847 Y entre marzo y
agosto de 1849-, el máximo cargo ejecutivo que se le concedía a la jurisdicción
cantonal,5l y al momento de recibir tal designación era vecino de la parroquia
de La Cruz, donde había sido alcalde (1844 Y 1846). Debía tener amplios cono-
cimientos en derecho, pues desempeñó en calidad de subrogante el empleo de
juez letrado de hacienda (1850), cargo que se daba únicamente a abogados. Y
aunque es muy posible que en el caso de Gómez se haya hecho una excepción,
pues era en calidad de reemplazo, su nombramiento indica que él debía tener
ciertas competencias en matería jurídica y que el Estado en ciertas circunstancias
nombraba para regiones poco atractivas a los abogados de profesión a letrados
que no necesariamente habían pasado por la universidad." De todas maneras,
Gómez estaba conectado con una red política que dirigía Vicente Camilo Fontal
Pabón,53 vecino de Almaguer, el núcleo urbano más importante del sureste de la
otrora Gobernación de Popayán. En la primera mitad del siglo XIX Almaguer
era un poblado con categoría de ciudad pero que desde hacía décadas atravesaba
una profunda crisis y sufría una marginalidad que se expresaba en la emergen-

50. ACC,AM, 1840, paquete 31, legajo 47; ACC, AM, 1842, paquete 35, legajo 44; ACC, AM,
1843, paquete 37, legajo 72 varios; ACC, AM, 1843, documentos de diversa dependencia del ramo
militar; ACC, AM, 1847, sin índice; ACC, AM, 1848, paquete 44, legajo 64.
51. Almaguer era un cantón perteneciente a lajurisdícción de la provincia de Popayán y estaba
constituido a mediados del siglo XIX por cuatro distritos parroquiales: Almaguer, Trapiche (hoy
Bolívar, Cauea), La Cruz, La Vega y Arbela.
52. Sobre el personaje, véase: ACC, AM, 1846, paquete 40, legajo 45; ACC, AM, 1846, pa-
quete 41, legajo 75; ACC, AM, 1847, paquete 42, legajo 70; ACC, AM, 1847, paquete 43, legajo
82 bis; ACC,AM, 1849, paquete 47, legajo 84; ACC,AM, 1850, paquete 48, legajo 59; ACC, AM,
1849, paquete 49, legajo 82; ACC, AM, 1851, paquete 51, legajo 57. Uno de los mejores estudios
que hasta el momento existe sobre los abogados en Colombia es Víctor Manuel Uribe, Vidas ho-
norables. Abogados, familia y política en Colombia, 1780-1850, EAFIT I Banco de la República,
Medellín,2010.
53. Esta afinnación se fundamenta en la regularidad de las finnas, pues los nombramientos de
miembros de esa red fi'ecuentemente aparecen en las cartas firmadas por Fontal, quien de hecho re-
comendaba al gobernador los nombramientos, Rafael Gómez, fonnó parte de la municipalidad de
Almaguer, en el periodo que la presidió Vicente Camilo Fontal, entre las décadas de 1830 y 1850.

118
Luis Ervin Prado

cia de nuevos asentamientos que estando sujetos a su jurisdicción eran mucho


más dinámicos económicamente, como las parroquias del Trapiche (hoy Bolívar,
Cauea), o de Mercaderes,
En esta situación, no resultaba extraño que la principal figura política de la
zona durante la primera mitad del siglo XIX, Vicente Camilo Fontal, fuera na-
tural y vecino de Almaguer, Él formó parte de esas personalidades que a pesar
de los vaivenes políticos habían logrado mantenerse en cargos públicos duran-
te cerca de treinta años (1822-1854), Fontal había formado parte de la junta
de manumisión (1825-1827 y 1849-1851); había sido colector de rentas y de
otros ramos de la hacienda pública (1826-1831); colector de diezmos y miem-
bro de la junta subalterna de diezmos del cantón (1833-1838); mayordomo de
fábrica (1840-1851); administrador de las rentas unidas del cantón (1843-1847);
miembro de la cámara provincial (1841,1842,1843); administrador de correos
(1847-1848), También había sido miembro del cabildo de Almaguer, del que
varias veces fue su presidente (1845, 1847, 1848, 1849) y jefe político en rei-
terados momentos (1841-1842,1849-1850,1851,1852), Cercano a los círculos
bolivarianos de Popayán en la década de los veinte, posteriormente apoyó a los
notables popayanejos que se opusieron a la dictadura de Rafael Urdaneta (1830-
1831) y que optaron por agregarse al departamento del Sur, el fhturo Ecuador,
Así mismo, cuando en 1832 el Departamento del Cauca decidió nuevamente
agregarse a los departamentos del centro -futura Nueva Granada-, Fontal fue
uno de los notables que promovió el proyecto, Luego, durante la guerra de los
supremos apoyó al gobierno y a las milicias que en la región obraban contra los
rebeldes que operaban especialmente en La Cruz y San Pablo,54
Como podemos apreciar, Fontal fhe capaz de leer el contexto político de
la época y de hacer sus apuestas en un cambiante juego de fherzas, Estamos,

54. La información acerca de Vicente Camilo Fontal, así como la de los otros funcionarios
públicos fonna parte de una base prosopográfica que en la actualidad elabora el autor. Sobre el
personaje, consultar: Gustavo Arboleda, Historia contemporánea de Colombia, ob. cit., t. VII, pp.
107-·108; ACC, AM, 1826, sin índice; ACC, AM, 1827, sin índice; ACC, AM, 1828, sin índice;
ACC, AM, 1829, sin índice; ACC, A1v1, 1837, sin índice, eclesiásticos diezmos; ACC, AM, 1837,
sin índice; ACC, AM, 1840, paquete 31, legajo 46; ACC, AM, 1841, paquete 33, legajo 63; ACC,
AM, 1841, paquete 33, legajo 72; ACC, AM, 1842, paquete 34, legajo 40; ACC, AM, 1841, pa-
quete 33, legajo 73; ACC, AM, 1842, paquete 35, legajo 42; ACC, AM, 1842, paquete 35, legajo
44, legajo 47, ACC, AM, 1843, paquete 36, legajo 24; ACC,AM, 1843, paquete 37, legajo 66,74;
ACC, AM, 1844, paquete 38, legajo 26; ACC, AM, 1846, paquete 40, legajo 65; ACC, AM, 1846,
paquete 41, legajo 94; ACC, AM, 1847, paquete 42, legajo 69; ACC,AM, 1848, paquete 45, legajo
67bis; ACC, AM, 1848, sin índice; ACC, AM, 1849, paquete 46, legajo 71; ACC, AM, 1850, pa..
quete 48, legajo 17; ACC, AM, 1849, paquete 47, legajo 84 varios; ACC, MI, 1850, paquete 49,
legajo 81; 82, 84 varios; ACC, AM, 1851, Administración de Correos; ACC, AM, 1851, paquete
50, legajo 37, 50; ACC, AM, 1851, paquete 51, legajo 57 varios documentos.

119
El letrado parroquial

pues, ante un letrado proveniente de lma familia notable de una ciudad margi-
nada, quien no tuvo formación universitaria pero posiblemente sí una educación
formal que le permitió adquirir ciertas habilidades en el oficio de la pluma y la
teneduría de libros. Su habilidad para leer la escena política regional-nacional le
permitió ir constituyendo una red en la que articuló "letrados-parroquiales", con
quienes terminó constituyendo una facción política regional -Joaquín María
Guzmán, Juan Nepomuceno Muñoz, Agustín Paz, Lino Gómez, entre otros-,
la cual a mediados del siglo XIX terminó afiliándose al liberalismo. Al asmnir
un compromiso partidista, Fontaljunto a ese grupo ligaron su suerte política a la
suerte del partido. Esto se vio claramente en 1851 cuando en calidad de jefe po-
lítico de Almaguer apoyó al gobierno liberal contra la rebelión conservadora. Y
en 1854 cuando apoyó la dictadura del general liberal J osé María Mela, promo-
viendo un levantamiento en Almaguer, si bien el fracaso melista en el conjunto
neogranadino así como la reacción local que esa dictadura incitó, condujeron a
Fontal a un ostracismo político que durará hasta inicios de la década de 1860.
La vida pública de Fontal permite ver cómo a mediados del siglo XIX el
ejercicio político a nivel local se complicó, en el sentido que la constitución de
los partidos liberal y conservador obligó a las redes parroquiales a afiliarse a una
agrupación política. En efecto, de 1848 en adelante la porosidad de los facciona-
lismos políticos tendió a desaparecer, dificultando el juego político de moverse
en varias aguas, como lo había practicado hasta el momento Fontal. Si entre
1821 y 1845 más o menos, Vicente Camilo Fontal había mantenido una hege-
monía política en el cantón de Almaguer, eso se había debido en buena medida a
su capacidad para circular entre las diferentes agrupaciones políticas existentes
en esos años: bolivarianos y santanderistas, urdanetistas y moderados, exaltados
y ministeriales. Estar en lm bando y después en otro, era posible por entonces, a
pesar de lo convulsionado del escenario político, situación que de mediados de
siglo en adelante se hizo menos fácil.
Los derroteros de los letrados que he seleccionado, junto con lo señalado
previamente, sugieren tres cuestiones que quiero resaltar.
Primera, que por su condición de letrados ciertos personajes terminaron des-
empeñando los cargos parroquiales en los poblados de los cuales eran vecinos.
Debido a ese estatus de letrado/funcionario local se convirtieron de facto en los
mediadores culturales entre su comunidad y el Estado, tanto a nivel provincial
corno nacional. Para los vecinos, las funciones de tinterillo que muchos de ellos
realizaron fueron fundamentales pues les permitió tramitar reclamos ante las au-
toridades provinciales, o ser asesorados en litigios.
Segunda, su conexión con el mundo burocrático fue una vía que los llevó al
compromiso con las facciones políticas locales, que a su vez estaban conectadas

120
Luis Ervin Prado

con las agrupaciones paliidistas nacionales. De esta manera se hicieron parte


activa de los conflictos nacionales, en especial después de la constitución de los
partidos políticos a mediados de siglo XIX. En tal situación, la suelie política de
su partido determinó su suerte política local. En el nuevo contexto, las "conexio-
nes" configuras de la política nacional cobraron una relevancia mucho mayor,
sin desconocer que también la tenía antes. Tales conexiones no sólo le dieron
legitimidad al letrado parroquial ante los ojos de sus coterráneos sino que intro-
dujeron las competencias políticas provinciales y nacionales en el nivel local. En
otras palabras, eso promovió la politización de la vida política local en clave na-
cional. La importancia de los letrados parroquiales como articuladores de redes
de clientelas, indispensables en las elecciones entre otras actividades políticas,
10 demuestra una carta de Tomás C. de Mosquera fechada en Coconuco el 9 de
agosto de 1836, en donde le contaba a Pedro A. Herrán que para lograr sus votos
para representante al congreso había tenido que hacer:
"un viaje precipitado a Caloto pues me hahían barajado la reelección allá,
y en Almaguer donde contaba con todos los sufragios se fue el gober-
nador [alude a Rafael Diago Angula1 a intrigar contra mí. Pero contan-
do como contaba con las tres cuartas partes de los sufragios de Popayán
resolvi Ílllie a Caloto y llegué el mismo día de las votaciones. Tuve que
tocar varios resortes y logré todos los votos menos uno) con lo cual quedé
reelecto popularmente sin necesidad de los sufragios de Almaguer, aun-
que no dudo que también habré tenido algunos"."

Lo expresado por Mosquera muestra la necesidad que tenían los grandes polí-
ticos nacionales de contar con conexiones locales para sacar adelante sus can-
didaturas. Si bien la carta alude a una elección en el nivel secundario, en la que
ya se habían elegido Jos electores, es de sospechar que buena parte de aquellos
electores eran letrados parroquiales con los cuales había que "coquetear" para
granjearse su voto y quienes a su vez esperaban beneficios no sólo individuales
sino también colectivos para sus facciones locales o su misma comunidad. De
esta manera, el letrado parroquial era una bisagra que abría la puerta a la política
de la localidad, siendo indispensable contar con su apoyo, por la influencia y la
autoridad que tenía en su ámbito espacial.
Tercera cuestión. Varios de los letrados de los pueblos nmgieron como inte-
lectuales parroquiales. Su condición de letrado y de funcionario los colocó en
el entramado parroquial en unas funciones que muy posiblemente no buscaron
pero que los hizo actores primordiales en el modelamiento de las subjetividades

55. Joseph León Helguera y Robert Davis, comps., Archivo Epistolar del General Alosquera,
correspondencia con el general Pedro Alcántara Herrán, 1827-1840, t. 1, Editorial Kelly, Bogotá,
1972, pp. 235-236.

121
El letrado parroquial

de sus paisanos. Al desempeñarse como preceptores de primeras letras, al estar


dotados de la capacidad de lectura y al leer en espacios públicos los semanarios
e impresos que llegaban a sus aldeas, tal vez ayudaron a introducir los con-
ceptos en boga del republicanismo y otros idearios políticos. Algunos de ellos
incluso contribuyeron a promover ideas radicales, o más bien ideas de justicia
social. Si bien este elemento es un poco complicado identificarlo, existen indi-
cios de la existencia de letrados parroquiales que promovieron ideas como la
liberación de la esclavitud, la equidad e incluso el comunismo territorial, como
el que se esgrimió en las sociedades democráticas de los pueblos del Valle a
mediados de siglo XIX" De hecho, Jorge Conde Calderón y Aline Helg han
identificado en el Caribe colombiano de la primera mitad de siglo XIX algunas
personalidades letradas de parroquia que fheron acusadas de promover la gue-
rra de castas en la región y difimdir ciertas ideas radicales que estaban en boga
para la época. 57 Eran por 10 general sujetos pertenecientes a grupos sociales
intermedios de las aldeas caribeñas, quienes desde la década de 1820 se habían
convertido en caja de resonancia de ciertas ideas radicales como el reconoci-
miento de los derechos civiles y políticos a los sectores bajos, la libertad de los
esclavos, entre otras. Ideas que habían circulado en el área circuncaribe desde
finales del siglo XVIII con la revolución haitiana. 58

56. Un ejemplo es la experiencia de las sociedades democráticas en varias localidades del Valle,
donde ciertos letrados parroquiales ayudaron a difundir los principios republicanos y una que otra
idea radical. Este fue el caso de Ramón Zorrilla, residente en el caserío del Bolo en las inmediacio-
nes de Palmira, quien se comprometió en diversos levantamientos almadas como la guerra de los
supremos (1839-1841), en la rebelión del indígena de Lorenzo ¡bito que tuvo sus prolongaciones en
el Valle (1842) y en la rebelión afro liderada por un personaje de apellido Tascón en Caloto (1842-
1843). En todas ellas incitó a los esclavos a levantarse aduciendo que irían a luchar por su libertad.
Finalmente, a mediados de siglo fue uno de los principales animadores de la Sociedad Democrática
de Palmira y uno de los líderes del derribamiento de cercos y el saqueo de varias haciendas en la
región. ACC, AM, 1834, paquete 24, legajo 25; ACC, AM, 1841, paquete 32, legajo 53; ACC, AM,
1842, paquete 35, legajo 42,43; ACC, AM, 1851, paquete 50, legajo 50; ACC, AM, 1851, paquete
51, legajo 57. Sobre las sociedades democráticas en el valle, particularmente el caso de Cali ver:
Margarita Pacheco, Lajiesta liberal en Cali, Universidad del Valle, Cali, 1992. Algunas referencias
al tema en: Francisco Gutiérrez Sanin, Curso y discurso del movimiento plebeyo, 1849--1854, IEPRI
/ El Áncora Editores, Bogotá, 1995; James Sanders, Contentious Republicans, ob. cit., p. 63 Yss.
57. Jorge Conde Calderón, Buscando la Nación, ob. cit., pp. 179-197; Aline Helg, Libertad e
igualdad en el COl'ibe Colombiano, 1770-1835, EAFIT I Banco de la República, Bogotá, 2011,
p. 323 Y ss.
58. Julius Sherrard Scott, The comrnon wind: currents afro-american communication in the era
ofthe Haitian revolution, tesis de doctorado, Duke University, 1986; Alejandro E. Gómez "Del
Affaire de los mulatos al asunto de los pardos", en María Teresa Calderón y Clément Thibaud, eds.,
Las revoluciones en el mundo atlántico, Taurus I Universidad Externado de Colombia I Fundación
Carolina, Bogotá, 2006, pp. 301-321.

122
Luis Ervin Prado

Lo anterior pennite subrayar el hecho de que los letrados parroquiales fue-


ron imp0l1antes en los procesos de polinización política de los vecinos analfa-
betos de los pueblos. Lo mencionado en la última parte pennite además cues-
tionar la tesis según la cual los intelectuales populares sólo aparecieron en las
ciudades hispanoamericanas a fines del siglo XIX. Los indicios para el caso
del suroccidente colombiano y para el mismo Caribe sugieren que no fele así,
puesto que en las ciudades y en asentamientos urbanos más modestos desde la
primera mitad del siglo XIX pueden ser identificados letrados comprometidos
con idearios de justicia social, que gracias a sus competencias de lectoescri-
tma tuvieron acceso a un conjunto de ideas que fueron resignificadas en sus
propias realidades y las cuales discutieron públicamente entre sus paisanos,
generando resquemor entre los grupos de notables. No obstante falta hacer
investigaciones más detalladas que pennitan sacar conclusiones más precisas
sobre el asunto.

Conclusiones
El presente texto buscó inicialmente polemizar con los planteamientos semina-
les de Ángel Rama acerca del lugar del letrado en la ciudad hispanoamericana.
Rama privilegió el sitio por excelencia del letrado, la ciudad, desconociendo
que desde los mismos tiempos coloniales las pequeñas localidades tuvieron
hombres con capacidad de lecto-escritura que eran indispensables para mover-
se en las oficinas jurídico administrativas del imperio. Además, si bien el ejer-
cicio de la pluma fue considerado un oficio noble, eso no significó que sectores
sociales bajos carecieran de acceso a él y que en muchos casos lo pusieran en
práctica para sus propias necesidades o para las de terceros.
En este marco es que hay que considerar la existencia, desde los primeros
años del periodo republicano, de los letrados parroquiales, categoría con la que
he buscado resaltar la existencia de aquellas personalidades que en las aldeas
tllvieron el conocimiento de la lecto-escritura, saber que los dotó de un capital
cultural nmdamental que los hizo mediadores culturales de sus pueblos y les
pennitió ocupar los cargos parroquiales. Ellos tuvieron una importancia nodal
en la irrigación de la vida política nacional al nivel local, pues contribuyeron
a difundir los contenidos de los semanarios e impresos que generalmente se
ocupaban de temas políticos, le hicieron eco a los debates entre los líderes po-
líticos, a los manifiestos, las proclamas, entre otros. Así, dotaron a sus vecinos
de un conjunto de Dociones republicanas (ciudadanía, soberanía popular, repre-
sentación, etc.), que fueron re-significados a la luz de las propias experiencias

123
El letrado parroquial

parroquiales y coadyuvaron a las movilizaciones políticas tanto en las guerras


civiles corno en las jornadas electorales.
El presente escrito no se ocupó de un tipo muy importante de letrado pa-
rroquial, el clérigo. Omisión que ha sido consciente, puesto que tales perso-
nalidades bien merecen un estudio aparte. Me he concentrado en los letrados
parroquiales laicos en la medida que en ellos descansó el ejercicio político
administrativo de la república en los lugares más recónditos. Sin ellos, corno lo
plantea Malcolm Deas, en el siglo XIX la presencia del Estado en las localida-
des hubiese sido imposible. Además, por su escaso número se convirtieron en
los detentadores del poder local, promoviendo con el tiempo la patrimonializa-
ción de los cargos burocráticos y convirtiéndose en agentes que fheron ardua-
mente criticados por el liberalismo independiente durante la hegemonía radical
en la segunda mitad del siglo XIX. No obstante, muchos de ellos terminaron
incubando ideas radicales en sus coterráneos, que muy posiblemente fueron el
germen de los movimientos políticos alternativos a inicios del siglo XX.

124
LA SOCIABILIDAD Y LA HISTORIA
POLÍTICA DEL SIGLO XIX

Gilberto Loaiza Cano'

Hablar de sociabilidad como objeto de estudio que contribuye a comprender la


historia política (y de lo político) en la Colombia del siglo XIX -y quizás más
claramente de toda la temporalidad republicana- implica un vínculo directo
con la tradición historiográfica francesa que le dio vida a ese objeto dentro de
la disciplina histórica. Es obligatorio remitir a los estudios pioneros de Maurice
Agulhon, el más prolífico y sistemático; luego hay que evocar los aportes de
Fran,ois Furet con su Penser la révolution fran,aise; más cerca de nosotros
Pierre Rosanvallon, especialmente con Le moment Guizot. La aclimatación del
término en la historiografía latinoamericana estuvo a cargo de Franyois-Xavier
Guerra; le siguió su discípula Pilar González-Bemaldo, y en adelante, hasta hoy,
se ha ido acumulando un acervo historiográfico muy vario hasta constituirse en
una corriente de investigación en que la política y lo político están atravesados
por variables propias de la historia social y cultural. 2 Incluso podríamos decir
que los estudios sobre sociabilidad son una forma de hacer historia social de la
política en la medida que su principal punto de interés es el examen de la presen-
cia de agentes sociales y sus relaciones en la esfera pública.
Cualquier estudioso de la sociabilidad se va a encontrar con un panorama de
contribuciones que no se restringe al ámbito pionero de la historiografía fran-
cesa; ingleses, alemanes, italianos y españoles también han incursionado y han
dejado impronta de obras que pueden servir de modelo en algún sentido. Sin

l. Profesor titular del departamento de Historia de la Universidad del Valle.


2. Me refiero a nivel general, porque en lo que concierne a la historiografia colombiana no es
posible hablar de un campo de estudios consolidado.

127
La saciabilidady la historia política del siglo XIX

embargo, muy curioso, no hay entre tantos estudiosos del asunto un consenso
acerca de una definición del propio término; es decir, la sociabilidad parece re-
ferir un universo muy difuso que va más allá de las formas más visibles de vida
asociativa. Eso sí, en su mayoría los investigadores suelen mostrar dos formas
de aproximación a la sociabilidad; ya sea por el estudio de casos muy específicos
concentrados en determinadas formas de sociabilidad, ya sea por inventarios de
largo aliento que pretenden dar cuenta de un paisaje asociativo muy cambiante a
través del tiempo. Debido a eso, en esta primera parte del texto vaya atreverme
a presentar una propuesta de definición basada tanto en aquellos autores que
brindaron los primeros paradigmas en esta zona de estudios históricos como en
la propia experiencia que hemos podido acumular hasta ahora. Una tentativa de
definición de la sociabilidad como objeto historiográfico podría ayudamos -su-
posición y deseo-- a saber qué hemos hecho y qué queda por hacer, y también a
entender qué puede incluir.
La sociabilidad estudia el universo cambiante de las relaciones entre los indi-
viduos. La permanencia y los cambios en el modo de relacionarse puede deberse
a muchos factores; tal vez los más importantes son: la tradición, las costumbres,
las mutaciones drásticas en las formas de gobierno, las prácticas cotidianas, las
identidades de grupos. Pueden intervenir, principahnente, los individuos con in-
tereses muy particulares; instituciones como la escuela, los partidos políticos, las
iglesias de cualquier denominación y, por supuesto, el Estado. La conversación
entre todos esos elementos, y según las hegemonías transitorias que unos alcan-
cen sobre otros, irán definiendo momentos de sociabilidad que, en consecuencia,
incidirán en la composición de la vida pública, en su dinamismo, en su estan-
camiento, en su pasividad, en fin. Todo esto conduce a decir que la sociabilidad
es un factor muy importante en la construcción del campo político, en las reglas
con que lma sociedad discute o establece disputas. La sociabilidad ha sido, y
será, un factor apreciable de la acción colectiva, una forma muy visible en que
la sociedad o fragmentos de ella han decidido organizarse, así sea de modo mo-
mentáneo.
La sociabilidad está hecha de por lo menos dos grandes dimensiones, cada
una muy abarcadora. De un lado, la sociabilidad asociativa que reúne todo aquel
universo de asociaciones formales e informales que son indicadoras de la expan-
sión de la vida colectiva organizada, de la discusión pública, de la ampliación
o restricciones de la esfera pública. Sociabilidad hecha a base de la voluntad de
grupos más o menos organizados de individuos que se reúnen con fines muy
particulares o inspirados por una ambición de universalidad. Esa sociabilidad
asociativa se vuelve visible en las disputas por el control hegemónico del espa-
cio público de opinión, en la lucha por acceder al poder político, por definir las

128
Gilberto Loaiza

reglas generales de organización política, por defender identidades sociales o


étnicas o políticas o profesionales. De otro lado, aquella sociabilidad más difusa
y que corresponde a los espacios, las pertenencias, las prácticas, las representa-
ciones de la sociedad acerca de su vida en común. Aquí se habla, entonces, de
aquellos vínculos que componen la vida cotidiana de los individuos, las relacio-
nes de parentesco, de amistad; las relaciones basadas en jerarquías sociales, en
formas autoritarias de dominación; relaciones surgidas de modificaciones en la
vida pública.
Todo aquello significa que la sociabilidad se plasma en múltiples vectores y
que Jos individuos participan de modo consciente e inconsciente, y simultáneo,
en un plural tejido de relaciones. Los individuos están cotidianamente inmersos
en procesos rrllly complejos de intercambios que tienen, en ciertas situaciones,
tilla cristalización asociativa o una concreción en vínculos más o menos estables
que detelminan su posición en el espacio cambiante de la vida pública.
La sociabilidad, por tanto, es quizás el elemento más activo en la definición
de las condiciones de funcionamiento de la vida pública. La sociabilidad es un
conjunto de interacciones y relaciones sociales que son a la vez causa y efecto
de las reglas con que los individuos participan en el mmbo de la sociedad. La
intensidad, la complejidad, la variedad y hasta la eficacia de esas interaccio-
nes y relaciones informa continuamente acerca de las reglas generales con que
esa sociedad busca dirimir sus conflictos o, simplemente, expresarlos. Informa
acerca de mpturas o continuidades en el sistema gobierno, si éste ha abierto o
cerrado posibilidades de interacción colectiva; si la sociedad se reúne y discute
plenamente en público o si predominan restricciones de todo tipo para cualquier
evento asociativo.
En cada individuo, además, la sociabilidad puede plasmarse en al menos tres
niveles que pueden superponerse. Primero, aquella sociabilidad ligada al entorno
familiar, a las relaciones de parentesco; nivel de sociabilidad inmediato que el
individuo mismo no ha escogido pero al que estará fatalmente atado. Segundo,
el nivel de interacción social que contribuye a la construcción de un habitus; allí
el individuo establece relaciones de vecindad, de amistad facilitadas por institu-
ciones como la escuela y las iglesias o por espacios como el barrio, la pulpería, el
café. En ese nivel se definen y prolongan valores, costumbres y expectativas de
gmpos sociales. El tercer nivel es aquel de la participación social más activa en
que los vínculos adquieren mayor trascendencia desde el punto de vista político
porque se establecen nexos asociativos más formales que entrañan obligaciones,
deberes, derechos. Además incide en la definición de identidades de todo tipo,
especialmente las políticas; en este nivel el individuo puede formarse en los
ámbitos de la ciudadanía, de la militancia política y gremial. Este nivel es más

129
La sociabilidady la historia política del siglo XIX

voluntario y más consciente, por tanto muy activo e incidente en la composi-


ción de la vida pública.
Creo que esta tentativa de definición es preámbulo suficiente para el paso
siguiente que consiste en mostrar cómo la sociabilidad ha sido, y puede seguir
siendo, un objeto de análisis que nos permite entender mejor la historia del pro-
ceso político republicano en Colombia.

La sociabilidad y el largo siglo XIX colombiano


La sociabilidad tiene una historia expansiva en el proceso histórico republicano,
dentro del cual el siglo XIX es un fragmento artificioso para comodidad didácti-
ca de los historiadores. Expliquemos eso aplicándolo al caso colombiano. Lleva-
rnos un poco más de doscientos años de instauración de los principios políticos
de la democracia representativa; el hecho de haber fundado el sistema político
en el principio de la soberanía del pueblo amplió el paisaje de la participación
política y preparó las condiciones para la discusión pública que hicieron posible
la presencia de nuevos agentes sociales en la res publica. Es cierto que desde
antes de la ruptura de 1808-1810 ya había señales en la esfera pública de cierta
innovación en las prácticas asociativas de las élites letradas e, incluso, hubo en
la segunda mitad del siglo XVIII movilizaciones de gmpos sociorraciales subal-
ternos gracias a una vida asociativa y a lazos solidarios muy activos. Sin embar-
go, la entronización del principio político representativo dotó de nuevas reglas
la discusión pública, lo cual provocó, al menos en el ámbito de la sociabilidad
asociativa, momentos importantes de expansión. Por ejemplo, la esfera pública
de opinión mutó enormemente con la abolición de la censura previa yeso hizo
posible que la imprenta corno instrumento de comlmicación se consolidara y,
además, se convirtiese en un espacio de afirmación de nuevos agentes sociales y
culturales -principalmente la aparición de la figura del impresor-, y en un lu-
gar de irradiación tanto de la vida asociativa corno de vínculos entre individuos.
Alrededor del impresor hubo un circuito de comunicación política cotidiana en
que intervinieron gentes del selecto mundo político-letrado, grupos de artesanos
y agentes comerciales relacionados con la distribución de impresos.
Desde la revolución de independencia, desde la separación de la dominación
española hubo una traslación importante, y políticamente revolucionaria, del
principio de soberanía. La revolución de independencia dio paso a otras coor-
denadas de organización política, a otros criterios de autoridad, a otras concep-
ciones y prácticas de la libertad, la igualdad y la justicia. Desde entonces nos
hemos ido situando en el ámbito de las reglas de juego del sistema de democracia

130
Gilberto Loaiza

representativa. Con todos sus defectos e iniquidades, con todo lo insatisfactorio


que puede ser, ese sistema ha venido siendo el principio regulador de nuestras
relaciones entre individuos, la premisa y el punto de llegada de numerosos con-
flictos. Sostenido principalmente en un cuestionable pero regular, persistente y
despiadado procedimiento electoral, la democracia representativa ha sido adop-
tada entre nosotros como la práctica reguladora de la vida pública, como si se
tratara del sistema menos engañoso de organización de nuestras relaciones en
sociedad. Insistamos, desde 1810 hemos estado inmersos en la lógica de funcio-
namiento de 1m sistema representativo con todas sus perversiones, degradacio-
nes y decepciones.
Aquí estamos, por tanto, ante una gran estructura temporal que ha adquirido
fijeza, con la cual hemos ido definiendo nuestro proceso colectivo de existencia.
La representación es un mecanismo expandido en formas organizativas de la
sociedad a cualquier nivel, en cualquier intensidad. Hemos sido usuarios coti-
dianos del sistema representativo e, incluso, quienes se han colocado por fuera
o en contra de ese sistema han tenido algún tipo de relación, han tenido algún
tipo de diálogo o de aproximación con ese sistema político. No lo perdamos de
vista, son más o menos doscientos años de vida pública en esas coordenadas de
la organización política.
Se trata de una línea temporal signada por la hegemonía cultural y política de
los agentes letrados, colocados desde la instauración del sistema político repre-
sentativo en la cúspide del orden. El político letrado es en gran medida la prolon-
gación del criollo letrado, del individuo iluminado por la razón que supo auto-
proclamarse como el agente social mejor capacitado para las tareas de gobierno
y usufructuó de inmediato los beneficios de la democracia representativa. Las
recientes innovaciones de la historiografia colombiana coinciden, en últimas,
en reconocer el peso de la cultura letrada en la nmdación del sistema democrá-
tico representativo. 3 Si hay algo que merezca el adjetivo de revolucionario es el
proceso de elevación del criollo letrado a las posiciones tutelares de la sociedad,
en nombre de la razón y la ciencia; proceso que logró legitimación política en la
lógica de la representación. El hombre de luces y de letras supo exhibirse como

3. Señalo por ahora dos contribuciones que desde diferentes plintos de partida y con distintos
resultados, coinciden en mostrar el peso de los agentes letrados en la definición del hecho político
revolucionariu que dio origen al sistema político representativo en lo que había sido el Nuevo
Reino de Granada. Me refiero a: Mauricio Nieto Olarte, Orden natural y orden social. C;encia y
política en el Semanario del Nuevo Reyno de Granada, Uniandes, Bogotá, 2007; Isidro Vanegas,
La Revolución Neogranadina, Ediciones Plural, Bogotá, 2013. Sin despreciar un estudio pionero
y lejano que dio cuenta del vínculo entre Ilustración y política: Renán Silva, Prensa y revolución a
finales del siglo XVIII. Contribución a un análisis de ¡aformación de la ideología de Independen-
cia nacional, Banco de la República, Bogotá, 1988.

131
La sociabilidady la historia política del siglo XIX

el individuo mejor dotado para las tareas de gobierno, y la crisis monárquica fue
la oportunidad para anunciar las virtudes ordenadoras del sistema representativo
que 10 colocaba en la cúspide. Tanto en su variante laica como confesional, el
individuo letrado participó del diseño de las primeras constituciones políticas y
exaltó las virtudes del legislador, conocedor de las leyes; en apariencia, lo sufi-
cientemente sabio y neutro para crear las premisas de un nuevo orden polític0 4
Es indudable que las revoluciones de independencia en los antiguos domi-
nios del imperio español en América movilizaron gmpos sociales que hallaron
en aquel proceso una oportunidad inmejorable para ocupar un lugar privilegia-
do en la tentativa de organizar y discutir las premisas de un nuevo orden. Ese
nuevo orden político fhe diseñado, primordialmente, en todos esos lugares, por
individuos que reunían antecedentes y capacidades para redactar constituciones
políticas, para legislar en nombre del pueblo, para ejercer una labor publicitaria
casi permanente mediante la difusión de documentos impresos, principalmente
los periódicos. Esas revoluciones fueron, en definitiva, un hecho político e inte-
lectual que los historiadores contemporáneos apenas ahora estamos dilucidando
con alglma exhaustividad 5
Ahora bien, urge precisar en este ensayo la estmctura temporal que concier-
ne, en el caso colombiano, al predominio de esa cultura letrada instaurada desde
los estertores del proceso de independencia. Mientras esa cultura letrada haya

4. Algunos textos pueden considerarse seminales en la exaltación de las viItudes ordenadoras


de los legisladores, de los hombres capacitados para enunciar leyes. Por ejemplo, Fundamentos de
la independencia, por Francisco Antonio de UUoa (1814) y algunos artÍCulos del Diario político
de SantaJé de Bogatá, 1811.
5. Aquí la historia intelectual halla una aplicación fecunda para entender cómo una revolución
política tuvo fundamento en la actividad muy interesada de unos grupos sociales que buscaban
algún nivel de protagonismo en el control de la sociedad. Algunos estudios prosopográficos, al-
gunos estudios sobre autores y obras penniten percibir la importancia originaria de una república
de ilustrados que logró estabilidad y legitimidad relativas con la imposición de la soberanía de la
razón en vez de la soberanía del pueblo. Para este asunto, sugiero, por ejemplo, además del libro ya
mencionado de Vanegas, las siguientes obras: Rafael Rojas proporciona una mirada panorámica y
certera del asunto en Las repúblicas de aire. Utopía y desencanto en la revolución de Hispclnoamé-
rica, Taurus, México, 2009; el estudio de Elías José Palti sobre el pensamiento político mexicano
del siglo XIX es generoso en la demostración, sin ser ese su principal propósito, del peso de la
cultura letrada en la diseminación de discursos políticos: La invención de una legitimidad. Razón y
retórica en el pensamiento mexicano del siglo XIX (un estudio sobre las formas del discurso politi-
ca), Fondo de Culhlra Económica, México DF, 2005. Un par de ensayos de Gilberto Loaiza Cano:
"El criollo: de súbdito a ciudadano", en Ensayos de historia cultural y polftica: Colombia, siglos
XIX y Xx, G. Loaiza Cano y Malra Beltrán, eds., Universidad del Valle, Cali, 2013, pp. 153-171;
"El pueblo en la república de los ilustrados", en Conceptos fundamentales de la Independencia,
Francisco Ortega y Yobenj Chicangana, eds., Universidad Nacional de Colombia / University of
Helsinki, Bogotá, 2012, pp. 221-258.

132
Gilberto LoaÍza

sido la matriz reguladora y ordenadora del sistema político, mientras haya tenido
preeminencia en el espacio público de opinión, mientras haya sido la principal
y a veces exclusiva productora de todas las fonnas discursivas del orden, pode-
mos hablar de una unidad temporal con una personalidad histórica más o menos
bien definida. Esa cultura letrada sustentó su expansión hegemónica mediante el
control de la producción, la circulación y el consumo de impresos; su existencia
como prominente agente social de la política tuvo correlato en la multiplicación
de talleres de imprenta, de librerías, de asociaciones de diverso tipo que dotaron
de consistencia a un personal político y leh·ado. Hombres de palabra y de tribu-
na, también dispuestos al uso de las annas en los recurrentes episodios bélicos,
fÍJeron los individuos que dominaron el espacio de discusión pública acerca de
los elementos constitutivos del orden republicano; ellos redactaron constitucio-
nes, manuales de ciudadanía, manuales de buenas maneras, tratados de psico-
logía y filosofia, fundamentos de ciencia administrativa, infonnes geográficos,
textos escolares, manuales de gramáticas, elaboraron mapas, fundaron escuelas
y lmiversidades, dirigieron y escribieron periódicos y un largo etcétera. Todas
esas modalidades de la prosa y de la construcción de un orden que exhibían la
búsqueda, muchas veces infructuosa, de una annonía política y social, de ideales
de vida en común.
Mientras la cultura letrada haya sido el elemento nmdamental de constitu-
ción del campo político, de difusión de ideas, de construcción del espacio pú-
blico de opinión, estamos ante una unidad histórica. Mientras el taller de im-
prenta, el periódico y el libro hayan sido los medios de expansión hegemónica
más relevantes, estamos ante una etapa bien definida dentro del sistema político
republicano. Es un momento histórico definido, en muy buena medida, por su
condición discursiva, por el modo predominante de enunciación de la política;
la política transcurrió, principalmente, según los cánones del personal letrado;
la comunidad politica se asemejó a la metáfora de la ciudad letrada que hace
buen tiempo intentó desentrañar Ángel Rama.' La pertenencia a la comunidad
política estuvo, por lo tanto, signada por los principios reguladores del circuito
letrado; poder leer y escribir o, mejor, participar de alguna modalidad de lechlra
y de escrihlra, aun en aquellas personas consideradas analfabetas, nle premisa

6. Puede ser que las metáforas que rodean su libro, empezando por el mismo título, cuya
primera edición data de 1984, no sean afortunadas del todo, pero eso no ensombrece el énfasis
de su reflexión en el valor concedido a la palabra escrita y sus administradores, "en oposición a
la palabra hablada". La palabra escrita proporcionaba el fundamento del "discurso ordenado" que
quiso imponerse desde los tiempos de la dominación colonial y que prevaleció según la "función
escrituraria" auto-conferida por los criollos. Ángel Rama, La ciudad letrada, Tajamar Editores,
Santiago de Chile, 2004 [1984].

133
La sociabilídady la historia política del siglo XIX

para su presencia, episódica o sistemática, en la vida pública. No se nos ocurre


decir que la política era asunto de buenos modales gramaticales o de refinadas
disquisiciones filosóficas sobre el mejor de los mundos posibles; las guerras ci-
viles, los levantamientos y asonadas, muy frecuentes, revelan un espacio pú-
blico muy desapacible y volátil. Pero, eso sí, hasta el más rústico y episódico
individuo que haya hecho presencia, armada o desarmada, tuvo algúu tipo de
contacto con la expresión letrada de la política: el conocimiento o la discusión
de una ley, la lectura en voz alta del llamamiento de un caudillo, la búsqueda
de un intermediario letrado para redactar una representación. Aún más claro el
asunto: los principales agentes sociales de la política, en este periodo de la his-
toria republicana que tratamos de definir, se caracterizaron por algún grado de
dominio de la cultura letrada y fue ese grado de dominio que les permitió situarse
en algún lugar influyente de la discusión pública permanente, en algún lugar de
la polis. El sacerdote católico, el maestro de escuela, el artesano autodidacta, la
mujer tendera, el abogado pueblerino, el político profesional, el funcionario del
Estado, el impresor, el encuadernador y repartidor, todos ellos de algún modo,
participaron de la cultura letrada y con los dispositivos de esa cultura incidieron
en las jornadas electorales, en la vida asociativa, en la formación de facciones;
algunos de ellos sirvieron circunstancialmente de intermediarios entre el mundo
letrado y no letrado, pusieron en relación el Estado con la nación, comunicaron
la vida aldeana con la "gran política".
En fin, hubo en la historia del sistema político republicano un largo momento
de predominio de la cultura letrada que comenzó a erosionarse con la re1ativiza-
ción del universo de los impresos; con la aparición de otras formas de comunica-
ción cotidiana que fÍJeron desplazando el tradicional mecanismo de los impresos.
La expansión de la te1egrafia, la llegada del cine y la radio, más tarde la televi-
sión, fueron hechos que anunciaron la transición a una fonma nueva de discusión
política permanente, con otros ritmos, con otras repercusiones y, quizás 10 más
importante, con otros agentes sociales. El político letrado tradicional, atado a la
matriz ilustrada desde los inicios republicanos, comenzó a sentirse apocado ante
la entronización del misionero económico, ante la afirmación institucional de las
ciencias sociales, ante la inmediatez de la noticia leída en la radio o vista en la
televisión.
Para quienes hemos estado acostmnbrados a hablar de manera muy genérica,
y por tanto difusa, de siglo XIX y siglo XX, nos hallamos ante una situación más
matizada con unos linderos temporales dignos de estabilizarse en otras coorde-
nadas. Lo que solíamos llamar siglo XIX es esa línea temporal de la primera gran
etapa del sistema político representativo, signada por la presencia dominante de
la cultura letrada que se encarnó en el político profesional. Esa etapa se SOShlVO,

134
Gilberto Loaiza

con altibajos y zigzagueas, desde 1810 hasta por lo menos el decenio de 1920.
Entre las décadas de 1920 y 1950 tenemos una zona tensa de transición modema
que llevó a la sociedad colombiana a nuestro cercano y traumático siglo veinte.

Momentos de sociabilidad en el proceso histórico republicano


Partiendo de admitir que el proceso histórico republicano ha permitido, en líneas
generales, la eclosión de coyunturas de expansión asociativa y ha vuelto más
dinámicas y complejas las relaciones entre individuos, podemos decir que hubo,
durante el siglo XIX, al menos tres momentos importantes en el universo de la
sociabilidad. Tres momentos definidos por el predominio de determinadas cate-
gorías de individuos en el control de los procesos asociativos y por determinadas
tendencias discursivas; podría pensarse, a manera de conjetura, que hubo una
relación entre esos momentos asociativos y momentos discursivos que el histo-
riador de lo político debería explorar.

El momento ilustrado
Varios autores ya 10 han constatado, el pueblo estuvo marginado de las primeras
prácticas asociativas de los regímenes republicanos en la América española; esta
sociabilidad exclusiva de las élites tuvo que ser expresión genuina de un primer
republicanismo muy excluyente. J Primero predominó Lma sociabilidad de élites
y para las élites constmctoras del mundo republicano, dispuestas por iniciativa
privada a reproducir un consenso en tareas básicas del Estado, y luego se fhe
produciendo la mezcla y la diversidad de prácticas asociativas que dieron origen
a identidades partidistas o que al menos reunieron elementos sociales más hete-
rogéneos. Por eso es muy difícil hallar, en el decenio 1820 y aun en el siguiente,
asociaciones que fomlalizaran alianzas entre el notablato y sectores populares.
En la Nueva Granada, hasta bien entrado el decenio de 1830, se insistió en la
necesidad de limitar cualquier ejercicio pleno de la soberanía del pueblo y poner
toda la fuerza de la legitimidad del nuevo orden en la representación política. El
punto de partida de la reflexión era la división inevitable de la sociedad en indivi-

7. Por ejemplo, véanse: Franyois-Xavier Guerra, }'¡Iodernidad e independencias. Ensayos so-


bre las revoluciorles hispánicas, Mapfre / Fondo de Cultura Económica, México DF, 1992, pp.
92,99; Luis Barrón, "Republicanismo, liberalismo y conflicto ideológico en la primera mitad del
siglo XIX en América latina", en José Antonio AguiJar y Rafael Rojas, eds., El republicanismo en
Hispanoamérica. Ensayos de historia intelectual y palitica, Fondo de Cultura Económica, México
DF, 2002, pp. 118-137.

135
La sociabilidady la historia política del siglo x/x

duos capacitados e individuos poco aptos para las tareas de gobierno. El pueblo
como la masa total de los individuos no era el elemento más apropiado para
tomar decisiones fimdamentales. En El Argos Americano de 1810 se afmnaba:
"Son muy arriesgadas las elecciones que emanan directamente del pueblo, por-
que este en primer lugar no se halla en estado de discernir cuáles sean los indivi-
duos más dignos de ejercer tan arduo y delicado ministerio"8 Los escritores del
decenio de 1820 fueron más aplicados en determinar los límites de la soberanía;
por ejemplo, en los periódicos La Indicación. de 1822, y la Bandera tricolor,
de 1826, se hizo una sistemática diferenciación entre "la soberanía radical y
primitiva", momento único de superioridad del pueblo como principio fundador
de un orden político, y "la soberanía actual o de ejercicio", que era el resultado
del "pacto representativo".' Dicho de otro modo, con ayuda sin duda de autores
como Emanuel-Joseph Sieyes se estaba elaborando en el decenio de 1820 una
distinción necesaria para quienes pretendían tener el control del orden político;
la soberanía popular era un ejercicio efímero -aunque fundador-, porque en
la práctica gubernativa funcionaba una soberanía de ejercicio, como resultado de
la delegación de esa soberanía primitiva en representantes que habían sabido de-
mostrar las virhldes y los talentos necesarios para ocupar ese lugar en el sistema
de gobierno. Por eso, más drástica y claramente, los escritores políticos hablaron
de un nuevo principio en el régimen representativo, y era aquel según el cual "el
ejercicio de la soberanía no reside en la nación, sino en las personas a quienes la
nación lo ha delegado". 10
Según las Observaciones sobre el gobierno representativo, publicadas en
Caracas en 1825, este principio apareció como el intento de solución de un dile-
ma que ponía como opuestos dos principios: el democrático y el representativo.
El democrático conducía a la intervención constante de la peligrosa "masa total"
del pueblo; el representativo conducía al sosegado poder de los representantes. l1
Remplazar al pueblo o, mejor quizás, desplazar al pueblo de lma constante pre-
sencia en la vida pública era la solución ofrecida por el pacto representativo. El
único gran momento democrático admisible, el único momento en que el pue-
blo recobraba su soberanía radical y primitiva era el de las elecciones; en otras

8. José Fernández Madrid, "Continúan las reflexiones sobre nuestro estado", El Argos Ameri-
cano, nO 11, diciembre 10 de 1810, Cartagena, p. 48.
9. Un autor central en este decenio y en estos periódicos, como difusor de las virtudes del
sistema representativo, fue Vicente Azuero (1787-1844).
10. "Continúan las reflexiones sobre la autoridad del pueblo &c.", La Indicación, nO 5, agosto
24 de 1822, Bogotá, p. 20.
11. Francisco Jav¡er Y ánes, Observaciones sobre el gobierno representativo, Devisme Herma-
nos, Caracas, 1825. La precisión sobre la autoría de este texto la debo al profesor Isidro Vanegas.
Véase también: La Indicación, n° 3-6, agosto 17,24 Y 31 de 1822.

136
Gilberto LoaÍza

palabras, el "poder electoral" debía ser el único momento legítimo y legal de


realización de la voluntad soberana del pueblo. Al pueblo le quedaba la facultad
de elegir a sus representantes, el ejercicio del derecho de petición y de la libertad
de pensamiento; el pueblo podía ejercer la vigilancia y censura de los actos de
gobierno, podía imprimir y publicar sus opiniones, y elegir periódicamente a sus
representantes. Todo esto, por supuesto, sólo podría hacerlo gente instruida y
pudiente, capaz de leer, escribir y contratar los servicios de un taller de imprenta.
El pueblo reunido para deliberar era "una verdadera usurpación" de los poderes
creados por el acto constitucional. Ningún grupo de individuos podría relmirse
para deliberar acerca de asuntos que eran potestad exclusiva de los órganos de
representación política, especialmente el Congreso. El pueblo, simplemente, al
aceptar el pacto de la representación, al confiar en la delegación de poder, se ha-
bía despojado de su soberanía. Ese despojo de la voluntad general a favor de la
voluntad de unos pocos, la instauración y aceptación de las condiciones del "go-
bierno popular representativo" fueron definidos como "la democracia ficticia"."
La democracia ficticia era la imposición de las virtudes de la democracia
representativa porque asomaba como la solución a la imposibilidad -y al pe-
ligro-- de la "democracia pura", de la democracia directa. Era la solución a un
problema práctico que habían vislum brado Sieyes, Constan!, Burke, Montes-
quieu, y que consistía en la dificultad de reLmir frecuentemente a la "masa gene-
ral". Solamente en las pequeñas repúblicas antiguas había sido posible el funcio-
namiento de 1a democracia directa; pero, aun aSÍ, también según Vicente Azuero,
"las reuniones tumultuarias" fueron actos ilegales de fracciones del pueblo, in-
cluso en las democracias de la antigüedad. Solucionar el problema práctico de la
deliberación popular constante parecería la justificación más inmediata y cierta
del despojo de la soberanía popular; sin embargo, la insistencia en la restricción
de la actividad deliberativa del pueblo pareció favorecer la consolidación de un
personal político activo que necesitaba apropiarse de la misión representativa.
La soberanía popular fue, por tanto, un hecho efimero, constitutivo de llil po··
der que, en adelante, se instaló en la práctica representativa. Desde las constihl-
ciones políticas de 1811 a 1815 se reglamentó de manera cuidadosa-por lo me-
nos la intención es evidente- el ejercicio de un gobierno popular representativo
y se exhibió una relación inversamente proporcional entre la importancia otorga-
da al nmcionamiento de un sistema electoral y las restricciones a las formas de
asociación, a lo que podría haberse llamado la nación o el pueblo en permanente
actividad. Hasta el Código penal de 1837, la libertad de asociación estuvo redu-

12. Francisco Javier Yánes, Observaciones sobre el gobierno representativo, ob. cit., pp. 21-
40.

137
La sociabilidady la historia política del siglo XIX

cida a las prácticas asociativas de un notablato autorizado para apoyar a nivel


local los actos de gobierno. Un régimen político representativo que intentaba
consolidarse bailaba sospechosa o perniciosa la iniciativa de particulares en la
instalación de asociaciones. En aquellos años era inocultable la animadversión
contra cualquier tipo de asociación política que evocara, en su composición y en
su nombre, los excesos de la Revolución francesa. Las constituciones de aquel
periodo coinciden en la condena a cualquier sociedad popular; prohibición ex-
traída de las leyes francesas de 1789 a 1792. 13 Los constituyentes les temieron
a las reuniones populares, a la deliberación de gentes del pueblo, armadas o
desarmadas. La prioridad era la salvaguarda de una quizás muy frágil seguridad
pública; pero más allá de eso se temía que proliferaran otras formas de delibera-
ción que se atribuyeran derechos políticos y pusieran en tela de juicio lo que se
había legitimado mediante elecciones. En consecuencia, las únicas asociaciones
aceptadas eran las asambleas electorales, las juntas de sufragantes parroquiales,
algunas asociaciones de auxilio a la instrucción pública, y algunas sociedades
patrióticas y económicas cuyo propósito evidente fhe la expansión de un consen-
so de orden. Muchas de estas asociaciones fueron prolongación del espíritu ilus-
trado español del siglo XVIII y contribuyeron a la consolidación del incipiente
sistema republicano; eran asociaciones de particulares, gente notable presta a
apoyar los designios del Estado, prolongadores y difhsores de tareas específicas
que debían realizarse en beneficio del "pueblo", de la "república", del "espíritu
público", del "bien común". Era ostensible su vínculo con la tradición asociativa
española de las sociedades patrióticas y de las sociedades económicas de amigos
del país, extendidas en América con la fimción de promover conocimientos útiles
sobre la sociedad y la naturaleza, y de fomentar la educación primaria.
Las asociaciones espontáneas de individuos hacían temer una usurpación de
la soberanía del pueblo y una deslegitimación de sus representantes. La Consti-
tución de Cundinamarca de 1811, por ejemplo, decía en artículos sucesivos que
"no podrán formarse corporaciones ni asociaciones contrarias al orden público;
por lo mismo ninguna Junta particular de Ciudadanos puede denominarse socie-
dad popular [ ... ] Ninguna Asociación puede presentar colectivamente solicitu-
des a excepción de las que forman Cuerpo autorizado, y únicamente para objetos
propios de sus atribuciones". Luego advertía que la "reunión de gentes sin armas,
será igualmente dispersada, primero por una orden verbal, y si no bastare, por
la filerza".14 La Constinlción de Tunja, de 1811, advertía que "ningún individuo,

13. Desde la Constitución de Cundinamarca (1811) hasta la Constitución de Mariquita (1815)


se prohibió la reunión de gentes con o sin armas. Tampoco podía cualquier asociación presentar
colectivamente solicitudes, solamente aquellas autorizadas por el gobierno.
14. Constitución de Cundinamarca su capital Santafé de Bogotá, Imprenta Patriótica de D.

138
Cilberto Loaiza

ninguna clase, o reunión parcial de ciudadanos, puede atribuirse la Soberanía;


así, una parte de la Nación, no debe ni tiene algún derecho para dominar el resto
de ella". 15 La de Cartagena, del año sigltiente, admitía el derecho a reunirse, pero
ponía las siguientes restricciones en su artículo 26:
"Pertenece a los ciudadanos el derecho de reunirse, como sea sin armas
ni tumulto, con orden y moderación, para consultar sobre el bien común:
no obstante para que estas reuniones no puedan ser ocasión de malo des-
orden público, sólo podrán verificarse, en pasando del número de treinta
individuos, con asistencia del alcalde del balTio, o del cura pálToco, que
invitados deberán prestarla" .11;

Aún más significativo, la misma Constitución de Cartagena limitaba la acción


colectiva cuando deCÍa que los ciudadanos podían dirigirse a las autoridades,
"pero no colectivamente, ni tomando el carácter, voz y nombre de pueblo, ni de
asociación popular". Más adelante agregaba otra advertencia: "No podrán for-
marse en el Estado, corporaciones ni asociaciones de ningún género, sin noticia
y autorización del gobierno". 17
La actividad asociativa despertó prevenciones en vez de entusiasmo. En la
construcción del orden republicano, las asociaciones tuvieron que ceñirse al COn-
trol de los gobiernos y adecuarse al proceso de consolidación del orden político.
En las constituciones políticas y los periódicos de aquellos años prevaleció la
prevención contra aquellas asociaciones --entre ellas los clubes políticos y las
logias masónicas- que contribuyeran a exacerbar el "espíritu de facción" o que
cuestionaran "la conservación de nuestra sagrada religión". Para extirpar los pe-
ligros del complot y para proteger a la Iglesia católica, se expandió desde 1812
un espíritu anti-jacobino y anti-masónico.
Fue preferible auspiciar la libertad de imprenta, con todos los controles y au-
to-controles que existieron, que fomentar la libertad de asociación. En 1812, un
aleccionador diálogo entre un "ciudadano preocupado y un patriota verdadero",
expuso las preocupaciones de buena parte de la élite política que intentaba con-
solidarse en aquel momento de tensiones y ambivalencias en la reorganización
del espacio público. El diálogo sirvió en este caso para plantear con franqueza
los argumentos en contra del florecimiento de formas asociativas de todo orden.

Nicolás Calvo y Quijano, Santafé de Bogotá, 1811, título XIV, arts. 5 y 6, pp. 44-45,
15. Consti!ucíón de la República de Tunja, sancionada en plena Asamblea de los Represen-
tantes de toda la Provincia, en sesiones continuas desde 2 J de Noviembre hasta 9 de Diciembre de
J8ll, Imprenta de D. Bruno Espinosa, Santafé de Bogotá, 1811, sección preliminar, art. 21, p. 8.
16. Constitución del Estado de Cartagena de Indias sancionada en 14 de Junio de 1812, Im-
prenta del Ciudadano Diego Espinosa, Cartagena, 1812, título 1, art. 26, p. 13.
17. Constitución del Estado de Cartagena, ob. cit., título 1, arto 27 y titulo XIII, arto 10, pp.
13, 117.

139
La sociabilidady la historia política del siglo XIX

De manera rotunda se condenaba cualquier tipo de asociaciones "políticas", por


ejemplo las sociedades patrióticas, porque evocaban las nefastas asociaciones
políticas que surgieron en la Revolución francesa; el único modelo asociativo
aceptable tenía que ser el de las sociedades económicas que, tomando como
ejemplo aquellas surgidas en Estados Unidos de América, habían servido "para
proteger las Artes y las Ciencias" y, además, podían auxiliar al Gobierno. La fic-
ticia conversación hizo, de adehala, una comparación entre dos modos posibles
de "ilustrar nuestros conciudadanos": entre la libertad de imprenta y la libertad
de asociación. Sin vacilación, el autor o los autores del diálogo se inclinaron por
la libertad de imprenta y enunciaron todas las prevenciones e inquietudes posi-
bles sobre la libertad de asociación. La opinión de una persona, de 1m escritor,
era más fácil de vigilar, de censurar y, en caso necesario, de castigar; en cambio,
la opinión de varios, de cientos de personas reunidas se volvía incontrolable: "No
Señor, la opinión de un papel es la de un hombre solo, y como tal es considerada
en el público, y la pluralidad de la Sociedad puede ser más de ciento; el público
pondrá naturahnente más atención en la opinión de ciento que en la de uno". ¡S El
temor al número, el temor a la movilización popular hicieron preferible la pro-
pagación de la libertad de imprenta y la promoción de formas asociativas bajo el
sello de una exclusiva adhesión de individuos selectos.
Una década después persistía la animadversión contra una sociabilidad polí-
tica vinculada con sectores populares. Otra vez en La Indicación, periódico que
examinó de manera sistemática la constitución de 1m sistema político basado en
la representación, condenó cualquier asomo de vida asociativa más allá del mun-
do selecto de los notables. "La república representativa" evocaba un orden polí-
tico incompatible con las deliberaciones populares; las relmiones y asociaciones
populares, aunque nlesen esporádicas, eran ilegítimas y atentaban contra el pacto
representativo plasmado en la constitución política. En un extenso artículo sobre
sociedades populares, Vicente Azuero seguía alertando sobre las consecuencias
de reuniones de "porciones de particulares" y se preguntaba: "¿con qué título una
corporación formada por autoridad privada, y no reconocida por la ley, se abroga
el derecho de hacer peticiones en nombre del pueblo?". Además le preocupaba la
calidad de los individuos que pudiesen participar en esas reuniones:
"¿De qué pueblo hablan? ¿Del auditorio que los rodea, compuesto por
la mayor parte de artesanos y jornaleros, y hasta de mujeres? ¿Son es-
tos jueces idóneos para dar su voto sobre materias de gobierno? [... ] no
hallamos en la historia el menor indicio de que Esparta, Atenas ni Roma
tuviesen establecimientos parecidos a los clubs. Bien amantes de la liber-

18. Diálogo entre el ciudadano preocupado y un patriota verdadero, Imprenta de Diego Espi-
nosa, Cartagena, l812.

140
Gilberto Loaiza

tad fueron sus legisladores; pero por lo mismo no quisieron permitir o


autorizar instituciones que al fin conducen al despotismo del populacho,
el más intolerable de todos". 19

El club político, que evocaba en el criollo letrado los excesos de la Revolución


francesa, estaba extirpado de las formas de participación colectiva. En el Código
penal de 1837, la reunión de un gmpo de personas, "de una parte del pueblo", era
considerada un acto de sedición; reunirse con o sin armas era un acto próximo a
la desobediencia al gobierno de la nación. 20 Estos temores plasmados en consti-
tuciones, códigos y ensayos políticos que exaltaban el gobierno popular repre-
sentativo intentaban responder, en últimas, al riesgo latente de la insurrección,
del levantamiento contra la autoridad. La fuerza puesta en la representación polí-
tica, en los poderes emanados del sistema electoral era, más bien, una expresión
de fragilidad de un sistema que se sentía vulnerable ante la posibilidad, difícil de
controlar, de que porciones de individuos desconocieran las autoridades prove-
nientes del pacto representativo.
Este primer momento de sociabilidad estuvo, pues, sustentado en el pre-
dominio discursivo de una noción capacitaria de la soberanía; el pueblo había
quedado reducido a la fórmula abstracta del principio de soberanía, pero en la
cotidianidad política había sido confinado. En esos primeros decenios republi-
canos era prioritario legitimar un nuevo personal político que fungía como el
elemento apto para asumir las tareas de la representación polítíca; la sociabilidad
autorizada para desplegarse era solamente aquella nacida bajo el impulso de ese
notablato que deseaba, y necesitaba, asumir el control de la vida pública en los
años inmediatamente posteriores de la Independencia.

Momento de expansión democrática


Del pueblo confinado a la condición de categoría abstracta que le daba sustento
formal a la democracia republicana se fue pasando a la irmpción política del
pueblo, a su aceptación como elemento social que podía hacer parte de la dis-
cusión política permanente y que podía ser un aliado, incómodo o peligroso,
pero necesario en el proceso de consolidación de la vida pública. Fue a fines del
decenio de 1830 que se dieron las primeras escaramuzas asociativas en que el
notablato consideró indispensable acercarse a las gentes del pueblo. La paradoja
es que el sistema electoral con su recurrencia competitiva fÍ.Je volviendo nece-
sario el recurso del pueblo para el motín, para alterar resultados y, sobre todo,

19. "Sociedades populares", La Indicación, nO 23, diciembre 28 de 1822, Bogotá, p. 98.


20. Código Penal del27 dejunio de J 837, en Ramón COlTea, comp., Codificación nacional de
todas las leyes de Colombia desde 1821, t. 6, Imprenta Nacional, Bogotá, 1929.

141
La sociabilidady la historia política del siglo XIX

para participar en las elecciones parroquiales. Segtm la legislación de 1832, los


Sllfragantes parroquiales no necesitaban saber leer y escribir, podían emitir su
voto en voz alta, para que escuchara el escribano encargado de elaborar el acta.
El preámbulo y el desenlace de las elecciones saturaban de tensiones el micro-
mundo de cada parroquia. La fonnación de las listas de Sllfragantes estaba lejos
de ser expedita; las arbitrariedades eran frecuentes y alentaban las denuncias.
Los candidatos a electores necesitaban conquistar la opinión de los Sllfragantes;
pulularon las hojas sueltas, las visitas casa por casa, la organización de convites,
pequeños o trascendentales acuerdos electorales, pequeñas e inestables alianzas
que volvían a debatirse al ritmo bianual de las elecciones en la parroquia. El
otro momento álgido era el escrutinio, el conteo de los votos, la puntualidad de
los registros electorales, la confusión en casos de homonimia, un voto que no se
escuchó o que se olvidó en el conteo. Los Sllfragantes fueron la condición más
elemental y popular del ciudadano, de quien podía pertenecer al universo selecto
de aquellos que podían votar.
Por esos mismos años había una percepción más o menos general de que la
política y, más precisamente, la práctica del sistema representativo, había inva-
dido todas las esferas. Una reveladora "conversación" entre preslmtos sastres
bogotanos, en 1839, aludía a la "contagiosa enfennedad" de la política, a la apre-
miante necesidad de leer todos los días el periódico ~"la periodicomanía"~ y
comentarlo en corrillos callejeros o en el taller artesana1. 2l Un poco antes, en
1836, en vísperas de las elecciones presidenciales, los candidatos a electores
solicitaron el apoyo del voto poniendo a circular hojas volantes entre los sufra-
gantes parroquiales." También en 1836 circularon hojas sueltas en apoyo a la
candidatura presidencial de José María Obando (1795-1861 l, hojas sueltas que
hablaban en nombre de "nosotros los artesanos, labradores, fabricantes, mari-
neros y soldados que somos las novecientas noventa y nueve mil partes de ese
pueblo cuyos derechos aparentan defenderse" 23 Persuadir y disuadir a sufra-
gantes y electores, aceptar y rechazar los resultados electorales que eran con

21. Al respecto, una pequeña colección del periódico Los Sastres, noviembre y diciembre de
1839, Bogotá.
22. El Fondo Pineda 470, de la Biblioteca Nacional de Colombia, es particularmente rico en
hojas sueltas que revelan el funcionamiento de un sistema electoral censitario e indirecto compues-
to de listas de sufragantes y asambleas de electores, principalmente. Según la ley electoral del 2 de
abril de 1832, los sufragantes en cada parroquia tenían derecho a votar por uno o varios electores
que con'espondían a ese distrito parroquiaL A su vez, los electores ejercían la representación de la
"soberanía del pueblo" para votar en favor de talo cual candidato.
23. Anónimo, "Libertad de las elecciones populares", Impreso por E. Hemández, Cartagena,
julio 18 de 1836. La frase copiada es una transcripción de otro papel publicado en Bogotá y reim-
preso en Cartagena en el que, al parecer, se apoyaba la candidatura de Obando.

142
Gilberto Loaiza

frecuencia manipulados, solían preparar temporadas de tensión pública. Fue en


la competición electoral de 1838 que se gestó una incipiente red de sociabilidad
que apelaba a los "artesanos y labradores" de la Nueva Granada.
La búsqueda de esos sufragantes hizo necesario, en el decenio de 1830, que
el patriciado se aproximara episódicamente a las gentes del pueblo. A medida
que el sistema electoral se aclimataba en la competencia por ocupar cargos de
representación, se fÍJeron conformando "partidos eleccionarios" que se organi-
zaban en juntas y asociaciones que repartían listas de electores y difundían hojas
volantes a favor de talo cual candidato. Para 1838 ya estaban organizados dos
"partidos eleccionarios"; un embrión de partido católico formado por socieda-
des católicas y otro que reunía a una dirigencia proto-liberal. Ese año, en el
periódico El Labrador y Artesano se anunciaba el nacimiento de lma Sociedad
Democrático-Republicana de Artesanos y Labradores Progresistas de Bogotá
que promulgaba "la igualdad política y civil de las clases" y se proponía la "ins-
trucción política de las masas"." Según el prospecto y los estatutos, los princi-
pajes propósitos de la asociación eran "instruir a todas las clases de la sociedad",
"aleccionar a las diferentes clases del Estado en el cuidado de sus propios intere-
ses~'. Las "dos clases de la nación" que la dirigencia política invocaba, "artesanos
y labradores", eran vistas como sectores desvalidos que "reclaman el cuidado
de la parte ilustrada" de esa nación. En definitiva, "la instrucción política de las
masas" pareció ser la principal preocupación del grupo dirigente que creó esa
asociación. Como seria costmnbre en posteriores ciclos de sociabilidad liberal,
e! grupo dirigente viajó a otros distritos a promover la fimdación de asociacio-
nes semejantes; creó comisiones de enseñanza; preparó lecturas colectivas de
periódicos; convocó regularmente a sesiones; estableció horarios de lecciones
públicas; contribuyó a sostener el periódico oficial y se preocupó por tener co-
municación regular con las filiales.
Ese contacto entre élites ilustradas y segmentos populares personificados
por artesanos y potenciales sufragantes en las parroquias marca el inicio de la
irrupción política del pueblo, atraido por el juego de tensiones del sistema de
representación. El pueblo iba a volverse no solamente destinatario de la publici-
dad, también productor de impresos en que se exhibían las conquistas del auto-
didactismo o de la instrucción recibida en el taller, en la asociación "elecciona-
ria" o mutualista. A eso se agregarían novedades librescas que habían puesto a
circular por Europa y por América latina la tesis de la participación del pueblo
en el sistema electoral, la importancia del recurso del sufragio en la fonnación de
una ciudadanía popular, la simple exaltación de virtudes intrínsecas del pueblo.

24. "Prospecto", El Labrador y Artesano, nO 1, septiembre 16 de 1838, Bogotá, p. 1.

143
La sociabilidady la historia política del siglo XIX

Ese fue el caso de uu autor y uu libro que hacia 1838 aparecía en los anuncios de
novedades bibliográficas: se trataba del Libro del pueblo, por Felicité Lamennais
(en el decenio siguiente llegaría El pueblo, por Jules Michelet). En definitiva,
antes de 1839 ya había indicios de uu cambio en las condiciones de circulación
del lenguaje político; el pueblo, con su llaneza, iba a comenzar a hablar de poli-
tica, iba a participar de asociaciones formales e iba a plasmar sus concepciones
del mundo en periódicos cuyos títulos sugerían la índole de sus escritores: El
Pueblo, El Sufragante, El Artesano, El Pobre. Así, después de la Guerra de Los
Supremos, la presencia activa del pueblo iba a comenzar a dejar huella en la vida
pública.
Este momento asociativo tuvo su punto culminante en la coyuntura 1848-
1851. 25 En esos años hubo una expansión asociativa sin precedentes que le dio
sustento a la formación de una estructura nacional del partido liberal; el patricia-
do liberal tornó la iniciativa en medidas democratizadoras tales corno la ley de
libertad absoluta de opinión o la abolición de la esclavitud. Fueron los liberales
quienes promovieron el sufragio universal masculino, y quienes alentaron una re-
lación muy volátil con grupos de artesanos que, plasmada en más de lm centenar
de clubes políticos, propició un ambiente igualitario que desbordó rápidamente
los cálculos de la élite que había patrocinado ese auge de clubes. Pero pronto
se pasó del orgullo de haberle dado la palabra al pueblo al temor de un desbor-
damiento popular. Del lado de los artesanos se pasó de una ilusión igualitaria a
una profunda decepción y desconfianza que marcó [as relaciones futuras entre
las organizaciones artesanales y la dirigencia del liberalismo colombiano. Más
temprano que tarde, el notablato liberal se percató del error de haber promovido
una "política tumultuaria", corno 10 reconoció luego uno de los protagonistas,
el veleidoso José María Samper. El 25 de septiembre de 1850 fue fundado, en
Bogotá, el club Escuela Republicana compuesto por aquellos que habían auspi-
ciado, un par de años antes, la formación de la Sociedad Democrática de Bogotá
con el fin de sustraer a los artesanos del influjo del clero y los conservadores y,
según recuerda el mismo Samper, "se creyó que lo más eficaz para el logro de
este fin era halagar sus pasiones (porque ideas no tenían), hablándoles de eman-
cipación, igualdad y derechos Gamás de deberes), y su amor propio, con la pers-
pectiva de convertirse ellos, a su vez, en uua potencia política y social, mediante

25. "La gloria del partido liberal se detuvo en 1851 ", fue la sentencia de José María Samper,
quien había auspiciado al inicio la implantación de sociedades democráticas. Samper transmitía el
arrepentimiento y la aprensión del notablato liberal ante los alcances de una sociabilidad que había
escapado de su control. Carta de José María Samper a Victoriano de Diego Paredes, Ambalema,
septiembre 16 de 1852, Archivo General de la Nación, sección Academia Colombiana de Historia.

144
Cilberto Loaiza

la asociación pennanente de sus unidades dispersas"." La Escuela Republicana


nle un intento de rectificación del notablato liberal reunido en Bogotá que quería
sustraerse del contacto inicial y entusiasta con los artesanos; y se constituyó en
una asociación para '''crear un contrapeso" a los desbordes dernocráticos.
Esta mptura de mitad de siglo marcó, en todo caso, las nlturas relaciones en-
tre el partido liberal y los sectores populares, y también detenninó las prioridades
asociativas en el resto del siglo. Los liberales, sobre todo su facción radical, pre-
firieron en adelante refugiarse en un refonnismo por 10 alto y en formas asocia-
tivas excluyentes, corno la masonería; los artesanos organizados prefirieron bus-
car, lmos, fonnas autónomas de organización gremial y política; otros prefirieron
aliarse, sobre todo en las coyunturas electorales, con la dirigencia conservadora
y colaboraron con el proselitismo religioso católico. Alcanzó, eso sí, a dejar lm
esbozo de organización nacional del partido liberal y en algunos lugares, corno
las regiones de Santander y el Gran Callca, se asentaron pilares asociativos del
pueblo liberal más allá de la ruptura del golpe de Mela, en 1854. Algunos clubes
políticos tuvieron alguna existencia prolongada, como el de Cali, o sirvieron de
expresión de conductas religiosas disidentes, como sucedió en algunos distritos
de Santander. En la costa atlántica, por su parte, pennitieron fOljar una identidad
artesanal neta en contraste con los patricios liberales. Entre 1856 y 1871, los clu-
bes políticos liberales seguían reuniendo un personal lugareño y variopinto que
rodeaba a caudillos como Tomás Cipriano de Mosquera en el por entonces Esta-
do del Cauca; en unas ocasiones apoyaron la implantación del proyecto escolar
de los radicales; en otras se organizaron contra gmpos de comerciantes y en otras
más se unieron para garantizar trilmfos electorales de la facción moderada del
liberalismo. De ese modo se fOljó un personal político de muy diversa condición
social, cuyo infll~o en la vida pública regional fue considerable."

Momento del catolicismo triunfante


La ruptura entre el notablato liberal y el movimiento artesanal, sellado por el fra-
caso del golpe de Mela, en 1854, definió el panorama de las relaciones futuras de
los artesanos organizados y los patricios liberales, principalmente en su tenden-
cia radical. Esa facción prefirió replegarse en una vida asociativa elitista que pri-
vilegió la filiación masónica y el patrocinio de un refonnismo por lo alto. Entre
los radicales y el mosquerismo auparon lllla red asociativa masónica constituida

26. José Maria Samper, Historia de una alma. iYfemorias intimas y de historia contemporánea,
Imprenta de Zalamea Hennanos, Bogotá, 1881, p. 190.
27. Para una visión detallada del devenir de los clubes políticos liberales, tanto en la coyuntura
de mitad de siglo como en décadas posteriores: Gilberto Loaiza Cano, Sociabilidad, religión y
política en la definición de la nar:ión, ob. cit., pp. 79-1 13.

145
La sociabilidad y la historia política del siglo XIX

por un personal comprometido, sobre todo, en la instauración de un proyecto de


instrucción pública. La relación entre dirigencia radical, dirección del proyecto
de instrucción pública y militancia masónica fue tan evidente que alimentó la
animosidad conservadora contra lo que fue el más ambicioso proyecto de edu-
cación laica en el siglo XIX colombiano. De manera tímida y muy localizada,
el proyecto educativo del radicalismo propició un asociacionismo de corte ilus-
trado con las sociedades de institutores, muy activas en el estado de Santander.
Mientras el radicalismo liberal prefirió refugiarse en un reformismo por lo
alto, la facción moderada del liberalismo, encabezada por el general Mosque-
ra -luego por Julián Tmjillo-- y por Rafael Núñez, constmyeron una red de
fidelidad constatable en momentos electorales y en los llamados a gnerra civil.
También tuvo lugar, a partir de 1855, una reactivación de la sociabilidad conser-
vadora basada en una alianza orgánica de jerarcas de la Iglesia católica y de una
decidida dirigencia laica. Ante las aprensiones y ambigüedades de la élite liberal,
los conservadores tomaron la iniciativa y lograron poner en marcha una ofensiva
asociativa y publicitaria que les permitió no solamente resistir al proyecto edu-
cacionista administrado por los radicales, sino además constituir y consolidar un
mapa de los bastiones asociativos de la Iglesia católica y sus aliados. La llegada
de la Sociedad de San Vicente de Paul a Bogotá, en 1857, así como el retomo al
año siguiente de la Compañía de Jesús fueron los prolegómenos de la reorgani-
zación asociativa conservadora.
El asociacionismo caritativo tuvo auge en la segunda mitad del siglo con la
expansión de las asociaciones vicentinas y con el apoyo decisivo de un personal
femenino comprometido con el proselitismo religioso católico. El modelo carita-
tivo francés, prolongado en América española con la instalación de filiales de la
Sociedad de San Vicente de Paúl, propició el contacto directo y sistemático con
la pobreza, plasmado en la visita periódica a gentes pobres y mendigos en nom-
bre de la caridad cristiana. Las mujeres de la élite conservadora tenían una tra-
dición asociativa desde antes de mitad de siglo y a partir de 1857 contribuyeron
a la expansión del mensaje religioso católico en sus cotidianas visitas a barrios
pobres en Bogotá, Medellín y Popayán, principalmente. Las damas católicas,
además, fueron responsables, a partir de 1864, del nacinaiento y proliferación
de otras asociaciones caritativas muy eficaces y perdurables, las congregaciones
del Sagrado Corazón de Jesús. Aunque la iniciativa asociativa era enteramente
femenina, estaba sometida a los protocolos de la vigilancia y aprobación ecle-
siásticas; su creación, en cada lugar del país, se oficializaba mediante una misa o
no podían sesionar regularmente sin estar al día con los sacramentos.
Las mLljeres letradas de la élite colombiana del siglo XIX reprodujeron fá-
cilmente el patrón cultural católico. En la literatura difundieron la fe cristiana y

146
Cilberto Loaiza

desde el hogar influyeron en que sus esposos, algunos de ellos episódicos mi-
litantes del liberalismo radical o de la masonería, se retractaran y retornaran a
las filas de la devoción católica. Gracias a un mercado lector femenino asiduo,
especialmente en Bogotá, fue posible garantizar el público que permitió el rápido
éxito editorial de la novela Maria (1867), de Jorge Isaacs, compendio simbólico
del catolicismo triunfante y de la sacralización de la mujer en la órbita proseli-
tista del dogma católico. La renovación del culto mariano, aupada por el pon-
tificado de Pío IX, contribuyó a adjudicarle un lugar preponderante a la mujer
en el conjunto de actividades públicas de la Iglesia católica en el mundo. En el
caso colombiano, en la segunda mitad del siglo XIX hubo la formación de una
dirigencia laica permanente, entregada, en el caso femenino, a la difusión de las
prácticas caritativas. La caridad misma se alimentó, además, de lma iconografia
femenina que colocó en el centro de la acción a la mujer militante.
Otro factor que coadyuvó al ascenso asociativo conservador fue la eficacia
publicitaria de los principales ideólogos del tradicionalismo católico en Colom-
bia. Por ejemplo, fue entre los escritores conservadores que se notaron los pri-
meros rastros del influjo del positivismo de Saint-Simon y Comte. Fueron José
Eusebio Caro, en 1838, y luego Manuel María Madiedo quienes se interesaron
en formular los principios de una ciencia social. Aquel dejó al menos las inquie-
tudes iniciales que después expuso cabalmente Madiedo en sus obras Teoría
social (1855) y La ciencia social (1863). Madiedo fÍJe el principal punto de con-
tacto con la obra de Félicité de Lamennais. Como otros escritores conservadores
de la época, condenó los excesos de la doctrina comunista, pero a diferencia de
un José Manuel Groot o de un José Maria Vergara y Vergara, se deluvo en La-
mennais para exaltar la presencia activa del pueblo en la vida republicana. En
su Teoría social decía que "la teoría de la expansión individual de la soberanía
del yo, que es la verdadera teoría cristiana, rechaza esas fonnas toscas de una
comunidad de mujeres, de propiedades".'"
El propósito más evidente de Madiedo fÍJe tratar de alejar a los artesanos de
la dirigencia liberal radical, a la que consideró enemiga de los principios cris-
tianos. En La ciencia social o el socialismo filosófico. Derivación de las gran-
des armonias morales del cristianismo y El catolicismo i la libertad (ca. 1863),
Madiedo presentó lo que él consideraba las bases científicas de una "política
social" que encontraba sus fundamentos, entre otros autores, en Lamennais y
su exaltación de las virtudes del pueblo laborioso; por eso afirmaba que "las
masas populares son el cimiento del orden social" y, agregaba, "los verdaderos
patriotas son los hombres que cultivan los campos, que animan los talleres, que

28. Manuel María Madiedo, Teoría social, Imprenta de Francisco Torres Amaya, Bogotá, 1855, p. 25.

147
La sociabilidady la historia política del siglo XIX

surcan los mares"29 En el segundo libro, publicado cuando la polémica entre la


Iglesia católica y el proyecto educativo laico del liberalismo radical comenzaba a
agitarse, Madiedo pedía un alineamiento decisivo en favor del catolicismo corno
la auténtica doctrina de origen social popular y, por tanto, esencialmente demo-
crática. Alertando sobre los peligros del protestantismo -al que tanto se le temió
en Colombia en el siglo XIX a pesar de su presencia tan débil- el ideólogo
colombiano puso en contraste el presunto origen aristocrático del protestantismo
con lm catolicismo "democrático en su origen, en su culto al alcance de todos,
por sus símbolos, imágenes y pompas festivas".30 Su discurso anti-liberal yanti-
protestante sintonizó bien con la tradición católica del artesanado que, sobre
todo en Bogotá, reprodujo con entusiasmo una obra que exaltó la igualdad de
todos los seres humanos ante Dios y le adjudicó un papel central y modelador al
sacerdote católico.
A lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, hubo un círculo muy activo
de escritores concentrados en la defensa de la supremacía política y cultural del
legado católico. Les llamaré simplemente escritores del catolicismo porque asu-
mieron su escritura como un acto orgánico de adhesión, defensa y exaltación del
dogma católico en la sociedad de su época. Ellos fueron, en múltiples variantes,
desde el simple artículo, pasando por el sermón, la poesía, el cuadro costumbrista
hasta llegar al laborioso libro de historia. Ellos fueron, repetimos, los escritores
que defendieron a ultranza la matriz cultural católica. Ese círculo de escritores
estuvo compuesto de miembros del clero, pero en su mayoria fÍJeron escritores
de origen laico: Manuel María Madiedo, José María Vergara y Vergara, José
Joaquín Borda, José Manuel Groot, Ignacio Gutiérrez Vergara, Ricardo Carras-
quilla, José Joaquín Ortiz, José Manuel Marroquín, José Caicedo Rojas, Miguel
Antonio Caro, Mariano Ospina Rodríguez y Sergio Arboleda. Todos tuvieron en
común su participación directa en la fimdación de al menos un periódico, en la
administración de un taller de impresión, en la publicación de artículos y libros,
en la traducción de obras de pensadores católicos, principalmente franceses. Al-
gunos, como Miguel Antonio Caro y Mariano Ospina Rodríguez, fomentaron en
Bogotá y Medellín, respectivamente, la fundación de librerías o de bibliotecas
especializadas en bibliografia católica. La mayoría de estos escritores laicos hizo
su carrera pública en Bogotá. Todos fueron institutores más o menos asiduos,
fundaron colegios privados y escribieron manuales escolares. Otro rasgo común
no despreciable es que muchos de ellos no ocuparon puestos públicos, salvo du-

29. Manuel María Madiedo, La ciencia social o el socialismo filosófico. Derivación de las
grandes armonías morales del cristianismo, Imprenta de Nicolás Pontón, Bogotá, 1863, p. 296,
30. Manuel María Madiedo, El catolicismo i la libertad, s.e., 1863, p. 10, en Biblioteca Nacio-
nal, Fondo Pineda 664, pza. 6.

148
Cílberto Loaiza

rante el paréntesis conservador del régimen de Ospina Rodríguez, 1857-1860. Y


algo más que los define drásticamente: fueron promotores de sociabilidad católi-
ca, ya fueran las sociedades católicas que se opusieron al sistema de instmcción
pública de los regímenes liberales o que auspiciaran asociaciones de caridad.
Alrededor de ellos funcionaron varios periódicos que se caracterizaron por
cierta popularidad que les permitió cautivar un público lector y, como sucedió
con algunos títulos, tuvieron una vida relativamente larga en un medio en que los
periódicos solían tener una existencia efímera. Uno de esos periódicos de larga
permanencia fÍJe El Catolicismo, fimdado en 1849 por iniciativa del arzobispado
de Bogotá y sustentado en el apoyo pem1anente de escritores como Ignacio Gu-
tiérrez Vergara, José Joaquín Borda, José María Vergara y José Manuel Groot.
Gutiérrez Vergara, por ejemplo, dirigió el periódico entre 1852 y 1857; José
Joaquín Borda, entre 1857 y 1858. Al año siguiente, El Catolicismo estuvo bajo
la dirección de José Manuel Groo!. Gutiérrez Vergara era un abogado nacido en
Bogotá cuya carrera pública había comenzado en 1839, como director de la ofici-
na de Ins1mcción Pública de Cundinamarca; en 1849, file presidente del Senado
durante la controvertida jornada del triunfo liberal del 7 de marzo; entre 1857 y
1859, fue secretario de Finanzas del presidente Ospina y presidente interino del
país durante la guerra civil de 1860. En 1850, hizo parte de la Sociedad Popular
de Bogotá yen 1867 del consejo de dirección de la Sociedad de San Vicente de
Pau!. Mientras que él dirigía El Catolicismo, fundó el colegio de La Familia, en
1854, y participó de la dirección del colegio de La Infancia. Estas dos institucio-
nes se distinguieron por dispensar enseñanza católica a los hijos de las fanúlias
de la élite bogotana. En 1869, fundó el periódico La Unidad católica y, en 1871,
fue uno de los miembros fundadores de la Academia de la lengua. Por otro lado,
los hermanos Ortiz Malo nos ofrecen un buen ejemplo del grado de compro-
miso intelectual en favor de la causa católica. José Joaquín Ortiz aparece como
el precursor, en 1855, de la prensa católica destinada a un público femenino,
gracias a la fundación de La Esperanza. En 1864, luego de haber adquirido una
imprenta, se hizo responsable de la publicación de La Caridad, vocero oficial de
las actividades de la Sociedad de San Vicente de Paúl de Bogotá. Además, en
1856, participó en la fundación del Liceo literario. También se caracterizó por su
activismo pedagógico; en 1855 fundó el colegio Cristo en Bogotá, luego redactó
el Libro del estudiante (1861), un manual escolar muy popular durante la década
1860 que file ampliamente aconsejado por la misma prensa instmccionista libe-
ral. Con su helmano, Juan Francisco Ortiz, participó, además, en la divulgación
de los relatos de costumbres.
Sin embargo, el núcleo de escritores o publicistas conservadores más desta-
cado file, aparte del caso ya mencionado de Manuel María Madiedo, aquel que

149
La sociabilidady la historia política del siglo XIX

se propuso y logró publicar, entre los decenios 1860 y 1870, las obras fimdamen-
tales del pensamiento conservador colombiano del siglo XIX. Sus obrasfileron,
en buena medida, compendios de apologías a la Iglesia católica, prolongación
de polémicas religiosas y tentativas pioneras de una historiografia conservadora
basada en un acervo documeutal importante. Fueron una mezcla de anticuarios
e historiadores, de polemistas religiosos, de institutores, de periodistas y, seg(m
la denominación más frecuente de la época, de literatos 3l Valga destacar, entre
ellos, a José Manuel Groot, un intelectual autodidacta que repartió su tiempo
entre la política, la pintura, la enseñanza, el periodismo y la historia. A los vein-
te años, en 1820, había militado en la logia Fraternidad Bogotana; en 1839,
comenzó su carrera de polemista religioso con la publicación del artículo Las
impíos con la cabeza cortada, una diatriba lanzada contra aquellos que se opo-
nían al retomo de la Compañía de Jesús. Lo más interesante es que Groot, que
acababa de ser elegido como senador, decidió, en 1856, retirarse de la política
para consagrarse definitivamente a la redacción de su principal obra, la Historia
eclesiástica y civil de la Nueva Granada, publicada finalmente en 1869. En esta
obra de tres tomos, sostenía que todo lo que podía ser civilización en el país era
obra exclusiva del clero católico. Antes de la publicación de esta obra, Groot fue
el principal -y quizás el único-- escritor colombiano que mantuvo tma polé-
mica con la controvertida obra de Emest Renan, La vie de Jésus (1863), y como
continuación de ella Groot publicó en 1865 su Rejittación analítica del libro de
Mr. Renan. En 1876, poco antes de su muerte, adelantó una postrera polémica
con el misionero presbiteriano Henry Prat!.
Otro escritor conservador, José María Vergara y Vergara, fue acumulando
la autoridad suficiente para erigirse en autoridad dentro del círculo de escrito-
res bogotanos, al punto de convertirse en el fimdador de la filial colombiana
de la Academia de la Lengua. Vergara y Vergara, quien file el responsable de la
desaprobación y aprobación de las novelas Manuela y María, publicó en 1867
su Historia de la literatura en Nueva Granada en cuyo prólogo advertía que
quien "no gusta de escritos católicos, debe abandonarlo desde esta página". Al
propósito de exaltar el papel histórico de la Iglesia católica y, mejor aún, de con-
siderar indispensable un orden moral fimdado en el dogma católico como pre-

31. Por fortuna, la historiografía colombiana se ha acercado recientemente al estudio siste-


mático del pensamiento conservador colombiano del siglo XIX. Destaco (os siguientes estudios:
Rubén Sierra Mejía, ed., Miguel Antonio Caro y su época, Universidad Nacional, Bogotá, 2002;
Iván Vicente Padilla, El debate de la hispanidad en Colombia en el siglo XIX, Universidad Nacio-
nal, Bogotá, 2008; Sergio Mejía, El pasado como refitgio y esperanza, Instituto Caro y Cuervo,
Bogotá, 2009.

150
Gilberto Loa iza

misa para el buen funcionamiento del sistema republicano se unieron en aquel


tiempo Sergio Arboleda con sus ensayos reunidos en el libro La república en la
A mérica española (1869); ese mismo año, el por entonces joven Miguel Antonio
Caro publicó su Estudio sobre el utilitarismo mientras acompañaba a Rufino
José Cuervo en la redacción de una Gramática lafina. Para 1872, José Joaquín
Borda publicó la Historia de la Compañia de Jesús. En fin, hubo nna ostensible
preocupación colectiva por preparar obras fundamentales en que república y ca-
tolicismo aparecían como las categorías centrales de un ideal de nación.
Todos estos intelectuales constituyeron un gmpo muy decidido de instituto-
res y de escritores que ejercieron una especie de tutela sobre las nuevas genera-
ciones de políticos e intelectuales que se reunían en Bogotá. Alrededor de ellos
se formaron asociaciones literarias e instituciones educativas destinadas a los hi-
jos de la élite liberal y conservadora. Ellos se consolidaron como los portadores
de las reglas de la escritura correcta de la lengua castellana. También fueron los
defensores de una sociabilidad tradicional, la tertulia, que reunía a los escritores
que, según Vergara y Vergara, uno de los principales jueces en temas literarios
en aquella época, rendían culto a "la Forma, la diosa de este siglo literario".32
El legado hispano-católico fue puesto en vigencia como elemento modelador de
una nación concebida más como una comunidad de fieles a un credo religioso
que como un conjunto de ciudadanos.
De modo que publicidad y vida asociativa tuvieron expresión muy eficaz
bajo el impulso de la dirigencia conservadora colombiana de la segunda mitad
del siglo XIX. A eso se añadió que en la década de 1870 hubo una sistemática
expansión de sociedades católicas, plincipaImente en los estados de Antioquia
y Cauca. En esos lugares hubo una gran movilización asociativa, promovida por
notables regionales, curas párrocos y máximos jerarcas de esa iglesia; su prin-
cipal propósito fue contrarrestar "la descatolización" del país, en alusión al pro-
yecto de instmcción pública obligatoria, gratuita y laica auspiciada por la diri-
gencia liberal radical. En Antioqnia se combinó la reorganización y reeducación
del clero con la expansión de asociaciones católicas en los distritos. Aunque al
principio cada sociedad católica estuvo bajo dirección del cura párroco, en su in-
mediata evolución los notables de cada lugar asumieron el mando. En contraste,
en el estado del Cauca, las sociedades católicas nacieron y funcionaron bajo el
influjo directo del obispo de Popayán, Carlos Bermúdez. Antioquia y Cauca fue-
ron, por lo tanto, bastiones del "catolicismo intransigente" o "verdadero", según
palabras de sus heraldos reacios a conciliar con cualquier atisbo de modernidad

32. José María Vergara y Vergara, en su "Prólogo" a la novela Manuela, en El Mosaico, n" 2,
enero 1 de 1859, Bogotá, p. 16.

151
La sociabi/idady la historia política del siglo XIX

liberal, aunque sus prácticas asociativas fuesen las propias de un espacio público
moderno. En nombre de la defensa de la tradición, la Iglesia católica colombia-
na, como sucedió en otras partes del mundo, apeló a los instrumentos modernos
de la prensa y las asociaciones, y lo hizo en nuestro caso con mejores resultados
hegemónicos que sus rivales liberales; adoptó instrumentos de la modernidad
mientras luchaba contra la modernidad que la asediaba. 33 A pesar de la derrota
en la guerra civil de 1876, entre otras cosas promovida audazmente por las so-
ciedades católicas, la sociabilidad conservadora supo avanzar hacia una alianza
con la facción moderada del liberalismo e impuso las condiciones políticas e
ideológicas que dieron origen a la Regeneración, a la Constitución de 1886 y,
sobre todo, a un universo asociativo controlado por la institucionalidad católica,
algo que tuvo prolongación hasta por lo menos bien entrado el decenio de 1920.

Los estudios sobre sociabilidad en la historiografía colombiana


Estos vínculos de la sociabilidad con el sistema político representativo y con la
consagración de los principios de comunicación de la cultura letrada no han sido,
en la historiografía colombiana, motivo de documentación y desciframiento sis-
temático. Hay estudios punhJales y sugestivos, es cierto, pero no hay un paisaje
de la historia asociativa. El estudio nuestro ya mencionado, generoso en listados
de asociaciones y de personal político involucrado, es incompleto porque se ocu-
pa de un fragmento temporal y porque dejó por fuera de su análisis los vínculos
con los procesos de la opinión pública y con el afianzamiento de un sistema
electoral corno pilar del funcionamiento de la democracia representativa. Eso sí,
logró mostrar que el personal político file, por lo menos hasta los inicios de la
Regeneración, muy abigarrado, incluyendo a individuos que pertenecieron a un
muy activo microcosmos lugareño. La política fue, según ese eshldio, un circuito
de comunicación muy intenso que obligó a establecer y a rehacer vínculos. Las
gentes involucradas en la vida asociativa aparecen en varios lugares y reelaboran
sus fidelidades. Las trayectorias asociativas que describe Loaiza Cano hablan de
un personal elástico, cambiante, acomodado a las circunstancias. Asociarse era
protegerse en el caparazón colectivo.
No puedo negar antecedentes valiosos y obras más cercanas; como el clá-
sico eshldio de David Sowell sobre el artesanado en Bogotá o el examen de

33. Valga destacar que la Iglesia católica ha sido pionera en las actividades publicitarias con
apoyo de la imprenta, y ha tenido una tradición asociativa atada a la reafinnación de adhesiones a
su dogma. Ver, en todo caso, Émile Poulat, Église contre bourgeoisie (introduction au devenir du
catholicisme actuel), Castelman, Bruxelles, 1977.

152
Gilberto Loaiza

Gloria Mercedes Arango sobre las asociaciones católicas en Antioquia en el pe-


riodo 1870-1930. 34 Estos trabajos revelan análisis puntuales y, al mismo tiempo,
una mirada monográfica dentro de un universo asociativo mucho más vasto y
diferenciado. Otros estudios, como la tesis de maestría en historia de Adrián
Alzate, señalan un camino de indagación que vincula ritmos asociativos con
la organización pm1idista, la participación electoral y la difusión periodística."
Allí hay una veta investigativa muy interesante que también es necesario que
adquiera un espectro temporal más amplio. La sociabilidad corno vehículo de
institucionalización del conocimiento científico o de la creación artística es-
tán en vínculo inmediato con la historia de la vida intelectual; un estudio muy
juicioso al respecto fue la tesis de maestría de Gabriel David Samacá sobre el
Centro de Historia de Santander. 36 Todas estas investigaciones son auspiciosas
pero no hacen parte de un paisaje consolidado. Al contrario, los estudios sobre
sociabilidad en Colombia no constituyen una tradición historiográfica. 37 ¿Por
qué? La razón más evidente es la incipiente profesionalización de la investiga-
ción histórica en Colombia. La investigación en ciencias humanas sigue siendo
una actividad espasmódica, guiada más por las convicciones personales que por
derroteros institucionales. Colciencias, la institución estatal que ha debido ser
garante de la actividad científica en Colombia, adolece de una debilidad crónica.
Y, precisamente, los estudios sobre sociabilidad, tal corno lo hemos sugerido en
este artículo, requieren una frondosa acumulación documental para el análisis,
un trabajo paciente y prolongado en los archivos hasta lograr un paisaje de la
frondosa vida pública colombiana.
Otra razón tiene que ver con la índole propia de lo que somos, en Colombia,
corno comunidad de científicos de las ciencias humanas y sociales. No hemos
sido, hasta hoy, buenos lectores de los paradigmas de estudios sobre sociabilidad.
La obra de Maurice Agulhon, pionero historiográfico de ese objeto de estudio,
murió siendo un gran desconocido entre nosotros. Su obra clásica al respecto, La

34. David Sowell, Artesanos y política en Bogotá, J832- J919, Ediciones Pensamiento Crítico,
Bogotá, 2006; Gloria Mercedes Arango, Sociabilidades católicas, entre la tradición y la moderni-
dad. Antioquia, 1870-1930, Universidad Nacional, Medellín, 2004.
35. Adrián Alzate, Asociaciones, prensa y elecciones. Sociabilidades modernas y participa-
ción política en el régimen radical colombiano (1863-1876), tesis de maestría en historia, Univer-
sidad Nacional, sede Medellín, 2010, bajo la dirección de Luis Javier Ortiz.
36. Gabriel David Samacá, El Centro de Historia de Santander: Historia de l/na sociabilidad
formal (1929-1946), tesis de maestría en historia, Universidad Industrial de Santander, Bucara-
manga, 2013, bajo la dirección de Armando Martínez Garnica.
37. Además, el uso del ténnino mismo ha sido más bien tímido. Habría que destacar, como
excepciones, además del estudio mencionado de Loaiza Cano, los ensayos primigenios de Fabia
Zambrana y el estudio de Gloria Mercedes Arango, Sociabilidades católicas, entre la tradición y
la modernidad, ob. cit.

153
La sociabilidady la historia política del siglo XIX

république au village, ha tenido muy pocos lectores y comentaristas. En contras-


te, mientras la obra de Agulhon ha pasado entre nosotros casi inadvertida o ce-
ñida a algunas frases de cajón, ha habido una inclinación más entusiasta a favor
de los estudios sobre la acción colectiva impulsados por la ya abundante obra
de Charles Tilly. En vez de hablar acerca de sociabilidad, se ha preferido hablar
de la "racionalidad de la acción colectiva" o de redes y modelos de organiza-
ción de la acción colectiva popular. Todo esto tiene que ver, presumimos, con
el interés por hallar y entender los comportamientos políticos de los llamados
sectores subalternos y, quizás, por la equivocada presunción según la cual los
estudios sobre sociabilidad, provenientes en su mayoría de la escuela historio-
gráfica francesa, no tenían un vínculo sólido con ese interés por los asuntos de
la subalternidad. En suma, esta disputa por la aplicación modelos de análisis ha
favorecido, al parecer, la perspectiva analítica de Tilly y sus seguidores.
Bueno es advertir que los estudios sobre sociabilidad no entrañan una dog-
mática aplicación de las premisas de alguna escuela historiográfica en particu-
lar. Dicho sea de paso, la misma obra de Agulhon, tan emblemática, no deja
una idea satisfactoria de 10 que podríamos llamar sociabilidad; por eso es mejor
hacemos nuestras propias preguntas y aventuramos en nuestras propias res-
puestas. La sociabilidad fue -y sigue siendo--- uu fenómeno que al historiador
le puede servir de indicio acerca de cómo ha sido la relación de la sociedad
con lo político; acerca de cómo la sociedad ha podido intervenir en los asuntos
de la polis. Yeso puede entrañar una revalorización de lo que puede conside-
rarse como personal político y, de adehala, aquello que puede llamarse poder.
La vida asociativa, en efecto, y sobre todo aquella que alcanzó algún nivel de
formalidad y de prolongación en el tiempo, termina siendo un retrato colectivo
del funcionamiento y, quizás mejor, de la redistribución del poder. La sociabi-
lidad es, ha sido, un dispositivo de la acción colectiva y, por tanto, suministra
lm acervo de micro-biografias de aquellos individuos que de modo esporádico
o sistemático tuvieron vínculos directos o indirectos con actividades que lle-
vaban el sello de alguna disputa hegemónica en algún nivel de la vida pública.
Dicho en otras palabras, el seguimiento histórico al mundo asociativo contri-
buiría, necesariamente, a una redefinición del personal político; y esto, desde el
punto de vista metodológico, nos impele a dotar de mayor sentido el ejercicio
prosopográfico. La sociabilidad quedaría, así, inserta en biografías colectivas
que darían cuenta de relaciones, alianzas, afinidades, diferencias, pugnas entre
grupos de individuos asociados en partidos políticos, en clubes electorales, en
logias masónicas, en academias, en círculos de artistas y científicos y en tantas
innovaciones asociativas que aparecen en el panorama cambiante de la vida
pública.

154
Cilberto LoaÍza

Pero, sobre todo, los estudios históricos sobre la sociabilidad en Colombia


tienen nexos indisolubles con el proceso de la democracia representativa, con
la formación de una esfera política autónoma, con la historia del espacio pú-
blico de opinión en que variados agentes sociales han intervenido con diversas
modalidades asociativas. La sociabilidad ha sido un fenómeno cuantitativo y
cualitativo cambiante que los historiadores necesitamos descifrar en sus ten-
dencias. Me explico. El número de asociaciones, los momentos y los lugares en
que han aparecido en el devenir de la vida pública nos pueden señalar el víncu-
lo con una rica o pobre actividad colectiva de una sociedad; puede indicarnos el
nexo muy posible con los preámbulos organizativos de guerras civiles; también
puede indicarnos momentos pletóricos de civilidad, de deliberación regulada
por las vías de prácticas asociativas que han formado ciudadanos, gentes in-
teresadas en la vida en común. En fin, todo esto hace posible suponer que los
estudios sobre sociabilidad están en el cruce de caminos de la historia social de
lo político y de la historia intelectual; suministra información sobre los agen-
tes sociales de la política, sobre el estado de la democracia, sobre el papel de
élites esclarecidas en las disputas por el control hegemónico del universo de la
opinión, sobre las condiciones de comunicación política que hicieron posible la
difusión de tales o cuales ideas en vez de otras.
Muchas preguntas acompañan cualquier estudio en que aparezca la socia-
bilidad como elemento determinante: ¿Podemos entender la sociabilidad como
un indicio de democratización de la vida pública, como una señal del disfrute
de la sociedad de un régimen de libertades o, por el contrario, el pulular asocia-
tivo puede revelar constricciones a las libertades de los individuos? La abun-
dancia de asociaciones puede ser un dato dudoso; puede indicar tan fácilmente
lo uno o lo otro. Pueden haber momentos de expansión asociativa que indiquen,
más bien, una intención estatal de ejercer control sobre la ciudad; por eso es
necesario hacer seguimiento sobre la durabilidad de las asociaciones, sobre su
origen, sobre qué tendencias ideológicas o partidistas han quedado reunidas
mayoritariamente en el inventario de asociaciones. ¿La sociabilidad encarna
una competición por cautivar el interés general o, mejor, una competición por
el control del espacio público? Quizás ambos asuntos no son excluyentes y
más bien converjan en la intención hegemónica de grupos de individuos. A
esto puede vincularse otra pregunta: ¿Cuándo y por qué ha habido iniciativa
estatal para la propagación de formas asociativas? Lo que obliga a discernir
entre la capacidad de iniciativa de fragmentos de la sociedad civil y la necesi-
dad del Estado de constmir nexos con una sociedad que le es esquiva y con la
cual necesita organizar consensos básicos. Y todo esto conlleva a otra cuestión
vital: ¿es que tanto el Estado como la sociedad civil encuentran en las formas

155
La sociabilidady la historia política del siglo XIX

asociativas el mejor instrumento para colmar los vacíos del control social o,
dicho mejor, las asociaciones son vistas como vehículos apropiados de la co-
municación política entre el Estado y la sociedad civil?
Son muchos los dilemas inherentes a los estudios históricos sobre sociabi-
lidad. En Colombia se trata de una zona de estudios todavía incipiente, aunque
indispensable en la comprensión del proceso histórico de la vida pública.

156
FIDELIDADES Y CONSENSOS EN CONFLICTO:
LA NATURALEZA DEL ASOCIACIONISMO
POLÍTICO EN EL PERÍODO FEDERAU

Adrián Alzate Garda 2

La vida política colombiana durante el período federal (1863-1886) fiJe particu-


larmente compleja y conflictiva. El establecimiento en 1863 de nueve Estados
soberanos con amplias facultades políticas, administrativas y legislativas tuvo
efectos ambiguos en términos políticos y administrativos. El federalismo au-
mentó el radio de autonomía de las regiones y descentralizó gran parte de las
nmciones gubernamentales, pero trajo consigo complejas consecuencias que
entorpecerían la marcha del nuevo régimen. Una de estas consecuencias nle la
intensificación del conflicto político y de la lucha partidista, animada por la mul-
tiplicación de puestos públicos, la convergencia de diversos calendarios y pro-
cesos electorales, la constante lucha por el control de los gobiernos regionales, y

1. Una primera versión de este texto apareció publicada en la revista Historia y Sociedad, nO
18, enero--junio de 2010, Medellín, pp. 43~64. El artículo original llevaba el título de "Una mirada
a las asociaciones políticas colombianas de las décadas de 1860 y 1870. Fidelidades, rivalidades,
conflictos internos y mutaciones", y sintetizaba aspectos esenciales del tercer capítulo de mi tesis
de maestría. Desde entonces, tanto el texto como yo hemos recorrido un largo camino. Durante
estos años tuve la oportunidad de presentar el artículo ante diferentes públicos y someterme al
juicio de distintos lectores. Como resultado de ello, sus argumentos han sido larga y progresiva~
mente re~evaluados, transformados y enriquecidos. La presente versión conserva, con alguna que
otra ampliación, el cuerpo del trabajo original. La introducción, las conclusiones, y en general los
aspectos más analíticos del mismo presentan, en cambio, modificaciones sustanciales. Agradezco
enormemente los aportes de los profesores Ricardo Salvatore y Víctor M. Uribe~UráTl, así como a
las siempre oportunas sugerencias de mi colega y amiga Juliana Jaramillo.
2. Estudiante del Doctorado en Historia Atlántica de la Florida International University, Miami.

159
La naturaleza del asociacionismo político

la insistencia del gobierno central en inclinar a su favor los balances de poder a


escala regional y nacional.
La intensificación del conflicto político, si bien dejaría lma impronta de des-
orden e inestabilidad que dificultaría el funcionamiento institucional del sistema
federativo, también abriría la puerta a numerosas formas de participación políti-
ca e intervención en la esfera pública. El escalamiento de las disputas partidistas
habría de requerir la constante producción y movilización de colectivos y orga-
nizaciones, fuerzas partidistas, masas de votantes, clientelas políticas y hasta
partidas armadas. Todo ello habría de arrastrar una gran variedad de públicos a la
arena política, ya fuera bajo las órdenes de algún caudillo o jefe local, como parte
de maquinarias políticas y electorales, o en calidad de actores colectivos intere-
sados en canalizar las tensiones y divisiones del momento a favor de demandas
de interés común o sectorial. 3
Los conflictos del período federal, con sus intrincadas disputas y su variedad
de públicos, se desarrollaron en distintos escenarios: las urnas, la plaza pública,
la prensa periódica, las sociedades políticas y e1eccionarias, así como los cam-
pos de batalla. Estas disputas y escenarios han llamado la atención de distintos
historiadores a 10 largo de los últimos treinta años, entre ellos He1en Delpar,
James W. Park y Alonso Valencia Llano, en la década de 1980; Fernán Gonzá1ez
y Ma1co1m Deas, en el decenio siguiente; y más recientemente Eduardo Posada
Carbó, Gilberto Loaiza y James Sanders.' Varios de estos autores coinciden en
señalar el recurso al asociacionismo como una de las modalidades de acción
y participación política más importantes del período, destacando las asociacio-
nes políticas como actores fundamentales en el devenir de estas disputas. En un
contexto en el que los partidos políticos aún no existían como organizaciones
cohesionadas y coordinadas nacionalmente, estas sociedades cumplían con las
tareas de organizar las bases partidistas en localidades y regiones, difundir los

3. Una detallada descripción de este último tipo de actores colectivos durante el período puede
encontrarse en James Sanders, Contentiolls Repuhlicans: Popular Polities, Race, and Class in
Nineteenth-Century Colombia, Duke University Press, Durham, 2004.
4. Helen Delpar, Rojos contra azules: el Partido Liberal en la política colombiana, J863-1899,
Procultura, Bogotá, 1994; James W. Park, Rafael Nuñez and the Polities of Colombian Regiona-
lism: 1863-1886, Louisiana State University Press, Baton Rouge, 1985; Alonso Valencia Llano,
Estado Soberano del Cauca: federaUsmo y regeneración, Banco de la República, Bogotá, 1988;
Fernán González, Para leer la politica: ensayos de historia política colombiana, CINEP, Bogotá,
1997; Malcolm Deas, "Del poder y la gramática" y otros ensayos sobre historia, politica y litera-
tura colombiana, Taums, Bogotá, 2006; Eduardo Posada Carbó, El desafio de las ideas: ensayos
de historia intelectual y política en Colombia, Banco de la República I Universidad EAFIT, Me-
dellín, 2003; Gilberto Loaiza Cano, Sociabilidad, religión y politfca en la definición de la nación,
Colombia, 1820-1886, Universidad Externado de Colombia, Bogotá, 2011; James Sanders, Con-
tentious Republicans, ob. cit.

160
Adrián Alza te

programas de sus partidos, respaldar los candidatos de sus respectivas facciones


y captar y movilizar el apoyo popular.
Durante muy buena paJie del siglo XIX, estas organizaciones representaron
uno de los principales espacios en los que convergieron y se articularon las dis-
tintas formas y recursos a través de los cuales se desenvolvía el conflicto político.
Bajo distintas denominaciones y colores políticos, estas sociedades imprimían
vida a los procesos electorales, estimulaban la intervención de ciudadanos y no
ciudadanos en la esfera pública, fomentaban la prensa corno instrumento de ac-
ción y confrontación política, y canalizaban distintos tipos de público hacia las
urnas, la plaza pública o los campos de batalla. En este sentido, las asociaciones
en cuestión representaron piezas centrales en la maquinaria del juego político y
de la lucha partidista, independientemente de que ésta se desarrollase en la arena
de la opinión pública, en la legalidad de una contienda electoral, en la ilegali-
dad de los malabarismos y las violencias eleccionarias o mediante el recurso
a la intervención armada. Tal fue el rol desempeñado por asociaciones como
las sociedades democráticas y las sociedades republicanas, del lado liberal, las
sociedades populares y las sociedades católicas, del lado conservador, así como
por un vasto número de sociedades eleccionarias que durante el período habrían
de surgir en apoyo de uno de los dos partidos o alguna de sus diversas facciones.
Las siguientes páginas representan un esfuerzo por explorar algunas carac-
terísticas del asociacionismo político en la Colombia de las décadas de 1860
y 1870. El objetivo central es ofrecer lIDa mirada del funcionamiento de estas
sociedades políticas y eleccionarias, como órganos de movilización política y
partidista, y como forrnas de acción colectiva e intervención en la esfera pública.
Esta mirada estará centrada en dos problemas fundamentales: la configuración
de las fidelidades partidistas en la práctica asociativa, y la construcción del con-
senso y la unidad como referentes esenciales de la misma. Las trayectorias y ex-
periencias de la Sociedad Democrática de Cali, la Sociedad Republicana de Ar-
tesanos de Palmira, la Sociedad de la Juventud Unida, la Sociedad Unión Liberal
y la Sociedad Unión de Artesanos proveerán un marco adecuado para explorar
estas cuestiones con cierto detalle. El examen de estas cinco asociaciones per-
mitirá no sólo arrojar luces sobre la fomla en que muchas asociaciones políticas
operaron durante aquellas décadas, sino también adelantar algunos comentarios
sobre aspectos esenciales de la vida y la cultura política colombiana de entonces.

Fenómenos asociativos y balances regionales de poder


El asociacionismo político de los años del federalismo no nació con el refor-
mismo anti-centralista de principios de la década de 1860. Las sociedades polí-

161
La naturaleza del asociacionismo político

ticas del período en cuestión hacían parte de una ya larga y arraigada tradición
asociativa. Estas sociedades políticas y e1eccionarias, al igual que las diversas
sociedades económicas, de ayuda mutua, cívicas, científicas, educativas y reli-
giosas que florecieron durante gran parte del siglo XIX, fueron expresión de un
impulso asociacionista que tuvo sus raíces en épocas previas a la independencia
y alcanzó uno de sus mayores puntos a mediados de la década de 1850 en el con-
texto de la llamada "revolución del medio siglo". Este impulso tuvo sus primeras
manifestaciones en el asociacionismo mutualista del artesanado colonial y en las
cofradías católicas, y experimentaría importantes transformaciones en los años
posteriores a la independencia.
En efecto, las primeras dos décadas de vida independiente conocieron im-
portantes esfuerzos asociativos tendientes a fomentar la instmcción pública, la
fOlmación patriótica y el desarrollo económico, así corno a consolidar redes y
relaciones de fidelidad política. Las sociedades patrióticas, las sociedades econó-
micas de amigos del país y las logias masónicas fueron las modalidades asocia-
tivas más representativas de esta etapa.' Entre la década de 1830 y principios del
decenio de 1850, la consolidación de las prácticas electorales y la creciente com-
petencia por los puestos de elección pública traerían consigo el surgimiento de
diversas asociaciones destinadas a fomentar la participación electoral, así como
a formar y movilizar bases partidistas. 6 Las formas de asociación más comunes
de esta época fueron las sociedades democráticas, las sociedades republicanas
y las sociedades de artesanos, todas ellas claves en las victorias electorales y
bélicas del liberalismo entre 1849 y 1853. Una caracteristica esencial de muchas
de estas asociaciones liberales -al igual que de varias de sus contrapartes con-
servadoras, como las sociedades populares- fue su apertura a la participación
de públicos heterogéneos y gentes de distintas clases sociales. Aunque mayorita-
riamente controladas por miembros de la élite liberal-notables, jefes políticos
regionales, oficiales del ejército y nmcionarios públicos, entre otros-, muchas
de estas asociaciones acogieron en su seno a artesanos, agricultores, afrodescen-
dientes, pequeños propietarios y miembros de la clases trabajadoras. La década
de 1850 también conocería el florecimiento de distintas asociaciones de carácter
cultural, educativo y científico, animadas por el espíritu progresista, ilustrado y
civilizatorio de la é1ite liberal del períod0 7

5. Gilberto Loaiza Cano, Sociabilidad, religión y política, ob. cit., pp. 29-30.
6. Gilberto Loaiza Cano, Sociabilidacl, religión y política, ob. cit., pp. 30-31.
7. Para un panorama de estas asociaciones culturales, véase el capítulo 6 de Gilberto Loaiza
Cano, Manuel Ancízar y su época: biografía de un político hispanoamericano del siglo XIX, Uni-
versidad de Antioquia, Medellín, 2004.

162
Adrián Alzate

El espíritu asociativo de mediados de siglo habría de sobrevivir, aunque con


algimos matices y transformaciones, durante las décadas de 1860 y 1870. Duran-
te la época federal, las iniciativas asociacionistas del liberalismo oscilaron entre
la creación de sociedades eleccionarias locales y regionales, de un lado, y el
fomento de asociaciones políticas de más amplio espectro y no necesariamente
restringidas a la movilización electoral, de otro lado. El conservatismo, por su
parte, apuntalado por la iglesia católica redoblaría sus esfuerzos asociativos du-
rante estos años, apoyado en una red cada vez más densa de sociedades católicas.
El crecimiento asociativo del conservatismo tendría una magnitud tal que, para
mediados de la década de 1870, las sociedades conservadoras llegarían a poner
en jaque la prolongada hegemonía de las asociaciones liberales en el espacio pú-
blico. Una tercera fuente de esnierzos asociativos la representaría el artesanado,
que durante el período federal intentaría desligarse de la tutela partidista en la
que había permanecido durante buena parte de las décadas pasadas, apostando
por formas relativamente autónomas de participación política e intervención en
la esfera pública.'
Los fenómenos asociativos tanto del medio siglo como del período federal
tuvieron una repercusión enorme tanto en la escena política como en la naturale-
za misma de la cultura política del país. Tomadas en conjunto, estas asociaciones
ampliaron el horizonte político y cultural de las masas populares; favorecieron
y estimularon la participación política de sectores subalternos; contribuyeron a
ampliar y democratizar la vida pública; hicieron posible la estructuración de las
fidelidades políticas y los conilictos partidistas; actuaron como espacios para
"fabricar" la opinión pública, hacer posible la representación política, practicar
la soberanía popular y formar personal político. Además, imprimieron sus lógi-
cas y dinámicas relacionales a los procesos electorales, los debates en la esfera
pública y las luchas en el campo de batalla. En el cumplimiento de tan diversas
nmciones, estas asociaciones no divergieron en mayor cosa del camino tomado
por sus homólogas de otras partes de América Latina. Como vehículos de forma-
ción y acción política popular, las sociedades democráticas colombianas cum-
plieron el mismo papel que las sociedades de la igualdad en Chile o los clubes
electorales en Argentina 9 Igualmente, como modos de intervención en la esfera
pública y fonuas de practicar la democracia, la representación y la soberanía,
estas asociaciones desempeñaron roles análogos a los de muchas sociedades cí-
vicas, políticas y económicas en países como México, Perú y Cuba, 10

8. Gilberto Loaiza Cano, Sociabilidad, religión y politica, ob. cit., p. 33.


9. Gilberto Loaiza Cano, Sociabilidad, religión y polftica, oh. cit., p. 5I.
10. Carlos Forment, Democrc/cy in Latín America: 1760-1900, va/ume 1, Civic Selfhood (/nc!
Public Life in Mexico and Pel'lI, The LJniversity ofChicago Press, Chicago, 2003, pp. Xl-XII.

163
La naturaleza del asociacionismo político

Las experiencias de la Sociedad Democrática de Cali, la Sociedad Repu-


blicana de Artesanos de Palmira, la Sociedad de la Juventud Unida, la Socie-
dad Unión Liberal y la Sociedad Unión de Artesanos cubren un período que
se extiende desde finales de la década de 1860 hasta mediados del decenio
siguiente. Como modalidades asociativas y formas de acción colectiva, estas
organizaciones reunían muchas de las características que distinguieron a las
sociedades políticas del período. Cada una entrañaba un esfuerzo organiza-
tivo más o menos elaborado y pensado para permanecer en el tiempo. Co-
múnmente, estas sociedades se encontraban lideradas por una junta directiva
compuesta por un presidente, un vicepresidente, un secretario y, en ocasio~
nes, un tesorero. Algunas asociaciones llegaron a tener esquemas organizati-
vos complejos. La Sociedad Unión de Artesanos, por ejemplo, complementó
las tareas de su junta directiva con las de una "Junta suprema de unidad,
directiva de la unión de los artesanos", y un "Gabinete de unidad, directivo
de la sociedad de artes y oficios".1I En no pocos casos, los esfuerzos organi-
zativos de estas asociaciones eran respaldados por estatutos y reglamentos
que, además de definir la estructura de la asociación, establecían requisitos
de ingreso, asignaban roles y tareas, definían metas, fijaban rituales y plas-
maban idearios. 12
Usualmente, la dirigencia de estas asociaciones se encontraba conforma-
da por notables locales, funcionarios públicos y figuras partidistas de me-
diano rango vinculados con élites partidistas regionales y nacionales. Como
se verá más adelante, los casos de la Sociedad Democrática de Cali y la
Sociedad Republicana de Artesanos de Palmira ejemplifican las dos primeras
clases de liderazgo, mientras que la experiencia de la Sociedad Unión de
Artesanos es muestra de la última modalidad. En cada organización, la junta
directiva definía y lideraba las distintas iniciativas que habrían de promover-
se en nombre de la sociedad entera. En los casos en que una iniciativa debía
ser refrendada por el cuerpo de la asociación, la junta convocaba al grueso
de su membresía. Esta clase de reuniones era aprovechada para pronunciar
discursos, realizar lecturas públicas, elevar y aprobar proposiciones, hacer
consultas y votaciones y elegir eventuales relevos en las juntas directivas. 13

11. La Alianza, agosto 1 de 1867, Bogotá.


12. Véase por ejemplo el primer reglamento de la Sociedad Unión de Artesanos, publicado en
La Alianza, noviembre 10 de 1866. Otro ejemplo puede encontrarse en el Estatuto de la Sociedad
Democrática de Palmira, aprobado definitivamente en la sesión del dio 10 de marzo de 1868,
Imprenta de EcheverrÍa Hermanos, Bogotá, 1868.
13. Véanse, por ejemplo, los informes de reunión publicados por la Sociedad Unión de Artesa-
nos en La Alianza, enero 4 de 1868, Bogotá; La Alianza, octubre 10 de 1866, Bogotá.

164
Adrián Alzate

De alguna manera, estos espacios servían como instancias de discusión


y deliberación en condiciones de igualdad relativa, en consonancia con los
principios republicanos de opinión pública y soberanía popular. Cada so-
ciedad era concebida como un espacio ideal para producir y consultar la
opinión pública, construida a través del consenso de voces y expresada como
la voluntad unánime de la organización. De hecho, la capacidad de una aso-
ciación como esas para construir una opinión conjunta a la cual adherir de
manera unánime y militante solía representar una condición fundamental
para su existencia y continuidad como grupo. l4 En este sentido, la lmidad,
la unanimidad y el consenso representaban premisas esenciales tanto en la
práctica como en el discurso de estas asociaciones, cuyos actos e iniciativas
debían aparecer públicamente como resultado de acuerdos entre voluntades
homogéneas, o cuando menos como expresión de sentimientos y opiniones
mayoritarias.
En muchas ocasiones, no obstante, la unidad y el consenso no pasaron
de ser ideales esquivos, difíciles de cumplir, y en ocasiones imposibles de
alcanzar. Las seis asociaciones aquí estudiadas se vieron enfrentadas a las
múltiples disputas partidistas e intra-partidistas que tuvieron lugar durante
la época a escala tanto regional como nacional. Dichas disputas habrían de
afectar directa e indirectamente el devenir de estas sociedades, e interven-
drían de distinto modo en el curso de sus dinámicas internas, animando divi-
siones, redefiniendo fidelidades y compromisos, y dificultando la construc-
ción de consensos.
Los partidos liberal y conservador distaban por entonces de ser comuni-
dades políticas sólidas y coherentes. El conservatismo conocería cerca de seis
variantes durante la época. l5 El liberalismo, por su parte, se hallaba dividido
entre un bando radical de tinte elitista, liderado por Manuel Murillo Toro,
y un ala moderada de corte caudillista, representada en lm primer momento
por el general caucano Tomás Cipriano de Mosquera y más adelante por el
también caucano Julián Trujillo. 16 Esta última facción habría de evolucionar,
hacia mediados de la década de 1870, en un bando "independiente" liderado
por el liberal cartagenero Rafael Núñez.

14. Fran90js~Xavier Guerra, lvfodernidad e Independencias, estudio sobre las revoluciones


hispánicas, Fondo de Cultura Económica, México, 1993, pp. 90, 270; Pilar González Bernalda,
"Pedagogía societaria y aprendizaje de la nación en el Río de la Plata", en Antonio Annina y
Fran¡yois-Xavier Guerra, eds., Inventando la nación: lberoamérica, siglo XIX, Fondo de Cultura
Económica, México, 2003, p. 572.
15. Femán González, Partidos, guerras e Iglesia en la construcción del Estado Nación en
Colombia (1830-1900), La Carreta Editores, Medellín, 2006, p. 91.
16. Helen Delpar, Rojos contra azules, ob. cit., pp. 196-206.

165
La naturaleza del asociacionismo polftico

Muchos de estos bandos no alcanzarían mayor cohesión regional sino hasta


después de 1867, cuando el ala radical del liberalismo propinó un golpe de Es-
tado al entonces presidente Mosquera. Dicho golpe buscaba poner punto final a
la seguidilla de conflictos entre el general caucano y los radicales del Congreso,
despertada a raíz de la expedición de dos decretos de orden público que limita-
ban la facultad del presidente de la nación para intervenir en las contiendas de los
Estados. Las hostilidades entre unos y otros serían aún mayores tras la censura,
por parte del Legislativo, a dos polémicos actos del presidente: la firma de un
contrato con una compañía extranjera que cargaba al fisco con 1ma deuda casi
imposible de condonar, y la compra secreta de un vapor de guerra para el go-
bierno peruano. Exacerbado por el proceder del Congreso, Mosquera ordenó su
clausura el 29 de abril de 1867, agresión ante la cual los radicales responderían
apresando al presidente el 23 de mayo y reemplazándolo en su cargo por Santos
AcostaY Mosquera sería juzgado por el Senado y condenado al exilio, en donde
permanecería hasta 1871.
Tras los sucesos de 1867, el radicalismo logró controlar el gobierno nacional
por cerca de una década y consolidó su dominio en los Estados de Boyacá y San-
tander. El liberalismo moderado, por su parte, tuvo gran fuerza en los Estados
del Cauca y Bolívar, y durante gran parte del período le disputó a los radicales
el mando de los Estados de Cundinamarca, Panamá y Magdalena. Los conserva-
dores, finalmente, controlaron los Estados de Antioquia y To1ima, al tiempo que
aseguraron una importante influencia en Boyacá, Cundinamarca, Santander y el
sur del Callca." Este balance regional de fherzas habría de sufrir importantes al-
teraciones hacia mediados de la década de 1870, momento para el cual liberales
moderados y conservadores de distinto tipo verían crecer sus fuerzas, esto en
razón de varios factores. Por un lado, diversos desacuerdos políticos y adminis-
trativos que avivaron la animadversión entre las facciones del liberalismo. Por
el otro, el tono centralista, oligárquico y excluyente de los gobiernos radicales,
que habría de traer consigo el fortalecimiento progresivo de sus opositores. Para
1875, e11ibera1ismo moderado, ahora bajo la denominación de "independiente",
había ganado la fuerza necesaria para disputarle al radicalismo el control de la
nación en las urnas. La contienda electoral de aquel año, empatada entre el inde-
pendiente Rafael Núñez y el radical Aquilea Parra y posteriormente resuelta por
el Congreso a favor del último, habría de demostrar al radicalismo que su hege-
monía en el ejecutivo nacional tenía los días contados. La rebelión conservadora

17. Aquilea Parra, Memorias de Aquilea Parra, Editorial Incunables, Bogotá, 1983, pp. 485-
493.
18. James W. Park, Rafael Nuñez and the Politics ofColombian Regionalism, ob. cit., pp. 24-
25.

166
Adrián Alzate

de 1876 precipitaría la crisis del régimen radical, facilitando el ascenso al poder


del general independiente Julián Tmjillo en 1878, cuya llegada al poder supuso
el fin del dominio radical y la expansión paulatina del liberalismo independiente
por la mayor parte del territorio nacional."
Las asociaciones políticas tanto del liberalismo como del conservatismo ju-
garon un papel central en el sostenimiento y transfonnación de estos balances
regionales de poder. Esos grupos fueron claves en el mantenimiento de la he-
gemonía radical, en el ascenso y posterior victoria del sector independiente, al
igual que en el fortalecimiento progresivo de la oposición conservadora. Alglmas
de estas sociedades habrían de jugar un papel decisivo en más de uno de estos
procesos, corno se verá a continuación con el caso de la Sociedad Democrática
de Cali.

La volátil naturaleza de las fidelidades políticas. Los virajes de la So-


ciedad Democrática de Cali
Las sociedades democráticas fueron una de las modalidades de asociación po-
lítica más importantes e influyentes entre finales de la década de 1840 y media-
dos del decenio siguiente. Su expansión nacional durante estos años contribuyó
notablemente al triunfo del liberalismo en las urnas y a la puesta en marcha de
las refonnas liberales del medio siglo, al tiempo que favoreció el acercamiento
entre la élite del partido y distintos gmpos subalternos, en especial el artesanado
urbano. Muchas de estas asociaciones fileron firndadas por iniciativa de políti-
cos, abogados e intelectuales liberales, animados o respaldados por la dirigencia
partidista en la capital. Durante el período federal, las democráticas tendrían
un crecimiento algo más moderado que en las décadas anteriores, pero no por
ello perderían su importancia como fonnas de acción colectiva y participación
política. 20
Fundada el20 de julio de 1849, la Sociedad Democrática de CaE fue una de
las sociedades democráticas más longevas y de mayor importancia en el país. A
lo largo de su prolongada trayectoria, esta asociación mantuvo estrechos víncu-
los con los poderes públicos del Estado y de la nación, lo que, sumado al amplio
prestigio popular del que gozaban alglmos de sus principales miembros, le con-
firió un gran influjo político y eleccionario. Por la dirigencia de la asociación
pasarían gobernadores como Ramón Mercado, fiJturos mandatarios nacionales

19. James W. Park, Rafael Nuñez and the Politics ofCo/amblan Regionalism, ob. cit. pp. 153-
155.
20. Gilberto Loaiza Cano, Sociabilidad, religión y política, ob. cit., pp. 73, 84-84, 106.

167
La naturaleza del asociacionismo político

como Eliseo Payán, y caudillos de gran ascendencia popular como David Peña.'l
Durante el período federal, la Democrática habría de funcionar como uno de los
más importantes centros de coordinación de los trabajos del liberalismo caucano,
dirigiendo los esfuerzos de numerosas asociaciones políticas y eleccionarías, y
poniendo al servicio de sus candidatos un caudal de votos que, en no pocas oca-
siones, serviría para asegurarles cómodos triunfos en las urnas.
La asociación surgió por iniciativa del abogado Juan Nepomuceno Núñez
Conto, y, como otras democráticas de su tiempo, fhe concebida como una or-
ganización eleccionaria creada y dirigida por la élite liberal para respaldar el
gobierno de José Hilario López (1849-1853).22 Durante el gobierno de López,
la Sociedad actuó como espacio para el fortalecimiento del liberalismo en la
región, la ampliación y formación de sus bases políticas, y la popularización
del programa liberal entre las clases inferiores. En el período del medio siglo, la
Democrática abrió sus puertas a distintos sectores populares y actuó entre otras
cosas como vocera, representante y defensora de los intereses económicos de
afrodescendientes, pequeños propietarios y trabajadores sin tierra. A diferencia
de otras democráticas del país, compuestas mayoritariamente por miembros de
la élite, oficiales del ejército y notables locales, la Sociedad Democrática de Cali
tenía una composición predominantemente popular, y sus filas estaban confor-
madas en su mayor parte por afrocolombianos y gentes pobres tanto del campo
como de la ciudad. 23 Su composición mayoritariamente subalterna y su papel de
plataforma para la acción política popular, sin embargo, no desviaron a la aso-
ciación de su propósito fundacional: sostener al partido liberal en sus distintas
contiendas tanto electorales como bélicas."
Las labores de apoyo político al liberalismo llevadas a cabo por la democráti-
ca caleña tomaron múltiples formas, como ocurrió con la mayoría de sociedades
democráticas de la época. Más allá de los compromisos eleccionarios con uno
o varios candidatos en particular, estas asociaciones llevaban a cabo distintas
iniciativas para defender y legitimar ante la opinión pública la gestión de un
gobernante, los trabajos de un funcionario, o los actos de algún líder o figura par-
tidista. Según las circunstancias, estas iniciativas solían tomar la forma de con-
gratulaciones públicas; manifiestos de apoyo; declaraciones públicas de lealtad;
compromisos de defensa; ofensivas periodísticas contra los adversarios de tumo

21. Gilberto Loaiza Cano, Sociabilidad, religión y política, ob. cit., pp. 82-84; James Sanders,
The Vanguard 01 the Atlantic World. Creating Modernity, Nation, and Democracy in Nineteenth-
Centwy Latin America, Duke University Press, Durham, 2014, pp. 163-164.
22. Gilberto Loaiza Cano, Sociabilidad, religión y política, ob. cit., pp. 82-83.
23. James Sanders, Canten/ious Republicans, ob. cit., pp. 47, 54, 66-67,133,
24. James Sanders, Contentious Republicans, ob. cit., pp. 120, 133.

168
Adrián Alzate

y hasta ofrecimientos de apoyo annado. No obstante, el respaldo de una asocia-


ción a un detenninado bando o figura política no solía estar ni garantizado de
antemano ni exento de transfonnaciones. Las particularidades del conflicto polí-
tico durante el período, con sus siempre cambiantes balances de poder, hicieron
de las fidelidades partidistas un campo particularmente volátil. Las orientaciones
banderizas de una sociedad, así como sus lazos con un bando, unos candidatos o
unos gobernantes en particular, podían redefinirse por múltiples razones: afinida-
des personales, solidaridades caudillistas, relevos de liderazgo interno, cambios
de mmbo en las administraciones seccionales y nacionales, amenazas políticas
y eleccionarias y hasta pugnas por el control de cuotas burocráticas. Todas estas
circunstancias habrían de incidir en los sucesivos virajes políticos experimenta-
dos por la Sociedad Democrática de Cali entre 1867 y 1875.
Finalizada la guerra de 1859-1862, la Democrática de Cali mantuvo una es-
trecha relación con el general Mosquera, quien ocuparia la presidencia nacional
entre 1863 y 1865, Y luego entre 1866 y 1867. Muchos miembros de la aso-
ciación, entre ellos su líder David Peña, habían combatido junto al general en
esta contienda, lo que había creado fuertes lazos políticos y afectivos entre el
mandatario y los miembros de la asociación." Los vínculos de la asociación con
Mosquera se harían sentir con singular fuerza en el marco de su conflicto con el
Congreso de 1867, cuando la Democrática se comprometió públicamente a de-
fender al general en caso de que la tensión entre ambos poderes desencadenase
algún trastorno del orden público." En correspondencia con su compromiso, la
asociación hizo gala de una fuerte solidaridad con Mosquera durante los meses
siguientes al 23 de mayo. A menos de un mes del golpe radical, la dirigencia de la
sociedad emitiria dos extensos manifiestos en apoyo al mandatario, justifi.cando
sus acciones contra el Legislativo y condenando los procederes e intenciones de
los radicales.
Publicado el 5 de junio de 1867, el primero de estos manifiestos presen-
taba al público una interpretación particulannente apologética de la actuación
de Mosquera en el conflicto en cuestión. Según el documento, el Congreso no
había hecho más que agredir al entonces presidente, cuyo gobierno se había vis-
to seriamente entorpecido a raíz de los actos promovidos por el radicalismo en
materia de orden público. Aunque Mosquera, de acuerdo con el manifiesto, ha-
bía reaccionado a tales agresiones de manera conciliatoria, los radicales habían
persistido en sus hostilidades mediante la censura de sus actos, dando cuenta con
ello de una actitl1d amenazante contra "la causa de la soberanía popular" y "la

25. James Sanders, The Vanguard oftheAtlantic World, ob. cit., p. 163; Alonso Valencia Llano,
Estado Soberano del Cauea, ob. cit., pp. 74, 130.
26. Alonso Valencia Llano, Estado Soberano del Callca, ob. cit., p. 74.

169
La naturaleza del asociacionismo político

suerte de la república". Tales circlIDstancias habían forzado al presidente a "dar


la voz en alto a esa turba de conspiradores", declarando cerradas las sesiones del
Legislativo y salvando con ello "la causa nacional que le confiaron los pueblos",
en tIDa maniobra del más alto patriotismo." La reacción del radicalismo había
sido aún menos decorosa que sus primeros actos contra el general, haciéndole
parecer un bando "intnlso", "traidor" y "criminal". Adjetivos análogos serían
empleados en el segundo manifiesto, emitido el 12 de junio. En esta ocasión, la
Democrática calificaría la posesión presidencial de Santos Acosta como un acto
"ilegal" e "inconstitucional" que había sido realizado "de la noche a la mañana,
y sin haber ocurrido ninguno de los casos previstos por la Constitución [para que
éste1 pudiera constitucionalmente declararse en ejercicio de tales funciones"."
Varías meses después, al conocerse la sentencia de destierro decretada contra
Mosquera, la asociación publicaría una protesta que daría cuenta de la vigencia
de su solidarídad con el depuesto mandatario. Se trataba de un voto de reproba-
ción al exilio ordenado por el Senado, corporación que para la sociedad carecía
de legitimidad para juzgar al general. Integrado en su mayoría por "cómplices"
del 23 de mayo, esta entidad había actuado más como "un tribunal revoluciona-
rio" que como un órgano legislativo, lo que hacía ilegítima una sentencia que ya
por sí sola era completamente ilegal, pues no tenía respaldo jurídico en la Cons-
titución o en alguna de las leyes vigentes. 29
El respaldo de la Sociedad a Mosquera, sin embargo, habría de sucumbir
ante los nuevos balances de poder que seguirían a la instalación del radicalismo
en el gobierno nacional. Ya en septiembre de 1867, dos meses antes de que el
caudillo fuera sentenciado al destierro, un periódico bogotano notificaba que el
radical Eliseo Payán, entonces gobernador del Cauca, se había dado a la tarea
de "neutralizar" las influencias mosqueristas que pesaban sobre la asociación. 3o
Si bien los esfuerzos de Payán no tuvieron éxito inmediato, como lo prueba la
protesta arriba citada, la Democrática no tardaría mucho en inclinarse hacia el
bando radical. Al menos tres factores contribuirían a este giro: en prímer lugar,
el creciente ascenso en la sociedad de empleados estatales como David Peña
~antiguo Mosquerista~, Benjamín Núñez, y el ya mencionado general Payán,
lo cual coincidió con la expansión de los radicales en la región caucana;31 en
segundo lugar, el interés de los democráticos por amparar sus carreras políticas y

27. Boletín de la Sociedad Democrática, junio 5 de 1867, Cali.


28. Boletín de la Sociedad Democrática, junio 12 de 1867, Cali.
29. "Protesta que la Sociedad Democrática de Cali aprobó unánimemente en la sesión ordina-
ria y pública del 16 de noviembre de 1867", Imprenta de Hurtado, Cali, 1867.
30. El Republicano, septiembre 7 de 1867, Bogotá.
31. Alonso Valencia Llano, Estado Soberano del Cauea, ob. cit., pp. 72, 127, 132,

170
Adrián Alzate

burocráticas bajo el poderoso ascendiente político del radicalismo; y, finalmente,


las tensiones partidistas derivadas de la formación, hacia 1869, de una "liga"
entre mosqueristas y conservadores que propendía por un nuevo mandato presi-
dencial del general caucano.
El giro político de la sociedad comenzaría a sentirse con fuerza a mediados
de 1868, cuando corrió el mmor de un probable regreso de Mosquera de su
exilio en Lima. El 13 de julio, poco antes de la feeha prevista para el arribo del
caudillo al puerto de Buenaventura, la Democrática elevó un voto de censura a
las intenciones de Mosquera, considerando que su regreso representaba no sólo
un desacato a 10 dictado por el Senado en 1867, sino también una seria amena-
za contra la paz y la estabilidad públicas. Temiendo que a su arribo el general
promoviese una insurrección, la asociación comisionó a Tomás Rengifo y Ben-
jamín Núñez para que se reunieran con él y le notificaran "que el partido liberal
[estimaba] inconveniente y perniciosa para el país, su vuelta al seno del estado,
porque ella [implicaba] la turbación de la paz pública de que se disfrutaba, con
más el riesgo inminente de la pérdida del mismo partido".32 Los comisionados,
adicionalmente, debían advertir a Mosquera que la asociación habia decidido ne-
garle cualquier auxilio en caso de que insistiese en su propósito de internarse en
el Estado.)] Si bien el general caucano terminaría postergando su regreso al país,
el temor a las consecuencias de su retorno calaría profundamente en los círculos
afectos al radicalismo, cuyas inquietudes renacerían un año después a causa de
la formación de la mencionada "liga".
Promovida por el conservador Carlos Holguín, la "liga" de 1869 sostendría
la candidatura presidencial de Mosquera en oposición a la del radical Eustorgio
Salgar. La coalición partidista que entrañaba este nuevo bando causó alarma
en el radicalismo, temeroso de que una fragmentación en el electorado liberal
pusiera en riesgo su predominio nacional. Este temor contagiaría a la Sociedad
Democrática de Cali, que ya desde fines de 1868 había estrechado lazos con el
gobierno nacional del radical Santos Gutiérrez. 34 Ante la amenaza eleccionaria
de la "liga", la asociaciótl caleña optó por cerrar filas en torno a la candidatura
Salgar, decisión que fue tomada en nombre de la unidad del partido liberal y jus-
tificada en virtud de la "obligación que tenemos de ser liberales antes que afec-
tos a un hombre, por grande y meritorio que él sea".35 La adhesión al aspirante

32. La Paz, julio 31 de 1868, Bogotá.


33. La Paz,julio 31 de 1868, Bogotá.
34. Véase a propósito la correspondencia cruzada entre el mandatario radical y varios delega-
dos de la Democrática en noviembre de 1868, la cual fue publicada en El Cal/cano, diciembre 17
de 1868, CalL
35. La Paz, enero 8 de 1869, Bogotá.

171
La naturaleza del asociacionismo polftico

radical representaría la confirmación oficial de la alianza de la Sociedad con los


gobiernos del radicalismo.
En adelante, y hasta mediados de 1870, la asociación actuaría corno porta-
voz de los intereses y aspirantes del liberalismo radical. Tras su adhesión a Sal-
gar en 1869, la Sociedad apoyaría las candidaturas nacionales de los radicales
Manuel Murillo Toro, en 1871, y Santiago Pérez, en 1873, quienes serían pre-
sentados por la Democrática corno las personas más "conspicuas" para ejercer
la presidencia de la nación, dadas sus trayectorias públicas, "honradez políti-
ca", compromiso con las instituciones liberales y, especialmente, afinidad con
los gobiernos de los "beneméritos ciudadanos" Salgar, Gutiérrez y Acosta. 36 Al
lado de este apoyo en las urnas, la Sociedad brindaría amplio respaldo público
a las labores de los diferentes mandatarios del radicalismo. En abril de 1872,
por ejemplo, suscribió una nota en homenaje a la memoria del recién fallecido
ex presidente Gutiérrez, donde destacaba su actitud de "severo demócrata", su
"alma de antiguo romano" y sus "virtudes cívicas a lo ateniense".37 En mayo de
ese mismo año, varios de sus miembros publicaron una felicitación a Murillo
Toro por su reciente elección corno presidente de la república, ofreciéndole sus
servicios en calidad de defensores "[del] buen nombre y la gloria de la causa
liberal, [de] la federación y [de] la unión colombiana".38 Poco tiempo después,
la Democrática envió un mensaje de reconocimiento al ex presidente Salgar,
donde destacó su "esmerado acierto" en la dirección de los destinos del país,
y le agradeció por responder a la confianza depositada por los pueblos en su
administración. 39
La posición política de la Democrática, no obstante lo anterior, experimen-
tó un nuevo giro en medio de la contienda electoral de 1875, cuando decidió
apoyar la candidatura independiente de Rafael Núñez. La Sociedad acogió la
candidatura en cuestión por iniciativa de su líder David Peña, quien, influen-
ciado por mosqueristas corno Juan de Dios UlIoa y Belisario Zamorano, vio
en el aspirante una figura propicia para unificar al liberalismo caucano frente a
las crecientes ofensivas del partido conservador." Éstas, sin embargo, no pare-
cieron ser las únicas influencias que pesaron sobre Peña. Según el testimonio
dado por un liberal caleño a un periódico radical de Buga, Peña demostraba por
Núñez una admiración casi delirante, y sólo había bastado que desde la Costa

36. El Progreso, septiembre 14 de 1871, Cali; Diario de Cundinamarea, agosto 12 de 1873,


Bogotá.
37. Diario de Cundinamarea, abril 9 de 1872, Bogotá.
38. Diario de Cundinamarea, mayo 7 de 1872, Bogotá.
39. Diario de Cundinamarea, mayo 7 de 1872, Bogotá.
40. Alonso Valencia Llano, Estado Soberano del Cauea, ob. cit., pp. 172-173.

172
Adrián Alzate

Atlántica le fuese recomendada su candidatura para que éste la acogiera como


propia, convirtiendo al aspirante en "ídolo de su acendrado fanatismo".'l
La Sociedad se contagiaría rápidamente del fervor nuñista. Para principios
de 1876, se encontraba tan inclinada hacia el liberalismo independiente que or-
denó a sus representantes en el Congreso apoyar a Núñez en la resolución de
su empate electoral con Parra. La instrucción no fue bien recibida por varías
congresistas, que si bien eran allegados a la Democrática, también eran conven-
cidos partidarios del radicalismo. Fiel a sus lealtades originales, la mayoría de
representantes caucanos optó por apoyar al candidato radical, lo que desató la
indignación de la Sociedad, que no dudó en tildar a sus congresistas refracta-
rios de "inconsecuentes" y "traidores". Algunos de estos representantes llegarían
incluso a ser expulsados de la asociación, tal y como ocurrió con José María
BaTana Pizarro. 42
Según se desprende de un documento emitido por la Democrática el 19 de
febrero de 1876 -dos días antes de que concluyeran las votaciones en el Con-
greso---, Barona Pizarra había llegado al Legislativo gracias al apoyo de la So-
ciedad, que decidió incluirlo en la lista de candidatos juzgándolo "digno, apto
y consecuente" para representar ante ese cuerpo los "principios republicanos
liberales" profesados por la asociación. No obstante, señalaba la Democrática,
los elevados atributos del representante se habían visto rápidamente contradi-
chos, pues éste, "en vez de llevar en su conciencia fijos los deseos y el querer de
sus comitentes para representarlos en el Congreso", se había "consignado todo
entero al círculo oligarca de Bogotá". Tal actitud, concluía la asociación, no sólo
era "incongruente" sino también "desleal", ya que Barona Pizarra había ganado
su cuml gracias al influjo de los democráticos caleños, y no debía su elección ni a
Manuel Muríllo Toro, ni a Santiago Pérez, ni a cualquier otro de los "oligarcas a
cuyo servicio se ha puesto, exhibiéndose así ingrato, torpe, servil y traidor".'3 La
necesidad de reprimir la rebelión conservadora de 1876-1877 uniría momentá-
neamente al liberalismo de la región. Independientemente de sus inclinaciones y
fidelidades, las distintas democráticas del Estado nutrieron una muy buena patte
del ejército liberal caucano." La guerra en el Cauca benefició enOffilemente las
carreras políticas tanto del democrático David Peña como del futuro presidente
Julián Tmjillo." El apoyo de la Sociedad Democrática de Cali a la facción inde-
pendiente parecía, en este contexto, estar asegurado por un buen tiempo.

41. El Calleano, mayo 29 de 1875, Buga.


42. Diario de Cundinamarca, marzo 11 de 1876, Bogotá.
43. Diario de Cundinamarca, marzo 11 de 1876, Bogotá.
44. James Sanders, Contentious Republicans, ob. cit., p. 155.
45. James Sanders, The Vanguard ofthe At/antie World, ob. cit., p. 164.

173
La naturaleza del asociacionismo político

La unidad imposible: fragilidad interna de las asociaciones políticas


El desacuerdo entre los democráticos caleños y sus representantes en el Con-
greso en 1876 ofrece una primera pista sobre la dificultad de las asociaciones
políticas del período para actuar sostenidamente como formas sólidas y unifi-
cadas de acción colectiva. Múltiples motivos, entre ellos rivalidades estamenta-
les, desavenencias de clase, conflictos por apoyos eleccionarios y competencias
entre círculos partidistas podían polarizar las filas de una determinada sociedad,
introduciendo divisiones y disputas que entorpecían su curso, dificultaban la
construcción de consensos entre sus filas, minaban su fuerza como organización
política y, en determinadas circunstancias, impulsaban su fractura y forzaban su
desaparición.
Las disputas y divisiones internas, independientemente de su intensidad y
sus consecuencias, parecieron ser una particularidad más bien común de los fe-
nómenos asociativos del siglo XIX. Las sociedades democráticas de principios
de la década de 1850, tal como lo sugiere Francisco Gutiérrez Sanín, tendieron a
mostrar una enorme dificultad para manejar el conflicto interno, a tal punto que
cualquier diferencia podía, potencialmente, precipitar mpturas y deserciones. 46
Las experiencias de la Sociedad Republicana de Artesanos de Palmira, la Socie-
dad Unión Liberal y la Sociedad de la Juventud Unida sólo son una muestra de
cómo estos problemas tuvieron lugar durante el período federal.
La Sociedad Republicana de Artesanos de Palmira fue establecida hacia fi-
nes de la década de 1860 con el propósito de acercar las "masas ignorantes" al
ejercicio de la soberanía popular, haciéndoles "comprender [... ] los derechos que
la Constitución concede a cada a cada ciudadano".47 En sus propósitos de for-
mación política popular, la asociación seguía la línea de las distintas sociedades
republicanas de artesanos fundadas en el país entre fines de la década de 1830 y
el medio siglo. 48 Como muchas de las asociaciones del liberalismo caucano, la
Republicana de Palmira estaba conformada por fimcionarios públicos, militares
y notables locales, así como por un gran número de artesanos y gentes del pue-
blo. Esta convergencia de clases y estamentos, si bien permitía a la asociación fi-
gurar corno un organismo incluyente, plural y democrático, también envolvía un
poderoso incentivo para el conflicto y la división. Desacuerdos programáticos,

46. Francisco Gutiérrez Sanín, Curso y discurso del movimiento plebeyo (1849-1854), El Án-
cora Editores I Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales, Bogotá, 1995, pp. 194,
195.
47. "Una representación - Sociedad Republicana de Artesanos", mayo 6 de 1868, Palmira, en
Biblioteca Nacional de Colombia, sala 13 , documento 14670.
48. David Sowell, The Early Colombian Labor Afovement: Artisans and Polities in Bogotá,
1832-1919, Temple University Press, Filadelfia, 1992, pp. 35-37.

174
Adrián Alzate

agendas políticas encontradas y rivalidades por el control de puestos públicos


tenninarían por polarizar a la Sociedad entre un bando "de élite", confonnado
por militares y empleados del gobierno, y uno "subalterno", que reunía las frac-
ciones más populares de la asociación.'"
Las primeras disputas entre ambos bandos surgirían hacia principios de 1868,
cuando algunos miembros de la asociación protestaron contra la pennanencia de
David Peña, cercano a los cuadros "de élite" de la Sociedad, en la jefatura mu-
nicipal de Palmira. Al parecer existía cielio descontento entre los sectores más
populares de la asociación con la conducta de Peña, a quien acusaban de apunta-
lar su posición política en la localidad con el apoyo de "gamonales de mala fe",
adversos a su objetivo de fonnar a las clases inferiores como actores políticos
soberanos. Las protestas resultaron infructuosas y sólo lograron intensificar la
polarización entre ambos bandos. Finalmente, el 6 de marzo, la Sociedad publi-
có una comunicación anunciando una fractura en sus filas, producto de graves
desacuerdos en toroo a la conveniencia de la educación política de las masas. De
acuerdo con la nota, aquellos que consideraban inconveniente dicho objetivo,
incapaces de convencer a los demás, se habían separado de la asociación e insta-
lado una nueva con el nombre de Sociedad Democrática. 50
Fundada -o, mejor, reinaugurada- por iniciativa de David Peña, la Demo-
crática de Palmira se encargó de absorber la disidencia de la Sociedad Republi-
cana, confolmada en su mayor parte por aquella fracción de la misma integrada
por militares y funcionarios públicos. 5I No obstante su origen elitista, la asocia-
ción abriría sus puertas a gran variedad de públicos del modo en que lo hizo, en
su momento, la Sociedad Democrática de Cali. De hecho, al igual que la De-
mocrática caleña, la Democrática de Palmira sería recodada por el gran número
de afÍ"odescendientes que integraron sus filas, así como por su solidaridad con
diversas demandas populares relacionadas con la propiedad y el uso del suelo en
las haciendas. Más allá de estas labores de movilización e intennediación polí-
tica popular, la asociación haria también las veces de sociedad de ayuda mutua,
recaudando fondos cuando alguno de sus miembros enfrentaba una calamidad
económica. 52
Luego de su separación de la Republicana, y de acuerdo con el mencionado
documento, los democráticos palmireños iniciaron una campaña de prensa difa-
matoria contra sus antiguos asociados, con la que tendieron a deslegitimar sus
trabajos políticos mediante amenazas y palabras "sucias" y "descolieses", según

49. "Una representación", ob. cit.


50. "Una representación", ob. cit.
51. Alonso Valencia Llano, Estado Soberano del Callea, ob. cit., p. 31.
52. James Sanders, Contentiolls Republicans, ob. cit., pp. 50, 20, 132, 137.

175
La naturaleza del asociacionismo polftico

afirmaron los miembros de la primera sociedad. Los ataques de la Democrá-


tica incluirían también desmanes y agresiones directas contra los miembros
de la primera asociación. Así 10 denunciaban los artesanos en la misma nota,
donde se daba cuenta de una reciente invasión al recinto de sesiones de la
Sociedad, perpetrada por "algunos gamonales de mala ley encabezados por
el presidente de la Democrática, señor Manuel María Victoria, y por el vice-
presidente, Juan E. Conde".53 Al poco tiempo de conocerse estas denuncias,
la Sociedad Democrática haría oficial su organización como entidad política,
aprobando un estatuto cuyo preámbulo manifestaba un enfático interés en
educar al pueblo en sus derechos y garantías políticas, así como en brindarle
las herramientas necesarias para que hiciera un uso efectivo de su sobera-
nía. 54
El lenguaje de la Democrática sugiere que su conflicto con la Republicana
parecía obedecer menos a asuntos programáticos y de agenda política, y más
a rivalidades de clase en torno a la dirección y el control de la práctica aso-
ciativa. Este tipo de conflictos no fue extraño a muchas de las asociaciones en
cuyas filas había tanto miembros de la élite como de los sectores populares.
Así había ocurrido, por ejemplo, con la Sociedad de Artesanos de Bogotá,
que al poco tiempo de su fundación en 1847 tuvo que ver cómo su original
base artesanal fue sistemáticamente "colonizada" por miembros de la élite
liberal capitalina. 55 La experiencia de esta asociación, junto a un interés cada
vez mayor del artesanado por desarrollar iniciativas de acción colectiva bajo
su control y liderazgo, marcaría profundamente el espírihl asociativo de los
artesanos pasado el medio siglo y durante casi toda la década de 1860.
Las disputas surgidas en la Sociedad de la Juventud Unida obedecieron a
otra clase de rivalidades. La asociación, encabezada por el intelectual bogo-
tano Julio A. Corredor, había sido fundada en la capital a principios de 1873
por jóvenes liberales tanto radicales como moderados, reunidos con el propó-
sito de debatir cuestiones filosóficas, difundir el empirismo y el racionalismo,
y combatir el fanatismo religioso. 56 Tales objetivos, sin embargo, habrían de
experimentar importantes cambios, dada la intensidad de las luchas partidis-
tas del período y la necesidad de apoyar a su partido no sólo en el ámbito de
las ideas sino también en las urnas. Apremiada por ambas circunstancias, la

53. "Una representación", ob. cit.


54. Estatuto de la Sociedad Democrática de Pa/mira, ob. cit.
55. David Sowell, The Early Colombian Labor Movement, ob. cit., pp. 40-43.
56. María Teresa Uribe y Jesús María Álvarez, Cien años de prensa en Colombia, 1840-1940,
Editorial Universidad de Antioquia, MedeJlín, 2002, p. 231; El Racionalista, febrero 26 de 1873,
Bogotá.

176
Adrián Alzate

Juventud Unida terminaría incorporando fines y prácticas similares a los de


cualquier sociedad político-eleccionaria de la época."
Las disputas en la asociación comenzaron tan pronto sus integrantes pro-
pusieron escoger un candidato al que respaldarían en las elecciones presiden-
ciales de 1873. Los nombres del mosquerista José María Rojas Garrido y del
radical Santiago Pérez aparecieron desde un principio como los más cercanos
a la asociación, lo que no tardó en despertar la rivalidad entre los aliados de
uno y otro bando. Ante tal circunstancia, y considerando que ambos aspiran-
tes eran igualmente aptos para ocupar la primera magistratura de la nación,
las directivas de la Sociedad optaron por dilatar la selección de su candidato,
confiados en que el tiempo podría despejar la "atmósfera política" y sosegar
las "pretensiones de círculo".58 Algunos miembros de la Juventud, entre ellos
el mismo Corredor, trataron de zanjar la disyuntiva proponiendo la escogen-
cia de lm aspirante distinto a los anteriores, aunque esto significase la adop-
ción de un candidato exclusivo de la Sociedad. Esta última sugerencia no
tuvo mayor acogida, y al final los asociados se vieron forzados a decidir por
votación cuál sería el aspirante a apoyar. Los resultados, favorables a la can-
didatura radical, no fueron aceptados por los partidarios de Rojas. Alegando
que eran mayoría, y que la elección había sido arreglada por los radicales,
varios de los partidarios del candidato mosquerista optaron por renunciar a la
asociación. Uno de ellos, incluso publicó una hoja suelta en la que acusaba a
sus rivales de apelar "a intrigas repugnantes y fraudes viles y bajísimos" para
garantizar el triunfo de su candidato, como aquella de engrosar las filas de
los afectos al radicalismo con "una multitud de niños que entienden tanto de
política como de jeroglíficos".59
Buena parte de la hoja, de acuerdo con una nota publicada en El Racio-
nalista a fines de febrero, tenía por objeto cuestionar la "coherencia" de la
postura política del líder de la asociación. Corredor, quien ya había sido acu-
sado por el liberal antioqueño Camilo Antonio Echeverri de vender su voto
a los partidarios de Santiago Pérez,60 era señalado por el disidente de haber
cambiado repentinamente, y sin mayor explicación, sus preferencias elec-
cionarias. En un principio, aseguraba el documento, Corredor se mostraba
singularmente adverso a la candidahlra de Pérez, a quien le reprochaba ser
un católico fervoroso. El dirigente, sin embargo, se había convertido de un
momento a otro en un activo promotor del aspirante radical, lo que no dejaba

57. El Racionalista, febrero 26 de 1873, Bogotá.


58. El Racionalista, febrero 26 de 1873, Bogotá.
59. El Racionalista, febrero 26 de 1873, Bogotá.
60. El Racionalista, febrero 19 de 1873, Bogotá.

177
La naturaleza del asociacionismo político

de parecer un sospechoso acto de "inconsecuencia" política. Tales acusaciones,


a juicio de Corredor, no sólo eran eqlÚvocas sino también malintencionadas, pues
buscaban "arrojar una mancha [... ] a la frente de los que allí abogamos por la candi-
datura Pérez", así corno forzar la disolución de la comunidad excitando la deserción
de sus miembros menos cercanos al radicalismo. Segím la defensa del acusado, si
bien eran ciertos los nunores de su distancia inicial con el candidato radical, a quien
en cierto momento consideró contrario a los principios de la asociación, también lo
era el hecho de que su parecer sobre el mismo había cambiado al conocer, recien-
temente, las opiniones del aspirante en materia de libertad de conciencia y de culto.
Su apoyo a Pérez era, por tanto, fruto de una decisión meditada, no el resultado de
la venta de su voto como queria hacerse creer. Además, puntualizaba Corredor, si
fuera cierto que el voto de la asociación había sido puesto en venta, lo más natural
hubiera sido que se hubiera hecho cualquier insinuación a la parte contraria en bús-
queda de tma oferta mayor a la supuestamente ofrecida por el bando radical. Debido
a todo esto, el autor de la mencionada hoja no podía ser calificado sino de "calum-
niador" y "peljuro", y debía hacerse merecedor del repudio de la sociedad entera.
Las desavenencias suscitadas a propósito de la inclinación por una candidatura
podían conducir a disputas mucho más complejas que las anteriores, corno 10 ilustra
el caso de la Sociedad Unión Liberal. Fundada en Cartagena a principios de 1869,
la Unión Liberal tenia como propósito unificar los trabajos eleccionarios del libe-
ralismo cartagenero. Sus filas recogían por igual a radicales, aliados del aspirante
presidencial Eustorgio Salgar, y mosqueristas, afines a la candidatura "liguista" del
general Mosquera. Según el testimonio de un corresponsal del periódico barranqui-
llero El Boliviano, las primeras tensiones en el seno de la asociación surgieron corno
resultado del descontento de un grupo de sus miembros con el carácter "exclusi-
vista" de sus directivas. Alegando que la Unión Liberal se encontraba controlada
por un pequeño círculo, varios de sus miembros fimdaron tma sociedad paralela
denominada Unión de Artesanos. Pese a estar conformada por miembros disiden-
tes, la nueva asociación no rompió lazos con la Unión Liberal, sino que más bien
operó como tma especie de junta adscrita a la primera. Los conflictos entre ambas
organizaciones se desataron al momento de designar candidatos para miembros de
la municipalidad de Cartagena. La Unión de Artesanos se adelantó a proclamar su
propia lista de aspirantes e intentó imponerla a la otra sociedad. La lista fue acogida
por la Unión Liberal, pero su imposición por parte de tma jtmta paralela sembró tma
semilla de discordia, al tiempo que sentó el preocupante precedente "de que podían
establecerse [... ] sociedades preparatorias para acordar lo que debía adoptarse en la
sociedad general".6l

61. El Boliviano, mayo 5 de 1869, Barranquilla.

178
Adrián Alzate

Los conflictos se hicieron mayores al momento de designar el candidato de


la Sociedad para la elección presidencial de 1869. En un principio, comenta el
corresponsal, la Unión Liberal suscribió con aparente unanimidad la candidatura
Mosquera. El ala radical, liderada por un gnupo de empleados del gobierno fede-
ral, no tardó en manifestar su inconformidad con dicha decisión, y al poco tiem-
po amenazó con separarse de la Sociedad y fundar una nueva en apoyo a Salgar.
Las intenciones de los salgadstas alarmaron a tal punto al resto de miembros que
incluso la Unión de Artesanos, dándose cuenta "del mal principio sentado de que
era lícito establecer a cada momento nuevas sociedades", declaró que dejaría
de operar como asociación política y no reconocería otra sociedad que la Unión
Liberal. Temiendo una fractura en la organización original, los mosqueristas tra-
taron de persuadir a sus adversarios para que no trabajaran de manera indepen-
diente, haciendo un llamado general a la unión y proponiendo incluso formar una
nueva asociación que estuviese por encima de las rencillas partidistas."
El llamado a la unión pareció surtir efecto, pues los radicales desistieron
momentáneamente de sus impulsos separatistas. La asociación se reorganizó de
nuevo bajo el nombre de Sociedad Liberales de Bolívar, y aún sin decidir a qué
candidato apoyar acordó la creación de un periódico político-eleccionario, El
Sujragio, que estaría a cargo de los salgaristas Felipe S. Paz y Antonio del Real,
así como del mosquerista C. Benedetti. Los radicales vieron en la fundación de
El Sufragio la oportunidad ideal para retomar sus trabajos a favor de Salgar, por
lo que Paz y del Real se aprestaron a publicar el primer número sin dar cuenta a la
asociación ni al tercero de los redactores. La publicación, efectivamente, salió a
la luz proclamando el apoyo de la Sociedad a la candidatura Salgar, lo que causó
gran indignación en el bando mosquerista. Los afectos a Mosquera, entre los que
se hallaba el mismo corresponsal, protestaron abiertamente contra el proceder
de los redactores radicales, a quienes acusaron de ser sólo una minoría disidente
empeñada en oponerse a cualquier esfberzo por lograr la unión del partido liberal
cartagenero. Muestra de esta condición minoritaria, aseguraba el colaborador de
El Boliviano, era el hecho de que en la última reunión de la Sociedad, convocada
para elegir los candidatos por Cartagena a la Legislatura del Estado, "la lista
mosquerista triunfó con una inmensa mayoría, pero antes de que la Sociedad
aprobara su elección, los salgaristas se retiraron dejándola sin quórum"."] Tal
situación, anotaba el corresponsal, había dejado sumamente debilitados a los
aliados de Paz, quien seguramente no los volvería a convocar, pues "él sólo tuvo
seis votos y está tan triste que no habla sobre esto"64 Una vez neutralizada la

62. El Boliviano, mayo 5 de 1869, BalTanquilla.


63. El Boliviano, mayo 5 de 1869, Barranquilla.
64. El Boliviano, mayo 5 de 1869, Barranquilla.

179
La naturaleza del asociacionismo polftico

disidencia radical, la Unión Liberal volvería a reunirse para aprobar, finalmente,


su lista de aspirantes, compuesta en su totalidad por candidatos mosqueristas,

La unidad gremial frente al divisionismo partidista: el caso de la


Sociedad Unión de Artesanos
El caso de la Sociedad Unión de Artesanos da cuenta del tipo de tensiones
internas que podía suscitar la convergencia de los distintos factores de conilicto
aquí revisados. Durante su existencia, esta sociedad tendría que soportar no
sólo las habituales desavenencias que solían acompañar la discusión de avales
eleccionarios, sino también la continua presión de distintas fuerzas partidistas
interesadas en aprovecharse electoralmente de su membresía, todo ello en el
contexto de uoo de los esfuerzos quizá más maduros y sostenidos del artesanado
decimonónico por intervenir colectivamente en la esfera pública bajo su propia
dirección.
La Sociedad, también conocida como La Alianza, por el nombre de su
periódico, fue fundada en Bogotá a principios de octubre de 1866 por iniciativa
de Felipe Roa, Antonio Cárdenas y Ambrosio López, en compañía de Juan de
M. Cáceres, José Leocadio Camacho, Saturnino González y Agustín Novoa.
Todos ellos eran artesanos maestros de taller, y se desempeñaban corno sastres,
curtidores, carpinteros y talabarteros. Varios de los fundadores de La Alianza,
no obstante, eran mucho más que artesanos, y contaban con experiencia corno
funcionarios públicos, intermediarios políticos y líderes artesanales. López,
por ejemplo, había sido ca-fundador, en 1847, de la Sociedad de Artesanos de
Bogotá, y contaba con una trayectoria política que se remontaba a la década
de 1820. A lo largo de su carrera, este sastre había establecido vínculos con
figuras corno Francisco de Paula Santander y Tomás Cipriano de Mosquera, y
sus contactos políticos le habían asegurado puestos como juez, capitán, alcalde y
director del acueducto de Bogotá. 65
Un caso más o menos análogo era el de José L. Camacho. Carpintero y fabri-
cante de ataúdes, Camacho era para entonces una figura emergente de la política
bogotana. Su experiencia en el asociacionismo artesanal incluía la fundación, en
1865, de la sociedad El Obrero, una organización de ayuda mutua que sentaría
las bases para la fundación, un año después, de la Sociedad Unión de Artesanos.
Sus labores en La Alianza habrían de coincidir con el ascenso de su carrera elec-
toral, apoyada no sólo por los artesanos capitalinos sino también por distintos

65. David Sowell, The Early Colombian Labor iVlovement, ob. cit., pp. 31-32; Gilberto Loaiza
Cano, Sociabilidad, religión y política, ob. cit., pp. 74-75.

180
Adrián Alzate

líderes liberales y conservadores de la ciudad. 66 Un artesano con trayectoria si-


milar habría de incorporarse más adelante a la cúpula de la Sociedad: el impresor
Manuel de J. Barrera. Venezolano de nacimiento, Barrera había dirigido en 1851
la Sociedad Democrática de Mompox, donde fundó, tres años después, una so-
ciedad de artesanos. En los años previos a la fundación de La Alianza, Barrera
había colaborado con Camacho en la organización de El Obrero. 67
Liderada por este grupo de artesanos-políticos, la asociación tuvo corno ob-
jetivos primordiales la defensa de los intereses económicos del artesanado, el
fomento del mutualismo y la educación popular entre las clases trabajadoras
de la capital, y la unión política de los artesanos bogotanos por encima de las
habituales divisiones partidistas. A estos propósitos se sumaba su interés por
educar a sus miembros corno sLuetos políticos independientes y autónomos, ca-
paces de mantenerse al margen de las fuerzas políticas tradicionales, acusadas
por la Sociedad de fomentar la división entre los artesanos y desviarlos de su
lucha por sus intereses estamentales." Esta postura derivaba de una interpre-
tación de la alianza entre artesanos y élites en el medio siglo según la cual los
primeros no habían sido sino un mero instrumento al servicio de los segundos. 69
En correspondencia con esta visión, la Sociedad habría de modelar un discurso
en tomo a la movilización política del artesanado que, sacando provecho de las
premisas y conceptos del republicanismo, presentaba a los artesanos corno los
"ciudadanos por excelencia": hombres que no dependían más que de sí mismos
tanto económica como políticamente, y que reunían todas las virtudes cívicas y
morales para ejercer su soberanía en tanto miembros activos y autónomos de la
comunidad política. 70
En correspondencia con esta suerte de "republicanismo artesano", La Alian-
za promovería la ruptura de todo vínculo formal de carácter partidista, mediante
Lma práctica eleccionaria destinada a respaldar candidatos "probos" y "homa-
dos" de cualquier bando, siempre y cuando no hicieran parte de listas de partidos
ni fueran sospechosos de "traficar en política"." La asociación tuvo una primera
oportunidad para poner a prueba sus pretensiones a la independencia partidista
durante las elecciones locales de diciembre de 1866. Para estos comicios, La
Alianza propondría su propia lista compuesta de 22 candidatos tanto liberales

66. David Sowell, The Early Colombian Labor i'vJovement, ob. cit., pp. 85, 89-90; Gilberto
Loaiza Cano, Sociabilidacl, religión y politica, ob. cit., pp. 242-243.
67. Gilberto Loaiza Cano, Sociabilidad, religión y pOlÍtica, ob. cit., p. 111.
68. La Alianza, octubre 1 de 1866, Bogotá.
69. La Alianza, febrero 20 de 1867, Bogotá; La Alianza, marzo 4 de 1.867, Bogotá.
70. La Alianza, enero 18 de 1868, Bogotá; La Alianza, abril 4 de 1868, Bogotá.
71. La Alianza, octubre 20 de 1866, Bogotá.

181
La naturaleza del asociacionismo político

corno conservadores, entre los que se incluían siete miembros de la asociación,


Entre ellos figuraban su presidente Antonio Cárdenas al lado de sus miembros
fundadores Juan de M. Cáceres, José L. Camacho, Saturnino González y Agns-
tín Novoa 72 Seis de los candidatos propuestos por la Sociedad resultaron ven-
cedores en las urnas, lo cual dio a los artesanos un parte de tranquilidad y opti-
mismo en relación con su causa. 73
No obstante, esta victoria inicial contrastaría con la seguidilla de problemas
que la asociación habría de enfrentar en adelante. La zozobra que acompañó el
golpe a Mosquera en 1867 y, casi lm año más tarde, la polarización partidista
que acompañó el golpe liberal contra el entonces gobernador de Cundinamarca,
el conservador Ignacio Gutiérrez Vergara -uno de los nombres elegidos por
la asociación para las elecciones de 1866-, provocarían distintas tensiones
internas que no sólo afectarían los intereses autonomistas de la Sociedad sino
también pondrían en jaque su continuidad corno organización política.
El golpe a Mosquera, junto a la reorganización de los partidos que él trajo
consigo, puso a Sociedad Unión de Artesanos en el centro de una disputa parti-
dista por el control de su caudal electoral. Entre mayo y agosto de 1867, según
testimonios de La Alianza, la Sociedad se vio sometida al ataque sistemático
de "traficantes en política" interesados, no sólo en deslegitimar sus esfuerzos
asociativos, sino también en aprovecharse de ella para sus propios intereses po-
líticos. Para mediados de junio, las presiones sobre la asociación, la infiltración
de agentes políticos, y el declarado apoyo mostrado por algunos miembros al
recién depuesto general, llevaron a los líderes de La Alianza a suspender sus
actividades de manera indefinida." La decisión impediría a la Sociedad tornar
parte en las elecciones estatales programadas para mediados del año, en las que
José L. Camacho saldría elegido como suplente para el Congreso nacional, tras
figurar en las listas de candidatos tanto liberales corno conservadoras." Algunos
miembros intentaron reabrir la asociación una vez pasada la temporada electo-
ral y buscaron mecanismos para evitar una nueva politización de sus filas. Entre
éstos se encontraba la declaración de un juramento como requisito de ingreso,
por medio del cual cada miembro se comprometía a "cumplir [... ] fielmente con
los deberes de socios [... ] para no volver a ser escalera o instrumento de ningún
traficante en política".76 Dicha medida, sin embargo, no tendría el efecto desea-

72. La Alianza, diciembre 10 de 1866, Bogotá.


73. David Sowell, The Early Ca/amblan Labor A1ovement, ob. cit., pp. 86-87; La Alianza,
diciembre 20 de 1866, Bogotá.
74. David Sowell, The Early ColombianLabor Movement, ob. cit., pp. 87-88.
75. David Sowell, The Early Colombian Labor Movement, ob. cit., pp. 89-90.
76. La Alianza, agosto 1 de 1867, Bogotá.

182
Adrián Alzate

do, pues las disputas políticas invadieron de nuevo la Sociedad hasta el punto
de forzar una nueva disolución."
En enero de 1868, tras un par de reuniones preparatorias, la Sociedad Unión
de Artesanos reanudó oficialmente sus labores. Empeñados en evitar una nueva
politización de sus filas, sus líderes incorporaron a su reglamento lilla dispo-
sición que ordenaba a sus miembros sufragar únicamente por candidatos que
fueran artesanos o agricultores. Dicha medida, a juicio de los redactores del
periódico, no era más que un "dique" a los "traficantes en política". Sin éste,
"muchos ambiciosos que no tienen otro comercio que la política" habrían bus-
cado medios de "formarse círculos para obtener votos, si no de la sociedad en
masa, por 10 menos de una gran parte de ella, lo cual vendría a viciarla, puesto
que se convertiría en instrumento de los mismos hombres de quienes ha tratado
de separarse",7S Esto, sin embargo, no sería suficiente para contener la nueva
crisis que habría de afectar a La Alianza hacia fines de mayo del mismo año,
cuando comenzaron a revelarse serios conflictos entre la asociación y varios de
sus miembros. Sería el caso, por ejemplo, de Rafael Tapia, a quien se acusaría
de buscar, mediante "proposiciones subversivas", la disolución de la Sociedad
bajo el pretexto de que ésta "no trabajaba de acuerdo con los intereses de un
partido". Esta misma persona, según una denuncia de La Alianza, había logra-
do "inducir a uno de los miembros de la junta [directiva] para que trabajara en
las elecciones por los miembros de su partido", e incluso había "reunido diez
firmas inclusive la suya, y protestado contra la sociedad y el periódico que le
sirve de órgano".79
El de Tapia no sería el único caso alarmante de disidencia. Junto éste había
un señor Díaz, "empleado respetable de la sociedad", quien había publicado
en el periódico conservador La Prensa una nota en la que aparecía "como pre-
sidente de una reunión de muy distinto carácter". Una de sus coasociados, de
apellido Olaya, sería acusado de renegar contra la asociación, a pesar de haber
accedido al concejo municipal de la capital con su apoyo eleccionario." Otros
miembros serían acusados de contravenir los principios rectores de la Sociedad.
Tal fue el caso, por ejemplo, de los señores V ásquez, Monroy, Lugo, Carrizosa,
Romero y Silvestre, muchos de ellos integrantes de la junta directiva de La
Alianza, quienes luego de finnar el reglamento de la Sociedad, con su juramen-
to incluido, "votaron y trabajaron en la última elección por listas de partido,
procedimiento que se opone al espírítu" de la asociación. Tales acciones les

77. La Alianza, agosto 15 de ] 867, Bogotá.


78. La Alianza, marzo 21 de 1868, Bogotá.
79. La Alianza, mayo 28 de 1868, Bogotá.
80. La Alianza, mayo 28 de t 868, Bogotá.

183
La naturaleza del asociacionismo político

valdrían a estos nueve miembros la expulsión definitiva de La Alianza, después


de una acusación pública como "perjuros" y "desleales". 8\
Cuatro meses después de emitirse esta sanción, en el contexto del golpe al
gobernador Gutiérrez Vergara, se daría a conocer un último caso de deserción. Se
trataba de Cruz Sánchez, cofundador de La Alianza, miembro de su junta direc-
tiva y presidente de su Caja de Ahorros. Sánchez, quien previamente había sido
denunciado por la apropiación indebida de unos enseres de la Sociedad, sería
acusado de volver la espalda a sus responsabilidades en la Unión de Artesanos,
para luego convertirse en presidente de una "sociedad antagonista"." La socie-
dad en cuestión era la Sociedad Suprema, y tenía por propósito respaldar a Gu-
tiérrez Vergara en su guerra contra el liberalismo cundinamarqués. 83 La polariza-
ción política que derivaría del enfrentamiento entre el mandatario conservador
y el partido liberal resultaría particularmente nociva para la Sociedad. Incapaz
de contener la politización de sus miembros, La Alianza optaría por suspender
una vez más sus actividades, y en el último número de su periódico, publicado
el 7 de noviembre de 1868, anunciaría un receso indefinido, motivado por "la
inseguridad y los temores de guerra" que habían embargado al Estado tras el
golpe. 84 El borrascoso año terminaría sin alguna noticia nueva de la Sociedad o
de su publicación.

Conclnsiones
El examen de las experiencias precedentes constituye mucho más que un mero
compendio de anécdotas sobre el complicado curso de algunas asociaciones po-
líticas del período federal en Colombia. Los casos de estas asociaciones, con
sus fidelidades inestables, sus conflictos internos, sus distintas rupturas y sus
destinos truncados, arrojan importantes luces no sólo sobre la naturaleza del fe-
nómeno asociativo del período sino sobre algunas características esenciales de la
vida y la cultura política colombiana de la época.
Flmdamentales para la marcha de la vida política así como para el desarrollo
y sostenimiento del sistema partidista, estas asociaciones fueron a la vez actores
y escenarios claves del juego político de su tiempo. Como tales, las sociedades
en cuestión habrían de expresar, en su funcionamiento, los múltiples conflictos,
divisiones, mutaciones y re-acomodamientos que habrían de caracterizar la po-

81. La Alianza, mayo 28 de 1868, Bogotá.


82. La Alianza, septiembre 15 de 1868, Bogotá.
83. La Alianza, septiembre 15 de 1868, Bogotá.
84. La Alianza, noviembre 7 de 1868, Bogotá.

184
Adrián Alzate

lítica colombiana de las décadas de 1860 y 1870. De esto dan cuenta no sólo los
sucesivos virajes de la Sociedad Democrática de Cali, sino también los diferentes
problemas que entorpecieron las labores de las demás asociaciones aquí estudia-
das. En la Colombia del período federal, el conflicto político no sólo se libraba
entre partidos: también tenía lugar en cada partido y, más importante aún, en el
seno de las distintas organizaciones partidistas. En el campo de las asociaciones
políticas nada parecía estar fijo o asegurado de antemano. Las alineaciones ideo-
lógicas o programáticas más gruesas -ser liberal, ser conservador- parecían
fimcionar como un referente de identidad y organización más o menos estable.
Más allá de estas afiliaciones genéricas, no obstante, pocos elementos en la prác-
tica asociativa parecían ser fijos. Los casos aquí estudiados sugieren la existencia
de un fenómeno asociacionista marcado por la mutabilidad y la imprevisibilidad,
con sociedades que en la práctica se ven forzadas a redefinir sus propósitos y
objetivos fundacionales, a replantear sus alineaciones banderizas originales, y a
enfrentar la imlpción de disidencias y secesiones.
Como organizaciones políticas, pero también como formas de acción colec-
tiva e intervención en la esfera pública, las asociaciones político-eleccionarías
de la época parecieron ser comunidades susceptibles de redefinir una y otra vez
el sentido de sus acciones y los objetos de sus fidelidades. En el contexto aquí
considerado, esta variabilidad da cuenta de un constante proceso de adaptación
de las asociaciones a los frecuentes cambios en los balances de poder nacional
y regional, que trasladados al campo societario estimularon alteraciones en las
expectativas políticas y burocráticas de un grupo, en los equilibrios de fuerzas
entre sus bandos integrantes, o en las simpatías políticas y personales de sus
miembros. En este sentido, los virajes de la Sociedad Democrática de Cali no
deben ser interpretados como meros actos de inconsecLwncia programática o de
oportunismo político. Antes bien, merecen ser entendidos como indicadores de
la adaptabilidad de estas asociaciones, así como de su capacidad para interpretar
su cambiante contexto y redefinir sus agendas y direccionamientos en función
del mismo. En una situación de balances inestables, frecuentes relevos de po-
der y altas dosis de conflicto partidista, estas asociaciones fileron entidades más
bien plásticas que intentaron responder, mediante la flexibilidad y el recurso a
alianzas estratégicas, a las contingencias e imprevisibilidades de su medio. El
caso de la Democrática caleña, con su interés en no perder su influencia política
y burocrática en la región a pesar de los relevos en la dirección del Estado del
Cauca, no es algo único en este sentido. La coyuntura del medio siglo ya había
conocido los virajes, dentro del partido liberal, de distintas sociedades democrá-
ticas de artesanos que, en defensa de su agenda económica, dejaron de apoyar la
facción "gólgota", germen del liberalismo radical, y cerraron filas alrededor del

185
La naturaleza del asociacionismo político

liberalismo "draconiano", predecesor de las corrientes moderadas del partido."


La mutabilidad e imprevisibilidad de los fenómenos asociativos de la época
no estuvo restringida a los atributos de adaptabilidad de las sociedades en cues-
tión. En tanto formas de acción colectiva, estas asociaciones fi.¡eron plásticas
pero frágiles, constantemente sometidas a la amenaza del disenso y el conflicto
interno. Dichas sociedades estuvieron a cargo de producir y representar en la
esfera pública el consenso de opiniones de una comunidad política más o menos
unificada, pero tuvieron que pagar lm muy alto costo por este consenso. La uni-
dad y la cohesión fueron, en la práctica asociativa de la Colombia del período,
objetivos más bien esquivos, lo que invita a considerar los fenómenos societa-
rios decimonónicos como modalidades de acción pública en las que convergían
fuerzas y actores heterogéneos y muchas veces rivales. La práctica asociativa
representaba, en este sentido, el espacio en -y mediante- el cual estos actores
disímiles luchaban por imponer sus opiniones, interpretaciones, agendas y vo-
luntades como las legítimas, esto es, como aquellas que habrían de aparecer ante
el público expresando la voluntad unánime y concertada de una organización.
El examen de asociaciones corno las aquí estudiadas no sólo arroja luces so-
bre la intensidad y mutabilidad del conflicto político y partidista en la Colombia
del período federal. Estas sociedades, con sus propósitos y programas, con sus
lenguajes y discursos, así como con sus complicadas trayectorias, representaron
de cierta manera un microcosmos de lo que era la política. La política decimonó-
nica, especialmente durante las décadas en cuestión, fi.¡e un campo de conflicto
sumamente disputado, del que no sólo participaron partidos políticos, notables
partidistas y líderes militares. Artesanos, sectores populares, gentes pobres del
campo y la ciudad, afrodescendientes y otros "hijos del pueblo" también to-
maron parte en este juego. En tanto sujetos políticos, estos actores subalternos
estuvieron lejos de desempeñar un papel pasivo o de simples fichas a disposición
de los poderosos. Así lo sugieren iniciativas asociativas como la Sociedad Unión
de Artesanos, al igual que experiencias del tipo de la Sociedad Republicana de
Palmira o la Sociedad Unión Liberal. Aquí, el título de "artesano" aparece bien
como indicador de una fi.¡erza social que reclama control sobre las formas de
acción colectiva de las que hace parte, o bien como referente identitario y discur-
sivo de una comunidad política en la que los sectores populares reclaman cierto
grado de reconocimiento en tanto sujetos políticos. Las páginas anteriores ofre-
cen apenas una aproximación mínima y tangencial a las formas y prácticas de
acción política popular en la Colombia del siglo XIX, un campo de estudio que,
a pesar de las recientes contribuciones de autores como James Sanders, Jasan

85. Gilberto Loaiza Cano, Sociabilidad, religión y política, ob. cit., pp. 99-102.

186
Adrián Alzate

McGraw, Marixa Lasso, Jorge Conde Calderón, Aline Helg, o Brenda Escobar,
entre otros, conserva todavía muchos vacios. 86
En materia de actores políticos, casos corno el de la Sociedad Unión de Arte-
sanos sugieren, adicionalmente, la existencia de cierta particularidad en la prác-
tica asociativa de la época. Durante su trayectoria, La Alianza estuvo sometida
a una tensión constante entre dos fÍJerzas: de un lado, lma práctica asociativa
que pretendia mantenerse al margen de la política tradicional; de otro lado, lma
militancia política de cierta manera auspiciada y amparada por los partidos tradi-
cionales. Camacho, López, Sánchez y otras cabezas de la asociación pretendían
mantener al artesanado bogotano "a salvo" de la intervención de agentes políti-
cos; pero ellos, al mismo tiempo, hacían parte de esta misma categoría. Figuras
corno Camacho y López debían sus carreras políticas más a sus relaciones con
líderes partidistas locales y nacionales que a su experiencia corno líderes artesa-
nales. Ellos, a su manera, también eran "traficantes en política".
En ese sentido, ¿cuál podía haber sido el significado de las campañas de La
Alianza contra la intervención de agentes partidistas en el seno de la sociedad?
Al respecto podrían sugerirse al menos dos hipótesis no necesariamente exclu-
yentes: un interés de la dirigencia de La Alianza por conservar el monopolio de
la movilización política del artesanado capitalino; o un esfuerzo por mantener el
liderazgo de dicha movilización dentro de los mismos límites de la comunidad
artesana. La tensión entre unos ideales de independencia o aislacionismo político
y una práctica asociativa incapaz de resistir la politización no fÍJe solo caracte-
rística de la Sociedad Unión de Artesanos: también puede apreciarse en el caso
de la Sociedad de la Juventud Unida. ¿Cómo comprender esta tensión? ¿Acaso
su desenlace, en ambos casos similar, da cuenta de la imposibilidad de escapar
a la politización de la época, o de proponer alternativas a la lógica partidista
tradicional? Valdría la pena sugerir una respuesta distinta, y proponer que estas
asociaciones, a pesar de sus intenciones iniciales, surgieron desde un principio
como asociaciones políticas, o al menos como organizaciones políticamente
orientadas. La independencia partidista de La Alianza puede ser leída como un
intento por movilizar al artesanado capitalino sobre la base de la memoria del

86. Véanse al respecto las dos obras citadas de James Sanders, al igual que Jasan McGraw,
The Work 01 Recognition. Caribbean Colombia and the Postemancipation Struggle for Citizen-
ship, The North Carolina University Press, Chapel Hill, 2014; Marixa Lasso, lvJitos de armonía
racial: raza y repuhlicanismo durante la era de la revolución, Colombia, 1795-1831, Universidad
de los Andes, Bogotá, 2013; Jorge Conde Calderón, Buscando la nación: ciudadanía, clase y ten-
sión racial en el caribe colombiano, 1821-1855, La Caneta Editores, Medellín, 2009; Aline Helg,
Libertad e igualdad en el Caribe colombiano, 1770-1835, Universidad EAFIT, Medellín, 2011;
Brenda Escobar Guzmán, De los conflictos locales a la guerra civil: Tolima afines del siglo XIX,
Academia Colombiana de Historia, Bogotá, 2013.

187
La naturaleza del asociacionismo político

"desengaño" del medio siglo. El carácter netamente "intelectual" que caracterizó


en sus inicios a la Juventud Unida puede ser interpretado corno una estrategia
para legitimar la asociación ante la opinión pública, petmanentemente bombar-
deada por la imtpción de sociedades eleccionarias.
Casi tan diverso corno el repertorio de actores políticos fue la convergencia
de formas de acción e intervención en la esfera pública. El juego de la política se
llevaba a cabo de muchas maneras y a través de múltiples recursos, ya fueran for-
males o informales, legales o ilegales. En la Colombia del período, el repertorio
de prácticas políticas era amplio y estaba a disposición de una comlrnidad mucho
mayor que la de quienes eran reconocidos legalmente corno ciudadanos. Más
allá de la práctica del voto por unos pocos, los colombianos podían experimentar
la política de manera más directa y democrática mediante periódicos propios y
ajenos, campañas periodísticas, movilizaciones públicas, deliberaciones colecti-
vas, intervenciones en la preparación y producción de las contiendas electorales,
presiones y violencias armadas y, por supuesto, mediante la guerra, ya fuera en
calidad de rebeldes o corno defensores de la institucionalidad. Las asociaciones
políticas de la época combinaron de manera indistinta todos estos recursos, en
su constante lucha tanto por apoyar sus respectivos bandos políticos corno por
defender los intereses y agendas de sus miembros.
Algunas de las sociedades aquí estudiadas revelan no sólo la riqueza de las
formas de acción política sino también aspectos claves del lenguaje y el discurso
político de la época. Corno en muchas partes de América Latina durante el siglo
XIX, el lenguaje de la política en Colombia giraba fitertemente en torno a los
referentes y figuras del republicanismo liberal, especialmente -al menos en el
campo asociativo-- alrededor de las nociones de soberanía popular y democra-
cia. Las asociaciones se apropiaron de ambas nociones y las convirtieron tanto
en premisas para la acción pública corno en criterios de evaluación y valoración
de gobernantes, autoridades y bandos adversarios. Para estas sociedades, "so-
beranía popular" hacía referencia no sólo a la existencia y firncionamiento de
instancias de consulta, deliberación y representación colectiva, sino también a la
existencia de sujetos políticos individuales, autónomos e independientes, capa-
ces de ejercer por sí mismos su soberanía. De manera análoga, el término "de-
mocracia" parecía revestir tres significados distintos aunque complementarios:
la existencia efectiva de un sistema político electivo y representativo, la apertura
del juego político y su desenvolvimiento en condiciones de relativa igualdad, y
la construcción colectiva de consensos.
Ciertamente, no todas las asociaciones políticas del período revistieron los
atributos "democratizantes" de muchas de las sociedades aquí contempladas, y
la relativa apertura del juego político contrastó no pocas veces con dinámicas y

188
Adrián Alzate

prácticas propiamente anti-democráticas. El panorama asociativo decimonónico


también fue rico en asociaciones y formas de sociabilidad elitista, que a pesar de
su carácter excluyente jugaron también 1m papel importante en la política nacio-
nal. Tal fÍJe el caso, por ejemplo, de las logias masónicas, ampliamente estudia-
das en la obra de Gilberto Loaiza. 87 Del mismo modo, el frecuente recurso a la
violencia, la constante burla a los mecanismos de consulta y elección popular, así
como el arraigado e ineludible monopolio del conflicto político por parte de un
conjunto más o menos limitado de partidos y facciones partidistas, suscitan se-
rios interrogantes en tomo a los verdaderos contornos y contenidos de la demo-
cracia colombiana del período. Estas apreciaciones, empero, no deben desviar la
atención del hecho que en el siglo XIX las reglas y dinámicas del juego político,
a pesar de sus limitaciones, dieron lugar en Colombia a esfuerzos asociativos y
formas de acción pública para las cuales la "democracia" representaba algo más
que un mero recurso discursivo. El caso de La Alianza resulta particularmente
revelador a este respecto, no sólo por su carácter de asociación política popular y
su propósito de crear sujetos políticos soberanos, sino también por su interés en
"vigorizar" la práctica de la democracia mediante el sostenimiento de una for-
ma de asociación y acción colectiva no partidista. En este esfuerzo, la Sociedad
Unión de Artesanos no representó una experiencia aislada o atípica. Esta, más
bien, representó una etapa avanzada de los esfuerzos del artesanado por organi-
zarse colectivamente por nlera de las filiaciones pm1idistas tradicionales, y su
legado habría de sobrevivir en distintas asociaciones populares de la década de
1870. 88 Como formas de acción política popular, muchas de estas asociaciones
aún están a la espera de ser exploradas. La política colombiana, con sus muchos
actores y recursos, sus numerosos conflictos y sus múltiples contradicciones aún
tiene mucho que decir bajo el lente de una historia social de la política que repare
en problemas y fenómenos como los aquí estudiados.

87. Véase, Gilberto Loaiza Cano, Sociabilidad, religión y política, oh. cit., especialmente el
segundo capítulo de la primera parte.
88. David Sowell, The Early Calambian Labar Mavement, ob. cit., pp. 1OO~ t 05.

189
LOS INDÍGENAS DE PASTO Y LA CONSTRUCCIÓN
DEL ESTADO. TIERRAS DE RESGUARDO Y
DISPUTAS LEGALES, 1850-1885

Fernanda Muñoz 1

En este escrito nos proponemos abordar la participación de los indígenas de


Pasto en el proceso de construcción estatal' a partir de las solicitudes legales
que ellos -o sus apoderados- remitieron a las autoridades civiles y/o étnicas
con el objetivo de obtener o defender terrenos de resguardo. Enfatizamos las
dinámicas cotidianas presentes en la vida local y comunal, destacando los con-
flictos en los cuales se vieron involucrados tanto las autoridades estatales como
los indígenas y tratando de visibilizar las alianzas y estrategias que cada actor
social empleó para alcanzar sus objetivos.
Esta indagación en tomo a las rnanifestaciones legales que los indígenas
de Pasto 3 remitieron a las autoridades estatales durante la segunda mitad del

l. Estudiante del Doctorado en Historia (generación 20 15~20 18) del Colegio de México.
2. Algunos autores que han trabajado esta temática son: Nelson Manrique, Campesinado y
nación: las guerrillas indígenas en la guerra con Chile, Centro de investigación y capacitación,
Lima, 1981; Florencia Mallan, Peasant and nation. The making olpostcoloniallvfexico and Peru,
University ofCaliforniaPress, Berkeley, 1995; Peter F. Guardina, Campesinos y política en lafor-
mación del Estado nacional en lvJé}cico: Guerrero, 1800-1857, Instituto de Estudios Parlamenta-
rios Eduardo Neri, México DF, 2001; James Sanders, Contentious Republicans: Popular Politics,
Race, and Class in Nineteenth-Centwy Colombia, Duke University Press, Durham, 2004.
3. Durante la segunda mitad del siglo XIX Pasto usualmente perteneció en ténninos político-
administrativos al Cauca. La República de la Nueva Granada que se formó en el año de 1853
estaba conformada por 36 provincias, entre las cuales se encontraban Pasto y Túquerres. Pos-
teriormente, a la Provincia de Pasto se le incluyó Túquerres y Barbacoas. Luego, la ley del 5 de
junio de 1857 dividió el territorio de la república en Estados y ahí se instituyó el Estado del Canea,

191
Los indígenas de Pasto y la construcción del Estado

siglo XIX retoma los postulados del enfoque denominado de la "formación del
estado'" en cuanto conferimos relevancia a las formas de autoridad y gobierno
y desplazamos la mirada hacia una concepción ampliada de lo político intere-
sada en conocer cómo se gobierna.' En cuanto al análisis de las representacio-
nes nos proponemos prestar atención a la relación entre la política y lo político,
según la propuesta de Pierre Rosanvallon, para quien la política es aquello
que limita y permite en la práctica la realización de lo político. Rosanvallon
designa la política como "el campo inmediato de la competencia partidaria por
el ejercicio del poder, de la acción gubernamental del día a día y de la vida
ordinaria de las instituciones".6 La política, en este caso, hace referencia a las
normas que regulan la posesión de la tierra comunal, mientras que 10 político
abarca la manera como los individuos y gmpos elaboran su comprensión de las
situaciones, de los aspectos que rechazan o incorporan en la formulación de
sus objetivos.' A partir del estudio de las solicitudes, precisamente, es que bus-
caremos identificar los elementos formales -legales- e informales -como
las relaciones de amistad, servidumbre o parentesco- que mediaban en el
conflicto por las tierras de resguardo.
Siguiendo una perspectiva de análisis que aboga por evidenciar la partici-
pación de los sectores populares en la constmcción estatal a partir de la coti-
dianidad, los conflictos y las relaciones tejidas día a día, este trabajo asume una
concepción del Estado más cercana a la vida y a los hombres de carne y hueso.
Se asume que tal constmcción se generó no sólo desde la lógica arriba-abajo,
sino que la experiencia de los grupos no pertenecientes al poder aportó otros

que ahora se componía de las provincias de Buenaventura, Chocó, Pasto, Cauea y Popayán, más
el territorio del Caquetá y los distritos de Huila, lnzá y Paéz. Finalmente, con el establecimiento
de los Estados Unidos de Colombia, se formó el Estado Soberano de! Cauea conformado por 16
municipios -entre estos el de Pasto-, y un territorio -el Caquetá-, subdivididos a su vez en
distritos, aldeas y corregimientos. Rafael Rocha, Estadística de Colombia, Imprenta de Medardo
Rivas, Bogotá, 1876, pp. 3, 49.
4. Los pioneros de esta perspectiva desde la sociología histórica y la ciencia política son,
respectivamente: Philip Corrigan y Derek Sayer, The Great Arch: English State Formation as
Cultural Revolution, Blackwell Publisher, Oxford, 1985; y, Theda Skocpol, Peter Evans y Dietrich
Rueschemeyer, Bringing the State Back in, Cambridge University Press, New York and Cambrid-
ge, 1985.
5. Véase Philip Corrigan, "La formación del estado", prólogo a Aspectos cotidianos de lafor-
mación del estado. La revolución y la negociación del mando en el México moderno, Gilbert M.
Joseph y Daniel Nugent, comps., Ediciones Era, México DF, 2002, p. 25.
6. Pierre Rosanvallon,Por una historia conceptual de lo político, Fondo de Cultura Económi-
ca, Buenos Aires, 2003, pp. 30, 20.
7. Pierre Rosanvallon, Por una historia conceptual, ob. cit., p. 26.

192
Fernando Muñoz

significados y dinámicas políticas a la configuración estata!.' Esta propuesta


no concibe al Estado al nivel teórico del "deber ser" del gobiemo justo,' sino
que su construcción es vista en ténninos de prácticas e instituciones ejercidas
por individuos que no pueden imponer sus proyectos de gobiemo sin que la
sociedad a la que esas políticas afectan directamente ofrezca alguna reacción.'o
Las prácticas y lógicas presentes en la vida local y comunal encuentran,
pues, en las disputas legales el escenario ideal para recrearse, mucho más cuan-
do los pueblos indígenas han tenido una particular inclinación a litigar," de lo
cual los pueblos de Pasto constituyen un ejemplo significativo. A la hora de
defender u obtener un pedazo de terreno comunal ya fuera a título individual
o colectivo, los indígenas estuvieron dispuestos a invertir tiempo y esfuerzos.
Esas solicitudes tienen lugar en un marco especial, como lo es el surgimiento y
consolidación de la experiencia federal neogranadina en la segunda mitad del
siglo XIX, cuando se abogaba por dividir los terrenos comunales e integrar a
los indígenas al Estado-nación bajo la categoría de ciudadanos. 12
Las diferentes representaciones, memoriales o sumarios que los indígenas
o sus apoderados remitieron a las autoridades civiles o étnicas con el propósito
de obtener o defender terrenos de resguardo dejan al descubierto no sólo el uso
y conocimiento de la legislación republicana, sino la capacidad de maniobra
de los indígenas y las autoridades, al igual que las minucias que envolvian las
disputas en la vida cotidiana. Si bien las acciones de hecho fueron relevantes a

8. Romana Falcón, '''Jamás se nos ha oído en justicia ... '. Disputas plebeyas frente al Estado
nacional en la segunda mitad del siglo XIX", en La arquitectura histórica del poder. Naciones,
nacionalismos y estados en América Latina, Antonio Escobar, Romana Falcón y Raymond Buve,
coords., Centro de Estudios y Documentación Latinoamericana, México DF, 2010, pp. 255-256.
9. Norberto Bobbio y Michelangelo Bovero, Sociedad y Estado en lafilosofia política mo-
derna. El modelo iusnaturalista y el modelo hegeliuno-marxiano, Fondo de Cultura Económica,
México DF, 1986, p. 58.
10. Antonio Escobar, Romana Falcón y Raymond Buve, "El espejismo del Estado y la negocia-
ción fina y cotidiana", introducción a La arquitectura histórica del poder, ob. cit., p. 16.
11. Apreciación tomada de Robert J. Knowlton, "La división de las tierras de los pueblos du-
rante el siglo XIX: el caso de Michoacán", en Problemas agrarios y propiedad en Nféxico. siglos
XVIII y XIX, Margarita Menegus, comp., El Colegio de México, México DF, 1995, p, 122.
12. El proceso de homogenización que se emprendió con la construcción de los Estados-nación
fue un proyecto en el que estuvieron involucradas todas las naciones modernas durante el siglo
XIX, de manera que no sólo fue una experiencia latinoamericana. Para el caso colombiano y de
América Latina véase Jairo Gutiérrez, "El proyecto de incorporación de los indios a la Nueva Gra-
nada (1810-1850)", Anuario de Historia Social y de las Fronteras, n° 6, 2001, pp. 203~222; Leticia
Reina, coord" La reindianización de América, Siglo XIX, Siglo XXI Editores, México DF, J 997;
Antonio Escobar, Romana Falcón y Raymond Buve, coords., La arquitectura histórica del poder,
ob. cit.; Iván Jaksic y Eduardo Posada Carbó, eds., Liberalismo y poda Latinoamérica en el siglo
XIX, Fondo de Cultura Económica, Santiago de Chile, 2011.

193
Los indígenas de Posta y la construcción del Estado

la hora de defender intereses, las acciones de derecho también constituyen una


muestra significativa de la forma corno dichos actores se integraron al proce-
so de construcción estatal. Corno bien 10 señala Nicola Miller, para asegurar
sus derechos, corno la propiedad de la tierra o la preservación de sus propias
prácticas culturales, los sectores populares estuvieron dispuestos a integrarse
o a trabajar con el Estado-nación a través del uso de los tribunales. 13 Así pues,
los indígenas en el caso que nos ocupa, ya fuese negociando o protestando, se
involucraron en los proyectos de construcción estatal.
En la primera parte esbozaremos algunos hechos significativos que per-
miten destacar la capacidad de acción de la población indígena del Estado del
Cauca durante el siglo XIX. Esto con el propósito de insertar a los indígenas
pastusos en un marco mayor que permita comprender la relación que existió
entre el conflicto partidista, las disposiciones legales del Estado caucano y el
uso que los indígenas hicieron de estas. La segunda parte se concentra en las
disputas legales, y muestra cómo la repartición de terrenos comunales a títu-
lo individual implicó una confluencia de conflictos entre las normas emitidas
por los gobernadores civiles y las autoridades indígenas, y los inconformes
con aquellas decisiones. De ahí germinan detalles del conflicto, salen a luz
vínculos familiares, de servidumbre y simpatía; la minucia de la vida local y
comunal se muestra corno una realidad compleja que permite apreciar el uso
que los indígenas hicieron de la ley; representa su capacidad de acción, su rol
activo para que la mediación de las autoridades favoreciera sus reclamos. Este
apartado mostrará cómo por medio de las representaciones de los indígenas o
sus apoderados, esta población estuvo dispuesta a reconocer la autoridad y las
normas del Estado corno un recurso necesario a la hora de defender y obtener
terrenos de resguardo, involucrándose de esa manera en la construcción estatal.

Accionar indígena, legislación y propiedad comunal


Desde la colonia tardía y hasta el siglo XX los indígenas de Pasto estuvieron
dispuestos a manifestar su posición respecto a las situaciones que los afecta-
ban. I ' A comienzos del siglo XIX su actitud hostil hacia el régimen republicano

13. Nicola Miller, "The historiography ofnationalism and national identity in LatinAmerica",
Na/ians and Nationalism, vol. 12, nO 2, 2006, p. 211.
14. Los cumbales, por ejemplo, se organizaron para recuperar ~por vías de hech()-----las pro-
piedades de resguardo que a causa del terremoto de 1923 habían sido usurpadas por mestizos, y así
en 1975 recuperaron una propiedad. Véase Joanne Rappaport, "La recuperación de la historia en el
gran Cumbal", Revista de Antropología, nO 3, 1987, p. 6.

194
Fernanda Muñoz

muestra cómo defendieron-por la vía del enfrentamiento armado-- un modo


de vida que les garantizaba "los mecanismos adecuados para la producción y
reproducción material y simbólica".15 Pero mucho antes, al menos desde 1656,
dicha población había emprendido acciones para solicitar tierras que estaban
en mmIOS de españoles. El viaje que efectuaron a Quito los caciques de Cum-
bal, Muellamués y Guachucal, J6 constituye un ejemplo de su actitud diligente
a la hora de reclamar sus tierras.
Otra muestra de esa actitud fue su reacción a la expedición de una ley de
junio de 1834 que estipulaba el repartimiento de los resguardos, ante la cual
la provincia de Pasto -al igual que la de Cartagena, Riohacha y Neiva-, so-
licitó y obtuvo la suspensión del repartimiento. Para pedir la suspensión de la
distribución de los resguardos en los cantones de Pasto y Túquerres, los miem-
bros de la Cámara Provincial de Pasto argumentaron la "pequeñez de dichos
resguardos", el "desfalco que causaría en ellos la operación de su mensura
y distribución", las "grandes dificultades que la embarazarían" y, fundamen-
talmente, "la repugnancia manifiesta de la generalidad de los interesados"I7
Aquella solicitud asi como la suspensión del repartimiento estuvieron enmar-
cadas en el (,ltimo artículo de dicha ley, que daba capacidad al poder ejecutivo
para suspender la distribución en los lugares que considerase conveniente I8
De manera que si la política del gobierno nacional se orientaba a distribuir los
resguardos, los funcionarios públicos tenían claro que sus disposiciones no
eran fácilmente materializables, y por ello dejaron un margen de acción para
que las poblaciones indígenas que se consideraran afectadas pudieran hacer
valer su posición, y así lo hicieron los habitantes de los cantones de Pasto y
Túquerres. J9

15. 1airo Gutiérrez, Los indios de Pasto contra la República (1809-1824). Las rebeliones anti-
rrepublicanas de los indios de Pasto durante la guerra de independencia, ICANH, Bogotá, 2012,
p.32.
16. Jairo Gutiérrez, "Acción política y redes de solidaridad étnica entre los indios de Pasto en
tiempos de la Tndependencia", Historia Crítica, n° 33, 2007, pp. 18-19.
17. Decreto de 29 de diciembre de 1837 "suspendiendo el repartimiento de los resguardos de
indíjenas de los cantones de Pasto i Túquerres", en "Parte oficial. Decretos del poder ejecutivo",
Gaceta de la Nueva Granada, n° 330, enero 7 de 1838, Bogotá.
18. "Lei 3. Junio 2 de 1834. Adicional á las leyes sobre repartimiento de los resguardos de
indijenas", en Lino de Pamba, Recopilación de leyes de la Nueva Granada. Imprenta de Zoilo
Salazar, Bogotá, 1845. pp. 101··102.
19. Caso contrario aconteció en la Provincia de Bogotá donde si se ingresó en el proceso de
división de los resguardos desde la primera mitad del siglo XIX. Véase, por ejemplo, Lina del
Castillo, '''Prefiriendo siempre á los agrimensores científicos'. Discriminación en la medición y el
reparto de resguardos indígenas en el altiplano cundiboyacense, 182l-1854", Historia Crítica, n°
32,julio-diciembre de 2006, pp. 68-93.

195
Los indígenas de Posta y lo construcción del Estado

Ahora bien, es necesario indicar que los pueblos indígenas no reaccionaron


de manera uniforme en defensa de la propiedad y los recursos comunales. In-
vestigadores de México, el Salvador y los Andes orientales colombianos mues-
tran que no todas las comunidades indígenas se opusieron a la privatización y
que algunos sectores de la población indígena "estuvieron a su favor y se be-
neficiaron al comprar tierras a sus vecinos".20 A este respecto las solicitudes de
miembros indígenas del Cabildo de La Montaña (Riosucio) en las décadas de
1850 y 1860 para que los resguardos fueran disueltos, constituyen un ejemplo
relevante .'1 Nancy Appelbaum muestra cómo los indígenas de La Montaña no
estaban preocupados exclusivamente por la tierra, y ello encuentra explicación
en las dinámicas locales. Por ejemplo, una petición de 1857 que abogaba por
la privatización de los resguardos formaba parte de una lucha entre los pueblos
de Toro, Riosucio y Supía por la supremacía y el estatus de cabecera. Appe l-
baum plantea que los indígenas de La Montaña estaban buscando un poder e
importancia cuyo a\cance iba más allá de las exclusivas preocupaciones por
preservar el resguardo. Según ella, tal actitud se explicaría también porque los
indígenas de Riosucio y Supía no se describieron a sí mismos como parte de
una comunidad étnica mayor sino que negociaron y pelearon para proteger su
parcialidad, distrito y facción política partidista, más que para defender una
identidad étnica trascendente." Parece ser que el factor aglutinante de las re-
acciones de las poblaciones indígenas fue la relación entre tierra e identidad,
puesto que la defensa o la despreocupación por los resguardos dependió de
considerarse o no como indígenas pertenecientes a una comunidad étnica.
Al avanzar la segunda mitad del siglo XIX, el gobierno nacional continuó
el proyecto de erigir una república homogénea. Bajo los supuestos de la liber-
tad individual y el progreso buscó hacer del "indio" un ciudadano, es decir, un
individuo libre, propietario e ilustrado. El nuevo orden que surge con la revo-
lución de 1810 había colocado como fundamento al individuo - con derechos
y deberes-, el cual sería el pilar de la sociedad, y cuyo desenvolvimiento per-
mitiría alcanzar el tan anhelado progreso. Así, los postulados del liberalismo,
no sólo en términos políticos y sociales sino también económicos, hicieron
alzar la bandera de la liberalización de la propiedad, de lo cual se seguía la su-

20. Nancy Appelbaum, Dos plazas y una nación: raza y colonización en RioSlICio, Caldas,
(1846-1948), ICANH I Universidad de los Andes I Universidad del Rosario, Bogotá, 2007, p. 108.
En México, la defensa de la tierra comunal tampoco fue generalizada: Margarita Menegus, "Oco-
yoacac: una comunidad agraria en el siglo XIX", en Problemas agrarios y propiedad en Jvféxico,
siglos XVIII y XIX, ab. cit. , p. 151.
21 . Nancy Appelbaum, Dos plazas y una nación, ob. cit., p. 143.
22 . Nancy Appelbaum, Dos plazas y una nación, ob. cit., pp. 146~ 161.

196
Fernando Muñoz

presión de las instituciones que obstaculizaran la libre circulación de la tierra y


el trabajo, entre estas, el resguardo. Desde esta perspectiva, los indigenas que
vivian en tierras comunales debian convertirse en propietarios individuales y
abandonar su identidad étnica.
Ante aquella politica, cuál fue la actitud del gobierno estatal y local, y cuál
la manera como la población indigena de Pasto respondió a las disposiciones
gubernamentales? Como se mencionó anteriormente, en términos politico-ad-
ministrativos Pasto formaba parte de Estado del Cauca, zona donde la pobla-
ción se ha mostrado activa y atenta a responder e inlegrarse a las dinámicas
políticas nacionales y regionales. En un estudio pionero acerca de la participa-
ción de los sectores populares caucanos en la construcción del Estado, James
Sanders muestra cómo a través de peticiones, exigencias y presión politica, los
afrocolombianos, los indigenas y los inmigrantes antioqueños participaron en
la construcción estatal colombiana responsabilizando al Estado e involucrán-
dolo en sus conflictos, y por ende a sus representantes." El autor señala que
el principal objetivo político de la población indigena fue proteger las tierras
comunales - y su modo de vida- para que no se transformaran en propiedad
privada."
Insertos en este contexto, los indigenas de Pasto muestran un carácter ac-
tivo a la hora de defender la tierra que poseian, y es precisamente por esa
capacidad de acción y por su papel en las luchas partidistas que la politica del
gobiemo caucano no fue tan agresiva respecto a la propiedad comunal. El Es-
tado confederado del Cauca expidió la Ley 90 de 1859, la cual marca un prece-
dente en la legislación sobre terrenos de resguardo, pues mientras el gobierno
nacional buscaba individualizar la propiedad colectiva, dicha ley propugnaba
por mantener comunalmente los terrenos de resguardo." A qué se debió la ex-
pedición de dicha ley?
A principios de la década de 1850 el gobiemo nacional, adscrito al partido
liberal, cedió a las provincias la facultad de determinar el futuro de los resguar-
dos, delegando asi la cu estión a los legisladores estatales. La politica nacional
de dividir los resguardos condujo a que las comunidades indigenas del Cauca
-con algunas excepciones- volcaran en las guerras civiles de 1851 y 1854 su
apoyo hacia los conservadores, partido que en general simpatizaba con la exis-
tencia de cuerpos corporativos dentro de la nación, entre estos, las comunida-

23. James Sanders, Contenfiol/s Republicans, ob. cit., p. 193.


24. James Sanders, Contentiol/s Repub/;cans, ob. cit., p. 33.
25. "Lei No. 90 (de 19 de octubre de 1859), sobre protección de indíjenas", Rejistro Oficial,
octubre 25 de 1879, Popayán, pp. 2-3.

197
Los indígenas de Pasto y la construcción del Estado

des indígenas." La Constitución liberal de 1853 había garantizado el voto a to-


dos los hombres adultos, había consignado los principios de libertad individual
e inviolabilidad de la propiedad" -entre otros-, había estipulado que cada
provincia se reservaba el poder municipal," pero los indígenas mantuvieron su
cercanía con los conservadores, a quienes apoyaron en las urnas, garantizán-
doles la victoria en el sur del Cauca. En medio de tal dinámica, y en ese mismo
año de 1853, la Asamblea Municipal de TúqueITes y su gobernador, aprobaron
una ley que pe1Tllitía la existencia indefinida de los resguardos, a menos que los
mismos indígenas dispusieran algo diferente. 29 Autoridades gubernamentales e
indígenas concordaban, pues, en mantener la propiedad comunal.
El enfrentamiento partidista, por lo tanto, constituyó el escenario propi-
cio para que los indígenas incidieran en las políticas gubernamentales, como
lo confirman ciertos hechos. Las políticas nacionales que por inte1Tlledio de
gobernadores liberales buscaban dividir los terrenos de resguardo, dibujaron
la imagen de un gobierno liberal que buscaba eliminar la tenencia de la pro-
piedad comunal, mientras que los conservadores -específicamente en la zona
del actual suroccidente colombiano- se mostraron como protectores de los
resguardos. Este retrato, no obstante, se iría desdibujando. En 1859 el antiguo
conservador Tomás Cipriano de Mosquera planeó una revolución contra el go-
bierno nacional, que estaba en manos de los conservadores, y con el objetivo
de ganar adeptos indígenas a la causa liberal se aprovechó de la debilidad en
que se basaba el vínculo entre conservadores e indígenas. 30 Mosquera obtuvo

26. James Sanders, "Pertenecer a la gran familia granadina. Lucha partidista y construcción de
la identidad indígena y política en el Cauea, Colombia, 1849-1890", Revista de Estudios Sociales,
n" 26, 2006, pp. 36-37.
27. Constitución política de la Nueva Granada, sancionada el año de 1853, Imprenta de Eche-
verría Hermanos, Bogotá, 1853, pp. 4-5.
28. Constitución política de la Nueva Granada, sancionada el año de 1853, ob. cit., p. 9.
29. James Sanders, "Pertenecer a la gran familia granadina", arto cit., p. 38.
30. Los conservadores estuvieron en el poder nacional desde 1855, cuando tras la guerra contra
el general Melo se retomó a la nonnalidad política y se posesionó a Manuel María Mallarino como
presidente de la República. En las elecciones de 1856, en contra de la candidatura del General
Mosquera, quien representaba al Pmtido Nacional-producto de una alianza entre liberales y con-
servadores-, un conservador intransigente, Mariano Ospina Rodríguez, ganó las elecciones presi-
denciales. Tras las desavenencias con el gobierno de Ospina, Mosquera y los liberales se acercaron
dando lugar a la aprobación de un sistema federal, alianza que se extenderá hasta la guerra civil de
1860-1862, y el triunfo de Mosquera sobre los conservadores. Véase respectivamente, María Tere-
sa Uribe y Liliana María López, Las palabras de la guerra. Un estudio sobre las memorias de las
guerras civiles en Colombia, La Carreta J Instituto de Estudios Políticos Universidad de Antioquia,
Medellín, 2010, p. 205; y, Alonso Valencia, "La guerra de 1851 en el Cauca", en lvfemorias de la
JJ cátedra anual de Historia Ernesto Restrepo Tirado: las guerras civiles de 1830 y su proyección
en el siglo xx, Museo Nacional de Colombia, Bogotá, 2001, pp. 86, 94-102.

198
Fernanda Muñoz

efectivamente el apoyo indígena de la región caucana,3I y uno de los recursos


para ello fhe expedir la Ley 90 de 1859. Es de observar, por lo tanto, que dicha
norma, que mantuvo comunalmente los terrenos de resguardo en el Estado
confederado del Cauca, nació en el marco del enfrentamiento partidista, cir-
cunstancia de la cual tanto la dirigencia política como los indígenas supieron
beneficiarse.
Las guerras, que conllevaron el posicionamiento de un partido en el go-
bierno, acarrearon la necesidad de ganar adeptos. Bajo la premisa de obtener
recompensas, y conscientes de su potencial político, los indígenas caucanos
participaron también en dichos conflictos. Así por ejemplo, su alistamiento en
las tropas de la causa federal en la revolución de 1861 fue la razón por la que
el gobierno general de Tomás Cipriano de Mosquera, nuevamente, concedió
a los indígenas de Pitayó y Jambaló las tierras ubicadas entre ambos lugares,
territorios que se hallaban en disputa con el conservador Julio Arboleda. 32 Así,
teniendo en cuenta los servicios prestados a la causa federal, el gobernante
caucano legisló a favor de la población indígena, situación que permite obser-
var no sólo la manera en que los indígenas supieron aprovechar los márgenes
de acción que la coyuntura política ofrecía, sino también su papel activo en los
procesos que supusieron la construcción del Estado.
Los esfuerzos de los indígenas pastusos por mantener sus tierras de res-
guardo durante la colonia tardía y a lo largo del siglo XIX rindieron sus frutos.
En 1871 el Distrito de Pasto tenía 17 resguardos,33 y a principios del siglo XX
el conjunto del departamento de Nariño llegó al número de 88." A medida
que transcurrieron los años, no obstante, esta sihmción cambió, de manera que
para la década de 1940 prácticamente todos los resguardos de la antigua j uris-
dicción de la ciudad de Pasto -quillasingas-- se hallaban extinguidos, y lo
mismo había pasado con 24 de la jurisdicción de Los Pastos."
La capacidad de acción de la población indígena así como las medidas
gubernamentales permitieron que durante el siglo XIX en el Distrito de Pas-

31. James Sanders, "Pertenecer a [a gran familia granadina", arto cit., p. 38.
32. Se alude al decreto del 30 de enero de J 863. Véase Roque Roldan, comp., Fuero indígena
colombiano: normas nacionales, regionales e internacionales, jurisprudencia, conceptos adminis-
trativos y pensamiento jurídico indigena, Presidencia de la República, Bogotá, 1990, pp. 34-36.
33. Cifra extraída del acta de visitas efectuadas en el Distrito de Pasto en el año de 1871. Véase
"Libro de actas de las visitas hechas en los pueblos correspondientes al Distrito de Pasto, abie110
hoy 24 de julio del año de 1871 ", Pasto, 1871, en Archivo Histórico de Pasto (en adelante AHP),
Fondo Cabildo de Pasto, Sección República, caja 52, años 1870-1871, libro 3, ff. 1r-13rv.
34. Luis Ospina, Industria y protección en Colombia, 1810-1930, 2a ed., Editorial La Oveja
Negra. Bogotá. 1974, p. 42.
35. Jairo Gutiérrez, "Acción política y redes de solidaridad", arto cit., p. 19.

199
Los indígenas de Pasto y la construcción del Estado

to se mantuviera la propiedad comunal. Dicha capacidad de acción se refleja


inexorablemente en los conflictos judiciales, así que ahora pasaremos a mostrar
la manera en que estos actores usaron los marcos normativos y solicitaron la
intervención de la autoridad con el propósito de solucionar las querellas que en-
trañaron la obtención o defensa de terrenos de resguardo -a título individual-,
al igual que evidenciará cómo a la hora de expedir resoluciones, los goberna-
dores locales y étnicos hicieron uso del poder que sus cargos les conferían, sin
dejar de lado la capacidad de maniobra de quienes se vieron afectados por sus
detenninaciones.

Devenir del conflicto


Antes de mostrar las disputas legales es necesario precisar que los conflictos ob-
jeto de interés en este apartado involucran la repartición de terrenos de resguar-
do a título individual entre los mismos indígenas, cuya propiedad seguía siendo
comunal. Esto pareciera no tener sentido, pero se explica teniendo en cuenta
una ordenanza provincial expedida por la legislatura de Pasto cuatro años antes
de la aprobación de la Ley 90 de 1859. El artículo primero de dicha ordenan-
za estipulaba que los terrenos de resguardo seguían manteniéndose en común,
mientras que los artículos segundo y tercero otorgaban tierra a indígenas que no
la tuvieran dentro de los límites del resguardo, bien fuera repartiendo terrenos
desocupados o segregando lo necesario de los demás.'" Justamente cuando se
trataba de esta última situación, devenían las querellas.
Ahora bien, los conflictos en torno a la repartición de terrenos comunales a
título individual denotan una característica relevante en cuanto a las partes que
-de acuerdo a la legislación hispánica- componían el resguardo, lo cual es
menester explicitar. En la Nueva Granada durante la época colonial el régimen
de resguardos estuvo estmcturado conforme a las Reales Cédulas de noviembre
de 1591. En aquella fecha los oidores-visitadores quedaron facultados para vin-
cular a cada pueblo congregado una porción de tierras comunales inalienables
que se diferenciaban en tres partes: la primera correspondía explícitamente al
resguardo que se dividía y entregaba a los tributarios para el sostenimiento de
sí mismos y el de sus familias; la segunda parte era la tierra de labranza que
los pobladores debían trabajar anualmente por rotación obligatoria y con cuyo
producto se debía solventar el pago del tributo y las necesidades comunitarias
-tales como mantener el hospital, ayudar a viudas y huérfanos, sostener el

36. "Ordenanza No. 7 expedida por la legislatura provincial de Pasto", Pasto, octubre 15 de
1855, enAHP, Fondo Cabildo de Pasto, Sección República, caja 31, 1. 2, f. 16rv.

200
Fernanda Muñoz

culto--; y la tercera parte era la tierra de pastos, que se destinaba a la cría de


ganado y al abastecimiento de leña y madera. 37 De manera que si el uso de la
palabra resguardo se generalizó durante esta época para designar el globo de
tierras comunales correspondientes a un pueblo de indios, este término incluía
tres tipos diferentes de tierra. En este escrito, por lo tanto, la defensa y solicitud
de porciones de tierras comunales corresponde a la parte del resguardo, es decir,
a los terrenos que se entregaban a los indígenas para su sostenimiento y el de
sus familias, de ahí que se señale que los conflictos involucraron la repartición
de terrenos de resguardo a título individual dentro de los límites de la propiedad
com1ma!.
Por último, es necesario hacer una acotación respecto a la posiciónjerárqui-
ca de las autoridades. De mayor a menor, el jefe municipal de Pasto era la auto-
ridad superior, de ahí le seguía el alcalde distrital, después -cuando existía- el
corregidor de distrito, y por último se ubica el pequeño cabildo de indígenas.
Generalmente, este "pequeño cabildo" -como se lo denominaba en la época-
estaba conformado por un alcalde mayor y un alcalde segundo; también tenía
1m regidor mayor, un regidor segundo y tercero, además de un alguacil primero
y segundo, y un fiscal. La ubicación en el último lugar del Cabildo indígena
no representa un papel secundario en el proceso de repartición y división de
los terrenos comunales. Por el contrario, esta era la corporación encargada de
efectuar el proceso, que después debía ser aprobado por el alcalde distrita!. Fi-
nalmente, cuando no había un acuerdo entre las decisiones del alcalde distrital
y los miembros del Cabildo, el jefe municipal era la última instancia local a que
podía acudirse para resolver los conflictos. Esta es la escala de autoridad que se
reflejará en los siguientes casos judiciales.

Indígenas, pleitos y autoridades civiles


La participación de los indígenas de Pasto en el proceso de construcción estatal
tuvo dos escenarios. El primero corresponde al ámbito de la política, es decir, las
estrategias gubernameutales que se materializan en la expedición de leyes rela-
tivas a los terrenos de resguardo. El segundo en el campo de lo político, donde
se juega la manera como los indígenas y las autoridades asumieron dicha legis-
lación y le confirieron un significado que justificara sus acciones. Ahora mos-
traremos cómo se entrecruzaron estos dos escenarios en los conflictos locales.

37. Fernando Humberto Mayorga y Mónica Patricia Martini, "Los derechos de los pueblos
originarios sobre sus tierras de comunidad: del Nuevo Reino de Granada a la República de Colom-
bia", en Un gil/dice e due leggi. PluraUsmo normativo e conftitti agror! in Sud América, Mario G.
Losana, dir., Giuffre, Milán, 2004, pp. 35-75.

201
Los indígenas de Pasto y la construcción del Estado

Los conflictos que se experimentaron en las diferentes parcialidades indí-


genas del municipio de Pasto usualmente muestran la divergencia que existía
entre las resoluciones de los alcaldes distritales y la reacción de los indígenas
inconformes con tales decisiones. Cuando las respuestas de las autoridades
locales no correspondieron con las aspiraciones de los solicitantes, estos acu-
dieron a lma autoridad superior -el jefe municipal- y se basaron en la ley
para argumentar la legitimidad de sus peticiones.
Una comunicación de Juan Ynsadoran, indígena de la parcialidad de
Jamondino," evidencia este proceder. La representación enviada al jefe mu-
nicipal buscaba dejar claro que el alcalde distrital, sin el consentimiento del
pequeño cabildo, lo había despojado de su pedazo de tierra. 39 Con el propósito
de recuperar su terreno, este indígena acudió ala Ley 90 de 1859, argumen-
tando que esta le concedía a cada indígena el derecho a una porción del res-
guardo. Su decisión de ampararse en la legislación no era una cuestión menor,
puesto que este acto implicaba, antes que nada, reconocer la validez de la ley,
reconocimiento que sólo se lograba con el uso que los actores hacían de ella.
Esto, precisamente, es lo que se infiere del testimonio de Ynsandoran pues
señalaba que aunque era verdad que se habían expedido varias leyes relativas
a la división de los resguardos, "era innegable que aquellas leyes no regían en
las respectivas parcialidades, por no haber hecho uso de ellas".'" De esta ma-
nera, se puede verificar que la expedición de leyes por parte del gobierno no
garantizaba necesariamente que las parcialidades indígenas las reconocieran;
más bien, era el uso que los indígenas hacían de ellas lo que las validaba. Así,
más que la ley misma, eran los sujetos y el uso que hacían de esta, el acto que
las legitimaba dentro de sus territorios.
En el relato de Ynsandoran se aprecia, sin embargo, que pese a señalar que
las diferentes leyes sobre la división de resguardos no imperaban en las par-
cialidades indígenas, su argumentación buscaba dejar claro que él sí se acogía
a la normativa, pues las disposiciones en las cuales se amparaba aún seguían
vigentes. Con el propósito de justificar la intervención del jefe municipal, este
indígena volvió a ampararse en la Ley 90, específicamente en el artículo 6, que
disponía que:

38. Jamondino era una parcialidad indígena correspondiente al Distrito de Pasto, cuya entidad
mayor era el Municipio de Pasto. Información tomada del "Libro de actas de las visitas hechas en
los pueblos correspondientes al Distrito de Pasto", Pasto, 1871, en AHP, Fondo Cabildo de Pasto,
Sección República, caja 52, libro 3, f. 5rv.
39. Espediente de Juan Ynsandoran de terrenos de resguardos, 1876", Pasto, abril 20 de 1876,
en AHP, Fondo Provincia de Pasto, Serie Correspondencia, caja 24, f.3r.
40. "Espediente de Juan Ynsandoran de terrenos de resguardos, 1876", Pasto, abril 20 de 1876,
en AHP, Fondo Provincia de Pasto, Serie Correspondencia, caja 24, f. 3v.

202
Fernando Muñoz

"Cuando algun indíjena fuere escluido del goce de los terrenos de la


parcialidad, puede ocurrir ante el Alcalde del distrito para que le prote-
ja; i si este no lo hiciere, ante el Jefe municipal respectivo, i las resolu-
ciones que recayeren se llevarán a efecto sin perjuicio de los recursos
judiciales que esta lei concede",41

Almque para el año de 1876 regía otra ley que estipulaba la división de los
resguardos, sus disposiciones no contrariaban los artículos citados por Ynsan-
doran." Ahora bien, además de acogerse a las disposiciones de la Ley 90, este
indígena invocó el deber que tenía la autoridad de hacer respetar la propiedad,
de manera que al final de su representación no sólo manifestó su esperanza de
que el jefe municipal le devolviera el terreno sino que pidió que amonestara
a los alcaldes para que se abstuvieran de "cometer actos atentatorios de la
propiedad"."
Los argumentos expuestos por este indígena permiten apreciar que la peti-
ción encaminada a recuperar su terreno, además de insertarse en el marco legal
caucano también era justificada por el principio liberal que abogaba por la de-
fensa de la propiedad. Si bien los principios liberales se basaban en la protec-
ción de la propiedad individual, este indígena resignificó dicho principio con
el objetivo de obtener la restitución de un pedazo de terreno ubicado dentro de
la propiedad comunal. Señalar el mal proceder del alcalde distrital, ampararse
en la Ley 90 y resignificar el principio de protección de la propiedad, fueron
las estrategias que este indígena empleó para obtener una respuesta favorable
del jefe municipal.
En los años 1881 y 1884 la Ley 90 continuaba siendo la normativa a la
cual se acogían tanto indígenas como autoridades. Al momento de reclamar la
devolución de un terreno, el solicitante o su apoderado acudían a las disposi-
ciones de esta ley, e igualmente, a la hora de emitir sus fallos, las autoridades
locales se basaban en los preceptos establecidos en dicha ley. La norma en la
que sustentaron sus argumentos seguía vigente? O, ambos actores sociales la
usaron según su conveniencia? La litis iniciada en 1881 entre los indígenas
Francisco Montilla y Benito Paguatián muestra el uso que estos y las autori-
dades locales le dieron a la normativa. El pleito surgió debido a la venta de un
terreno que el hijo del primero efectuó a Paguatián. Para solicitar la restitución
del terreno, el apoderado de Montilla apeló a un artículo de la Ley 90 de 1859,

41. "Lei No. 90 (de 19 de octobre de 1859)", p. 2.


42. Véase "Lei Número 47 (de 23 de septiembre de 1875). Sobre administración y división de
los resguardos indUenas", Rejistro Oficial, septiembre 29 de 1875, Popayán, p. 2.
43. "Espediente de Juan Ynsandoran de terrenos de resguardos, 1876", Pasto, abril 20 de t 876,
en AHP, Fondo Provincia de Pasto, Serie Correspondencia, caja 24, f. 3v,

203
Los indígenas de Pasto y la construcción del Estado

según el cual el Cabildo debía impedir "que ningun indíjena, venda, arriende
o hipoteque porcion alguna del resguardo"." Basándose en este argumento,
tanto el alcalde del distrito como el jefe municipal declararon nula la compra y
devolvieron el terreno a su antiguo poseedor." Fue adecuado el uso que hicie-
ron de la ley? En asuntos de terrenos de resguardo, para el año de 1881 regía
la Ley 41 de 1879 cuyas disposiciones impedían la venta de tierras comunales.
Uno de los aspectos que había tenido en cuenta el gobierno para expedir esa
ley había sido evitar que se despojara a los indígenas "so pretesto de compras
o arrendamientos". Si bien esta ley, a diferencia de la Ley 90, no prohibía la di-
visión de los resguardos, sí impedía su venta. Y como el artículo 11 estipulaba
que se mantenía vigente la Ley 90 en todos los aspectos que no se opusieran
a la nueva,46 efectivamente, tanto el apoderado como las autoridades locales,
usaron adecuadamente la normativa.
Ahora bien, las resoluciones de las autoridades civiles no implicaban ne-
cesariamente que los conflictos se solucionaran. El cambio de funcionarios
podía involucrar una re apertura de las disputas y la visibilización de elementos
por fuera del marco legal que también intervenían en los litigios. El conflicto
entre los indígenas Francisco Montilla y Benito Paguatián refleja esta situa-
ción. Tres años después del fallo de la autoridad municipal que había declarado
nula la compra y devuelto el terreno al antiguo poseedor, nuevamente, Fran-
cisco Montilla solicitó la restitución del terreno. Esta vez la argumentación de
su apoderado se concentró en resaltar los agravios que el Juez distrital había
cometido contra las disposiciones legislativas y el abuso de autoridad. Este
funcionario, "atribuyéndose facultades que no le correspondían", obligó a su
representado a vender el terreno y la arboleda frutal, "ultraj ando" así la norma-
tiva que prohibía su venta. Al otorgarle el terreno a Paguatián, esta autoridad
judicial no sólo había desobedecido las órdenes de los funcionarios superiores
-del jefe municipal de 1881-, sino que además, había ejercido una función
cuya potestad recaía en el pequeño cabildo. Con el propósito de reforzar su
argumentación, el apoderado de Montilla también expuso razones por fuera

44. "Lei No. 90 (de 19 de octubre de 1859)", p. 2. En 1881 si bien en materia de resguardos
regía la Ley 41 de 1879, que establecía la división de los terrenos comunales, la prohibición de su
venta seguía vigente, de acuerdo a lo señalado por la Ley 90. Aquella ley de 1879 en: "Lei Número
41 (de 4 de octubre de 1879), sobre protección de indíjenas", Rejistro Oficial, octubre 2S de 1879,
Popayán, pp. 1-2.
45. "Legajo N° 36. Reclamo de un pedazo de terreno denominado Caracha, propuesto por Ma-
nuel R. Delgado apoderado del indígena Francisco Montilla en el DttO de Buesaco. Año de 1884",
Pasto, junio 13 de 1881, en AHP, Fondo Provincia de Pasto, serie cOlTespondencia, caja 34, f. Ir.
46. "Lei Número 41 (de 4 de octubre de 1879), sobre protección de indijenas", Rejistro Oficial,
octubre 25 de 1879, Popayán, pp. 1-2.

204
Fernanda Muñoz

del marco legal. Señaló aspectos relacionados con la moralidad y el deber ser
de las autoridades. Según él, el proceder del funcionario cuestionado que había
introducido la "desmoralización" no se comparaba con el actuar del antiguo al-
calde distrital, el "muy honorable y honrado ciudadano Sr. Manuel Zambrano",
de quien no se tenía queja por sus procedimientos. 47
Para recuperar el terreno, el apoderado de Montilla recurrió tanto a argu-
mentos elementos legales como al cuestionamiento de los procedimientos por
parte de las autoridades civiles de 1884, tales como la falta de respeto a la ley,
el ejercicio de funciones que no les correspondian y la inmoralidad. El alcalde
o el juez. distrital" actuaron por fuera del marco legislativo o abusaron de su
poder como autoridades? O bien, tales apreciaciones sólo constituían una in-
vención del apoderado? La inexistencia de una constancia documentada del fa-
llo contra el indígena Montilla indicaría que la resolución de las autoridades no
se había ajustado a los procedimientos nonnativos. Según el alcalde distrital,
no había constancia escrita del conflicto debido a que los litigantes, "parecio
se arreglaron amigablemente". La única prueba que existía era un recibo en
el cual se evidenciaba que Montilla había vendido a Paguatián una arboleda
frutal. Tal comprobante constituyó la base para que tanto el juez distrital como
el Cabildo aprobaran la venta y posesionaran al comprador."
A pesar de la falta de una constancia escrita del fallo, las autoridades otor-
garon el terreno a Paguatián. No se sabrá con certeza si efectivamente los im-
plicados en el conflicto se arreglaron amistosamente. No obstante, el acta de
posesión aclaraba Lm aspecto relevante: se vendían los sembrados, mas no el
terreno. Y a pesar de este hecho, el pequeño cabildo, asociado del alcalde, el
procurador y el secretario, le adjudicaron el terreno al comprador. 50 Al parecer
tales autoridades -tanto civiles como indígenas- no se ajustaron al marco
legal para otorgar un terreno, sino que su proceder se basó en otras conside-
raciones. Cuáles? Según el apoderado, era usual que los alcaldes distritales
cometieran abusos, "quitando injustamente a los que no son de su gremio y
dando al que se le antoja con tal de que les preparen y los festejen con un poco
de chicha ... ".51 En este caso, entonces, los nmcionarios más que apegarse a la

47. "Legajo N° 36. Reclamo de un pedazo de terreno denominado Caracho", Pasto, abril 25 de
1884, en AHP, Fondo Provincia de Pasto, serie correspondencia, caja 34,1'. 4rv.
48. En la documentación se habla indistintamente del alcalde distrital y del juez del distrito.
49. "Legajo N° 36. Reclamo de un pedazo de terreno denominado Caracho", Buesaco, mayo 6
de 1884, en AHP, Fondo Provincia de Pasto, serie correspondencia, caja 34, ff. 7v-8rv.
50. "Legajo N° 36. Reclamo de un pedazo de teneno denominado Caracha", Buesaco, mayo
15 de 1884, en AHP, Fondo Provincia de Pasto, serie correspondencia, caja 34, ff. 13v-14rv.
51. "Legajo N° 36. Reclamo de un pedazo de terreno denominado Caracha", Pasto, mayo 21 de
1884, en AHP, Fondo Provincia de Pasto, serie correspondencia, caja 34, f. l6rv.

205
Los indígenas de Pasto y la construcción del Estado

ley habrían actuado movidos por relaciones de simpatía y gratificaciones, si-


tuación que refleja los mecanismos infonnales que mediaban en la resolución
de las disputas legales.
Aunque a nivel local ~el de la alcaldía~ quizá hayan prevalecido factores
infonnales, a un nivel más amplio, el del municipio distrital de Pasto, primó el
marco legal. El jefe municipal de Pasto, teniendo en cuenta las disposiciones
que prohibían la venta de terrenos comunales, anuló la compra efectuada por
Benito Paguatián a Estanislao Montilla." Esta autoridad señalaba que tanto el
Cabildo de indígenas como el Jefe de policía se hallaban en el imprescindible
deber de cumplir 10 preceptuado por las leyes. Se refería específicamente a los
incisos 6 y 7 del artículo 5, al igual que al artículo 12 de la Ley 90. El inciso 6
daba al Cabildo como una de sus funciones la posibilidad de arrendar por menos
de tres años los bosques o frutos naturales y los terrenos del resguardo que no
estuvieran en posesión de algún indígena. El inciso 7, por su parte, señalaba
que se debía "impedir que ningun indíjena, venda, arriende o hipoteque porcion
alguna del resguardo", mientras que el artículo 12 dictaminaba que únicamente
los solares que estuvieran abandonados podían ser arrendados." Así, atendien-
do las estipulaciones nonnativas respecto a la venta y arriendo de terrenos de
resguardo, eljefe municipal resolvió devolver la posesión a Montilla." Como se
puede apreciar, aunque a un nivel local funcionaran reglas infonnales basadas
en relaciones de amistad y gratificaciones, tal lógica se podía romper cuando
el conflicto llegaba a un nivel superior, el municipal. En este ámbito, más que
algún tipo de relación, primó la aplicación de los preceptos nonnativos.
Si las relaciones de amistad desempeñaron un papel relevante en la reso-
lución de conflictos por tierras de resguardos, las relaciones de servidumbre y
los servicios prestados a la comunidad constituyeron otros de los factores que
mediaron en la adjudicación de terrenos. Así por ejemplo, para solicitar otro
terreno el indígena Feliciano Achicanoy argumentó que necesitaba más tierra
pues la que tenía era insuficiente para mantener a su "cara esposa" y a sus "caros
hijos". Al referirse a las tristes circunstancias que oprimían la vida de sus seres
queridos, este indígena buscó comnover al alcalde de la parcialidad indígena
para obtener el terreno que el alcalde distrital había adjudicado a su sirvienta,
María Dominga Tulcán. 55

52. Para esta fecha regía la Ley 41 de 1879, y respecto a la prohibición de vender terrenos comu-
nales, mantuvo lo dispuesto por la Ley 90, Véase "Lei No. 41 (de 4 de octubre de 1879)", pp. 1-2.
53. "Lei No. 90 (de 19 de octubre de 1859)", p. 2.
54. "Legajo N° 36. Reclamo de un pedazo de terreno denominado Caracha", Pasto, mayo 27 de
1884, en AHP, Fondo Provincia de Pasto, serie correspondencia, caja 34, f. 17rv.
55. "Legajo n° 3. Solicitudes de varios indígenas sobre resguardos, 1885", ObOl1UCO, abril 29

206
Fernanda Muñoz

Achicanoy alcanzó su propósito. Un mes después de presentada su solici-


tud, el alcalde indígena le concedió la posesión y le adjudicó el terreno. Las ra-
zones en las cuales basó su determinación estaban relacionadas con una concep-
ción de la equidad consignada en la legislación así como en la obediencia a las
costumbres del pueblo. Según esta autoridad, la indígena Tulcán tenía terrenos
más que suficientes para suplir sus necesidades y debido a su extensión no podía
trabajarlos todos. Se agregaba que María Dominga Tulcán sólo tenía un hijo, el
cual andaba errante sin prestar ninglm servicio al gobierno ni participar de las
prácticas del pueblo, pues era rebelde a las órdenes del Cabildo. Esta situación
contrastaba a grandes rasgos con la del indígena Achicanoy, quien no sólo tenía
más familia --cinco hijos- que alimentar, sino que era humilde y obediente, y
estaba prestando sus servicios al gobierno y a las costumbres de la parcialidad.
Fue así como atendiendo los iocisos 4 y 5 del artículo 5 de la Ley 90 que esti-
pulaban lma distribución equitativa y pmdencial de las porciones de tierras de
resguardo, las autoridades iodígenas le otorgaron el terreno al solicitant.e." Esta
resolución de la autoridad indígena permite apreciar cómo tanto el marco legal
como las reglas implícitas de la vida en comunidad constituyeron los elementos
más relevantes al momento de emitir un fallo.
Los casos expuestos en este apartado permiten, pues, apreciar que las po-
líticas gubernamentales, es decir, el ámbito de la política materializado en la
expedición de leyes sobre terrenos de resguardo constituyeron el marco en el
cual tanto indígenas como autoridades se movieron para emitir, por un lado, las
representaciones, y por el otro, las resoluciones correspondientes. A la par de
10 que puede ser observado en este marco normativo, en el campo de lo políti-
co es posible observar cómo cada sujeto asumió tal legislación al igual que la
existencia de reglas informales que regulaban la vida política local, tales como
las relaciones de amistad o servidumbre, la concepción de equidad, los normas
morales y las costumbres comunales de prestación de servicios.

Indigenas, pleitos y autoridades étnicas


Las reglas implícitas y explícitas que regulaban los conflictos por tierras de res-
guardo también estuvieron presentes en las disputas que se generaban entre los
indígenas y sus autoridades étnicas. Las relaciones familiares, la concepción de
lo justo y lo equitativo, el respeto a las normas de la vida en comunidad al igual

de 1885, en AHP, Fondo Provincia de Pasto, serie correspondencia, caja 35, años 1884-1885, s.f.
56. "Legajo nO 3. Solicitudes de varios indígenas sobre resguardos, 1885", Obonuco, mayo 30
de 1885, en AHP, Fondo Provincia de Pasto, serie correspondencia, caja 35, S.f.

207
Los indígenas de Pasto y la construcción del Estado

que el marco legal, fueron los argumentos esgrimidos en tales disputas. Las re-
laciones de parentesco entre los miembros del cabildo y los indígenas litigan-
tes muestran los factores informales que tenían influencia en la vida política
comunal. Así 10 deja ver la representación que el indígena Antonio Popayán
presentó para recuperar un pedazo de terreno que había sido otorgado por el
pequeño cabildo a la indígena Josefa Pacer. La argumentación de este indígena
se concentró en dos aspectos. El primero, la falsa documentación que dicha
indígena había presentado para probar que babía sido despojada de su terreno.
El segundo, la relación de parentesco existente entre Pacer y los miembros del
cabildo, que según Popayán era "todo de la misma familia de Josefa Pacer".57
La reacción del pequeño cabildo ante tales afirmaciones fue, como era de
esperarse, negativa. Sus miembros mostraron la injusticia de la pretensión de
Popayán, quien, valiéndose de "falsos pretextos" no sólo señalaba que la cor-
poración indiana era intrusa sino que había conseguido despojar del terreno
a una viuda. Según dijeron, el proceder de Antonio Popayán era injusto pues
tenía el terreno suficiente para suplir sus necesidades, y aún así, quería obtener
otro. Considerando injusta dicha pretensión y teniendo en cuenta que la ley
debía proteger a las viudas de tributarios otorgándoles el terreno donde había
trabajado su finado esposo, el pequeño cabildo declaró sin lugar la solicitud de
Popayán y dispuso que se restituyese la posesión a la india María Josefa Pa-
cer. 58 Era el pequeño cabildo de indígenas familia de Pacer, y por eso resolvió
a su favor? Es una duda que no se resolverá certeramente. Si efectivamente era
así, este caso muestra la intervención de la corporación indiana no sólo en ayu-
dar a construir una documentación falsa que favoreciera a su parentela, sino
que evidencia el poder del que estaban investidos los miembros del pequeño
cabildo y su capacidad de maniobra a la hora de distribuir terrenos comunales.
Aquí, al basarse en la ley y en una concepción de justicia -igualmente justifi-
cada en el marco legal- que pretendía que cada cual tuviese la tierra suficiente
para suplir sus necesidades, el cabido justificó su proceder tanto en las reglas
formales como en las informales.

57. Usualmente los lazos de parentesco entre miembros del pequeño cabildo de indígenas y
sus beneficiarios fueron delatadas por los indígenas que se veían perjudicados. Otro ejemplo al
respecto es la comunicación que María Asunción Yles, natural y vecina de Gualmatán, envió al
jefe municipal. Según ella, el pequeño cabildo la había despojado de su terreno para adjudicárselo
a José Antonio Maigual, quien era cuñado de uno de los integrantes de! Cabildo. Véase "Legajo
nO 3. Solicitudes de varios indígenas sobre resguardos, 1885", Pasto, febrero 6 de 1885, en AHP,
Fondo Provincia de Pasto, serie correspondencia, caja 35, s.f.
58. (Tomás [ilegible] (Gobernador de indígenas), Silvestre Miramá (regidor mayor. Firmó José
Córdova), Mariano Quetamá (regidor segundo. Firmó Juan María Guerrero), Antonio Minganque~
ra (regidor tercero), Funes, agosto 5 de 1863, f. 84rv.

208
Fernanda Muñoz

La concepción de equidad al igual que la prestación de servicios fueron


otros de los argumentos invocados por las autoridades civiles y étnicas en al··
gunos litigios por tierras. Así sucedió en la solicitud que la indígena Juana
Guatindioi expuso al jefe municipal. Según ella, el pequeño cabildo la había
despojado de una cuadra de terreno comunal que había poseído por muchos
años para otorgársela al indígena León Jamanca." En esta disputa, la alcaldía
del Distrito expuso una concepción de equidad que no se relacionaba con la
cantidad de terreno que poseían los indígenas sino con la condición de mujer
viuda. Indicaba que si bien Juana Guatindioi poseía más terrenos que León
Jamanca -quien era un excelente indígena que prestaba todos los servicios
a la parcialidad-, no creía equitativo que se le quitara una cuadra a la mujer
debido a que era viuda y tenía dos hijos párvulos a quienes estaba obligada a
mantener. GOTal razonamiento contrastaba con la argumentación del pequeño
cabildo, cuyos miembros se inclinaron por resaltar los servicios que prestaba
Jamanca, quien desempeñaba el cargo de alcalde segundo en el cabildo. Justa-
mente esta condición, sin dejar de lado el hecho de que Jamanca -según el pe-
queño cabildo- no tenía lote alguno en los terrenos de comunidad a los cuales
era acreedor, "yá como miembro de la parcialidad, y ya como buen ciudadano
que presta voluntariamente todos los servicios que se le exije por el Gobierno",
fue lo que llevó a que se le otorgara la cuadra de terreno que disputaba con la
viuda Guatiudioi. De esta manera, los miembros del cabildo legitimaron la
posesión que le otorgaron a Jamanca 6 !
Cuál fue la decisión del jefe municipal, y tuvo ella en consideración los
preceptos legales o las reglas implícitas presentes en la vida comunal? La Je-
fatura municipal tuvo en cuenta dos aspectos para emitir su fallo. El primero,
la relación entre la cantidad de terreno que poseía Juana Guatindioi y la sufi-
ciencia del mismo para trabajar y atender sus necesidades y las de sus hijos. El
segundo, el respeto del derecho que tenía el pequeño cabildo para cercenar un
lote y favorecer al indígena Jamanca en virtud de los servicios prestados a la
parcialidad. Teniendo en cuenta dichos factores, la autoridad municipal aprobó
lo dispuesto por la corporación indiana dejando sin efecto la resolución de la
alcaldía." En su decisión tuvo presente la concepción de distribución equita-

59. "Legajo nO 7. Diligencias de la indígena Juana Guatindioy, Jefatura municipal de Pasto",


Pasto, junio 30 de 1884, en AHP, Fondo Provincia de Pasto, serie correspondencia, caja 27, años
1881-1885, f. 4rv.
60. "Legajo nO 7. Diligencias de la ind[gena Juana Guatindioi", Florida, julio 19 de 1884, en
AHP, Fondo Provincia de Pasto, serie correspondencia, caja 27, f. 15r.
61. "Legajo n° 7. Diligencias de la indígena Juana Guatindioi", Florida, julio 27 de 1884, en
AHP, Fondo Provincia de Pasto, serie correspondencia, caja 27, f. 17rv.
62. "Legajo n° 7. Diligencias de la indígena Juana Guatindioi", Pasto, agosto 23 de 1884, en

209
Los indígenas de Pasto y la construcción del Estado

(iva de los terrenos de resguardo que se plasmó en el artículo 5 de la Ley 90.


Al mismo tiempo dejó sin alterar la decisión del pequeño cabildo respetando
sus nmciones y el criterio que empleó para otorgar el terreno. Como la ley de-
jaba en manos de esta corporación la distribución de la tierra de resguardo, la
autoridad municipal simplemente mantuvo la resolución del pequeño cabildo.
Aquí, si bien se podría inferir que la decisión de los miembros de la cor-
poración indiana estuvo permeada por el interés de favorecer a un integrante
del Cabildo, también es evidente que la contraparte poseía terrenos de comu-
nidad suficientes para suplir sus necesidades, y esta constituyó una razón que
la autoridad civil tuvo en cuenta a la hora de aprobar la resolución del pequeño
cabildo a expensas de otra autoridad civil, el jefe distrital de Florida. Se podría
considerar que el jefe municipal, al no alterar la decisión del Cabildo, se apoyó
tanto en el marco legal como en las reglas implícitas que regulaban el reparto
de terrenos en las parcialidades indígenas.
Además de la legislación estatal, el reparto de tierras también estaba regu-
lado por las normas de cada parcialidad indígena. La representación enviada
por Yldefonsio Díaz en 1881 al jefe municipal para denunciar los "abusos"
cometidos por el pequeño cabildo, muestra cómo se reglamentaba la vida y
la tenencia de tierra en comunidad. En efecto, Díaz se había casado con una
mujer de otra parcialidad, razón por la cual la corporación indiana decidió
despojarlo de la posesión del terreno. 63 Tal determinación se ajustaba a la nor-
mativa implementada por el Cabildo de la parcialidad del Monte, que señalaba
que los indígenas, al casarse con mujeres blancas, perdían el derecho de poseer
terrenos comunales. Los miembros del cabildo justificaban la medida argu-
mentando que los resguardos eran "enteramente reducidos", y al introducirse
personas extrañas a la parcialidad, los indígenas tendrían menos tierra o quizá
hasta sufrirían la pérdida total de los terrenos legados por sus antecesores. 64
Obtener o perder derechos de tierras comunales por contraer matrimonio
con personas no pertenecientes a la parcialidad indígena fue una medida que
no aplicó solamente el Cabildo de la parcialidad del Monte. Desde la primera
mitad del siglo XIX el gobierno nacional de la Nueva Granada había desalen-
tado los matrimonios entre vecinos y mujeres indígenas. Este obstáculo legal
para llevar a cabo matrimonios entre indígenas y vecinos se explicaba por el
temor a que "muchos blancos y mestizos se casen con las indias", de manera

AHP, Fondo Provincia de Pasto, serie correspondencia, caja 27, f. 23v.


63. "Legajo 3. Representaciones de indígenas sobre resguardos, 1881 ", Pasto, febrero 14 de
1881, enAHP, Fondo Provincia de Pasto, serie correspondencia, caja 29, años 1881-1882, f. 10r,
64, "Legajo 3. Representaciones de indígenas", Pasto, febrero 24 de 1881, en AHP, Fondo
Provincia de Pasto, serie correspondencia, caja 29, f. 11r.

210
Fernanda Muñoz

que estos obtuvieran tierras de resguardo." En efecto, la comunidad de San


Lorenzo, por ejemplo, también se resistió a mezclarse con población externa,
en cuyo caso -al igual que el anterior- la restricción fue más fuerte para las
mujeres. Esta parcialidad, perteneciente al distrito de Riosucio, había acordado
que cualquier mujer que se casara con un foráneo dejaría de ser miembro de la
comunidad, sanción que aparentemente no se aplicaba a los hombres."
Aunque el anterior ejemplo muestra que la restricción se concentró en las
mujeres casadas con vecinos, el caso de la parcialidad del Monte evidencia que
la pérdida de derechos a la posesión de terrenos comunales también se aplicó
a hombres -indígenas- que se casaran con mujeres blancas. El pequeño ca-
bildo del Monte justificó su determinación apelando al artículo 2 de la Ley 90
de 1859, especificando que los cabildos tenían la facultad de disponer lo que
creyeran conveniente al gobierno económico de la parcialidad, estipulación
que estaba "vigente en todo". El artículo señalaba:

"En todo lo respectivo al gobierno económico de la parcialidad, tienen


los pequeños Cabildos todas las facultades que les hayan trasmitido sus
usos i estatutos particulares con tal que no se opongan a lo que previe-
nen las leyes, o que violen las garantías de que disfrutan los miembros
de la parcialidad en su calidad de ciudadanos".67

Los miembros del Cabildo reforzaron su argumentación expresando aljefe mu-


nicipal que se debía respetar lo estatuido por el pequeño cabildo unánimemen-
te, y no consentir en que se burlaran sus disposiciones, mucho menos cuando
se ajustaban a la ley." Como se puede apreciar en este caso, los procedimientos
del pequeño cabildo de indígenas no siempre estuvieron influenciados por el
objetivo de beneficiar a sus familiares o simpatizantes. Aquí, la defensa de
intereses comunales prevaleció sobre la voluntad individual. Las autoridades
indígenas de la parcialidad del Monte sustentaron su determinación de excluir
a un indígena de la posesión de terrenos comunales por haber infringido una
regla creada por la corporación indiana para preservar la tierra de resguardo
entre los miembros de la parcialidad. Su decisión, además, encontraba sustento
en la legislación estatal.
Con los anteriores ejemplos es posible observar que las determinaciones de
las autoridades civiles y étnicas así como se basaron en la simpatía, los lazos
familiares o las relaciones de servidumbre, también se sustentaron en las nor-

65. Lina del Castillo, "'Prefiriendo siempre á los agrimensores científicos"', arto cit., p. RO.
66. Nancy Appelbaum, Dos plazas y una nación, ob. eh, pp. 269-270.
67. "Lei No. 90 (de 19 de octubre de 1859)", p. 2.
68. "Legajo 3. Representaciones de indígenas", Pasto, febrero 24 de 1881, en AHP, Fondo
Provincia de Pasto, serie correspondencia, caja 29, f. t Ir.

21 I
Los indígenas de Pasto y la construcción del Estado

mas. A la hora de argumentar sus fallos expusieron razones enmarcadas en las


disposiciones legales del Estado caucano, especialmente en la Ley 90 de 1859,
sin dejar de lado la reglamentación nacional, la Recopilación de Leyes de la
Nueva Granada. Igualmente, los indígenas acudieron a los parámetros legales
para solicitar la intervención de la autoridad y obtener o defender sus terrenos
de resguardo, dejando ver una realidad llena de conflictos y roces entre los
mismos integrantes de las comunidades indígenas. Tales conflictos muestran
la existencia de una realidad comunal compleja que, como se ha plasmado en
otros estudios, dista mucho de la vieja concepción que suponía a las comuni-
dades rurales como carentes de diferenciación interna o de conciencia política,
"como grupos sociales estáticos e históricamente unifonnes",69

A manera de cierre: la cara cotidiana de la formación del Estado


Desde inicios de la vida republicana, e incluso antes, los indígenas pastusos
fueron activos defensores de sus tierras de resguardo. Durante la segunda mi-
tad del siglo XIX -entre 1850 y 1885- siguieron mostrando su capacidad de
maniobra para hacerle frente tanto a las políticas de liberalización de la propie-
dad comunal como a la homogeneización. Las políticas del gobierno nacional
buscaban dividir los terrenos de resguardo y convertir a todos los habitantes
del actual Colombia en ciudadanos, es decir, individuos dotados de derechos y
deberes. No obstante, debido al triunfo del poder de los Estados, se instauró un
gobierno federal cuyos lineamentos permitían legislar de forma independiente
respecto al asunto de la propiedad comunal. Fue así como al conformarse la
Nueva Granada en el año de 1853, el poder municipal de la Provincia de Pasto,
y posteriormente, cuando se establece la Confederación Granadina, el Estado
del Cauca -que ahora incluía la Provincia de Pasto--- instituyeron políticas
destinadas a mantener la propiedad comunal de la tierra. Luego, al erigirse el
gobierno de los Estados Unidos de Colombia, se produce un viraje en cuanto a
los lineamentos proteccionistas sobre los terrenos de resguardo.
En términos generales, la normativa de los gobernantes caucanos fue me-
nos agresiva frente a la tenencia de la propiedad comunal, empero, a 10 largo
del periodo se evidenció la fluctuación de sus postulados. En algunos casos
defendieron las tierras de resguardo mientras que en otros reglamentaron la
división notándose tres tendencias: la primera, el fraccionamiento del terreno

69. Martín Sánchez y María Oarcía, "Reformismo liberal y faccionalismo en una comunidad
indígena de la Ciénega de Chapala", en Poder y legitimidad en México en el siglo .XIX Institu-
ciones y cultura política, Brian F. Connaughton, coord., Universidad Autónoma Metropolitana,
México DF, 2003, p. 497.

212
Fernanda Muñoz

evitándose la venta individual de las porciones otorgadas a los miembros de la


parcialidad indígena; la segunda, permitir la enajenación e hipoteca; la tercera,
la fragmentación de los resguardos supeditada a un previo consenso de la ma-
yoría de los integrantes de la comunidad. 70 Lo evidente al respecto es que los
indígenas, si bien conocían las diferentes leyes relativas a la división de res-
guardos, siguieron apelando a la Ley 90, de manera que usaron la legislación
que más les convino.
En este marco general fhe visible la participación de población indígena en
el proceso de construcción estatal, con 10 cual se mira otra cara de su confor-
mación. El rostro del transcurrir diario y las relaciones sociales de poder que
día a día se tej ieron en el ám bita de la vida local y comunal entre autoridades
-bien civiles y/o étnicas- y los pobladores indígenas, dieron cuenta de esa
faceta cotidiana de formación del Estado. La posesión de tenenos de resguardo
a título individual, constituyó una de las fuentes de discordia. Las querellas
entre indígenas involucraron a funcionarios locales y representantes étnicos,
cuyas resoluciones, cuando no se justificaron en la legislación, se basaron en
las reglas implícitas que regulaban la vida local y comunal, tales como las
relaciones de amistad o vínculos de parentesco, al igual que en la concepción
de moralidad, de 10 justo y 10 equitativo. Estos conflictos dejaron huella en las
constantes representaciones, memoriales y sumarios que los indígenas pastu-
sos, bien por ellos mismos o a través de sus apoderados, remitieron a las auto-
ridades de gobierno con el propósito de solicitar su amparo e intervención para
solicitar o defender una porción de tierra dentro de los tenenos comunales.
El uso de los marcos legales e institucionales que esta población plasmó
en sus reiteradas manifestaciones refleja la manera como se apropiaron de los
instrumentos y derechos que la república les ofreció, contribuyendo así al pro-
ceso de su constitución. A primera vista pareciera simplista considerar esta
como una forma de participación en la construcción estatal. Quizá el ejercicio
del sufragio, u ocupar un alto cargo en el gobierno, sean vistos como formas
importantes de contribuir a dicho proceso, y no la mera mención y uso de
leyes, derechos y deberes, al igual que la petición de mediación de los funcio~
narios públicos. Sin embargo, debido a que este trabajo buscó resaltar la ma~
nera cotidiana y concreta en que los sectores populares se inmiscuyeron en la
instauración del orden liberal, confiere relevancia a esas formas latentes en la
vida cotidiana de la "gente menuda", cuya presencia en los procesos históricos
no fue pasiva. Ellos respondieron de diferentes maneras -por vías de hecho o

70. Femanda Muñoz, "De tierras de resguardo, solicitudes y querellas: participación política
de indígenas caucanos en la construcción estatal (1850-1885)", Historia Critica, nO 55, 2015, pp.
174-175.

213
Los indígenas de Pasto y la construcción del Estado

legales- ante las políticas que los afectaban. En este caso concreto apelaron
a los marcos normativos para obtener fallos favorables a sus peticiones. Así,
la reacción de los pobladores indígenas ante las políticas gubernamentales no
sólo refleja el uso de los marcos institucionales sino que visibiliza los reitera-
dos conflictos y las relaciones sociales de poder que atravesaban la vida local
y comunal, mostrando así otra perspectiva del involucramiento de los sectores
populares en el complejo proceso de construcción estatal durante la segunda
mitad del siglo XIX.

214
LA GUERRA DE LOS MIL DÍAS
O MIL CONFLICTOS FRAGMENTADOS1

Brenda Escobar Guzmán'

"Las guerras reflejan las idiosincrasias sociales y políticas


de los Estados que las libran. Puesto que las guerras se ori-
ginan a partir de 1ma fanna social de organización, tendría
sentido que la reflejaran",3

Introducción
El 12 de febrero de 1899 varios líderes liberales firmaron en Bucaramanga un
pacto:
"Los suscritos liberales, convencidos de que el restablecimiento de
la república, no se obtendrá sino por medio de la guerra, prometemos
solemnemente levantamos en armas contra el Gobierno actual, en la
fecha exacta que fije el director del partido en Santander, y obedece"
remos las instrucciones precisas que dicho director nos comunique.
El Director, a su turno, se compromete a no dar la orden de alzamiento
sin tener en su poder los documentos comprobantes de que un número
suficiente, por su cuantia y responsabilidad, de Jefes liberales,
secundará el movimiento en la mayor parte de la República; contando
también con que pondrá en juego todos los elementos que permitan

l. Las principales ideas de este artículo han sido desarrolladas con más detalle en mi libro De
los conflictos locales a la guerra dvi/. Tolima a finales de! siglo XIX, Academia Colombiana de
Historia, Bogotá, 2013.
2. Docente de planta, Escuela de Historia de la Universidad Industrial de Santander.
3. Miguel Ángel Centeno, Sangre y deuda. Ciudades, Estado y construcción de nación en
América Latina, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 2014, p. 111.

217
La guerra de los mil días

los recursos de que disponga la Dirección del Partido en Santander.


En este compromiso empeñamos el honor militar y personal de cada
uno de los firmantes".'

Los firmantes estaban encabezados por Paulo E. Villar, el director del libera-
lismo en Santander que se mencionaba en el pacto, seguido por Rafael Uribe
Uribe, gran adalid de la causa belicista dentro del partido, Zenón Figueredo,
José María Ruiz, Justo L. Durán, Antonio Suárez, entre otros. Todos ellos eran
líderes liberales, principalmente de Santander y Cundinamarca, que, como se
lee en el documento, defendían la necesidad de hacer una guerra al gobierno. Se
oponían así a los miembros del Directorio Nacional del liberalismo, comandado
por el veterano Aquilea Parra, quienes defendían la posibilidad de que se llegara
a acuerdos con el gobierno de la Regeneración para realizar reformas, antes que
adelantar una nueva guerra en su contra.
Pero cuando Paulo Villar, tal corno lo habían acordado los belicistas, fijó la
fecha de inicio de la guerra para octubre de ese año, algunos de los firmantes,
entre ellos Rafael Uribe Uribe y Zenón Figueredo, consideraron que aún no era
el momento adecuado para hacer el levantamiento. Con el fin de contrarrestar las
órdenes de Villar, trataron de poner sus intenciones de levantamiento al descu-
bierto, enviándole este telegrama no confidencial e15 de octubre: "Es voz común
en el Gobierno y en el público que el 20 [de octubre1estallará movimiento revo-
lucionario encabezado por usted como Director de Santander. Autorícenos para
desmentir especie".
La respuesta no se hizo esperar. El 6 de octubre, también en telegrama abier-
to, Villar escribió: "Ignoraba la especie; autorízolos formalmente para desmen-
tirla; afortunadamente, su misma publicidad la anula; y el país sabe a qué ateuer-
se, por dolorosa experiencia, respecto de esta clase de anuncios".5
En efecto, varios gmpos de liberales comenzaron a pronunciarse en San-
tander desde el 18 de octubre, dando inicio a la larga confrontación armada que
posteriormente seria denominada "Guerra de los Mil Días".
Tras la derrota del partido liberal vinieron las polémicas sobre las razones de
su fracaso. Y contra Uribe Uribe, como lmo de los más entusiastas promotores
de la guerra, llovieron las recriminaciones. Una de ellas se refería a aquel "tele-
grama mortal", calificado como un documento que marcó el inicio de la derrota
liberal, sin siquiera haber empezado la guerra, en tanto generó confÍJsión entre
los liberales, que no supieron a quién obedecer, ni cuándo debían alzarse en

4. Carlos Adolfo Umeta, ed., Documentos militares y politkas relativos a las campañas del
General Rafael Uribe Uribe, Imprenta de Vapor, Bogotá, 1904, pp. XXV-XXVI.
5. Carlos Adolfo Urueta, ed., Documentos militares y políticos, ob. cit., pp. XV-XVI.

218
Brenda Escobar

armas. Pero Uribe Uribe, buscando siempre salvar su imagen de gran liberal, se
defendía de las acusaciones diciendo que Vi llar había roto el pacto, en la medida
que en este se declaraba que el establecimiento de una fecha para el inicio de la
guerra debía hacerse solamente cuando se tuviera seguridad de que "un número
suficiente" de jefes liberales secundaría el movimiento "en la mayor parte de la
república".6
Pero tal discusión era vacua, porque establecer ese "número suficiente" de
liberales, "por su cuantía y responsabilidad", era una cuestión muy subjetiva. Se
puede de hecho plantear aquí esta pregunta: ¿Cuál era la capacidad efectiva de
los líderes principales del partido liberal para convencer a copartidarios en otras
regiones (más allá de Santander, que era donde se habían concentrado los líderes
belicistas) de la conveniencia y aun la urgencia de tomar las armas en pro de su
partido? Lo que intentaré mostrar, analizando específicamente la guerra de los
Mil Días, es que si bien durante el siglo XIX hubo diferentes conflictos armados
internos en que se enfrentaron los dos grandes partidos, liberal y conservador,
y mmque un "número suficiente" de personas en diferentes partes del territorio
se integraron a ellos, en muchas ocasiones no lo hicieron por su identificación
con esos partidos, ni por la fuerza persuasiva de sus líderes, sino por razones que
aparecían en la coyuntura de las guerras.
En este ensayo se estudiará el proceso de conformación de las fuerzas re-
beldes liberales en Tolima durante la guerra de los Mil Días mirando sus formas
de cohesión y de dominio territorial. Esos temas permitirán la exploración de
los móviles de quienes participaron del lado liberal en la guerra de los Mil Días
y matizar la idea de que habría sido su compromiso partidista y el descontento
generalizado con respecto al gobierno lo que habría llevado a estas personas a to-
mar parte en la guerra. A partir de esa descripción, el análisis buscará hacer unas
reflexiones generales sobre lo que significaba una "guerra civil" en el contexto
de conformación del Estado nación en Colombia en el siglo XIX.

La difusión del sentimiento belicista


Los documentos citados arriba permiten vislumbrar las labores de preparación
de la guerra. Los interesados en hacerla debían contar con unos medios econó-
micos y un capital humano. Y esto a su vez requería expandir un sentimiento:
el sentimiento del carácter necesario de la guerra. Este proceso de "construc-
ción del casus belli" ha sido detalladamente estudiado por María Teresa Uribe

6. Carlos Adolfo Urueta, ed" Documentos militares y políticos, ob. cit., p. XXVI.

219
La guerra de los mil días

y Liliana María López.' Su estudio se dedica a hacer un análisis discursivo de


los textos producidos en tomo a las guerras de 1839-42, 1851 Y 1854. Las auto-
ras muestran que estas diferentes guerras, a pesar de sus variadas motivaciones,
tienen muchos elementos discursivos en común. Específicamente en la fase de
"construcción del casus bel/i", quienes querían instigar un nuevo levantamien-
to contra el gobierno solían hacer uso de una retórica en la que se recalcaba el
carácter tiránico, despótico, incluso cmel de los gobernantes, mientras que los
promotores de la guerra se autoproclamaban como quienes podrían "restablecer"
la república. Pero corno no podían hacerlo por las vías constitucionales, pues
estas eran obstaculizadas por el gobierno dictatorial, se hacía justo y necesario
apelar al recurso de la guerra. Ahora bien, ese sentimiento del carácter necesario
de la guerra debía además ser compartido "en la mayor parte de la república",
para que el levantamiento pudiera aspirar al éxito. Por eso eran tan importantes
los discursos en que se difundían los "memoriales de agravios" contra el régimen
vigente para provocar hacia este un descontento generalizado. 8
Para crear ese ambiente de descontento generalizado a finales de siglo, los
liberales belicistas usaron mecanismos de comunicación variados corno medios
para transmitir su mensaje de guerra: discursos orales e impresos, periódicos,
cartas. Charles Bergquist en su estudio sobre la guerra de los Mil Días anali-
za con detalle fuentes de este tipo,gespecialmente documentos de Rafael Uríbe
Uribe, quien para esta guerra fhe con seguridad el más prolijo de los constmc-
tares discursivos del casus belli: lanzó discursos en diferentes lugares del país
que fueron escuchados por multitudes, patrocinó la impresión y difhsión de esos
discursos y de circulares, creó el periódico El Autonomista por medio del cual
reforzaba las mismas ideas y mantuvo una activa correspondencia con su nume-
rosa red de amigos y copartidarios. El discurso era reiterativo: el gobierno de la
Regeneración era el culpable del estado de caos y pobreza reinantes; pero aunque
los opositores al régimen eran numerosos y desde las filas liberales habían inten-
tado promover reformas, la Regeneración solo había acallado, aprisionado, des-
terrado a esos críticos, mientras que por medio del fraude electoral se perpetuaba

7. María Teresa Uribe y Liliana María López, Las palabras de la guerra. Un estudio sobre las
memorias de las guerras civiles en Colombia, La Carreta, Medellín, 2006.
8. Sobre la construcción discursiva del casus belli en general: ¡bid., pp. 19-21. Durante el
desarrollo del libro, las autoras analizan extensamente los discursos de cada una de las guerras
estudiadas. Un análisis más resumido de todo el proceso de construcción discursiva de las guerras
del siglo XIX desde la situación prebélica hasta el momento de los pactos de paz se encuentra en
María Teresa Uribe, "Las guerras por la Nación en el siglo XIX", Estudios Políticos, nO 18, 2001,
pp. 8-27.
9. Charles Bergquist, Café y conflicto en ColomNa. 1886-1910. La guerra de los Jl¡fil Días: sus
antecedentes y consecuencias, Banco de la República, Bogotá, 1999, [la ed. 1978], pp. 138-159.

220
Brenda Escobar

en el poder. Los intentos de acuerdos pacifistas para salir de la crisis, como los
emprendidos por el directorio del partido liberal, estaban condenados al fracaso.
Ya se habían agotado todos los recursos democráticos y sólo aparecía una salida
posible: la guerra. 10
Lo que puede observarse es que Uribe Uribe tenía muy clara la idea de que
la guerra era necesaria. También entre los otros líderes belicistas firmantes del
pacto citado arriba había ese consenso de que "el restablecimiento de la repúbli-
ca, no se obtendrá sino por medio de la guerra"; pero ¿podían estos líderes con
cartas y telegramas, o a través de sus periódicos o comunicados, despertar el afán
guerrero en regiones lejanas (y aun en las más cercanas) y convencer a otros de
que tomaran las armas en favor de los intereses de su partido? Según supone Ber-
gquist, esta no era una tarea dificil en tanto Uribe Uribe "interpretaba fielmente
los sentimientos de la mayoría del partido liberal, que se inclinaba desde hacía
tiempos a poner un remedio violento a los males liberales"." ¿Puede suscribirse
algo así?
Veamos cómo se expande el discurso belicista en la región del ToJima. Cartas
de liberales tolimenses enviadas a líderes de renombre nacional como Aquilea
Parra, Juan E. Manríque, Uribe Uribe, evidencian que el discurso belicista efec-
tivamente llegaba a la provincia y generaba reacciones entusiastas, adhesiones y
aun declaraciones de compromiso." Incluso durante la guerra, varios de aquellos
entusiastas tomaron las armas e impulsaron a otros para que los siguieran: Tulio
Varón fue un importante jefe de la zona aledaña a ¡bagué, Clodomiro Castillo
también tomó armas y se movió por los lados de Honda, Max Carriazo impulsó
un contingente de hombres incluso después de 1901, cuando ya entre las directi-
vas liberales el discurso belicista había dado paso al discurso de la necesidad de
dejar las armas.
Bergquist hace énfasis en este tipo de testimonios como ejemplos de un
"violento exclusivismo político característico de las áreas filIales y los pueblos
pequeños, donde vivía la gran mayoría de los colombianos". Además Bergquist

10. Charles Bergquist, Caféy cOJ?fiicto en Colombia, ob. cit" pp. 137-142.
11. Charles Bergquist, Caje y conflicto en Colombia, ob. cit., p. 140.
12. El líder tolimense Tulio Varón responde a una circular de Uribe Uribe en septiembre de
1899 diciendo que estaba dispuesto a prestar su "pequeño contingente" para apoyar "la empresa"
impulsada por él: Archivo General de la Nación (en adelante AGN), Fondo Academia Colombiana
de Historia (en adelante ACH), Rafael Uribe Uribe, cj. 6, ff. 2827-2828. Otro líder de Girardot,
Max Carriazo, le proponía incluso un plan de guerra para tomarse el río Magdalena: AGN, ACH,
Uribe Uribe, ej. 5, ff. 2382-2390v. Varios hondanos, encabezados por Clodomiro Castillo le remi-
tieron a Uribe Uribe una carta que habían escrito a la dirección del partido en la que prometían
apoyar los afanes belicistas de Uribe Uribe y desobedecer los mandatos del Directorio Liberal:
AGN, ACH, Rafael Uribe Uribe, ej. 5, ff.2351-2354.

221
La guerra de los mil días

señala que ese exclusivismo político ha existido en Colombia "históricamente",


manifestándose no solo durante las guerras del siglo XIX, sino posteriormente
durante la Violencia e incluso después." Esta idea da base a su afirmación de
que Uribe Uribe solo traducía los sentimientos violentos de la mayoría de los
liberales.
Pero estas impresiones de Bergquist no están bien fundadas: corno ejem-
plos de ese exclusivismo político en los pueblos, Bergquist menciona relatos
de Gabriel García Márquez que tienen corno base la Violencia de mediados del
siglo XX. También se refiere a escritos de líderes políticos que habitaban en
Bogotá (Carlos Martínez Silva, Carlos Holguín, Aquilea Parra), quienes tenían
una mirada imprecisa de la política en provincia, basada en sus prejuicios contra
la gente de los pueblos y en su autoimagen corno citadinos cultos. Y los docu-
mentos referidos a Uribe Uribe que mencionábamos antes (cartas remitidas a él,
artículos de su periódico El Autonomista), que muestran que personas de algunos
pueblos sentían un profundo compromiso con el partido Liberal y un entusiasmo
por la guerra. 1; Pero tales expresiones radicales son previsibles en la medida que
Uribe Uribe era el adalid de esas ideas y su círculo estaba constituido por perso-
nas que igualmente las apoyaban.
Contrario a la posición de Bergquist, se observa en el Tolima que la dispo-
sición a tornar las armas por el partido fiJe solo la actitud de algunos ardorosos
liberales. La incidencia de los incendiarios discursos de los líderes belicistas no
fue tan notoria: la gente del común no se decidió inmediatamente a conformar
ejércitos rebeldes. Se encuentran actitudes de tipo más pragmático, tanto entre
notables liberales como entre la gente corriente. Describiremos estas actitudes a
continuación.

Las dificultades de los levantamientos


Corno podía preverse por los confusos telegramas citados al comienzo, la guerra
empezó en el Tolima de manera vacilante. En los telegramas intercambiados
por los jefes del ejército gobiemista,15 en los periódicos de los primeros días de

13. Charles Bergquist, Café y conflicto en Colombia, ob. cit., p. 153.


14. Charles Bergquist, Café y conflicto en Colombia, ob. cit., pp. 153-159.
15. Estos numerosos telegramas, ordenados por fecha y lugar de origen, pueden consultarse
en AGN, Ministerio de Gobierno, Correspondencia Guerra de los Mil Días. Véase, por ejemplo,
tomo 12, f. 125: un telegrama del 19110/1899 informa que Cenón Figueredo se ha alzado en armas
en Paquiló; Carlos Torrentes y otros se han alzado en armas en Piedras; y en CoeHo se presentó
pronunciamiento y destrucción de la línea telegráfica. Otro (f. 585) del 20/1 0/1899 avisa que los
alzados en armas en Piedras se disolvieron, yéndose hacia Guataquí y Guataquicito "entregados a

222
Brenda Escabar

la guerra l6 y en diferentes relatos de la guerra l7 se mencionan algunos levanta-


mientos aislados orientados especialmente a la toma del armamento existente en
los cuarteles de los poblados y a la destmcción de cables, postes y aparatos tele-
gráficos, el principal medio de comunicación del gobierno. Los enfrentamientos
del comienzo eran generalmente de baja intensidad: a veces los guardias locales
lograban defender sus puestos; en otras, la superioridad en número de los rebel-
des, o simplemente el temor, los llevó a declararse derrotados y las plazas fÍJeron
tomadas por los alzados en armas. Pero estas tomas duraban poco: los gobiemis-
tas volvían más fortificados y retomaban el control, o buscaban negociar con los
rebeldes, o ellos mismos se disolvían. Estos primeros alzamientos son liderados
por algunos de esos entusiastas liberales que se sienten comprometidos con su
partido y que por ello se muestran prestos a integrar personas a sus ftlerzas e
incluso llegan a invertir sus fortunas para conseguir armas y pronunciarse contra
el gobierno.
Pero a medida que avanza la guerra, la dinámica de esta va abarcando a más
hombres en su seno, ya no solo a los entusiastas. Comienzan entonces a aparecer
otras formaciones que más bien responden al acoso creciente de los gobiernistas,
quienes también empiezan a organizarse mejor. Ese acoso se da principalmente
de dos formas: el reclutamiento, acción en la que caen todos los que no puedan
pagar fianza; o bien, el cobro de empréstitos forzosos. En las órdenes emitidas
para realizar esas levas o cobros generalmente se disponía que no se perjudicara
a los "amigos del gobierno" y que no se causara mucho escándalo. No obstante,
los crecientes requerimientos de la guerra hacen que se termine por incluir en
ella a todos los que puedan contribuir con elementos o con su fuerza fisica. Estas
comunicaciones son ilustrativas de la forma como se establecían estas medidas:
El jefe de la Provincia del Norte ordenaba al alcalde de ¡bagué en noviembre de

la embriaguez"; que hubo intentos de tomas a Honda y Ambalema; y que el jefe militar de Honda
dejó el puesto por miedo a los ataques.
16. Para los primeros días de la guerra se prohíbe la publicación de periódicos y solo circula,
desde noviem bre, el periódico oficial El Orden Público. Artículos sobre primeros combates en
Tolima: Toma de Tulio Varón a Girardot: 15111/1899, p. 5; combates en Rioblanco: 29/12/1899,
p.155.
17. Relatos de las tornas de Vicente Carrera a San Luis (noviembre de 1900) y de Ramón
Chaves a Mirafiores (enero de 1900) se encuentran en Fabio Lozano, "Estudio sobre el general Ra-
món Chaves", en José Manuel Pérez, ed., La guerra en el Tolima, 1899-1903, Imprenta de Vapor,
Bogotá, 1904, pp. 88-91. Sobre la toma de Joaquín Caicedo a Ortega (noviembre de 1899) véase
"Campaña de Caicedo", en José Manuel Pérez, ed., La guerra en el Tolima, ob. cit., pp. 107~109.
Sobre tomas de Ramón Marío a Honda (febrero de 1900) véase Tomás S. Restrepo, Impresiones y
recuerdos. Compilación de episodios vinculados a Honda desde sufundación hasta hoy, Escuela
Tipográfica Salesiana, Bogotá, 1922, pp. 134-135.

223
La guerra de los mil días

1899: "mande comisiones a traer bestias donde se encuentren sean de amigos o


enemigos". En diciembre le ordenaban al mismo alcalde reclutar un contingente
advirtiéndosele: "Creo conveniente que por ahora no debe reclutarse en el centro
de la ciudad para no alarmar". Y este comunicado, de nuevo al alcalde de [bagué,
pero de abril de 1902 le ordenaba "reunir 300 conscriptos, tornándolos de los
campos y alrededores de la ciudad y procurando que sean hombres bien consti-
hlidos y robustos en lo posible, solteros y amigos del gobierno". Y le advertía:
"Obre usted en esto con alglma circunspección o reserva" .18
Un observador inglés muestra el rechazo que generaban estas levas y cómo
propiciaron incluso la conformación de grupos de autodefensa. Se refiere a unas
conscripciones llevadas a cabo en las minas de Santana (hoy Falan), cerca a
Honda en enero de 1900:

"Los mineros habían sido proveidos por el Ministro de guelTa de salvo-


conductos, los cuales no nleron respetados por las autoridades locales, y
aquellos que no nleron capturados como reclutas escaparon a las colinas
en donde pelTnanecieron escondidos hasta que se enteraron del resultado
de la negociación para liberar a los capturados. En tanto este proceso no
fue enteramente satisfactorio, no tuvieron otro recurso que unirse a las
filas liberales".l9

Obsérvese que es en el curso de la guerra que se van perfilando los bandos. Es-
tos mineros por ejemplo, que nleron los hombres que se unieron al reconocido
líder Ramón Marín ("el Negro Marín"), habían tratado de continuar con sus la-
bores cotidianas por medio de salvoconductos que posiblemente habían pagado
sus patrones por medio de fianzas. No era su interés ir a defender un partido.
Pero las circunstancias de la guerra los obligaron a ello. Igualmente los cientos
de conscriptos que debieron ser agrupados por los alcaldes de las diferentes loca-
lidades se convertían en progobiernistas por pertenecer a los ejércitos estatales,
no porque sintieran preferencia por ese bando.
Pero también los rebeldes se ven obligados a ampliar su gmpo de comba-
tientes y en esa labor encuentran dificultades similares. Carlos Eduardo Jara-
millo sostiene que en la guelTa de los Mil Días, a diferencia de las tropas con-

18. Respectivamente Archivo Histórico de Ibagué (en adelante AHI), ej. 307, ff. 155-155v;
ej. 321, ff. 231-231 v; ej. 341, f. 416. Órdenes similares al alcalde de Ibagué para que consiguiera,
entre quien los tuviera, alimentos, ropa, caballos, medicamentos, para proveer a las tropas en: AHI,
ej. 341, ff. 304, 306, 383, 387, 428.
19. Public Record Office, ahora Nationa! Archives (en adelante PRO) 135/254-197863, vice-
cónsul John Gillies a cónsul George E. \Velby, 19/01/1900, traducción propia. Otros mineros como
Thomas Shannan y Thomas Bevan se quejaron de conscripciones similares en sus minas: PRO
135/255-197863, Thomas Sharman a cónsul George E. Welby, 07/02/1900; PRO 135/255-19786,
informe de Thomas Bevan, 19/11/1900.

224
Brenda Escobar

servadoras, que estaban conformadas por reclutados, las guerrillas liberales se


componían principalmente de voluntarios, lo que "hizo de ellas núcleos bastante
permanentes, relativamente amparados de la deserción"2u No era así de fácil.
También los liberales tuvieron que luchar contra la desidia de la gente. Los in-
tentos de José Joaquín Caicedo de formar una fuerza liberal en Chaparral son
muestra de ello. Caicedo, más que por heroísmo, salió huyendo de Guama al co-
menzar la guerra, para evitar su apresamiento. Pero al tratar de levantar hombres
en Chaparral, una plaza tradicionalmente liberal, estos no se le sumaron porque
habían hecho un pacto con el prefecto de la provincia. Así, de los 800 hombres
que pretendía encontrar allí listos para formar un gmpo arolado bajo su dirección
¡solo ingresaron 181 21 Más avanzada la guerra, como veremos, ante esta falta de
voluntarios, los liberales también debieron recurrir a las levas violentas.

El sueño de un "Ejército Liberal del Tolima"


La guerra sigue su curso, los gobiernistas se organizan mejor fortaleciendo sus
finanzas: se duplican los impuestos, las rentas de degüello pasan de ser recogidas
por los departamentos a ser administradas por la nación, los ferrocarriles de ma-
nejo privado pasan a ser manejados por el gobierno para usos militares, se eleva
el número de hombres de la gendarmería con veteranos, se suprimen fimciones
burocráticas para que los fimcionaríos realicen tareas militares. 22 Esto les permi-
te una organización militar más eficaz y una mejor estnlCturación de sus ejérci-
tos. De este modo, los combates que presentan van exigiendo también una mejor
organización de sus contendores, ya no la estmctura de levantados que hacen
emboscadas rápidas, sino la formación en gmpos más 11llmerosos bajo mandos
unificados, con 1m cierto armamento y una estrategia previamente planeada para
combatir, es decir, se va haciendo necesaria la formación de ejércitos. Por ello va
escalando también el nivel de violencia.
Los primeros intentos de formar un "ejército del Tolima" comenzaron ya
desde los inicios de 1900. Pero esos "ejércitos" liberales que se formaron refle-
jaban la estnlctura de la sociedad en la que estaban surgiendo, como Jo dice el
epígrafe de Miguel Ángel Centeno. Así, aunque los relatos liberales de la guerra
del Tolima utilizan el ténnino "ejército" para referirse a esas fuerzas y describen

20. Carlos Eduardo Jaramillo, Los guerrilleros del novecientos, CEREC, Bogotá, 1991, p. 45.
21. "Campaña de Caicedo", en José Manuel Pérez, ed., La guerra en el Tolima, ob. cit., pp.
105-107.
22. Véase AGN, Ministerio de Gobierno, Correspondencia Guerra de los Mil Días, t. 12, ff.
2\\,223.

225
La guerra de los mil días

con lujo de detalles sus intentos de organización y jerarquización, al analizar sus


acciones se observa la fonna fragmentada en que nmcionaron esos gmpos,
Lo que se llamó "Ejército Liberal del Tolima" no consiguió nunca actuar
como una fuerza cohesionada en tomo a unos altos mandos. Este "ejército" nJe
siempre un conglomerado de gmpos, cada uno dirigido por lm jefe diferente.
Algunos de estos jefes tenían fonnación militar, otros no, algunos pertenecían a
notabilidades locales, otros eran de origen popular. Pero el grado de mando en
esos ejércitos no 10 daba el rango social ni la experiencia militar, sino el número
de hombres que esos líderes comandaran. Por eso los intentos de jerarquización
generaron siempre conflictos internos: nadie quería subordinarse a un jefe que
veía al menos corno su igua!.23 A consecuencia de esto, los diferentes intentos
de crear un ejército liberal del Tolima fracasaron: mm en los momentos en que
los liberales actuaron corno "ejércitos" (a veces se habla de configuraciones de
hasta 2.500 y mm 3.000 hombres)," cada jefe llevaba a "sus" hombres y decidía
en la marcha la estrategia a seguir, desobedeciendo, si era preciso, las órdenes
provenientes de quienes supuestamente eran sus superiores. Tras las derrotas,
estos "ejércitos" se disolvían fácilmente y las tropas seguían, cada una, a su jefe,
no al "ejército".
Este funcionamiento fragmentado no solo se percibe leyendo los relatos y
memorias de la guerra en el Tolima (especialmente los de la compilación de José
Manuel Pérez que venirnos citando, La guerra en el Tolima), sino también en
los testimonios que dieron varios combatientes rasos de sus experiencias durante
la guerra, tras ser apresados y confinados en ¡bagué, y ser obligados, por medio
de interrogatorios, a dar cuenta de sus recorridos durante la guerra. 25 La valiosa
infonnación contenida en estos documentos nos pennite entender mejor cuál era
el modo de flmcionamiento de las tropas liberales del Tolima. Las declaraciones
de estos prisioneros muestran 10 variada que podía ser la vida durante el tiempo

23. Sobre conflictos entre líderes liberales, ver José Manuel Pérez, ed., La guerra en el ToUma,
ob. cit., pp. 162, 170, 174, 178, 181-182,206.
24. Véase La Opinión, 12/01/1901, p. 462; "Campaña de lbáñez", en José Manuel Pérez, ed.,
La guerra en el ToUma, ob. cit., p. 210; Carlos Eduardo Jaramillo, Los guerrilleros del novecien-
tos, ob. cit., p. 103, n. 44.
25. En el Archivo Histórico de Ibagué (caja 321) se conserva la transcripción de 279 interroga-
torios hechos en la Alcaldía de Ibagué a los "prisioneros políticos" que estuvieron confinados allí
durante el año 1901 (entre el20 de marzo y el26 de diciembre). Los prisioneros eran hombres, y
en menor medida mujeres, que habían sido capturados en combates en Tolima o de quienes se sabía
o se sospechaba que habían pertenecido a tropas liberales. A partir de estos interrogatorios ofrezco
un análisis sociológico de los combatientes liberales del Tolima en: De los conflictos locales a la
guerra civil, ob. cit., pp. 237-247.

226
Brenda Escobar

de la guerra: Manuel Vicente Muñoz,26 de 34 años, natural y vecino de La Mesa,


agricultor y sombrerero, se encontraba en Melgar negociando con arroz cuando
comenzó la guerra. Por allí pasó Teodoro Pedroza y lo reclutó. De ahí se dirigie-
ron a Dolores, en donde se unieron a las fuerzas de Ibáñez. Con esa fuerza com-
batieron en llarco, donde él resultó herido y debió permanecer en Natagaima por
cinco meses. Cuando se recuperó, viajó a Piedras a trabajar en una estancia. Lue-
go trahajó en Venadillo un tiempo. Tenía intención de trasladarse a Cundinarnarca
pero en Paquiló (sobre el Magdalena) fue aprehendido por los conservadores.
Varios otros también refieren cómo alternaban entre el trabajo, la recupera-
ción de las enfermedades y la guerra. Joaquín Clavija," de 22 años, natural y
vecino de Ibagué y talabartero, tomó armas al mando de Ramón Marin en Am-
balema en abril de 1900. Con este permaneció unos meses por ¡bagué y Doima
hasta que cayó enfermo en Ambalema. Posteriormente trabajó en la hacienda El
Triunfo (Honda) como talabartero. Luego se fue hacia Bellavista (cerca a Ibagué)
"por estar cerca de mi familia". Por último, estuvo a órdenes de Ramón Chaves
hasta que fue apresado.
Domingo Guzmán,28 natural de ¡bagué, de 23 años, negociante, tomó armas
desde el comienzo de la guerra haciendo parte primero de las tropas de un coman-
dante Henao y luego de las de Ramón Marin. Después de participar en algunos
combates se salió de la nlerza y se fue a trabajar a su finca. Al momento de ser
apresado se encontraba "arrancando unas papas" en una hacienda en jurisdicción
de Las Delicias (cerca al Líbano).29
Otros prisioneros aseguraban que habían sido reclutados a la nlerza por los
liberales. Buenaventura Devia, por ejemplo, declaraba que había ido un domingo
al mercado de Chaparral a vender víveres de la finca en la que trabajaba y allí
había sido reclutado por fÍJerzas liberales para un combate que se libró al viernes
siguiente en Purificación (12 de julio de 1901). Corrieron con la misma suerte va-
rios otros. Algunos aseguraban que les habían dado armas y municiones dañadas
o ningún arma en absolut0 30 Para Lm ataque perpetrado a ¡bagué, el8 y 9 de junio
de 1900, los liberales también forzaron al combate a los hombres que estuvieran
disponibles, sin distinción de preferencia política 3 !

26. AHI, ej. 321, tI 680-681.


27. AHI, ej. 321, ff. 565-567.
28. AH!, ej. 321, tI543v-544v.
29. Muchos otros narran vivencias igualmente variadas durante la guerra. Entre ellos: Polo
Adrián Ruiz, ff. 344v-34S; Ester Ortiz, ff. 429v-430v; Ambrosio Díaz, ff. 480v-482; Diocleciano
Buitrago, ff. 630v-632; José de los Santos Durán, ff. 674-680.
30. Ver declaraciones en AHI, cj. 321, ff. 301v-302v; 304v-30Sv; 30Sv-307; 307-308; 311-
311 v; 351 v-352v; 352v-353; 353-354.
31. AH!, ej. 337, ff. 247-254.

227
La guerra de los mil días

A pesar del carácter exculpatorio que puede sospecharse en estas declaracio-


nes, se deja ver en ellas unas dinámicas que regían el funcionamiento de estos
grupos liberales en armas: eran constantes las entradas y salidas de sus hombres,
se combinaban sus actividades como combatientes con sus labores de subsis-
tencia, había cambio de jefes permanentemente. Esa fue la forma en que se de-
sarrolló la guerra de los Mil Días en el Tolima, descripción que tal vez pueda
extrapolarse a otras regiones del país." No se trató de un enfrentamiento perma-
nente entre ejércitos configurados ordenadamente, cada uno representando una
opinión política: conservadores vs liberales. Los liberales no mantuvieron una
organización militar permanente y unificada, sino que algunos líderes lograron
mantenerse en armas rodeados por grupos reducidos de hombres (y mujeres) que
les daban protección. En los momentos en que llegaban grupos armados gobier-
nistas a hostigarlos buscaban escapar. Pero si el combate era inminente, reunían
más hombres, también recurriendo a la conscripción forzosa. Si tenían éxito en
los combates podían seguir juntos pero muy rápido nuevas derrotas dispersaban
las fuerzas. Los jefes no tenían CÓmo sostener en el largo plazo a sus hombres
y de ahí que la fórmula fuera dejarlos ir y reagmparlos cuando volviera a ser
necesano.

Formaciones guerrilleras
En últimas, la formación que primó entre los liberales del Tolima fue la me-
nospreciada guerrilla, a pesar de que se le hiciera mala prensa como forma de
guerra indigna de caballeros. En efecto, en el siglo XIX tomar las armas para
defender el partido era una acción digna de un verdadero ciudadano, de hecho
las virtudes guerreras fueron glorificadas como cualidad primordial para hacerse
merecedor de ese título de "ciudadano": "La representación del ciudadano activo
comprendía la idea del uso de la violencia contra el adversario político".33 Pero
esa disposición a la violencia y aun a la guerra como medio legítimo de acción
política, debía ser traducida siguiendo unos códigos de cortesía y honor. Para
hacer la guerra había que formarse en ejércitos, bajo una dirección centralizada y
anunciar públicamente la intención de hacer la guerra (como lo hacía Uribe Uri-

32. A pesar de la abundancia de estudios sobre la guerra de los Mil Días, puede decirse que
sigue predominando una mirada muy ideologizada del conflicto y permanecen sin estudiar diná-
micas locales que van más allá del bipartidismo y que pueden explicar el desigual desarrollo de la
guerra en el territorio.
33. Michael Riekenberg, Gewaltsegrnente. Über einen Ausschnitt der Gewalt in Lateinameri-
ka, Universitatsverlag, Leipzig, 2003, p, 58. Traducción propia.

228
Brenda Escobar

be en el telegrama citado al comienzo), y llevarla a cabo por medio de batallas


frontales contra los contendores.
"Las guen'illas de entonces estaban concebidas dominantemente, por lo
menos desde el punto de vista de las élites político-militares -nótese
la restricción-, como una suerte de tropas ligeras que debían preceder
o acompañar a los ejércitos regulares hostigando al enemigo, pero a las
cuales no se les concedía ninguna capacidad para definir las contiendas
[ ... ]. Los guerrilleros, en cuanto no inmediatamente subordinados a un
ejército regular, eran tenidos por simples criminales".34

De ahí la importancia que dio un líder liberal tan influyente como Rafael Uri-
be Uribe a denominar "ejércitos" a los grupos que formó durante la guerra y
a difundir por medios escritos la justeza de su causa, las descripciones de su
organización, la coordinación de las batallas emprendidas, la planeación de su
estrategia. 35 Las guerrillas, por el contrario, eran fuerzas que se salían de ese or-
den soñado, por eso el ténnino "guerrilla" tenía una connotación peyorati va y era
considerada como una fuerza militar degenerada, no como una forma alternativa
de guerra.
Pero como lo evidencian las nlentes, en el Tolima primó este tipo de for-
mación. Los rebeldes tolimenses estuvieron obligados a recurrir a formas de
guerra por nlera de lo que indicaban las normas sociales de aquel tiempo: rehuir
las batallas frontales, atacar por sorpresa, replegarse después del ataque, hacer
escaramuzas. Estas formas de combate les fueron dictadas por las condiciones
a las cuales se enfrentaron: pocos recursos, enemigo mayor en número y mejor
equipado, conocimiento de su territorio, armamento escaso. Y este es otro as-
pecto importante de la formación en guerrillas: la necesidad de armamento nle
medianamente suplida por armas viejas de propiedad privada, o las que podían
tomar a los enemigos en combate, pero el machete fue el arma generalizada, en
tanto era también la herramienta común de trabajo de la gente del campo." El
empleo generalizado del machete entre las fuerzas liberales (aunque también
llegaron a usarlo los conservadores) fue objeto de constantes críticas por parte
del gobierno, que acusaba a los rebeldes de sanguinarios y crueles. En efecto, el
uso del machete exigía el combate cuerpo a cuerpo y propinar al rival terribles

34. Iván Orozco Abad, Combatientes, rebeldes y terroristas. Guerra y Derecho en Colombia,
lEPRI I TEMIS, Bogotá, 1992, p. 103. Ver también Mario Aguilera, "El delincuente político y la
legislación irregular", en Gonzalo Sánchez y Mario Aguilera, eds., lvJemoria de un país en gllerra.
Los Mil Días: 1899-1902, Editorial Planeta. Bogotá, 2001, pp. 314-315.
35. Su compilación Documentos militares y políticos busca precisamente este objetivo de mos-
trar que sus tropas se ceñían al deber ser de la guerra caballeresca.
36. Sobre las dificultades de los liberales con el armamento véase Carlos Eduardo Jararnillo,
Los guerrilleros del novecientos, ob. cit., pp. 192-214.

229
La guerra de los mil días

heridas. Pero como 10 señala Stathis Ka1yvas, el uso del machete solo indica que
los contendores son pobres, no que son bárbaros. 37 Como tampoco eran bárbaras
o incivilizadas las guerrillas: esta formación simplemente era la que mejor se
acomodaba a las condiciones de los rebeldes y en últimas la que puede esperarse
de sociedades fragmentadas como la que caracterizaba al Tolima y a otros depar-
tamentos colombianos en la época, donde el poder estaba poco concentrado y en
cambio había un acceso relativamente fácil a instrumentos y acciones generado-
res de violencia, pero de baja intensidad.
Otro aspecto a señalar es que las guerrillas, como formaciones laxas e iti-
nerantes, no requieren que las tropas estén identificadas con la causa de sus lí-
deres. Ya veíamos en las fuentes citadas, cómo la gente se ve envuelta en la
coyuntura de la guerra y actúa según sus posibilidades: huir, enrolarse con los
gobiemistas, hacer parte de un gmpo rebelde, o incluso colaborar a unos y a
otros. Los testimonios de los prisioneros de guerra nos hablan todo el tiempo
de este tipo de reacciones acomodadas, conducentes a salvar la vida propia y
de la familia, más que a defender unas ideologías ajenas a sus preocupaciones.
Incluso en algunos de estos interrogatorios se manifiesta el desinterés por el tema
ideológico. A algunos de los detenidos en Ibagué en 1901 les preguntaron por su
opinión política. Varios dieron respuestas de este tipo: "No tengo más opinión
que trabajar"; "No tengo ninguna opinión, tengo la dicha de no haberle servido
a ningún partido, he vivido de mi trabajo y nada más"; "No tengo política, soy
amiga del trabajo"; "[No tengo1Ninguna, porque opinión no da qué comer"; "No
tengo opinión ninguna porque en ambos partidos tengo miembros de familia"."
De nuevo se podria refutar la validez de estas respuestas teniendo en cuenta el
contexto represivo en el que fueron emitidas, pero encuentro que son posiciones
plausibles de personas del común, que tienen unas preocupaciones vitales que se
superponen a la cuestión sobre la identidad de partido. 39
Stathis Kalyvas, recopilando información sobre un gran número de guerras
civiles acaecidas en el mundo entero, llega a una conclusión similar: la forma-
ción de los bandos en una guerra no funciona como las elecciones. La gente no
se alinea según su preferencia política (si es que la tiene) sino según las circuns-
tancias de la propia guerra. Si al menos una minoria comprometida logra ejercer
control político sobre un determinado territorio, puede conseguir que la pobla-
ción civil colabore con ella. Su ingreso a la guerra no obedecerá a unas preferen-

37. Stathis Kalyvas, The Logic ofViolence in Civil War, Cambridge University Press, Nueva
York,2006,p.53,n.3.
38. AH!, cj. 321, ff. 620, 625v, 597, 681, 607v respectivamente.
39. Realizo un análisis de estas respuestas a la pregunta sobre la opinión política en De los
conflictos locales a la guerra civil, ob. cit., pp. 243-244.

230
Brenda Escobar

cias políticas, sino a una mezcla de miedo y oportunismo, aunque puede darse,
con el tiempo, que los combatientes lleguen a identificarse con las luchas de sus
compañeros. Pero tal identificación se genera entonces como consecuencia de la
propia guerra, no como su causa. 40
El también especialista en guerras civiles, Gabriele Ranzato, apunta en la
misma dirección cuando dice que las guerras civiles se convierten en "guerras
totales", en el sentido que no reconocen no-beligerantes, o neutrales, pues los
"neutrales" son beligerantes en potencia, que ayudarán al bando que los requiera
con tal de salvar su vida. Así, en estas guerras reina "un ambiente enemigo para
ambas partes adversarias, en el que [la gente], privada de otros instrumentos, se
defiende de ambos con el arma de los débiles, la traición y el doble juego". 41 De
modo que si estos "neutrales" colaboran, no lo están haciendo por una identidad
con la causa ni porque sean partidarios de la guerra, ni porque en la provincia
reine un "exclusivismo político", sino porque están buscando subsistir en medio
de los fuegos cruzados y deben condicionar su vida temporalmente a los avatares
de ese conflicto.
Mi tesis, entonces, es que no había unas convicciones partidistas polarizadas
que se extendieran por todo el territorio y que llevaran a la gente cada cierto
tiempo a enfrentarse entre sí por medio de las armas; aquella nación escindida
históricamente en dos partidos de la que habla Bergquist, entre varios otros."
Desde la perspectiva de lo ocurrido en el Tolima, y que muy posiblemente se
repita en otras regiones del país, se trata más bien de acciones orientadas por di-
námicas locales y no por el gran objetivo del partido liberal de tomarse el poder
nacional. Ni siquiera aparece como el interés de los rebeldes del Tolima tomar
el control del poder departamental. Así como cada grupo adelantó sus acciones
siguiendo intereses propios, se dio un control fragmentado del territorio, lo cual
habla de cómo la dinámica local influye en el desarrollo de la guerra. Más aún,
esta constatación nos debe conducir a ver los conflictos del siglo XIX sin que
prime la perspectiva de un centro nacional polarizado por los partidos, que su-
puestamente tiene el poder de comandar las acciones de las regiones y de sus

40. Stathis Kalyvas, The Logic 01 Violence in Civil War, ob. cit., pp. 92-94 Ypassim.
41. Gabriele Ranzato, "Un evento antico e un nuovo oggetto di riflessione", en Gabriele Ran-
zato, ed., Guerre fratricide. Le guerre civm in eta contemporanea, Bollati Boringhieri, Turín,
1994, p. L. Traducción propia.
42. Por ejemplo Femán González, Partidos, guerras e Iglesia en la construcción del Estado
Nación en Colombia (1830-1900), La CmTeta, 2006, Medel1ín, p. 22; Álvaro Tirado, "Colombia:
siglo y medio de bipatiidismo", en Jorge Orlando Mela, ed., Colombia hoy, Banco de la República,
Bogotá, 1978, cap. 3; Gonzalo Sánchez, "Los estudios sobre la violencia: balance y perspectivas",
en Gonzalo Sánchez y Ricardo Peñaranda, eds., Pasado y presente de la violencia en Colombia,
La Carreta, Medellín, 2007 [1" ed. 19861, pp. 17-32.

231
La guerra de los mil días

líderes, como si fÍJeran simple eco de las iniciativas de aquel centro. Es esto lo
que nos proponernos mostrar en el siguiente acápite.

Formas de control territorial de los rebeldes


Algunos jefes rebeldes lograron consolidar su poder en zonas específicas. Allí
se movieron con más facilidad, e incluso, durante algún tiempo, pudieron gozar
de una cierta legitimidad, ejercer un orden local, manejar lma economía propia
y mantener a un círculo de subordinados, garantizándoles unas medianas condi-
ciones de vida. Este fue el caso de Ramón Marín en Santana (hoy Falan, zona
minera al sur de Honda), Tulio Varón en Doima (al oriente de Ibagué) y Ramón
Chaves en Anaime (hoy Cajamarca, al occidente de Ibagué)."
Veremos a continuación que estas zonas contaban con un ll1ovimiento econó-
mico propio y al mismo tiempo habían sido tradicionalmente poco controladas
por el Estado, lo que permitía allí un funcionamiento autónomo por fuera de las
autoridades estatales. De este modo, estos territorios estuvieron provisionalmen-
te dominados por ciertos líderes que fueron capaces de configurar en ellos un
sistema económico al servicio de sus nlerzas: zonas para esconderse y reorgani-
zarse después de las derrotas, pero también para recoger impuestos (igualmen-
te sin importar si los contribuyentes eran adeptos u opositores) y para ejercer
actividades agropecuarias o mineras que les permitían mantener unas entradas
financieras importantes para su autosostenimiento.
Anaime, por ejemplo, ubicado al occidente de lbagué, ascendiendo sobre
la cordillera Central, era una zona bastante fértil con un movimiento comercial
muy autónomo pues por la zona pasaban varias vías de comunicación entre el
valle del Magdalena y el del Cauca. Al mismo tiempo había todavía muchos
bosques en los que los gmpos insurgentes podían fácilmente esconderse. Ade-
más, la colonización de la zona estaba en proceso y había muchas poblaciones
nuevas en Cauca, Antioquia y Tolima en las que el Estado apenas comenzaba
a tener una presencia. Al principio de la guerra varios hacendados prestantes,
como Fabio Lozano Torrijos, apoyaron a los rebeldes quizás siguiendo su ads-
cripción política, pero sobre todo para proteger sus fincas de los impuestos de
guerra del gobierno (aunque posteriormente los impuestos de los rebeldes se
hicieron igualmente arbitrarios y violentos). De este modo, la zona ofrecía bue-
nas posibilidades de subsistencia para los rebeldes. Por eso fue un territorio muy

43. Sobre la dinámica de estas zonas antes y durante la guerra, véase Brenda Escobar, De los
corif!ictos locales a la guerra civil, ob. cit., pp. 250-267.

232
Breada Escobar

disputado entre los mismos rebeldes," pero un jefe que logró cierta contimlidad
allí fue Ramón Chaves (aunque finalmente fue fusilado por los gobiernistas en
noviembre de 1902). Este antioqueño había llegado al Tolima con la ola coloni-
zadora antioqueña y había ejercido en la región diferentes oficios: sastre, capataz
de peones en una hacienda, recolector de rentas en [bagué. Al comenzar la guerra
se levantó pronto en armas y participó de los primeros intentos de organizar un
ejército liberal en el Tolima." Pero tras los fracasos, se concentró en esta zona
de la cordillera central, en la que, para imponerse, usó sus buenas relaciones con
algunos hacendados, ciertas garantías de subsistencia para sus seguidores, pero
sobre todo la violencia. José de los Santos Durán, un joven que estuvo por algún
tiempo en las fuerzas de Chaves, relataba varios episodios en que se observa esa
mezcla de diplomacia y violencia: "Chaves echaba un comparto [orden de pago l,
corno una res, dos marranos, cincuenta pesos, y si no lo pagaban al momento, les
sacaba el doble, o mandaba que arriaran lo que toparan y les daba palo a los que
cogia, al hijo o al que cogiera de la familia". Pero al mismo tiempo procuraba
proteger a los que pagaban. Por ejemplo, alglma vez Chaves mandó castigar a
un subalterno suyo que pretendió llevarse ganado de un hacendado que había
pagado con regularidad sus impuestos de guerra a los liberales. Con respecto
al "pago" para sus hombres, Durán contaba: "A nosotros no nos daban dinero,
carne y sal nada más y las uñas libres"."
Los habitantes de Anaime, si querían continuar viviendo allí, tenían que
adaptarse al régimen impuesto por las fuerzas liberales. Así lo describía alguno:
"Nos decían: 'Todo el que sea amigo de la libertad tiene que servir por la fuerza,
o dar cincuenta pesos mensuales hasta que se acabe la guerra. Todos los hom-
bres, de doce años para arriba, basta sesenta, tienen que servir"'." Así, la gente
terminaba colaborando, bien fuera entregando, o dejándose arrebatar, sus pro-
ductos para la subsistencia de los guerrilleros, o directamente tomando armas en
sus grupos. Esa colaboración los llevaría luego a ser apresados corno "miembros
de la guerrilla". Esto le pasó por ejemplo a Juan López. Según su testimonio,
Ramón Chaves se había apoderado de la región de Anaime, "no permitiendo
a ningún ciudadano el salir". López aseguraba que él habia llegado a Anaime

44. Según el relato de Ambrosio Díaz, al menos cuatro jefes habían tomado el control de
Anaime hasta 190 1: AHI, ej. 321, .tI 480v~483. Había además jefes que tenían jurisdicción sobre
localidades especificas. Telésfafo Rojas, por ejemplo, tenía su base también cerca a Anaime. Rojas
estaba en comunicación pellnanente con Chaves y actuaban a veces conjuntamente, pero la gente
de Rojas le obedecía solo a él, no a Chaves: AHI, ej. 321, f. 677v.
45. Ver Fabla Lozano, "Estudio sobre el general Ramón Chaves", en José Manuel Pérez, ed.,
La guerra en el Tolima, ob. cit., pp. 74-105.
46. AH!, ejo 321, ff. 674-680.
47. AHl, ej. 321, tI 676-678v.

233
La guerra de los mil días

solo para llevarse a su esposa a otro lugar, pero luego no había podido salir del
territorio debido al filerte control que ejercía Chaves "con el modesto título de
general". Finalmente el territorio file "liberado" cuando los gobiemistas propi-
naron una derrota a Chaves. Pero entonces López fue apresado ¡como liberal
colaborador de Chaves!" ¿Realmente lo era? Según su relato, no había optado
por pertenecer a ese grupo para defender una ideología, sino que había quedado
encerrado en ese territorio de dominio liberal. Se llegaba así a la situación indi-
cada por Kalyvas: una minoría entusiasta logra ejercer un control político sobre
un territorio, haciendo que, por las buenas o por las malas, la población civil
colabore para ellos.
En Doima, al oriente de ¡bagué, se formó de manera similar otra importante
fuerza liberal en tomo a Tulio Varón. Tras sus intentos de conformar, junto a
otros jefes, un ejército liberal en el Tolima, Varón volvió a Doima, donde tenía
haciendas ganaderas, e hizo una campaña más local, basada en las posibilidades
comerciales que ofrecía esta zona. Esta localidad pertenecía a lbagué pero estaba
alejada del casco urbano, extendiéndose casi hasta el río Magdalena. Doima, que
estaba constituida por tierras áridas en las que predominaban fincas ganaderas,
se constituyó en una zona de tránsito del comercio clandestino entre ¡bagué y
los puertos del Magdalena bajo el control liberal. Estos pudieron sostener allí
una importante fiJerza que controlaba este comercio. Alguien que estuvo tempo-
ralmente entre los hombres de Varón describe cómo la economía de Doima era
puesta al servicio de esas fuerzas: "expropian cueros, café, anís, tabaco, ropa,
ganados y bestias. Todo esto lo venden y lo reducen a dinero. Los mejores mer-
cados para sus ventas son Ambalema, Piedras y La Vega" (poblaciones que lin-
daban con el río Magdalena). De nuevo aquí se observa una zona que, aunque
con tierras menos fértiles que las de Anaime, tenía un comercio local de mucho
movimiento, gracias a su conexión con el río Magdalena y su relativo aislamien-
to de las rutas controladas por las fuerzas del Estado. Pero estas fuerzas también
usaban mecanismos más violentos para lucrarse, como el aprisionamiento de
personas pudientes, a quienes se les exigían determinadas cantidades de dinero
para dejarlos en libertad. Al igual que las tropas de Anaime, las de Doima te-
nían permiso para "proveerse en las poblaciones donde entran". "Los saqueos
también les han dado dinero bastante y especialmente vestuarios", monturas y
sombreros, según contaba el mismo testigo. 49 En otros casos también tomaban a
la nlerza alimentos, artículos y dinero en los mercados de la región. 50 Por medio
de todas estas actividades lucrativas, las nlerzas liberales de Doima consiguieron

48. AH!, ej. 320, ff. 199-199v.


49. AH!. ej. 321. ff.653-659v.
50. AH1. ej. 321, f. 479.

234
Brenda Escobar

medios para financiar a las tropas, a las que podían racionar con carne y sal, e
incluso, a veces, con dinero. Doima se convirtió así en un refltgio de Tulio Varón
y sus fuerzas, que era casi impenetrable para las autoridades. Incluso surgieron
varias leyendas sobre macabras prácticas que realizaban estas fuerzas contras
los gobiemistas que se atrevían a entrar a esas tierras. 51 Pero tras la muerte de
Varón, acaecida en una torna fallida a lbagué que emprendieron sus tropas en
septiembre de 1901, estas fuerzas entraron en caos. 52 Posteriormente las flterzas
continuaron actuando, pero al mando de diferentes jefes. 53 En declaraciones de
mediados de 1902 se decía que las flterzas de Doima conformaban un grupo
numeroso ya solo dedicado a robar víveres, aguardiente y animales de carga a
quienes transitaban por la zona." Además, las fuerzas se atomizaron en extre-
mo: cuando los ejércitos gobiemistas dirigidos por Toribio Rivera comenzaron
a dominar el ToUma y a proponer la firma de pactos de paz en agosto de 1902,
tuvieron que hacer acuerdos con al menos cuatro jefes."
Otra zona de dominio liberal en la que puede observarse el peso de lo local
en la dinámica de la guerra flte Santana, comandada por Ramón Marín. Estas
flterzas atacaron en varias ocasiones a Honda y Ambalema, que, como puertos
sobre el Magdalena, almacenaban cantidades grandes de mercancías. Así mismo
asaltaron con frecuencia el camino hacia Manizales y el ferrocarril que enlazaba
a Honda con la Costa Atlántica. Pero el éxito de las fllerzas de Marín se basó
principalmente en el asocio que mantuvieron con hacendados y mineros de la
zona, lo cual remite de nuevo al hecho de que el Estado colombiano tenía poca
presencia en estos lugares y en cambio existían grupos con intereses privados
que podían extraer un provecho económico del territorio, casi sin el control de
las autoridades nacionales. Una fltente privilegiada para comprender la alianza
de Marín con mineros y hacendados son los infonnes del vicecónsul inglés John
Gillies, radicado en Honda, quien rendía informes periódicos al cónsul inglés en
Bogotá, los cuales se encuentran ahora en los Archivos Nacionales de Londres.
En estos informes se habla de las constantes acusaciones de agentes locales del
Estado contra los ingleses por ayndar a Jos rebeldes. Los hombres de Marín
trabajaban en ocasiones en las minas, pero también las usaban para esconderse

51. Gonzalo París Lozano, Guerrilleros del Tolima, El Áncora Editores, Bogotá, 1984 [1" ed.
1937J, pp. 80-83.
52. Descripciones de esta toma enAHl, ej . .321, ff. 607-674 Y en Gonzalo París Lozano, Gue-
rrilleros del Tolima, ob. cit., pp. 128-140.
53. Gonzalo París Lozano, Guerrilleros del To/ima, 06. cit., pp. 142~19S; AHl, ej. 342, ff,
485-486.
54. Ver AH!, ej. 341, ff. 485-486, 489v-490.
55. AH!, ej. 341, f. 265.

235
La guerra de los mil días

en los socavones o para ocultar lo que expropiaban, además se movilizaban


libremente por los potreros de las haciendas de los ingleses, obtenían de ellos
víveres y annas, podían usar líneas telefónicas de las haciendas para comu-
nicarse, podían esconder sus propiedades a nombre de testaferros ingleses. A
cambio, los rebeldes aseguraban que la producción de estas minas y haciendas
contara con mano de obra y que estuviera protegida de las permanentes intro-
misiones de agentes del gobierno.'6
Antes estas acusaciones, Gillies procuraba llamar al orden a los aludidos,
al tiempo que los disculpaba ante las autoridades. Pero es claro que este y
varios de sus compatriotas consideraban a Marín como una autoridad respe-
table y un digno interlocutor en un eventual pacto de paz. De hecho Gillies
se ofreció al gobierno colombiano para entrevistarse con MarÍn y visitó su
campamento en abril de 1902. A pesar de su intención de ser neutral, Gillies
tomaba claro partido por Marín: "Me impresionó muy favorablemente el ge-
neral Marín, quien es muy modesto y en el fondo parece ser un muy buen
tipo". Gillies anotaba además que la entrevista había sido muy positiva para
los ingleses, pues Marín se había comprometido a respetar sus propiedades si
atacaban Honda. 57 Más favorables aún fueron los comentarios del cónsul de
Bogotá, quien envió un infonne directamente a Inglaterra al enterarse de que
Marín estaba pensando entregarse. Según indicaba allí, el guerrillero liberal
había sido
"Un empleado fiel por muchos años de la Compañía Minera Inglesa,
que fue conducido a tomar las annas, por las molestias de los oficiales
del gobierno local poco después del comienzo de la guerra [ ... ] Estoy
convencido de que sin su autoridad e influencia, las pérdidas de los mu-
chos intereses mineros británicos en Tolima habrían sido enOlTI1es. De
hecho, es debido al entero respeto del General Marin con sus últimos

56. Sobre el uso de los socavones de las minas como escondites, véase La Opinión 02/11/1900,
p. 251. Sobre acusaciones contra un minero inglés por prestar ayuda a las fuerzas liberales: Archi-
vo Histórico de Honda, paquete 7246, legajo 2, telegramas de Abel Paúl, 01106/1900, 04/05/1900
Y Rafael S. Restrepo, 18/0911901; PRO 135/254-197863, James Jones a vicecónsul, 21/0611900;
135/259-197958, vicecónsul a cónsul, 28/0111901, 31/0111901, 14/0611901, 03/0711901,
04/0711901; 135/260-197863, general Luis M. Arango G. a James Jones, 04/0511901. Acusa-
ciones similares contra el hacendado Jolm Vaughan: PRO 135/261-197958, Vaughan a cónsul,
27/06/1900,08110/1900. Acusaciones contra empleado inglés de minas de Frías: PRO 135/259-
197958, vicecónsul a cónsul, 22/07/1901. Sobre rechazo a agentes del gobierno en las minas: PRO
135/254-197863, cónsul 30/10/1900; 135/255-197863, Thomas Bevan a vicecónsul, 31/10/1900.
Sobre propiedades de liberales a nombre de los ingleses: PRO 135/251-198061, cónslJI a Lord Sa-
lisbury en Inglaterra, 16/04/1900; 135/258-198153, cónsul al marqués Lans-Downe en Inglaterra,
20/06/1901.
57. PRO 135/267-XCI98190, 12/04/1902. Traducción propia.

236
Brenda Escobar

empleadores y las simpatías que profesa por todo 10 británico, que el


trabajo en las minas no ha sido suspendido enteramente",58

Esta alianza de Marín y sus hombres con los mineros ingleses les permitió
escapar de los muchos intentos gobiernistas de derrotarlo. A pesar de que te-
nían que estar desplazándose continuamente por la zona, el grupo comandado
por Marín fue uno de los que más tiempo resistió en la guerra y este, además,
logró salir con vida de la contienda. Aquí se observa de nuevo que el poder
alcanzado por las fuerzas liberales en la zona de Santana obedeció a factores
distintos a una cuestión de identidad partidista. Si bien Marín pudo haber sido
lm liberal comprometido, para sus tropas debieron ser más importantes las
garantías de subsistencia y aun las buenas condiciones que les ofrecía. Ante la
perspectiva de ir a luchar lejos de su tierra, en pro de un gobierno con el que
no se sentían identificados, debía ser mucho más atractiva la opción de per-
manecer en la zona donde vivían, generalmente trabajando, a pesar del riesgo
inminente que existía de tener que tomar a veces las armas o tener que escapar
cuando los ejércitos gobiernistas llegaban a hostigar.
En las tres zonas anteriormente analizadas, a pesar de los distintos modos
de acción de las guerrillas, encontramos características similares. Se trataba
de regiones que se habían desarrollado económicamente por medio de em-
presas particulares, cOn poca intervención estatal. Además, los grupos que
ejercían un poder local, estaban dispuestos a apoyar o incluso a dirigir fuerzas
que se contrapusieran a ese Estado, que en las circunstancias de la guerra se
hacía más fuerte, desequilibrando el reparto de poder tradicional y actuando
corno un invasor.
En los tres casos presentados, líderes liberales alcanzaron durante la gue-
rra un control casi hegemónico en territorios específicos por tiempos largos.
Estos se aprovecharon de las rutas comerciales existentes, garantizando el
funcionamiento de la economía local y con ello la prosperidad de la zona,
procuraron además una cierta tranquilidad, y fueron eficaces para imponer
castigos, un orden no muy distante, incluso quizás más efectivo, que el que
podía imponer el Estado."

58. PRO 135/264-198153,05/0711902. Traducción propia.


59. Para entender el conflicto colombiano actual se han desarrollado varias investigaciones que
exploran las dinámicas sociales locales como un factor detenninante para explicar por qué este ha
tenido un desarrollo tan dispar en las diferentes partes del territorio nacional y por qué los diferen-
tes actores armados han logrado penetrar en ciertas localidades con más o con menos intensidad.
Fernán González y su grupo Odecofi del CINEP hablan de la "presencia diferenciada del Estado
en el espacio y en el tiempo", con lo cual apuntan también a explicar las distintas maneras como
las localidades se han vinculado históricamente al wnflicto armado según la relación que hayan

237
La guerra de los mil días

Este tipo de orden local ha sido estudiado para otras guerras civiles por me-
dio de la figura de los warlords, líderes locales no necesariamente reconocidos
por el Estado central, que se imponen militarmente sobre zonas de débil poder
estatal para configurar un orden privado del que sacan provecho económico. En
esas zonas, según el sociólogo Peter Waldmann, "llenan las lagunas de poder al
asumir a bajo nivel fimciones similares a las del Estado" fimgiendo al mismo
tiempo de empresarios y líderes políticos. La guerra es el escenario que más se
presta para el surgimiento y la subsistencia de estos líderes, puesto que es un
período en que se desequilibran los poderes tradicionalmente establecidos. Por
ello, no están interesados en la paz, antes bien, les conviene prolongar el estado
de inseguridad. Pero tampoco es su interés la toma del poder estatal pues su
capacidad de dominio no es tan grande y localmente puede suplir ampliamente
sus necesidades. 60
Ese dominio local implica el control sobre la población, la cual se ve en-
vuelta en conflictos que en gran medida le son ajenos. Así mismo en el Tolima,
quienes quedaron bajo dominio de esos líderes que se oponían al creciente po-
der estatal, terminaron siendo parte del bando rebelde, de las "guerrillas libera-
les", pero no por una elección que respondiera a una determinada adscripción
política. 61

tenido con las instituciones estatales. Ver Femán González, et al. Violencia política en Colombia.
De la nación fragmentada a la construcción del Estado, CINEP, Bogotá, 2003, pp. 226-236; Y
Fernán González, Poder y violencia en Colombia, CINEP, Bogotá, 2014, cap. 1. Clara Inés García
ofrece un análisis de los estudios recientes que investigan la importancia de los órdenes locales en
el contexto de conflictos almadas y del colombiano en particular: Clara Inés Garda, "Los estudios
sobre órdenes locales. Enfoques, debates y desafíos", Análisis Político, n° 73, 2011, pp. 55-78.
Encuentro que para los conflictos del siglo XIX falta aún una mayor exploración sobre la influencia
en ellos de las dinámicas locales.
60, Peter Waldmann, "Guerra civil: aproximación a un concepto difícil de formular", en Peter
Waldmann y Fernando Reinares, eds., Sociedades en guerra civil, Conflictos violentos de Europa
y América Latina, Paidós, Barcelona, 1999, pp. 27-44 (cita en p. 42). Para Waldmann, este tipo
de líderes locales caracterizan las guerras civiles de la actualidad, pero, como 10 observamos en
nuestro análisis, también abundaron en las del XIX.
61, Esta conclusión concuerda con la que ofrece el sociólogo Fernando Escalante haciendo un
barrido rápido por los diferentes conflictos civiles en México tanto del siglo XIX como del XX:
"Se adivina siempre, sin dificultad, bajo la aparatosa retórica de la gran causa, la trama menuda
de los intereses locales, la influencia de los caciques y el arreglo improvisado, dudoso, también
cambiante, provisional, que define a los dos bandos". Fernando Escalante, "El orden de la extor-
sión: las formas del conflicto político en México", en Peter Waldmann y Fernando Reinares, eds"
Sociedades en guerra civil, ob. cit., pp. 297-323 (cita en p, 306).

238
Brenda Escobar

¿De qué hablamos cuando hablamos de "guerra civil" en el siglo XIX


en Colombia?
Los teóricos de la guerra civil suelen señalar la dificultad de dar una definición
única a es le concepto ya que no hay un prototipo de guerra civil, sino múltiples
"estilos y formas bélicas diferenciadas en el tiempo, el espacio y la intensidad".62
Las discusiones sobre si deternlinado conflicto puede ser denominado "guerra
civil" o no, suelen quedar inconclusas, en la medida que cada teórico parte de
una definición diferente." Ahora bien, estos mismos teóricos señalan la impor-
tancia de mantener el término, definiéndolo de manera amplia, en tanto sigue
siendo útil para nombrar un fenómeno común a mucbas sociedades, mientras
que acuñar nuevos términos para cada sociedad estudiada no pemlitiria plantear
comparaciones entre ellas M Para no enfrascamos en una discusión interminable
sobre si es pel1inente hablar de "guerras civiles" para denominar las guerras
internas que se libraron en Colombia en el siglo XIX, quisiera al menos, a partir
de los elementos analizados antes para la guerra de los Mil Días, lanzar algunas
hipótesis, que deberán ser comprobadas para los otros conflictos del siglo XIX,
sobre lo que no ¡iteran esas "guerras civiles",
En prímer lugar, las guerras en la provincia no se desarrollaron bajo la ló"
gica de las guerras interestatales. Ya varios teóricos de las guerras civiles han
señalado las dificultades que conlleva entender las guerras civiles bajo los pre-
supuestos de las guerras internacionales. Por ejemplo Martin van Creveld hace
un recuento de estudios sobre las guerras civiles y muestra que dichos análisis
se basan en una historiografía y una filosotla política que parten del ejemplo de
los Estados nacionales de Europa occidental, donde tuvieron lugar lo que Clau-
sewitz denomina "guerras trinitarias", es decir, conflictos en los que pueden
distinguirse Estado, ejército y población. Bajo este presupuesto, se ha buscado
entender todo tipo de guerras, también las intraestatales. Pero, como explica
Van Creveld, tal distinción no se ajusta a la mayoría de los conflictos en el
mundo· 65 Es evidente que en Colombia en el siglo XIX, no había una clara se-
paración entre estos tres elementos: el Estado no era un aparato que se colocara

62. María Teresa Uribe y Liliana María López, Las palabras de la guerra, ob. cit., p. 31.
63. La pregunta ha sido planteada ya varias veces en el contexto del conflicto colombiano de
los últimos años. Una panorámica de diferentes posiciones al respecto en: "Guerra civil. Debate",
Revista de Estudios Sociales, n° 14, febrero de 2003, pp. 119-126; Y"Respuesta al debate 14: gue ..
rra civil", Revista de Estudios Sociales, nO 1S,junio de 2003, pp. 157-164.
64. Ver, por ejemplo, Peter Waldmann y Fernando Reinares, eds., Sociedades en guerra civil,
ob. cit., "Introducción", pp. 11-23.
65. Mar1in Van Creveld, The Tran:-,formation ofWar, The Free Press, Nueva York, 1991, cap.
n.

239
La guerra de los mil días

por encima de la población y fuera ajeno a los intereses particulares de los pobla-
dores, ni mucho menos contaba con unos agentes neutros constituidos en ejército
que lograran mantener como única opción el tipo de orden que deseaba instaurar
ese Estado. Así mismo, y esto se ha hecho mucho más evidente a partir del análi-
sis que anteriormente hemos ofrecido, si bien había grupos que se oponían a los
gobiernos de tumo, no constituían sectores realmente amplios de la población,
que pudieran plantear un nuevo orden y lograran atraer numerosos seguidores
a ese proyecto, formándolos como ejércitos sólidos que lucharan por la meta de
instaurar ese nuevo orden y que pudieran así poner en peligro el orden vigente. De
hecho, el poder del Estado fue tradicionalmente débil y esto hacía que la pobla-
ción no estuviera tan necesitada, ni tan dispuesta, a tomar las armas en su contra.
Claramente hubo intentos de los líderes de los partidos por configurar su opo-
sición frente al gobierno de tumo tratando de hacer guerras de tipo clásico, for-
mando ejércitos, buscando dominar territorios paulatinamente hasta la conquista
del poder nacional, y acogiendo el derecho de gentes que regía las guerras inter-
nacionales y juzgaba a los rebeldes que actuaran bajo esa lógica, como beligeran-
tes y no como criminales. 66 Como lo he indicado, Rafael Uribe Uribe y los otros
liberales belicistas concebían así la guerra. No obstante, esa no fue la manera
como se llevó a cabo la guerra, pues en la provincia no nle posible configurar
"ejércitos liberales".67 Como 10 advierte Iván Orozco, estos intentos de adoptar
el derecho de gentes como el estatuto para regir las guerras internas "no era lID
simple reflejo de lo que 'era', sino, ante todo, norma de lo que 'debía ser"'.68 Si
bien esas guerras podían plantearse en el discurso como guerras interestatales,
no se desarrollaron de ese modo pues no había dos soberanías en conflicto ni se
enfrentaban dos ejércitos, cada uno en defensa de unos ideales claramente con-
trapuestos.

66, Iván Orozco Abad ofrece un documentado ensayo sobre cómo funcionaba ese ideal de
guerra propuesto por el derecho de gentes, y cómo este estatuto fue adoptado en el país como
consecuencia de la guerra de 1859-1861. La estrategia seguida por el líder y triunfador de esa
guerra, Tomás Cipriano de Mosquera, ejemplifica bien la concepción de guerra, basada en las
guerras internacionales, que mantuvo este líder: ir ocupando y acumulando territorio, declarar en
esos ten'itorios "liberarlos" una nueva soberanía, finalmente por acumulación de territorios sobe-
ranos poner en vilo la soberanía del Estado establecido por la nueva estatalidad instaurada por los
rebeldes. Véase Iván Orozco Abad, Combatientes, rebeldes y terroristas, ob. cit., especialmente
pp. 94-98, IOI-II!.
67. Incluso el propio Ejército Liberal en Santander nunca dejó de ser un mero conglomerado
de pequeños grupos que seguían cada uno a su jefe y no pudo actuar de manera coordinada bajo
un solo mando. Sobra decir que los ejércitos gobiernistas tampoco fueron modelo de coordinación.
Véase Brenda Escobar, De los conflictos locales a la guerra civil, ob. cit., pp. 181 ~ 191.
68. Iván Orozco Abad, Combatientes, rebeldes y terroristas, ob. cit., p. 104.

240
8renda Escobar

Esta observación nos conduce a la siguiente: los actores de las guerras civiles
colombianas del XIX no siempre buscaron controlar el poder nacional, ni aun
regional. Aquí me estoy oponiendo a una noción también expandida en la biblio-
grafía sobre guerras civiles que afirma que una de sus características definitorias
es que los rebeldes buscan la conquista del poder estata!.69 De este modo distin-
guen el fenómeno "guerra civil" de otros conflictos intemos, por ejemplo los que
se presentan cuando hay gmpos dentro de los Estados que aprovechan espacios
en los que esos Estados no tienen el monopolio de la violencia, aunque no buscan
imponer completamente un nuevo monopolio, como es el caso de las mafias.
Igualmente se excluyen de esa categoría los desórdenes, el crimen, el bandidaje
en pequeña escala, las protestas campesinas o urbanas pasajeras, en cuanto tam-
poco buscan el control del Estado. Pero ¿qué se observa en el conflicto analizado
desde el Tolima? Líderes, tipo warlords, que se aprovechan de espacios en los
que el Estado tiene un control menor o casi nulo, bandidaje en pequeña escala,
desórdenes temporales, combates por la defensa de intereses privados, acciones
conducentes a aprovechar los muchos vacíos del poder estatal. En la medida que
el Estado se caracterizaba más bien por su fragilidad, se hacía innecesario con-
traponerle unos ejércitos de estilo estatal que le hicieran resistencia. Ya solo con
el ejercicio del control económico sobre algunas zonas y la coacción física sobre
sus habitantes, aprovechando el desorden generado por la guerra, se podían sacar
unas ventajas imnediatas provechosas, que resultaban más atractivas que perse-
guir fines a largo plazo o utópicos. Es necesario aceptar que tales actividades ha-
cían parte de la guerra civil, aunque no se encuadraran dentro del ideal de guerra
que querían difundir sus promotores. Si bien desde Bogotá y Santander, como lo
vemos en el pacto firmado por los belicistas, estos pretendían una guerra orga-
nizada bajo unos ideales que abarcaran a los combatientes del territorio entero,
en la práctica, y acorde con un territorio y una población segmentados, se daban
conflictos fragmentados que obedecían cada uno a circunstancias muy locales.
El otro aspecto ya anunciado y que se desprende de 10 dicho anteriormente,
es que las guerras del XIX no fueron conflictos que se redujeran a motivaciones
ideológicas. En un intento por darle un carácter político a esos conflictos, María
Teresa Uribe y Liliana López afirman que "las guerras civiles del siglo XIX en
Colombia fheron guerras entre ciudadanos por la definición del Estado, lo públi-
co y la ciudadanía". Y que: "las guerras civiles colombianas del siglo XIX eran

69. Gabriele Ranzato, ed., Guerre fratricide, ob. cit., p. XXXVI; Stathis Kalyvas, Tite LogÍc
of Violence in Civil War, ob. cit" p. 19. Peter Waldmann no comparte esla caracterización de la
guen'a civil, haciendo notar que los warlords, que para él son el tipo de líder predominante en las
guerras civiles actuales, no buscan el control del poder central. Peter Waldmann, "Guerra civil", en
Sociedades en guerra civil, ob. cit., pp. 40-43.

241
La guerra de los mil días

guerras por la construcción de 1m orden institucional, es decir, guerras anudadas


en tomo del orden institucional público".70 Las autoras intentan así dar un valor
a las guerras civiles, mirándolas desde la perspectiva introducida por teóricos del
Estado como Charles Tilly, Perry Anderson, Eric Hobsbawm, Theda Skocpol o
Barrington Moore, quienes asignan un rol civilizador a las guerras que vivieron
los países europeos en la medida que contribuyeron a otorgar a los Estados una
organización institucional fuerte y propiciaron la unificación de sus naciones
en tomo a esos Estados fuertes. 7l Así mismo Uribe y López proponen que "la
guerra y la violencia han sido determinantes en la configuración política, social
y cultural del país" 72 Esto implica ver las guerras como actos políticos, no sim-
plemente como máquinas de destrucción. Podemos compartir esta postura que
busca rescatar el aspecto constructivo del conflicto, pero por 10 que acabamos
de exponer, no es posible pensar en las guerras colombianas (en las guerras en
general) solamente como actos políticos, pues no todo se juega en ese terreno.
La descripción del funcionamiento de la guerra en el Tolima muestra que allí
se consolidaron grupos con una organización y una estructura que les permitía
subsistir por períodos largos, pero sin perseguir fines trascendentes de triunfo de
las ideas liberales o de un nuevo modelo estatal, más justo que la Regeneración,
o con unos proyectos distintos de ciudadanía o de "10 público". En efecto, en
los medios de comunicación de la época: periódicos, discursos (las fuentes que
estudian Uribe y López), se generaban discusiones teóricas en que se evaluaban
los diferentes modelos de Estado en competencia, pero eso era 10 que discutían
los líderes políticos en las altas esferas, no 10 que interesaba a los muchos grupos
armados que se formaron lejos de Bogotá y cuya organización habla de otros
intereses que se estaban persiguiendo simultáneamente con la guerra. 73
Volviendo a la idea expresada en el epígrafe de Centeno, las guerras reflejan
la forma en que están organizadas las sociedades en que surgen. La sociedad de

70. María Teresa Uribe y Liliana María López, Las palabras de la guerra, ob. cit., pp. 30, 37.
71. Miguel Ángel Centeno evalúa críticamente a estos teóricos y su idea de la conexión entre
guerra y formación de Estado a partir de las diferencias con las guerras en Latinoamérica en el
siglo XIX: "¿Qué podemos aprender acerca de la naturaleza general de la constnlcción de Estado
y la nación a partir de los casos latinoamericanos? Quizás la lección más importante es que la for~
mación de los Estados-nación no es inevitable. El establecimiento de una autoridad política exitosa
sobre extensos tenitorios es la excepción y no la regla". Miguel Ángel Centeno, Sangre y deuda,
ob. cit., p. 388 Ypassim.
72. María Teresa Uribe y Liliana María López, Las palabras de la guerra, ob. cit., p. 30. Iván
Orozco Abad sostiene una idea similar en Combatientes, rebeldes y terroristas, ob. cit., pp. 91 ~94.
73. En ese sentido, habría que revaluar en qué medida el Tratado político de Wisconsin puede
catalogarse como el acontecimiento que pone fin a la guerra de los Mil Días. Pienso que falta ex~
pIorar las formas como localmente se fue extinguiendo la guerra.

242
Brenda Escobar

finales de siglo XIX en Colombia estaba fragmentada y no podía ser adminis-


trada uniformemente desde un Estado central, en esa medida también era dificil
organizarla centralmente para llevar a cabo una guerra contra ese Estado, por eso
encuentro pertinente entender esas guerras corno "conflictos fragmentados".74

74. Término muy cercano al que propone Michael Riekenberg de "guerras segmentarias"
("segmentare Kriege") para entender las guerras internas en Latinoamérica. Riekenberg, 0V cit.,
caps. 1 y 2. Sobre este concepto ver también Brenda Escobar, De los cOf!flictos locales a la guerra
civil, ob. cit., pp. 165-172.

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