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RESCATE EMOCIONAL

Por: Judith Montserrat Martínez Orozco.

Elena despertó con una sensación punzante en el estómago; apenas eran las siete
de la mañana, y sentía como si no hubiese dormido las tres horas que en realidad había
dormido. Se levantó y le echó un ligero vistazo a su marido, el cual se hallaba dormido
a su lado y que ignoraba, por supuesto, que ella se había ido con kike, un hippie al que
apenas conocía, a la primera fiesta divertida de su vida. En la fiesta, Elena hizo lo que
nunca creyó poder hacer: bebió, fumó, esnifó cocaína, se puso a bailar al ritmo de los
Rolling Stones, cantó a voz en cuello canciones de Los Beatles que nunca supo que se
sabía, hizo el amor con kike y regresó cerca de las cuatro de la mañana a su residencia
sin que su marido se diera cuenta. Elena se sentía, en cierta forma, una gran triunfadora.
Era demasiado temprano, pero Elena sabía que, si “Carlitos” su marido, la
encontraba en es estado tan lamentable (ni siquiera se había limpiado el maquillaje y
tenía la sensación de que le había quedado cocaína en la nariz) haría un escándalo de
campeonato y quizás y hasta la correría de la residencia, idea con la que Elena estaba
completamente de acuerdo. Carlos era tan celoso y aprehensivo, que ella se sentía
encarcelada. Bueno, de hecho, ella siempre se sintió encarcelada desde que su madre la
obligó a casarse con ese chico tan “apuesto e inteligente”, al que ella siempre detestó.
Ni siquiera cuando eran niños le caía bien por presumido, manipulador y discriminador
de gente negra y homosexual; pero Carlos era un chico muy inteligente, y comenzó
ganándose la confianza de la madre de Elena, y ahora ella estaba ahí, encerrada en una
enorme residencia rodeada de lujos y de soledad. Su marido trabajaba desde las diez de
la mañana hasta las ocho de la noche en una importante agencia de modelos de lunes a
sábado, pero la tenía muy vigilada, y ella no podía salir de su casa si no era con él o con
María, una sirvienta dulce y muy prudente. Ella fue la que le ayudó a escaparse para irse
con kike a la alocada fiesta-orgía.
Elena se metió a la tina y la llenó hasta el tope con agua helada. Aún se sentía
acalorada porque toda la noche (bueno, casi toda) estuvo bailando y, además, quería
estar completamente despierta para cuando su marido se despertara. Duró demasiado
tiempo en la tina, porque quería darse un baño completamente acucioso: se lavó el
cabello tres veces, para que su marido no notara que aún tenía olor a marihuana o
“mota” como le decía kike; se talló la cara muchas veces hasta que quedó convencida de
que no tenía maquillaje, porque unas chicas de ahí la maquillaron con unas pinturas
minerales muy difíciles de borrar; se metió agua en la nariz y hasta se la horadó con un
cotonete húmedo para quedar completamente convencida de que no tenía ni un rastro de
cocaína, porque, aunque la cocaína le había caído maravillosamente, el efecto ya se
había pasado y ahora sólo quedaba la típica sensación de culpa. Cuando terminó de
bañarse, Elena se puso su bata de dormir y se acostó al lado de Carlos; de pronto, ella
reparó en el anillo de compromiso, que estaba en su cómoda y, sólo para darle un
disgusto a Carlos, se levantó y lo tiró por el desagüe de la tina, que aún no se acababa de
vaciar. Ella sabía que lo primero que hacía Carlos al levantarse era decirle “ponte el
maldito anillo. No eres soltera.” Pero el anillo no iba a aparecer nunca jamás… y eso le
encantó.

El 9 de diciembre amaneció nublado y ventoso, y Elena pensó que ese clima era
el epígrafe perfecto para lo que se iba a celebrar ese día. Con la ayuda de una de sus
mejores amigas y de su madrina, se puso el largo y carísimo vestido que Carlos le había
mandado hacer directamente desde Francia, se sentó por 2 horas y esperó pacientemente
a que la estilista la terminara de peinar, se calzó las finas zapatillas blancas con
bordados en oro traídas de Italia, se puso sus aretes de perlas, sus numerosos anillos y,
como un desprecio por la ceremonia, una pulsera de tela con el símbolo de Guns N’
Roses, uno de sus grupos favoritos. Lo único que se puso que no fue un regalo de Carlos
fue un collar de esmeraldas, el cual era un regalo muy especial, porque se lo había dado
su padre antes de morir.
Elena se estaba terminando de abrochar el collar cuando su madre apareció en el
cuarto sin tocar la puerta, una pésima costumbre que Elena detestaba. La señora estaba
exageradamente maquillada, había optado por lucir un peinado alto e indiscreto y,
aunque ya tenía 60 años, llevaba un vestido muy ceñido y escotado, como los que
suelen usar las muchachas de 20 años. Elena se sintió avergonzada, pero pronto la
vergüenza se transformó en ira al notar que su madre tenía anillos, aretes, collares y
pulseras que no le había visto. Obviamente, se los había regalado Carlos.
- Te los regaló Carlos, ¿no es así?- dijo, apuntando hacia las joyas, que
su madre lucía sin ningún recato.
- Así es, hija… ¿no son preciosos? Mira- doña Luz se quitó el anillo más
vistoso, pues tenía un enorme diamante auténtico – este anillo es de
Inglaterra ¿No es precioso? Es mucho mejor y más caro que esa
porquería de collar que tu padre te regaló. Si no te lo quitas en este
instante…
- Mamá- la interrumpió audazmente Elena- ¿No podrías, por una vez en
tu vida, tocar la puerta de mi cuarto antes de pasar? Y ¿Hasta cuándo
vas a dejar de interesarte en el dinero de Carlos? ¿Hasta cuándo vas a
comprender que yo no lo amo? Y, sobre todo, ¿Hasta cuándo vas a
dejar de chantajearme y de entrometerte en mis decisiones?
Doña Luz palideció de rabia, y, en lugar de responderle, se tocó su cabello de
forma teatral, antes de levantar la mano y cachetear a su hija. La bofetada mandó a
Elena directamente al suelo.
- Ponte más maquillaje para que Carlos no note que tu rostro está
deformado (no inflamado, deformado) y, por cierto, quítate ese collar
tan corriente. Desentona con todas esas preciosas joyas.- fue lo único
que dijo Doña Luz antes de salir del cuarto sin cerrar la puerta (otra
pésima costumbre).
Elena se levantó. Estaba llorando a lágrima viva, y el maquillaje de los ojos se le
estaba empezando a correr; pasó sus manos por su mejilla y descubrió que de sus labios
brotaba un hilillo de sangre. No se volvió a poner maquillaje, ni se retocó el maquillaje
de los ojos ni de los labios, pese a las súplicas de su amiga. Ni siquiera se molestó en
limpiarse el pequeño rastro de sangre que le quedó en la comisura de los labios. Más
digna y orgullosa que nunca, Elena salió del cuarto, muy derecha y luciendo todas las
joyas que Carlos le había dado. Iba del brazo de su amiga, y Carlos la instaba con la
bocina de su auto a apresurarse o llegarían tarde a la boda. Ella iba a casarse con el
rostro hinchado, la boca sangrante, una pulsera de tela que tenía el símbolo del grupo
que Carlos más odiaba, un collar corriente y los ojos hinchados. Si Carlos quería casarse
con ella, la tendría que conocer con su peor cara. Imposible dar menos por más.

A las ocho y media de la mañana, Elena se volvió a despertar; mejor dicho, su


marido la despertó con ese infernal ruido que hacía su noticiero matutino, y ella se
despertó también. Con paso tambaleante, se dirigió hacia la cocina.
- Por fin- le dijo Carlos, mientras se esforzaba en beber jugo de naranja, café y
comer fruta picada al mismo tiempo que veía sus noticias y leía su periódico. Un loable
esfuerzo- Tal parece que a las mujeres perezosas sólo les interesa dormir sin importarles
si su esposo quiere almorzar o no.
Elena lo ignoró y se dirigió directamente a la cafetera para servirse una taza de
café. Como todavía estaba algo “ida” por la cocaína y el sexo ilícito, pero emocionante
(era la primera vez que hacía el amor, puesto que nunca dejó que Carlos la tocara.
Técnicamente, Elena le había otorgado su virginidad a un hippie al que apenas conocía.)
Se le resbaló la taza de café con todo y café. El espantoso ruido hizo que Elena
despertara por completo y recuperara el sentido de la realidad. El café se desparramó
por todo el piso. Carlos se levantó y fue directamente hacia ella con intenciones de
matarla. Le apretó el brazo con tanta furia que la lastimaba.
- Carlos suéltame. Me lastimas. Fue sólo un accidente.
- Eres una completa estúpida- dijo Carlos, con chispas en los ojos. Le dejó de
apretar el brazo al notar que ya eran las nueve y media de la mañana- Mira la hora. Por
tu culpa voy a llegar tarde al trabajo. Tú tienes la culpa de todo.
Elena empezó a llorar, y se secó sus lágrimas con las manos. Carlos notó algo
raro en la mano izquierda de Elena
- No llores ni hagas escenas, que ni te quedan. Por cierto ¿Dónde está el maldito
anillo? ¿No te he dicho que lo debes de llevar puesto desde antes de levantarte de la
cama? ¿Que eres una mujer casada?
Elena abrió los ojos de golpe y recordó que, en la locura de su desesperación,
había tirado el anillo. El anillo. Se empezó a reír histéricamente. Perfecto. El maldito
anillo ya no estaba y eso la hizo más feliz que cuando lo tiró. Ese maldito anillo ya no
estaba. Estaba en el caño, en la alcantarilla, conviviendo entre las aguas pútridas de toda
la ciudad. Carlos, estupefacto, se acercó hacia ella con los ojos abiertos como platos.
- ¿De qué te ríes, estúpida?- Le gritó, con su mano derecha levantada;
Obviamente, tenía planeado reventarle las mejillas a cachetadas. El
reloj hizo que se detuviera. Bendito reloj.
- Se te hace tarde- dijo Elena, con voz débil. Carlos se acercó.
- Regreso a las ocho. Cuando regrese quiero verte con el anillo puesto.
Carlos salió, dando un portazo, y Elena se pudo finalmente respirar tranquila.
Una sonrisa se formó en sus labios, porque Carlos no se había dado cuenta de nada.
Cuando Elena se tranquilizó un poco, miró a su alrededor. Todo estaba hecho un
completo desastre, en parte porque Carlos se fue sin recoger los platos y en parte por la
taza de café (ya sin café) que ella no había recogido; Mientras limpiaba la cocina, María
llegó a saludarla.
- Buenos días señorita. ¿Cómo le fue en su fiesta? ¿El señor no se dio
cuenta?
- Buenos días María. Me divertí mucho en la fiesta y Carlos,
afortunadamente, no se dio cuenta de nada.
María movió la cabeza negativamente.
- No se arriesgue demasiado. Puede resultar peligroso.
Elena se levantó del suelo.
- El peligro libera- dijo, y un silencio envolvente inundó la cocina,
acompañado de una de las frases favoritas de kike dicha por ella. Elena
se despabiló.- Voy a hablarle a kike. ¿Podrías recoger la cocina por mí,
por favor? Gracias.
María no contestó nada, pero inmediatamente se puso a trabajar. Elena fue
directamente al teléfono para llamarle a kike y decirle que sí, que estaba completamente
de acuerdo con su plan y que pasara por ella en la noche.
El casino, más que casino, parecía un albergue para indigentes: Además de las
innumerables amigas de la madre de Elena, se encontraban los familiares de ambos, las
amigas y amigos de Elena, los amigos (no amigas) de Carlos, algunas personas
importantes, varios niños y dos perros dálmatas de alguien despistado (¿despistado?)
que se tomó la libertad de traerlos. Elena estaba cansada, harta, molesta, triste y muy
decepcionada. Toda la recepción se la pasó del brazo de su marido y de su madre
atendiendo invitados, luciendo sus joyas y fingiendo sonrisas. Lo único que le había
gustado de esa fiesta es que había venido su primo Rutilio al que todos, por compasión,
le decían simplemente “Ruti”. Y Ruti no vino solo, pues había llegado cargado de
discos excelentes: Beatles, Rolling Stones, Credence, Doors, Led Zeppelín, Toto, Iron
Butterfly, Janis Joplin y, sobre todo, Guns N Roses, que, en sustitución de la aburrida y
estúpida orquesta que Carlos había contratado, pusieron a todos los invitados a bailar,
hasta que Carlos se dio cuenta y mandó quitar ese “sonido infernal” no sin antes insultar
a Ruti y decirle algunas lindezas que hicieron que todos los invitados se sumieran en un
deprimente silencio. Sin que nadie se atreviera a protestar, la orquesta continuó con la
interrumpida melodía de Chopin.
Elena estaba bastante molesta por la forma en que estaban sucediendo las cosas.
En primer lugar, la boda había sido un completo desastre para ella, porque, cinco
minutos antes de meterse a la Iglesia con Carlos, su madre la metió al baño a la fuerza,
donde con movimientos bruscos quitó la sangre de su cara, retocó su maquillaje, arregló
su peinado y le hubiera quitado el collar de no ser porque Elena no pudo seguir
aguantando la rabia. Cuando vio que su madre pretendía quitarle el collar a la fuerza,
Elena se apartó con fuerza.
- Lo siento, mamá. Pero me voy a casar con el collar, quieras o no. Es más, ni
siquiera me quiero casar así que, si no quieres verme en la Iglesia con el collar, cancela
la boda y me harás un gran favor.
Ganas no le faltaron a la señora para destrozar el rostro de su hija a cachetadas,
pero se contuvo, porque alguien tocó la puerta del baño.
- ¡Se nos hace tarde, salgan ahora mismo!
De inmediato Elena supo que ese grito era de Carlos. Su frase favorita era “se
hace tarde”.
La fiesta no estaba mal, pero Elena se sentía como niña chiquita. Carlos se la
pasaba corrigiéndole sus defectos a grandes voces y enfrente de toda la gente. Su madre,
en vez de protegerla o defenderla, aplaudía a “Carlitos”. Y a la hora en que los criados
sirvieron los manjares importados la presión y las correcciones iban de mal en peor.
Ruti fue el primero en notarlo.
- Por dios, Elena, come como una persona y no como un cerdo ¿Cuántas veces te
he dicho que primero partas la carne y luego la comas, y no al revés? Y por favor,
pártela en pedazos pequeños. No te estás muriendo de hambre.
Elena escuchaba a Carlos sin decir una sola palabra, pero ahogó un sollozo,
temerosa de que su madre la escuchara, y una lágrima solitaria se deslizó a lo largo de
su mejilla derecha y cayó directamente en el mantel. Ruti fue el único que se percató y
se levantó de su asiento.
- Disculpe “Su Majestad” pero puedo notar que usted es un hombre de refinadas
costumbres y fina educación ¿No es verdad?
Carlos sonrió. Obviamente, no sabía que Ruti era familiar de Elena y lo había
tomada como un gorrón más.
- Así es. Me educaron en uno de los mejores colegios de Inglaterra. Sé hablar
inglés, francés, alemán y se me facilita el Italia…
-Pues tengo algo que decirle. Usted puede meterse toda esa información, buenas
costumbres, modales impecables y educación envidiable por el culo, porque nada de eso
le está sirviendo en lo más mínimo.
- ¿Pero cómo se atreve insolente? ¿Quién demonios es usted?
- Me llamo Rutilio Madero, y no me avergüenza decirle que soy primo de Elena.
Tampoco me avergonzará decirle que toda esa información, educación y costumbres no
le sirven de nada porque le falla una simple y llana cosita: No sabe tratar bien a las
mujeres y, por lo tanto, todos esos conocimientos han sido desperdiciados. Qué lástima.
Carlos se levantó de su silla con ademanes exagerados, con todas las intenciones
de matar al primo de su esposa. Su esposa. Se dirigió a Elena con los ojos inyectados de
sangre.
- ¿Me puedes decir cómo se te ocurrió invitar a este pordiosero a la fiesta? ¡Esta
fiesta es una fiesta con clase, no cualquier cochinada! ¡Exijo que este imbécil salga
inmediatamente de aquí!
- Rutilio es la única persona que realmente quiero en el mundo- se defendió
Elena, con voz débil. Ruti se molestó.
- No tienes por qué darle explicaciones, Elena. Yo me iré inmediatamente de
aquí y no te preocupes por mí. Encima del equipo de sonido hay un pequeño obsequio
para ti. Nos veremos después.
Todos se quedaron callados hasta que Carlos dio la orden a la orquesta de que
continuara con la melodía inconclusa de Bach, y Elena, aprovechando un descuido de su
marido y de su madre, que estaban bailando tontamente, fue al equipo de sonido donde,
efectivamente, había un pequeño paquete. Ella lo abrió, y lo que vio hizo que sus ojos se
nublaran de lágrimas. Era un pequeño muñeco de Slash con un disco original que
recopilaba los mejores éxitos de Guns N Roses y una pequeña nota, la cual abrió. Decía:
“Te voy a presentar a un amigo llamado Enrique, pero todos le dicen kike. Tú
chitoncita, muy pronto la luz saldrá en tu camino oscuro” Ruti, al igual que kike, era
hippie, así que Elena se puso muy feliz. Le agradaban mucho los hippies.
En la noche, cuando Elena y Carlos se hallaban en una habitación de un hotel de
cierta playa conocida, y después de forcejear un buen rato porque Carlos quería hacer el
amor y ella no, abrieron los regalos. Eran regalos muy caros y muy finos, era cierto,
pero Elena sabía que todos esos aparatos, ropa y adornos finos no eran comparables con
el regalo de su primo Ruti, porque ese sencillo y pequeño regalo había sido el único que
había recibido verdaderamente con amor.

Ya eran las seis de la tarde. En dos horas llegaría su marido y todavía tendría
que resistir otras cuatro con él, porque kike iría a su rescate emocional a las doce en
punto de la medianoche. Una hora bastante incómoda. Por eso la habían elegido, y
Elena estaba bastante nerviosa porque sabía que había noches en que Carlos se acostaba
hasta las dos de la madrugada. Dejó de preocuparse por eso y empezó a hacer su maleta
mientras María la observaba.
- ¿Está segura de lo que quiere hacer señorita?
- Así es María. No puedo resistir otra noche más con Carlos y recuerda nuestra
regla de oro: Tú no sabes nada.
María bajó la cabeza. Le pasó a Elena una colección de viejos y rotos pantalones
de mezclilla que Carlos nunca le dejaba ponerse, varias playeras holgadas y cuatro pares
de tenis.
- Vaya. Nunca pensé que usted tuviera esta clase de ropa, señorita.
- Así es. De ahora en adelante ya no fingiré ser quien no soy. A partir de esta
madrugada seré una mujer libre. No lo olvides.
Terminaron de empacar el último par de tenis. Todo iba empacado en una maleta
deportiva de tela, que pudieron ocultar debajo de la cama sin dificultades.
- Me voy a dar un baño María. Cuando salga, prepárame la cena por favor.
- Muy bien señorita.
Elena se dirigió al baño y llenó la tina, como lo había hecho en la mañana, con
agua helada hasta el tope y puso suficientes burbujas. Como ya se había bañado en la
mañana, Elena se pasó una hora dejándose arrullar por la suavidad de las burbujas y la
flexibilidad del agua, que se amoldaba perfectamente a su cuerpo. Sólo quería ganar
tiempo para pensar y organizarse. El punto era simple: Se iba a escapar de su casa para
largarse con kike a una comuna donde vivirían juntos y tendrían un montón de locas
experiencias. Elena pasó unos segundos sumergida completamente en la tina, porque
quería emerger con una nueva cara limpia, fragante y despreocupada, para que Carlos
no notara nada. En el fondo de la tina, pensó en un pequeño plan alterno que tenía
preparado para “ayudar” a Carlos: Somníferos. Ella sabía perfectamente que cuando
Carlos llegara, lo primero que le pediría serían dos cosas: Sus pantuflas y una taza de
café negro. Si Carlos llegaba con un “tengo cosas que hacer” ella le pondría los
somníferos en el café. Nada más simple.
A las siete y media de la tarde Elena salió del baño envuelta en una toalla,
dispuesta a cualquier cosa. Se puso uno de sus pantalones de mezclilla y una playera
color morado; encima, se puso una pijama muy gruesa de franela, para que Carlos no
notara que abajo tenía otra ropa. Para completar aquella farsa, resistió la tentación de
ponerse los tenis y los cambió por unos huaraches, para no tener la necesidad de ponerse
calcetines y poder ponerse sus pantuflas. Sencillo.
La cena estaba lista, y Elena se dirigió a la cocina. Cenó con toda calma, pues
sabía que Carlos llegaría de un momento a otro. Aún así, sintió la sensación punzante en
el estómago que había sentido en la mañana. Puros nervios. Y Carlos los notaría. Elena
se trató de calmar y hasta prendió el televisor. Walt Disney. Sus películas siempre le
habían agradado. Cuando estaba de lo más divertida viendo a Nemo tratando de salir de
la pecera, escuchó un grito que resonó por toda la casa. Se le secó la boca
inmediatamente.
- ¡Elena! Ya llegué cariño, ¿Dónde estás?
Elena llegó a la puerta, donde estaba él.
-Estoy aquí Carlos. ¿Quieres cenar?
Carlos estaba muy ocupado con unos papeles, y ni siquiera notó que Elena no
tenía el anillo puesto.
- No. Tráeme mi café y mis pantuflas al estudio. Tengo cosas qué hacer y creo
que me voy a pasar la noche en vela.
Elena sonrió. Había llegado la hora de poner en práctica su plan alterno.
- Lo que quieras.
Elena puso a hervir el café y, mientras, terminó de cenar y lavó los trastes. De
uno de los recipientes donde se supone deberían ir las especias sacó dos pequeñas
pastillas de efecto fulminante. Carlos dormiría a pierna suelta hasta bien entrado el día
siguiente sin escuchar nada. Cuando el café estuvo hecho, Elena lo sirvió en una taza y,
con mano temblorosa, puso las dos pastillas. Ya estaba hecho. Ahora solo faltaba que el
proceso se completara. Fue al estudio de Carlos con la taza de café y unas pantuflas.
Carlos estaba escribiendo unas cosas.
- Gracias Elena. Espero que no te moleste, pero- Carlos tomó un sorbo de café.
Elena se estremeció. Ahora todo estaba terminado.- Ahora no voy a poder dormir en el
cuarto. Tengo demasiado trabajo.
Elena le dio la espalda para que Carlos no se diera cuenta de que estaba
sonriendo.
- No te preocupes. Ya habrá más oportunidades.
Elena cerró el estudio y se fue directamente a su cuarto; se acostó, pero no se
pudo dormir y encendió el televisor. Las horas pasaron con una lentitud deprimente. Las
nueve de la noche. La última novela. Las diez. Noticias nocturnas. Las once. Un
programa político. Las doce. Ruido de piedras en la ventana. Kike.

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