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No hay nada como cogerse (la mano) en el cine

Ronald Melzer es, y por desgracia fue, un crítico legendario y amigo, un uruguayo de origen
polaco, que era todo un negado para los negocios, decía, pero un gran emprendedor porque era
judío y católico, marxista y contable, pero sobre todo, fue un conductor de amor y cine, como
algunos metales lo son de la electricidad, como Luis Ospina, Marcel Hanoun, Jonas Mekas o
François Truffaut, como Jerry Gonzalez o Fernando Trueba en el jazz latino. Distribuyo, exhibió,
editó y alquiló miles de películas en Uruguay, y en algunas de las mejores de allí se ponía como
productor asociado por amor, La perrera, 25 watts, Gigante o El muerto y ser feliz, en la que
también debería figurar como guionista. Además, de crítico fue juez de línea, dos oficios muy
parecidos, por lo que también era muy silbado. Era todo un despistado, pero enciclopédico y no
se le pasaba una falta (aprendió de odiar los paréntesis de su maestro Homero Alsina Thevenet)
y es que editaba muy bien textos, pero no sabía hacer una maleta. Al final, a Ronald le decíamos
que se le había subido la quimioterapia a la cabeza, porque le dio en comprar muchas más
películas para distribuir de las que podía estrenar, ya no en Uruguay, un país sin casi sala
entonces ya, sino en toda América. Uno piensa que pensaba Ronald como aquel personaje de
Auto de Fe de Canetti de los libros, que mientras le quedaran películas por ver, por enseñar, no
podría morirse. En uno de sus habituales ingresos en urgencias le acompañábamos Alejandra
Trelles, de cinemateca uruguaya y uno, podíamos venir de Piriápolis de pasare un el fin de
semana viendo películas de Jacques Demy, Richard Lester o Zoltan Korda en DVD o visitando las
casas en las que le hubiera gustado vivir en ese balneario inaudito tan bien contado en Whisky, y,
aunque era una clínica privada y católica era lenta y nadaba saturada. Pues bien, echado en una
camilla desnuda a la espera, derrotado, pero no vencido, de repente, iluminado como un Santo
que se ha caído del caballo y accede a una revelación dijo Ronni: “Filmá, filmá…”. Y muy cerquita
me dijo, “¿Sabes? …cuando ya no haya cines en ninguna parte, ni en Nueva York ni en Berlín,
cuando ya nadie haga películas ni las vean porque ya nadie se acuerde de lo que un día fue el
cine, aún entonces, siempre quedará, en un rincón de bar oscuro en París dos tipos hablando de
cine”.

Para hacer cine se necesita poco, como dice Isaki la Cuesta dentro de poco nos bastará con
cerrar los ojos. Y aunque hablar de cine, pensar el cine como Ronald reclamaba en esa camilla y
en francés, es una forma de hacer cine como hablar es la primera forma de escultura decía
Beuys, debemos volver a salas y no a solas. El cine es un espectáculo gregario y hacer cultura ha
sido siempre hacer comunidad, juntarse. Por qué lo llaman distancia social si lo social es lo que
nos hace humanos. Mi padre me ha contado que, cuando tenía ocho años, como no podía retirar
la vista de la pantalla en dónde Errol Flynn -el General Custer- abrazaba la muerte y la gloria en la
última bobina de Murieron con las botas puestas, tuvo que orinarse en una pared del cine Tetuán
en Madrid, que ya no existe. Una vez vi a un amigo de adolescencia, que hoy tiene cuatro
farmacias y tres hijas, masturbarse en la sesión de las 22 en el «gallinero» del Cine Muñoz de
Tembleque, Toledo, España, que evidentemente ya no existe, porque no le gustaba la película,
Coktail con Tom Cruise, vuelta a pensar desde aquí que no estaba tan mal, Manolo. Todo esto se
está perdiendo. Durante lopeor de la crisis en España allá por el 2010, un sinceramente
apasionado exhibidor de un pueblo manchego decidió atraer a nuevos espectadores con un cartel
que rezaba: “SE PERMITE FUMAR EN LA SALA”. Y aunque la Consejería de Cultura hizo lo
imposible por indultarle le calló tal multa de la Consejería de Sanidad que tuvo que cerrar y se
acabó el cine en el pueblo.

El gran invento de los Lumière fue juntar a la gente al amor de la pantalla, eso es el cine. El error
político es el momento que eligen los gobiernos para poner en cuestión todas las instituciones de
la cultura, las crisis. En que en vez de recortar las salas y butacas habría que duplicarlas porque
es cuanto más son necesarias. Ahora es cuando deberíamos facilitar y reinventar la manera de
hacer películas y proyectarlas, en las salas, en las filmotecas en los festivales de todo el mundo,
con alegría y entusiasmo, es una cuestión de salud física y mental. Estoy seguro que Ronald vivió
más y mejor gracias al cine, porque la vida por corta que sea como las de Ronni, Jean Vigo o
Rafa Berrio, no se mide en años sino en la intensidad con que se vive. Ya lo dijo un viejo crítico
español, Alfonso Sánchez, no se cumpleaños sino películas. Yo, personalmente, estoy deseando
volver a besar en el cine.

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