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Hemos idealizado el pesebre, pero el pesebre estaba sucio, olía mal, y el aire estaba lleno del

cansancio del migrante que es obligado, por un imperio tiránico como el romano, a dejar su hogar
y viajar kilómetros para encontrar algún refugio; el aire estaba lleno del dolor y la desesperación
de la madre que no puede dar a luz en la cama de un hospital y debe hacerlo en la suciedad de un
establo; el aire estaba lleno de la angustia del padre que no puede darle un techo a su familia y
debe buscar cualquier lugar para poder descansar.

Por eso, Navidad es esperanza, y la esperanza más profunda nace siempre en la más densa
oscuridad… La oscuridad es símbolo de problemas y los problemas producen dolor. La esperanza
es alivio a ese dolor, es confiar en el futuro, en la vida, en la humanidad, en Dios. Este siglo ha
traído su propia oscuridad, la oscuridad del virus que ya no queremos ni nombrar, de la pandemia
insospechada, inesperada. Hemos vivido tragedias, angustias, confinamientos y desesperación.
Tenemos nuestro propio pesebre angustiante. Ustedes lo saben mejor que nadie. Pero ya
sabemos el final de la historia, es el que se ha repetido por siglos y milenios: la luz vence a la
oscuridad. La Navidad es ese rayo de esperanza, esperanza de deshacer la oscuridad. Esperanza de
que lo eterno vence a lo efímero. Y esta pandemia es efímera, será solo un mal recuerdo, aunque
por cierto dejará cicatrices. Navidad es esperanza, esperanza de que la luz vence a las tinieblas.

Y Navidad también es amor. Es obsequiar, es compartir, es relación. Es la intimidad de entregar, de


entregar al otro tiempo, esfuerzo, calidez. La humanidad padece una enfermedad, la enfermedad
del egoísmo. Los síntomas de esta enfermedad son la indiferencia, el acaparamiento, el rencor; y
sus efectos internos son la infección del espíritu e insuficiencia cardíaca… del corazón del alma. Sin
embargo, esta enfermedad sí tiene cura, su remedio es el amor. Amor intravenoso. Solo la
espiritualidad del amor es capaz de sanar esta enfermedad. Y en el sucio pesebre de la
desesperación nació el amor. La Navidad revela esa demostración de amor. Amor profundo por la
humanidad. Amor que empatiza, que comprende, que sufre con la humanidad, que vive la
desventura del pobre, del infante, del extranjero, del enfermo… Amor que viene a rescatar, a
enseñar, a entregar sin recibir.

Los efectos secundarios del remedio del amor son tolerancia, hospitalidad, respeto, empatía,
alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad, dominio propio…

Esta Navidad será luz en la pandemia, y deseamos que este remedio, que es la eterna esperanza,
que es el amor divino, se inyecte con fuerza en cada hogar, en cada corazón, se demuestre en las
palabras, en el obsequio, en el compartir, en el acompañar, en el cantar y en el rezar.

¡Feliz Navidad!

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