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Pago móvil de la doctora Elsa Lobo.

Tema de libro: ERROR INEXCUSABLE:

Justicia injusta/ Racismo implacable

(historia del niño de 14, de raza negra, que fue sentenciado a la silla
eléctrica y luego, se descubre su inocencia) el mas joven de los eeuu

i hay algo característico de los trastornos de ansiedad, sin duda es el


miedo. Un miedo difuso que produce angustia y que no tiene una causa
clara. Varias zonas del cerebro son claves en la producción del miedo
y la ansiedad. En especial la amígdala, una estructura con forma de
almendra,  y el hipocampo.

La amígdala se encarga de alertar al resto del cerebro de posibles


amenazas y de activar una respuesta de miedo o ansiedad. El
hipocampo, fundamental para la consolidación de la memoria y el
aprendizaje, se encarga de almacenar los sucesos peligrosos en forma
de recuerdos.

En la mayoría de las personas, la sensación de miedo es algo adaptativo,


que nos protege de peligros. Pero en las personas con trastornos de
ansiedad esa emoción es desproporcionada y en muchos casos
generalizada, causando una gran angustia que puede llegar a ser muy
limitante. Se sabe además que la hiperactividad de la amígdala lleva al
desarrollo de los miedos fóbicos.
Un estudio que acaba de publicarse podría ayudar a explicar cómo se
pasa de un miedo normal y adaptativo a otro generalizado y disfuncional.
Según este estudio, la sensación de miedo es una cuestión de números y
depende de una votación “democrática” entre nuestras neuronas, que de
forma individual son capaces de distinguir lo que supone una amenaza y
lo que no. Si la mayoría se alarman, sentimos miedo. Por el contrario, si
sólo se alteran unas pocas, no cunde el pánico y permanecemos
tranquilos.

Eso es al menos es lo que se deduce de un artículo que acaba de


publicar Nature Neuroscience llevado a cabo con ratas. Al parecer,en la
amígdala, la parte del cerebro que procesa el miedo, hay una minoría de
neuronas muy temerosas, a las que cualquier señal del entorno les lleva
a transmitir una señal de pánico. Sin embargo, la mayoría solo se
“alteran” y mandan señales de miedo cuando hay una causa justificada.
El resultado en la conducta visible de la rata es la ausencia de temor.
Los investigadores han llegado a esta conclusión trabajando en el
sentido inverso: del comportamiento que observaban en los roedores a lo
que ocurría en su cerebro, mirando neuronas individuales.

De forma parecida a lo que hizo el fisiólogo ruso Pavlov al adiestrar a un


perro para que salivara al oír una campana que anunciaba la comida, los
investigadores del Centro Nacionales de Ciencias Biológicas de
Bangalore (India) enseñaron a un grupo de ratas a temer un sonido
concreto tras el que llegaba siempre una descarga eléctrica. Además de
este tono que anticipaba un castigo, las ratas escucharon otro que no
tenía ninguna consecuencia para ellas, ni positiva ni negativa.

Los roedores enseguida aprendieron a distinguir entre los dos sonidos, el


que anunciaba problemas y el que indicaba que no había nada que temer
y no merecía la pena alterarse. Cuando los roedores ya tenían claro lo
que había que temer y lo que no, los investigadoresmidieron la actividad
eléctrica de sus neuronas, que es la base de la transmisión de los
impulsos nerviosos. Y vieron que con el aprendizaje, la actividad eléctrica
cambiaba. La mayoría de las neuronas respondían con más intensidad al
sonido de peligro que al que indicaba que no había nada que temer. En
definitiva, lo que estaban viendo era que cada neurona de la amígdala
era capaz de distinguir el sonido que era realmente peligroso y esto
determinaba el comportamiento del roedor.

Neuronas “miedosas”
Sin embargo, vieron que había un pequeño número de neuronas, que
podríamos calificar como miedosas, que no tenían esa capacidad de
distinguir el sonido amenazante del que no lo era y que se alteraban en
ambos casos. A pesar de ello se imponía la opinión de la mayoría de las
neuronas, y la rata se mostraba tranquila.

Sin embargo, cuando la descarga eléctrica que acompañaba al sonido


peligroso se volvía más fuerte, los animales perdían su capacidad de
distinguir entre los dos sonidos y también se mostraban intranquilos ante
la señal acústica que antes no presagiaba ninguna amenaza. Ante un
daño potencial mayor, lo mejor es tomar medidas de precaución mayores
y no fiarse de ningún ruido, por si acaso, parecía “razonar” el roedor.

Y cuando los investigadores miraron lo que ocurrían en su cerebro vieron


que la actividad eléctrica en la amígdala, el “cuartel general del miedo”,
había cambiado por completo. Ahora casi 5 de cada 6 veces, las
neuronas respondían de forma alarmante tanto al sonido inocuo como al
amenazante. Una gran parte de las neuronas había perdido la capacidad
de distinguir lo verdaderamente peligroso y se habían convertido en
mayoría. Y eso llevaba al comportamiento de “más vale prevenir” que de
forma preventiva ponía en marcha el animal.

Ante una situación de amenaza intensa, las mismas neuronas que


discriminaban los sonidos ahora ya no eran capaces de hacerlo, y
reflejaban, o mejor dicho eran la causa de la tendencia del animal a
apostar por lo seguro para no correr riesgos que podrían poner su vida
en peligro. Asombrosamente, un comportamiento de conservación surgía
directamente de la actividad eléctrica de las neuronas del roedor, que
mayoritariamente optaban por el miedo.

Trastorno de ansiedad
Aunque hay miedos innatos, la mayoría de las situaciones que nos
provocan temor en la vida diaria son aprendidas. Colgamos la etiqueta de
peligrosas a situaciones que nos han provocado daños físicos y eso
constituye una respuesta adaptativa encaminada a la supervivencia de la
persona y la especie. También etiquetamos de igual forma a las
amenazas psicológicas con las que no hemos sabido lidiar
adecuadamente.

Pero en ocasiones nuestro cerebro no responde adecuadamente y todo


le parece peligroso. Por eso los investigadores creen que su hallazgo
puede tener implicaciones importantes a la hora de abordar, por ejemplo,
un trastorno de ansiedad. Quienes lo padecen sienten temor ante cosas
que no son en sí amenazantes en absoluto. Sin embargo les limitan
mucho en su vida diaria. Según este estudio, sus neuronas podrían
haber perdido su capacidad de discriminar las amenazas.

De igual forma algo parecido podría estar ocurriendo en los trastornos de


estrés prostraumático (TEPT), en los que un suceso muy negativo deja
secuelas que hacen revivir la situación una y otra vez ante cualquier
detalle que recuerde la situación temida. Pueden ocurrir en soldados,
victimas de violencia sexual, te

Todos los meses, las librerías se pueblan de textos de divulgación que


explican cómo funciona la mente, guías de ejercicios para desarrollar
nuestro potencial, trabajos de periodistas científicos que desandan los
laberintos del cerebro. Es una escena que se repite en Buenos Aires,
Montevideo, el DF, Nueva York, Roma: un fenómeno global.

Lo mismo sucede en la televisión. Mientras algunas décadas atrás ese


universo estaba reservado para canales específicos, hoy los
científicos aparecen en magazines y programas de interés general.
Cuentan sus experimentos y hablan de tú a tú con el público. Hasta
las plataformas de streaming se suman a la apuesta con
documentales de producción propia.

¿Por qué la neurociencia se volvió una disciplina tan popular?


"Comprendimos que entender nuestro cerebro es entendernos a
nosotros mismos", dice el neurocientífico israelí Gal Richter-Levin. El
director del Instituto para el Estudio de la Neurociencia Afectiva en la
Universidad de Haifa y fundador del Centro de Investigación de
Cerebro y Conducta, visita por primera América latina invitado por el
festival Puerto de Ideas de Valparaíso. En ese marco habló
con Infobae.“Entender nuestro cerebro es entendernos a nosotros mismos”

Para él, hay un vínculo directo entre actividad cerebral e identidad. "En
los cursos introductorios suelo dar este ejemplo a mis alumnos:
VOY AQUIcuando

a alguien le hacen un trasplante de hígado seguimos pensando en él


tal como antes, y si esa persona fuera muy desafortunada y tuvieran
que trasplantarle el corazón, los pulmones y otros órganos, todavía
seguiría siendo la misma persona. Ahora bien: ¿qué pasaría si
pudiéramos —no podemos, pero que pasaría si pudiéramos—
trasplantarle el cerebro? Intuitivamente pensaríamos que es otro."

Richer-Levin es un especialista en el estudio del estrés y los trastornos


asociados a él. Hay una idea bastante aceptada sobre el estrés como
una enfermedad inevitable en el mundo actual, una suerte de canon
que debemos pagar debido a la velocidad, el exceso de información y
la carrera por la competitividad y la eficacia. Lo cierto es que es una
enfermedad grave que debe ser tratada.

Gal Richter-Levin y la curva del estrés


—¿El estrés es la principal causa de la depresión?

—Sí, hay una estrecha relación entre la depresión y el estrés. Si uno


hace un análisis cuidadoso, la depresión siempre surge después de un
episodio de estrés. Puede ser tanto el estrés crónico como el
traumático: el estrés postraumático puede llevar a una depresión
larga.

—¿Cuáles son las causas del estrés en un entorno urbano?

—El estrés de la vida moderna es de tipo crónico y se da por vivir en


sociedades de miles o millones de personas cuando no estamos
diseñados para eso; estamos preparados para vivir en pequeños
grupos de personas. Por otro lado, tenemos puestas muchas
expectativas en el éxito —sea lo que sea el éxito— y en tener cada
vez más cosas y ganar más dinero. El dinero se convirtió en una
nueva religión. Si alguien dijera "Ya tengo lo que necesito", la gente no
lo vería como una persona feliz sino como un fracasado.

El dinero se convirtió en una nueva religión. Si alguien dijera


“Ya tengo lo que necesito”, la gente no lo vería como una
persona feliz sino como un fracasado
—¿Cuál es el impacto de las redes sociales en el estrés?

—Primero que nada, no conocemos el impacto a largo plazo porque,


en realidad, las redes son muy recientes. Luego, son unas criaturas
extrañas. Les decimos redes "sociales", pero tienen un nivel muy
superficial de la socialización. No te conectan de la manera tradicional
en que nos conectábamos con "amigos". Y, además, somos animales
sociales, pero no queremos ser amigos de todos. Queremos a nuestra
jauría y vamos a pelear por nuestra jauría frente a otras. Si miramos
cómo vivíamos hace dos o tres o cinco mil años atrás, y cómo vivimos
ahora, hay una diferencia enorme. El crecimiento de las ciudades se
dio recién en los últimos 500 años, el cambio tecnológico pasó hace
50 años y todo lo que tiene que ver con redes sociales e internet
explotó en los últimos 20.

Cómo administrar toda la información que recibimos por día sin colapsar
—Mi pregunta venía porque se dice que nosotros recibimos por
día la misma cantidad de información que un habitante del siglo
VI recibía durante su vida. ¿Cómo se administra tanta
información sin colapsar?

—Lo primero que hay que entender es que tenemos el mismo cerebro,
que es casi el mismo que el de los hombres de las cavernas. No hubo
demasiada evolución biológica en ese aspecto. Procesamos la
información con el mismo mecanismo y tenemos que extraer
conclusiones concretas. Así es como estamos "construidos". Y,
entonces, esquematizamos. Lo que implica que en muchos casos
sobresimplificamos conceptos y situaciones. Hoy sabemos muchísimo
sobre la manera en que el cerebro recibe y estructura la información.
Pero ¿cómo lo implementamos en el desarrollo de la salud y la
educación? Todavía no estamos capacitados para administrar la
información.

—A lo largo de la historia se ha comparado al cerebro con


diferentes máquinas: desde la máquina de vapor hasta las
computadoras.

—Cada vez que cambia la tecnología, tratamos de trazar una nueva


analogía. Pero la tecnología que usa el cerebro es mucho más
complicada. Es un enigma y nos gustan los enigmas. Mientras que
entendemos perfectamente qué hace el corazón y qué hacen los
riñones, no entendemos completamente qué hace el cerebro. Solía ser
algo tan remoto que la gente no estaba interesada, pero ahora, la
ciencia popular y el acceso al conocimiento hace se conecten más
fácilmente con esas preguntas.

Cada vez que cambia la tecnología, tratamos de trazar una


nueva analogía. Pero la tecnología que usa el cerebro es
mucho más complicada
—¿Tiene que ver el programa de exploración del cerebro que
impulsó Barack Obama?

—Creo que es al revés. El interés del público hizo que los políticos se
ocuparan. Por cierto, el programa de Obama no es el único: está la
iniciativa Blue Brain en Europa, hay un proyecto en desarrollo muy
grande en China. Creo que esto se debe a la creencia que pueden
hacerse descubrimientos muy importantes relacionados con
desórdenes psiquiátricos y neurológicos. Hoy hay muchos estudios
sobre el Alzheimer, un problema creciente por la edad de la población.
Sí: hay millones de personas que sufren Alzheimer. Pero, si miramos
los números de las personas que sufren de depresión, hay cientos de
millones. Claramente es el campo en el que tenemos que hacer un
quiebre para hacer una contribución crítica en la calidad de vida de las
personas. Pero todavía no tenemos el suficiente conocimiento para
hacer ese quiebre. Por eso, excepto en proyectos de inteligencia
artificial, no hay grandes inversiones privadas: no ven resultados en
cinco, seis, diez años.

—Cuando se empezó a estudiar el ADN hablaron de un proceso


de varios años y resultó que fue mucho más corto. ¿Con el
estudio del cerebro podría darse algo así?

—No. Tomará mucho tiempo porque nuestras tecnologías son mucho


menos hábiles que el cerebro. Por eso, si bien todos reconocen que
entender cómo funciona el cerebro conlleva innovaciones tecnológicas
y a la mejora de vida, el dinero no viene de inversores privados porque
el ciclo de inversión es muy largo. Entonces el financiamiento tiene
que venir de los Estados. Los europeos, Obama y los chinos
invirtieron mucho dinero por varias razones: porque entendieron la
importancia a largo plazo, porque es una convocatoria muy popular —
y eso es alimento para los políticos— y luego, porque si aún no
llegaras a alcanzar inmediatamente el objetivo final, encontrarías
muchos intermedios importantes y beneficiosos en el camino. Es
dinero muy bien gastado.

¿Por qué evolucionó nuestro cerebro?


—Una pregunta tonta. Si los otros órganos son mucho más
simples, ¿por qué nuestro cerebro evolucionó de una manera tan
compleja? ¿Es la mano de Dios?

—Claro que no es una pregunta tonta.

—Es tonta porque no tiene respuesta.

—La gran mayoría de las personas cree en alguna religión; de hecho,


los ateos son una minoría. Esto podría significar que, o bien Dios
existe y se las arregla para mostrarle el camino a la mayoría de la
gente y el resto es ciega, o bien que hay una tendencia biológica para
poner en la percepción del mundo algo más grande que nosotros y
que nos hace más fácil la vida. Podríamos hacer un relato sobre la
manera en que la evolución nos llevó a sostener esa tendencia. Los
seres humanos tenemos la necesidad de explicar sucesos, para poder
predecirlos y evitar caer en riesgos o aprovecharlos en nuestro
beneficio. Entonces desarrollamos una tendencia psicológica a
encontrar explicaciones para cada suceso. Pero como hay
muchísimos hechos que no entendemos —tal vez porque somos
todavía muy ingenuos— construimos el concepto que algo más
grande arregla las cosas. No soy una persona religiosa, pero respeto
las creencias de la gente. Está la fe y está la ciencia y no somos los
suficientemente sabios para combinarlas.

¿Podremos llevar al máximo el potencial de nuestro cerebro?


—Habitualmente se dice que usamos el 10% de nuestro cerebro:
¿qué pasará cuando usemos el otro 90%?

—Inicialmente no me parece que esa sea una descripción sea precisa.


Pero luego, no creo que habrá un cambio dramático, aunque podemos
mejorar en muchas formas. Vamos a vivir al máximo de nuestro
potencial. Se abre un mundo desconocido donde lo importante sea,
antes que buscar respuestas —que tal vez queden rápidamente
obsoletas— sea incentivar la curiosidad. Y hay que entrenarnos en
creer más en nosotros. Cuanto más creamos en nosotros mismos,
más nos vamos a desafiar.

—Estamos ante una era en donde se resaltan las habilidades


blandas. ¿Hoy es tan importante tener habilidades sociales como
antes era tener conocimientos matemáticos?

—Es cierto, pero todavía necesitamos habilidades matemáticas. Hoy


no necesitamos músculos porque podemos construir máquinas, pero
necesitamos habilidades sociales que nos permitan comportarnos
como individuos en sociedad. La gran diferencia entre nuestro cerebro
y el de los chimpancés está en córtex prefrontal: es el área que nos
permite socializar en una manera muy sofisticada. Una persona capaz
de usar estas habilidades tiene una ventaja sobre el resto. No es la
persona más fuerte ni la más sabia, sino la que puede socializar
mejor.

______________________________________

“En la cuarentena globalizada, nuestro mejor aliado: La tecnología.”

https://grandesmedios.com/redes-sociales-empeoran-rupturas/

Receta aderezo picante de coco y cilantro


Ingredientes  

1 taza de hojas de cilantro

1/3 de taza de leche de coco

2 cucharadas de jugo de limón

1 chile jalapeño cortado en los extremos

1 diente de ajo pelado

1 trozo no tan grueso de jengibre pelado

1/4 de cucharadita de sal

1/2 de cucharadita de miel


Preparación

Colocar todos los ingredientes en la licuadora de alta potencia y licuar


hasta suavizar y fusionar bien.

Almacenar el contenido en un envase de vidrio hermético y refrigerar


por lo menos media hora antes de usar.

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