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El siervo como
perdonador

El perdón no es un asunto electivo en el programa del servi­


cio. Por supuesto, se exige, y los exámenes son difíciles de apro­
bar.
Hace varios años viajé a la Escuela Evangélica de Divinidad
Trinity en busca de un pastor ayudante. En el proceso de entre­
vistar a cierto número de hombres, conocí a un seminarista que
nunca olvidaré. Según resultaron las cosas, yo no lo seleccioné a
él para que acudiera a la iglesia en el verano, pero su sensibilidad
a las cosas de Dios me dejó sumamente impresionado. Aunque
era joven e inexperto, su espíritu era tierno y habló con delicade­
za. Era obvio que el Señor estaba obrando profundamente en su
vida. Las características del corazón de un siervo eran claramen­
te visibles en él, tanto que yo traté de descubrir por qué. Entre
otras cosas, él relató una historia increíble y verdadera que ilus­
traba cómo Dios lo estaba moldeando y formándolo a través de
uno de los más duros “exámenes de perdón”. La siguiente es su
historia, según lo mejor que puedo recordar. Lo llamaré Aarón,
aunque no es su nombre real.
Cuando estaba para terminar una primavera, él le estaba pi­
diendo a Dios que le diera un ministerio significativo para el

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54 / Desafío a servir

siguiente verano. El le pidió a Dios que le concediera una posi­


ción para comenzar en el personal de alguna iglesia o de alguna
organización cristiana. No ocurría nada. Llegó el verano, y nada.
Pasaron días y semanas, y Aarón finalmente se enfrentó a la rea­
lidad: él necesitaba cualquier trabajo que pudiera hallar. El revi­
só las ofertas de trabajo en los periódicos y lo único que vio como
posibilidad de trabajo consistía en conducir un autobús en un
sector de la ciudad de Chicago ... no era nada de lo cual pudiera
jactarse, pero eso le ayudaría a pagar la pensión en el siguiente
otoño. Luego de estudiar la ruta, quedó por su propia cuenta: un
conductor novato en un sector peligroso de la ciudad. Muy pron­
to comprendió Aarón que su trabajo era realmente peligroso.
Una pequeña pandilla de muchachos pendencieros descubrie­
ron que él era novato, y comenzaron a aprovecharse de él. Duran­
te varias mañanas seguidas se subieron al autobús, y pasaban por
el lado de él sin pagarle, no atendían las advertencias de él, y se­
guían en el vehículo hasta que decidían bajarse ... y durante
todo el trayecto hacían comentarios desfavorables sobre él y las
otras personas que iban en el autobús. Al fin, él decidió que ya los
había tolerado lo suficiente.
La mañana siguiente, después que la pandilla se subió como
de costumbre, Aarón vio a un policía en la siguiente esquina. Se
detuvo y le informó la falta que se estaba cometiendo. Los mu­
chachos pagaron . . . pero, infortunadamente, el policía no siguió
en el autobús. Ellos sí continuaron. Cuando el autobús cruzó una
o dos esquinas más adelante, la pandilla asaltó al conductor.
Cuando él volvió en sí, tenía sangre en toda la camisa, le
faltaban dos dientes, tenía ambos ojos inflamados, su dinero
había desaparecido y el autobús estaba vacío. Al regresar a la
terminal, se le dio libre el fin de semana. Nuestro amigo se fue a
su pequeño apartamento, se lanzó a la cama y con incredulidad
se quedó mirando el cielo raso. Pensamientos de resentimiento le
bullían en la mente. La confusión, la ira y la desilusión agrega­
ban combustible al fuego de su dolor físico. Pasó una noche in­
quieta luchando con su Señor.
¿Cómo puede ocurrirme esto? En todo esto, ¿dónde está Dios?
Genuinamente quiero servirle. Oré para que me diera un minis­
terio. Estaba dispuesto a servirle en cualquier parte, en cual­
quier cosa ... ¡y éste es el agradecimiento que recibo!
El lunes por la mañana, Aarón decidió presentar la denuncia.
El siervo como perdonador / 55

Con la ayuda del policía que le había hecho frente a la pandilla y


con la de varias personas que estuvieron dispuestas a dar testi­
monio contra los bandoleros, la mayoría de éstos fueron deteni­
dos y llevados a la cárcel local. A los pocos días hubo una audien­
cia ante el juez.
Entró Aarón al tribunal con su abogado, y también entraron
los miembros de la airada pandilla, que miraban a Aarón a través
de la sala de audiencias. De repente lo asaltó toda una serie de
nuevos pensamientos. ¡No eran pensamientos amargos, sino de
compasión! Su corazón se conmovió por los muchachos que lo
habían atacado. Bajo el control del Espíritu Santo, ya no los
pudo odiar. Tuvo compasión de ellos. Ellos necesitaban ayuda.
No necesitaban más odio. ¿Qué podría él hacer o decir?
De repente, después que se había presentado una acusación
de culpabilidad, Aarón (para sorpresa de su abogado y de todos
los que estaban presentes en el tribunal) se puso de pie, y solicitó
que se le concediera hablar.
Su Señoría, me gustaría que usted totalizara todos los días de
castigo que les corresponden a estos jóvenes, todo el tiempo que
indique la sentencia, y solicito que el tribunal me permita ir a la
cárcel en lugar de de ellos.
El juez no sabía qué hacer. Los dos abogados quedaron ato­
londrados. Cuando Aarón miró a los miembros de la pandilla
(cuyas bocas y ojos parecían como platillos), él sonrió y apacible­
mente les dijo: —Eso quiere decir que los perdono.
El atónito juez, cuando volvió a lograr la compostura, dijo con
voz más bien firme: —Joven, usted está fuera de orden. ¡Nunca
antes se ha hecho esto!
A lo que el joven respondió con ingenioso discernimiento:
—¡Ah, sí se ha hecho, su Señoría, sí se ha hecho! Ocurrió hace 19
siglos cuando un hombre de Galilea pagó el castigo que le corres­
pondía a toda la humanidad.
Y luego, durante los tres o cuatro minutos siguientes, sin inte­
rrupción, explicó que Jesucristo había muerto por nosotros, con
lo cual nos había provisto el amor de Dios y el perdón.
No se le concedió la petición, pero el joven visitó a los miem­
bros de la pandilla en la cárcel, condujo a la mayoría de ellos a los
pies de Cristo y comenzó un ministerio significativo para muchos
otros individuos como ellos en el sur de Chicago.
El aprobó un examen difícil. Y, como resultado, se le abrió
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una gran puerta para el ministerio: precisamente lo que había


pedido en oración. A través del dolor que sentía por el abuso y el
asalto, Aarón se dio cuenta de que ése era un asidero para servir a
otros.
¡Perdonar (de igual manera que dar) es algo que mejora nues­
tro servicio!

EL PERDON DE DIOS PARA NOSOTROS

Cuando emprendemos el estudio de un tema de esta ampli­


tud, es necesario limitar nuestros pensamientos al perdón hori­
zontal, sin analizar el perdón vertical. Pero en vez de pasar por
alto por completo este último, tal vez debo explicar su significa­
do. Realmente, lo que hace posible que perdonemos a los demás
es el perdón que Dios nos ha concedido.
Cuando Jesucristo pagó plenamente en la cruz la sentencia
que nos correspondía por nuestros pecados, la ira de Dios se ex­
presó contra él, contra el que tomó nuestro lugar. Por ese sacrifi­
cio trascendental, Dios quedó satisfecho ... y concedió que
todos los que acudieran al Hijo de Dios con fe, fueran perdonados
totalmente una vez por todas. La sangre de Cristo nos limpió de
nuestros pecados. Desde el momento en que creemos en él,
estamos perdonados, libres de culpa, ante un Dios que está satis­
fecho, y que así queda en libertad para derramar sobre nosotros
su gracia y amor.
¿Recuerda usted la estrofa de aquel gran himno que la iglesia
cristiana ha cantado durante años?
Mi pecado, ¡qué bendito es el glorioso pensamiento!,
de que mi pecado, no parcial, sino total,
está clavado en la cruz, ya no está sobre mí.
¡Alaba al Señor, alaba al Señor, alma mía!1

Esa estrofa lo dice muy bien, pero no tan bellamente como el


canto del más antiguo de todos los himnarios: el libro de los
Salmos:
Bendice, alma mía, a Jehová,
Y bendiga todo mi ser su santo nombre.
Bendice, alma mía, a Jehová,
Y no olvides ninguno de sus beneficios.
El es quien perdona todas tus iniquidades,
El que sana todas tus dolencias;
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El que rescata del hoyo tu vida,


El que te corona de favores y misericordias;
El que sacia de bien tu boca
De modo que te rejuvenezcas como el águila.
No ha hecho con nosotros conforme a nuestras iniquidades,
Ni nos ha pagado conforme a nuestros pecados.
Porque como la altura de los cielos sobre la tierra,
Engrandeció su misericordia sobre los que le temen.
Cuanto está lejos el oriente del occidente,
Hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones
(Salmo 103:1-5, 10-12).
Aarón ayudó a que la pandilla de Chicago entendiera eso.
Finalmente fue poca la dificultad que tuvieron para entender lo
que Cristo realizó en la cruz a favor de ellos. Pero lo que ellos no
pudieron entender en ese tiempo fue que Aarón nunca hubiera
podido hacer eso a favor de ellos, en sentido horizontal, si no hu­
biera sido por lo que Cristo ya había hecho a favor de Aarón, en
sentido vertical. Mientras no aceptemos y apliquemos el perdón
infinito y completo de Dios, a nuestro favor, no podremos poner
en práctica las cosas que menciono en este capítulo.

EL PERDONARNOS LOS UNOS A LOS OTROS


No pasará mucho tiempo sin que cualquiera que se ponga
serio con respecto a servir a otros llegue también a un acuerdo en
lo que se refiere a perdonar a otros. Sí, tenemos que hacerlo.
Como ya lo dije, éste es un requisito en el programa del siervo.
Puesto que éste es un tema que aparece comúnmente, me parece
útil dividirlo en partes manejables, que tengan asidero del cual
yo pueda agarrarme.

Sólo dos posibilidades


Cuando a una persona se le ha hecho un mal, sólo hay dos po­
sibilidades. Pero, si nosotros somos los ofensores o los ofendidos,
el primer movimiento siempre nos corresponde a nosotros. El
verdadero siervo no lleva cuentas. El principio general está esta­
blecido en Efesios 4:31, 32, donde leemos:
Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y male­
dicencia, y toda malicia. Antes sed benignos unos con otros, mi­
sericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os
perdonó a vosotros en Cristo.

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