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UN ENFOQUE KANTIANO HACIA LA ÉTICA DE LOS NEGOCIOS (N.

BOWIE)

Norman E. Bowie 8.

Hasta la incursión más somera en el campo de la ética en los negocios nos pone
frente a frente con la filosofía de Kant. En efecto, la influencia de Kant en la rama
de la teoría ética conocida como deontología es tan marcada que algunos autores
simplemente se refieren a la deontología como kantismo. Pese al hecho de que el
nombre de Kant se invoca a menudo en la ética de los negocios, hasta 1997 no
había ningún libro publicado donde se aplicara sistemáticamente la teoría kantiana
a los negocios. (Sin embargo, Bowie [1999] cubre esa laguna.) Kant es célebre por
defender una versión del principio de "respeto a las personas", que implica que
cualquier práctica mercantil que ponga el dinero en el mismo nivel que la gente es
inmoral, pero hay cosas mucho más importantes del enfoque kantiano en la ética
de los negocios, además de esto. En este ensayo me centro en cinco aspectos
esenciales de la filosofía moral de Kant. Empiezo por señalar algunas de las
implicaciones de las tres formulaciones de Kant del principio fundamental de la
ética. En seguida, expongo las razones por las que el énfasis de Kant en la pureza
de nuestras intenciones al actuar conforme a la moral ha creado problemas para
una teoría kantiana de la ética en los negocios. Concluyo con un breve análisis de
la perspectiva cosmopolita y optimista de Kant, y muestro la pertinencia de dichas
ideas en las prácticas de negocios contemporáneas

Antecedentes

Kant nació en ti724 en Konigsberg, Prusia oriental, cerca del Mar Báltico. Pasó su
vida entera dentro de un radio de 26 kilómetros de Konigsberg, donde murió en
1804. En la actualidad, Konigsberg se ubica en una franja pequeña de territorio
ruso entre Polonia y Lituania, y se llama Kaliningrado. Las obras principales de
Kant sobre la teoría ética se escribieron entre 1785 y 1797. Kant sostenía que el
mayor bien era la voluntad buena. Actuar con base en una voluntad buena es
actuar con base en el deber. De este modo, es la intención que fundamenta el
acto, en vez de sus consecuencias, o que hace que un acto sea bueno. Por
ejemplo, para Kant, si un mercader es honesto y se gana una buena reputación,
los actos de honestidad no son genuinamente morales. El mercader sólo es
verdaderamente moral si es honesto, porque ser honesto es bueno (es su deber).
Las personas que tienen voluntad buena cumplen con su deber porque es su
deber y por ninguna otra razón. Es este énfasis en el deber, y la falta de interés en
las consecuencias, lo que convierte a Kant en el deontólogo por excelencia.

Pero, ¿qué considera la moralidad kantiana que son nuestros deberes? Kant
distinguió dos tipos de deberes (imperativos). En ocasiones, hacemos algo para

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En Robert E. Frederick, La ética de los negocios, Editorial OXFORD. México, 2001

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conseguir otra cosa. Vamos a trabajar para ganar dinero o estudiamos para
obtener buenas calificaciones. Obtener buenas calificaciones está condicionado al
acto de estudiar. Kant se refirió a este tipo de deber como un imperativo hipotético,
ya que atañe a la forma si se quiere hacer x, hágase y. El imperativo de estudiar
depende del deseo de obtener buenas calificaciones.

Otros deberes se requieren per se, sin estar sujetos a ninguna condición. Kant
describió esos deberes como categóricos y se refirió al principio fundamental de la
ética como el imperativo categórico. Él creía que la razón constituía la base del
imperativo categórico; en consecuencia, los imperativos categóricos de la
moralidad eran requerimientos de la razón. Aunque Kant habló de "el" imperativo
categórico, lo formuló de varias maneras. La mayoría de los comentaristas se
centran en tres formulaciones:

1. Obra de tal modo que puedas querer que el motivo que te ha llevado a
obrar sea una ley de observancia universal.
2. Trata siempre la humanidad de una persona como un fin, y nunca
solamente como un medio.
3. Actúa como si pertenecieras a un reino ideal de fines en el cual fueras
súbdito y sobreaño al mismo tiempo.

Kant creía que sólo los seres humanos son capaces de observar las leyes que
ellos mismos eligen (es decir, actuar racionalmente). Los seres humanos son las
únicas criaturas libres, y es precisamente el hecho de ser libres lo que nos permite
ser racionales y morales. Nuestro libre albedrío es lo que nos confiere dignidad y
valor incondicional.

Así pues, la ética de Kant es una ética del deber en lugar de una ética de las
consecuencias. La persona ética es aquella que actúa movida por buenas
intenciones. Podemos actuar así porque tenemos libre albedrío. El principio
fundamental de la ética, el imperativo categórico, es un requerimiento de la razón
y es vinculante para todos los seres racionales. Éstos son los fundamentos
básicos de la ética de Kant. Veamos cómo se aplican, específicamente, a la ética
en los negocios.

La naturaleza contraproducente de los actos inmorales

La primera formulación de Kant del imperativo categórico es: "Obra de tal modo
que puedas querer que el motivo que te ha llevado a obrar sea una ley de
observancia universal."
Aunque la redacción es extraña, Kant proporciona una prueba para ver si
cualquier acción propuesta, incluidos los actos mercantiles, es moral. Puesto que
Kant creía que cada acto tiene una máxima, debemos preguntar qué ocurriría si el
principio (máxima) del acto fuera una ley universal (que todo el mundo observe).
¿Un mundo en el que todos actuaran de conformidad con ese principio sería

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posible? Un ejemplo que Kant empleaba para ilustrar su teoría era de índole
mercantil.

Suponga que necesita dinero desesperadamente. ¿Debe pedirle a alguien que le


preste el dinero, con la promesa de que se lo devolverá, pero sin tener la mínima
intención de pagarlo? ¿Sus circunstancias económicas extremas justifican una
promesa mentirosa? Para averiguarlo, Kant nos exigiría universalizar la máxima
de esta acción: "Es moralmente permisible que alguien que se encuentre en
circunstancias económicas desesperadas haga una promesa falsa, es decir, que
prometa pagar el dinero prestado sin tener intenciones de devolverlo." ¿Una ley
universalizada de esta índole sería lógicamente coherente? Kant (1990, p.19)
responde con un contundente no.

¿Y podría decirme que si todos pudieran hacer una promesa falsa estarían en una
dificultad de la que no sería posible escapar? De inmediato comprendo que podría
querer la mentira, pero no una ley universal de mentir. Con semejante ley no
habría promesas en absoluto, puesto que sería fútil fingir mi intención en relación
con actos futuros ante aquellos que no creerían en este fingimiento o, si
precipitadamente me creyeran, me pagarían con la misma moneda. Por tanto, mi
máxima necesariamente se destruiría tan pronto como se convirtiera en ley
universal.

Obsérveselo que Kant no dice aquí. No está diciendo que si todos hicieran
promesas engañosas, las consecuencias serían malas, aunque es claro que lo
serían. En vez de ello, Kant dice que el mismo concepto de las promesas
mentirosas, cuando se adopta como principio de observancia universal, es
incoherente ello, Kant dice que el mismo concepto de las promesas mentirosas,
cuando se adopta como principio de observancia universal, es incoherente.

De este modo, el imperativo categórico funciona como una prueba para ver si los
principios (máximas) en los que se basa una acción son moralmente permisibles.
La acción sólo puede emprenderse si el principio en el que se basa dicha acción
pasa la prueba del imperativo categórico. Un gerente comercial que acepta la
moralidad kantiana se preguntaría en cada decisión dada: ¿el principio en el que
se basa la decisión pasa la prueba del imperativo categórico, esto es, puede
quererse universalmente sin contradicción? Si esto es posible, la decisión sería
moralmente permisible. Si no, la acción se consideraría moralmente prohibida.

Consideremos otros dos ejemplos para ilustrar el tema. Primero, el hurto por parte
de los empleados, gerentes y clientes es uno de los problemas más graves en las
compañías. Supóngase que un empleado, resentido con el jefe por alguna razón
justificada, piensa en robarle a la compañía. ¿Sería posible universalizar una
máxima que permitiera robar? Desde luego que no. Debido a que hay una oferta
limitada de productos y servicios y que la propiedad colectiva y universal es
imposible, se creó la institución de la propiedad privada. Si se universalizara una

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máxima que permitiera robar, no habría propiedad privada. Si todos tuvieran la
libertad de tomar lo que pertenece a los demás, nada podría poseerse. En virtud
de la necesidad práctica de alguna forma de propiedad privada, una ley universal
que permitiera robar resultaría contraproducente. En consecuencia, si el empleado
roba al jefe, el hurto es moralmente malo.

Otro ejemplo encontrado en la prensa se relaciona con las compañías que tratan
de renegociar sus contratos. Un ardid favorito de General Motors, en especial con
José López a cargo, fue exigir reducciones en los precios de los contratos
negociados con los proveedores. De esta forma, General Motors disminuía sus
costos y contribuía a sus resultados financieros. ¿Dicha táctica pasa la prueba del
imperativo categórico? No, no podría. Si una máxima que permitiera violar los
contratos se universalizara, no había contratos (y éstos dejarían de existir). Nadie
celebraría un contrato si creyera que la otra parte no tiene intenciones de
cumplirlo. Una máxima universalizada que permitiera violar los contratos sería
contraproducente.

Ahora considérese una objeción a la exigencia de Kant de que no exista


autocontradicción, planteada por Hegel, Bradley y varios otros. En términos llanos,
el argumento es así: si existe una práctica de propiedad privada, una ley que
permitiera robar se contradiría a sí misma. Sin embargo, no hay nada
autocontradictorio en un mundo sin la práctica de la propiedad privada. Así, el
argumento de Kant falla.

Sin embargo, como Christine Korsgaard (1996, p.86) ha expuesto, el verdadero


significado de la propuesta de Kant escapa por completo a esta crítica. Kant
simplemente sostiene que si existe la práctica de la propiedad privada, una
máxima que permitiera robar sería lógicamente contraproducente. En todas las
sociedades capitalistas, y casi en todas las sociedades, tenemos propiedad
privada y, por ello, una máxima que permitiera robar en las sociedades que tienen
propiedad privada sería autocontradictoria.

Comprendemos esto cuando consideramos un ejemplo que no tiene el acervo


ideológico que acompaña a un término como propiedad privada. Tomemos por
caso la práctica de formarse en una fila. No hay nada incongruente respecto a una
sociedad que no tenga dicha práctica. Sin embargo, en una sociedad que
acostumbra esta práctica, entremeterse en la fila es moralmente malo. La máxima
en la que se basa el acto de entremeterse en la fila no puede convertirse en ley
universal. El intento de universalizar la práctica de entremeterse en la fila destruye
la propia noción de hacer fila.

Lo que es útil de la respuesta de Korsgaard a favor de Kant y en contra de Hegel y


otros críticos es que permite que la primera formulación del imperativo categórico
se aplique a las reglas de cualquier institución o práctica. En realidad, la prueba
del imperativo categórico se convierte en un principio del juego limpio. Una de las

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características esenciales del juego limpio es que uno no hace excepción de sí
mismo. Por ejemplo, Kant (1990, p. 4r) dice:

Cuando nos observamos cometiendo cualquier transgresión de un deber,


descubrimos Que en realidad no queremos que nuestra máxima se convierta en
una ley universal. Nos resulta imposible; más bien, lo opuesto a esta máxima debe
ser la ley general y, nosotros solamente nos tomamos la libertad de hacer una
excepción de ella en nuestro favor, o en aras de la propensión y, por esta única
ocasión En consecuencia, si sopesáramos todo desde un mismo punto de vista, a
saber, la razón, nos toparíamos con una contradicción en nuestra propia voluntad,
es decir, que un cierto principio es objetivamente necesario como ley universal y,
sin embargo, subjetivamente no se sostiene de manera universal, sino que más
bien admite excepciones.

Así, el imperativo categórico captura una de las características esenciales de la


moralidad.
A menos que el principio en el que se basan nuestros actos pueda universalizarse,
hacer una excepción de nosotros mismos es inmoral.

Con frecuencia he empleado estos argumentos con ejecutivos que tal vez los
consideran persuasivos en teoría, pero que, no obstante, creen que su aplicación
práctica es limitada en el mundo real de los negocios. Señalan que en el mundo
real los contratos se "renegocian" a menudo y, sin embargo, la gente de negocios
no ha dejado de celebrar contratos.

Estos ejecutivos plantean una cuestión interesante. Sin embargo, un examen de lo


que ocurre en el mundo de los negocios confirma la postura de Kant más que
refutarla. Considérense las siguientes situaciones en el mundo real:

 Mientras estaba de vacaciones en Ocean City, Maryland, mi restaurante de


mariscos preferido tenía un letrero grande en la pared que rezaba: "No
aceptamos cheques y he aquí el porqué." Debajo del letrero y cubriendo
casi toda la pared había fotocopias de cheques devueltos con una leyenda
estampada en letras grandes "Devuelto: Fondos insuficientes". Por lo
menos en este establecimiento minorista, se habían traspasado los límites.
Una cantidad suficientemente significativa de clientes había girado cheques
sin fondos al grado de que allí ya no era posible pagar con cheques.
Supongamos que una máxima que permitiera girar cheques sin fondos
suficientes en el banco para cubrirlos llegara a universalizarse. No existiría
la institución de girar cheques.
 Cuando fui a dar unas conferencias en Polonia en 1995, me informaron
que, poco después de la caída del comunismo, se produjo un colapso en la
banca porque la gente se rehusaba a pagar sus préstamos. Además, los
expertos coinciden generalmente en que uno de los impedimentos para el

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desarrollo del capitalismo Rusia es que varias partes dejan de pagar sus
cuentas. Un proveedor se muestra renuente a surtir un producto si no sabe
si recibirá el pago correspondiente o cuándo lo hará.
 Por último, ha habido muchas especulaciones respecto al futuro del
capitalismo en Hong Kong ahora que los chinos han recuperado la
soberanía de ese país. Como los comentaristas de negocios han señalado,
Hong Kong había establecido un sistema jurídico que velaba por el
cumplimiento de los contratos comerciales y restringía la influencia de la
política. En China, la influencia política desempeña una función mucho más
importante. Si la tradición establecida de la observancia de las leyes se
socava, ¿podrá Hong Kong sobrevivir como uno de los centros más
importantes, florecientes y prósperos de las prácticas de negocios? Un
pensador kantiano coincidiría con los economistas en este tema. Hong
Kong perdería su prestigio de excelencia como centro comercial y sufriría
en el aspecto financiero.

También hay historias positivas que ilustran el tema de Kant. Con esto me refiero
a que hay casos que demuestran que cuando se alcanza un determinado umbral
de moralidad, ciertas instituciones que hasta ese momento no habían sido
posibles adquieren viabilidad y se desarrollan. El crecimiento del mercado bursátil
ruso proporciona uno de estos ejemplos. Rusia tuvo dificultades para establecer
un mercado bursátil porque los voceros de las compañías no proporcionaban
información fidedigna acerca de estas empresas. Como un kantiano esperaría, los
inversionistas no se presentaron. Poco a poco, unas cuantas compañías, incluidas
Irkutsk Enerego, Bratsky LPX y Rostelecom, lograron establecer una reputación de
veracidad. Esto les permitió atraer a los inversionistas y se han desempeñado bien
desde entonces. El éxito de estas compañías honestas ha inducido a otras a ser
más veraces hasta el grado en que el mercado bursátil ruso está prosperando. El
ejemplar del z4 de marzo de 1997 de Business week informó que el mercado de
valores ruso había subido 127% en 1996 y ya había ganado 65% hasta esa fecha
de 1997. (Desde 1997, el mercado de valores ruso se ha desplomado. Sin
embargo, las razones del colapso son absolutamente congruentes con los
argumentos que aquí se exponen.)

En consecuencia, el imperativo categórico guarda relación con el mundo de los


negocios. Si el principio en el que se basa un acto es contraproducente cuando se
universaliza, Ia acción contemplada no es ética. Ése es el concepto de Kant. Y
cuando una cantidad suficiente de personas se comportan inmoralmente en ese
sentido, ciertas prácticas mercantiles, como el uso de cheques o créditos, se
vuelven imposibles.

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Tratar a todos los miembros de las empresas como personas

Puesto que los seres humanos poseen libre albedrío y, por tanto, son capaces de
actuar con base en leyes requeridas por la razón, Kant creía que tienen dignidad o
un valor que va más allá del precio. De este modo, un ser humano no puede usar
a otro simplemente para satisfacer sus intereses personales. Esta es la idea
central en la qué se basa la segunda formulación de Kant del imperativo
categórico: "Trata siempre la humanidad de una persona como un fin, y nunca
solamente como un medio.” ¿Cuáles son las implicaciones de esta formulación del
imperativo categórico en los negocios?

En primer lugar, debe señalarse que el principio de respeto a las personas, como
lo llamaré, no prohíbe las transacciones comerciales. Nadie es usado solamente
como un medio en un intercambio económico voluntario en el que ambas partes
se benefician. Lo que esta formulación del imperativo categórico hace es imponer
ciertas restricciones a la naturaleza de las transacciones económicas.

Para entender cabalmente a Kant en este aspecto, necesitamos marcar la


diferencia entre libertad positiva y libertad negativa. La libertad negativa es la que
proviene de la coerción y el engaño. Christine Korsgaard (1996 pp. 140-141),
estudiosa de Kant, lo plantea así:

De acuerdo con la Fórmula de Humanidad, la coerción y el engaño son las formas


fundamentales de hacer mal a los demás: las raíces de todo mal. La coerción y el
engaño violan las condiciones del posible asentimiento, y todas las acciones que
dependen para su naturaleza y eficacia de su carácter coercitivo o engañoso son
las que los demás no pueden consentir. La coerción física trata a la persona de
alguien como herramienta; mentir trata a la razón de alguien como herramienta. Es
por ello que Kant lo considera espantoso; constituye una franca violación de la
autonomía.

Sin embargo, el simple hecho de abstenerse de cometer actos coercitivos o


engañosos no basta para respetar la humanidad de una persona. Hay exigencias
adicionales que se generan del punto de vista de Kant sobre la libertad positiva. La
libertad positiva es la libertad para desarrollar nuestras capacidades humanas.
Para Kant, esto significa desarrollar nuestras capacidades racionales y morales. Al
interaccionar con los demás, no debemos hacer nada para disminuir o inhibir estas
capacidades características de los seres humanos.

De este modo, tratar la humanidad de una persona como un fin y no meramente


como un medio en una relación de negocios exige dos cosas. Primero, requiere
que la gente en una relación de negocios no sea usada, es decir, no debe existir
coacción o engaño. Segundo, implica que las organizaciones y las prácticas de
negocios deben disponerse de modo que contribuyan al desarrollo de las
capacidades humanas racionales y morales, que dan lugar de inhibir el desarrollo

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de tales capacidades. Estos requisitos, si se cumplen, cambiarían la naturaleza de
la práctica de negocios. Aquí se imponen unos cuantos ejemplos.

Los estadounidenses se han preocupado mucho por los despidos masivos


creados por la racionalización de las corporaciones, llevados a cabo a principios y
mediados de la década de 1990. ¿Estos despidos son inmorales? Una respuesta
kantiana ingenua los tacharía de inmorales porque, supuestamente, los
empleados están siendo usados como un simple medio para incrementar la
riqueza de los accionistas. Sin embargo, tal juicio sería prematuro. Lo que se
requeriría desde una perspectiva kantiana es una revisión de la relación entre
patrón y trabajadores que incluyera todos los acuerdos contractuales. En tanto la
relación no haya sido coercitiva ni engañosa, no había nada inmoral respecto a los
despidos.

Lo que en realidad está en tela de juicio es si la relación normal


empleador/empleados es coercitiva y engañosa o no. Los empleadores tienden a
argumentar que los empleados tienen plena conciencia de la posibilidad de los
despidos cuando aceptan un puesto y, además, que tienen el derecho, que
ejercitan con frecuencia, de aceptar puestos en otras compañías. No hay ni
coerción ni engaño en los contratos de trabajo normales o en las normas implícitas
que rigen la relación patrón/trabajadores. Por otro lado, muchos empleados
sostienen que, en épocas de desempleo relativamente alto e inseguridad en el
trabajo, se ven obligados a aceptar ofertas de empleo en los términos que dictan
las empresas. Uno toma lo que puede para comer, pero no acepta gustoso la
amenaza de un despido para promover la riqueza de los accionistas. Además, en
muchas compañías, como en IBM, ha habido una larga tradición de seguridad del
empleo a cambio de la lealtad de los trabajadores. El súbito cambio unilateral de
las reglas constituye tanto engaño como coerción por parte de la dirección de la
empresa, o por lo menos eso es lo que se arguye.

Un examen de estos argumentos opuestos nos llevaría mucho más allá del ámbito
de este capítulo. Sin embargo, al enmarcar el problema en función de si la
coerción o el engaño ha ocurrido o no, adoptamos un enfoque kantiano hacia la
ética en los negocios.

Otra preocupación respecto a las prácticas contemporáneas de los negocios se


refiere al grado al que los empleados cuentan con conocimientos muy limitados
acerca de los asuntos de la compañía. En la terminología económica, hay una
gran asimetría de información entre la gerencia y los trabajadores. Donde una
parte posee información que oculta a la otra. Hay una tentación grave de caer en
el abuso de poder y el engaño. Un pensador kantiano buscaría la manera de
reducir la asimetría de la información entre la gerencia y los empleados.

En términos prácticos, un kantiano avalaría la práctica conocida como


administración a libro abierto. Ésta fue creada por Jack Stáck en la Springfield

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Manufacturing Company. Stack y su compañía ganaron un prestigioso premio en
ética en los negocios gracias a la técnica. En la administración a libro abierto,
todos los empleados reciben información financiera de la compañía de manera
regular y frecuente. Con la información completa y los incentivos adecuados, los
trabajadores se conducen responsablemente sin necesidad de supervisión.

¿Cómo logra la administración a libro abierto lo que hace? La respuesta más


sencilla es esta: la gente tiene la oportunidad de actuar y asumir responsabilidad,
en lugar de limitarse a realizar su trabajo. Ningún supervisor o jefe de
departamento puede prever o manejar todas las situaciones. Una compañía que
contratara a suficientes gerentes para hacerlo tendría que declararse en quiebra
por los elevados gastos generales. La gestión de la administración a libro abierto
consigue que la gente realice bien su trabajo. Y le enseña a tomar decisiones
inteligentes... porque los trabajadores comprenden el efecto que producen sus
decisiones en las cifras pertinentes (Case, 1995, pp. 45-46).

La adopción de prácticas como la gestión de la administración a libro abierto haría


mucho por corregir la información asimétrica que los gerentes poseen, situación
que fomenta el abuso del poder y el engaño. En la gestión de la administración a
libro abierto, si una compañía enfrentara una situación que podría implicar el
despido de empleados, todos en la empresa tendrían acceso a la misma
información. El engaño sería muy difícil en tales circunstancias. La desconfianza
disminuiría y, como resultado, aumentarían las probabilidades de que hubiera
esfuerzos de cooperación para solucionar el problema.

La gestión de administración a libro abierto también promueve el respeto personal


entre lbs empleados. Los trabajadores de Springfield Manufacturing Company
usan el idioma kantiano de "respeto a las personas" cuando describen los efectos
de la administración a libro abierto en las condiciones de trabajo. De este modo,
ese tipo de administración disminuye las oportunidades de que haya engaños y
apoya la libertad negativa.

Al promover el respeto que cada empleado tiene por su persona, la administración


a libro abierto también apoya la libertad positiva. ¿Qué implicaciones tiene la
teoría de Kant sobre la libertad positiva en las prácticas de negocios? Tratar la
humanidad de una persona como un fin en sí mismo a veces exige que actuemos
de manera positiva para ayudar a una persona. Esto lo exige la formulación del
"respeto a las personas" del imperativo categórico, así como una parte de los
propios escritos de Kant sobre la naturaleza del trabajo y las demandas del deber
imperfecto de beneficencia que plantea este filósofo para ayudar a los demás.

La exigencia de que la práctica de los negocios apoye la libertad positiva tiene


numerosas implicaciones. En este ensayo me centraré solamente en una. Estoy
convencido de que la filosofía moral de Kant permite que los pensadores de la
ética en los negocios creen una definición útil del trabajo significativo y que la ética

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kantiana exige que las compañías ofrezcan trabajo significativo definido en esos
términos. Aunque no puedo citar todos los textos de Kant en este capítulo, creo
que las condiciones siguientes para el trabajo significativo son congruentes con los
puntos de vista de Kant. Para un kantiano, el trabajo significativo:

 Se elige libremente y brinda oportunidades para que el trabajador ejercite la


autonomía en el trabajo.
 Apoya la autonomía y racionalidad de los seres humanos; el trabajo que
disminuye la autonomía o socava la racionalidad es inmoral.
 Proporciona un salario suficiente para ejercitar la independencia y brinda
bienestar físico, así como la satisfacción de algunos de los deseos del
trabajador.
 Permite al trabajador desarrollar sus capacidades racionales.
 No interfiere su desarrollo moral.

(Obsérvese que estos requisitos son normativos en el sentido que explican lo que
debería ser el trabajo significativo. No hay ninguna exigencia de que los
trabajadores que tienen la oportunidad de desarrollar trabajo significativo deban
experimentarlo subjetivamente como significativo.)

Un gerente que adopte el enfoque kantiano hacia la ética de los negocios


consideraría que tiene la obligación moral de proporcionar trabajo significativo.
Algunas actitudes y prácticas de la gerencia son más propicias que otras para
cumplir con esta obligación. De este modo, los gerentes kantianos necesitan crear
un cierto tipo de organización. Cualquier análisis de lo que debe ser una compañía
kantiana conduce directamente a la discusión de la tercera formulación del
imperativo categórico.

La compañía como comunidad moral.

La tercera formulación del imperativo categórico de Kant dice, a grandes rasgos,


que debemos actuar como si perteneciéramos a un reino ideal de fines en el cual
fuéramos súbdito y soberano al mismo tiempo. Las organizaciones se componen
de personas, y en virtud de la naturaleza de éstas, las estructuras
organizacionales deben tratar la humanidad de las personas con dignidad y
respeto (como un fin). Además, las reglas que rigen una organización han de ser
reglas que puedan ser respaldadas por todos los que conforman la organización.
Este respaldo universal por parte de personas racionales es lo que permite a Kant
decir que todos son súbditos y soberanos en relación con las reglas que los
gobiernan. Creo que un enfoque kantiano hacia el diseño organizacional de una
empresa adoptaría estos principios:

1. La compañía debe tener en cuenta los intereses de todos los afectados en


todas las decisiones que tome.

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2. La compañía debe conseguir la participación de los afectados por las reglas
y políticas de la empresa en la determinación de éstas, antes de ponerlas
en práctica.
3. No debe ocurrir que, para todas las decisiones, los intereses de un
participante automáticamente tengan prioridad.
4. Cuando surja una situación en la que, al parecer, los intereses de un grupo
de participantes debe subordinarse a los intereses de otro grupo, la
decisión no debe tomarse exclusivamente con base en que hay un número
mayor de interesados en un grupo que en otro.
5. No puede adoptarse ninguna regla o práctica comercial que sea
incongruente con las primeras dos formulaciones del imperativo categórico.
6. Toda compañía con fines lucrativos tiene un deber limitado, pero genuino,
de beneficencia.
7. Toda compañía comercial debe establecer procedimientos diseñados para
garantizar que las relaciones entre los miembros se rijan por reglas de
justicia.

Creo que las bases de la mayoría de estos principios pueden inferirse de la


explicación de la ética de Kant ya proporcionada. El principio 1 parece un
requerimiento directo de cualquier teoría moral que tome en serio el respeto a las
personas. Puesto que la autonomía es lo que hace a los seres humanos dignos de
respeto, el compromiso con el principio z resulta indispensable. El principio 3
proporciona una especie de legitimidad organizacional: garantiza que todos los
involucrados en la compañía reciban ciertos beneficios mínimos por ser parte de
ella. El principio 4 descarta el utilitarismo como criterio para la toma de decisiones
en la compañía moral. La justificación del principio 6 se basa en una extensión de
la obligación imperfecta de beneficencia del individuo que Kant defendió en la
Metafísica de la moral. En esa obra, Kant (1994, p.52) afirma:

Que dicha beneficencia sea un deber resulta del hecho de que puesto que nuestro
amor por nosotros mismos no puede separarse de nuestra necesidad de ser
amados por otros (para obtener ayuda de ellos en caso de necesidad), con ello
nos convertimos en u n fin para los demás... de ahí que la felicidad de los demás
sea un fin que es, al mismo tiempo, un deber.

La estrategia en este caso consiste en ampliar ese argumento al ámbito


corporativo. Si las corporaciones se han beneficiado de la sociedad, tienen un
deber de beneficencia con la sociedad en reciprocidad. Y no hay duda de que las
corporaciones se han beneficiado. La sociedad protege las corporaciones
proporcionándoles los medios para hacer respetar los contratos mercantiles.
Provee la infraestructura que permite que las corporaciones funcionen, como los
caminos, instalaciones sanitarias, la policía y los bomberos, y quizá lo más
importante, una fuerza de trabajo educada que posee tanto las habilidades como
las actitudes requeridas para desempeñarse bien en un ambiente corporativo.
Pocos argumentarían que los impuestos que pagan las empresas cubren el costo

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total de estos beneficios. Por último, el principio 7 sobre los procedimientos tiene
por objeto garantizar que todas las reglas que la corporación adopte se ajusten a
los principios básicos de justicia.

Un kantiano considera la organización como una comunidad moral. Cada miembro


de la organización tiene una relación moral con todos los demás integrantes. Por
un lado, los gerentes de una compañía deben respetar la humanidad de todas las
personas de la organización. Por el otro, cada individuo en una compañía
administrada como una comunidad moral kantiana debe ver la organización de
otro modo que no sea puramente instrumental, es decir, como un simple medio
para realizar las metas personales. Las organizaciones se crean como vehículos
para alcanzar metas comunes y fines compartidos. Una persona que ve la
organización en un sentido meramente instrumental actúa en contra del principio
del "respeto a las personas".

Un gerente que adopta los principios kantianos de una compañía moral también
debe contemplar la naturaleza humana de determinada manera. En términos de la
administración, el punto de vista de la teoría Y respecto a la naturaleza humana
debe adoptarse en lugar del de la teoría X. (La distinción entre la teoría X y la
teoría Y adquirió prominencia con McGregor, 1960. La teoría X presupone que la
gente posee una aversión inherente hacia el trabajo y lo evita si ello es posible.
También supone que la persona media trata de evitar la responsabilidad. La teoría
Y presupone lo contrario: que los empleados prefieren actuar de manera
imaginativa y creativa y están dispuestos a asumir responsabilidad. Aunque
podríamos debatir qué teoría es más precisa en términos descriptivos, como
asunto de normatividad, el gerente kantiano debe adoptar la teoría Y, ya que es
ésta la teoría que supone que los seres humanos tienen la dignidad que Kant cree
que merecen.

Además, tanto la teoría X como la teoría f tienden a convertirse en profecías que


se autorrealizan. Con ello quiero decir que la gente tiende a comportarse como la
tratan. Si un gerente trata al personal según la teoría X, los empleados tenderán a
conducirse como la teoría X pronostica. Con la teoría Y ocurre a la inversa. En
consecuencia, la pregunta que hay que plantearse es qué tipo de organización
deben crear el gerente y los empleados trabajando en conjunto. Para un kantiano,
la respuesta es clara. La gente debe tratar de crear una organización en la que los
participantes se comporten como pronosticaría la teoría Y. La gente debe tratar de
crear una organización en la que los miembros desarrollen sus capacidades
racionales y morales, incluida la capacidad de asumir responsabilidad.

Una de las principales implicaciones de la ética de Kant es que actúa como una
crítica moral de las estructuras organizacionales jerárquicas y autoritarias. El
principio 2 exige alguna forma de participación de todos los miembros de la
corporación, en especial de los accionistas y empleados. Un pensador kantiano
tendría objeciones morales a una estructura jerárquica que exija a las personas

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que se encuentran en los niveles inferiores llevar a cabo las órdenes de los de
arriba, más o menos sin cuestionarlas.

La teoría moral kantiana también requiere la participación de los trabajadores; es


más, exige una vasta democratización del lugar de trabajo. Por supuesto, una
condición necesaria de la autonomía es el consentimiento otorgado en
condiciones de ausencia de coerción o engaño. El consentimiento también exige
que los individuos que conforman la organización respalden y observen las reglas
que los gobiernan. Como una condición mínima de democratización, la filosofía
moral requiere que cada persona de la organización sea representada por el grupo
de participantes al que pertenece, y que estos diferentes grupos de participantes
deben otorgar su conformidad a las reglas y políticas que gobiernan la
organización.

Esta exigencia de un lugar de trabajo más democrático no es puramente utópica;


goza de cierto apoyo en la teoría y práctica de la administración. El trabajo en
equipo se elogia de manera casi universal, y varias corporaciones han respaldado
variedades del concepto de la administración participativa. Levi Strauss y
Singapore Airlines, para mencionar sólo dos ejemplos, tienen lugares de trabajo
democráticos.

Espero haber convencido al lector de que la filosofía moral de Kant tiene


implicaciones enormes en la práctica de los negocios. Cuando las tres
formulaciones del imperativo categórico se consideran en conjunto como un todo
coherente, proporcionan guía al gerente, tanto en función de los mandatos
negativos como de los ideales positivos. Los mandatos negativos prohíben
acciones tales como violaciones a los contratos, el hurto, el engaño y la coerción.
Los ideales positivos incluyen un lugar de trabajo más democrático y el
compromiso para crear el trabajo significativo.

Pese a todo, la ética kantiana no está exenta de limitaciones y desafíos. Kant no


opinó nada acerca de la ética respecto al medio ambiente y entendía poco el
sufrimiento de los animales; por ello, mantuvo una visión truncada acerca de
nuestras obligaciones con los animales. Sin embargo, el mayor reto que presenta
la ética kantiana es que resulta demasiado exigente. Consideremos dicha objeción
con mayor detenimiento.
La prueba de motivo

Uno de los principios centrales de la filosofía moral de Kant es que un acto sólo es
verdaderamente moral si los motivos que lo impulsan son morales. Las acciones
verdaderamente morales no pueden contaminarse por motivos de interés egoísta.
Puesto que los actos buenos de incluso las corporaciones más adelantadas casi
siempre se justifican en cierta medida en razón de que dichas acciones son
lucrativas, todo parece indicar que hasta las mejores acciones de las mejores
corporaciones no son verdaderamente morales. Considérese la siguiente cita de J.

37
W. Marriott Jr. (Milbank, 1996, p. A1), donde describe la decisión de Marriott
Corporation de contratar a los beneficiarios de la seguridad social:

Estamos consiguiendo buenos empleados para el largo plazo, pero también


estamos ayudando a estas comunidades. Si no intervenimos en estas zonas de
escasos ingresos y ofrecemos trabajo, la gente pobre nunca prosperará. Sin
embargo esta medida conviene a la rentabilidad. Si no fuera así, no lo haríamos.

Un kantiano estricto no calificaría el acto de Marriott de contratar a beneficiarios de


la seguridad social como un acto bueno. En el idioma kantiano, el acto se
realizaría de conformidad con el deber, pero no por deber. Pero, ¿eso no hace que
la teoría de Kant sea demasiado austera para aplicarla a los negocios? Hay varias
cosas que pueden decirse en respuesta a esta pregunta.

Podríamos afirmar que Kant se equivoca al exigir semejante pureza de motivo. Sin
embargo, incluso si estuviera equivocado acerca de la necesidad de la motivación
pura para que un acto sea moral, todavía tiene mucho que ofrecer al filósofo ético
de los negocios. La comprensión de las implicaciones de las tres formulaciones
del imperativo categórico proporciona una agenda rica para el ético de los
negocios. No obstante, debe agregarse algo más, en especial a la luz del hecho
de que el público en general juzga a las compañías desde una estricta posición
kantiana.

Al analizar el problema, la gente parece suponer que las acciones que fortalecen
la rentabilidad financiera son actos de interés egoísta por parte de la corporación.
Sin embargo, en el caso de las corporaciones de propiedad pública y las
sociedades, esto no es así. Las corporaciones de propiedad pública tienen la
obligación de obtener utilidades con base en sus actas constitutivas, ciertas
obligaciones legales con los accionistas y un contrato implícito con el público. No
sería exagerado decir que los gerentes de una corporación de propiedad pública
han prometido esforzarse por obtener utilidades. Si es así, la postura de la Marriott
Corporation es moral, incluso para el kantiano estricto. La Marriott Corporation
está cumpliendo con su obligación de obtener utilidades y su obligación de
beneficencia. Por tanto, la insistencia de Kant en que una acción debe llevarse a
cabo por un motivo verdaderamente moral no descalifica necesariamente los actos
de beneficencia corporativa que también contribuyen a la rentabilidad.

Hasta el momento, todo lo que hemos demostrado es que la insistencia de Kant


en la pureza de un motivo moral no hace que su teoría resulte inadecuada para la
ética de los negocios. Aunque quizá su insistencia en la pureza del motivo moral
tiene una aportación positiva que hacer a la ética de los negocios y no es sólo un
obstáculo que deba superarse. Tal vez centrarse en problemas que no tienen que
ver con las utilidades, como el trabajo significativo para los empleados, un lugar de
trabajo democrático, publicidad sin engaños y una relación exenta de coerción con
los proveedores mejore efectivamente la rentabilidad financiera. Muchos teóricos

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de la administración exhortan a las compañías a centrarse siempre en el renglón
de los resultados financieros. Sin embargo, y quizá esto parezca una paradoja, las
utilidades mejoran si no nos centramos exclusivamente en la rentabilidad. Para
poner esto en términos más kantianos, existe la posibilidad de que las utilidades
aumenten si el gerente se centra en respetar la humanidad de la persona de todos
los miembros de la corporación. Quizá deberíamos ver las utilidades como
consecuencia de las buenas prácticas de negocios y no exclusivamente como el
único objetivo de la empresa.

Una vez resuelta esta crítica frecuente a la filosofía moral de Kant, podemos
concluir considerando brevemente cómo la perspectiva cosmopolita de Kant
brinda un ideal moral a los negocios internacionales.

La perspectiva cosmopolita de Kant y los negocios internacionales

Una de las características fundamentales de la Ilustración fue su perspectiva


cosmopolita, y Kant era cosmopolita en muchos sentidos. Según é1, las fronteras
nacionales tienen, a lo sumo, una importancia secundaria. Su mayor preocupación
se relacionaba con la comunidad humana y con las maneras en que ésta podía
vivir en paz. El capitalismo contemporáneo también es cosmopolita y no respeta
las fronteras nacionales. Muchos han argumentado también que el capitalismo
contribuye a la paz mundial. Kant propendería a estar de acuerdo. Además, la
cooperación económica internacional proporciona las bases de una moralidad
universal congruente con la filosofía de Kant.

Para comprender cómo la filosofía kantiana proporciona la base de una moralidad


universal, necesitamos retomar la primera formulación del imperativo categórico.
De manera interesante, dicha formulación ofrece un argumento convincente contra
un relativismo ético rampante 0a doctrina que considera que lo que una cultura
cree que es bueno o malo en verdad es bueno o malo para esa cultura). Por lo
menos dentro de las relaciones económicas capitalistas internacionales, las
máximas de ciertos actos, si llegaran a universalizarse, serían contraproducentes.
En consecuencia, a medida que el capitalismo se extiende por el mundo, una
cierta moralidad mínima, lo que he llamado moralidad del mercado, se adoptará
universalmente. Por ejemplo, creo que el capitalismo internacional promoverá por
necesidad mayor honestidad y confianza entre las diferentes culturas que
participan en las relaciones económicas capitalistas, y estoy convencido de que el
capitalismo internacional debilitará ciertas formas de discriminación, por ejemplo,
contra las mujeres. Sin embargo, ilustraré mi exposición general ofreciendo un
argumento contra el soborno, que nos permite pronosticar que veremos menos
sobornos a medida que el capitalismo se propague en el mundo.

Sostengo que si se universalizara una máxima que permitiera el soborno, no


podría pasar la prueba del imperativo categórico. (Para los propósitos de este
análisis, el soborno se distingue de la extorsión y de facilitar pagos.) Planteado de

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manera muy sucinta, el argumento, por el cual estoy en deuda con Robert
Frederick, es así: si entendemos que la práctica del soborno constituye un intento
subrepticio por adquirir una ventaja especial sobre otras personas, ventaja con la
que estas otras personas no estarían de acuerdo si se enteraran, un principio que
permitiera el soborno no podría universalizarse. Si todos ofrecieran sobornos, la
práctica de hacer intentos velados por adquirir ventajas especiales no tendría
sentido.

El soborno implica también otras incongruencias prácticas. Considérese una


compañía que ofrece un soborno. Suponga el lector que la empresa pudiera
conseguir el contrato con base en los méritos de su producto sin ofrecer el
soborno. En ese caso, el soborno se suma a los costos y la compañía sale
perdiendo frente a los competidores que venden productos de la misma calidad,
pero que incurren en menos costos, puesto que no sobornan. En igualdad de
condiciones, las compañías que no sobornan tienen una ventaja competitiva que
expulsará de la industria a las que sobornan. Puesto que las compañías desean
seguir funcionando, una máxima que permita ofrecer sobornos no puede
universalizarse.

Un argumento similar se aplica a las compañías que aceptan sobornos. Reciben


un producto de la misma calidad, o incluso inferior, por un costo mayor. Esto las
coloca en desventaja competitiva y, en igualdad de condiciones, a la larga se
verán forzadas a cerrar. La máxima de aceptar sobornos no puede
universalizarse.

Sin embargo, el soborno es, supuestamente, una realidad en muchos países. En


éstos, una compañía internacional en operación tendría que ofrecer sobornos para
continuar funcionando. Hay cierto mérito en esa respuesta, pero su naturaleza
lleva el argumento a un plano superior. Si un país adopta la práctica del soborno,
se condena a sí mismo a un nivel de vida muy inferior y la distancia entre los
países donde el soborno es una práctica generalizada y los países donde no está
extendido se hace cada vez mayor. Una razón que se aduce con frecuencia para
explicar la falta de desarrollo económico en muchos países de África es el alto
nivel de corrupción, en especial los sobornos que tienen lugar ahí. A medida que
Hong Kong se reintegra a China, los autores de libros de negocios han señalado el
peligro económico que representa para Hong Kong que la influencia política
desbanque las consideraciones relativas a calidad y precio en las transacciones
comerciales. Estas reflexiones teóricas tienen sustento empírico. Las
investigaciones han demostrado que la corrupción, incluido el soborno, disminuye
el ingreso per cápita. Un estudio al respecto, realizado por Steve Hanke,
economista de Johns Hopkins, se menciona en Zachary, 1997, p. A8. Se han dado
cifras específicas para Italia, donde se calcula que la deuda pública se ha
incrementado 200 000 millones de dólares a causa de los sobornos (Penner,
1993, pp. 133-138).E n virtud de esta información y de que los descensos en el

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ingreso per cápita se consideran casi universalmente indeseables, un país que
practica el soborno no puede universalizar su práctica.

Los filósofos kantianos emplearían argumentos como éstos para tratar de


demostrar que hay una moralidad mínima del mercado a la que los países
capitalistas deben adherirse si pretenden adquirir las ventajas económicas del
capitalismo. Tales argumentos serían útiles para debilitar el relativismo que está
de moda en los círculos intelectuales en esta época. Pero la filosofía moral de
Kant tiene todavía más que ofrecer a la ética de los negocios internacionales:
demuestra cómo pueden contribuir a la paz mundial.

La tesis de que el comercio contribuye a la paz mundial fue muy popular en el


tiempo de Kant. Los exponentes de la tesis incluyen a Adam Smith, David Hume y
John Stuart Mill. Kant (1963, p. 23) opinaba lo siguiente:

Al final, la guerra misma se considerará no sólo tan artificial, sino tan incierta en
los resultados para ambas partes, en sus consecuencias tan dolorosas en la forma
de una deuda de guerras siempre creciente (un invento nuevo) que no puede
pagarse, que se le considerará una empresa muy cuestionable. Las repercusiones
de cualquier revolución en todos los Estados de nuestro continente, entrelazados
tan claramente a través del comercio, serán tan evidentes que otros Estados,
impulsados por su propio riesgo, pero sin ninguna base legal, se ofrecerán como
árbitros y de ese modo allanarán el camino para un gobierno internacional distante
que no tiene precedente en la historia mundial

.
Para todos estos pensadores, el comercio es una actividad que une a la gente en
lugar de separarla. Si el comercio logra unir a la gente, las probabilidades de que
reine la paz entre las naciones aumentan. En virtud del crecimiento exponencial
del intercambio comercial internacional, no es de sorprender que este punto de
vista tenga tantos adeptos en la actualidad. Durante las décadas de r97o y 1980,
la defensa de los tratados comerciales entre Estados Unidos de América y Ia ex
Unión Soviética se fundamentó en que las probabilidades de mantener la paz
aumentarían. En el presente, se esgrimen argumentos similares en favor de
otorgar el estado de nación más favorecida a China. Dichos argumentos no se
limitan a los voceros de Estados Unidos de América. También se ha propuesto el
establecimiento de un mercado común para el Oriente Medio como paliativo a los
conflictos constantes en esa región del mundo.

Si estos argumentos están en lo correcto, la ética de los negocios desde una


perspectiva kantiana no es simplemente cuestión de cumplir las demandas de las
tres formulaciones del imperativo categórico. El comercio internacional tiene la
oportunidad de contribuir a un ideal ético. Los negocios internacionales, si se

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conducen desde la óptica de Kant, contribuirán a la largamente esperada, pero
elusiva, meta de alcanzar la paz mundial.

Con esto concluye nuestro breve análisis de las implicaciones de la filosofía moral
kantiana en la ética de los negocios. Espero haber demostrado que la filosofía
moral de Kant no es un sistema de reglas absolutas inflexibles. El imperativo
categórico excluye ciertas prácticas, como la violación unilateral de los contratos,
el robo y el soborno. Sin embargo, la filosofía moral de Kant es más que una serie
de restricciones negativas. Si los negocios se mantienen fieles a la segunda y a la
tercera formulaciones del imperativo categórico, los gerentes de las compañías
administrarán de modo que proporcionen trabajo significativo a los empleados y
las compañías se organizarán más democráticamente. Por último, las empresas
que realizan negocios internacionales pueden contribuir al objetivo de la paz
mundial. La filosofía moral de Kant tiene numerosas implicaciones en la ética de
los negocios.

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