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La muerte
como
espectáculo
La difusión de la violencia
en Internet
y s u s implicaciones éticas
Michela Marzano
LA MUERTE COMO
ESPECTÁCULO
Estudio sobre la «realidad-horror»
81
t u s Q uets
Título original: La mort spectacle.
Enquête sur l'«horreur-réalité»
Prólogo ....................................................... 9
La «realidad-horror» ............................... 17
La sociedad de la in d ife re n c ia ............... 63
¿Qué h a c e r? ................................................ 95
A Jacques
Prólogo
9
na prueba form al de lo que los rum ores lla
m aban las películas snuff. No obstante, yo
em pezaba a hacerm e preguntas: a p artir del
m om ento en que se m uestran individuos re
ducidos a «cosas», de los que se puede dispo
ner a placer, ¿qué nos im pide deslizam os de
la ficción a la realidad?
En 2004, todo se trasto rn a. Es cuando
aparecen los vídeos m acabros, realizados por
grupos islamistas. Circulan libremente por In
ternet y los ven miles de personas en Occiden
te. M uestran la fría ejecución por degolla
ción de cientos de prisioneros occidentales en
Irak o en Afganistán. Encontré en ello una tris
te respuesta a mis prim eras preguntas, la rea
lidad había sustituido progresivam ente a la
ficción. Las imágenes representaban torturas
y asesinatos reales. Quise saber más. ¿Cuál era
la am plitud del fenómeno? ¿Qué m ostraban
exactam ente los vídeos? ¿Dónde se podían
encontrar? ¿Quién los m iraba? Y sobre todo,
¿cómo habíam os llegado a ese extremo?
Al tom ar la decisión de intentar respon
der a estas preguntas, de comprender, no sa
bía entonces que iba a em barcarm e en un au
téntico viaje a las profundidades del infierno.
10
Porque esta vez ya no se trataba de reflexionar
sobre esa mezcla am bigua de ficción y de rea
lidad que pone en escena la pornografía, sino
de llevar a cabo un estudio sobre la violencia
real y el horror extrem o puestos al alcance
de todos los usuarios potenciales de la Red.
Una violencia y un h o rro r que no son el pro
ducto de una simulación, sino que m uestran
violaciones, torturas y degollaciones perfecta
m ente auténticas. Una violencia y un horror
que expresan la crueldad en estado puro. De
m anera que, durante meses, dudé, aplacé, no
di el paso. Después, un día, tomé la decisión.
Em pecé a mirar, una vez, otra vez, una vez
m ás...
Cabría preguntarse por qué sentí la ne
cesidad -o la o b lig ació n - de visionar esas
imágenes, en ocasiones varias veces. Cabría
tam bién observar que la voluntad de com
prender, por loable que sea, no está exenta de
riesgos. Debo precisar, sin embargo, que el
descubrim iento y el análisis de estas produc
ciones no se deben a ninguna especie de gus
to por el horror. Cada vez que «hacía clic»
sobre un vídeo, sentía aum entar la repugnan
cia; cada vez tenía que «forzarme»; cada vez
11
era violento... Pero tenía que saber exacta
mente de qué iba a hablar; para no basarm e
en las im presiones de los demás; para obser
var de prim era m ano y sin interm ediarios un
fenómeno cuya m agnitud, visiblemente, no
deja de aum entar.
A lo largo de este estudio, visioné decenas
de vídeos de degollaciones. H abría podido
continuar, porque en Internet se encuentran
m uchos m ás. Pero había alcanzado el u m
bral físico y psíquico de la tolerancia. Ade
más, el acceso a estas imágenes no siem pre
es fácil; para llegar a ellas, a m enudo hay que
navegar por la Red durante horas, pasar de
un sitio a otro y a veces en trar en páginas
web que se encuentran en el límite de la le
galidad. Porque el sitio principal que a n
tes hacía fácilmente accesibles estos vídeos
-O g rish .co m - se cerró definitivam ente en
enero de 2006. En efecto, se dieron cuenta de
que, cada día, m ás de 200.000 personas m i
raban aquellas imágenes y de que el núm ero
de visitantes superaba los 700.000 cuando
se ponía en línea un nuevo vídeo. Hoy, otros
sitios ofrecen los m ism os servicios, pero el
acceso es m ás com plicado. Entre los sitios
12
francófonos que continúan m ostrando estas
imágenes, el núm ero de visitantes varía de
6000 a 8000 al día, pero no se dispone actual
m ente de ningún dato sobre los sitios angló-
fonos y árabes.
Otro elem ento significativo es la m ultipli
cación de foros de discusión alrededor de es
tos vídeos. He visitado varias decenas de ellos.
Igualm ente, en este caso, es imposible saber
cuántos hay de form a precisa y cuál es el nú
m ero exacto de visitantes. Existen pocos si
tios que den cifras (según las escasas indica
ciones disponibles, el núm ero de inscritos
oficiales se elevaría a un centenar y el de visi
tantes a varios miles). Más allá de la preci
sión de los datos cuantitativos, en cualquier
caso es cierto que miles de personas, sobre
todo jóvenes, m iran estas imágenes, a veces
repetidam ente, y lo que m uestran es literal
m ente insoportable.
¿Cómo explicar que tanta gente quiera vi-
sio n ar estos vídeos? ¿Quieren inform arse,
com o dicen a veces en los foros, o sim ple
m ente se sienten «intrigados» por la m uerte
film ada en directo? ¿Qué razones, qué pul
siones conducen a un adolescente o a un
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adulto a contem plar o a discutir durante ho
ras en un chat con desconocidos acerca de
estos indecibles espectáculos? ¿Qué visión del
hom bre pueden tener, cuando viven en una
sociedad que no deja de potenciar los dere
chos hum anos? Además, ¿qué se puede h a
cer? ¿Hay que perm itir que estas imágenes
sean accesibles? ¿El cierre de los sitios que
los cuelgan sería un beneficio para el interés
general o un atentado contra la libertad de
expresión?
Mi propósito es justam ente in tentar es
clarecer estas cuestiones. Pero, para hacerlo,
necesito em pezar por co n tar mi «viaje» y
describir las consecuencias, la principal de
las cuales es anestesiar poco a poco, «neutra
lizar», el juicio del espectador. Estas im áge
nes extrem as que se construyen con un tras-
fondo de odio, odio tanto hacia uno m ism o
como hacia los demás, estos vídeos que h a
cen un espectáculo de actos de barbarie ge
neran, en efecto, una nueva form a de barba
rie, la de la indiferencia.
Lo cual es como decir que la m uerte co
mo espectáculo nos concierne a todos. Por
que el fenóm eno se produce muy cerca de
14
nosotros, incluso en nuestras propias casas,
donde la crueldad p en etra por el peque
ño tragaluz del ordenador o del móvil. Des
pués del reinado de la telerrealidad, ¿hemos
entrado en el de la «realidad-horror»?
15
La «realidad-horror»
17
liciales a p artir de los años setenta; fue en
tonces cuando los periodistas em pezaron a
em plear la expresión «películas snuff». E n
1975, Joseph Horm an, un sargento de la poli
cía de Nueva York perteneciente al servicio
de control del crim en organizado, habló en la
prensa de la existencia de películas clandesti
nas en rollos de ocho m ilím etros. En la m is
m a época, el New York Post y el Daily News se
hicieron eco de las investigaciones del FBI
como consecuencia de los rum ores que circu
laban entonces sobre estas cintas sulfurosas.
A pesar de todos estos esfuerzos, ninguna
prueba form al pudo confirm ar la existencia
real de las películas snuff. Es cierto que las
cintas confiscadas por la policía o por el FBI
eran m uy violentas, pero siem pre se trataba
de ficciones y no de vídeos que exhibían ase
sinatos reales.
Saliesen a la luz otras películas que m os
traban violaciones y m uertes reales, realiza
das por asesinos en serie; imágenes tom adas
por los asesinos para poder «revivir» en im á
genes, por así decir, los m om entos más inten
sos de sus crím enes. Pero estas películas,
descubiertas por la policía durante los regis
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tros en los apartam entos de estos criminales
y utilizadas como pruebas por la justicia, no
estaban destinadas a circular y m enos toda
vía a ser comercializadas.
Sin embargo, a principios de los setenta,
el im aginario del público parecía cada vez
m ás sensible al ru m o r de las películas snuff.
Y p ro n to la in d u stria cinem atográfica se
apropiaría del fenóm eno y produciría cierto
núm ero de ficciones. E n 1979, Paul Schrader
realiza Hardcore, donde se aborda, por pri
m era vez de form a explícita, el tem a de las
películas snuff. Schrader, preocupado por la
verosimilitud, llega al extremo de integrar en
su película las im ágenes de un asesinato su
puestam ente auténtico. Unos años m ás tar
de, David Cronenberg recupera el tem a en Vi-
deodrome (1982). Esta vez, en u n a película
que m ezcla hábilm ente realidad y ciencia fic
ción, las imágenes de tortura y asesinato se
difunden por la televisión, com o si la vio
lencia y la m uerte p u d ieran efectivam ente
convertirse en un gran espectáculo. Max, el
héroe de la película, dirige una pequeña cade
na en u n a red por cable y propone a sus te
lespectadores secuencias chocantes. Un día,
19
tropieza por casualidad con un program a ti
tulado «Videodrome». Sin intriga ni persona
je, la película es una sucesión de asesinatos y
torturas. Max, prim ero fascinado p o r estas
imágenes, se da cuenta progresivam ente de
que «Videodrome» tiene el poder de alterarle
la m ente y el cuerpo. En realidad, la sociedad
«Spectacular Optical», productora de «Video
drom e», es un a organización política que
utiliza las señales de vídeo para m anipular a
los espectadores. Max se sum erge así en una
ilusión perm anente y em pieza a creer que es
tos cam bios físicos y psíquicos pueden con
ducirle a vivir en una «nueva carne». Sin em
bargo, ¿se trata de una evolución positiva o
de una pesadilla? Las escenas finales de la
película son equívocas; Max se abandona a
la nueva carne, y «Videodrome» se cierra con
un eslogan, «¡Vive la carne nueva!», lanza
do por nuestro héroe en el m ism o m om ento
en que se dispone a suicidarse en el caos de
una últim a y devastadora alucinación. Como
trasfondo, una voz fem enina lo guía: «Estoy
aquí para guiarte, Max. He aprendido que la
m uerte no es el fin. Puedo ayudarte. Ahora
debes llegar hasta el final, una transform a
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ción total. No tengas miedo de dejar m orir
tu cuerpo, conténtate con venir a mí, Max,
ven con Nicki. ¡Mira, voy a m ostrarte lo fácil
que es!».
En 1996, Tesis, la película española de
Alejandro Amenábar, obtiene un gran éxito.
Cuenta la historia de Ángela, una estudiante
m adrileña que investiga para su tesis, dedica
da a la violencia en el medio audiovisual. En
cuentra a otro estudiante, Bosco, un psicópa
ta que rapta chicas jóvenes con el objetivo de
torturarlas y m atarlas ante la cám ara. Fasci
nada por la personalidad de Bosco, Ángela ter
m inará por m irar las imágenes de tortura que
aparecen en la pantalla, una m anera para el
realizador de sugerir que cualquiera puede
convertirse en espectador potencial de este
tipo de vídeos.
Después, en 1999, Joel Schum acher reali
za Asesinato en ocho milímetros, cuya histo
ria se desarrolla en Estados Unidos. Se inicia
con el descubrim iento, por la viuda de un m i
llonario, de una película en superocho que
representa a una m uchacha, medio desnuda,
golpeada y asesin ad a a navajazos por un
hom bre encapuchado. La investigación de
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un detective privado descubre al espectador
que el m illonario había encargado esta pe
lícula por el precio de un millón de dólares.
El objetivo de Joel Schum acher es alertar y
prevenir. «No solam ente quisiéram os no ver
nunca películas de este tipo», declara des
pués del rodaje, «sino que, en lo más profun
do de nosotros mismos, rezam os para que no
existan realm ente, porque sólo pensarlo es
dem asiado horrible. Me niego a creer en la
realidad de semejantes ignominias.» Pero su
deseo es letra m uerta, y de la ficción y el ru
m or que acom pañan a las películas snuff, se
pasa insensiblem ente a la realidad.
En efecto, apenas un año más tarde, se
asiste al nacim iento de un fenóm eno que ya
no pertenece al simple ru m o r y que actual
mente, unos diez años después, parece for
m ar parte de nuestra vida cotidiana; se trata
de vídeos de m ala calidad que m uestran m a
los tratos, violaciones y asesinatos. ¿Películas
snuff? Sí y no. Como las películas snuff, estos
vídeos presentan la to rtu ra y la m uerte en
directo. Pero, a diferencia de las películas
snuff, no persiguen un objetivo com ercial,
se film an y se difunden por Internet, donde
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todo el m undo puede verlas una y otra vez.
Los prim eros vídeos conocidos d atan de
2000. Reproducen las imágenes de malos tra
tos y asesinato de civiles durante los enfren
tam ientos de Chechenia. Es el inicio de una
«moda m acabra», la «realidad-horror» m ulti
media.
23
particular de una serie de secuencias que ex
hiben actos de tortura. Una de ellas m ues
tra a un individuo encapuchado que levanta
un hacha y corta de un golpe la cabeza de un
hom bre tendido en el suelo, con los pies y las
manos atadas. Otras presentan a unos hom
bres abatidos de un disparo en la sien. Otra
secuencia, y en prim er plano, m uestra la cara
de un hom bre joven, con la cabeza pegada al
suelo; un cuchillo le corta la garganta en el
espacio de unos segundos; la sangre fluye
del tronco m ientras la m ano del verdugo se
apodera de la cabeza y la levanta ante la
cám ara...
A p artir de entonces, se m ultiplican los ví
deos que m uestran en im ágenes los m alos
tratos, las torturas y las ejecuciones en Che-
chenia. Los policías chechenos, encargados
de restablecer el orden en la república rebel
de, eran los que film aban sus crímenes con
los teléfonos móviles. G rababan estos vídeos
para después com partirlos y m ostrarlos a sus
amigos, a sus familias y a sus jefes. La prácti
ca podía llegar lejos. Por ejemplo, un vídeo
m uestra a un grupo de hom bres que m altra
tan a una mujer, le rapan la cabeza y le pintan
24
una cruz verde en la frente (el color del islam)
porque sospechan que ha tenido relaciones
íntim as con un soldado ruso ortodoxo. La
m ujer recibió golpes tan fuertes que sufrió un
aborto. Se puede asistir también a ejecucio
nes sum arias y a decapitaciones. En un vídeo,
se observa al líder checheno, el prim er m inis
tro Ram zan Kadyrov, que mira, sin intervenir,
a sus milicianos m ientras em pujan a varios
hom bres al interior del maletero de un coche,
probablem ente hasta asfixiarlos. Algunos alle
gados de la periodista rusa Anna Politkovs-
kaia, asesinada el 7 de octubre de 2006 en Mos
cú, afirm an que m urió, entre otras cosas, por
haberse atrevido a denunciar la existencia de
estos vídeos. Como confirm a Serguéi Soko-
lov, ex redactor jefe de la Novaia Gazeta, el bi-
sem anario donde escribía la periodista rusa,
«cerram os los ojos ante estos espectáculos
m acabros, porque, en nuestro país, la vida
hum ana tiene poco valor».
25
naturaleza cuando los islam istas se apropian
de ellos p ara convertirlos en una herram ien
ta de propaganda.
El 22 de febrero de 2002, el periodista es
tadounidense Daniel Pearl es degollado. Se
m anda una cinta de vídeo de la ejecución al
consulado de Estados Unidos en Pakistán. La
cadena de televisión estadounidense CBS di
funde secuencias que m uestran al periodista
justo antes de ser asesinado por sus secues
tradores, aunque se abstiene de difundir la
ejecución en la pantalla. Poco tiem po des
pués, el vídeo integral circula por Internet. El
hom bre está pálido, habla despacio, proba
blem ente lo han drogado. Todo ocurre muy
deprisa, sus declaraciones, el acta de acusa
ción, la decapitación, la cabeza levantada
como signo de trofeo.
El 12 de mayo de 2004, otra secuencia
de vídeo, la del asesinato de Nicholas Berg,
un hom bre de negocios estadounidense de
26 años, se p resenta parcialm ente en tres
grandes cadenas de televisión anglosajonas.
Al día siguiente, la CIA confirm a su autenti
cidad. Como en el caso de Daniel Pearl, el ví
deo integral muy pronto se puede encontrar
26
en Internet. Con una duración de 5 m inutos
y 37 segundos, este vídeo está com puesto por
dos secuencias distintas: la presentación y
después la ejecución. La cám ara se coloca
prim ero sobre un soporte y después sobre el
hom bro durante los dos últimos planos del
asesinato. Esta vez, la degollación constituye
una auténtica puesta en escena política, pues
Berg aparece sentado en el suelo, vestido con
un chándal naranja. El signo es terriblem en
te elocuente, ¡se trata del atuendo de los pri
sioneros de G uantánam o! Detrás de él, hay
cinco personas encapuchadas, de pie, que es
cuchan una larga declaración en árabe. Des
pués, em piezan los alaridos. Sale un cuchillo.
El hom bre es degollado vivo. La cabeza, como
la de Daniel Pearl, se levanta, como un tro
feo, en señal de victoria. También en este caso,
varios sitios web dan acceso a estas im áge
nes. ¿Quién las ha difundido? ¿A quién «bene
ficia» el crimen?
Continuemos. El 22 de junio de 2004, el
joven surcoreano Kim Sun-Il, un traductor
que trabajaba para la sociedad Gane General
Training, es decapitado por terroristas ira
quíes. D urante 3 m inutos y 45 segundos, se
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ve desfilar lo innom brable. Kim llora y grita:
«No quiero morir»; «Quiero volver a casa»;
«Os lo ruego, dejadm e vivir». Los gritos se
m ezclan con las lágrim as ante la im pasibili
dad de los talibanes. La desesperación del jo
ven invade la escena, m ientras los verdugos
leen su condena a m uerte. El tiem po pare
ce infinito. Y el ritual m acabro se repite; el
joven está tendido en el suelo, el verdugo en
capuchado del grupo Tawhid wal Jihad (Gru
po de la Unicidad Divina y de la Guerra San
ta) saca un largo cuchillo, el janyar, utilizado
para los sacrificios y las degollaciones. Sigue
la decapitación. Y, m ientras la cabeza de la
víctima se eleva en señal de victoria, los tali
banes declaran: «Alá es grande». En este
caso, la «escenificación» es, por decirlo de al
guna m anera, menos cuidadosa, aunque Kim
Sun-Il está vestido de naranja, como Nicho-
las Berg, com o los prisioneros de Guantána-
m o...
El vídeo de su degollación se cuelga inm e
diatam ente en la Red, a pesar de las prohibi
ciones del Gobierno coreano. Un responsable
del M inisterio de Inform ación y Com unica
ción incluso advierte que cualquier usuario
28
de la Red que difunda las imágenes será san
cionado. Pero nada consigue detener su pro
pagación.
29
percibe prim ero la escalera que conduce a la
horca, u n a instalación de m etal rojo coloca
da varios m etros por encim a del suelo. Sa
dam, rodeado de verdugos vestidos de civil y
encapuchados, avanza sobre la tram pilla,
con una cuerda gruesa al cuello. Chasquean
unos cuantos flashes de cám aras fotográfi
cas. Uno de los verdugos ajusta la cuerda y
aprieta un poco más el enorm e nudo lateral.
Entonces algunas personas lanzan «¡Moqta
da, M oqtada, Moqtada!». «Vete al infierno»,
grita otro testigo. Sadam recita la shahada,
la profesión de fe m usulm ana. Los flashes de
las cám aras fotográficas destellan de nuevo.
Con un ruido metálico, la tram pilla se abre
antes incluso de que term ine la últim a plega
ria. El ex dictador cae al vacío. Siguen unos
segundos de confusión; las imágenes inten
tan enfocar el cadáver que continúa balan
ceándose. Prim er plano de la cabeza del ajus
ticiado, colgado de la cuerda, con el cuello
roto. Sadam Husein está m uerto, pero toda
vía tiene los ojos abiertos. Gritos entre los
asistentes. Un testigo invoca a «Dios el mise
ricordioso» y reza a su vez. «El tirano ha caí
do, maldito sea», clama otro. «Dejad que cuel
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gue de la cuerda», ordena un tercer hombre.
«Que siga colgado d u ran te ocho m inutos.
¡Que nadie lo descuelgue!»
El presidente estadounidense George W.
Bush celebra la ejecución de Sadam Husein
com o una «etapa im portante» en el camino
hacia la dem ocracia en Irak, «una dem ocra
cia que puede gobernarse, ser autosuficiente
y defenderse, y ser un aliado de guerra contra
el terror». En cambio, Francia, Italia, Ingla
terra, Suiza y otros m uchos países se suble
van contra el ahorcam iento del ex dictador y
estim an que nunca hay que responder a la
barbarie con la barbarie... Más allá de las po
lém icas alrededor de la pena de m uerte, la
transform ación en «espectáculo» de la ejecu
ción de Sadam H usein es lo que plantea pro
blem as. En efecto, el vídeo integral de su
ahorcam iento, todavía disponible en línea, se
añade a las otras im ágenes m acabras que
atraen a los internautas. En uno de los sitios
en que se puede consultar, incluso se lee: «¡Fi
nalm ente, el vídeo com pleto de la m uerte de
Sadam Husein tom ado con un teléfono m ó
vil!». Como si el hecho de m ostrar este vídeo
form ara parte de u n derecho fundam ental
31
a la inform ación. ¿Inform ación o «realidad-
horror»?
En la línea de esta singular voluntad de
«informar», el 16 de m arzo de 2007, el noti
ciario televisado de la noche de la Rai Uno
ofrece la grabación realizada por periodistas
italianos del proceso sum ario al que fueron
sometidos el periodista Daniele Mastrogiaco-
mo, su chófer, Sayed Agha, y su intérprete,
Adjmal N aqshbandi. Los tres hom bres es
tán arrodillados, con u n a venda en los ojos y
las m anos atadas a la espalda, y un grupo de
talibanes les ap u n tan a la cabeza con sus
arm as. Se han elim inado del vídeo las im á
genes del asesinato de Sayed Agha, pero
m uestra las que preceden a la degollación y
después el cuerpo tendido en el suelo. Sin
em bargo, el vídeo com pleto nunca será di
fundido por Internet. Igual que el del asesi
nato de Fabrizio Q uattrocchi. Este joven
guardaespaldas había sido asesinado en 2004
y el vídeo de su ejecución se había m andado
a la cadena de televisión Al-Jazeera. El Go
bierno italiano no lo obtuvo hasta dos años
más tarde. En los extractos todavía accesi
bles hoy en Internet, el italiano está arrodi-
32
liado; justo antes de ser abatido, pide a sus
secuestradores que le quiten el pañuelo que
le cubre la cabeza: «Voy a enseñaros cómo
m uere un italiano».
¿Por qué el vídeo tardó tanto tiempo en
llegar a las autoridades italianas? ¿Por qué,
además, los terroristas no lo difundieron de
inm ediato por Internet como en los otros ca
sos? ¿El valor del joven los incomodó? Esta
hipótesis dice m ucho sobre el uso de la «rea-
lidad-horror» por parte de los grupúsculos
terroristas.
33
¿Hay que m ostrarlo todo? ¿Es realm ente in
form ación lo que busca el que visiona estas
imágenes?
Uno de los vídeos m ás crudos que he po
dido visionar en Internet es el realizado el
22 de octubre de 2004 por el grupo m usulm án
iraquí Ansar al-Sunna, los «protectores de la
tradición». M uestra la decapitación con un
cuchillo de un hom bre iraquí que supuesta
mente es un traidor y un espía. La ejecución
se realiza aparentem ente con facilidad, como
si se tratara de una escenificación hollywoo-
diana. El verdugo corta con rapidez la gar
ganta del hom bre, sujetado por un acólito, y
después retrocede un m om ento p ara dejar
pasar los prim eros espasm os de la agonía. La
víctima respira entonces ruidosam ente (con
cada inspiración, el hom bre agonizante aspi
ra su propia sangre), m ientras el verdugo lo
observa con aire distante. A continuación,
cuando el flujo de sangre disminuye, pero an
tes de que el m oribundo deje de respirar, lo
decapita y m uestra su cabeza ante la cám ara.
El hom bre es arrastrado como un anim al des
tinado al m atadero. Y, para abatirlo, se utili
za la m ism a técnica que para m atar corderos.
34
Los Ansar film an sus actos y procuran
que se difundan am pliam ente a fin de exten
der el «reino del islam». Por otra parte, es el
objetivo de la m ayoría de vídeos de este tipo,
que representan, para los islamistas, un ele
m ento de propaganda, lo cual explica por
qué son de fácil acceso, sobre todo en los si
tios islam istas. Los terroristas se han con
vertido, pues, en productores de películas, en
guionistas. A principios de los años noventa,
sus vídeos, todavía sum arios, sólo com pren
dían los discursos inflam ados de predicado
res radicales, con objeto de reclutar m ilitan
tes para la causa islamista. A m ediados de los
años noventa, estos predicadores -b ajo la in
fluencia de Osama bin Laden- em pezaron a
darse cuenta del interés que estos vídeos sus
citaban ante la opinión pública occidental.
Com prendieron que poseían una nueva arm a
de com unicación. Y, por lo tanto, decidieron
ir m ás lejos, golpear m ás fuerte, hasta reali
zar verdaderas películas snuff.
Los vídeos de asesinatos se h an converti
do ahora en productos eficaces, cargados de
referencias m íticas de una cultura del odio y
generadores de inducciones al asesinato. Son
35
imágenes que integran un decorado y un telón
de fondo cuidadosam ente concebidos y que
m andan m ensajes dirigidos a un auditorio
bien identificado. Los vídeos más recientes
traducen claram ente esta «asimilación de las
reglas del arte», obedecen a una especie de
guión estereotipado, casi invariable, en que
las víctimas leen antes de m orir una declara
ción, a m enudo en un dúo siniestro con sus
asesinos.
36
Como explica el filósofo Abdelwahab Med-
deb en Contre-Prêches (2006), si el rito del sa
crificio celebra la sustitución del hom bre por
el anim al, la locura terrorista es su inversión
sim étrica. Nos hace descender a la barbarie
pura, pues algunos islam istas llegan incluso
a discutir en Internet sobre el detalle de las
técnicas de degollación hasta ahora reserva
das a las bestias para la fiesta del Aid. Existe
en ello u na desnaturalización de los ritos de
sacrificio analizados por René Girard en La
violencia y lo sagrado (1972). El rito del sacri
ficio se basa en dos tipos de sustituciones: en
prim er lugar, una víctim a única sustituye a
todos los m iem bros de la com unidad; en se
gundo lugar, la víctim a del sacrificio (en ge
neral un animal) sustituye a la víctim a propi
ciatoria. Por eso, este rito hace posible una
especie de catarsis, es decir, una purificación,
que previene el contagio de la violencia; la
víctim a es única y se trata, generalmente, de
un anim al. En cambio, los sacrificios hum a
nos perpetrados por los islam istas no hacen
m ás que encadenar una escalada sin fin de la
violencia m ediante la m ultiplicación sin fin
de las víctimas. Porque el espectáculo de la
37
violencia a menudo tiene algo contagioso, una
deriva a la que es muy difícil escapar.
El m ensaje que vehiculan estos mismos
vídeos destinados a Occidente es de una na
turaleza muy distinta. Las imágenes preten
den sobre todo invadir la conciencia de los
espectadores. Se ve en ellas a seres hum anos
que im ploran por su vida. El diseño carece
aparentem ente de am bigüedad; se tra ta de
suscitar el espanto y el m iedo de una socie
dad considerada como rica, culpable, velei
dosa y decadente. Sin em bargo, las reaccio
nes del público están lejos de ser claras. Por
una parte, los occidentales parecen querer
volver en su provecho la propaganda islamis-
ta. Es una m anera de decir: «Mirad la barba
rie de los islamistas», hasta el punto de pasar
horas para encontrar estos vídeos, visionar
ios, a veces incluso grabarlos y m irarlos repe
tidam ente. Por otra parte, el horror de estas
imágenes, m ás allá del estupor que provocan,
da la m edida de la am plitud del fenóm eno y
del peligro que representan. Incita por ello a
considerar m edidas de precaución. Los sitios
islam istas com o al-ansar.biz o al-ansar.net se
han eclipsado. Otros, por ejemplo Ogrish.com,
38
como hem os visto, se han cerrado. No obstan
te, estos vídeos continúan circulando libre
m ente por la Web, a veces gracias a hackers
que se los han descargado y los difunden en
otros sitios, donde siguen siendo accesibles,
o bien por falta de vigilancia, o bien intencio
nadam ente, como si, en el fondo; estas im á
genes m acabras pudieran alim entar el odio
hacia los terroristas a causa de la barbarie
que m uestran.
Intención o negligencia, la circulación de
estos vídeos en el lím ite de lo insoportable
tiene com o resu ltad o in stalar progresiva
m ente en el espectador una form a de insensi
bilidad y de indiferencia frente al sufrim ien
to de los demás. De m anera que el objetivo
últim o se habrá alcanzado: eliminar, con la
propia com plicidad de los occidentales, toda
form a de civilización.
39
m ayoría de las veces, se tratab a de ficciones
o de videojuegos y no de violencia real. Hay
que decir que algunos videojuegos y algunos
sitios pornográficos integran escenas de m u
tilación, violación y tortura. Algunos incluso
llegan a presentar, al lado de películas de vio
lación y de sadom asoquism o, vídeos islamis-
tas de degollaciones. Por supuesto, se trata
de una pequeña m inoría. Pero es justam ente
en un sitio de pom o duro anglòfono donde
he podido visionar la decapitación de Shosei
Koda, un m ochilero japonés de 24 años (el
joven había sido secuestrado y ejecutado en
octubre de 2004, después de que expirase el
ultim átum lanzado por el grupo de Abu Mus-
sab al-Zarkaui al Gobierno japonés para reti
rar sus tropas de Irak). Es como si ya no exis
tiera diferencia entre la ficción y la realidad;
una vez que se ha adquirido la costum bre de
m irar imágenes de extrema violencia, ¿por qué
con ten tarse con la «ficción-horror»?, ¿con
un h orror de ficción? ¿Por qué no acceder al
horror real? En efecto, podem os preguntar
nos si la ficción no es el preludio, la vía de ac
ceso, en cierta manera, a la «realidad-horror».
En este sentido, hay que conceder un lu
40
gar especial a la serie estadounidense 24 ho
ras. E sta ficción de Fox TV, cuya prim era di
fusión data de 2001, alcanzó una audiencia
sem anal de unos quince millones de telespec
tadores. Cada episodio de 24 horas describe
u n a jo rn a d a ago tad o ra du ran te la cual el
agente de contraterrorism o Jack Bauer dis
pone sólo de veinticuatro horas para hacer
fracasar un com plot terrorista que pone en
peligro a Estados Unidos. Bauer, enfrentado
a una situación de am enaza terrorista, opta
invariablem ente p o r rec u rrir a la to rtu ra
para obligar a los sospechosos a divulgar in
form aciones cruciales. Algunos m étodos de
to rtu ra utilizados en 24 horas com prenden la
utilización de drogas, el sim ulacro de ahoga-
m iento o de electrocución. Durante las cinco
prim eras tem poradas de la serie, se asistió a
no m enos de sesenta y siete casos de tortura,
según el Parents Televisión Council, lo cual
representa m ás de un acto de tortura por epi
sodio. D urante una entrevista en el program a
estadounidense Democracy Now del 22 de
febrero de 2007, Tony Lagouranis, un m ilitar
estadounidense que sirvió en Irak, declaró
que los interrogadores enviados a este país
41
habían copiado algunos m étodos y situacio
nes utilizados en 24 horas:
42
tecim ientos se rem ontan a noviembre y di
ciem bre de 2003. E n las fotos, se ven prisio
neros iraquíes desnudos sometidos a torturas
con electricidad y otros tratos degradantes.
Una im agen m uestra a unos hom bres obliga
dos a sim ular actos sexuales; otra, a un hom
bre desnudo de pie sobre una caja, con el ros
tro cubierto por una capucha y unos hilos
eléctricos atados a los miembros; otra, a un
m ilitar estadounidense que hace el signo de
la victoria ante una pirám ide de cuerpos des
nudos...
Interrogado por Dan Rather, el periodista
estrella de la CBS, en la emisión 60 Minutes II
del 28 de abril de 2004, el general M ark Kim-
mitt, jefe adjunto de operaciones m ilitares de
la coalición, se m ostró «aterrado»;
43
Luego añadió que se tratab a «de una pe
queña m inoría». Después le tocó el turno al
sargento Chip Frederick, uno de los soldados
encausados y pendiente de ser juzgado por un
tribunal militar, en especial por haber m al
tratado a los detenidos y haberles ordenado
que se golpearan unos a otros. «No teníam os
ningún apoyo, ninguna instrucción, y yo no
dejaba de preguntar ciertas cosas a mis supe
riores, leyes y reglas, que no llegaban», decla
ra el soldado, al que una foto m uestra senta
do sobre un prisionero.
La reacción del presidente Bush fue p ru
dente. El 6 de mayo, en W ashington, en pre
sencia del rey Abdalá II de Jordania, declaró
que «lam entaba las hum illaciones sufridas
por los prisioneros iraquíes y sus familias».
Pero añadió: «También lam ento que las per
sonas que m iran estas fotos no com prendan
la verdadera naturaleza de América». Apa
rentem ente, los soldados estadounidenses se
dan cuenta de lo que hacen. La principal ra
zón que conduce a algunos de ellos a tom ar
estas fotos es muy anodina. Como parecen
reconocer, es «fun», divertido. Pero ¿es posi
ble divertirse con el sufrim iento ajeno hasta
44
convertirlo en objeto de fotos y vídeos? ¿No
estarem os en presencia de u n a desviación
evidente de la sociedad del espectáculo y del
ocio? La prueba de ello es que el oyente de
una em isión de radio del muy conservador
Rush Limbaugh, que escuchan millones de
estadounidenses, m inim iza la n atu raleza
de los actos: «Amontonar hom bres desnudos
se parece a una novatada». Y Lim baugh res
ponde: «¡Exactamente! [...] Sabe, cada día
disparan sobre esta gente. Hablo de los que
han pasado buenos m om entos. ¿Ha oído h a
blar alguna vez de la descarga emocional?»
(Rush Limbaugh Show, 4 de mayo de 2004.)
Es cierto que los abusos com etidos en
Abu G hraib no se pueden com parar con las
degollaciones y las decapitaciones que los is-
lam istas utilizan com o espectáculo. Además,
los responsables han sido denunciados, juz
gados y castigados. Pero eso no im pide que
las fotos tom adas p o r los soldados estado
unidenses en esta prisión se inscriban clara
m ente en el nuevo uso que se hace hoy de las
im ágenes, que se h a n convertido cada vez
más en m ensajes para diseminar, p ara hacer
circular. Antaño, fotografiar la guerra form a
45
ba parte del ám bito de los reporteros y de los
fotógrafos profesionales; hoy los propios sol
dados son los que hacen las fotografías, se
intercam bian im ágenes entre ellos y las en
vían p o r m ail a sus amigos al otro extremo
del m undo. Su objetivo no es hacer reporta
jes ni inform ar al público sobre la situación
trágica en Irak, sino «pasar un buen rato»,
en nom bre del espectáculo, el nom bre de lo
«fun».
46
bre u n a víctim a e infligirle una especie de
«correctivo», m ientras un cómplice filma la
escena con una cám ara o con un móvil. Co
mo su nom bre indica, el happy slapping en
prin cip io form aba p arte del ám bito de lo
«fun», lo divertido. Pero rápidam ente se m os
tró m ás bien temible.
E n junio de 2005, en un barrio de Leeds,
Inglaterra, una adolescente fue asesinada por
varios disparos de rifle; su m uerte se filmó y se
difundió por Internet. En la actualidad, se han
descubierto más de doscientos casos de happy
slapping en Inglaterra, que van de la simple
bofetada y la paliza «recreativa» a la violación
y el asesinato. En diciem bre del año 2005, en
Londres, una joven inglesa de 15 años, Chel-
sea O’Mahoney, y sus cómplices Reece Sarge-
ant, 21 años, Darren Case, 18 años, y el joven
David Blenman, 17 años, fueron declarados
culpables de la agresión a David Morley,
38 años. El guión es simple. La chica de la
banda se acerca a la víctim a y hace u n a señal
a sus cómplices, que em piezan a golpear a su
presa h asta la m uerte, m ientras otro filma la
escena.
Estos nuevos «juegos» tam bién h an llega
47
do a Francia, donde se h an extendido con
extraordinaria rapidez. E n 2007, el m inistro
de Educación Nacional hablaba de un caso de
happy slapping por sem ana. Con unos clics,
se encuentran los vídeos de happy slapping en
Internet, donde los internautas pueden m i
rarlos repetidam ente, antes de iniciar discu
siones -« ch ats» - en los foros. Algunas im á
genes tien en una ap arien cia anodina: una
m ujer golpeada en una parada de autobús; un
niño derribado de la bicicleta; un hom bre,
dorm ido en un bus, despertado por un ado
lescente con una violenta bofetada, etcétera.
Pero estas «felices bofetadas» a m enudo van
más lejos que los golpes o los tortazos, hasta
la puesta en escena de incendios de coches o
violaciones. En Niza, en enero de 2007, una
estudiante de 13 años, víctim a de una viola
ción colectiva, descubre, abatida, que las fo
tos de la escena, tom adas con un móvil, circu
lan por el patio de su escuela. En abril de
2007, en Pantin (Seine-Saint-Denis), unos ado
lescentes obligan a unos niños de 9 y 11 años
a un com bate de boxeo en una plazoleta ro
deada de tela metálica, filman la escena con
un móvil y difunden las imágenes por Inter
48
net. El vídeo, de 1 m inuto y 28 segundos de
duración, sólo está en línea unos días, después
de la denuncia interpuesta por la m adre de
uno de los niños. Los adolescentes, interro
gados por la policía, declaran que, p ara ellos,
sólo se tratab a de un juego, de una diversión
como otra.
El happy slapping es una práctica cuyo
significado no está claro, al menos a prim era
vista. Para empezar, consiste en una agresión
corporal tradicional, cuyo objetivo es hum i
llar y hacer vulnerable a la persona agredida.
Sin em bargo, al film ar la escena, se transfor
m a el sufrim iento de otro en una fuente de
entretenim iento y diversión para com partir
con otros, cada vez m ás num erosos y anóni
mos, gracias al móvil y a Internet. Massire
Touré, el joven de 20 años que filmó la agre
sión de la profesora de Porcheville (Yvelines)
en 2006, sostuvo que había actuado «sin ra
zón y sin motivo» y acaba de ser condenado a
seis meses de prisión por «falta de asisten
cia a u n a persona en peligro y atentado con
tra la vida privada».
¿Cómo es posible que unos jóvenes se di
viertan lesionando a la gente y film ando sus
49
actos? ¿Por qué se ríen ante el sufrim iento
hum ano?
50
amigo, he visto algo de este tipo! ¡Nos diverti
mos mucho!». Después el tono asciende. Los
inscritos a este foro son unos sesenta, con
una m edia de edad de 20 años. Los visitantes,
en cam bio, son m ucho más num erosos y, se
gún las estadísticas del sitio, dos meses des
pués ya contaban con 10.000 lectores de es
tos intercam bios.
51
desviados y que eso nos gusta [...]. El número
de personas que dism inuyen la velocidad
ante un accidente de coche para «ver» es m a
yor de lo que se cree.
-H e visto un vídeo en el que le cortan la ca
beza a un chico, pero estamos tan acostum
brados a ver la violencia que eso me dejó
frío.
52
-Sí, ya he visto un vídeo de decapitación, no
sé si era en Irak o en otro lugar. La informa
ción en general nunca es mala.
-M e parece que tenemos derecho a ejercer
nuestro derecho a la información, ¿no? Dejad
de tapaos la cara. ¡Tomad conciencia del mun
do en el que vivimos!
-¿Para tomar conciencia del mundo en el que
vivimos hay que visionar estas atrocidades?
Lee los periódicos, mira a tu alrededor, qué
sé yo, hay otros métodos, ¿no? Esto me hace
pensar en algo; hace algún tiempo, vi a unos
chicos que estaban mirando unas imágenes
muy chungas en un sitio, en especial un crá
neo humano abierto por un disparo y con el
cerebro al aire... Estuve a punto de vomitar.
Y sé que este sitio (cuyo nombre no citaré
porque no tengo ningunas ganas de hacerle
publicidad) es famoso y muy consultado por
las atrocidades que muestra. Me parece muy
malsano.
-¡El derecho a la información existe! Leer los
periódicos está muy bien y deben ser la pri
mera fuente de información. Pero pienso que
tenemos derecho a completarla con otros ele
mentos de información. ¡Aunque no siempre
sea bueno m irar el mundo real!
53
-O bservar la violencia por la violencia, la
sangre por la sangre, no tiene estrictamente
ningún interés en sí mismo, excepto cultivar
una especie de fascinación. Lo interesante
es comprender de forma muy precisa el con
texto de esta violencia, el político, el social, el
histórico... a fin de entender cómo algunos
han podido llegar a esto e intentar oponerse.
En realidad, ver un vídeo sólo por verlo así,
sin explicación del porqué, del cómo, de las
reacciones que genera... no sé, me deja dubi
tativo.
-Sólo podemos darnos cuenta del horror de
una decapitación o de una degollación cuan
do vemos una con nuestros propios ojos.
-No creo que la gente se fuerce a ver ví
deos para «completar su información». Los
que miran este tipo de vídeos sienten una fas
cinación morbosa por las decapitaciones.
54
dos por Internet, y no de una ficción cinem a
tográfica.
55
La verdad más perturbadora de estos in
tercam bios aparece cuando algunos inter-
n au tas confiesan su fascinación p o r estas
imágenes. Parecen presos de un verdadero
placer. Y otros se contentan con divertirse.
Otros confiesan su indiferencia. En todos los
foros que he visitado -seis en sitios francófo
nos y cinco en sitios anglófonos- se encuen
tran siem pre las m ism as opiniones, aunque
la m edia de edad y el núm ero de inscritos
pueden variar de un sitio a otro.
56
y
la cara del condenado bajo el efecto de la
hoja que le estira la piel del cuello.
-¡Sois asquerosos!
-¡Si no podemos divertimos!
-Extraña m anera de divertirse... Pero, bue
no, antaño a la gente le gustaba asistir en fa
milia a las ejecuciones capitales; ¡no me sor
prende que algunos sigáis fascinados por esta
morbosidad!
-E n cierta época, se ejecutaba a la gente en la
plaza pública y se mostraba la escena a los
niños [...].
-E n la Edad Media, hacían durar las ejecu
ciones el mayor tiempo posible e incluso con
tinuaban torturando a los cadáveres. Es pro
palar una idea falsa al hacer creer que hoy se
están alcanzando picos de barbarie. La bar
barie siempre ha existido. El hombre siempre
ha sido capaz de lo mejor y de lo peor.
-Realmente no comprendo por qué sorpren
de tanto, en el momento actual, que ejecuten
a un hombre.
-Verdaderamente admiro a la gente que con
sigue m irar eso sin que parezca afectarle de
forma especial.
-Tengo un amigo al que le gustan mucho las
ejecuciones. He podido ver un empalamien-
57
to (hundir una estaca en el ano para que la
víctima agonice e introducirla hasta que mue
ra por ello). También he visto ejecuciones de
grupos a balazos, y un negrito en un país
de África al que los militares le arrancaron el
brazo en la parte trasera de un pick-up. He
visto un vídeo bastante conocido de degolla
ción filmada en primer plano, seguida de deca
pitación. Es un poco tipo «degollación de un
cerdo». Como Nick Berg. Todavía tengo el
vídeo en mi PC.
-Es gracioso, cuando ves una degollación por
primera vez, te asquea, pero sobre todo por
que no lo conoces, no lo has visto nunca.
Ahora me da lo mismo, ya no me dice gran
cosa [...].
-Me parece imposible no sentir nada al m irar
este tipo de imágenes.
-¡Se necesita valor para m irar eso!
-Aparentem ente, hay gente que m ira este
tipo de secuencias como una simple distrac
ción.
-Es cierto que hago mi búsqueda diaria de de
capitaciones en la Red (las auténticas, no las
de las películas) o que las veo todos los días, e
incluso que las hago todos los días [...].
58
Éste es el p an o ram a, incom pleto pero
elocuente, de los m irones del horror. Están
los que buscan en estos vídeos una form a de
distracción; los que se m uestran más bien in
diferentes, como si la frecuentación regular
de estas imágenes los hubiera «anestesiado»,
y finalm ente los que proclam an su adm ira
ción por la gente «que consigue m irar eso»
sin verse afectada.
59
por casualidad -si es que hay realm ente ca
sualidades en este asunto-, la advertencia a
los jóvenes y las «almas sensibles» es exacta
mente la m ism a que advierte a los consum i
dores a la entrada de un sitio pornográfico.
Las «almas sensibles» deben abstenerse de
m irar... O sea, ¿que habría, por un lado, unas
mentes «sensibles», por no decir «débiles», y,
por otro, unas mentes «fuertes», resistentes,
capaces de m irarlo todo? Pero ¿de qué habla
mos concretam ente? ¿No m irar imágenes de
asesinatos sería un signo de debilidad? ¿Qué
decir, qué pensar, de esta retórica de la sensi
bilidad?
La prim era vez que m iré uno de estos ví
deos, sentí un intenso malestar. Porque me
había atrevido a infringir un límite que yo
m ism a m e había im puesto; sentada en mi
butaca, acababa de asistir, trastornada, im
potente, al asesinato de un hom bre. Continué
experim entando las m ism as sensaciones
cada vez que tuve que visionar otros vídeos.
Cuando escuché las plegarias y la desespera
ción de Kim Sun-Il, sentí que la rabia crecía
en mí. Después, poco a poco, me di cuenta de
que es posible acostum brarse a estas im áge
60
nes extrem as... La costum bre, esa costum bre
que perm ite aceptar lo inaceptable, que in
cluso puede convertir a un «alma sensible»
en m ás o menos insensible...
Las palabras de Diderot, según el cual es
m ucho m ás fácil para un pueblo civilizado
volver a la barbarie que para un pueblo bár
baro avanzar hacia la civilización, parecen
encontrar aquí la confirm ación.
61
La sociedad de la indiferencia
63
los hom bres d om inar y su b lim ar precisa
mente sus miedos.
Pero cuando hablam os de vídeos de ase
sinatos, de violaciones o de tortura, nos en
contram os an te varias am bigüedades. ¿De
qué tipo de representación se trata? ¿Esta
mos todavía en el m arco de u n a represen
tación? ¿Hay en este caso u n a form a cual
quiera de sublim ación? Por otra parte, estas
preguntas no solam ente conciernen a los ví
deos propiam ente dichos. También se refie
ren a sus espectadores. ¿Por qué m irar estas
imágenes de asesinatos? ¿No estarem os recu
perando una práctica b árb ara antigua, la de
los sacrificios hum anos organizados con fi
nes de espectáculo? ¿Acaso los vídeos que
escenifican la m uerte no corren el riesgo de
producir u n a sociedad de la indiferencia, en
la que nadie se preocupa por el otro?
64
fica ú n icam en te copiarlo o convertirlo en
imagen, sino tam bién darle un valor, anim ar
lo; es designarlo como un «objeto particular»
atribuyéndole un sentido nuevo; es evocarlo,
hacerlo aparecer, volverlo presente.
En este m arco, las fotos de guerra realiza
das por fotógrafos profesionales o reporteros
de im agen pretenden atraer la atención so
bre la tragedia de la guerra y los sufrim ien
tos que genera. El autor se interroga; adopta
un ángulo y una ilum inación; selecciona un
tema. La foto traduce una intención que se
m aterializa p o r la separación entre el punto
de vista del fotógrafo y la realidad; esto per
mite al fotógrafo dar testim onio de ciertos
aspectos de la realidad y descartar otros. Es
decir, las fotos de guerra sirven no solam ente
para informar, sino tam bién para «consolar»;
más allá de los cadáveres que m uestran, tie
nen u n a función de purificación y contribu
yen a un trabajo de reparación esencial para
los supervivientes y, de form a más general,
para los seres vivos. En sum a, cuando se
pone un objeto o una realidad en imágenes,
existen unas reglas que definen incluso el es
tatuto de las representaciones. Por ejemplo,
65
el ángulo de visión elegido por el au tor de
una foto delim ita sus contornos y perm ite co
m unicar a los espectadores cierta visión del
mundo. La sensibilidad del autor es lo que
define el m arco y el contexto en el interior de
los cuales se reproduce el objeto. También
deja al espectador la libertad de m antener
una distancia y de tom ar posición con res
pecto al objeto representado: su relación con
la im agen no está com pletam ente lim itada
por lo que ve; su m irada puede deslizarse so
bre ciertos detalles, retener otros, apropiarse
de lo real representado, en trar en contacto
con sus em ociones y su subjetividad. De m a
nera que la cosa, como tal, desaparece y em
pieza a form ar parte de otra realidad, la que
cada uno construye a su m anera, según su
sensibilidad, sus intereses, sus deseos y sus
obsesiones.
Las imágenes, en otras palabras, siem pre
m uestran u n a cosa que no es la cosa en sí
misma; entre representación y realidad, exis
te una distinción irreductible, aunque sólo
sea porque la cosa m ostrada no está disponi
ble ni es utilizable com o tal. Nietzsche, en
sus Fragmentos postumos, dice con razón que
66
«tenemos el arte para no caernos al fondo
de la verdad». O, com o explicaba Aristóteles
m ucho antes que él en la Poética, hablando
del teatro, la tragedia es una representación
que, m ed ian te la puesta en práctica de la
piedad y del espanto, hace posible la catar
sis, es decir, la purificación de las emociones
(48 b 19 y siguientes). Por eso, las escenas a
las que asistía el espectador, en una tragedia,
le perm itían ejercitar su m irada y despertar
sus em ociones por objetos a su vez purifi
cados; la tragedia le daba la posibilidad de
encontrarse no frente a la simple visión de las
cosas, sino ante el producto de la mimesis, la
imitación.
Esto vale tam bién para el cine. En Saló o
los 120 días de Sodoma (1975), por ejemplo,
Pier Paolo Pasolini lleva m uy lejos la esceni
ficación de la violencia y de la m uerte. La
historia tiene lugar hacia 1944-1945 en la re
pública de Saló, cuando cuatro notables fas
cistas (el Duque, el Obispo, el Presidente y el
M agistrado) deciden pasar ciento veinte días
en una villa para saciar todas sus fantasías.
Secuestran a ocho m ujeres y ocho hom bres
jóvenes, que deben doblegarse a todas sus
67
exigencias; se organizan en tres círculos:
«círculo de las pasiones», «círculo de la m ier
da» y «círculo de la sangre». En cada «círcu
lo», una narradora cuenta historias p ara ex
citar a los cuatro «señores», que interrum pen
a m enudo el relato para poner en práctica los
pasajes m ás «sugestivos» (por ejemplo, la es
cena de la com ida a base de excrem entos
para celebrar la boda del Presidente con un
m uchacho vestido de recién casada). Con
ello se llega a la «solución final»: tres «seño
res» se dedican al suplicio de las víctimas,
m ientras que el cuarto se lim ita a contem plar
lo que hacen los demás, espectador/m irón de
escenas atroces. A m enudo, las im ágenes
de la película se encuentran en el límite de lo
que un espectador puede soportar. Pero Pa-
solini no pretende dejar estupefacto a su p ú
blico. Siem pre contrabalancea el efecto de
«fascinación horripilante» que podría resul
tar con el avance de los artificios del relato
(alternancia entre las escenas y los discur
sos), m ediante el encuadre teatral de los pla
nos (que realza el efecto de representación) y
m ediante la propia tom a de imagen (las im á
genes de los suplicios de la últim a parte de la
68
película, por ejemplo, están desdibujadas o
distanciadas por la utilización del teleobje
tivo).
Sin em bargo, ¿qué ocurre cuando una
im agen m uestra la realidad sin ninguna for
m a de mediación, como en el caso de los ví
deos m acabros? ¿Cómo puede el espectador
contrabalancear la «fascinación» frente a la
violencia y la m uerte, cuando la crueldad se
expone en estado bruto? ¿Acaso no hay algo
obsceno en la exposición directa, no cons
tru id a, del sufrim iento y de la m uerte? Si
bien es cierto, como señala Georges Bataille,
que no hay «obscenidad» como hay «fuego» o
«sangre», es asim ism o cierto que, en las im á
genes de degollación y decapitación, el espec
tador se enfrenta a la consternación, puesto
que la realidad de las imágenes lo expone al
vértigo de la crueldad m ás feroz. El que m ira
no puede ni distanciar sus emociones ni es
clarecer sus juicios; el abism o provocado por
la realidad de la violencia no se ve contrarres
tado por ningún filtro.
69
Así pues, en los vídeos contem poráneos
que sacan a escena la «realidad-horror», la
crueldad se m anifiesta en su brutalidad des
nuda, sin ningún interm ediario. Lo que se
busca es un doble fracaso de la catarsis: el
fracaso de la m irada, enturbiada por la vio
lencia difusa, extrem a y confusa; y el fracaso
del pensam iento por la ausencia deliberada
de todo elem ento susceptible de hacer posi
ble la sublim ación de las emociones.
La crueldad saca su nom bre de la sangre
d erram ad a, y su triunfo tiene lugar ju sta
mente ante la sangre vertida. En su prim er
sentido, el acto de crueldad consiste en des
garrar la carne y hacer fluir la sangre, es un
acto despiadado. Es com parable a la violen
cia. Pero, a diferencia justam ente de la vio
lencia, la crueldad se m uestra como la volun
tad de h acer el m al deliberadam ente. Por
eso, Platón, en el Gorgias, y Aristóteles, en la
Ética a Nicómaco, explican que la crueldad
depende de la b arb arie y se en cu en tra en
cierta m edida excluida del orden hum ano.
Y es tam bién la razón por la cual se puede
avanzar la hipótesis de que existe un vínculo
entre la crueldad hacia los dem ás y el olvido
70
de uno m ism o como ser hum ano; ser despia
dado y no experim entar ninguna em patia
frente al sufrim iento de un semejante signifi
ca en uno y otro caso un desprecio por la hu
manidad, la m ism a que se com parte con la
víctima.
En este contexto, se puede h acer u n a
com paración rica en enseñanzas entre los
que m iran con com placencia los vídeos con
tem poráneos y los espectadores de los juegos
de la antigua Roma, los del circo y la arena,
esos juegos crueles de los que nos creíam os
liberados desde hace dos milenios. En efecto,
la lógica parece la misma. En los espectáculos
de circo que se organizaban en Roma, sobre
todo durante los tres prim eros siglos después
de Cristo, el público asistía a com bates en los
que el vencido solía ser degollado por su ad
versario. La m uerte del perdedor constituía
la sanción de los duelos que m ás entusiasm a
ba a los espectadores; el m om ento de la de
gollación representaba el apogeo del placer.
Desde siempre, a los hom bres les gustan
los espectáculos, quizá p ara apropiarse de
una realidad que se les escapa. Pero hay es
pectáculos y espectáculos. Las tragedias clá
71
sicas, por ejemplo, escenificaban situaciones
sin salida, que provocaban en el espectador
una interrogación sobre sus propios valores,
o tam bién sobre el significado de su existen
cia. Sin embargo, al apoyarse sobre la im ita
ción y el ritual, la tragedia perm itía estable
cer cierta distancia entre el espectáculo y el
espectador. Los com bates de gladiadores, en
cambio, m uy valorados en la antigua Roma,
invitaban a los espectadores a participar di
rectam ente en la acción, a em briagarse ante
la sangre derram ada, a decidir la suerte del
perdedor, a m ostrar su valor y su indiferencia
ante el sufrim iento. La actitud valorizada en
este caso era la im pasibilidad gozosa ante el
rostro del gladiador m ientras expiraba -a c ti
tud que podía ir de la fascinación, como la
del em perador Cómodo, al sadism o, com o
la del em perador Claudio. Incluso M arco
Aurelio, conocido por su m oderación estoica,
después de haber m andado acabar con un
gladiador que su m ujer encontraba deseable,
no vaciló en hacer bañar a la desgraciada en
la sangre del m uerto y después reunirse con
ella en el lecho conyugal em papado en esa
m ism a sangre.
72
Los que expresaban reservas y conside
raban las luchas de gladiadores como espec
táculos inhum anos eran considerados como
«débiles», com o hom bres, según Cicerón,
que no tenían «el alm a lo bastante viril» (Tus-
culanas, II, 17, 41). Prevención que no deja
de recordar las advertencias de los sitios ac
tuales que difunden los vídeos de degollacio
nes al desaconsejarlos a las «almas sensi
bles». Por otra parte, la escenificación de la
m uerte en Rom a pretendía ser intencionada
m ente m acabra: las hojas de hierro utiliza
das se calentaban al rojo vivo; los cadáveres a
veces se abandonaban en medio de la arena
para que el público los contem plara, etcé
tera.
H ubo que esperar al cristianism o p ara
poner fin a estos juegos, a estas m uertes es
pectaculares, a las luchas de gladiadores, en
sum a para invertir el orden de los valores.
En efecto, lo que los prim eros cristianos de
nunciaban en estos espectáculos era ju sta
mente el gozo m alsano que suscitaban en el
público. «La sangre deleita una libido de m ira
das crueles», escribió san Cipriano (Ad Dona-
tum, 7); «alim enta una voluptuosidad», dice
73
Prudencio (Contra Símaco, I, 383); genera el
arrebato (furor), la crueldad (saevitia) y el im
pudor (impudicitia), denuncia Tertuliano (De
spectaculis, 19, 1). Pero las páginas m ás pe
netrantes nos llegan de san Agustín, cuando
cuenta en las Confesiones cóm o su amigo Ali-
pio se transform a en bestia sanguinaria. Este
hom bre sereno siem pre se había negado a
asistir a los juegos del circo. Un día, después
de haber oído hablar tanto de estos com bates
espectaculares, decidió a c u d ir a la arena.
Nunca volvió a ser el mismo. Después de h a
ber visto co rrer la sangre, «bebió tam bién
por los ojos la crueldad, pues no los apartó
de aquel espectáculo, antes fijó en él la vis
ta, y em bebido en aquel furor, sin advertirlo
se iba deleitando en la m aldad de la pelea y
em briagándose con tan sangriento deleite»
(VI, 8, 13).
Para Agustín, la pasión de los espectáculos
convierte a los seres hum anos en animales.
Con sus aclamaciones, estim ulan a m atarse a
hom bres que no tienen otro motivo para lu
char que el deseo de com placer a un público
de fanáticos. En el m ism o sentido de estas
condenas, se dice en el capítulo «De la cruel
74
dad» de los Ensayos de Montaigne: «Cuando
los rom anos se habituaron a los espectáculos
en que las bestias recibían la m uerte, vieron
tam bién gozosos fenecer a los m ártires y a los
gladiadores. La naturaleza misma, lo recelo
al menos, engendró en el hom bre cierta ten
dencia a la inhum anidad» (II, 11).
Ni siquiera el cristianism o pudo erradi
car totalm ente esta inclinación. El espectácu
lo de las condenas a m uerte fue uno de los
rasgos del Occidente medieval. En la concep
ción de la ejecución extendida bajo el Anti
guo Régimen, se hacía lo posible para reunir
al m ayor núm ero posible de gente. El espec
táculo em pieza con la llegada del condenado
encadenado, sostenido por los ayudantes del
verdugo y escoltado por los guardias. Todas
las m iradas se dirigen hacia el que va a morir.
Se im agina su miedo frente a lo que le espera
o, al contrario, su fuerza de carácter. Se ace
chan sus últim as palabras. ¿Morirá como un
cobarde o como un héroe? ¿M ostrará arre
pentim iento, pedirá perdón por sus faltas al
cura que lo acom paña o, al contrario, persis
tirá en su odio a la sociedad?
La Ilustración, con Beccaria, se opuso a
75
estas muertes convertidas en espectáculo, pero
la Revolución francesa no seguirá el ejemplo
de la Toscana, que abolió la pena de m uerte
en 1787. No obstante, muchos autores france
ses se inquietan por el éxito del espectáculo y
consideran el núm ero de asistentes como un
testim onio de la pasión m orbosa de la m ul
titud. En una carta del 2 de enero de 1854,
Flaubert traduce este sentim iento al relatar la
ejecución de un asesino en Provins: «Para ver
guillotinar a este excéntrico, el día anterior
llegaron a Provins más de diez mil personas
del campo. Como los albergues no eran sufi
cientes, m uchos pasaron la noche al raso y se
acostaron en la nieve. La afluencia era tan
grande que se acabó el pan [...]».
¿Cómo explicar hoy el regreso del gusto
por este tipo de espectáculos? ¿Se pueden ca
lificar la fabricación, la difusión y la visión
repetida de vídeos de tortura, hum illación y
degollación com o un retroceso de la civiliza
ción? Desde cierto punto de vista, se podría
decir que cada época tiene los com bates de
gladiadores que se merece. Pero ¿dónde es
tán hoy los defensores de la civilización con
tra la barbarie? ¿Dónde están los Agustín, los
76
Beccaria, los Clemenceau? ¿Cómo explicar
esta indiferencia creciente ante el espectácu
lo de la violencia m ás extrema?
77
cia del otro corre el riesgo de ser neutralizada
por nuestra m irada; cada uno se vuelve hacia
sí m ism o y deja al otro a su suerte; cada uno
continúa su cam ino sin verse afectado p o r la
presencia del otro, por su petición de ayuda.
¿Cómo construir entonces un espacio plena
m ente hum ano, donde cada uno «aparezca»
ante los dem ás como un hom bre y no sim ple
m ente com o una «cosa»? ¿Cómo conseguirlo
sin poner al otro en una situación de depen
dencia?
Esta «apología de la indiferencia» me pa
rece una respuesta muy torpe de nuestra so
ciedad a la desviación compasional, de la que
constituye u n a apariencia engañosa, por de
cirlo así. Hay que precisar, a este respecto,
que «compasional» y «compasión» no signi
fican lo mismo. Es un error -y por desgracia
un error b astan te extendido- confundirlos.
La com pasión es un sentim iento que va hacia
el otro y que nos obliga m om entáneam ente
a olvidarnos de nosotros mismos. La incli
nación com pasional, en cambio, es una em o
ción que va hacia uno m ism o e intenta em
bellecer, por m edio de otro, la bonita im a
gen que uno m ism o se fabrica. Experim entar
78
r
79
nos a disfrazarse de «socorristas im agina
rios» para acercarse al m áxim o o para utili
zarla con fines com erciales o políticos. Lo
com pasional, en otras palabras, va de la m a
no con la em oción fácil, lo sensacional, la
com placencia gratuita; «navega» sobre todas
las olas em otivas y, por ello, instrum entali-
za la desdicha que le sirve, p o r así decir, de
alimento.
En realidad, entre la postura com pasional
y la indiferencia pura y simple, la distancia
no es grande. Ésta elige ignorar el mal, aqué
lla lo m antiene para sus propios fines, sin ver
lo verdaderam ente y sin intentar remediarlo.
Entre la indiferencia y el cinismo, no hay más
que un paso; perm anecer sordo ante el sufri
miento significa en el fondo avalar la cruel
dad que lo genera y, por lo tanto, no hacer
nada para evitar el retorno de la barbarie.
80
mundo. Por otra parte, en este sentido par
ticular se em pleaba originalm ente la palabra
«barbarie». Este uso perm itió después cons
tru ir u n a verdadera oposición conceptual en
tre civilización y barbarie. Todavía hoy, los
diccionarios tienen tendencia a separar radi
calm ente los dos conceptos; el térm ino «civi
lización» rem ite al progreso, a la cultura y a
la evolución; la palabra «barbarie» rem ite en
cam bio a la falta de civilización, a la ausen
cia de gusto, a la rudeza. ¿Qué decir entonces
cuando la barbarie surge en el propio seno de
la civilización? La vieja E uropa tiene una
larga y dolorosa experiencia en esta terrible
cuestión.
En 1939, cuando Sim one Weil redacta
sus «Reflexiones sobre la barbarie», el nazis
mo ha em pezado su obra de destrucción en
E uropa. Es entonces cuando ella propone
considerar la barbarie com o un rasgo perm a
nente y universal de la naturaleza hum ana,
que puede desarrollarse m ás o menos según
las circunstancias. Al m ism o tiem po, está
convencida de que la utilización de la razón
puede ay u d ar a los hom bres a edificar un
m undo m ejor gracias al dom inio del desor
81
den de nuestras pulsiones. Para Simone Weil,
ser o no bárbaro depende en el fondo de cada
uno de nosotros. Volviendo a la enseñanza
platónica, piensa que el acceso a la civiliza
ción sólo es posible si nos sometem os a la
«recta razón». Esto explica por qué, durante
siglos, el esfuerzo de la civilización consistía
en reducir lo m ás posible las m anifestacio
nes de las pulsiones hum anas. Pero ¿pode
mos realm ente «dominar» sin consecuencias
estas pulsiones? ¿Qué ocurre cuando se olvi
da que el hom bre no es únicam ente un ser
razonable?
Aquí es donde interviene el d escubri
m iento hecho por el psicoanálisis de la in
trínseca am bigüedad de la naturaleza hum a
na. Como explica Freud, la barbarie es un
«rasgo indestructible» de lo hum ano, una
tentación siem pre presente hasta en el seno
de la civilización más refinada. Para el padre
del psicoanálisis, todo individuo estaría incli
nado a h u m illar al otro, a infligirle su fri
mientos, a m atarlo. Excepto si acepta cierto
grado de restricción de sus pulsiones. Las
pulsiones son constitutivas del ser hum ano y
nunca pueden ser elim inadas o com pleta
82
m ente dom inadas, a riesgo de generar for
mas graves de neurosis, e incluso un verdade
ro «m alestar en la civilización». Al m ism o
tiempo, tam poco pueden expandirse sin lim i
taciones. Para im pedir que la barbarie destru
ya a la com unidad hum ana, deben ser «en
cauzadas».
Así pues, el psicoanálisis sacude la certeza
ilusoria en cuanto a la bondad intrínseca de
la naturaleza hum ana; reconoce y m uestra la
am bivalencia del hom bre. Las m ism as cosas
hum anas pueden ser buenas o malas. Jean
Laplanche escribe en 1999:
83
esto en la película de Lars von Trier, Dogville
(2003), u n a au tén tica m editación sobre la
am bigüedad de las relaciones entre civiliza
ción y barbarie. El personaje principal, Gra-
ce, desem barca en el pueblecito de Dogville,
donde los habitantes, ciudadanos agradables
y respetuosos de las leyes, llevan una vida
tranquila. No obstante, la llegada de la her
m osa Grace altera esta quietud. Porque ante
la vulnerabilidad y el aspecto cándido de
Grace, los habitantes de Dogville se vuelven
progresivam ente inhum anos. Igual que Sel-
m a en Dancer in the Dark (2000) o Bess en
Rompiendo las olas (1996), Grace «sufre» el
peso del m undo hasta convertirse en mártir.
Inicialm ente es acogida y protegida, pero
poco a poco pasa a ser detestada, desprecia
da, explotada, encadenada, entregada cada
noche a sus violadores y reducida a un esta
do de abyección desgarrador. D urante tres
horas, tom ando al espectador como testigo,
Lars von Trier diseca el alm a hum ana, su
maldad, su crueldad, sus debilidades y, final
mente, su barbarie. El hom bre está dispuesto
a todos los acom odos a poco que uno de los
«diques psíquicos» se rompa.
84
Pero esta película no es sim plem ente una
m editación sobre la pro fu n d a am bigüedad
de la naturaleza hum ana. Si bien el realiza
dor no es dem asiado tierno con la conciencia
hum ana, su obra pretende ser sobre todo un
llam am iento a las leyes, a las leyes hum anas
y justas, las m ism as -justam ente como un di
que- que im piden caer en la barbarie. ¿Cómo
seguir siendo civilizado en nuestra sociedad
regida por el im perio de la im agen y la ley del
espectáculo y donde el pensam iento y la
«recta razón» tienen dificultades para encon
tra r su lugar?
85
pregunta capital. En sus Tres ensayos sobre
teoría sexual (1905), se lim ita a indicar algu
nas pistas cuando habla de la necesidad de
considerar unos diques psíquicos para «es
tructurar» a los individuos y perm itirles en
contrar u n a especie de equilibrio ante la vio
lencia de sus pulsiones. E n especial, evoca
tres diques: el pudor, la repugnancia y la com
pasión. El p u d o r perm itiría encauzar la vo
luntad irrep rim ib le de desvelarlo todo; la
repugnancia, restringir la tendencia a sobre-
valorar el objeto del deseo; la com pasión se
ría esencial p ara contener la agresividad y
la crueldad. Precisam ente sobre la cruel
dad, Freud es m uy elocuente. Explica que «la
crueldad es cosa enteram ente natural en el
carácter infantil; en efecto, la inhibición en
virtud de la cual la pulsión de apoderam iento
se detiene ante el dolor del otro, la capaci
dad de compadecerse, se desarrollan relati
vam ente tarde». Con esto, se sitúa en las an
típodas de Sade, que reconoce tam bién, en La
filosofía en el tocador (1795), la presencia de
la crueldad en los niños y que la convierte
en una especie de ley de la naturaleza: «La
crueldad», escribe Sade, «lejos de ser un vi
86
ció, es el prim er sentim iento que im prim e en
nosotros la naturaleza; el niño rom pe su so
najero, m uerde la teta de su nodriza y estran
gula a su pájaro, m ucho antes de entrar en la
edad de la razón». Freud, en cambio, señala
la necesidad de c o n tra rre sta r esta pulsión
para perm itir que el niño se vuelva hum ano y
civilizado. Pero su análisis se detiene ahí, con
lo que deja a los dem ás la responsabilidad de
llegar m ás lejos en el desarrollo de sus intui
ciones. Sin embargo, si no hemos progresado
m ucho después, quizá sea porque m uchos
de los que tendrían que haber reflexionado
sobre esto se inclinan a pensar que la com
pasión representa algo consustancial al ser
hum ano.
Sólo que la com pasión no es en absoluto
un dato adquirido de una vez por todas; se
puede perder o no adquirirla nunca. El es
pectáculo del mal y de la injusticia com etida
contra los dem ás no es en todas partes y
siem pre instintivam ente rechazado por los
hom bres. La sensibilidad ante la desgracia lo
es todo salvo una pasión «original». Si no se
enseña a los niños las consecuencias de los
actos de crueldad y el sufrim iento que pue
87
den causar al otro, no es posible ninguna ex
periencia interior de la com pasión. Creerlo
sería hacer gala de una certeza muy ilusoria
que los hechos no confirm an.
Y es que el hom bre -¿hay que recordar
lo?- es un ser extrem adam ente complejo que
aprende m ás o menos torpem ente a com po
ner con sus defectos y sus heridas. En la in
fancia, se enfrenta a la dependencia total de
los adultos e in ten ta d o m in ar el m iedo al
abandono. Incum be a los adultos ayudar a
los niños a adquirir su autonom ía, sin por
ello hacerles creer que la autonom ía es sinó
nim o de independencia; crecer significa
com prender que la hum anidad está hecha a
la vez de confianza y dependencia, de éxitos
y renuncias. Crecer es ser llevado hacia la al
teridad, ir hacia los demás. Pero, en el movi
m iento que nos acerca unos a otros, hay
siem pre un espacio vacío, u n a distancia no
recorrida, alguna cosa ausente. Aunque sólo
sea porque todo encuentro se basa en cam i
n ar hacia el otro; pero el otro nunca pue
de conocerse o poseerse por completo. Así
pues, ser hum ano significa estar dispuesto a
com partir el propio espacio -el espacio del
88
cuerpo, el espacio de la palabra, el espacio
de la com prensión- y apostar por que el otro
acepte com partir su espacio, sin desposeer
nos del nuestro, sin destrozarlo, sin abando
narlo bruscam ente y dejarlo vacío. Es acep
tar a veces el reto de hacer tocar a alguien lo
que está hundido en alguna parte en los re
pliegues de nuestro ser, lo que se encuentra
en el intervalo entre el interior y el exterior,
entre el yo y el no yo, y a la vez ser capaz
de resp etar lo que el otro nos da para ver y
tocar.
Sin em bargo, es posible que un individuo
crezca con la convicción de que uno se basta
a sí m ism o y de que los dem ás sólo son obs
táculos que hay que apartar, enemigos que
hay que derribar. Es entonces cuando el ser
hum ano se vuelve insensible y cínico, y cuan
do el sufrim iento del otro lo puede dejar indi
ferente. El hecho de estar constantem ente en
contacto con la violencia y sus múltiples m a
nifestaciones crea una especie de hábito; y el
hábito em bota las em ociones y atenúa la có
lera ante las injusticias a las que nos enfren
tam os. H asta acostum brarse a la crueldad,
acom odarse a ella y creer que la com pasión
89
ante el sufrim iento de los dem ás no es más
que una m anifestación de debilidad.
90
es un ser hum ano m uy real. Porque estos
asesinatos en directo reducen a la persona a
una «cosa», la cosifican. El concepto de cosi-
ficación tuvo cierto éxito en el m undo germa-
nófono en los años veinte del siglo pasado, en
que se convirtió en una especie de leitmotiv
de la crítica de la sociedad y de la cultura.
Después de la segunda guerra m undial, este
concepto cedió el terreno y las reflexiones so
bre la sociedad más bien se dirigieron a las
deficiencias de la dem ocracia y de la justicia.
Ahora bien, justam ente durante los horrores
de la segunda guerra m undial la cosificación
llegó a su apogeo, ya que el tratam iento ins
trum ental de los individuos se convirtió en
una práctica corriente; en los cam pos de con
centración y de exterminio, los hom bres y las
mujeres fueron tratados como objetos, como
«cosas», h asta su aniquilación. B asta con
pensar en el caso del nazi Franz Stangl, en
viado en 1942 a Polonia para la construcción
del cam po de Sobibór y que, entrevistado por
Gitta Sereny en En aquellas tinieblas (1974),
responde que, progresivam ente, es posible
habituarse a la liquidación de seres hum a
nos, sobre todo cuando se olvida que son se
91
res hum anos y se tratan com o un «cargamen
to»: «Estaban tan débiles; no hacían n ad a
para oponerse a lo que les llegaba, se dejaban
hacer. E ran personas con las que no se tenía
nada en común. Así fue com o surgió el des
precio». El desprecio probablem ente no «na
ció» de esta cosificación, pero ésta lo m antu
vo, por no decir que lo acentuó.
En la actualidad, en los vídeos de degolla
ciones, se encuentra este elem ento de cosifi
cación de la víctima, que hace posible no tan
sólo su deshum anización, sino tam bién la in
diferencia y el desprecio que se experim enta
hacia ella. D eshum anización y desprecio que
algunos espectadores co m p arten al m irar
con indiferencia este espectáculo. La reduc
ción del individuo a una cosa es lo que im
pide cu alquier com pasión. No solam ente
el otro no se reconoce como un semejante,
como una presencia que surge ante mí y pide
ser respetado com o individuo, sino que ade
más ya no se reconoce como un ser dotado
de hum anidad. Reducido a un cuerpo desve
lado, no puede reivindicar la consideración
que hace posible que el «yo» no vaya a la de
riva; el otro ya no es un «otro» que nos cues
92
tiona y nos hace dudar de nuestra visión de
las cosas; ya no nos reta con su carácter «in
destructible».
93
¿Qué hacer?
95
guaje, el arte, la creación. Se trata pues de un
concepto m ucho m ás am plio que la inform a
ción; se expresan opiniones, emociones, sue
ños, obsesiones, ideas, etcétera. Pero tanto si
se trata de inform ación com o de expresión,
cada vez que se inform a o se expresa algo, se
establece una relación con un destinatario, a
veces con millones de destinatarios, que m e
recen, com o tales, cierto respeto. Por eso,
una inform ación debe ser lo m ás verídica po
sible y u n a expresión debe evitar herir, in
sultar o humillar. Es decir, que la libertad de
expresión y la libertad de inform ación no
carecen de límites. Pero si bien los lím ites de
la libertad de expresión parecen en princi
pio evidentes, al menos en la medida en que
esta libertad se detiene donde se convierte en
una form a de insulto -racism o, xenofobia, ho-
m ofobia-, los lím ites de la lib ertad de in
form ación parecen forzosam ente más borro
sos. Si se adm ite que la inform ación debe
evitar «engañar» voluntariam ente, ¿se es -se
debe ser- libre de dejarlo ver todo? ¿La liber
tad de inform ación se extiende hasta el vo-
yeurismo?
Éstas son las preguntas que despierta la
96
discusión de los vídeos de degollaciones.
Hasta ahora, los noticiarios televisados han
seleccionado extractos y han m ostrado algu
nas imágenes, pero nunca los han pasado en
teros. ¿O currirá lo m ism o m añana? ¿La tele
visión va a ceder a la tentación de mostrarlo
todo, como ocurre con Internet? ¿La búsque
da de lo sensacional y de la prim icia acabará
por tener la últim a palabra? Porque el éxito
de la telerrealidad parece confortar la idea de
que el público está ávido de imágenes y quie
re -y p u ed e- verlo todo. La serie Loft Story,
adaptada de la em isión holandesa Big Bro
ther (1999) y difundida por el canal M6 fran
cés por prim era vez en 2001, se convirtió en
unos días en un fenóm eno social. Fue segui
da por millones de personas y dio lugar a la
creación de otras em isiones de telerrealidad
como La isla de la tentación, Koh Lanta, Fac
tor Miedo, Le Bachelor, etcétera. Cada vez, el
objetivo era ir un poco m ás lejos.
Al principio, en Loft Story no pasaba nada
excepcional, nadie em itía opiniones grose
ras; bastaba un gesto o un guiño fugaz para
«im presionar» a la cám ara m ás cercana.
Cada candidato intentaba afirm arse, im po
97
nerse a sus com pañeros y seducir a los espec
tadores. Después empezó la subasta. En La isla
de la tentación, se trataba de poner a prueba
la estabilidad de una pareja, rodeando a los
dos com ponentes de la m ism a de tentadores
y tentadoras. E n Le Bachelor, un hom bre te
nía la posibilidad de elegir a la m ujer de sus
sueños entre u n a serie de chicas dispuestas a
todo para conquistar sus favores. Koh Lanta
establecía u n a com petencia entre los candi
datos en islas desiertas, que supuestam ente
«sobrevivían» con los «medios del lugar». Fi
nalmente, Factor Miedo im pulsaba a los can
didatos a vivir situaciones en las que eran
«obligados» a superar sus miedos: el vacío, la
velocidad, la oscuridad, el agua, los anim ales
extraños... ¿Por qué no ir m ás lejos todavía?
Es cierto que los candidatos que partici
pan en los espectáculos de telerrealidad en
principio están de acuerdo, m ientras que en la
«realidad-horror», las víctimas de palizas, de
tortura, de violación o de degollación no han
pedido nada, nunca han elegido; sim plem en
te se han encontrado, muy a pesar suyo, en el
papel de actores pasivos y obligados de una
tragedia real, filmados a escondidas o abier
98
tam ente. Pero a p artir del m om ento en que el
«derecho de ver y de saber» tiende a ser sa-
cralizado y se extiende la idea de que la gente
quiere m irar la «realidad» de form a integral,
incluso cuando es m acabra, ¿cómo defender
el derecho de un ser hum ano a no verse pri
vado de sí mismo, de su intim idad y sim ple
mente de su pena?
Los profesionales de la im agen no pue
den escapar a estas preguntas; no pueden pa
rap etarse detrás del voyeurism o im púdico
de los telespectadores que «piden más». Mos
trar el asesinato de alguien no aporta nada,
sólo unos escalofríos que la desgracia pro
porciona a los espectadores ávidos, que jue
gan a provocarse el m iedo para sentir que
están m uy vivos... Los espectadores no ob
tendrán inform ación suplem entaria; m irar la
tortura o el asesinato de alguien en directo
puede desestabilizar, repugnar, dejar indife
rente, excitar, pero en ningún caso inform ar
sobre la realidad.
La cuestión fundam ental es la del estatu
to de las imágenes que se m uestran, evitando
una doble tram pa: la que consiste en alim en
tar el cinism o y la indiferencia, y la que con
99
siste en caer en el m ercado de lo compasio-
nal. Porque, en el fondo, los dos extrem os
acaban por unirse; la exhibición emocional
que consiste en instrum entalizar a las vícti
mas reduciendo su dram a a un espectáculo
generador de emociones va de la m ano con la
indecencia de estos vídeos, que instrum enta-
lizan a la vez a las víctimas y a los especta
dores.
100
dad» en estado bruto. Ante el horror y lo in
soportable, uno m ism o puede caer en la bar
barie. Y no se trata aquí de preconizar una
form a cualquiera de paternalism o, sino de
hacer un llam am iento a la ética de los perio
distas.
Los noticiarios televisados o los reporta
jes pretenden inform ar a todo el m undo, y la
inform ación no tiene la misión de em itir cual
quier imagen, de decirlo todo. Algunos inter-
nautas, en sus foros, celebran la nueva libertad
que les da Internet.
101
todo y su contrario. El ám bito m ultim edia
interactivo (o hiperm edia) perm ite utilizar el
ordenador com o un medio de com unicación
con el objetivo de comunicar, divertir o infor
mar. Se trata, por tanto, de un tipo de presen
tación audiovisual, pero cuyo «control», con
trariam ente a una em isión de televisión, se
deja en parte a la discreción del usuario. El
ordenador se convierte así en espectáculo, y
el espectador participa en ello activam ente
por medio de «prótesis»: teclado, ratón, palan
cas, guantes y otros sensores. A p artir de ahí,
los intem autas se acostum bran a aceptar la
violencia com o una m anera de vivir y algu
nos ya no experim entan ninguna repugnan
cia o repulsión al verla. M ediante la expe
riencia continua de los vídeos bárbaros, las
sensaciones de asco y de repulsión de los in
dividuos se vuelven cada vez menos fuertes.
Entonces es, como he dicho, cuando la com
pasión hum ana se entumece.
¿Qué hay que hacer pues con respecto a
la Red? ¿Hay que prohibir que se cuelguen
en ella vídeos que proyecten asesinatos o
imágenes film adas con un móvil durante una
agresión? En Francia, se h an tom ado m e
102
didas jurídicas en el m arco de la ley sobre
la delincuencia, votada en m arzo de 2007.
E ntre las diferentes disposiciones, algunas
hacen referencia a la definición de un nuevo
tipo de infracción ligada a las imágenes de
violencia, como consecuencia de los sucesos
relacionados con el happy slapping. El artícu
lo 44 de la ley incluye en el Código Penal una
disposición que sanciona la grabación y la di
fusión de imágenes que m uestren infraccio
nes que afecten a la integridad de la persona.
La grabación se considera como un acto de
com plicidad, lo cual significa que el autor
de esta nueva infracción es punible por las
m ism as sanciones que el autor de la infrac
ción principal; la pena puede ir hasta la reclu
sión crim inal a perpetuidad. La difusión se
castiga con cinco años de cárcel y una fuerte
multa. Se prevé una sola excepción, «cuando
la grabación o la difusión resulten del ejerci
cio norm al de una profesión que tenga por
objeto inform ar al público o se realice con el
fin de servir de prueba a la justicia».*
103
Ahora bien, estas m edidas no dejan de
crear cierto núm ero de problem as. En p ri
m er lugar, no se ha realizado ningún análisis
previo del fenómeno, en especial en cuanto
a la je rarq u ía entre vídeos de denuncia,
happy slapping e im ágenes de degollación.
En suma, se reacciona a la violencia con la
violencia de la prohibición. No se intentan
com prender los vínculos entre violencia, es
pectáculo y diversión. En segundo lugar, no
se reflexiona sobre las posibles consecuen
cias para la libertad de expresión, puesto que
la ley prohíbe la difusión de imágenes de vio
lencia aunque el autor de un vídeo no tenga
vínculos con el au to r de la violencia. Lo cual
representa, p o r ejemplo, condenar a quien
(si no es periodista) filme actos de violencia
perpetrados por la policía. Como señala con
razón la organización Reporteros sin F ron
teras:
104
alguien, aunque estos actos sean cometidos
por las fuerzas de la policía. [...] Es especial
mente lamentable que este texto instaure la
prohibición de hacer circular por Internet las
imágenes de eventuales exacciones cometi
das por las fuerzas del orden.
105
no tiene en cuenta la intención culpable del
realizador de los vídeos, lo cual abre la puer
ta a una tem ible am algam a entre inform a
ción e instrum entalización de los medios de
com unicación. Por otra parte, las imágenes
de to rtu ra y asesinato producidas y difun
didas por los islamistas, com o los vídeos de
happy slapping, no com peten ni a la libertad
de expresión ni a la libertad de inform ación.
Así pues, h ab ría que reflexionar sobre los
medios m ás apropiados de evitar que sigan
siendo objeto de la codicia de espectadores
cínicos o perversos.
Una censura sistem ática aplicada a Inter
net sólo puede generar consecuencias peli
grosas; cada vez que se invoca la censura, se
corre el riesgo de aten tar co n tra las p ro
pias bases de la dem ocracia. Basta con pen
sar en lo que está pasando en China, donde la
libertad de expresión y de inform ación aca
ba de sufrir graves restricciones. En efecto,
en su voluntad de apartar a los ciudadanos
de fuentes de inform ación que consideraba
«subversivas», el Gobierno com unista de Pe
kín decidió en 2003 bloquear el acceso a los
motores de búsqueda como Google o Altavis-
106
ta y proporcionar, para sustituirlos, un m o
tor de búsqueda más conforme, a su modo
de ver, con lo que está perm itido, o prohibi
do, ver.
107
peí de la com pasión en el respeto a los dere
chos hum anos. Debemos repensar y recons
tru ir el dique que ayuda a co n trarrestar la
crueldad b árb ara e im pedir que la «realidad-
horror» term ine un día por com pararse con
el «derecho a saber».
108
Y
D e sd e hace u n o s a ñ o s circulan en Internet
víd e os que contienen e sc e n a s de una ex
trem a violencia, en los que el espectador
asiste a torturas, violaciones y degollaciones
auténticas. Evolución digital de las «sn uff
m ovies», o del « h y p e r-h a rd » pornográfico,
e sta s grab a cio n e s del sufrim iento, de la h u
m illación y finalm ente la m uerte -real, no
sim u la d a - de un s e r hum ano, hoy pueden
s e r con te m p la d as en la Red sin ningún tipo
de restricción.
La filósofa m ic h e la m a r z a n o reflexiona en
este ensayo, ilu m ina d or a la vez que terri
blem ente inquietante, acerca de estas m a
ca b ra s prácticas, y n o s insta a tratar de e n
tender por qué la m uerte se ha convertido
ya en un espectáculo b usca do y deseado en
la s pantallas del ordenador. La creciente
anestesia que s u frim o s tod os ante el dolor
ajeno, el odio que se advierte en tantos fo
ro s de in te rn a u ta s y la «in d ife re n cia ante
la b arb arie» que se dibuja en el Occidente
contem poráneo plantean graves interrogan
tes sob re la s c oo rd en ad a s éticas de nuestra
sociedad.