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HISTORIA Y LENGUAJE
EL DISPOSITIVO ANALÍTICO
DE MICHEL FOUCAULT
PRÓLOGO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7
INTRODUCCIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
Palabras e imágenes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 89
BIBLIOGRAFÍA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 147
1
“Es preciso que el cuerpo muera para que nazca la escritura. Así es la moral de la histo-
ria que no se prueba con el sistema de un saber, sino que se narra. La ‘fantasía’ que la recita no
está autorizada por un lugar propio, pero se ha vuelto necesaria debido a la deuda que signi-
fica un nombre. Se construye a partir de la nada (nichts: no tengo nada que perder) y de la
obligación (no te olvidaré).” Michel de Certeau, La escritura de la historia, p. 16.
2
Michel Foucault, Dits et écrits (1954-1988), 4 v., Daniel Defert y François Ewlad, dir.,
Paris, Gallimard, 1994. Hay una edición española condensada bajo el título de Obras esen-
ciales, 3 v., Barcelona, Paidós, 1999-2000. Véase también: Michel Foucault, De lenguaje y lite-
ratura, introducción de Ángel Gabilondo, Barcelona, Paidós, 1996.
3
Mario Teodoro Ramírez, “Ciencia y hermenéutica según Gadamer”, p. 138.
4
Así intitula Foucault una parte de su libro Las palabras y las cosas: una arqueología de
las ciencias humanas, p. 295-299.
1
Para un análisis de los problemas a que se enfrentan los historiadores a partir de esta
mutación puede consultarse el trabajo de Roger Chartier, “La historia hoy en día: dudas,
desafíos, propuestas”, en Historias, n. 31, p. 5-19.
2
Francisco Vázquez García, Foucault: la historia como crítica de la razón, p. 44.
3
Michel Foucault, “Foucault responde a Sartre”, en Saber y verdad, p. 44.
4
Alfonso Mendiola, “Una relación ambigua con el pasado: la modernidad”, p. 3.
5
Gilles Deleuze, Foucault, p. 151.
6
Existe ya un buen número de trabajos excelentes que analizan las obras de Foucault
en relación a la historia desde la perspectiva de esta diferencia. De ellos pueden consultarse
los siguientes: Francisco Vázquez García, Foucault y los historiadores; Rosario García del Pozo
y Francisco Vázquez, Perspectivas de Foucault; Paul Veyne, Cómo se escribe la historia. Foucault
revoluciona la historia; Mark Poster, Foucault, marxismo e historia: modo de producción versus
modos de información. Además puede consultarse el ya célebre debate que sostuvo con un
grupo de historiadores: La imposible prisión: debate con Michel Foucault. Así como La verdad y
las formas jurídicas y Genealogía del racismo: de la guerra de las razas al racismo de estado, entre
otros textos del mismo Foucault.
7
Citado por Miguel Morey, “Prólogo”, en Gilles Deleuze, op. cit., p. 13.
tar y utilizar señalan al libro como una máquina que debe entrar en
conexión múltiple con otra cosa o con otros libros, con otras escrituras.
Es otra forma de leer para la cual el libro deja de ser una imagen preci-
sa del mundo, el resultado de una labor que expresa la coherencia y la
unidad de un pensamiento que se concreta en y por la escritura. Los
libros de Foucault son máquinas críticas cuya finalidad no consiste en
decir la verdad de lo que ocurrió; son críticas “no porque transcriban o
suministren un modelo de lo que pasó, sino porque el modelo que efec-
tivamente dan es tal que permite que nos liberemos del pasado”.8 Así,
romper con la tiranía del pasado y asomarse a la posibilidad de lo nue-
vo son los objetivos explícitos bajo los cuales funcionan estas maquina-
rias. La lectura, entonces, no puede ser aquella que busque, en las
determinaciones obscuras de una escritura, las claves sobre las que se
organiza una teoría acabada. No hay tal teoría, o más bien, hay teoría
en tanto que lo que nos ofrece Foucault es “una caja de herramientas”.
Esto quiere decir que “se trata de construir no un sistema sino un ins-
trumento” y que la búsqueda de tal instrumento “no puede hacerse más
que gradualmente, a partir de una reflexión (necesariamente histórica
en algunas de sus dimensiones) sobre situaciones dadas [...] Lo que he
dicho no es aquello que pienso, sino lo que con frecuencia me pregunto
si no podría pensarse”.9 Lectura como ejercicio, es decir, como juego y
como oscilación; los libros como cajas de herramientas, como un espa-
cio en el cual descubrir instrumentos para ser utilizados; lectura de unos
libros en los cuales se quiere identificar elementos que nos sirvan. Pro-
ceso que obliga al pensamiento a situarse en su propio límite y que, por
tanto, no pretende clarificar ni descifrar, es más, ni siquiera presentar el
pensamiento de Foucault en su concreción.
Es así que partiendo de lo anterior podría precisarse la forma de
este ejercicio de lectura de la siguiente manera: primero, el proceso
de lectura remite a pensar sobre una complejidad que se da siempre
en términos históricos y que por consiguiente se encuentra referida a
un tiempo y a un espacio. Esto significa que si la lectura es un acto
dialógico y comunicativo no puede existir una posible lectura que se
presente, desde un ámbito preciso de autoridad, como aquella que ilu-
mine y muestre por fin la verdad profunda e invariable del texto. No
hay un método correcto para leer a Foucault. Segundo, si esto es así, el
libro no puede ser concebido como una unidad de suyo coherente a la
que es posible acceder, de una vez y para siempre, por medio de una
lectura objetiva. Antes al contrario, al leer nos asomamos a la diversi-
8
Michel Foucault, La verdad y las formas jurídicas, p. 172.
9
Michel Foucault, “Poderes y estrategias”, en Microfísica del poder, p. 173-174.
10
Cfr. Hubert L. Dreyfus y Paul Rabinow, Michel Foucault: más allá del estructuralismo y
la hermenéutica.
15
Citado por Miguel Morey, ibidem, p. 26.
16
Cfr. Oscar Martiarena, Michel Foucault: historiador de la subjetividad.
17
“Después de haber atravesado una por una la Historia de Francia, las sombras ‘re-
gresaron menos tristes a sus tumbas’, allá las lleva el discurso, las sepulta y las separa, las
honra con los ritos fúnebres que faltaban […] Nuestros queridos muertos entran en el texto
porque no pueden ni dañarnos ni hablarnos. Los fantasmas se meten en la escritura, sólo
cuando callan para siempre.” Michel de Certeau, La escritura de la historia, p. 15-16.
1
Michel Foucault, El orden del discurso, p. 49.
2
Michel Foucault, Las palabras y las cosas, p. 1.
3
Para un análisis de la forma en la que Hegel, al postular la necesidad de la filosofía
como forma de enfrentar teóricamente el problema de la modernidad, liga la reflexión, es
decir, la razón, con el principio de subjetividad, cfr. Jürgen Habermas, El discurso filosófico
de la modernidad, p. 28-52.
4
Michel Foucault, Las palabras y las cosas, p. 2. Más adelante, en el mismo libro, apun-
ta: “Las utopías consuelan: pues si no tienen lugar real, se desarrollan en un espacio mara-
villoso y liso; despliegan ciudades de amplias avenidas, jardines bien dispuestos, comarcas
fáciles, aun si su acceso es quimérico. Las heterotopías inquietan, sin duda porque minan
secretamente el lenguaje, porque impiden nombrar esto y aquello, porque rompen los nom-
bres comunes o los enmarañan, porque arruinan de antemano la ‘sintaxis’ y no sólo la que
construye las frases, aquella menos evidente que hace ‘mantenerse juntas’ (unas al otro lado
o frente de otras) a las palabras y las cosas. Por ello, las utopías permiten las fábulas y los
discursos: se encuentran en el filo recto del lenguaje, en la dimensión fundamental de la
fábula; las heterotopías (como las que con tanta frecuencia se encuentran en Borges) secan el
propósito, detienen las palabras en sí mismas, desafían, desde su raíz, toda posibilidad de
gramática; desatan los mitos y envuelven en esterilidad el lirismo de las frases”, ibidem, p. 3.
En cierta forma la escritura que Foucault despliega en el espacio de la página se encuentra
a medio camino, en el límite más bien impreciso donde se confunden las utopías y las
heterotopías.
den y abrir, con ello, el espacio donde quepa todo lo que legítimamente
pueda ser materia para la razón.
5
Jürgen Habermas, op. cit., p. 71-72. Este autor señala que los jóvenes hegelianos reac-
cionan frente a su maestro reclamando “el peso de la existencia”, problemática que será
desarrollada de diferentes maneras, pero que nos permiten encontrar los ecos de una línea
que continuará con la fenomenología hasta el existencialismo. Foucault escribió de Hegel
lo siguiente: “Pero escapar realmente de Hegel supone apreciar lo que cuesta separarse de
él; esto supone saber hasta qué punto Hegel, insidiosamente quizá, se ha aproximado a
nosotros; esto supone saber lo que es todavía hegeliano en aquello que nos permite pensar
contra Hegel.” Michel Foucault, El orden del discurso, p. 58.
6
Michel Foucault, Las palabras y las cosas, p. 315.
7
Para un análisis del sentido que toma la relación razón e historia en Foucault, cfr.
Mauricio Jalón, El laboratorio de Foucault: descifrar y ordenar, p. 31-100, y Francisco Vázquez
García, Foucault: la historia como crítica de la razón. En este último texto (p. 19), señala el
autor: “La crítica foucaultiana [...] no consiste en refutar, en mostrar la falsedad de las eviden-
cias hasta ahora asumidas indicando su carácter autocontradictorio o su falta de correspon-
dencia con la realidad. La crítica no se identifica con una falsificación; pone al descubierto
las condiciones que hacen aceptables las creencias y valores sobre los que nos movemos.
Éstos dejan de parecer incondicionados, obvios, al hacerse manifiestos los límites restricti-
vos y contingentes dentro de los cuales pueden funcionar.”
esta otra tradición crítica se plantea: ¿en qué consiste nuestra actuali-
dad?, ¿cuál es el campo hoy de experiencias posibles? No se trata ya
de una analítica de la verdad sino de lo que podría llamarse una onto-
logía del presente, una ontología de nosotros mismos. Y me parece
que la elección filosófica a la que nos encontramos enfrentados actual-
mente es la siguiente: bien optar por un pensamiento crítico que apa-
recerá como una filosofía analítica de la verdad en general, bien optar
por un pensamiento crítico que adoptará la forma de una ontología de
nosotros mismos, una ontología de la actualidad; esa forma de filoso-
fía que, desde Hegel a la Escuela de Frankfurt pasando por Nietzsche
y Max Weber, ha fundado una forma de reflexión en la que intento
trabajar.8
8
Michel Foucault, “¿Qué es la ilustración?”, en Saber y verdad, p. 207.
9
Jürgen Habermas, op. cit., p. 27. La referencia de la historia a la razón es el camino
que, según Habermas, siguieron los jóvenes hegelianos para distanciarse de la noción de
absoluto, retomando el sentido crítico de la modernidad, es decir, el problema de la actuali-
dad que Hegel fue marginando de su sistema filosófico. Apunta este autor más adelante (p.
73, nota 4): “el discurso filosófico de la modernidad [...] introduce la razón en un ámbito
que tanto la ontología griega como la filosofía del sujeto consideraron absolutamente ca-
rente de sentido y no susceptible de teoría”.
10
Vid. infra, c. “Antropología e historicidad: el campo de la finitud”.
11
Michel Foucault, Las palabras y las cosas, p. 310-313.
12
Richard Rorty, La filosofía y el espejo de la naturaleza, p. 14. Más adelante escribió:
“Son imágenes más que proposiciones y metáforas más que afirmaciones, lo que determina
la mayor parte de nuestras convicciones filosóficas. La imagen que mantiene cautiva a la
filosofía tradicional es la de la mente como un gran espejo, que contiene representaciones
diversas [...] y [que] se pueden estudiar con métodos puros, no empíricos”, ibid, p. 20. Sin
esta idea no se hubiera desarrollado la noción de conocimiento como representación exac-
ta. En todo caso, este tipo de filosofía es un intento por escapar de la historicidad.
13
Michel Foucault, “Foucault responde a Sartre”, en Saber y verdad, p. 39-40.
14
Francisco Vázquez García, op. cit., p. 12.
15
En una entrevista publicada en 1969, Foucault dice lo siguiente: “Es muy posible
que lo que yo hago concierna a la filosofía, teniendo en cuenta que desde Nietzsche la filo-
sofía tiene la misión de diagnosticar, y ya no se dedica solamente a proclamar verdades que
puedan valer para todos y para siempre. Yo también intento diagnosticar y diagnosticar el
presente; decir lo que hoy somos, lo que significa decir lo que decimos. Esta labor de excava-
ción bajo nuestros propios pies caracteriza al pensamiento contemporáneo desde Nietzsche
y en ese sentido puedo declararme filósofo.” Paolo Caruso, Conversaciones con Lévi-Strauss,
Foucault y Lacan, p. 73-74.
16
Michel Foucault, El uso de los placeres, p. 14.
17
Miguel Morey, “Introducción”, en Michel Foucault, Tecnologías del yo, p. 44.
18
Thomas McCarthy, Ideales e ilusiones, p. 52. Este autor analiza las coincidencias y
divergencias entre Foucault y la Escuela de Frankfurt, sobre todo en relación a Horkheimer
y Adorno. Particularmente McCarthy destaca el desplazamiento que se produce en el pen-
samiento contemporáneo y que lleva de la noción de razón fundamentalista y trascenden-
tal, hacia el uso de categorías propias de un análisis socio-histórico.
19
Ibidem, p. 53.
20
Para un análisis de las implicaciones de esta noción, cfr. Jürgen Habermas, Pensa-
miento postmetafísico, p. 50-54. En este texto se estudia la forma en la que se produce tal
superación de la metafísica, superación que permitiría hablar propiamente de una ruptura
respecto de la tradición filosófica occidental. Habermas señala al respecto: “Pero lo es-
pecíficamente moderno, que se ha apoderado de todos los movimientos de pensamiento,
radica no tanto en el método como en los motivos de ese mismo pensamiento. Cuatro moti-
vos caracterizan la ruptura con la tradición. Los rótulos son los siguientes: pensamiento
postmetafísico, giro lingüístico, carácter situado de la razón e inversión del primado de la
teoría sobre la praxis —o superación del logocentrismo.”, p. 16.
21
Cfr. Juan Luis Vernal, La crítica de la metafísica en Nietzsche.
1
Alfonso Mendiola, “La inversión de lo pensable. Michel de Certeau y su historia reli-
giosa del siglo XVIII”, p. 56-57. Al respecto, Mendiola señala (ibidem) lo siguiente: “Esta crítica
a la verdad como correspondencia entre el enunciado y la realidad fue puesta en duda a fines
del siglo XIX y principios del XX. El cuestionamiento se hace desde dos frentes, en ese momen-
to radicalmente opuestos: la filosofía analítica anglosajona (me refiero en especial a John
Austin) y la filosofía como crítica de la metafísica occidental alemana (Martin Heidegger).”
2
Michel Foucault, El nacimiento de la clínica, p. 10.
3
Michel Foucault, Historia de la locura en la época clásica, v. 2, p. 336.
4
Ángel Gabilondo, El discurso en acción, p. 7-8.
5
Michel Foucault, Las palabras y las cosas, p. 51.
6
Ibidem, p. 54-55.
7
Ibidem, p. 50.
8
Ibidem, p. 83.
9
Ibidem, p. 289.
10
Karl-Otto Apel, “El problema de la evidencia fenomenológica a la luz de una se-
miótica trascendental”, p. 187. Al discutir el problema central de la evidencia bajo el tamiz
semiótico y como una crítica a Husserl, Apel apunta (ibidem) lo siguiente: “Tal crítica no
consiste en reducirla a un simple sentimiento de evidencia, negando así a la evidencia toda
función fundacional, en el sentido de un criterio de verdad. Por el contrario, consiste en mos-
trar que la evidencia para mí, para mi conciencia, es por cierto un criterio de verdad necesario,
pero no suficiente, por la muy sencilla razón de que la evidencia de los fenómenos, en cuan-
to cognoscitiva, para nosotros debe ser ya siempre una evidencia interpretada lingüísticamente.”
11
Michel de Certeau, Historia y psicoanálisis, p. 13.
12
Tomás Abraham, Los senderos de Foucault, p. 13.
13
Michel Foucault, “La biblioteca fantástica”, p. 99.
14
Michel Foucault, De lenguaje y literatura, p. 73.
15
Ibidem, p. 74.
16
¿No hay aquí, de nueva cuenta, un eco que nos conduce a Borges? Si la biblioteca
resume el conjunto de lo escrito, esto quiere decir que en ella se localiza el mundo entero:
“Todo: la historia minuciosa del porvenir, las autobiografías de los arcángeles, el catálogo
fiel de la Biblioteca, miles y miles de catálogos, la demostración de la falacia del catálogo
verdadero, el evangelio gnóstico de Basílides, el comentario de ese evangelio, el comenta-
rio del comentario de ese evangelio, la relación verídica de tu muerte, la versión de cada
libro a todas las lenguas, las interpolaciones de cada libro en todos los libros.” Jorge Luis
Borges, “La biblioteca de Babel”, p. 94.
17
Michel Foucault, “La biblioteca fantástica”, p. 99.
18
Ibidem, p. 99.
19
Michel Foucault, El pensamiento del afuera, p. 27-28.
20
Foucault cita la siguiente frase de Montaigne: “Hay más que hacer interpretando las
interpretaciones que interpretando las cosas; y más libros sobre libros que sobre cualquier
otro tema; lo único que hacemos es entreglosarnos” (Essais, libro III, capítulo III), Las pala-
bras y las cosas, p. 48.
21
Gilles Deleuze, Foucault, p. 45.
22
Michel de Certeau, op. cit., p. 53.
23
Ibidem, p. 73.
24
Georges Bataille, Lo imposible, p. 14.
25
Miguel Morey, Lectura de Foucault, p. 158.
26
Michel Foucault, Las palabras y las cosas, p. 297. Sobre esta distancia entre Mallarmé
y Nietzsche se cumple el recorrido de Foucault en relación al problema del sujeto. La ar-
queología es, en este sentido, una exploración a partir de la respuesta de Mallarmé. En tan-
to, del Orden del discurso en adelante, Foucault se atiene a la respuesta nietzscheana. Aunque
hay que reconocer que el camino señalado por la pregunta ¿quién habla? se deja percibir en
Historia de la locura, El nacimiento de la clínica y al final de La arqueología del saber. Mallarmé
fue, en todo caso, la figura dominante de este periodo. Cfr. Oscar Martiarena, Michel Foucault:
historiador de la subjetividad, p. 47-48.
27
Michel Foucault, Las palabras y las cosas, p. 50.
1
Michel Foucault, Historia de la locura en la época clásica, v. 2, p. 338.
esencia por descubrir en ella; más bien es un efecto dado por la dis-
persión, por la diferencia, por lo heterogéneo. Nunca se logra una co-
hesión, por tanto, a la sombra de una conciencia fundadora, es una
forma de exterioridad en la que los enunciados se dispersan para
aparecer, finalmente, en un campo de diseminación.2 El afuera es una
apertura, una distancia:
2
Georges Deleuze, Foucault, p. 84-85.
3
Michel Foucault, El pensamiento del afuera, p. 12-13.
4
Ibidem, p. 13.
5
Ibidem, p. 12.
6
Ibidem, p. 24-25.
está Foucault?, o más bien, ¿qué es lo que se oculta hoy detrás del
nombre Foucault? ¿Qué son un autor y una obra? ¿Qué significa decir
que Foucault dice, que Foucault afirma, que Foucault piensa? En efec-
to, la risa de ese fantasma es la resonancia irónica que nos acompaña
cuando tratamos de apresar el punto cero, el centro, la esencia de un
pensamiento en el sustrato de una escritura. Un trabajo como éste,
un libro, es decir un discurso particular, pone en juego ese mecanismo
propio del lenguaje reflexivo que quiere (y que por tanto se postula en
términos de un deseo) mostrar, en su culminación, el relámpago de
una certidumbre, de una claridad irrefutable. El afuera es el espacio
de una estrategia, estrategia de la dispersión, que al aludir al desplie-
gue lúdico de lo múltiple apuesta contra toda centralidad, contra
todo intento de ubicar en una posible coherencia las determinaciones
condensadas que se ocultan bajo un nombre propio y una obra. En el
afuera no hay centro ni márgenes. El nombre Foucault es un empla-
zamiento vacío; no es el espacio de una unidad en la que se resuma
todo lo que el personaje Michel Foucault dijo alguna vez, escribió o
pensó.
Cuando nos referimos a la obra de Foucault nos sometemos a las
tensiones de un doble simulacro: primero, aquel que intenta re-crear
a partir de un origen, de una fuente primaria, de una subjetividad fun-
dadora, los elementos en bruto de un pensamiento que después se con-
vierte en escritura; es a partir de este trabajo que se vuelve posible
ubicar tal subjetividad en el estanco de una caracterización que lo ex-
plique todo, de tal manera que la escritura transparenta las significa-
ciones al nivel del autor. Segundo, con respecto a la obra se opera una
forma de discrecionalidad que permite, de acuerdo a supuestos pre-
vios, establecer aquellos libros signados por el nombre Michel Foucault
como manifestaciones de una unidad, de una coherencia que traspasa
y marca definitivamente lo que este autor escribió; es así como la trans-
parencia del autor prescribe la unidad de la obra. Doble simulacro éste,
el de la ley y el de la expresión, por consiguiente juego de una doble
función, la función autor y la función obra.
El autor, se supone, es aquel individuo que escribe algo y cuya
escritura es ante todo un acto afirmativo; escribir es visto como ex-
presión fundamental de una conciencia soberana, como el lugar origi-
nario de la creación, esa sustancia profunda que se levanta y afirma:
“yo soy el nombre, la ley [...] mi intención debe ser vuestro precepto,
plegaréis vuestras lecturas, vuestros análisis, vuestras críticas, a lo que
yo he querido hacer”.7 El modelo de esta ley, como puede apreciarse,
7
Michel Foucault, Historia de la locura en la época clásica, v. 1, p. 8.
8
Michel Foucault, “¿Qué es un autor?”, p. 54.
9
Ibidem, p. 55.
10
Ibidem, p. 60.
11
Denis Hollier, “Las palabras de Dios: estoy muerto”, en Michel Foucault, filósofo,
p. 128.
12
Michel Foucault, “¿Qué es un autor?”, p. 57.
13
Michel Foucault, La arqueología del saber, p. 37.
14
Michel Foucault, El pensamiento del afuera, p. 16-17.
15
Tomás Abraham, Los senderos de Foucault, p. 19.
1
Alfonso Mendiola, Bernal Díaz del Castillo: verdad romanesca y verdad historiográfica,
p. 48.
2
Michel Foucault, Las palabras y las cosas, p. 42.
3
Cfr. Sergio Pérez Cortés, “La escritura y la experiencia de sí”, en Crítica del sujeto,
p. 118-122.
4
Michel de Certeau, La fábula mística: siglos XVI y XVII, p. 11.
5
Ibidem, p. 22-23.
6
Michel de Certeau, La invención de lo cotidiano. I. Artes de hacer, p. 148.
7
Ibidem, p. 151.
8
Ibidem, p. 151.
9
Ibidem, p. 148.
10
Michel de Certeau, La escritura de la historia, p. 15. En este mismo texto (p. 11-12) y
con relación a la dualidad que se establece entre el sujeto y el objeto, De Certeau escribió
lo siguiente: “Partiendo de una ruptura entre un sujeto y el objeto de su operación, entre
un querer escribir y un cuerpo escrito (o por escribir), la escritura de la historia fabrica la
historia occidental. La escritura de la historia es el estudio de la escritura como práctica
histórica.”
11
Michel de Certeau, La invención de lo cotidiano, p. 148.
12
Michel Foucault, Las palabras y las cosas, p. 118.
13
Alfonso Mendiola, “Michel de Certeau: la búsqueda de la diferencia”, p. 24.
14
Michel de Certeau, Historia y psicoanálisis, p. 98.
15
Ibidem, p. 150.
16
Michel Foucault, El orden del discurso, p. 16.
que la misión del intelectual sea clarificar, ilustrar, hacer ver, iluminar
algo, volverlo transparente por medio de una escritura? Nociones to-
das que son recortadas sobre la fuerza de la luz. ¿No será éste, tam-
bién, el lugar donde juega incesantemente un equívoco?
Foucault sigue a Nietzsche de diversas maneras, pero una que me
parece central tiene que ver con la abolición de la distinción platónica
entre mundo real y mundo aparente.17 La escritura, en la lógica de
esa distinción, sería vista como el instrumento adecuado para traspa-
sar la superficie de aquello que sólo resulta aparente, trabajo que
permite acceder a la esencia del mundo real. De ahí la necesidad de
contar con conceptos totalmente adecuados, esto es, conceptos que
comprendan, de forma idéntica y total, el contenido que subsumen,
conceptos, entonces, que contengan una gran capacidad de represen-
tación. Tanto De Certeau como Foucault pretenden enfrentarse a tal
pretensión y la forma de hacerlo pasa por el mecanismo de su escritu-
ra. Escrituras que quieren escapar a la lógica de la reducción y de la
simplificación, palabras que estallan al asumir que no hay una reve-
lación última de la verdad, que no existe la forma de acceder a la
interpretación final y privilegiada que lo diga ya todo. La escritura
es una experiencia que no clarifica en el sentido de la distinción
platónica, experiencia que se asume como producción y como juego
de una pluralidad de sentidos que arruinan cualquier lógica funda-
da sobre el principio de la correspondencia; experiencia lúdica que
más que permitir el reconocimiento alienta la posibilidad de perder-
se en el juego mismo.
Ahora bien, si ya no es posible encontrar las marcas tenues de lo
que fue una relación privilegiada entre la palabra y el oído, palabra
dicha, gritada, cantada; si ahora sólo es posible vivir la experiencia
que se desprende de otra relación, ésta sí privilegiada y tirana, entre
la palabra y el silencio, entre la escritura y la soledad, se podría soste-
ner que tal experiencia sólo se cumple bajo la forma de un simulacro.
Si la literatura, lenguaje apresado en la dimensión de un espacio, tie-
ne como rasgo central poner en práctica una simulación, tal atributo
es fundamental para esa empresa de la verdad que es la escritura oc-
cidental. Simulación y voluntad de verdad son partes de un mismo
proceso que se manifiesta en la voluntad de escritura. Pero ¿en qué
consiste esa dimensión de simulacro propia de la labor de escribir la
verdad del mundo, de producir un mundo verdadero? Es simulacro
en tanto que presume convertir lo absolutamente indeterminado en
lo extremadamente determinado, en fundar el mundo como escritu-
17
Cfr. Michel Haar, “Friedrich Nietzsche”, p. 402-405.
18
Michel de Certeau, Historia y psicoanálisis, p. 59.
19
Vid. Infra, c. “Antropología e historicidad: el campo de la finitud”.
1
Michel Foucault, El uso de los placeres, p. 8.
2
Ibidem, p. 12.
3
Michel Foucault, “¿Qué es un autor?”, p. 70.
4
Michel Foucault, La arqueología del saber, p. 28.
5
Michel Foucault, “La función política del intelectual. Respuesta a una cuestión”, en
Saber y verdad, p. 51.
6
Cfr. Gianni Vattimo, Más allá del sujeto. Nietzsche, Heidegger y la hermenéutica.
7
Cfr. “Los intelectuales y el poder. Entrevista a Michel Foucault-Gilles Deleuze”, en
Microfísica del poder, p. 77-86.
8
Cfr. Rosario García del Pozo y Francisco Vázquez, Perspectivas de Foucault, p. 97-101.
9
“Nietzsche plantea que la gran liberación tendrá lugar cuando ya no se haga respon-
sable a nadie, pero exige lanzarse a la multiplicidad, descender a los infiernos, para desde
ahí volver a elevarse. El espíritu del pluralismo afirma la coincidencia entre lo múltiple y lo
trágico. Dionisio afirma lo múltiple, danzando se sumerge en el devenir y transmuta lo
pesado en ligero: existe una relación fundamental entre la alegría y lo múltiple […] Con
Nietzsche se transmuta la vida en un fenómeno de juego, hace valer la apariencia y la sen-
sación y no busca esencias o culpables. Sólo vale la estética que hace triunfar la apariencia.”
María García Torres, “El sujeto se disfraza”, en Crítica del sujeto, p. 94-95.
10
Para un análisis de las relaciones y divergencias entre la arqueología y el estructura-
lismo, cfr. Rosario García del Pozo, Michel Foucault: un arqueólogo del humanismo; Mauricio
Jalón, El laboratorio de Foucault; Hubert L. Dreyfus y Paul Rabinow, Michel Foucault: más allá
del estructuralismo y la hermenéutica; Dominique Lecourt, Para una crítica de la epistemología;
Ángel Gabilondo, El discurso en acción.
11
Michel Foucault, “La función política del intelectual. Respuesta a una cuestión”, en
Saber y verdad, p. 59.
12
Michel Foucault, La arqueología del saber, p. 41.
13
Ibidem, p. 56-60.
14
Ibidem, p. 62-63.
15
Ibidem, p. 152-173.
16
Ibidem, p. 180-181.
17
Ibidem, p. 45.
18
Michel Foucault, El uso de los placeres, p. 14-15.
19
Michel Foucault, El orden del discurso, p. 45-46.
20
Michel Foucault, La arqueología del saber, p. 201.
21
Rosario García del Pozo y Francisco Vázquez, op. cit., p. 63.
22
Michel Foucault, La arqueología del saber, p. 221.
23
Rosario García del Pozo y Francisco Vázquez, op. cit., p. 77.
24
Michel Foucault, El uso de los placeres, p. 10.
25
Miguel Morey, Lectura de Foucault, p. 113.
Lo que importa es mostrar que no existen, por una parte discursos iner-
tes ya medio muertos, y, por otra, un sujeto todo-poderoso que los
manipula, los invierte, los renueva; sino más bien que los sujetos par-
lantes forman parte del campo discursivo —tienen en él una posición
(y sus posibilidades de desplazamiento), y una función (y sus posibili-
dades de mutación funcional)—. El discurso no es el lugar de irrupción
de la subjetividad pura, es un espacio de posiciones y de funciona-
mientos diferenciados para los sujetos.1
1
Michel Foucault, “La función política del intelectual. Respuesta a una cuestión”, en
Saber y verdad, p. 55.
2
Rosario García del Pozo, Michel Foucault: un arqueólogo del humanismo, p. 53.
3
Michel Foucault, “¿Qué es un autor?”, p. 73.
4
Michel Foucault, “La función política del intelectual. Respuesta a una cuestión”, en
Saber y verdad, p. 57.
5
Michel Foucault, La arqueología del saber, p. 203-204.
6
Paul Ricoeur, Freud: una interpretación de la cultura, p. 28.
7
Michel Foucault, Nietzsche, Freud, Marx, p. 24.
8
Michel Foucault, El nacimiento de la clínica, p. 10.
9
Para una visión general de la discusión que realiza Foucault con la fenomenología,
se puede consultar el siguiente texto: Gérard Lebrun, “Notas sobre la fenomenología conte-
nida en las palabras y las cosas”, en Michel Foucault, filósofo, p. 31-47.
10
Michel Foucault, Las palabras y las cosas, p. 35.
11
Ibidem, p. 38.
12
Ibidem, p. 48.
13
Michel Foucault, Nietzsche, Freud, Marx, p. 27.
14
Michel Foucault, Las palabras y las cosas, p. 84.
15
Ibidem, p. 74-75.
16
Ibidem, p. 72.
17
Ibidem, p. 292-293.
18
Michel Foucault, Nietzsche, Freud, Marx, p. 30-31.
19
Ibidem, p. 33.
20
Ibidem, p. 35.
21
Ibidem, p. 36.
22
Vid. supra, c. “El ser del lenguaje”.
23
Michel Foucault, Nietzsche, Freud, Marx, p. 41.
24
Paul Ricoeur, op. cit., p. 33.
25
Michel Foucault, Nietzsche, la genealogía, la historia, p. 41-42.
1
Citado por Tomás Abraham, Los senderos de Foucault, p. 26-27.
2
Michel Foucault, Esto no es una pipa. Ensayo sobre Magritte, p. 33-34.
3
Ibidem, p. 42-43.
Son irreductibles uno a otra: por bien que se diga lo que se ha visto, lo
visto no reside jamás en lo que se dice, y por bien que se quiera hacer
ver, por medio de imágenes, de metáforas, de comparaciones, lo que
se está diciendo, el lugar en el que ellas resplandecen no es el que des-
pliega la vista, sino el que definen las sucesiones de la sintaxis.5
4
Ibidem, p. 64.
5
Michel Foucault, Las palabras y las cosas, p. 19.
6
Michel Foucault, Historia de la locura en la época clásica, v. 1, p. 321.
7
Miguel Morey, Lectura de Foucault, p. 55.
8
Michel Foucault, Historia de la locura en la época clásica, v. 2, p. 159.
9
Ibidem, v. 2, p. 285. En este mismo texto (p. 284) Foucault escribió: “La locura es la
forma más pura, la forma principal y primera del movimiento por el que la verdad del
hombre pasa al lado del objeto y se vuelve accesible a una percepción científica. El hom-
bre sólo se vuelve naturaleza para sí mismo en la medida en que es capaz de locura. Ésta,
como paso espontáneo a la objetividad, es momento constitutivo en el devenir-objeto del
hombre.”
10
Ibidem, v. 2, p. 273-274.
11
Michel Foucault, El nacimiento de la clínica, p. 1.
12
Ibidem, p. 8.
13
Ibidem, p. 53.
14
Ibidem, p. 194-195.
15
Ibidem, p. 268.
16
Ibidem, p. 275.
17
Gilles Deleuze, Foucault, p. 75.
18
Michel Foucault, Raymond Roussel, p. 122-123.
19
Gilles Deleuze, op. cit., p. 96.
general, algo así como la mentalidad de una época, sino más bien, en
tanto lo que se produce es un entrecruzamiento es a partir de él que
es posible fijar ciertos límites y puntos de cruce que no son totalmente
estables. De nueva cuenta, efecto multiplicador antes que unificador,
adoptado como elemento propio de las problematizaciones y cuya no-
ción básica es la de práctica. Primacía del enunciado en tanto que éste
es el elemento determinante por la espontaneidad de su condición,
“por la simple razón de que es el lenguaje, y sólo el lenguaje, el que
forma el sistema de la existencia. Es él, junto con el espacio por él tra-
zado, lo que constituye el lugar de las formas”.20
20
Michel Foucault, Raymond Roussel, p. 183.
1
Michel Foucault, El nacimiento de la clínica, p. 276.
2
Michel Foucault, Las palabras y las cosas, p. 23.
3
Ibidem, p. 18.
4
Ibidem, p. 25.
5
Ibidem, p. 300.
Ibidem, p. 302.
6
Hubert L. Dreyfus y Paul Rabinow, Michel Foucault: más allá del estructuralismo y la
7
hermenéutica, p. 43.
8
Michel Foucault, Las palabras y las cosas, p. 238-239.
9
Ibidem, p. 245.
10
Citado por Miguel Morey, Lectura de Foucault, p. 153.
11
Tomás Abraham, Los senderos de Foucault, p. 62.
12
Michel Foucault, Las palabras y las cosas, p. 309.
13
Michel Foucault, Theatrum philosophicum, p. 32. Un poco antes, en la misma página,
Foucault escribió: “La repetición traiciona la debilidad de lo mismo en el momento en que
ya no es capaz de negarse en el otro y de volverse a encontrar en él. La repetición que había
sido pura exterioridad, pura figura de origen, se convierte ahora en debilidad interna, de-
fecto de la finitud, especie de tartamudeo de lo negativo: la neurosis de la dialéctica. Así
pues, la filosofía de la representación conduce a la dialéctica.”
14
Ibidem, p. 33.
15
“No es preciso insistir en que, desde Kant, la analítica investiga el soporte de las
representaciones, es decir, determina sobre qué puede fundarse la representación y el análi-
sis de la misma, así como su legitimidad.” Patxi Lanceros, Avatares del hombre. El pensamien-
to de Michel Foucault, p. 101, n. 90.
18
Vid. supra, c. “La modernidad como cuestión: historicidad y filosofía”.
19
Michel Foucault, Las palabras y las cosas, p. 311.
20
Hubert L. Dreyfus y Paul Rabinow, op. cit., p. 54.
21
Michel Foucault, Las palabras y las cosas, p. 315.
22
Ibidem, p. 319.
23
Hubert L. Dreyfus y Paul Rabinow, op. cit., p. 58.
24
Michel Foucault, Las palabras y las cosas, p. 322.
25
Ibidem, p. 332.
26
Ibidem, p. 352.
27
Ibidem, p. 353.
28
Miguel Morey, op. cit., p. 170.
29
Oscar Martiarena, Michel Foucault: historiador de la subjetividad, p. 203.
30
Michel Foucault, Las palabras y las cosas, p. 374.
A partir del siglo XIX la historia se impuso como el campo que define
el lugar de las empiricidades, de tal suerte que es a partir de ella como
las cosas se presentan al conocimiento, pero también, y de ahí una si-
tuación que le es característica, la historia fue asumida como aspira-
ción de un saber determinado. Por el lado de las cosas la historia
permite un despliegue temporal que impregna el análisis de la pro-
ducción, el estudio de los seres vivos y de las lenguas. Esto quiere de-
cir que, más allá de las cronologías que definen una sucesión, esta
historia consiste en el “modo fundamental de ser de las empiricidades,
aquello a partir de lo cual son afirmadas, puestas, dispuestas y repar-
tidas en el espacio del saber para conocimientos eventuales y ciencias
posibles”.1
En la disposición del saber que adquirió la economía política a
partir de David Ricardo, las riquezas, en vez de distribuirse en un
cuadro, fueron organizadas a partir de una cadena temporal ligan-
do con ello la historia y la antropología. Así, la positividad de la eco-
nomía se hizo descansar en un hueco antropológico, es decir, en la
finitud misma del hombre, permitiendo con ello la introducción del
tema de su historicidad.2 En el siglo XIX la biología rompió con toda
noción de continuidad temporal al descubrir que la naturaleza mis-
ma es discontinua en tanto que es viviente. La historicidad en la bio-
logía se localizó en estas formas dispersas de la vida conforme a las
propias condiciones de existencia de lo vivo. En cuanto al lenguaje,
en el momento en que se le pensó ligado a un sujeto y del cual se
hizo depender su valor expresivo, se introdujo una temporalidad
propia en el seno de los lenguajes al ser considerados productos
1
Michel Foucault, Las palabras y las cosas, p. 215.
2
“El homo oeconomicus no es aquel que se representa sus propias necesidades y los ob-
jetos capaces de satisfacerlas; es el que pasa, usa y pierde su vida tratando de escapar a la
inminencia de la muerte. Es un ser finito: y así como a partir de Kant la cuestión de la finitud
se hizo más fundamental que el análisis de las representaciones [...] a partir de Ricardo, la
economía del siglo XVIII estaba relacionada con una mathesis como ciencia general de todos
los órdenes posibles; la del siglo XIX se remite a una antropología como discurso sobre la
finitud natural del hombre.” Ibidem, p. 252.
3
Ibidem, p. 131.
4
Michel de Certeau, La escritura de la historia, p. 25.
5
Michel Foucault, Las palabras y las cosas, p. 290-293.
6
Michel de Certeau, op. cit., p. 93.
7
Michel Foucault, op. cit., p. 358.
tos, es decir, definida a partir del hecho de que el hombre debe res-
ponder por esos semitrascendentales de los cuales no puede desligar-
se totalmente. Así, las interpretaciones de la historia que se sucedieron
a partir del siglo XIX tuvieron que establecerse “a partir del hombre
considerado como especie viviente, a partir de las leyes de la econo-
mía o a partir de los conjuntos culturales”.8 Esta situación hace que la
historia juegue un doble papel respecto a las ciencias humanas, papel
a la vez peligroso y privilegiado. La historia, por una parte, constitu-
ye el trasfondo que establece cada una de las ciencias del hombre y
con ello les señala su espacio de validez en tanto saber; por otra, les
marca una frontera que las limita y les niega su pretensión de validez
general, es decir, las desautoriza a tratar de ir más allá de sí mismas,
más allá del ámbito temporal que las define. La historia se encuentra
frente a la imposibilidad de establecerse en la determinación pura de
lo humano sin tener que recurrir a las experiencias desgajadas de lo que
el hombre es (hombre que vive, que trabaja y que habla), por eso de-
pende de la psicología, de la sociología y de las ciencias del lenguaje.
Éstas deben, a su vez, establecer su trabajo en el interior de una
historicidad que constituye y atraviesa sus objetos. Sin embargo, a dife-
rencia de las ciencias humanas que se ven sometidas a una oscilación
permanente entre la positividad del hombre y las condiciones de su ser
y que se manifiesta al tratar de pasar del plano de lo consciente al de lo
inconsciente, para la historia el problema que se le presenta tiene que
ver con la esfera de la universalidad y con el contenido positivo que la
historia quiere darse.9 Cuanto más se esfuerza la historia por superar
la relatividad para acceder con ello a la universalidad, más notifica
su origen ambiguo, y cuando no tiene otra opción que aceptar su re-
latividad, más se encuentra en una situación de pérdida de su conteni-
do positivo. En otras palabras, el problema que parece insalvable para
la historia moderna es aquel que se presenta cuando se quiere relacio-
nar la historicidad de las empiricidades en las que el hombre se disper-
sa, con los fundamentos del conocimiento histórico. De nueva cuenta,
la tensión con la que se inaugura la historia como saber le viene de su
adscripción al marco epistémico decimonónico, de esa disposición que
nunca puede superar la relación entre finitud y trascendencia.
Así, lo que se encuentra en entredicho es la capacidad de estable-
cer relevancias sobre el trasfondo de una relatividad que nunca pue-
de ser dominada, aspiración a la universalidad a partir de aquello que
es por definición perenne, efímero. Es por ello que la división entre
8
Ibidem, p. 359.
9
Ibidem, p. 360.
¿La historia como falsificación? ¿No es ésta una palabra tan dura
e injusta para dirigirla a una ciencia tan “noble”? La historia que nace
en el siglo XIX, pues antes había otra cosa a pesar de utilizar la misma
denominación, es aquella que pretende alcanzar un conocimiento ob-
jetivo, puro, pero tal pretensión proviene de ese equívoco fundamen-
tal ya mencionado. Si la modernidad es la edad de la historia lo es
porque es también la edad del hombre, es decir, lo es en el sentido de
establecer como su territorio el campo de una duplicación incesante:
sujeto y objeto, lo empírico y lo trascendente, lo universal y lo relati-
10
Michel de Certeau, op. cit., p. 94. Más adelante, en la misma página, De Certeau
identifica dos implicaciones de este funcionamiento moderno de la historia: “el primero
señala la relación de lo real con el modo del hecho histórico; el segundo indica el uso de
‘modelos’ recibidos, y por lo tanto la relación de la historia con una razón contemporánea.
Se refieren, principalmente, el primero, a la organización interna de los procesos históricos;
el segundo, a su articulación en campos científicos diferentes”.
11
“la historia parece tener un objetivo fluctuante cuya determinación se debe menos a
una decisión autónoma que a su interés y a su importancia para otras ciencias. Un interés
científico ‘exterior’ a la historia define los objetivos que ella misma se da y las regiones
adonde se dirige sucesivamente, según los campos que a su vez van siendo los más decisi-
vos […] y conforme a las problemáticas que los organizan”. Ibidem, p. 97.
12
Michel Foucault, Las palabras y las cosas, p. 361.
13
Ibidem, p. 362.
14
Alfonso Mendiola y Guillermo Zermeño, “De la historia a la historiografía. Las
transformaciones de una semántica”, p. 247.
15
Michel Foucault, Las palabras y las cosas, p. 344.
16
Michel Foucault, La arqueología del saber, p. 4.
17
Ibidem, p. 7.
18
Ibidem, p. 9.
19
Ibidem, p. 10.
20
Ibidem, p. 11.
21
Michel de Certeau, op. cit., p. 86.
22
Michel Foucault, La arqueología del saber, p. 11-17.
23
Michel Foucault, Theatrum philosophicum, p. 20-21.
24
Ibidem, p. 21.
25
Rosario García del Pozo y Francisco Vázquez, Perspectivas de Foucault, p. 61.
26
Paul Veyne, Como se escribe la historia. Foucault revoluciona la historia, p. 200.
27
Michel de Certeau, Historia y psicoanálisis, p. 70.
Por lo demás, esta perspectiva caracteriza hoy en día los procesos cien-
tíficos, aquél, por ejemplo, que en función de “modelos” o en términos
de “regularidades” explica fenómenos o documentos, manifestando
reglas de producción y posibilidades de transformación. Más senci-
llamente, se trata de tomar en serio expresiones cargadas de sentido
—“hacer historia”, “hacer teología”— en una época en que nos vemos
llevados a minimizar el verbo (el acto producido) para privilegiar el
complemento (el objeto producido).29
28
Ya nos lo hacía ver Foucault por medio de su lectura de Nietzsche: “De hecho, lo
que Nietzsche no ha cesado de criticar desde la segunda de las Intempestivas es esa forma
de historia que reintroduce (y supone siempre) el punto de vista suprahistórico: una histo-
ria que tendría por función recoger, en una totalidad bien cerrada sobre sí misma, la diver-
sidad al fin reducida del tiempo; una historia que nos permitiría reconocernos en todo y
dar a todos los desplazamientos pasados la forma de la reconciliación; una historia que
lanzaría sobre lo que está detrás de ella una mirada de fin del mundo. Esta historia de los
historiadores será un punto de apoyo fuera del tiempo; pretende juzgarlo todo según una
objetividad apocalíptica; y es que ha supuesto una verdad eterna, un alma que no muere,
una conciencia siempre idéntica a sí misma.” Michel Foucault, Nietzsche, la genealogía, la
historia, p. 43-44.
29
Michel de Certeau, La escritura de la historia, p. 34.
30
Michel Foucault, “La función política del intelectual. Respuesta a una cuestión”, en
Saber y verdad, p. 56.
del origen, esa promesa del retorno por el que esquivamos la diferen-
cia de nuestro presente; en la que interviene un pensamiento antro-
pológico que ordena todas esas interrogaciones a la cuestión del ser
del hombre y permite evitar el análisis de la práctica; en la que inter-
vienen todas las ideologías humanistas; en la que interviene —en fin
y sobre todo— el estatuto del sujeto.31
31
Michel Foucault, La arqueología del saber, p. 343.
32
Rosario García del Pozo, Michel Foucault: un arqueólogo del humanismo, p. 44.
33
Paul Veyne, op. cit., p. 211.
34
Michel Foucault, La arqueología del saber, p. 351.
35
Paul Veyne, op. cit., p. 226.
1
“Si se prefiere, no ha habido nunca un interpretandum que no fuera ya interpretans, y
es una relación más de violencia que de elucidación la que se establece en la interpreta-
ción.” Michel Foucault, Nietzsche, Freud, Marx, p. 36.
2
Michel Foucault, Theatrum philosophicum, p. 7.
3
Cfr. Jürgen Habermas, Pensamiento postmetafísico, p. 13-19.
razón. Gran parte de esto se debe a esa reflexión sobre el lenguaje que
postuló la necesidad de vulnerar los cimientos de la filosofía de la con-
ciencia, pero también a la forma en la que el pensamiento filosófico se
vinculó, de diferentes maneras y perspectivas, con la historia pero fue-
ra ya de los marcos propios de una filosofía de la historia. Estas dos
instancias, es decir, lenguaje e historia, se localizan en los escritos de
Foucault de una manera de suyo evidente, a tal grado que se puede
decir que tanto la cuestión del lenguaje como el problema de la histo-
ria conforman la plataforma desde la que Foucault pudo reflexionar
filosóficamente, desde la cual pudo ejercer una particular crítica a la
racionalidad y al pensamiento filosófico occidental que heredamos del
siglo XIX.
Historia del saber, de esas disciplinas por las cuales los seres huma-
nos son tanto objeto como sujeto de conocimientos, es una empresa que,
en el caso de Foucault, sólo pudo tener concreción como historia de
los discursos sobre los que descansan esos saberes. La pregunta ¿qué
es el lenguaje?, señala una interrogación de tipo ontológico. Más allá
de las discusiones y las críticas que se le puedan dirigir, el proble-
ma del ser del lenguaje le permitió a Foucault delimitar todo un terri-
torio de análisis para la arqueología, es decir, para esa historia de las
prácticas discursivas que permitieron el surgimiento de los saberes
modernos. Al plantear la interrogante del lenguaje en cuanto a su ser
se toma distancia respecto de la conciencia de un sujeto que habla;
éste es, entonces, un proceso de descentramiento. Si las palabras sólo se
despliegan en su propia materialidad discursiva, esto quiere decir que
no se trata de buscar en ellas aquello que designan, las cosas que sig-
nifican por fuera del lenguaje; esto es tomar distancia de las posturas
objetivistas. Si las palabras no designan algo ni expresan a alguien,
esto nos lleva a suponer que el decir es el lugar de emergencia de una
verdad posible, lugar no delimitado por la presencia de un sujeto que
se expresa ni por la permanencia o la adecuación de las palabras a las
cosas. Hay aquí una precisión central para la arqueología pero que
sólo es una posición determinada en torno al lenguaje frente a otras,
ya sean formalistas, ya sean de tipo hermenéutico. No se trata de de-
fender a Foucault de sus críticos, ni de adoptar sin más las posturas
foucaultianas. Lo que resulta decisivo es que en tal posición hay una
íntima relación entre filosofía, lenguaje e historia.
La capacidad crítica de la filosofía, aquella que atiende a las con-
diciones de posibilidad de nuestras evidencias, valores, creencias, nor-
mas, muestra que éstas no pueden ser nunca invariables, que están
condicionadas a una dimensión histórica y a la presencia de un len-
guaje. La crítica en Foucault consiste en exponer las condiciones his-
4
Michel Foucault, La arqueología del saber, p. 307.
5
Miguel Morey, “Érase una vez: M. Foucault y el problema del sentido de la historia”,
en Discurso, poder, sujeto, p. 47.
6
Michel Foucault, “El sujeto y el poder”, en Hubert L. Dreyfus y Paul Rabinow, Michel
Foucault: más allá del estructuralismo y la hermenéutica, p. 227.
7
Michel Foucault, El uso de los placeres, p. 14-15.
8
Michel Foucault, “El interés por la verdad”, en Saber y verdad, p. 231-232.
9
Gilles Deleuze, Foucault, p. 151.
10
Rosario García del Pozo y Francisco Vázquez, Perspectivas de Foucault, p. 99.
hay soluciones terminantes pues los problemas siguen ahí; aquí sólo
puede señalarse la apertura que se desprende de tal convergencia
como invitación a una labor de excavamiento, convergencia que no es
nada más, pero tampoco nada menos, que el despliegue de un espa-
cio en que por fin sea posible pensar de nuevo.11 Pensamiento de la
multiplicidad, que se atenga a la fragilidad del suelo sobre el que
descansa; pensamiento fantasma que pueda al fin desligarse de las
deterinaciones de un yo pensante para encontrar, en su propia de-
terminación, sólo la forma de su despliegue como repetición del
pensamiento mismo; pensamiento, en fin, que pueda liberarse de la
presencia dictatorial del sujeto y de las manifestaciones equívocas del
objeto. Pensamiento azaroso pero afirmativo, fuera de toda categoría
que lo ate y lo someta; en suma, pensamiento del límite y pensamien-
to en el límite.
11
Michel Foucault, Las palabras y las cosas, p. 333.
12
Michel Foucault, Theatrum philosophicum, p. 24.
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