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1. (Introducción)
Ver, pensar y discutir las prácticas didácticas. Ir de las prácticas a la teoría. Comprender
y sopesar desde las prácticas los alcances de las teorías, poniendo de manifiesto las
dimensiones antropológicas, éticas y políticas que se juegan en los ejercicios de poder y
las prácticas de libertad de las profesiones docentes. Particularmente en los espacios de
aula.
Esta perspectiva para encarar los problemas de la educación, que querríamos filosófica,
viene ocupando al equipo de investigación que integro con Marisa Berttolini e Isabel
González. Personalmente, el tema me viene obsesionando. Cada vez que veo, leo o
escucho algo que tiene que ver con el ejercicio de nuestra profesión docente, lo retuerzo
hasta que apunte en el sentido de nuestro desvelo. Por eso lo que acabo de decir; que es
casi una inversión en los temas propuestos para este evento.
Quise decir en pocas palabras estos supuestos y juicios previos, y seguramente no quedó
claro. Si algo no lo digo con claridad –diría Mario Silva García- es que tampoco está del
todo claro para mí. Así que quisiera aclarármelo en voz alta con ustedes.
Quisiera presentar aquí un problema ético (no moral) ligado estrictamente a la práctica,
que hunde sus raíces en lo antropológico. Está planteado así por san Pablo:
“No entiendo lo que me pasa pues no hago el bien que desearía, sino más bien el mal
que detesto. (…) Puedo querer el bien, pero no realizarlo. De hecho no hago el bien que
quiero, sino el mal que no quiero. (…) Descubro entonces esta realidad: cuando quiero
hacer el bien se me pone delante el mal que está en mí.” (Romanos, 7, 15-21)
Por esta realidad, por este peligro, por esta experiencia, pasan a diario nuestras prácticas
docentes. Ésas que queremos liberadoras, cuidadosas, protectoras, terapéuticas,
pacíficas. Ésas que desplegamos como respuesta a los shock, a los impactos, a los
espantos del “mundo” actual, que nos golpean con fuerza bruta; a los que nos
esforzamos (inútilmente) por cerrar las puertas y ventanas de nuestras escuelas; a los
que queremos resistir; a los que queremos enfrentar juntos.
Mirar las aulas “de afuera” permite de algún modo “objetivar” qué es lo que “se hace”,
qué es lo que realmente hacemos, en nuestras prácticas docentes. A ver si así podemos
desplegar una mirada “interna” a nuestras prácticas que nos habilite a reflexionar sobre
ellas, a compartirlas, a ponerlas en discusión con otros.
Una de esas miradas “de afuera” es la Anna Cros (2001, 2003) en la Universidad
Autónoma de Barcelona. Centra su estudio en los componentes argumentativos del
discurso de una decena de docentes universitarios en la primera clase de sus cursos.
Advierte que las “estrategias argumentativas” observadas tienden a controlar la
distancia social que separa profesores de estudiantes, mediante un doble movimiento de
aproximación y distanciamiento. Por el primero, presenta una imagen accesible para los
estudiantes, que habilita la fluidez y continuidad de la comunicación; por el segundo,
consolidando su autoridad ante ellos, se pone en condiciones de producir
convencimiento.
Laborda Gil (2003) hace una observación inquietante en su comentario al libro de Cros
al aproximar docencia a propaganda. Señala que esas “primeras clases” aparecen “como
una representación y actualización del ‘contrato de curso’, en la que el profesor realiza
una propuesta con un itinerario temático, procedimental y evaluativo”; pero “ese
contrato no está sujeto tanto a un acuerdo de las partes como a una adhesión de los
1
“¡Bandido! ¡Te viá enseñar / andar reclamando sueldos!” (Martín Fierro)
3
Más inquietante aún –digo yo- es que los “clientes” generalmente pueden optar por
contratar los servicios de otra empresa (quizás por una publicidad más seductora), pero
los estudiantes habitualmente no sólo no pueden “negociar” el paquete que les ofrece el
docente el primer día, tampoco les es dada la alternativa de optar por otro curso o por
otro profesor. De modo tal que la argumentación de los profesores universitarios que
estudia Cros maquilla de convencimiento y comunicación lo que es mera imposición
física de contenidos y procedimientos de un curso que el estudiante ya ha “comprado”.
El alumno no tiene otra alternativa que acatar la propuesta docente, ya esté fundada en
buenos o en malos argumentos.
Y habría que repensar en las prácticas educativas, por ejemplo, los variados argumentos
ad baculum (el infierno tan temido, la disciplina o el puntero reales agitados en el aire,
análogas a las preguntas y propuestas en tortura después de un shock eléctrico y antes
del próximo, en tanto procuran obligar a ceder, a quebrar la resistencia de una voluntad
autónoma, mediante una amenaza) en relación potenciada con los variados argumentos
de autoridad, para enseñar, consolidar, internalizar, profundizar, hacer perdurables, la
dependencia, las distancias sociales existentes, la desigualdad entre los seres humanos,
la impotencia para modificarlos. Habría que pensar la mutua potenciación entre la
violencia física y la “simbólica”; incluso entre la fuerza bruta y el discurso sutil,
persuasivo, dulce, comprensivo, compasivo, acariciante, cuidadoso.2 Habría que ver en
qué medida aparecen el baculum y la autoridad a través del discurso y la acción
docentes. Cuando se supone que se trata de liberar, no de repetir relaciones disímiles.
No es una simple dicotomía, como veremos dentro de un rato cuando entremos en los
discursos y prácticas docentes que trabajamos en nuestra investigación. Pero
permítanme antes tocar un punto relacionado con teoría de la argumentación.
2
Estoy pensando en el oficial de “inteligencia” que sacaba a pasear por la calle en coche a un detenido
que había denunciado a un compañero o un lugar bajo tortura, le mostraba el sol, los árboles, la libertad;
le convidaba con un cigarrillo o un trago fuerte, le explicaba que sería considerado traidor por otros, que
si los denunciaba le sería garantizada una vida nueva y libre en otro país, con otra identidad…
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sirve para justificarla: anular las otras razones es el primer paso para intentar anular al
otro, al otro en los demás y en uno mismo” (Pereda, 1994).
Esos dos pares de tentaciones opuestas quizás puedan servirnos para pensar vértigos
educativos; discernir formas de violencia en el aula; pensarlas como excesos dogmáticos
o escépticos, de omnipotencia e impotencia. Advertirlas en nuestras prácticas. Pensarlas,
discutirlas, modificarlas.
Seleccioné dos casos de nuestra investigación con profesores de filosofía (Berttolini y/o
2009, 2010, 2011). Voy a leerlos.
El segundo ejemplo tiene dos partes, la primera está tomada la “historia de aprendizaje”
escrita por otra profesora de filosofía; la segunda, de una de las “entrevistas en
profundidad” que tuvimos posteriormente.
obligada a morir ni a sacrificar nada en pro de la motivación, muchas veces es necesario forzar
al principio”.
Anuncia que mencionará dos situaciones:
“La prima situación: clase común y silvestre, comentarios sobre algún planteo ya trabajado, un
alumno entre tantos: ‘¿Entendiste Pascualito?’, responde – ‘¡¿Yo?! ¡A mí no me pregunte, yo
toy acá tranquilo, no hice nada!’. No pude evitar reírme ¡¡ay!! ¡¿La integración?! Bastante que
viene ¿no?
La segunda tiene que ver con una experiencia que hice con dos sextos3 a los que “forcé” a leer
dos novelas durante el curso, como excusa para problematizar y analizar diferentes teorías:
“1984” o “Rebelión en la granja”(una de ellas), y “Crimen y castigo”, Orwell y Dostoievski
respectivamente. La tarea consistía en entregar un informe (…), pero además hubo una instancia
de diálogo sobre cada una de ellas en donde esos alumnos que habían protestado hasta el
cansancio parecían niños contando un paseo, lo digo por la emoción que tenían o debo decir
teníamos, pero además algunos habían investigado otras cosas para entender, o se habían
indignado, algunos estaban realmente confundidos. La experiencia me emocionó porque yo era
un niño más pero sobre todo porque sentí que yo podía dejarles algo, no les pedía que tomaran
una postura, ni que defendieran tal o cuál situación, algún día formarán una opinión o no, pero
hay cosas, herramientas previas, eso es lo que yo quisiera dejar.”
“Primero que nada, para que alguien pueda aprender algo, como dijimos antes, se tiene que
sentir un poquito humillado e ignorante. O sea, te pongo el ejemplo de la mujer; la tipa se está
peinando y se le cae el espejo en la clase; a mí no me importa, problema tuyo. Pero para esa
persona… ¡yo que sé! Yo no la voy a obligar: "Nena, no tenés cuaderno". Reconozco que yo
debería, pero sinceramente no me importa. “Si preferís mirarte al espejo, hacelo, eso sí, no me
molestes”. Si querés mirarte al espejo, mirate. Quizás en algún momento te involucres, quizás
no. No es que yo decida para quién es la Filosofía, es que ellos decidan para quién es la
Filosofía. Eso en un contexto de gente que tenga determinados medios para hacerlo, o sea
determinadas capacidades. Yo trabajaba en el nocturno, donde el universo es absolutamente
diferente, y que yo todo esto que estoy hablando no lo puedo hacer. Porque me movilizan otras
cosas. Gente que va sin comer, cómo voy a poner a ese tipo en el estado de "soy ignorante, no
sé". Yo eso no lo puedo hacer, no me da el cuerpo para eso, ni las ganas. O sea yo trabajo otras
cosas. Me preguntas qué es la Filosofía o qué crees que es dar una clase de Filosofía o si lo
haces ahí. No, yo ahí hago otra cosa. Yo converso con ellos, ahí sí trabajo con ellos el filosofar
en el pequeño sentido del que hablábamos. Discutimos cosas, tratamos de entender… La
rigurosidad de repente la pongo más yo, y después trato de bajar, y dar ejemplos. Es otra forma,
es otra cosa. No es para que ellos hagan, no sé si les puede servir de algo la Filosofía. Pensando
ahora en este otro universo, liceo de Solymar, cuarto año, nenes "bien" digamos. Ahí son ellos
los que deciden si les va a servir o no, si la clase es para ellos o no. Es un poco así. Por supuesto
yo juego, trato de hacerlos sentirse un poquito mal para que traten de volver. Una vez a una
nena se le cayó el espejo: “¡Qué lastima!, ¿qué vas a hacer ahora? Vas a atender la clase porque
no te queda otra”. Tratar de hacerlos sentir un poquito en ridículo, para así, de repente… pero no
sé. En realidad son ellos los que deciden”.
No voy a comentar largamente estos textos sino dejarlos para la reflexión. Ahí aparece
la idea educativa de forzar, hacer fuerza; forjar golpear lo blando. Para endurecerlo,
para hacerlo más resistente, más fuerte. Está el recurso consciente a la humillación para
ver si reacciona; está la espera de una reacción positiva frente a la agresión.4 Pero sobre
3
Último año del Bachillerato secundario en Uruguay, estudiantes de aproximadamente 17 años.
4
Después de realizada la exposición oral de este trabajo vino a mis manos el “Primer apólogo chino” de
Marechal. En él, el Maestro Chuang aplica una didáctica del golpe y del premio, quizás (sólo quizás) para
que el discípulo piense por sí mismo…
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Y está –en hueco- la necesidad y carencia de un control interno, colectivo, del aula; la
insuficiente conversación, las mutuas incomprensiones, la cierta incomunicación entre
interlocutores… que no siempre se reconocen como tales. Necesidad de cuidar la
relación. De liberar al interlocutor.. De mantener la tensión, el conflicto, el problema.
De pensar siempre; de reflexionar. De discutir constantemente las prácticas. Porque,
justamente, son prácticas, no técnicas.
Quisiera resaltar que, en una ocasión, hice un taller con colegas en base al texto que leí
en último lugar. Y surgieron discursos violentos o despreciadores en otro sentido: La
indignación con esa profesora que –se dijo- terminaba por no enseñar a nadie (ni a los
que tienen hambre ni a los que se miran al espejo), a unos por una razón y a otros por
otra. En seguida, encarnamos nuestros demonios en la colega satanizada… y la
quemamos… Pero claro, yo conozco su esfuerzo por enseñar a todos, su frustración
cuando no los mueve (y su angustia y preocupación, aunque la desmientan sus
palabras), su alegría cuando los toca y los entusiasma. Reconozco que ella somos cada
uno de nosotros.
Y que cada uno de nosotros tenemos que hacernos cargo del problema…
Ver un problema es reconocerlo como problema también para mí. Mis recursos no son
mecánicamente valiosos: valen en la práctica, con sus tensiones y limitaciones.
Enseñar filosóficamente es, por supuesto, buscar constantemente recursos para poner
en movimiento al alumno, sabiendo también que cada uno aprenderá a su modo. El
aprendiz es responsable de su aprendizaje; el enseñante, es responsable de su
enseñanza.
Bibliografía
Berttolini, M., González, I.; Langon, M.: Para pensar tensiones en las prácticas
filosóficas de aula. (2011)
http://www.uruguayeduca.edu.uy/Portal.Base/Web/VerContenido.aspx?GUID=fd42e8c7-5bd0-
4681-b3f1-f62d96c4a294&ID=209400
Harada O., E.: “Carlos Pereda y la cultura argumental”. México, Andamios, Revista de
investigación social, vol. VII, nº 14, 225-262, 2010.
Laborda Gil, X.: “Reseña de Convencer en clase de Anna Cros”; en Lingüística en red,
10-07-03, http://es.scribd.com/doc/2956022/2003-Resena-de-Convencer-en-clase-
de-Anna-Cros
Langon, M.: “El rigor filosófico en las prácticas de aula”, XVIII Jornadas sobre la
Enseñanza de la Filosofía. Coloquio Internacional. Facultad de Filosofía y Letras,
Universidad de Buenos Aires, 12-14 de mayo de 2011.