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Clase 6/05 - La dictadura como dialéctica de clase

Si en la clase pasada les aseguraba que iban a ver dos de las mejores películas de la
historia del cine chileno (como habrán podido corroborar si es que las vieron), en esta
ocasión no puedo decirles lo mismo, ni cerca. Probablemente habrán visto alguna de las
dos películas de las que tratará la clase de hoy. De partida un aviso de tranquilidad, no es
obligación verlas enteras, queda a su criterio. Seleccionaremos por lo tanto algunas
escenas de Machuca (2004) y de Cabros de Mierda (2017) que nos sirvan para analizar
cómo el cine chileno de ficción se ha acercado al fenómeno inabarcable de la dictadura casi
siempre desde la dialéctica de clase.

Comencemos por Machuca. Andrés Wood es lo que podríamos considerar un cuico, estudió
en el Saint George y después se fue a la peor carrera en el peor lugar posible: ingeniería
comercial en la PUC, es decir, la carrera estándar de un tipo de clase alta con apellido
inglés, luego se fue a Estados Unidos a estudiar cine. Estos datos no son antojadizos, pues
hablan de cuáles son las disposiciones culturales y afectivas de Wood. Machuca es su
cuarta película y fue todo un suceso, salas llenas por mucho tiempo, es considerada la
película chilena más conocida del último tiempo, aunque con el reciente Oscar a La Mujer
Fantástica puede quedar lugar para la duda.

En fin, Machuca, como asumo que la mayoría sabrá, trata sobre un niño rico y un niño
pobre que se encuentran en el colegio St. Patrick (que es obviamente el St. George). Hay
varios links de Machuca dando vuelta, les dejo este. Tendrán que ver los primeros 30
minutos (ahora sí), allí se darán cuenta que en su primera media hora la película tiene tres
estrategias principales: introducir la dinámica infantil del colegio; acentuar y subrayar toda
diferencia de clase, e introducirnos en la época a partir de televisión, carteles, propaganda,
etc.

Luego de esos primeros 30 minutos no pasa mucho más de lo que vimos al principio hasta
que llegamos al minuto 70 (una hora con 10 minutos). Ahí está la escena de la misa que se
convierte en asamblea de apoderados donde las diferencias de clase se acentúan y
parecen irreconciliables. Al mismo tiempo el papel de la iglesia se tensiona, se les encasilla
como comunistas etc., algo que también veremos en Cabros de Mierda. Deben ver hasta el
minuto 81, o una hora y 21 minutos.

Después de la misa vamos a saltar al minuto 101, o una hora y 41 minutos. Allí, ya
consumado el golpe de Estado, los milicos se disponen a arrasar la población (uno de sus
deportes favoritos de ayer y hoy). Aquí hay que prestar atención a tres cosas que nos dirán
mucho sobre cuál es la aproximación de Wood: la fotografía, la música y el tiempo de la
cámara. Fíjense en que los colores cambian inmediatamente respecto a la escena anterior o
la siguiente, la población que parecía color tierra en escenas del pasado ahora parece gris,
es decir, los colores fueron opacados como si fuera una escena de acción. Esto hace que la
mayoría de los colores carezcan de interés exceptuando algunos como el rojo, por lo que
apenas vemos este cambio de fotografía podemos pensar que en la escena habrá sangre.
La música, unos violines cebolla que están en toda la película, aquí se vuelven
especialmente fuera de lugar, sobre todo porque en un principio de la escena no hay música
y luego, cuando Silvana yace en el suelo, comienza, como si necesitáramos un empujoncito
más para sentirnos tristes, como si hiciera falta el dedo en la llaga. Por último, en varias
tomas es posible apreciar que la imagen va en una cámara más lenta de lo normal, sobre
todo cuando Frutilla escapa en bicicleta atrás del fuego, como si fuese una serie gringa de
motoqueros. En fin, estos tres elementos conforman el punto clave de la aproximación
cinematográfica de Machuca, una película hecha para subrayar el dolor, para hacerte llorar,
para hacerte sentir triste, recordarte lo mal que lo pasaste etc. Mi recuerdo es que a los 9
años salí llorando del cine, no es casual que hasta ese entonces solo hubiese visto
películas de Hollywood, porque estaba acostumbrado a la manera en que Hollywood te
hace llorar, que no es nada diferente a la de Machuca, pues ocupa de igual forma la cámara
lenta, la música que te saca lágrimas (como las historias de los matinales) y la fotografía
que amplifica la sangre.

Punto aparte, lo que nos convoca: la representación de Santiago es totalmente ficticia, si el


colegio está en Las Condes, la población al parecer en Peñalolén, las marchas son el
centro, ¿Cómo es posible que en una de esas marchas se encuentren casi todos los
personajes de la película? Con lo difícil que es encontrar a alguien en una marcha y esta
gente se topaba todo el tiempo. El uso de la ciudad es por lo tanto completamente
antojadizo, la ciudad está a merced de la película, algo muy frecuente en las producciones
que recrean una época, una empresa que obviamente es bastante difícil.

Ahora pasamos a otra cosa. Cabros de Mierda es la última película de Gonzalo Justiniano,
un director que ha realizado bastantes películas y todavía no se da cuenta -o nadie le ha
dicho- que es horrible y se debería retirar. La película se sitúa en La Victoria en los años 80
de resistencia a la dictadura. Allí vive “la francesita” con toda su familia y algunos allegados,
a esa misma casa llega Samuel, un gringo misionero de esos que te despiertan de la siesta
los domingos, que viene a contribuir al progreso del tercer mundo repartiendo frases de la
biblia.

La película comienza pésimo. Una toma que pretende ser de época, recreada como si fuese
hecha en video antiguo de blanco y negro, pero que se nota desde la otra cuadra que fue
grabada en HD y después le pusieron un filtro abre la película. Allí la francesita, Gladys,
dice alguna frase para el bronce. Luego, vuelta al presente, a 2017, al Museo de la
Memoria, donde el misionero gringo (que ahora parece cantante de trap o modelo de
instagram) que supuestamente debería tener 50 y tantos años (juzguen ustedes) y llega
hablando el mismo pésimo español con acento falso (o sea que no avanzó ni un poco en el
idioma aunque estuvo meses en Chile..) conoce a la hija de la francesita, allí le entregan
sus cámaras, rollos de foto y video que estuvieron guardados.

En fin, vean los primeros 35 minutos. Allí ya están expuestos todos los problemas de la
película y sus poquísimas virtudes. Si les gusta, sigan, si no, aborten misión, no hay
problema, vuelvan a ver Tres Tristes Tigres. Cuando vean esos 35 minutos vuelven a este
documento y ven si les dio tanta vergüenza ajena como a mi algunas cosas de la película.

Cabros de Mierda tiene varias falencias, partiendo porque todos dicen “cabros de mierda”
todo el tiempo de una forma tan forzada que da vergüenza, aunque no más vergüenza de lo
que da el acento falso gringo del actor chileno, aunque no más de lo que da la constante
sexualización del vínculo de la francesita y el misionero, aunque no más de lo que da esa
declamación instantáneamente falsa que dice la mujer luego que la detienen, aunque no
más vergüenza de lo que dan todas esas tomas al televisor que parecen pegadas con paint
para recalcar una y otra vez que estamos en los 80, aunque lejos lo que da más vergüenza
es la mezcla entre documental y ficción que propone la película, no porque mezclar estas
cosas sea malo, al contrario, puede resultar en películas impresionantemente buenas. Pero
lo que hace Justiniano es sumamente cuestionable, pone imágenes de archivo que él
mismo grabó en La Victoria en los 80 y luego pone al gringo grabando, intentando decir que
entre su punto de vista y el del gringo no hay diferencias, que la gente mira de igual forma a
la cámara que porta un gringo que a la que porta un Justiniano joven y chascón. Además
usa esas imágenes de archivo como excusa para las imágenes de la ficción, algo que se
nota mucho en la escena en que muere Vladi, el niño chico, lo mejor de la película por lejos.

Para terminar, se nota que la dialéctica de clase es lo principal en ambas películas. Wood
desde el St. George, Justiniano desde La Victoria, ambos se aproximan desde polos
distintos pero llegan a un producto parecido: una pre y post dictadura espectacularizada con
procedimientos cinematográficos a la usanza de Hollywood. Si compara esta película con
La Batalla de Chile, o con Imagen Latente, película de Pabro Perelman que fue censurada
en dictadura, se darán cuenta que ni antes de la dictadura ni después se subrayó y apuntó
tanto el sentimiento que debían tener los espectadores. Justiniano y Wood proponen
periodos masticados, listos para tragar, donde no hay nada que pensar, están los buenos y
los malos y ya. Por suerte tenemos La Batalla de Chile (y la historia de Chile) para recordar
que entre los buenos habían buenos, muy buenos, medio malos, traidores, sapos,
conspiradores, que los periodos históricos son infinitamente más complejos que lo que
sugieren ambas películas de esta clase.

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