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Historia de la Teoría Antropológica

Departamento de Ciencias Antropológicas


Facultad de Filosofía y Letras
Universidad de Buenos Aires

«LOS CIENTÍFICOS COMO ESPÍAS»


Franz Boas (1919)
En: Collection « Les auteur(e)s classiques » Une édition électronique réalisée à partir du livre
de Léon Gérin, Aux sources de notre histoire. Les conditions économiques et sociales de la
colonisation en Nouvelle-France. Montréal, Les Éditions Fidès, 1946, 277 pages. Texte intégral
de la lettre de Franz Boas

Traducción de Victoria Ramenzoni

En esta célebre carta dirigida al editor del diario La Nación, el antropólogo americano de origen
alemán Franz Boas denuncia la “prostitución” de la antropología. El texto aquí traducido es un
clásico de las ciencias sociales americanas, es frecuentemente citado, truncado la mayoría de
las veces pero rara vez leído. Esta carta constituye una verdadera oposición al uso de la
antropología con fines gubernamentales y es emblemática de una visión de la ciencia que no
debería servir más que a sí misma.

Numerosas pruebas irrefutables que dice tener en su posesión, Boas critica a cuatro de sus
colegas que han utilizado su posición de antropólogos para participar en actividades de
espionaje. En el 2000, 81 años despuès de la publicación de esta carta, todavía se discute; el
antropólogo David Price refiere al “asunto Boas” en este mismo diario que la publica.
En el momento que escribe esta carta, el lugar de Boas en el seno de la antropología
americana es muy controversial, para algunos es venerado como el único verdadero fundador
de su disciplina en los Estados Unidos, para otros, es un peligroso activista que debe
ser apartado a cualquier precio.

The Nation, December 20, 1919.

Dimitri della Faille

Al editor de La Nación,

Señor: En su discurso sobre la guerra que el presidente [de los Estados Unidos] Wilson
presentó al Congreso, hace amplia referencia al principio que dice que sólo las autocracias
utilizan los servicios de espionaje y que estos no son de uso alguno para la democracia.
Mientras que el presidente emitía esta declaración, el gobierno de los Estados Unidos
empleaba un número desconocido de espías. No tengo interés aquí en las habituales
divergencias existentes entre las palabras pronunciadas por el presidente y los hechos reales.
Admitiremos, sin embargo, la realidad de la declaración del presidente, esta implica que
vivimos en una autocracia y que nuestra democracia es una ficción. No, contra lo que quisiera
expresar vigorosamente mi oposición es la cantidad de hombres cuya profesión es el ejercicio
de la ciencia —hombres que rehuso de aquí en más a llamar científicos-- que bajo el manto de
ésta [la ciencia] la han prostituido llevando a cabo actividades de espionaje.

Un soldado cuya actividad es practicar el arte del asesinato, un diplomático cuya tarea está
basada en el engaño y el secreto, un político cuya vida consiste en comprometer su conciencia
o un hombre de negocios cuyo objetivo es enriquecerse gracias a los límites de las
leyes permisivas; todos ellos pueden ser excusados si ponen su devoción patriótica por encima
de las cosas de todos los días y que en calidad de espías, rinden servicio a la nación. No hacen
más que aceptar los códigos morales a los que la sociedad moderna se sigue conformando. No
es igual para el científico. Ya que el sentido profundo de su vida está ubicado en el corazón
de la búsqueda de verdad. Todos conocemos científicos que en su vida privada no persiguen
siempre ideales morales de sinceridad, pero que no irían sin embargo al extremo de falsificar
de alguna forma consciente los resultados de su investigación. Ya es demasiado que debamos
tomarlos en consideración porque demuestran una debilidad de carácter que amenaza, muy
probablemente, deformar los resultados de sus investigaciones. No obstante, pierde el
derecho de ser considerado como científico una persona que utiliza la ciencia como cobertura
de sus actividades de espionaje y que se rebaja a presentarse a los gobiernos extranjeros como
un investigador solicitando asistencia en el cuadro de investigaciones que pretende llevar a
cabo ya que bajo esa máscara sus maquinaciones políticas prostituyen la ciencia de una
manera imperdonable.

Inadvertidamente, pruebas irrefutables han caído en mi posesión de que al menos cuatro


hombres que realizan trabajo antropológico, empleados como agentes del gobierno
[americano], se han presentado a los gobiernos extranjeros como representantes de
instituciones científicas de los Estados Unidos pretendiendo ser enviados con el objeto de
llevar a cabo investigaciones científicas. Ellos han afectado la credibilidad de la ciencia, han
rendido el peor de todos los malos servicios a la investigación científica. En consecuencia de
sus actos, todas las naciones verán con sospecha a los investigadores extranjeros que deseen
efectuar un trabajo honesto, presumiendo que se traman oscuros designios. Tales acciones
han erigido un nuevo obstáculo sobre el camino de una cooperación internacional basada en
las buenas intenciones.

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