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Fuente: Herman Wilke.

La sauna, sus efectos curativos en el organismo


humano.

INTRODUCCION

¡Consérvese en forma al estilo finlandés!

La temperatura dentro de la cabina totalmente construida en madera, sin duda de una


madera aromática especial, en la que estábamos sentados en sudorosa desnudez, era de
95°C y el termómetro situado encima de los bancos, continuaba subiendo... A pesar de
que yo estaba medio agazapado en el primer banco, el menos caliente, la tabla en la que
me acomodaba estaba demasiado caliente, y de no haber sido por la toalla, habría tenido
la sensación de que estaba marcado al fuego. Me preguntaba, mientras observaba a mis
compañeros, personas aparentemente en su juicio y que se sometían de buen grado a
estas torturas: “¿Qué hacía yo allí compartiendo su agonía...?” La respuesta es que me
encontraba en Finlandia y siguiendo el consejo que previamente me hicieron: “Invitarle a
una sesión de sauna es el máximo honor que un finlandés puede hacer a un huésped”,
pero es que además me habían advertido: “Rehusar sin una buena razón es un insulto”.
Por otro lado, me habían dicho que la sauna era uno de los grandes placeres de la vida,
un milagro de la técnica del relajamiento, un regalo al cuerpo y al espíritu.

Sin embargo, el único placer que yo ambicionaba en aquel momento era el de


sobrevivir a aquella experiencia y, ¡aguanté!

Si el agua hierve a 100°C, pensaba yo, ¿qué pasará con la sangre?

Cuando la temperatura llegó al límite, le di un codazo a mi anfitrión al tiempo que le


señalaba el termómetro. El, sin inmutarse, tomó el cazo de madera, lo llenó de agua y con
una amable sonrisa lo vertió sobre las piedras de tipo volcánico que estaban
amontonadas sobre el calentador, lo que provocó inmediatamente una nube de vapor en
extremo caliente que se extendió por toda la cabina. A los pocos minutos, sin apenas
creer lo que pasaba, seguí a mi amigo a través de un lago congelado y por un agujero en
el hielo, nos lanzamos al agua... ¡El frío era increíble!, se me hacía difícil respirar. Con un
esfuerzo supremo me levanté para salir del agua... De repente, sentí un calor confortante
que me envolvía todo el cuerpo, avancé lentamente sobre el helado lago, impávido ante el
viento y la nieve de los árticos, como si estuviera paseando por una zona tropical.

Por dos veces repetimos la prueba del fuego y la nieve. En el interior de la cabina nos
azotamos mutuamente con ramas frescas de abedul, hasta ponernos la piel de un rojo
subido. Al salir nos revolcamos sobre la nieve y, finalmente nos dejamos caer sobre unas
planchas recubiertas de goma donde nuestros cuerpos fueron amasados, enjabonados
y enjuagados por una abuela de fuertes músculos.

Cuando nos tumbamos en unas poltronas para descansar, aconteció el milagro, ¡el
prometido milagro! Me sentí como un recién nacido, como flotando encima de nubes. Mi
piel vibraba, mi cuerpo irradiaba salud y bienestar. Nunca había experimentado un
relajamiento y satisfacción tan completo. La euforia sensacional me duró más de dos días.
En el plazo de una semana me tomé mi segunda sauna y pocos días después la tercera.
Rápidamente, al igual que los veinte millones de saunistas, me convertí en un SAUNISTA
CONSUMADO, en un adicto a este tipo de baño finlandés.
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Ya he aprendido a gozar del terrible calor. El agua helada después del baño calorífico
es para mi piel una caricia aterciopelada, aunque la verdad no tuve ocasión de revolcarme
de nuevo sobre la nieve o zambullirme en un estanque lleno de hielo.

En cuanto a las saunas, sin embargo, no es difícil encontrarlas. Su popularidad


mundial es asombrosa, proliferan en hoteles, clubs, salones de belleza, gimnasios,
entidades deportivas e incluso en casas particulares. Muchas personas, sean deportistas,
astronautas u hombre de negocios, confían en la sauna para tonificar sus nervios y dar
elasticidad a sus músculos.

Se han instalado saunas en residencias, baños públicos, hospitales, centros de


rehabilitación, fábricas, cuarteles, monasterios, etc. Podemos asegurar que algunos
directivos, sean deportivos, políticos o de negocios, toman sus saunas al tiempo que
determinan las tácticas a realizar posteriormente, mientras relajan el cuerpo.

Los peregrinajes de invierno que organizan las Compañías Aéreas de Finlandia a las
saunas de todo el país, atraen adictos de lugares tan lejanos como Australia y Africa del
Sur, en excursiones de fin de semana. En Suecia, por ejemplo, el número de “bastus” –así
les llaman a la sauna los suecos– pasó de diecisiete mil instalaciones en 1965 a más de
cien mil en 1972.

La vida sin sauna en Finlandia es inconcebible. Hay más de UN MILLON de ellas


extendidas por todo el país, lo que representa algo más de una sauna por cada cinco
habitantes. Las pequeñas construcciones de troncos, pueblan las orillas de la mayor parte
de los sesenta mil lagos de la nación. En la ciudad, varían sus tamaños, desde grandes
estructuras para la comunidad en la que caben docenas de personas, hasta las que son
privadas. Abundan también en las terrazas y sótanos de los apartamentos y el derecho al
mismo está incluido el uso de la sauna, lo cual reza en el correspondiente contrato. En las
comunidades campestres, la sauna es el primer edificio que se construye, incluso antes
de empezar a levantarse la propia casa.

Los diplomáticos finlandeses describen la sauna como su “arma secreta” para las
entrevistas oficiales. Toda conversación de negocios importante comienza y termina en
una buena sesión de sauna.

El edificio del Parlamento finlandés de Helsinki está en vías de ser ampliado e incluirá
la instalación de una sauna del presidente para discutir los asuntos de alta política o
planear estrategias concretas.

CAPITULO 1

El baño y la sauna en Europa y América

El baño de la sauna, o simplemente la sauna, como se le denomina en nuestro


idioma, no es nada nuevo: el doctor Alfred Martín, excelente investigador sobre las
técnicas del baño, considera a la sauna como la más antigua y eficaz manera de
bañarse. Según él, el baño caliente ya era conocido de los germanos. Tácito narra
en su Germania: “... los germanos, durante sus largos y fríos inviernos, después
del sueño, que casi siempre alargaban hasta muy entrado el día, a menudo se
bañaban en agua muy caliente”. Era un baño para el cual el agua se calentaba
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tirando dentro piedras que previamente se calentaban, por cuyo proceso se


formaban también vapores, los cuales son una característica de la sauna.

Los historiadores griegos comentaban las costumbres de los antiguos


guerreros procedentes de Asia Menor que vivieron antes de nuestra era, de tomar
frecuentes baños de vapor similares a la sauna. Montaban con pieles una especie
de tienda y en su interior calentaban gruesas piedras, una vez calientes echaban
agua sobre las mismas, creando una atmósfera de vapor donde se introducían a
tomar su baño.

En Roma no sólo los Emperadores sino el pueblo romano tomaban


regularmente baños de vapor, como lo demuestran los restos de baños romanos
descubiertos en nuestros días. Aquel pueblo sabía que por la transpiración
abundante provocada, relajaba al mismo tiempo que estimulaba el organismo.

Como explica Martín en su obra, mientras que en Europa después de un


tiempo de florecimiento, en la Edad Media, el baño caliente y de vapor cayó en
desuso debido a que en aquel tiempo se despreciaba el aseo del cuerpo, se
mantuvo en cambio en Rusia y Finlandia. Afortunadamente, al cabo de muchos
años, nos hemos dado cuenta de que algo muy valioso se perdió con respecto a la
salud física y mental al olvidar las antiguas costumbres del baño.

El artista alemán Hans Sebald Beham (1500-1550) nos deja ver en un grabado
de madera un cuarto de baño en la Edad Media. En una exposición típica de aire
caliente: el hogar con las redondas piedras apiladas, una jarra panzuda para
preparar el agua caliente, bancos largos en dos pisos, y cubas para el agua fría.
Una de las seis mujeres se da golpes con una rama de abedul.

También Alberto Durero grabó un dibujo a la pluma con el tema Baño de


mujeres. Hogar y caldera son idénticos a las de Beham. También en Durero se
encuentran las cubas, las mujeres y los niños tranquilamente sentados y ocupados
en su limpieza.

Para el finés, la sauna es como un rito imprescindible en su misma vida, es una


parte de su hermosa patria. En el resto de Europa se introdujo a raíz de los
Juegos Olímpicos del año 1936. En Berlín, se edificó, cerca de los arrabales
Staaken, un pueblo finés para sus equipos olímpicos y se construyó un pequeño
lago artificial al lado de su inevitable casa de baño. No era, sin embargo, la
primera sauna en Alemania. Anteriormente, en 1932, ya Artur Moldenhauer había
hecho construir una sauna finlandesa en Berlín. Dos años más tarde, en 1934, fue
construida otra sauna, a petición del entrenador de esquí Veli Saarinen, cerca de
Garmisch Partenkirchen. Pero pocas personas la practicaban, sólo algunos
deportistas. Fue la vistosa casa de baño del Pueblo Olímpico, anunciada con
mucha propaganda en la prensa y fotos, la que inició la conquista de la sauna en
Alemania y países vecinos. El autor de este librito experimentó en su propio
cuerpo, hace más de 50 años, las ventajas y valores del baño sauna y ha seguido
fiel a ella desde entonces.
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En la actualidad, después de casi medio siglo, existen saunas en todas las


pequeñas y grandes ciudades de Alemania, pero más aún en Austria y en Suiza,
así como en todos los países de cultura occidental.

Hace solamente unos 20 años que los americanos descubrieron los beneficios
de la sauna. En la actualidad, se instalan unas 20,000 cada año y aunque la sauna
no está todavía muy extendida, es claro que el movimiento va creciendo. Solamente
hablar con cualquier saunista norteamericano y empezará a seducirle con suaves
promesas de todo lo que puede hacer la sauna; limpiar el cuerpo y alma, elevar el
espíritu, hacer desaparecer las tensiones, relajar los músculos, etcétera, para
proseguir calificándola de un tranquilizador sin peligro, comparándola con una
meditación trascendental, y como si no fuera bastante, le dará a conocer que Paul
Newman, y la mayoría de los artistas, toman una sauna varias veces a la semana,
y finalmente la conducirá a la puerta de la sauna. Aquí está la realidad. Es
realmente magnífica, la sauna americana es sensual y lujosa.

La estructura clásica europea de la sauna es espartana. Tradicionalmente, era


una pequeña cabaña de madera cerca de un lago. Las saunas modernas
americanas son de diseño espacial, tipo “Apollo”, construidas en poliéster o fibra
de vidrio y caben en cualquier rincón de la casa o Institución, en colores decorativos.
Constituyen el complemento indispensable para el hogar, clubs de salud, hoteles y
gimnasios. En nuestra época no hay ningún complejo de esquí que no tenga el
suyo.

Pero iniciemos brevemente la experiencia: el saunista entrará a la sauna


completamente desnudo (o vestido con una toalla). Sauna y mucha comida no van
juntas, entonces evitar entrar con el estómago lleno. Los resultados serían
desagradables. Quite todo de su cuerpo, como la bisutería, gafas, horquillas y todo
lo que conduzca el calor.

Sauna quiere decir transpirar y salud, y de eso se trata, de transpirar


copiosamente. La sauna estimula el sistema natural de refrigeración del cuerpo,
exponiéndolo a altas temperaturas. Parte de este proceso es el aumento de la
circulación sanguínea de la superficie, lo cual da una fina belleza y limpia
apariencia a su piel. No hay límite de tiempo ara estar dentro de la sauna, aunque
veinte minutos son considerados como tiempo normal.

Idealmente, lo que debería tener al lado de la puerta de la sauna, es un lago


fresco o el mar, pero si falta, puede sustituirlo por una piscina, río o ducha fría.
Después del baño frío debe descansar durante el mismo tiempo que ha pasado
dentro de la sauna. Bien abrigado, déjese escurrir sin secarse. Notará un suave
bienestar mezclado con una sensación de limpieza, agradable agotamiento y total
satisfacción.
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CAPITULO 5

Reglas para tomar el baño sauna

Para disfrutar a fondo un baño en la sauna hay que seguir al pie de la letra el
programa establecido. Una vez desvestido, se dirige uno con su ancha capa, hacia
los santificados espacios de la sauna, parándose primero ante la báscula para
registrar el peso exacto. Más tarde uno se alegrará de ello. Pero primero hay que
subir a la sauna propiamente dicha. Previamente le han señalado el lugar que le
corresponde y le han entregado una sábana para recostarse sobre ella, una
palangana con agua maravillosamente fresca, todo un cubo con agua y una rama
de abedul. De momento, apenas se puede resistir el calor infernal. Si sucede que
te encuentras con finlandeses acostumbrados y endurecidos por la sauna, que
piden cada vez más calor, puede ocurrir que uno, abatido, prefiera la huída y
abandone agotado el sitio junto al techo a los perseverantes del calor. Pero si uno
permanece tranquilo y evita el más leve movimiento, se llega a soportar hasta el
máximo calor. Sólo meter el dedo en el agua fría para mojarse de vez en cuanto
labios y frente.

Cuando se ha llegado casi al límite de resistencia al calor, uno debe proceder


como ve que lo hacen los finlandeses, pegándose con las ramas de abedul que
aún conservan sus hojas. Al pegar todas las partes del cuerpo, la sangre acude a
las regiones exteriores de la piel y puede de este modo desintoxicarse más rápido.
Es maravilloso el perfume que exhala el follaje de abedul, perfume que permanece
en el cuerpo aún después de varias horas.

Después de unos veinte minutos y de una rápida y caliente ducha, se va uno al


banco de madera de la asistenta del baño, donde se convierte otra vez en un niño
de pecho recién bañado. Desnudo y agotado por el calor de la sauna, yace uno
bajo las seguras manos de las robustas mujeres, que le amasan con un magnífico
masaje de jabón, según las reglas de un arte milenario. De espalda y de panza
hay que estarse quieto, teniendo debajo de la cabeza el ramillete de abedul en
forma de almohada olorosa. La buena masajista no olvida ni el dedo meñique y
para colmo, le peina con dureza el cabello, con ancestrales fuerzas finlandesas.

Una vez despedido con una cariñosa palmada en el dorso, se va tranquilo y


arrastrando los pies a la pileta de natación, cuya agua le parece a uno fresca y
refrigerante como un manantial del bosque. Una vez soportado todo esto y
algunas duchas a todas las temperaturas, los más temerarios van otra vez al
infernal calor de la sauna. Luego llega lo mejor de todo: el merecido descanso
reparador sobre un cómodo lecho. Una o dos horas bastan y cuando se sale a las
ruidosas calles de la capital, uno se siente en estado de total felicidad y, más aún,
cuando una mirada a la balanza le dice que se han volatizado más de mil gramos
de toxinas.
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Consejos prácticos

1) Llévate una toalla o una alfombra de espuma para echarte encima o sentarte,
una toalla para secarte y utensilios de aseo.

2) Deja en casa la agenda, el reloj y los cigarrillos. Olvídate del tirano tiempo.

3) No vayas hambriento a bañarte, pero tampoco con el estómago lleno. No


entres con los pies fríos en el cuarto de baño; usa tus propias sandalias de
madera o las que hallaras al efecto en la sauna. Entra con el cuerpo
completamente seco.

4) Estar echado es mucho mejor que estar sentado, incluso teniendo los pies
encogidos. No exageres la duración del baño; bastan diez minutos.

5) Después del baño, respira aire fresco. Refréscate brevemente, pero con vigor
(chapuzón o ducha fría).

6) No bebas durante el baño; todo lo más haz enjuagues; una rodaja de limón o
un trocito de manzana refrescan lo suficiente para no tener la sensación de
sed.

7) ¡No más de tres baños consecutivos! Vigila tu cuerpo: Aprende a estar en la


sauna sólo mientras notes bienestar. Extiende el tiempo del reposo. Un baño
sauna debe durar a lo menos dos horas, incluyendo las del descanso. No te
vistas antes de estar bien refrescado. Vigila también que los pies estén
calientes. Abstente de fumar y de tomar bebidas alcohólicas, té y café hasta el
día siguiente, por lo menos.

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