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La teoría del valor

Les contaré ahora una historia que escuché cuando era chico, y cada vez que
pienso en ella parece ser más y más encantadora, porque con los cuentos sucede
como con tantas personas: se vuelven más y más encantadoras cuanto más viejas
son; y eso es tan lindo. Por supuesto, han estado ustedes en el campo. Han visto
las casas de techo de paja, donde moho y hierba crecen solos; hay un nido de
cigüeña en el borde del techo, porque no se puede estar sin la cigüeña. Las
paredes están torcidas y las ventanas bajas, sólo una de ellas puede abrirse; el
horno de barro se proyecta dentro del cuarto, y el viejo arbusto se reclina sobre el
vallado donde hay un pequeño estanque de agua con un pato y varios patitos bajo
el nudoso sauce. Y también hay un perro que ladra a todos. Había exactamente tal
casa en el campo y en ella vivía una vieja pareja, un campesino y su mujer.
Aunque no tenían mucho, pensaban que podían desprenderse de una de sus
posesiones, y ésa era el caballo, que solía vivir del pasto que crecía en la zanja al
lado del camino. El viejo solía ir con él al pueblo y los vecinos se lo arrendaban, y
a cambio le daban servicios; pero los dos viejitos pensaron que sería mas útil para
ellos venderlo, o cambiarlo por algo que les fuera de mayor utilidad. Pero, ¿por
qué? —Papá, tú entiendes esto mejor —dijo la mujer—. Hay ahora una feria en
Copenhague; ve allí y vende el caballo o cámbialo por algo bueno. Lo que haces
es siempre correcto. Ve entonces a la feria. Y ella ató su pañuelo al cuello, porque
eso lo sabía hacer mejor que él; le hizo un doble nudo, lo cual le daba una
apariencia muy sagaz. Luego, limpió su sombrero y le dio un cariñoso beso, y así
partió él con su caballo para venderlo o cambiarlo. Sí, su viejo entendió eso muy
bien. El sol brilló muy fuerte, no se veían nubes. La ruta estaba polvorienta porque
bastante gente iba a la feria, ya sea en carro, a caballo o caminando. El calor del
sol era terrible, y no se podía encontrar refugio en ninguna parte del camino. Justo
entonces un hombre iba también a la feria llevando una vaca. La vaca era una
criatura perfecta como toda vaca puede ser. —Seguro que da mucha leche —
pensó el campesino—, sería algo muy bueno si puedo obtenerla a cambio de mi
caballo. —¡Eh!, ¡eh!, ¡usted, el de la vaca! —gritó—, tenemos que conversar.
Como usted sabe, un caballo cuesta más que una vaca, pero eso no importa. Me
sería más útil una vaca. ¿Los cambiamos? —Muy bien —dijo el hombre de la
vaca, y así cambiaron los animales. El campesino había hecho entonces un
negocio, y podría haber regresado; pero como se había hecho ya a la idea de ir
hasta la feria, iría hasta allí de todas formas, aunque más no fiera para mirar; y así
emprendió de nuevo el camino con su vaca. Tanto él como la vaca caminaban a
un paso rápido, y es así como pronto alcanzaron a un hombre que llevaba una
oveja. Era una linda oveja, en buenas condiciones y con abundante lana. —Me
gustaría tenerla —pensó el campesino—. Tendría suficiente pasto a los costados
del camino, y en el invierno podría estar con nosotros en el cuarto. En realidad,
sería mejor para mí tener una oveja que una vaca. ¿Las cambiamos? Sí, al
hombre de la oveja no le importaba eso, y así cambiaron de animales, y el
campesino reinició su caminata con la oveja. Pasando la tranquera vio a un
hombre con un enorme ganso bajo el brazo. —Ese sí que es un pájaro grandote
—dijo el campesino— , tiene un montón de plumas y está gordo. Se vería muy
bien en nuestro estanque. Y mamá podría juntar los desperdicios para darle. Ella
decía a menudo: "Si tan sólo tuviera un ganso". Ahora puede tenerlo y lo tendrá.
¿Me lo cambiaría? Le doy la oveja por el ganso y muchas gracias por el negocio.
Sí, el hombre quería, y así cambiaron animales, y el campesino obtuvo el ganso.
Ya estaba cerca del pueblo y el camino estaba cada vez con más gente. Lleno de
gente y de ganado. Caminaban a la vera del camino y en la zanja hasta que
pasaron por la huerta de papas donde estaba una gallina atada para que no se
escapara si se asustaba. Era una gallina sin cola y un ojo le pestañeaba, pero
tenía buen aspecto. ¡Che, che!, decía. Lo que quería decir con eso no puedo
decirlo, pero el campesino, cuando la vio pensó: "Es la gallina más linda que haya
visto. Es mejor que la bataraza del párroco. Me gustaría tenerla. Una gallina
siempre puede encontrar un grano de trigo o dos. Casi se mantienen solas. Creo
que seria una buena cosa si pudiera obtenerla a cambio del ganso". —
¿Cambiamos? —preguntó. —Sí, no sería mala idea —dijo el granjero—. Hecho.
—Y así cambiaron los animales y el granjero se quedó con el ganso y el
campesino con la gallina. A esta altura ya había hecho unos cuantos negocios en
su camino al pueblo. Hacía calor y estaba empezando a sentirse cansado. Quería
un trago y un pedazo de pan. Entonces llegó a la posada y estaba a punto de
entrar cuando el cocinero, que justo salía, se tropezó con él llevando una bolsa en
su espalda. —¿Qué tiene ahí? —preguntó el campesino. —Manzanas podridas —
contestó el cocinero—, una bolsa entera para los chanchos. —Es increíble. Me
gustaría que mamá viera esto. El año pasado sacamos sólo una manzana del
árbol que tenemos en el fondo. Esa manzana teníamos que guardarla y la
pusimos en el estante hasta que se echó a perder. Mamá dice que siempre es un
signo de prosperidad. Ahora, aquí uno puede ver mucha prosperidad. Sí, me
gustaría que lo viera. —Bueno, ¿qué me daría a cambio? —preguntó el cocinero.
—¿Dar? Le daré mi gallina —y así fue como le dio la gallina por las manzanas y
entró en la posada. Puso la bolsa contra la estufa pero no se dio cuenta de que
estaba prendida. Había muchos extraños en el bar, comerciantes de ganado, de
caballos, y dos ingleses. Estos últimos eran tan ricos que tenían sus bolsillos
llenos de oro y hacían permanentes apuestas. Ahora verán. —¡Miss-s-s! ¡Miss-s-s!
¿Qué ruido es ése cerca de la estufa?
Las manzanas estaban empezando a hornearse. —¿Qué es eso? —preguntaron
todos. Bueno, en poco tiempo lo supieron, como también toda la historia acerca
del caballo que había sido cambiado por la vaca y así hasta llegar a las manzanas
podridas. —Su mujer sí que se va a enojar cuando vuelva a casa —dijo el inglés—
, va a haber un gran escándalo. —Me dará besos, no patadas —dijo el
campesino—. Mamá siempre dice que lo que el viejo hace siempre es correcto. —
¿Apostamos? —dijeron—. Tenemos mucho oro. Cien libras a una. —Eso llenaría
una bolsa —dijo el campesino—. Sólo puedo llenarla de manzanas, pero
¡adelante! —¡Hecho! ¡De acuerdo! —dijeron, y así se hizo la apuesta. Trajeron el
carro del posadero y subieron los ingleses y el campesino, llevando la bolsa de
manzanas podridas, y así llegaron a su casa. —Buenos días, mamá. —Lo mismo
para ti, papá. —Bueno, cambié el caballo. —Ah, tú sabes lo que haces —dijo la
mujer y le pasó su brazo por la cintura olvidándose tanto de los extraños como de
la bolsa. —Cambié el caballo por una vaca. —¡Gracias a Dios por la leche que
vamos a tener! —dijo la mujer—. Ahora podremos tener leche, manteca y queso
en la mesa. Eso estuvo bien hecho. —Sí, pero cambió la vaca por una oveja. —
Ah, eso es mejor aún —dijo la mujer—. Siempre eres tan inteligente. Tenemos
pasto suficiente para una oveja. Ahora podremos tener leche de oveja, y queso de
oveja, y medias de lana y hasta camisas de lana. La vaca no hubiera podido
darnos eso; su pelo no nos sirve para nada. ¡Eres muy inteligente!

—¡Pero cambié la oveja por un ganso! —Entonces, tendremos ganso para esta
Navidad, papá querido. Tú siempre piensas cómo complacerme. ¡Eres tan
considerado! Podemos atarlo y hacer que esté más gordo para Navidad. —Pero
cambié el ganso por una gallina —dijo el viejo. —¡Una gallina! Bueno, ése sí fue
un buen cambio —dijo la mujer—, la gallina pone huevos y los empolla; tendremos
un gallinero; justo lo que deseaba desde hace tanto tiempo. —Sí, pero cambié la
gallina por una bolsa de manzanas podridas. —¡Ahora sí que tengo que besarte!
—dijo la mujer—. Gracias, mi marido, tengo algo que decirte. Cuando te fuiste
pensé en prepararte algún plato exquisito, un delicioso ome¬ lette con cebollines.
Así es que fui hasta lo de la maestra, porque sé que tiene cebollines. he pregunté
si me prestaba algunos. "¿Prestarlos?", dijo. "Nada crece en mi jardín, ni siquiera
una manzana podrida", que yo podría darle. ¡Ahora podré darle diez, una bolsa!
¡Eso es muy divertido, papá! —y le dio un gran beso. —Esto es lo que me gusta —
dijeron los ingleses—. Siempre yendo barranca abajo y tan contentos como
siempre. ¡Esto vale nuestro oro! Y así le pagaron las cien libras de oro al
campesino, quien recibió besos y no patadas.
Krause, M. (2003), La economía explicada a mis hijos, Ed. 1, Alfaguara, Argentina

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