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21/3/2020 Caído del cielo

21 de marzo, 2020

Caído del cielo


Por Martín Rodríguez
La espera terminó. La auténtica presidencia de Alberto Fernández
empezó estos días cuando la realidad le rompió el equilibrio.

[ 19/03/2020 ]

Será un lugar común decir que antes que la vacuna contra el Coronavirus encontramos la vacuna política: "la
vuelta del Estado". ¿Tan así? No es que el Estado se haya ido. De hecho, podemos pensar también, que eso
que sufre Europa y que para muchos es el fruto del desguace parcial de su sistema público (caso Italia),
ocurre en la casa de quienes lo inventaron. Los argentinos no inventamos el Estado. Pero igual... inventamos
este Estado argentino. Esa vieja casa que administra los dramas en sus capas: que tiene a un Alberto, un Axel,
un Larreta. Un Estado que no es una sola cosa.

Muchos de los que reivindican el triunfo de la idea de Estado-Nación, pertenecen (pertenecemos) a la quinta
de quienes organizamos nuestra vida en torno a él. Y eso nos obliga a no confundir derechos con privilegios,
sobre todo para no hacer el juego a aquellos que imaginan la caricatura insólita de que la Argentina promedio
es un perezoso que quiere vivir del empleo público. El Estado es mucho que más que un "patrón". Organiza la
comunidad. Este Estado que no es solo el benefactor del funcionario, empleado o beneficiario que cobra de
él, sino quien asegura la vuelta de miles de compatriotas de sus viajes por el mundo. Es la "reunión de padres"
de todos los ciudadanos. El teléfono por si te perdés en una playa del Pacífico o en el Himalaya. Aún en un
Hércules, como sea, pero el Estado al final te va a buscar. Argentinos somos todos. Incluso la sastrería del
ejército interrumpiendo su producción para ponerse a hacer barbijos.

Pero la última capa de nuestra grieta ideológica parece ser ésa que se subrayó tanto en los años macristas: la
de quienes dicen querer sacarse al Estado de encima contra los que esperarían todo de él. Una ficción binaria
en la que se enfrentarían productivos versus subsidiados, soja versus industria del calzado, exportadores
versus "vivir con lo nuestro". Los 8 millones que sostienen a 20 millones que cobran del presupuesto. Pero
esta vez, en lugar de burlarnos de los "neoliberales que piden Estado" en la noche de la pandemia, la
oportunidad será ganar mayor amplitud para un entendimiento común. El coronavirus tiene una lección: no
es que será más fácil pensar el fin del mundo que el fin del capitalismo, pero sí tal vez será útil pensar que al
"realismo capitalista" de Fisher le entró una bala. Paramos el capitalismo para salvar el mundo. Un mundo en

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el que es más fácil regular la pirotecnia atómica del líder norcoreano que la propagación de un virus salido de
un murciélago en un mercado chino.

La Argentina no es un país sin acuerdos, pero no tiene uno en torno al capitalismo. Esa es la mácula. Eso es lo
que no cerró. Sostenemos una agenda sueca con los pies en el barro. Tenemos AUH, tenemos DDHH, pero
nos agarramos a piñas por los dólares: los que necesitamos, los que producimos, los que faltan, los que están
abajo del colchón, los que se fugan, y así. Pero ese piso de "acuerdo civil", que muchos de afuera llamarían
"liberal" en un sentido "literal", nos coloca sobre el borde de un manifiesto: en Argentina no hay capitalismo
a cualquier costo.

Los argentinos no inventamos el


Estado. Pero igual... inventamos
este Estado argentino. Esa vieja
casa que administra los dramas en
sus capas: que tiene a un Alberto,
un Axel, un Larreta”

Tal vez el General Perón en medio de la interna peronista (cuando en un rapto de lucidez percibió que ni él
podía reconciliar las alas salvajes de un juego que creó) tradujo su testamento: sólo el pueblo salvará al
pueblo. ¿Cuántos pueblos hay en un pueblo? Había un libro de los Sacerdotes para el Tercer Mundo
publicado en 1975 que parecía responderle a Perón en el título: "El pueblo, ¿dónde está?". El pueblo ya no
existe quizás, pero siempre está construyéndose. El pueblo es una promesa. Así vemos todas las misas con
que se convoca a un pueblo. Las celestes y las verdes. Todos quieren armar su pueblo. Su pesebre, aunque
laico. Y parecemos todos mirar al cielo y decir: sólo el Estado salvará al pueblo. Pero el Estado es el acuerdo
que nos falta: ¿qué Estado, qué culo sangra para sostenerlo? Separen la Iglesia del Estado, bueno. Pero no hay
Estado sin fe. Y la fe en El Progreso se separó sola de todos nosotros. ¿Qué nos queda? Esto: vivir en
comunidad aunque sea apretando los dientes, esto "inevitable". Ser argentino es la promesa seca para todo
aquel que quiera pisar este suelo. Insisto: mientras escribo, un trabajador del ejército cose un barbijo para
nosotros.

Los momentos de crisis e incertidumbre involucran la toma de decisiones estatales y tan particulares que
tienen parte de sus costos ahí, en esa "zona" de la vida que algunos cientistas sociales nombran amenazada y
con escepticismo por las consecuencias: una ruptura de la sociabilidad. Prefiero equivocarme con Alberto
Fernández que acertar con Agamben. (A quien leemos, por supuesto.) Porque la disciplina parece lograrse
siempre con un ingrediente lunático, exagerado en la carga narrativa, que incrementa paranoias, que nos
aísla y que nos salva. La epidemia obliga a un "estado de excepción". ¿Estamos ante un momento de cuánto
peligro? ¿El peligro de morir o el peligro de perder la economía?

Los medios machacan del mismo modo y con el mismo tenor todo: hoy es el Coronavirus. Los primeros que
desdramatizan algo son los que lo dramatizan. Los que nunca podrían agachar la cabeza frente algo más
grande que ellos. Y se los pudo leer y oír estos días a muchos editorialistas que no tienen palabras para lo que
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pasa; porque esto pasa unos metros "más allá" de los significados cotidianos. Pero es la trillada naturaleza de
"los medios": producir un estado de cosas y la adicción a su consumo. Los medios son así, y es viejo decirlo. E
incluso la "crítica a los medios" forma parte de la misma oferta: medios que discuten el rol de los medios,
paneles de periodistas y opinadores que reflexionan en vivo sobre el tratamiento mediático.

Alberto señala las terrazas de un


hospital a medio terminar.
Promete construir ocho hospitales
más. Nadie sabe pero nadie cree
oportuno preguntarse de dónde
saldrá la plata. Porque cuando algo
se hace y después se ve cómo se
financia: eso se llama prioridad”

El Estado argentino está actuando. Nombrando las cosas, tomando decisiones, contemplando lo económico
en el mismo plano y nivel que lo epidemiológico. La espera terminó. La auténtica presidencia de Alberto
Fernández empezó estos días cuando la realidad le rompió el equilibrio. Tiene su primera imagen
contundente: el presidente sobrevuela con el ministro Gabriel Katopodis el conurbano bonaerense. En la
foto señalan las terrazas de un hospital a medio terminar. Prometen construir ocho hospitales más. Nadie
sabe pero nadie cree oportuno preguntarse de dónde saldrá la plata. Porque cuando algo se hace y después se
ve cómo se financia: eso se llama prioridad. Se llama urgencia. Se llama justicia social sin tasas chinas. Porque
exactamente esa es la realidad.

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